I. Dios: El diccionario define de la siguiente manera: “Del latín: deus. Ser supremo que en las religiones monoteístas es considerado hacedor del universo. Deidad a que dan o han dado culto las diversas religiones”[1].
En Génesis 1.1 dice simplemente: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”[2]. No existe ningún intento de probar la existencia de Dios ni especular sobre su naturaleza. Más adelante el profeta Jeremías diría: “Pero el SEÑOR es el Dios verdadero; El es el Dios vivo y el Rey eterno. Ante su enojo tiembla la tierra, y las naciones son impotentes ante su indignación”[3], dejando por sentado que Dios es único, de hecho, creo que la mejor definición de la palabra “Dios” debe ser “El único”, ya que todo lo demás no puede ser Dios, aunque se escriba con minúscula o aunque los hombres le rindan culto (Isaías 43.10).
En la antigüedad, se creía que conocer el nombre de una persona le otorgaba poder sobre ella. Los antiguos semitas se mantenían espantados ante los poderes superiores de los dioses y hacían cuanto estuviera a su alcance para propiciarlos. Generalmente asociaban a las divinidades con la manifestación y uso de un enorme poder. En Éxodo 3.14 Dios reveló Su nombre a Su pueblo: “Yo soy el que soy”[4], escrito por lo hebreos por medio del tetragrama palabra que significa “cuatro letras”, y que está formada por las cuatro consonantes hebreas HWHY, de derecha a izquierda, yod, he, waw, he, una palabra imposible de pronunciar, pero que para los hebreos forman el nombre de Dios. En el Antiguo Testamento aparece completo cerca de 5300 veces y 1500 veces en forma abreviada. Según la Enciclopedia Judaica 7:680, es posible que se pronunciara “Yahvéh”, hasta que en la Edad Media se adoptó un sistema de puntos que indicaban las vocales, y colocaron debajo del tetragrama las vocales de “Adonai” que era la palabra que decían los hebreos al leer la Toráh en voz alta, por respeto al Señor; más adelante, esas letras se intercalaron en el tetragrama, formando “YAHOVAH”, y al traducirse la Biblia al español antiguo se cambió la Y por J y la A por E, formándose la palabra “Jehová”.
Aunque parezca mentira, los ateos no existen, pero los necios sí, y precisamente estos son los que niegan la existencia de Dios[5]. Pero, ¿no es atea la persona que niega la existencia de Dios? No, ellos saben que Dios existe, pero el simple hecho de querer negar el pecado que les domina les lleva a tratar de eliminar a quien les juzgará al fin. La Creación y la historia de la humanidad demuestran claramente la existencia de Dios[6], y eso es algo que nadie puede negar. El seudo- científico se niega a aceptar la existencia de Dios por falta de “pruebas”, pero afirma la “teoría”[7] como si esta fuera una verdad irrefutable, olvidando o tratando de enviar una cortina de humo sobre las diferentes teorías científicas que se han contradicho entre sí a lo largo de la historia, mientras que la existencia de Dios se mantiene imperturbable.
A. Tipologías de la revelación y de la experiencia con Dios.
Como hemos dejado en claro, Adonay es un Dios vivo y presente en el pueblo hebreo y en el cristiano; por lo que es posible comprender su revelación, al menos en algunas de sus manifestaciones y expresiones, a través de la Biblia. La teología bíblica sobre Dios parte, por consiguiente, de la misma “teología” de los diversos autores del libro sagrado hebreo-cristiano.
Ahora es necesario que profundicemos en la auto revelación que Dios hace en la Biblia. En la experiencia del mundo israelita y de la comunidad de los discípulos de Jesús existen dos notas típicas de la “audición”, distintas y pero a la vez complementarias:
1. Dios se ha revelado realmente, en el tiempo que va desde Adán hasta Jesucristo, según tipologías y modelos humanos diferentes. Sus citas sucesivas con los hombres correspondían a la situación histórica en que ellos se encontraban y escuchaban al Dios vivo. Desde la tienda de los patriarcas se percibía y se experimentaba un Rostro Divino diferente del que constituiría más tarde la experiencia del Éxodo o la del desierto.
2. Dios habló además con pronunciaciones y con formas humanas diferentes[8]. Y ese Dios que se reveló en otros tiempos y cuyos acontecimientos y palabras se recogieron en los textos sagrados, puede ser buscado y encontrado de nuevo cada vez que se acoge la Biblia como testimonio preferido de su revelación.
¿Cuáles son entonces esas revelaciones del Dios vivo?
En un examen atento de la Biblia sobre Dios y Su “Personalidad” nos encontramos ante todo frente a diversas formas de expresión: Intentos humanos de aproximarse al misterio divino. Como por ejemplo, los antropomorfismos, es decir, la manera típica y frecuente de hablar de Dios, acercándolo a los modelos de la experiencia humana. Lo hacemos con afirmaciones y precisiones sucesivas, pero no sin un atrevimiento literario y teológico, siempre dispuestos a reconocer, cuando se corre el riesgo de simplificar las cosas, que Dios no es un hombre y que no se porta como los hombres[9].
También existe la simbología, que es una ventana abierta al misterio divino, a partir de las referencias a realidades sensibles y concretas. Es usado este recurso sobre todo por los poetas y los grandes teólogos, como Isaías; pero también en las palabras de Jesús.
En este examen sobre la revelación y la Personalidad de Dios entonces nos encontramos lo siguiente:
1. El Dios vivo.
En una declaración de Jesús contra los saduceos de su tiempo, que no creían en la posibilidad de la resurrección, puede resumir muy bien la fe del Antiguo Testamento y del mensaje cristiano sobre el Dios vivo: “Y sobre que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en el pasaje de la zarza, cómo le habló Dios diciendo: "Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob"?No es Dios de muertos, sino de vivos. Estáis muy equivocados.”[10] Esto no solo es el recuerdo de la constante profesión de fe del pueblo de Dios[11], sino también la convicción vivida ya por Israel en un Dios vivo que es también el-que-hace-vivir; como pasó con el primer hombre[12], y como sigue ocurriendo en cada instante de la existencia humana y cósmica[13].
2. El Dios que habla.
“Dijo Dios”[14], es la fórmula del primer capítulo de la Biblia. La Palabra de Dios llega al hombre y a la historia como llamada y anuncio de un proyecto: Tanto para Abraham[15], para Moisés[16], para Israel[17], para los profetas[18], pero también para todo[19].
Pero Dios se manifiesta no hablando solo llamando y orientando, sino también “dialoga” con el hombre; y la Biblia es testimonio de este largo diálogo entablado entre Dios y el hombre, que culminó en la existencia humana del Hijo de Dios[20] y sigue siendo todavía “instrumento” disponible para un diálogo siempre abierto y actual del hombre con el interlocutor divino.
Así pues, el Dios vivo es elocuente, a diferencia de los ídolos[21]. Su silencio es castigo para el hombre, expiación por el abuso de sus palabras y por la desobediencia e insubordinación a sus normas[22]. Pero también a veces Dios se calla para “probar” a su pueblo o a los que Él quiere purificar y consolidar en la fe total, son entonces tiempos de “desierto”.
3. El Dios del pueblo nómada y de la diáspora.
Una condición de existencia que nunca llegó a faltar en la historia del pueblo de la Biblia es la de la provisionalidad y la movilidad. En todas las fases de su aventura histórica, desde el tiempo de los patriarcas hasta la era apostólica, hay páginas más o menos considerables en que el israelita o el discípulo de Jesús viven un diálogo con Dios en situación de tienda y de nomadismo.
La Biblia atestigua abundantemente una revelación divina dentro de esa condición humana. Hay un rostro, una identidad divina que se dibuja y se manifiesta a medida que los interlocutores humanos son “llamados” a caminar con Dios por los caminos del nomadismo y de la tienda. ¿Pero quién es el Dios viviente y presente al lado del hombre en condición de provisionalidad?
a. Dios roca y sostén.
Cuando el hebreo escuchaba en el sabath la Palabra de Dios como orientación de su vida, se le advierte repetidas veces que su condición de movilidad no es una fatalidad, sino una vocación. Y Dios está siempre cerca del hombre que vive esa experiencia como hecho religioso.
El acontecimiento primordial lo presenta el Génesis en las páginas relativas a los patriarcas hebreos[23]. No se trata de un solo episodio: El examen atento de los textos y de aquella epopeya no permite reconstruir los detalles, pero las páginas del Génesis recuerdan ciertamente un diálogo ocurrido, un rostro divino encontrado, respuestas dadas por los patriarcas a través de actos de culto, de los cuales fueron siempre conmemoración y garantía los santuarios de la tierra de Palestina[24].
Este mismo Ser es el que se encontrará luego con Moisés en el monte Sinaí, como nos dice la Toráh[25]. Su nombre se acerca mucho a la situación de sus interlocutores nómadas: Dios Altísimo, “EI-’Elyón”[26]; Dios Omnipotente, “El-Sadday”[27]; Dios Eterno, “El-‘Olam”[28]. Es el Dios de ciertos lugares en los que se detuvieron los patriarcas: Siquem, Betel, etc.
Hay otros capítulos de la Tórah que confirman este rostro del Dios que defiende al desvalido y que se compromete en el tiempo:
1) Pensemos en el empleo del tono de promesa y de anuncio cuando Israel es llamado a salir de Egipto[29].
2) Constituye una página independiente en el cuerpo legislativo de la Toráh la que se refiere a los deberes de Israel para los que están desplazados y viven provisionalmente en medio del pueblo: La viuda, el huérfano, el forastero y el asalariado. En relación con ellos, Dios vuelve a declararse sostén y defensa, como lo había sido con los patriarcas[30].
Hay también una página de la Toráh que encuentra aquí su colocación más oportuna: La que se refiere a la magia y a la adivinación. Semejantes prácticas eran una ofensa para el Señor del tiempo y de la providencia; un desconfiar de él; despojarse a su plan sorprendente, pero siempre provechoso para el hombre. Véanse las duras prescripciones de Éxodo 22.17; Deuteronomio 18.9-12; Levítico 19.26-31; 20.6-27; 1 Samuel 28.3-25.
b. El que defiende al pobre.
La palabra divina en cuanto “profecía” considera nuevas formas de provisionalidad humana y, consiguientemente, del Dios que se manifiesta en ella.
Durante el tiempo de los profetas continúan aún ciertas formas menores y parciales de nomadismo: ante todo la de los pobres. Una expresión, que asumirá un tono especialmente significativo en labios de Jesús[31], puede caracterizar muy bien la experiencia de Israel durante el período monárquico y por tanto, de suyo, de la condición sedentaria. Se lee en Deuteronomio 15.11: “Es verdad que nunca faltarán pobres en tu país. Por eso yo te ordeno: abre generosamente tu mano el pobre, al hermano indigente que vive en tu tierra”[32]. Los profetas presentan a un Dios que protege a los pobres y que castiga todo abuso de los poderosos[33].
Pero hay además una “pobreza” como opción espiritual, o como respuesta a una llamada por parte de Dios: La de ponerse bajo su protección, la de una condición de desprendimiento incluso de las protecciones humanas y de la tierra y la del reconocimiento de que el hombre sin la ayuda de Dios no es absolutamente nada.
La nueva experiencia de provisionalidad que Israel está llamado a vivir en el tiempo “profético” es la del destierro y la diáspora. Después de varias desorientaciones y crisis de fe, la palabra profética por parte de Dios se hace oír; pero no es solamente un castigo de las culpas y de las infidelidades, sino una “vocación”. Bajo esta nueva condición de movilidad hay un plan providencial, y por tanto es posible dialogar con Dios, encontrarlo incluso en las tierras del Éxodo.
c. El Dios presente y providente.
En su multiplicidad de géneros literarios, los escritos sapienciales atestiguan una tercera Palabra de Dios sobre las situaciones de movilidad: Toda forma de rompimiento y de pérdida de seguridad externa es de hecho disposición y destino. Obsérvense los hechos siguientes:
1) En la dispersión y en situación de minoría el Señor llama a hacerse sensibles y abiertos a los nuevos pobres que se descubren.
2) Pero las diferentes condiciones de provisionalidad son también una escuela de generosidad de la riqueza y del bienestar, cuando el hombre siente la tentación de prescindir de Dios en su vida[34]. Así se aprende a basarse solo en Dios providente y cercano[35].
4. El Dios de la liberación y del Pacto.
La tipología del Éxodo y del Pacto es la segunda gran tipología de la revelación bíblica. Se trata también en este caso de una cita constantemente viva y actual entre Dios y su pueblo, y no solo del recuerdo de un episodio lejano y único; es lo que nos lleva a constatar el examen del Antiguo Testamento y del Nuevo. De esta experiencia siempre permanente y que se renueva a lo largo de la historia interesan aquellas revelaciones de sí mismo que fue haciendo el Dios de la liberación y del Pacto desde los tiempos del Sinaí hasta el mensaje de Jesús:
a. Dios libera y une con él en alianza.
Al primer tipo fundamental de palabra divina en la Biblia le está reservado ante todo transmitir el recuerdo y el significado del acontecimiento primordial: Adonay intervino triunfalmente para liberar y rescatar para sí a los descendientes de los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob.
Varios textos recuerdan e interpretan aquel doble acontecimiento de liberación de la esclavitud de Egipto y de adhesión libre y total a Adonay en forma de alianza[36].
Así los nombres y los rostros de Dios, aparecen bastante variados en estas páginas ya desde las más primitivas.
Adonay es aquel que vence y triunfa, pues de manera inesperada y admirable sumergió en el mar al caballo y al caballero de los egipcios[37].
El tipo de intervención divina que lleva a Israel desde la esclavitud a la lealtad libre a su Dios se configura como un rescate y una conquista que engendra derechos de exclusividad sobre Israel por parte de Adonay y de pertenencia total a Él por parte de los rescatados[38].
El Dios que hizo salir a Israel y que lo llamó a una alianza con él afirma además que es celoso, es decir, no admite una fidelidad parcial y dividida en la espiritualidad israelita. Toda la Toráh, en sus sucesivas redacciones, enseña este rostro divino[39]. Pero sus “celos” se conjugan con una infinita misericordia.
b. El esposo fiel y misericordioso.
Adonay se sigue presentando como el Dios de la liberación y del Pacto a través de los escritos proféticos. Los libros profético-históricos resumen los siglos que van desde el tiempo de Josué hasta el destierro de Babilonia subrayando frecuentemente el doble tema de la infidelidad de Israel y de la fidelidad misericordiosa de Dios. Oseas apela explícitamente a la tipología familiar para enseñar cuáles son las relaciones que vive Adonay con el reino de Samaria: Un esposo apasionado y traicionado[40], un padre amoroso no correspondido[41]. Pero en el horizonte de esta revelación y experiencia de Dios resuenan con energía los acentos de esperanza y de recuperación[42].
De una alianza con Dios como compromiso hablan además otras profecías: Algunas páginas de Jeremías[43]; Ezequiel, en textos que afirman que nunca se ha mantenido la fidelidad a Dios por parte de su pueblo[44]; el Isaías, para anunciar un nuevo tipo de relaciones entre Sión y el esposo divino[45].
Un nuevo éxodo y una nueva alianza, según los profetas recordados, se deben al hecho de que Adonay es, al mismo tiempo, misteriosamente celoso como un esposo herido y ofendido[46]; misericordioso, como un padre o una madre[47]; y redentor, el go ‘el, que rescata a su pueblo de sus múltiples cadenas[48].
c. El Dios que perdona y recupera.
La palabra divina bajo la forma de sabiduría recuerda e interpreta la relación íntima entre Israel y su Dios de maneras diferentes: la fidelidad para con aquel que libera y guía a su pueblo tiene que manifestarse a través de la acogida de su ley[49]; aparece con frecuencia la invitación a la confianza en Dios misericordioso, a través de fórmulas maravillosas de confesión de las culpas[50].
Al tipo de palabra de Dios como sabiduría pertenece también la esperanza de nuevas intervenciones divinas de liberación, como en el tiempo de la esclavitud de Egipto. El Cantar de los Cantares tiene páginas sublimes sobre las aventuras de la alianza entre Adonay y su pueblo: El amor y la intimidad entre los dos amados se celebran a través de la tipología matrimonial, que ya trataban con gusto los profetas. El horizonte es el de la visión confiada de su posible realización y de su continuo crecimiento: Dios esposo no le fallará jamás a su esposa amada y su fidelidad logrará vencer las fragilidades temporales de esta última.
d. Adonay, perdona nuestras ofensas.
Jesús se refirió con frecuencia al antiguo modelo de relaciones con Dios, bien sea para denunciar la imposible recuperación del Pacto sinaítico en sus expresiones actuales de religiosidad y de culto, bien para anunciar y realizar la institución de un nuevo Pacto.
Resulta entonces muy original el anuncio que Jesús hace de Dios: Él es un Padre misericordioso; y la relación con Él engendra confianza y esperanza respecto a la existencia propia, aunque marcada por la infidelidad y el pecado[51]. Desarrollando una enseñanza concreta de Jesús, el Nuevo Testamento pone constantemente en evidencia el hecho de que Dios es el “primero’ en perdonar en Cristo, y nos “reconcilió a sí por Mashíax”[52].
El nuevo éxodo consiste ante todo en la liberación del pecado; pero alcanzará su experiencia suprema al final de los tiempos, en los cielos nuevos y la tierra nueva, cuando Dios sea todo en todos. Y el Nuevo Pacto, que tendrá su cumplimiento final en los cielos[53], se celebra ya en esta tierra a través de los encuentros de Cristo esposo con los hombres, que se convierten al reino de Dios y forman la Iglesia[54].
Jesús ordena a los discípulos que se dirijan a Dios, Misericordioso, con infinita confianza, para pedirle perdón por sus propias infidelidades. De esta manera queda estampado el rostro de aquel Dios que se reveló como liberador y compañero de una experiencia de intimidad con el hombre.
5. El Dios del desierto.
Desde el tiempo de las peregrinaciones de Israel en el desierto de Sinaí, las experiencias religiosas de prueba de la fidelidad a Adonay marcan con frecuencia el camino del pueblo de Dios. El desierto no es solo un lugar y un tiempo, sino también una especie de cita con Dios por parte de Israel. Los términos bíblicos que conmemoran el desierto son más teológicos que geográficos; en efecto, se habla de Mará y Meribá, el lugar de la rencilla, de la rebelión y la protesta. ¿Tienta Dios a su pueblo? Eso es algo que muchos quieren ver y por ello tratan de alejarse de Adonay.
a. El Dios de Mará y Meribá.
También en este caso la auto revelación divina tiene su tarjeta de presentación en el signo de la Toráh, de una orientación fundamental de vida para el pueblo de Dios. Los sucesos de Meribá se registran con frecuencia y se repiten en los cinco primeros libros de la Biblia[55].
Para algunos autores, es muy fácil tomar las palabras antiguas y tergiversarlas tratando de darles una entonación diferente a lo que había en el original, por lo que, por ejemplo, utilizan la versión Septuaginta en donde dice que Dios “tentólo” al pueblo de Israel[56], ignorando que si la traducción se hubiese hecho en este tiempo, diría como las nuevas dicen: “el Señor los puso a prueba”[57]; “Allí lo puso a prueba”[58]; “y allí los probó”[59]. La “prueba” no es una tentación, es un examen para saber en dónde están las debilidades para reforzarlas, o acaso ¿puede alguien pensar que un profesor pone tentación a sus alumnos para hacerlos pecar cuando les examina?
La prueba por parte de Dios no la evitó ni siquiera a Abraham[60]. Y aquí precisamente es donde hay que buscar un probable significado de esta auto manifestación de Dios: Es Él quien llama al desierto; es Él mismo, el que hizo salir a Israel de Egipto[61], el que le hace atravesar también el desierto para probar a su pueblo.
b. El que prueba a su pueblo.
La revelación divina de sí mismo como quien prueba a Su pueblo sigue siendo registrada y profundizada por los profetas:
1. El enfrentamiento con el baalismo de Canaán y las frecuentes caídas en la infidelidad a Dios, se desarrolla en el libro de los Jueces con episodios en los que Adonay probaba a su pueblo[62].
2. También la sumisión de Ezequías frente al poder de Babilonia es transcrita por el libro de las Crónicas como una prueba por parte de Dios[63].
