1 Samuel
Los dos libros de Samuel formaban uno solo originalmente; hasta el
siglo XV jamás se los había dividido en la Biblia hebrea. La división en dos
libros se originaría en la Septuaginta. El título “Samuel” es el mismo que aparece en hebreo; la Septuaginta unió los
cuatro libros de Samuel y Reyes en uno solo y los llamó 1 al 4 “Reinados”, mientras que en la Vulgata
Latina figuran como 1 al 4 “Reyes”.
En la Biblia hebrea Samuel es el tercero de los “Profetas anteriores”, es decir la historia en cuatro tomos Josué,
Jueces, Samuel y Reyes. Muchos eruditos modernos consideran que en el principio
formaban una sola historia interrelacionada, llamada “historia deuteronómica”. Por lo menos tenemos la certeza de que
Samuel marca la evolución entre la era de los Jueces y el período de la
monarquía, y que las divisiones entre los libros es aparentemente arbitraria en
algunos puntos.
El título “Samuel” no es completamente apropiado, ya que este profeta no es más que la primera de las tres figuras de importancia cuya vida se registra en estos libros; los otros dos son Saúl y David. Encontramos la muerte de Samuel en 1 Samuel 25.1, por lo que no puede haber sido él el autor total, a pesar de la tradición que encontramos en el Talmud babilónico. Para la confección de sus libros Samuel debe haber contado con el documento denominado “Las crónicas de Samuel vidente”[1], ya que no puede referirse a los libros de Samuel propiamente dichos.
Los libros de Samuel cubren un período de alrededor de un siglo, aproximadamente alrededor de 1050–950 a.C.
A. Autor y propósito.
1. Autor.
El nombre Samuel en el título se refiere al primer personaje de importancia en los libros, su muerte ya se registra en 1 Samuel 25.1. Si Samuel inició el escrito y otro autor lo concluyó, puede ser que no fuera solo uno, sino que varios lo hicieran, o bien, que el autor real hubiese vivido después ya que se relata la muerte de Salomón, hacia fines del siglo X a.C., y 1 Samuel 27.6 demuestra conocimiento de la división del reino. De ser así, el autor de toda esta obra histórica los escribió en la época del exilio babilónico[2]. Algunos versículos, como son 1 Samuel 9.9 y 2 Samuel 13.18, sugieren que el escritor vivió mucho después de los eventos que registra. No obstante, éste se valió de muchos documentos originarios antiguos y auténticos, uno de los cuales es mencionado por nombre[3]. El Talmud consideraba l y 2 de Samuel obra de Samuel, Natán y Gad, basándose en la uniformidad de estilo de estos siete libros, de su cadencia estructural y de su organicidad histórica, ha formulado la hipótesis de una unidad verdadera y profunda de redacción, incluso cronológica, después de la destrucción de Jerusalén.
2. El propósito.
Por el hecho de cubrir la era de transición entre una incoherente constitución tribal bajo los Jueces a una monarquía, los libros de Samuel necesariamente ofrecen una visión del valor de la monarquía, pero diversos pasajes ofrecen impresiones diferentes. 1 Samuel 8 ofrece una sarcástica crítica del reino; en 1 Samuel 12.19 el pueblo reconoce que ha hecho mal en pedir rey; pero en 1 Samuel 10.24–27; 11.14, encontramos una visión positiva. Estudios recientes han mostrado una tensión similar dentro del relato de la sucesión: Algunos pasajes son favorables a David y Salomón, mientras que otros claramente los critican. A menudo se han utilizado estos puntos de vista diferentes como criterio en cuanto a fuentes e historicidad; pero no cabe duda de que la tensión es original, cualquiera sea la reconstrucción histórica digna de crédito que se adopte, y el valor de los criterios es dudoso. De cualquier manera, como incorporó material de ambas tendencias, es poco probable que el autor final haya sido pro o antimonárquico. Más bien su actitud fue típicamente profética, por cuanto vio la monarquía como una constitución ordenada por Dios, pero con una perspectiva independiente y objetiva de cada monarca individual.
Es importante que no dejemos de lado el motivo biográfico. Hubo un genuino interés en la vida y acciones de los dirigentes israelitas. La convicción de los escritores bíblicos era la de que Dios mismo se había asociado con la historia y gobernaba todo su curso, lo que dio a los libros históricos del Antiguo Testamento su calidad y contenido teológicos. La historia con tinte teológico de ninguna manera deja de ser historia.
Sobre todo, el autor quería demostrar la mano de Dios y sus propósitos en todos estos eventos históricos. En particular, estos libros son un comentario sobre la monarquía, institución que últimamente fracasó y que, no obstante, estableció la base de la esperanza mesiánica. En este contexto más amplio, los libros de Samuel tratan de los dos primeros reyes: Saúl y David. David fue el rey más grande de Israel y sus importantes logros se describen en detalle. Pero distaba de ser perfecto, y por cierto que a su reinado no le faltaron problemas. Los libros de Samuel explican las dos facetas, y muestran como Dios imponía su voluntad en la historia de Israel por medio de interactuar con David y otros individuos importantes. El mensaje es un llamado al arrepentimiento, al sufrir el pueblo de Dios durante el exilio por sus pecados cometidos en el pasado. También es un llamado a tener fe, con sus recordatorios de la elección de Israel por parte de Dios, su providencia para su pueblo en todas las edades, su fidelidad a él y su promesa de un Rey venidero.
