Capítulo 4
1. Pedro y
Juan son arrestados.
4.1-4 Es probable que los creyentes se hubiesen sentido muy confiados hasta aquí ya que las señales y prodigios que hacían los apóstoles eran aplaudidas por todo el pueblo y quizá creyeron que la verdad ya había triunfado. Cuando todo parecía ir viento en popa, aparecen los días difíciles para la Iglesia recién formada.
En el momento en que Pedro y Juan estaban hablando con el pueblo, aparecen los principales sacerdotes que son acompañados por el capitán de la guardia del Templo y un grupo de saduceos.
Todas nuestras fuentes son hostiles e inadecuadas para ofrecer un cuadro acertado de los saduceos. Ellas son:
a. Flavio Josefo, Guerras de los judíos 2.119, 164–166; Antigüedades de los judíos 13.171–173, 293–298; 18.11, 16–17; 20.199; Vit. 10–11.
b. La Misná, Qerubin 6.2, Hagigah 2.4, Makkoth 1.6, Parah 3.3, 7, Niddah 4.2, Yadaim 4.6–8.
c. El Nuevo Testamento, Mateo 3.7; 16.1–12; 22.23–34; Marcos 12.18–27; Lucas 20.27–38; Hechos 4.1–2; 5.17; 23.6–8.
Tanto el nombre como los orígenes de este partido son motivo de discusión. El nombre se ha derivado de Sadoc, ya sea el contemporáneo de Salomón a cuyos descendientes se consideraba de pura estirpe sacerdotal o un fundador hipotético o jefe del partido en los primeros tiempos. Pero la familia asmonea sumo sacerdotal gobernante no era sadoquita[1], y es difícil explicar la doble “d” en las formas hebrea y griega del nombre si efectivamente deriva de Sadoc. La relación con el término séÆq, “justo”, puede haber sido un caso de asonancia posterior.
Hay cuatro teorías sobre el origen de los sadureos. M. H. Segal, sobre la base de lo propuesto por Wellhausen, piensa que se trataba principalmente de un partido político derivado en última instancia de los helenistas de Judea. G. H. Box, siguiendo a Geiger, pensaba que se trataba de un partido religioso, y que algunos de los escribas mencionados en los evangelios eran escribas saduceos. L. Finkelstein creía que originalmente constituían un cuerpo aristocrático rural, a diferencia de los fariseos, que eran urbanos. T. W. Manson creía que habían sido funcionarios de estado originalmente.
Los modales de los saduceos eran bastante groseros, eran descorteses con sus iguales como si estos fuesen extranjeros, y consideraban una virtud disputar con sus maestros. No tenían seguidores entre las masas populares, sino solamente entre los de buena posición económica. Eran más severos en sus juicios que otros judíos. Muchos de los sacerdotes, aunque no todos, eran saduceos; pero casi todos los saduceos parecen haber sido sacerdotes, especialmente de las familias sacerdotales más poderosas. Bajo los primeros asmoneos algunos saduceos desempeñaron cargos en la gerousia[2]. Juan Hircano, ofendido por el pedido de Eleazar, miembro de una diputación farisea, de que renunciara a su sacerdocio, transfirió su lealtad de los fariseos a los saduceos. Los saduceos disfrutaron del favor de los gobernantes asmoneos hasta el reinado de Salomé Alejandra[3], que prefirió a los fariseos. Bajo los Herodes, y los romanos, los saduceos predominaron en el sanedrín. Este partido desapareció con la destrucción del Templo en 70 d.C., Josefo dice que, aun estando en el poder, el temor al pueblo llevó a los saduceos a ponerse de acuerdo con los fariseos.
La marca religiosa de los saduceos fue su conservadurismo. Negaban la validez permanente de toda ley que no formara parte de los escritos del Pentateuco. Rechazaban las doctrinas tardías del alma y su existencia en el más allá, la resurrección, las recompensas y retribuciones, los ángeles y los demonios. Creían que no existía el destino, que el hombre podía elegir libremente entre el bien y el mal, y que la prosperidad y la adversidad eran resultado de las propias acciones del hombre[4].
Puede haber ocurrido que cuando los saduceos escucharon a los apóstoles hablar sobre la resurrección, corrieron a buscar a los principales sacerdotes que trajeron con ellos al capitán de la guardia. Este último toma a Pedro y a Juan y los detiene, llevándolos a la prisión del Templo. La única explicación del porqué del manejo de los saduceos en este asunto, es precisamente el asunto de la resurrección. Ellos se habían mantenido casi que al margen con respecto a los cristianos, y eran los fariseos más bien los enemigos declarados del cristianismo, pero ahora, al hablar de resurrección, los fariseos estaban de acuerdo, pero era un punto doctrinal que los saduceos rechazaban.
Por otro lado, estaba Caifás, que era del partido saduceo, lo que le afectaba directamente, además que la enseñanza de los apóstoles le señalaba como asesino directo de Jesús, lo que iba contra su posición de líder judío.
Los sacerdotes también estaban molestos porque la oración de la tarde se había visto interrumpida por el milagro y la prédica de Pedro.
