DEL BOSQUEJO
Cuando estaba comenzando a dar mis primeros pasos en el difícil arte de
predicar, escribía todo el sermón, incluso los aleluyas y amenes,
que iba a utilizar. Memorizaba todo
el discurso y pasaba al frente sudando del temor de que algo se me olvidara y
tuviese que incurrir en el “pecado” de consultar las notas y que alguien
pudiese darse cuenta de que mi mensaje no me estaba llegando directamente del
cielo en ese momento. Había sido miembro
de una congregación excéntrica en donde pronunciar la palabra homilética era
causa de la excomunión. Después de haber
dejado esa congregación, tuve la dicha de encontrarme en la librería evangélica
los tres tomos de sermones de David Camperros, que me dieron grandes ideas de
cómo preparar los bosquejos para mis sermones.
No debemos asustarnos de que haya, aun en el siglo XXI, grupos religiosos que consideren que la preparación del ministro es algo pecaminoso. Eso es común. Son muchos los predicadores que estando en el púlpito dicen: “Traía un mensaje sobre tal tema, pero el Espíritu Santo me lo está cambiando a este otro”. La mayoría de las veces hablan cosas sin sentido y si no se salen de la sana doctrina, se acercan mucho al límite.
Necesitamos aprender que la predicación es comunicación y la comunicación es la transmisión de información que se basa en ideas y símbolos y la predicación es la transmisión del mensaje de Dios al oyente por medio del predicador. La homilética es el arte de preparar sermones para que 1. El predicador tenga una herramienta que le facilite la exposición, y 2. Que el oyente pueda captar de forma más sencilla el mensaje de la predica.
Es cierto que hay sermones en los que se nota que no se usa la homilética, pero los oyentes quedan como cuando a una persona hambrienta se le da a comer una sopa de sandía, ¡hambrientos! También hay sermones que tienen homilética, pero que fue mal aplicada, es decir, no siguen las reglas de la comunicación, por lo que el oyente no entenderá de lo que se habla, e incluso hay algunos que estén de acuerdo a las reglas de comunicación, pero que las hayan aplicado mal, lo que llevará a que el oyente no entienda nada.
En 35 años de escuchar sermones he escuchado sermones con mensaje claro y bueno. También he escuchado otros sin mensaje. Y es que el predicador debe tener un mensaje que entregar por medio de un sermón, pero en muchos casos, los predicadores no se han preocupado en adquirir el conocimiento de las necesidades de la congregación para entonces llevar el mensaje idóneo en el sermón.
Todo buen sermón debe respetar los ingredientes necesarios para poder llegar al oyente. Cuando no respetamos esos ingredientes, el sermón no podrá presentar el mensaje o quedará a medias. Doy gracias a Dios por los libritos de Camperros que me ayudó a salir del oscurantismo, que me dio la satisfacción de escuchar a una anciana de una congregación en donde había predicado decirle a otra: “Me gusta venir a escuchar al hermano Delgado, porque su sermón siempre está bien ordenado y no me pierdo”. Pienso que un predicador que no utiliza un bosquejo, es igual al que camina por la cuerda floja sin una red protectora.
Estamos de acuerdo en que el mensaje procede de Dios, ya que Él lo da por medio de Su Palabra, pero el sermón procede del predicador y si sale bien o mal, es responsabilidad del predicador.
Las partes básicas del sermón son las siguientes:
A. El Tema.
En un solo pasaje es posible encontrar varios temas, por lo que es importante que antes de tomar un texto como punto base, sepamos de qué queremos predicar, así que si la necesidad de la congregación es corregir algunos puntos de la adoración, podemos utilizar un pasaje como lo es Romanos 12.1: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional”, sin necesidad que tengamos que tocar el tema de la misericordia, el sacrificio o la santidad, que pueden usarse en otro momento. El tema de un sermón puede ser encerrado en una sola palabra y no necesariamente en una frase. El tema debe ser descubierto, presentado y aplicado en el sermón.
