Capítulo 3
1. El
progreso de la Iglesia.
a. Pedro y Juan sanan al hombre lisiado.
3.1-10 La hora novena, la de la oración, son las tres de la tarde. Todavía el Templo es el lugar de reunión de los cristianos primitivos y este sitio se va a convertir en el escenario del primer enfrentamiento entre judíos y cristianos.
Ya en el capítulo anterior nos dice que los apóstoles hacían muchas señales y maravillas, una de estas es este relato.
En el Templo en tiempos de Jesús encontramos que tres lados del patio interior estaban rodeados por edificios de cuarenta codos de ancho, separados por nueve puertas en forma de torres, cuatro al norte y cuatro al sur, de las cuales solo dos se abrían al patio de las mujeres, con la puerta oriental. Estas puertas o más bien, suntuosos pórticos, eran de 18 metros de alto, ancho y largo. Una amplia barra dividía la entrada en dos huecos de 4,5 metros de ancho y nueve de alto, cada una con hojas de madera recubiertas de planchas de oro y plata. El vestíbulo era de 13,5 metros por lado y sus seis arcos estaban soportados por dos pilares de 5,4 metros de circunferencia. A los lados del patio de Israel cinco peldaños conducían al pórtico cuyo vestíbulo estaba provisto de manera similar de diez peldaños o una rampa. Aún había tres puertas dentro del haram esh sherif, la Puerta Dorada, la doble puerta y la triple puerta, construidas según el mismo plan. Entre estas puertas había una serie de cámaras dedicadas a diversos usos. Al oeste de la segunda puerta del sur estaba el lishkat gazit, sala del Sanedrín[1], con una cámara para la instrucción del pueblo, y en el patio de las mujeres estaba el gazophylakion, sala del tesoro[2]. Este vasto edificio descansaba en unos cimientos con un saliente de diez codos formando un deambulatorio, al que se accedía por una escalera de doce o catorce peldaños. Esta era el het, estaba rodeada por un parapeto de piedra llamado soreg y enfrente de las nueve puertas había pilares con inscripciones en griego y latín notificando a los visitantes que estaba prohibido bajo pena de muerte a los que no eran judíos, acercarse más al Templo. Hace algunos años se encontró en las cercanías del haram esh sherif uno de los pilares con una inscripción griega[3].
Parece que esta Puerta era de las favoritas para el ingreso al Templo, por lo que el cojo y sus familiares veían en este lugar un buen punto para que este pudiese solicitar, como dice literalmente en griego, las “dádivas de misericordia”. Había pasado tanto tiempo desde que este hombre era puesto en este lugar, que se volvió parte del paisaje y es probable que muchos de los que le conocían siempre le habían visto cojo, por lo que no había ninguna duda de su problema.
Los judíos piadosos iban al Templo a su oración vespertina, la hora del incienso; el momento en que más gente acudía al Templo, probablemente por ser casi el final del día, cuando se produce el milagro. Aquel asunto no podía pasar desapercibido ya que no solo se estaba produciendo algo inusual, sino que aquel hombre, en el momento en que fue puesto en pie, al sentir la fortaleza de sus tobillos y sentir el suelo firme bajo sus pies, no solo comenzó a caminar, sino que brincaba de la alegría y alababa a Dios, probablemente con gritos de júbilo.
b. Segundo sermón de Pedro.
