B. Moisés.
1. Sus orígenes.
“Estos son los nombres de los israelitas que entraron con Jacob en Egipto, cada uno con su familia”[1], son las palabras con las que inicia Éxodo, empalmando el relato que terminó en Génesis. Se trata de un grupo minúsculo, insignificante. Encontramos una especie de ley de la acción de Dios, en toda la historia de la salvación: Para realizar su obra Dios parece tener predilección por lo pequeño, lo que no cuenta, lo que no es[2]. De este pequeño grupo de personas Dios va a producir un gran pueblo, que será el pueblo elegido para ser depositario de las promesas, el pueblo de Dios. “No porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha prendado Adonay de vosotros y os ha elegido, pues sois el menos numeroso de todos los pueblos; sino por el amor que os tiene y por guardar el juramento hecho a vuestros padres, por eso os ha sacado Adonay con mano fuerte y os ha librado de la casa de servidumbre, del poder de Faraón, rey de Egipto”[3]. Dios no tiene en cuenta las cualidades que ven los hombres. Su amor, su inmenso amor es la única norma de su actuar.
Aquellas personas al fin comenzaron a obedecer a Dios y “los israelitas fueron fecundos y se multiplicaron; llegaron a ser muy numerosos y fuertes y llenaron el país”[4]. Es preciso saber descubrir a Dios en los signos en que se manifiesta. Donde hay vida, ahí está Dios, pues Dios es el Dios de la vida[5]. Incluso aunque no se le mencione, aunque parezca ausente.
“Se alzó en Egipto un nuevo rey, que nada sabía de José”[6]. Para el pueblo elegido comienza el calvario: Se trata de aplastarlos, de reducirlos a cruel servidumbre. El camino del pueblo elegido no es un camino de rosas. No lo fue para Israel, no lo fue para Jesús, no lo es para los santos.
“Pero cuanto más les oprimían, tanto más crecían y se multiplicaban, de modo que los egipcios llegaron a temer a los israelitas”[7]. He aquí la paradoja: La opresión no termina en la destrucción, sino todo lo contrario. Crecían y se multiplicaban en proporción al grado de opresión. Esto va contra toda lógica humana. Y exige una explicación: Se trata de un nuevo signo de la presencia oculta de Dios, del Dios que multiplica la vida precisamente en medio del dolor y del sufrimiento.
No contentos con oprimir a los israelitas, los egipcios les declaran una auténtica guerra a muerte: “Todo niño que nazca lo echaréis al Río”[8]. Una guerra en la que está implicado todo el pueblo de Egipto.
En esas circunstancias es que viene a nacer el que libertaría al Pueblo: Moisés. Humanamente hablando, la destrucción del pueblo parece inevitable. Por otra parte, Dios calla; ni siquiera se le menciona. Parece ajeno al sufrimiento de su pueblo. Parece ausente o al menos inactivo. Parece desentenderse. Y sin embargo, si miramos un poco más atentamente, descubrimos que Dios está actuando: Ha hecho nacer al que será el instrumento de la liberación de su pueblo. Pero esta intervención de Dios es discreta, oculta: Todo parece seguir igual. Dios sigue sin aparecer en escena, y sin embargo, ya ha puesto en marcha su plan de salvación, ha desencadenado los hechos que van a conducir la historia hacia donde Él quiere.
2. Salvado de las aguas.
Tanto la Biblia como la tradición judía nos dicen que Moisés que fue encontrado en las aguas del Nilo por una hija del Faraón; que le va a adoptar como hijo y le va a dar una educación completa en la corte en donde destaca por su talento y valor. Es interesante subrayar este detalle: Moisés, el futuro salvador, es salvado de las aguas. Vive en su propia carne de antemano la experiencia que el pueblo vivirá después: Es salvado a través de las aguas, arrancado de una situación desesperada, a la deriva, sentenciado a muerte por el Faraón[9], a merced de las aguas. Es así como Dios prepara al que será salvador de su pueblo. Solo el que tiene experiencia de haber sido salvado puede colaborar en la salvación de los demás.
En la crónica de Flavio Josefo se dice que Moisés era un jefe militar egipcio, que había conducido una victoriosa campaña militar en Etiopía, justo en el lugar donde se retira refugiado, se casa con la hija del sumo sacerdote y descubre por primera vez a Adonay en una zarza ardiente.
3. El libertador fugitivo.
Moisés crece y un día contempla la opresión de su pueblo. A pesar de su educación egipcia, se pone de parte de sus hermanos hebreos. Pero decide tomarse la justicia por su cuenta. La consecuencia: No solo no consigue salvar a nadie, sino que pone en peligro su propia vida: El Faraón le busca para matarle[10] y Moisés tiene que huir al desierto, a un país extranjero, donde perderá su “status” social y económico y será un “don nadie”. ¿Qué es lo que ha sucedido? La clave está en la pregunta de su hermano hebreo: “¿Quién te ha puesto de jefe y juez sobre nosotros?”[11]. Moisés fracasó porque pretendió meterse a salvador por cuenta propia. Lo hizo por su propia iniciativa y el resultado fue el fracaso más absoluto.
Sin embargo, necesitaba pasar por esta situación para poder escuchar: “Ahora, pues, ve; yo te envío a Faraón, para que saques a mi pueblo, los israelitas, de Egipto”[12]. Necesitaba aprender por experiencia que solo Dios puede salvar y que él no iba a ser más que un “siervo inútil”[13]. Solo desposeído de sí mismo podía recibir la misión de ser instrumento de la salvación de Dios.
La pregunta del hebreo quedó sin respuesta hasta que Dios mismo tome la iniciativa de salvar a su pueblo; entonces Moisés podrá decir: “Yo soy me ha enviado a vosotros”[14]. E irá investido de la fuerza y el poder de Dios.
