Capítulo 14
Este capítulo es una continuación del anterior, en donde Jesús dirige sus
últimas instrucciones a sus discípulos, antes de morir.
1. 14.1-4 Jesús fue el Maestro de principio a fin, nunca desertó, a pesar de lo duro y horrible que era lo que venía. Él se mantuvo siempre al cuidado de sus discípulos y por ello les consolaba. Él sabía que ellos sufrirían con su tormento y muerte, que después vendrían momentos de terror para ellos porque asumirían que iba a tener que pasar por lo mismo. Sabía que el corazón de sus discípulos se vería ensombrecido por el dolor y la soledad. Por todo ello, les da su consuelo.
Los discípulos necesitaban fe, confianza, fortaleza. Los momentos que se aproximaban les serían sumamente difíciles. La traición de Judas, el arresto, el forcejeo que se daría y luego el temor que los iba a hacer salir en desbandada, para luego saber que su maestro había sido sacrificado, los desmoralizaría al punto de mantenerse escondidos. Por todo ello necesitaban creer más fielmente en las palabras de Jesús y poner su fe en Dios.
La palabra griega que se traduce como “casa”, οικια, habla más que de un lugar físico, de una familia, de un apoyo completo, de un verdadero “hogar”, es decir, un sitio donde el cansado puede recibir calor y aliento. La palabra griega traducida “moradas”, μοναι, habla de comunión con Dios, de un lugar donde acurrucarse y sentirse seguro.
Jesús, a diferencia de muchos que se hacían y se hacen llamar maestros sin saber de lo que hablan, si sabía, por lo que Él puede decir con toda confianza que si las cosas no fueran como Él decía, mejor no hubiera dicho nada. Por eso es mejor no creernada de lo que se dice en los púlpitos hasta no haber hecho un análisis serio y cuidadoso de lo que dice la Palabra.
Muchas personas tienen la idea de Jesús construyendo casas como las que utilizamos en la actualidad, en el cielo. Hay un libro llamado “El Cielo”, donde el autor da una idea tan materialista de ese lugar, que incluso asegura que allá tendremos a nuestras mascotas, las que tuvimos en la tierra. Y repito, todo esto es materialismo. Hay quienes piensan que en el cielo estarán en reuniones familiares junto con los santos de todas las épocas y podrán hacerle preguntas a Adán, Noé, Abraham, etc., pero todo eso es materialismo. Mi idea del Cielo es un lugar en donde dejaremos de sentirnos seres individuales para pasar la eternidad en completa armonía con Dios. No puedo dejar de recordar el momento del eclipse total de sol que se dio en Julio de 1990 y en cómo me sentí totalmente embelezado; y hay que tomar en cuenta que eso solamente era el que la Luna se interponía entre el Sol y la Tierra y por unos minutos dejamos de ver el astro rey durante el día, así que tratemos de imaginar lo impactante que será estar delante no de nuestra pequeñísima luna interponiéndose entre la Tierra y el Sol, sino lo que será estar delante de Aquel que con solo decirlo, ¡dio forma a la Tierra, la Luna y el Sol! Así que, ¿quién puede pensar que tendrá intenciones de estar haciéndole cariño a su gato que murió cuando tenía cinco años o a jugar con su perro que tuvo cuando era un chiquillo de doce años?
La promesa de Jesús de su regreso es algo que mantiene la fe de los creyentes siempre firme. El saber que nuestra existencia no se limita a lo que vivimos hoy, sino que hay mucho más, incluyendo después de muertos, nos alienta a seguir adelante cada día. Y saber que Jesús volverá para llevar a los suyos con Él, nos mueve a imitarle en todo. Entonces, ¿por qué hay tantos cristianos que viven más como Nerón que como Jesús? Simplemente porque solo son cristianos de apariencia. Ser cristiano no es decirlo, es vivirlo.
Los discípulos sabían cuál era el camino: Jesús mismo, es decir, el camino es imitar a Jesús, vivir santamente, como Él lo hizo. Es curioso que los cristianos, antes de llamarles de esta manera, se les decía que eran los del “Camino”[1].
2. 14.5-7 Normalmente se habla de la dureza de cabeza de Pedro, pero no solo él, sino todos los demás discípulos se mostraron en uno u otro momento tercos, incrédulos, o torpes para entender la enseñanza de Jesús.
Solo Jesús es el “Camino”, porque a pesar de las buenas intenciones, que según los abuelos es de los que está tapizado el camino al infierno, el hombre no puede resolver nada con sus técnicas y proyectos. Toda la problemática del mundo se resume a una sola palabra: Pecado. ¿Qué hace el hombre para “resolver” esto? Lo mismo que el avestruz, esconde su cabeza. Ya no quiere que se use la palabra “pecado” porque es muy fuerte, así que es mejor usar algo más liviano como “error, delincuencia, falta, pifia”, etc. En muchos países, para evitar tener que ahondar en detalles, se da el divorcio con tan solo que uno de los cónyuges diga que ya no hay solución, cuando la Palabra dice que este debe ser solo por causa de inmundicia sexual. El humanismo ha llegado a ocupar el lugar de Dios y su Palabra para “hacer un mundo mejor” que lo único que ha logrado producir es familias destruídas, hijos rebeldes, homosexualismo desvergonzado, corrupción en todos los ámbitos, etc.
Solo Jesús es la verdad. Tristemente, en el transcurso de la historia ha habido muchas personas que se han levantado como “enviados de Dios, iluminados, cristos”, etc., pero solamente Jesús es el verdadero, es el único que ha vivido lo que ha predicado, el único al que no se le puede tachar nada, porque Él no tenía pecado. Buda, Confusio, Mahoma, y tantos otros más, han dejado su marca en muchas personas por su sabiduría, pero ninguno de ellos puede salvar a nadie, y ellos mismos así lo enseñaron; ellos dieron sus pensamientos de cómo, según lo que ellos creyeron, una persona podía ser salva, pero solo Jesús mostró que era por medio de Su sacrificio en la cruz que el hombre podía encontrar la salvación y la libertad.
Para los hombres, la verdad es relativa. Se dice que cuando pusieron a tres ciegos de nacimiento a tocar un elefante, uno de ellos en la trompa, otro en un costado y otro en una pata, al preguntarles cómo era este animal, el primero dijo: Es parecido a una serpiente; el segundo dijo: Es como un muro; y el tercero dijo: Es como un árbol. Los tres tenían la razón, pero al mismo tiempo estaban equivocados. De verdad la verdad de los hombres es relativa, pero la verdad de Dios es única y perfecta. Jesucristo es la verdad de Dios, la única verdad que puede librar al hombre[2], pero la verdad del hombre no puede producir seguridad.
Por ejemplo, hablando de la salvación, para los musulmanes, el propósito de la vida es vivir de forma de agradar a Allah para poder ganar el Paraíso. Se cree que en la pubertad, una cuenta de las deudas de cada persona se abre, y esto será usado en el Día del Juicio para determinar su destino eterno. El Corán también sugiere la doctrina de la predestinación divina[3]. El Corán enseña la necesidad de fe y buenas obras para la salvación. La doctrina musulmana de la salvación es que los incrédulos y los pecadores están condenados, pero el arrepentimiento genuino da como resultado en el perdón de Allah y la entrada al Paraíso al morir.
La salvación, para el hindú, es la liberación del alma del ciclo de la muerte y la reencarnación y se obtiene al alcanzar el nivel espiritual más alto. Es la meta final del hinduismo, que considera al cielo y al infierno ilusiones temporales. Este concepto se llama mukti.
Las Cuatro Nobles Verdades delinean la esencia de la soteriología budista. El sufrimiento es tratado como una enfermedad, la cual se puede curar por el entendimiento de las causas y al seguir el Óctuple Sendero. El Óctuple Sendero incluye moralidad y meditación. Los medios para alcanzar la liberación y se desarrollan con más profundidad en otras enseñanzas Budistas[4].
Tristemente, el hombre se cree muy sabio y entonces busca las respuestas en sus propias deducciones, y curiosamente, cuando quiere construir un puente llama a un ingeniero y a un arquitecto; si quiere la salud, busca al médico; si quiere levantar una empresa, consulta a un abogado; pero cuando se trata de su alma, en lugar de buscar el Consejo de Dios en Su Palabra, prefiere analizar los diferentes pensamientos humanistas.
Solo Jesús es la vida. Hay dos tipos de vida: La vida que todos los seres tenemos en donde podemos respirar, movernos y tener las funciones vitales trabajando, esta es la vida natural. Pero también existe la vidfa eterna, esa es la que nos conecta con Dios. Cristo es el único medio por el cual podemos tener comunión con Dios, por eso Él no solo es la vida, sino el camino que nos lleva al Padre. Dice el refrán: “Todos los caminos llevan a Roma”, pero con Dios, solo Jesús nos conduce el Padre.
Ya habían pasado más de tres años y a pesar de eso, los discípulos no lograban entender la esencia de Jesús; probablemente ellos todavía creían que Él era un maestro más, algunos, como Judas, esperaban que fuera un líder guerrillero que de pronto les diera la orden de levantarse contra los romanos.
Ellos no conocían a Jesús, por lo tanto no lograban conocer al Padre. Los judíos ser jactaban de ser el pueblo elegido por Dios y ellos sabían que Él se revelaba por sus obras[5] y en las Escrituras[6], pero eras solamante a través de Jesucristo que ellos podrían llegar al conocimiento completo del Padre.
3. 14.8-17 Como dijimos antes, los discípulos, entre ellos Felipe, no habían logrado entender la esencia de Jesús, y por eso él pide que Jesús les muestre al Padre directamente. Hoy muchos quieren ver a Jesús directamente y por ello hasta caen en extremos de decir que lo han logrado, pero para hacerlo, lo necesario es estudiar las Escrituras, ya que ellas son las que lo señalan. No es necesario ver a Jesús, ni tampoco ver milagros para creer en Él, con solo Su Palabra es suficiente. Lo que Él habló lo hizo porque el Padre se lo dijo, ya que Jesús y el Padre son una sola unidad em esencia, en propósito y en obra.
Pero Jesús no quiere dejar nada con dudas, así que le dice a Felipe: Si a pesar de lo que les he hablado, no pueden creer, háganlo por medio de las cosas que me han visto hacer. ¿Qué pasa con aquellos que viven buscando ver milagros y señales? Simplemente no creen en Jesús.
Este es un pasaje que ha sido malinterpretado en muchas ocasiones, porque hay quienes dicen tener un poder mayor que el mismo Jesús y que pueden hacer señales mayores que las que Él hizo. Realmente la obra a la que se refería Jesús era la de evangelización, pero esa labor no podían hacerla por sus propios métodos ni fuerzas, sino que necesitarían un Ayudante. ¿Por qué Jesús les dijo que obras mayores harían? Porque su ministerio estaba limitado a los judíos, mientras que sus discípulos tendrían la oportunidad de ir más allá, hasta lo último de la tierra.
¿Qué es pedir en el nombre de Jesús? Son muchos los que han tomado el nombre de Jesús cual si fuera una fórmula mágica para pedir las cosas más ilógicas e incluso le reclaman a Dios porque la promesa de Jesús no se “cumplió”. Creer en el nombre de Jesús y pedir en Su nombre, significa hacerlo de acuerdo a Su voluntad, de acuerdo a Sus enseñanzas. Él no va a responder cuando lo que pedimos va en contra de Su voluntad y a favor de nuestros caprichos.
Hay también muchos que dicen amar a Jesús, pero se niegan a hacer lo que la Palabra de Dios dice. Es por ello que encontramos tantísimas denominaciones, porque aunque digan que aman a Dios y a Jesús, lo que aman es sus propios pensamientos egoístas. ¿Por qué todos los que se dicen llamar cristianos no se unen en una sola Iglesia? Encontramos católicos, calvinistas, luteranos, anglicanos, arminianos, etc., y todos dicen tener la verdad, pero al decirles que se unan, todos gritan y se pelean. Esto ocurre porque definitivamente ninguno tiene la verdad que consiste en creer las enseñanzas que nos da la Palabra de Dios. ¿Quiere saber cuál es la verdera Iglesia? Tome todas las enseñanzas y prácticas y zarandéelas con la Biblia, si estas se encuentran de acuerdo a las Escrituras, usted encontró la verdera Iglesia. Pero no deje que le convenzan simplemente diciéndole que ellos son los verdaderos cristianos porque guardan un nombre o hacen cierta cantidad de cosas de acuerdo al patrón bíblico. ¡La verdadera Iglesia hace todo de acuerdo al patrón bíblico!
La palabra usada y traducida como “Ayudante, Consolador”, es parakletos, que en realidad no tiene un significado adecuado en el español. Para los griegos esta palabra es usada al hablar de un abogado, un ayudante, un testigo, un experto, un consejero, un animador o un psicólogo. Lo importante es que este Ayudante iba a estar con los discípulos y en los discípulos para siempre. ¿Quién sería este Ayudante? El Espíritu de Verdad, el Espíritu Santo.