B. Fuentes y composición.
No puede haber duda alguna de que quien escribió los libros de Samuel hizo uso de algunos documentos primitivos, aunque es imposible determinar cuántos. Ningún hombre vivió durante los tres períodos de Samuel, Saúl y David; y las afirmaciones que contienen la frase “hasta hoy”[4] sugieren cierto lapso de tiempo antes de los propios días del autor. Por ello se ha tratado de aislar las fuentes de las que tomó su material el autor, intento que ha dado como resultado una cantidad de esquemas diferentes.
Algunos han opinado que las piezas documentarias que sirvieron de base al Pentateuco también surgen en Samuel. Actualmente se tiende a considerar que Samuel es una fusión de narraciones individuales, unidas por etapas. Otros sostienen que el autor de Samuel había utilizado cinco documentos básicos: una historia de los primeros años de Samuel, una historia del Arca del Pacto, una historia de la monarquía que le daba un tratamiento hostil, y una historia cortesana de David.
No se ha podido aclarar el número y la naturaleza de las fuentes de Samuel, que en consecuencia son objeto de disputa. El mismo autor sin duda alguna hizo su propia contribución, como se ve claramente por las referencias a su propia época y los comentarios explicativos[5]. Es digno de tomar en cuenta que en Samuel faltan las claras estructuras editoriales y las fórmulas de Jueces y Reyes. Este hecho, entre otros, hace pensar en un origen diferente para Samuel, y se opone a la hipótesis de un relato deuteronómico unificado, Josué-Reyes. Podría ser, sin embargo, que hubo una redacción final, de alcance limitado, cuando Samuel y Reyes fueron unidos en el período del exilio, o poco después.
C. El texto.
Hay numerosos problemas en el texto hebreo de Samuel, y los comentarios y traducciones a menudo buscan apoyo en la Septuaginta. Es lamentable que el texto masorético no se haya conservado bien. Los manuscritos de la Septuaginta no solo permiten aclarar muchos versículos en los que el texto hebreo es oscuro y problemático, sino que también ofrecen lecturas variantes donde tiene sentido el texto hebreo. La variación más notable se encuentra en 1 Samuel 17, donde la Septuaginta es mucho más breve que el texto masorético y no incluye 1 Samuel 17.12–31 y 17.55–18.5.
Otras dos fuentes de testimonio las tenemos en pasajes paralelos de Crónicas, y fragmentos de copias de Samuel encontradas en Qumrán, que aportan algunas evidencias útiles adicionales. Este último material tiende a apoyar a la Septuaginta en los pasajes en que difiere del texto masorético, y recientemente algunas versiones han hecho considerable uso de estos testimonios. Existe amplio consenso en que los testimonios sugieren, no tanto que el texto hebreo de Samuel fue pobremente preservado, sino que existieron importantes reseñas del libro.
D. Problemas en el estudio de los libros de Samuel.
Hay tres problemas básicos en la manera de encarar el estudio de los libros de Samuel.
1. El primero es textual. ¿Se debe seguir el texto hebreo estándar, o el de Qumrán u otras evidencias donde éstos difieren?
2. El segundo es literario. ¿Las secciones complejas de Samuel se basan en diferentes documentos originarios o tradiciones? En dicho caso, ¿tienen que separarse del texto y ser considerados individualmente?
3. El tercero es histórico. ¿Los hechos sucedieron exactamente como aparecen en Samuel, o debemos tratar de descifrar entre lo histórico y lo que no lo es? A veces los tres problemas se dan al mismo tiempo como en el relato de David y Goliat que apuntamos antes. En la Septuaginta el texto es mucho más breve siendo un manuscrito griego que en el texto masorético hebreo, y muchos opinan que el texto más breve es el original. El relato hebreo quizá haya utilizado materiales de por lo menos un documento originario más. De ser así, ¿este material adicional es o no tan históricamente fidedigno como los demás?
Para entrar en una explicación detallada de preguntas técnicas como éstas, deben consultarse comentarios más extensos.
Muchos estudios recientes enfatizan la necesidad de encarar al material como una unidad, sin negar que los autores bíblicos se hayan valido de muchas fuentes.
No se puede negar que existen algunos problemas históricos. No obstante, los escritores bíblicos creían indudablemente que estaban presentando hechos históricos, y debemos compartir su forma de pensar si hemos de comprender su propósito y mensaje. Para este período en la historia de Israel hay escasa evidencia externa, pero podemos ofrecer dos argumentos para apoyar la exactitud histórica en general de los libros de Samuel.
1. El contenido en general, visto panorámicamente tiene sentido y concuerda bien con el contexto histórico. Por ejemplo, el comienzo de la monarquía de los israelitas ha de haber sido inevitablemente difícil y controversial, exactamente como se lo presenta. Además, las actividades filisteas son totalmente creíbles.
2. Las descripciones de los personajes principales son plausibles. David, en particular, es presentado realísticamente como un hombre muy habilidoso y atractivo, pero con algunas debilidades y fallas muy evidentes. No se lo idealiza, a pesar de ser tratado con simpatía.