La nueva revelación histórica de desierto, que los profetas interpretan como disposición por parte de Dios, es la del destierro. Dios se ha revelado nuevamente, no ya solo como “roca” en el tiempo del nomadismo y de la diáspora, sino también como aquel que somete a prueba a su pueblo. A través de los profetas del destierro y de después del destierro, Israel aprende a buscar a un Dios más grande y misterioso que el que de vez en cuando se asignaba en su religiosidad y en su teología. Adonay es un Dios que provoca muchos “por qué”, que quedan sin respuesta, moviendo así a purificar la capacidad y la confianza superficiales respecto a Él.
c. Dios está más allá de toda experiencia y teología.
El estilo misterioso de Dios vuelve a presentarse como experiencia y como interrogante en la palabra divina dirigida a los hombres como sabiduría: Ninguna formulación teológica, ninguna síntesis de su misterio es jamás adecuada para explicar sus sorpresas desconcertantes en la historia y en la vida de los hombres. Este parece ser el significado profundo de dos grandes libros sapienciales: Job y Eclesiastés. Dios está siempre más allá; el encuentro con Él no repite nunca modelos precedentes; es menester aceptar siempre a un viviente continuamente original, que invita a un profundo sentimiento de humildad.
Son numerosos los salmos que traducen en invocación la experiencia del desierto, bien sea comunitaria o bien personal: las súplicas de los enfermos[64], que aparecen más tarde en los evangelios para interpretar la pasión Jesús; las súplicas de los desterrados[65], de los acusados falsamente[66], de los oprimidos[67]. Como se deduce de estas rogativas, Dios es el único que salva. El desierto de la prueba afina la fe en Dios; el rostro divino, tan misterioso en determinados momentos, sigue siendo, sin embargo, aquel que busca el suplicante, como el único que puede confortar y sostener su existencia.
d. El que libra de la tentación.
Los evangelios se refieren al Dios del desierto y de la tentación a partir de la experiencia de Jesús. Hay páginas del Nuevo Testamento que mantienen en este sentido un significado inagotable: “Entonces fue llevado Jesús por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo”[68]; también, Jesús “pasó por las mismas pruebas y tentaciones que nosotros pasamos”[69]. El significado de aquellas pruebas del desierto, lo mismo que las que Jesús sufrió durante su vida pública[70], es siempre el de alejarse del proyecto de su Padre respecto a la misión de salvación que ha de realizar. Y es en Getsemaní[71] donde Jesús pronuncia el último sí de total adhesión a la voluntad de Dios, al que invoca según lo recuerda Marcos como a su “Abbá”[72].
Aquí precisamente radica uno de los aspectos totalmente nuevos e inimaginables que Jesús revela sobre el significado de la experiencia de desierto-tentación: El rostro y el nombre de Dios que llama al desierto, más aún, que provoca a entrar en la prueba, es el rostro y el nombre paternal del Abbá. ¿Por qué? Para tomar conciencia de la propia fragilidad y recurrir a Él para ser liberados del maligno. Esta es la actitud que se le sugiere al discípulo en la penúltima petición del Padre nuestro, la oración en que Jesús resume las experiencias fundamentales de encuentro entre el Abba que está en los cielos y los que acogen su mensaje sobre Dios[73].
6. El Dios Rey y Señor de la historia.
Desde las primeras páginas de la Biblia hasta el Revelación encontramos la tipología del “Reino de Dios” como una realidad. Dios se reveló a sí mismo como el Señor, siendo traducido en hebreo como Adonay y en griego Kyrios indicando el sentido de señorío. Él es Todopoderoso y ejerce su dominio como Señor y dueño de su pueblo y del universo entero[74], a diferencia de los dioses falsos[75].
a. La iniciativa de Dios.
La Biblia, como dijimos antes, no comienza presentando un tratado acerca de la existencia de Dios, sino que abre diciendo: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”[76], con lo que directamente se dice que Él es el Señor. Al principio, antes del pecado, el hombre vivía de acuerdo a este principio, pero después se rompió y la humanidad comenzó a alejarse de esa verdad para darle primacía a sus propias pasiones, lo que condujo a que el Dios Creador tuviese que tomar la dura decisión de “destruir” su propia obra. Pero Dios se guardó un remanente en Noé y su familia, aunque después su descendencia llegó al punto de cambiar el Señorío de Dios por el de un hombre y se volvió a adorar a la propia creación. Aun así, Dios se guardó un remanente en Abraham y su descendencia, guiando a setenta personas[77] a Egipto para formarse Su Pueblo, Israel.
Pero la primacía de Dios sobre Israel no fue captada por Su Pueblo de manera inmediata, sino que tuvo que pasar por una variedad de pruebas que le guiaban a comprender que Adonay es el Único. Tampoco la teología de Israel es desarrollada en forma inmediata, sino que debe pasar por toda una serie de pasos “evolutivos” de acuerdo a la revelación que van recibiendo. Más aun así, los rabinos no logran vislumbrar todo el plan de Dios en cuanto al Reino y confunden lo material con lo espiritual, pensando que Dios era una propiedad de Israel y quien condenaría al resto de la humanidad.
Con todo y esto, Dios siempre se manifestó dispuesto a cumplir con sus promesas y por eso es quien lucha a favor de Israel y el que lo guía[78].
b. Adonay, el Señor de la historia.
Un acontecimiento decisivo en orden a la experiencia del señorío divino es en primer lugar la elección de la “casa de David” como signo del reinado divino sobre el pueblo de Dios. La profecía que Dios revela por medio de Natán a David se encuentra cargada de mensaje teológico: De esta manera Adonay tomaba en sus manos la historia de los descendientes de los patriarcas[79].
Hay otro relato que nos muestra el Señorío de Dios sobre la historia con Elías sobre el monte Horeb[80]. El profeta comprende más tarde que Dios guía la historia de una manera diferente a lo que él pensaba.
Más adelante se destacan los profetas que manifiestan la Realeza Divina. Sobre todo Amos, que presenta a Adonay como “el Señor como un león que ruge”; Miqueas lo hace como el Señor que juzga a Samaria y a Jerusalén; Isaías como el Señor que reina y su gloria llena toda la tierra. Pero el más sabroso mensaje de este señorío rico probablemente es el que vemos en Isaías, a quien algunos llaman el quinto Evangelio, ya que es el “libro del Emanuel”[81], “del alfarero”[82] y del Señor que tiene la potestad de presentarse a sí mismo como el Siervo sufriente[83].
c. Adonay, quien escudriña y juzga el corazón humano.
La literatura sapiencial, revela la realeza y de la primacía de Dios, como el único que sondea, discierne y juzga a los hombres, separando a los rectos de los impíos. A diferencia de todo lo que consiguen hacer los jueces humanos, Dios atribuye con absoluta imparcialidad los méritos y responsabilidades, retribuyendo a cada uno según sus obras[84].
¡Dios es el que escudriña los pensamientos humanos! No hay nada que escape a su mirada, nada que sea impenetrable a sus ojos; ni siquiera lo más escondido, y de acuerdo a la simbología hebrea se forja y se vive en los “riñones”: Los ímpetus, los deseos humanos más profundos y casi inconscientes; son explorados y probados por el ojo profundo de Dios[85].
B. Los Nombres de Dios.
No ha habido ni un solo momento en que la búsqueda del nombre, del rostro y del misterio divino haya dejado de acompañar el camino del pueblo de Dios, tanto del hebreo como del cristiano. Por eso, los diferentes nombres de Dios recalcan el carácter personal de Adonay, aunque esto no significa que se considere a Dios como una persona poderosa, tal como la mitología presenta a sus propios “dioses”, si bien es cierto que la Biblia utiliza términos antropomórficos para hablar de Dios, diferencia a Dios del hombre[86], ya que Él se sale de cualquier comparación que pueda hacer el hombre.
1. El y Elohim.
En el Antiguo Testamento encontramos nombres como El, Elohim, que se ha traducido a veces por “Dios” y otras por “Señor”, y que procede de una raíz que significa “poder” y se refiere a todo lo divino. En algunos textos se combina con otras palabras[87]. También se usa en forma plural, Elohim, para referirse al Dios de Israel, no por memorias politeístas, como intentan hacer pensar algunos, ni tampoco porque en la teología hebrea se manejara la idea de la Trinidad, sino para intensificar o reforzar la idea expresada: “La plenitud de Dios”. Este nombre es traducido por lo general en nuestras versiones como Adonay, que también es plural, da la idea de soberanía, de poder pleno, y se combina a veces en expresiones como “Señor de señores” o “Señor de toda la tierra”.
El se encuentra unas 240 veces en el Antiguo Testamento. Pero, con mucha mayor frecuencia aparece Elohim, 2600 veces. También encontramos las combinaciones de El en formas compuestas distintas, ya sea en los nombres de personas o de localidades, como Ismael[88], Betel[89], o bien en los nombres divinos unidos a experiencias sobre todo patriarcales, como El-Elyon, Dios Altísimo[90]; El-Sadday, Dios Omnipotente[91]; El-Olam, Dios Eterno[92]; El-Betel, Dios de Betel[93], etc.
2. YHWH.
Por otro lado, el tetragrama, YHWH, aparece unas 6830 veces en el Antiguo Testamento, aunque se encuentra con menos frecuencia, su forma reducida Yah y Yhw. Esta última aparece en los nombres teofóricos, que sonaban entonces como profesiones de fe, tales como “Zacarías”, Ze-karya, YHWH se ha acordado; “Isaías”, Yesaya, YHWH ha salvado; etc.
Para ir al origen del uso de YHWH debemos trasladarnos a Éxodo 3, cuando Moisés recibe en el Horeb por primera vez la revelación del nombre. Es ciertamente en conexión con un suceso y con un primer significado posible, en que interviene para liberar a Israel, pero ese nombre desborda enseguida su etimología verbal y su significación histórica inmediata. La teología del Pentateuco está preocupada por afirmar ante todo aquel comienzo sorprendente, aquella revelación[94].
A lo largo de su experiencia, debidamente interpretada por sucesivas profecías, Israel irá comprendiendo cada vez mejor que el nombre de Dios se va cargando de posteriores significados sorprendentes en cada nueva situación y experiencia con Él: Era, pues, el mismo YHWH el que había llamado y acompañado a los patriarcas hebreos, lo mismo que fue YHWH el que luego liberó a Israel de Egipto y el que se manifestó como Señor y Rey de su pueblo y de la historia humana.
3. Adonay.
Cuando en el judaísmo se da un giro más estricto en cuanto al uso del nombre de Dios, aparecen muchas nominaciones indeterminadas o indirectas: “El Nombre”, “el Eterno”, “el Inmortal”, “el Todopoderoso”, “el Altísimo”. En el Nuevo Testamento las traducciones griegas de estos nombres, son frecuentemente utilizados al referirse al Señor Jesucristo, aunque “Dios y Señor” son los más utilizados y hemos de ver en ellos la traducción de “Adonay Dios” y “el Señor Dios”.
4. Abba.
Mientras que Abba, en cuanto a su fórmula literaria, es post exílico y arameo; pero no aparece referido a Dios más que con Jesús[95] y debido a su enseñanza[96]. Precisando más tarde los datos bíblicos de que disponemos, en el Antiguo Testamento el nombre de “padre”, ab, se usa cotidianamente en las relaciones humanas de paternidad, unas 1180 veces, mientras que en la relación con Dios solo se dice raras veces a manera de comparación que YHWH es Padre[97]. En el Nuevo Testamento, debido al anuncio de Jesús, la categoría y el calificativo de la paternidad de Dios se enseñan frecuentemente, 254 veces.
El significado fundamental del apelativo divino Abba es el de fuente de vida y de relación filial con Él; para Jesús ante todo, pero también para todos aquellos que por su conversión a la primacía real de Jesús se hacen discípulos y hermanos de Jesús y dispuestos a la acción del Espíritu del Padre y del Hijo. A pesar de eso hay que preguntar al mismo Jesús qué extensión de sentido y de experiencia supone la referencia a Dios Abba. Y podemos acercarnos a la penetración plena, aunque siempre inagotable, del nombre y del rostro de Abba cuando examinamos y acogemos la oración que enseñó Jesús a los discípulos como resumen de su mensaje sobre Dios[98]. Los grandes momentos de la experiencia religiosa cristiana encuentran realmente a “Dios Abba” como participante y causa original, afirmando la iniciativa soberana de Él sobre todo, pidiendo su intervención providencial y constante, apelando a su misericordia inagotable, pidiéndole que no lleve a sus hijos al “desierto” de la tentación.
C. La Naturaleza de Dios.
1. La Espiritualidad de Dios.
“Dios es espíritu”[99]; “Ved mis manos y mis pies, que yo soy. Palpadme y ved, que el espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo”[100]. Esta es la gran verdad revelada en cuanto a la naturaleza de Dios: Él es Espíritu, lo que quiere decir que no tiene cuerpo, a pesar que en algunas veces en la Escritura se nos habla de las “manos de Dios”. A esto se le llama expresiones antropomorfas, de antropos, hombre y morfa, forma. Esta manera de manejar el lenguaje se hace necesaria para traer lo infinito a lo finito, para que podamos entender mejor; pero nunca para significar que Dios tenga cuerpo como el hombre.
2. La personalidad de Dios.
Cuando decimos que Dios es Persona o que tiene Personalidad lo que queremos decir es que tiene en sí los elementos constitutivos de la personalidad que son: Intelecto, sentimiento, y voluntad. Dios piensa[101]; siente[102], y tiene voluntad, actúa[103]; así es que tiene personalidad. Es bueno recordar que la personalidad radica en el Espíritu y no en el cuerpo, por eso Dios, aunque no tiene cuerpo, tiene personalidad.
3. La unidad de Dios.
Lo que queremos decir con esto es que Dios es Uno, un ser absolutamente perfecto, supremo y todo poderoso. La idea del politeísmo es repugnante y contradictoria. La Biblia enseña la unidad de Dios[104].
a. La “Trinidad” de Dios.
Es muy difícil definir a la Deidad sin tocar la doctrina de la Trinidad de Dios y sin el peligro de caer en el error. Es necesario hacer seis consideraciones:
1) En la Biblia hay tres Personas reconocidas como Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
2) La Biblia los describe como personas distintas.
3) Su triple personalidad no es temporal sino eterna.
4) Aunque hay tres personas, solo hay una esencia.
5) Las tres personas: El Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo son iguales.
6) En todo esto no hay contradicción, aunque no lo podamos entender.
b. La Doctrina de la “Trinidad” en la Biblia.
Aunque si bien es cierto que la palabra “Trinidad” no aparece en la Biblia, lo que aparece es el concepto. Ya en el Antiguo Testamento se mencionan las tres personas de la Deidad, aunque es en el Nuevo que aparecen con mayor claridad[105].
D. Los atributos de Dios.
Un atributo es cada una de las cualidades o propiedades de un ser. Dios, siendo un Ser, también posee perfecciones propias de su esencia, como su Omnipotencia, su Sabiduría, su Amor, etc.
Clasificación de los atributos: Los atributos de Dios se dividen en dos grupos:
1. Atributos Naturales: Los que tienen que ver con su existencia como Espíritu Infinito.
a. Existencia propia.
Dios existe en Sí mismo y por Sí mismo. Nada ni nadie existió antes que Él y todo lo que existe, existe después de Él. En Juan 5.26 dice: “el Padre tiene vida en El mismo”[106], no es creado. A diferencia de las criaturas, su existencia no depende de ninguna fuente externa. Antes que existieran otros seres, Él existía. Su existencia es un misterio que no lo alcanzarán a comprender ni los hombres ni los ángeles. Solo Él sabe por qué existe y cómo existe, ha existido y existirá[107].
b. Eternidad.
Cuando se dice que Dios es Eterno se quiere decir que ha existido siempre en el pasado, existe ahora en el presente y existirá siempre en el futuro: Sin principio y sin fin. La definición que Él mismo da en el Antiguo Testamento de sí mismo es: “Yo soy el que soy”. Esa definición nos habla de un eterno presente en que vive Dios, eso es eternidad. El nombre YHWH que se aplica a Dios quiere decir “El que era, el que es, y el que ha de ser”. Esto también habla de eternidad. Estos dos atributos se complementan mutuamente. Un ser que tiene existencia propia y existe en sí y por sí, tiene que ser eterno si es eterno no puede ser creado.
c. Inmutabilidad.
Significa que Dios es invariable e inmutable, que no puede cambiar ni para bien ni para mal. Si Dios pudiera cambiar, dejaría de ser inmutable. Los hombres, las cosas y las instituciones cambian, ya sea mejorando o empeorando, pero no tienen este atributo que pertenece solo a Dios. La inmutabilidad de Dios se manifiesta tanto en los atributos naturales como en los morales. Sería un absurdo suponer que Dios puede ser más Omnipotente o más Santo, eso implicaría imperfección y mutabilidad lo cual sería impropio de Dios[108].
Una de las comparaciones que usa la Biblia acerca de Dios es la de la roca[109], que permanece invariable a pesar de que el océano entero la rodea y oscila continuamente; aunque todas las criaturas estén sujetas a cambios, Dios es inmutable. Él no conoce cambio alguno porque no tiene principio ni fin. Dios es por siempre.
En primer lugar, Dios es inmutable en esencia. Su naturaleza y ser son infinitos y, por lo tanto, no están sujetos a cambio alguno. Nunca hubo un tiempo en el que Él no existiera; nunca habrá día en el que deje de existir. Dios nunca ha evolucionado, crecido o mejorado. Lo que es hoy ha sido siempre y siempre será, “Porque Yo, el SEÑOR, no cambio”[110].
Dios no puede mejorar, porque es perfecto; y, siendo perfecto, no puede cambiar al mal. Siendo totalmente imposible que algo externo le afecte, Dios no puede cambiar ni en bien ni en mal: es el mismo perpetuamente. El correr del tiempo no le afecta en absoluto. En el rostro eterno no hay vejez. Por lo tanto, Su poder nunca puede disminuir, ni Su gloria decolorar.
En segundo lugar, Dios es inmutable en sus atributos. Los mismos atributos de Dios de antes de que el universo fuera creado, son ahora exactamente los mismos, y así permanecerán para siempre. Es necesario que sea así, ya que tales atributos son las perfecciones y cualidades esenciales de su Ser.
Su poder es indestructible, Su sabiduría infinita y Su santidad intachable. Como la Deidad no puede dejar de ser, así tampoco pueden los atributos de Dios cambiar. Su verdad es inmutable, porque su palabra “está firme para siempre en el cielo permanece para siempre en los cielos”[111].
En tercer lugar, Dios es inalterable en Su voluntad. Algunos han puesto objeción ya que en la Biblia dice que “le pesó a Adonay de haber hecho al hombre en la tierra, y se indignó en su corazón”[112]. A esto la Biblia responde: “No es Dios un hombre, para mentir, ni hijo de hombre, para volverse atrás”[113]; y la explicación es sencilla, cuando habla de sí mismo, Dios adapta a menudo Su lenguaje a nuestra capacidad limitada. Se describe a sí mismo como compuesto de miembros corporales, tales como ojos, orejas, manos, etc. Habla de sí mismo “despertando”[114]; sin embargo, no duerme. Así, cuando adopta un cambio en su trato con los hombres, Dios describe su acción como “arrepentimiento”.
El propósito de Dios jamás cambia. Hay dos causas que hacen al hombre cambiar de opinión e invertir sus planes: La falta de previsión para anticiparse a los acontecimientos, y la falta de poder para llevarlos a cabo. Pero, al haber admitido que Dios es Omnisciente y Omnipotente, nunca necesita corregir sus decretos: “Pero el consejo de YHWH permanece para siempre, los pensamientos de su corazón de generación a generación”[115]. En esto observamos la distancia infinita que existe entre la más grande de las criaturas y el Creador.
Creación y mutabilidad son, hasta cierto punto, sinónimas. Si la criatura no fuera variable, no sería criatura, sería Dios. No vamos ni venimos de ninguna parte. Nada, aparte de la voluntad y el poder sustentador de Dios, impide nuestra aniquilación. Nadie puede sostenerse a sí mismo un solo instante. Dependemos por completo del Creador en cada momento que respiramos[116]. Al haber caído, no solamente somos variables, sino que todo en nosotros es contrario a Dios[117]. No hay ser humano del que se pueda depender[118].
d. Omnipresencia.
Quiere decir que Dios está presente en todo lugar al mismo tiempo. No que Dios se divida para estar en todo lugar sino que toda su persona con toda su capacidad para obrar puede ser ejercida en cualquier parte y en todo tiempo sin necesidad de moverse de un sitio para otro para dominar el escenario de acción. David expresa esta gran verdad en Salmos 139.7-12[119].
e. Omnipotencia.