A pesar de que no se logró dar el remate al sermón, el efecto producido es positivo, ya que el conteo anterior que encontramos en el capítulo 2 es de tres mil cristianos, y el que se da ahora es de cinco mil, aunque hay posibilidades que entre uno y otras muchas otras personas se unieran a la Iglesia[5]. Pero recordemos que cuando Lucas hace este relato se somete a la manera de escribir de sus tiempos y toma solo en cuenta a los varones, dejando sinb contar a las mujeres, por lo que aunque dice que el número de los miembros de la Iglesia era de cinco mil, solo habla de los hombres, así que el número real de los cristianos debe haber sido mucho mayor.
2. Defensa de los apóstoles
4.5-12 Después del arresto, Pedro y Juan pasaron en la cárcel, probablemente descansando y preparándose en oración para la defensa que iba a presentar el día siguiente. En el transcurso de la mañana, son llevados ante los personajes más importantes del Sanedrín. Ahí estaban Anás, el sacerdote principal o sumo sacerdote, quien era hijo de Seth, y entre los años 6 ó 7 a.C., sucedió a Joazar como sumo sacerdote, nombrado por Quirino, quien llegó a Judea para asistir a la incorporación del territorio de Arquelaus en la provincia romana de Siria[6]. Luego de su separación del cargo por Valerio Gratus en el año 15 d.C., tuvo una rápida sucesión de supremos sacerdotes: Ismael; Eleazar, hijo de Anás; quizá el Alejandro que se menciona en Hechos 4; Simón, hasta que llegamos a José, llamado Caifás, quien supo como retener el favor de las autoridades romanas desde el año 18 al 36[7]. No obstante no estar formalmente en el cargo, esto no fue obstáculo para que Anás tuviese importante influencia. Ello se puede juzgar por las colocaciones de su hijo Eleazar, y su yerno José Caifás[8] y otros cuatro hijos: Jonatán, quizá el Juan de Hechos 4.6, donde se lee Ionathas; Teófilo; Matías; Anás II, Ananos, bajo el cual fue martirizado Jacobo, el hermano del Señor[9]. Ellos obtuvieron la dignidad de sumo sacerdotes[10]. El Nuevo Testamento ofrece una versión similar de esta impresión. El nombre de Anás, aparece con el de José Caifás, quien era el supremo sacerdote durante el ministerio del Salvador[11] se trata de un elaborado sincronismo en el cual Lucas introduce el ministerio público del Señor[12]. La posición de alto mando atribuida al sumo sacerdote es también confirmada en Hechos 4.6. Allí Anás es presentado como el “sumo sacerdote”, mientras que el nombre de José Caifás está entre los que le siguen en la continuidad de los sacerdocios de alta categoría. Esa fórmula, puede dejar la impresión en el autor, de que tanto Anás como Caifás compartían las funciones del alto sacerdocio simultáneamente[13]. O bién de que Anás, solamente era el sumo sacerdote. Esto ha hecho emerger muchas hipótesis, todas ellas más o menos pausibles. Esas consideraciones no deben ser consideradas totalmente exactas, pero dan testimonio de la ascendencia de Anás. Sin embargo, Anás es más que una señal cronológica en la vida de Nuestro Salvador. De conformidad con el texto de Juan 13.13-27, Anás jugó una parte decisiva en la vida de Jesús. Luego de su arresto, el Señor es presentado directamente a Anás, en cuyo palacio tiene lugar una especie de interrogatorio preliminar y no oficial, un episodio omitido completamente en los textos sinópticos. La “casa de Anás”, con gran riqueza e inuescrupulosa, se encuentra referida como maldita en el Talmud, junto con el señalamiento de los “corruptos líderes del sacerdocio”, cuya presencia manchó el santuario[14].
Caifás es el sobrenombre de significado desconocido, perteneciente a José, a quien el procurador Valerio Grato nombró sumo sacerdote cerca del año 18 d.C. y Vitelio, legado de Siria, depuso en el 36 d.C. Su suegro Anás[15], le consiguió el sumo sacerdocio e influyó tanto durante el ejercicio del mismo, que llegó a ocupar el lugar de su yerno[16]. Juan el Bautista inició su ministerio en la época de Caifás[17]. Después de la resurrección de Lázaro, Caifás recomendó al sanedrín la muerte de Jesucristo, en beneficio de la nación, sin darse cuenta de lo profético de sus palabras[18]. Fue en el patio de Caifás[19] donde los líderes judíos acordaron prender a Jesús. Fue allí también, después de la interrogación de Anás[20], donde enjuiciaron y condenaron a Jesús[21]. La última vez que se menciona a Caifás es durante el juicio de Pedro, y Juan, cuando ya no ostentaba el oficio sumo sacerdotal[22].
Anás era el verdadero sumo sacerdote, aunque fue depuesto por Valerio Grato, acto que los judíos en realidad consideraban ilegal y aunque para los romanos era Caifás, era Anás quien actuaba como tal.
Con respecto a Juan y Alejandro, al ser parientes cercanos de Anás, eran sumamente respetados.
Cuando estaban reunidos, trajeron a Pedro y a Juan, pero también al antiguo paralítico, para ser interrogados. Quizá los sentimientos de Pedro y Juan se revolvieron en su ser, debido a que unas semanas antes, estas mismas personas habían juzgado a su Maestro y lo habían acusado injustamente.
Realmente el arresto del día anterior había sido ilegal, porque no existía una acusación formal contra los apóstoles. Ahora los traen para interrogarlos y así buscar una falta para poder acusarlos.