B. La teología de la historia.
Naturalmente, la historia posee una perspectiva precisa, desde la cual lee todo acontecimiento y cada documento recibido de la tradición. Tres son las pautas teológicas que presiden esta hermenéutica de la historia: la promesa-alianza con David, la elección del último, el juicio sobre el pecado. Intentemos definir ahora estos tres nudos hermenéuticos a través de algunas páginas típicas.
1. La alianza “mesiánica” con la “casa” davídica.
El texto fundamental es la célebre profecía de Natán, registrada en 2 Samuel 7 y elaborada poéticamente también en Salmos 89. Al deseo de David de poseer un Templo en la capital recién constituida, Jerusalén, así como de tener por ciudadano de su reino también a Adonay, Natán opone la inesperada decisión de Dios. El Señor, más que ser encuadrado en el espacio sagrado de la “casa” del Templo, prefiere estar presente en la realidad que más afecta al hombre, a saber, la historia, expresada en la “casa” dinástica de David: “El SEÑOR también te hace saber que el SEÑOR te edificará una casa”[6]. “Afirmaré por siempre tu prole y estableceré tu trono por generaciones”[7]. Tenemos aquí la configuración de dos grandes marcos de la teología bíblica.
El primero define estructuralmente una de las cualidades fundamentales: la revelación bíblica conoce como campo privilegiado la historia y la existencia del hombre. El segundo es, en cambio, el mesiánico. La profecía de Natán, que anuncia una presencia especial de Dios en la estirpe de David, constituye el texto base de la esperanza mesiánica real. Dentro de este hilo dinástico, a menudo retorcido y oscuro, se entrevé la promesa de un “hijo de David” perfecto, que sea verdaderamente “Emanuel”: “Dios con nosotros”, presencia suprema de Dios y de su palabra en la historia.
A este respecto, el texto de 2 Samuel 7 se proyecta sobre muchas páginas bíblicas a partir justamente del retrato davídico de 2 Samuel. El motivo aparece en el “testamento de David” de 2 Samuel 23: “En verdad, ¿no es así mi casa para con Dios? Pues El ha hecho conmigo un pacto eterno, Ordenado en todo y seguro”[8]. Es celebrado por todo “el libro del Emanuel” de Isaías 7-11, tiene una reformulación en Jeremías 23.5-6 y una repetición en 33.20-22, donde se recuerdan también las alianzas cósmicas y abrahamícas[9]. El motivo reaparece en el Isaías 55.3; es muy querido también del cronista[10] y, según vimos, en Salmos 89. Será esta página la que sostenga a Israel incluso en los momentos tenebrosos: El “consagrado” de Dios es el heredero de la promesa divina; promesa que no puede extinguirse, porque nace de Dios y se puede realizar incluso por caminos inesperados. Con el fin de la dinastía davídica en el 586 a.C., se abre entonces un nuevo horizonte para la profecía de Natán: la genealogía del Mesías davídico no será ya necesariamente biológica y dinástica, sino espiritual y teológica.
2. La elección del último.
Las extrañas elecciones de Dios, que dan la preferencia al débil, al menor, a la estéril, al pobre, son una constante dentro de toda la Biblia, naturalmente también en el mundo neotestamentario: “Sino que Dios ha escogido lo necio del mundo para avergonzar a los sabios; y Dios ha escogido lo débil del mundo para avergonzar a lo que es fuerte. También Dios ha escogido lo vil y despreciado del mundo: lo que no es, para anular lo que es, para que nadie se jacte delante de Dios”[11]. Dios eligió lo que el mundo tiene por necio para humillar a los sabios; lo débil, para humillar a los fuertes; lo vil, lo despreciable, lo que es nada, para anular a los que son algo. Este planteamiento es particularmente querido de la teología deuteronomista, que lo usa casi como un hilo teológico sutil en toda su obra. Típica en este sentido es la página del duelo entre David y Goliat[12], que, en su vigorosa escenificación, parece ser justamente la demostración simbólica de la tesis.
Guerrero frente a pastor, violento frente a pequeño, ideal humano e ideal divino se enfrentan en esta escena ejemplar. El discurso contenido en 1 Samuel 17.45-47 es una profesión de fe que hace a Dios aliado invencible del hombre. A las tres armas del filisteo: espada, lanza y jabalina, se contrapone la realidad del Señor expresada a través de sus tres nombres, el nombre por excelencia, Adonay y sus dos títulos antiguos más famosos: “Señor de los ejércitos” y “Dios de los escuadrones de Israel”[13]. Desde aquel momento, detrás de David se alza el Señor, que se convierte en el verdadero arbitro de la lucha.