En el Antiguo Testamento hebreo la palabra ruÆah se usa 378 veces y en el arameo 389 veces; en el Nuevo Testamento, se usa la palabra griega pneuma, 379 veces.
Desde los tiempos más primitivos en el pensamiento hebreo, ruÆah tuvo diversos significados, todos aproximadamente de la misma importancia.
a. Viento, fuerza invisible, misteriosa, poderosa[7], por lo regular con la noción adicional de potencia o violencia[8].
b. Aliento, es decir aire en pequeña escala, o espíritu[9], la misma fuerza misteriosa vista como la vida y la vitalidad del hombre y de las bestias. Puede ser perturbada o activada en un sentido particular[10], puede ser dañada o disminuida[11] y reanimarse nuevamente[12]. Es decir, la fuerza dinámica que constituye al hombre puede reducirse ya que desaparece con la muerte, o puede haber una repentina oleada de poder vital.
c. Poder divino, donde se usa el vocablo ruÆah para describir ocasiones en que algunos hombres pareciera que fueron arrebatados o sacados fuera de sí, en cuyo caso ya no se trata de una mera oleada de vitalidad, sino de una fuerza sobrenatural que se hace cargo de la situación. Así fue particularmente con los primitivos líderes carismáticos[13], y los primeros profetas: Era el mismo ruÆah divino el que inducía los éxtasis y los discursos proféticos[14].
Los mencionados no se deben tratar como si fuesen un conjunto de significados diferentes; más bien estamos ante un espectro de significados en el que los diferentes sentidos se superponen parcialmente unos a otros. Nótese, por ejemplo, la superposición entre a y b en Salmos 78.39, entre a y c en 1 Reyes 18.12; 2 Reyes 2.16; Ezequiel 3.12, 14, entre b y c en Números 5.14, 30; 1 Samuel 16.14–16; Oseas 4.12, y entre a, b, y c en Ezequiel 37.9. Inicialmente por lo menos todos estos casos se consideran simplemente manifestaciones de ruÆah, y los significados de ruÆah no se mantienen separados estrictamente. En particular, por lo tanto, no debemos presuponer una distinción inicial en el pensamiento hebreo entre el ruÆah divino y el ruÆah antropológico; por el contrario, el ruÆah del hombre puede equipararse con el ruÆah de Dios[15].
También resulta inmediatamente evidente que el concepto ruÆah es un término existencial. En su fondo está la experiencia de un poder misterioso y tremendo, la fuerza invisible y portentosa del viento, el misterio de la vitalidad, el poder externo que transforma, todos ellos son ruÆah, todos manifestaciones de energía divina.
Más tarde los significados espíritu humano, espíritu angélico o demoníaco, y Espíritu divino predominan y se diferencian más. Así, en el Nuevo Testamento, pneuma se usa casi 40 veces para denotar esa dimensión de la personalidad humana mediante la cual se hace posible una relación con Dios[16]. Ligeramente más frecuente es el sentido de espíritu impuro, malo, demoníaco, un poder que el hombre experimenta como una aflicción, una limitación perjudicial de la relación plena con Dios y con sus congéneres[17]. Ocasionalmente hay referencias a espíritus celestiales[18], o a los espíritus de los muertos[19]. Pero en el Nuevo Testamento son mucho más frecuentes las referencias al Espíritu de Dios, el Espíritu Santo[20].
En el concepto más primitivo de ruÆah había muy poca o ninguna distinción entre lo natural y lo sobrenatural. El viento se podía describir poéticamente como el soplo de las narices de Adonay[21]. Además, el ruÆah que Dios alentó en el hombre fue desde el principio más o menos sinónimo de su nefesû, alma[22]. Así, ruÆah era precisamente el mismo poder divino, misterioso, vital que se ha de ver con mayor claridad en el viento o en el comportamiento extático del profeta o del líder carismático.
Inicialmente también el ruÆah de Dios se entendía más en función de poder que en función de lo moral, es decir que no se entendía todavía como Espíritu Santo de Dios[23]. Un ruÆah procedente de Dios podía ser para mal tanto como para bien[24]. En esta etapa primitiva del conocimiento, el ruÆah de Dios se consideraba simplemente como un poder sobrenatural sujeto a la autoridad de Dios, que ejercía fuerza en determinada dirección.
Los primeros líderes de Israel vinculados con el surgimiento de la nación hacían depender su autoridad de manifestaciones específicas de ruÆah, de poder extático: Así fue en el caso de los jueces, Samuel que tenía reputación de vidente, y que era, evidentemente, jefe de un grupo de profetas extáticos[25], y Saúl[26].
En períodos subsiguientes se pueden ver diversos cursos de desenvolvimiento. Podemos reconocer una tendencia a introducir una distinción entre lo natural y lo sobrenatural, entre Dios y el hombre. Así como se abandonan los crudos antropomorfismos del concepto más primitivo de Dios, el ruÆah se convierte más claramente en aquello que caracteriza lo sobrenatural, y que distingue lo divino de lo meramente humano. Así también comienza a surgir una distinción entre ruÆah y nefesû: El ruÆah en el hombre retiene su conexión inmediata con Dios, para denotar la dimensión “superior”, que tiende hacia Dios, en la existencia humana[27], mientras que nefesû tiende crecientemente a representar los aspectos más terrenales o “inferiores” de la conciencia del hombre, la vida personal pero meramente humana del hombre, el asiento de sus apetitos, emociones y pasiones. De este modo el camino está preparado para la distinción paulina más neta entre lo psíquico y lo espiritual[28].
También se evidencia una tendencia a desplazar el centro de la autoridad de la manifestación del ruÆah en el éxtasis hacia un concepto más institucionalizado. La posesión del Espíritu de Dios se concibe ahora como algo más permanente, y que se puede transmitir a otro[29]. De manera que presumiblemente el ungimiento del rey se fue concibiendo más y más en función de un ungimiento con Espíritu[30]. Además, la profecía tendió a vincularse más y más con el culto[31]; es probable que algunos de los salmos comenzaron siendo expresiones proféticas en el culto. Esta evolución marca el comienzo de la tensión en el seno de la tradición judeocristiana entre carisma y culto[32].
El rasgo más notable del período preexílico es la extraña renuencia, según parecería, de los profetas clásicos a atribuir su inspiración al Espíritu. Ni los profetas del siglo VIII[33], ni los del siglo VII[34], hacen referencia al Espíritu para autenticar su mensaje, con la posible excepción de Miqueas 3.8. Al describir la inspiración preferían hablar de la Palabra de Dios[35] y la mano de Dios[36]. La razón de esto no podemos determinarla: Quizá el ruÆah se había llegado a identificar demasiado con lo extático, tanto en Israel como en otras religiones del Cercano Oriente[37]; quizá fuera una reacción contra el profesionalismo y el abuso cúlticos[38]; o quizá ya se veía surgir la convicción de que la obra del ruÆah de Dios sería principalmente escatológica[39].
En los períodos exílico y posexílico se discierne claramente una renovada disposición a hablar del Espíritu. El papel del ruÆah divino como inspirador de la profecía se vuelve a afirmar[40]. La inspiración de los profetas primitivos también se atribuía libremente al Espíritu[41]. Aparentemente la sensación de que Dios está presente por su Espíritu, expresada por ejemplo en Salmos 51.11, aparece también en Salmos 143.10; Hageo 2.5; Zacarías 4.6. Además 2 Crónicas 20.14; 24.20 quizá reflejen un intento de salvar la brecha entre carisma y culto.
La tradición que atribuía las habilidades artísticas y artesanales de Bezaleel y otros a la actividad del Espíritu[42], fraguó un vínculo entre el Espíritu y cualidades más estéticas y éticas. Quizás sea por tener presente este hecho, o simplemente por considerar que el Espíritu es el Espíritu del santo y misericordioso Dios, que algunos escritores designan específicamente al Espíritu como el “Espíritu Santo” de Dios[43], o como el “buen Espíritu” de Dios[44].
Otro aspecto que se destaca solo ocasionalmente y en diferentes períodos es el de la asociación del Espíritu con la obra de la creación[45]. En Salmos 139.7 ruÆah denota la presencia cósmica de Dios.
Probablemente más importante que todas desde una perspectiva cristiana es la creciente tendencia en los círculos proféticos a entender el ruÆah de Dios en términos escatológicos, como el poder del fin, la marca distintiva de la nueva era. El Espíritu habría de efectuar una nueva creación[46]. Los agentes de la salvación escatológica serían ungidos con el Espíritu de Dios[47]. Los hombres habían de ser creados de nuevo por el Espíritu a fin de que pudiesen disfrutar de una relación mucho más vital e inmediata con Dios[48], y el Espíritu sería libremente dispensado a todo Israel[49].
En el período entre los dos Testamentos, el papel que se le atribuye al Espíritu se empequeñece grandemente. En la literatura sapiencial helenística no se le asigna ninguna prominencia al Espíritu. Al hablar de la relación divina-humana la sabiduría ocupa un lugar totalmente dominante, de modo que “espíritu” no es sino una manera de definir la sabiduría, y hasta la profecía se atribuye a la sabiduría más bien que al Espíritu, como se puede ver en los apócrifos[50]. En la tentativa de Filón de combinar la teología judía con la filosofía griega, el Espíritu sigue siendo el Espíritu de la profecía, pero su concepto de la profecía es el concepto más típicamente griego de la inspiración por el éxtasis[51]. En otras partes de su teoría especulativa acerca de la creación, el Espíritu todavía ocupa un lugar, pero la categoría conceptual dominante es el Logos estoico: La razón divina inmanente en el mundo y en los hombres.
En el judaísmo rabínico el Espíritu es específicamente el Espíritu de la profecía. Pero aquí, aun más enfáticamente, dicho papel pertenece al pasado. Con los rabinos, la creencia de que Hageo, Zacarías, y Malaquías eran los últimos profetas, y de que después el Espíritu fue retirado, se vuelve muy fuerte. Más notable es la forma en que el Espíritu, en última instancia, se subordina a la Toráh. El Espíritu inspiró la Toráh, punto de vista que naturalmente heredó el cristianismo primitivo[52]. Pero para los rabinos esto significa que la Ley es actualmente la única voz del Espíritu, que el Espíritu no habla aparte de la Ley. De la misma manera, en la esperanza rabínica para la era futura, la Toráh cumple un papel mucho más prominente que el Espíritu. Este papel disminuido del Espíritu se refleja también en los tárgumes, en los que otras palabras que denotan actividad divina se vuelven más prominentes[53]; y en el Talmud babilónico “sejiná”, “gloria”, ha reemplazado más o menos completamente las referencias al Espíritu.
En los rollos del mar Muerto el “Espíritu” vuelve a adquirir prominencia cuando se habla de la experiencia presente[54], reflejando así la convicción de que se estaba viviendo en los últimos días, de un modo semejante a la conciencia esjatológica de los primeros cristianos.
En el judaísmo antiguo, de la época de Jesús, se tendía a pensar en Dios como más y más distanciado del hombre, el santo Dios trascendente, elevado y sublime, que mora en la gloria inaccesible. De allí la vacilación en cuanto a pronunciar siquiera el nombre divino, y la tendencia creciente a emplear lenguaje figurado: El nombre, ángeles, la gloria, la sabiduría, etc., todas ellas maneras de hablar sobre la actividad de Dios en el mundo sin comprometer su trascendencia. En los primeros tiempos “el Espíritu” era una de las formas principales de hablar acerca de la presencia de Dios[55]. Pero ahora faltaba también esa conciencia de la presencia divina. El Espíritu, entendido principalmente como el Espíritu de la profecía, estuvo activo en el pasado y sería derramado en la nueva era. Pero en ese momento, las referencias al Espíritu se habían visto subordinadas enteramente a la sabiduría, al Logos, y a la Toráh, y, en particular con los rabinos, la Torá se estaba tornando más y más en el centro exclusivo de la vida y la autoridad religiosas.
En este contexto Juan el bautizador produjo bastante conmoción. Él mismo no afirmaba que tuviese el Espíritu, pero se aceptaba ampliamente que era profeta[56], y, por ello, que estaba inspirado por el Espíritu de la profecía. Más notable fue su mensaje, porque proclamaba que el derramamiento del Espíritu era algo inminente: El que venía habría de bautizar en Espíritu y en fuego[57]. Esta vigorosa metáfora probablemente fue tomada en parte de las metáforas “líquidas” relativas al Espíritu que eran familiares en el Antiguo Testamento[58], y en parte de su propio rito característico de bautizar en agua: El acto de empapar o sumergir en agua era figura de una experiencia sobrecogedora a manos de un Espíritu ardiente. Había de ser una experiencia de juicio[59], pero no necesariamente destructivo en forma total; el fuego podía purificar tanto como destruir[60]. Probablemente el bautizador estaba pensando aquí en función de “aflicciones mesiánicas”, el período de sufrimiento y tribulación que inauguraría la era futura: “Los dolores de parto del Mesias”[61]. No era extraño ni sorprendente que Juan formulara la idea del ingreso en la nueva era por inmersión en una corriente de ardiente ruÆah que habría de destruir a los impenitentes y purificar a los penitentes.