Dios todo lo puede, Su Poder es ilimitado para hacer todas las cosas que Su naturaleza y Su carácter le sugieren. En Dios no hay imposibilidad natural pero sí hay lo que algunas llaman “imposibilidad moral”, por ejemplo: Dios no puede mentir, no puede cambiar, no puede pecar. La imposibilidad aquí radica en Su misma perfección, en Su carácter. Aunque Dios es Omnipotente, sin embargo no hace todo lo que puede sino todo lo que quiere. Esto no significa destrucción de Su omnipotencia; significa que Dios, dentro de Su Omnipotencia, es libre para actuar de acuerdo con el beneplácito de Su voluntad.
El poder de Dios es la facultad y la virtud por la cual puede hacer que se cumpla todo aquello que agrada, todo lo que le dicta Su sabiduría infinita, todo lo que la pureza infinita de su voluntad determina.
A menos que creamos que es, no solo Omnisciente, sino también Omnipotente, no podemos tener un concepto correcto de Dios. El que no puede hacer todo lo que quiere y no puede llevar a cabo todo lo que se propone, no puede ser Dios.
Tiene, no solo la voluntad para resolver aquello que le parece bueno, sino también el poder para llevarlo a cabo. Así como la santidad es la hermosura de todos los atributos de Dios, su poder es el que da vida y acción a todas las perfecciones de la naturaleza Divina.
“Elohim ha hablado una vez, yo lo he oído estas dos cosas: De Elohim es el poder”[120]. Nosotros, los hombres, podemos hablar y, a menudo, no ser oídos; pero cuando Él habla, el trueno de su poder se oye en mil colinas[121]. Esto se puso claramente de manifiesto cuando Dios se encarnó y habitó en el Tabernáculo humano. Dijo al leproso: “Me deleito en que seas limpio. Inmediatamente fue limpiado de la lepra”[122]. Ninguna criatura tiene poder, si Dios no se lo ha dado. El poder no puede adquirirse, ni está en las manos de ninguna otra autoridad. Pertenece inherentemente a Dios. El más poderoso de todos los hombres no podría añadir ni aumentar ni una pequeñez el poder del Omnipotente. El mismo es la causa central y el originador de todo poder.
El poder es también usado como un nombre de Dios[123]. Dios y Su poder son inseparables. “El Hijo del hombre sentado a la diestra de la potencia”, es decir a la diestra de Dios. Su esencia es inmensa, no puede ser limitada en el espacio; es eterna, no puede medirse en términos del tiempo; omnipotente no puede ser limitada con relación a la acción[124].
Pensemos en el poder de Dios en la creación[125]. Para trabajar, el hombre necesita herramientas y materiales, Dios no; una Palabra sola creó todas las cosas de la nada. Nuestra inteligencia no puede comprenderlo; Dios “habló, y todo fue creado; dio una orden, y todo quedó firme”[126].
La seudo ciencia insiste en que las cosas brotaron un buen día, que de un pequeño átomo se causó una explosión colosal que provocó que las estrellas, los planetas y todo lo que hay surgiera de la nada, pero de la nada, nada sale, así que “algo” tuvo que provocar esa explosión, si es que la hubo, y ese gatillo que disparó la Creación no puede ser otra cosa que la Palabra de Dios. Un simple mandato lo consumó[127].
Dios es el Conservador de “los seres humanos y a los animales”[128]. La conservación de la tierra de la violencia del mar es otro ejemplo claro del poder de Dios. La posición natural del agua es sobre la tierra, puesto que es más ligera, e inmediatamente debajo del aire, porque es más pesada. Lo que la reprime es el mandato de Dios[129].
f. Omnisciencia.
Dios conoce todas las cosas del pasado, del presente y del futuro con un conocimiento completo y correcto. Un Ser que es Eterno, Todopoderoso y Omnipresente, puede tener un conocimiento perfecto de todas las cosas. El que diseñó, creó y sostiene este mundo, conoce todos sus detalles. El conocimiento de Dios no se limita a los hechos visibles[130], sino que “Nuestro Dios es grandioso y grande es su poder; su conocimiento no tiene límite”[131].
“Delante de YHWH nada creado está escondido, sino todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que rendir cuentas”[132]. Nada escapa a Su atención, nada puede serle escondido, no hay nada que pueda olvidar. Bien podemos decir con el salmista: “Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí. Es muy elevado, no lo puedo alcanzar”[133]. La comprensión de su omnisciencia debería de inclinarnos ante Él en adoración. Aunque sea invisible para nosotros, nosotros no lo somos para Él. Ni la oscuridad de la noche, ni la más espesa cortina, ni la más profunda prisión pueden esconder al pecador de los ojos de la Omnisciencia. Los árboles del huerto fueron incapaces de esconder a nuestros primeros padres.
Ningún humano vio a Caín cuando asesinó a su hermano, pero su Creador fue testigo del crimen. Sara podía reír por su incredulidad oculta en su tienda, mas Jehová la oyó. Acán robó un lingote de oro que escondió cuidadosamente bajo la tierra pero Dios lo sacó a la luz[134]. David se tomó mucho trabajo en esconder su iniquidad, pero el Dios que todo lo ve no tardó en mandar uno de sus siervos a decirle: “¡Tú eres ese hombre!”[135]. Y a las tribus que quedaban al oriente del Jordán se les dice: “Mas si así no lo hacéis, he aquí habréis pecado ante Jehová; y sabed que vuestro pecado os alcanzará”[136].
La Omnisciencia de Dios es una verdad llena de consolación para el creyente. En la duda, dice a Job: “Mas él conoció mi camino; me probó, y salí como oro”[137]. Dios conoce nuestra condición[138].
El conocimiento Divino del futuro no es una simple idealización, sino algo inseparablemente relacionado con su propósito y acompañado del mismo. Dios mismo ha designado todo lo que ha de ser, y lo que Él ha designado debe necesariamente efectuarse. Como su Palabra infalible afirma: “Él hace de acuerdo a Su voluntad con el ejército del cielo y con aquellos que habitan en la tierra. Nadie puede soportar Su poder, ni preguntarle: ¿Qué es lo que has hecho?”[139].
El cumplimiento de todo lo que Dios ha propuesto está absolutamente garantizado, ya que su Sabiduría y Poder son infinitos. Que los consejos Divinos dejen de ejecutarse es una imposibilidad tan grande como lo es que el Dios tres veces Santo mienta. En lo relativo al futuro, nada hay incierto en cuanto a la realización de los consejos de Dios. Ninguno de sus decretos, tanto los referentes a criaturas como a causas secundarias, es dejado a la casualidad. No hay ningún suceso futuro que sea solo una simple posibilidad, es decir, algo que pueda acontecer o no: “Yo soy el Señor su Dios. Yo había prometido esto desde hace mucho tiempo”[140]. Todo lo que Dios ha decretado es inexorablemente cierto, “y que no cambia como los astros ni se mueve como las sombras”[141]. Por tanto, en el principio de aquel libro que nos descubre tanto del futuro, se nos habla de “lo que ha de suceder pronto”[142].
En el Antiguo Testamento, se encuentran muchas predicciones relativas a la historia de Israel que fueron cumplidas hasta en los más pequeños detalles siglos después de que fueran hechas. Ahí, también, se hayan profecías prediciendo la vida de Cristo en la tierra, y estas también fueron cumplidas literal y perfectamente. Tales profecías solo podían ser dadas por quien conocía el final desde el principio, y cuyo conocimiento descansaba sobre la certeza absoluta de la realización de todo lo anunciado. De la misma manera, el Nuevo Testamento contiene muchos anuncios todavía futuros, los cuales deben cumplirse porque fueron dados por Quien los decretó. Pero debe señalarse que ni la Omnisciencia de Dios, considerados en sí mismos, son la causa. Jamás, sucedió o sucederá, algo simplemente porque Dios lo sabía. La causa de todas las cosas es la voluntad de Dios.
El hombre que realmente cree las Escrituras sabe de antemano que las estaciones continuarán sucediéndose con segura regularidad hasta el final de la tierra, “Mientras la tierra permanezca, la siembra y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, el día y la noche, nunca cesarán”[143], pero su conocimiento no es la causa de esta sucesión. Así, el conocimiento de Dios no proviene del hecho de que las cosas son o serán, sino de que Él las ha ordenado de ese modo. Dios conocía y predijo la crucifixión de su Hijo mucho siglos antes de que se encarnara, y esto era así porque, en el propósito Divino, Jesús era el Cordero inmolado desde la fundación del mundo, que fue “entregado según los designios de la presciencia de Dios, le alzasteis en la cruz y le disteis muerte por mano de los infieles”[144].
2. Atributos Morales: Los que tienen que ver con su carácter.
a. Amor.
“Dios es amor”[145]. No es simplemente que Dios “ama”, sino que es el Amor mismo. El amor no es simplemente uno de sus atributos, es Su misma naturaleza. Muchos hoy en día hablan del amor de Dios, pero son ajenos por completo al Dios de amor. El amor divino es considerado comúnmente como una especie de debilidad afectuosa, una cierta indulgencia cariñosa; es reducido a un simple sentimiento enfermizo, copiado de las emociones humanas. Sin embargo, la verdad es que en esto, como en todo lo demás, nuestras ideas han de ser reguladas de acuerdo con lo que las Sagradas Escrituras nos revelan. ¿Por qué ama Dios? Simplemente porque es parte de Su naturaleza, así como la del sol es brillar. El paganismo está saturado de ídolos odiosos, vengativos y malos, mientras que el Único es un Dios de amor.
Esta es una urgente necesidad que se hace evidente, no solo por la ignorancia general que prevalece, sino también por el estado tan bajo de espiritualidad que, triste es decirlo, es característica general de muchos de los que profesan ser cristianos.
1) Objetos especiales del amor de Dios:
a) Jesucristo[146].
b) El pueblo de Israel[147].
c) Los creyentes[148].
d) Los pecadores[149].
2) Como se manifiesta el amor de Dios.
a) En la creación de los ángeles.
El que ama trata de hacer feliz al objeto amado. Dios ha hecho unos seres felices, los cuales, con su naturaleza espiritual están consagrados al servicio más alto y sublime que ser alguno puede aspirar, el servicio de Dios. El hecho de que Dios los sostenga en esa felicidad demuestra que los ama.
b) En la creación del hombre.
Se manifiesta Su amor haciéndole superior a todas las otras criaturas del mundo. También se manifiesta Su amor al preparar un mundo tan bello para servir de hogar para el hombre. También se manifiesta supliendo todas sus necesidades.
c) En la redención.
Esta es la manifestación máxima de amor yendo al extremo de sacrificar a Su propio Hijo para hacer posible nuestra salvación[150]. El amor de Dios es uno de los temas más sublimes.
El amor de Dios es inherente. Queremos decir que no hay nada en los objetos de su amor que pueda provocarlo, ni nada en la criatura que pueda atraerlo o impulsarlo. El amor que una criatura siente por otra es producido por algo que hay en esta; pero el amor de Dios es gratuito, espontáneo, inmotivado. La única razón de que Dios ame a alguien reside en su voluntad soberana.
“Nosotros le amamos a él, ya que él nos amó primero”[151]. Dios no nos amó porque nosotros le amábamos, sino que nos amó antes de que tuviésemos siquiera conciencia de Él. Si Dios nos hubiera amado correspondiendo a nuestro amor, no hubiera sido espontáneo; pero, porque nos amó cuando no había amor en nosotros, es evidente que nada influyó en su amor. Si Dios ha de ser adorado, y el corazón de sus hijos probado, es importante que tengamos ideas claras acerca de esta verdad preciosa.
El amor de Dios es eterno. Como Él no tuvo principio, tampoco su amor lo tiene. Al comprender esto, es más fácil entender lo que Pablo escribe a los efesios: “así nos seleccionó en Él, antes de fundar el mundo, para purificarnos y limpiarnos delante de Él en amor; previendo nuestra adopción a través de Jesucristo”[152].
El amor de Dios es soberano, ya que Él no está obligado para con nadie; Dios es su propia ley, actúa siempre de acuerdo con Su propia voluntad real. Así, pues, si Dios es soberano, y es amor, se desprende necesariamente que Su amor es soberano. Porque Dios es Dios, actúa como le agrada; porque es amor, ama a quien quiere.
La soberanía del amor de Dios se desprende necesariamente del hecho de que no es influido por nada que haya en la criatura. De ahí que el afirmar que la causa de su amor reside en Él mismo es solo otra manera de decir que ama a quien quiere.
El amor de Dios es infinito. Tiene una profundidad que nadie puede sondear; una altura que nadie puede escalar; una longitud y una anchura que están más allá de toda medida humana. Esto se nos indica en Efesios 2.4. Las más grandes ideas que la mente finita puede formarse del amor divino están muy por debajo de su verdadera naturaleza.
El amor de Dios es inmutable. Su amor no conoce cambio o disminución. En Juan 13.1 se nos da una hermosa ilustración. Aquella misma noche, uno de los apóstoles diría: “Muéstranos al Padre”; otro le negaría con juramentos, todos iban a ser escandalizados y le abandonarían. Así y todo, “como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin”[153]. El amor divino no está sujeto a sucesos de ninguna clase. El amor divino “fuerte es como la muerte... las muchas aguas no podrán apagarlo”[154].
El amor de Dios es santo. El amor de Dios no lo regula el capricho, ni la pasión, ni el sentimiento, sino un principio. Del mismo modo que su gracia no reina a expensas de la misma, sino “por la justicia”[155], así su amor nunca choca con su santidad.
El amor de Dios no es una simple debilidad afectuosa. La Biblia declara que “el Señor disciplina a los que ama, y azota a todo el que recibe como hijo”[156]. Dios no cerrará los ojos al pecado, ni siquiera al de sus hijos. Su amor es puro, sin mezcla de sentimentalismo sentimental.
b. Justicia.
Dios es infinitamente Justo tanto en Su persona como en Sus tratos con la humanidad. En Su seno la justicia tiene su asiento y su trono. Por causa de la justicia perfecta de Su carácter, es infaliblemente cierto que hará lo recto, esto es, obrará de acuerdo con los principios de la justicia. No puede hacer ninguna transacción con lo injusto, ni tampoco puede disimular el mal en ninguna de sus formas. La injusticia está a distancia infinita de Él. Siendo perfectamente justo, también lo es en todo lo que hace. Por eso dice la Biblia: “Justo es Jehová en todos sus caminos”[157].
Son muchos los que piensan que el amor es el único atributo de Dios, e ignoran Su Justicia y limitan Su carácter. Basados en esto, hay falsos maestros que enseñan que al fin, a pesar de lo que por pecadores y malos que hayamos sido, Dios nos recibirá en Su seno, ignorando que “nuestro Dios es fuego consumidor”[158]. Es un Dios justo que de ninguna manera puede pasar por alto el pecado. Su justicia demanda castigo para los malos y recompensa para los redimidos[159].
La muerte de Cristo en la cruz es manifestación del amor de Dios, de esto no hay duda. Pero jamás hay que olvidar que esa muerte fue también manifestación de la justicia divina. Allí se encontraron las fuerzas que operan en el mundo: El pecado que merece ser castigado. La justicia que demanda el castigo y el amor que pide la misericordia. Dios no se equivoca. Él hará justicia castigando al culpable y salvando al inocente.
c. Verdad.
Esta es otra de las excelencias del carácter de Dios; así como es amor, también es verdad y por lo tanto es veraz en Sus dichos y fiel en el cumplimiento de Sus predicciones. En Él no puede existir la mentira ni el engaño[160].
En Jeremías 10.10 se proclama: “Mas el SEÑOR Dios es la Verdad”[161], y en Juan 14.6 Cristo se proclama a sí mismo como la verdad, mientras que en 1 Juan 5.6 se nos dice que el Espíritu Santo es la verdad, significa que la Deidad entera es la verdad en su esencia.
d. Sabiduría.
La sabiduría ha sido definida como la “conducta prudente en el manejo de los negocios”[162]. Así podemos decir que Dios es Sabio porque observa una conducta prudente en el manejo de Sus negocios. Dicho en otras palabras: Dios tiene un propósito especial en cada cosa que hace y tanto el propósito como los medios que emplea son morales y buenos porque Su sabiduría es infinita[163].
e. Santidad.
Aunque se asigna la Santidad de Dios como uno de sus atributos morales, hablando estrictamente, no es un atributo sino la combinación de todos Sus atributos morales. Dios es Bueno y es Amoroso porque es Santo; es Justo porque es Santo; es Veraz porque es Santo y obra con sabiduría porque Su santidad no lo permite de otra manera. Dios es absolutamente Santo y por tanto no puede pecar ni tolerar el pecado.
Con frecuencia Dios es llamado “El Santo” en la Biblia; y lo es porque en Él se halla la suma de todas las excelencias morales. Es pureza absoluta, sin la más leve sombra de pecado (1 Juan 1.5).
De la misma manera que el poder de Dios es lo opuesto a debilidad natural de la criatura, y su sabiduría contrasta completamente con el menor defecto de entendimiento, su santidad es la oposición de todo defecto o imperfección moral.
A esta perfección divina se le da un énfasis especial. Se llama Santo a Dios más veces que Todopoderoso, y se presenta esta parte de su dignidad más que ninguna otra. Esta cualidad va como calificativo junto a su nombre más que ninguna otra. Nunca se nos habla de Su Poderoso Nombre, o Su Sabio Nombre, sino Su Gran Nombre, pero sobre todo, su Santo Nombre. Este es su mayor título de honor; en esta resalta toda la majestad y respetabilidad de su nombre. Esta perfección, como ninguna otra, es celebrada ante el trono del cielo por los serafines que “gritaban, respondiéndose el uno al otro: "Santo, Santo, Santo es Yavé de los Ejércitos, su Gloria llena la tierra toda la tierra”[164].
La santidad de Dios se manifiesta en sus obras. Nada que no sea excelente puede proceder de Él. La santidad es regla de todas sus acciones. En el principio declaró que lo que había hecho “todo estaba muy bien”[165].
La santidad de Dios se manifiesta en Su Ley[166]. La santidad de Dios que se manifiesta en la cruz. La expiación pone de manifiesto de la manera más admirable, y a la vez solemne la santidad infinita de Dios y su odio al pecado. Dios aborrece todo pecado porque Él es Santo. Ama todo lo que es conforme a Su Ley y aborrece todo lo que es contrario a la misma[167].
La santidad de Dios reclama la santidad de sus hijos: “Vosotros seréis mi pueblo santo”[168]. La idea humana del pecado está prácticamente limitada a lo que el mundo llama “crimen”. Lo que no llega a tal gravedad, el hombre lo llama “defecto”, “equivocación”, “enfermedad”, etc. E incluso cuando se reconoce la existencia del pecado, se buscan excusas y atenuantes. El concepto de Dios que tienen la mayoría de los que profesan ser cristianos es el de un anciano indulgente que disimula las “imprudencias” del ser humano. Los hombres se niegan a creer en el Dios que retrata la Biblia y rechinan los dientes cuando se les habla fielmente de como aborrece al pecado. El hombre pecaminoso no podía imaginar un Dios Santo, como tampoco crear el lago de fuego en el que será atormentado para siempre.
Porque Dios es santo, es completamente imposible que acepte a las criaturas sobre la base de sus propias obras. Una criatura caída podría más fácilmente crear un mundo que hacer algo que mereciera la aprobación del que es infinitamente puro. Lo mejor que el hombre pecador puede presentar está contaminado. Pero lo que Su Santidad exigió, lo proveyó su gracia en Cristo Jesús. Él nos ha sacado del pecado para que vivamos en santidad[169]. En la Escritura se les llama a los creyentes “Santos”[170].
Porque Dios es santo, debemos acercarnos a él con la máxima reverencia[171]. A Él hay que servirle “con temor”[172]. Porque Dios es santo, deberíamos desear ser hechos conformes a él. Su mandamiento es: “Sed santos, porque yo soy santo”[173]. Así, por cuanto solo Dios es la fuente y manantial de la Santidad, busquemos la Santidad en Él; que nuestra oración diaria sea que “El Dios de paz os santifique en todo; para que vuestro espíritu y alma y cuerpo sea guardado entero sin reprensión para la venida de nuestro Señor Jesucristo”[174].
f. La Gracia de Dios.
Ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento se menciona jamás la gracia de Dios en relación con el género humano en general, y mucho menos en relación con otras de sus criaturas. En esto se distingue de la “misericordia”, porque ésta es “sobre todas sus obras”[175].
