Capítulo 1
I. Historia Primitiva de la Iglesia.
A. La
Iglesia en Jerusalén.
1. Introducción del libro.
1.1-5 Hechos comienza con un prólogo que es un recurso literario que sirve para retomar el final del primer “tratado” que es precisamente donde Lucas había terminado el primer relato, por lo que si bien es cierto que en un tiempo el Evangelio y Hechos estaban unidos como un solo tomo, en realidad eran dos libros diferentes aunque una continuación.
Encontramos la dedicatoria a Teófilo bellamente incluida, en un breve resumen del libro anterior. Este procedimiento se encuentra en conexión con la costumbre propia de esta época. Pero, ¿quién era Teófilo? El nombre significa “Amigo de Dios” y bien puede ser un personaje real o simplemente una manera poética con la que Lucas se dirige a la Iglesia. Si es una persona, bien puede ser el mecenas del autor.
Pero la cuestión de importancia no es el destinatario del tratado, sino lo que “comenzó Jesús a hacer y también a enseñar y sobre el mandato que dio a los enviados a través del Espíritu Santo, a los cuales seleccionó y luego fue tomado arriba”.
Antes de ser arrebatado al cielo, Jesús estuvo por un mes y diez días hablando con los discípulos acerca del Reino de Dios. Llama la atención que muchos religiosos hoy día siguen hablando del Reino de Dios como algo futuro, mientras que Jesús habla con sus discípulos del tema como algo cercano, o ¿acaso será relevante para nosotros lo que va a ocurrir en dos o tres mil años?
Pero el inicio del Reino no podía comenzar de manera tan sencilla. Ellos recibieron lo que hoy llamamos “La Gran Comisión”, pero necesitaban el poder para poder ejercerla. Habían sido sumergidos en agua, pero les era necesario ser sumergido en el Espíritu Santo. Inmediatamente aparece el tema central de Hechos, insistiendo en Jerusalén, el lugar central de los acontecimientos salvíficos, y lugar de arranque de la misión de la Iglesia. Dios ha mantenido su promesa hacia las esperanzas escatológicas de Israel, pero Israel ha rechazado de manera reiterada a Dios; así, la Iglesia de Cristo debe difundir el anuncio, rechazado por el mismo pueblo donde nació “hasta los confines del mundo”.
Lucas no especula que la resurrección de Jesús sea como una vuelta a la experiencia mundana, sino como la prueba definitiva de la naturaleza divina de la encarnación y su retorno a la vida futura, definitiva junto al Padre. Las apariciones tienen pues un valor demostrativo para los doce, después de la quiebra y el desánimo experimentado por ellos tras la muerte de Jesús.
2. La Promesa del Espíritu Santo.
1.6 Cuando Jesús murió en la cruz, los discípulos perdieron toda esperanza en que el reino de Israel volviera a levantarse y que Roma cayera bajo él, pero cuando Jesús resucita, ocupa cuarenta días para hablarles del Reino de Dios, pero ellos seguían pensando de la manera que los hacían los judíos, un reino guerrero-político-religioso.
1.7-8 Son muchas las preguntas que se hacen los humanos acerca del accionar de Dios: ¿Por qué Dios permite tanta violencia? ¿Por qué Dios permite los desastres en donde mueren tantos inocentes? ¿Por qué las riquezas están mal repartidas?, etc. A pesar de que en momentos nos parecen válidas nuestras interrogaciones acerca de lo que hace o no hace Dios, Jesús le dio a sus discípulos una respuesta que es válida para nuestras preguntas también: A nosotros no nos importa, esos son los negocios de Dios. Pero que sí debe de importarnos el hacer la obra de Dios en la tierra.
Ahora bien, para poder hacer la obra de Dios es necesario no solo tener el conocimiento, sino también tener el poder, pero este no es un poder humano, sino un poder divino. Esto es lo único que puede ser efectivo para que los hombres reconozcan su estado perdido y es la única manera en que el testimonio pueda ser brindado de manera correcta.
