VII. El Pecado (Doctrina de la Hamartología): Junto con el concepto de la salvación, el
concepto de pecado se manifiesta a través de toda la Biblia, y constituye la
antítesis del amor redentor de Dios, el cual las Escrituras proponen como tesis
principal. Es
todo acto del ser consciente que va en contra de la Voluntad de Dios, la
conciencia y nuestro prójimo. Y
como es Dios el que ha establecido las normas que se infringen, cada pecado es,
al final de cuentas, rebelión contra Él[1]. Esta actitud no solo es la
característica más distintiva del concepto bíblico del pecado, sino también la
medida de su desastrosa naturaleza. De ahí que para el pueblo hebreo cualquier
transgresión del sistema jurídico o cultural también representaba pecado y
traía como consecuencia culpa delante de Dios. Es evidente que cada acto
pecaminoso de la voluntad es fruto de la condición del alma pervertida de la
humanidad[2]. Esta condición se conoce como
depravación. Es la incapacidad de evitar el pecado y hacer el bien sin la ayuda
de Dios. Esto culminaría, si no fuera por la redención que ofrece Cristo, en la
muerte[3].Hay una importante distinción que hacer entre “pecado” y “pecados”, distinción que debe hacerse desde la primera entrada del pecado como principio. Los “pecados” de alguien son los verdaderamente cometidos por este alguien, y la base del juicio, siendo además demostración de que el hombre es esclavo del pecado. Un cristiano es alguien cuya conciencia ha sido purificada para siempre por un sacrificio por los pecados; el Espíritu de Dios lo ha hecho consciente del valor de aquella ofrenda, y por ello sus pecados, habiendo sido llevados por Cristo en la cruz, nunca volverán a ser puestos a su cuenta por parte de Dios; si peca, Dios tratará con él en santa gracia, sobre el terreno de la propiciación de Cristo, de manera que sea conducido a confesar el pecado o pecados, y tener el gozo del perdón. “Pecado”, como principio que involucra la alienación de todas las cosas en cuanto a Dios desde la caída del hombre, y visto especialmente en la naturaleza pecaminosa del hombre, ha quedado judicialmente quitado de delante de Dios en la cruz de Cristo. Dios ha condenado el pecado en la carne en el sacrificio de Cristo[4], y en consecuencia el Espíritu es dado al creyente. El Señor Jesús es proclamado como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”[5]. Él purificará los cielos y la tierra de pecado, y como resultado habrá nuevos Cielos y nueva Tierra, en los que morará la justicia. Aunque Cristo gustó la muerte por todos, no se le presenta como llevando los “pecados” de todos: Su muerte, por lo que respecta a “los pecados”, queda precisada con las palabras “de muchos”, “nuestros pecados”, etc.
A. En el Antiguo Testamento.
El pecado es mencionado cientos de veces en la Biblia, comenzando con el pecado “original”, cuando Adán y Eva comieron del árbol del conocimiento. A menudo, nos parece como si el pecado fuera simplemente la violación de cualquiera de las leyes de Dios, incluyendo los Diez Mandamientos.
Sin embargo, Pablo coloca esta perspectiva en Romanos 3.20, cuando dice: “El cumplimiento de la ley no nos hace inocentes ante Dios; la ley sólo sirve para que reconozcamos que somos pecadores”[6].
El concepto de pecado en el Antiguo Testamento es muy complejo y se percibe de diversas formas. No existe una verdadera reflexión teológica sobre esta experiencia humana, aun cuando la realidad entre profundamente en la fe de Israel. Las expresiones para indicar el pecado están sacadas de la vida secular; pero en su base se encuentra una concepción religiosa global, que liga al hombre con Dios, con el pueblo y con las instituciones. Por eso las faltas interesan a la vida del individuo y a la de la nación, a la observancia de un rito o de una ley, al comportamiento moral, social y político. En Israel existía una legislación muy variada y desarrollada, que regulaba la vida de la comunidad y de cada uno de los fieles. Todas las leyes, sea cual fuere su origen, se atribuían a Moisés, y a través de él a Dios. La transgresión de estas leyes era cometer una falta.
El contexto en el que hay que considerar el pecado del Antiguo Testamento es el del Pacto, por lo que el acto pecaminoso ha de concebirse como una ruptura o como una negación de la relación personal con Dios. Los actos negativos realizados en perjuicio de los demás hombres cubren un aspecto criminal, ya que se consideran en relación con la voluntad de Dios. Además, el pecado se valora en la medida en que ofende directamente a la vida del pueblo y a los designios de Dios sobre él, por lo que asume también una dimensión comunitaria.
Para hablar sobre el pecado los hebreos emplearon palabras tomadas de las relaciones humanas, por ejemplo: Falta, iniquidad, rebelión, injusticia, etc. Como la mentalidad hebrea no distinguía rígidamente entre la acción y sus consecuencias o motivaciones, el mismo vocablo podía significar el acto de pecar, la culpabilidad consecuente o el castigo merecido. Debido a este fenómeno, por ejemplo, la expresión “visito la maldad”[7] significa “castigar por su maldad”.
La idea más común es la de errar el blanco o desviarse de la meta[8]. Una gran proporción de las veces en que aparece se refiere a una desviación moral y religiosa, ya sea con respecto a los hombres[9], o a Dios[10]. También se utiliza la motivación interior de la acción errónea, sino que se concentra más en su aspecto formal como desviación de la norma moral, generalmente la ley o la voluntad de Dios[11]. Y se hace referencia a la acción en torno a la ruptura de una relación, “rebelión”, “revolución”.
Aparece en la Biblia la palabra utilizada en un sentido no teológico, por ejemplo, con referencia a la división de Israel de la casa de David[12]. Pero en otros momentos se refiere al más profundo de los términos del Antiguo Testamento, que refleja el hecho de que el pecado es rebelión contra Dios, el desafío de su santo señorío y gobierno[13]. Y también transmite un sentido literal de perversión, “torcimiento”, o “trastorno” deliberado[14]. Existe un término que transmite el pensamiento del pecado como un mal realizado deliberadamente, “hacer iniquidad”[15]. Aparece en contextos religiosos, particularmente en forma sustantiva, que destaca la idea de la culpa que surge del mal deliberadamente cometido[16]. También puede referirse al castigo que recae sobre el pecado[17].
Pero también el pecado es la desviación del camino correcto[18]. En ocasiones el pecado es producido por la ignorancia, el “errar”, “desviarse como criatura”[19]. A menudo aparece en contexto cúltico como pecado cuando se producen reglamentaciones rituales no reconocidas[20]. También debemos referirnos a ser malo, actuar maliciosamente[21]; y el mal hecho a otros[22].
Se advierte en el Antiguo Testamento una evolución en la concepción del pecado y en la admisión de diversas categorías de faltas. Del antiguo concepto de pecado ritual involuntario cometido por error se pasó, en tiempo de los profetas, al predominio de la noción de transgresión voluntaria y consciente.
1. Pecados involuntarios.
En los tiempos más antiguos se admite que es posible pecar por error[23], violar una prohibición, infringir una regla por inadvertencia o casualmente. Abimelec comete un pecado al tomar una mujer creyendo que era libre y actuando, por consiguiente, con sencillez de corazón[24]. Uzá es herido mortalmente por haber tocado simplemente el arca de la alianza[25], y los habitantes de Bet Semés son castigados con llagas mortales por el simple hecho de haber mirado con curiosidad el arca del Señor[26]. Jonatán es declarado culpable y juzgado reo de muerte solo por haber transgredido, sin conocerlo, un voto hecho por su padre Saúl[27]. La mera transgresión material de una prohibición es considerada ya como pecado.
2. Errores rituales.
Encontramos faltas que no guardan ninguna relación con la moralidad propiamente dicha y que son las que afectan a las prohibiciones relativas a las cosas santas o impuras. El simple tocar el límite de la montaña sagrada acarrea la muerte[28]. Los hijos de Aarón mueren por haber presentado al Señor un fuego profano[29]. Comer la sangre es un pecado contra el Señor[30]. Violar el reposo sabático es una falta grave, digna la pena muerte[31]. No es posible saber si estas prohibiciones y estas penas seguían estando en uso en tiempo los profetas o después del destierro en Babilonia; todas formas, en la literatura profética y post exílica no se menciona la aplicación estas sanciones. De aquí se puede deducir que el concepto pecado se había ido afinando y había evolucionado.
3. Culpas colectivas.
De una consideración comunitaria y colectivista del pecado se pasó en los siglos VII y VI a una concepción más personal e individualmente responsable. El pecado de Cam, padre de Canaán, afecta a toda su descendencia[32]. Dios afirma que castiga las culpas de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación para los que le odian, y que concede su gracia millares de veces a los que le aman y observan sus mandamientos[33]. El error de Acán atrajo la maldición no solo sobre él, sino sobre todos los israelitas[34]. En 2 Reyes 9 se narran los exterminios con que fueron eliminados todos los miembros de la casa de Acab. Los profetas ponen juntos a los dirigentes y al pueblo en la transgresión de la ley del Señor y anuncian la salvación de un remanente. Sin embargo, Jeremías y Ezequiel proclaman el principio de la responsabilidad personal, que no suprime por completo el aspecto social y comunitario del pecado[35].
4. Pecados graves.
En el Antiguo Testamento se advierte ya una distinción entre los pecados graves y las faltas ligeras cometidas por inexperiencia o fragilidad[36]. Aunque todo pecado cometido contra el prójimo es juzgado en relación con Dios, sin embargo se distingue entre los pecados cometidos personalmente contra Dios y los que se refieren al prójimo[37]. Entre los pecados más graves cometidos contra Dios hay que señalarla idolatría, la magia, la blasfemia[38], mientras que entre los cometidos contra el prójimo se distinguen la rebeldía contra los padres[39], el secuestro[40], el adulterio[41] y cuatro pecados que gritan al cielo: El asesinato[42], la sodomía[43], la opresión de las viudas y de los huérfanos[44] y la negativa a pagar el salario justo a los obreros[45].
El aspecto principal del pecado en el Antiguo Testamento es el vínculo que la acción pecaminosa tiene con una norma, que posee a menudo un fuerte aspecto jurídico, atribuido a Dios debido al régimen de la alianza. Por eso el concepto de pecado guarda una estrecha relación con la institución de la alianza sinaítica, considerada como elemento fundamental de la vida religiosa de Israel. La relación con Dios está determinada tanto por leyes éticas y sociales como por leyes cultuales y rituales. El nexo existente entre los dos aspectos no debe separarse, aun cuando en los textos sagrados se acentúe cada uno de ellos de forma distinta. Según la antigua concepción oriental, la relación entre los dos contrayentes del pacto no se considera tanto desde el punto de vista político como desde el personal. Toda infracción de las cláusulas de la alianza significaba no solo una ofensa jurídica, sino también una afrenta contra la persona, un insulto que excitaba la ira del otro. En este contexto, en Israel toda transgresión de la ley suponía una confrontación negativa con Dios, que es fiel y santo y que ha mostrado su benevolencia con el pueblo mediante la iniciativa de la alianza. Por ello, el pecado es:
a. Ruptura con Dios.
Es una ruptura de las relaciones que ligan al hombre con el Señor, bueno y leal[46]. La transgresión de una ley que expresa la voluntad de Dios es una desobediencia a la orden del Señor[47].
Los profetas analizaron perspicazmente la naturaleza del pecado utilizando a veces imágenes muy expresivas. Para Amós el pecado es un atentado contra el Dios de la justicia; para Oseas es una prevaricación contra el Dios de amor; por eso se le compara con la prostitución, con el adulterio y con la infidelidad conyugal[48]. El profeta Isaías trata el pecado como falta de fe y como confusión voluntaria e infidelidad[49]. Jeremías considera el pecado como un olvido del Dios de la alianza, como un dar las espaldas al Señor, como una incircuncisión del corazón, como una situación desesperada de la que es casi imposible salir[50].
b. Ingratitud.
El pecado asume el aspecto de ingratitud para con el don de Dios, que quería crearse un pueblo que diera testimonio de la santidad de su Señor[51]. Además, los profetas leen en el pecado de Israel una malicia más profunda, la de instrumentalizar el don de Dios, creyendo que pueden prescindir de él. Pensando que Dios estaba demasiado apegado a su pueblo para poder deshacerse de él, creen que pueden impunemente infringir su ley, con el convencimiento de que Dios es incapaz de juzgar, de condenar y de castigar al pueblo que ha elegido[52]. Esta arrogancia de Israel es la expresión de un rechazo práctico de la trascendencia divina.
El pecado consiste en apartarse personalmente de Dios, que se revela a través de una orden y de una sanción divina. En el origen del pecado se encuentra la pérdida de toda confianza en Dios; a continuación se comete una desobediencia con la intención de apoderarse con las propias fuerzas de lo que está reservado exclusivamente al Señor, para hacerse semejante a él. El ser humano rompe las relaciones personales con su más grande bienhechor. Dios se convierte para él en un extraño y en un ser temible. Es éste el aspecto más dramático de todo pecado, expresado de una forma popular.
En el Antiguo Testamento se pone de relieve el aspecto tanto objetivo como subjetivo del pecado. El aspecto objetivo se deduce de la transgresión de una ley considerada como expresión de la voluntad divina, y de la consiguiente interrupción de las relaciones con el Dios de la alianza. El aspecto subjetivo y personal del pecado se deduce del hecho de que es considerado como un acto voluntario de rebelión contra Dios, como una negativa a escuchar la voz del Señor, como una deliberada desobediencia a las órdenes de Dios, que tiene su causa más profunda en el orgullo humano. En las invitaciones a la conversión que hacen los profetas se supone la responsabilidad personal en la comisión de los pecados y la posibilidad de evitarlos.
c. Orgullo.
En algunos pasajes del Antiguo Testamento se presenta el pecado como un intento insolente por parte del hombre de hacerse igual a Dios. Es el pecado del orgullo más desenfrenado, que no solo se niega a someterse a Dios, sino que pretende apropiarse de los atributos divinos. Así es como aparece el pecado de los primeros padres, a los que la serpiente sugiere que llegarán a ser como Dios, conocedores del bien y del mal, desobedeciendo precisamente las órdenes divinas[53]. De este mismo pecado se mancharon los constructores de la torre de Babel, que intentaron erigir un imperio mundial sin la intervención de Dios[54]. Este mismo orgullo lo atribuyen los profetas al rey de Babilonia, que se proponía escalar el cielo y ser igual al Altísimo[55], y al rey de Tiro, que se enorgulleció hasta decir: “Soy un dios, sentado estoy en el trono de los dioses, en el corazón de los mares”[56]. La suerte de estos soberbios es la humillación más vergonzosa, dado que Dios no permite que un mortal pretenda equipararse a él.
En los textos apocalípticos se pone de relieve el orgullo de los reyes paganos. Nabucodonosor reconoce que Dios humilla a los que caminan en el orgullo[57]. El tipo de hombre presuntuoso que se levanta contra Dios es Antíoco IV Epífanes, el pequeño cuerno que “proferirá palabras contra el Altísimo y afligirá a los santos del Altísimo”[58].
Sintetizando las características del pecado en el Antiguo Testamento, se puede afirmar que tiene siempre una dimensión religiosa, suponiendo una ruptura de las relaciones personales con Dios y un gesto de ingratitud. Al alejarse de Dios, el hombre tiende a afirmarse a sí mismo contra Dios y a organizar su propia existencia en la autosuficiencia. La expresión más alta de esta actitud es el orgullo. Además de la dimensión vertical, el pecado tiene también un aspecto horizontal, en cuanto que la ruptura de las relaciones con Dios se expresa de forma consiguiente en el trastorno de las relaciones con el prójimo. Efectivamente, toda falta contra el prójimo es considerada como una desobediencia al Señor[59]. Finalmente, el pecado asume siempre un perfil comunitario, ya que es juzgado en correspondencia con el influjo negativo que ejerce sobre la vida del pueblo y sobre el plan salvador de Dios relativo a la nación elegida.
B. En el Nuevo Testamento.
La tradición judeocristiana, cuya fuente fundamental son las Sagradas Escrituras, ha entendido el pecado, en términos generales, como el alejamiento del hombre de la voluntad de Dios. De acuerdo al Tanaj o Antiguo Testamento, esta voluntad está representada por la Ley, preceptos y estatutos dados por Dios al pueblo de Israel, y registrados en los libros sagrados.
De acuerdo con el Nuevo Testamento, la naturaleza pecaminosa del hombre no se puede superar con el esfuerzo de seguir la Ley de Dios, por lo tanto, solo mediante la fe en Jesucristo, y un renacer espiritual, puede vencerse esta naturaleza, y por ende, dejar de pecar.
Las distintas corrientes del cristianismo han elaborado de distinta forma la doctrina que sustenta esta concepción del hombre en lucha permanente contra el pecado, como naturaleza propia, y la victoria sobre él.
1. Deuda.
El judaísmo intertestamentario agregó otro del cual el Nuevo Testamento había de hacer mucho uso: Ofellema (ofellema), “deuda”, que es un término raro en el Antiguo Testamento, y se deriva del lenguaje jurídico del judaísmo tardío. Mateo lo utiliza en la llamada “oración del Padrenuestro”[60] para indicar algo que le debemos a Dios. El pecado se asemeja a una deuda que hay que pagar al Padre, lo mismo que la que tenemos que perdonar nosotros a nuestros deudores. En Pablo este concepto aflora en la metáfora del “quirógrafo”, o pagaré que ha quedado suprimido por la cruz de Cristo[61].
Pablo trata del pecado en la carta a los Romanos. Allí demuestra que todos, judíos o no judíos, están bajo el dominio del pecado[62]. Pablo prueba que el pecado no es simplemente algo malo que se ha hecho, sino, básicamente, una condición del corazón humano[63]. En la carta a los Efesios, Pablo afirma que “éramos por naturaleza hijos de ira”[64]. Sin embargo, “…mientras aún éramos débiles, a su tiempo Cristo murió por los impíos”[65].
2. Hamartía.
El principal término neo testamentario es hamartia. Se emplea en el griego clásico en el sentido de errar el blanco o tomar un camino equivocado. Es el término neo testamentario general para el pecado como acción concreta, como violación de la ley divina[66]. En Romanos 5–8 Pablo personifica el término como principio rector de la vida humana[67].
a. Literatura Juanina.
El término hamartía se encuentra dieciocho veces en el cuarto evangelio, catorce en singular y cuatro en plural, y diecisiete veces en 1 Juan, once veces en singular y seis en plural. En el Revelación aparece tres veces, siempre en plural. El verbo hamartáno se usa tres veces en Juan y cuatro veces en 1 Juan. Aludía al concepto de vivir al margen de lo esencial debido a una actitud errónea no consciente. Antes que los griegos y con anterioridad al arameo el término pecado tenía el significado de “olvido”. Olvido de algo que estaba presente, “olvido” como dejar a un lado. No tener presente a algo o alguien que en ese momento, por diversas razones, se lo dejaba a un costado.
La palabra “pecado” puede significar las diversas acciones pecaminosas[68], como la mentira, el odio, la injusticia, la falta de acogida a los hermanos, o bien la culpa que permanece en la conciencia incluso después de haberse cometido el acto malo. En este sentido hay que entender las expresiones: tener pecado[69], morir en el pecado[70], convencer de pecado[71].
A menudo en el Evangelio y en la Primera de Juan el término usado en singular indica una condición o disposición individual y social, que se imprime en toda acción o palabra pecaminosa y que equivale a una potencia hostil a Dios y a su revelación.