4. Comisionado por Dios.
“Durante este largo período murió el rey de Egipto”[15]. La situación de los israelitas se había hecho extremadamente grave. El Faraón se había erigido en lugar de Dios, poniéndose como dueño de la vida. Y sin embargo ahora se nos dice escuetamente: “…murió el rey de Egipto”. El que pretendía ponerse en lugar de Dios es un mortal como los demás. Ahora entendemos mejor lo que se apuntaba en 1.12: Su conducta opresiva brotaba del miedo; no de la auténtica autoridad que procede de Dios y a Él se somete, sino del miedo que no comprende esa fuerza misteriosa que lleva a Israel a crecer ilimitadamente.
Por otra parte, en estos versículos comienza a revelarse la presencia activa de Dios. Un Dios que ha esperado a que el pueblo se encuentre en una situación límite y clame desde el fondo de su esclavitud. Quizá Dios solo actúa cuando el hombre reconoce su incapacidad para liberarse a sí mismo y clama desde su impotencia.
En todo caso, se nos revela como un Dios vivo y activo. Los verbos de los versículos 24-25 tienen a Dios por sujeto. Un Dios que oye los gemidos, que no olvida su alianza, que se hace cargo de la situación, que conoce a sus hijos. Una convicción firme a lo largo de toda la Biblia es que Dios escucha siempre las súplicas y responde el clamor del indigente[16]. Está en juego su justicia y su fidelidad a su alianza.
En los versículos finales del capítulo 2 hemos comprobado que Dios no está dormido. Al decirnos que Dios oye los gemidos, se acuerda de su alianza, mira y conoce, percibimos que se dispone a intervenir. En este capítulo asistimos a la primera intervención “visible” del Señor. Dios va a invadir progresivamente la personalidad de Moisés, hasta convertirle en instrumento suyo. Esto es lo que simboliza la zarza que arde sin consumirse: El fuego cambia todo lo que toca, transformándolo en fuego o en otra materia; pero aquí el fuego arde sin consumir, sin destruir: Es una bella y expresiva imagen de la acción de Dios sobre el hombre.
Dios se manifiesta a Moisés. Pero ha tenido que esperar a este momento, a que Moisés se encontrase en el desierto. Dios se manifiesta en el desierto, donde no hay nada, donde el hombre no tiene nada, donde no significa nada para nadie.
“No te acerques aquí; quita las sandalias de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra sagrada”[17]. Dios llama a Moisés. Toma Él la iniciativa y le llama por nombre. Le llama hacia Él. Hacia la “tierra sagrada”. Por eso es preciso que se despoje. En ese terreno Moisés no es dueño, no domina. Debe abandonarse a la acción de Dios. Solo así podrá ser transformado.
Dios “se identifica”. El Dios que pretende invadir la existencia de Moisés no es un ser abstracto. Tampoco es desconocido. Es el Dios vivo y personal que ha estado en relación cercana con sus antepasados. Sus “credenciales” son lo que ya ha realizado en la vida de sus padres. Moisés entra en esa historia de gracia inaugurada desde antiguo.
“Moisés se cubrió el rostro, porque temía ver a Dios”[18]. Un nuevo paso en el despojamiento de Moisés: Su vista queda velada, entra en la noche de la fe. Con el rostro cubierto ya no puede hacer uso de lo más precioso, y a la vez más necesario, que el hombre tiene: La capacidad de ver. Con ello reconoce que en la “tierra sagrada” en que ha sido introducido, la visión natural es inadecuada. Necesita cubrirse el rostro, necesita dejarse conducir. Moisés se abandona a la obediencia de la fe[19]. Ahora ya sí podrá Dios comenzar a iluminarle sus planes de salvación[20] y su propio Nombre divino[21].
Y de la experiencia con Dios arranca la misión. Ya vimos cómo Moisés fracasó en su intento liberador porque había usado su iniciativa propia. Ahora irá por iniciativa de Dios, que le envía. Y que le envía a partir de su encuentro vivo con Él. Moisés irá en nombre del Dios vivo que ha salido a su encuentro. Solo quien tiene experiencia de Dios puede ser enviado en nombre de Dios. Solo quien tiene experiencia de Dios puede aportar de verdad a los hombres algo que transcienda las fronteras de lo humano.
Moisés es llamado a ser instrumento y colaborador de Dios. Dios ha comenzado a invadir su existencia y ésta ya solo podrá entenderse desde Él. Dios dice: “He bajado para librarle de la mano de los egipcios y para subirle de esta tierra a una tierra buena y espaciosa; a una tierra que mana leche y miel”[22], y a continuación añade: “Ahora, pues, ve; yo te envío a Faraón, para que saques a mi pueblo, los israelitas, de Egipto”[23]. Va a asumir no solo los planes, sino la acción misma de Dios. Al “he bajado” de Dios corresponde el “disponte” de Moisés. La acción de Dios se prolonga en la de Moisés, la dinamiza, la impulsa.
Pero Moisés no comprende tanto. De ahí su objeción: “¿Quién soy yo para ir a Faraón y sacar de Egipto a los israelitas?”[24]. ¡Ya no es aquel Moisés que se creía capaz de librar a su hermano hebreo o de poner paz entre sus hermanos! La expresión “¿quién soy yo?” denota un Moisés más realista, más conocedor de sí mismo, que reconoce la absoluta desproporción entre sus capacidades y la tarea que se le encomienda.
Sin embargo, Dios le responde: “Yo estaré contigo”. Eso es todo. Esa es su seguridad y su garantía. El yo pequeño e insignificante de Moisés es apoyado y sostenido por el Yo infinito de Dios. Se puede decir que los dos están identificados en un único “yo” que tiene la fuerza y el alcance del Yo divino. Ahora entendemos mejor el “disponte” o el “yo te envío” del versículo 10. Dios no le encarga esta misión como quedándose fuera; Dios va con él, de tal manera que las acciones de Moisés serán sobrehumanas, divinas; serán de Dios, de Dios en él, y con él.