Los jueces hacen una pregunta que no tiene una base firme: “¿Con qué clase de poder o qué nombre hicieron esto ustedes?” No están siendo específicos, sino que la respuesta podía ir por diferentes caminos. ¿No haber dado limosna al paralítico? ¿Haberle hablado? ¿Haberle sanado? ¿Haber predicado? En realidad preguntan de esta manera porque si hubiesen dicho: “¿Cómo fue que sanaron a este hombre?”, habrían estado aceptando que se había producido un milagro en el nombre de Jesús, a quien ellos habían entregado solo unos días atrás a los romanos para que le mataran.
Pedro entendió que esta era una gran oportunidad de anunciar el nombre de Jesús delante de los que le habían matado, y no la desaprovechó. Lleno del Espíritu presentó su defensa, que al mismo tiempo era una acusación para ellos. Les dice: Hoy ustedes nos están preguntando sobre algo bueno hecho a un hombre que todos conocían que estaba enfermo. Nadie podía decir que había sido un fraude, el paralítico era un viejo conocido de todos los que frecuentaban el Templo y ahora nadie podía negar que estuviera sano.
De esta primera premisa Pedro dispara su acusación. Habían sido llevados para ser juzgados y ahora son ellos los que juzgan a los jueces. “Noten, les dijo, que en el nombre de quien usdes asesinaron entregándolo a los romanos, pero que no quedó en la tumba, sino que fue resucitado por Dios, es que a quien todos conocían como paralítico, ahora está aquí de pie junto a nosotros, como ustedes pueden ver”.
Es probable que varios de los jueces sintieran un frío subiendo por sus piernas, ya que lo que tenían en frente era algo que no podían negar. Aquellos pescadores los estaban dejando en mal delante del pueblo y ellos estaban confundidos.
Pedro no podía dejar el asunto allí. Debía rematar su discurso ya que el día antes no se lo permitieron. Sigue con su acusación: “A quien ustedes deshecharon considerándolo un enemigo del pueblo y de nuestra religión, es la base puesta por Dios para que podamos ser salvos, y no hay nadie, ni Abraham, ni Moisés, ni Elías, ni David, que pueda darnos la salvación, sino solo Jesús”.
3. La orden del sanedrín.
a. La consulta.
4.13-17 Los jueces estaban confundidos. Ellos esperaban que estos hombres sencillos se amedrentaran al encontrarse ante toda la pompa suya, pero en lugar de eso fueron abiertos y no tuvieron temor de decir las cosas, a pesar de que hacía poco habían sido testigos de la cruel muerte de su Maestro.
Ellos sabían con certeza que estos dos hombres era discípulos de Jesús y que a pesar que no eran ignorantes completamente de la Palabra, ya que todo judío debía recibir educación en ella, su oficio era de pescadores, no de rabinos, pero ahora hablaban mejor que estos.
Pedro calló y solo se escuchó el silencio. Los jueces estaban admirados de las palabras del pescador y ellos no podían contradecirle en nada. Estaban totalmente desconcertados. Aquel horrible silencio fue interrumpido por la voz del presidente que mandó que les sacaran del salón. Luego que ellos salieron, es probable que el alboroto hubiese sido grande. Al fin se fueron callando y alguien pregunto: ¿Qué les vamos a hacer? Todo lo que han dicho aquí es cierto y la sanidad es conocida por todos y no tenemos palabras para contradecirles. ¡Qué hipocresía! Podían reconocer que ellos estaban equivocados, pero no lo iban a aceptar en público y mucho menos iban a hacer algo para corregir el mal hecho. ¡Cuánto me recuerda a algunos líderes con los que he hablado de sus errores doctrinales pero prefieren seguir con su farsa antes de reconocer delante del pueblo que les han estado engañando!
El problema que tenía este tribunal no era para los acusados, sino para ellos mismos. No exitía motivo para llevar a estos hombres a los romanos para que les mataran; si los metían a la cárcel, el pueblo se levantaría contra ellos porque eran testigos del milagro y nadie lo podía negar. Así fue como surgió una “genial” idea: ¡Hay que prohibirles volver a hablar de Jesús al pueblo! Los demás aplaudieron la idea y se dispusieron a llevarla a cabo. En realidad lo único que estaban demostrando era su ignorancia y su malvado corazón.
b. La prohibición.
4.18-22 La gran idea había tomado fuerza y se hace algo histórico: Es la primera vez que se prohíbe la predicación del Evangelio, algo que se seguirá emulando hasta nuestros días. ¿Qué hubiese ocurrido si los apóstoles hubieran dicho: “Ellos son la autoridad y como nosotros debemos ser respetuosos de ella no volveremos a hablar de Jesús”? Las consecuencias huberan sido fatales no solo para la Iglesia, sino para toda la civilización occidental e incluso para la humanidad en general, ya que ha sido gracias al cristianismo que se promovió a la realización de muchos cambios e inventos de los que gozamos el día de hoy.
Pero los apóstoles ya no eran aquellos hombres temerosos que se escondieron después del arresto de Jesús, sino que estaban impulsados por el poder del Espíritu Santo, de manera respetuosa pero a la vez tajante, les hacen ver lo ilógico de su amenaza, planteándoles, de manera sutil, que se tomen su posición: “¿Qué harían ustedes? Dios les da una orden y los hombres le dicen lo contrario, ¿a quién obedecerían?” De esta manera les hacen ver que no piensan obedecerles.