En ambos escritos se establece una distinción en lo que se refiere al verbo “pecar”, entre la forma de aoristo[72], que significa cometer un pecado[73], y la de presente o de perfecto, que significa perseveraren el estado de pecado[74].
El cuarto evangelio no habla del pecado de forma abstracta, sino presentando la actitud de los diversos personajes frente a Cristo. Estos personajes asumen un carácter típico. El evangelista valora el pecado dentro de las antítesis que constituyen una de las características de sus escritos: Luz, tinieblas; verdad, mentira; amor, odio; esclavitud, libertad; vida, muerte. En este contexto, el discurso de Juan sobre el pecado presenta un carácter dramático y una radicalidad impresionante.
Para Juan, el pecado por excelencia consiste en negarse a recibir a Cristo, que es la luz del mundo; es decir, en la incredulidad frente al enviado del Padre, el Hijo unigénito de Dios. Esta negativa aparece no solo como un acto concreto, sino como una opción fundamental y una actitud permanente negativa que decide de toda la existencia del hombre. La aparición en el mundo de la luz reclama una toma de posición y lleva a cabo un crisis; en caso de rechazarla, se establece uno en las tinieblas, esto es, en la condición de no salvación. Esta situación no es neutral, sino que supone una lucha contra la luz; por eso mismo se caracteriza por la aversión contra la luz, por el odio y la condenación[75]. Por eso la incredulidad es impiedad y anarquía[76]. Tal es el pecado de los judíos, que son también el tipo de los paganos no creyentes y del mundo[77].
Al no recibir a Cristo, renegamos del Padre y formamos en las filas del demonio, que es el príncipe de este mundo[78]. El pecadores un esclavo de Satanás[79], ya que participa en las obras de aquel, que es homicida y mentiroso desde el principio[80]. El demonio es la cabeza de la humanidad pecadora. En el rechazo de Cristo el evangelista descubre una acción satánica, ya que es una opción en favor de la mentira, de la esclavitud y de la muerte espiritual y eterna.
Entre las otras causas que suponen el rechazo de Cristo, Juan subraya también el aspecto subjetivo personal: No se cree en Cristo, porque se presume de sí mismo y se desea permanecer en la situación precedente, pensando que se está sin pecado y que es posible alcanzar la salvación fuera de Cristo[81].
El evangelista habla también del pecado del mundo[82]. En la literatura juanina, el término “mundo” tiene también, entre otros, un significado negativo, designando a todos los hombres, judíos y paganos, que rechazan la revelación definitiva traída al mundo por el Hijo de Dios. El pecado del mundo no significa el pecado de los hombres en general, ni la suma de los pecados individuales, sino el mal en sí mismo, en toda su extensión y en sus consecuencias. Es una fuerza que ciega a la humanidad y se encuentra en la base de todas las tomas de posición contrarias a Dios.
El pecado por excelencia en la Primera de Juan es el rechazo de la tradición apostólica, que confiesa a Cristo como Hijo de Dios venido en la carne[83]. Esta negación supone la ruptura de la comunión eclesial y engendra el odio contra los que se adhieren a la primitiva predicación apostólica[84]. Este pecado conduce a la muerte espiritual y eterna. Es llamado iniquidad e injusticia[85]; en efecto, va acompañada de una perversión que no deja ningún resquicio al arrepentimiento; es algo que hace suya la rebelión y la hostilidad de las fuerzas del mal en los últimos tiempos. Por eso este pecado es llamado anomía, término técnico que designa la iniquidad de los tiempos que preceden al fin. La negación de Jesús como Cristo e Hijo de Dios implica el rechazo de la realidad última y definitiva, ya que se cierran los ojos a una luz meridiana. A este pecado se le atribuye una gravedad excepcional y un valor escatológico.
Entre los creyentes se dan también pecados que no conducen a la muerte, es decir, pecados de fragilidad humana, que no suponen una auténtica opción fundamental negativa frente a Cristo[86]. Estos pecados se perdonan con facilidad. Los fieles han de tener la conciencia de ser pecadores en este sentido; negarlo constituiría una mentira comparable a la de los herejes[87]. Pero los que han nacido de Dios están en la condición de no pecar, esto es, de no separarse de Cristo[88]. Al haber vencido Jesús al príncipe de este mundo[89], derrotó también al pecado. Mientras permanezca uno unido a Cristo, interiorizando su palabra y permaneciendo fiel a la comunión eclesial, no podrá pecar[90], es decir, separarse de él.
b. Literatura Paulina.
En las cartas a los Corintios[91], a los Gálatas[92] y sobre todo a los Romanos[93] Pablo utiliza el término hamartía en singular en un sentido muy particular. Este término aparece más de 40 veces en la carta a los Romanos. La hamartía se presenta como una fuerza personificada, como un rey tirano que hace su entrada solemne en el mundo debido a la desobediencia del primer hombre[94]. Esta fuerza malvada se difundió en todos los hombres, alcanzando incluso a la criatura irracional[95]; es inmanente al hombre, habita en él, actúa en él por medio de ciertos cómplices; como fuerza perversa de dominación, produce toda especie de concupiscencias y de deseos viciosos, seduce al hombre por medio del precepto, opera en él el mal y le procura la muerte[96]. Lo mismo que en Génesis 3.13 la serpiente sedujo a la mujer, así también este “pecado” seduce al hombre. La hamartía no puede identificarse con Satanás, que representa una potencia hostil, pero externa al hombre; sin embargo, se le atribuye el papel que Santiago 2.4 atribuye al demonio.
La sede, el órgano y el instrumento del pecado es la carne, y este término es usado por Pablo en varios sentidos. En el contexto de la hamartía, la palabra “carne” tiene un significado moral: Indica al hombre decaído y frágil, que alberga tendencias y deseos hostiles contra Dios, y conducentes por tanto a la muerte[97]. Estos malvados apetitos tienen sujeto al hombre y lo dominan de tal manera que viola conscientemente la voluntad de Dios y comete el pecado. Pero el poder que la carne ejerce sobre el hombre no es obligatorio; tiene que vencer primero la resistencia del hombre interior, lo debe seducir y, a despecho de su libertad y responsabilidad personal, impulsarlo a cometer el pecado.
Existe una relación muy estrecha entre la hamartía, la carne y la ley, concretamente cualquier ley que se le imponga al hombre desde fuera. La hamartía revela su propio poder mediante ley expresada positivamente en forma de precepto. De suyo la ley, como expresión de la voluntad de Dios, es buena y santa; pero solamente da el conocimiento del deber moral, sin comunicar la fuerza de cumplirla, después de haber vencido los asaltos de la carne. Por eso, de hecho, la ley no hace más que activar y excitar las pasiones escondidas en nuestros miembros; no hace más que proporcionar a la concupiscencia la ocasión y el punto de apoyo para cometer una transgresión consciente y cualificada, y por tanto imputable al pecador. De esta manera la hamartía revela por medio de la Ley toda su funesta energía[98]. La lucha encarnizada entre la pasión y la razón humana, entre la tendencia al bien y la tendencia al mal en la intimidad del hombre, queda magistralmente descrita en Romanos 7: La hamartía, la carne y la ley están todas unidas y movilizadas contra el hombre que aspira al bien y a la justicia.
Otro cómplice del poder nefasto del pecado personificado es Satanás. La debilidad del espíritu en los paganos, impedidos de abrir los ojos a la luz del evangelio, es atribuida por Pablo al “dios de este siglo”[99]. Los no cristianos, que infringen la voluntad de Dios, viven en conformidad con el curso de este mundo, según “al príncipe de la potestad del aire”[100]. Gracias a la conversión, los paganos han sido arrancados del poder de las tinieblas y tienen que combatir ahora contra los principados, las potencias, el soberano de este mundo tenebroso, Satanás, el enemigo de la causa de Dios[101]. El tentador por excelencia sabe transformarse en ángel de luz; los falsos apóstoles y los doctores de mentira son sus auxiliares[102]. Lo mismo que Satanás no fue extraño a la introducción del pecado en el mundo, así también ahora actúa oscureciendo la inteligencia de los hombres, manteniendo la idolatría entre los paganos y moviéndolos a cometer los pecados carnales.
a. Otra literatura del Nuevo Testamento.
En los Hechos de los Apóstoles se señalan algunas acciones pecaminosas, como la traición de Judas[103], la negativa de los habitantes de Jerusalén a escuchar la palabra de Dios[104], la mentira de Ananías y Safira, presentada como un insulto cometido contra el Espíritu Santo y una alianza pactada con Satanás[105]. El pecado de Simón mago consistió en querer reducir el don de Dios a una realidad controlable por los hombres y puesta bajo su dominio[106]. La persecución de la Iglesia por parte de Saulo antes de su conversión se debió a su persuasión de que había que permanecer cerrado en el estrecho sistema de la ley mosaica, sin aceptar la cruz de Cristo como causa de la verdadera justicia y como indicación de una nueva norma de vida. Los Hechos mencionan a menudo el perdón de los pecados gracias a la fe en Cristo y al sumergir en agua[107], lo que trataremos más adelante.
En Hebreos el pecado es considerado en sus aspectos concretos de rebelión contra Dios[108], de apostasía, de incredulidad y de desobediencia[109]. Acecha al pueblo de Dios en todas las fases de su peregrinación hacia la Jerusalén celestial, como desviación de la meta asignada y detención en el camino, debido al enflaquecimiento espiritual. Los pecados son llamados “obras muertas”[110], porque manchan la conciencia e impiden un culto agradable a Dios. Se habla de la apostasía como de un pecado irremisible[111], en el sentido de que el sacrificio expiatorio de Cristo no puede repetirse y el pecador no puede verse reintegrado a su inocencia; pero no se excluye la posibilidad de un remedio de forma absoluta. La conducta y la acción pecaminosa del individuo es capaz de contagiar a la comunidad[112]. Culpables ante Dios y ante los hermanos son todos los que descuidan la asistencia a las asambleas o las abandonan[113], induciendo a los demás a seguir su mal ejemplo.
En Santiago se destacan algunos aspectos sociales del pecado; la riqueza puede conducir a una explotación brutal del prójimo; el hablar irresponsable influye negativamente en la relación mutua entre los hombres[114]. La ira, la envidia, los juicios negativos sobre los demás se derivan del egoísmo y de una falsa búsqueda de uno mismo[115].
En 1 Pedro se nos habla de los pecados típicos de los que no han sido sumergidos en agua todavía[116]. Pero también los cristianos tienen experiencia de “los deseos carnales que batallan contra el alma”[117]. El pecado parece ser connatural al hombre, vinculado a su ser corporal; pero mediante el sumergir en agua y la santidad puede ser combatido y vencido.
En las cartas de Judas y 2 Pedro se habla de los pecados de los maestros de error: Conciernen a los desórdenes morales en el matrimonio[118], a la adulación y a las elogios empleados para imponerse a los demás[119].
3. Hamártema.
Hamártema (Hamartema), indica el efecto de un acto pecaminoso libre y consciente. Generalmente se usa en plural[120]; en singular se utiliza para el pecado imperdonable contra el Espíritu Santo[121].
4. Paraptomma.
Paraptoma (paraptomma) significa caída, paso en falso, y aparece en contextos clásicos para un error de medición o un desatino. El Nuevo Testamento le confiere una connotación moral más fuerte, como mala acción o transgresión.
5. Parabasis.
Parabasis (parabasis) es un término derivado en forma similar y con significado parecido, “transgresión”, “ir más allá de la norma”[122].
6. Asebeia.
Asebeia (asebeia) es quizás el más profundo de los términos neo testamentarios. Implica maldad o impiedad activas[123].
7. Anomia.
Otro término es anomia (anomia), desobediencia, desprecio por la ley, desorden en el sentido de rechazo del principio mismo de la Ley o de la voluntad de Dios, iniquidad[124]. El pecado es la verdadera ilegalidad, o más bien “alegalidad”. El pecado “no” es la mera infracción de la Ley, sino el rechazo de la voluntad de Dios, el vivir a espaldas de Dios, la disposición mental que lleva al pecador a hacer la propia voluntad en oposición a la de Dios. De ahí la distinción que se hace entre “pecado” y “transgresión”, siendo esto último la infracción de un mandamiento conocido.
8. Kakia y ponemria.
Kakia (kakia) y poneria (ponemria) son términos generales que expresan depravación moral y espiritual[125]. La última de estas referencias indica la relación entre el segundo término mencionado anteriormente y Satanás, el malo, ho ponemros (ho ponemros)[126].
9. Adikia.
Adikia (adikia) es el principal término clásico para el mal que se le hace al prójimo. Se traduce de diferentes maneras: “injusto”[127], “injusticia”[128], “iniquidad”[129]. Primera de Juan lo equipara con hamartia[130]. También tenemos enojos, término legal que significa “culpable”[131].
No obstante, la definición de pecado no se deriva simplemente de los términos utilizados en la Escritura para hacer referencia a él, por ejemplo, en el relato de Génesis 3, a pesar de que no aparece en él ninguno de los vocablos clásicos para señalar el pecado, nos muestra gráficamente las características primordiales de este. Es un acto de desobediencia motivado por el deseo del ser humano de auto establecer las normas y ser el dueño de su propio destino. Rompe la comunión íntima que antes existía entre Dios y el hombre, y también la que existía entre los hombres, porque la característica más típica del pecado en todos sus aspectos es que está dirigido contra Dios[132]. Cualquier concepción del pecado que no ponga en primer plano la oposición que le ofrece a Dios es una desviación de la representación bíblica. El concepto popular de que el pecado es egoísmo delata una falsa apreciación de su naturaleza y gravedad. Esencialmente el pecado está dirigido contra Dios, y solo esta perspectiva explica la diversidad de sus formas y actividades. Es violación de aquello que la gloria de Dios exige, y por lo tanto, en su esencia misma es lo que se opone a Dios.
Más que cualquier otro autor del Nuevo Testamento, Pablo desarrolla el tema del pecado. El pecado es realmente el postulado de su soteriología, que constituye el corazón de la teología del apóstol. De diversas formas y bajo diversos puntos de vista se menciona al pecado en todas las cartas paulinas. En efecto, el apóstol considera el pecado desde el punto de vista psicológico, individual, social e histórico. En las cartas a los Gálatas y a los Romanos la exposición es doctrinal y polémica. Sin embargo, Pablo no nos ofrece un cuadro completo y ordenado de la realidad que es el pecado. El principal interés del apóstol se centra en hacer brillar sobre el fondo tenebroso de la maldad humana la obra redentora de Cristo, “que fue entregado por causa de nuestras transgresiones y resucitado para nuestra justificación”[133].
Usando una decena de términos para indicar las acciones pecaminosas, Pablo considera el pecado como una desobediencia a la voluntad de Dios, como una rebelión contra su ley, como un error culpable, como una acción injusta que se opone a la verdad, como una negación de la sabiduría divina. La naturaleza específica del pecado es la oposición a Dios, que se puede manifestar de varias maneras, referirse a diversos objetos, pero considerados siempre en relación con Dios y en contraste con la ley revelada por Él[134], así como en antítesis con la razón y la conciencia, en la que está inscrita la Ley de Dios[135], y con el Evangelio[136].
C. Origen
El pecado estaba ya presente en el universo desde antes de la caída de Adán y Eva[137]. El origen del pecado no estuvo en el hombre, sino en el diablo[138]. La Biblia, sin embargo, no se ocupa directamente del origen del mal en el universo, sino que trata más bien del pecado y su origen en la vida del hombre[139]. El verdadero impacto de la tentación demoníaca en la narración de la caída en Génesis 3 radica en la sutil sugerencia de la aspiración humana a llegar a ser igual a su hacedor[140]. Satanás dirigió su ataque contra la integridad, la autenticidad, y la amante provisión de Dios, y su propuesta consistió en estimular una perversa y blasfema rebelión contra el verdadero Señor del hombre. Con este acto el hombre hizo un intento de alcanzar la igualdad con Dios[141], trató de expresar su independencia de él, y, por lo tanto, de cuestionar tanto la naturaleza misma como el orden de la existencia mediante el cual vive como criatura, en completa dependencia de la gracia y las estipulaciones de su creador. Aun más, el hombre cometió una blasfemia al negarle a Dios el culto y la amorosa adoración que debe ser siempre la respuesta correcta del hombre a la majestad y la gracia divinas, y en lugar de ello rindió homenaje al enemigo de Dios, y a sus propias ambiciones envilecidas.
Por consiguiente, según Génesis 3, no debe buscarse el origen del pecado en una acción abierta, sino en una aspiración interior de negar a Dios, de la cual el acto de desobediencia solo fue la expresión inmediata. En cuanto al problema de cómo pudieron Adán y Eva haberse visto envueltos en tentación si anteriormente no habían conocido pecado, la Escritura no entra en una discusión detallada. No obstante, en la persona de Jesucristo da testimonio de un Hombre que fue sometido a tentación “sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”[142].
En los tres primeros evangelios no hay más que una vaga alusión al origen del pecado en el mundo. Insistiendo en las disposiciones internas de las acciones humanas, Jesús considera el corazón como la causa última del bien y del mal[143]. El que tiene el corazón malo es un árbol malo, que no puede menos de dar frutos podridos[144]. Para Jesús la raíz profunda del pecado es la facultad espiritual del nombre, en donde se toman las decisiones de las acciones exteriores[145]. Además, Jesús no excluye la influencia de Satanás, ya que los pecadores son hijos del maligno[146].
Según los escritos juaninos, la raíz del pecado es de índole moral: Una práctica perversa[147], la búsqueda de la propia gloria[148], la pretensión de establecer por sí mismo las modalidades de la búsqueda de la salvación, la presunción de estar libre de pecado y de gozar ya de libertad[149]. Se menciona además el atractivo del mundo, con la concupiscencia de la carne y de los ojos y la soberbia de la vida[150].
La enseñanza de Pablo sobre el origen del pecado es la más difundida de toda la Biblia. El apóstol remite al pecado de los primeros padres, que ejerce un influjo mortal en toda su descendencia[151]; considera la naturaleza caída del hombre con su tendencia al mal; investiga el papel de la ley que da solamente el conocimiento de la ley de Dios, pero no la fuerza para cumplirla, y no excluye la influencia del demonio en las acciones malas que realiza el hombre.
El origen del mal es parte del “misterio de la iniquidad”[152], pero una razón discutible del relativo silencio de la Escritura es que una “explicación racional” del origen del pecado daría como resultado inevitable el hacer que la atención se desvíe del propósito principal de la Escritura, que es la confesión de mi culpa personal. De todas maneras, dada la naturaleza del asunto, el pecado no es algo que se pueda “conocer” objetivamente.
Un elemento importante en el origen del pecado es el papel que juega la tentación. No se trata de la prueba a la que Dios puede someter al hombre para experimentar su fidelidad y su perseverancia en el bien, cuyos clásicos ejemplos son la tentación de Abraham[153] y la de Job[154]. En nuestro caso se trata del intento realizado para hacer que el hombre se desvíe del camino recto y para inducirlo a cometer pecados.
El Antiguo Testamento conoce la tentación que proviene del demonio. En Génesis 3 la desconfianza de Dios y la rebelión contra su voluntad son provocadas ante todo por la serpiente, en la que la tradición posterior vio el símbolo del demonio. El modo con que el tentador procuró arrastrar a la mujer se describe de una forma psicológicamente muy fina y sagaz. El censo de la población ordenado por David se presenta también como una seducción del demonio.