Pero este tema puede seguirse muy a menudo. Pensemos en el contraste inicial de 1 Samuel: Entre Ana, la estéril, y la orgullosa Penina, la fecunda. Pensemos en el citado cántico de Ana, presidido justamente por el tema del poder del Señor, que en sus opciones prefiere al débil y al humilde. Pero sobre todo pensemos en la oposición David-Saúl, de quien se dice que “No había nadie más bien parecido que él entre los Israelitas; de los hombros arriba sobrepasaba a cualquiera del pueblo”[14]. En cambio, el primero es pequeño y olvidado incluso por su padre. En efecto, es significativo el relato de 1 Samuel 16.1-13, cuando, en presencia de Samuel, Isaí hace pasar a sus hijos mayores. Pero “el SEÑOR dijo a Samuel: "No mires a su apariencia, ni a lo alto de su estatura, porque lo he desechado; porque Dios no ve como el hombre ve, pues el hombre mira la apariencia exterior, pero el SEÑOR mira el corazón”[15]. Y también en el contraste bélico entre David “combatiente” en el desierto de Judá y el ejército de Saúl, el acento recae siempre en la bondad y en la magnanimidad del primero. También cuando David haya alcanzado el nivel supremo de la realeza, el narrador estará siempre atento a subrayar su debilidad, e incluso su pecado, para hacer resaltar el primado de Dios, que puede usar también instrumentos imperfectos para la realización de su proyecto.
De este modo se perfila otro tema teológico que ahora desarrollaremos. Pero dentro de él aparece una vez más el esquema de la elección del débil: Urías, herido por el pecado del poder de David, no es olvidada, porque la voz de Dios a través del profeta Natán le da satisfacción y le hace justicia.
3. El juicio sobre el pecado.
Orígenes escribió que el rostro de David irradiaba luz como el de Moisés, pero que esta luminosidad estaba atravesada por franjas de sombras, es decir, por el pecado. También Saúl es colocado muy pronto bajo el signo del pecado[16]. Pero es curioso que la narración de 1-2 Samuel insista tanto en presentar la vida de David como surcada por el pecado. En efecto, su historia de rey está rodeada, en inclusión, por dos grandes cuadros de pecado.
a. El primero es el de los capítulos 11-12, construidos hábilmente a nivel literario en nueve pequeñas escenas recitadas siempre por dos actores[17]: David y Betsabé; David y Urías; David y Joab; David y Natán; David y Dios; David y los ministros. El pecado de adulterio con Betsabé y del asesinato de Urías, justificado por el poder, está bajo el juicio de Dios, que se coloca siempre del lado de la justicia violada: “Pero lo que David había hecho fue malo a los ojos del SEÑOR”[18]. En medio del silencio cómplice y adulador de los súbditos se alza acusadora la voz de la profecía, que adopta el conocido método de implicar al pecador en un caso externo, que al final se revela estrictamente personal: de espectador que condena, el pecador se convierte en el auto condenado. Es el caso de la estupenda parábola del pobre y de su “corderilla”[19]. En el fuerte grito: “Tú eres aquel hombre”[20] se oculta la implacable denuncia de Dios de las injusticias de los poderosos.
El que juzga entonces es Dios mismo, que es también la parte civil; porque no es solo Urías el herido, sino el mismo Señor, defensor de los débiles. La condena está formulada según el canon de la justicia del talión: “…Has matado a espada…la espada nunca se apartará de tu casa,…has tomado la mujer de Urías el Hitita para que sea tu mujer…tomaré tus mujeres delante de tus ojos y las daré a tu compañero, y éste se acostará con tus mujeres a plena luz del día”[21]. David, vuelto a la sinceridad de la conciencia, se abre a Dios en la confesión: “He pecado contra el Señor”[22]. Pero Dios, aunque perdona la culpa, debe ser el garante de la justicia, por lo cual ha de dar curso a la pena: David será castigado como padre perdiendo el hijo tenido de Betsabé. La muerte del hijo, en la visión hebrea, se convierte casi en el símbolo de la muerte del rey pecador justamente en su misma carne. Pero el nacimiento de Salomón será la señal del “renacimiento” de David y de su vuelta a la comunión con Dios y con su justicia.
b. El pecado aparece también al final del relato de 2 Samuel. El capítulo 24 está también presidido por el esquema pecado-arrepentimiento-perdón. El censo[23] es visto como un acto de orgullo por parte de David, acto instigado por Dios mismo según la antigua concepción por la que a Dios se atribuye todo, bien y mal, para evitar el dualismo. La peste es el juicio de Dios por el pecado del rey; la súplica y la conversión de David tienen como ofrenda el altar, que anticipará idealmente el Templo salomónico[24]. En todo caso, en las palabras de David aparece un fuerte sentido del pecado: “He pecado en gran manera por lo que he hecho. Pero ahora, oh SEÑOR, Te ruego que quites la iniquidad de Tu siervo, porque he obrado muy neciamente”[25]. Se introduce también el principio de la responsabilidad personal frente al tradicional de la culpa comunitaria, siendo el rey símbolo de la nación: “Yo soy el que ha pecado, y yo soy el que ha hecho mal; pero estas ovejas, ¿qué han hecho? Te ruego que Tu mano caiga sobre mí y sobre la casa de mi padre”[26].
[1] 1 Crónicas 29.29.
[2] Siglo VI a.C.
[3] 2 Samuel 1.18.
[4] 1 Samuel 27.6. NBLH
[5] 1 Samuel 9.9.
[6] 2 Samuel 7.11. NBLH
[7] Salmos 89.5. NC
[8] 2 Samuel 23.5. NBLH
[9] Génesis 15.5; 17; 22.17.
[10] 2 Crónicas 13.5; 21.7.
[11] 1 Corintios 1.27-29. NBLH
[12] 1 Samuel 17.
[13] 1 Samuel 17.45.
[14] 1 Samuel 9.2. NBLH
[15] NBLH
[16] 1 Samuel 15.