B. El Texto.
Luego que conocemos el tema, debemos encontrar el texto apropiado en el que vamos a basarnos para desarrollar el tema. Algunos predicadores creen que es necesario tener primero el texto y luego el tema, así que he llegado a escuchar que se usa Mateo 16.6-11 para hablar de la vestimenta de la mujer, sin tomar en cuenta que están cometiendo el mismo error que los discípulos al no entender el mensaje del Señor.
He sufrido la horrible experiencia de escuchar a algunos predicadores que para dar un sermón de treinta minutos se han paseado por toda la Biblia, desde Génesis hasta Revelación, pensando con ello que son muy eruditos, pero lo que demuestran es que no tienen preparación, ya que en un solo texto podemos encontrar suficiente material no solo para un sermón, sino para varios. De algo similar fue testigo el famoso predicador D. L. Moody, que cuenta que en una ocasión un joven predicó seis días seguidos sobre Juan 3.16, y el sétimo, pensando en que el joven tendría que recurrir a otro texto, se admiró cuando lo escuchó decir: “Estuve meditando sobre los que debía predicarles esta noche, pero al encontrar que la necesidad es tanta, no puedo más que pedirles que abran su Biblia en Juan 3.16”. Y predicó otros treinta minutos sobre este precioso pasaje.
Una predicación sin pasaje bíblico no tiene autoridad. Puede ser una buena plática, pero nunca será un verdadero sermón.
Además, es importante que el predicador tenga por lo menos un mínimo de conocimiento sobre la hermenéutica, ya que hay pasajes bíblicos que son proféticos, otros simbólicos, etc., y si no sabemos interpretarlos, podríamos llegar a torcer su significado y en lugar de aclarar, enturbiaremos la mente de nuestros oyentes.
No es malo que el predicador tenga a mano varias versiones de la Biblia, que nos vienen a aclarar lo que realmente dice el pasaje. Si tuviese a mano la versión Hebreo-Español y Griego Español, es mejor.
C. El título.
No es lo mismo el título que el tema. El tema es de donde se va a sostener todo el sermón, mientras que el título es cómo se llama el sermón. Por ello es que un tema como la adoración puede tener títulos como “Agradando a Dios con la verdadera adoración”, o “La adoración, centro de la Iglesia”. El título es lo que promociona el sermón. Es una lástima que en las iglesias latinas no se tenga la misma buena costumbre que tienen en algunas congregaciones de países anglos, que ponen el título del sermón en un rótulo fuera del edificio, a fin de que las personas que pasan cerca, puedan ser atraídos por este nombre a escuchar el sermón. Aunque también hay que tener mucho cuidado y que el título, además de ir unido al tema, que no sea tan largo que vaya a abarcar el contenido del mensaje en algo como: “El día en que el Señor vendrá y al sonar las trompetas sus santos escogidos vayan a Su encuentro en las nubes para estar para siempre con Él”. Esto quitaría todo el impacto del sermón.
D. La proposición.
Después de haber encontrado el tema, el texto y el título, debemos preparar la Proposición. Esta se convierte en el enlace entre el tema y el desarrollo del sermón. La vamos a preparar como una sola oración que venga a resumir todo el sermón y que permita a la audiencia conocer cuál es la intención de éste. La proposición, como su significado lo dice, es la propuesta del orador al oyente. Pero tome en cuenta que la proposición no va a presentarse sino hasta el final de la introducción. Esto se entenderá después.
E. El desarrollo.
Es el cuerpo del sermón. Debe elaborarse de tal forma que pueda resumir en pocas palabras las ideas básicas que el predicador pretende comunicar. Estas ideas pueden irse desglosando como ideas primarias, que se enumeran con letras mayúsculas (A, B, C); ideas secundarias, que se numeran con números arábigos, bajo cada una de las ideas primarias (1,2,3); ideas terciarias, que se numeran con letras minúsculas (a,b,c) y van bajo cada una de las ideas secundarias; e ideas menores, que se numeran con letras minúsculas y números arábigos juntos y van bajo las ideas terciarias (1a, 1b, 2a). Incluso algunos gustan de otras ideas subalternas de estas, que las numeran con números arábigos, letras minúsculas, y números arábigos (1a1, 1a2), pero me parece que eso es abusar.