La gracia divina es el favor soberano y salvador de Dios, ejercido en la concesión de bendiciones a los que no tienen mérito propio, y por las cuales no se les exige compensación alguna. Más aún; es el favor que Dios muestra a aquellos que, no solo no tienen méritos en sí mismos, sino que, además, merecen el mal y el infierno.
Es completamente inmerecida, y nada que pueda haber en aquellos a quienes se otorga puede lograrla. La gracia no puede ser comprada, lograda ni ganada por la criatura. Si lo pudiera ser, dejaría de ser gracia. Cuando se dice de una cosa que es de “gracia”, se quiere decir que el que la recibe no tiene derecho alguno sobre ella, que no se le adeudaba. Le llega como simple caridad, y, al principio, no la pidió ni la deseó.
La exposición más completa que existe de la asombrosa gracia de Dios se halla en las epístolas del apóstol Pablo. En sus escritos, la gracia se muestra en directo contraste con las obras y méritos, todas las obras y méritos, de cualquier clase o grado que sean. Esto aparece claro y concluyente en Romanos 11.6: “Y si es por gracia, no por trabajo; ya que si no, no es gracia”[176].
La gracia y las obras no pueden mezclarse, como tampoco pueden la luz con las tinieblas[177]. El socorro absoluto de Dios no es compatible con el mérito humano[178]. La gracia divina tiene tres características principales:
1) Es eterna. Es desde antes de ser empleada: “Nos libró y llamó con llamado santo, no según nuestras obras, sino según su propósito y gracia, que nos es dio en Cristo Jesús antes de los tiempos eternos”[179].
2) Es gratuita, ya que nadie jamás la adquirió: “Siendo declarados justos como don de Él”[180].
3) Es soberana, puesto que Dios la ejerce y la otorga a quien Él quiere: “Para que... la gracia reine”[181]. Si la gracia reina, es que está en el trono, y el que ocupa el trono es soberano.
La gracia, al ser un favor inmerecido, ha de ser concedida de una manera soberana. Por ello declara el Señor: “hago gracia a quien hago gracia y tengo misericordia con quien tengo misericordia”[182]. Si Dios muestra Su gracia para con todos los hombres, estos llegarían a la conclusión de que Dios estaba obligado a llevarles al cielo como indemnización por haber permitido que la raza humana cayera en pecado. Pero Dios no está obligado para con ninguna de sus criaturas, y mucho menos hacia las que le son rebeldes.
La vida eterna es un regalo, y por, lo tanto, no puede conseguirse por las obras, ni reclamarse como un derecho. Si la salvación es un regalo, nadie tiene derecho para decir a Dios a quien debe concederla. Pero tampoco es como planteó Calvino diciendo que a pesar de que una persona busque esa salvación, si no está predestinado no será salvo, mientras que el pecador más corrupto, que está predestinado, tendrá su oportunidad en el último momento e irá directamente al cielo.
La gracia de Dios es proclamada en el Evangelio como “piedra de tropiezo” para el judío que se cree justo, y “locura” para el griego que se cree sabio, ya que en el Evangelio no hay nada en absoluto que halague el orgullo del hombre. Anuncia que no podemos ser salvos si no es por gracia. Declara que, fuera de Cristo, don inefable de la gracia de Dios, la situación de todo hombre es terrible, irremediable, sin esperanza. El evangelio habla a los hombres como a criminales culpables, condenados y muertos. Declara que el más honesto de los moralistas está en la misma terrible condición que el más voluptuoso libertino; que el religioso más vehemente, con todas sus obras, no está en mejor situación que el infiel más profano.
El Evangelio considera a todo descendiente de Adán como pecador caído, contaminado, merecedor del infierno y desamparado. La gracia que anuncia es su única esperanza. Todos aparecen delante de Dios convictos de trasgresión de su santa ley, y, por lo tanto, como criminales culpables y condenados; no esperando a que se dicte la sentencia, sino aguardando la ejecución de la sentencia dictada ya contra ellos[183].
g. La Misericordia de Dios.
“Dad gracias al SEÑOR porque El es bueno, porque para siempre es su misericordia”[184]. Cuando consideramos las características divinas, no podemos pasar por alto la misericordia. Su misericordia es “grande”[185], “mucha”[186], “desde el siglo y hasta el siglo sobre los que le temen”[187].
La primera consecuencia de la bondad de Dios es su benignidad, por la cual da libremente a sus criaturas como tales; por eso ha dado el ser y la vida a todas las cosas. La segunda consecuencia de la bondad de Dios es su misericordia, la cual denota la pronta inclinación de Dios a aliviar la miseria de las criaturas caídas. Así, pues, la, “misericordia” presupone la existencia del pecado.
Aunque no pueda ser fácil a primera vista percibir una diferencia real entre la gracia y misericordia de Dios, nos ayudará a ello el estudio detenido de su proceder con los ángeles. Él nunca ha ejercido misericordia en estos, porque nunca han tenido necesidad de ella al no haber pecado ni caído bajo los efectos de la maldición. Aun así, son objeto de la gracia soberana y gratuita de Dios. En primer lugar porque los escogió de entre la creación[188]. En segundo lugar, y a consecuencia de su elección, porque Dios los preservó de la apostasía cuando Satanás se rebeló y se llevó consigo una tercera parte de las huestes celestiales[189]. En tercer lugar, al hacer de Cristo su Cabeza[190], por lo que están asegurados eternamente en la condición santa en la que fueron creados. En cuarto lugar, debido a la elevada presencia inmediata de Dios[191], servirle constantemente en el Templo celestial, y recibir cometidos honorables de él[192]. Esto representa gracia abundante hacia ellos, pero no “misericordia”.
Al tratar de estudiar la misericordia de Dios según se nos presenta en las Escrituras, necesitamos hacer una distinción triple para “trazar bien la palabra de verdad”. Primeramente, hay una misericordia general de Dios, que se extiende, no solo a todos los hombres, creyentes y no creyentes, sino también a la creación entera: “Es benigno YHWH para con todos; y su misericordia sobre todas obras”[193]. Dios tiene compasión de la creación irracional en sus necesidades y las suple con la provisión apropiada.
Segundo, hay una misericordia especial que Dios ejerce en los hijos de los hombres, ayudándoles y socorriéndoles a pesar de sus pecados. A estos, también, Dios “levanta su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre rectos y no rectos”[194].
Tercero, hay una misericordia soberana que está reservada para los herederos de la salvación, y que les es comunicada por el camino del Pacto, a través del Mediador, Cristo Jesús.
Si nos fijamos un poco más en la diferencia entre las distinciones segunda y tercera que hemos mencionado, notaremos que la misericordia que Dios otorga a los impíos es de naturaleza puramente temporal; es decir, se limita estrictamente a la vida presente. La misericordia no se extenderá, para ellos, más allá de la tumba: “Porque éste es un pueblo sin entendimiento; por eso su Creador no tiene compasión de él, ni de él se apiada quien lo formó”[195].
Hay dos cosas a tener en cuenta con referencia a esto. Dios no puede dejar jamás de ser misericordioso porque ésta es una cualidad de la esencia divina[196]; pero el ejercicio de su misericordia es regulado por su voluntad soberana. Esto ha de ser así, porque no hay nada ajeno a sí mismo que le obligue a actuar de una forma u otra; si hubiese algo, ese “algo” sería supremo, y Dios dejaría de ser Dios.
Es solo la gracia soberana la que determina el ejercicio de la misericordia divina. Dios lo afirma categóricamente en Romanos: “Él le dijo a Moisés: Tendré misericordia sobre quien tenga misericordia”[197]. No es la desventura de la criatura la causa de la misericordia de Dios, ya que nada ajeno a sí mismo puede influir en él. Si Dios fuese influido por la degradante miseria de los pecadores leprosos, los limpiaría y salvaría a todos. Pero no lo hace así, simplemente porque no es Su agrado y propósito hacerlo. Menos aún pueden ser los méritos de la criatura los que hagan que él conceda sus misericordias sobre ella, porque el hablar de “misericordia” merecida sería una contradicción[198]; una es directamente opuesta a la otra.
Debemos observar detenidamente a quienes es mostrada Su misericordia. Aun el arrojar a los reprobados al lago de fuego es un acto de misericordia. Debemos considerar el castigo de los impíos desde tres puntos de vista:
1) Desde el punto de vista de Dios, es un acto de justicia, que vindica su honor. La misericordia de Dios nunca se muestra en perjuicio de su santidad y justicia.
2) Para los impíos, será un acto de equidad el hacerles sufrir el castigo debido a sus iniquidades.
3) Pero, desde el punto de vista de los redimidos, el castigo de los impíos es un acto de misericordia indecible. Si los oídos de los santos tuvieran que escuchar el lenguaje sucio y blasfemo de los reprobados, el cielo dejaría de ser cielo al momento[199]. En los Salmos encontramos a David orando así: “Por tu amor aniquila a mis contrarios y destruye a mis opresores, pues yo soy tu servidor”[200]. También en el Salmo 136.15 leemos que Dios “y hundió en el Mar Rojo al Faraón con sus tropas, ¡porque es eterno su amor!”[201]. Fue un acto de venganza sobre Faraón y los suyos, pero, para los Israelitas, fue un acto de “misericordia”. Y otra vez, en Revelación 19.1-3, leemos: “Después de esto o un gran clamor en el cielo, como de numerosa muchedumbre, que decía: "¡Aleluya! La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios, porque sus designios son verdaderos y equitativos; pues ha juzgado a la gran prostituta, la que corrompía la tierra con su fornicación; y ha tomado venganza de la sangre de sus siervos". Por segunda vez dijeron: "¡Aleluya!". Su humareda sube por los siglos de los siglos”[202].
Dios es un Dios de justicia tanto como de misericordia, que ha declarado de forma categórica que “y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado”[203]. Él ha dicho que “los malos serán trasladados al infierno, todas las gentes que se olvidan de Dios”[204]. No importa que los hombres digan: No creo. Es igualmente cierto que los que descuidan las leyes de la salud espiritual sufrirán para siempre la segunda muerte.
[1] Diccionario Real Academia Española (E-sword).
[2] La Toráh
[3] Jeremías 10.10 LBLA
[4] La Toráh
[5] Salmos 14.1; 53.2.
[6] Josué 3.10; Salmos 19.1; Oseas 1.10; Romanos 1.19; 1 Timoteo 3.15; Hebreos 9.14; 10.31.
[7] Teoría: Del griego: θεωρία. Conocimiento especulativo considerado con independencia de toda aplicación. Serie de las leyes que sirven para relacionar determinado orden de fenómenos. Hipótesis cuyas consecuencias se aplican a toda una ciencia o a parte muy importante de ella. Entre los antiguos griegos, procesión religiosa. Sin haberlo comprobado en la práctica. Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua. 23ª Edición.
[8] Hebreos 1.1-2.
[9] Números 23.19; Oseas 11.9; Isaías 40.27-31; 49.13-15.
[10] Marcos 12.26-27. EUNSA.
[11] 1 Reyes 17.1; Ezequiel 33.11; Deuteronomio 5.25-26; Daniel 14.5, 25.
[12] Génesis 2.7.
[13] Job 34.14-15; Salmos 104.29-30.
[14] Génesis 1.3. Toráh.
[15] Génesis 12.1-3.
[16] Éxodo 3.4-12.
[17] Éxodo 19.3-6.
[18] 1 Reyes 17.2-4; Jeremías 1.4-10.
[19] Salmos 147.4; Isaías 40.26.
[20] Hebreos 1.1-2; Juan 1.1-18.
[21] Salmos 115.5-7.
[22] Amós 8.11-12.
[23] Génesis 12-36.
[24] Génesis 12.8; 13.18; 35.14-15.
[25] Éxodo 3.6, 15; 6.2-4.
[26] Génesis 14.18-24.
[27] Génesis 17.1.
[28] Génesis 21.33.
[29] Éxodo 3-4.
[30] Éxodo 22.20-26; Deuteronomio 24.10-22.
[31] Mateo 26.11.
[32] BPD
[33] Amós 2.7; 5.11- 15; 8.4-8; Miqueas 2.2; 7.1-7; Isaías 1.16-17; 5.8-10.
[34] Proverbios 13.7-8; 11.12-28; 14.3-19; 15.16.
[35] Salmos 49; 73.
[36] Deuteronomio 24.8-9; 23.22; 26.5-10.
[37] Éxodo 15.19.
[38] Éxodo 12.1-13.16.
[39] Éxodo 20.3-6; 34.14; Josué 24.19; Deuteronomio 4.23-27; 5.9-10; 6.14-15; 32.15-25.
[40] Oseas 2.4-20.
[41] Oseas 11.1-9.
[42] Oseas 2.21-25; 11.10-11; 14.2-9.
[43] Jeremías 2.2-3,5; 30.12-17; 31.3-4.
[44] Ezequiel 16; 23.
[45] Isaías 54; 60; 62.
[46] Ezequiel 16.38-42; 23.25; 35.11; 36.5-6; Isaías 59.17; 63.15.
[47] Oseas 1.6-7; 2.25; Jeremías 12.15; 30.18; 31.20; Isaías 49.13-15; 54.6-10.
[48] Oseas 4.10; 13.14; Jeremías 31.11; Isaías 43.1-2; 44.21-24; 48.20; 60.16.
[49] Salmos 119.
[50] Salmos 25; 51; Daniel 3.26-45; 9.3-19.
[51] Lucas 6.35-38; 15.11-32.
[52] Brit Xadasha Judía Ortodoxa 1999. 2 Corintios 5.18-21; Romanos 5.5-11; Col 1.18-23; Efesios 2.4-18
[53] Revelación 19-22.
[54] Marcos 2.18-20; 2 Corintios 11.1-4; Efesios 5.25-32.
[55] Éxodo 15.22-18.27; Números 11-14; 20-25; Deuteronomio 1.6-4.8.
[56] Éxodo 15.25.
[57] BAD
[58] BL95
[59] RV60
[60] Génesis 22.1.
[61] Éxodo 20.2.
[62] Jueces 2.22; 3.1, 4.
[63] 2 Crónicas 32.31.
[64] Salmos 6; 22; 31; 41.
[65] Salmos 42-43; 102.
[66] Salmos 7; 26; 35; 109.
[67] Salmos 55; 57; 59; 69.
[68] Mateo 4.1 BAC 2003.
[69] Hebreos 4.15. CTS-IBS
[70] Mateo 16.1-4; 19.1-9; 22.15-22, 34-40.
[71] Marcos 14.32-42.
[72] Marcos 14.36.
[73] Mateo 6.13.
[74] Éxodo 15.3; Salmos 24.8; Jeremías 32.18.
[75] Jeremías 10.11.
[76] Génesis 1.1. Toráh
[77] Éxodo 1.5.
[78] Éxodo 14.1-15,21; 17.8-16; Números 22-24; Deuteronomio 20.2-4.
[79] 2 Samuel 7; 1 Crónicas 17; Salmos 2; 72; 89; 110.
[80] 1 Reyes 19.1-18.
[81] Isaías 7.14.
[82] Isaías 29.15-16.
[83] Isaías 42.1-4; 49.1-5; 50.4-9; 51; 52.13-53.12.
[84] Salmos 49; 73.
[85] Jeremías 11.20; 12.2-3; 17.10; 20.12; 1 Reyes 8.38-40.
[86] Números 23.19; Ezequiel 28.2; Oseas 11.9.
[87] Génesis 28.19; 33.20.
[88] Génesis 16.11.
[89] Génesis 28.16-19.
[90] Génesis 14.19-22.
[91] Génesis 17.1.
[92] Génesis 21.23.
[93] Génesis 35.7.
[94] Éxodo 3.13-15; 6.2-3.
[95] Marcos 14.36.
[96] Gálatas 4.6; Romanos 8.15.
[97] Salmos 103.13; Deuteronomio 8.5.
[98] Lucas 11.2-4; Mateo 6.9-13.
[99] Juan 4.24. LBLA
[100] Lucas 24.39. NC
[101] Jeremías 29.11, Isaías 46.11, Zacarías 1.6.
[102] Salmos 33.5, 103.8-11, Santiago 5.11.
[103] Salmos 115.3, Isaías 46.10-13, Daniel 4.35, Mateo 19.26.
[104] Deuteronomio 6.4; Isaías 44.6-8, 45.5; 1 Timoteo 2.5; 1 Corintios 8.4.
[105] Mateo 3.16-17; 28.19; 2 Corintios 13.14; Juan 14.16.
[106] NBLH
[107] Salmos 145.3.
[108] Mateo 3.6; Santiago 1.17.
[109] Deuteronomio 32.4.
[110] Malaquías 3.6. NBLH
[111] Salmos 119.89. PDT
[112] Génesis 6.6. Toráh
[113] Números 23.19. Ibid
[114] Salmos 78.65. BAD
[115] Salmos 33.11. TEKIM-DE
[116] Salmos 66.9.
[117] Judas 13; Isaías 57.20.
[118] Salmos 146.3.
[119] Mateo 28.20, Jeremías 23.24.
[120] Salmos 62.11. TKIM-DE
[121] Salmos 18.13-15; 89.6; Daniel 4.35.
[122] Mateo 8.3. CD
[123] Marcos 14.62.
[124] Job 26.14.
[125] Salmos 89.11-12.
[126] Salmos 33.9. BAD
[127] Salmos 33.6.
[128] Salmos 36.6. PDT
[129] Job 38.11.
[130] 1 Crónicas 28.9.
[131] Salmos 147.5. PDT. Génesis 18.18-19; 2 Reyes 8.10-13; 1 Crónicas 28.9; Salmos 94.9-11, Romanos 8.27.
[132] Hebreos 4.13. Traducción Kaddosh Israelita
[133] Salmos 139.6. NBLH
[134] Josué 7.
[135] 2 Samuel 12.7. PDT
[136] Números 32.23. RV60
[137] Job 23.10. SSE
[138] Salmos 103.14; Números 32.23.
[139] Daniel 4.35. Traducción Kaddosh Israelita
[140] Hechos 15.18. BLS
[141] Santiago 1.17. BAD
[142] Revelación 1.1. JER.
[143] Génesis 8.22. LBLA
[144] Hechos 2.23. NC
[145] 1 Juan 4.8. Peshita en español
[146] Mateo 3.17; 17.5.
[147] 2 Samuel 7.23, 2 Crónicas 2.11; 9.8.
[148] Juan 14.21-23; 16.27; 1 Juan 4.8-10.
[149] Juan 3.16.
[150] Juan 3.16.
[151] 1 Juan 4.19. CD
[152] Efesios 1.4-5. Ibid
[153] RV60
[154] Cantares 5.6-7. Ibid
[155] Romanos 5.21.
[156] Hebreos 12.6. BAD
[157] Salmos 145.17. RV60
[158] Hebreos 12.29. RV95
[159] Salmos 11.4-7; Daniel 9.12-14; 1 Juan 1.9; Hebreos 6.10; 2 Timoteo 4.8.
[160] Salmos 100.5; 146.5-6; Isaías 25.1; 2 Timoteo 2.13; Tito 1.2; Revelación 15.3.
[161] SEE
[162] DRAE
[163] Salmos 104.24; Efesios 1.8; Romanos 11.33.
[164] Isaías 6.3. BL95
[165] Génesis 1.31. Toráh
[166] Romanos 7.12.
[167] Proverbios 3.32.
[168] Éxodo 22.31. BAD
[169] Efesios 1.4.
[170] Efesios 1.1; Filipenses 1.1; Colosenses 1.2.
[171] Salmos 89.7; 99.5.
[172] Salmos 2.11.
[173] 1 Pedro 1.16. RV60
[174] 1 Tesalonicenses 5.23. Ibid
[175] Salmos 145.9.
[176] CD
[177] Efesios 2.8-9.
[178] Romanos 4.4-5.
[179] 2 Timoteo 1.9. Ibid
[180] Romanos 3.24. Ibid
[181] Romanos 5.21. RV60
[182] Éxodo 33.19. Toráh
[183] Juan 3.18.
[184] Salmos 136.1. LBLA
[185] 1 Reyes 3.6.
[186] Salmos 119.156.
[187] Salmos 103.17.
[188] 1 Timoteo 5.21.
[189] Revelación 12.4.
[190] Colosenses 2.10; 1 Pedro 3.22.
[191] Daniel 7.10.
[192] Hebreos 1.14.
[193] Salmos 145.9. NC
[194] Mateo 5.45. CD
[195] Isaías 27.11. BAD
[196] Salmos 116.5.
[197] Romanos 9.15. CD
[198] Tito 3.5.
[199] Revelación 21.27.