Con mayor amplitud se describe la influencia del tentador satánico en el Nuevo Testamento. El poder maligno puede suscitar males físicos para inducir al pecado; se sirve de las persecuciones y de los sufrimientos morales para provocar la apostasía[155]; este esfuerzo será más palpable en la era escatológica[156].
Pablo subraya el papel de la concupiscencia, presente en lo íntimo del hombre, al comentar el mal[157]. Asimismo, algunos acontecimientos o circunstancias históricas pueden ser no solo un obstáculo para la fe, sino también una incitación a la infidelidad con Dios: La humilde actitud de Cristo[158], la enfermedad corporal[159], la oposición al Evangelio por parte de los no creyentes[160]. Sin embargo, Dios no permite que la tentación supere las fuerzas del hombre[161]. Mediante la vigilancia y la oración es posible vencerlos estímulos internos y externos, que arrastran al hombre hacia el mal[162].
D. Consecuencias.
El pecado de Adán y Eva no fue un hecho aislado. La condenación del pecado es inevitable y terrible. Según la Ley, “la paga del pecado es la muerte”[163] y el sufrimiento, y desata fuerzas contrarias al hombre y su felicidad; produce el estado en el que el género humano se encuentra desde entonces. Esta muerte y juicio se extienden a todos los hombres, por cuanto todos han pecado[164]. El hombre está muerto en Sus delitos y pecados[165]. Le es necesario nacer de nuevo para entrar en comunión con Dios, pues las iniquidades del hombre hacen separación entre él y Dios[166]. Dios juzgará pronto a todos los pecadores y todas sus acciones, incluso las más secretas[167]. Las consecuencias para ellos, para la posteridad, y para el mundo entero están a la vista. Desde Adán a Moisés, los hombres “…tuvieron que morir porque pecaron, aunque su pecado no fue la desobediencia a un mandato específico de Dios, como en el caso de Adán”[168]. A Adán se le había dado un mandamiento concreto, el cual desobedeció; pero de Adán a Moisés no fue dada ninguna ley en concreto, y por ello no había transgresión; sin embargo, sí había pecado en el sentido propio del término, tal y como se ha definido, y fue el pecado lo que provocó el diluvio. La misma distinción es la que está involucrada en Romanos 4.15: “Dios castiga a los que desobedecen la ley. Pero cuando no hay ley, nadie es culpable de desobedecerla”[169]. Puede haber pecado, no obstante, y se declara que “Los que no la conocen, y pecan, serán castigados aunque no conozcan esa ley”[170].
1. La ira de Dios.
El primer efecto del pecado es el de contristar a Dios, irritarlo y moverlo a la ira[171]. El Señor esconde su rostro al pecado para no escucharlo[172] las peticiones del pecador o se niega a responder cuando le pide una profecía[173]. Estas expresiones son metáforas antropomórficas que ponen de relieve la referencia del pecado al Dios personal, ya que en cierto sentido Dios no puede verse alcanzado ni “ofendido” por el pecado.
2. Separación de Dios.
Cuando el primer pecador, Satanás peco, al llenarse de orgullo y rebelarse contra Dios para tomar el lugar de Dios. Satanás fue destronado por tierra, ya su morada no sería más cerca de Dios en el cielo. El castigo final de Satanás será el ser “será arrojado al lago donde el azufre arde en llamas”[174], también aquellos ángeles que siguieron al diablo en su intento de rebelión contra Dios, tendrán su parte en este castigo. Estarán lejos de Dios por la eternidad.
El resultado del pecado en nuestra vida es la separación de Dios o de la comunión con Él. Dios es santo no hay pecado en Él. Cuando Adán y Eva pecaron en el jardín del Edén al desobedecer a Dios y comer del fruto prohibido ellos se escondieron. No podían enfrentarse a Dios sabiendo que estaban en pecado y que habían desobedecido. La consecuencia de su pecado fue el ser echados del jardín del Edén. Aunque Satanás ha sido sentenciado a muerte eterna, usted tiene una gran oportunidad para no ser lanzados junto con el diablo al lago que arde con fuego y azufre, Dios nos ha dado a su Hijo Jesucristo para que por medio de Él obtengamos la salvación y seamos libres de los efectos del pecado. Él murió un día en la cruz del calvario y derramó su sangre para que nosotros no tuviésemos que morir. Él murió en nuestro lugar, “Pero si caminamos en la luz, como el mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado... Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos y purificarnos de toda maldad”[175].
3. La actitud del hombre hacia Dios.
El cambio de actitud de Adán hacia Dios indica la revolución que tuvo lugar en su mente. “…y el hombre y su esposa se escondieron de la presencia de YHWH Elohim entre los árboles del jardín”[176]. Aunque fueron creados para gozar de la presencia y el compañerismo de Dios, ahora temían encontrarse con él[177]. Ahora sus emociones dominantes eran la vergüenza y el temor[178], lo que indica el caos que se produjo.
4. La actitud de Jesús.
De los evangelios sinópticos se deduce que Jesús no se detuvo en describir la naturaleza del pecado, sino que considera a todos los hombres alejados de Dios, entregados al poder del demonio, y por tanto necesitados de conversión y de salvación[179]. La predicación del reino de Dios acompañada de la invitación a la conversión y del ofrecimiento de perdón va dirigida a todo el pueblo[180]. El nexo entre la llegada del reino y el perdón de los pecados se pone de relieve en el relato de la curación del paralítico[181] y en la historia de la unción de Jesús por parte de la pecadora[182].
a. Los pecados concretos y el corazón.
Jesús conoce y denuncia los pecados concretos, como la vanidad, el orgullo, la mentira, el apego a las riquezas, la explotación de los demás, el robo, el adulterio, el homicidio[183]. Sin embargo, para Jesús el elemento constitutivo del pecado es un desorden interior, una disposición perversa del corazón. Efectivamente, el corazón, como sede de los pensamientos y de los deseos, representa la facultad espiritual del hombre, en la que se toman las decisiones relativas a la actividad exterior[184]. En esta línea Jesús denuncia como pecados también los actos internos, que están en el origen de las acciones públicas[185]. El pecado contra el Espíritu Santo, es decir, la negativa obstinada a creer en Jesús, no se perdonará ni en esta vida ni en la otra, debido a la dificultad que se encuentra en cambiar la actitud básica negativa frente a Cristo. Las polémicas con los fariseos y los escribas sobre el sábado y las demás observancias rabínicas muestran que Jesús concedía mayor importancia a las exigencias de la persona que a la de las instituciones[186].
b. Bondad con los pecadores.
Cristo asumió una actitud benévola con los judíos que no practicaban los mandatos rabínicos y que eran despreciados por los fariseos y considerados como pecadores. Proclama que ha venido a llamar a la conversión no a los justos, sino a los pecadores[187]. Al discernir en la miseria religiosa y moral de esos hombres un valor escondido y despreciado, es decir, un reconocimiento fundamental de la propia impotencia y la necesidad de la gracia divina, Jesús reconoce en ellos una aptitud para acoger la llamada a la conversión, y por tanto para recibir la gracia de la justificación[188]. En este sentido los pecadores son los verdaderos clientes del reino. Por eso no es tanto el pecado en sí mismo lo que constituye un obstáculo para la salvación, sino la obstinación en rechazar la invitación divina a la conversión y la confianza puesta en sí mismo y en las propias posibilidades. La condición de pecador que va acompañada del sentimiento de la propia miseria espiritual representa un terreno propicio para la obtención del perdón y de la salvación. Lo demuestran las parábolas de la dracma perdida, de la oveja extraviada y del padre misericordioso o del hijo pródigo[189]. Esta última parábola enseña que el abandono de la casa paterna por parte del hijo más joven indica el rechazo de unas relaciones filiales con el padre, es decir, la negativa a recibir todos los bienes del amor paterno, pretendiendo que no se tiene ninguna necesidad de él. Cuando regresa el hijo, el padre, superando todas las imposiciones de la justicia humana, perdona generosamente al hijo y lo trata con especial cariño, hasta el punto de suscitar la envidia del hermano mayor.
Jesús prevé su propia muerte y le atribuye un valor expiatorio[190]. Por eso la muerte de Jesús en la cruz es una especie de condenación divina del pecado. Su resurrección como victoria sobre la muerte aparece igualmente como una victoria sobre el pecado y sobre las fuerzas diabólicas.
La enseñanza y el comportamiento de Jesús con los pecadores contienen una nueva revelación sobre la naturaleza del pecado. Este nace de la intimidad del hombre, de su corazón perverso; es un desconocimiento voluntario del amor de Dios y una negativa a acoger la invitación a la conversión, esto es, a creer en Cristo; el pecado somete al hombre a la esclavitud del demonio. Acogiendo el anuncio del reino de Dios, se obtiene el perdón de los pecados y se entra en una relación amorosa con el Padre celestial. El pecado del hombre queda superado por el sacrificio redentor de Cristo en la cruz.
5. Consecuencias para la humanidad.
La universalidad del pecado es evidente. Ya de principio, el hombre posee una inclinación al pecado[191], que no viene como enseñan los católicos del pecado de Adán y Eva como heredad, sino como consecuencia. El desenvolvimiento de la historia del hombre proporciona un catálogo de vicios[192]. La consecuencia de la sobreabundante iniquidad es la virtual destrucción de la humanidad[193]. Todo nuestro ser está contaminado por el mal: Nuestros pensamientos, acciones, palabras, sentimientos, voluntad[194]; no existe un solo ser humano que sea justo ante Dios[195], con la sola excepción de Aquel que apareció para quitar el pecado[196], Aquel que “… no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca”[197], el inmaculado Hijo de Dios.
La caída tuvo efectos duraderos, no solo en Adán y Eva, sino también sobre todos los que de ellos descienden; hay solidaridad racial en el pecado y el mal.
6. Consecuencias para la creación.
Los efectos de la caída se extienden más allá del cosmos físico. “…maldita es la tierra en tus labores; en dolor comerás de ella por todo el tiempo de tu vida”[198]. El hombre es corona de la creación, hecho a imagen de Dios, y, en consecuencia, es vice regente de Dios[199]. La catástrofe de la caída del hombre trajo aparejada la catástrofe de la maldición sobre aquello de lo cual se le había dado dominio. El pecado es un hecho que se dio en la esfera del espíritu humano, pero que ha repercutido en toda la creación.
7. La aparición de la muerte.
La muerte es consecuencia del castigo que merece el pecado. Esta fue la advertencia que acompañó a la prohibición en el Edén[200], y es expresión directa de la maldición de Dios sobre el hombre pecador[201]. En la esfera de lo fenoménico, la muerte consiste en la separación de los elementos integrales del ser del hombre. Esta disolución ejemplifica el principio de la muerte, a saber, la separación, y alcanza su expresión extrema en la separación de Dios[202]. A causa del pecado la muerte provoca temor y terror en el hombre[203]. Pero no es tanto la muerte física la más dolorosa en la caída, sino más bien el hecho de que la persona que está en pecado está muerta espiritualmente, aunque físicamente camina, habla, escucha, puede ver, trabaja y disfruta de su vida, la realidad es que esta persona está muerta porque Dios no mora dentro de ella, no hay espíritu de vida en esta persona. El pecado tiene como consecuencia todo lo relacionado a la muerte, sufrimiento, enfermedad, problemas familiares, drogas, borracheras, peleas, conflictos y muchas otras cosas malas. La Biblia nos enseña que el diablo, el autor del pecado, vino para matar, robar y destruir, pero Cristo vino para darnos vida y vida en abundancia, esto es Vida Eterna.
8. La muerte eterna.
Si una persona no nace de nuevo, jamás tendrá vida, y esto conllevara a la muerte eterna o la muerte segunda, esta es la muerte de la cual no hay oportunidad de escapar. La Biblia dice: “Pero los cobardes, incrédulos, abominables, asesinos, inmorales, hechiceros, idólatras, y todos los mentirosos tendrán su herencia en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda”[204].
E. Culpabilidad.
El primer pecado de Adán tuvo un significado único para toda la raza humana[205]. Aquí se hace hincapié en forma sostenida en la sola y única transgresión de un solo hombre como aquello por lo cual el pecado, la condenación, y la muerte recayeron sobre toda la humanidad. Se identifica al pecado como “la transgresión de Adán”, “la transgresión del uno”, “una transgresión”, “la desobediencia de uno”, y no puede haber duda de que aquí se hace referencia a la primera transgresión de Adán. En consecuencia, la cláusula “por cuanto todos pecaron” en Romanos 5.12 se refiere al pecado de todos en el pecado de Adán. No puede referirse a los pecados que cometen todos los hombres, y mucho menos a la depravación hereditaria, porque en el versículo 12 la cláusula en cuestión dice claramente por qué “la muerte pasó a todos los hombres”, y en los versículos siguientes se expresa que “la transgresión de uno solo”, es la causa del reinado universal de la muerte.
Según la Escritura, el tipo de solidaridad con Adán que explica la participación de todos en el pecado de Adán, es el tipo de solidaridad que Cristo mantiene con aquellos que están unidos a él. El paralelo en Romanos 5.12–19 y 1 Corintios 15.22, 45–49 entre Adán y Cristo indica el mismo tipo de relación en ambos casos, y no tenemos necesidad de postular nada más definitivo en el caso de Adán y la humanidad que lo que encontramos en el caso de Cristo y los suyos. En este último caso se trata de una cabeza representativa, y esto es todo lo que hace falta para afirmar la solidaridad de todos en el pecado de Adán.
Aunque la culpa del pecado de Adán fue inmediata, como se puede comprobar por el testimonio de los pasajes pertinentes, el juicio de condenación que recayó sobre Adán, y en consecuencia sobre todos los hombres en él, se considera confirmado, en la Escritura, en cuanto a su justicia y corrección, por la experiencia moral subsiguiente de cada hombre. De ese modo, queda ampliamente corroborado Romanos 3.23, que “todos pecaron”, por referencia a los pecados específicos y visibles de judíos y gentiles[206], antes de que Pablo haga referencia alguna a la imputación en Adán. De manera similar la Escritura relaciona universalmente el juicio final del hombre ante Dios con sus “obras”, que no alcanzan a cumplir las exigencias divinas[207].
El rechazo de esta doctrina no solo indica incapacidad de aceptar el testimonio de los pasajes pertinentes, sino también incapacidad de apreciar la estrecha relación que existe entre el principio que gobierna nuestra relación con Adán, y el que gobierna la operación de Dios en la salvación. El paralelo entre Adán como primer hombre y Cristo como último Adán muestra que la realización de la salvación en Cristo está basada en el mismo principio operativo que aquel por medio del cual nos convertimos en pecadores y herederos de la muerte. La historia de la humanidad queda finalmente resumida bajo dos complejos: Pecado-condenación-muerte y justicia-justificación-vida. El primero surge de nuestra unión con Adán; el segundo proviene de nuestra unión con Cristo. Estas son las dos órbitas en las que vivimos y nos movemos. El gobierno de los hombres por parte de Dios se lleva a cabo en función de estas relaciones. Si no entendemos nuestra relación con Adán no podemos comprender correctamente a Cristo. Todos los que mueren, mueren en Adán; todos los que adquieren vida, la reciben de Cristo.
F. La depravación.
El pecado no consiste simplemente en un acto voluntario de transgresión. Todo acto surge de algo que tiene raíces más profundas que él mismo. Un acto pecaminoso es la expresión de un corazón pecaminoso[208]. El pecado siempre ha de incluir, por lo tanto, la perversidad del corazón, la mente, la disposición, y la voluntad. Así fue, como vimos anteriormente, en el caso del primer pecado, y es igual con todo pecado. En resultado, la consecuencia del pecado de Adán a la posteridad debe comprender la participación en la perversidad, aparte de lo cual carecería de sentido el pecado de Adán, y su censura se convertiría en algo imposible. Pablo dice que “por la desobediencia de un hombre muchos fueron hechos pecadores”[209]. La depravación que supone el pecado es consecuencia directa del pecado de Adán.
La evidencia de la Escritura con respecto a la capacidad de agudeza de dicha depravación es clara. Génesis 6.5; 8.21 presenta un caso cerrado. La segunda referencia aclara que esta acusación no estaba restringida al período anterior al juicio del diluvio. No hay forma de evadir la fuerza de este testimonio desde las primeras páginas de la revelación divina, y las declaraciones posteriores tienen el mismo efecto[210]. Cualquiera sea el punto de vista desde el cual miremos al hombre, veremos la ausencia de aquello que place a Dios. Si consideramos este punto de un modo más positivo, todos se han alejado de Dios, y se han corrompido. En Romanos 8.5–7 Pablo menciona el pensar de la carne, y carne, cuando se emplea éticamente como aquí, significa la naturaleza humana dirigida y gobernada por el pecado[211]. Además, “Los proyectos de la carne están en contra de Dios”[212]. No podríamos formular un juicio más condenatorio, porque significa que el pensamiento del hombre natural está condicionado y gobernado por la enemistad hacia Dios. Nada menos que un juicio de depravación total es la clara inferencia de estos pasajes, es decir que no hay área o aspecto de la vida humana que quede absuelta de los sombríos efectos de la condición del hombre caído, y en consecuencia, no hay área que pudiera servir de base para la justificación del hombre por sí mismo frente a Dios y su ley.
La depravación, sin embargo, no se registra en infracciones reales en igual grado para todos. Hay una cantidad de factores que la restringen. Dios no entrega a todos los hombres a la inmundicia, a una mente corrupta, y a una conducta impropia[213]. La depravación no es incompatible con el ejercicio de las virtudes naturales y la promoción de la justicia civil. El hombre no regenerado todavía está dotado de conciencia, y la obra de la ley está escrita en su corazón, de modo que en alguna medida, y en ciertos puntos, cumple sus requerimientos[214]. La doctrina de la depravación significa, sin embargo, que estas obras, aunque formalmente afines con lo que demanda Dios, no son buenas y agradables a Dios en función de los criterios totales y finales que determinan su juicio, los criterios del amor a Dios como motivo alentador, de la ley de Dios como principio directriz, y de la gloria de Dios como objetivo regulador[215].
G. La incapacidad.
La incapacidad se refiere a la imposibilidad que proviene de la naturaleza de la depravación. Si la depravación afecta todos los aspectos y las áreas de la persona, entonces la inhabilidad para lo que es bueno y agradable a Dios también es inclusiva en su referencia.
No podemos cambiar nuestro carácter o actuar en contra de él. En lo que se refiere a comprensión, el hombre natural no puede conocer las cosas del Espíritu de Dios, debido a que se disciernen espiritualmente[216]. Con respecto a la obediencia a la ley de Dios, no solo no está sujeto a la ley de Dios, sino que no puede estarlo[217]. Los que están en la carne no pueden agradar a Dios[218]. El mal árbol no puede dar buen fruto[219]. En cada caso la imposibilidad es indiscutible. Es nuestro Señor mismo quien afirma que es imposible tener fe en él aparte del don del Padre y su llamamiento[220]. Este testimonio del Señor concuerda con su insistencia en que aparte del nacimiento sobrenatural de agua y del Espíritu nadie puede adquirir una apreciación inteligente del reino de Dios, ni entrar en él[221].