¿Cómo recibirían el poder? Por medio del Espíritu Santo. En el Antiguo Testamento solo encontramos tres menciones del Espíritu Santo: “Pero ellos se rebelaron Y afligieron Su Santo Espíritu; Por lo cual El se convirtió en su enemigo Y peleó contra ellos. Entonces Su pueblo se acordó de los días antiguos, de Moisés. ¿Dónde está el que los sacó del mar con los pastores de Su rebaño? ¿Dónde está el que puso Su Santo Espíritu en medio de ellos…?”[1], y: “No me eches de Tu presencia, Y no quites de mí Tu Santo Espíritu”[2], es más bien una doctrina que se desarrolla en el Nuevo Testamento. Es importante comprender que el Espíritu Santo no añade nada nuevo en la revelación a lo ya dado en la planificación de Jesucristo. El Espíritu Santo es un testimonio iluminador sobre lo ya dicho y hecho por Jesús, que acompañará a los Apóstoles y a su Iglesia.
En cuanto al orden de la predicación, es lógica. Primero, Jerusalén, en donde todavía estaba mucha gente debido a que después de la fiesta de la Pascua se celebraba la fiesta de Pentecostés; luego Judea, porque ahí habían escuchado la predicación de Jesús y le habían aceptado; después Samaria, que habían estado receptivos a la enseñanza de Jesús; y por último, el resto de la tierra.
3. La ascensión de Jesús.
1.9-11 Este versículo es el eslabón que une Lucas 24.50-51 con el segundo tratado. Jesús se encontraba con sus brazos extendidos, en acto de bendecirlos, cuando fue levantado y ocultado por una nube de la vista de los apóstoles. Esto debió dejarlos perplejos y no podían moverse de su sitio.
La situación del momento no les permite ver que hay dos hombres que han aparecido junto a ellos. Lucas no nos dice que vinieron caminando ni bajaron volando, sino que de pronto, estaban con ellos. La mención de la ropa blanca nos da pie para creer que estos son ángeles que se presentan para hacerlos volver en sí y que sigan con las órdenes que les dejó el Maestro de esperar en Jerusalén, pero además les hacen ver que Jesús volverá de la misma manera en que subió, por lo que todo aquel que diga que es Cristo en su regreso, es un mentiroso, porque el Señor volverá de la misma manera en que partió.
4. Esperando en Jerusalén.
1.12-14 Según Lucas 24.50, la ascensión tuvo lugar en Betania, como a tres kilómetros de Jerusalén[3], pero por la ladera oriental del cerro, el lado más cercano, que es la cumbre, está como a un kilómetro de la ciudad, es decir, la distancia que podía recorrer un judío en día sábado. Ellos ahora no se quedan solos como después de la muerte de Jesús, cuando estaban tristes; ahora están alegres, llenos de gozo al saber que en cualquier momento se reunirán de nuevo con su Maestro.
Los once discípulos habían decidido quedarse juntos en el aposento alto, probablemente en el mismo en que se había celebrado la última cena. Ahí iban a esperar la promesa que habían recibido del Señor. Ahora ya no se sentían temerosos, se mantenían orando, junto con las mujeres y la familia de Jesús. ¿Dónde oraban? No lo hacían en el aposento alto, como han supuesto algunos, sino que lo hacían en el Templo[4].
Aquí va a aparecer María mencionada por última vez en el relato. Se hace una mención de ella de manera especial, distinguiéndola de las otras mujeres: Magdalena, las otras Marías, Marta, etc., no como muestra de adoración, sino para ligarla a Juan, por un lado, y a los hermanos de Jesús, que los vemos por primera vez participando como creyentes.
Desde la resurrección hasta la fiesta de Pentencostés eran cincuenta días y la ascensión ocurrió diez días antes, por lo que los discípulos esperaron esos diez días en oración, pero también haciendo otras cosas, como podemos ver en el siguiente apartado.
5. Elección de Matías.
1.15-26 Ya estaba por llegar el momento en que el Reino quedaría establecido y era necesario que todo fuera puesto en orden. Había una reunión de los hermanos, no se nos dice que esta tuviese lugar en el aposento alto, pero ahí estaban reunidos unos ciento veinte. Tampoco podemos creer que solo eran ciento veinte los cristianos ya que Pablo asegura que en un momento Jesús fue visto resucitado por más de quinientos hermanos[5]. Pedro toma la palabra para presentar la necesidad que hay de volver al número de apóstoles o enviados original, es decir, doce. Pedro hace un resumen de lo ocurrido con Judas y de que era algo que ya el Espíritu Santo había anunciado y de cómo era necesario que otro tomar su lugar. Aunque pareciera que el relato de Pedro es diferente al de Mateo 27:
a. Mateo dice que Judas se ahorcó. Pedro dice que cayó de cabeza y se reventó.
a. Mateo dice que con el dinero de la traición los sacerdotes compraron el campo. Pedro dice que Judas compró el campo.
b. Mateo dice que el terreno comprado se llama “Campo de Sangre” porque se compró con el dinero con que se compró la vida de Jesús. Pedro dice que se llama así por el hecho del final de Judas.