3.11-26 Pedro y Juan habían ido al Templo a orar, pero lo que ocurrió con este hombre cambió completamente sus planes. Un pórtico era un sitio cubierto y con columnas que se construye delante de los templos u otros edificios suntuosos. Debemos recordar que el rey Salomón, edificó un majestuoso Templo para Dios. Muchos años después, este Templo fue destruido por Nabucodonosor, rey de Babilonia. El pórtico se llamaba “de Salomón” porque fue la única parte del Templo que quedó en pie después de la destrucción y se encontraba en el “atrio de los gentiles”, una plaza abierta inmensa delante del templo. En muchas maneras, fue la plaza principal de Jerusalén. Jesús se paseaba en este pórtico porque “era invierno” y hacía frío. El pórtico de Salomón servía de refugio de los vientos fríos que venían del desierto[4], y según Josefo, consistía de hileras de columnas de piedra de 8 metros de alto, con un techo de cedro que se apoyaba en ellas y en el muro, lo que formaba un corredor abierto en la dirección del Templo. En el lado Este, otro corredor con dos filas de columnas de 18 metros de ancho y de la longitud del muro, que Josefo calcula de unos 180 metros, aunque su dimensión era 457 metros, según parece. Por su lado sur, que ahora mide 275 metros, había cuatro hileras de columnas que hacían tres pasillos entre ellas de 9 metros de ancho cada uno, y así el pórtico todo era de 27 metros de ancho. Esto daba espacio suficiente para la gran multitud de discípulos cuando se congregaban en masa; y también para muchas juntas diversas de grandes números cada una, con objeto de oír a varios predicadores que hablaban al mismo tiempo.
Pedro y Juan se encuentran sujetados por el antiguo cojo, que no dejaba de gritar de alegría, saltando, y poco a poco rodeados de la multitud que estaban asombrados de ver al hombre que se había convertido en parte del paisaje por su estadía cotidiana en ese lugar, y ahora estaba sano. Ellos estaban asustados y no sabían qué pensar, así que veían a los apóstoles fijamente, esperando una explicación.
Pedro debe aprovechar la oportunidad para demostrar a aquellos que probablemente habían estado presentes durante la crucifixión de Jesús y habían gritado pidiendo que liberaran a Barrabás, que habían sentenciado al Ungido tan esperado.
Barrabás es un nombre patronímico en arameo, “hijo de Abba”, que algunos traducen como “hijo del padre o maestro” o como “hijo de la vergüenza”[5]. Contemporáneo de Jesucristo, al que algunos manuscritos de Mateo 27.16 identifican, con cierta probabilidad, como “Jesús Barrabás”. Todos los Evangelios lo mencionan al narrar el proceso de Jesús ante Pilato, pero con terminología algo diferente[6]. Había encabezado una insurrección y cometido homicidio[7]. Para Juan es un bandido[8] o terrorista, pero Marcos y Lucas asocian su crimen de homicidio político[9] con cierta insurrección realizada en la ciudad. Mateo destaca la notoriedad del preso, lo cual le daba cierta reputación como una especie de héroe[10].
Para comprender la liberación de Barrabás como el indultado escogido a causa de la Pascua, es preciso recordar que Pilato, sabía del privilegio de soltar a un prisionero en la época de la Pascua, la que recibe confirmación independiente tanto de Marcos como de Juan, y que se asocia con la Misná[11], que establece que el cordero pascual puede ser ofrecido “por alguien a quien se ha prometido soltar de la prision”; y él, conocedor de la anterior popularidad de Jesús entre el pueblo, quiso salir de su dilema apelando a la turba con el fin de anular la sentencia del sanedrín. No comprendió que Jesús había perdido su prestigio ante la multitud. Ante la disyuntiva de elegir entre éste y el Señor Jesús, los judíos, instigados por los principales sacerdotes y por los ancianos, posiblemente haciéndose eco de una demanda inicial de sus seguidores, pidieron la liberación de este hombre, y la muerte para Jesús. Esta elección manifestó claramente la impiedad y dureza del corazón de ellos.Los consejeros judíos ya podían apoyarse en la turba y de ahí el grito popular: “¡Fuera con este, y suéltanos a Barrabás!”[12]; y así Barrabás se transformó en ejemplificación de los efectos de la expiación sustitutoria.
Si la “insurrección” tenía visos de resistencia contra los romanos, la trágica elección de la turba cobra cierto tono patriótico. Barrabás llega a ser ejemplo de la liberación por expiación vicaria[13].
