C. La Liberación.
1. Dios contra un rey.
Este es el inicio del fin del reinado de Faraón. Ahora es cuando conocerá a Adonay y se arrepentirá del mal que le hizo a Israel. Vamos a encontrarnos un estribillo repetitivo: “Deja partir a mi pueblo, para que me den culto en el desierto”[1].
Es preciso notar que la palabra que se suele traducir por “dar culto” es literalmente “servir”. “Servir a Dios” es una fórmula muy frecuente en la Biblia que significa “darle culto en la liturgia”[2], pero también indica un compromiso del hombre en todas las acciones de la vida, hasta el punto de que en el libro del Deuteronomio “servir a Dios” es precisamente sinónimo de “temerle”, “amarle”, “obedecerle”, “seguirle” “con todo el corazón”[3]. Así, el “servicio de Dios” es un conjunto de disposiciones del corazón y del espíritu, de todo el hombre, una actitud y una vida animada por una fe profunda que encuentra su expresión más alta y más elocuente en el culto, pero que compromete la existencia entera en el don de sí, la dedicación a Dios, la obediencia a Dios, la fidelidad a Él y el cumplimiento de sus mandamientos.
Dios debe hacerse reconocer como Señor, y lo hizo a través de las plagas. Hasta ahora solo ha habido palabras, las que Él ha dirigido al Faraón a través de Moisés. Pero las palabras no bastan. Deben hablar los hechos. Solo ellos podrán demostrar realmente y eficazmente que las pretensiones de Dios son justas.
Esto nos lo atestiguan las palabras que la Biblia usa para designar estas acciones de Dios: señales y prodigios[4]. La palabra que se traduce por “prodigios” significa algo sorprendente, no corriente, que es a la vez una advertencia, un presagio. Y la que se traduce por “señales” designa muchas veces en la Biblia algo que revela la presencia y la acción de Dios; es lo que permite reconocer a alguien o algo.
De hecho, las tres primeras plagas manifiestan que el Señor existe y muestra su poder en Egipto[5], que tiene poder sobre el Nilo y sobre el suelo de Egipto, incluso los magos acaban reconociendo el poder de Dios: Éxodo 8.15. La segunda serie demuestra el poder de Dios sobre la vida humana y animal: Dios es el Señor de la vida y de la muerte; en la plaga 6 los mismos magos son heridos y deben desaparecer: La sabiduría de Egipto no puede nada contra Dios y los que deben defender a su país contra las fuerzas de la muerte están ellos mismos bajo el poder de la enfermedad y la muerte. Finalmente, el carácter único de las plagas 7, 8 y 9[6].
Por consiguiente, Dios se hace conocer con este elocuente lenguaje de los hechos. Demuestra que no hay nadie comparable a Él[7], que “su brazo” es invencible[8]. Los hechos han hablado. Dios ha revelado claramente quién es. Los israelitas[9] y los egipcios[10] han podido conocer por experiencia su grandeza, su poder, su señorío. Y es que cuando Dios actúa no se queda en discursos vacíos, sino que demuestra el esplendoroso poder de su Espíritu[11].
Mediante las plagas Dios no solo busca manifestar quién es y ser conocido, sino ser reconocido y aceptado conforme a lo que es. Si es el Señor debe ser reconocido como Señor y el hombre debe relacionarse con Él como Señor y actuar en consecuencia. En otras palabras, las plagas son también una llamada a la conversión. Lo ponen de relieve, como hemos visto, los términos usados: “prodigios” y “señales”.
Pues bien, en el relato de Éxodo 7-11 los infortunios del país de Egipto han de ser comprendidos como mensaje de Dios que invita a cambiar de actitud, a reconocer que Él es efectivamente el Señor. De hecho, vemos que algunos egipcios captan este mensaje y llegan a “temer el Señor”[12], con el profundo sentido religioso de esta expresión que es un verdadero reconocimiento del señorío de Dios y una sumisión a sus planes expresados en su palabra. Incluso los magos llegan a reconocer su poder: “…¡es el dedo de Dios!”[13], expresión que significa que esas acciones son humanamente inexplicables y han de ser atribuidas a Dios.
Dios no solo quiere “vencer”, sino ser reconocido, incluso por los adversarios. Los que lo reconozcan y lo acepten experimentarán su salvación; los que no hagan caso de su palabra y rehúsen someterse experimentarán que la situación se hace más dura y el castigo más intenso.
Esto es lo que ponen de relieve las plagas 9 y 10. La oposición luz-tinieblas en la plaga 9 es un signo claro del juicio que viene: luz, vida para Israel[14], y las tinieblas, muerte para Egipto. La obstinación del Faraón en no reconocer al Señor y el rechazo de los signos que Dios le va poniendo delante le colocan cada vez más del lado de la muerte. Sigue empeñado en autoafirmarse como dueño y señor y se hunde en la mentira y en el fracaso total. No reconoce la realidad: Solo Dios es el Señor y a Él hay que someterse acatando su poder soberano. La ruptura del diálogo entre Faraón y Moisés[15] significa la ruptura del diálogo entre Faraón y Dios, y con ello Faraón entra de una manera consciente y deliberada en el mundo de la muerte, significada por la muerte de los primogénitos y el “alarido tan grande como nunca lo hubo”[16].
2. Un rey endurecido.
Frente a esta llamada a cambiar de actitud, a reconocer a Dios como Señor, a someterse a Él y a no erigirse a sí mismo en “dios”, Faraón se obstina. Lejos de reconocer su condición de criatura, pequeña y frágil, se enfrenta a Dios. No hace caso del lenguaje de los hechos, que va poniendo de relieve de forma cada vez más evidente que Dios es el único Dueño y Señor de todos y de todo.
Esto es lo que pone de relieve el estribillo ampliamente repetido “el corazón de Faraón se endureció”[17]. El “corazón entiende”[18]; es la sede de los sentimientos, pero sobre todo de las decisiones. Por consiguiente, al decir que “Faraón endureció el corazón” la Biblia está afirmando una opción personal plenamente consciente y voluntaria. El propio Faraón es el sujeto de esta obstinación. En las diversas “señales”, las plagas, ha tenido otras tantas oportunidades de reconocer sus límites y aceptar el señorío de Dios. Sin embargo, deliberadamente se ha ido afianzando en el rechazo de Dios.
El desenlace final no será un castigo arbitrario o vengativo de Dios contra el Faraón. Será más bien la consecuencia lógica e inevitable de la postura que él ha tomado y mantenido. Su soberbia y autosuficiencia le han cegado y se niega a aceptar la realidad de las cosas. Al rechazar a Dios y sus repetidos mensajes, él mismo se encierra en el reino de la muerte de manera cada vez más obstinada hasta que su situación se haga irreversible.
3. La Palabra cumplida.
Otro de los estribillos que se repiten en la historia de las plagas es que todo sucede “conforme había predicho Adonay”[19]. Y también: “cumplió Adonay su palabra”[20].
Los críticos suelen decir que la mayoría de estos prodigios o plagas eran fenómenos naturales conocidos en Egipto, solo el granizo parece raro en Egipto, por tanto, no hay que pensar en milagros en sentido estricto. Pero tampoco eso quiere decir que estos hechos sean inventados por los autores sagrados o artificialmente atribuidos a Dios. Se trata más bien de otra cosa. Las plagas son intervenciones reales de Dios. Pero no teatrales. Forman parte de su providencia ordinaria. Lo cual es muy iluminador para nosotros. Porque también aquí, como en el tema de la acción de Dios y la libertad del hombre, tendemos a separar y a contraponer. Parece que si son fenómenos naturales, originados según determinadas leyes físicas, ahí Dios no interviene.
“Dijo Adonay a Moisés: "Todavía traeré una plaga más sobre Faraón y sobre Egipto; tras de lo cual os dejará marchar de aquí y cuando, por fin, os deje salir del país, él mismo os expulsará de aquí”[21]. Ésta es la marca divisoria que encontramos en esta parte de la historia. En un lado de ese versículo tenemos la serie de nueve plagas, hechos de Dios en los cuales no hubo ninguna salvación: Nueve plagas pero ninguna liberación. Y en el otro lado del versículo tenemos la décima plaga trayendo la liberación del pueblo de Dios de la tierra de Egipto.
Esta es la división del pasaje, pero plantea dos preguntas. La primera es: ¿Por qué las plagas? No solo fue que las nueve plagas no salvaron al pueblo, sino que desde el principio Dios sabía que no lo harían: “Cuando vuelvas a Egipto, harás delante de Faraón todos los prodigios que yo he puesto en tu mano; yo, por mi parte, endureceré su corazón, y no dejará salir al pueblo”[22]. ¿Por qué el Dios Redentor, dispuesto a liberar a su pueblo, gastó todo este tiempo realizando actos que Él sabía no lo liberarían?
La segunda pregunta es: ¿Por qué la pascua? Dios anunció que la décima plaga traería la liberación para Israel[23]. Él dijo que Faraón estaría tan impactado por este acto final de juicio que no solo le permitiría al pueblo ir sino que insistiría en que ellos se fueran. Entonces, si la décima plaga iba a provocar la liberación, ¿cuál era la necesidad de la Pascua?
a. Nuestra primera pregunta es: ¿Por qué las plagas?
La respuesta parece ser que Dios no pronunciará y ejecutará juicio sin haber ido al límite poniendo ante el pecador la evidencia contra él, y haciendo toda apelación posible al arrepentimiento y la obediencia. Las plagas son una parte de la doctrina bíblica de la justicia de Dios, quien no condenará sin evidencia y no juzgará sin dar al acusado toda oportunidad de conocer su gloria, de responder a sus caminos y venir a Él en arrepentimiento y fe. Es porque nosotros somos confrontados por la justicia de Dios que la historia de las nueve plagas es citada con referencias al corazón de Faraón. Es como si Moisés, escribiendo esta gran historia, estuviera todo el tiempo ansioso de hacernos saber lo que estaba sucediendo en el lugar secreto.
Todo esto fue diseñado para traer al pecador a un camino mejor, pero, ¿estaba respondiendo él a las advertencias de Dios? Evidentemente, no era así, sino que el corazón de Faraón es mencionado una y otra vez, para que podamos ver el progreso de la obra divina. En toda la narración del Éxodo, del capítulo 4 al 14 hay veinte referencias al corazón de Faraón; así Dios nos permite ver que todo lo que sucedió fue una apelación a un corazón que permanecía obstinado, rehusando la apelación de Dios y yendo a su propia destrucción.
Sin embargo, puede ser que otra pregunta esté surgiendo en la mente del lector: ¿No hemos oído desde el principio que Dios iba a endurecer el corazón de Faraón? En tal caso, ¿qué oportunidad tenía el pobre hombre? Los dados parecen haber estado cargados contra él desde la misma partida. ¿No parece que antes de que se le hiciera apelación alguna, se hacía imposible para él responder a esa apelación? Solo podemos responder esta pregunta y apreciar la doctrina de la justicia de Dios tratando de entender más sobre la materia del corazón de Faraón.
Las referencias aparecen en tres secciones: Hay versículos que hablan de acciones divinas, como: “...endureceré su corazón”[24]; versículos que describen un estado o condición, como: “...y el corazón de Faraón se endureció”[25]; y en tercer lugar, versículos que describen acciones humanas: “Pero el corazón de Faraón se endureció”[26]. Esta es la evidencia puesta ante nosotros. El primer grupo, referido a acciones divinas, tiene siete referencias; el segundo, describiendo un estado de cosas, tiene seis referencias; y el tercero, que trata de reacciones humanas, tiene cuatro referencias. Creo que nosotros lo entenderíamos un poco mejor si lo consideramos bajo tres títulos:
1) El Señor usa medios para lograr un propósito.
Por consiguiente, cuando el Señor dice que endurecerá el corazón de Faraón, la implicación es que él hará uso de medios para provocar esa situación. Cuando, por ejemplo, él habla de sí mismo como el Señor “...que hago la felicidad y creo la desgracia”[27], ya nos ha dicho cómo crea el estrago y la calamidad. Él levanta a los conquistadores en el mundo. Él usa medios para lograr su propósito. Ahora, los medios de endurecer el corazón, en la providencia de Dios, consisten en que el corazón y la voluntad del hombre son enfrentados con la verdad de Dios y llegan a endurecerse cuando rechazan la apelación.
Hubo un momento cuando Faraón comprendió que sus magos no podían ayudarlo, sino solo aumentar su problema agregando más ranas a las muchas que ya había allí, y llamó a Moisés y Aarón, pidiéndoles que intercedieran a favor de él ante el Señor[28]. Él reconoció a Dios. Aun más, él probó a Dios, porque fue invitado a fijar el tiempo cuando ello debía pasar. Así lo hizo, y vio que Dios respondió las oraciones de Moisés para levantar la plaga. Cuando Faraón vio su error, empezó a comprender la verdad y tuvo ante él una prueba positiva del poder de Dios, pero a pesar de todo eso, él se negó a la apelación de la verdad y entonces endureció su corazón.