Moisés debe caminar en fe. Su única seguridad es Dios y su palabra. La señal vendrá después: “Yo estaré contigo y esta será para ti la señal de que yo te envío: Cuando hayas sacado al pueblo de Egipto daréis culto a Dios en este monte”[25]. No se trata de ver signos para creer, sino de creer para ver prodigios[26].
Un último detalle: Dios baja para hacer subir. “Así que he descendido para librarlos del poder de los egipcios y sacarlos de ese país, para llevarlos a una tierra buena y espaciosa, tierra donde abundan la leche y la miel”[27]. Es típico de toda acción de Dios el bajar hasta el hombre para levantarlo[28]. Para ello es preciso liberar al hombre, pero con el fin de levantarlo hasta Él, de hacerle capaz de darle culto[29]. Esta será la dinámica de la encarnación: El Hijo de Dios baja hasta nuestra nada[30], pero ya no sube solo: Levanta consigo a una multitud[31].
Encontramos a un Moisés muy cercano a nosotros. Ha recibido una misión de Dios. No puede tener dudas de que es Dios mismo quien se le ha aparecido en el Horeb. Hasta cierto punto ha hecho suyos los planes de Dios. Y sin embargo, se resiste, pone objeciones. Necesita dejarse convencer por Dios. Asistimos así a un proceso de educación y transformación de Moisés por Dios.
5. Objeciones.
La primera dificultad que presenta es la carencia de signos que prueben que es un enviado de Dios. Él está convencido de ello, pero ¿y la gente? “¿Y qué hago si no me creen ni me hacen caso?”, objeta.
Los Cinco “Peros” de Moisés: La Respuesta de Dios en la Biblia:
ü No tengo capacidad (3.11). Filipenses 4.13.
ü No tengo mensaje (3.13). 1 Corintios 15.3-4.
ü No tengo autoridad (4.1). Mateo 28.18-20.
ü No tengo elocuencia (4.10). Filipenses 2.13.
ü No tengo inclinación (4.13). Filipenses 2.13.
Dios accede a la petición de Moisés y le hace capaz de realizar dos señales:
ü Su vara se transforma en serpiente.
ü Su mano derecha se vuelve leprosa.
La segunda objeción que presenta Moisés es también muy razonable: “Yo no he sido nunca hombre de palabra fácil, ni aun después de haber hablado tú con tu siervo; sino que soy torpe de boca y de lengua”[32]. Dios le encarga hablar al Faraón, al pueblo, a los ancianos ¡y es tartamudo!
Dios se remite a su omnipotencia creadora: “¿Quién ha dado al hombre la boca? ¿Quién hace al mudo y al sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy yo, Adonay?”[33]. Si Dios es el Creador de todo, el que da al hombre la boca y la capacidad de hablar, ¿no podrá transmitir su palabra a través de un hombre tartamudo? Este “argumento” es tan definitivo que cuando Moisés vuelve a poner reparos[34], el texto sagrado nos dice: “se encendió la ira de Adonay contra Moisés”[35]. En efecto, la dificultad es real, pero quedarse detenido en ella es desconfiar del Señor y de su omnipotencia, capaz de suscitar todo de la nada.
De hecho, esta paradoja nos introduce un poco más en el estilo de Dios: La tartamudez de Moisés no solo no es dificultad para que Dios realice su obra, sino que es más bien una condición necesaria para la misma. Si Moisés hubiera tenido un gran don de palabra, habría transmitido una palabra humana; siendo tartamudo, torpe de palabra, pesado de labios y de lengua, será instrumento adecuado para transmitir la palabra divina. Así no podrá quedar oscurecido el mensaje divino con luces humanas. Por la misma razón los grandes instrumentos de Dios nacerán de mujeres estériles o ancianas[36]. Por la misma razón, el Hijo de Dios nacería de una virgen[37].
Por lo demás, Dios mismo muestra la solución concreta a la dificultad de Moisés. Le da a su hermano Aarón como colaborador: “Él será tu boca”. Si Dios es el que da al hombre la boca[38], ahora le da a Moisés como boca a su hermano Aarón. Moisés sigue siendo el profeta, de forma irrevocable; y Dios mismo provee a la dificultad para serlo.
6. El regreso.
Moisés vuelve a Egipto. Vuelve para encontrar a sus hermanos. Pero ¡qué distinto es este Moisés del que tuvo que huir! La experiencia del desierto le ha desposeído de sí mismo. Si vuelve a Egipto es porque Dios mismo le manda[39]. Solo va equipado con “el cayado de Dios”[40], la que Dios mismo le ha entregado[41] y que simboliza la fuerza de la misión divina, y con un más adecuado conocimiento de los planes de Dios[42].
La genealogía presenta a un Moisés profundamente radicado en la historia de su pueblo y formando plenamente parte de ella. Un Moisés que forma parte de una familia que habiendo sido maldecida a causa de un crimen de antepasados[43] ha sido, sin embargo, llamada por elección divina a ser la tribu “santa” por excelencia, el bien particular de Dios, para la función más santa en la comunidad de la alianza[44]. Un Moisés que ha sido elegido como instrumento de la salvación de Dios a pesar de sus vacilaciones[45].
7. Un rey contra Dios.
En Éxodo 3 y 4 hemos visto que Dios comenzaba a intervenir, pero solo en la persona de Moisés. Antes de actuar “públicamente” se ha dedicado a preparar a su instrumento. Moisés, no una, sino cinco veces presentó excusas y se resistió a la misión que se le confiaba[46]: Con ello queda muy de relieve que no fue por iniciativa suya, por interés o inclinación alguna personal. Moisés se resiste a hablar o actuar en nombre del Señor. A diferencia de lo ocurrido en el capítulo 2, si ahora se decide a actuar resulta claro que es porque “Dios se empeña”.