Pedro les hace ver que a quien ellos habían matado, incluso cuando el mismo Pilato había reconocido que no tenía culpa, Dios lo había glorificado, resucitándolo y que volvería para cumplir el plan de Dios.
Ahora bien, el que había estado cojo, fue sanado por la autoridad de quien ellos habían rechazado. Ellos eran testigos no solo de la resurrección de Jesús, sino que se convertían en testigos acusadores en contra de los que habían rechazado al Ungido.
Después de haber hecho esta acusación que los presentes no podían negar, Pedro cambia el tono para mostrar que ellos habían hecho estas cosas por ignorancia, aunque esto no les quitaba la culpa. Aunque Dios había predeterminado la muerte de Jesús, la maldad que habita en el corazón del hombre no les permitió aceptarlo como el Ungido.
¿Qué camino les quedaba? Reconocer su maldad, arrepentirse y cambiar el curso de su vida para entonces poder gozar de la bendición de Dios: El perdón de sus pecados. Una de las causas más serias de que la “cristiandad” se encuentre dividida consiste primeramente en que no hay un verdadero arrepentimiento y un cambio en la mentalidad. No puedo olvidar cuando una mañana llegó al servicio de adoración un famoso cantante nacional que después de la prédica pasó al frente a manifestar su arrepentimiento, pero la sorpresa me la llevé en el servicio de adoración de la tarde cuando el mismo cantante pasó a dirigir los cantos. ¿Cómo es posible que el liderazgo de la congregación determinara que en tan poco tiempo este hombre, que unos días después volvió a su vida de siempre, había tenido un cambio de mente?
Ser cristiano no es decirlo, es vivirlo, es demostrarlo con un cambio que no se va a manifestar en pocas horas. Pensar que porque asistimos a una Iglesia nos convierte en cristianos, es lo mismo que pensar que porque entramos en una cochera nos convertimos en un auto. Hay muchos que teniendo una mente comercial, dicen ahora ser cristianos y lo que han hecho es volver la Iglesia en una fuente de ganancia para ellos. Estos los vemos incluso en la televisión.
El cristiano verdadero va a sufrir un arrepentimiento con dolor por lo malo que ha hecho que le va a causar un cambio completo en su vida. ¡Cuánto me molesta escuchar lo que algunos llaman “testimonios de vida”, en donde se habla horas de lo malo que se hizo antes y que para el final dicen: “Y escuché la Palabra de Dios y me entregué a Jesús”! Un verdadero testimonio dice: Antes era una persona malvada que no merecía más que la condenación eterna, pero al escuchar la Palabra de Dios, creí y sentí un dolor tan grande por lo malo que era que tome la determinación de vivir de acuerdo a la Voluntad de Dios, así que confieso a Jesús como Señor de mi vida, y por ello bajé a las aguas para ser sumergido como símbolo de mi muerte este mundo y resurrección a la vida verdadera, en donde cada día lucho, con la ayuda del Espíritu Santo que mora en mí, para vivir en santidad delante del rostro de Dios. ¡Ya no necesito mencionar las cosas malas que hice porque Jesús me libró de ellas! ¡Cristo tomó mis cargas y las tiró a lo profundo de la mar!
¿Para que arrepentirse y cambiar de mentalidad? ¡Para que mis pecados sean borrados! En una ocasión fui a pagar una multa de tránsito que me habían hecho porque duré más tiempo del que debía estacionado al lado de la calle. Iba triste porque no tenía mucho dinero, pero debía pagar. Cuando llegué a la ventanilla y presenté mi licencia, el empleado me dijo: “No tiene multas”. Extrañado y confuso le pedí que revisara de nuevo porque el policía me había hecho la boleta. El hombre revisó y me miró de forma que me sentí tonto, para repetir simplemente: “No tiene multas”. ¡Vaya alegría! Nunca supe qué pasó con la boleta, pero me alegré que mi culpa hubiese sido borrada. ¡A esto se refería Pedro cuando enseñó del perdón de los pecados en esta ocasión!