Al final de otra plaga se nos dice: “Cuando el Faraón vio que había cesado la lluvia, y también el granizo y los truenos, volvió a pecar endureciendo su corazón... Se endureció el corazón del Faraón…”[29]. Así que fue la acción del hombre que produjo el estado consecuente: él endureció su corazón, y su corazón fue endurecido.
2) El Señor determina el resultado.
“…endureceré su corazón”, dijo Dios. Esto significa que cuando el Señor recurre a un medio en procura de un fin, entonces su poder providencial obra para lograr tal propósito. Pero significa algo más que eso. Significa que el Señor, en su justo gobierno del mundo, revisa el alma de cada hombre para determinar cuánto tiempo durará el periodo de prueba y cuándo acabará. Por consiguiente, cuando él dijo a Moisés: “…endureceré su corazón”, estaba hablando a la luz de su propia determinación y presciencia. Estaba diciendo a Moisés: “Yo te estoy enviando a la tierra de Egipto en un momento de crisis, a un punto sin retorno. Faraón ha tenido ahora toda la soga que yo he preparado para darle, y tú estás entrando en Egipto en el momento en que él se colgará a sí mismo”.
El Señor determina el momento en que vendrá el fin. Vemos esto en su aplicación general cuando pensamos en la declaración bíblica que “…está establecido que muramos una vez…”[30]. Ese es el punto sin retorno; no hay una oferta extra del evangelio ni una oportunidad extra de arrepentimiento después de eso. Esto es verdad para cada individuo. También lo vemos en la historia del hombre. En el momento de la caída, Dios determinó que todo descendiente de Adán estaría involucrado en el asunto del pecado y que de ese momento en adelante sería imposible para el hombre volver a Dios mediante sus propios recursos. Todos los miembros de la raza estuvieron “muertos por vuestros delitos y pecados”[31].
Podemos ver esto una y otra vez en relación al pecado en nuestras propias vidas. A veces Dios nos permite seguir en algún pecado, rehusando oír sus llamadas al arrepentimiento, hasta que llega el tiempo cuando termina el periodo de prueba y nos permite ser cautivados con ese hábito de pecar. Esto debe advertirnos con gran solemnidad a mantener cuentas cortas con Dios, viviendo en un espíritu de abandonar al pecado y regresar a Él en arrepentimiento, para que no nos encontremos súbitamente con que el periodo de prueba acabó. Qué tragedia es aun para aquellos salvados para toda la eternidad tener que ir a la presencia de Dios para enfrentar su juicio por un pecado que nos negamos a abandonar. Él determina el tiempo en que finaliza el periodo de prueba.
3) Él preside con determinación en todo el proceso.
Dijo Adonay a Moisés: “Ve a Faraón, porque he endurecido su corazón y el corazón de sus siervos, para obrar estas señales mías en medio de ellos; y para que puedas contar a tu hijo, y al hijo de tu hijo, cómo me divertí con Egipto y las señales que realicé entre ellos, y sepáis que yo soy Adonay”[32]. Dios mantiene al pecador en un estado de impenitencia para poder multiplicar ante los ojos de éste la gracia y la gloria de Dios, agregando demanda sobre demanda, hasta que al pecador es concedida la gracia del arrepentimiento o hasta que llega el momento cuando esa gracia es retirada.
Haciendo esto, Dios despliega su gloria para su alabanza entre su propio pueblo. Es todo hecho determinadamente para la alabanza y la vindicación de su majestad. Esta es, entonces, la razón para las nueve plagas: Que a través de ellas Dios puede demostrar que en la condenación del pecador, Él es de justicia intachable. Ningún dedo acusador puede ser dirigido a Él. ¿Les dio él a conocer sus caminos? ¡Sí! ¿Le dio a cada uno oportunidad para arrepentirse y volver? ¡Sí! ¿Por qué entonces ellos son derribados? Porque escogieron el camino de condenación. Dios se vindica a sí mismo en su juicio del impío.
b. Ahora hacemos la segunda pregunta: ¿Por qué la Pascua?
Parece que Dios había logrado lo que él se había propuesto hacer mediante la décima plaga. Dice Dios: “Dijo Adonay a Moisés: “Todavía traeré una plaga más sobre Faraón y sobre Egipto; tras de lo cual os dejará marchar de aquí y cuando, por fin, os deje salir del país, él mismo os expulsará de aquí”[33]. Si esa gran empresa divina para liberar al pueblo fuese lograda por la décima plaga, ¿por qué necesitaron la Pascua?
La décima plaga fue un acto deliberado de Dios en juicio final. “Moisés dijo: "Así dice Adonay: hacia media noche pasaré yo a través de Egipto...”[34]. No hubo ahora un ondear de la vara de Dios. Por primera vez, Él toma el juicio en sus propias manos, diciendo: “Yo saldré en juicio y ese juicio vendrá sobre todos por igual”. La importancia no salvará a nadie, el primogénito de Faraón morirá. La no importancia no excusará a nadie, “el primogénito de la esclava encargada de moler, así como todo primer nacido del ganado”, lo más bajo de lo bajo, también morirá. La divinidad no será ninguna protección, “así como todo primer nacido del ganado”, aun los toros sagrados de Apis y las vacas de Hathor, será abatido. Todavía en este contexto, “para que sepáis cómo Adonay hace distinción entre Egipto e Israel”[35]. Esta diferencia no fue una dispensa del juicio, sino liberación por sustitución.
Previamente, el Señor había hecho una diferencia, cuando hubo oscuridad sobre la tierra entera: “mientras que todos los israelitas tenían luz en sus moradas”[36]. Esa fue una diferencia de misericordia. Sin embargo, ahora que venía el tiempo de juicio del pecado, Él no podía excusar a los israelitas, porque ellos también eran pecadores. Cuando Moisés vino a ellos, también rechazaron la palabra y el camino de Dios. Por consiguiente, si el Señor hubiera simplemente trazado una línea demarcatoria, no habría sido justo, pues si condenó en justicia a los pecadores a su mano izquierda, habría sido injusto si hubiese excusado a su pueblo pecador a su diestra.
La diferencia esta vez no debe ser por consiguiente un límite territorial, ni una distinción nacional basada en la diferencia étnica o la herencia tradicional. Fue de hecho una diferencia entre casas que fueron marcadas con sangre y casas que no lo fueron. Esto explica la necesidad de la Pascua. Dios debe ser justo cuando salva al pecador, y por eso él hizo el extraño decreto: “El día diez de este mes tomará cada uno para sí una res de ganado menor por familia”[37]. A los ojos del hombre, ésta puede parecer una fantástica insignificancia. ¿Qué tiene que ver un cordero con nuestra esclavitud? ¿Qué relación tiene el tomar un cordero con la injusticia y falta de privilegio que implica nuestra esclavitud?
El lamento de los oprimidos de todas las edades pudo subir con aquellos oprimidos en la tierra de Egipto, preguntando: “¿Qué relación tiene el tomar un cordero con nuestra situación de desesperada necesidad?”. La respuesta es que el Cordero es el camino de Dios. Es la provisión fundamental; es el único camino de libertad y justicia; es la única esperanza de una sociedad perfecta, “Toma un cordero”.
Esta es la manera de Dios de ser justo y aun el justificador de aquel que cree. Él no puede excusar al pecador, pero puede, y le provee, una expiación perfecta. En relación a esto, hay cuatro cosas que podemos considerar con respecto a la pascua.
1) El cordero.
Al leer las instrucciones dadas a los israelitas en 12.3-6, descubrimos varios factores en relación a este cordero escogido deliberadamente:
a) Número.
El cordero tenía que ser equiparado al número así como a las necesidades del pueblo de Dios. Había que hacer un recuento de las personas. “...tomará cada uno para sí una res de ganado menor por familia, una res de ganado menor por casa”. En esta materia, actuaron en familias. Sin embargo, si la familia era demasiado pequeña para un cordero, entonces los vecinos inmediatos compartirían el cordero, “según el número de las personas”[38]. El cordero debía igualar el número del pueblo de Dios. Si en una casa dada el cordero más pequeño que podría seleccionarse fuera demasiado para ellos, entonces debían compartir con sus vecinos inmediatos. El cordero debía igualar al pueblo de Dios en relación a su número.
b) Necesidades.
También había que considerar la capacidad: “conforme a lo que cada cual pueda comer”. El pueblo de Dios no solo sería representado en este cordero en su número, sino en sus necesidades. Dios mira a su pueblo en su totalidad y en su individualidad, así que cuando fuese seleccionado un cordero, tenían que ser considerados el número y la necesidad de cada persona. El cordero debe equipararse con el número y las necesidades del pueblo de Dios.
c) Los requisitos de Dios.
El cordero también debe reunir los requisitos del propio Dios: “El animal será sin defecto”[39]. La palabra hebrea es una afirmación gloriosa. Significa que ante el ojo discernidor de Dios no debía haber nada que pudiera causar ofensa. El cordero debe ser perfecto a los ojos de Dios, para que no solo represente el número y las necesidades del pueblo, sino también los requisitos del propio Dios.
No había que apresurarse, ni tomar un cordero al azar, sino que debía hacerse una cuidadosa elección. “No abandones el asunto hasta que lo necesites”, dijo Dios, “Lo escogeréis entre los corderos o los cabritos. Lo guardaréis hasta el día catorce de este mes; y toda la asamblea de la comunidad de los israelitas lo inmolará entre dos luces”[40]. Este cordero, entonces, era igual al pueblo de Dios, era igual a los requisitos de Dios y estaba reservado para su día y hora señalados.
2) La sangre del cordero.
El pueblo tenía que tomar este cordero y matarlo. Simplemente así ¡matarlo! Cuando ellos lo mataran, tenían que tomar la evidencia de la muerte, la sangre. Cuando la sangre corría por el cuchillo dirían: La vida se está yendo, la vida está terminando en muerte. Era una escena dramática. Debían recibir esa sangre en una cubeta, y entonces tomar esa positiva prueba de que una muerte había tenido lugar y pintar el contorno de las puertas.
En el dintel de la puerta y en los postes laterales debían pintar esta evidencia, para que todo el que viera esa casa dijera que había sido visitada por la muerte. Cada padre de familia, preocupado por sus amados, realizaría este rito cuidadosamente, asegurándose que la evidencia de la muerte fuera vista en su puerta y que toda la familia, hijos e hijas, la madre con su bebé en brazos, estuviera segura adentro bajo el resguardo de esa sangre. Con respecto a esa sangre:
a) Dios es satisfecho (12.13).
La sangre satisface a Dios. No dice: “Cuando te vea, pasaré de ti”, porque eso sería favoritismo y traería descrédito al justo nombre de Dios. Lo que dice es: “Cuando yo vea la sangre pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora cuando yo hiera el país de Egipto”. Todos ellos estaban en la presencia de un Dios aborrecedor del pecado que detendría sus juicios sólo donde viera que la muerte ya había tenido lugar. “Cuando yo vea la sangre...”. Hubo algo en esa sangre que satisfizo a Dios.
El primer efecto de su evidencia era hacia el propio Dios y tan poderosamente lo afectó que su ira desapareció y dio lugar a la paz. Era como si Él dijera: “Ahora estoy satisfecho en relación a ti y no hay lugar para la ira”. Cuando un Dios airado se reconcilia y acepta a un pecador como yo, eso es lo que involucra la frase: “...estaba Dios reconciliando al mundo consigo”[41]. La otra palabra de la Biblia que se usa para expresar la satisfacción de Dios es “propiciación”. La preciosa sangre alcanza a Dios y lo hace propicio, permitiéndole en justicia cambiar su ira en aceptación.
b) El pueblo de Dios es asegurado.
Este es el otro lado de la misma verdad: “…pero al ver la sangre en el dintel y en las dos jambas, Adonay pasará de largo por aquella puerta y no permitirá que el Exterminador entre en vuestras casas para herir”[42]. El Exterminador no podía tocar al pueblo de Dios porque Dios estaba satisfecho acerca de ellos. Note en qué residía su seguridad: “Yo golpearé con violencia a los egipcios” dice Dios, pero Él no equilibra eso diciendo que perdonaría a los israelitas. La nacionalidad había dejado de importar. El linaje había dejado de tener algún valor.