Jesús creó una conmoción aun mayor, porque afirmó que la nueva era, el Reino de Dios, no era solo inminente sino que ya había adquirido efectividad mediante su ministerio[62]. La presuposición de esto era claramente que el Espíritu esjatológico, el poder del fin, ya había entrado en acción por medio de él en una medida única, como lo evidenciaban sus exorcismos y la exitosa liberación de las víctimas de Satanás[63], y por su proclamación de las buenas noticias a los pobres[64]. Los evangelistas, naturalmente, no tenían ninguna duda de que todo el ministerio de Jesús se había llevado a cabo en el poder del Espíritu desde el primer momento[65]. Para Mateo y Lucas este obrar especial del Espíritu en y a través de Jesús data desde su concepción[66], con su nacimiento en Lucas anunciado por una explosión de actividad profética que proclama el comienzo del fin de la era antigua[67]. Pero los cuatro evangelistas concuerdan en que en el Jordán Jesús experimentó una habilitación especial para su ministerio, un ungimiento que evidentemente estaba vinculado también con la convicción en cuanto a su carácter de Hijo[68]; en consecuencia, en las tentaciones subsiguientes estaba en condiciones de sostener esa convicción, y de definir lo que comprende dicha investidura de Hijo, sostenido por ese mismo poder[69].
El enfoque de Jesús en su mensaje fue significativamente diferente del de Juan, no solo en su proclamación del reino como algo presente, sino en el carácter que le atribuía al reino presente. Veía su ministerio en función más de bendición que de juicio. En particular, su respuesta a la pregunta del bautizador en Mateo 11.4-6 parece deliberadamente destinada a destacar la promesa de bendición en los pasajes a que allí hace alusión[70], y a ignorar la advertencia de juicio que los mismos también contienen. Por otra parte, cuando proyectaba la vista hacia el final de su ministerio terrenal, evidentemente hablaba de su muerte en términos probablemente tomados de la predicación del bautizador[71], probablemente viendo su propia muerte como el padecimiento de las angustias mesiánicas predichas por Juan, como el derramamiento de la copa de la ira de Dios[72]. También habló de la promesa del Espíritu para sostener a sus discípulos cuando ellos a su vez experimentasen pruebas y tribulaciones[73]. Aparte de esto, sin embargo, “el Espíritu Santo” en Lucas 11.13 es casi seguramente una interpretación de la expresión menos explícita “buenas dádivas”[74]; y la repetición de la promesa del bautizador en Hechos 1.5 y 11.16 probablemente tiene la intención de que se la considere como un mensaje del Jesús resucitado.
Los principales escritores neotestamentarios están de acuerdo en cuanto a la doctrina acerca del Espíritu de Dios, si bien con enfoques distintos.
En Hechos el derramamiento del Espíritu en Pentecostés es el momento en que los discípulos experimentaron por primera vez “los postreros días” por sí mismos, el momento en que su fe “plenamente cristiana” tuvo su comienzo[75]. De modo que en Hechos 2.38 la promesa del evangelio a los primeros interesados se centra en el Espíritu, y en otras situaciones evangelísticas es la recepción del Espíritu lo que evidentemente se considera como el factor crucial que pone de manifiesto la aceptación por Dios de la persona que responde[76].
De modo semejante, en Pablo el don del Espíritu es el comienzo de la experiencia cristiana[77], otro modo de describir la nueva relación de justificación[78]. Expresado de otro modo, no se puede pertenecer a Cristo a menos que se tenga el Espíritu[79], no se puede estar unido a Cristo si no es por el Espíritu[80], no se puede compartir la herencia de Cristo como Hijo si no se comparte su Espíritu[81], no se puede ser miembro del cuerpo de Cristo si no se es bautizado en el Espíritu[82].
De igual modo, en Juan el Espíritu de lo alto es el poder que efectúa el nuevo nacimiento[83], por cuanto el Espíritu es el que da vida[84], como un río de agua viva que fluye de Cristo y da vida al que acude y cree. En 20.22 la fraseología es un reflejo deliberado de Génesis 2.7; el Espíritu es el hálito de la vida de la nueva creación. Y en 1 Juan 3.24 y 4.13 la presencia del Espíritu es una de las “pruebas de la vida”.
Es importante comprender que para los primeros cristianos el Espíritu se concebía en función de poder divino claramente manifestado por sus efectos en la vida del receptor; el impacto del Espíritu no dejaba al individuo o al observador en duda acerca de un cambio significativo que se había operado en él mediante la intervención divina. Vez tras vez Pablo retrotrae a sus lectores a la experiencia inicial que tuvieron con el Espíritu. Para algunos había sido una experiencia sobrecogedora del amor de Dios[85]; para otros de gozo[86]; para otros de iluminación[87], o de liberación[88], o de transformación moral[89], o de diversos dones espirituales[90]. En Hechos la manifestación del Espíritu que se menciona más frecuentemente es la de hablar bajo inspiración, hablar en lenguas, profetizar y alabar, predicar con denuedo la Palabra de Dios[91]. Es por ello que la posesión del Espíritu como tal puede señalarse como la característica definitoria del cristiano[92], y que la pregunta de Hechos 19.2 podía merecer una respuesta directa. El Espíritu como tal puede ser invisible, pero su presencia podía ser fácilmente detectable[93].
El don del Espíritu no era, por consiguiente, simplemente un corolario o una deducción basada en el sumergir en el agua para perdón o la imposición de manos, sino un acontecimiento sumamente real para los primeros cristianos. Es muy probable que sea al impacto de esta experiencia a lo que se refiere directamente Pablo en pasajes tales como 1 Corintios 6.11; 12.13; 2 Corintios 1.22; Efesios 1.13 y Tito 3.5, aunque muchos los vinculan con el sumergir en agua. Y si bien Romanos 6.3 y Gálatas 3.27 se toman generalmente como referidos al acto de sumergir en el agua para perdón, bien podrían tomarse como síntesis de una alusión más plena a la experiencia del Espíritu, “sumergidos en Cristo por el Espíritu”[94]. Por cierto que según Hechos los primeros cristianos adaptaron su ritual embrionario, armonizándolo con el Espíritu, más bien que a la inversa[95]. Y si bien Juan 3.5 probablemente vincula íntimamente entre sí el sumergir en agua y el don del Espíritu en el nacimiento de lo alto, no por ello hemos de tomarlos como una misma cosa, y el nacimiento por el Espíritu constituye claramente el pensamiento primario[96].
Hechos, Pablo y Juan hablan de muchas experiencias del Espíritu, pero no de una segunda o tercera experiencia del Espíritu claramente indicada como tal. Por lo que concierne a Lucas, Pentecostés no fue una segunda experiencia del Espíritu para los discípulos, sino su bautismo en el Espíritu para ingresar en la nueva era[97], el nacimiento de la iglesia y su misión. Los intentos de armonizar los pasajes de Juan 20.22 y Hechos 2 a un nivel histórico directamente podrían ser erróneos, ya que el propósito de Juan puede ser más teológico que histórico, es decir, el de destacar la unidad teológica de la muerte, resurrección, y ascensión de Jesús, con el don del Espíritu y la misión. De modo semejante en Hechos 8, por cuanto Lucas no concibe la venida del Espíritu de un modo silencioso o invisible, el don del Espíritu en Hechos 8.17 es para él la recepción inicial del Espíritu. Lucas, más aun, parecería sugerir que su fe anterior no podía considerarse como entrega a Cristo o confianza en Dios[98].
Según Pablo, el don del Espíritu es también un comienzo que anticipa un cumplimiento final[99], el comienzo y la primera cuota de un proceso de transformación a la imagen de Cristo, que dura toda la vida y que solo logra su cometido en la resurrección del cuerpo[100]. El Espíritu es las “primicias” de la siega de la resurrección, por la que Dios comienza a ejercer dominio sobre el hombre en su totalidad[101].
Por consiguiente, para el creyente la vida es cualitativamente diferente de lo que era antes de iniciarse en el camino de la fe. Su vida diaria se convierte en su medio para responder a los reclamos del Espíritu, capacitado para ello por el poder de ese mismo Espíritu[102]. Para Pablo esta era la diferencia decisiva entre el cristianismo y el judaísmo rabínico. El judío vivía por la ley, el depósito de la obra reveladora del Espíritu en generaciones pasadas, actitud que conducía inevitablemente a la inflexibilidad y la casuística, por cuanto la revelación del pasado no es siempre inmediatamente apropiada para las necesidades del presente. Pero el Espíritu produjo la inmediatez de la relación personal con Dios, lo cual daba cumplimiento a la antigua esperanza de Jeremías[103], y que hizo que la adoración y la obediencia resultaran mucho más libres, vitales, y espontáneas[104].
Al mismo tiempo, en razón de que el Espíritu es solo un comienzo de la salvación final en esta vida, no puede haber cumplimiento final de su obra en el creyente mientras dure esta vida. El hombre del Espíritu ya no depende de este mundo y sus normas para su orientación y satisfacción, pero sigue siendo hombre de apetitos y fragilidad humanas, y forma parte todavía de la sociedad humana. Por lo tanto, tener el Espíritu es experimentar tensión y conflicto entre la vida vieja y la nueva, entre la carne y el Espíritu[105]. A los que veían la vida característica del Espíritu en función de visiones, revelaciones, y cosas semejantes, Pablo les respondió que la gracia adquiere su expresión plena solo en la debilidad, y gracias a ella[106].
Lucas y Juan dicen poco acerca de otros aspectos de la vida progresiva del Espíritu, y en cambio centran la atención particularmente en la vida del Espíritu en cuanto dirigida hacia la tarea misionera[107]. El Espíritu es ese poder que da testimonio de Cristo[108].
Rasgo distintivo del Espíritu de la nueva era es que forma parte de la experiencia de todos, y que obra a través de todos, no solo de uno o dos[109]. En la enseñanza de Pablo es solo esta participación en común en el mismo y único Espíritu lo que hace que un grupo de individuos diversos constituyan un cuerpo[110]. Y es solo en la medida en que cada uno permite que el Espíritu tenga expresión en palabra y en hecho como miembro del cuerpo que ese cuerpo va adquiriendo madurez en Cristo[111]. Es por ello que Pablo alienta la libre expresión de toda la gama de dones del Espíritu[112], e insiste en que la comunidad ponga a prueba toda palabra y acto que pretenda tener la autoridad del Espíritu, mediante la medida de Cristo y el amor que él encarnaba[113].
En Juan 4.21–24 se destacan estos mismos aspectos paralelos en torno a un culto que está determinado por la dependencia inmediata en el Espíritu y de conformidad con la verdad de Cristo[114]. De igual modo, Juan destaca que el creyente puede esperar una inmediatez de la enseñanza por el Espíritu, el Consejero[115]; pero también que la nueva revelación tendrá continuidad con la antigua, o sea una reproclamación o reinterpretación de la verdad de Cristo[116].
Es esta estrecha relación con Cristo lo que finalmente distingue la comprensión cristiana del Espíritu de la concepción anterior, menos claramente definida. El Espíritu es ahora definitivamente el Espíritu de Cristo[117], el otro Consejero que se ha hecho cargo del papel de Jesús en la tierra[118]. Esto significa que Jesús está presente ahora en el creyente sólo en el Espíritu, y mediante ese Espíritu[119], y que la señal del Espíritu es tanto el reconocimiento de la posición actual de Jesús[120], como la reproducción en el creyente de los rasgos que corresponden a su carácter de Hijo, como también los de su vida de resurrección[121].
Las raíces de la teología trinitaria subsiguiente se evidencian tal vez en el reconocimiento de Pablo de que el creyente experimenta por medio del Espíritu una doble relación, hacia Dios como Padre[122] y hacia Jesús[123] como Señor[124].
El mundo no puede conocer al Espíritu de verdad simplemente porque no le puede ver, no le puede sentir, y es por eso que cuando hablamos con una persona que no tiene ningún deseo espiritual sobre los negocios celestiales, no logra comprender. En una ocasión, cuando trabajaba en una librería de literatura cristiana, me encontré a un excompañero en un restaurante y me preguntaba si la gente compraba este tipo de libros, a lo que le dije que todos los días; él extrañado dijo en voz baja, aunque yo le oí: “Que desperdicio”, pero inmediatamente solicitó al salonero que le trajera antes de su cena, una cerveza.