¿Qué importancia tenía el arrepentirse y convertirse? Son dos: Vendrían “los señalados tiempos de refrigerio desde delante del Señor”; y Dios enviaría a “Jesús el Ungido”. Estos tiempos de refrigerio habían iniciado precisamente unos días atrás, cuando el Espíritu Santo fue derramado sobre los apóstoles y luego viene sobre todos los creyentes cuando son sumergidos para el perdón de sus pecados. El envío de Jesucristo del que habla Pedro, no puede sino ser la segunda venida del Señor.
Tomemos en cuenta que cuando Pedro dice esto a los judíos, no olvidemos que en el Templo no podían entrar los gentiles, así que la audiencia de Pedro son solo judíos, ya que ellos, si querían recibir estas bendiciones, tendrían que hacer lo mismo que los gentiles: Arrepentirse y convertirse. Algunos dicen que los judíos tienen un trato especial por parte de Dios, pero la Biblia no dice tal cosa. Si un judío quiere ser salvo, debe oír la Palabra, creerla, arrepentirse de sus pecados, confesar a Jesús como Señor, sumergirse en agua para perdón de sus pecados y vivir en santidad.
Pedro les hace ver a los oyentes que Jesús fue enviado a ellos, pero que debía volver al cielo hasta el tiempo señalado por Dios para restaurar Su orden, tal y como fue anunciado por los profetas.
Los judíos siempre fueron un pueblo terco e incrédulo, a pesar que Dios lo escogiera para ser la nación por la que vendría el Mesías. Los milagros y señales que Jesús hizo no eran suficientes para que ellos lo aceptaran como Mesías; incluso su muerte y resurrección; sino que necesitaban pruebas que pudieran leer en las Escrituras, por lo que Pedro hecha mano a este recurso, hablando de la profecía que Dios dio nada más y menos que por boca de Moisés.
Jesús era un profeta igual a Moisés en el sentido que Moisés sacó al pueblo de Dios de la esclavitud de Egipto, símbolo del pecado; Jesús saca al Pueblo de Dios, la Iglesia, de la esclavitud del pecado. Así que los seguidores de Moisés se veían en una paradoja: Ellos rechazaron a Jesús como el Mesías, pero Moisés señalaba a Jesús como el Profeta. Si ellos obedecían a Moisés, debían creer en Jesús o de lo contrario estaban expuestos a la maldición de Moisés.
Pero no solo Moisés habló de Jesús, sino que todos los profetas desde Samuel, lo hicieron, por lo que quien no aceptara a Jesús como Mesías, estaría contra lo dicho por Moisés y por todos los profetas. Y al ser ellos los “hijos de los profetas” y no obedecer el mandato de sus “padres”, estaban expuestos a morir.
Este sermón de Pedro no tiene una conclusión, que de seguro hubiese provocado que muchos de los presentes fueran sumergidos en agua, por lo que veremos en el siguiente apartado, pero demos aceptar que todo lo que dijo está cargado de sentimiento de amor a Dios, al prójimo e incluso a su propio país.
[1] Middoth, II, 5
[2] Josefo, Antiguedades de los Judíos, XIX, VI, 1.
[3] ec.aciprensa.com/wiki/Templo_de_Jerusalén.
[4] www.ublaonline.org; www.altisimo.net/maestros/iglesiaTemprana04.htm.
[5] Diccionario de nombres bíblicos de Hitchcock. Barrabás.
[6] Mateo 27.20; Marcos 15.15; Lucas 23.18.
[7] Marcos 15.7.
[8] Juan 18.40.
[9] Marcos 15.7; Lucas 23.18.
[10] Mateo 27.16.
[11] Pesah 8.6.
[12] Lucas 23.18.