Ahora, nada importaba sino el que ellos habían tomado resguardo en un lugar donde la sangre había sido vertida y estaban tan seguros y libres de daño que el juicio no les tocaba. Con juicio a su alrededor, los israelitas no solo estaban seguros, sino que realmente estaban festejando. Este fue el resultado de aceptar la palabra de Dios. Dios les había dicho que mataran el cordero. Dios les había dicho que tomaran la evidencia y pintaran los bordes de la puerta. Dios les había dicho que se refugiaran allí. Ellos habían obedecido a su palabra y por esta simplicidad de fe en sus promesas de salvación estaban a cubierto de todo mal.
c) La salvación es por sustitución.
Venimos ahora a la tercera gran palabra que explica el secreto de la asombrosa eficacia de la sangre derramada. Es la sustitución. En estas palabras está la esencia de nuestra salvación: Propiciación, reconciliación y sustitución. Nosotros vemos la ilustración de ello aquí en Éxodo, pero esto está en armonía completa con el Nuevo Testamento. Lo que Dios hizo por su pueblo en Egipto es lo que Él siempre ha hecho hasta este momento, y esto es salvar al pecador por medio de uno señalado para morir en su lugar. La salvación solo puede ser por sustitución.
“Levantóse Faraón aquella noche, con todos sus servidores y todos los egipcios; y hubo grande alarido en Egipto, porque no había casa donde no hubiese un muerto”[43]. ¡Escuchen ese clamor! En toda la tierra de Egipto hay un lamento cual nunca hubo antes, porque el luto había entrado en una casa tras otra. Pero agudiza más tu oído, porque hay otro lamento en esa tierra: El grito de triunfo y la canción de fiesta de ellos. En sus casas hay también uno que ha muerto, porque el cordero ha muerto en las casas de Israel. El pueblo está seguro porque la muerte ha tenido lugar. Allí en cada casa, tan dramática y vivamente como en cualquier casa egipcia, hay un cadáver, hay la evidencia del juicio justo de Dios.
Podemos objetar que en las casas egipcias la terrible evidencia del juicio divino consistía en la muerte de solo una persona, el primogénito. La paridad de razonamiento podría sugerir que la muerte del cordero habría traído también liberación solo al primogénito en casas de los israelitas. Sin embargo, lo que Dios tenía en mente antes de venir la noche se encuentra en sus palabras: “Cuando vuelvas a Egipto, harás delante de Faraón todos los prodigios que yo he puesto en tu mano; yo, por mi parte, endureceré su corazón, y no dejará salir al pueblo. Y dirás a Faraón: Así dice Adonay: Israel es mi hijo, mi primogénito”[44]. Así, mientras es verdad que el cordero murió por el primogénito, lo que Dios tenía en vista era todo su pueblo como su primogénito. En esto vemos cuán importante era contar el número y las necesidades del pueblo de Dios. Cada cordero tenía que ser cuidadosa y especialmente escogido, porque cada miembro del pueblo de Dios sería representado en Él y sustituido por Él. El cordero muere por el pueblo de Dios: La salvación es por sustitución.
3) La fiesta del cordero.
No era solo que la sangre del cordero resguardara al pueblo de Dios, sino también que su cuerpo iba a proveerles una fiesta. En esta conexión hay dos verdades importantes que es necesario subrayar. La primera aparece al final del capítulo: “Se ha de comer dentro de casa; no sacaréis fuera de casa nada de carne...”[45]. El cordero solo puede disfrutarse donde la sangre ha sido vertida. Esto es de gran significación. El cordero es una fiesta solo para aquellos que están protegidos bajo la sangre. No hay ninguna otra forma en la cual los hombres puedan participar de las bendiciones del Cordero de Dios sino por la sangre de su cruz.
La segunda verdad es que donde el cordero es disfrutado, ese cordero es de total suficiencia para el pueblo de Dios. No solo sus cabezas fueron numeradas cuando el cordero fue escogido, también lo fueron sus apetitos; todas sus necesidades fueron representadas allí. La provisión de Dios era tal que todas las personas que estaban seguras por la sangre del cordero también podían venir a festejar en torno a ese mismo cordero, sabiendo que todas sus necesidades estaban provistas en ese sacrificio. En la fiesta en el Cordero de Dios está lo que satisface totalmente la necesidad de cada pecador salvado. Ninguna persona redimida es enviada lejos, vacía o hambrienta, porque toda la fiesta es en torno al Cordero.
4) La vida del cordero.
Esos que disfrutaron esta fiesta debían hacerlo de una manera particular: “Así lo habéis de comer: ceñidas vuestras cinturas, calzados vuestros pies, y el bastón en vuestra mano; y lo comeréis de prisa”[46]. Era una fiesta nocturna, pero ellos estaban vestidos para la mañana: Era una fiesta nocturna, pero no era una cena, sino un desayuno. Lo comieron por la noche pero lo comieron en preparación para el nuevo día: No era una preparación para dormir, sino un preliminar para la peregrinación. Cuando compartieron la fiesta, ellos se comprometieron para una peregrinación.
Ellos comieron como los que eran preparados para la acción; comieron como aquellos que se comprometieron para ir caminando con Dios; lo comieron como aquellos sobre los cuales había una urgencia para empezar en seguida. Sus lomos se ciñeron para la acción, su calzado y su bordón eran símbolos de su peregrinación, y la urgencia y prisa de su forma de comer sugerían que estaban bajo el apremio de empezar en seguida. El comer del Cordero de Dios compromete al pueblo de Dios a un cierto estilo de vida.
D. ¡Libres!
Ya hemos visto cómo una de las claves de todo el libro del Éxodo es que el pueblo es liberado para servir al Señor. Pues bien, ahora por primera vez el pueblo puede servir al Señor[47] dándole culto en la liturgia y sirviéndole con toda su vida. Solo cuando el pueblo llega a ser libre puede realmente servir a su Dios. Solo el que es verdaderamente libre de la esclavitud del pecado puede servir al Señor; solo él puede agradarle de veras, solo él puede amarle con todo el corazón y con todas las fuerzas[48], solo él puede darle un culto que no sea vacío[49].
Ha sido el Señor solo, con su “mano fuerte”, su brazo potente[50] el que ha liberado a Israel. Por consiguiente, se ha convertido en su Señor y a Israel corresponde servirle. El culto es el reconocimiento de la soberanía de Dios y expresión gozosa de la pertenencia a Él. En el culto vivido “en espíritu y en verdad”[51] encuentra el hombre su verdadero lugar de criatura y experimenta agradecido su condición de beneficiario de los dones de Dios.
Por todo ello, la liturgia es una fiesta. Repetidas veces se habla de “festejar”[52], celebrar una fiesta. La liturgia es una fiesta, pues es celebrar el acontecimiento de la liberación, es un momento de gozo intenso pues es festejar al Dios que hace a Israel el don de la libertad. La liturgia vivida con pleno sentido es gozosa y es fuente de gozo.
También se habla de “sacrificio”[53], de “sacrificar”[54]. La Pascua es un sacrificio que se ofrece, una víctima que se inmola, una comida que se comparte. El rito del sacrificio expresa la soberanía absoluta de Dios y su bondad. La comida de comunión le da su pleno significado: La unión de los participantes con Dios y la unión entre ellos a través de la víctima agradable a Dios.
Los cristianos participamos recordando el sacrificio de Cristo cada vez que compartimos el pan y tomamos el jugo de uvas en la Cena del Señor. “…la expiación por la vida, con la sangre se hace”[55], “y sin derramamiento de sangre no hay perdón”[56]. Hemos sido comprados para Dios con la Sangre del Cordero[57]. La sangre es nuestro precio. La Sangre de Cristo es nuestra redención. Bebiéndola, entramos en comunión con Él[58]. Ella es nuestro distintivo. Verdaderamente, la sangre de Cristo es nuestra señal.
Lo que parece ser una fiesta agrícola que los israelitas adoptaron después de hacerse sedentarios también es celebrado en referencia a la liberación de Egipto[59] de la cual es “una señal”[60]: El hecho de la liberación de Egipto, la gracia divina de la salvación, debe estar siempre presente a todo israelita, que de Él es beneficiario, como si lo tuviese esculpido en sus manos y como si lo encontrase siempre ante sus ojos. Del mismo modo, debe tener siempre como en la boca, en el espíritu y en el corazón, la enseñanza que procede de este acontecimiento decisivo y lo prolonga, la cual se convierte en regla para observar siempre y en aniversario para celebrar[61].
1. La salida de Egipto.
“Los israelitas salieron...”[62] Tenemos además una clave: “Adonay iba al frente de ellos”[63]. La salida de Egipto, después de tantas dificultades y obstáculos, va a ser obra enteramente suya. El Señor camina con ellos; más aún, dirige las operaciones. Su presencia guiadora es real y, sin embargo, misteriosa, incomprensible: esto es lo que simboliza la nube. Y esta presencia los acompaña de día y de noche, es decir, siempre: la totalidad del Camino y de la vida de este pueblo, con todas sus peripecias, se realiza bajo la guía de esta nube, de esta presencia invisible.
Como en todos los acontecimientos anteriores la palabra del Señor da las instrucciones sobre lo porvenir, con todo detalle y precisión. La palabra de Dios dirige la historia.
Esta palabra nos asoma al designio de Dios. Nos indica que aún aparecerán dificultades. Pero ya hemos comprobado ampliamente que su palabra se cumple siempre y que su designio es irrevocable. “Adonay hace anular el consejo de las gentes, y él hace anular las maquinaciones de los pueblos. El consejo de Adonay permanecerá para siempre; los pensamientos de su corazón, por generación y generación”[64].
Podemos mirar las dificultades con serenidad: Dios las conoce, las tiene previstas, forman parte de su plan; más aún, nos dice su sentido: “Manifestaré mi gloria a costa del Faraón y de todo su ejército”. Todos los obstáculos para que se realice el plan de Dios en realidad son permitidos en función de esto: Para que Dios manifieste más nítidamente su gloria, para que se ponga más de relieve quién es Él y cuán grande es su poder salvador, su bondad, su sabiduría. Encontramos un eco de esta afirmación en las palabras de Jesús a propósito del ciego de nacimiento: “Ni éste pecó, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él”[65].
2. Fin del Faraón.
Una vez situados en el plan de Dios, el autor sagrado continúa el relato del Éxodo. Y lo hace presentando una dificultad para la realización de este plan que parece ser definitiva. El texto se detiene ampliamente a considerar el alcance de la oposición que plantea el Faraón: “Tomó seiscientos carros escogidos y todos los carros de Egipto, montados por sus combatientes”[66] “Los egipcios los persiguieron: todos los caballos, los carros de Faraón, con la gente de los carros y su ejército...”[67].
Hasta ahora el Faraón había respondido con su palabra, con sus órdenes; ahora responde con su ejército, desplegando todo su poder militar; más aún interviene él mismo en persona[68].
Es importante resaltar este aspecto: Precisamente cuando Dios ha empezado a actuar de manera decisiva, el Faraón pone en juego todo su poder para poner en jaque al pueblo de Dios. Es algo que contemplamos en toda la historia de la salvación. Lo vemos también en la vida de Cristo: Justo en el momento de realizar la redención de la humanidad, Jesús exclama: “…mas esta es vuestra hora, y la potestad de la tinieblas”[69]. Lo vemos en el Revelación, que pone de relieve el combate entre Cristo y Satanás, el adversario de Dios y de sus planes. Lo vemos en la historia de la Iglesia, pues cada vez que surge un verdadero santo, un hombre de Dios, todos los poderes del infierno se desatan contra él para impedir que se realicen los planes de Dios. Es ésta precisamente la razón última de las persecuciones.
Finalmente leemos: “…y les dieron alcance mientras acampaban junto al mar”[70]. Conviene caer bien en la cuenta de la situación: Los israelitas se encuentran encerrados, sin salida, entre el enorme ejército del Faraón que viene en su persecución y el mar que les cierra el paso. La situación es ciertamente desesperada, sin salida... En este sentido tienen razón los israelitas cuando exclaman: “¿Acaso no había sepulturas en Egipto para que nos hayas traído a morir en el desierto?”[71]. En este sentido son realistas: Humanamente hablando no hay solución, la única perspectiva es la muerte.
En esta situación reniegan de haber hecho caso a Moisés y haber salido de Egipto. Por eso le echan en cara: “¿Qué has hecho con nosotros sacándonos de Egipto? ¿No te dijimos claramente en Egipto: Déjanos en paz, queremos servir a los egipcios?”[72]. Se sienten defraudados, engañados. Por otra parte, el pueblo que clamaba por su liberación ahora prefiere la esclavitud; aún habiendo experimentado que la esclavitud era peor que la muerte, la situación desesperada les hace exclamar: “Porque mejor nos es servir a los egipcios que morir en el desierto”. La falta de esperanza conduce a la esclavitud e impide ser libres.