El mundo no puede recibir al Espíritu porque vive solo para lo material, por eso es que los fariseos consideraban que las obras de Jesús eran producto satánico[125]. Nuestra sociedad se ha vuelto a tal grado al materialismo que se ha olvidado de Dios. Cuando era niño, recuerdo que, a pesar de que nací en un país netamente católico, los domingos todos los negocios se mantenían cerrados, incluso los supermercados. Era el día para dedicarse a Dios y a la familia. Más adelante, comenzó a usarse este día para hacer fiestas. Hoy, el domingo es un día más de la semana. El negocio que cierra tiene pérdidas. Y, ¿qué decir de la llamada “Semana Santa” y la “Navidad”? A pesar de que se menciona que esas fechas son importantes para el cristianismo, lo menos que se hace es recordar a Jesús. La Semana Santa ahora es una semana de comilona, de paseo y de pecado. La Navidad es tiempo para gastar, comer y olvidarse de toda responsabilidad. No se celebra el nacimiento de Jesús, sino que se le da culto a la carne y la gente come y se embriaga, tal como en los días de Noé.
Los discípulos conocían al Espíritu porque conocían a Jesús, aunque aún el Espíritu no había sido derramado. La promesa de Jesús se cumplió en la fiesta de Pentecostés después de la crucifixión. El Espíritu bajo y entró en los apóstoles y entonces ellos luego tenían el poder para transmitir los dones milagrosos, imponiendo sus manos en otros[126], pero no debemos confundir estar sumergido en el Espíritu Santo y el tener los dones milagrosos del Espíritu Santo.
Cuando una persona oye la Palabra, la cree, se arrepiente de sus pecados, confiesa a Jesús como su Señor y baja a las aguas, suceden dos cosas para poder cumplir con el último requisito para ser salvo, la santidad: Recibe el perdón de sus pecados y viene a habitar en él el Espíritu Santo. Con el Espíritu Santo en uno, entonces tenemos el poder de Dios, no el poder para hacer manifestaciones milagrosas, sino el poder para poder vencer la tentación y no caer en el pecado, tenemos el poder para vivir en santidad.
Antes, era el pecado y las obras de los demonios las que controlaban nuestra vida[127], pero ahora es el Espíritu Santo el que mora en nosotros los cristianos[128]. Ya no debemos ser controlados por las pasiones carnales, sino que el Espíritu de Dios quien nos guía y controla[129].
Pero no creamos tampoco que por haber oído, creído, arrepentido, confesado y sumergido en agua, que ya estamos libres. Son muchos los que se hacen llamar cristianos e incluso algunos dicen tener las manifestaciones del Espíritu Santo, que con su actitud resisten al Espíritu Santo[130], porque deciden hacer las cosas de manera contraria a las Escrituras. Es posible apagar al Espíritu[131].
Entonces, ¿cómo sabemos si tenemos al Espíritu Santo en nuestra vida? Todos lo van a saber porque los frutos del Espíritu se van a manifestar en nuestra vida[132]. Nos convertimos en el Templo del Espíritu[133]. Participamos con el Espíritu Santo[134] en la labor de la salvación.
[1] Hechos 9.2.
[2] Juan 8.32.
[3] Corán 4:49, 24:21, 57:22.
[4] Wikipedia. Salvación.
[5] Salmos 111.2.
[6] Juan 5.39
[7] Génesis 8.1; Éxodo 10.13, 19; Números 11.31; 1 Reyes 18.45; Proverbios 25.23; Jeremías 10.13: Oseas 13.15; Jonás 4.8.
[8] Éxodo 14.21; 1 Reyes 19.11; Salmos 48.7; 55.8; Isaías 7.2; Ezequiel 27.26; Jonás 1.4.
[9] Génesis 6.17; 7.15, 22; Salmos 31.5; 32.2; Eclesiastés 3.19, 21; Jeremías 10.14; 51.17; Ezequiel 11.5.
[10] Génesis 41.8; Números 5.14, 30; Jueces 8.3; 1 Reyes 21.5; 1 Crónicas 5.26; Job 21.4; Proverbios 29.11; Jeremías 51.17; Daniel 2.1, 3.
[11] Josué 5.1; 1 Reyes 10.5; Salmos 143.7; Isaías 19.3
[12] Génesis 45.27; Jueces 15.19; 1 Samuel 30.12
[13] Jueces 3.10; 6.34; 11.29; 13.25; 14.6, 19; 15.14; 1 S. 11.6.
[14] Números 24.2; 1 Samuel 10.6, 10; 19.20, 23.
[15] Génesis 6.3; Job 27.3; 32.8; 33.4; 34.14; Salmos 104.29.
[16] Marcos 2.8; Hechos 7.59; Romanos 1.9; 8.16; 1 Corintios 5.3–5; 1 Tesalonicenses. 5.23; Santiago 2.26.
[17] Mateo 8.16; Marcos 1.23, 26; 9.25; Lucas 4.36; 11.24, 26; Hechos 19.12, 15; 1 Timoteo 4.1; Revelación 16.13.
[18] Hechos 23.8; Hebreos 1.7, 14.
[19] Lucas 24.37, 39; Hebreos 12.23; 1 Pedro 3.19.
[20] Más de 250 veces.
[21] Éxodo 15.8, 10; 2 Samuel 22.16; Salmos 18.15; Isaías 40.7.
[22] Génesis 2.7.
[23] Jueces 14.6, 19; 15.14
[24] Jueces 9.23; 1 S. 16.14–16; 1 Reyes 22.19–23
[25] 1 S. 9.9, 18s; 19.20, 24
[26] 1 Samuel 11.6.
[27] Esdras 1.1, 5; Salmos 51.12; Ezequiel 11.19.
[28] 1 Corintios 15.44–46.
[29] Números 11.17; Deuteronomio 34.9; 2 Reyes 2.9, 15.
[30] 1 Samuel 16.13; Salmos 89.20s; Isaías 11.2; 61.1.
[31] Isaías 28.7; Jeremías 6.13; 23.11.
[32] 1 Reyes 22.5–28; Amós 7.10–17
[33] Amós, Miqueas, Oseas, Isaías.
[34] Jeremías, Sofonías, Nahum, Habacuc.
[35] Amós 3.8; Jeremías 20.9.
[36] Isaías 8.11; Jeremías 15.17.
[37] Oseas 9.7.
[38] Isaías 28.7; Jeremías 5.13; 6.13; 14.13; Miqueas 2.11.
[39] Isaías 4.4.
[40] Proverbios 1.23
[41] Nehemías 9.20, 30; Zacarías 7.12; Isaías 63.11.
[42] Éxodo 28.3; 31.3; 35.31
[43] Solo tres veces en el Antiguo Testamento: Salmos 51.11; Isaías 63.10.
[44] Nehemías 9.20; Salmos 143.10.
[45] Génesis 1.2; Job 26.13; Salmos 33.6; 104.30.
[46] Isaías 32.15; 44.3.
[47] Isaías 42.1; 61.1.
[48] Ezequiel 36.26; 37; Jeremías 31.31–34.
[49] Ezequiel 39.29; Joel. 2.28; Zacarías 12.10; Números 11.29.
[50] Sabiduría 7.27; Eclesiástico 24.33.
[51] Quis Rerum Divinarum Heres Sit 265.
[52] Marcos 12.36; Hechos 1.16; 28.25; Hebreos 3.7; 9.8; 10.15; 2 Pedro 1.21; 2 Timoteo 3.16.
[53] Memra, Sejiná.
[54] 1QS1QS Manual de disciplina de Qumrán.
[55] 1 Samuel 16.13 y 18.12; Isaías 63.11.
[56] Mateo 11.9; Marcos 11.32.
[57] Mateo 3.11; Lucas 3.16; Marcos 1.8; Juan 1.33.
[58] Isaías 32.15; Ezequiel 39.29; Joel. 2.28; Zacarías 12.10
[59] Mateo 3. 10-12.
[60] Malaquías 3.2; 4.1.
[61] Daniel 7.19–22; 12.1; Zacarías 14.12–15.
[62] Mateo 12.41; 13.16; Lucas 17.20.
[63] Mateo 12.24–32; Marcos 3.22–29.
[64] Mateo 5.3–6; 11.5.
[65] Mateo 12.18; Lucas 4.14, 18; Juan 3.34; Hechos 10.38.
[66] Mateo 1.18; Lucas 1.35.
[67] Lucas 1.41, 67; 2.25–27, 36–38.
[68] Mateo 3.16; Marcos 1.10; Lucas 3.22; Juan 1.33.
[69] Mateo 4.1, 3, 6; Marcos 1.12; Lucas 4.1, 3, 9–12, 14.
[70] Isaías 29.18–20; 35.3–5; 61.1.
[71] Lucas 12.49–50.
[72] Marcos 10.38; 14.23, 36
[73] Marcos 13.11; Juan 14.15–17, 26; 15.26; 16.7–15.
[74] Mateo 7.11.
[75] Hechos 11.17.
[76] Hechos 8.14–17; 9.17; 10.44; 11.15–17; 18.25; 19.2, 6.
[77] Gálatas 3.2.
[78] 1 Corintios 6.11 Gálatas 3.14; Tito 3.7.
[79] Romanos 8.9.
[80] 1 Corintios 6.17.
[81] Romanos 8.14–17; Gálatas 4.6.
[82] 1 Corintios 12.13.
[83] Juan 3.3–8; 1 Juan 3.9.
[84] Juan 6.63.
[85] Romanos 5.5.
[86] 1 Tesalonicenses 1.6.
[87] 2 Corintios 3.14–17.
[88] Romanos 8.2; 2 Corintios 3.17.
[89] 1 Corintios 6.9–11.
[90] 1 Corintios 1.4–7; Gálatas 3.5.
[91] Hechos 2.4; 4.8, 31; 10.46; 13.9–11; 19.6.
[92] Romanos 8.9; 1 Juan 3.24; 4.13.
[93] Juan 3.8.
[94] 1 Corintios 12.13.
[95] Hechos 8.12–17; 10.44–48; 11.15–18; 18.25–19.6.
[96] Juan 3.6–8.
[97] Hechos 1.5.
[98] Hechos 8.12.
[99] Gálatas 3.3; Filipenses 1.6.
[100] 2 Corintios 1.22; 3.18; 4.16–5.5; Efesios 1.13s; 2 Tessalonicenses 2.13; 1 Pedro 1.2.
[101] Romanos 8.11, 23; 1 Corintios 3.16; 6.19; 15.45–48; Gálatas 5.16–23.
[102] Romanos 8.4–6, 14; Gálatas 5.16, 18, 25; 6.8.
[103] Jeremías 31.31–34.
[104] Romanos 2.28; 7.6; 8.2–4; 12.2; 2 Corintios 3.3, 6–8, 14–18; Efesios 2.18; Filipenses 3.3.
[105] Romanos 7.14–25; 8.10, 12; Gálatas 5.16.
[106] 2 Corintios 12.1–10.
[107] Hechos 7.51; 8.29, 39; 10.17–19; 11.12; 13.2, 4; 15.28; 16.6; 19.21; Juan 16.8–11; 20.21–23.
[108] Juan 15.26; Hechos 1.8; 5.32; 1 Juan 5.6–8; Hebreos 2.4; 1 Pedro 1.12; Revelación 19.10.
[109] Hechos 2.17; Romanos 8.9; 1 Corintios 12.7, 11; Hebreos 6.4; 1 Juan 2.20.
[110] 1 Corintios 12.13; 2 Corintios 13.14; Efesios 4.3; Filipenses 2.1.
[111] 1 Corintios 12.12–26; Efesios 4.3–16.
[112] Romanos 12.3–8; 1 Corintios 12.4–11, 27–31; Efesios 4.30; 5.18; 1 Tesalonicenses 5.19.
[113] 1 Corintios 2.12–16; 13; 14.29; 1 Tesalonicenses 5.19–22; 1 Juan 4.1–3.
[114] Revelación 19.10.
[115] Juan 14.26; 16.12; 1 Juan 2.27.
[116] Juan 14.26; 16.13–15; 1 Juan 2.24.
[117] Juan 7.38; 19.30; 20.22; Hechos 2.33; 16.7; Romanos 8.9; Gálatas 4.6; Filipenses 1.19; 1 Pedro 1.11; Hebreos 9.14; Revelación 3.1; 5.6.
[118] Juan 14.16.
[119] Juan 14.16–28; 16.7; Romanos 1.4; 8.9; 1 Corintios 6.17; 15.45; Efesios 3.16; 1 Timoteo 3.16; 1 Pedro 3.18; Revelación 2–3.
[120] 1 Corintios 12.3; 1 Juan 5.6–12.
[121] Romanos 8.11, 14–16, 23; 1 Corintios 15.45–49; 2 Corintios 3.18; Gálatas 4.6; 1 Juan 3.2.
[122] Romanos 8.15; Gálatas 4.6.
[123] 1 Corintios 12.3.
[124] Diccionario Certeza. Espíritu Santo.
[125] Mateo 12.24.
[126] Hechos 8.14-17; Romanos 1.11.
[127] Romanos 7:17; Revelación 2.13.
[128] Romanos 8.9.
[129] Romanos 8.14.
[130] Hechos 7.51.
[131] 1 Tesalonicenses 5.19.
[132] Gálatas 5.22-23.
[133] 1 Corintios 3.16-17; 6.19-20.