[200] Salmos 143.12. BL95
[201] BPD
[202] CAB
[203] Éxodo 34.7. RV60
[204] Salmos 9.17.
En Génesis 1.1 dice simplemente: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”[2]. No existe ningún intento de probar la existencia de Dios ni especular sobre su naturaleza. Más adelante el profeta Jeremías diría: “Pero el SEÑOR es el Dios verdadero; El es el Dios vivo y el Rey eterno. Ante su enojo tiembla la tierra, y las naciones son impotentes ante su indignación”[3], dejando por sentado que Dios es único, de hecho, creo que la mejor definición de la palabra “Dios” debe ser “El único”, ya que todo lo demás no puede ser Dios, aunque se escriba con minúscula o aunque los hombres le rindan culto (Isaías 43.10).
En la antigüedad, se creía que conocer el nombre de una persona le otorgaba poder sobre ella. Los antiguos semitas se mantenían espantados ante los poderes superiores de los dioses y hacían cuanto estuviera a su alcance para propiciarlos. Generalmente asociaban a las divinidades con la manifestación y uso de un enorme poder. En Éxodo 3.14 Dios reveló Su nombre a Su pueblo: “Yo soy el que soy”[4], escrito por lo hebreos por medio del tetragrama palabra que significa “cuatro letras”, y que está formada por las cuatro consonantes hebreas HWHY, de derecha a izquierda, yod, he, waw, he, una palabra imposible de pronunciar, pero que para los hebreos forman el nombre de Dios. En el Antiguo Testamento aparece completo cerca de 5300 veces y 1500 veces en forma abreviada. Según la Enciclopedia Judaica 7:680, es posible que se pronunciara “Yahvéh”, hasta que en la Edad Media se adoptó un sistema de puntos que indicaban las vocales, y colocaron debajo del tetragrama las vocales de “Adonai” que era la palabra que decían los hebreos al leer la Toráh en voz alta, por respeto al Señor; más adelante, esas letras se intercalaron en el tetragrama, formando “YAHOVAH”, y al traducirse la Biblia al español antiguo se cambió la Y por J y la A por E, formándose la palabra “Jehová”.
Aunque parezca mentira, los ateos no existen, pero los necios sí, y precisamente estos son los que niegan la existencia de Dios[5]. Pero, ¿no es atea la persona que niega la existencia de Dios? No, ellos saben que Dios existe, pero el simple hecho de querer negar el pecado que les domina les lleva a tratar de eliminar a quien les juzgará al fin. La Creación y la historia de la humanidad demuestran claramente la existencia de Dios[6], y eso es algo que nadie puede negar. El seudo- científico se niega a aceptar la existencia de Dios por falta de “pruebas”, pero afirma la “teoría”[7] como si esta fuera una verdad irrefutable, olvidando o tratando de enviar una cortina de humo sobre las diferentes teorías científicas que se han contradicho entre sí a lo largo de la historia, mientras que la existencia de Dios se mantiene imperturbable.
A. Tipologías de la revelación y de la experiencia con Dios.
Como hemos dejado en claro, Adonay es un Dios vivo y presente en el pueblo hebreo y en el cristiano; por lo que es posible comprender su revelación, al menos en algunas de sus manifestaciones y expresiones, a través de la Biblia. La teología bíblica sobre Dios parte, por consiguiente, de la misma “teología” de los diversos autores del libro sagrado hebreo-cristiano.
Ahora es necesario que profundicemos en la auto revelación que Dios hace en la Biblia. En la experiencia del mundo israelita y de la comunidad de los discípulos de Jesús existen dos notas típicas de la “audición”, distintas y pero a la vez complementarias:
1. Dios se ha revelado realmente, en el tiempo que va desde Adán hasta Jesucristo, según tipologías y modelos humanos diferentes. Sus citas sucesivas con los hombres correspondían a la situación histórica en que ellos se encontraban y escuchaban al Dios vivo. Desde la tienda de los patriarcas se percibía y se experimentaba un Rostro Divino diferente del que constituiría más tarde la experiencia del Éxodo o la del desierto.
2. Dios habló además con pronunciaciones y con formas humanas diferentes[8]. Y ese Dios que se reveló en otros tiempos y cuyos acontecimientos y palabras se recogieron en los textos sagrados, puede ser buscado y encontrado de nuevo cada vez que se acoge la Biblia como testimonio preferido de su revelación.
¿Cuáles son entonces esas revelaciones del Dios vivo?
En un examen atento de la Biblia sobre Dios y Su “Personalidad” nos encontramos ante todo frente a diversas formas de expresión: Intentos humanos de aproximarse al misterio divino. Como por ejemplo, los antropomorfismos, es decir, la manera típica y frecuente de hablar de Dios, acercándolo a los modelos de la experiencia humana. Lo hacemos con afirmaciones y precisiones sucesivas, pero no sin un atrevimiento literario y teológico, siempre dispuestos a reconocer, cuando se corre el riesgo de simplificar las cosas, que Dios no es un hombre y que no se porta como los hombres[9].
También existe la simbología, que es una ventana abierta al misterio divino, a partir de las referencias a realidades sensibles y concretas. Es usado este recurso sobre todo por los poetas y los grandes teólogos, como Isaías; pero también en las palabras de Jesús.
En este examen sobre la revelación y la Personalidad de Dios entonces nos encontramos lo siguiente:
1. El Dios vivo.
En una declaración de Jesús contra los saduceos de su tiempo, que no creían en la posibilidad de la resurrección, puede resumir muy bien la fe del Antiguo Testamento y del mensaje cristiano sobre el Dios vivo: “Y sobre que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en el pasaje de la zarza, cómo le habló Dios diciendo: "Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob"?No es Dios de muertos, sino de vivos. Estáis muy equivocados.”[10] Esto no solo es el recuerdo de la constante profesión de fe del pueblo de Dios[11], sino también la convicción vivida ya por Israel en un Dios vivo que es también el-que-hace-vivir; como pasó con el primer hombre[12], y como sigue ocurriendo en cada instante de la existencia humana y cósmica[13].
2. El Dios que habla.
“Dijo Dios”[14], es la fórmula del primer capítulo de la Biblia. La Palabra de Dios llega al hombre y a la historia como llamada y anuncio de un proyecto: Tanto para Abraham[15], para Moisés[16], para Israel[17], para los profetas[18], pero también para todo[19].
Pero Dios se manifiesta no hablando solo llamando y orientando, sino también “dialoga” con el hombre; y la Biblia es testimonio de este largo diálogo entablado entre Dios y el hombre, que culminó en la existencia humana del Hijo de Dios[20] y sigue siendo todavía “instrumento” disponible para un diálogo siempre abierto y actual del hombre con el interlocutor divino.
Así pues, el Dios vivo es elocuente, a diferencia de los ídolos[21]. Su silencio es castigo para el hombre, expiación por el abuso de sus palabras y por la desobediencia e insubordinación a sus normas[22]. Pero también a veces Dios se calla para “probar” a su pueblo o a los que Él quiere purificar y consolidar en la fe total, son entonces tiempos de “desierto”.
3. El Dios del pueblo nómada y de la diáspora.
Una condición de existencia que nunca llegó a faltar en la historia del pueblo de la Biblia es la de la provisionalidad y la movilidad. En todas las fases de su aventura histórica, desde el tiempo de los patriarcas hasta la era apostólica, hay páginas más o menos considerables en que el israelita o el discípulo de Jesús viven un diálogo con Dios en situación de tienda y de nomadismo.
La Biblia atestigua abundantemente una revelación divina dentro de esa condición humana. Hay un rostro, una identidad divina que se dibuja y se manifiesta a medida que los interlocutores humanos son “llamados” a caminar con Dios por los caminos del nomadismo y de la tienda. ¿Pero quién es el Dios viviente y presente al lado del hombre en condición de provisionalidad?
a. Dios roca y sostén.
Cuando el hebreo escuchaba en el sabath la Palabra de Dios como orientación de su vida, se le advierte repetidas veces que su condición de movilidad no es una fatalidad, sino una vocación. Y Dios está siempre cerca del hombre que vive esa experiencia como hecho religioso.
El acontecimiento primordial lo presenta el Génesis en las páginas relativas a los patriarcas hebreos[23]. No se trata de un solo episodio: El examen atento de los textos y de aquella epopeya no permite reconstruir los detalles, pero las páginas del Génesis recuerdan ciertamente un diálogo ocurrido, un rostro divino encontrado, respuestas dadas por los patriarcas a través de actos de culto, de los cuales fueron siempre conmemoración y garantía los santuarios de la tierra de Palestina[24].
Este mismo Ser es el que se encontrará luego con Moisés en el monte Sinaí, como nos dice la Toráh[25]. Su nombre se acerca mucho a la situación de sus interlocutores nómadas: Dios Altísimo, “EI-’Elyón”[26]; Dios Omnipotente, “El-Sadday”[27]; Dios Eterno, “El-‘Olam”[28]. Es el Dios de ciertos lugares en los que se detuvieron los patriarcas: Siquem, Betel, etc.
Hay otros capítulos de la Tórah que confirman este rostro del Dios que defiende al desvalido y que se compromete en el tiempo:
1) Pensemos en el empleo del tono de promesa y de anuncio cuando Israel es llamado a salir de Egipto[29].
2) Constituye una página independiente en el cuerpo legislativo de la Toráh la que se refiere a los deberes de Israel para los que están desplazados y viven provisionalmente en medio del pueblo: La viuda, el huérfano, el forastero y el asalariado. En relación con ellos, Dios vuelve a declararse sostén y defensa, como lo había sido con los patriarcas[30].
Hay también una página de la Toráh que encuentra aquí su colocación más oportuna: La que se refiere a la magia y a la adivinación. Semejantes prácticas eran una ofensa para el Señor del tiempo y de la providencia; un desconfiar de él; despojarse a su plan sorprendente, pero siempre provechoso para el hombre. Véanse las duras prescripciones de Éxodo 22.17; Deuteronomio 18.9-12; Levítico 19.26-31; 20.6-27; 1 Samuel 28.3-25.
b. El que defiende al pobre.
La palabra divina en cuanto “profecía” considera nuevas formas de provisionalidad humana y, consiguientemente, del Dios que se manifiesta en ella.
Durante el tiempo de los profetas continúan aún ciertas formas menores y parciales de nomadismo: ante todo la de los pobres. Una expresión, que asumirá un tono especialmente significativo en labios de Jesús[31], puede caracterizar muy bien la experiencia de Israel durante el período monárquico y por tanto, de suyo, de la condición sedentaria. Se lee en Deuteronomio 15.11: “Es verdad que nunca faltarán pobres en tu país. Por eso yo te ordeno: abre generosamente tu mano el pobre, al hermano indigente que vive en tu tierra”[32]. Los profetas presentan a un Dios que protege a los pobres y que castiga todo abuso de los poderosos[33].
Pero hay además una “pobreza” como opción espiritual, o como respuesta a una llamada por parte de Dios: La de ponerse bajo su protección, la de una condición de desprendimiento incluso de las protecciones humanas y de la tierra y la del reconocimiento de que el hombre sin la ayuda de Dios no es absolutamente nada.
La nueva experiencia de provisionalidad que Israel está llamado a vivir en el tiempo “profético” es la del destierro y la diáspora. Después de varias desorientaciones y crisis de fe, la palabra profética por parte de Dios se hace oír; pero no es solamente un castigo de las culpas y de las infidelidades, sino una “vocación”. Bajo esta nueva condición de movilidad hay un plan providencial, y por tanto es posible dialogar con Dios, encontrarlo incluso en las tierras del Éxodo.
c. El Dios presente y providente.
En su multiplicidad de géneros literarios, los escritos sapienciales atestiguan una tercera Palabra de Dios sobre las situaciones de movilidad: Toda forma de rompimiento y de pérdida de seguridad externa es de hecho disposición y destino. Obsérvense los hechos siguientes:
1) En la dispersión y en situación de minoría el Señor llama a hacerse sensibles y abiertos a los nuevos pobres que se descubren.
2) Pero las diferentes condiciones de provisionalidad son también una escuela de generosidad de la riqueza y del bienestar, cuando el hombre siente la tentación de prescindir de Dios en su vida[34]. Así se aprende a basarse solo en Dios providente y cercano[35].
4. El Dios de la liberación y del Pacto.
La tipología del Éxodo y del Pacto es la segunda gran tipología de la revelación bíblica. Se trata también en este caso de una cita constantemente viva y actual entre Dios y su pueblo, y no solo del recuerdo de un episodio lejano y único; es lo que nos lleva a constatar el examen del Antiguo Testamento y del Nuevo. De esta experiencia siempre permanente y que se renueva a lo largo de la historia interesan aquellas revelaciones de sí mismo que fue haciendo el Dios de la liberación y del Pacto desde los tiempos del Sinaí hasta el mensaje de Jesús:
a. Dios libera y une con él en alianza.
Al primer tipo fundamental de palabra divina en la Biblia le está reservado ante todo transmitir el recuerdo y el significado del acontecimiento primordial: Adonay intervino triunfalmente para liberar y rescatar para sí a los descendientes de los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob.
Varios textos recuerdan e interpretan aquel doble acontecimiento de liberación de la esclavitud de Egipto y de adhesión libre y total a Adonay en forma de alianza[36].
Así los nombres y los rostros de Dios, aparecen bastante variados en estas páginas ya desde las más primitivas.
Adonay es aquel que vence y triunfa, pues de manera inesperada y admirable sumergió en el mar al caballo y al caballero de los egipcios[37].
El tipo de intervención divina que lleva a Israel desde la esclavitud a la lealtad libre a su Dios se configura como un rescate y una conquista que engendra derechos de exclusividad sobre Israel por parte de Adonay y de pertenencia total a Él por parte de los rescatados[38].
El Dios que hizo salir a Israel y que lo llamó a una alianza con él afirma además que es celoso, es decir, no admite una fidelidad parcial y dividida en la espiritualidad israelita. Toda la Toráh, en sus sucesivas redacciones, enseña este rostro divino[39]. Pero sus “celos” se conjugan con una infinita misericordia.
b. El esposo fiel y misericordioso.
Adonay se sigue presentando como el Dios de la liberación y del Pacto a través de los escritos proféticos. Los libros profético-históricos resumen los siglos que van desde el tiempo de Josué hasta el destierro de Babilonia subrayando frecuentemente el doble tema de la infidelidad de Israel y de la fidelidad misericordiosa de Dios. Oseas apela explícitamente a la tipología familiar para enseñar cuáles son las relaciones que vive Adonay con el reino de Samaria: Un esposo apasionado y traicionado[40], un padre amoroso no correspondido[41]. Pero en el horizonte de esta revelación y experiencia de Dios resuenan con energía los acentos de esperanza y de recuperación[42].
De una alianza con Dios como compromiso hablan además otras profecías: Algunas páginas de Jeremías[43]; Ezequiel, en textos que afirman que nunca se ha mantenido la fidelidad a Dios por parte de su pueblo[44]; el Isaías, para anunciar un nuevo tipo de relaciones entre Sión y el esposo divino[45].
Un nuevo éxodo y una nueva alianza, según los profetas recordados, se deben al hecho de que Adonay es, al mismo tiempo, misteriosamente celoso como un esposo herido y ofendido[46]; misericordioso, como un padre o una madre[47]; y redentor, el go ‘el, que rescata a su pueblo de sus múltiples cadenas[48].
c. El Dios que perdona y recupera.
La palabra divina bajo la forma de sabiduría recuerda e interpreta la relación íntima entre Israel y su Dios de maneras diferentes: la fidelidad para con aquel que libera y guía a su pueblo tiene que manifestarse a través de la acogida de su ley[49]; aparece con frecuencia la invitación a la confianza en Dios misericordioso, a través de fórmulas maravillosas de confesión de las culpas[50].
Al tipo de palabra de Dios como sabiduría pertenece también la esperanza de nuevas intervenciones divinas de liberación, como en el tiempo de la esclavitud de Egipto. El Cantar de los Cantares tiene páginas sublimes sobre las aventuras de la alianza entre Adonay y su pueblo: El amor y la intimidad entre los dos amados se celebran a través de la tipología matrimonial, que ya trataban con gusto los profetas. El horizonte es el de la visión confiada de su posible realización y de su continuo crecimiento: Dios esposo no le fallará jamás a su esposa amada y su fidelidad logrará vencer las fragilidades temporales de esta última.
d. Adonay, perdona nuestras ofensas.
Jesús se refirió con frecuencia al antiguo modelo de relaciones con Dios, bien sea para denunciar la imposible recuperación del Pacto sinaítico en sus expresiones actuales de religiosidad y de culto, bien para anunciar y realizar la institución de un nuevo Pacto.
Resulta entonces muy original el anuncio que Jesús hace de Dios: Él es un Padre misericordioso; y la relación con Él engendra confianza y esperanza respecto a la existencia propia, aunque marcada por la infidelidad y el pecado[51]. Desarrollando una enseñanza concreta de Jesús, el Nuevo Testamento pone constantemente en evidencia el hecho de que Dios es el “primero’ en perdonar en Cristo, y nos “reconcilió a sí por Mashíax”[52].
El nuevo éxodo consiste ante todo en la liberación del pecado; pero alcanzará su experiencia suprema al final de los tiempos, en los cielos nuevos y la tierra nueva, cuando Dios sea todo en todos. Y el Nuevo Pacto, que tendrá su cumplimiento final en los cielos[53], se celebra ya en esta tierra a través de los encuentros de Cristo esposo con los hombres, que se convierten al reino de Dios y forman la Iglesia[54].
Jesús ordena a los discípulos que se dirijan a Dios, Misericordioso, con infinita confianza, para pedirle perdón por sus propias infidelidades. De esta manera queda estampado el rostro de aquel Dios que se reveló como liberador y compañero de una experiencia de intimidad con el hombre.
5. El Dios del desierto.
Desde el tiempo de las peregrinaciones de Israel en el desierto de Sinaí, las experiencias religiosas de prueba de la fidelidad a Adonay marcan con frecuencia el camino del pueblo de Dios. El desierto no es solo un lugar y un tiempo, sino también una especie de cita con Dios por parte de Israel. Los términos bíblicos que conmemoran el desierto son más teológicos que geográficos; en efecto, se habla de Mará y Meribá, el lugar de la rencilla, de la rebelión y la protesta. ¿Tienta Dios a su pueblo? Eso es algo que muchos quieren ver y por ello tratan de alejarse de Adonay.
a. El Dios de Mará y Meribá.
También en este caso la auto revelación divina tiene su tarjeta de presentación en el signo de la Toráh, de una orientación fundamental de vida para el pueblo de Dios. Los sucesos de Meribá se registran con frecuencia y se repiten en los cinco primeros libros de la Biblia[55].
Para algunos autores, es muy fácil tomar las palabras antiguas y tergiversarlas tratando de darles una entonación diferente a lo que había en el original, por lo que, por ejemplo, utilizan la versión Septuaginta en donde dice que Dios “tentólo” al pueblo de Israel[56], ignorando que si la traducción se hubiese hecho en este tiempo, diría como las nuevas dicen: “el Señor los puso a prueba”[57]; “Allí lo puso a prueba”[58]; “y allí los probó”[59]. La “prueba” no es una tentación, es un examen para saber en dónde están las debilidades para reforzarlas, o acaso ¿puede alguien pensar que un profesor pone tentación a sus alumnos para hacerlos pecar cuando les examina?
La prueba por parte de Dios no la evitó ni siquiera a Abraham[60]. Y aquí precisamente es donde hay que buscar un probable significado de esta auto manifestación de Dios: Es Él quien llama al desierto; es Él mismo, el que hizo salir a Israel de Egipto[61], el que le hace atravesar también el desierto para probar a su pueblo.
b. El que prueba a su pueblo.
La revelación divina de sí mismo como quien prueba a Su pueblo sigue siendo registrada y profundizada por los profetas:
1. El enfrentamiento con el baalismo de Canaán y las frecuentes caídas en la infidelidad a Dios, se desarrolla en el libro de los Jueces con episodios en los que Adonay probaba a su pueblo[62].
2. También la sumisión de Ezequías frente al poder de Babilonia es transcrita por el libro de las Crónicas como una prueba por parte de Dios[63].
La nueva revelación histórica de desierto, que los profetas interpretan como disposición por parte de Dios, es la del destierro. Dios se ha revelado nuevamente, no ya solo como “roca” en el tiempo del nomadismo y de la diáspora, sino también como aquel que somete a prueba a su pueblo. A través de los profetas del destierro y de después del destierro, Israel aprende a buscar a un Dios más grande y misterioso que el que de vez en cuando se asignaba en su religiosidad y en su teología. Adonay es un Dios que provoca muchos “por qué”, que quedan sin respuesta, moviendo así a purificar la capacidad y la confianza superficiales respecto a Él.
c. Dios está más allá de toda experiencia y teología.