La historia se repite. Cuando Dios interviene las cosas parecen ir a peor. Pero es que al Señor le agradan las situaciones-límite. Le gusta que el hombre compruebe por experiencia sus límites, su incapacidad, su nada de criatura. Solo entonces puede percibirse que la obra es suya, que quien salva es Él. Pero ¡cuidado!: Si en esas situaciones-límite es donde Dios más visiblemente manifiesta su gloria, también en ellas es más grande que nunca el peligro de volver atrás, de volver a Egipto; ante esa situación que se experimenta como muerte es fuerte la tentación de tornar a la esclavitud con tal de vivir en paz.
Sobre todo, contrasta la postura del pueblo con la de Moisés[73]. Parece que estuvieran contemplando situaciones distintas y sin embargo la escena que está ante sus ojos es la misma. Estaríamos tentados de considerar a Moisés un iluso y acusarle de poco realista si no fuera porque el narrador nos ha situado de antemano en el plan de Dios[74]. Pues bien, en ese plan de Dios se encuentra situado Moisés, hasta el punto de que ve la salvación como ya realizada. Parece como si estuviera ya en la otra orilla.
¿Cuál es, por tanto, la diferencia entre Moisés y el pueblo? Una sola, pero decisiva. Mientras el pueblo se queda en Moisés, y por eso le acusan de haberles sacado de Egipto y traído a morir en el desierto, Moisés cuenta con la presencia, invisible pero todopoderosa, del Señor: “Adonay peleará por vosotros, que vosotros no tendréis que preocuparos”[75]. Mientras el pueblo está “viendo” solo a los egipcios[76], Moisés “ve” la salvación que el Señor está a punto de realizar: “…veréis la salvación que Adonay os otorgará en este día, pues los egipcios que ahora veis no lo volveréis a ver nunca jamás”[77]. La grandeza de Moisés está en que “ve” de antemano lo que el pueblo solo verá después de realizarse[78]. En consecuencia, mientras los israelitas “temieron mucho”[79], Moisés está tranquilo: “No temáis, estad firmes”[80].
Atinadísimamente, aludiendo a este pasaje, el escritor de la carta a los Hebreos comenta: “Por la fe (Moisés) dejó a Egipto, no temiendo la ira del rey, porque se sostuvo como viendo al Invisible”[81]. Nos ha dado así la clave última de la postura de Moisés: “Como viendo al Invisible”. Moisés aparece así como el hombre de la fe. Dios permanece invisible a los ojos humanos; pero la verdadera fe, cuando es intensa “casi” le ve, detecta su presencia, percibe su acción. Es esta fe la que causa la firmeza de Moisés y le libra del miedo. Es esta fe la que sostiene su esperanza y la proyecta hacia el futuro. Es esta fe la que le lleva a vencer las dificultades: “…y ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe”[82].
Moisés, que tantas dudas y vacilaciones había experimentado, es ahora el hombre de la fe. Dios le ha ido preparando por medio de pruebas y dificultades, por medio de señales y prodigios, para guiar al pueblo en nombre suyo. Ahora es el hombre de la fe, y gracias a esa fe se produce el milagro del Éxodo: Un milagro que realiza el Señor, pero que es hecho posible por la fe de Moisés.
Y ahí brilla también el “realismo” de Moisés. Vistas las cosas superficialmente el pueblo parecía realista, Moisés parecía ingenuo. Ahora vemos que Moisés tenía razón: Los hechos se la han dado. Vemos que Moisés era realista y el pueblo no; en efecto, el pueblo veía con lucidez las dificultades, pero nada más, y ellas le conducían a la desesperanza total; Moisés, en cambio, veía ante todo a Dios, y las dificultades desde Él, desde su presencia protectora y todopoderosa. En consecuencia, Moisés era el realista, pues veía la realidad total. Y gracias a ese realismo se produce el milagro de la liberación. En cambio, el “realismo” del pueblo solo habría conducido a la muerte y al fracaso, en el mejor de los casos, en un volver a Egipto, a la esclavitud, a una opresión probablemente más dura que la anterior.
Una vez más es la palabra del Señor la que pone la historia en marcha[83]. Son sus imperativos eficaces: “di a los israelitas... alza tu cayado, extiende tu mano... divide el mar…”; los que desencadenan la acción. La iniciativa de la salvación permanece suya de principio a fin. Y es su palabra la que da a conocer esta iniciativa y la realiza, la que da a conocer su plan y lo realiza. Una palabra eficaz.
Dios es así el protagonista de esta obra de salvación. Ya le habíamos visto ponerse “al frente” de su pueblo[84] como pastor, como jefe. Ahora, en el momento crítico y decisivo, se nos repite: “Se puso en marcha el Ángel de Adonay que iba al frente del ejército de Israel”[85]. Y lo mismo simboliza la columna de nube. Más aún, se coloca entre los egipcios y los israelitas[86], como para impedir a Israel volver a Egipto, a la esclavitud[87]. El Señor no abandona a su pueblo, lo guía y lo conduce siempre, especialmente en los momentos más críticos, aunque su presencia siga siendo invisible.
De este modo, el pueblo pasa de la muerte a la vida. Se supera de la situación en que se encontraban y que ellos mismos consideraban de muerte inevitable[88]. Dios ha creado, literalmente, a su pueblo. No solo lo ha arrancado de la esclavitud: Lo ha sacado de la muerte, de la muerte inevitable, de la nada, de una situación humanamente insuperable.
Israel surge del fondo del mar. Sale de la muerte. La salvación del pueblo de Dios es verdadera creación, nueva creación. El Éxodo ha sido un acto del Dios Creador. Israel ha sido creado como pueblo de Dios, ha pasado de la muerte a la vida.
Esta dinámica de muerte-vida aparece también en el símbolo de las aguas: Aguas a derecha e izquierda es símbolo de situación agobiante, de amenaza de muerte. Y aparece también en el simbolismo tinieblas-luz. El aspecto de creación aparece apuntado también por diversas conexiones de vocabulario con el relato de la creación[89].
Pues bien, una consecuencia de esta creación es la nueva actitud del pueblo de Israel, que pasa del miedo al gozo jubiloso. Los mismos de quienes se nos había dicho que “temieron mucho”, ayudados por la palabra y la fe de Moisés que les exhorta a “no temer”, son los que finalmente “temieron al Señor”. Y como consecuencia prorrumpen en cantos de júbilo y de victoria. Una vez más comprobamos que la fe en el Señor y en su palabra libera del miedo a la muerte, de la tristeza, de la desesperanza. Y todo ello gracias a la intervención del mediador.
Las palabras de los egipcios: “Adonay pelea por ellos”[90] son un verdadero acto de fe, y muestran que se cumple la palabra de Moisés y la del mismo Dios[91]. Por fin los egipcios reconocen que Dios es el Señor, el único Señor. Lo reconocen forzados por los hechos, por la realidad que se les impone. Pero ya es demasiado tarde, sus oportunidades de conversión han terminado y el juicio de Dios se cierne sobre ellos implacable. Solo ahora comprendemos toda la gravedad del endurecimiento del corazón.
El capítulo 15 es un cántico triunfal, un canto que brota de la fe y de la experiencia “en propia carne” de la acción del Señor. Es el canto de los nuevos nacidos, de los que palpaban la angustia de la muerte y ahora experimentan la dicha de la vida. Es un canto de gozo exultante por la victoria. Es un canto al Señor de las victorias, que es “un guerrero”[92]. Es un canto de admiración ante el Señor y ante sus obras: “¿Quién como tú, Adonay...?”[93].
Toda la atención queda acaparada por el Señor, que con esta acción increíble, insospechada, ha manifestado su gloria, más aún, “se cubrió de gloria”[94]. Todo, el enemigo, las dificultades, el pasado, el reto del futuro, todo se desvanece ante la figura sublime y majestuosa del Señor. Incluso las difíciles etapas del camino aún por realizar, el desierto, la conquista de la tierra, se ven ya como un hecho[95] ante esta acción fulgurante del Señor. El es Señor y reinará por siempre jamás.
El pueblo canta, alaba. La salvación no es una teoría. Es una realidad, y una realidad experimentada. El que se experimenta alcanzando por la salvación de Dios desborda de gozo y de gratitud. Si la alegría y la alabanza no brillan en nuestra vida, deberemos preguntarnos si la salvación ha entrado en nosotros. Pues la acción de Dios en el mar Rojo es poca cosa al lado de la resurrección del Señor, y la liberación de la esclavitud de Egipto es sombra en comparación con los bienes que nos ha aportado la redención de Cristo.
[1] Éxodo 7.16, 26; 8.4, 16,23; 9.1, 13; 10.3, 24. La Toráh
[2] Éxodo 10.26; 12.25-26; 13.5.
[3] Deuteronomio 6.13; 10.13, 20; 28.47-48.
[4] Éxodo 3.20; 4.21; 7.3.
[5] Éxodo 7.17; 8.6.
[6] Éxodo 9.18, 24; 10.6, 14,23.
[7] Éxodo 8.6; 9.14.
[8] Éxodo 7.5; 9.3.
[9] Éxodo 6.7.
[10] Éxodo 7.5.
[11] 1 Corintios 2.4.
[12] Éxodo 9.20.
[13] Éxodo 8.15. Ibid
[14] Éxodo 10.23b.
[15] Éxodo 11.8, 10.
[16] Éxodo 11.6. Ibid
[17] Éxodo 7.13, 14, 22; 8.11, 15, 28; 9.7, 35. Ibid
[18] Deuteronomio 29.3; Isaías 6.10.
[19] Éxodo 7.13, 22; 8.11, 15; 9.12, 35. Ibid
[20] Éxodo 9.6. Ibid
[21] Éxodo 11.1. Ibid
[22] Éxodo 4.21. Ibid
[23] Éxodo 11.1.
[24] Éxodo 4.21. Ibid
[25] Éxodo 7.22. Ibid
[26] Éxodo 8.15. Ibid
[27] Isaías 45.7. CAB
[28] Éxodo 8.8.
[29] Éxodo 9.34-35. La Toráh
[30] Hebreos 9.27. CTS-IBS
[31] Efesios 2.1. EUNSA
[32] Éxodo 10.1-2. La Toráh
[33] Éxodo 11.1. Ibid
[34] Éxodo 11.4. Ibid
[35] Éxodo 11.7. Ibid
[36] Éxodo 10.23. Ibid
[37] Éxodo 12.3. Ibid
[38] Éxodo 12.4. Ibid
[39] Éxodo 12.5. Ibid
[40] Éxodo 12.5-6. Ibid
[41] 2 Corintios 5.19. Jer
[42] Éxodo 12.3. La Toráh
[43] Éxodo 12.30. Ibid
[44] Éxodo 4.21-22. Ibid
[45] Éxodo 12.46. Ibid
[46] Éxodo 12.11. Ibid
[47] Éxodo 12.25-26,31; 13.5.
[48] Deuteronomio 6.5.
[49] Salmos 50; Isaías 1.10-20.
[50] Éxodo 13.3, 9, 14.
[51] Juan 4.23. NC
[52] Éxodo 12.14; 13.6
[53] Éxodo 12.27
[54] Éxodo 13.15
[55] Levítico 17.11. La Toráh
[56] Hebreos 9.22. NBLH
[57] Revelación 5.9.
[58] 1 Corintios 10.16.
[59] Éxodo 13.3.
[60] Éxodo 13.9. La Toráh
[61] Éxodo 13.10.
[62] Éxodo 12.37. Ibid
[63] Éxodo 13.21. Ibid
[64] Salmos 33.10-11. RV1865
[65] Juan 9.3. RV2000
[66] Éxodo 14.7. La Toráh
[67] Éxodo 14.9. Ibid
[68] Éxodo 14.6.
[69] Lucas 22.53. RV60
[70] Éxodo 14.9. La Toráh
[71] Éxodo 14.11. Ibid
[72] Éxodo 14.11-12. Ibid
[73] Éxodo 14.13-14.
[74] Éxodo 14.1-4.
[75] Éxodo 14.14. Ibid
[76] Éxodo 14.10. Ibid
[77] Éxodo 14.13. Ibid
[78] Éxodo 14.30-31.
[79] Éxodo 14.10. Ibid
[80] Éxodo 14.13. Ibid
[81] Hebreos 11.27. RV95.
[82] 1 Juan 5.4. RV1989
[83] Éxodo 14.15-18.
[84] Éxodo 13.21.
[85] Éxodo 14.9. La Toráh
[86] Éxodo 14.20.
[87] Éxodo 14.11-12.
[88] Ibid.
[89] Génesis 1.9-10.
[90] Éxodo 14.25. Ibid
[91] Éxodo 4.18.
[92] Éxodo 15.3. Ibid
[93] Éxodo 15.11. Ibid
[94] Éxodo 15.1. Ibid
[95] Éxodo 15.13-17.