El predicador debe aprender a limitar sus ideas, de tal manera que su bosquejo no resulte en el mismo sermón numerado.
F. La conclusión.
Es quizá la parte más difícil de todo el sermón. Debe ser clara y directa. Algunos predicadores experimentados opinan que no debe leerse, sino que hay que memorizarla, de tal forma que pueda ser convertida en el clímax de toda la prédica, y memorizándola, se infundirá más pasión.
No es de extrañar la pésima costumbre de algunos predicadores que anuncian la conclusión, pero de pronto vuelven a remontar los aires de la predicación, tal como un piloto inseguro que no logra aterrizar su avión.
Otro de los graves errores es de algunos predicadores que usan la conclusión para disculparse de algún error que tuvieron durante el sermón. El que hace esto, deshace todo lo bueno que hizo con su sermón, elevando lo malo.
Personalmente prefiero hacer una recapitulación en mis conclusiones y al mismo tiempo hacer un llamado a concientizar en el mensaje y en lo que estamos haciendo.
G. La introducción.
Aunque parezca extraño, la introducción es el último paso que vamos a dar en la preparación del bosquejo para el sermón.
Esta es el puente que une al predicador con su audiencia y debe por tanto, ser preparada con sumo cuidado.
Debe ser llamativa, a tal punto que el oyente esté deseando saber qué es lo que sigue. Es como si se diera un campanazo que hace que el oyente deje todo lo que ha estado haciendo para dedicarse a escuchar el sermón.
La homilética moderna nos dice que el sermón no debe durar más de treinta minutos, por lo que no es aconsejable que la introducción vaya a ocupar más de cinco. Algunos predicadores acostumbran a presentar una larga introducción y deben correr para poder llegar a la conclusión, haciendo que el sermón quede anulado.
De la misma manera que la conclusión, lo más aconsejable es que la introducción sea memorizada para que el predicador pueda mantener su mirada puesta en la audiencia.
En esto también algunos pecan al contar que no estaban preparados, matando de esta manera su sermón. Si no está bien preparado, ¿para qué aceptó predicar y para qué lo voy a escuchar? Nadie compra un libro o va a ver una película que ha recibido una baja calificación por parte de los críticos.
Algunos predicadores piensan que es una gran idea contar un chiste para “matar el hielo”, pero eso me hace sentir muy incómodo. Estoy de acuerdo en utilizar una anécdota, siempre y cuando no vaya a crear un ambiente de irreverencia. Pero cuando el predicador pregunta: “¿Se saben el último de Pepito?”, me hace pensar que ese hombre no es ministro de Dios, sino algún tipo de charlatán. ¿Acaso podemos imaginarnos a un abogado en la Corte iniciando su discurso contando un chiste?, ¿hará esto un político que pretende llegar a la Presidencia de su país? Si en lo secular debe haber seriedad, mucho más en lo sagrado. No me malentienda, no digo que los sermones no puedan sacar una sonrisa de su audiencia o una que otra vez alguna risa, sino que pienso que el predicador debe tener mucho tacto a la hora de presentar su sermón para que los oyentes se sientan “edificados, exhortados o consolados” (1 Corintios 14.4).
El material de la introducción puede provenir de muchos lugares: Una película, una anécdota, una revista o libro, una noticia, etc. Pero que sea algo que podamos aplicar de manera natural al mensaje que vamos a presentar. No sea que alguien comente del secuestro de unos niños y el sermón se refiera a la muerte de Jesús. Charles Spurgeon comenta que una vez encontró material para la introducción al ver una pequeña brasa que saltaba de la leña que ardía en su chimenea.