Aquella situación debe haber sido muy incómoda para el Sanedrín. Ellos eran los líderes del pueblo y ahora venían unos simples pescadores recién convertidos en predicadores, a decirles en la cara que se negaban a obedecerles porque ellos, los pescadores y no los sacerdotes, habían sido comisionados por Dios a hacer algo especial. Así que no queda más que repetir la amenaza y dejarlos ir, porque estaban con temor del pueblo, que estaba impresionado ya que el hombre sanado era harto conocido de todos en Jerusalén.
4. Los apóstoles oran por valor.
4.23-31 Los apóstoles fueron dejados en libertad, pero en lugar de actuar de manera inmadura, como de seguro muchos harían burlándose de aquellos jueces, ellos van a buscar a sus más cercanos, probablemente a los otros apóstoles y a los líderes cristianos que después de escucharlos ponen todas las cosas en manos del Señor.
La oración de estos cristianos tiene un bosquejo similar a las otras registradas en las Escrituras: Un reconocimiento a Dios de Su grandeza y poder. El recuerdo de alguna profecía y de cómo veían ellos el cumplimiento de esta. La petición para que el Señor actúe sobre la necesidad presentada.
Llama poderosamente la atención que en esta oración, a pesar de que se hace el reconocimiento del peligro de los asesinos del Señor y del peligro que está corriendo la Iglesia, no se pide al Señor que castigue a los malvados ni que les traiga desgracias, sino más bien lo que suplica es por valor para poder seguir cumpliendo con el mandato de esparcir la Palabra. ¡Ellos confían en el Señor ya sea que puedan vivir libremente o aunque se les encarcele, torture o asesine!
La respuesta no se hace esperar, la casa tembló y los presentes fueron llenos del Espíritu Santo y se dedicaron a hablar la Palabra de Dios con toda confianza.
5. La iglesia primitiva comparte voluntariamente.
4.32-37 El escritor hace un peréntesis en la historia para narrar lo que estaba ocurriendo en general con la Iglesia. A pesar de ser una congregación tan grande y de tan diferentes estratos, habían llegado a comprender que lo material no es lo principal, por lo que voluntariamente decidían vender sus poseciones para donar el dinero que era repartido para solventar las necesidades existentes entre los miembros de la congregación.
Aclaremos varias cosas:
a. La venta de las propiedades surgió de manera espontánea por parte de algunos miembros de la congregación que consideraron que era lo mejor que podían hacer con sus propiedades. Era una manifestación de su falta de egoísmo y del deseo de ayudar a los más necesitados.
b. Los enviados, o apóstoles, no solicitaron en ningún momento que se diera esta práctica y no se aprovecharon de la recepción de estos dineros para provecho propio. No existe ningún pasaje donde se enseñe que las demás congregaciones debían actuar igual.
c. Lo que pasó no fue el resultado de algún movimiento de carácter socialista o comunista, ni de mandamientos o requisitos para poder ser parte de la comunidad cristiana. Los dineros eran traídos voluntariamente y no se dice que los enviados compusieran algún tipo de comité para administrar los bienes del pueblo. Esto se verá con un ejemplo más gráfico en el capítulo 5 y en el 6.
d. Lo que ocurrió era el cumplimiento de la Ley, algo que los judíos habían dejado en el olvido, aunque se decían ser conocedores y cumplidores de ella, ya que en ella se ordena que nadie sufra hambre entre la población de Israel[23].
Los enviados pueden dedicarse a su misión de anunciar el Evangelio con más tranquilidad sabiendo que el pueblo está sin hambre y sin necesidades.
Para acabar con la narración y haciendo una especie de introducción del capítulo 5, Lucas relata un caso individual de uno de los personajes que tomará relevancia en los siguientes capítulos.
José, era un hombre de la isla de Chipre, de la tribu de Leví, que probablemente tenía una propiedad en aquella isla, aunque puede ser que fuese una propiedad en tierra firme ya que no hay dato sobre el asunto. Siguiendo la costumbre de Jesús, ellos le pusieron por sobrenombre Bernabé, que es interpretado como “Hijo de Consuelo”, quizá porque era un hombre muy sensible y aconsejaba a los que tenían problemas. Él hizo algo que ya habían hecho otros, pero Lucas lo relata, como dijimos antes él va a tomar parte importante en el relato y de esta manera comprendemos mejor la siguiente historia, vendió su propiedad y trajo el dinero a los pies de los enviados o apóstoles.
[1] 1 Macabeos 2.1; 14.29.
[2] Cuerpo de “ancianos”, “senado”, o sanedrín.
[3] 76–67 a.C.
[4] Diccionario Certeza. Saduceos.
[5] Hechos 2.47.
[6] Josefo, Antigüedades de los Judíos, 28:2,1.
[7] Josefo, Ibid, 18:2,2.
[8] Juan, 18.13.
[9] Josefo, Antigüedades de los Judíos 20:9,1.
[10] Josefo, Ibid, 18:4,3; 5,3; 19:6,4; 20, 9,1.
[11] Mateo 24.3, 57; Juan 11.49, 51.
[12] Lucas 3.2.
[13] Ibid.
[14] Enciclopedia Católica. Diccionario Fredy. Anás.
[15] Juan 18.13, 24.
[16] Hechos 4.6.
[17] Lucas 3.2.
[18] Juan 11.49.
[19] Mateo 26.3.
[20] Mateo 26.57-68; Juan 18.19-24.
[21] Mateo 27.1.
[22] Hechos 4.6.