El estilo misterioso de Dios vuelve a presentarse como experiencia y como interrogante en la palabra divina dirigida a los hombres como sabiduría: Ninguna formulación teológica, ninguna síntesis de su misterio es jamás adecuada para explicar sus sorpresas desconcertantes en la historia y en la vida de los hombres. Este parece ser el significado profundo de dos grandes libros sapienciales: Job y Eclesiastés. Dios está siempre más allá; el encuentro con Él no repite nunca modelos precedentes; es menester aceptar siempre a un viviente continuamente original, que invita a un profundo sentimiento de humildad.
Son numerosos los salmos que traducen en invocación la experiencia del desierto, bien sea comunitaria o bien personal: las súplicas de los enfermos[64], que aparecen más tarde en los evangelios para interpretar la pasión Jesús; las súplicas de los desterrados[65], de los acusados falsamente[66], de los oprimidos[67]. Como se deduce de estas rogativas, Dios es el único que salva. El desierto de la prueba afina la fe en Dios; el rostro divino, tan misterioso en determinados momentos, sigue siendo, sin embargo, aquel que busca el suplicante, como el único que puede confortar y sostener su existencia.
d. El que libra de la tentación.
Los evangelios se refieren al Dios del desierto y de la tentación a partir de la experiencia de Jesús. Hay páginas del Nuevo Testamento que mantienen en este sentido un significado inagotable: “Entonces fue llevado Jesús por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo”[68]; también, Jesús “pasó por las mismas pruebas y tentaciones que nosotros pasamos”[69]. El significado de aquellas pruebas del desierto, lo mismo que las que Jesús sufrió durante su vida pública[70], es siempre el de alejarse del proyecto de su Padre respecto a la misión de salvación que ha de realizar. Y es en Getsemaní[71] donde Jesús pronuncia el último sí de total adhesión a la voluntad de Dios, al que invoca según lo recuerda Marcos como a su “Abbá”[72].
Aquí precisamente radica uno de los aspectos totalmente nuevos e inimaginables que Jesús revela sobre el significado de la experiencia de desierto-tentación: El rostro y el nombre de Dios que llama al desierto, más aún, que provoca a entrar en la prueba, es el rostro y el nombre paternal del Abbá. ¿Por qué? Para tomar conciencia de la propia fragilidad y recurrir a Él para ser liberados del maligno. Esta es la actitud que se le sugiere al discípulo en la penúltima petición del Padre nuestro, la oración en que Jesús resume las experiencias fundamentales de encuentro entre el Abba que está en los cielos y los que acogen su mensaje sobre Dios[73].
6. El Dios Rey y Señor de la historia.
Desde las primeras páginas de la Biblia hasta el Revelación encontramos la tipología del “Reino de Dios” como una realidad. Dios se reveló a sí mismo como el Señor, siendo traducido en hebreo como Adonay y en griego Kyrios indicando el sentido de señorío. Él es Todopoderoso y ejerce su dominio como Señor y dueño de su pueblo y del universo entero[74], a diferencia de los dioses falsos[75].
a. La iniciativa de Dios.
La Biblia, como dijimos antes, no comienza presentando un tratado acerca de la existencia de Dios, sino que abre diciendo: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”[76], con lo que directamente se dice que Él es el Señor. Al principio, antes del pecado, el hombre vivía de acuerdo a este principio, pero después se rompió y la humanidad comenzó a alejarse de esa verdad para darle primacía a sus propias pasiones, lo que condujo a que el Dios Creador tuviese que tomar la dura decisión de “destruir” su propia obra. Pero Dios se guardó un remanente en Noé y su familia, aunque después su descendencia llegó al punto de cambiar el Señorío de Dios por el de un hombre y se volvió a adorar a la propia creación. Aun así, Dios se guardó un remanente en Abraham y su descendencia, guiando a setenta personas[77] a Egipto para formarse Su Pueblo, Israel.
Pero la primacía de Dios sobre Israel no fue captada por Su Pueblo de manera inmediata, sino que tuvo que pasar por una variedad de pruebas que le guiaban a comprender que Adonay es el Único. Tampoco la teología de Israel es desarrollada en forma inmediata, sino que debe pasar por toda una serie de pasos “evolutivos” de acuerdo a la revelación que van recibiendo. Más aun así, los rabinos no logran vislumbrar todo el plan de Dios en cuanto al Reino y confunden lo material con lo espiritual, pensando que Dios era una propiedad de Israel y quien condenaría al resto de la humanidad.
Con todo y esto, Dios siempre se manifestó dispuesto a cumplir con sus promesas y por eso es quien lucha a favor de Israel y el que lo guía[78].
b. Adonay, el Señor de la historia.
Un acontecimiento decisivo en orden a la experiencia del señorío divino es en primer lugar la elección de la “casa de David” como signo del reinado divino sobre el pueblo de Dios. La profecía que Dios revela por medio de Natán a David se encuentra cargada de mensaje teológico: De esta manera Adonay tomaba en sus manos la historia de los descendientes de los patriarcas[79].
Hay otro relato que nos muestra el Señorío de Dios sobre la historia con Elías sobre el monte Horeb[80]. El profeta comprende más tarde que Dios guía la historia de una manera diferente a lo que él pensaba.
Más adelante se destacan los profetas que manifiestan la Realeza Divina. Sobre todo Amos, que presenta a Adonay como “el Señor como un león que ruge”; Miqueas lo hace como el Señor que juzga a Samaria y a Jerusalén; Isaías como el Señor que reina y su gloria llena toda la tierra. Pero el más sabroso mensaje de este señorío rico probablemente es el que vemos en Isaías, a quien algunos llaman el quinto Evangelio, ya que es el “libro del Emanuel”[81], “del alfarero”[82] y del Señor que tiene la potestad de presentarse a sí mismo como el Siervo sufriente[83].
c. Adonay, quien escudriña y juzga el corazón humano.
La literatura sapiencial, revela la realeza y de la primacía de Dios, como el único que sondea, discierne y juzga a los hombres, separando a los rectos de los impíos. A diferencia de todo lo que consiguen hacer los jueces humanos, Dios atribuye con absoluta imparcialidad los méritos y responsabilidades, retribuyendo a cada uno según sus obras[84].
¡Dios es el que escudriña los pensamientos humanos! No hay nada que escape a su mirada, nada que sea impenetrable a sus ojos; ni siquiera lo más escondido, y de acuerdo a la simbología hebrea se forja y se vive en los “riñones”: Los ímpetus, los deseos humanos más profundos y casi inconscientes; son explorados y probados por el ojo profundo de Dios[85].
B. Los Nombres de Dios.
No ha habido ni un solo momento en que la búsqueda del nombre, del rostro y del misterio divino haya dejado de acompañar el camino del pueblo de Dios, tanto del hebreo como del cristiano. Por eso, los diferentes nombres de Dios recalcan el carácter personal de Adonay, aunque esto no significa que se considere a Dios como una persona poderosa, tal como la mitología presenta a sus propios “dioses”, si bien es cierto que la Biblia utiliza términos antropomórficos para hablar de Dios, diferencia a Dios del hombre[86], ya que Él se sale de cualquier comparación que pueda hacer el hombre.
1. El y Elohim.
En el Antiguo Testamento encontramos nombres como El, Elohim, que se ha traducido a veces por “Dios” y otras por “Señor”, y que procede de una raíz que significa “poder” y se refiere a todo lo divino. En algunos textos se combina con otras palabras[87]. También se usa en forma plural, Elohim, para referirse al Dios de Israel, no por memorias politeístas, como intentan hacer pensar algunos, ni tampoco porque en la teología hebrea se manejara la idea de la Trinidad, sino para intensificar o reforzar la idea expresada: “La plenitud de Dios”. Este nombre es traducido por lo general en nuestras versiones como Adonay, que también es plural, da la idea de soberanía, de poder pleno, y se combina a veces en expresiones como “Señor de señores” o “Señor de toda la tierra”.
El se encuentra unas 240 veces en el Antiguo Testamento. Pero, con mucha mayor frecuencia aparece Elohim, 2600 veces. También encontramos las combinaciones de El en formas compuestas distintas, ya sea en los nombres de personas o de localidades, como Ismael[88], Betel[89], o bien en los nombres divinos unidos a experiencias sobre todo patriarcales, como El-Elyon, Dios Altísimo[90]; El-Sadday, Dios Omnipotente[91]; El-Olam, Dios Eterno[92]; El-Betel, Dios de Betel[93], etc.
2. YHWH.
Por otro lado, el tetragrama, YHWH, aparece unas 6830 veces en el Antiguo Testamento, aunque se encuentra con menos frecuencia, su forma reducida Yah y Yhw. Esta última aparece en los nombres teofóricos, que sonaban entonces como profesiones de fe, tales como “Zacarías”, Ze-karya, YHWH se ha acordado; “Isaías”, Yesaya, YHWH ha salvado; etc.
Para ir al origen del uso de YHWH debemos trasladarnos a Éxodo 3, cuando Moisés recibe en el Horeb por primera vez la revelación del nombre. Es ciertamente en conexión con un suceso y con un primer significado posible, en que interviene para liberar a Israel, pero ese nombre desborda enseguida su etimología verbal y su significación histórica inmediata. La teología del Pentateuco está preocupada por afirmar ante todo aquel comienzo sorprendente, aquella revelación[94].
A lo largo de su experiencia, debidamente interpretada por sucesivas profecías, Israel irá comprendiendo cada vez mejor que el nombre de Dios se va cargando de posteriores significados sorprendentes en cada nueva situación y experiencia con Él: Era, pues, el mismo YHWH el que había llamado y acompañado a los patriarcas hebreos, lo mismo que fue YHWH el que luego liberó a Israel de Egipto y el que se manifestó como Señor y Rey de su pueblo y de la historia humana.
3. Adonay.
Cuando en el judaísmo se da un giro más estricto en cuanto al uso del nombre de Dios, aparecen muchas nominaciones indeterminadas o indirectas: “El Nombre”, “el Eterno”, “el Inmortal”, “el Todopoderoso”, “el Altísimo”. En el Nuevo Testamento las traducciones griegas de estos nombres, son frecuentemente utilizados al referirse al Señor Jesucristo, aunque “Dios y Señor” son los más utilizados y hemos de ver en ellos la traducción de “Adonay Dios” y “el Señor Dios”.
4. Abba.
Mientras que Abba, en cuanto a su fórmula literaria, es post exílico y arameo; pero no aparece referido a Dios más que con Jesús[95] y debido a su enseñanza[96]. Precisando más tarde los datos bíblicos de que disponemos, en el Antiguo Testamento el nombre de “padre”, ab, se usa cotidianamente en las relaciones humanas de paternidad, unas 1180 veces, mientras que en la relación con Dios solo se dice raras veces a manera de comparación que YHWH es Padre[97]. En el Nuevo Testamento, debido al anuncio de Jesús, la categoría y el calificativo de la paternidad de Dios se enseñan frecuentemente, 254 veces.
El significado fundamental del apelativo divino Abba es el de fuente de vida y de relación filial con Él; para Jesús ante todo, pero también para todos aquellos que por su conversión a la primacía real de Jesús se hacen discípulos y hermanos de Jesús y dispuestos a la acción del Espíritu del Padre y del Hijo. A pesar de eso hay que preguntar al mismo Jesús qué extensión de sentido y de experiencia supone la referencia a Dios Abba. Y podemos acercarnos a la penetración plena, aunque siempre inagotable, del nombre y del rostro de Abba cuando examinamos y acogemos la oración que enseñó Jesús a los discípulos como resumen de su mensaje sobre Dios[98]. Los grandes momentos de la experiencia religiosa cristiana encuentran realmente a “Dios Abba” como participante y causa original, afirmando la iniciativa soberana de Él sobre todo, pidiendo su intervención providencial y constante, apelando a su misericordia inagotable, pidiéndole que no lleve a sus hijos al “desierto” de la tentación.
C. La Naturaleza de Dios.
1. La Espiritualidad de Dios.
“Dios es espíritu”[99]; “Ved mis manos y mis pies, que yo soy. Palpadme y ved, que el espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo”[100]. Esta es la gran verdad revelada en cuanto a la naturaleza de Dios: Él es Espíritu, lo que quiere decir que no tiene cuerpo, a pesar que en algunas veces en la Escritura se nos habla de las “manos de Dios”. A esto se le llama expresiones antropomorfas, de antropos, hombre y morfa, forma. Esta manera de manejar el lenguaje se hace necesaria para traer lo infinito a lo finito, para que podamos entender mejor; pero nunca para significar que Dios tenga cuerpo como el hombre.
2. La personalidad de Dios.
Cuando decimos que Dios es Persona o que tiene Personalidad lo que queremos decir es que tiene en sí los elementos constitutivos de la personalidad que son: Intelecto, sentimiento, y voluntad. Dios piensa[101]; siente[102], y tiene voluntad, actúa[103]; así es que tiene personalidad. Es bueno recordar que la personalidad radica en el Espíritu y no en el cuerpo, por eso Dios, aunque no tiene cuerpo, tiene personalidad.
3. La unidad de Dios.
Lo que queremos decir con esto es que Dios es Uno, un ser absolutamente perfecto, supremo y todo poderoso. La idea del politeísmo es repugnante y contradictoria. La Biblia enseña la unidad de Dios[104].
a. La “Trinidad” de Dios.
Es muy difícil definir a la Deidad sin tocar la doctrina de la Trinidad de Dios y sin el peligro de caer en el error. Es necesario hacer seis consideraciones:
1) En la Biblia hay tres Personas reconocidas como Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
2) La Biblia los describe como personas distintas.
3) Su triple personalidad no es temporal sino eterna.
4) Aunque hay tres personas, solo hay una esencia.
5) Las tres personas: El Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo son iguales.
6) En todo esto no hay contradicción, aunque no lo podamos entender.
b. La Doctrina de la “Trinidad” en la Biblia.
Aunque si bien es cierto que la palabra “Trinidad” no aparece en la Biblia, lo que aparece es el concepto. Ya en el Antiguo Testamento se mencionan las tres personas de la Deidad, aunque es en el Nuevo que aparecen con mayor claridad[105].
D. Los atributos de Dios.
Un atributo es cada una de las cualidades o propiedades de un ser. Dios, siendo un Ser, también posee perfecciones propias de su esencia, como su Omnipotencia, su Sabiduría, su Amor, etc.
Clasificación de los atributos: Los atributos de Dios se dividen en dos grupos:
1. Atributos Naturales: Los que tienen que ver con su existencia como Espíritu Infinito.
a. Existencia propia.
Dios existe en Sí mismo y por Sí mismo. Nada ni nadie existió antes que Él y todo lo que existe, existe después de Él. En Juan 5.26 dice: “el Padre tiene vida en El mismo”[106], no es creado. A diferencia de las criaturas, su existencia no depende de ninguna fuente externa. Antes que existieran otros seres, Él existía. Su existencia es un misterio que no lo alcanzarán a comprender ni los hombres ni los ángeles. Solo Él sabe por qué existe y cómo existe, ha existido y existirá[107].
b. Eternidad.
Cuando se dice que Dios es Eterno se quiere decir que ha existido siempre en el pasado, existe ahora en el presente y existirá siempre en el futuro: Sin principio y sin fin. La definición que Él mismo da en el Antiguo Testamento de sí mismo es: “Yo soy el que soy”. Esa definición nos habla de un eterno presente en que vive Dios, eso es eternidad. El nombre YHWH que se aplica a Dios quiere decir “El que era, el que es, y el que ha de ser”. Esto también habla de eternidad. Estos dos atributos se complementan mutuamente. Un ser que tiene existencia propia y existe en sí y por sí, tiene que ser eterno si es eterno no puede ser creado.
c. Inmutabilidad.
Significa que Dios es invariable e inmutable, que no puede cambiar ni para bien ni para mal. Si Dios pudiera cambiar, dejaría de ser inmutable. Los hombres, las cosas y las instituciones cambian, ya sea mejorando o empeorando, pero no tienen este atributo que pertenece solo a Dios. La inmutabilidad de Dios se manifiesta tanto en los atributos naturales como en los morales. Sería un absurdo suponer que Dios puede ser más Omnipotente o más Santo, eso implicaría imperfección y mutabilidad lo cual sería impropio de Dios[108].
Una de las comparaciones que usa la Biblia acerca de Dios es la de la roca[109], que permanece invariable a pesar de que el océano entero la rodea y oscila continuamente; aunque todas las criaturas estén sujetas a cambios, Dios es inmutable. Él no conoce cambio alguno porque no tiene principio ni fin. Dios es por siempre.
En primer lugar, Dios es inmutable en esencia. Su naturaleza y ser son infinitos y, por lo tanto, no están sujetos a cambio alguno. Nunca hubo un tiempo en el que Él no existiera; nunca habrá día en el que deje de existir. Dios nunca ha evolucionado, crecido o mejorado. Lo que es hoy ha sido siempre y siempre será, “Porque Yo, el SEÑOR, no cambio”[110].
Dios no puede mejorar, porque es perfecto; y, siendo perfecto, no puede cambiar al mal. Siendo totalmente imposible que algo externo le afecte, Dios no puede cambiar ni en bien ni en mal: es el mismo perpetuamente. El correr del tiempo no le afecta en absoluto. En el rostro eterno no hay vejez. Por lo tanto, Su poder nunca puede disminuir, ni Su gloria decolorar.
En segundo lugar, Dios es inmutable en sus atributos. Los mismos atributos de Dios de antes de que el universo fuera creado, son ahora exactamente los mismos, y así permanecerán para siempre. Es necesario que sea así, ya que tales atributos son las perfecciones y cualidades esenciales de su Ser.
Su poder es indestructible, Su sabiduría infinita y Su santidad intachable. Como la Deidad no puede dejar de ser, así tampoco pueden los atributos de Dios cambiar. Su verdad es inmutable, porque su palabra “está firme para siempre en el cielo permanece para siempre en los cielos”[111].
En tercer lugar, Dios es inalterable en Su voluntad. Algunos han puesto objeción ya que en la Biblia dice que “le pesó a Adonay de haber hecho al hombre en la tierra, y se indignó en su corazón”[112]. A esto la Biblia responde: “No es Dios un hombre, para mentir, ni hijo de hombre, para volverse atrás”[113]; y la explicación es sencilla, cuando habla de sí mismo, Dios adapta a menudo Su lenguaje a nuestra capacidad limitada. Se describe a sí mismo como compuesto de miembros corporales, tales como ojos, orejas, manos, etc. Habla de sí mismo “despertando”[114]; sin embargo, no duerme. Así, cuando adopta un cambio en su trato con los hombres, Dios describe su acción como “arrepentimiento”.
El propósito de Dios jamás cambia. Hay dos causas que hacen al hombre cambiar de opinión e invertir sus planes: La falta de previsión para anticiparse a los acontecimientos, y la falta de poder para llevarlos a cabo. Pero, al haber admitido que Dios es Omnisciente y Omnipotente, nunca necesita corregir sus decretos: “Pero el consejo de YHWH permanece para siempre, los pensamientos de su corazón de generación a generación”[115]. En esto observamos la distancia infinita que existe entre la más grande de las criaturas y el Creador.
Creación y mutabilidad son, hasta cierto punto, sinónimas. Si la criatura no fuera variable, no sería criatura, sería Dios. No vamos ni venimos de ninguna parte. Nada, aparte de la voluntad y el poder sustentador de Dios, impide nuestra aniquilación. Nadie puede sostenerse a sí mismo un solo instante. Dependemos por completo del Creador en cada momento que respiramos[116]. Al haber caído, no solamente somos variables, sino que todo en nosotros es contrario a Dios[117]. No hay ser humano del que se pueda depender[118].
d. Omnipresencia.
Quiere decir que Dios está presente en todo lugar al mismo tiempo. No que Dios se divida para estar en todo lugar sino que toda su persona con toda su capacidad para obrar puede ser ejercida en cualquier parte y en todo tiempo sin necesidad de moverse de un sitio para otro para dominar el escenario de acción. David expresa esta gran verdad en Salmos 139.7-12[119].
e. Omnipotencia.
