DE LA VOZ
En cierta oportunidad pasó un predicador que al entrar nos impresionó mucho
debido a su porte y el traje fino que llevaba. Preparó sus papeles y en cuanto comenzó a hablar, ¡acabó el encanto! Su voz era monótona, aburrida, de esas que
parece que fueron sazonadas con “valium”. Pocos minutos después de haber comenzado, casi todos estábamos dando
cabezazos al aire.
El orador puede preparar muy bien su bosquejo, arreglar su ropa y cabello de forma impecable, pero si su voz no está bien calibrada y de acuerdo al discurso, será un verdadero suplicio para el auditorio.
Muchas veces no importa tanto lo que se diga sino como se dice. Escuchando un debate político pude observar como el orador más viejo y con más experiencia de estar ante el público, desarmó fácilmente a su contendiente, un hombre joven, casi sin utilizar un discurso, sino que lo enfrentó de manera directa. El joven llevaba un discurso muy bien preparado, iba con traje sastre y su persona manifestaba vitalidad, pero la seguridad del político mayor de edad, lo anuló completamente.
Tenía unos dieciséis años cuando salía a buscar trabajo, así que fui con un amigo a un hotel capitalino. Mi amigo, un poco mayor, entró primero y dirigiéndose al gerente le dijo: “Ando buscando trabajo, ¿ustedes no tienen?” El gerente le respondió de manera muy fría: “No”. Mi amigo salió y me dio las malas noticias, pero insistí en que iba a hablar con el gerente de todas maneras. Fui directo a este señor y le dije: “Quiero trabajar con ustedes, ¿hay algún puesto que pueda ofrecerme?” El hombre me miró a los ojos y me dijo: “Preséntese mañana a las siete de la mañana para que reciba instrucciones?” ¿Qué ocurrió? Simplemente fue la manera ten diferente en que ambos pedimos trabajo.
Cuando el orador no está realmente convencido de la verdad de su discurso, probablemente lo que va a presentar es un soliloquio sin sentido, donde las palabras saldrán de su boca, más no de su corazón. Lo que quiero dar a entender es que no es importante solo el timbre, o el tono de la voz, sino también la elocución en el discurso. El mensaje debe salir no solo de los labios, sino del corazón del predicador, para que de esta manera pueda alcanzar el corazón del oyente.
Podemos dividir este tema en: Elocución, personalidad, tono, velocidad y descansos.
A. La elocución.
Para definir lo que es elocución diremos que cada persona tiene la suya propia ya que es la manera en que expresamos nuestros discursos, ya sea en el púlpito o bien en privado, cuando estamos conversando con nuestros amigos.
Hace un poco más de treinta años, un buen orador adornaba sus discursos de la forma más florida posible. Usaba palabras rebuscadas, poesía, textos bíblicos citados de memoria que repetía de manera melodramática. Hoy eso no se usa, eso suena ridículo en nuestros días. El orador debe saber comunicarse con el oyente, debe saber llegar al problema o necesidad de la audiencia sin haber tenido nunca contacto con ella.
B. La personalidad.
En 1979 visitó Costa Rica el predicador evangélico puertorriqueño Yiye Ávila. El señor Ávila habla en la manera característica de los habitantes de esa isla y escucharlo en él es muy natural y nada criticable. Pero lo que no fue natural ocurrió después que él se marchó del país, cuando varios jóvenes predicadores hablaban e imitaban los gestos de Ávila, incomodando a la audiencia en lugar de animarla.
Así como cada uno tiene sus propias huellas digitales, también tiene su propia personalidad. Quizá se parezca a la de otro, pero no son iguales, siempre son diferentes.
Es de vital importancia que practiquemos si queremos presentarnos de forma natural ante nuestro público. Cada vez que veo a los niños pasar frente a un auditorio, me admiro de la naturalidad con la que ellos actúan; si tienen temor, lo demuestran, si están alegres, también. Pero cuando estos niños crecen, me admiro de cuán poco naturales son. ¡Cuánto se esfuerzan por parecer naturales! Pienso que como hemos visto tantas ceremonias, nos parece que al estar frente al público debemos actuar como los protagonistas de ellas.
Al pasar al frente a dar un sermón, es imprescindible que seamos sinceros y tan dinámicos como lo somos en privado, para que de esta forma, todo nos salga natural.
C. El tono.
Recuerdo a un pobre hombre que su gran anhelo era ser predicador, pero cada vez que pasaba al frente, se desgalillaba y lastimaba los oídos de los presentes.
Cuando hablamos en un auditorio, es importante que lo hagamos con más energía que cuando estamos en la sala de nuestra casa, aun cuando ahora tenemos la bendición de contar con equipos de sonido. Recordemos que los oyentes esperan un tono natural, simplemente con más volumen.
Cuando conversamos con nuestros amigos al calor de un buen tema, hacemos uso de un sinnúmero de notas que recorren toda la escala, desde la más aguda hasta la más grave. Eso es algo que no se aprende en la escuela, sino que da como resultado de escuchar a los demás hablar. Nuestro hijo menor, Gabriel, ha tenido la oportunidad de escuchar hablar a personas de muchas nacionalidades desde que era un niño pequeño, por lo que al escucharlo a él, uno puede escuchar en su conversación una gama más amplia de notas en los diferentes procesos de su conversación, que van desde los sonidos más agudos cuando expresa admiración a los más graves cuando tiene duda.