La necesidad de una transformación y recreación tan radical e importante como lo es la regeneración, es prueba de la veracidad del testimonio de la Escritura en cuanto a la esclavitud del pecado y a la situación desesperada de nuestra condición pecaminosa. Esta esclavitud implica que la imposibilidad que experimenta el hombre natural de recibir las cosas del Espíritu, amar a Dios y hacer lo que a Él le agrada, o creer en Cristo para la salvación de su alma, es de carácter psicológico, moral, y espiritual. Esta esclavitud es la premisa del evangelio, y la gloria del evangelio se halla precisamente en el hecho de que ofrece liberación de la esclavitud y las ataduras del pecado. Es el evangelio de gracia y poder para el desvalido.
H. Responsabilidad.
Como el pecado es contra Él, Dios no puede pasarlo por alto o ser indiferente con respecto al mismo. Dios reacciona inevitablemente contra él. Esta reacción es, específicamente, su ira. La frecuencia con que la Escritura menciona la ira de Dios nos obliga a considerar su realidad y su significado.
El Antiguo Testamento emplea diversos términos. En un sentido habla de “enojo”, y de manera intensificada expresa “la intensidad de la ira de Dios” es muy común[222], también se expresa la idea de indignación[223]. Es evidente que el Antiguo Testamento está lleno de referencias a la ira de Dios. A menudo aparecen juntos más de uno de estos términos, para reforzar y confirmar el pensamiento que expresan. Los términos mismos están cargados de intensidad, como así también las construcciones en que aparecen para transmitir la idea de desagrado, encendida indignación, y santa venganza.
Los términos griegos orgem (orgem) y thymos (thymos), son usados frecuentemente, el primero con referencia a Dios en el Nuevo Testamento[224], y el último menos frecuentemente[225].
En consecuencia, la ira de Dios es una realidad, y el lenguaje y las enseñanzas de las Escrituras están calculados para hacernos captar la severidad que la caracteriza. Hay tres observaciones que requieren mención especial.
1. No debe interpretarse la ira de Dios en función de la pasión antojadiza tan comúnmente relacionada con la ira en nosotros. Es el deliberado y decidido desagrado que demanda la contradicción de su santidad.
2. No debe tomarse como venganza, sino como santa indignación; no hay en ella nada que pertenezca a la naturaleza de la malicia. No se trata de un odio maligno, sino de una justa detestación.
3. No debemos limitar la ira de Dios a su voluntad de castigar. La ira es una manifestación positiva de su insatisfacción, tan segura como lo es su complacencia ante lo que le agrada. No debemos privar a Dios lo que nosotros llamamos emoción. La ira de Dios tiene su paralelo en el corazón humano, ejemplificado de manera perfecta en Jesús[226].
La consecuencia de la culpabilidad del pecado es, por lo tanto, la santa ira de Dios. Como el pecado nunca es impersonal, sino que existe en las personas, y es cometido por ellas, la ira de Dios consiste en el desagrado que recae sobre ellas; nosotros somos objeto de ella. Los castigos penales que sufrimos son expresión de la ira de Dios. El sentimiento de culpa y el tormento de la conciencia son reflejo, en nuestro nivel consciente, del desagrado de Dios. La esencia de la perdición final consistirá en la aplicación de la indignación de Dios[227].
I. El Pecado y el Cristiano.
Las enseñanzas y obras de Jesucristo y los Enviados dan un nuevo enfoque al concepto del pecado. En vez de medir las acciones de las personas de acuerdo con el legalismo de las interpretaciones “oficiales” de una serie de mandamientos, Jesús partió siempre de la motivación[228]. Vio el amor como la única fuerza capaz de derrotar al pecado[229]. La misma victoria suya sobre el pecado es motivada por el amor divino[230], y tal amor de Dios había de motivar y capacitar asimismo a los suyos para vencer el pecado[231], ya que la fe actúa siempre por el amor.
Es a la luz de esta manera de ver el pecado que se puede comprender también otra novedad del Nuevo Testamento: la relación entre la culpabilidad y el nivel de desarrollo de la conciencia de los fieles[232].
Es notable que Pablo, siguiendo la LXX, hable del pecado casi exclusivamente en singular, viéndolo como un todo, como una potencia espiritual enemiga de Dios y del hombre al cual Cristo ha derrotado. Sin embargo, el Nuevo Testamento advierte a los creyentes sobre una serie de pecados individuales, y reconoce que la historia de Cristo está para realizarse por la fe en la vida de cada uno de los suyos[233].
J. Lista de pecados.
En las cartas paulinas, incluidas las llamadas “cartas pastorales”, se recogen doce listas de pecados[234]. Estas listas no están ordenadas según una disposición lógica; algunos términos indican actos concretos; otros, más bien, una actitud pecaminosa general. En total se llegan a mencionar noventa y dos vicios, que corresponden a las faltas cometidas más corrientemente en las comunidades fundadas por el Enviado. Se enumeran los pecados de los paganos[235], los de los creyentes antes de su conversión[236] y los de los cristianos[237]. En las diversas listas ocupan el primer puesto los pecados contra la misericordia, luego los pecados contra el sexo, en tercer lugar los cometidos directamente contra Dios y, finalmente, la búsqueda de sí mismo. Se le atribuye una gravedad especial al deseo de poseer cada vez más, lesionando los derechos del prójimo[238]. Esta ambición se compara con la idolatría, el vicio típico de los paganos, siendo el contraste de la moderación, de la misericordia y de la caridad. Efectivamente, el ambicioso utiliza al prójimo como instrumento en beneficio propio y del propio placer. También se les da mucha importancia a los pecados contra la castidad, ordinariamente en forma genérica: Fornicación, impureza, falta de pudor; pero también específica: Adulterio, homosexualidad. Especialmente las faltas en contra de lo natural se consideran como un castigo de la idolatría[239].
Los pecados contra Dios, aunque no se mencionan con frecuencia, aparecen como la fuente de todos los demás[240]. La idolatría es la negativa a glorificar a Dios conocido por la razón a través de las criaturas. Esta negativa, arraigada en el orgullo del hombre, atribuye a uno mismo y a las criaturas el honor que se debe tan solo al Creador de todas las cosas. De este pecado característico del paganismo proceden todas las desviaciones y perversiones, tanto en el terreno social como en el individual y familiar.
Hay un pecado imperdonable que aquel que se comete en contra del Espíritu Santo[241].
A veces se presenta como pecado por excelencia la concupiscencia[242]. Supone la negación a depender de Dios y la pretensión de conseguir con las propias fuerzas lo que no se puede acoger más que como don.
Los actos pecaminosos enumerados en los catálogos de vicios y expresados a menudo con términos abstractos son siempre la manifestación de una actitud moral íntima dominada por la corrupción. Las faltas particulares no se consideran como efecto de una debilidad moral momentánea, sino como signo y expresión de una orientación personal, que se encuentra en franca oposición con la voluntad de Dios.
K. La derrota del pecado.
A pesar de lo sombrío del tema, la Biblia nunca abandona totalmente una nota de esperanza y optimismo cuando se ocupa del pecado; porque el eje de la Biblia es su testimonio acerca de la poderosa ofensiva de Dios contra el pecado, en su propósito histórico de redención centrado en Jesucristo, el último Adán, su eterno Hijo, salvador de los pecadores. En mérito a la obra toda de Cristo, su nacimiento milagroso, su vida de perfecta obediencia, en forma suprema su muerte en la cruz y su resurrección de entre los muertos, su ascensión y ubicación a la derecha del Padre, su reinado en la historia y su glorioso retorno, el pecado ha sido vencido. Su autoridad rebelde y usurpadora ha sido derrotada, sus absurdas pretensiones han sido expuestas, sus viles maquinaciones desenmascaradas y neutralizadas, los funestos efectos de la caída en Adán contrarrestados y desechos, mientras que el honor de Dios ha sido vindicado, su santidad satisfecha, y su gloria extendida.
En Cristo, Dios ha vencido al pecado; esas son las grandes y buenas noticias de la Biblia. Ya ha quedado demostrada esta derrota en el pueblo de Dios, que por su fe en Cristo y su obra terminada ya está libre de culpa y juicio por el pecado, y experimenta desde ya, en cierta medida, la derrota del poder del pecado por medio de su unión con Cristo. Este proceso culminará al final de los tiempos cuando Cristo vuelva en gloria, los santos sean completamente santificados, el pecado sea desterrado de la creación, y surjan nuevos Cielos y Tierra donde morará la justicia[243].
[1] 2 Samuel 12.13; Salmos 51.4.
[2] Proverbios 4.23; 23.7; Marcos 7.20-23; Romanos 8.15-25.
[3] Santiago 1.15; Juan 3.14.
[4] Romanos 8.3.
[5] Juan 1.29. RV60
[6] BLS
[7] Éxodo 20.5. RV60
[8] Jueces 20.16.
[9] Génesis 20.9.
[10] Lamentaciones 5.7.
[11] Éxodo 20.20; Oseas 13.2.
[12] 1 Reyes 12.19.
[13] Isaías 1.28; 1 Reyes 8.50.
[14] Isaías 24.1; Lamentaciones 3.9.
[15] Daniel 9.5; 2 Samuel 24.17.
[16] Génesis 44.16; Jeremías 2.22.
[17] Génesis 4.13; Isaías 53.11.
[18] Ezequiel 34.6.
[19] 1 Samuel 26.21; Job 6.24.
[20] Levítico 4.2.
[21] 2 Samuel 22.22; Nehemías 9.33.
[22] Proverbios 24.2; Habacuc 1.13.
[23] Levítico 4.2; 27; Números 15.27.
[24] Génesis 20.5; 9.
[25] 2 Samuel 6.6.
[26] 1 Samuel 6.19.
[27] 1 Samuel 14.24-30; 37-44.
[28] Éxodo 19.12.
[29] Levítico 10.
[30] Levítico 17.10; Deuteronomio 12.21; 1 Samuel 14.33.
[31] Éxodo 20.8-11; 23.12; 34.21.
[32] Génesis 9.20-27.
[33] Éxodo 20.5.
[34] Josué 7.
[35] Jeremías 31.29; Ezequiel 18.2.
[36] Salmos 25.7; Job 13.26.
[37] 2 Samuel 12.13.
[38] Éxodo 22.19; Levítico 20.2; 24.11-16.
[39] Levítico 20.9.
[40] Éxodo 21.16.
[41] Levítico 18.6-23.
[42] Génesis 4.10.
[43] Génesis 18.20.
[44] Éxodo 22.21.
[45] Levítico 19.13.
[46] Deuteronomio 4.29; 6.6; 1 Samuel 16.7; Isaías 29.13; Jeremías 3.10; 17.9.
[47] Oseas 4.1-3; Salmos 119.
[48] Oseas 2.1-3; 3.1; Isaías 48.8; Jeremías 3.1-5; 20; 9.1; 11.10; Ezequiel 16.8-18.
[49] Isaías 9.9; 20.9.
[50] Jeremías 2.23; 4.22; 5.21; 8.6; 10.23; 13.10; 18.12; 22.16; 23.17.
[51] Isaías 5.1-7; 6.13; Jeremías 2.21.
[52] Oseas 11.1; 13.5; Jeremías 7.8; Miqueas 3.11.
[53] Génesis 3.5.
[54] Génesis 11.1-9.
[55] Isaías 14.12-15.
[56] Ezequiel 28.2. NBLH
[57] Daniel 4.34.
[58] Daniel 7.25. Ibid
[59] 2 Samuel 12.13; Salmos 51; Proverbios 30.9.
[60] Mateo 6.12.
[61] Colosenses 2.14.
[62] Romanos 3.9.
[63] Romanos 3:10-12.
[64] Efesios 2.3. Ibid
[65] Romanos 5.6. Ibid
[66] Juan 8.46; Santiago 1.15; 1 Juan 1.8.
[67] Romanos 5.12; 6.12, 14; 7.17, 20; 8.2.
[68] Juan 8.3; 34.
[69] Juan 15.22, 24.
[70] Juan 8.24.
[71] Juan 26.8.
[72] El aoristo, término griego que significa “indeterminado” es un término filológico derivado originalmente del estudio del indoeuropeo, que hace referencia a formas verbales de varios idiomas, que no necesariamente están relacionadas o con significados similares. En idiomas indoeuropeos como el griego, sánscrito, armenio y macedonio, así como en lenguajes influenciados por la tradición indoeuropea, como el georgiano, el término usualmente expresa el aspecto perfectivo y muchas veces se refiere a acontecimientos pasados. "Aoristo" proviene del griego antiguo aoristos "indefinido", porque era la forma sin marcar del verbo, y por lo tanto no tiene las implicaciones del aspecto imperfectivo. A veces se refiere a una acción única o acción puntual no prolongada en el tiempo. Los verbos en aoristo pueden verterse de diversas maneras según su contexto. Una manera es de modo que se denote un solo acto de alguna índole, sin relación con algún tiempo particular. La acción verbal del aoristo presenta un aspecto puntual o momentáneo. Indica una acción que se toma una sola vez o de una vez por todas. Según A Grammar of New Testament Greek, por James H. Moulton, tomo I, 1908, p. 109: “el Aoristo tiene el efecto de convertir en momentos, es decir, considera la acción como un momento: representa el momento de entrada [...] o el de terminación [...] o mira a una acción entera como algo que sencillamente ha sucedido, sin distinguir pasos en su progreso”. Wikipedia.
[73] Juan 9.2.
[74] 1 Juan 1.10; 2.1; 3.6; 5.16; 18.
[75] Juan 3.19.
[76] 1 Juan 3.4.
[77] Juan 5.10, 16, 18; 6.41, 6.52; 10.31, 33; 11.8; 16.6.
[78] Juan 12.31.
[79] Juan 8.34.
[80] Juan 8.44.
[81] Juan 3.l9; 5.36-46.
[82] Juan 1.29.
[83] 1 Juan 2.22.
[84] 1 Juan 2.9, 11, 19; 4.1; 3.15; 4.20.
[85] 1 Juan 3.4; 5.17.
[86] 1 Juan 5.16.
[87] 1 Juan 1.8.
[88] 1 Juan 3.9; 5.18.
[89] Juan 12.31; 16.33.
[90] 1 Juan 3.9; 5.18.
[91] 1 Corintios 15.26; 2 Corintios 5.21.
[92] Gálatas 2.17; 3.22.
[93] Romanos 5-8.
[94] Romanos 5.12.
[95] Romanos 8.12-22.
[96] Romanos 7.7.
[97] Gálatas 5.16; Romanos 6.13; 7.14; 20; 25; Efesios 2.3.
[98] 1 Corintios 15.56; Romanos 3.20; 4.15; 5.20.
[99] 2 Corintios 4.4. RV60
[100] Efesios 2.2. NBLH
[101] 1 Tesalonicenses 2.18; 2 Corintios 2.11; Romanos 16.20.
[102] 2 Tesalonicenses 2.9; 2 Corintios 11.13.
[103] Hechos 1.15-20.
[104] Hechos 3.14,17.
[105] Hechos 6.1-11.
[106] Hechos 8.18-24.
[107] Hechos 2.38; 5.31; 10.43; 13.38; 26.18.
[108] Hebreos 10.27.
[109] Hebreos 3.12; 6.6; 10.26.
[110] Hebreos 6.1; 9.14.
[111] Hebreos 6.4; 10.26.
[112] Hebreos 12.15.
[113] Hebreos 10.25.
[114] Santiago 3.4-8.
[115] Santiago 3.14; 4.1.
[116] 1 Pedro 1.14.
[117] 1 Pedro 2.11. RV60
[118] 2 Pedro 2.14.
[119] Judas 16; 2 Pedro 2.15-18.
[120] Marcos 3.28; Romanos 3.25.
[121] Marcos 3.29.
[122] Romanos 4.15; Hebreos 2.2.
[123] Romanos 1.18; 2 Timoteo 1.16.
[124] Mateo 7.23; 2 Corintios 6.14; 1 Juan. 3.4.
[125] Hechos 8.22; Romanos 1.29; Lucas 11.39; Efesios 6.12.
[126] Mateo 13.19; 1 Juan 3.12.
[127] Lucas 18.6.
[128] Juan 7.18; Romanos 2.8; 9.14.
[129] 2 Timoteo 2.19.
[130] 1 Juan 3.4; 5.17.
[131] Marcos 3.29; 1 Corintios 11.27.
[132] Salmos 51.4; Romanos 8.7.
[133] Romanos 4.25. NBLH
[134] Romanos 7.12; 22.
[135] Romanos 2.15; 14.23.
[136] 1 Corintios 8.12.
[137] Génesis 3.1; Juan 8.44; 2 Pedro 2.4; 1 Juan 3.8; Judas 6.
[138] 1 Juan 3.8.
[139] 1 Timoteo 2.14; Santiago 1.13.
[140] Génesis 3.5.
[141] Filipenses 2.6.
[142] Hebreos 4.15. RV60
[143] Mateo 7.6-13; 12.34; 15.8-20; Marcos 7.6-13; Lucas 6.45.
[144] Mateo 12.33; Lucas 6.43.
[145] Mateo 5.22; 28.
[146] Mateo 5.37; 13,38; Marcos 4.15.
[147] Juan 3.19.
[148] Juan 5.44.
[149] Juan 7-8.
[150] 1 Juan 2.15.
[151] Romanos 5.12-21.
[152] 2 Tesalonicenses 2.7. Ibid
[153] Génesis 22.1-9.
[154] Job 1-2.
[155] 1 Tesalonicenses 3.4; 1 Pedro 5.8.
[156] Revelación 20.7.
[157] Gálatas 5.16; Romanos 7.14-25; 6.12.
[158] Mateo 26.41; Marcos 14.38; Lucas 22.28.
[159] Gálatas 4.13.
[160] 1 Tesalonicenses 3.4.
[161] 1 Corintios 10.13; 2 Pedro 2.9.
[162] Mateo 26.41; Marcos 14.38; Lucas 22.40, 46; Mateo 6.13; 11.4; Revelación 3.10.
[163] Romanos 6.23. RV60
[164] Romanos 5.12.
[165] Efesios 2.1.
[166] Isaías 59.2.
[167] Eclesiastés 12.1, 16; Romanos 2.16.
[168] Romanos 5.14. BLS
[169] Romanos 4.15. Ibid
[170] Romanos 2.12. Ibid
[171] Números 11.1; 12.9; 18.5; Deuteronomio 1.34; 9.8; 9.19; Josué 9.20; 22.18; Oseas 5.10; 13.11; Isaías 47.6; 54.9; 57.17; Jeremías 4.4; 8; 26; 7.20; 17.4; 36.7; Ezequiel 6.12; 14.19; 16.38; Salmos 38.2; 102.11; 106.32.
[172] Isaías 59.2.
[173] 1 Samuel 14.37.
[174] Revelación 20.10. Ibid
[175] 1 Juan 1.7, 9. PDT
[176] Génesis 3.8. La Toráh
[177] Juan 3.20.
178] Génesis 2.25; 3.7, 10.
[179] Mateo 13.38; Lucas 13.16; 22.31.
[180] Marcos 1.14.
[181] Mateo 9.1-8; Marcos 2.1-12; Lucas 5.17-26.
[182] Lucas 7.36-50.
[183] Mateo 23.1-26; Marcos 7.20; 12.38; Lucas 11.37-52; 16.l4; 19.9-14; 20.45.
[184] Mateo 15.10-20; Marcos 7.14-23.
[185] Mateo 5.22; 28.
[186] Mateo 12.1-8; Marcos 2.23-3.25; Lucas 6.1-11; 11.14-32.
[187] Mateo 9.13; Marcos 2.17; Lucas 5.32.
[188] Lucas 9-14; 15.7; 15.10; 18.
[189] Lucas 15.
[190] Mateo 26.28; Marcos 14.24; Lucas 22.20; Marcos 10.45.