Dios todo lo puede, Su Poder es ilimitado para hacer todas las cosas que Su naturaleza y Su carácter le sugieren. En Dios no hay imposibilidad natural pero sí hay lo que algunas llaman “imposibilidad moral”, por ejemplo: Dios no puede mentir, no puede cambiar, no puede pecar. La imposibilidad aquí radica en Su misma perfección, en Su carácter. Aunque Dios es Omnipotente, sin embargo no hace todo lo que puede sino todo lo que quiere. Esto no significa destrucción de Su omnipotencia; significa que Dios, dentro de Su Omnipotencia, es libre para actuar de acuerdo con el beneplácito de Su voluntad.
El poder de Dios es la facultad y la virtud por la cual puede hacer que se cumpla todo aquello que agrada, todo lo que le dicta Su sabiduría infinita, todo lo que la pureza infinita de su voluntad determina.
A menos que creamos que es, no solo Omnisciente, sino también Omnipotente, no podemos tener un concepto correcto de Dios. El que no puede hacer todo lo que quiere y no puede llevar a cabo todo lo que se propone, no puede ser Dios.
Tiene, no solo la voluntad para resolver aquello que le parece bueno, sino también el poder para llevarlo a cabo. Así como la santidad es la hermosura de todos los atributos de Dios, su poder es el que da vida y acción a todas las perfecciones de la naturaleza Divina.
“Elohim ha hablado una vez, yo lo he oído estas dos cosas: De Elohim es el poder”[120]. Nosotros, los hombres, podemos hablar y, a menudo, no ser oídos; pero cuando Él habla, el trueno de su poder se oye en mil colinas[121]. Esto se puso claramente de manifiesto cuando Dios se encarnó y habitó en el Tabernáculo humano. Dijo al leproso: “Me deleito en que seas limpio. Inmediatamente fue limpiado de la lepra”[122]. Ninguna criatura tiene poder, si Dios no se lo ha dado. El poder no puede adquirirse, ni está en las manos de ninguna otra autoridad. Pertenece inherentemente a Dios. El más poderoso de todos los hombres no podría añadir ni aumentar ni una pequeñez el poder del Omnipotente. El mismo es la causa central y el originador de todo poder.
El poder es también usado como un nombre de Dios[123]. Dios y Su poder son inseparables. “El Hijo del hombre sentado a la diestra de la potencia”, es decir a la diestra de Dios. Su esencia es inmensa, no puede ser limitada en el espacio; es eterna, no puede medirse en términos del tiempo; omnipotente no puede ser limitada con relación a la acción[124].
Pensemos en el poder de Dios en la creación[125]. Para trabajar, el hombre necesita herramientas y materiales, Dios no; una Palabra sola creó todas las cosas de la nada. Nuestra inteligencia no puede comprenderlo; Dios “habló, y todo fue creado; dio una orden, y todo quedó firme”[126].
La seudo ciencia insiste en que las cosas brotaron un buen día, que de un pequeño átomo se causó una explosión colosal que provocó que las estrellas, los planetas y todo lo que hay surgiera de la nada, pero de la nada, nada sale, así que “algo” tuvo que provocar esa explosión, si es que la hubo, y ese gatillo que disparó la Creación no puede ser otra cosa que la Palabra de Dios. Un simple mandato lo consumó[127].
Dios es el Conservador de “los seres humanos y a los animales”[128]. La conservación de la tierra de la violencia del mar es otro ejemplo claro del poder de Dios. La posición natural del agua es sobre la tierra, puesto que es más ligera, e inmediatamente debajo del aire, porque es más pesada. Lo que la reprime es el mandato de Dios[129].
f. Omnisciencia.
Dios conoce todas las cosas del pasado, del presente y del futuro con un conocimiento completo y correcto. Un Ser que es Eterno, Todopoderoso y Omnipresente, puede tener un conocimiento perfecto de todas las cosas. El que diseñó, creó y sostiene este mundo, conoce todos sus detalles. El conocimiento de Dios no se limita a los hechos visibles[130], sino que “Nuestro Dios es grandioso y grande es su poder; su conocimiento no tiene límite”[131].
“Delante de YHWH nada creado está escondido, sino todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que rendir cuentas”[132]. Nada escapa a Su atención, nada puede serle escondido, no hay nada que pueda olvidar. Bien podemos decir con el salmista: “Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí. Es muy elevado, no lo puedo alcanzar”[133]. La comprensión de su omnisciencia debería de inclinarnos ante Él en adoración. Aunque sea invisible para nosotros, nosotros no lo somos para Él. Ni la oscuridad de la noche, ni la más espesa cortina, ni la más profunda prisión pueden esconder al pecador de los ojos de la Omnisciencia. Los árboles del huerto fueron incapaces de esconder a nuestros primeros padres.
Ningún humano vio a Caín cuando asesinó a su hermano, pero su Creador fue testigo del crimen. Sara podía reír por su incredulidad oculta en su tienda, mas Jehová la oyó. Acán robó un lingote de oro que escondió cuidadosamente bajo la tierra pero Dios lo sacó a la luz[134]. David se tomó mucho trabajo en esconder su iniquidad, pero el Dios que todo lo ve no tardó en mandar uno de sus siervos a decirle: “¡Tú eres ese hombre!”[135]. Y a las tribus que quedaban al oriente del Jordán se les dice: “Mas si así no lo hacéis, he aquí habréis pecado ante Jehová; y sabed que vuestro pecado os alcanzará”[136].
La Omnisciencia de Dios es una verdad llena de consolación para el creyente. En la duda, dice a Job: “Mas él conoció mi camino; me probó, y salí como oro”[137]. Dios conoce nuestra condición[138].
El conocimiento Divino del futuro no es una simple idealización, sino algo inseparablemente relacionado con su propósito y acompañado del mismo. Dios mismo ha designado todo lo que ha de ser, y lo que Él ha designado debe necesariamente efectuarse. Como su Palabra infalible afirma: “Él hace de acuerdo a Su voluntad con el ejército del cielo y con aquellos que habitan en la tierra. Nadie puede soportar Su poder, ni preguntarle: ¿Qué es lo que has hecho?”[139].
El cumplimiento de todo lo que Dios ha propuesto está absolutamente garantizado, ya que su Sabiduría y Poder son infinitos. Que los consejos Divinos dejen de ejecutarse es una imposibilidad tan grande como lo es que el Dios tres veces Santo mienta. En lo relativo al futuro, nada hay incierto en cuanto a la realización de los consejos de Dios. Ninguno de sus decretos, tanto los referentes a criaturas como a causas secundarias, es dejado a la casualidad. No hay ningún suceso futuro que sea solo una simple posibilidad, es decir, algo que pueda acontecer o no: “Yo soy el Señor su Dios. Yo había prometido esto desde hace mucho tiempo”[140]. Todo lo que Dios ha decretado es inexorablemente cierto, “y que no cambia como los astros ni se mueve como las sombras”[141]. Por tanto, en el principio de aquel libro que nos descubre tanto del futuro, se nos habla de “lo que ha de suceder pronto”[142].
En el Antiguo Testamento, se encuentran muchas predicciones relativas a la historia de Israel que fueron cumplidas hasta en los más pequeños detalles siglos después de que fueran hechas. Ahí, también, se hayan profecías prediciendo la vida de Cristo en la tierra, y estas también fueron cumplidas literal y perfectamente. Tales profecías solo podían ser dadas por quien conocía el final desde el principio, y cuyo conocimiento descansaba sobre la certeza absoluta de la realización de todo lo anunciado. De la misma manera, el Nuevo Testamento contiene muchos anuncios todavía futuros, los cuales deben cumplirse porque fueron dados por Quien los decretó. Pero debe señalarse que ni la Omnisciencia de Dios, considerados en sí mismos, son la causa. Jamás, sucedió o sucederá, algo simplemente porque Dios lo sabía. La causa de todas las cosas es la voluntad de Dios.
El hombre que realmente cree las Escrituras sabe de antemano que las estaciones continuarán sucediéndose con segura regularidad hasta el final de la tierra, “Mientras la tierra permanezca, la siembra y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, el día y la noche, nunca cesarán”[143], pero su conocimiento no es la causa de esta sucesión. Así, el conocimiento de Dios no proviene del hecho de que las cosas son o serán, sino de que Él las ha ordenado de ese modo. Dios conocía y predijo la crucifixión de su Hijo mucho siglos antes de que se encarnara, y esto era así porque, en el propósito Divino, Jesús era el Cordero inmolado desde la fundación del mundo, que fue “entregado según los designios de la presciencia de Dios, le alzasteis en la cruz y le disteis muerte por mano de los infieles”[144].
2. Atributos Morales: Los que tienen que ver con su carácter.
a. Amor.
“Dios es amor”[145]. No es simplemente que Dios “ama”, sino que es el Amor mismo. El amor no es simplemente uno de sus atributos, es Su misma naturaleza. Muchos hoy en día hablan del amor de Dios, pero son ajenos por completo al Dios de amor. El amor divino es considerado comúnmente como una especie de debilidad afectuosa, una cierta indulgencia cariñosa; es reducido a un simple sentimiento enfermizo, copiado de las emociones humanas. Sin embargo, la verdad es que en esto, como en todo lo demás, nuestras ideas han de ser reguladas de acuerdo con lo que las Sagradas Escrituras nos revelan. ¿Por qué ama Dios? Simplemente porque es parte de Su naturaleza, así como la del sol es brillar. El paganismo está saturado de ídolos odiosos, vengativos y malos, mientras que el Único es un Dios de amor.
Esta es una urgente necesidad que se hace evidente, no solo por la ignorancia general que prevalece, sino también por el estado tan bajo de espiritualidad que, triste es decirlo, es característica general de muchos de los que profesan ser cristianos.
1) Objetos especiales del amor de Dios:
a) Jesucristo[146].
b) El pueblo de Israel[147].
c) Los creyentes[148].
d) Los pecadores[149].
2) Como se manifiesta el amor de Dios.
a) En la creación de los ángeles.
El que ama trata de hacer feliz al objeto amado. Dios ha hecho unos seres felices, los cuales, con su naturaleza espiritual están consagrados al servicio más alto y sublime que ser alguno puede aspirar, el servicio de Dios. El hecho de que Dios los sostenga en esa felicidad demuestra que los ama.
b) En la creación del hombre.
Se manifiesta Su amor haciéndole superior a todas las otras criaturas del mundo. También se manifiesta Su amor al preparar un mundo tan bello para servir de hogar para el hombre. También se manifiesta supliendo todas sus necesidades.
c) En la redención.
Esta es la manifestación máxima de amor yendo al extremo de sacrificar a Su propio Hijo para hacer posible nuestra salvación[150]. El amor de Dios es uno de los temas más sublimes.
El amor de Dios es inherente. Queremos decir que no hay nada en los objetos de su amor que pueda provocarlo, ni nada en la criatura que pueda atraerlo o impulsarlo. El amor que una criatura siente por otra es producido por algo que hay en esta; pero el amor de Dios es gratuito, espontáneo, inmotivado. La única razón de que Dios ame a alguien reside en su voluntad soberana.
“Nosotros le amamos a él, ya que él nos amó primero”[151]. Dios no nos amó porque nosotros le amábamos, sino que nos amó antes de que tuviésemos siquiera conciencia de Él. Si Dios nos hubiera amado correspondiendo a nuestro amor, no hubiera sido espontáneo; pero, porque nos amó cuando no había amor en nosotros, es evidente que nada influyó en su amor. Si Dios ha de ser adorado, y el corazón de sus hijos probado, es importante que tengamos ideas claras acerca de esta verdad preciosa.
El amor de Dios es eterno. Como Él no tuvo principio, tampoco su amor lo tiene. Al comprender esto, es más fácil entender lo que Pablo escribe a los efesios: “así nos seleccionó en Él, antes de fundar el mundo, para purificarnos y limpiarnos delante de Él en amor; previendo nuestra adopción a través de Jesucristo”[152].
El amor de Dios es soberano, ya que Él no está obligado para con nadie; Dios es su propia ley, actúa siempre de acuerdo con Su propia voluntad real. Así, pues, si Dios es soberano, y es amor, se desprende necesariamente que Su amor es soberano. Porque Dios es Dios, actúa como le agrada; porque es amor, ama a quien quiere.
La soberanía del amor de Dios se desprende necesariamente del hecho de que no es influido por nada que haya en la criatura. De ahí que el afirmar que la causa de su amor reside en Él mismo es solo otra manera de decir que ama a quien quiere.
El amor de Dios es infinito. Tiene una profundidad que nadie puede sondear; una altura que nadie puede escalar; una longitud y una anchura que están más allá de toda medida humana. Esto se nos indica en Efesios 2.4. Las más grandes ideas que la mente finita puede formarse del amor divino están muy por debajo de su verdadera naturaleza.
El amor de Dios es inmutable. Su amor no conoce cambio o disminución. En Juan 13.1 se nos da una hermosa ilustración. Aquella misma noche, uno de los apóstoles diría: “Muéstranos al Padre”; otro le negaría con juramentos, todos iban a ser escandalizados y le abandonarían. Así y todo, “como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin”[153]. El amor divino no está sujeto a sucesos de ninguna clase. El amor divino “fuerte es como la muerte... las muchas aguas no podrán apagarlo”[154].
El amor de Dios es santo. El amor de Dios no lo regula el capricho, ni la pasión, ni el sentimiento, sino un principio. Del mismo modo que su gracia no reina a expensas de la misma, sino “por la justicia”[155], así su amor nunca choca con su santidad.
El amor de Dios no es una simple debilidad afectuosa. La Biblia declara que “el Señor disciplina a los que ama, y azota a todo el que recibe como hijo”[156]. Dios no cerrará los ojos al pecado, ni siquiera al de sus hijos. Su amor es puro, sin mezcla de sentimentalismo sentimental.
b. Justicia.
Dios es infinitamente Justo tanto en Su persona como en Sus tratos con la humanidad. En Su seno la justicia tiene su asiento y su trono. Por causa de la justicia perfecta de Su carácter, es infaliblemente cierto que hará lo recto, esto es, obrará de acuerdo con los principios de la justicia. No puede hacer ninguna transacción con lo injusto, ni tampoco puede disimular el mal en ninguna de sus formas. La injusticia está a distancia infinita de Él. Siendo perfectamente justo, también lo es en todo lo que hace. Por eso dice la Biblia: “Justo es Jehová en todos sus caminos”[157].
Son muchos los que piensan que el amor es el único atributo de Dios, e ignoran Su Justicia y limitan Su carácter. Basados en esto, hay falsos maestros que enseñan que al fin, a pesar de lo que por pecadores y malos que hayamos sido, Dios nos recibirá en Su seno, ignorando que “nuestro Dios es fuego consumidor”[158]. Es un Dios justo que de ninguna manera puede pasar por alto el pecado. Su justicia demanda castigo para los malos y recompensa para los redimidos[159].
La muerte de Cristo en la cruz es manifestación del amor de Dios, de esto no hay duda. Pero jamás hay que olvidar que esa muerte fue también manifestación de la justicia divina. Allí se encontraron las fuerzas que operan en el mundo: El pecado que merece ser castigado. La justicia que demanda el castigo y el amor que pide la misericordia. Dios no se equivoca. Él hará justicia castigando al culpable y salvando al inocente.
c. Verdad.
Esta es otra de las excelencias del carácter de Dios; así como es amor, también es verdad y por lo tanto es veraz en Sus dichos y fiel en el cumplimiento de Sus predicciones. En Él no puede existir la mentira ni el engaño[160].
En Jeremías 10.10 se proclama: “Mas el SEÑOR Dios es la Verdad”[161], y en Juan 14.6 Cristo se proclama a sí mismo como la verdad, mientras que en 1 Juan 5.6 se nos dice que el Espíritu Santo es la verdad, significa que la Deidad entera es la verdad en su esencia.
d. Sabiduría.
La sabiduría ha sido definida como la “conducta prudente en el manejo de los negocios”[162]. Así podemos decir que Dios es Sabio porque observa una conducta prudente en el manejo de Sus negocios. Dicho en otras palabras: Dios tiene un propósito especial en cada cosa que hace y tanto el propósito como los medios que emplea son morales y buenos porque Su sabiduría es infinita[163].
e. Santidad.
Aunque se asigna la Santidad de Dios como uno de sus atributos morales, hablando estrictamente, no es un atributo sino la combinación de todos Sus atributos morales. Dios es Bueno y es Amoroso porque es Santo; es Justo porque es Santo; es Veraz porque es Santo y obra con sabiduría porque Su santidad no lo permite de otra manera. Dios es absolutamente Santo y por tanto no puede pecar ni tolerar el pecado.
Con frecuencia Dios es llamado “El Santo” en la Biblia; y lo es porque en Él se halla la suma de todas las excelencias morales. Es pureza absoluta, sin la más leve sombra de pecado (1 Juan 1.5).
De la misma manera que el poder de Dios es lo opuesto a debilidad natural de la criatura, y su sabiduría contrasta completamente con el menor defecto de entendimiento, su santidad es la oposición de todo defecto o imperfección moral.
A esta perfección divina se le da un énfasis especial. Se llama Santo a Dios más veces que Todopoderoso, y se presenta esta parte de su dignidad más que ninguna otra. Esta cualidad va como calificativo junto a su nombre más que ninguna otra. Nunca se nos habla de Su Poderoso Nombre, o Su Sabio Nombre, sino Su Gran Nombre, pero sobre todo, su Santo Nombre. Este es su mayor título de honor; en esta resalta toda la majestad y respetabilidad de su nombre. Esta perfección, como ninguna otra, es celebrada ante el trono del cielo por los serafines que “gritaban, respondiéndose el uno al otro: "Santo, Santo, Santo es Yavé de los Ejércitos, su Gloria llena la tierra toda la tierra”[164].
La santidad de Dios se manifiesta en sus obras. Nada que no sea excelente puede proceder de Él. La santidad es regla de todas sus acciones. En el principio declaró que lo que había hecho “todo estaba muy bien”[165].
La santidad de Dios se manifiesta en Su Ley[166]. La santidad de Dios que se manifiesta en la cruz. La expiación pone de manifiesto de la manera más admirable, y a la vez solemne la santidad infinita de Dios y su odio al pecado. Dios aborrece todo pecado porque Él es Santo. Ama todo lo que es conforme a Su Ley y aborrece todo lo que es contrario a la misma[167].
La santidad de Dios reclama la santidad de sus hijos: “Vosotros seréis mi pueblo santo”[168]. La idea humana del pecado está prácticamente limitada a lo que el mundo llama “crimen”. Lo que no llega a tal gravedad, el hombre lo llama “defecto”, “equivocación”, “enfermedad”, etc. E incluso cuando se reconoce la existencia del pecado, se buscan excusas y atenuantes. El concepto de Dios que tienen la mayoría de los que profesan ser cristianos es el de un anciano indulgente que disimula las “imprudencias” del ser humano. Los hombres se niegan a creer en el Dios que retrata la Biblia y rechinan los dientes cuando se les habla fielmente de como aborrece al pecado. El hombre pecaminoso no podía imaginar un Dios Santo, como tampoco crear el lago de fuego en el que será atormentado para siempre.
Porque Dios es santo, es completamente imposible que acepte a las criaturas sobre la base de sus propias obras. Una criatura caída podría más fácilmente crear un mundo que hacer algo que mereciera la aprobación del que es infinitamente puro. Lo mejor que el hombre pecador puede presentar está contaminado. Pero lo que Su Santidad exigió, lo proveyó su gracia en Cristo Jesús. Él nos ha sacado del pecado para que vivamos en santidad[169]. En la Escritura se les llama a los creyentes “Santos”[170].
Porque Dios es santo, debemos acercarnos a él con la máxima reverencia[171]. A Él hay que servirle “con temor”[172]. Porque Dios es santo, deberíamos desear ser hechos conformes a él. Su mandamiento es: “Sed santos, porque yo soy santo”[173]. Así, por cuanto solo Dios es la fuente y manantial de la Santidad, busquemos la Santidad en Él; que nuestra oración diaria sea que “El Dios de paz os santifique en todo; para que vuestro espíritu y alma y cuerpo sea guardado entero sin reprensión para la venida de nuestro Señor Jesucristo”[174].
f. La Gracia de Dios.
Ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento se menciona jamás la gracia de Dios en relación con el género humano en general, y mucho menos en relación con otras de sus criaturas. En esto se distingue de la “misericordia”, porque ésta es “sobre todas sus obras”[175].
La gracia divina es el favor soberano y salvador de Dios, ejercido en la concesión de bendiciones a los que no tienen mérito propio, y por las cuales no se les exige compensación alguna. Más aún; es el favor que Dios muestra a aquellos que, no solo no tienen méritos en sí mismos, sino que, además, merecen el mal y el infierno.