[13] Diccionario Nelson; Diccionario Bíblico; Diccionario Certeza. Barrabás.
a. Pedro y Juan sanan al hombre lisiado.
3.1-10 La hora novena, la de la oración, son las tres de la tarde. Todavía el Templo es el lugar de reunión de los cristianos primitivos y este sitio se va a convertir en el escenario del primer enfrentamiento entre judíos y cristianos.
Ya en el capítulo anterior nos dice que los apóstoles hacían muchas señales y maravillas, una de estas es este relato.
En el Templo en tiempos de Jesús encontramos que tres lados del patio interior estaban rodeados por edificios de cuarenta codos de ancho, separados por nueve puertas en forma de torres, cuatro al norte y cuatro al sur, de las cuales solo dos se abrían al patio de las mujeres, con la puerta oriental. Estas puertas o más bien, suntuosos pórticos, eran de 18 metros de alto, ancho y largo. Una amplia barra dividía la entrada en dos huecos de 4,5 metros de ancho y nueve de alto, cada una con hojas de madera recubiertas de planchas de oro y plata. El vestíbulo era de 13,5 metros por lado y sus seis arcos estaban soportados por dos pilares de 5,4 metros de circunferencia. A los lados del patio de Israel cinco peldaños conducían al pórtico cuyo vestíbulo estaba provisto de manera similar de diez peldaños o una rampa. Aún había tres puertas dentro del haram esh sherif, la Puerta Dorada, la doble puerta y la triple puerta, construidas según el mismo plan. Entre estas puertas había una serie de cámaras dedicadas a diversos usos. Al oeste de la segunda puerta del sur estaba el lishkat gazit, sala del Sanedrín[1], con una cámara para la instrucción del pueblo, y en el patio de las mujeres estaba el gazophylakion, sala del tesoro[2]. Este vasto edificio descansaba en unos cimientos con un saliente de diez codos formando un deambulatorio, al que se accedía por una escalera de doce o catorce peldaños. Esta era el het, estaba rodeada por un parapeto de piedra llamado soreg y enfrente de las nueve puertas había pilares con inscripciones en griego y latín notificando a los visitantes que estaba prohibido bajo pena de muerte a los que no eran judíos, acercarse más al Templo. Hace algunos años se encontró en las cercanías del haram esh sherif uno de los pilares con una inscripción griega[3].
Parece que esta Puerta era de las favoritas para el ingreso al Templo, por lo que el cojo y sus familiares veían en este lugar un buen punto para que este pudiese solicitar, como dice literalmente en griego, las “dádivas de misericordia”. Había pasado tanto tiempo desde que este hombre era puesto en este lugar, que se volvió parte del paisaje y es probable que muchos de los que le conocían siempre le habían visto cojo, por lo que no había ninguna duda de su problema.
Los judíos piadosos iban al Templo a su oración vespertina, la hora del incienso; el momento en que más gente acudía al Templo, probablemente por ser casi el final del día, cuando se produce el milagro. Aquel asunto no podía pasar desapercibido ya que no solo se estaba produciendo algo inusual, sino que aquel hombre, en el momento en que fue puesto en pie, al sentir la fortaleza de sus tobillos y sentir el suelo firme bajo sus pies, no solo comenzó a caminar, sino que brincaba de la alegría y alababa a Dios, probablemente con gritos de júbilo.
b. Segundo sermón de Pedro.