Los adultos, muy educados en todo, olvidamos esto frente a un auditorio y nuestro tono tiende a volverse monótono y aburrido, capaz de sedar a nuestros oyentes.
Si queremos llegar a nuestro público, es necesario que el discurso esté presentado de una manera que invite al oyente a querer escuchar más, por lo que se necesita inyectarle una variedad de tonos.
D. La velocidad.
Hay personas que a la hora de hablar nos traen a la memoria las viejas películas de la Segunda Guerra Mundial: ¡Parecen ametralladoras! Otros hablan tan lento, que en el transcurso de tiempo que va desde que emitieron la última palabra y cuando inicien la siguiente, podemos ir a tomarnos un café.
Una de las bellezas del ser humano es que puede comunicarse conversando y a todos nos agrada escuchar a un buen orador. Esto se debe a que además de las diferentes tonalidades de las que ya hablamos, también ocurren cambios en la velocidad de nuestra voz, produciendo con ello un sonido muy agradable a nuestro oído.
Tal vez, la causa más corriente por la que caemos en ese terrible error que es la monotonía, se debe a que no sabemos saborear cada palabra del mensaje. Si logramos palpar lo que significa cada palabra, podremos darle el sentido apropiado y con ello la velocidad que necesitan para poder llegar al corazón del oyente.
Soy un aficionado a ver películas y me fascina cuando los actores hacen sus diálogos. Cuando hay una escena de una discusión, es formidable ver a un buen actor acelerando la velocidad de su voz hasta que las venas del cuello se hinchan y sus ojos quieren salírsele de las órbitas.
Intentemos poner atención a la velocidad de nuestras palabras y tratemos de cambiarla, notando con ellos el cambio de sentido que toma la frase.
E. Las pausas.
Así como es importante saber en que momento aumentar o disminuir la velocidad de las palabras, lo es el realizar pausas.
Una pausa a la hora de comenzar el discurso, mueve a la audiencia a poner atención a lo que el orador va a decir.
También, en los puntos importantes del discurso, es necesario hacer una pausa.
Quizá la mejor forma de aprender a hacer las pausas es leyendo en voz alta, siguiendo con sumo cuidado los signos de puntuación y tratando de darle el énfasis que el autor quería dar cuando escribió las líneas.
Recordemos que nuestra predicación es el mensaje de Dios para el hombre y tiene tanta importancia que debe ser ejecutada como un acto de ópera entonado por los mejores cantantes.
El orador puede preparar muy bien su bosquejo, arreglar su ropa y cabello de forma impecable, pero si su voz no está bien calibrada y de acuerdo al discurso, será un verdadero suplicio para el auditorio.
Muchas veces no importa tanto lo que se diga sino como se dice. Escuchando un debate político pude observar como el orador más viejo y con más experiencia de estar ante el público, desarmó fácilmente a su contendiente, un hombre joven, casi sin utilizar un discurso, sino que lo enfrentó de manera directa. El joven llevaba un discurso muy bien preparado, iba con traje sastre y su persona manifestaba vitalidad, pero la seguridad del político mayor de edad, lo anuló completamente.
Tenía unos dieciséis años cuando salía a buscar trabajo, así que fui con un amigo a un hotel capitalino. Mi amigo, un poco mayor, entró primero y dirigiéndose al gerente le dijo: “Ando buscando trabajo, ¿ustedes no tienen?” El gerente le respondió de manera muy fría: “No”. Mi amigo salió y me dio las malas noticias, pero insistí en que iba a hablar con el gerente de todas maneras. Fui directo a este señor y le dije: “Quiero trabajar con ustedes, ¿hay algún puesto que pueda ofrecerme?” El hombre me miró a los ojos y me dijo: “Preséntese mañana a las siete de la mañana para que reciba instrucciones?” ¿Qué ocurrió? Simplemente fue la manera ten diferente en que ambos pedimos trabajo.
Cuando el orador no está realmente convencido de la verdad de su discurso, probablemente lo que va a presentar es un soliloquio sin sentido, donde las palabras saldrán de su boca, más no de su corazón. Lo que quiero dar a entender es que no es importante solo el timbre, o el tono de la voz, sino también la elocución en el discurso. El mensaje debe salir no solo de los labios, sino del corazón del predicador, para que de esta manera pueda alcanzar el corazón del oyente.
Podemos dividir este tema en: Elocución, personalidad, tono, velocidad y descansos.
A. La elocución.
Para definir lo que es elocución diremos que cada persona tiene la suya propia ya que es la manera en que expresamos nuestros discursos, ya sea en el púlpito o bien en privado, cuando estamos conversando con nuestros amigos.