Sobre esto diremos que en el punto 1 es posible que después de que Judas se ahorcó, el cuerpo ya en descomposición, cayera y se reventara. No es nada extraño.
En el punto 2 tampoco hay contradicción; Mateo relata que Judas devolvió el dinero, pero este no podía devolverse al arca de las ofrendas, por lo que los sacerdotes compraron el terreno que en realidad pertenecía a Judas y no tiene nada de extraño que el dueño quisiera venderlo rápidamente al haber ocurrido algo tan macabro como lo sucedido con Judas en su terreno.
Sobre el punto 3 tampoco hay contradicción. Este campo era propiedad de un alfarero, es decir, era un campo utilizado para sacar barro, la materia prima de su dueño, pero este material se dañó para siempre por lo ocurrido con Judas, por lo que venderlo en una suma tan baja no era pérdida, y de hecho, el asunto, conocido por todos en Jerusalén, llevó a que se tomara la decisión de convertirlo en un cementerio para los extranjeros pobres.
Es curiosa la aclaración que hace Lucas del nombre del terreno. El escritor dice “…de modo que aquél campo pequeño vino a ser llamado en el lenguaje de ellos, Akéldama…”, con lo que percibimos que es una narración hecha por alguien ajeno a los judíos, y que escribe para alguien que tampoco es judío, que necesita una traducción.
Para dejar en claro que lo que se hacía no era un capricho, Pedro apunta a las profecías del Antiguo Testamento. Aunque en el momento en que se escriben, pareciera más bien que David se refiere a quienes le perseguían, Pedro aclara que fue el Espíritu Santo quien profetizó por boca de David sobre un hecho que iba a ocurrir muchos años después, y que es probable que el mismo David no entendiera de qué se trataba.
La palabra que traducimos “supervisor” viene del griego επισκοπην, episcopen, que también puede traducirse como “inspector, superintendente, obispo”[6]. Es evidente que en tiempo de David no había obispos, por lo que prefiero traducirlo como “supervisor”, porque siempre ha existido personas que vigilan el trabajo de los demás para que todo se haga correctamente.
Pedro propone que debe haber un sustituto, sin dudar en ningún momento de la validez del apostolado de Judas, pero presenta los requisitos para el sucesor, limitando a los candidatos a solo aquellos que: a. Tenía que haber estado con ellos durante el ministerio del Señor, y b. Tenía que ser testigo de la resurrección de Jesús. Esto es un punto que no pueden defender todos aquellos que hoy día se autodenominan “apóstoles”.
La elección no fue hecha por los apóstoles, ni por los discípulos, sino que llamaron a los candidatos: José y Matías y oraron por ellos y fue Dios mismo el que escogió a Matías. No sabemos qué método usaron para echar las suertes, pero podemos estar seguros que fue Dios mismo quien señaló al sucesor de Judas. En el Antiguo Testamento este es un acto jurídico-religioso; Dios por su propia voluntad, y libre de cualquier influjo humano elige al candidato. El candidato no es elegido por la comunidad, esto cuadra perfectamente con el carácter jurídico-religioso del grupo apostólico.
También es de señalar la oración que presentaron. No fue una oración adornada con muchas palabras, ni tampoco se desvió a hablar de muchas otras cosas, sino que fue directa, al grano. No piden una visión para saber el pensamiento de Dios, sino que se lo dejan directamente a Él.
Algunos han querido desaprobar la elección de Matías aduciendo que se utilizaran “suertes” para su elección, pero hay que tomar en cuenta que a partir de ese momento fue contado como una de los doce. Otros mencionan que Pablo es en realidad el apóstol número 12, y no Matías, pero olvidan que Pablo era el apóstol de los gentiles, era un apostolado especial, constituido directamente por el Señor.
[1] Isaías 63.10-11. NBLH
[2] Salmos 51.11.NBLH
[3] Juan 11.18.
[4] Lucas 24.53.