3.11-26 Pedro y Juan habían ido al Templo a orar, pero lo que ocurrió con este hombre cambió completamente sus planes. Un pórtico era un sitio cubierto y con columnas que se construye delante de los templos u otros edificios suntuosos. Debemos recordar que el rey Salomón, edificó un majestuoso Templo para Dios. Muchos años después, este Templo fue destruido por Nabucodonosor, rey de Babilonia. El pórtico se llamaba “de Salomón” porque fue la única parte del Templo que quedó en pie después de la destrucción y se encontraba en el “atrio de los gentiles”, una plaza abierta inmensa delante del templo. En muchas maneras, fue la plaza principal de Jerusalén. Jesús se paseaba en este pórtico porque “era invierno” y hacía frío. El pórtico de Salomón servía de refugio de los vientos fríos que venían del desierto[4], y según Josefo, consistía de hileras de columnas de piedra de 8 metros de alto, con un techo de cedro que se apoyaba en ellas y en el muro, lo que formaba un corredor abierto en la dirección del Templo. En el lado Este, otro corredor con dos filas de columnas de 18 metros de ancho y de la longitud del muro, que Josefo calcula de unos 180 metros, aunque su dimensión era 457 metros, según parece. Por su lado sur, que ahora mide 275 metros, había cuatro hileras de columnas que hacían tres pasillos entre ellas de 9 metros de ancho cada uno, y así el pórtico todo era de 27 metros de ancho. Esto daba espacio suficiente para la gran multitud de discípulos cuando se congregaban en masa; y también para muchas juntas diversas de grandes números cada una, con objeto de oír a varios predicadores que hablaban al mismo tiempo.
Pedro y Juan se encuentran sujetados por el antiguo cojo, que no dejaba de gritar de alegría, saltando, y poco a poco rodeados de la multitud que estaban asombrados de ver al hombre que se había convertido en parte del paisaje por su estadía cotidiana en ese lugar, y ahora estaba sano. Ellos estaban asustados y no sabían qué pensar, así que veían a los apóstoles fijamente, esperando una explicación.
Pedro debe aprovechar la oportunidad para demostrar a aquellos que probablemente habían estado presentes durante la crucifixión de Jesús y habían gritado pidiendo que liberaran a Barrabás, que habían sentenciado al Ungido tan esperado.
Barrabás es un nombre patronímico en arameo, “hijo de Abba”, que algunos traducen como “hijo del padre o maestro” o como “hijo de la vergüenza”[5]. Contemporáneo de Jesucristo, al que algunos manuscritos de Mateo 27.16 identifican, con cierta probabilidad, como “Jesús Barrabás”. Todos los Evangelios lo mencionan al narrar el proceso de Jesús ante Pilato, pero con terminología algo diferente[6]. Había encabezado una insurrección y cometido homicidio[7]. Para Juan es un bandido[8] o terrorista, pero Marcos y Lucas asocian su crimen de homicidio político[9] con cierta insurrección realizada en la ciudad. Mateo destaca la notoriedad del preso, lo cual le daba cierta reputación como una especie de héroe[10].
Para comprender la liberación de Barrabás como el indultado escogido a causa de la Pascua, es preciso recordar que Pilato, sabía del privilegio de soltar a un prisionero en la época de la Pascua, la que recibe confirmación independiente tanto de Marcos como de Juan, y que se asocia con la Misná[11], que establece que el cordero pascual puede ser ofrecido “por alguien a quien se ha prometido soltar de la prision”; y él, conocedor de la anterior popularidad de Jesús entre el pueblo, quiso salir de su dilema apelando a la turba con el fin de anular la sentencia del sanedrín. No comprendió que Jesús había perdido su prestigio ante la multitud. Ante la disyuntiva de elegir entre éste y el Señor Jesús, los judíos, instigados por los principales sacerdotes y por los ancianos, posiblemente haciéndose eco de una demanda inicial de sus seguidores, pidieron la liberación de este hombre, y la muerte para Jesús. Esta elección manifestó claramente la impiedad y dureza del corazón de ellos.Los consejeros judíos ya podían apoyarse en la turba y de ahí el grito popular: “¡Fuera con este, y suéltanos a Barrabás!”[12]; y así Barrabás se transformó en ejemplificación de los efectos de la expiación sustitutoria.
Si la “insurrección” tenía visos de resistencia contra los romanos, la trágica elección de la turba cobra cierto tono patriótico. Barrabás llega a ser ejemplo de la liberación por expiación vicaria[13].