Yo mismo he usado como material para la introducción el relato breve de la película “Salven al Soldado Ryan” y “Corazón de Caballero”. En una ocasión en que quería hablar de la esperanza, al ser anunciado para que pasara a predicar me quedé sentado en la última banca; nadie comprendía por qué no pasaba y mi esposa al verme tan tranquilo me señaló: “Ya te anunciaron”, pero me quedé un momento más y la audiencia sintió que había durado una hora en llegar de la silla hasta el púlpito. Cuando estuvieron cautivados, entonces pasé. Y ese es el gran secreto: Cautivarlos.
No debemos asustarnos de que haya, aun en el siglo XXI, grupos religiosos que consideren que la preparación del ministro es algo pecaminoso. Eso es común. Son muchos los predicadores que estando en el púlpito dicen: “Traía un mensaje sobre tal tema, pero el Espíritu Santo me lo está cambiando a este otro”. La mayoría de las veces hablan cosas sin sentido y si no se salen de la sana doctrina, se acercan mucho al límite.
Necesitamos aprender que la predicación es comunicación y la comunicación es la transmisión de información que se basa en ideas y símbolos y la predicación es la transmisión del mensaje de Dios al oyente por medio del predicador. La homilética es el arte de preparar sermones para que 1. El predicador tenga una herramienta que le facilite la exposición, y 2. Que el oyente pueda captar de forma más sencilla el mensaje de la predica.
Es cierto que hay sermones en los que se nota que no se usa la homilética, pero los oyentes quedan como cuando a una persona hambrienta se le da a comer una sopa de sandía, ¡hambrientos! También hay sermones que tienen homilética, pero que fue mal aplicada, es decir, no siguen las reglas de la comunicación, por lo que el oyente no entenderá de lo que se habla, e incluso hay algunos que estén de acuerdo a las reglas de comunicación, pero que las hayan aplicado mal, lo que llevará a que el oyente no entienda nada.
En 35 años de escuchar sermones he escuchado sermones con mensaje claro y bueno. También he escuchado otros sin mensaje. Y es que el predicador debe tener un mensaje que entregar por medio de un sermón, pero en muchos casos, los predicadores no se han preocupado en adquirir el conocimiento de las necesidades de la congregación para entonces llevar el mensaje idóneo en el sermón.
Todo buen sermón debe respetar los ingredientes necesarios para poder llegar al oyente. Cuando no respetamos esos ingredientes, el sermón no podrá presentar el mensaje o quedará a medias. Doy gracias a Dios por los libritos de Camperros que me ayudó a salir del oscurantismo, que me dio la satisfacción de escuchar a una anciana de una congregación en donde había predicado decirle a otra: “Me gusta venir a escuchar al hermano Delgado, porque su sermón siempre está bien ordenado y no me pierdo”. Pienso que un predicador que no utiliza un bosquejo, es igual al que camina por la cuerda floja sin una red protectora.
Estamos de acuerdo en que el mensaje procede de Dios, ya que Él lo da por medio de Su Palabra, pero el sermón procede del predicador y si sale bien o mal, es responsabilidad del predicador.
Las partes básicas del sermón son las siguientes:
A. El Tema.
En un solo pasaje es posible encontrar varios temas, por lo que es importante que antes de tomar un texto como punto base, sepamos de qué queremos predicar, así que si la necesidad de la congregación es corregir algunos puntos de la adoración, podemos utilizar un pasaje como lo es Romanos 12.1: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional”, sin necesidad que tengamos que tocar el tema de la misericordia, el sacrificio o la santidad, que pueden usarse en otro momento. El tema de un sermón puede ser encerrado en una sola palabra y no necesariamente en una frase. El tema debe ser descubierto, presentado y aplicado en el sermón.
B. El Texto.
Luego que conocemos el tema, debemos encontrar el texto apropiado en el que vamos a basarnos para desarrollar el tema. Algunos predicadores creen que es necesario tener primero el texto y luego el tema, así que he llegado a escuchar que se usa Mateo 16.6-11 para hablar de la vestimenta de la mujer, sin tomar en cuenta que están cometiendo el mismo error que los discípulos al no entender el mensaje del Señor.