1. Dios contra un rey.
Este es el inicio del fin del reinado de Faraón. Ahora es cuando conocerá a Adonay y se arrepentirá del mal que le hizo a Israel. Vamos a encontrarnos un estribillo repetitivo: “Deja partir a mi pueblo, para que me den culto en el desierto”[1].
Es preciso notar que la palabra que se suele traducir por “dar culto” es literalmente “servir”. “Servir a Dios” es una fórmula muy frecuente en la Biblia que significa “darle culto en la liturgia”[2], pero también indica un compromiso del hombre en todas las acciones de la vida, hasta el punto de que en el libro del Deuteronomio “servir a Dios” es precisamente sinónimo de “temerle”, “amarle”, “obedecerle”, “seguirle” “con todo el corazón”[3]. Así, el “servicio de Dios” es un conjunto de disposiciones del corazón y del espíritu, de todo el hombre, una actitud y una vida animada por una fe profunda que encuentra su expresión más alta y más elocuente en el culto, pero que compromete la existencia entera en el don de sí, la dedicación a Dios, la obediencia a Dios, la fidelidad a Él y el cumplimiento de sus mandamientos.
Dios debe hacerse reconocer como Señor, y lo hizo a través de las plagas. Hasta ahora solo ha habido palabras, las que Él ha dirigido al Faraón a través de Moisés. Pero las palabras no bastan. Deben hablar los hechos. Solo ellos podrán demostrar realmente y eficazmente que las pretensiones de Dios son justas.
Esto nos lo atestiguan las palabras que la Biblia usa para designar estas acciones de Dios: señales y prodigios[4]. La palabra que se traduce por “prodigios” significa algo sorprendente, no corriente, que es a la vez una advertencia, un presagio. Y la que se traduce por “señales” designa muchas veces en la Biblia algo que revela la presencia y la acción de Dios; es lo que permite reconocer a alguien o algo.
De hecho, las tres primeras plagas manifiestan que el Señor existe y muestra su poder en Egipto[5], que tiene poder sobre el Nilo y sobre el suelo de Egipto, incluso los magos acaban reconociendo el poder de Dios: Éxodo 8.15. La segunda serie demuestra el poder de Dios sobre la vida humana y animal: Dios es el Señor de la vida y de la muerte; en la plaga 6 los mismos magos son heridos y deben desaparecer: La sabiduría de Egipto no puede nada contra Dios y los que deben defender a su país contra las fuerzas de la muerte están ellos mismos bajo el poder de la enfermedad y la muerte. Finalmente, el carácter único de las plagas 7, 8 y 9[6].
Por consiguiente, Dios se hace conocer con este elocuente lenguaje de los hechos. Demuestra que no hay nadie comparable a Él[7], que “su brazo” es invencible[8]. Los hechos han hablado. Dios ha revelado claramente quién es. Los israelitas[9] y los egipcios[10] han podido conocer por experiencia su grandeza, su poder, su señorío. Y es que cuando Dios actúa no se queda en discursos vacíos, sino que demuestra el esplendoroso poder de su Espíritu[11].
Mediante las plagas Dios no solo busca manifestar quién es y ser conocido, sino ser reconocido y aceptado conforme a lo que es. Si es el Señor debe ser reconocido como Señor y el hombre debe relacionarse con Él como Señor y actuar en consecuencia. En otras palabras, las plagas son también una llamada a la conversión. Lo ponen de relieve, como hemos visto, los términos usados: “prodigios” y “señales”.
Pues bien, en el relato de Éxodo 7-11 los infortunios del país de Egipto han de ser comprendidos como mensaje de Dios que invita a cambiar de actitud, a reconocer que Él es efectivamente el Señor. De hecho, vemos que algunos egipcios captan este mensaje y llegan a “temer el Señor”[12], con el profundo sentido religioso de esta expresión que es un verdadero reconocimiento del señorío de Dios y una sumisión a sus planes expresados en su palabra. Incluso los magos llegan a reconocer su poder: “…¡es el dedo de Dios!”[13], expresión que significa que esas acciones son humanamente inexplicables y han de ser atribuidas a Dios.
Dios no solo quiere “vencer”, sino ser reconocido, incluso por los adversarios. Los que lo reconozcan y lo acepten experimentarán su salvación; los que no hagan caso de su palabra y rehúsen someterse experimentarán que la situación se hace más dura y el castigo más intenso.
Esto es lo que ponen de relieve las plagas 9 y 10. La oposición luz-tinieblas en la plaga 9 es un signo claro del juicio que viene: luz, vida para Israel[14], y las tinieblas, muerte para Egipto. La obstinación del Faraón en no reconocer al Señor y el rechazo de los signos que Dios le va poniendo delante le colocan cada vez más del lado de la muerte. Sigue empeñado en autoafirmarse como dueño y señor y se hunde en la mentira y en el fracaso total. No reconoce la realidad: Solo Dios es el Señor y a Él hay que someterse acatando su poder soberano. La ruptura del diálogo entre Faraón y Moisés[15] significa la ruptura del diálogo entre Faraón y Dios, y con ello Faraón entra de una manera consciente y deliberada en el mundo de la muerte, significada por la muerte de los primogénitos y el “alarido tan grande como nunca lo hubo”[16].
2. Un rey endurecido.
Frente a esta llamada a cambiar de actitud, a reconocer a Dios como Señor, a someterse a Él y a no erigirse a sí mismo en “dios”, Faraón se obstina. Lejos de reconocer su condición de criatura, pequeña y frágil, se enfrenta a Dios. No hace caso del lenguaje de los hechos, que va poniendo de relieve de forma cada vez más evidente que Dios es el único Dueño y Señor de todos y de todo.
Esto es lo que pone de relieve el estribillo ampliamente repetido “el corazón de Faraón se endureció”[17]. El “corazón entiende”[18]; es la sede de los sentimientos, pero sobre todo de las decisiones. Por consiguiente, al decir que “Faraón endureció el corazón” la Biblia está afirmando una opción personal plenamente consciente y voluntaria. El propio Faraón es el sujeto de esta obstinación. En las diversas “señales”, las plagas, ha tenido otras tantas oportunidades de reconocer sus límites y aceptar el señorío de Dios. Sin embargo, deliberadamente se ha ido afianzando en el rechazo de Dios.
El desenlace final no será un castigo arbitrario o vengativo de Dios contra el Faraón. Será más bien la consecuencia lógica e inevitable de la postura que él ha tomado y mantenido. Su soberbia y autosuficiencia le han cegado y se niega a aceptar la realidad de las cosas. Al rechazar a Dios y sus repetidos mensajes, él mismo se encierra en el reino de la muerte de manera cada vez más obstinada hasta que su situación se haga irreversible.
3. La Palabra cumplida.
Otro de los estribillos que se repiten en la historia de las plagas es que todo sucede “conforme había predicho Adonay”[19]. Y también: “cumplió Adonay su palabra”[20].
Los críticos suelen decir que la mayoría de estos prodigios o plagas eran fenómenos naturales conocidos en Egipto, solo el granizo parece raro en Egipto, por tanto, no hay que pensar en milagros en sentido estricto. Pero tampoco eso quiere decir que estos hechos sean inventados por los autores sagrados o artificialmente atribuidos a Dios. Se trata más bien de otra cosa. Las plagas son intervenciones reales de Dios. Pero no teatrales. Forman parte de su providencia ordinaria. Lo cual es muy iluminador para nosotros. Porque también aquí, como en el tema de la acción de Dios y la libertad del hombre, tendemos a separar y a contraponer. Parece que si son fenómenos naturales, originados según determinadas leyes físicas, ahí Dios no interviene.
“Dijo Adonay a Moisés: "Todavía traeré una plaga más sobre Faraón y sobre Egipto; tras de lo cual os dejará marchar de aquí y cuando, por fin, os deje salir del país, él mismo os expulsará de aquí”[21]. Ésta es la marca divisoria que encontramos en esta parte de la historia. En un lado de ese versículo tenemos la serie de nueve plagas, hechos de Dios en los cuales no hubo ninguna salvación: Nueve plagas pero ninguna liberación. Y en el otro lado del versículo tenemos la décima plaga trayendo la liberación del pueblo de Dios de la tierra de Egipto.
Esta es la división del pasaje, pero plantea dos preguntas. La primera es: ¿Por qué las plagas? No solo fue que las nueve plagas no salvaron al pueblo, sino que desde el principio Dios sabía que no lo harían: “Cuando vuelvas a Egipto, harás delante de Faraón todos los prodigios que yo he puesto en tu mano; yo, por mi parte, endureceré su corazón, y no dejará salir al pueblo”[22]. ¿Por qué el Dios Redentor, dispuesto a liberar a su pueblo, gastó todo este tiempo realizando actos que Él sabía no lo liberarían?
La segunda pregunta es: ¿Por qué la pascua? Dios anunció que la décima plaga traería la liberación para Israel[23]. Él dijo que Faraón estaría tan impactado por este acto final de juicio que no solo le permitiría al pueblo ir sino que insistiría en que ellos se fueran. Entonces, si la décima plaga iba a provocar la liberación, ¿cuál era la necesidad de la Pascua?
a. Nuestra primera pregunta es: ¿Por qué las plagas?
La respuesta parece ser que Dios no pronunciará y ejecutará juicio sin haber ido al límite poniendo ante el pecador la evidencia contra él, y haciendo toda apelación posible al arrepentimiento y la obediencia. Las plagas son una parte de la doctrina bíblica de la justicia de Dios, quien no condenará sin evidencia y no juzgará sin dar al acusado toda oportunidad de conocer su gloria, de responder a sus caminos y venir a Él en arrepentimiento y fe. Es porque nosotros somos confrontados por la justicia de Dios que la historia de las nueve plagas es citada con referencias al corazón de Faraón. Es como si Moisés, escribiendo esta gran historia, estuviera todo el tiempo ansioso de hacernos saber lo que estaba sucediendo en el lugar secreto.
Todo esto fue diseñado para traer al pecador a un camino mejor, pero, ¿estaba respondiendo él a las advertencias de Dios? Evidentemente, no era así, sino que el corazón de Faraón es mencionado una y otra vez, para que podamos ver el progreso de la obra divina. En toda la narración del Éxodo, del capítulo 4 al 14 hay veinte referencias al corazón de Faraón; así Dios nos permite ver que todo lo que sucedió fue una apelación a un corazón que permanecía obstinado, rehusando la apelación de Dios y yendo a su propia destrucción.
Sin embargo, puede ser que otra pregunta esté surgiendo en la mente del lector: ¿No hemos oído desde el principio que Dios iba a endurecer el corazón de Faraón? En tal caso, ¿qué oportunidad tenía el pobre hombre? Los dados parecen haber estado cargados contra él desde la misma partida. ¿No parece que antes de que se le hiciera apelación alguna, se hacía imposible para él responder a esa apelación? Solo podemos responder esta pregunta y apreciar la doctrina de la justicia de Dios tratando de entender más sobre la materia del corazón de Faraón.
Las referencias aparecen en tres secciones: Hay versículos que hablan de acciones divinas, como: “...endureceré su corazón”[24]; versículos que describen un estado o condición, como: “...y el corazón de Faraón se endureció”[25]; y en tercer lugar, versículos que describen acciones humanas: “Pero el corazón de Faraón se endureció”[26]. Esta es la evidencia puesta ante nosotros. El primer grupo, referido a acciones divinas, tiene siete referencias; el segundo, describiendo un estado de cosas, tiene seis referencias; y el tercero, que trata de reacciones humanas, tiene cuatro referencias. Creo que nosotros lo entenderíamos un poco mejor si lo consideramos bajo tres títulos:
1) El Señor usa medios para lograr un propósito.
Por consiguiente, cuando el Señor dice que endurecerá el corazón de Faraón, la implicación es que él hará uso de medios para provocar esa situación. Cuando, por ejemplo, él habla de sí mismo como el Señor “...que hago la felicidad y creo la desgracia”[27], ya nos ha dicho cómo crea el estrago y la calamidad. Él levanta a los conquistadores en el mundo. Él usa medios para lograr su propósito. Ahora, los medios de endurecer el corazón, en la providencia de Dios, consisten en que el corazón y la voluntad del hombre son enfrentados con la verdad de Dios y llegan a endurecerse cuando rechazan la apelación.
Hubo un momento cuando Faraón comprendió que sus magos no podían ayudarlo, sino solo aumentar su problema agregando más ranas a las muchas que ya había allí, y llamó a Moisés y Aarón, pidiéndoles que intercedieran a favor de él ante el Señor[28]. Él reconoció a Dios. Aun más, él probó a Dios, porque fue invitado a fijar el tiempo cuando ello debía pasar. Así lo hizo, y vio que Dios respondió las oraciones de Moisés para levantar la plaga. Cuando Faraón vio su error, empezó a comprender la verdad y tuvo ante él una prueba positiva del poder de Dios, pero a pesar de todo eso, él se negó a la apelación de la verdad y entonces endureció su corazón.