[23] Éxodo 23.11.
4.1-4 Es probable que los creyentes se hubiesen sentido muy confiados hasta aquí ya que las señales y prodigios que hacían los apóstoles eran aplaudidas por todo el pueblo y quizá creyeron que la verdad ya había triunfado. Cuando todo parecía ir viento en popa, aparecen los días difíciles para la Iglesia recién formada.
En el momento en que Pedro y Juan estaban hablando con el pueblo, aparecen los principales sacerdotes que son acompañados por el capitán de la guardia del Templo y un grupo de saduceos.
Todas nuestras fuentes son hostiles e inadecuadas para ofrecer un cuadro acertado de los saduceos. Ellas son:
a. Flavio Josefo, Guerras de los judíos 2.119, 164–166; Antigüedades de los judíos 13.171–173, 293–298; 18.11, 16–17; 20.199; Vit. 10–11.
b. La Misná, Qerubin 6.2, Hagigah 2.4, Makkoth 1.6, Parah 3.3, 7, Niddah 4.2, Yadaim 4.6–8.
c. El Nuevo Testamento, Mateo 3.7; 16.1–12; 22.23–34; Marcos 12.18–27; Lucas 20.27–38; Hechos 4.1–2; 5.17; 23.6–8.
Tanto el nombre como los orígenes de este partido son motivo de discusión. El nombre se ha derivado de Sadoc, ya sea el contemporáneo de Salomón a cuyos descendientes se consideraba de pura estirpe sacerdotal o un fundador hipotético o jefe del partido en los primeros tiempos. Pero la familia asmonea sumo sacerdotal gobernante no era sadoquita[1], y es difícil explicar la doble “d” en las formas hebrea y griega del nombre si efectivamente deriva de Sadoc. La relación con el término séÆq, “justo”, puede haber sido un caso de asonancia posterior.
Hay cuatro teorías sobre el origen de los sadureos. M. H. Segal, sobre la base de lo propuesto por Wellhausen, piensa que se trataba principalmente de un partido político derivado en última instancia de los helenistas de Judea. G. H. Box, siguiendo a Geiger, pensaba que se trataba de un partido religioso, y que algunos de los escribas mencionados en los evangelios eran escribas saduceos. L. Finkelstein creía que originalmente constituían un cuerpo aristocrático rural, a diferencia de los fariseos, que eran urbanos. T. W. Manson creía que habían sido funcionarios de estado originalmente.
Los modales de los saduceos eran bastante groseros, eran descorteses con sus iguales como si estos fuesen extranjeros, y consideraban una virtud disputar con sus maestros. No tenían seguidores entre las masas populares, sino solamente entre los de buena posición económica. Eran más severos en sus juicios que otros judíos. Muchos de los sacerdotes, aunque no todos, eran saduceos; pero casi todos los saduceos parecen haber sido sacerdotes, especialmente de las familias sacerdotales más poderosas. Bajo los primeros asmoneos algunos saduceos desempeñaron cargos en la gerousia[2]. Juan Hircano, ofendido por el pedido de Eleazar, miembro de una diputación farisea, de que renunciara a su sacerdocio, transfirió su lealtad de los fariseos a los saduceos. Los saduceos disfrutaron del favor de los gobernantes asmoneos hasta el reinado de Salomé Alejandra[3], que prefirió a los fariseos. Bajo los Herodes, y los romanos, los saduceos predominaron en el sanedrín. Este partido desapareció con la destrucción del Templo en 70 d.C., Josefo dice que, aun estando en el poder, el temor al pueblo llevó a los saduceos a ponerse de acuerdo con los fariseos.
La marca religiosa de los saduceos fue su conservadurismo. Negaban la validez permanente de toda ley que no formara parte de los escritos del Pentateuco. Rechazaban las doctrinas tardías del alma y su existencia en el más allá, la resurrección, las recompensas y retribuciones, los ángeles y los demonios. Creían que no existía el destino, que el hombre podía elegir libremente entre el bien y el mal, y que la prosperidad y la adversidad eran resultado de las propias acciones del hombre[4].
Puede haber ocurrido que cuando los saduceos escucharon a los apóstoles hablar sobre la resurrección, corrieron a buscar a los principales sacerdotes que trajeron con ellos al capitán de la guardia. Este último toma a Pedro y a Juan y los detiene, llevándolos a la prisión del Templo. La única explicación del porqué del manejo de los saduceos en este asunto, es precisamente el asunto de la resurrección. Ellos se habían mantenido casi que al margen con respecto a los cristianos, y eran los fariseos más bien los enemigos declarados del cristianismo, pero ahora, al hablar de resurrección, los fariseos estaban de acuerdo, pero era un punto doctrinal que los saduceos rechazaban.
Por otro lado, estaba Caifás, que era del partido saduceo, lo que le afectaba directamente, además que la enseñanza de los apóstoles le señalaba como asesino directo de Jesús, lo que iba contra su posición de líder judío.
Los sacerdotes también estaban molestos porque la oración de la tarde se había visto interrumpida por el milagro y la prédica de Pedro.
A pesar de que no se logró dar el remate al sermón, el efecto producido es positivo, ya que el conteo anterior que encontramos en el capítulo 2 es de tres mil cristianos, y el que se da ahora es de cinco mil, aunque hay posibilidades que entre uno y otras muchas otras personas se unieran a la Iglesia[5]. Pero recordemos que cuando Lucas hace este relato se somete a la manera de escribir de sus tiempos y toma solo en cuenta a los varones, dejando sinb contar a las mujeres, por lo que aunque dice que el número de los miembros de la Iglesia era de cinco mil, solo habla de los hombres, así que el número real de los cristianos debe haber sido mucho mayor.