He sufrido la horrible experiencia de escuchar a algunos predicadores que para dar un sermón de treinta minutos se han paseado por toda la Biblia, desde Génesis hasta Revelación, pensando con ello que son muy eruditos, pero lo que demuestran es que no tienen preparación, ya que en un solo texto podemos encontrar suficiente material no solo para un sermón, sino para varios. De algo similar fue testigo el famoso predicador D. L. Moody, que cuenta que en una ocasión un joven predicó seis días seguidos sobre Juan 3.16, y el sétimo, pensando en que el joven tendría que recurrir a otro texto, se admiró cuando lo escuchó decir: “Estuve meditando sobre los que debía predicarles esta noche, pero al encontrar que la necesidad es tanta, no puedo más que pedirles que abran su Biblia en Juan 3.16”. Y predicó otros treinta minutos sobre este precioso pasaje.
Una predicación sin pasaje bíblico no tiene autoridad. Puede ser una buena plática, pero nunca será un verdadero sermón.
Además, es importante que el predicador tenga por lo menos un mínimo de conocimiento sobre la hermenéutica, ya que hay pasajes bíblicos que son proféticos, otros simbólicos, etc., y si no sabemos interpretarlos, podríamos llegar a torcer su significado y en lugar de aclarar, enturbiaremos la mente de nuestros oyentes.
No es malo que el predicador tenga a mano varias versiones de la Biblia, que nos vienen a aclarar lo que realmente dice el pasaje. Si tuviese a mano la versión Hebreo-Español y Griego Español, es mejor.
C. El título.
No es lo mismo el título que el tema. El tema es de donde se va a sostener todo el sermón, mientras que el título es cómo se llama el sermón. Por ello es que un tema como la adoración puede tener títulos como “Agradando a Dios con la verdadera adoración”, o “La adoración, centro de la Iglesia”. El título es lo que promociona el sermón. Es una lástima que en las iglesias latinas no se tenga la misma buena costumbre que tienen en algunas congregaciones de países anglos, que ponen el título del sermón en un rótulo fuera del edificio, a fin de que las personas que pasan cerca, puedan ser atraídos por este nombre a escuchar el sermón. Aunque también hay que tener mucho cuidado y que el título, además de ir unido al tema, que no sea tan largo que vaya a abarcar el contenido del mensaje en algo como: “El día en que el Señor vendrá y al sonar las trompetas sus santos escogidos vayan a Su encuentro en las nubes para estar para siempre con Él”. Esto quitaría todo el impacto del sermón.
D. La proposición.
Después de haber encontrado el tema, el texto y el título, debemos preparar la Proposición. Esta se convierte en el enlace entre el tema y el desarrollo del sermón. La vamos a preparar como una sola oración que venga a resumir todo el sermón y que permita a la audiencia conocer cuál es la intención de éste. La proposición, como su significado lo dice, es la propuesta del orador al oyente. Pero tome en cuenta que la proposición no va a presentarse sino hasta el final de la introducción. Esto se entenderá después.
E. El desarrollo.
Es el cuerpo del sermón. Debe elaborarse de tal forma que pueda resumir en pocas palabras las ideas básicas que el predicador pretende comunicar. Estas ideas pueden irse desglosando como ideas primarias, que se enumeran con letras mayúsculas (A, B, C); ideas secundarias, que se numeran con números arábigos, bajo cada una de las ideas primarias (1,2,3); ideas terciarias, que se numeran con letras minúsculas (a,b,c) y van bajo cada una de las ideas secundarias; e ideas menores, que se numeran con letras minúsculas y números arábigos juntos y van bajo las ideas terciarias (1a, 1b, 2a). Incluso algunos gustan de otras ideas subalternas de estas, que las numeran con números arábigos, letras minúsculas, y números arábigos (1a1, 1a2), pero me parece que eso es abusar.
El predicador debe aprender a limitar sus ideas, de tal manera que su bosquejo no resulte en el mismo sermón numerado.