[17] 2 Samuel 11-12.
[18] 2 Samuel 11.27. NBLH
[19] 2 Samuel 12.1-4.
[20] 2 Samuel 12.7. Ibid
[21] 2 Samuel 12.9-11. Ibid
[22] 2 Samuel 12.13. Ibid
[23] 2 Samuel 24.1-9.
[24] 2 Samuel 24.18-25.
[25] 2 Samuel 24.10. NBLH
[26] 2 Samuel 24.17. Ibid
El título “Samuel” no es completamente apropiado, ya que este profeta no es más que la primera de las tres figuras de importancia cuya vida se registra en estos libros; los otros dos son Saúl y David. Encontramos la muerte de Samuel en 1 Samuel 25.1, por lo que no puede haber sido él el autor total, a pesar de la tradición que encontramos en el Talmud babilónico. Para la confección de sus libros Samuel debe haber contado con el documento denominado “Las crónicas de Samuel vidente”[1], ya que no puede referirse a los libros de Samuel propiamente dichos.
Los libros de Samuel cubren un período de alrededor de un siglo, aproximadamente alrededor de 1050–950 a.C.
A. Autor y propósito.
1. Autor.
El nombre Samuel en el título se refiere al primer personaje de importancia en los libros, su muerte ya se registra en 1 Samuel 25.1. Si Samuel inició el escrito y otro autor lo concluyó, puede ser que no fuera solo uno, sino que varios lo hicieran, o bien, que el autor real hubiese vivido después ya que se relata la muerte de Salomón, hacia fines del siglo X a.C., y 1 Samuel 27.6 demuestra conocimiento de la división del reino. De ser así, el autor de toda esta obra histórica los escribió en la época del exilio babilónico[2]. Algunos versículos, como son 1 Samuel 9.9 y 2 Samuel 13.18, sugieren que el escritor vivió mucho después de los eventos que registra. No obstante, éste se valió de muchos documentos originarios antiguos y auténticos, uno de los cuales es mencionado por nombre[3]. El Talmud consideraba l y 2 de Samuel obra de Samuel, Natán y Gad, basándose en la uniformidad de estilo de estos siete libros, de su cadencia estructural y de su organicidad histórica, ha formulado la hipótesis de una unidad verdadera y profunda de redacción, incluso cronológica, después de la destrucción de Jerusalén.
2. El propósito.
Por el hecho de cubrir la era de transición entre una incoherente constitución tribal bajo los Jueces a una monarquía, los libros de Samuel necesariamente ofrecen una visión del valor de la monarquía, pero diversos pasajes ofrecen impresiones diferentes. 1 Samuel 8 ofrece una sarcástica crítica del reino; en 1 Samuel 12.19 el pueblo reconoce que ha hecho mal en pedir rey; pero en 1 Samuel 10.24–27; 11.14, encontramos una visión positiva. Estudios recientes han mostrado una tensión similar dentro del relato de la sucesión: Algunos pasajes son favorables a David y Salomón, mientras que otros claramente los critican. A menudo se han utilizado estos puntos de vista diferentes como criterio en cuanto a fuentes e historicidad; pero no cabe duda de que la tensión es original, cualquiera sea la reconstrucción histórica digna de crédito que se adopte, y el valor de los criterios es dudoso. De cualquier manera, como incorporó material de ambas tendencias, es poco probable que el autor final haya sido pro o antimonárquico. Más bien su actitud fue típicamente profética, por cuanto vio la monarquía como una constitución ordenada por Dios, pero con una perspectiva independiente y objetiva de cada monarca individual.
Es importante que no dejemos de lado el motivo biográfico. Hubo un genuino interés en la vida y acciones de los dirigentes israelitas. La convicción de los escritores bíblicos era la de que Dios mismo se había asociado con la historia y gobernaba todo su curso, lo que dio a los libros históricos del Antiguo Testamento su calidad y contenido teológicos. La historia con tinte teológico de ninguna manera deja de ser historia.
Sobre todo, el autor quería demostrar la mano de Dios y sus propósitos en todos estos eventos históricos. En particular, estos libros son un comentario sobre la monarquía, institución que últimamente fracasó y que, no obstante, estableció la base de la esperanza mesiánica. En este contexto más amplio, los libros de Samuel tratan de los dos primeros reyes: Saúl y David. David fue el rey más grande de Israel y sus importantes logros se describen en detalle. Pero distaba de ser perfecto, y por cierto que a su reinado no le faltaron problemas. Los libros de Samuel explican las dos facetas, y muestran como Dios imponía su voluntad en la historia de Israel por medio de interactuar con David y otros individuos importantes. El mensaje es un llamado al arrepentimiento, al sufrir el pueblo de Dios durante el exilio por sus pecados cometidos en el pasado. También es un llamado a tener fe, con sus recordatorios de la elección de Israel por parte de Dios, su providencia para su pueblo en todas las edades, su fidelidad a él y su promesa de un Rey venidero.
B. Fuentes y composición.
No puede haber duda alguna de que quien escribió los libros de Samuel hizo uso de algunos documentos primitivos, aunque es imposible determinar cuántos. Ningún hombre vivió durante los tres períodos de Samuel, Saúl y David; y las afirmaciones que contienen la frase “hasta hoy”[4] sugieren cierto lapso de tiempo antes de los propios días del autor. Por ello se ha tratado de aislar las fuentes de las que tomó su material el autor, intento que ha dado como resultado una cantidad de esquemas diferentes.