[5] 1 Corintios 15.6.
[6] Strong, 1984.
1. Introducción del libro.
1.1-5 Hechos comienza con un prólogo que es un recurso literario que sirve para retomar el final del primer “tratado” que es precisamente donde Lucas había terminado el primer relato, por lo que si bien es cierto que en un tiempo el Evangelio y Hechos estaban unidos como un solo tomo, en realidad eran dos libros diferentes aunque una continuación.
Encontramos la dedicatoria a Teófilo bellamente incluida, en un breve resumen del libro anterior. Este procedimiento se encuentra en conexión con la costumbre propia de esta época. Pero, ¿quién era Teófilo? El nombre significa “Amigo de Dios” y bien puede ser un personaje real o simplemente una manera poética con la que Lucas se dirige a la Iglesia. Si es una persona, bien puede ser el mecenas del autor.
Pero la cuestión de importancia no es el destinatario del tratado, sino lo que “comenzó Jesús a hacer y también a enseñar y sobre el mandato que dio a los enviados a través del Espíritu Santo, a los cuales seleccionó y luego fue tomado arriba”.
Antes de ser arrebatado al cielo, Jesús estuvo por un mes y diez días hablando con los discípulos acerca del Reino de Dios. Llama la atención que muchos religiosos hoy día siguen hablando del Reino de Dios como algo futuro, mientras que Jesús habla con sus discípulos del tema como algo cercano, o ¿acaso será relevante para nosotros lo que va a ocurrir en dos o tres mil años?
Pero el inicio del Reino no podía comenzar de manera tan sencilla. Ellos recibieron lo que hoy llamamos “La Gran Comisión”, pero necesitaban el poder para poder ejercerla. Habían sido sumergidos en agua, pero les era necesario ser sumergido en el Espíritu Santo. Inmediatamente aparece el tema central de Hechos, insistiendo en Jerusalén, el lugar central de los acontecimientos salvíficos, y lugar de arranque de la misión de la Iglesia. Dios ha mantenido su promesa hacia las esperanzas escatológicas de Israel, pero Israel ha rechazado de manera reiterada a Dios; así, la Iglesia de Cristo debe difundir el anuncio, rechazado por el mismo pueblo donde nació “hasta los confines del mundo”.
Lucas no especula que la resurrección de Jesús sea como una vuelta a la experiencia mundana, sino como la prueba definitiva de la naturaleza divina de la encarnación y su retorno a la vida futura, definitiva junto al Padre. Las apariciones tienen pues un valor demostrativo para los doce, después de la quiebra y el desánimo experimentado por ellos tras la muerte de Jesús.
2. La Promesa del Espíritu Santo.
1.6 Cuando Jesús murió en la cruz, los discípulos perdieron toda esperanza en que el reino de Israel volviera a levantarse y que Roma cayera bajo él, pero cuando Jesús resucita, ocupa cuarenta días para hablarles del Reino de Dios, pero ellos seguían pensando de la manera que los hacían los judíos, un reino guerrero-político-religioso.
1.7-8 Son muchas las preguntas que se hacen los humanos acerca del accionar de Dios: ¿Por qué Dios permite tanta violencia? ¿Por qué Dios permite los desastres en donde mueren tantos inocentes? ¿Por qué las riquezas están mal repartidas?, etc. A pesar de que en momentos nos parecen válidas nuestras interrogaciones acerca de lo que hace o no hace Dios, Jesús le dio a sus discípulos una respuesta que es válida para nuestras preguntas también: A nosotros no nos importa, esos son los negocios de Dios. Pero que sí debe de importarnos el hacer la obra de Dios en la tierra.
Ahora bien, para poder hacer la obra de Dios es necesario no solo tener el conocimiento, sino también tener el poder, pero este no es un poder humano, sino un poder divino. Esto es lo único que puede ser efectivo para que los hombres reconozcan su estado perdido y es la única manera en que el testimonio pueda ser brindado de manera correcta.