F. La conclusión.
Es quizá la parte más difícil de todo el sermón. Debe ser clara y directa. Algunos predicadores experimentados opinan que no debe leerse, sino que hay que memorizarla, de tal forma que pueda ser convertida en el clímax de toda la prédica, y memorizándola, se infundirá más pasión.
No es de extrañar la pésima costumbre de algunos predicadores que anuncian la conclusión, pero de pronto vuelven a remontar los aires de la predicación, tal como un piloto inseguro que no logra aterrizar su avión.
Otro de los graves errores es de algunos predicadores que usan la conclusión para disculparse de algún error que tuvieron durante el sermón. El que hace esto, deshace todo lo bueno que hizo con su sermón, elevando lo malo.
Personalmente prefiero hacer una recapitulación en mis conclusiones y al mismo tiempo hacer un llamado a concientizar en el mensaje y en lo que estamos haciendo.
G. La introducción.
Aunque parezca extraño, la introducción es el último paso que vamos a dar en la preparación del bosquejo para el sermón.
Esta es el puente que une al predicador con su audiencia y debe por tanto, ser preparada con sumo cuidado.
Debe ser llamativa, a tal punto que el oyente esté deseando saber qué es lo que sigue. Es como si se diera un campanazo que hace que el oyente deje todo lo que ha estado haciendo para dedicarse a escuchar el sermón.
La homilética moderna nos dice que el sermón no debe durar más de treinta minutos, por lo que no es aconsejable que la introducción vaya a ocupar más de cinco. Algunos predicadores acostumbran a presentar una larga introducción y deben correr para poder llegar a la conclusión, haciendo que el sermón quede anulado.
De la misma manera que la conclusión, lo más aconsejable es que la introducción sea memorizada para que el predicador pueda mantener su mirada puesta en la audiencia.
En esto también algunos pecan al contar que no estaban preparados, matando de esta manera su sermón. Si no está bien preparado, ¿para qué aceptó predicar y para qué lo voy a escuchar? Nadie compra un libro o va a ver una película que ha recibido una baja calificación por parte de los críticos.
Algunos predicadores piensan que es una gran idea contar un chiste para “matar el hielo”, pero eso me hace sentir muy incómodo. Estoy de acuerdo en utilizar una anécdota, siempre y cuando no vaya a crear un ambiente de irreverencia. Pero cuando el predicador pregunta: “¿Se saben el último de Pepito?”, me hace pensar que ese hombre no es ministro de Dios, sino algún tipo de charlatán. ¿Acaso podemos imaginarnos a un abogado en la Corte iniciando su discurso contando un chiste?, ¿hará esto un político que pretende llegar a la Presidencia de su país? Si en lo secular debe haber seriedad, mucho más en lo sagrado. No me malentienda, no digo que los sermones no puedan sacar una sonrisa de su audiencia o una que otra vez alguna risa, sino que pienso que el predicador debe tener mucho tacto a la hora de presentar su sermón para que los oyentes se sientan “edificados, exhortados o consolados” (1 Corintios 14.4).
El material de la introducción puede provenir de muchos lugares: Una película, una anécdota, una revista o libro, una noticia, etc. Pero que sea algo que podamos aplicar de manera natural al mensaje que vamos a presentar. No sea que alguien comente del secuestro de unos niños y el sermón se refiera a la muerte de Jesús. Charles Spurgeon comenta que una vez encontró material para la introducción al ver una pequeña brasa que saltaba de la leña que ardía en su chimenea.
Yo mismo he usado como material para la introducción el relato breve de la película “Salven al Soldado Ryan” y “Corazón de Caballero”. En una ocasión en que quería hablar de la esperanza, al ser anunciado para que pasara a predicar me quedé sentado en la última banca; nadie comprendía por qué no pasaba y mi esposa al verme tan tranquilo me señaló: “Ya te anunciaron”, pero me quedé un momento más y la audiencia sintió que había durado una hora en llegar de la silla hasta el púlpito. Cuando estuvieron cautivados, entonces pasé. Y ese es el gran secreto: Cautivarlos.