[134] 2 Corintios 13.14; Hebreos 6.4.
1. 14.1-4 Jesús fue el Maestro de principio a fin, nunca desertó, a pesar de lo duro y horrible que era lo que venía. Él se mantuvo siempre al cuidado de sus discípulos y por ello les consolaba. Él sabía que ellos sufrirían con su tormento y muerte, que después vendrían momentos de terror para ellos porque asumirían que iba a tener que pasar por lo mismo. Sabía que el corazón de sus discípulos se vería ensombrecido por el dolor y la soledad. Por todo ello, les da su consuelo.
Los discípulos necesitaban fe, confianza, fortaleza. Los momentos que se aproximaban les serían sumamente difíciles. La traición de Judas, el arresto, el forcejeo que se daría y luego el temor que los iba a hacer salir en desbandada, para luego saber que su maestro había sido sacrificado, los desmoralizaría al punto de mantenerse escondidos. Por todo ello necesitaban creer más fielmente en las palabras de Jesús y poner su fe en Dios.
La palabra griega que se traduce como “casa”, οικια, habla más que de un lugar físico, de una familia, de un apoyo completo, de un verdadero “hogar”, es decir, un sitio donde el cansado puede recibir calor y aliento. La palabra griega traducida “moradas”, μοναι, habla de comunión con Dios, de un lugar donde acurrucarse y sentirse seguro.
Jesús, a diferencia de muchos que se hacían y se hacen llamar maestros sin saber de lo que hablan, si sabía, por lo que Él puede decir con toda confianza que si las cosas no fueran como Él decía, mejor no hubiera dicho nada. Por eso es mejor no creernada de lo que se dice en los púlpitos hasta no haber hecho un análisis serio y cuidadoso de lo que dice la Palabra.
Muchas personas tienen la idea de Jesús construyendo casas como las que utilizamos en la actualidad, en el cielo. Hay un libro llamado “El Cielo”, donde el autor da una idea tan materialista de ese lugar, que incluso asegura que allá tendremos a nuestras mascotas, las que tuvimos en la tierra. Y repito, todo esto es materialismo. Hay quienes piensan que en el cielo estarán en reuniones familiares junto con los santos de todas las épocas y podrán hacerle preguntas a Adán, Noé, Abraham, etc., pero todo eso es materialismo. Mi idea del Cielo es un lugar en donde dejaremos de sentirnos seres individuales para pasar la eternidad en completa armonía con Dios. No puedo dejar de recordar el momento del eclipse total de sol que se dio en Julio de 1990 y en cómo me sentí totalmente embelezado; y hay que tomar en cuenta que eso solamente era el que la Luna se interponía entre el Sol y la Tierra y por unos minutos dejamos de ver el astro rey durante el día, así que tratemos de imaginar lo impactante que será estar delante no de nuestra pequeñísima luna interponiéndose entre la Tierra y el Sol, sino lo que será estar delante de Aquel que con solo decirlo, ¡dio forma a la Tierra, la Luna y el Sol! Así que, ¿quién puede pensar que tendrá intenciones de estar haciéndole cariño a su gato que murió cuando tenía cinco años o a jugar con su perro que tuvo cuando era un chiquillo de doce años?
La promesa de Jesús de su regreso es algo que mantiene la fe de los creyentes siempre firme. El saber que nuestra existencia no se limita a lo que vivimos hoy, sino que hay mucho más, incluyendo después de muertos, nos alienta a seguir adelante cada día. Y saber que Jesús volverá para llevar a los suyos con Él, nos mueve a imitarle en todo. Entonces, ¿por qué hay tantos cristianos que viven más como Nerón que como Jesús? Simplemente porque solo son cristianos de apariencia. Ser cristiano no es decirlo, es vivirlo.
Los discípulos sabían cuál era el camino: Jesús mismo, es decir, el camino es imitar a Jesús, vivir santamente, como Él lo hizo. Es curioso que los cristianos, antes de llamarles de esta manera, se les decía que eran los del “Camino”[1].
2. 14.5-7 Normalmente se habla de la dureza de cabeza de Pedro, pero no solo él, sino todos los demás discípulos se mostraron en uno u otro momento tercos, incrédulos, o torpes para entender la enseñanza de Jesús.
Solo Jesús es el “Camino”, porque a pesar de las buenas intenciones, que según los abuelos es de los que está tapizado el camino al infierno, el hombre no puede resolver nada con sus técnicas y proyectos. Toda la problemática del mundo se resume a una sola palabra: Pecado. ¿Qué hace el hombre para “resolver” esto? Lo mismo que el avestruz, esconde su cabeza. Ya no quiere que se use la palabra “pecado” porque es muy fuerte, así que es mejor usar algo más liviano como “error, delincuencia, falta, pifia”, etc. En muchos países, para evitar tener que ahondar en detalles, se da el divorcio con tan solo que uno de los cónyuges diga que ya no hay solución, cuando la Palabra dice que este debe ser solo por causa de inmundicia sexual. El humanismo ha llegado a ocupar el lugar de Dios y su Palabra para “hacer un mundo mejor” que lo único que ha logrado producir es familias destruídas, hijos rebeldes, homosexualismo desvergonzado, corrupción en todos los ámbitos, etc.
Solo Jesús es la verdad. Tristemente, en el transcurso de la historia ha habido muchas personas que se han levantado como “enviados de Dios, iluminados, cristos”, etc., pero solamente Jesús es el verdadero, es el único que ha vivido lo que ha predicado, el único al que no se le puede tachar nada, porque Él no tenía pecado. Buda, Confusio, Mahoma, y tantos otros más, han dejado su marca en muchas personas por su sabiduría, pero ninguno de ellos puede salvar a nadie, y ellos mismos así lo enseñaron; ellos dieron sus pensamientos de cómo, según lo que ellos creyeron, una persona podía ser salva, pero solo Jesús mostró que era por medio de Su sacrificio en la cruz que el hombre podía encontrar la salvación y la libertad.
Para los hombres, la verdad es relativa. Se dice que cuando pusieron a tres ciegos de nacimiento a tocar un elefante, uno de ellos en la trompa, otro en un costado y otro en una pata, al preguntarles cómo era este animal, el primero dijo: Es parecido a una serpiente; el segundo dijo: Es como un muro; y el tercero dijo: Es como un árbol. Los tres tenían la razón, pero al mismo tiempo estaban equivocados. De verdad la verdad de los hombres es relativa, pero la verdad de Dios es única y perfecta. Jesucristo es la verdad de Dios, la única verdad que puede librar al hombre[2], pero la verdad del hombre no puede producir seguridad.
Por ejemplo, hablando de la salvación, para los musulmanes, el propósito de la vida es vivir de forma de agradar a Allah para poder ganar el Paraíso. Se cree que en la pubertad, una cuenta de las deudas de cada persona se abre, y esto será usado en el Día del Juicio para determinar su destino eterno. El Corán también sugiere la doctrina de la predestinación divina[3]. El Corán enseña la necesidad de fe y buenas obras para la salvación. La doctrina musulmana de la salvación es que los incrédulos y los pecadores están condenados, pero el arrepentimiento genuino da como resultado en el perdón de Allah y la entrada al Paraíso al morir.
La salvación, para el hindú, es la liberación del alma del ciclo de la muerte y la reencarnación y se obtiene al alcanzar el nivel espiritual más alto. Es la meta final del hinduismo, que considera al cielo y al infierno ilusiones temporales. Este concepto se llama mukti.
Las Cuatro Nobles Verdades delinean la esencia de la soteriología budista. El sufrimiento es tratado como una enfermedad, la cual se puede curar por el entendimiento de las causas y al seguir el Óctuple Sendero. El Óctuple Sendero incluye moralidad y meditación. Los medios para alcanzar la liberación y se desarrollan con más profundidad en otras enseñanzas Budistas[4].
Tristemente, el hombre se cree muy sabio y entonces busca las respuestas en sus propias deducciones, y curiosamente, cuando quiere construir un puente llama a un ingeniero y a un arquitecto; si quiere la salud, busca al médico; si quiere levantar una empresa, consulta a un abogado; pero cuando se trata de su alma, en lugar de buscar el Consejo de Dios en Su Palabra, prefiere analizar los diferentes pensamientos humanistas.
Solo Jesús es la vida. Hay dos tipos de vida: La vida que todos los seres tenemos en donde podemos respirar, movernos y tener las funciones vitales trabajando, esta es la vida natural. Pero también existe la vidfa eterna, esa es la que nos conecta con Dios. Cristo es el único medio por el cual podemos tener comunión con Dios, por eso Él no solo es la vida, sino el camino que nos lleva al Padre. Dice el refrán: “Todos los caminos llevan a Roma”, pero con Dios, solo Jesús nos conduce el Padre.
Ya habían pasado más de tres años y a pesar de eso, los discípulos no lograban entender la esencia de Jesús; probablemente ellos todavía creían que Él era un maestro más, algunos, como Judas, esperaban que fuera un líder guerrillero que de pronto les diera la orden de levantarse contra los romanos.
Ellos no conocían a Jesús, por lo tanto no lograban conocer al Padre. Los judíos ser jactaban de ser el pueblo elegido por Dios y ellos sabían que Él se revelaba por sus obras[5] y en las Escrituras[6], pero eras solamante a través de Jesucristo que ellos podrían llegar al conocimiento completo del Padre.
3. 14.8-17 Como dijimos antes, los discípulos, entre ellos Felipe, no habían logrado entender la esencia de Jesús, y por eso él pide que Jesús les muestre al Padre directamente. Hoy muchos quieren ver a Jesús directamente y por ello hasta caen en extremos de decir que lo han logrado, pero para hacerlo, lo necesario es estudiar las Escrituras, ya que ellas son las que lo señalan. No es necesario ver a Jesús, ni tampoco ver milagros para creer en Él, con solo Su Palabra es suficiente. Lo que Él habló lo hizo porque el Padre se lo dijo, ya que Jesús y el Padre son una sola unidad em esencia, en propósito y en obra.
Pero Jesús no quiere dejar nada con dudas, así que le dice a Felipe: Si a pesar de lo que les he hablado, no pueden creer, háganlo por medio de las cosas que me han visto hacer. ¿Qué pasa con aquellos que viven buscando ver milagros y señales? Simplemente no creen en Jesús.
Este es un pasaje que ha sido malinterpretado en muchas ocasiones, porque hay quienes dicen tener un poder mayor que el mismo Jesús y que pueden hacer señales mayores que las que Él hizo. Realmente la obra a la que se refería Jesús era la de evangelización, pero esa labor no podían hacerla por sus propios métodos ni fuerzas, sino que necesitarían un Ayudante. ¿Por qué Jesús les dijo que obras mayores harían? Porque su ministerio estaba limitado a los judíos, mientras que sus discípulos tendrían la oportunidad de ir más allá, hasta lo último de la tierra.
¿Qué es pedir en el nombre de Jesús? Son muchos los que han tomado el nombre de Jesús cual si fuera una fórmula mágica para pedir las cosas más ilógicas e incluso le reclaman a Dios porque la promesa de Jesús no se “cumplió”. Creer en el nombre de Jesús y pedir en Su nombre, significa hacerlo de acuerdo a Su voluntad, de acuerdo a Sus enseñanzas. Él no va a responder cuando lo que pedimos va en contra de Su voluntad y a favor de nuestros caprichos.
Hay también muchos que dicen amar a Jesús, pero se niegan a hacer lo que la Palabra de Dios dice. Es por ello que encontramos tantísimas denominaciones, porque aunque digan que aman a Dios y a Jesús, lo que aman es sus propios pensamientos egoístas. ¿Por qué todos los que se dicen llamar cristianos no se unen en una sola Iglesia? Encontramos católicos, calvinistas, luteranos, anglicanos, arminianos, etc., y todos dicen tener la verdad, pero al decirles que se unan, todos gritan y se pelean. Esto ocurre porque definitivamente ninguno tiene la verdad que consiste en creer las enseñanzas que nos da la Palabra de Dios. ¿Quiere saber cuál es la verdera Iglesia? Tome todas las enseñanzas y prácticas y zarandéelas con la Biblia, si estas se encuentran de acuerdo a las Escrituras, usted encontró la verdera Iglesia. Pero no deje que le convenzan simplemente diciéndole que ellos son los verdaderos cristianos porque guardan un nombre o hacen cierta cantidad de cosas de acuerdo al patrón bíblico. ¡La verdadera Iglesia hace todo de acuerdo al patrón bíblico!
La palabra usada y traducida como “Ayudante, Consolador”, es parakletos, que en realidad no tiene un significado adecuado en el español. Para los griegos esta palabra es usada al hablar de un abogado, un ayudante, un testigo, un experto, un consejero, un animador o un psicólogo. Lo importante es que este Ayudante iba a estar con los discípulos y en los discípulos para siempre. ¿Quién sería este Ayudante? El Espíritu de Verdad, el Espíritu Santo.