Y, sin embargo, al menos de momento ésta misión no va a triunfar. Más aún, a lo largo del capítulo la situación irá empeorando. La oposición de Faraón a los planes de Dios es total y absoluta: “¡…ni voy a dejar que Israel se vaya!”. Es más, puesto que la orden viene del Señor, es a Él a quien el Faraón se opone directamente, llegando a desafiarle: “¿Quién es Adonay para que yo escuche su voz y deje salir a Israel? No conozco a Adonay y no dejaré salir a Israel”[47].
La oposición a Dios que aparecía implícitamente en la actitud de Faraón en el capítulo 1, aquí se hace totalmente explícita. El pueblo pretende salir para “servir” a su Dios[48]. Pero Faraón se afirma en que es a él a quien el pueblo ha de servir mediante trabajos cada vez más opresivos[49].
La expresión “No conozco a Adonay…”, se puede traducir por “no le reconozco, no le acepto, no me someto a Él, no quiero obedecerle ni hacer caso de sus palabras”. Más aún, a las palabras de Moisés y Aarón: “Así dice Adonay, el Dios de Israel”[50] se contraponen frontalmente las de los escribas y capataces: “Esto dice Faraón”[51]. A una orden se opone otra. Es un reto formal, una guerra declarada. El Faraón, en su actitud despótica, se ha colocado en el lugar que corresponde al Señor y no está dispuesto a ceder. Se ha erigido en dueño y señor de sus semejantes, tiranizándolos y esclavizándolos y planta cara a Dios.
¿Quién tendrá la razón? Si Dios es verdaderamente el Señor deberá demostrarlo. Tendrá que responder a este reto. Ya no solo tiene pendiente responder al clamor de los israelitas dirigiéndose a Él (2.23), sino también al desafío del Faraón. Y el caso es que el Faraón parece vencer. Es su orden[52] la que comienza a ejecutarse, mientras que la de Dios parece haber caído en el vacío. El Faraón parece triunfar.
En consecuencia, todo se vuelve contra Moisés y Aarón. El pueblo había dado fe a su palabra[53] como palabra del Señor. Ahora, en cambio, quedan desacreditados ante el pueblo, pues les desacreditan los hechos. Más aún, les piden cuentas de su actuación, ya que su intervención ha causado un empeoramiento de todo. Les hacen responsables ante Dios mismo: “Que Adonay os examine y que él os juzgue por habernos hecho odiosos a Faraón y a sus siervos y haber puesto la espada en sus manos para matarnos”[54].
En Éxodo 6.1 Dios pronuncia: “Ahora verás lo que voy a hacer con Faraón; porque bajo fuerte mano tendrá que dejarles partir y bajo fuerte mano él mismo los expulsará de su territorio”[55]. Hay aquí un reclamo a la fe. Cuando parecía que el Faraón triunfaba y los hechos parecían darle la razón, una nueva palabra de Dios parece infundir nuevas esperanzas. Pero se trata solo de una palabra; Faraón ha mostrado hechos, Dios solo una palabra. Dios le dice a Moisés: “Verás, los hechos hablarán”. A Moisés se le llama a agarrarse a ella, a fiarse de ella, a pesar de los hechos que parecen contradecirla. Se le llama a ser plenamente el hombre de la fe, a esperar “contra toda esperanza”[56].
[1] Éxodo 1.1. La Toráh
[2] 1 Corintios 1.18-25; 2 Corintios 12.1-10; Jueces 6.12-16; 7.1-7; 1 Samuel 16.6-12; 17.45-47.
[3] Deuteronomio 7.7-8. Ibid
[4][4] Éxodo 1.7. Ibid
[5] Lucas 20.38.
[6] Éxodo 1.8. Ibid
[7] Éxodo 1.12. Ibid
[8] Éxodo 1.22. Ibid
[9] Éxodo 1.22.
[10] Éxodo 2.15.
[11] Éxodo 2.14. Ibid
[12] Éxodo 3.10. Ibid
[13] Lucas 17.10.
[14] Éxodo 3.14. Ibid
[15] Éxodo 2.23. Ibid
[16] Salmos 116.1-2.
[17] Éxodo 3.5. Ibid
[18] Éxodo 3.6. Ibid
[19] Romanos 1.5; 16.26.
[20] Éxodo 3.7-12.
[21] Éxodo 3.13-14.
[22] Éxodo 3.8. Ibid
[23] Éxodo 3.10. Ibid
[24] Éxodo 3.11. Ibid
[25] Éxodo 3.12. Ibid
[26] Juan 2.23-15; 4.46-53.
[27] Éxodo 3.8.
[28] Salmos 113.5-8.
[29] Éxodo 3.12.
[30] Filipenses 2.6-7.
[31] Efesios 4.8.
[32] Éxodo 4.10. Ibid
[33] Éxodo 4.11. Ibid
[34] Éxodo 3.13.
[35] Éxodo 4.14. Ibid
[36] Jueces 13.2; 1 Samuel 1; Génesis 11.30; Lucas 1.5.
[37] Lucas 1.26.
[38] Éxodo 3.11.
[39] Éxodo 3.19.
[40] Éxodo 4.20. Ibid
[41] Éxodo 3.17.
[42] Éxodo 3. 21-23.
[43] Génesis 34.25-29; 49.5-7.
[44] Éxodo 32.26-29; Deuteronomio 33.8-11; Números 3.6-13; 8.14-19.
[45] Éxodo 3.12; 30.
[46] Éxodo 3.11, 13; 4.1, 10,13.
[47] Éxodo 5.2. Ibid
[48] Éxodo 3.3.
[49] Éxodo 3.4.
[50] Éxodo 5.1. Ibid
[51] Éxodo 5.10. Ibid
[52] Éxodo 5.10-11.
[53] Éxodo 4.31.