Algunos han opinado que las piezas documentarias que sirvieron de base al Pentateuco también surgen en Samuel. Actualmente se tiende a considerar que Samuel es una fusión de narraciones individuales, unidas por etapas. Otros sostienen que el autor de Samuel había utilizado cinco documentos básicos: una historia de los primeros años de Samuel, una historia del Arca del Pacto, una historia de la monarquía que le daba un tratamiento hostil, y una historia cortesana de David.
No se ha podido aclarar el número y la naturaleza de las fuentes de Samuel, que en consecuencia son objeto de disputa. El mismo autor sin duda alguna hizo su propia contribución, como se ve claramente por las referencias a su propia época y los comentarios explicativos[5]. Es digno de tomar en cuenta que en Samuel faltan las claras estructuras editoriales y las fórmulas de Jueces y Reyes. Este hecho, entre otros, hace pensar en un origen diferente para Samuel, y se opone a la hipótesis de un relato deuteronómico unificado, Josué-Reyes. Podría ser, sin embargo, que hubo una redacción final, de alcance limitado, cuando Samuel y Reyes fueron unidos en el período del exilio, o poco después.
C. El texto.
Hay numerosos problemas en el texto hebreo de Samuel, y los comentarios y traducciones a menudo buscan apoyo en la Septuaginta. Es lamentable que el texto masorético no se haya conservado bien. Los manuscritos de la Septuaginta no solo permiten aclarar muchos versículos en los que el texto hebreo es oscuro y problemático, sino que también ofrecen lecturas variantes donde tiene sentido el texto hebreo. La variación más notable se encuentra en 1 Samuel 17, donde la Septuaginta es mucho más breve que el texto masorético y no incluye 1 Samuel 17.12–31 y 17.55–18.5.
Otras dos fuentes de testimonio las tenemos en pasajes paralelos de Crónicas, y fragmentos de copias de Samuel encontradas en Qumrán, que aportan algunas evidencias útiles adicionales. Este último material tiende a apoyar a la Septuaginta en los pasajes en que difiere del texto masorético, y recientemente algunas versiones han hecho considerable uso de estos testimonios. Existe amplio consenso en que los testimonios sugieren, no tanto que el texto hebreo de Samuel fue pobremente preservado, sino que existieron importantes reseñas del libro.
D. Problemas en el estudio de los libros de Samuel.
Hay tres problemas básicos en la manera de encarar el estudio de los libros de Samuel.
1. El primero es textual. ¿Se debe seguir el texto hebreo estándar, o el de Qumrán u otras evidencias donde éstos difieren?
2. El segundo es literario. ¿Las secciones complejas de Samuel se basan en diferentes documentos originarios o tradiciones? En dicho caso, ¿tienen que separarse del texto y ser considerados individualmente?
3. El tercero es histórico. ¿Los hechos sucedieron exactamente como aparecen en Samuel, o debemos tratar de descifrar entre lo histórico y lo que no lo es? A veces los tres problemas se dan al mismo tiempo como en el relato de David y Goliat que apuntamos antes. En la Septuaginta el texto es mucho más breve siendo un manuscrito griego que en el texto masorético hebreo, y muchos opinan que el texto más breve es el original. El relato hebreo quizá haya utilizado materiales de por lo menos un documento originario más. De ser así, ¿este material adicional es o no tan históricamente fidedigno como los demás?
Para entrar en una explicación detallada de preguntas técnicas como éstas, deben consultarse comentarios más extensos.
Muchos estudios recientes enfatizan la necesidad de encarar al material como una unidad, sin negar que los autores bíblicos se hayan valido de muchas fuentes.
No se puede negar que existen algunos problemas históricos. No obstante, los escritores bíblicos creían indudablemente que estaban presentando hechos históricos, y debemos compartir su forma de pensar si hemos de comprender su propósito y mensaje. Para este período en la historia de Israel hay escasa evidencia externa, pero podemos ofrecer dos argumentos para apoyar la exactitud histórica en general de los libros de Samuel.
1. El contenido en general, visto panorámicamente tiene sentido y concuerda bien con el contexto histórico. Por ejemplo, el comienzo de la monarquía de los israelitas ha de haber sido inevitablemente difícil y controversial, exactamente como se lo presenta. Además, las actividades filisteas son totalmente creíbles.
2. Las descripciones de los personajes principales son plausibles. David, en particular, es presentado realísticamente como un hombre muy habilidoso y atractivo, pero con algunas debilidades y fallas muy evidentes. No se lo idealiza, a pesar de ser tratado con simpatía.
B. La teología de la historia.
Naturalmente, la historia posee una perspectiva precisa, desde la cual lee todo acontecimiento y cada documento recibido de la tradición. Tres son las pautas teológicas que presiden esta hermenéutica de la historia: la promesa-alianza con David, la elección del último, el juicio sobre el pecado. Intentemos definir ahora estos tres nudos hermenéuticos a través de algunas páginas típicas.