[191] Salmos 51.7; 58.4; Job 14.4.
[192] Génesis 4.8, 19, 23; 6.2–3, 5.
[193] Génesis 6.7, 13; 7.21–24.
[194] Génesis 6.5; 8.21; Mateo 15.19; Gálatas 5.19-21; Romanos 7.14-23.
[195] Romanos 8.46; Proverbios 20.9; Eclesiastés 7.20; Isaías 53.6; Romanos 3.9-12, 23; 1 Juan 1.8; 5.19.
[196] Hebreos 9.26; 1 Juan 3.5.
[197] 1 Pedro 2.22. BLS
[198] Génesis 3.17. La Toráh
[199] Génesis 1.26.
[200] Génesis 2.17.
[201] Génesis 3.19.
[202] Génesis 3.23.
[203] Lucas 12.5; Hebreos 2.15.
[204] Revelación 21.8. NBLH
[205] Romanos 5.12, 14–19; 1 Corintios 15.22.
[206] Romanos 1.18–3.8.
[207] Mateo 7.21–27; 13.41; 25.31–46; Lucas 3.9; Romanos 2.5–10; Revelación 20.11–14.
[208] Marcos 7.20–23; Proverbios 4.23; 23.7.
[209] Romanos 5.19. TKIM-DE
[210] Jeremías 17.9–10; Romanos 3.10–18.
[211] Juan 3.6.
[212] Romanos 8.7. BL95
[213] Romanos 1.24, 28.
[214] Romanos 2.14.
[215] Romanos 8.7; 1 Corintios 2.14; Mateo 6.2, 5, 16; Marcos 7.6–7; Romanos 13.4; 1 Corintios 10.31; 13.3; Tito 1.15; 3.5; Hebreos 11.4, 6.
[216] 1 Corintios 2.14.
[217] Romanos 8.7.
[218] Romanos 8.8.
[219] Mateo 7.18.
[220] Juan 6.44, 65.
[221] Juan 3.3, 5, 8; 1.13; 1 Juan 2.29; 3.9; 4.7; 5.1, 4, 18.
[222] Éxodo 4.14; 32.12; Números 11.10; 22.22; Deuteronomio 29.23, 28; Josué 7.1; Job 42.7; Salmos 21.9; 6.1; 38.1; 78.49; 79.6; 90.7; Isaías 9.19; 10.5-6; Jeremías 7.20; 32.37; 50.13; Ezequiel 7.19; Oseas 5.10; Nahúm 1. 2, 6; Sofonías 2.2; Zacarías 1.2.
[223] Salmos 38.3; 69.24; 78.49; Isaías 10.5; Ezequiel 22.31; Nahúm 1.6.
[224] Juan 3.36; Romanos 1.18; 2.5, 8; 3.5; 5.9; 9.22; Efesios 2.3; 5.6; 1 Tesalonicenses 1.10; Hebreos 3.11; Revelación 6.17.
[225] Romanos 2.8; Revelación 14.10, 19; 16.1, 19; 19.15; Hebreos 10.27.
[226] Marcos 3.5; 10.14.
[227] Isaías 30.33; 66.24; Daniel 12.2; Marcos 9.43, 45, 48.
[228] Mateo 15.19; 7.17.
[229] Marcos 12.28; Lucas 7.47.
[230] Juan 3.16; 13.1.
[231] Romanos 12.8-10; 1 Juan 4.7-11; Romanos 14.23.
[232] Romanos 14; 1 Corintios 8.7-13.
[233] 1 Juan 5.4.
[234] 1 Corintios 5.10; 6.9; 2 Corintios 12.20; Gálatas 5.19; Romanos 1.29; 13.13; Colosenses 3.5-8; Efesios 4.31; 1 Timoteo 1.9; 6.4; 2 Timoteo 3.2-5; Tito 3.3.
[235] Romanos 1.29.
[236] Colosenses 3.5-8; Efesios 5.3; Tito 3.3.
[237] 1 Corintios 5.10; 2 Corintios 12.20; Gálatas 5.19.
[238] 2 Corintios 9.5; Romanos 1.29; Colosenses 3.5; Efesios 4.19; 5.3.
[239] Romanos 1.24.
[240] Romanos 1.18-23.
[241] Mateo 12.31-32; Marcos 3.28-29; Lucas 12.10.
[242] Romanos 7.7.
[243] Génesis 3.15; Isaías 52.13–53.12; Jeremías 31.31–34; Mateo 1.21; Marcos 2.5; 10.45; Lucas 2.11; 11.14–22; Juan 1.29; 3.16; Hechos 2.38; 13.38; 1 Corintios 15.3, 22; Efesios 1.3–14; 2.1–10; Colosenses 2.11–15; Hebreos 8.1–10.25; 1 Pedro 1.18–21; 2 Pedro 3.11–13; 1 Juan 1.6–2.2; Revelación 20.7–14; 21.22–22.5.
A. En el Antiguo Testamento.
El pecado es mencionado cientos de veces en la Biblia, comenzando con el pecado “original”, cuando Adán y Eva comieron del árbol del conocimiento. A menudo, nos parece como si el pecado fuera simplemente la violación de cualquiera de las leyes de Dios, incluyendo los Diez Mandamientos.
Sin embargo, Pablo coloca esta perspectiva en Romanos 3.20, cuando dice: “El cumplimiento de la ley no nos hace inocentes ante Dios; la ley sólo sirve para que reconozcamos que somos pecadores”[6].
El concepto de pecado en el Antiguo Testamento es muy complejo y se percibe de diversas formas. No existe una verdadera reflexión teológica sobre esta experiencia humana, aun cuando la realidad entre profundamente en la fe de Israel. Las expresiones para indicar el pecado están sacadas de la vida secular; pero en su base se encuentra una concepción religiosa global, que liga al hombre con Dios, con el pueblo y con las instituciones. Por eso las faltas interesan a la vida del individuo y a la de la nación, a la observancia de un rito o de una ley, al comportamiento moral, social y político. En Israel existía una legislación muy variada y desarrollada, que regulaba la vida de la comunidad y de cada uno de los fieles. Todas las leyes, sea cual fuere su origen, se atribuían a Moisés, y a través de él a Dios. La transgresión de estas leyes era cometer una falta.
El contexto en el que hay que considerar el pecado del Antiguo Testamento es el del Pacto, por lo que el acto pecaminoso ha de concebirse como una ruptura o como una negación de la relación personal con Dios. Los actos negativos realizados en perjuicio de los demás hombres cubren un aspecto criminal, ya que se consideran en relación con la voluntad de Dios. Además, el pecado se valora en la medida en que ofende directamente a la vida del pueblo y a los designios de Dios sobre él, por lo que asume también una dimensión comunitaria.
Para hablar sobre el pecado los hebreos emplearon palabras tomadas de las relaciones humanas, por ejemplo: Falta, iniquidad, rebelión, injusticia, etc. Como la mentalidad hebrea no distinguía rígidamente entre la acción y sus consecuencias o motivaciones, el mismo vocablo podía significar el acto de pecar, la culpabilidad consecuente o el castigo merecido. Debido a este fenómeno, por ejemplo, la expresión “visito la maldad”[7] significa “castigar por su maldad”.
La idea más común es la de errar el blanco o desviarse de la meta[8]. Una gran proporción de las veces en que aparece se refiere a una desviación moral y religiosa, ya sea con respecto a los hombres[9], o a Dios[10]. También se utiliza la motivación interior de la acción errónea, sino que se concentra más en su aspecto formal como desviación de la norma moral, generalmente la ley o la voluntad de Dios[11]. Y se hace referencia a la acción en torno a la ruptura de una relación, “rebelión”, “revolución”.
Aparece en la Biblia la palabra utilizada en un sentido no teológico, por ejemplo, con referencia a la división de Israel de la casa de David[12]. Pero en otros momentos se refiere al más profundo de los términos del Antiguo Testamento, que refleja el hecho de que el pecado es rebelión contra Dios, el desafío de su santo señorío y gobierno[13]. Y también transmite un sentido literal de perversión, “torcimiento”, o “trastorno” deliberado[14]. Existe un término que transmite el pensamiento del pecado como un mal realizado deliberadamente, “hacer iniquidad”[15]. Aparece en contextos religiosos, particularmente en forma sustantiva, que destaca la idea de la culpa que surge del mal deliberadamente cometido[16]. También puede referirse al castigo que recae sobre el pecado[17].
Pero también el pecado es la desviación del camino correcto[18]. En ocasiones el pecado es producido por la ignorancia, el “errar”, “desviarse como criatura”[19]. A menudo aparece en contexto cúltico como pecado cuando se producen reglamentaciones rituales no reconocidas[20]. También debemos referirnos a ser malo, actuar maliciosamente[21]; y el mal hecho a otros[22].
Se advierte en el Antiguo Testamento una evolución en la concepción del pecado y en la admisión de diversas categorías de faltas. Del antiguo concepto de pecado ritual involuntario cometido por error se pasó, en tiempo de los profetas, al predominio de la noción de transgresión voluntaria y consciente.
1. Pecados involuntarios.
En los tiempos más antiguos se admite que es posible pecar por error[23], violar una prohibición, infringir una regla por inadvertencia o casualmente. Abimelec comete un pecado al tomar una mujer creyendo que era libre y actuando, por consiguiente, con sencillez de corazón[24]. Uzá es herido mortalmente por haber tocado simplemente el arca de la alianza[25], y los habitantes de Bet Semés son castigados con llagas mortales por el simple hecho de haber mirado con curiosidad el arca del Señor[26]. Jonatán es declarado culpable y juzgado reo de muerte solo por haber transgredido, sin conocerlo, un voto hecho por su padre Saúl[27]. La mera transgresión material de una prohibición es considerada ya como pecado.
2. Errores rituales.
Encontramos faltas que no guardan ninguna relación con la moralidad propiamente dicha y que son las que afectan a las prohibiciones relativas a las cosas santas o impuras. El simple tocar el límite de la montaña sagrada acarrea la muerte[28]. Los hijos de Aarón mueren por haber presentado al Señor un fuego profano[29]. Comer la sangre es un pecado contra el Señor[30]. Violar el reposo sabático es una falta grave, digna la pena muerte[31]. No es posible saber si estas prohibiciones y estas penas seguían estando en uso en tiempo los profetas o después del destierro en Babilonia; todas formas, en la literatura profética y post exílica no se menciona la aplicación estas sanciones. De aquí se puede deducir que el concepto pecado se había ido afinando y había evolucionado.
3. Culpas colectivas.
De una consideración comunitaria y colectivista del pecado se pasó en los siglos VII y VI a una concepción más personal e individualmente responsable. El pecado de Cam, padre de Canaán, afecta a toda su descendencia[32]. Dios afirma que castiga las culpas de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación para los que le odian, y que concede su gracia millares de veces a los que le aman y observan sus mandamientos[33]. El error de Acán atrajo la maldición no solo sobre él, sino sobre todos los israelitas[34]. En 2 Reyes 9 se narran los exterminios con que fueron eliminados todos los miembros de la casa de Acab. Los profetas ponen juntos a los dirigentes y al pueblo en la transgresión de la ley del Señor y anuncian la salvación de un remanente. Sin embargo, Jeremías y Ezequiel proclaman el principio de la responsabilidad personal, que no suprime por completo el aspecto social y comunitario del pecado[35].
4. Pecados graves.
En el Antiguo Testamento se advierte ya una distinción entre los pecados graves y las faltas ligeras cometidas por inexperiencia o fragilidad[36]. Aunque todo pecado cometido contra el prójimo es juzgado en relación con Dios, sin embargo se distingue entre los pecados cometidos personalmente contra Dios y los que se refieren al prójimo[37]. Entre los pecados más graves cometidos contra Dios hay que señalarla idolatría, la magia, la blasfemia[38], mientras que entre los cometidos contra el prójimo se distinguen la rebeldía contra los padres[39], el secuestro[40], el adulterio[41] y cuatro pecados que gritan al cielo: El asesinato[42], la sodomía[43], la opresión de las viudas y de los huérfanos[44] y la negativa a pagar el salario justo a los obreros[45].
El aspecto principal del pecado en el Antiguo Testamento es el vínculo que la acción pecaminosa tiene con una norma, que posee a menudo un fuerte aspecto jurídico, atribuido a Dios debido al régimen de la alianza. Por eso el concepto de pecado guarda una estrecha relación con la institución de la alianza sinaítica, considerada como elemento fundamental de la vida religiosa de Israel. La relación con Dios está determinada tanto por leyes éticas y sociales como por leyes cultuales y rituales. El nexo existente entre los dos aspectos no debe separarse, aun cuando en los textos sagrados se acentúe cada uno de ellos de forma distinta. Según la antigua concepción oriental, la relación entre los dos contrayentes del pacto no se considera tanto desde el punto de vista político como desde el personal. Toda infracción de las cláusulas de la alianza significaba no solo una ofensa jurídica, sino también una afrenta contra la persona, un insulto que excitaba la ira del otro. En este contexto, en Israel toda transgresión de la ley suponía una confrontación negativa con Dios, que es fiel y santo y que ha mostrado su benevolencia con el pueblo mediante la iniciativa de la alianza. Por ello, el pecado es:
a. Ruptura con Dios.
Es una ruptura de las relaciones que ligan al hombre con el Señor, bueno y leal[46]. La transgresión de una ley que expresa la voluntad de Dios es una desobediencia a la orden del Señor[47].
Los profetas analizaron perspicazmente la naturaleza del pecado utilizando a veces imágenes muy expresivas. Para Amós el pecado es un atentado contra el Dios de la justicia; para Oseas es una prevaricación contra el Dios de amor; por eso se le compara con la prostitución, con el adulterio y con la infidelidad conyugal[48]. El profeta Isaías trata el pecado como falta de fe y como confusión voluntaria e infidelidad[49]. Jeremías considera el pecado como un olvido del Dios de la alianza, como un dar las espaldas al Señor, como una incircuncisión del corazón, como una situación desesperada de la que es casi imposible salir[50].
b. Ingratitud.
El pecado asume el aspecto de ingratitud para con el don de Dios, que quería crearse un pueblo que diera testimonio de la santidad de su Señor[51]. Además, los profetas leen en el pecado de Israel una malicia más profunda, la de instrumentalizar el don de Dios, creyendo que pueden prescindir de él. Pensando que Dios estaba demasiado apegado a su pueblo para poder deshacerse de él, creen que pueden impunemente infringir su ley, con el convencimiento de que Dios es incapaz de juzgar, de condenar y de castigar al pueblo que ha elegido[52]. Esta arrogancia de Israel es la expresión de un rechazo práctico de la trascendencia divina.
El pecado consiste en apartarse personalmente de Dios, que se revela a través de una orden y de una sanción divina. En el origen del pecado se encuentra la pérdida de toda confianza en Dios; a continuación se comete una desobediencia con la intención de apoderarse con las propias fuerzas de lo que está reservado exclusivamente al Señor, para hacerse semejante a él. El ser humano rompe las relaciones personales con su más grande bienhechor. Dios se convierte para él en un extraño y en un ser temible. Es éste el aspecto más dramático de todo pecado, expresado de una forma popular.
En el Antiguo Testamento se pone de relieve el aspecto tanto objetivo como subjetivo del pecado. El aspecto objetivo se deduce de la transgresión de una ley considerada como expresión de la voluntad divina, y de la consiguiente interrupción de las relaciones con el Dios de la alianza. El aspecto subjetivo y personal del pecado se deduce del hecho de que es considerado como un acto voluntario de rebelión contra Dios, como una negativa a escuchar la voz del Señor, como una deliberada desobediencia a las órdenes de Dios, que tiene su causa más profunda en el orgullo humano. En las invitaciones a la conversión que hacen los profetas se supone la responsabilidad personal en la comisión de los pecados y la posibilidad de evitarlos.
c. Orgullo.
En algunos pasajes del Antiguo Testamento se presenta el pecado como un intento insolente por parte del hombre de hacerse igual a Dios. Es el pecado del orgullo más desenfrenado, que no solo se niega a someterse a Dios, sino que pretende apropiarse de los atributos divinos. Así es como aparece el pecado de los primeros padres, a los que la serpiente sugiere que llegarán a ser como Dios, conocedores del bien y del mal, desobedeciendo precisamente las órdenes divinas[53]. De este mismo pecado se mancharon los constructores de la torre de Babel, que intentaron erigir un imperio mundial sin la intervención de Dios[54]. Este mismo orgullo lo atribuyen los profetas al rey de Babilonia, que se proponía escalar el cielo y ser igual al Altísimo[55], y al rey de Tiro, que se enorgulleció hasta decir: “Soy un dios, sentado estoy en el trono de los dioses, en el corazón de los mares”[56]. La suerte de estos soberbios es la humillación más vergonzosa, dado que Dios no permite que un mortal pretenda equipararse a él.
En los textos apocalípticos se pone de relieve el orgullo de los reyes paganos. Nabucodonosor reconoce que Dios humilla a los que caminan en el orgullo[57]. El tipo de hombre presuntuoso que se levanta contra Dios es Antíoco IV Epífanes, el pequeño cuerno que “proferirá palabras contra el Altísimo y afligirá a los santos del Altísimo”[58].
Sintetizando las características del pecado en el Antiguo Testamento, se puede afirmar que tiene siempre una dimensión religiosa, suponiendo una ruptura de las relaciones personales con Dios y un gesto de ingratitud. Al alejarse de Dios, el hombre tiende a afirmarse a sí mismo contra Dios y a organizar su propia existencia en la autosuficiencia. La expresión más alta de esta actitud es el orgullo. Además de la dimensión vertical, el pecado tiene también un aspecto horizontal, en cuanto que la ruptura de las relaciones con Dios se expresa de forma consiguiente en el trastorno de las relaciones con el prójimo. Efectivamente, toda falta contra el prójimo es considerada como una desobediencia al Señor[59]. Finalmente, el pecado asume siempre un perfil comunitario, ya que es juzgado en correspondencia con el influjo negativo que ejerce sobre la vida del pueblo y sobre el plan salvador de Dios relativo a la nación elegida.
B. En el Nuevo Testamento.
La tradición judeocristiana, cuya fuente fundamental son las Sagradas Escrituras, ha entendido el pecado, en términos generales, como el alejamiento del hombre de la voluntad de Dios. De acuerdo al Tanaj o Antiguo Testamento, esta voluntad está representada por la Ley, preceptos y estatutos dados por Dios al pueblo de Israel, y registrados en los libros sagrados.
De acuerdo con el Nuevo Testamento, la naturaleza pecaminosa del hombre no se puede superar con el esfuerzo de seguir la Ley de Dios, por lo tanto, solo mediante la fe en Jesucristo, y un renacer espiritual, puede vencerse esta naturaleza, y por ende, dejar de pecar.
Las distintas corrientes del cristianismo han elaborado de distinta forma la doctrina que sustenta esta concepción del hombre en lucha permanente contra el pecado, como naturaleza propia, y la victoria sobre él.
1. Deuda.
El judaísmo intertestamentario agregó otro del cual el Nuevo Testamento había de hacer mucho uso: Ofellema (ofellema), “deuda”, que es un término raro en el Antiguo Testamento, y se deriva del lenguaje jurídico del judaísmo tardío. Mateo lo utiliza en la llamada “oración del Padrenuestro”[60] para indicar algo que le debemos a Dios. El pecado se asemeja a una deuda que hay que pagar al Padre, lo mismo que la que tenemos que perdonar nosotros a nuestros deudores. En Pablo este concepto aflora en la metáfora del “quirógrafo”, o pagaré que ha quedado suprimido por la cruz de Cristo[61].