En el Antiguo Testamento hebreo la palabra ruÆah se usa 378 veces y en el arameo 389 veces; en el Nuevo Testamento, se usa la palabra griega pneuma, 379 veces.
Desde los tiempos más primitivos en el pensamiento hebreo, ruÆah tuvo diversos significados, todos aproximadamente de la misma importancia.
a. Viento, fuerza invisible, misteriosa, poderosa[7], por lo regular con la noción adicional de potencia o violencia[8].
b. Aliento, es decir aire en pequeña escala, o espíritu[9], la misma fuerza misteriosa vista como la vida y la vitalidad del hombre y de las bestias. Puede ser perturbada o activada en un sentido particular[10], puede ser dañada o disminuida[11] y reanimarse nuevamente[12]. Es decir, la fuerza dinámica que constituye al hombre puede reducirse ya que desaparece con la muerte, o puede haber una repentina oleada de poder vital.
c. Poder divino, donde se usa el vocablo ruÆah para describir ocasiones en que algunos hombres pareciera que fueron arrebatados o sacados fuera de sí, en cuyo caso ya no se trata de una mera oleada de vitalidad, sino de una fuerza sobrenatural que se hace cargo de la situación. Así fue particularmente con los primitivos líderes carismáticos[13], y los primeros profetas: Era el mismo ruÆah divino el que inducía los éxtasis y los discursos proféticos[14].
Los mencionados no se deben tratar como si fuesen un conjunto de significados diferentes; más bien estamos ante un espectro de significados en el que los diferentes sentidos se superponen parcialmente unos a otros. Nótese, por ejemplo, la superposición entre a y b en Salmos 78.39, entre a y c en 1 Reyes 18.12; 2 Reyes 2.16; Ezequiel 3.12, 14, entre b y c en Números 5.14, 30; 1 Samuel 16.14–16; Oseas 4.12, y entre a, b, y c en Ezequiel 37.9. Inicialmente por lo menos todos estos casos se consideran simplemente manifestaciones de ruÆah, y los significados de ruÆah no se mantienen separados estrictamente. En particular, por lo tanto, no debemos presuponer una distinción inicial en el pensamiento hebreo entre el ruÆah divino y el ruÆah antropológico; por el contrario, el ruÆah del hombre puede equipararse con el ruÆah de Dios[15].
También resulta inmediatamente evidente que el concepto ruÆah es un término existencial. En su fondo está la experiencia de un poder misterioso y tremendo, la fuerza invisible y portentosa del viento, el misterio de la vitalidad, el poder externo que transforma, todos ellos son ruÆah, todos manifestaciones de energía divina.
Más tarde los significados espíritu humano, espíritu angélico o demoníaco, y Espíritu divino predominan y se diferencian más. Así, en el Nuevo Testamento, pneuma se usa casi 40 veces para denotar esa dimensión de la personalidad humana mediante la cual se hace posible una relación con Dios[16]. Ligeramente más frecuente es el sentido de espíritu impuro, malo, demoníaco, un poder que el hombre experimenta como una aflicción, una limitación perjudicial de la relación plena con Dios y con sus congéneres[17]. Ocasionalmente hay referencias a espíritus celestiales[18], o a los espíritus de los muertos[19]. Pero en el Nuevo Testamento son mucho más frecuentes las referencias al Espíritu de Dios, el Espíritu Santo[20].
En el concepto más primitivo de ruÆah había muy poca o ninguna distinción entre lo natural y lo sobrenatural. El viento se podía describir poéticamente como el soplo de las narices de Adonay[21]. Además, el ruÆah que Dios alentó en el hombre fue desde el principio más o menos sinónimo de su nefesû, alma[22]. Así, ruÆah era precisamente el mismo poder divino, misterioso, vital que se ha de ver con mayor claridad en el viento o en el comportamiento extático del profeta o del líder carismático.
Inicialmente también el ruÆah de Dios se entendía más en función de poder que en función de lo moral, es decir que no se entendía todavía como Espíritu Santo de Dios[23]. Un ruÆah procedente de Dios podía ser para mal tanto como para bien[24]. En esta etapa primitiva del conocimiento, el ruÆah de Dios se consideraba simplemente como un poder sobrenatural sujeto a la autoridad de Dios, que ejercía fuerza en determinada dirección.
Los primeros líderes de Israel vinculados con el surgimiento de la nación hacían depender su autoridad de manifestaciones específicas de ruÆah, de poder extático: Así fue en el caso de los jueces, Samuel que tenía reputación de vidente, y que era, evidentemente, jefe de un grupo de profetas extáticos[25], y Saúl[26].
En períodos subsiguientes se pueden ver diversos cursos de desenvolvimiento. Podemos reconocer una tendencia a introducir una distinción entre lo natural y lo sobrenatural, entre Dios y el hombre. Así como se abandonan los crudos antropomorfismos del concepto más primitivo de Dios, el ruÆah se convierte más claramente en aquello que caracteriza lo sobrenatural, y que distingue lo divino de lo meramente humano. Así también comienza a surgir una distinción entre ruÆah y nefesû: El ruÆah en el hombre retiene su conexión inmediata con Dios, para denotar la dimensión “superior”, que tiende hacia Dios, en la existencia humana[27], mientras que nefesû tiende crecientemente a representar los aspectos más terrenales o “inferiores” de la conciencia del hombre, la vida personal pero meramente humana del hombre, el asiento de sus apetitos, emociones y pasiones. De este modo el camino está preparado para la distinción paulina más neta entre lo psíquico y lo espiritual[28].
También se evidencia una tendencia a desplazar el centro de la autoridad de la manifestación del ruÆah en el éxtasis hacia un concepto más institucionalizado. La posesión del Espíritu de Dios se concibe ahora como algo más permanente, y que se puede transmitir a otro[29]. De manera que presumiblemente el ungimiento del rey se fue concibiendo más y más en función de un ungimiento con Espíritu[30]. Además, la profecía tendió a vincularse más y más con el culto[31]; es probable que algunos de los salmos comenzaron siendo expresiones proféticas en el culto. Esta evolución marca el comienzo de la tensión en el seno de la tradición judeocristiana entre carisma y culto[32].
El rasgo más notable del período preexílico es la extraña renuencia, según parecería, de los profetas clásicos a atribuir su inspiración al Espíritu. Ni los profetas del siglo VIII[33], ni los del siglo VII[34], hacen referencia al Espíritu para autenticar su mensaje, con la posible excepción de Miqueas 3.8. Al describir la inspiración preferían hablar de la Palabra de Dios[35] y la mano de Dios[36]. La razón de esto no podemos determinarla: Quizá el ruÆah se había llegado a identificar demasiado con lo extático, tanto en Israel como en otras religiones del Cercano Oriente[37]; quizá fuera una reacción contra el profesionalismo y el abuso cúlticos[38]; o quizá ya se veía surgir la convicción de que la obra del ruÆah de Dios sería principalmente escatológica[39].
En los períodos exílico y posexílico se discierne claramente una renovada disposición a hablar del Espíritu. El papel del ruÆah divino como inspirador de la profecía se vuelve a afirmar[40]. La inspiración de los profetas primitivos también se atribuía libremente al Espíritu[41]. Aparentemente la sensación de que Dios está presente por su Espíritu, expresada por ejemplo en Salmos 51.11, aparece también en Salmos 143.10; Hageo 2.5; Zacarías 4.6. Además 2 Crónicas 20.14; 24.20 quizá reflejen un intento de salvar la brecha entre carisma y culto.
La tradición que atribuía las habilidades artísticas y artesanales de Bezaleel y otros a la actividad del Espíritu[42], fraguó un vínculo entre el Espíritu y cualidades más estéticas y éticas. Quizás sea por tener presente este hecho, o simplemente por considerar que el Espíritu es el Espíritu del santo y misericordioso Dios, que algunos escritores designan específicamente al Espíritu como el “Espíritu Santo” de Dios[43], o como el “buen Espíritu” de Dios[44].
Otro aspecto que se destaca solo ocasionalmente y en diferentes períodos es el de la asociación del Espíritu con la obra de la creación[45]. En Salmos 139.7 ruÆah denota la presencia cósmica de Dios.
Probablemente más importante que todas desde una perspectiva cristiana es la creciente tendencia en los círculos proféticos a entender el ruÆah de Dios en términos escatológicos, como el poder del fin, la marca distintiva de la nueva era. El Espíritu habría de efectuar una nueva creación[46]. Los agentes de la salvación escatológica serían ungidos con el Espíritu de Dios[47]. Los hombres habían de ser creados de nuevo por el Espíritu a fin de que pudiesen disfrutar de una relación mucho más vital e inmediata con Dios[48], y el Espíritu sería libremente dispensado a todo Israel[49].
En el período entre los dos Testamentos, el papel que se le atribuye al Espíritu se empequeñece grandemente. En la literatura sapiencial helenística no se le asigna ninguna prominencia al Espíritu. Al hablar de la relación divina-humana la sabiduría ocupa un lugar totalmente dominante, de modo que “espíritu” no es sino una manera de definir la sabiduría, y hasta la profecía se atribuye a la sabiduría más bien que al Espíritu, como se puede ver en los apócrifos[50]. En la tentativa de Filón de combinar la teología judía con la filosofía griega, el Espíritu sigue siendo el Espíritu de la profecía, pero su concepto de la profecía es el concepto más típicamente griego de la inspiración por el éxtasis[51]. En otras partes de su teoría especulativa acerca de la creación, el Espíritu todavía ocupa un lugar, pero la categoría conceptual dominante es el Logos estoico: La razón divina inmanente en el mundo y en los hombres.
En el judaísmo rabínico el Espíritu es específicamente el Espíritu de la profecía. Pero aquí, aun más enfáticamente, dicho papel pertenece al pasado. Con los rabinos, la creencia de que Hageo, Zacarías, y Malaquías eran los últimos profetas, y de que después el Espíritu fue retirado, se vuelve muy fuerte. Más notable es la forma en que el Espíritu, en última instancia, se subordina a la Toráh. El Espíritu inspiró la Toráh, punto de vista que naturalmente heredó el cristianismo primitivo[52]. Pero para los rabinos esto significa que la Ley es actualmente la única voz del Espíritu, que el Espíritu no habla aparte de la Ley. De la misma manera, en la esperanza rabínica para la era futura, la Toráh cumple un papel mucho más prominente que el Espíritu. Este papel disminuido del Espíritu se refleja también en los tárgumes, en los que otras palabras que denotan actividad divina se vuelven más prominentes[53]; y en el Talmud babilónico “sejiná”, “gloria”, ha reemplazado más o menos completamente las referencias al Espíritu.
En los rollos del mar Muerto el “Espíritu” vuelve a adquirir prominencia cuando se habla de la experiencia presente[54], reflejando así la convicción de que se estaba viviendo en los últimos días, de un modo semejante a la conciencia esjatológica de los primeros cristianos.
En el judaísmo antiguo, de la época de Jesús, se tendía a pensar en Dios como más y más distanciado del hombre, el santo Dios trascendente, elevado y sublime, que mora en la gloria inaccesible. De allí la vacilación en cuanto a pronunciar siquiera el nombre divino, y la tendencia creciente a emplear lenguaje figurado: El nombre, ángeles, la gloria, la sabiduría, etc., todas ellas maneras de hablar sobre la actividad de Dios en el mundo sin comprometer su trascendencia. En los primeros tiempos “el Espíritu” era una de las formas principales de hablar acerca de la presencia de Dios[55]. Pero ahora faltaba también esa conciencia de la presencia divina. El Espíritu, entendido principalmente como el Espíritu de la profecía, estuvo activo en el pasado y sería derramado en la nueva era. Pero en ese momento, las referencias al Espíritu se habían visto subordinadas enteramente a la sabiduría, al Logos, y a la Toráh, y, en particular con los rabinos, la Torá se estaba tornando más y más en el centro exclusivo de la vida y la autoridad religiosas.
En este contexto Juan el bautizador produjo bastante conmoción. Él mismo no afirmaba que tuviese el Espíritu, pero se aceptaba ampliamente que era profeta[56], y, por ello, que estaba inspirado por el Espíritu de la profecía. Más notable fue su mensaje, porque proclamaba que el derramamiento del Espíritu era algo inminente: El que venía habría de bautizar en Espíritu y en fuego[57]. Esta vigorosa metáfora probablemente fue tomada en parte de las metáforas “líquidas” relativas al Espíritu que eran familiares en el Antiguo Testamento[58], y en parte de su propio rito característico de bautizar en agua: El acto de empapar o sumergir en agua era figura de una experiencia sobrecogedora a manos de un Espíritu ardiente. Había de ser una experiencia de juicio[59], pero no necesariamente destructivo en forma total; el fuego podía purificar tanto como destruir[60]. Probablemente el bautizador estaba pensando aquí en función de “aflicciones mesiánicas”, el período de sufrimiento y tribulación que inauguraría la era futura: “Los dolores de parto del Mesias”[61]. No era extraño ni sorprendente que Juan formulara la idea del ingreso en la nueva era por inmersión en una corriente de ardiente ruÆah que habría de destruir a los impenitentes y purificar a los penitentes.