1. La alianza “mesiánica” con la “casa” davídica.
El texto fundamental es la célebre profecía de Natán, registrada en 2 Samuel 7 y elaborada poéticamente también en Salmos 89. Al deseo de David de poseer un Templo en la capital recién constituida, Jerusalén, así como de tener por ciudadano de su reino también a Adonay, Natán opone la inesperada decisión de Dios. El Señor, más que ser encuadrado en el espacio sagrado de la “casa” del Templo, prefiere estar presente en la realidad que más afecta al hombre, a saber, la historia, expresada en la “casa” dinástica de David: “El SEÑOR también te hace saber que el SEÑOR te edificará una casa”[6]. “Afirmaré por siempre tu prole y estableceré tu trono por generaciones”[7]. Tenemos aquí la configuración de dos grandes marcos de la teología bíblica.
El primero define estructuralmente una de las cualidades fundamentales: la revelación bíblica conoce como campo privilegiado la historia y la existencia del hombre. El segundo es, en cambio, el mesiánico. La profecía de Natán, que anuncia una presencia especial de Dios en la estirpe de David, constituye el texto base de la esperanza mesiánica real. Dentro de este hilo dinástico, a menudo retorcido y oscuro, se entrevé la promesa de un “hijo de David” perfecto, que sea verdaderamente “Emanuel”: “Dios con nosotros”, presencia suprema de Dios y de su palabra en la historia.
A este respecto, el texto de 2 Samuel 7 se proyecta sobre muchas páginas bíblicas a partir justamente del retrato davídico de 2 Samuel. El motivo aparece en el “testamento de David” de 2 Samuel 23: “En verdad, ¿no es así mi casa para con Dios? Pues El ha hecho conmigo un pacto eterno, Ordenado en todo y seguro”[8]. Es celebrado por todo “el libro del Emanuel” de Isaías 7-11, tiene una reformulación en Jeremías 23.5-6 y una repetición en 33.20-22, donde se recuerdan también las alianzas cósmicas y abrahamícas[9]. El motivo reaparece en el Isaías 55.3; es muy querido también del cronista[10] y, según vimos, en Salmos 89. Será esta página la que sostenga a Israel incluso en los momentos tenebrosos: El “consagrado” de Dios es el heredero de la promesa divina; promesa que no puede extinguirse, porque nace de Dios y se puede realizar incluso por caminos inesperados. Con el fin de la dinastía davídica en el 586 a.C., se abre entonces un nuevo horizonte para la profecía de Natán: la genealogía del Mesías davídico no será ya necesariamente biológica y dinástica, sino espiritual y teológica.
2. La elección del último.
Las extrañas elecciones de Dios, que dan la preferencia al débil, al menor, a la estéril, al pobre, son una constante dentro de toda la Biblia, naturalmente también en el mundo neotestamentario: “Sino que Dios ha escogido lo necio del mundo para avergonzar a los sabios; y Dios ha escogido lo débil del mundo para avergonzar a lo que es fuerte. También Dios ha escogido lo vil y despreciado del mundo: lo que no es, para anular lo que es, para que nadie se jacte delante de Dios”[11]. Dios eligió lo que el mundo tiene por necio para humillar a los sabios; lo débil, para humillar a los fuertes; lo vil, lo despreciable, lo que es nada, para anular a los que son algo. Este planteamiento es particularmente querido de la teología deuteronomista, que lo usa casi como un hilo teológico sutil en toda su obra. Típica en este sentido es la página del duelo entre David y Goliat[12], que, en su vigorosa escenificación, parece ser justamente la demostración simbólica de la tesis.
Guerrero frente a pastor, violento frente a pequeño, ideal humano e ideal divino se enfrentan en esta escena ejemplar. El discurso contenido en 1 Samuel 17.45-47 es una profesión de fe que hace a Dios aliado invencible del hombre. A las tres armas del filisteo: espada, lanza y jabalina, se contrapone la realidad del Señor expresada a través de sus tres nombres, el nombre por excelencia, Adonay y sus dos títulos antiguos más famosos: “Señor de los ejércitos” y “Dios de los escuadrones de Israel”[13]. Desde aquel momento, detrás de David se alza el Señor, que se convierte en el verdadero arbitro de la lucha.
Pero este tema puede seguirse muy a menudo. Pensemos en el contraste inicial de 1 Samuel: Entre Ana, la estéril, y la orgullosa Penina, la fecunda. Pensemos en el citado cántico de Ana, presidido justamente por el tema del poder del Señor, que en sus opciones prefiere al débil y al humilde. Pero sobre todo pensemos en la oposición David-Saúl, de quien se dice que “No había nadie más bien parecido que él entre los Israelitas; de los hombros arriba sobrepasaba a cualquiera del pueblo”[14]. En cambio, el primero es pequeño y olvidado incluso por su padre. En efecto, es significativo el relato de 1 Samuel 16.1-13, cuando, en presencia de Samuel, Isaí hace pasar a sus hijos mayores. Pero “el SEÑOR dijo a Samuel: "No mires a su apariencia, ni a lo alto de su estatura, porque lo he desechado; porque Dios no ve como el hombre ve, pues el hombre mira la apariencia exterior, pero el SEÑOR mira el corazón”[15]. Y también en el contraste bélico entre David “combatiente” en el desierto de Judá y el ejército de Saúl, el acento recae siempre en la bondad y en la magnanimidad del primero. También cuando David haya alcanzado el nivel supremo de la realeza, el narrador estará siempre atento a subrayar su debilidad, e incluso su pecado, para hacer resaltar el primado de Dios, que puede usar también instrumentos imperfectos para la realización de su proyecto.