Pablo trata del pecado en la carta a los Romanos. Allí demuestra que todos, judíos o no judíos, están bajo el dominio del pecado[62]. Pablo prueba que el pecado no es simplemente algo malo que se ha hecho, sino, básicamente, una condición del corazón humano[63]. En la carta a los Efesios, Pablo afirma que “éramos por naturaleza hijos de ira”[64]. Sin embargo, “…mientras aún éramos débiles, a su tiempo Cristo murió por los impíos”[65].
2. Hamartía.
El principal término neo testamentario es hamartia. Se emplea en el griego clásico en el sentido de errar el blanco o tomar un camino equivocado. Es el término neo testamentario general para el pecado como acción concreta, como violación de la ley divina[66]. En Romanos 5–8 Pablo personifica el término como principio rector de la vida humana[67].
a. Literatura Juanina.
El término hamartía se encuentra dieciocho veces en el cuarto evangelio, catorce en singular y cuatro en plural, y diecisiete veces en 1 Juan, once veces en singular y seis en plural. En el Revelación aparece tres veces, siempre en plural. El verbo hamartáno se usa tres veces en Juan y cuatro veces en 1 Juan. Aludía al concepto de vivir al margen de lo esencial debido a una actitud errónea no consciente. Antes que los griegos y con anterioridad al arameo el término pecado tenía el significado de “olvido”. Olvido de algo que estaba presente, “olvido” como dejar a un lado. No tener presente a algo o alguien que en ese momento, por diversas razones, se lo dejaba a un costado.
La palabra “pecado” puede significar las diversas acciones pecaminosas[68], como la mentira, el odio, la injusticia, la falta de acogida a los hermanos, o bien la culpa que permanece en la conciencia incluso después de haberse cometido el acto malo. En este sentido hay que entender las expresiones: tener pecado[69], morir en el pecado[70], convencer de pecado[71].
A menudo en el Evangelio y en la Primera de Juan el término usado en singular indica una condición o disposición individual y social, que se imprime en toda acción o palabra pecaminosa y que equivale a una potencia hostil a Dios y a su revelación.
En ambos escritos se establece una distinción en lo que se refiere al verbo “pecar”, entre la forma de aoristo[72], que significa cometer un pecado[73], y la de presente o de perfecto, que significa perseveraren el estado de pecado[74].
El cuarto evangelio no habla del pecado de forma abstracta, sino presentando la actitud de los diversos personajes frente a Cristo. Estos personajes asumen un carácter típico. El evangelista valora el pecado dentro de las antítesis que constituyen una de las características de sus escritos: Luz, tinieblas; verdad, mentira; amor, odio; esclavitud, libertad; vida, muerte. En este contexto, el discurso de Juan sobre el pecado presenta un carácter dramático y una radicalidad impresionante.
Para Juan, el pecado por excelencia consiste en negarse a recibir a Cristo, que es la luz del mundo; es decir, en la incredulidad frente al enviado del Padre, el Hijo unigénito de Dios. Esta negativa aparece no solo como un acto concreto, sino como una opción fundamental y una actitud permanente negativa que decide de toda la existencia del hombre. La aparición en el mundo de la luz reclama una toma de posición y lleva a cabo un crisis; en caso de rechazarla, se establece uno en las tinieblas, esto es, en la condición de no salvación. Esta situación no es neutral, sino que supone una lucha contra la luz; por eso mismo se caracteriza por la aversión contra la luz, por el odio y la condenación[75]. Por eso la incredulidad es impiedad y anarquía[76]. Tal es el pecado de los judíos, que son también el tipo de los paganos no creyentes y del mundo[77].
Al no recibir a Cristo, renegamos del Padre y formamos en las filas del demonio, que es el príncipe de este mundo[78]. El pecadores un esclavo de Satanás[79], ya que participa en las obras de aquel, que es homicida y mentiroso desde el principio[80]. El demonio es la cabeza de la humanidad pecadora. En el rechazo de Cristo el evangelista descubre una acción satánica, ya que es una opción en favor de la mentira, de la esclavitud y de la muerte espiritual y eterna.
Entre las otras causas que suponen el rechazo de Cristo, Juan subraya también el aspecto subjetivo personal: No se cree en Cristo, porque se presume de sí mismo y se desea permanecer en la situación precedente, pensando que se está sin pecado y que es posible alcanzar la salvación fuera de Cristo[81].
El evangelista habla también del pecado del mundo[82]. En la literatura juanina, el término “mundo” tiene también, entre otros, un significado negativo, designando a todos los hombres, judíos y paganos, que rechazan la revelación definitiva traída al mundo por el Hijo de Dios. El pecado del mundo no significa el pecado de los hombres en general, ni la suma de los pecados individuales, sino el mal en sí mismo, en toda su extensión y en sus consecuencias. Es una fuerza que ciega a la humanidad y se encuentra en la base de todas las tomas de posición contrarias a Dios.
El pecado por excelencia en la Primera de Juan es el rechazo de la tradición apostólica, que confiesa a Cristo como Hijo de Dios venido en la carne[83]. Esta negación supone la ruptura de la comunión eclesial y engendra el odio contra los que se adhieren a la primitiva predicación apostólica[84]. Este pecado conduce a la muerte espiritual y eterna. Es llamado iniquidad e injusticia[85]; en efecto, va acompañada de una perversión que no deja ningún resquicio al arrepentimiento; es algo que hace suya la rebelión y la hostilidad de las fuerzas del mal en los últimos tiempos. Por eso este pecado es llamado anomía, término técnico que designa la iniquidad de los tiempos que preceden al fin. La negación de Jesús como Cristo e Hijo de Dios implica el rechazo de la realidad última y definitiva, ya que se cierran los ojos a una luz meridiana. A este pecado se le atribuye una gravedad excepcional y un valor escatológico.
Entre los creyentes se dan también pecados que no conducen a la muerte, es decir, pecados de fragilidad humana, que no suponen una auténtica opción fundamental negativa frente a Cristo[86]. Estos pecados se perdonan con facilidad. Los fieles han de tener la conciencia de ser pecadores en este sentido; negarlo constituiría una mentira comparable a la de los herejes[87]. Pero los que han nacido de Dios están en la condición de no pecar, esto es, de no separarse de Cristo[88]. Al haber vencido Jesús al príncipe de este mundo[89], derrotó también al pecado. Mientras permanezca uno unido a Cristo, interiorizando su palabra y permaneciendo fiel a la comunión eclesial, no podrá pecar[90], es decir, separarse de él.
b. Literatura Paulina.
En las cartas a los Corintios[91], a los Gálatas[92] y sobre todo a los Romanos[93] Pablo utiliza el término hamartía en singular en un sentido muy particular. Este término aparece más de 40 veces en la carta a los Romanos. La hamartía se presenta como una fuerza personificada, como un rey tirano que hace su entrada solemne en el mundo debido a la desobediencia del primer hombre[94]. Esta fuerza malvada se difundió en todos los hombres, alcanzando incluso a la criatura irracional[95]; es inmanente al hombre, habita en él, actúa en él por medio de ciertos cómplices; como fuerza perversa de dominación, produce toda especie de concupiscencias y de deseos viciosos, seduce al hombre por medio del precepto, opera en él el mal y le procura la muerte[96]. Lo mismo que en Génesis 3.13 la serpiente sedujo a la mujer, así también este “pecado” seduce al hombre. La hamartía no puede identificarse con Satanás, que representa una potencia hostil, pero externa al hombre; sin embargo, se le atribuye el papel que Santiago 2.4 atribuye al demonio.
La sede, el órgano y el instrumento del pecado es la carne, y este término es usado por Pablo en varios sentidos. En el contexto de la hamartía, la palabra “carne” tiene un significado moral: Indica al hombre decaído y frágil, que alberga tendencias y deseos hostiles contra Dios, y conducentes por tanto a la muerte[97]. Estos malvados apetitos tienen sujeto al hombre y lo dominan de tal manera que viola conscientemente la voluntad de Dios y comete el pecado. Pero el poder que la carne ejerce sobre el hombre no es obligatorio; tiene que vencer primero la resistencia del hombre interior, lo debe seducir y, a despecho de su libertad y responsabilidad personal, impulsarlo a cometer el pecado.
Existe una relación muy estrecha entre la hamartía, la carne y la ley, concretamente cualquier ley que se le imponga al hombre desde fuera. La hamartía revela su propio poder mediante ley expresada positivamente en forma de precepto. De suyo la ley, como expresión de la voluntad de Dios, es buena y santa; pero solamente da el conocimiento del deber moral, sin comunicar la fuerza de cumplirla, después de haber vencido los asaltos de la carne. Por eso, de hecho, la ley no hace más que activar y excitar las pasiones escondidas en nuestros miembros; no hace más que proporcionar a la concupiscencia la ocasión y el punto de apoyo para cometer una transgresión consciente y cualificada, y por tanto imputable al pecador. De esta manera la hamartía revela por medio de la Ley toda su funesta energía[98]. La lucha encarnizada entre la pasión y la razón humana, entre la tendencia al bien y la tendencia al mal en la intimidad del hombre, queda magistralmente descrita en Romanos 7: La hamartía, la carne y la ley están todas unidas y movilizadas contra el hombre que aspira al bien y a la justicia.
Otro cómplice del poder nefasto del pecado personificado es Satanás. La debilidad del espíritu en los paganos, impedidos de abrir los ojos a la luz del evangelio, es atribuida por Pablo al “dios de este siglo”[99]. Los no cristianos, que infringen la voluntad de Dios, viven en conformidad con el curso de este mundo, según “al príncipe de la potestad del aire”[100]. Gracias a la conversión, los paganos han sido arrancados del poder de las tinieblas y tienen que combatir ahora contra los principados, las potencias, el soberano de este mundo tenebroso, Satanás, el enemigo de la causa de Dios[101]. El tentador por excelencia sabe transformarse en ángel de luz; los falsos apóstoles y los doctores de mentira son sus auxiliares[102]. Lo mismo que Satanás no fue extraño a la introducción del pecado en el mundo, así también ahora actúa oscureciendo la inteligencia de los hombres, manteniendo la idolatría entre los paganos y moviéndolos a cometer los pecados carnales.
a. Otra literatura del Nuevo Testamento.
En los Hechos de los Apóstoles se señalan algunas acciones pecaminosas, como la traición de Judas[103], la negativa de los habitantes de Jerusalén a escuchar la palabra de Dios[104], la mentira de Ananías y Safira, presentada como un insulto cometido contra el Espíritu Santo y una alianza pactada con Satanás[105]. El pecado de Simón mago consistió en querer reducir el don de Dios a una realidad controlable por los hombres y puesta bajo su dominio[106]. La persecución de la Iglesia por parte de Saulo antes de su conversión se debió a su persuasión de que había que permanecer cerrado en el estrecho sistema de la ley mosaica, sin aceptar la cruz de Cristo como causa de la verdadera justicia y como indicación de una nueva norma de vida. Los Hechos mencionan a menudo el perdón de los pecados gracias a la fe en Cristo y al sumergir en agua[107], lo que trataremos más adelante.
En Hebreos el pecado es considerado en sus aspectos concretos de rebelión contra Dios[108], de apostasía, de incredulidad y de desobediencia[109]. Acecha al pueblo de Dios en todas las fases de su peregrinación hacia la Jerusalén celestial, como desviación de la meta asignada y detención en el camino, debido al enflaquecimiento espiritual. Los pecados son llamados “obras muertas”[110], porque manchan la conciencia e impiden un culto agradable a Dios. Se habla de la apostasía como de un pecado irremisible[111], en el sentido de que el sacrificio expiatorio de Cristo no puede repetirse y el pecador no puede verse reintegrado a su inocencia; pero no se excluye la posibilidad de un remedio de forma absoluta. La conducta y la acción pecaminosa del individuo es capaz de contagiar a la comunidad[112]. Culpables ante Dios y ante los hermanos son todos los que descuidan la asistencia a las asambleas o las abandonan[113], induciendo a los demás a seguir su mal ejemplo.
En Santiago se destacan algunos aspectos sociales del pecado; la riqueza puede conducir a una explotación brutal del prójimo; el hablar irresponsable influye negativamente en la relación mutua entre los hombres[114]. La ira, la envidia, los juicios negativos sobre los demás se derivan del egoísmo y de una falsa búsqueda de uno mismo[115].
En 1 Pedro se nos habla de los pecados típicos de los que no han sido sumergidos en agua todavía[116]. Pero también los cristianos tienen experiencia de “los deseos carnales que batallan contra el alma”[117]. El pecado parece ser connatural al hombre, vinculado a su ser corporal; pero mediante el sumergir en agua y la santidad puede ser combatido y vencido.
En las cartas de Judas y 2 Pedro se habla de los pecados de los maestros de error: Conciernen a los desórdenes morales en el matrimonio[118], a la adulación y a las elogios empleados para imponerse a los demás[119].
3. Hamártema.
Hamártema (Hamartema), indica el efecto de un acto pecaminoso libre y consciente. Generalmente se usa en plural[120]; en singular se utiliza para el pecado imperdonable contra el Espíritu Santo[121].
4. Paraptomma.
Paraptoma (paraptomma) significa caída, paso en falso, y aparece en contextos clásicos para un error de medición o un desatino. El Nuevo Testamento le confiere una connotación moral más fuerte, como mala acción o transgresión.
5. Parabasis.
Parabasis (parabasis) es un término derivado en forma similar y con significado parecido, “transgresión”, “ir más allá de la norma”[122].
6. Asebeia.
Asebeia (asebeia) es quizás el más profundo de los términos neo testamentarios. Implica maldad o impiedad activas[123].
7. Anomia.
Otro término es anomia (anomia), desobediencia, desprecio por la ley, desorden en el sentido de rechazo del principio mismo de la Ley o de la voluntad de Dios, iniquidad[124]. El pecado es la verdadera ilegalidad, o más bien “alegalidad”. El pecado “no” es la mera infracción de la Ley, sino el rechazo de la voluntad de Dios, el vivir a espaldas de Dios, la disposición mental que lleva al pecador a hacer la propia voluntad en oposición a la de Dios. De ahí la distinción que se hace entre “pecado” y “transgresión”, siendo esto último la infracción de un mandamiento conocido.
8. Kakia y ponemria.
Kakia (kakia) y poneria (ponemria) son términos generales que expresan depravación moral y espiritual[125]. La última de estas referencias indica la relación entre el segundo término mencionado anteriormente y Satanás, el malo, ho ponemros (ho ponemros)[126].
9. Adikia.
Adikia (adikia) es el principal término clásico para el mal que se le hace al prójimo. Se traduce de diferentes maneras: “injusto”[127], “injusticia”[128], “iniquidad”[129]. Primera de Juan lo equipara con hamartia[130]. También tenemos enojos, término legal que significa “culpable”[131].
No obstante, la definición de pecado no se deriva simplemente de los términos utilizados en la Escritura para hacer referencia a él, por ejemplo, en el relato de Génesis 3, a pesar de que no aparece en él ninguno de los vocablos clásicos para señalar el pecado, nos muestra gráficamente las características primordiales de este. Es un acto de desobediencia motivado por el deseo del ser humano de auto establecer las normas y ser el dueño de su propio destino. Rompe la comunión íntima que antes existía entre Dios y el hombre, y también la que existía entre los hombres, porque la característica más típica del pecado en todos sus aspectos es que está dirigido contra Dios[132]. Cualquier concepción del pecado que no ponga en primer plano la oposición que le ofrece a Dios es una desviación de la representación bíblica. El concepto popular de que el pecado es egoísmo delata una falsa apreciación de su naturaleza y gravedad. Esencialmente el pecado está dirigido contra Dios, y solo esta perspectiva explica la diversidad de sus formas y actividades. Es violación de aquello que la gloria de Dios exige, y por lo tanto, en su esencia misma es lo que se opone a Dios.
Más que cualquier otro autor del Nuevo Testamento, Pablo desarrolla el tema del pecado. El pecado es realmente el postulado de su soteriología, que constituye el corazón de la teología del apóstol. De diversas formas y bajo diversos puntos de vista se menciona al pecado en todas las cartas paulinas. En efecto, el apóstol considera el pecado desde el punto de vista psicológico, individual, social e histórico. En las cartas a los Gálatas y a los Romanos la exposición es doctrinal y polémica. Sin embargo, Pablo no nos ofrece un cuadro completo y ordenado de la realidad que es el pecado. El principal interés del apóstol se centra en hacer brillar sobre el fondo tenebroso de la maldad humana la obra redentora de Cristo, “que fue entregado por causa de nuestras transgresiones y resucitado para nuestra justificación”[133].
Usando una decena de términos para indicar las acciones pecaminosas, Pablo considera el pecado como una desobediencia a la voluntad de Dios, como una rebelión contra su ley, como un error culpable, como una acción injusta que se opone a la verdad, como una negación de la sabiduría divina. La naturaleza específica del pecado es la oposición a Dios, que se puede manifestar de varias maneras, referirse a diversos objetos, pero considerados siempre en relación con Dios y en contraste con la ley revelada por Él[134], así como en antítesis con la razón y la conciencia, en la que está inscrita la Ley de Dios[135], y con el Evangelio[136].
C. Origen
El pecado estaba ya presente en el universo desde antes de la caída de Adán y Eva[137]. El origen del pecado no estuvo en el hombre, sino en el diablo[138]. La Biblia, sin embargo, no se ocupa directamente del origen del mal en el universo, sino que trata más bien del pecado y su origen en la vida del hombre[139]. El verdadero impacto de la tentación demoníaca en la narración de la caída en Génesis 3 radica en la sutil sugerencia de la aspiración humana a llegar a ser igual a su hacedor[140]. Satanás dirigió su ataque contra la integridad, la autenticidad, y la amante provisión de Dios, y su propuesta consistió en estimular una perversa y blasfema rebelión contra el verdadero Señor del hombre. Con este acto el hombre hizo un intento de alcanzar la igualdad con Dios[141], trató de expresar su independencia de él, y, por lo tanto, de cuestionar tanto la naturaleza misma como el orden de la existencia mediante el cual vive como criatura, en completa dependencia de la gracia y las estipulaciones de su creador. Aun más, el hombre cometió una blasfemia al negarle a Dios el culto y la amorosa adoración que debe ser siempre la respuesta correcta del hombre a la majestad y la gracia divinas, y en lugar de ello rindió homenaje al enemigo de Dios, y a sus propias ambiciones envilecidas.
Por consiguiente, según Génesis 3, no debe buscarse el origen del pecado en una acción abierta, sino en una aspiración interior de negar a Dios, de la cual el acto de desobediencia solo fue la expresión inmediata. En cuanto al problema de cómo pudieron Adán y Eva haberse visto envueltos en tentación si anteriormente no habían conocido pecado, la Escritura no entra en una discusión detallada. No obstante, en la persona de Jesucristo da testimonio de un Hombre que fue sometido a tentación “sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”[142].
En los tres primeros evangelios no hay más que una vaga alusión al origen del pecado en el mundo. Insistiendo en las disposiciones internas de las acciones humanas, Jesús considera el corazón como la causa última del bien y del mal[143]. El que tiene el corazón malo es un árbol malo, que no puede menos de dar frutos podridos[144]. Para Jesús la raíz profunda del pecado es la facultad espiritual del nombre, en donde se toman las decisiones de las acciones exteriores[145]. Además, Jesús no excluye la influencia de Satanás, ya que los pecadores son hijos del maligno[146].