[54] Éxodo 5.21. Ibid
[55] Ibid
[56] Romanos 4.18. BL95
1. Sus orígenes.
“Estos son los nombres de los israelitas que entraron con Jacob en Egipto, cada uno con su familia”[1], son las palabras con las que inicia Éxodo, empalmando el relato que terminó en Génesis. Se trata de un grupo minúsculo, insignificante. Encontramos una especie de ley de la acción de Dios, en toda la historia de la salvación: Para realizar su obra Dios parece tener predilección por lo pequeño, lo que no cuenta, lo que no es[2]. De este pequeño grupo de personas Dios va a producir un gran pueblo, que será el pueblo elegido para ser depositario de las promesas, el pueblo de Dios. “No porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha prendado Adonay de vosotros y os ha elegido, pues sois el menos numeroso de todos los pueblos; sino por el amor que os tiene y por guardar el juramento hecho a vuestros padres, por eso os ha sacado Adonay con mano fuerte y os ha librado de la casa de servidumbre, del poder de Faraón, rey de Egipto”[3]. Dios no tiene en cuenta las cualidades que ven los hombres. Su amor, su inmenso amor es la única norma de su actuar.
Aquellas personas al fin comenzaron a obedecer a Dios y “los israelitas fueron fecundos y se multiplicaron; llegaron a ser muy numerosos y fuertes y llenaron el país”[4]. Es preciso saber descubrir a Dios en los signos en que se manifiesta. Donde hay vida, ahí está Dios, pues Dios es el Dios de la vida[5]. Incluso aunque no se le mencione, aunque parezca ausente.
“Se alzó en Egipto un nuevo rey, que nada sabía de José”[6]. Para el pueblo elegido comienza el calvario: Se trata de aplastarlos, de reducirlos a cruel servidumbre. El camino del pueblo elegido no es un camino de rosas. No lo fue para Israel, no lo fue para Jesús, no lo es para los santos.
“Pero cuanto más les oprimían, tanto más crecían y se multiplicaban, de modo que los egipcios llegaron a temer a los israelitas”[7]. He aquí la paradoja: La opresión no termina en la destrucción, sino todo lo contrario. Crecían y se multiplicaban en proporción al grado de opresión. Esto va contra toda lógica humana. Y exige una explicación: Se trata de un nuevo signo de la presencia oculta de Dios, del Dios que multiplica la vida precisamente en medio del dolor y del sufrimiento.
No contentos con oprimir a los israelitas, los egipcios les declaran una auténtica guerra a muerte: “Todo niño que nazca lo echaréis al Río”[8]. Una guerra en la que está implicado todo el pueblo de Egipto.
En esas circunstancias es que viene a nacer el que libertaría al Pueblo: Moisés. Humanamente hablando, la destrucción del pueblo parece inevitable. Por otra parte, Dios calla; ni siquiera se le menciona. Parece ajeno al sufrimiento de su pueblo. Parece ausente o al menos inactivo. Parece desentenderse. Y sin embargo, si miramos un poco más atentamente, descubrimos que Dios está actuando: Ha hecho nacer al que será el instrumento de la liberación de su pueblo. Pero esta intervención de Dios es discreta, oculta: Todo parece seguir igual. Dios sigue sin aparecer en escena, y sin embargo, ya ha puesto en marcha su plan de salvación, ha desencadenado los hechos que van a conducir la historia hacia donde Él quiere.
2. Salvado de las aguas.
Tanto la Biblia como la tradición judía nos dicen que Moisés que fue encontrado en las aguas del Nilo por una hija del Faraón; que le va a adoptar como hijo y le va a dar una educación completa en la corte en donde destaca por su talento y valor. Es interesante subrayar este detalle: Moisés, el futuro salvador, es salvado de las aguas. Vive en su propia carne de antemano la experiencia que el pueblo vivirá después: Es salvado a través de las aguas, arrancado de una situación desesperada, a la deriva, sentenciado a muerte por el Faraón[9], a merced de las aguas. Es así como Dios prepara al que será salvador de su pueblo. Solo el que tiene experiencia de haber sido salvado puede colaborar en la salvación de los demás.
En la crónica de Flavio Josefo se dice que Moisés era un jefe militar egipcio, que había conducido una victoriosa campaña militar en Etiopía, justo en el lugar donde se retira refugiado, se casa con la hija del sumo sacerdote y descubre por primera vez a Adonay en una zarza ardiente.
3. El libertador fugitivo.
Moisés crece y un día contempla la opresión de su pueblo. A pesar de su educación egipcia, se pone de parte de sus hermanos hebreos. Pero decide tomarse la justicia por su cuenta. La consecuencia: No solo no consigue salvar a nadie, sino que pone en peligro su propia vida: El Faraón le busca para matarle[10] y Moisés tiene que huir al desierto, a un país extranjero, donde perderá su “status” social y económico y será un “don nadie”. ¿Qué es lo que ha sucedido? La clave está en la pregunta de su hermano hebreo: “¿Quién te ha puesto de jefe y juez sobre nosotros?”[11]. Moisés fracasó porque pretendió meterse a salvador por cuenta propia. Lo hizo por su propia iniciativa y el resultado fue el fracaso más absoluto.
Sin embargo, necesitaba pasar por esta situación para poder escuchar: “Ahora, pues, ve; yo te envío a Faraón, para que saques a mi pueblo, los israelitas, de Egipto”[12]. Necesitaba aprender por experiencia que solo Dios puede salvar y que él no iba a ser más que un “siervo inútil”[13]. Solo desposeído de sí mismo podía recibir la misión de ser instrumento de la salvación de Dios.
La pregunta del hebreo quedó sin respuesta hasta que Dios mismo tome la iniciativa de salvar a su pueblo; entonces Moisés podrá decir: “Yo soy me ha enviado a vosotros”[14]. E irá investido de la fuerza y el poder de Dios.