Jesús creó una conmoción aun mayor, porque afirmó que la nueva era, el Reino de Dios, no era solo inminente sino que ya había adquirido efectividad mediante su ministerio[62]. La presuposición de esto era claramente que el Espíritu esjatológico, el poder del fin, ya había entrado en acción por medio de él en una medida única, como lo evidenciaban sus exorcismos y la exitosa liberación de las víctimas de Satanás[63], y por su proclamación de las buenas noticias a los pobres[64]. Los evangelistas, naturalmente, no tenían ninguna duda de que todo el ministerio de Jesús se había llevado a cabo en el poder del Espíritu desde el primer momento[65]. Para Mateo y Lucas este obrar especial del Espíritu en y a través de Jesús data desde su concepción[66], con su nacimiento en Lucas anunciado por una explosión de actividad profética que proclama el comienzo del fin de la era antigua[67]. Pero los cuatro evangelistas concuerdan en que en el Jordán Jesús experimentó una habilitación especial para su ministerio, un ungimiento que evidentemente estaba vinculado también con la convicción en cuanto a su carácter de Hijo[68]; en consecuencia, en las tentaciones subsiguientes estaba en condiciones de sostener esa convicción, y de definir lo que comprende dicha investidura de Hijo, sostenido por ese mismo poder[69].
El enfoque de Jesús en su mensaje fue significativamente diferente del de Juan, no solo en su proclamación del reino como algo presente, sino en el carácter que le atribuía al reino presente. Veía su ministerio en función más de bendición que de juicio. En particular, su respuesta a la pregunta del bautizador en Mateo 11.4-6 parece deliberadamente destinada a destacar la promesa de bendición en los pasajes a que allí hace alusión[70], y a ignorar la advertencia de juicio que los mismos también contienen. Por otra parte, cuando proyectaba la vista hacia el final de su ministerio terrenal, evidentemente hablaba de su muerte en términos probablemente tomados de la predicación del bautizador[71], probablemente viendo su propia muerte como el padecimiento de las angustias mesiánicas predichas por Juan, como el derramamiento de la copa de la ira de Dios[72]. También habló de la promesa del Espíritu para sostener a sus discípulos cuando ellos a su vez experimentasen pruebas y tribulaciones[73]. Aparte de esto, sin embargo, “el Espíritu Santo” en Lucas 11.13 es casi seguramente una interpretación de la expresión menos explícita “buenas dádivas”[74]; y la repetición de la promesa del bautizador en Hechos 1.5 y 11.16 probablemente tiene la intención de que se la considere como un mensaje del Jesús resucitado.
Los principales escritores neotestamentarios están de acuerdo en cuanto a la doctrina acerca del Espíritu de Dios, si bien con enfoques distintos.
En Hechos el derramamiento del Espíritu en Pentecostés es el momento en que los discípulos experimentaron por primera vez “los postreros días” por sí mismos, el momento en que su fe “plenamente cristiana” tuvo su comienzo[75]. De modo que en Hechos 2.38 la promesa del evangelio a los primeros interesados se centra en el Espíritu, y en otras situaciones evangelísticas es la recepción del Espíritu lo que evidentemente se considera como el factor crucial que pone de manifiesto la aceptación por Dios de la persona que responde[76].
De modo semejante, en Pablo el don del Espíritu es el comienzo de la experiencia cristiana[77], otro modo de describir la nueva relación de justificación[78]. Expresado de otro modo, no se puede pertenecer a Cristo a menos que se tenga el Espíritu[79], no se puede estar unido a Cristo si no es por el Espíritu[80], no se puede compartir la herencia de Cristo como Hijo si no se comparte su Espíritu[81], no se puede ser miembro del cuerpo de Cristo si no se es bautizado en el Espíritu[82].
De igual modo, en Juan el Espíritu de lo alto es el poder que efectúa el nuevo nacimiento[83], por cuanto el Espíritu es el que da vida[84], como un río de agua viva que fluye de Cristo y da vida al que acude y cree. En 20.22 la fraseología es un reflejo deliberado de Génesis 2.7; el Espíritu es el hálito de la vida de la nueva creación. Y en 1 Juan 3.24 y 4.13 la presencia del Espíritu es una de las “pruebas de la vida”.
Es importante comprender que para los primeros cristianos el Espíritu se concebía en función de poder divino claramente manifestado por sus efectos en la vida del receptor; el impacto del Espíritu no dejaba al individuo o al observador en duda acerca de un cambio significativo que se había operado en él mediante la intervención divina. Vez tras vez Pablo retrotrae a sus lectores a la experiencia inicial que tuvieron con el Espíritu. Para algunos había sido una experiencia sobrecogedora del amor de Dios[85]; para otros de gozo[86]; para otros de iluminación[87], o de liberación[88], o de transformación moral[89], o de diversos dones espirituales[90]. En Hechos la manifestación del Espíritu que se menciona más frecuentemente es la de hablar bajo inspiración, hablar en lenguas, profetizar y alabar, predicar con denuedo la Palabra de Dios[91]. Es por ello que la posesión del Espíritu como tal puede señalarse como la característica definitoria del cristiano[92], y que la pregunta de Hechos 19.2 podía merecer una respuesta directa. El Espíritu como tal puede ser invisible, pero su presencia podía ser fácilmente detectable[93].
El don del Espíritu no era, por consiguiente, simplemente un corolario o una deducción basada en el sumergir en el agua para perdón o la imposición de manos, sino un acontecimiento sumamente real para los primeros cristianos. Es muy probable que sea al impacto de esta experiencia a lo que se refiere directamente Pablo en pasajes tales como 1 Corintios 6.11; 12.13; 2 Corintios 1.22; Efesios 1.13 y Tito 3.5, aunque muchos los vinculan con el sumergir en agua. Y si bien Romanos 6.3 y Gálatas 3.27 se toman generalmente como referidos al acto de sumergir en el agua para perdón, bien podrían tomarse como síntesis de una alusión más plena a la experiencia del Espíritu, “sumergidos en Cristo por el Espíritu”[94]. Por cierto que según Hechos los primeros cristianos adaptaron su ritual embrionario, armonizándolo con el Espíritu, más bien que a la inversa[95]. Y si bien Juan 3.5 probablemente vincula íntimamente entre sí el sumergir en agua y el don del Espíritu en el nacimiento de lo alto, no por ello hemos de tomarlos como una misma cosa, y el nacimiento por el Espíritu constituye claramente el pensamiento primario[96].
Hechos, Pablo y Juan hablan de muchas experiencias del Espíritu, pero no de una segunda o tercera experiencia del Espíritu claramente indicada como tal. Por lo que concierne a Lucas, Pentecostés no fue una segunda experiencia del Espíritu para los discípulos, sino su bautismo en el Espíritu para ingresar en la nueva era[97], el nacimiento de la iglesia y su misión. Los intentos de armonizar los pasajes de Juan 20.22 y Hechos 2 a un nivel histórico directamente podrían ser erróneos, ya que el propósito de Juan puede ser más teológico que histórico, es decir, el de destacar la unidad teológica de la muerte, resurrección, y ascensión de Jesús, con el don del Espíritu y la misión. De modo semejante en Hechos 8, por cuanto Lucas no concibe la venida del Espíritu de un modo silencioso o invisible, el don del Espíritu en Hechos 8.17 es para él la recepción inicial del Espíritu. Lucas, más aun, parecería sugerir que su fe anterior no podía considerarse como entrega a Cristo o confianza en Dios[98].
Según Pablo, el don del Espíritu es también un comienzo que anticipa un cumplimiento final[99], el comienzo y la primera cuota de un proceso de transformación a la imagen de Cristo, que dura toda la vida y que solo logra su cometido en la resurrección del cuerpo[100]. El Espíritu es las “primicias” de la siega de la resurrección, por la que Dios comienza a ejercer dominio sobre el hombre en su totalidad[101].
Por consiguiente, para el creyente la vida es cualitativamente diferente de lo que era antes de iniciarse en el camino de la fe. Su vida diaria se convierte en su medio para responder a los reclamos del Espíritu, capacitado para ello por el poder de ese mismo Espíritu[102]. Para Pablo esta era la diferencia decisiva entre el cristianismo y el judaísmo rabínico. El judío vivía por la ley, el depósito de la obra reveladora del Espíritu en generaciones pasadas, actitud que conducía inevitablemente a la inflexibilidad y la casuística, por cuanto la revelación del pasado no es siempre inmediatamente apropiada para las necesidades del presente. Pero el Espíritu produjo la inmediatez de la relación personal con Dios, lo cual daba cumplimiento a la antigua esperanza de Jeremías[103], y que hizo que la adoración y la obediencia resultaran mucho más libres, vitales, y espontáneas[104].
Al mismo tiempo, en razón de que el Espíritu es solo un comienzo de la salvación final en esta vida, no puede haber cumplimiento final de su obra en el creyente mientras dure esta vida. El hombre del Espíritu ya no depende de este mundo y sus normas para su orientación y satisfacción, pero sigue siendo hombre de apetitos y fragilidad humanas, y forma parte todavía de la sociedad humana. Por lo tanto, tener el Espíritu es experimentar tensión y conflicto entre la vida vieja y la nueva, entre la carne y el Espíritu[105]. A los que veían la vida característica del Espíritu en función de visiones, revelaciones, y cosas semejantes, Pablo les respondió que la gracia adquiere su expresión plena solo en la debilidad, y gracias a ella[106].
Lucas y Juan dicen poco acerca de otros aspectos de la vida progresiva del Espíritu, y en cambio centran la atención particularmente en la vida del Espíritu en cuanto dirigida hacia la tarea misionera[107]. El Espíritu es ese poder que da testimonio de Cristo[108].
Rasgo distintivo del Espíritu de la nueva era es que forma parte de la experiencia de todos, y que obra a través de todos, no solo de uno o dos[109]. En la enseñanza de Pablo es solo esta participación en común en el mismo y único Espíritu lo que hace que un grupo de individuos diversos constituyan un cuerpo[110]. Y es solo en la medida en que cada uno permite que el Espíritu tenga expresión en palabra y en hecho como miembro del cuerpo que ese cuerpo va adquiriendo madurez en Cristo[111]. Es por ello que Pablo alienta la libre expresión de toda la gama de dones del Espíritu[112], e insiste en que la comunidad ponga a prueba toda palabra y acto que pretenda tener la autoridad del Espíritu, mediante la medida de Cristo y el amor que él encarnaba[113].
En Juan 4.21–24 se destacan estos mismos aspectos paralelos en torno a un culto que está determinado por la dependencia inmediata en el Espíritu y de conformidad con la verdad de Cristo[114]. De igual modo, Juan destaca que el creyente puede esperar una inmediatez de la enseñanza por el Espíritu, el Consejero[115]; pero también que la nueva revelación tendrá continuidad con la antigua, o sea una reproclamación o reinterpretación de la verdad de Cristo[116].
Es esta estrecha relación con Cristo lo que finalmente distingue la comprensión cristiana del Espíritu de la concepción anterior, menos claramente definida. El Espíritu es ahora definitivamente el Espíritu de Cristo[117], el otro Consejero que se ha hecho cargo del papel de Jesús en la tierra[118]. Esto significa que Jesús está presente ahora en el creyente sólo en el Espíritu, y mediante ese Espíritu[119], y que la señal del Espíritu es tanto el reconocimiento de la posición actual de Jesús[120], como la reproducción en el creyente de los rasgos que corresponden a su carácter de Hijo, como también los de su vida de resurrección[121].
Las raíces de la teología trinitaria subsiguiente se evidencian tal vez en el reconocimiento de Pablo de que el creyente experimenta por medio del Espíritu una doble relación, hacia Dios como Padre[122] y hacia Jesús[123] como Señor[124].
El mundo no puede conocer al Espíritu de verdad simplemente porque no le puede ver, no le puede sentir, y es por eso que cuando hablamos con una persona que no tiene ningún deseo espiritual sobre los negocios celestiales, no logra comprender. En una ocasión, cuando trabajaba en una librería de literatura cristiana, me encontré a un excompañero en un restaurante y me preguntaba si la gente compraba este tipo de libros, a lo que le dije que todos los días; él extrañado dijo en voz baja, aunque yo le oí: “Que desperdicio”, pero inmediatamente solicitó al salonero que le trajera antes de su cena, una cerveza.