Hace un poco más de treinta años, un buen orador adornaba sus discursos de la forma más florida posible. Usaba palabras rebuscadas, poesía, textos bíblicos citados de memoria que repetía de manera melodramática. Hoy eso no se usa, eso suena ridículo en nuestros días. El orador debe saber comunicarse con el oyente, debe saber llegar al problema o necesidad de la audiencia sin haber tenido nunca contacto con ella.
B. La personalidad.
En 1979 visitó Costa Rica el predicador evangélico puertorriqueño Yiye Ávila. El señor Ávila habla en la manera característica de los habitantes de esa isla y escucharlo en él es muy natural y nada criticable. Pero lo que no fue natural ocurrió después que él se marchó del país, cuando varios jóvenes predicadores hablaban e imitaban los gestos de Ávila, incomodando a la audiencia en lugar de animarla.
Así como cada uno tiene sus propias huellas digitales, también tiene su propia personalidad. Quizá se parezca a la de otro, pero no son iguales, siempre son diferentes.
Es de vital importancia que practiquemos si queremos presentarnos de forma natural ante nuestro público. Cada vez que veo a los niños pasar frente a un auditorio, me admiro de la naturalidad con la que ellos actúan; si tienen temor, lo demuestran, si están alegres, también. Pero cuando estos niños crecen, me admiro de cuán poco naturales son. ¡Cuánto se esfuerzan por parecer naturales! Pienso que como hemos visto tantas ceremonias, nos parece que al estar frente al público debemos actuar como los protagonistas de ellas.
Al pasar al frente a dar un sermón, es imprescindible que seamos sinceros y tan dinámicos como lo somos en privado, para que de esta forma, todo nos salga natural.
C. El tono.
Recuerdo a un pobre hombre que su gran anhelo era ser predicador, pero cada vez que pasaba al frente, se desgalillaba y lastimaba los oídos de los presentes.
Cuando hablamos en un auditorio, es importante que lo hagamos con más energía que cuando estamos en la sala de nuestra casa, aun cuando ahora tenemos la bendición de contar con equipos de sonido. Recordemos que los oyentes esperan un tono natural, simplemente con más volumen.
Cuando conversamos con nuestros amigos al calor de un buen tema, hacemos uso de un sinnúmero de notas que recorren toda la escala, desde la más aguda hasta la más grave. Eso es algo que no se aprende en la escuela, sino que da como resultado de escuchar a los demás hablar. Nuestro hijo menor, Gabriel, ha tenido la oportunidad de escuchar hablar a personas de muchas nacionalidades desde que era un niño pequeño, por lo que al escucharlo a él, uno puede escuchar en su conversación una gama más amplia de notas en los diferentes procesos de su conversación, que van desde los sonidos más agudos cuando expresa admiración a los más graves cuando tiene duda.
Los adultos, muy educados en todo, olvidamos esto frente a un auditorio y nuestro tono tiende a volverse monótono y aburrido, capaz de sedar a nuestros oyentes.
Si queremos llegar a nuestro público, es necesario que el discurso esté presentado de una manera que invite al oyente a querer escuchar más, por lo que se necesita inyectarle una variedad de tonos.
D. La velocidad.
Hay personas que a la hora de hablar nos traen a la memoria las viejas películas de la Segunda Guerra Mundial: ¡Parecen ametralladoras! Otros hablan tan lento, que en el transcurso de tiempo que va desde que emitieron la última palabra y cuando inicien la siguiente, podemos ir a tomarnos un café.
Una de las bellezas del ser humano es que puede comunicarse conversando y a todos nos agrada escuchar a un buen orador. Esto se debe a que además de las diferentes tonalidades de las que ya hablamos, también ocurren cambios en la velocidad de nuestra voz, produciendo con ello un sonido muy agradable a nuestro oído.
Tal vez, la causa más corriente por la que caemos en ese terrible error que es la monotonía, se debe a que no sabemos saborear cada palabra del mensaje. Si logramos palpar lo que significa cada palabra, podremos darle el sentido apropiado y con ello la velocidad que necesitan para poder llegar al corazón del oyente.
Soy un aficionado a ver películas y me fascina cuando los actores hacen sus diálogos. Cuando hay una escena de una discusión, es formidable ver a un buen actor acelerando la velocidad de su voz hasta que las venas del cuello se hinchan y sus ojos quieren salírsele de las órbitas.
Intentemos poner atención a la velocidad de nuestras palabras y tratemos de cambiarla, notando con ellos el cambio de sentido que toma la frase.
E. Las pausas.
Así como es importante saber en que momento aumentar o disminuir la velocidad de las palabras, lo es el realizar pausas.
Una pausa a la hora de comenzar el discurso, mueve a la audiencia a poner atención a lo que el orador va a decir.
También, en los puntos importantes del discurso, es necesario hacer una pausa.
Quizá la mejor forma de aprender a hacer las pausas es leyendo en voz alta, siguiendo con sumo cuidado los signos de puntuación y tratando de darle el énfasis que el autor quería dar cuando escribió las líneas.
Recordemos que nuestra predicación es el mensaje de Dios para el hombre y tiene tanta importancia que debe ser ejecutada como un acto de ópera entonado por los mejores cantantes.