2. Defensa de los apóstoles
4.5-12 Después del arresto, Pedro y Juan pasaron en la cárcel, probablemente descansando y preparándose en oración para la defensa que iba a presentar el día siguiente. En el transcurso de la mañana, son llevados ante los personajes más importantes del Sanedrín. Ahí estaban Anás, el sacerdote principal o sumo sacerdote, quien era hijo de Seth, y entre los años 6 ó 7 a.C., sucedió a Joazar como sumo sacerdote, nombrado por Quirino, quien llegó a Judea para asistir a la incorporación del territorio de Arquelaus en la provincia romana de Siria[6]. Luego de su separación del cargo por Valerio Gratus en el año 15 d.C., tuvo una rápida sucesión de supremos sacerdotes: Ismael; Eleazar, hijo de Anás; quizá el Alejandro que se menciona en Hechos 4; Simón, hasta que llegamos a José, llamado Caifás, quien supo como retener el favor de las autoridades romanas desde el año 18 al 36[7]. No obstante no estar formalmente en el cargo, esto no fue obstáculo para que Anás tuviese importante influencia. Ello se puede juzgar por las colocaciones de su hijo Eleazar, y su yerno José Caifás[8] y otros cuatro hijos: Jonatán, quizá el Juan de Hechos 4.6, donde se lee Ionathas; Teófilo; Matías; Anás II, Ananos, bajo el cual fue martirizado Jacobo, el hermano del Señor[9]. Ellos obtuvieron la dignidad de sumo sacerdotes[10]. El Nuevo Testamento ofrece una versión similar de esta impresión. El nombre de Anás, aparece con el de José Caifás, quien era el supremo sacerdote durante el ministerio del Salvador[11] se trata de un elaborado sincronismo en el cual Lucas introduce el ministerio público del Señor[12]. La posición de alto mando atribuida al sumo sacerdote es también confirmada en Hechos 4.6. Allí Anás es presentado como el “sumo sacerdote”, mientras que el nombre de José Caifás está entre los que le siguen en la continuidad de los sacerdocios de alta categoría. Esa fórmula, puede dejar la impresión en el autor, de que tanto Anás como Caifás compartían las funciones del alto sacerdocio simultáneamente[13]. O bién de que Anás, solamente era el sumo sacerdote. Esto ha hecho emerger muchas hipótesis, todas ellas más o menos pausibles. Esas consideraciones no deben ser consideradas totalmente exactas, pero dan testimonio de la ascendencia de Anás. Sin embargo, Anás es más que una señal cronológica en la vida de Nuestro Salvador. De conformidad con el texto de Juan 13.13-27, Anás jugó una parte decisiva en la vida de Jesús. Luego de su arresto, el Señor es presentado directamente a Anás, en cuyo palacio tiene lugar una especie de interrogatorio preliminar y no oficial, un episodio omitido completamente en los textos sinópticos. La “casa de Anás”, con gran riqueza e inuescrupulosa, se encuentra referida como maldita en el Talmud, junto con el señalamiento de los “corruptos líderes del sacerdocio”, cuya presencia manchó el santuario[14].
Caifás es el sobrenombre de significado desconocido, perteneciente a José, a quien el procurador Valerio Grato nombró sumo sacerdote cerca del año 18 d.C. y Vitelio, legado de Siria, depuso en el 36 d.C. Su suegro Anás[15], le consiguió el sumo sacerdocio e influyó tanto durante el ejercicio del mismo, que llegó a ocupar el lugar de su yerno[16]. Juan el Bautista inició su ministerio en la época de Caifás[17]. Después de la resurrección de Lázaro, Caifás recomendó al sanedrín la muerte de Jesucristo, en beneficio de la nación, sin darse cuenta de lo profético de sus palabras[18]. Fue en el patio de Caifás[19] donde los líderes judíos acordaron prender a Jesús. Fue allí también, después de la interrogación de Anás[20], donde enjuiciaron y condenaron a Jesús[21]. La última vez que se menciona a Caifás es durante el juicio de Pedro, y Juan, cuando ya no ostentaba el oficio sumo sacerdotal[22].
Anás era el verdadero sumo sacerdote, aunque fue depuesto por Valerio Grato, acto que los judíos en realidad consideraban ilegal y aunque para los romanos era Caifás, era Anás quien actuaba como tal.
Con respecto a Juan y Alejandro, al ser parientes cercanos de Anás, eran sumamente respetados.
Cuando estaban reunidos, trajeron a Pedro y a Juan, pero también al antiguo paralítico, para ser interrogados. Quizá los sentimientos de Pedro y Juan se revolvieron en su ser, debido a que unas semanas antes, estas mismas personas habían juzgado a su Maestro y lo habían acusado injustamente.
Realmente el arresto del día anterior había sido ilegal, porque no existía una acusación formal contra los apóstoles. Ahora los traen para interrogarlos y así buscar una falta para poder acusarlos.