El mundo no puede recibir al Espíritu porque vive solo para lo material, por eso es que los fariseos consideraban que las obras de Jesús eran producto satánico[125]. Nuestra sociedad se ha vuelto a tal grado al materialismo que se ha olvidado de Dios. Cuando era niño, recuerdo que, a pesar de que nací en un país netamente católico, los domingos todos los negocios se mantenían cerrados, incluso los supermercados. Era el día para dedicarse a Dios y a la familia. Más adelante, comenzó a usarse este día para hacer fiestas. Hoy, el domingo es un día más de la semana. El negocio que cierra tiene pérdidas. Y, ¿qué decir de la llamada “Semana Santa” y la “Navidad”? A pesar de que se menciona que esas fechas son importantes para el cristianismo, lo menos que se hace es recordar a Jesús. La Semana Santa ahora es una semana de comilona, de paseo y de pecado. La Navidad es tiempo para gastar, comer y olvidarse de toda responsabilidad. No se celebra el nacimiento de Jesús, sino que se le da culto a la carne y la gente come y se embriaga, tal como en los días de Noé.
Los discípulos conocían al Espíritu porque conocían a Jesús, aunque aún el Espíritu no había sido derramado. La promesa de Jesús se cumplió en la fiesta de Pentecostés después de la crucifixión. El Espíritu bajo y entró en los apóstoles y entonces ellos luego tenían el poder para transmitir los dones milagrosos, imponiendo sus manos en otros[126], pero no debemos confundir estar sumergido en el Espíritu Santo y el tener los dones milagrosos del Espíritu Santo.
Cuando una persona oye la Palabra, la cree, se arrepiente de sus pecados, confiesa a Jesús como su Señor y baja a las aguas, suceden dos cosas para poder cumplir con el último requisito para ser salvo, la santidad: Recibe el perdón de sus pecados y viene a habitar en él el Espíritu Santo. Con el Espíritu Santo en uno, entonces tenemos el poder de Dios, no el poder para hacer manifestaciones milagrosas, sino el poder para poder vencer la tentación y no caer en el pecado, tenemos el poder para vivir en santidad.
Antes, era el pecado y las obras de los demonios las que controlaban nuestra vida[127], pero ahora es el Espíritu Santo el que mora en nosotros los cristianos[128]. Ya no debemos ser controlados por las pasiones carnales, sino que el Espíritu de Dios quien nos guía y controla[129].
Pero no creamos tampoco que por haber oído, creído, arrepentido, confesado y sumergido en agua, que ya estamos libres. Son muchos los que se hacen llamar cristianos e incluso algunos dicen tener las manifestaciones del Espíritu Santo, que con su actitud resisten al Espíritu Santo[130], porque deciden hacer las cosas de manera contraria a las Escrituras. Es posible apagar al Espíritu[131].
Entonces, ¿cómo sabemos si tenemos al Espíritu Santo en nuestra vida? Todos lo van a saber porque los frutos del Espíritu se van a manifestar en nuestra vida[132]. Nos convertimos en el Templo del Espíritu[133]. Participamos con el Espíritu Santo[134] en la labor de la salvación.
[1] Hechos 9.2.
[2] Juan 8.32.
[3] Corán 4:49, 24:21, 57:22.
[4] Wikipedia. Salvación.
[5] Salmos 111.2.
[6] Juan 5.39
[7] Génesis 8.1; Éxodo 10.13, 19; Números 11.31; 1 Reyes 18.45; Proverbios 25.23; Jeremías 10.13: Oseas 13.15; Jonás 4.8.
[8] Éxodo 14.21; 1 Reyes 19.11; Salmos 48.7; 55.8; Isaías 7.2; Ezequiel 27.26; Jonás 1.4.
[9] Génesis 6.17; 7.15, 22; Salmos 31.5; 32.2; Eclesiastés 3.19, 21; Jeremías 10.14; 51.17; Ezequiel 11.5.
[10] Génesis 41.8; Números 5.14, 30; Jueces 8.3; 1 Reyes 21.5; 1 Crónicas 5.26; Job 21.4; Proverbios 29.11; Jeremías 51.17; Daniel 2.1, 3.
[11] Josué 5.1; 1 Reyes 10.5; Salmos 143.7; Isaías 19.3
[12] Génesis 45.27; Jueces 15.19; 1 Samuel 30.12
[13] Jueces 3.10; 6.34; 11.29; 13.25; 14.6, 19; 15.14; 1 S. 11.6.
[14] Números 24.2; 1 Samuel 10.6, 10; 19.20, 23.
[15] Génesis 6.3; Job 27.3; 32.8; 33.4; 34.14; Salmos 104.29.
[16] Marcos 2.8; Hechos 7.59; Romanos 1.9; 8.16; 1 Corintios 5.3–5; 1 Tesalonicenses. 5.23; Santiago 2.26.
[17] Mateo 8.16; Marcos 1.23, 26; 9.25; Lucas 4.36; 11.24, 26; Hechos 19.12, 15; 1 Timoteo 4.1; Revelación 16.13.
[18] Hechos 23.8; Hebreos 1.7, 14.
[19] Lucas 24.37, 39; Hebreos 12.23; 1 Pedro 3.19.
[20] Más de 250 veces.
[21] Éxodo 15.8, 10; 2 Samuel 22.16; Salmos 18.15; Isaías 40.7.
[22] Génesis 2.7.
[23] Jueces 14.6, 19; 15.14
[24] Jueces 9.23; 1 S. 16.14–16; 1 Reyes 22.19–23
[25] 1 S. 9.9, 18s; 19.20, 24
[26] 1 Samuel 11.6.
[27] Esdras 1.1, 5; Salmos 51.12; Ezequiel 11.19.
[28] 1 Corintios 15.44–46.
[29] Números 11.17; Deuteronomio 34.9; 2 Reyes 2.9, 15.
[30] 1 Samuel 16.13; Salmos 89.20s; Isaías 11.2; 61.1.
[31] Isaías 28.7; Jeremías 6.13; 23.11.
[32] 1 Reyes 22.5–28; Amós 7.10–17
[33] Amós, Miqueas, Oseas, Isaías.
[34] Jeremías, Sofonías, Nahum, Habacuc.
[35] Amós 3.8; Jeremías 20.9.
[36] Isaías 8.11; Jeremías 15.17.
[37] Oseas 9.7.
[38] Isaías 28.7; Jeremías 5.13; 6.13; 14.13; Miqueas 2.11.
[39] Isaías 4.4.
[40] Proverbios 1.23
[41] Nehemías 9.20, 30; Zacarías 7.12; Isaías 63.11.
[42] Éxodo 28.3; 31.3; 35.31
[43] Solo tres veces en el Antiguo Testamento: Salmos 51.11; Isaías 63.10.
[44] Nehemías 9.20; Salmos 143.10.
[45] Génesis 1.2; Job 26.13; Salmos 33.6; 104.30.
[46] Isaías 32.15; 44.3.
[47] Isaías 42.1; 61.1.
[48] Ezequiel 36.26; 37; Jeremías 31.31–34.
[49] Ezequiel 39.29; Joel. 2.28; Zacarías 12.10; Números 11.29.
[50] Sabiduría 7.27; Eclesiástico 24.33.
[51] Quis Rerum Divinarum Heres Sit 265.
[52] Marcos 12.36; Hechos 1.16; 28.25; Hebreos 3.7; 9.8; 10.15; 2 Pedro 1.21; 2 Timoteo 3.16.
[53] Memra, Sejiná.
[54] 1QS1QS Manual de disciplina de Qumrán.
[55] 1 Samuel 16.13 y 18.12; Isaías 63.11.
[56] Mateo 11.9; Marcos 11.32.
[57] Mateo 3.11; Lucas 3.16; Marcos 1.8; Juan 1.33.
[58] Isaías 32.15; Ezequiel 39.29; Joel. 2.28; Zacarías 12.10
[59] Mateo 3. 10-12.
[60] Malaquías 3.2; 4.1.
[61] Daniel 7.19–22; 12.1; Zacarías 14.12–15.
[62] Mateo 12.41; 13.16; Lucas 17.20.
[63] Mateo 12.24–32; Marcos 3.22–29.
[64] Mateo 5.3–6; 11.5.
[65] Mateo 12.18; Lucas 4.14, 18; Juan 3.34; Hechos 10.38.
[66] Mateo 1.18; Lucas 1.35.
[67] Lucas 1.41, 67; 2.25–27, 36–38.
[68] Mateo 3.16; Marcos 1.10; Lucas 3.22; Juan 1.33.
[69] Mateo 4.1, 3, 6; Marcos 1.12; Lucas 4.1, 3, 9–12, 14.
[70] Isaías 29.18–20; 35.3–5; 61.1.
[71] Lucas 12.49–50.
[72] Marcos 10.38; 14.23, 36
[73] Marcos 13.11; Juan 14.15–17, 26; 15.26; 16.7–15.
[74] Mateo 7.11.
[75] Hechos 11.17.
[76] Hechos 8.14–17; 9.17; 10.44; 11.15–17; 18.25; 19.2, 6.
[77] Gálatas 3.2.
[78] 1 Corintios 6.11 Gálatas 3.14; Tito 3.7.
[79] Romanos 8.9.
[80] 1 Corintios 6.17.
[81] Romanos 8.14–17; Gálatas 4.6.
[82] 1 Corintios 12.13.
[83] Juan 3.3–8; 1 Juan 3.9.
[84] Juan 6.63.
[85] Romanos 5.5.
[86] 1 Tesalonicenses 1.6.
[87] 2 Corintios 3.14–17.
[88] Romanos 8.2; 2 Corintios 3.17.
[89] 1 Corintios 6.9–11.
[90] 1 Corintios 1.4–7; Gálatas 3.5.
[91] Hechos 2.4; 4.8, 31; 10.46; 13.9–11; 19.6.
[92] Romanos 8.9; 1 Juan 3.24; 4.13.
[93] Juan 3.8.
[94] 1 Corintios 12.13.
[95] Hechos 8.12–17; 10.44–48; 11.15–18; 18.25–19.6.
[96] Juan 3.6–8.
[97] Hechos 1.5.
[98] Hechos 8.12.
[99] Gálatas 3.3; Filipenses 1.6.
[100] 2 Corintios 1.22; 3.18; 4.16–5.5; Efesios 1.13s; 2 Tessalonicenses 2.13; 1 Pedro 1.2.
[101] Romanos 8.11, 23; 1 Corintios 3.16; 6.19; 15.45–48; Gálatas 5.16–23.
[102] Romanos 8.4–6, 14; Gálatas 5.16, 18, 25; 6.8.
[103] Jeremías 31.31–34.
[104] Romanos 2.28; 7.6; 8.2–4; 12.2; 2 Corintios 3.3, 6–8, 14–18; Efesios 2.18; Filipenses 3.3.
[105] Romanos 7.14–25; 8.10, 12; Gálatas 5.16.
[106] 2 Corintios 12.1–10.
[107] Hechos 7.51; 8.29, 39; 10.17–19; 11.12; 13.2, 4; 15.28; 16.6; 19.21; Juan 16.8–11; 20.21–23.
[108] Juan 15.26; Hechos 1.8; 5.32; 1 Juan 5.6–8; Hebreos 2.4; 1 Pedro 1.12; Revelación 19.10.
[109] Hechos 2.17; Romanos 8.9; 1 Corintios 12.7, 11; Hebreos 6.4; 1 Juan 2.20.
[110] 1 Corintios 12.13; 2 Corintios 13.14; Efesios 4.3; Filipenses 2.1.
[111] 1 Corintios 12.12–26; Efesios 4.3–16.
[112] Romanos 12.3–8; 1 Corintios 12.4–11, 27–31; Efesios 4.30; 5.18; 1 Tesalonicenses 5.19.
[113] 1 Corintios 2.12–16; 13; 14.29; 1 Tesalonicenses 5.19–22; 1 Juan 4.1–3.
[114] Revelación 19.10.
[115] Juan 14.26; 16.12; 1 Juan 2.27.
[116] Juan 14.26; 16.13–15; 1 Juan 2.24.
[117] Juan 7.38; 19.30; 20.22; Hechos 2.33; 16.7; Romanos 8.9; Gálatas 4.6; Filipenses 1.19; 1 Pedro 1.11; Hebreos 9.14; Revelación 3.1; 5.6.
[118] Juan 14.16.
[119] Juan 14.16–28; 16.7; Romanos 1.4; 8.9; 1 Corintios 6.17; 15.45; Efesios 3.16; 1 Timoteo 3.16; 1 Pedro 3.18; Revelación 2–3.
[120] 1 Corintios 12.3; 1 Juan 5.6–12.
[121] Romanos 8.11, 14–16, 23; 1 Corintios 15.45–49; 2 Corintios 3.18; Gálatas 4.6; 1 Juan 3.2.
[122] Romanos 8.15; Gálatas 4.6.
[123] 1 Corintios 12.3.
[124] Diccionario Certeza. Espíritu Santo.
[125] Mateo 12.24.
[126] Hechos 8.14-17; Romanos 1.11.
[127] Romanos 7:17; Revelación 2.13.
[128] Romanos 8.9.
[129] Romanos 8.14.
[130] Hechos 7.51.
[131] 1 Tesalonicenses 5.19.
[132] Gálatas 5.22-23.
[133] 1 Corintios 3.16-17; 6.19-20.
[134] 2 Corintios 13.14; Hebreos 6.4.