¿Cómo recibirían el poder? Por medio del Espíritu Santo. En el Antiguo Testamento solo encontramos tres menciones del Espíritu Santo: “Pero ellos se rebelaron Y afligieron Su Santo Espíritu; Por lo cual El se convirtió en su enemigo Y peleó contra ellos. Entonces Su pueblo se acordó de los días antiguos, de Moisés. ¿Dónde está el que los sacó del mar con los pastores de Su rebaño? ¿Dónde está el que puso Su Santo Espíritu en medio de ellos…?”[1], y: “No me eches de Tu presencia, Y no quites de mí Tu Santo Espíritu”[2], es más bien una doctrina que se desarrolla en el Nuevo Testamento. Es importante comprender que el Espíritu Santo no añade nada nuevo en la revelación a lo ya dado en la planificación de Jesucristo. El Espíritu Santo es un testimonio iluminador sobre lo ya dicho y hecho por Jesús, que acompañará a los Apóstoles y a su Iglesia.
En cuanto al orden de la predicación, es lógica. Primero, Jerusalén, en donde todavía estaba mucha gente debido a que después de la fiesta de la Pascua se celebraba la fiesta de Pentecostés; luego Judea, porque ahí habían escuchado la predicación de Jesús y le habían aceptado; después Samaria, que habían estado receptivos a la enseñanza de Jesús; y por último, el resto de la tierra.
3. La ascensión de Jesús.
1.9-11 Este versículo es el eslabón que une Lucas 24.50-51 con el segundo tratado. Jesús se encontraba con sus brazos extendidos, en acto de bendecirlos, cuando fue levantado y ocultado por una nube de la vista de los apóstoles. Esto debió dejarlos perplejos y no podían moverse de su sitio.
La situación del momento no les permite ver que hay dos hombres que han aparecido junto a ellos. Lucas no nos dice que vinieron caminando ni bajaron volando, sino que de pronto, estaban con ellos. La mención de la ropa blanca nos da pie para creer que estos son ángeles que se presentan para hacerlos volver en sí y que sigan con las órdenes que les dejó el Maestro de esperar en Jerusalén, pero además les hacen ver que Jesús volverá de la misma manera en que subió, por lo que todo aquel que diga que es Cristo en su regreso, es un mentiroso, porque el Señor volverá de la misma manera en que partió.
4. Esperando en Jerusalén.
1.12-14 Según Lucas 24.50, la ascensión tuvo lugar en Betania, como a tres kilómetros de Jerusalén[3], pero por la ladera oriental del cerro, el lado más cercano, que es la cumbre, está como a un kilómetro de la ciudad, es decir, la distancia que podía recorrer un judío en día sábado. Ellos ahora no se quedan solos como después de la muerte de Jesús, cuando estaban tristes; ahora están alegres, llenos de gozo al saber que en cualquier momento se reunirán de nuevo con su Maestro.
Los once discípulos habían decidido quedarse juntos en el aposento alto, probablemente en el mismo en que se había celebrado la última cena. Ahí iban a esperar la promesa que habían recibido del Señor. Ahora ya no se sentían temerosos, se mantenían orando, junto con las mujeres y la familia de Jesús. ¿Dónde oraban? No lo hacían en el aposento alto, como han supuesto algunos, sino que lo hacían en el Templo[4].
Aquí va a aparecer María mencionada por última vez en el relato. Se hace una mención de ella de manera especial, distinguiéndola de las otras mujeres: Magdalena, las otras Marías, Marta, etc., no como muestra de adoración, sino para ligarla a Juan, por un lado, y a los hermanos de Jesús, que los vemos por primera vez participando como creyentes.
Desde la resurrección hasta la fiesta de Pentencostés eran cincuenta días y la ascensión ocurrió diez días antes, por lo que los discípulos esperaron esos diez días en oración, pero también haciendo otras cosas, como podemos ver en el siguiente apartado.
5. Elección de Matías.
1.15-26 Ya estaba por llegar el momento en que el Reino quedaría establecido y era necesario que todo fuera puesto en orden. Había una reunión de los hermanos, no se nos dice que esta tuviese lugar en el aposento alto, pero ahí estaban reunidos unos ciento veinte. Tampoco podemos creer que solo eran ciento veinte los cristianos ya que Pablo asegura que en un momento Jesús fue visto resucitado por más de quinientos hermanos[5]. Pedro toma la palabra para presentar la necesidad que hay de volver al número de apóstoles o enviados original, es decir, doce. Pedro hace un resumen de lo ocurrido con Judas y de que era algo que ya el Espíritu Santo había anunciado y de cómo era necesario que otro tomar su lugar. Aunque pareciera que el relato de Pedro es diferente al de Mateo 27:
a. Mateo dice que Judas se ahorcó. Pedro dice que cayó de cabeza y se reventó.
a. Mateo dice que con el dinero de la traición los sacerdotes compraron el campo. Pedro dice que Judas compró el campo.
b. Mateo dice que el terreno comprado se llama “Campo de Sangre” porque se compró con el dinero con que se compró la vida de Jesús. Pedro dice que se llama así por el hecho del final de Judas.