De este modo se perfila otro tema teológico que ahora desarrollaremos. Pero dentro de él aparece una vez más el esquema de la elección del débil: Urías, herido por el pecado del poder de David, no es olvidada, porque la voz de Dios a través del profeta Natán le da satisfacción y le hace justicia.
3. El juicio sobre el pecado.
Orígenes escribió que el rostro de David irradiaba luz como el de Moisés, pero que esta luminosidad estaba atravesada por franjas de sombras, es decir, por el pecado. También Saúl es colocado muy pronto bajo el signo del pecado[16]. Pero es curioso que la narración de 1-2 Samuel insista tanto en presentar la vida de David como surcada por el pecado. En efecto, su historia de rey está rodeada, en inclusión, por dos grandes cuadros de pecado.
a. El primero es el de los capítulos 11-12, construidos hábilmente a nivel literario en nueve pequeñas escenas recitadas siempre por dos actores[17]: David y Betsabé; David y Urías; David y Joab; David y Natán; David y Dios; David y los ministros. El pecado de adulterio con Betsabé y del asesinato de Urías, justificado por el poder, está bajo el juicio de Dios, que se coloca siempre del lado de la justicia violada: “Pero lo que David había hecho fue malo a los ojos del SEÑOR”[18]. En medio del silencio cómplice y adulador de los súbditos se alza acusadora la voz de la profecía, que adopta el conocido método de implicar al pecador en un caso externo, que al final se revela estrictamente personal: de espectador que condena, el pecador se convierte en el auto condenado. Es el caso de la estupenda parábola del pobre y de su “corderilla”[19]. En el fuerte grito: “Tú eres aquel hombre”[20] se oculta la implacable denuncia de Dios de las injusticias de los poderosos.
El que juzga entonces es Dios mismo, que es también la parte civil; porque no es solo Urías el herido, sino el mismo Señor, defensor de los débiles. La condena está formulada según el canon de la justicia del talión: “…Has matado a espada…la espada nunca se apartará de tu casa,…has tomado la mujer de Urías el Hitita para que sea tu mujer…tomaré tus mujeres delante de tus ojos y las daré a tu compañero, y éste se acostará con tus mujeres a plena luz del día”[21]. David, vuelto a la sinceridad de la conciencia, se abre a Dios en la confesión: “He pecado contra el Señor”[22]. Pero Dios, aunque perdona la culpa, debe ser el garante de la justicia, por lo cual ha de dar curso a la pena: David será castigado como padre perdiendo el hijo tenido de Betsabé. La muerte del hijo, en la visión hebrea, se convierte casi en el símbolo de la muerte del rey pecador justamente en su misma carne. Pero el nacimiento de Salomón será la señal del “renacimiento” de David y de su vuelta a la comunión con Dios y con su justicia.
b. El pecado aparece también al final del relato de 2 Samuel. El capítulo 24 está también presidido por el esquema pecado-arrepentimiento-perdón. El censo[23] es visto como un acto de orgullo por parte de David, acto instigado por Dios mismo según la antigua concepción por la que a Dios se atribuye todo, bien y mal, para evitar el dualismo. La peste es el juicio de Dios por el pecado del rey; la súplica y la conversión de David tienen como ofrenda el altar, que anticipará idealmente el Templo salomónico[24]. En todo caso, en las palabras de David aparece un fuerte sentido del pecado: “He pecado en gran manera por lo que he hecho. Pero ahora, oh SEÑOR, Te ruego que quites la iniquidad de Tu siervo, porque he obrado muy neciamente”[25]. Se introduce también el principio de la responsabilidad personal frente al tradicional de la culpa comunitaria, siendo el rey símbolo de la nación: “Yo soy el que ha pecado, y yo soy el que ha hecho mal; pero estas ovejas, ¿qué han hecho? Te ruego que Tu mano caiga sobre mí y sobre la casa de mi padre”[26].
[1] 1 Crónicas 29.29.
[2] Siglo VI a.C.
[3] 2 Samuel 1.18.
[4] 1 Samuel 27.6. NBLH
[5] 1 Samuel 9.9.
[6] 2 Samuel 7.11. NBLH
[7] Salmos 89.5. NC
[8] 2 Samuel 23.5. NBLH
[9] Génesis 15.5; 17; 22.17.
[10] 2 Crónicas 13.5; 21.7.
[11] 1 Corintios 1.27-29. NBLH
[12] 1 Samuel 17.
[13] 1 Samuel 17.45.
[14] 1 Samuel 9.2. NBLH
[15] NBLH
[16] 1 Samuel 15.
[17] 2 Samuel 11-12.
[18] 2 Samuel 11.27. NBLH
[19] 2 Samuel 12.1-4.
[20] 2 Samuel 12.7. Ibid
[21] 2 Samuel 12.9-11. Ibid
[22] 2 Samuel 12.13. Ibid
[23] 2 Samuel 24.1-9.
[24] 2 Samuel 24.18-25.
[25] 2 Samuel 24.10. NBLH
[26] 2 Samuel 24.17. Ibid