4. Comisionado por Dios.
“Durante este largo período murió el rey de Egipto”[15]. La situación de los israelitas se había hecho extremadamente grave. El Faraón se había erigido en lugar de Dios, poniéndose como dueño de la vida. Y sin embargo ahora se nos dice escuetamente: “…murió el rey de Egipto”. El que pretendía ponerse en lugar de Dios es un mortal como los demás. Ahora entendemos mejor lo que se apuntaba en 1.12: Su conducta opresiva brotaba del miedo; no de la auténtica autoridad que procede de Dios y a Él se somete, sino del miedo que no comprende esa fuerza misteriosa que lleva a Israel a crecer ilimitadamente.
Por otra parte, en estos versículos comienza a revelarse la presencia activa de Dios. Un Dios que ha esperado a que el pueblo se encuentre en una situación límite y clame desde el fondo de su esclavitud. Quizá Dios solo actúa cuando el hombre reconoce su incapacidad para liberarse a sí mismo y clama desde su impotencia.
En todo caso, se nos revela como un Dios vivo y activo. Los verbos de los versículos 24-25 tienen a Dios por sujeto. Un Dios que oye los gemidos, que no olvida su alianza, que se hace cargo de la situación, que conoce a sus hijos. Una convicción firme a lo largo de toda la Biblia es que Dios escucha siempre las súplicas y responde el clamor del indigente[16]. Está en juego su justicia y su fidelidad a su alianza.
En los versículos finales del capítulo 2 hemos comprobado que Dios no está dormido. Al decirnos que Dios oye los gemidos, se acuerda de su alianza, mira y conoce, percibimos que se dispone a intervenir. En este capítulo asistimos a la primera intervención “visible” del Señor. Dios va a invadir progresivamente la personalidad de Moisés, hasta convertirle en instrumento suyo. Esto es lo que simboliza la zarza que arde sin consumirse: El fuego cambia todo lo que toca, transformándolo en fuego o en otra materia; pero aquí el fuego arde sin consumir, sin destruir: Es una bella y expresiva imagen de la acción de Dios sobre el hombre.
Dios se manifiesta a Moisés. Pero ha tenido que esperar a este momento, a que Moisés se encontrase en el desierto. Dios se manifiesta en el desierto, donde no hay nada, donde el hombre no tiene nada, donde no significa nada para nadie.
“No te acerques aquí; quita las sandalias de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra sagrada”[17]. Dios llama a Moisés. Toma Él la iniciativa y le llama por nombre. Le llama hacia Él. Hacia la “tierra sagrada”. Por eso es preciso que se despoje. En ese terreno Moisés no es dueño, no domina. Debe abandonarse a la acción de Dios. Solo así podrá ser transformado.
Dios “se identifica”. El Dios que pretende invadir la existencia de Moisés no es un ser abstracto. Tampoco es desconocido. Es el Dios vivo y personal que ha estado en relación cercana con sus antepasados. Sus “credenciales” son lo que ya ha realizado en la vida de sus padres. Moisés entra en esa historia de gracia inaugurada desde antiguo.
“Moisés se cubrió el rostro, porque temía ver a Dios”[18]. Un nuevo paso en el despojamiento de Moisés: Su vista queda velada, entra en la noche de la fe. Con el rostro cubierto ya no puede hacer uso de lo más precioso, y a la vez más necesario, que el hombre tiene: La capacidad de ver. Con ello reconoce que en la “tierra sagrada” en que ha sido introducido, la visión natural es inadecuada. Necesita cubrirse el rostro, necesita dejarse conducir. Moisés se abandona a la obediencia de la fe[19]. Ahora ya sí podrá Dios comenzar a iluminarle sus planes de salvación[20] y su propio Nombre divino[21].
Y de la experiencia con Dios arranca la misión. Ya vimos cómo Moisés fracasó en su intento liberador porque había usado su iniciativa propia. Ahora irá por iniciativa de Dios, que le envía. Y que le envía a partir de su encuentro vivo con Él. Moisés irá en nombre del Dios vivo que ha salido a su encuentro. Solo quien tiene experiencia de Dios puede ser enviado en nombre de Dios. Solo quien tiene experiencia de Dios puede aportar de verdad a los hombres algo que transcienda las fronteras de lo humano.
Moisés es llamado a ser instrumento y colaborador de Dios. Dios ha comenzado a invadir su existencia y ésta ya solo podrá entenderse desde Él. Dios dice: “He bajado para librarle de la mano de los egipcios y para subirle de esta tierra a una tierra buena y espaciosa; a una tierra que mana leche y miel”[22], y a continuación añade: “Ahora, pues, ve; yo te envío a Faraón, para que saques a mi pueblo, los israelitas, de Egipto”[23]. Va a asumir no solo los planes, sino la acción misma de Dios. Al “he bajado” de Dios corresponde el “disponte” de Moisés. La acción de Dios se prolonga en la de Moisés, la dinamiza, la impulsa.
Pero Moisés no comprende tanto. De ahí su objeción: “¿Quién soy yo para ir a Faraón y sacar de Egipto a los israelitas?”[24]. ¡Ya no es aquel Moisés que se creía capaz de librar a su hermano hebreo o de poner paz entre sus hermanos! La expresión “¿quién soy yo?” denota un Moisés más realista, más conocedor de sí mismo, que reconoce la absoluta desproporción entre sus capacidades y la tarea que se le encomienda.
Sin embargo, Dios le responde: “Yo estaré contigo”. Eso es todo. Esa es su seguridad y su garantía. El yo pequeño e insignificante de Moisés es apoyado y sostenido por el Yo infinito de Dios. Se puede decir que los dos están identificados en un único “yo” que tiene la fuerza y el alcance del Yo divino. Ahora entendemos mejor el “disponte” o el “yo te envío” del versículo 10. Dios no le encarga esta misión como quedándose fuera; Dios va con él, de tal manera que las acciones de Moisés serán sobrehumanas, divinas; serán de Dios, de Dios en él, y con él.