Sobre esto diremos que en el punto 1 es posible que después de que Judas se ahorcó, el cuerpo ya en descomposición, cayera y se reventara. No es nada extraño.
En el punto 2 tampoco hay contradicción; Mateo relata que Judas devolvió el dinero, pero este no podía devolverse al arca de las ofrendas, por lo que los sacerdotes compraron el terreno que en realidad pertenecía a Judas y no tiene nada de extraño que el dueño quisiera venderlo rápidamente al haber ocurrido algo tan macabro como lo sucedido con Judas en su terreno.
Sobre el punto 3 tampoco hay contradicción. Este campo era propiedad de un alfarero, es decir, era un campo utilizado para sacar barro, la materia prima de su dueño, pero este material se dañó para siempre por lo ocurrido con Judas, por lo que venderlo en una suma tan baja no era pérdida, y de hecho, el asunto, conocido por todos en Jerusalén, llevó a que se tomara la decisión de convertirlo en un cementerio para los extranjeros pobres.
Es curiosa la aclaración que hace Lucas del nombre del terreno. El escritor dice “…de modo que aquél campo pequeño vino a ser llamado en el lenguaje de ellos, Akéldama…”, con lo que percibimos que es una narración hecha por alguien ajeno a los judíos, y que escribe para alguien que tampoco es judío, que necesita una traducción.
Para dejar en claro que lo que se hacía no era un capricho, Pedro apunta a las profecías del Antiguo Testamento. Aunque en el momento en que se escriben, pareciera más bien que David se refiere a quienes le perseguían, Pedro aclara que fue el Espíritu Santo quien profetizó por boca de David sobre un hecho que iba a ocurrir muchos años después, y que es probable que el mismo David no entendiera de qué se trataba.
La palabra que traducimos “supervisor” viene del griego επισκοπην, episcopen, que también puede traducirse como “inspector, superintendente, obispo”[6]. Es evidente que en tiempo de David no había obispos, por lo que prefiero traducirlo como “supervisor”, porque siempre ha existido personas que vigilan el trabajo de los demás para que todo se haga correctamente.
Pedro propone que debe haber un sustituto, sin dudar en ningún momento de la validez del apostolado de Judas, pero presenta los requisitos para el sucesor, limitando a los candidatos a solo aquellos que: a. Tenía que haber estado con ellos durante el ministerio del Señor, y b. Tenía que ser testigo de la resurrección de Jesús. Esto es un punto que no pueden defender todos aquellos que hoy día se autodenominan “apóstoles”.
La elección no fue hecha por los apóstoles, ni por los discípulos, sino que llamaron a los candidatos: José y Matías y oraron por ellos y fue Dios mismo el que escogió a Matías. No sabemos qué método usaron para echar las suertes, pero podemos estar seguros que fue Dios mismo quien señaló al sucesor de Judas. En el Antiguo Testamento este es un acto jurídico-religioso; Dios por su propia voluntad, y libre de cualquier influjo humano elige al candidato. El candidato no es elegido por la comunidad, esto cuadra perfectamente con el carácter jurídico-religioso del grupo apostólico.
También es de señalar la oración que presentaron. No fue una oración adornada con muchas palabras, ni tampoco se desvió a hablar de muchas otras cosas, sino que fue directa, al grano. No piden una visión para saber el pensamiento de Dios, sino que se lo dejan directamente a Él.
Algunos han querido desaprobar la elección de Matías aduciendo que se utilizaran “suertes” para su elección, pero hay que tomar en cuenta que a partir de ese momento fue contado como una de los doce. Otros mencionan que Pablo es en realidad el apóstol número 12, y no Matías, pero olvidan que Pablo era el apóstol de los gentiles, era un apostolado especial, constituido directamente por el Señor.
[1] Isaías 63.10-11. NBLH
[2] Salmos 51.11.NBLH
[3] Juan 11.18.
[4] Lucas 24.53.
[5] 1 Corintios 15.6.
[6] Strong, 1984.