Pedro les hace ver que a quien ellos habían matado, incluso cuando el mismo Pilato había reconocido que no tenía culpa, Dios lo había glorificado, resucitándolo y que volvería para cumplir el plan de Dios.
Ahora bien, el que había estado cojo, fue sanado por la autoridad de quien ellos habían rechazado. Ellos eran testigos no solo de la resurrección de Jesús, sino que se convertían en testigos acusadores en contra de los que habían rechazado al Ungido.
Después de haber hecho esta acusación que los presentes no podían negar, Pedro cambia el tono para mostrar que ellos habían hecho estas cosas por ignorancia, aunque esto no les quitaba la culpa. Aunque Dios había predeterminado la muerte de Jesús, la maldad que habita en el corazón del hombre no les permitió aceptarlo como el Ungido.
¿Qué camino les quedaba? Reconocer su maldad, arrepentirse y cambiar el curso de su vida para entonces poder gozar de la bendición de Dios: El perdón de sus pecados. Una de las causas más serias de que la “cristiandad” se encuentre dividida consiste primeramente en que no hay un verdadero arrepentimiento y un cambio en la mentalidad. No puedo olvidar cuando una mañana llegó al servicio de adoración un famoso cantante nacional que después de la prédica pasó al frente a manifestar su arrepentimiento, pero la sorpresa me la llevé en el servicio de adoración de la tarde cuando el mismo cantante pasó a dirigir los cantos. ¿Cómo es posible que el liderazgo de la congregación determinara que en tan poco tiempo este hombre, que unos días después volvió a su vida de siempre, había tenido un cambio de mente?
Ser cristiano no es decirlo, es vivirlo, es demostrarlo con un cambio que no se va a manifestar en pocas horas. Pensar que porque asistimos a una Iglesia nos convierte en cristianos, es lo mismo que pensar que porque entramos en una cochera nos convertimos en un auto. Hay muchos que teniendo una mente comercial, dicen ahora ser cristianos y lo que han hecho es volver la Iglesia en una fuente de ganancia para ellos. Estos los vemos incluso en la televisión.
El cristiano verdadero va a sufrir un arrepentimiento con dolor por lo malo que ha hecho que le va a causar un cambio completo en su vida. ¡Cuánto me molesta escuchar lo que algunos llaman “testimonios de vida”, en donde se habla horas de lo malo que se hizo antes y que para el final dicen: “Y escuché la Palabra de Dios y me entregué a Jesús”! Un verdadero testimonio dice: Antes era una persona malvada que no merecía más que la condenación eterna, pero al escuchar la Palabra de Dios, creí y sentí un dolor tan grande por lo malo que era que tome la determinación de vivir de acuerdo a la Voluntad de Dios, así que confieso a Jesús como Señor de mi vida, y por ello bajé a las aguas para ser sumergido como símbolo de mi muerte este mundo y resurrección a la vida verdadera, en donde cada día lucho, con la ayuda del Espíritu Santo que mora en mí, para vivir en santidad delante del rostro de Dios. ¡Ya no necesito mencionar las cosas malas que hice porque Jesús me libró de ellas! ¡Cristo tomó mis cargas y las tiró a lo profundo de la mar!
¿Para que arrepentirse y cambiar de mentalidad? ¡Para que mis pecados sean borrados! En una ocasión fui a pagar una multa de tránsito que me habían hecho porque duré más tiempo del que debía estacionado al lado de la calle. Iba triste porque no tenía mucho dinero, pero debía pagar. Cuando llegué a la ventanilla y presenté mi licencia, el empleado me dijo: “No tiene multas”. Extrañado y confuso le pedí que revisara de nuevo porque el policía me había hecho la boleta. El hombre revisó y me miró de forma que me sentí tonto, para repetir simplemente: “No tiene multas”. ¡Vaya alegría! Nunca supe qué pasó con la boleta, pero me alegré que mi culpa hubiese sido borrada. ¡A esto se refería Pedro cuando enseñó del perdón de los pecados en esta ocasión!