Moisés debe caminar en fe. Su única seguridad es Dios y su palabra. La señal vendrá después: “Yo estaré contigo y esta será para ti la señal de que yo te envío: Cuando hayas sacado al pueblo de Egipto daréis culto a Dios en este monte”[25]. No se trata de ver signos para creer, sino de creer para ver prodigios[26].
Un último detalle: Dios baja para hacer subir. “Así que he descendido para librarlos del poder de los egipcios y sacarlos de ese país, para llevarlos a una tierra buena y espaciosa, tierra donde abundan la leche y la miel”[27]. Es típico de toda acción de Dios el bajar hasta el hombre para levantarlo[28]. Para ello es preciso liberar al hombre, pero con el fin de levantarlo hasta Él, de hacerle capaz de darle culto[29]. Esta será la dinámica de la encarnación: El Hijo de Dios baja hasta nuestra nada[30], pero ya no sube solo: Levanta consigo a una multitud[31].
Encontramos a un Moisés muy cercano a nosotros. Ha recibido una misión de Dios. No puede tener dudas de que es Dios mismo quien se le ha aparecido en el Horeb. Hasta cierto punto ha hecho suyos los planes de Dios. Y sin embargo, se resiste, pone objeciones. Necesita dejarse convencer por Dios. Asistimos así a un proceso de educación y transformación de Moisés por Dios.
5. Objeciones.
La primera dificultad que presenta es la carencia de signos que prueben que es un enviado de Dios. Él está convencido de ello, pero ¿y la gente? “¿Y qué hago si no me creen ni me hacen caso?”, objeta.
Los Cinco “Peros” de Moisés: La Respuesta de Dios en la Biblia:
ü No tengo capacidad (3.11). Filipenses 4.13.
ü No tengo mensaje (3.13). 1 Corintios 15.3-4.
ü No tengo autoridad (4.1). Mateo 28.18-20.
ü No tengo elocuencia (4.10). Filipenses 2.13.
ü No tengo inclinación (4.13). Filipenses 2.13.
Dios accede a la petición de Moisés y le hace capaz de realizar dos señales:
ü Su vara se transforma en serpiente.
ü Su mano derecha se vuelve leprosa.
La segunda objeción que presenta Moisés es también muy razonable: “Yo no he sido nunca hombre de palabra fácil, ni aun después de haber hablado tú con tu siervo; sino que soy torpe de boca y de lengua”[32]. Dios le encarga hablar al Faraón, al pueblo, a los ancianos ¡y es tartamudo!
Dios se remite a su omnipotencia creadora: “¿Quién ha dado al hombre la boca? ¿Quién hace al mudo y al sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy yo, Adonay?”[33]. Si Dios es el Creador de todo, el que da al hombre la boca y la capacidad de hablar, ¿no podrá transmitir su palabra a través de un hombre tartamudo? Este “argumento” es tan definitivo que cuando Moisés vuelve a poner reparos[34], el texto sagrado nos dice: “se encendió la ira de Adonay contra Moisés”[35]. En efecto, la dificultad es real, pero quedarse detenido en ella es desconfiar del Señor y de su omnipotencia, capaz de suscitar todo de la nada.
De hecho, esta paradoja nos introduce un poco más en el estilo de Dios: La tartamudez de Moisés no solo no es dificultad para que Dios realice su obra, sino que es más bien una condición necesaria para la misma. Si Moisés hubiera tenido un gran don de palabra, habría transmitido una palabra humana; siendo tartamudo, torpe de palabra, pesado de labios y de lengua, será instrumento adecuado para transmitir la palabra divina. Así no podrá quedar oscurecido el mensaje divino con luces humanas. Por la misma razón los grandes instrumentos de Dios nacerán de mujeres estériles o ancianas[36]. Por la misma razón, el Hijo de Dios nacería de una virgen[37].
Por lo demás, Dios mismo muestra la solución concreta a la dificultad de Moisés. Le da a su hermano Aarón como colaborador: “Él será tu boca”. Si Dios es el que da al hombre la boca[38], ahora le da a Moisés como boca a su hermano Aarón. Moisés sigue siendo el profeta, de forma irrevocable; y Dios mismo provee a la dificultad para serlo.
6. El regreso.
Moisés vuelve a Egipto. Vuelve para encontrar a sus hermanos. Pero ¡qué distinto es este Moisés del que tuvo que huir! La experiencia del desierto le ha desposeído de sí mismo. Si vuelve a Egipto es porque Dios mismo le manda[39]. Solo va equipado con “el cayado de Dios”[40], la que Dios mismo le ha entregado[41] y que simboliza la fuerza de la misión divina, y con un más adecuado conocimiento de los planes de Dios[42].
La genealogía presenta a un Moisés profundamente radicado en la historia de su pueblo y formando plenamente parte de ella. Un Moisés que forma parte de una familia que habiendo sido maldecida a causa de un crimen de antepasados[43] ha sido, sin embargo, llamada por elección divina a ser la tribu “santa” por excelencia, el bien particular de Dios, para la función más santa en la comunidad de la alianza[44]. Un Moisés que ha sido elegido como instrumento de la salvación de Dios a pesar de sus vacilaciones[45].
7. Un rey contra Dios.
En Éxodo 3 y 4 hemos visto que Dios comenzaba a intervenir, pero solo en la persona de Moisés. Antes de actuar “públicamente” se ha dedicado a preparar a su instrumento. Moisés, no una, sino cinco veces presentó excusas y se resistió a la misión que se le confiaba[46]: Con ello queda muy de relieve que no fue por iniciativa suya, por interés o inclinación alguna personal. Moisés se resiste a hablar o actuar en nombre del Señor. A diferencia de lo ocurrido en el capítulo 2, si ahora se decide a actuar resulta claro que es porque “Dios se empeña”.