Los jueces hacen una pregunta que no tiene una base firme: “¿Con qué clase de poder o qué nombre hicieron esto ustedes?” No están siendo específicos, sino que la respuesta podía ir por diferentes caminos. ¿No haber dado limosna al paralítico? ¿Haberle hablado? ¿Haberle sanado? ¿Haber predicado? En realidad preguntan de esta manera porque si hubiesen dicho: “¿Cómo fue que sanaron a este hombre?”, habrían estado aceptando que se había producido un milagro en el nombre de Jesús, a quien ellos habían entregado solo unos días atrás a los romanos para que le mataran.
Pedro entendió que esta era una gran oportunidad de anunciar el nombre de Jesús delante de los que le habían matado, y no la desaprovechó. Lleno del Espíritu presentó su defensa, que al mismo tiempo era una acusación para ellos. Les dice: Hoy ustedes nos están preguntando sobre algo bueno hecho a un hombre que todos conocían que estaba enfermo. Nadie podía decir que había sido un fraude, el paralítico era un viejo conocido de todos los que frecuentaban el Templo y ahora nadie podía negar que estuviera sano.
De esta primera premisa Pedro dispara su acusación. Habían sido llevados para ser juzgados y ahora son ellos los que juzgan a los jueces. “Noten, les dijo, que en el nombre de quien usdes asesinaron entregándolo a los romanos, pero que no quedó en la tumba, sino que fue resucitado por Dios, es que a quien todos conocían como paralítico, ahora está aquí de pie junto a nosotros, como ustedes pueden ver”.
Es probable que varios de los jueces sintieran un frío subiendo por sus piernas, ya que lo que tenían en frente era algo que no podían negar. Aquellos pescadores los estaban dejando en mal delante del pueblo y ellos estaban confundidos.
Pedro no podía dejar el asunto allí. Debía rematar su discurso ya que el día antes no se lo permitieron. Sigue con su acusación: “A quien ustedes deshecharon considerándolo un enemigo del pueblo y de nuestra religión, es la base puesta por Dios para que podamos ser salvos, y no hay nadie, ni Abraham, ni Moisés, ni Elías, ni David, que pueda darnos la salvación, sino solo Jesús”.
3. La orden del sanedrín.
a. La consulta.
4.13-17 Los jueces estaban confundidos. Ellos esperaban que estos hombres sencillos se amedrentaran al encontrarse ante toda la pompa suya, pero en lugar de eso fueron abiertos y no tuvieron temor de decir las cosas, a pesar de que hacía poco habían sido testigos de la cruel muerte de su Maestro.
Ellos sabían con certeza que estos dos hombres era discípulos de Jesús y que a pesar que no eran ignorantes completamente de la Palabra, ya que todo judío debía recibir educación en ella, su oficio era de pescadores, no de rabinos, pero ahora hablaban mejor que estos.
Pedro calló y solo se escuchó el silencio. Los jueces estaban admirados de las palabras del pescador y ellos no podían contradecirle en nada. Estaban totalmente desconcertados. Aquel horrible silencio fue interrumpido por la voz del presidente que mandó que les sacaran del salón. Luego que ellos salieron, es probable que el alboroto hubiese sido grande. Al fin se fueron callando y alguien pregunto: ¿Qué les vamos a hacer? Todo lo que han dicho aquí es cierto y la sanidad es conocida por todos y no tenemos palabras para contradecirles. ¡Qué hipocresía! Podían reconocer que ellos estaban equivocados, pero no lo iban a aceptar en público y mucho menos iban a hacer algo para corregir el mal hecho. ¡Cuánto me recuerda a algunos líderes con los que he hablado de sus errores doctrinales pero prefieren seguir con su farsa antes de reconocer delante del pueblo que les han estado engañando!
El problema que tenía este tribunal no era para los acusados, sino para ellos mismos. No exitía motivo para llevar a estos hombres a los romanos para que les mataran; si los metían a la cárcel, el pueblo se levantaría contra ellos porque eran testigos del milagro y nadie lo podía negar. Así fue como surgió una “genial” idea: ¡Hay que prohibirles volver a hablar de Jesús al pueblo! Los demás aplaudieron la idea y se dispusieron a llevarla a cabo. En realidad lo único que estaban demostrando era su ignorancia y su malvado corazón.
b. La prohibición.
4.18-22 La gran idea había tomado fuerza y se hace algo histórico: Es la primera vez que se prohíbe la predicación del Evangelio, algo que se seguirá emulando hasta nuestros días. ¿Qué hubiese ocurrido si los apóstoles hubieran dicho: “Ellos son la autoridad y como nosotros debemos ser respetuosos de ella no volveremos a hablar de Jesús”? Las consecuencias huberan sido fatales no solo para la Iglesia, sino para toda la civilización occidental e incluso para la humanidad en general, ya que ha sido gracias al cristianismo que se promovió a la realización de muchos cambios e inventos de los que gozamos el día de hoy.
Pero los apóstoles ya no eran aquellos hombres temerosos que se escondieron después del arresto de Jesús, sino que estaban impulsados por el poder del Espíritu Santo, de manera respetuosa pero a la vez tajante, les hacen ver lo ilógico de su amenaza, planteándoles, de manera sutil, que se tomen su posición: “¿Qué harían ustedes? Dios les da una orden y los hombres le dicen lo contrario, ¿a quién obedecerían?” De esta manera les hacen ver que no piensan obedecerles.