Según los escritos juaninos, la raíz del pecado es de índole moral: Una práctica perversa[147], la búsqueda de la propia gloria[148], la pretensión de establecer por sí mismo las modalidades de la búsqueda de la salvación, la presunción de estar libre de pecado y de gozar ya de libertad[149]. Se menciona además el atractivo del mundo, con la concupiscencia de la carne y de los ojos y la soberbia de la vida[150].
La enseñanza de Pablo sobre el origen del pecado es la más difundida de toda la Biblia. El apóstol remite al pecado de los primeros padres, que ejerce un influjo mortal en toda su descendencia[151]; considera la naturaleza caída del hombre con su tendencia al mal; investiga el papel de la ley que da solamente el conocimiento de la ley de Dios, pero no la fuerza para cumplirla, y no excluye la influencia del demonio en las acciones malas que realiza el hombre.
El origen del mal es parte del “misterio de la iniquidad”[152], pero una razón discutible del relativo silencio de la Escritura es que una “explicación racional” del origen del pecado daría como resultado inevitable el hacer que la atención se desvíe del propósito principal de la Escritura, que es la confesión de mi culpa personal. De todas maneras, dada la naturaleza del asunto, el pecado no es algo que se pueda “conocer” objetivamente.
Un elemento importante en el origen del pecado es el papel que juega la tentación. No se trata de la prueba a la que Dios puede someter al hombre para experimentar su fidelidad y su perseverancia en el bien, cuyos clásicos ejemplos son la tentación de Abraham[153] y la de Job[154]. En nuestro caso se trata del intento realizado para hacer que el hombre se desvíe del camino recto y para inducirlo a cometer pecados.
El Antiguo Testamento conoce la tentación que proviene del demonio. En Génesis 3 la desconfianza de Dios y la rebelión contra su voluntad son provocadas ante todo por la serpiente, en la que la tradición posterior vio el símbolo del demonio. El modo con que el tentador procuró arrastrar a la mujer se describe de una forma psicológicamente muy fina y sagaz. El censo de la población ordenado por David se presenta también como una seducción del demonio.
Con mayor amplitud se describe la influencia del tentador satánico en el Nuevo Testamento. El poder maligno puede suscitar males físicos para inducir al pecado; se sirve de las persecuciones y de los sufrimientos morales para provocar la apostasía[155]; este esfuerzo será más palpable en la era escatológica[156].
Pablo subraya el papel de la concupiscencia, presente en lo íntimo del hombre, al comentar el mal[157]. Asimismo, algunos acontecimientos o circunstancias históricas pueden ser no solo un obstáculo para la fe, sino también una incitación a la infidelidad con Dios: La humilde actitud de Cristo[158], la enfermedad corporal[159], la oposición al Evangelio por parte de los no creyentes[160]. Sin embargo, Dios no permite que la tentación supere las fuerzas del hombre[161]. Mediante la vigilancia y la oración es posible vencerlos estímulos internos y externos, que arrastran al hombre hacia el mal[162].
D. Consecuencias.
El pecado de Adán y Eva no fue un hecho aislado. La condenación del pecado es inevitable y terrible. Según la Ley, “la paga del pecado es la muerte”[163] y el sufrimiento, y desata fuerzas contrarias al hombre y su felicidad; produce el estado en el que el género humano se encuentra desde entonces. Esta muerte y juicio se extienden a todos los hombres, por cuanto todos han pecado[164]. El hombre está muerto en Sus delitos y pecados[165]. Le es necesario nacer de nuevo para entrar en comunión con Dios, pues las iniquidades del hombre hacen separación entre él y Dios[166]. Dios juzgará pronto a todos los pecadores y todas sus acciones, incluso las más secretas[167]. Las consecuencias para ellos, para la posteridad, y para el mundo entero están a la vista. Desde Adán a Moisés, los hombres “…tuvieron que morir porque pecaron, aunque su pecado no fue la desobediencia a un mandato específico de Dios, como en el caso de Adán”[168]. A Adán se le había dado un mandamiento concreto, el cual desobedeció; pero de Adán a Moisés no fue dada ninguna ley en concreto, y por ello no había transgresión; sin embargo, sí había pecado en el sentido propio del término, tal y como se ha definido, y fue el pecado lo que provocó el diluvio. La misma distinción es la que está involucrada en Romanos 4.15: “Dios castiga a los que desobedecen la ley. Pero cuando no hay ley, nadie es culpable de desobedecerla”[169]. Puede haber pecado, no obstante, y se declara que “Los que no la conocen, y pecan, serán castigados aunque no conozcan esa ley”[170].
1. La ira de Dios.
El primer efecto del pecado es el de contristar a Dios, irritarlo y moverlo a la ira[171]. El Señor esconde su rostro al pecado para no escucharlo[172] las peticiones del pecador o se niega a responder cuando le pide una profecía[173]. Estas expresiones son metáforas antropomórficas que ponen de relieve la referencia del pecado al Dios personal, ya que en cierto sentido Dios no puede verse alcanzado ni “ofendido” por el pecado.
2. Separación de Dios.
Cuando el primer pecador, Satanás peco, al llenarse de orgullo y rebelarse contra Dios para tomar el lugar de Dios. Satanás fue destronado por tierra, ya su morada no sería más cerca de Dios en el cielo. El castigo final de Satanás será el ser “será arrojado al lago donde el azufre arde en llamas”[174], también aquellos ángeles que siguieron al diablo en su intento de rebelión contra Dios, tendrán su parte en este castigo. Estarán lejos de Dios por la eternidad.
El resultado del pecado en nuestra vida es la separación de Dios o de la comunión con Él. Dios es santo no hay pecado en Él. Cuando Adán y Eva pecaron en el jardín del Edén al desobedecer a Dios y comer del fruto prohibido ellos se escondieron. No podían enfrentarse a Dios sabiendo que estaban en pecado y que habían desobedecido. La consecuencia de su pecado fue el ser echados del jardín del Edén. Aunque Satanás ha sido sentenciado a muerte eterna, usted tiene una gran oportunidad para no ser lanzados junto con el diablo al lago que arde con fuego y azufre, Dios nos ha dado a su Hijo Jesucristo para que por medio de Él obtengamos la salvación y seamos libres de los efectos del pecado. Él murió un día en la cruz del calvario y derramó su sangre para que nosotros no tuviésemos que morir. Él murió en nuestro lugar, “Pero si caminamos en la luz, como el mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado... Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos y purificarnos de toda maldad”[175].
3. La actitud del hombre hacia Dios.
El cambio de actitud de Adán hacia Dios indica la revolución que tuvo lugar en su mente. “…y el hombre y su esposa se escondieron de la presencia de YHWH Elohim entre los árboles del jardín”[176]. Aunque fueron creados para gozar de la presencia y el compañerismo de Dios, ahora temían encontrarse con él[177]. Ahora sus emociones dominantes eran la vergüenza y el temor[178], lo que indica el caos que se produjo.
4. La actitud de Jesús.
De los evangelios sinópticos se deduce que Jesús no se detuvo en describir la naturaleza del pecado, sino que considera a todos los hombres alejados de Dios, entregados al poder del demonio, y por tanto necesitados de conversión y de salvación[179]. La predicación del reino de Dios acompañada de la invitación a la conversión y del ofrecimiento de perdón va dirigida a todo el pueblo[180]. El nexo entre la llegada del reino y el perdón de los pecados se pone de relieve en el relato de la curación del paralítico[181] y en la historia de la unción de Jesús por parte de la pecadora[182].
a. Los pecados concretos y el corazón.
Jesús conoce y denuncia los pecados concretos, como la vanidad, el orgullo, la mentira, el apego a las riquezas, la explotación de los demás, el robo, el adulterio, el homicidio[183]. Sin embargo, para Jesús el elemento constitutivo del pecado es un desorden interior, una disposición perversa del corazón. Efectivamente, el corazón, como sede de los pensamientos y de los deseos, representa la facultad espiritual del hombre, en la que se toman las decisiones relativas a la actividad exterior[184]. En esta línea Jesús denuncia como pecados también los actos internos, que están en el origen de las acciones públicas[185]. El pecado contra el Espíritu Santo, es decir, la negativa obstinada a creer en Jesús, no se perdonará ni en esta vida ni en la otra, debido a la dificultad que se encuentra en cambiar la actitud básica negativa frente a Cristo. Las polémicas con los fariseos y los escribas sobre el sábado y las demás observancias rabínicas muestran que Jesús concedía mayor importancia a las exigencias de la persona que a la de las instituciones[186].
b. Bondad con los pecadores.
Cristo asumió una actitud benévola con los judíos que no practicaban los mandatos rabínicos y que eran despreciados por los fariseos y considerados como pecadores. Proclama que ha venido a llamar a la conversión no a los justos, sino a los pecadores[187]. Al discernir en la miseria religiosa y moral de esos hombres un valor escondido y despreciado, es decir, un reconocimiento fundamental de la propia impotencia y la necesidad de la gracia divina, Jesús reconoce en ellos una aptitud para acoger la llamada a la conversión, y por tanto para recibir la gracia de la justificación[188]. En este sentido los pecadores son los verdaderos clientes del reino. Por eso no es tanto el pecado en sí mismo lo que constituye un obstáculo para la salvación, sino la obstinación en rechazar la invitación divina a la conversión y la confianza puesta en sí mismo y en las propias posibilidades. La condición de pecador que va acompañada del sentimiento de la propia miseria espiritual representa un terreno propicio para la obtención del perdón y de la salvación. Lo demuestran las parábolas de la dracma perdida, de la oveja extraviada y del padre misericordioso o del hijo pródigo[189]. Esta última parábola enseña que el abandono de la casa paterna por parte del hijo más joven indica el rechazo de unas relaciones filiales con el padre, es decir, la negativa a recibir todos los bienes del amor paterno, pretendiendo que no se tiene ninguna necesidad de él. Cuando regresa el hijo, el padre, superando todas las imposiciones de la justicia humana, perdona generosamente al hijo y lo trata con especial cariño, hasta el punto de suscitar la envidia del hermano mayor.
Jesús prevé su propia muerte y le atribuye un valor expiatorio[190]. Por eso la muerte de Jesús en la cruz es una especie de condenación divina del pecado. Su resurrección como victoria sobre la muerte aparece igualmente como una victoria sobre el pecado y sobre las fuerzas diabólicas.
La enseñanza y el comportamiento de Jesús con los pecadores contienen una nueva revelación sobre la naturaleza del pecado. Este nace de la intimidad del hombre, de su corazón perverso; es un desconocimiento voluntario del amor de Dios y una negativa a acoger la invitación a la conversión, esto es, a creer en Cristo; el pecado somete al hombre a la esclavitud del demonio. Acogiendo el anuncio del reino de Dios, se obtiene el perdón de los pecados y se entra en una relación amorosa con el Padre celestial. El pecado del hombre queda superado por el sacrificio redentor de Cristo en la cruz.
5. Consecuencias para la humanidad.
La universalidad del pecado es evidente. Ya de principio, el hombre posee una inclinación al pecado[191], que no viene como enseñan los católicos del pecado de Adán y Eva como heredad, sino como consecuencia. El desenvolvimiento de la historia del hombre proporciona un catálogo de vicios[192]. La consecuencia de la sobreabundante iniquidad es la virtual destrucción de la humanidad[193]. Todo nuestro ser está contaminado por el mal: Nuestros pensamientos, acciones, palabras, sentimientos, voluntad[194]; no existe un solo ser humano que sea justo ante Dios[195], con la sola excepción de Aquel que apareció para quitar el pecado[196], Aquel que “… no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca”[197], el inmaculado Hijo de Dios.
La caída tuvo efectos duraderos, no solo en Adán y Eva, sino también sobre todos los que de ellos descienden; hay solidaridad racial en el pecado y el mal.
6. Consecuencias para la creación.
Los efectos de la caída se extienden más allá del cosmos físico. “…maldita es la tierra en tus labores; en dolor comerás de ella por todo el tiempo de tu vida”[198]. El hombre es corona de la creación, hecho a imagen de Dios, y, en consecuencia, es vice regente de Dios[199]. La catástrofe de la caída del hombre trajo aparejada la catástrofe de la maldición sobre aquello de lo cual se le había dado dominio. El pecado es un hecho que se dio en la esfera del espíritu humano, pero que ha repercutido en toda la creación.
7. La aparición de la muerte.
La muerte es consecuencia del castigo que merece el pecado. Esta fue la advertencia que acompañó a la prohibición en el Edén[200], y es expresión directa de la maldición de Dios sobre el hombre pecador[201]. En la esfera de lo fenoménico, la muerte consiste en la separación de los elementos integrales del ser del hombre. Esta disolución ejemplifica el principio de la muerte, a saber, la separación, y alcanza su expresión extrema en la separación de Dios[202]. A causa del pecado la muerte provoca temor y terror en el hombre[203]. Pero no es tanto la muerte física la más dolorosa en la caída, sino más bien el hecho de que la persona que está en pecado está muerta espiritualmente, aunque físicamente camina, habla, escucha, puede ver, trabaja y disfruta de su vida, la realidad es que esta persona está muerta porque Dios no mora dentro de ella, no hay espíritu de vida en esta persona. El pecado tiene como consecuencia todo lo relacionado a la muerte, sufrimiento, enfermedad, problemas familiares, drogas, borracheras, peleas, conflictos y muchas otras cosas malas. La Biblia nos enseña que el diablo, el autor del pecado, vino para matar, robar y destruir, pero Cristo vino para darnos vida y vida en abundancia, esto es Vida Eterna.
8. La muerte eterna.
Si una persona no nace de nuevo, jamás tendrá vida, y esto conllevara a la muerte eterna o la muerte segunda, esta es la muerte de la cual no hay oportunidad de escapar. La Biblia dice: “Pero los cobardes, incrédulos, abominables, asesinos, inmorales, hechiceros, idólatras, y todos los mentirosos tendrán su herencia en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda”[204].
E. Culpabilidad.
El primer pecado de Adán tuvo un significado único para toda la raza humana[205]. Aquí se hace hincapié en forma sostenida en la sola y única transgresión de un solo hombre como aquello por lo cual el pecado, la condenación, y la muerte recayeron sobre toda la humanidad. Se identifica al pecado como “la transgresión de Adán”, “la transgresión del uno”, “una transgresión”, “la desobediencia de uno”, y no puede haber duda de que aquí se hace referencia a la primera transgresión de Adán. En consecuencia, la cláusula “por cuanto todos pecaron” en Romanos 5.12 se refiere al pecado de todos en el pecado de Adán. No puede referirse a los pecados que cometen todos los hombres, y mucho menos a la depravación hereditaria, porque en el versículo 12 la cláusula en cuestión dice claramente por qué “la muerte pasó a todos los hombres”, y en los versículos siguientes se expresa que “la transgresión de uno solo”, es la causa del reinado universal de la muerte.
Según la Escritura, el tipo de solidaridad con Adán que explica la participación de todos en el pecado de Adán, es el tipo de solidaridad que Cristo mantiene con aquellos que están unidos a él. El paralelo en Romanos 5.12–19 y 1 Corintios 15.22, 45–49 entre Adán y Cristo indica el mismo tipo de relación en ambos casos, y no tenemos necesidad de postular nada más definitivo en el caso de Adán y la humanidad que lo que encontramos en el caso de Cristo y los suyos. En este último caso se trata de una cabeza representativa, y esto es todo lo que hace falta para afirmar la solidaridad de todos en el pecado de Adán.
Aunque la culpa del pecado de Adán fue inmediata, como se puede comprobar por el testimonio de los pasajes pertinentes, el juicio de condenación que recayó sobre Adán, y en consecuencia sobre todos los hombres en él, se considera confirmado, en la Escritura, en cuanto a su justicia y corrección, por la experiencia moral subsiguiente de cada hombre. De ese modo, queda ampliamente corroborado Romanos 3.23, que “todos pecaron”, por referencia a los pecados específicos y visibles de judíos y gentiles[206], antes de que Pablo haga referencia alguna a la imputación en Adán. De manera similar la Escritura relaciona universalmente el juicio final del hombre ante Dios con sus “obras”, que no alcanzan a cumplir las exigencias divinas[207].
El rechazo de esta doctrina no solo indica incapacidad de aceptar el testimonio de los pasajes pertinentes, sino también incapacidad de apreciar la estrecha relación que existe entre el principio que gobierna nuestra relación con Adán, y el que gobierna la operación de Dios en la salvación. El paralelo entre Adán como primer hombre y Cristo como último Adán muestra que la realización de la salvación en Cristo está basada en el mismo principio operativo que aquel por medio del cual nos convertimos en pecadores y herederos de la muerte. La historia de la humanidad queda finalmente resumida bajo dos complejos: Pecado-condenación-muerte y justicia-justificación-vida. El primero surge de nuestra unión con Adán; el segundo proviene de nuestra unión con Cristo. Estas son las dos órbitas en las que vivimos y nos movemos. El gobierno de los hombres por parte de Dios se lleva a cabo en función de estas relaciones. Si no entendemos nuestra relación con Adán no podemos comprender correctamente a Cristo. Todos los que mueren, mueren en Adán; todos los que adquieren vida, la reciben de Cristo.
F. La depravación.
El pecado no consiste simplemente en un acto voluntario de transgresión. Todo acto surge de algo que tiene raíces más profundas que él mismo. Un acto pecaminoso es la expresión de un corazón pecaminoso[208]. El pecado siempre ha de incluir, por lo tanto, la perversidad del corazón, la mente, la disposición, y la voluntad. Así fue, como vimos anteriormente, en el caso del primer pecado, y es igual con todo pecado. En resultado, la consecuencia del pecado de Adán a la posteridad debe comprender la participación en la perversidad, aparte de lo cual carecería de sentido el pecado de Adán, y su censura se convertiría en algo imposible. Pablo dice que “por la desobediencia de un hombre muchos fueron hechos pecadores”[209]. La depravación que supone el pecado es consecuencia directa del pecado de Adán.
La evidencia de la Escritura con respecto a la capacidad de agudeza de dicha depravación es clara. Génesis 6.5; 8.21 presenta un caso cerrado. La segunda referencia aclara que esta acusación no estaba restringida al período anterior al juicio del diluvio. No hay forma de evadir la fuerza de este testimonio desde las primeras páginas de la revelación divina, y las declaraciones posteriores tienen el mismo efecto[210]. Cualquiera sea el punto de vista desde el cual miremos al hombre, veremos la ausencia de aquello que place a Dios. Si consideramos este punto de un modo más positivo, todos se han alejado de Dios, y se han corrompido. En Romanos 8.5–7 Pablo menciona el pensar de la carne, y carne, cuando se emplea éticamente como aquí, significa la naturaleza humana dirigida y gobernada por el pecado[211]. Además, “Los proyectos de la carne están en contra de Dios”[212]. No podríamos formular un juicio más condenatorio, porque significa que el pensamiento del hombre natural está condicionado y gobernado por la enemistad hacia Dios. Nada menos que un juicio de depravación total es la clara inferencia de estos pasajes, es decir que no hay área o aspecto de la vida humana que quede absuelta de los sombríos efectos de la condición del hombre caído, y en consecuencia, no hay área que pudiera servir de base para la justificación del hombre por sí mismo frente a Dios y su ley.