¿Qué importancia tenía el arrepentirse y convertirse? Son dos: Vendrían “los señalados tiempos de refrigerio desde delante del Señor”; y Dios enviaría a “Jesús el Ungido”. Estos tiempos de refrigerio habían iniciado precisamente unos días atrás, cuando el Espíritu Santo fue derramado sobre los apóstoles y luego viene sobre todos los creyentes cuando son sumergidos para el perdón de sus pecados. El envío de Jesucristo del que habla Pedro, no puede sino ser la segunda venida del Señor.
Tomemos en cuenta que cuando Pedro dice esto a los judíos, no olvidemos que en el Templo no podían entrar los gentiles, así que la audiencia de Pedro son solo judíos, ya que ellos, si querían recibir estas bendiciones, tendrían que hacer lo mismo que los gentiles: Arrepentirse y convertirse. Algunos dicen que los judíos tienen un trato especial por parte de Dios, pero la Biblia no dice tal cosa. Si un judío quiere ser salvo, debe oír la Palabra, creerla, arrepentirse de sus pecados, confesar a Jesús como Señor, sumergirse en agua para perdón de sus pecados y vivir en santidad.
Pedro les hace ver a los oyentes que Jesús fue enviado a ellos, pero que debía volver al cielo hasta el tiempo señalado por Dios para restaurar Su orden, tal y como fue anunciado por los profetas.
Los judíos siempre fueron un pueblo terco e incrédulo, a pesar que Dios lo escogiera para ser la nación por la que vendría el Mesías. Los milagros y señales que Jesús hizo no eran suficientes para que ellos lo aceptaran como Mesías; incluso su muerte y resurrección; sino que necesitaban pruebas que pudieran leer en las Escrituras, por lo que Pedro hecha mano a este recurso, hablando de la profecía que Dios dio nada más y menos que por boca de Moisés.
Jesús era un profeta igual a Moisés en el sentido que Moisés sacó al pueblo de Dios de la esclavitud de Egipto, símbolo del pecado; Jesús saca al Pueblo de Dios, la Iglesia, de la esclavitud del pecado. Así que los seguidores de Moisés se veían en una paradoja: Ellos rechazaron a Jesús como el Mesías, pero Moisés señalaba a Jesús como el Profeta. Si ellos obedecían a Moisés, debían creer en Jesús o de lo contrario estaban expuestos a la maldición de Moisés.
Pero no solo Moisés habló de Jesús, sino que todos los profetas desde Samuel, lo hicieron, por lo que quien no aceptara a Jesús como Mesías, estaría contra lo dicho por Moisés y por todos los profetas. Y al ser ellos los “hijos de los profetas” y no obedecer el mandato de sus “padres”, estaban expuestos a morir.
Este sermón de Pedro no tiene una conclusión, que de seguro hubiese provocado que muchos de los presentes fueran sumergidos en agua, por lo que veremos en el siguiente apartado, pero demos aceptar que todo lo que dijo está cargado de sentimiento de amor a Dios, al prójimo e incluso a su propio país.
[1] Middoth, II, 5
[2] Josefo, Antiguedades de los Judíos, XIX, VI, 1.
[3] ec.aciprensa.com/wiki/Templo_de_Jerusalén.
[4] www.ublaonline.org; www.altisimo.net/maestros/iglesiaTemprana04.htm.
[5] Diccionario de nombres bíblicos de Hitchcock. Barrabás.
[6] Mateo 27.20; Marcos 15.15; Lucas 23.18.
[7] Marcos 15.7.
[8] Juan 18.40.
[9] Marcos 15.7; Lucas 23.18.
[10] Mateo 27.16.
[11] Pesah 8.6.
[12] Lucas 23.18.
[13] Diccionario Nelson; Diccionario Bíblico; Diccionario Certeza. Barrabás.