Aquella situación debe haber sido muy incómoda para el Sanedrín. Ellos eran los líderes del pueblo y ahora venían unos simples pescadores recién convertidos en predicadores, a decirles en la cara que se negaban a obedecerles porque ellos, los pescadores y no los sacerdotes, habían sido comisionados por Dios a hacer algo especial. Así que no queda más que repetir la amenaza y dejarlos ir, porque estaban con temor del pueblo, que estaba impresionado ya que el hombre sanado era harto conocido de todos en Jerusalén.
4. Los apóstoles oran por valor.
4.23-31 Los apóstoles fueron dejados en libertad, pero en lugar de actuar de manera inmadura, como de seguro muchos harían burlándose de aquellos jueces, ellos van a buscar a sus más cercanos, probablemente a los otros apóstoles y a los líderes cristianos que después de escucharlos ponen todas las cosas en manos del Señor.
La oración de estos cristianos tiene un bosquejo similar a las otras registradas en las Escrituras: Un reconocimiento a Dios de Su grandeza y poder. El recuerdo de alguna profecía y de cómo veían ellos el cumplimiento de esta. La petición para que el Señor actúe sobre la necesidad presentada.
Llama poderosamente la atención que en esta oración, a pesar de que se hace el reconocimiento del peligro de los asesinos del Señor y del peligro que está corriendo la Iglesia, no se pide al Señor que castigue a los malvados ni que les traiga desgracias, sino más bien lo que suplica es por valor para poder seguir cumpliendo con el mandato de esparcir la Palabra. ¡Ellos confían en el Señor ya sea que puedan vivir libremente o aunque se les encarcele, torture o asesine!
La respuesta no se hace esperar, la casa tembló y los presentes fueron llenos del Espíritu Santo y se dedicaron a hablar la Palabra de Dios con toda confianza.
5. La iglesia primitiva comparte voluntariamente.
4.32-37 El escritor hace un peréntesis en la historia para narrar lo que estaba ocurriendo en general con la Iglesia. A pesar de ser una congregación tan grande y de tan diferentes estratos, habían llegado a comprender que lo material no es lo principal, por lo que voluntariamente decidían vender sus poseciones para donar el dinero que era repartido para solventar las necesidades existentes entre los miembros de la congregación.
Aclaremos varias cosas:
a. La venta de las propiedades surgió de manera espontánea por parte de algunos miembros de la congregación que consideraron que era lo mejor que podían hacer con sus propiedades. Era una manifestación de su falta de egoísmo y del deseo de ayudar a los más necesitados.
b. Los enviados, o apóstoles, no solicitaron en ningún momento que se diera esta práctica y no se aprovecharon de la recepción de estos dineros para provecho propio. No existe ningún pasaje donde se enseñe que las demás congregaciones debían actuar igual.
c. Lo que pasó no fue el resultado de algún movimiento de carácter socialista o comunista, ni de mandamientos o requisitos para poder ser parte de la comunidad cristiana. Los dineros eran traídos voluntariamente y no se dice que los enviados compusieran algún tipo de comité para administrar los bienes del pueblo. Esto se verá con un ejemplo más gráfico en el capítulo 5 y en el 6.
d. Lo que ocurrió era el cumplimiento de la Ley, algo que los judíos habían dejado en el olvido, aunque se decían ser conocedores y cumplidores de ella, ya que en ella se ordena que nadie sufra hambre entre la población de Israel[23].
Los enviados pueden dedicarse a su misión de anunciar el Evangelio con más tranquilidad sabiendo que el pueblo está sin hambre y sin necesidades.
Para acabar con la narración y haciendo una especie de introducción del capítulo 5, Lucas relata un caso individual de uno de los personajes que tomará relevancia en los siguientes capítulos.
José, era un hombre de la isla de Chipre, de la tribu de Leví, que probablemente tenía una propiedad en aquella isla, aunque puede ser que fuese una propiedad en tierra firme ya que no hay dato sobre el asunto. Siguiendo la costumbre de Jesús, ellos le pusieron por sobrenombre Bernabé, que es interpretado como “Hijo de Consuelo”, quizá porque era un hombre muy sensible y aconsejaba a los que tenían problemas. Él hizo algo que ya habían hecho otros, pero Lucas lo relata, como dijimos antes él va a tomar parte importante en el relato y de esta manera comprendemos mejor la siguiente historia, vendió su propiedad y trajo el dinero a los pies de los enviados o apóstoles.
[1] 1 Macabeos 2.1; 14.29.
[2] Cuerpo de “ancianos”, “senado”, o sanedrín.
[3] 76–67 a.C.
[4] Diccionario Certeza. Saduceos.
[5] Hechos 2.47.
[6] Josefo, Antigüedades de los Judíos, 28:2,1.
[7] Josefo, Ibid, 18:2,2.
[8] Juan, 18.13.
[9] Josefo, Antigüedades de los Judíos 20:9,1.
[10] Josefo, Ibid, 18:4,3; 5,3; 19:6,4; 20, 9,1.
[11] Mateo 24.3, 57; Juan 11.49, 51.
[12] Lucas 3.2.
[13] Ibid.
[14] Enciclopedia Católica. Diccionario Fredy. Anás.
[15] Juan 18.13, 24.
[16] Hechos 4.6.
[17] Lucas 3.2.
[18] Juan 11.49.
[19] Mateo 26.3.
[20] Mateo 26.57-68; Juan 18.19-24.
[21] Mateo 27.1.
[22] Hechos 4.6.
[23] Éxodo 23.11.