Es completamente inmerecida, y nada que pueda haber en aquellos a quienes se otorga puede lograrla. La gracia no puede ser comprada, lograda ni ganada por la criatura. Si lo pudiera ser, dejaría de ser gracia. Cuando se dice de una cosa que es de “gracia”, se quiere decir que el que la recibe no tiene derecho alguno sobre ella, que no se le adeudaba. Le llega como simple caridad, y, al principio, no la pidió ni la deseó.
La exposición más completa que existe de la asombrosa gracia de Dios se halla en las epístolas del apóstol Pablo. En sus escritos, la gracia se muestra en directo contraste con las obras y méritos, todas las obras y méritos, de cualquier clase o grado que sean. Esto aparece claro y concluyente en Romanos 11.6: “Y si es por gracia, no por trabajo; ya que si no, no es gracia”[176].
La gracia y las obras no pueden mezclarse, como tampoco pueden la luz con las tinieblas[177]. El socorro absoluto de Dios no es compatible con el mérito humano[178]. La gracia divina tiene tres características principales:
1) Es eterna. Es desde antes de ser empleada: “Nos libró y llamó con llamado santo, no según nuestras obras, sino según su propósito y gracia, que nos es dio en Cristo Jesús antes de los tiempos eternos”[179].
2) Es gratuita, ya que nadie jamás la adquirió: “Siendo declarados justos como don de Él”[180].
3) Es soberana, puesto que Dios la ejerce y la otorga a quien Él quiere: “Para que... la gracia reine”[181]. Si la gracia reina, es que está en el trono, y el que ocupa el trono es soberano.
La gracia, al ser un favor inmerecido, ha de ser concedida de una manera soberana. Por ello declara el Señor: “hago gracia a quien hago gracia y tengo misericordia con quien tengo misericordia”[182]. Si Dios muestra Su gracia para con todos los hombres, estos llegarían a la conclusión de que Dios estaba obligado a llevarles al cielo como indemnización por haber permitido que la raza humana cayera en pecado. Pero Dios no está obligado para con ninguna de sus criaturas, y mucho menos hacia las que le son rebeldes.
La vida eterna es un regalo, y por, lo tanto, no puede conseguirse por las obras, ni reclamarse como un derecho. Si la salvación es un regalo, nadie tiene derecho para decir a Dios a quien debe concederla. Pero tampoco es como planteó Calvino diciendo que a pesar de que una persona busque esa salvación, si no está predestinado no será salvo, mientras que el pecador más corrupto, que está predestinado, tendrá su oportunidad en el último momento e irá directamente al cielo.
La gracia de Dios es proclamada en el Evangelio como “piedra de tropiezo” para el judío que se cree justo, y “locura” para el griego que se cree sabio, ya que en el Evangelio no hay nada en absoluto que halague el orgullo del hombre. Anuncia que no podemos ser salvos si no es por gracia. Declara que, fuera de Cristo, don inefable de la gracia de Dios, la situación de todo hombre es terrible, irremediable, sin esperanza. El evangelio habla a los hombres como a criminales culpables, condenados y muertos. Declara que el más honesto de los moralistas está en la misma terrible condición que el más voluptuoso libertino; que el religioso más vehemente, con todas sus obras, no está en mejor situación que el infiel más profano.
El Evangelio considera a todo descendiente de Adán como pecador caído, contaminado, merecedor del infierno y desamparado. La gracia que anuncia es su única esperanza. Todos aparecen delante de Dios convictos de trasgresión de su santa ley, y, por lo tanto, como criminales culpables y condenados; no esperando a que se dicte la sentencia, sino aguardando la ejecución de la sentencia dictada ya contra ellos[183].
g. La Misericordia de Dios.
“Dad gracias al SEÑOR porque El es bueno, porque para siempre es su misericordia”[184]. Cuando consideramos las características divinas, no podemos pasar por alto la misericordia. Su misericordia es “grande”[185], “mucha”[186], “desde el siglo y hasta el siglo sobre los que le temen”[187].
La primera consecuencia de la bondad de Dios es su benignidad, por la cual da libremente a sus criaturas como tales; por eso ha dado el ser y la vida a todas las cosas. La segunda consecuencia de la bondad de Dios es su misericordia, la cual denota la pronta inclinación de Dios a aliviar la miseria de las criaturas caídas. Así, pues, la, “misericordia” presupone la existencia del pecado.
Aunque no pueda ser fácil a primera vista percibir una diferencia real entre la gracia y misericordia de Dios, nos ayudará a ello el estudio detenido de su proceder con los ángeles. Él nunca ha ejercido misericordia en estos, porque nunca han tenido necesidad de ella al no haber pecado ni caído bajo los efectos de la maldición. Aun así, son objeto de la gracia soberana y gratuita de Dios. En primer lugar porque los escogió de entre la creación[188]. En segundo lugar, y a consecuencia de su elección, porque Dios los preservó de la apostasía cuando Satanás se rebeló y se llevó consigo una tercera parte de las huestes celestiales[189]. En tercer lugar, al hacer de Cristo su Cabeza[190], por lo que están asegurados eternamente en la condición santa en la que fueron creados. En cuarto lugar, debido a la elevada presencia inmediata de Dios[191], servirle constantemente en el Templo celestial, y recibir cometidos honorables de él[192]. Esto representa gracia abundante hacia ellos, pero no “misericordia”.
Al tratar de estudiar la misericordia de Dios según se nos presenta en las Escrituras, necesitamos hacer una distinción triple para “trazar bien la palabra de verdad”. Primeramente, hay una misericordia general de Dios, que se extiende, no solo a todos los hombres, creyentes y no creyentes, sino también a la creación entera: “Es benigno YHWH para con todos; y su misericordia sobre todas obras”[193]. Dios tiene compasión de la creación irracional en sus necesidades y las suple con la provisión apropiada.
Segundo, hay una misericordia especial que Dios ejerce en los hijos de los hombres, ayudándoles y socorriéndoles a pesar de sus pecados. A estos, también, Dios “levanta su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre rectos y no rectos”[194].
Tercero, hay una misericordia soberana que está reservada para los herederos de la salvación, y que les es comunicada por el camino del Pacto, a través del Mediador, Cristo Jesús.
Si nos fijamos un poco más en la diferencia entre las distinciones segunda y tercera que hemos mencionado, notaremos que la misericordia que Dios otorga a los impíos es de naturaleza puramente temporal; es decir, se limita estrictamente a la vida presente. La misericordia no se extenderá, para ellos, más allá de la tumba: “Porque éste es un pueblo sin entendimiento; por eso su Creador no tiene compasión de él, ni de él se apiada quien lo formó”[195].
Hay dos cosas a tener en cuenta con referencia a esto. Dios no puede dejar jamás de ser misericordioso porque ésta es una cualidad de la esencia divina[196]; pero el ejercicio de su misericordia es regulado por su voluntad soberana. Esto ha de ser así, porque no hay nada ajeno a sí mismo que le obligue a actuar de una forma u otra; si hubiese algo, ese “algo” sería supremo, y Dios dejaría de ser Dios.
Es solo la gracia soberana la que determina el ejercicio de la misericordia divina. Dios lo afirma categóricamente en Romanos: “Él le dijo a Moisés: Tendré misericordia sobre quien tenga misericordia”[197]. No es la desventura de la criatura la causa de la misericordia de Dios, ya que nada ajeno a sí mismo puede influir en él. Si Dios fuese influido por la degradante miseria de los pecadores leprosos, los limpiaría y salvaría a todos. Pero no lo hace así, simplemente porque no es Su agrado y propósito hacerlo. Menos aún pueden ser los méritos de la criatura los que hagan que él conceda sus misericordias sobre ella, porque el hablar de “misericordia” merecida sería una contradicción[198]; una es directamente opuesta a la otra.
Debemos observar detenidamente a quienes es mostrada Su misericordia. Aun el arrojar a los reprobados al lago de fuego es un acto de misericordia. Debemos considerar el castigo de los impíos desde tres puntos de vista:
1) Desde el punto de vista de Dios, es un acto de justicia, que vindica su honor. La misericordia de Dios nunca se muestra en perjuicio de su santidad y justicia.
2) Para los impíos, será un acto de equidad el hacerles sufrir el castigo debido a sus iniquidades.
3) Pero, desde el punto de vista de los redimidos, el castigo de los impíos es un acto de misericordia indecible. Si los oídos de los santos tuvieran que escuchar el lenguaje sucio y blasfemo de los reprobados, el cielo dejaría de ser cielo al momento[199]. En los Salmos encontramos a David orando así: “Por tu amor aniquila a mis contrarios y destruye a mis opresores, pues yo soy tu servidor”[200]. También en el Salmo 136.15 leemos que Dios “y hundió en el Mar Rojo al Faraón con sus tropas, ¡porque es eterno su amor!”[201]. Fue un acto de venganza sobre Faraón y los suyos, pero, para los Israelitas, fue un acto de “misericordia”. Y otra vez, en Revelación 19.1-3, leemos: “Después de esto o un gran clamor en el cielo, como de numerosa muchedumbre, que decía: "¡Aleluya! La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios, porque sus designios son verdaderos y equitativos; pues ha juzgado a la gran prostituta, la que corrompía la tierra con su fornicación; y ha tomado venganza de la sangre de sus siervos". Por segunda vez dijeron: "¡Aleluya!". Su humareda sube por los siglos de los siglos”[202].
Dios es un Dios de justicia tanto como de misericordia, que ha declarado de forma categórica que “y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado”[203]. Él ha dicho que “los malos serán trasladados al infierno, todas las gentes que se olvidan de Dios”[204]. No importa que los hombres digan: No creo. Es igualmente cierto que los que descuidan las leyes de la salud espiritual sufrirán para siempre la segunda muerte.
[1] Diccionario Real Academia Española (E-sword).
[2] La Toráh
[3] Jeremías 10.10 LBLA
[4] La Toráh
[5] Salmos 14.1; 53.2.
[6] Josué 3.10; Salmos 19.1; Oseas 1.10; Romanos 1.19; 1 Timoteo 3.15; Hebreos 9.14; 10.31.
[7] Teoría: Del griego: θεωρία. Conocimiento especulativo considerado con independencia de toda aplicación. Serie de las leyes que sirven para relacionar determinado orden de fenómenos. Hipótesis cuyas consecuencias se aplican a toda una ciencia o a parte muy importante de ella. Entre los antiguos griegos, procesión religiosa. Sin haberlo comprobado en la práctica. Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua. 23ª Edición.
[8] Hebreos 1.1-2.
[9] Números 23.19; Oseas 11.9; Isaías 40.27-31; 49.13-15.
[10] Marcos 12.26-27. EUNSA.
[11] 1 Reyes 17.1; Ezequiel 33.11; Deuteronomio 5.25-26; Daniel 14.5, 25.
[12] Génesis 2.7.
[13] Job 34.14-15; Salmos 104.29-30.
[14] Génesis 1.3. Toráh.
[15] Génesis 12.1-3.
[16] Éxodo 3.4-12.
[17] Éxodo 19.3-6.
[18] 1 Reyes 17.2-4; Jeremías 1.4-10.
[19] Salmos 147.4; Isaías 40.26.
[20] Hebreos 1.1-2; Juan 1.1-18.
[21] Salmos 115.5-7.
[22] Amós 8.11-12.
[23] Génesis 12-36.
[24] Génesis 12.8; 13.18; 35.14-15.
[25] Éxodo 3.6, 15; 6.2-4.
[26] Génesis 14.18-24.
[27] Génesis 17.1.
[28] Génesis 21.33.
[29] Éxodo 3-4.
[30] Éxodo 22.20-26; Deuteronomio 24.10-22.
[31] Mateo 26.11.
[32] BPD
[33] Amós 2.7; 5.11- 15; 8.4-8; Miqueas 2.2; 7.1-7; Isaías 1.16-17; 5.8-10.
[34] Proverbios 13.7-8; 11.12-28; 14.3-19; 15.16.
[35] Salmos 49; 73.
[36] Deuteronomio 24.8-9; 23.22; 26.5-10.
[37] Éxodo 15.19.
[38] Éxodo 12.1-13.16.
[39] Éxodo 20.3-6; 34.14; Josué 24.19; Deuteronomio 4.23-27; 5.9-10; 6.14-15; 32.15-25.
[40] Oseas 2.4-20.
[41] Oseas 11.1-9.
[42] Oseas 2.21-25; 11.10-11; 14.2-9.
[43] Jeremías 2.2-3,5; 30.12-17; 31.3-4.
[44] Ezequiel 16; 23.
[45] Isaías 54; 60; 62.
[46] Ezequiel 16.38-42; 23.25; 35.11; 36.5-6; Isaías 59.17; 63.15.
[47] Oseas 1.6-7; 2.25; Jeremías 12.15; 30.18; 31.20; Isaías 49.13-15; 54.6-10.
[48] Oseas 4.10; 13.14; Jeremías 31.11; Isaías 43.1-2; 44.21-24; 48.20; 60.16.
[49] Salmos 119.
[50] Salmos 25; 51; Daniel 3.26-45; 9.3-19.
[51] Lucas 6.35-38; 15.11-32.
[52] Brit Xadasha Judía Ortodoxa 1999. 2 Corintios 5.18-21; Romanos 5.5-11; Col 1.18-23; Efesios 2.4-18
[53] Revelación 19-22.
[54] Marcos 2.18-20; 2 Corintios 11.1-4; Efesios 5.25-32.
[55] Éxodo 15.22-18.27; Números 11-14; 20-25; Deuteronomio 1.6-4.8.
[56] Éxodo 15.25.
[57] BAD
[58] BL95
[59] RV60
[60] Génesis 22.1.
[61] Éxodo 20.2.
[62] Jueces 2.22; 3.1, 4.
[63] 2 Crónicas 32.31.
[64] Salmos 6; 22; 31; 41.
[65] Salmos 42-43; 102.
[66] Salmos 7; 26; 35; 109.
[67] Salmos 55; 57; 59; 69.
[68] Mateo 4.1 BAC 2003.
[69] Hebreos 4.15. CTS-IBS
[70] Mateo 16.1-4; 19.1-9; 22.15-22, 34-40.
[71] Marcos 14.32-42.
[72] Marcos 14.36.
[73] Mateo 6.13.
[74] Éxodo 15.3; Salmos 24.8; Jeremías 32.18.
[75] Jeremías 10.11.
[76] Génesis 1.1. Toráh
[77] Éxodo 1.5.
[78] Éxodo 14.1-15,21; 17.8-16; Números 22-24; Deuteronomio 20.2-4.
[79] 2 Samuel 7; 1 Crónicas 17; Salmos 2; 72; 89; 110.
[80] 1 Reyes 19.1-18.
[81] Isaías 7.14.
[82] Isaías 29.15-16.
[83] Isaías 42.1-4; 49.1-5; 50.4-9; 51; 52.13-53.12.
[84] Salmos 49; 73.
[85] Jeremías 11.20; 12.2-3; 17.10; 20.12; 1 Reyes 8.38-40.
[86] Números 23.19; Ezequiel 28.2; Oseas 11.9.
[87] Génesis 28.19; 33.20.
[88] Génesis 16.11.
[89] Génesis 28.16-19.
[90] Génesis 14.19-22.
[91] Génesis 17.1.
[92] Génesis 21.23.
[93] Génesis 35.7.
[94] Éxodo 3.13-15; 6.2-3.
[95] Marcos 14.36.
[96] Gálatas 4.6; Romanos 8.15.
[97] Salmos 103.13; Deuteronomio 8.5.
[98] Lucas 11.2-4; Mateo 6.9-13.
[99] Juan 4.24. LBLA
[100] Lucas 24.39. NC
[101] Jeremías 29.11, Isaías 46.11, Zacarías 1.6.
[102] Salmos 33.5, 103.8-11, Santiago 5.11.
[103] Salmos 115.3, Isaías 46.10-13, Daniel 4.35, Mateo 19.26.
[104] Deuteronomio 6.4; Isaías 44.6-8, 45.5; 1 Timoteo 2.5; 1 Corintios 8.4.
[105] Mateo 3.16-17; 28.19; 2 Corintios 13.14; Juan 14.16.
[106] NBLH
[107] Salmos 145.3.
[108] Mateo 3.6; Santiago 1.17.
[109] Deuteronomio 32.4.
[110] Malaquías 3.6. NBLH
[111] Salmos 119.89. PDT
[112] Génesis 6.6. Toráh
[113] Números 23.19. Ibid
[114] Salmos 78.65. BAD
[115] Salmos 33.11. TEKIM-DE
[116] Salmos 66.9.
[117] Judas 13; Isaías 57.20.
[118] Salmos 146.3.
[119] Mateo 28.20, Jeremías 23.24.
[120] Salmos 62.11. TKIM-DE
[121] Salmos 18.13-15; 89.6; Daniel 4.35.
[122] Mateo 8.3. CD
[123] Marcos 14.62.
[124] Job 26.14.
[125] Salmos 89.11-12.
[126] Salmos 33.9. BAD
[127] Salmos 33.6.
[128] Salmos 36.6. PDT
[129] Job 38.11.
[130] 1 Crónicas 28.9.
[131] Salmos 147.5. PDT. Génesis 18.18-19; 2 Reyes 8.10-13; 1 Crónicas 28.9; Salmos 94.9-11, Romanos 8.27.
[132] Hebreos 4.13. Traducción Kaddosh Israelita
[133] Salmos 139.6. NBLH
[134] Josué 7.
[135] 2 Samuel 12.7. PDT
[136] Números 32.23. RV60
[137] Job 23.10. SSE
[138] Salmos 103.14; Números 32.23.
[139] Daniel 4.35. Traducción Kaddosh Israelita
[140] Hechos 15.18. BLS
[141] Santiago 1.17. BAD
[142] Revelación 1.1. JER.
[143] Génesis 8.22. LBLA
[144] Hechos 2.23. NC
[145] 1 Juan 4.8. Peshita en español
[146] Mateo 3.17; 17.5.
[147] 2 Samuel 7.23, 2 Crónicas 2.11; 9.8.
[148] Juan 14.21-23; 16.27; 1 Juan 4.8-10.
[149] Juan 3.16.
[150] Juan 3.16.
[151] 1 Juan 4.19. CD
[152] Efesios 1.4-5. Ibid
[153] RV60
[154] Cantares 5.6-7. Ibid
[155] Romanos 5.21.
[156] Hebreos 12.6. BAD
[157] Salmos 145.17. RV60
[158] Hebreos 12.29. RV95
[159] Salmos 11.4-7; Daniel 9.12-14; 1 Juan 1.9; Hebreos 6.10; 2 Timoteo 4.8.
[160] Salmos 100.5; 146.5-6; Isaías 25.1; 2 Timoteo 2.13; Tito 1.2; Revelación 15.3.
[161] SEE
[162] DRAE
[163] Salmos 104.24; Efesios 1.8; Romanos 11.33.
[164] Isaías 6.3. BL95
[165] Génesis 1.31. Toráh
[166] Romanos 7.12.
[167] Proverbios 3.32.
[168] Éxodo 22.31. BAD
[169] Efesios 1.4.
[170] Efesios 1.1; Filipenses 1.1; Colosenses 1.2.
[171] Salmos 89.7; 99.5.
[172] Salmos 2.11.
[173] 1 Pedro 1.16. RV60
[174] 1 Tesalonicenses 5.23. Ibid
[175] Salmos 145.9.
[176] CD
[177] Efesios 2.8-9.
[178] Romanos 4.4-5.
[179] 2 Timoteo 1.9. Ibid
[180] Romanos 3.24. Ibid
[181] Romanos 5.21. RV60
[182] Éxodo 33.19. Toráh
[183] Juan 3.18.
[184] Salmos 136.1. LBLA
[185] 1 Reyes 3.6.
[186] Salmos 119.156.
[187] Salmos 103.17.
[188] 1 Timoteo 5.21.
[189] Revelación 12.4.
[190] Colosenses 2.10; 1 Pedro 3.22.
[191] Daniel 7.10.
[192] Hebreos 1.14.
[193] Salmos 145.9. NC
[194] Mateo 5.45. CD
[195] Isaías 27.11. BAD
[196] Salmos 116.5.
[197] Romanos 9.15. CD
[198] Tito 3.5.
[199] Revelación 21.27.
[200] Salmos 143.12. BL95
[201] BPD
[202] CAB
[203] Éxodo 34.7. RV60
[204] Salmos 9.17.