Al final de otra plaga se nos dice: “Cuando el Faraón vio que había cesado la lluvia, y también el granizo y los truenos, volvió a pecar endureciendo su corazón... Se endureció el corazón del Faraón…”[29]. Así que fue la acción del hombre que produjo el estado consecuente: él endureció su corazón, y su corazón fue endurecido.
2) El Señor determina el resultado.
“…endureceré su corazón”, dijo Dios. Esto significa que cuando el Señor recurre a un medio en procura de un fin, entonces su poder providencial obra para lograr tal propósito. Pero significa algo más que eso. Significa que el Señor, en su justo gobierno del mundo, revisa el alma de cada hombre para determinar cuánto tiempo durará el periodo de prueba y cuándo acabará. Por consiguiente, cuando él dijo a Moisés: “…endureceré su corazón”, estaba hablando a la luz de su propia determinación y presciencia. Estaba diciendo a Moisés: “Yo te estoy enviando a la tierra de Egipto en un momento de crisis, a un punto sin retorno. Faraón ha tenido ahora toda la soga que yo he preparado para darle, y tú estás entrando en Egipto en el momento en que él se colgará a sí mismo”.
El Señor determina el momento en que vendrá el fin. Vemos esto en su aplicación general cuando pensamos en la declaración bíblica que “…está establecido que muramos una vez…”[30]. Ese es el punto sin retorno; no hay una oferta extra del evangelio ni una oportunidad extra de arrepentimiento después de eso. Esto es verdad para cada individuo. También lo vemos en la historia del hombre. En el momento de la caída, Dios determinó que todo descendiente de Adán estaría involucrado en el asunto del pecado y que de ese momento en adelante sería imposible para el hombre volver a Dios mediante sus propios recursos. Todos los miembros de la raza estuvieron “muertos por vuestros delitos y pecados”[31].
Podemos ver esto una y otra vez en relación al pecado en nuestras propias vidas. A veces Dios nos permite seguir en algún pecado, rehusando oír sus llamadas al arrepentimiento, hasta que llega el tiempo cuando termina el periodo de prueba y nos permite ser cautivados con ese hábito de pecar. Esto debe advertirnos con gran solemnidad a mantener cuentas cortas con Dios, viviendo en un espíritu de abandonar al pecado y regresar a Él en arrepentimiento, para que no nos encontremos súbitamente con que el periodo de prueba acabó. Qué tragedia es aun para aquellos salvados para toda la eternidad tener que ir a la presencia de Dios para enfrentar su juicio por un pecado que nos negamos a abandonar. Él determina el tiempo en que finaliza el periodo de prueba.
3) Él preside con determinación en todo el proceso.
Dijo Adonay a Moisés: “Ve a Faraón, porque he endurecido su corazón y el corazón de sus siervos, para obrar estas señales mías en medio de ellos; y para que puedas contar a tu hijo, y al hijo de tu hijo, cómo me divertí con Egipto y las señales que realicé entre ellos, y sepáis que yo soy Adonay”[32]. Dios mantiene al pecador en un estado de impenitencia para poder multiplicar ante los ojos de éste la gracia y la gloria de Dios, agregando demanda sobre demanda, hasta que al pecador es concedida la gracia del arrepentimiento o hasta que llega el momento cuando esa gracia es retirada.
Haciendo esto, Dios despliega su gloria para su alabanza entre su propio pueblo. Es todo hecho determinadamente para la alabanza y la vindicación de su majestad. Esta es, entonces, la razón para las nueve plagas: Que a través de ellas Dios puede demostrar que en la condenación del pecador, Él es de justicia intachable. Ningún dedo acusador puede ser dirigido a Él. ¿Les dio él a conocer sus caminos? ¡Sí! ¿Le dio a cada uno oportunidad para arrepentirse y volver? ¡Sí! ¿Por qué entonces ellos son derribados? Porque escogieron el camino de condenación. Dios se vindica a sí mismo en su juicio del impío.
b. Ahora hacemos la segunda pregunta: ¿Por qué la Pascua?
Parece que Dios había logrado lo que él se había propuesto hacer mediante la décima plaga. Dice Dios: “Dijo Adonay a Moisés: “Todavía traeré una plaga más sobre Faraón y sobre Egipto; tras de lo cual os dejará marchar de aquí y cuando, por fin, os deje salir del país, él mismo os expulsará de aquí”[33]. Si esa gran empresa divina para liberar al pueblo fuese lograda por la décima plaga, ¿por qué necesitaron la Pascua?
La décima plaga fue un acto deliberado de Dios en juicio final. “Moisés dijo: "Así dice Adonay: hacia media noche pasaré yo a través de Egipto...”[34]. No hubo ahora un ondear de la vara de Dios. Por primera vez, Él toma el juicio en sus propias manos, diciendo: “Yo saldré en juicio y ese juicio vendrá sobre todos por igual”. La importancia no salvará a nadie, el primogénito de Faraón morirá. La no importancia no excusará a nadie, “el primogénito de la esclava encargada de moler, así como todo primer nacido del ganado”, lo más bajo de lo bajo, también morirá. La divinidad no será ninguna protección, “así como todo primer nacido del ganado”, aun los toros sagrados de Apis y las vacas de Hathor, será abatido. Todavía en este contexto, “para que sepáis cómo Adonay hace distinción entre Egipto e Israel”[35]. Esta diferencia no fue una dispensa del juicio, sino liberación por sustitución.
Previamente, el Señor había hecho una diferencia, cuando hubo oscuridad sobre la tierra entera: “mientras que todos los israelitas tenían luz en sus moradas”[36]. Esa fue una diferencia de misericordia. Sin embargo, ahora que venía el tiempo de juicio del pecado, Él no podía excusar a los israelitas, porque ellos también eran pecadores. Cuando Moisés vino a ellos, también rechazaron la palabra y el camino de Dios. Por consiguiente, si el Señor hubiera simplemente trazado una línea demarcatoria, no habría sido justo, pues si condenó en justicia a los pecadores a su mano izquierda, habría sido injusto si hubiese excusado a su pueblo pecador a su diestra.
La diferencia esta vez no debe ser por consiguiente un límite territorial, ni una distinción nacional basada en la diferencia étnica o la herencia tradicional. Fue de hecho una diferencia entre casas que fueron marcadas con sangre y casas que no lo fueron. Esto explica la necesidad de la Pascua. Dios debe ser justo cuando salva al pecador, y por eso él hizo el extraño decreto: “El día diez de este mes tomará cada uno para sí una res de ganado menor por familia”[37]. A los ojos del hombre, ésta puede parecer una fantástica insignificancia. ¿Qué tiene que ver un cordero con nuestra esclavitud? ¿Qué relación tiene el tomar un cordero con la injusticia y falta de privilegio que implica nuestra esclavitud?
El lamento de los oprimidos de todas las edades pudo subir con aquellos oprimidos en la tierra de Egipto, preguntando: “¿Qué relación tiene el tomar un cordero con nuestra situación de desesperada necesidad?”. La respuesta es que el Cordero es el camino de Dios. Es la provisión fundamental; es el único camino de libertad y justicia; es la única esperanza de una sociedad perfecta, “Toma un cordero”.
Esta es la manera de Dios de ser justo y aun el justificador de aquel que cree. Él no puede excusar al pecador, pero puede, y le provee, una expiación perfecta. En relación a esto, hay cuatro cosas que podemos considerar con respecto a la pascua.
1) El cordero.
Al leer las instrucciones dadas a los israelitas en 12.3-6, descubrimos varios factores en relación a este cordero escogido deliberadamente:
a) Número.
El cordero tenía que ser equiparado al número así como a las necesidades del pueblo de Dios. Había que hacer un recuento de las personas. “...tomará cada uno para sí una res de ganado menor por familia, una res de ganado menor por casa”. En esta materia, actuaron en familias. Sin embargo, si la familia era demasiado pequeña para un cordero, entonces los vecinos inmediatos compartirían el cordero, “según el número de las personas”[38]. El cordero debía igualar el número del pueblo de Dios. Si en una casa dada el cordero más pequeño que podría seleccionarse fuera demasiado para ellos, entonces debían compartir con sus vecinos inmediatos. El cordero debía igualar al pueblo de Dios en relación a su número.
b) Necesidades.
También había que considerar la capacidad: “conforme a lo que cada cual pueda comer”. El pueblo de Dios no solo sería representado en este cordero en su número, sino en sus necesidades. Dios mira a su pueblo en su totalidad y en su individualidad, así que cuando fuese seleccionado un cordero, tenían que ser considerados el número y la necesidad de cada persona. El cordero debe equipararse con el número y las necesidades del pueblo de Dios.
c) Los requisitos de Dios.
El cordero también debe reunir los requisitos del propio Dios: “El animal será sin defecto”[39]. La palabra hebrea es una afirmación gloriosa. Significa que ante el ojo discernidor de Dios no debía haber nada que pudiera causar ofensa. El cordero debe ser perfecto a los ojos de Dios, para que no solo represente el número y las necesidades del pueblo, sino también los requisitos del propio Dios.
No había que apresurarse, ni tomar un cordero al azar, sino que debía hacerse una cuidadosa elección. “No abandones el asunto hasta que lo necesites”, dijo Dios, “Lo escogeréis entre los corderos o los cabritos. Lo guardaréis hasta el día catorce de este mes; y toda la asamblea de la comunidad de los israelitas lo inmolará entre dos luces”[40]. Este cordero, entonces, era igual al pueblo de Dios, era igual a los requisitos de Dios y estaba reservado para su día y hora señalados.
2) La sangre del cordero.
El pueblo tenía que tomar este cordero y matarlo. Simplemente así ¡matarlo! Cuando ellos lo mataran, tenían que tomar la evidencia de la muerte, la sangre. Cuando la sangre corría por el cuchillo dirían: La vida se está yendo, la vida está terminando en muerte. Era una escena dramática. Debían recibir esa sangre en una cubeta, y entonces tomar esa positiva prueba de que una muerte había tenido lugar y pintar el contorno de las puertas.
En el dintel de la puerta y en los postes laterales debían pintar esta evidencia, para que todo el que viera esa casa dijera que había sido visitada por la muerte. Cada padre de familia, preocupado por sus amados, realizaría este rito cuidadosamente, asegurándose que la evidencia de la muerte fuera vista en su puerta y que toda la familia, hijos e hijas, la madre con su bebé en brazos, estuviera segura adentro bajo el resguardo de esa sangre. Con respecto a esa sangre:
a) Dios es satisfecho (12.13).
La sangre satisface a Dios. No dice: “Cuando te vea, pasaré de ti”, porque eso sería favoritismo y traería descrédito al justo nombre de Dios. Lo que dice es: “Cuando yo vea la sangre pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora cuando yo hiera el país de Egipto”. Todos ellos estaban en la presencia de un Dios aborrecedor del pecado que detendría sus juicios sólo donde viera que la muerte ya había tenido lugar. “Cuando yo vea la sangre...”. Hubo algo en esa sangre que satisfizo a Dios.
El primer efecto de su evidencia era hacia el propio Dios y tan poderosamente lo afectó que su ira desapareció y dio lugar a la paz. Era como si Él dijera: “Ahora estoy satisfecho en relación a ti y no hay lugar para la ira”. Cuando un Dios airado se reconcilia y acepta a un pecador como yo, eso es lo que involucra la frase: “...estaba Dios reconciliando al mundo consigo”[41]. La otra palabra de la Biblia que se usa para expresar la satisfacción de Dios es “propiciación”. La preciosa sangre alcanza a Dios y lo hace propicio, permitiéndole en justicia cambiar su ira en aceptación.
b) El pueblo de Dios es asegurado.
Este es el otro lado de la misma verdad: “…pero al ver la sangre en el dintel y en las dos jambas, Adonay pasará de largo por aquella puerta y no permitirá que el Exterminador entre en vuestras casas para herir”[42]. El Exterminador no podía tocar al pueblo de Dios porque Dios estaba satisfecho acerca de ellos. Note en qué residía su seguridad: “Yo golpearé con violencia a los egipcios” dice Dios, pero Él no equilibra eso diciendo que perdonaría a los israelitas. La nacionalidad había dejado de importar. El linaje había dejado de tener algún valor.