Y, sin embargo, al menos de momento ésta misión no va a triunfar. Más aún, a lo largo del capítulo la situación irá empeorando. La oposición de Faraón a los planes de Dios es total y absoluta: “¡…ni voy a dejar que Israel se vaya!”. Es más, puesto que la orden viene del Señor, es a Él a quien el Faraón se opone directamente, llegando a desafiarle: “¿Quién es Adonay para que yo escuche su voz y deje salir a Israel? No conozco a Adonay y no dejaré salir a Israel”[47].
La oposición a Dios que aparecía implícitamente en la actitud de Faraón en el capítulo 1, aquí se hace totalmente explícita. El pueblo pretende salir para “servir” a su Dios[48]. Pero Faraón se afirma en que es a él a quien el pueblo ha de servir mediante trabajos cada vez más opresivos[49].
La expresión “No conozco a Adonay…”, se puede traducir por “no le reconozco, no le acepto, no me someto a Él, no quiero obedecerle ni hacer caso de sus palabras”. Más aún, a las palabras de Moisés y Aarón: “Así dice Adonay, el Dios de Israel”[50] se contraponen frontalmente las de los escribas y capataces: “Esto dice Faraón”[51]. A una orden se opone otra. Es un reto formal, una guerra declarada. El Faraón, en su actitud despótica, se ha colocado en el lugar que corresponde al Señor y no está dispuesto a ceder. Se ha erigido en dueño y señor de sus semejantes, tiranizándolos y esclavizándolos y planta cara a Dios.
¿Quién tendrá la razón? Si Dios es verdaderamente el Señor deberá demostrarlo. Tendrá que responder a este reto. Ya no solo tiene pendiente responder al clamor de los israelitas dirigiéndose a Él (2.23), sino también al desafío del Faraón. Y el caso es que el Faraón parece vencer. Es su orden[52] la que comienza a ejecutarse, mientras que la de Dios parece haber caído en el vacío. El Faraón parece triunfar.
En consecuencia, todo se vuelve contra Moisés y Aarón. El pueblo había dado fe a su palabra[53] como palabra del Señor. Ahora, en cambio, quedan desacreditados ante el pueblo, pues les desacreditan los hechos. Más aún, les piden cuentas de su actuación, ya que su intervención ha causado un empeoramiento de todo. Les hacen responsables ante Dios mismo: “Que Adonay os examine y que él os juzgue por habernos hecho odiosos a Faraón y a sus siervos y haber puesto la espada en sus manos para matarnos”[54].
En Éxodo 6.1 Dios pronuncia: “Ahora verás lo que voy a hacer con Faraón; porque bajo fuerte mano tendrá que dejarles partir y bajo fuerte mano él mismo los expulsará de su territorio”[55]. Hay aquí un reclamo a la fe. Cuando parecía que el Faraón triunfaba y los hechos parecían darle la razón, una nueva palabra de Dios parece infundir nuevas esperanzas. Pero se trata solo de una palabra; Faraón ha mostrado hechos, Dios solo una palabra. Dios le dice a Moisés: “Verás, los hechos hablarán”. A Moisés se le llama a agarrarse a ella, a fiarse de ella, a pesar de los hechos que parecen contradecirla. Se le llama a ser plenamente el hombre de la fe, a esperar “contra toda esperanza”[56].
[1] Éxodo 1.1. La Toráh
[2] 1 Corintios 1.18-25; 2 Corintios 12.1-10; Jueces 6.12-16; 7.1-7; 1 Samuel 16.6-12; 17.45-47.
[3] Deuteronomio 7.7-8. Ibid
[4][4] Éxodo 1.7. Ibid
[5] Lucas 20.38.
[6] Éxodo 1.8. Ibid
[7] Éxodo 1.12. Ibid
[8] Éxodo 1.22. Ibid
[9] Éxodo 1.22.
[10] Éxodo 2.15.
[11] Éxodo 2.14. Ibid
[12] Éxodo 3.10. Ibid
[13] Lucas 17.10.
[14] Éxodo 3.14. Ibid
[15] Éxodo 2.23. Ibid
[16] Salmos 116.1-2.
[17] Éxodo 3.5. Ibid
[18] Éxodo 3.6. Ibid
[19] Romanos 1.5; 16.26.
[20] Éxodo 3.7-12.
[21] Éxodo 3.13-14.
[22] Éxodo 3.8. Ibid
[23] Éxodo 3.10. Ibid
[24] Éxodo 3.11. Ibid
[25] Éxodo 3.12. Ibid
[26] Juan 2.23-15; 4.46-53.
[27] Éxodo 3.8.
[28] Salmos 113.5-8.
[29] Éxodo 3.12.
[30] Filipenses 2.6-7.
[31] Efesios 4.8.
[32] Éxodo 4.10. Ibid
[33] Éxodo 4.11. Ibid
[34] Éxodo 3.13.
[35] Éxodo 4.14. Ibid
[36] Jueces 13.2; 1 Samuel 1; Génesis 11.30; Lucas 1.5.
[37] Lucas 1.26.
[38] Éxodo 3.11.
[39] Éxodo 3.19.
[40] Éxodo 4.20. Ibid
[41] Éxodo 3.17.
[42] Éxodo 3. 21-23.
[43] Génesis 34.25-29; 49.5-7.
[44] Éxodo 32.26-29; Deuteronomio 33.8-11; Números 3.6-13; 8.14-19.
[45] Éxodo 3.12; 30.
[46] Éxodo 3.11, 13; 4.1, 10,13.
[47] Éxodo 5.2. Ibid
[48] Éxodo 3.3.
[49] Éxodo 3.4.
[50] Éxodo 5.1. Ibid
[51] Éxodo 5.10. Ibid
[52] Éxodo 5.10-11.
[53] Éxodo 4.31.
[54] Éxodo 5.21. Ibid
[55] Ibid
[56] Romanos 4.18. BL95