Ahora, nada importaba sino el que ellos habían tomado resguardo en un lugar donde la sangre había sido vertida y estaban tan seguros y libres de daño que el juicio no les tocaba. Con juicio a su alrededor, los israelitas no solo estaban seguros, sino que realmente estaban festejando. Este fue el resultado de aceptar la palabra de Dios. Dios les había dicho que mataran el cordero. Dios les había dicho que tomaran la evidencia y pintaran los bordes de la puerta. Dios les había dicho que se refugiaran allí. Ellos habían obedecido a su palabra y por esta simplicidad de fe en sus promesas de salvación estaban a cubierto de todo mal.
c) La salvación es por sustitución.
Venimos ahora a la tercera gran palabra que explica el secreto de la asombrosa eficacia de la sangre derramada. Es la sustitución. En estas palabras está la esencia de nuestra salvación: Propiciación, reconciliación y sustitución. Nosotros vemos la ilustración de ello aquí en Éxodo, pero esto está en armonía completa con el Nuevo Testamento. Lo que Dios hizo por su pueblo en Egipto es lo que Él siempre ha hecho hasta este momento, y esto es salvar al pecador por medio de uno señalado para morir en su lugar. La salvación solo puede ser por sustitución.
“Levantóse Faraón aquella noche, con todos sus servidores y todos los egipcios; y hubo grande alarido en Egipto, porque no había casa donde no hubiese un muerto”[43]. ¡Escuchen ese clamor! En toda la tierra de Egipto hay un lamento cual nunca hubo antes, porque el luto había entrado en una casa tras otra. Pero agudiza más tu oído, porque hay otro lamento en esa tierra: El grito de triunfo y la canción de fiesta de ellos. En sus casas hay también uno que ha muerto, porque el cordero ha muerto en las casas de Israel. El pueblo está seguro porque la muerte ha tenido lugar. Allí en cada casa, tan dramática y vivamente como en cualquier casa egipcia, hay un cadáver, hay la evidencia del juicio justo de Dios.
Podemos objetar que en las casas egipcias la terrible evidencia del juicio divino consistía en la muerte de solo una persona, el primogénito. La paridad de razonamiento podría sugerir que la muerte del cordero habría traído también liberación solo al primogénito en casas de los israelitas. Sin embargo, lo que Dios tenía en mente antes de venir la noche se encuentra en sus palabras: “Cuando vuelvas a Egipto, harás delante de Faraón todos los prodigios que yo he puesto en tu mano; yo, por mi parte, endureceré su corazón, y no dejará salir al pueblo. Y dirás a Faraón: Así dice Adonay: Israel es mi hijo, mi primogénito”[44]. Así, mientras es verdad que el cordero murió por el primogénito, lo que Dios tenía en vista era todo su pueblo como su primogénito. En esto vemos cuán importante era contar el número y las necesidades del pueblo de Dios. Cada cordero tenía que ser cuidadosa y especialmente escogido, porque cada miembro del pueblo de Dios sería representado en Él y sustituido por Él. El cordero muere por el pueblo de Dios: La salvación es por sustitución.
3) La fiesta del cordero.
No era solo que la sangre del cordero resguardara al pueblo de Dios, sino también que su cuerpo iba a proveerles una fiesta. En esta conexión hay dos verdades importantes que es necesario subrayar. La primera aparece al final del capítulo: “Se ha de comer dentro de casa; no sacaréis fuera de casa nada de carne...”[45]. El cordero solo puede disfrutarse donde la sangre ha sido vertida. Esto es de gran significación. El cordero es una fiesta solo para aquellos que están protegidos bajo la sangre. No hay ninguna otra forma en la cual los hombres puedan participar de las bendiciones del Cordero de Dios sino por la sangre de su cruz.
La segunda verdad es que donde el cordero es disfrutado, ese cordero es de total suficiencia para el pueblo de Dios. No solo sus cabezas fueron numeradas cuando el cordero fue escogido, también lo fueron sus apetitos; todas sus necesidades fueron representadas allí. La provisión de Dios era tal que todas las personas que estaban seguras por la sangre del cordero también podían venir a festejar en torno a ese mismo cordero, sabiendo que todas sus necesidades estaban provistas en ese sacrificio. En la fiesta en el Cordero de Dios está lo que satisface totalmente la necesidad de cada pecador salvado. Ninguna persona redimida es enviada lejos, vacía o hambrienta, porque toda la fiesta es en torno al Cordero.
4) La vida del cordero.
Esos que disfrutaron esta fiesta debían hacerlo de una manera particular: “Así lo habéis de comer: ceñidas vuestras cinturas, calzados vuestros pies, y el bastón en vuestra mano; y lo comeréis de prisa”[46]. Era una fiesta nocturna, pero ellos estaban vestidos para la mañana: Era una fiesta nocturna, pero no era una cena, sino un desayuno. Lo comieron por la noche pero lo comieron en preparación para el nuevo día: No era una preparación para dormir, sino un preliminar para la peregrinación. Cuando compartieron la fiesta, ellos se comprometieron para una peregrinación.
Ellos comieron como los que eran preparados para la acción; comieron como aquellos que se comprometieron para ir caminando con Dios; lo comieron como aquellos sobre los cuales había una urgencia para empezar en seguida. Sus lomos se ciñeron para la acción, su calzado y su bordón eran símbolos de su peregrinación, y la urgencia y prisa de su forma de comer sugerían que estaban bajo el apremio de empezar en seguida. El comer del Cordero de Dios compromete al pueblo de Dios a un cierto estilo de vida.
D. ¡Libres!
Ya hemos visto cómo una de las claves de todo el libro del Éxodo es que el pueblo es liberado para servir al Señor. Pues bien, ahora por primera vez el pueblo puede servir al Señor[47] dándole culto en la liturgia y sirviéndole con toda su vida. Solo cuando el pueblo llega a ser libre puede realmente servir a su Dios. Solo el que es verdaderamente libre de la esclavitud del pecado puede servir al Señor; solo él puede agradarle de veras, solo él puede amarle con todo el corazón y con todas las fuerzas[48], solo él puede darle un culto que no sea vacío[49].
Ha sido el Señor solo, con su “mano fuerte”, su brazo potente[50] el que ha liberado a Israel. Por consiguiente, se ha convertido en su Señor y a Israel corresponde servirle. El culto es el reconocimiento de la soberanía de Dios y expresión gozosa de la pertenencia a Él. En el culto vivido “en espíritu y en verdad”[51] encuentra el hombre su verdadero lugar de criatura y experimenta agradecido su condición de beneficiario de los dones de Dios.
Por todo ello, la liturgia es una fiesta. Repetidas veces se habla de “festejar”[52], celebrar una fiesta. La liturgia es una fiesta, pues es celebrar el acontecimiento de la liberación, es un momento de gozo intenso pues es festejar al Dios que hace a Israel el don de la libertad. La liturgia vivida con pleno sentido es gozosa y es fuente de gozo.
También se habla de “sacrificio”[53], de “sacrificar”[54]. La Pascua es un sacrificio que se ofrece, una víctima que se inmola, una comida que se comparte. El rito del sacrificio expresa la soberanía absoluta de Dios y su bondad. La comida de comunión le da su pleno significado: La unión de los participantes con Dios y la unión entre ellos a través de la víctima agradable a Dios.
Los cristianos participamos recordando el sacrificio de Cristo cada vez que compartimos el pan y tomamos el jugo de uvas en la Cena del Señor. “…la expiación por la vida, con la sangre se hace”[55], “y sin derramamiento de sangre no hay perdón”[56]. Hemos sido comprados para Dios con la Sangre del Cordero[57]. La sangre es nuestro precio. La Sangre de Cristo es nuestra redención. Bebiéndola, entramos en comunión con Él[58]. Ella es nuestro distintivo. Verdaderamente, la sangre de Cristo es nuestra señal.
Lo que parece ser una fiesta agrícola que los israelitas adoptaron después de hacerse sedentarios también es celebrado en referencia a la liberación de Egipto[59] de la cual es “una señal”[60]: El hecho de la liberación de Egipto, la gracia divina de la salvación, debe estar siempre presente a todo israelita, que de Él es beneficiario, como si lo tuviese esculpido en sus manos y como si lo encontrase siempre ante sus ojos. Del mismo modo, debe tener siempre como en la boca, en el espíritu y en el corazón, la enseñanza que procede de este acontecimiento decisivo y lo prolonga, la cual se convierte en regla para observar siempre y en aniversario para celebrar[61].
1. La salida de Egipto.
“Los israelitas salieron...”[62] Tenemos además una clave: “Adonay iba al frente de ellos”[63]. La salida de Egipto, después de tantas dificultades y obstáculos, va a ser obra enteramente suya. El Señor camina con ellos; más aún, dirige las operaciones. Su presencia guiadora es real y, sin embargo, misteriosa, incomprensible: esto es lo que simboliza la nube. Y esta presencia los acompaña de día y de noche, es decir, siempre: la totalidad del Camino y de la vida de este pueblo, con todas sus peripecias, se realiza bajo la guía de esta nube, de esta presencia invisible.
Como en todos los acontecimientos anteriores la palabra del Señor da las instrucciones sobre lo porvenir, con todo detalle y precisión. La palabra de Dios dirige la historia.
Esta palabra nos asoma al designio de Dios. Nos indica que aún aparecerán dificultades. Pero ya hemos comprobado ampliamente que su palabra se cumple siempre y que su designio es irrevocable. “Adonay hace anular el consejo de las gentes, y él hace anular las maquinaciones de los pueblos. El consejo de Adonay permanecerá para siempre; los pensamientos de su corazón, por generación y generación”[64].
Podemos mirar las dificultades con serenidad: Dios las conoce, las tiene previstas, forman parte de su plan; más aún, nos dice su sentido: “Manifestaré mi gloria a costa del Faraón y de todo su ejército”. Todos los obstáculos para que se realice el plan de Dios en realidad son permitidos en función de esto: Para que Dios manifieste más nítidamente su gloria, para que se ponga más de relieve quién es Él y cuán grande es su poder salvador, su bondad, su sabiduría. Encontramos un eco de esta afirmación en las palabras de Jesús a propósito del ciego de nacimiento: “Ni éste pecó, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él”[65].
2. Fin del Faraón.
Una vez situados en el plan de Dios, el autor sagrado continúa el relato del Éxodo. Y lo hace presentando una dificultad para la realización de este plan que parece ser definitiva. El texto se detiene ampliamente a considerar el alcance de la oposición que plantea el Faraón: “Tomó seiscientos carros escogidos y todos los carros de Egipto, montados por sus combatientes”[66] “Los egipcios los persiguieron: todos los caballos, los carros de Faraón, con la gente de los carros y su ejército...”[67].
Hasta ahora el Faraón había respondido con su palabra, con sus órdenes; ahora responde con su ejército, desplegando todo su poder militar; más aún interviene él mismo en persona[68].
Es importante resaltar este aspecto: Precisamente cuando Dios ha empezado a actuar de manera decisiva, el Faraón pone en juego todo su poder para poner en jaque al pueblo de Dios. Es algo que contemplamos en toda la historia de la salvación. Lo vemos también en la vida de Cristo: Justo en el momento de realizar la redención de la humanidad, Jesús exclama: “…mas esta es vuestra hora, y la potestad de la tinieblas”[69]. Lo vemos en el Revelación, que pone de relieve el combate entre Cristo y Satanás, el adversario de Dios y de sus planes. Lo vemos en la historia de la Iglesia, pues cada vez que surge un verdadero santo, un hombre de Dios, todos los poderes del infierno se desatan contra él para impedir que se realicen los planes de Dios. Es ésta precisamente la razón última de las persecuciones.
Finalmente leemos: “…y les dieron alcance mientras acampaban junto al mar”[70]. Conviene caer bien en la cuenta de la situación: Los israelitas se encuentran encerrados, sin salida, entre el enorme ejército del Faraón que viene en su persecución y el mar que les cierra el paso. La situación es ciertamente desesperada, sin salida... En este sentido tienen razón los israelitas cuando exclaman: “¿Acaso no había sepulturas en Egipto para que nos hayas traído a morir en el desierto?”[71]. En este sentido son realistas: Humanamente hablando no hay solución, la única perspectiva es la muerte.
En esta situación reniegan de haber hecho caso a Moisés y haber salido de Egipto. Por eso le echan en cara: “¿Qué has hecho con nosotros sacándonos de Egipto? ¿No te dijimos claramente en Egipto: Déjanos en paz, queremos servir a los egipcios?”[72]. Se sienten defraudados, engañados. Por otra parte, el pueblo que clamaba por su liberación ahora prefiere la esclavitud; aún habiendo experimentado que la esclavitud era peor que la muerte, la situación desesperada les hace exclamar: “Porque mejor nos es servir a los egipcios que morir en el desierto”. La falta de esperanza conduce a la esclavitud e impide ser libres.
La historia se repite. Cuando Dios interviene las cosas parecen ir a peor. Pero es que al Señor le agradan las situaciones-límite. Le gusta que el hombre compruebe por experiencia sus límites, su incapacidad, su nada de criatura. Solo entonces puede percibirse que la obra es suya, que quien salva es Él. Pero ¡cuidado!: Si en esas situaciones-límite es donde Dios más visiblemente manifiesta su gloria, también en ellas es más grande que nunca el peligro de volver atrás, de volver a Egipto; ante esa situación que se experimenta como muerte es fuerte la tentación de tornar a la esclavitud con tal de vivir en paz.
Sobre todo, contrasta la postura del pueblo con la de Moisés[73]. Parece que estuvieran contemplando situaciones distintas y sin embargo la escena que está ante sus ojos es la misma. Estaríamos tentados de considerar a Moisés un iluso y acusarle de poco realista si no fuera porque el narrador nos ha situado de antemano en el plan de Dios[74]. Pues bien, en ese plan de Dios se encuentra situado Moisés, hasta el punto de que ve la salvación como ya realizada. Parece como si estuviera ya en la otra orilla.
¿Cuál es, por tanto, la diferencia entre Moisés y el pueblo? Una sola, pero decisiva. Mientras el pueblo se queda en Moisés, y por eso le acusan de haberles sacado de Egipto y traído a morir en el desierto, Moisés cuenta con la presencia, invisible pero todopoderosa, del Señor: “Adonay peleará por vosotros, que vosotros no tendréis que preocuparos”[75]. Mientras el pueblo está “viendo” solo a los egipcios[76], Moisés “ve” la salvación que el Señor está a punto de realizar: “…veréis la salvación que Adonay os otorgará en este día, pues los egipcios que ahora veis no lo volveréis a ver nunca jamás”[77]. La grandeza de Moisés está en que “ve” de antemano lo que el pueblo solo verá después de realizarse[78]. En consecuencia, mientras los israelitas “temieron mucho”[79], Moisés está tranquilo: “No temáis, estad firmes”[80].
Atinadísimamente, aludiendo a este pasaje, el escritor de la carta a los Hebreos comenta: “Por la fe (Moisés) dejó a Egipto, no temiendo la ira del rey, porque se sostuvo como viendo al Invisible”[81]. Nos ha dado así la clave última de la postura de Moisés: “Como viendo al Invisible”. Moisés aparece así como el hombre de la fe. Dios permanece invisible a los ojos humanos; pero la verdadera fe, cuando es intensa “casi” le ve, detecta su presencia, percibe su acción. Es esta fe la que causa la firmeza de Moisés y le libra del miedo. Es esta fe la que sostiene su esperanza y la proyecta hacia el futuro. Es esta fe la que le lleva a vencer las dificultades: “…y ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe”[82].
Moisés, que tantas dudas y vacilaciones había experimentado, es ahora el hombre de la fe. Dios le ha ido preparando por medio de pruebas y dificultades, por medio de señales y prodigios, para guiar al pueblo en nombre suyo. Ahora es el hombre de la fe, y gracias a esa fe se produce el milagro del Éxodo: Un milagro que realiza el Señor, pero que es hecho posible por la fe de Moisés.
Y ahí brilla también el “realismo” de Moisés. Vistas las cosas superficialmente el pueblo parecía realista, Moisés parecía ingenuo. Ahora vemos que Moisés tenía razón: Los hechos se la han dado. Vemos que Moisés era realista y el pueblo no; en efecto, el pueblo veía con lucidez las dificultades, pero nada más, y ellas le conducían a la desesperanza total; Moisés, en cambio, veía ante todo a Dios, y las dificultades desde Él, desde su presencia protectora y todopoderosa. En consecuencia, Moisés era el realista, pues veía la realidad total. Y gracias a ese realismo se produce el milagro de la liberación. En cambio, el “realismo” del pueblo solo habría conducido a la muerte y al fracaso, en el mejor de los casos, en un volver a Egipto, a la esclavitud, a una opresión probablemente más dura que la anterior.
Una vez más es la palabra del Señor la que pone la historia en marcha[83]. Son sus imperativos eficaces: “di a los israelitas... alza tu cayado, extiende tu mano... divide el mar…”; los que desencadenan la acción. La iniciativa de la salvación permanece suya de principio a fin. Y es su palabra la que da a conocer esta iniciativa y la realiza, la que da a conocer su plan y lo realiza. Una palabra eficaz.
Dios es así el protagonista de esta obra de salvación. Ya le habíamos visto ponerse “al frente” de su pueblo[84] como pastor, como jefe. Ahora, en el momento crítico y decisivo, se nos repite: “Se puso en marcha el Ángel de Adonay que iba al frente del ejército de Israel”[85]. Y lo mismo simboliza la columna de nube. Más aún, se coloca entre los egipcios y los israelitas[86], como para impedir a Israel volver a Egipto, a la esclavitud[87]. El Señor no abandona a su pueblo, lo guía y lo conduce siempre, especialmente en los momentos más críticos, aunque su presencia siga siendo invisible.
De este modo, el pueblo pasa de la muerte a la vida. Se supera de la situación en que se encontraban y que ellos mismos consideraban de muerte inevitable[88]. Dios ha creado, literalmente, a su pueblo. No solo lo ha arrancado de la esclavitud: Lo ha sacado de la muerte, de la muerte inevitable, de la nada, de una situación humanamente insuperable.
Israel surge del fondo del mar. Sale de la muerte. La salvación del pueblo de Dios es verdadera creación, nueva creación. El Éxodo ha sido un acto del Dios Creador. Israel ha sido creado como pueblo de Dios, ha pasado de la muerte a la vida.
Esta dinámica de muerte-vida aparece también en el símbolo de las aguas: Aguas a derecha e izquierda es símbolo de situación agobiante, de amenaza de muerte. Y aparece también en el simbolismo tinieblas-luz. El aspecto de creación aparece apuntado también por diversas conexiones de vocabulario con el relato de la creación[89].
Pues bien, una consecuencia de esta creación es la nueva actitud del pueblo de Israel, que pasa del miedo al gozo jubiloso. Los mismos de quienes se nos había dicho que “temieron mucho”, ayudados por la palabra y la fe de Moisés que les exhorta a “no temer”, son los que finalmente “temieron al Señor”. Y como consecuencia prorrumpen en cantos de júbilo y de victoria. Una vez más comprobamos que la fe en el Señor y en su palabra libera del miedo a la muerte, de la tristeza, de la desesperanza. Y todo ello gracias a la intervención del mediador.
Las palabras de los egipcios: “Adonay pelea por ellos”[90] son un verdadero acto de fe, y muestran que se cumple la palabra de Moisés y la del mismo Dios[91]. Por fin los egipcios reconocen que Dios es el Señor, el único Señor. Lo reconocen forzados por los hechos, por la realidad que se les impone. Pero ya es demasiado tarde, sus oportunidades de conversión han terminado y el juicio de Dios se cierne sobre ellos implacable. Solo ahora comprendemos toda la gravedad del endurecimiento del corazón.
El capítulo 15 es un cántico triunfal, un canto que brota de la fe y de la experiencia “en propia carne” de la acción del Señor. Es el canto de los nuevos nacidos, de los que palpaban la angustia de la muerte y ahora experimentan la dicha de la vida. Es un canto de gozo exultante por la victoria. Es un canto al Señor de las victorias, que es “un guerrero”[92]. Es un canto de admiración ante el Señor y ante sus obras: “¿Quién como tú, Adonay...?”[93].
Toda la atención queda acaparada por el Señor, que con esta acción increíble, insospechada, ha manifestado su gloria, más aún, “se cubrió de gloria”[94]. Todo, el enemigo, las dificultades, el pasado, el reto del futuro, todo se desvanece ante la figura sublime y majestuosa del Señor. Incluso las difíciles etapas del camino aún por realizar, el desierto, la conquista de la tierra, se ven ya como un hecho[95] ante esta acción fulgurante del Señor. El es Señor y reinará por siempre jamás.
El pueblo canta, alaba. La salvación no es una teoría. Es una realidad, y una realidad experimentada. El que se experimenta alcanzando por la salvación de Dios desborda de gozo y de gratitud. Si la alegría y la alabanza no brillan en nuestra vida, deberemos preguntarnos si la salvación ha entrado en nosotros. Pues la acción de Dios en el mar Rojo es poca cosa al lado de la resurrección del Señor, y la liberación de la esclavitud de Egipto es sombra en comparación con los bienes que nos ha aportado la redención de Cristo.
[1] Éxodo 7.16, 26; 8.4, 16,23; 9.1, 13; 10.3, 24. La Toráh
[2] Éxodo 10.26; 12.25-26; 13.5.
[3] Deuteronomio 6.13; 10.13, 20; 28.47-48.
[4] Éxodo 3.20; 4.21; 7.3.
[5] Éxodo 7.17; 8.6.
[6] Éxodo 9.18, 24; 10.6, 14,23.
[7] Éxodo 8.6; 9.14.
[8] Éxodo 7.5; 9.3.
[9] Éxodo 6.7.
[10] Éxodo 7.5.
[11] 1 Corintios 2.4.
[12] Éxodo 9.20.
[13] Éxodo 8.15. Ibid
[14] Éxodo 10.23b.
[15] Éxodo 11.8, 10.
[16] Éxodo 11.6. Ibid
[17] Éxodo 7.13, 14, 22; 8.11, 15, 28; 9.7, 35. Ibid
[18] Deuteronomio 29.3; Isaías 6.10.
[19] Éxodo 7.13, 22; 8.11, 15; 9.12, 35. Ibid
[20] Éxodo 9.6. Ibid
[21] Éxodo 11.1. Ibid
[22] Éxodo 4.21. Ibid
[23] Éxodo 11.1.
[24] Éxodo 4.21. Ibid
[25] Éxodo 7.22. Ibid
[26] Éxodo 8.15. Ibid
[27] Isaías 45.7. CAB
[28] Éxodo 8.8.
[29] Éxodo 9.34-35. La Toráh
[30] Hebreos 9.27. CTS-IBS
[31] Efesios 2.1. EUNSA
[32] Éxodo 10.1-2. La Toráh
[33] Éxodo 11.1. Ibid
[34] Éxodo 11.4. Ibid
[35] Éxodo 11.7. Ibid
[36] Éxodo 10.23. Ibid
[37] Éxodo 12.3. Ibid
[38] Éxodo 12.4. Ibid
[39] Éxodo 12.5. Ibid
[40] Éxodo 12.5-6. Ibid
[41] 2 Corintios 5.19. Jer
[42] Éxodo 12.3. La Toráh
[43] Éxodo 12.30. Ibid
[44] Éxodo 4.21-22. Ibid
[45] Éxodo 12.46. Ibid
[46] Éxodo 12.11. Ibid
[47] Éxodo 12.25-26,31; 13.5.
[48] Deuteronomio 6.5.
[49] Salmos 50; Isaías 1.10-20.
[50] Éxodo 13.3, 9, 14.
[51] Juan 4.23. NC
[52] Éxodo 12.14; 13.6
[53] Éxodo 12.27
[54] Éxodo 13.15
[55] Levítico 17.11. La Toráh
[56] Hebreos 9.22. NBLH
[57] Revelación 5.9.
[58] 1 Corintios 10.16.
[59] Éxodo 13.3.
[60] Éxodo 13.9. La Toráh
[61] Éxodo 13.10.
[62] Éxodo 12.37. Ibid
[63] Éxodo 13.21. Ibid
[64] Salmos 33.10-11. RV1865
[65] Juan 9.3. RV2000
[66] Éxodo 14.7. La Toráh
[67] Éxodo 14.9. Ibid
[68] Éxodo 14.6.
[69] Lucas 22.53. RV60
[70] Éxodo 14.9. La Toráh
[71] Éxodo 14.11. Ibid
[72] Éxodo 14.11-12. Ibid
[73] Éxodo 14.13-14.
[74] Éxodo 14.1-4.
[75] Éxodo 14.14. Ibid
[76] Éxodo 14.10. Ibid
[77] Éxodo 14.13. Ibid
[78] Éxodo 14.30-31.
[79] Éxodo 14.10. Ibid
[80] Éxodo 14.13. Ibid
[81] Hebreos 11.27. RV95.
[82] 1 Juan 5.4. RV1989
[83] Éxodo 14.15-18.
[84] Éxodo 13.21.
[85] Éxodo 14.9. La Toráh
[86] Éxodo 14.20.
[87] Éxodo 14.11-12.
[88] Ibid.
[89] Génesis 1.9-10.
[90] Éxodo 14.25. Ibid
[91] Éxodo 4.18.
[92] Éxodo 15.3. Ibid
[93] Éxodo 15.11. Ibid
[94] Éxodo 15.1. Ibid
[95] Éxodo 15.13-17.