La depravación, sin embargo, no se registra en infracciones reales en igual grado para todos. Hay una cantidad de factores que la restringen. Dios no entrega a todos los hombres a la inmundicia, a una mente corrupta, y a una conducta impropia[213]. La depravación no es incompatible con el ejercicio de las virtudes naturales y la promoción de la justicia civil. El hombre no regenerado todavía está dotado de conciencia, y la obra de la ley está escrita en su corazón, de modo que en alguna medida, y en ciertos puntos, cumple sus requerimientos[214]. La doctrina de la depravación significa, sin embargo, que estas obras, aunque formalmente afines con lo que demanda Dios, no son buenas y agradables a Dios en función de los criterios totales y finales que determinan su juicio, los criterios del amor a Dios como motivo alentador, de la ley de Dios como principio directriz, y de la gloria de Dios como objetivo regulador[215].
G. La incapacidad.
La incapacidad se refiere a la imposibilidad que proviene de la naturaleza de la depravación. Si la depravación afecta todos los aspectos y las áreas de la persona, entonces la inhabilidad para lo que es bueno y agradable a Dios también es inclusiva en su referencia.
No podemos cambiar nuestro carácter o actuar en contra de él. En lo que se refiere a comprensión, el hombre natural no puede conocer las cosas del Espíritu de Dios, debido a que se disciernen espiritualmente[216]. Con respecto a la obediencia a la ley de Dios, no solo no está sujeto a la ley de Dios, sino que no puede estarlo[217]. Los que están en la carne no pueden agradar a Dios[218]. El mal árbol no puede dar buen fruto[219]. En cada caso la imposibilidad es indiscutible. Es nuestro Señor mismo quien afirma que es imposible tener fe en él aparte del don del Padre y su llamamiento[220]. Este testimonio del Señor concuerda con su insistencia en que aparte del nacimiento sobrenatural de agua y del Espíritu nadie puede adquirir una apreciación inteligente del reino de Dios, ni entrar en él[221].
La necesidad de una transformación y recreación tan radical e importante como lo es la regeneración, es prueba de la veracidad del testimonio de la Escritura en cuanto a la esclavitud del pecado y a la situación desesperada de nuestra condición pecaminosa. Esta esclavitud implica que la imposibilidad que experimenta el hombre natural de recibir las cosas del Espíritu, amar a Dios y hacer lo que a Él le agrada, o creer en Cristo para la salvación de su alma, es de carácter psicológico, moral, y espiritual. Esta esclavitud es la premisa del evangelio, y la gloria del evangelio se halla precisamente en el hecho de que ofrece liberación de la esclavitud y las ataduras del pecado. Es el evangelio de gracia y poder para el desvalido.
H. Responsabilidad.
Como el pecado es contra Él, Dios no puede pasarlo por alto o ser indiferente con respecto al mismo. Dios reacciona inevitablemente contra él. Esta reacción es, específicamente, su ira. La frecuencia con que la Escritura menciona la ira de Dios nos obliga a considerar su realidad y su significado.
El Antiguo Testamento emplea diversos términos. En un sentido habla de “enojo”, y de manera intensificada expresa “la intensidad de la ira de Dios” es muy común[222], también se expresa la idea de indignación[223]. Es evidente que el Antiguo Testamento está lleno de referencias a la ira de Dios. A menudo aparecen juntos más de uno de estos términos, para reforzar y confirmar el pensamiento que expresan. Los términos mismos están cargados de intensidad, como así también las construcciones en que aparecen para transmitir la idea de desagrado, encendida indignación, y santa venganza.
Los términos griegos orgem (orgem) y thymos (thymos), son usados frecuentemente, el primero con referencia a Dios en el Nuevo Testamento[224], y el último menos frecuentemente[225].
En consecuencia, la ira de Dios es una realidad, y el lenguaje y las enseñanzas de las Escrituras están calculados para hacernos captar la severidad que la caracteriza. Hay tres observaciones que requieren mención especial.
1. No debe interpretarse la ira de Dios en función de la pasión antojadiza tan comúnmente relacionada con la ira en nosotros. Es el deliberado y decidido desagrado que demanda la contradicción de su santidad.
2. No debe tomarse como venganza, sino como santa indignación; no hay en ella nada que pertenezca a la naturaleza de la malicia. No se trata de un odio maligno, sino de una justa detestación.
3. No debemos limitar la ira de Dios a su voluntad de castigar. La ira es una manifestación positiva de su insatisfacción, tan segura como lo es su complacencia ante lo que le agrada. No debemos privar a Dios lo que nosotros llamamos emoción. La ira de Dios tiene su paralelo en el corazón humano, ejemplificado de manera perfecta en Jesús[226].
La consecuencia de la culpabilidad del pecado es, por lo tanto, la santa ira de Dios. Como el pecado nunca es impersonal, sino que existe en las personas, y es cometido por ellas, la ira de Dios consiste en el desagrado que recae sobre ellas; nosotros somos objeto de ella. Los castigos penales que sufrimos son expresión de la ira de Dios. El sentimiento de culpa y el tormento de la conciencia son reflejo, en nuestro nivel consciente, del desagrado de Dios. La esencia de la perdición final consistirá en la aplicación de la indignación de Dios[227].
I. El Pecado y el Cristiano.
Las enseñanzas y obras de Jesucristo y los Enviados dan un nuevo enfoque al concepto del pecado. En vez de medir las acciones de las personas de acuerdo con el legalismo de las interpretaciones “oficiales” de una serie de mandamientos, Jesús partió siempre de la motivación[228]. Vio el amor como la única fuerza capaz de derrotar al pecado[229]. La misma victoria suya sobre el pecado es motivada por el amor divino[230], y tal amor de Dios había de motivar y capacitar asimismo a los suyos para vencer el pecado[231], ya que la fe actúa siempre por el amor.
Es a la luz de esta manera de ver el pecado que se puede comprender también otra novedad del Nuevo Testamento: la relación entre la culpabilidad y el nivel de desarrollo de la conciencia de los fieles[232].
Es notable que Pablo, siguiendo la LXX, hable del pecado casi exclusivamente en singular, viéndolo como un todo, como una potencia espiritual enemiga de Dios y del hombre al cual Cristo ha derrotado. Sin embargo, el Nuevo Testamento advierte a los creyentes sobre una serie de pecados individuales, y reconoce que la historia de Cristo está para realizarse por la fe en la vida de cada uno de los suyos[233].
J. Lista de pecados.
En las cartas paulinas, incluidas las llamadas “cartas pastorales”, se recogen doce listas de pecados[234]. Estas listas no están ordenadas según una disposición lógica; algunos términos indican actos concretos; otros, más bien, una actitud pecaminosa general. En total se llegan a mencionar noventa y dos vicios, que corresponden a las faltas cometidas más corrientemente en las comunidades fundadas por el Enviado. Se enumeran los pecados de los paganos[235], los de los creyentes antes de su conversión[236] y los de los cristianos[237]. En las diversas listas ocupan el primer puesto los pecados contra la misericordia, luego los pecados contra el sexo, en tercer lugar los cometidos directamente contra Dios y, finalmente, la búsqueda de sí mismo. Se le atribuye una gravedad especial al deseo de poseer cada vez más, lesionando los derechos del prójimo[238]. Esta ambición se compara con la idolatría, el vicio típico de los paganos, siendo el contraste de la moderación, de la misericordia y de la caridad. Efectivamente, el ambicioso utiliza al prójimo como instrumento en beneficio propio y del propio placer. También se les da mucha importancia a los pecados contra la castidad, ordinariamente en forma genérica: Fornicación, impureza, falta de pudor; pero también específica: Adulterio, homosexualidad. Especialmente las faltas en contra de lo natural se consideran como un castigo de la idolatría[239].
Los pecados contra Dios, aunque no se mencionan con frecuencia, aparecen como la fuente de todos los demás[240]. La idolatría es la negativa a glorificar a Dios conocido por la razón a través de las criaturas. Esta negativa, arraigada en el orgullo del hombre, atribuye a uno mismo y a las criaturas el honor que se debe tan solo al Creador de todas las cosas. De este pecado característico del paganismo proceden todas las desviaciones y perversiones, tanto en el terreno social como en el individual y familiar.
Hay un pecado imperdonable que aquel que se comete en contra del Espíritu Santo[241].
A veces se presenta como pecado por excelencia la concupiscencia[242]. Supone la negación a depender de Dios y la pretensión de conseguir con las propias fuerzas lo que no se puede acoger más que como don.
Los actos pecaminosos enumerados en los catálogos de vicios y expresados a menudo con términos abstractos son siempre la manifestación de una actitud moral íntima dominada por la corrupción. Las faltas particulares no se consideran como efecto de una debilidad moral momentánea, sino como signo y expresión de una orientación personal, que se encuentra en franca oposición con la voluntad de Dios.
K. La derrota del pecado.
A pesar de lo sombrío del tema, la Biblia nunca abandona totalmente una nota de esperanza y optimismo cuando se ocupa del pecado; porque el eje de la Biblia es su testimonio acerca de la poderosa ofensiva de Dios contra el pecado, en su propósito histórico de redención centrado en Jesucristo, el último Adán, su eterno Hijo, salvador de los pecadores. En mérito a la obra toda de Cristo, su nacimiento milagroso, su vida de perfecta obediencia, en forma suprema su muerte en la cruz y su resurrección de entre los muertos, su ascensión y ubicación a la derecha del Padre, su reinado en la historia y su glorioso retorno, el pecado ha sido vencido. Su autoridad rebelde y usurpadora ha sido derrotada, sus absurdas pretensiones han sido expuestas, sus viles maquinaciones desenmascaradas y neutralizadas, los funestos efectos de la caída en Adán contrarrestados y desechos, mientras que el honor de Dios ha sido vindicado, su santidad satisfecha, y su gloria extendida.
En Cristo, Dios ha vencido al pecado; esas son las grandes y buenas noticias de la Biblia. Ya ha quedado demostrada esta derrota en el pueblo de Dios, que por su fe en Cristo y su obra terminada ya está libre de culpa y juicio por el pecado, y experimenta desde ya, en cierta medida, la derrota del poder del pecado por medio de su unión con Cristo. Este proceso culminará al final de los tiempos cuando Cristo vuelva en gloria, los santos sean completamente santificados, el pecado sea desterrado de la creación, y surjan nuevos Cielos y Tierra donde morará la justicia[243].
[1] 2 Samuel 12.13; Salmos 51.4.
[2] Proverbios 4.23; 23.7; Marcos 7.20-23; Romanos 8.15-25.
[3] Santiago 1.15; Juan 3.14.
[4] Romanos 8.3.
[5] Juan 1.29. RV60
[6] BLS
[7] Éxodo 20.5. RV60
[8] Jueces 20.16.
[9] Génesis 20.9.
[10] Lamentaciones 5.7.
[11] Éxodo 20.20; Oseas 13.2.
[12] 1 Reyes 12.19.
[13] Isaías 1.28; 1 Reyes 8.50.
[14] Isaías 24.1; Lamentaciones 3.9.
[15] Daniel 9.5; 2 Samuel 24.17.
[16] Génesis 44.16; Jeremías 2.22.
[17] Génesis 4.13; Isaías 53.11.
[18] Ezequiel 34.6.
[19] 1 Samuel 26.21; Job 6.24.
[20] Levítico 4.2.
[21] 2 Samuel 22.22; Nehemías 9.33.
[22] Proverbios 24.2; Habacuc 1.13.
[23] Levítico 4.2; 27; Números 15.27.
[24] Génesis 20.5; 9.
[25] 2 Samuel 6.6.
[26] 1 Samuel 6.19.
[27] 1 Samuel 14.24-30; 37-44.
[28] Éxodo 19.12.
[29] Levítico 10.
[30] Levítico 17.10; Deuteronomio 12.21; 1 Samuel 14.33.
[31] Éxodo 20.8-11; 23.12; 34.21.
[32] Génesis 9.20-27.
[33] Éxodo 20.5.
[34] Josué 7.
[35] Jeremías 31.29; Ezequiel 18.2.
[36] Salmos 25.7; Job 13.26.
[37] 2 Samuel 12.13.
[38] Éxodo 22.19; Levítico 20.2; 24.11-16.
[39] Levítico 20.9.
[40] Éxodo 21.16.
[41] Levítico 18.6-23.
[42] Génesis 4.10.
[43] Génesis 18.20.
[44] Éxodo 22.21.
[45] Levítico 19.13.
[46] Deuteronomio 4.29; 6.6; 1 Samuel 16.7; Isaías 29.13; Jeremías 3.10; 17.9.
[47] Oseas 4.1-3; Salmos 119.
[48] Oseas 2.1-3; 3.1; Isaías 48.8; Jeremías 3.1-5; 20; 9.1; 11.10; Ezequiel 16.8-18.
[49] Isaías 9.9; 20.9.
[50] Jeremías 2.23; 4.22; 5.21; 8.6; 10.23; 13.10; 18.12; 22.16; 23.17.
[51] Isaías 5.1-7; 6.13; Jeremías 2.21.
[52] Oseas 11.1; 13.5; Jeremías 7.8; Miqueas 3.11.
[53] Génesis 3.5.
[54] Génesis 11.1-9.
[55] Isaías 14.12-15.
[56] Ezequiel 28.2. NBLH
[57] Daniel 4.34.
[58] Daniel 7.25. Ibid
[59] 2 Samuel 12.13; Salmos 51; Proverbios 30.9.
[60] Mateo 6.12.
[61] Colosenses 2.14.
[62] Romanos 3.9.
[63] Romanos 3:10-12.
[64] Efesios 2.3. Ibid
[65] Romanos 5.6. Ibid
[66] Juan 8.46; Santiago 1.15; 1 Juan 1.8.
[67] Romanos 5.12; 6.12, 14; 7.17, 20; 8.2.
[68] Juan 8.3; 34.
[69] Juan 15.22, 24.
[70] Juan 8.24.
[71] Juan 26.8.
[72] El aoristo, término griego que significa “indeterminado” es un término filológico derivado originalmente del estudio del indoeuropeo, que hace referencia a formas verbales de varios idiomas, que no necesariamente están relacionadas o con significados similares. En idiomas indoeuropeos como el griego, sánscrito, armenio y macedonio, así como en lenguajes influenciados por la tradición indoeuropea, como el georgiano, el término usualmente expresa el aspecto perfectivo y muchas veces se refiere a acontecimientos pasados. "Aoristo" proviene del griego antiguo aoristos "indefinido", porque era la forma sin marcar del verbo, y por lo tanto no tiene las implicaciones del aspecto imperfectivo. A veces se refiere a una acción única o acción puntual no prolongada en el tiempo. Los verbos en aoristo pueden verterse de diversas maneras según su contexto. Una manera es de modo que se denote un solo acto de alguna índole, sin relación con algún tiempo particular. La acción verbal del aoristo presenta un aspecto puntual o momentáneo. Indica una acción que se toma una sola vez o de una vez por todas. Según A Grammar of New Testament Greek, por James H. Moulton, tomo I, 1908, p. 109: “el Aoristo tiene el efecto de convertir en momentos, es decir, considera la acción como un momento: representa el momento de entrada [...] o el de terminación [...] o mira a una acción entera como algo que sencillamente ha sucedido, sin distinguir pasos en su progreso”. Wikipedia.
[73] Juan 9.2.
[74] 1 Juan 1.10; 2.1; 3.6; 5.16; 18.
[75] Juan 3.19.
[76] 1 Juan 3.4.
[77] Juan 5.10, 16, 18; 6.41, 6.52; 10.31, 33; 11.8; 16.6.
[78] Juan 12.31.
[79] Juan 8.34.
[80] Juan 8.44.
[81] Juan 3.l9; 5.36-46.
[82] Juan 1.29.
[83] 1 Juan 2.22.
[84] 1 Juan 2.9, 11, 19; 4.1; 3.15; 4.20.
[85] 1 Juan 3.4; 5.17.
[86] 1 Juan 5.16.
[87] 1 Juan 1.8.
[88] 1 Juan 3.9; 5.18.
[89] Juan 12.31; 16.33.
[90] 1 Juan 3.9; 5.18.
[91] 1 Corintios 15.26; 2 Corintios 5.21.
[92] Gálatas 2.17; 3.22.
[93] Romanos 5-8.
[94] Romanos 5.12.
[95] Romanos 8.12-22.
[96] Romanos 7.7.
[97] Gálatas 5.16; Romanos 6.13; 7.14; 20; 25; Efesios 2.3.
[98] 1 Corintios 15.56; Romanos 3.20; 4.15; 5.20.
[99] 2 Corintios 4.4. RV60
[100] Efesios 2.2. NBLH
[101] 1 Tesalonicenses 2.18; 2 Corintios 2.11; Romanos 16.20.
[102] 2 Tesalonicenses 2.9; 2 Corintios 11.13.
[103] Hechos 1.15-20.
[104] Hechos 3.14,17.
[105] Hechos 6.1-11.
[106] Hechos 8.18-24.
[107] Hechos 2.38; 5.31; 10.43; 13.38; 26.18.
[108] Hebreos 10.27.
[109] Hebreos 3.12; 6.6; 10.26.
[110] Hebreos 6.1; 9.14.
[111] Hebreos 6.4; 10.26.
[112] Hebreos 12.15.
[113] Hebreos 10.25.
[114] Santiago 3.4-8.
[115] Santiago 3.14; 4.1.
[116] 1 Pedro 1.14.
[117] 1 Pedro 2.11. RV60
[118] 2 Pedro 2.14.
[119] Judas 16; 2 Pedro 2.15-18.
[120] Marcos 3.28; Romanos 3.25.
[121] Marcos 3.29.
[122] Romanos 4.15; Hebreos 2.2.
[123] Romanos 1.18; 2 Timoteo 1.16.
[124] Mateo 7.23; 2 Corintios 6.14; 1 Juan. 3.4.
[125] Hechos 8.22; Romanos 1.29; Lucas 11.39; Efesios 6.12.
[126] Mateo 13.19; 1 Juan 3.12.
[127] Lucas 18.6.
[128] Juan 7.18; Romanos 2.8; 9.14.
[129] 2 Timoteo 2.19.
[130] 1 Juan 3.4; 5.17.
[131] Marcos 3.29; 1 Corintios 11.27.
[132] Salmos 51.4; Romanos 8.7.
[133] Romanos 4.25. NBLH
[134] Romanos 7.12; 22.
[135] Romanos 2.15; 14.23.
[136] 1 Corintios 8.12.
[137] Génesis 3.1; Juan 8.44; 2 Pedro 2.4; 1 Juan 3.8; Judas 6.
[138] 1 Juan 3.8.
[139] 1 Timoteo 2.14; Santiago 1.13.
[140] Génesis 3.5.
[141] Filipenses 2.6.
[142] Hebreos 4.15. RV60
[143] Mateo 7.6-13; 12.34; 15.8-20; Marcos 7.6-13; Lucas 6.45.
[144] Mateo 12.33; Lucas 6.43.
[145] Mateo 5.22; 28.
[146] Mateo 5.37; 13,38; Marcos 4.15.
[147] Juan 3.19.
[148] Juan 5.44.
[149] Juan 7-8.
[150] 1 Juan 2.15.
[151] Romanos 5.12-21.
[152] 2 Tesalonicenses 2.7. Ibid
[153] Génesis 22.1-9.
[154] Job 1-2.
[155] 1 Tesalonicenses 3.4; 1 Pedro 5.8.
[156] Revelación 20.7.
[157] Gálatas 5.16; Romanos 7.14-25; 6.12.
[158] Mateo 26.41; Marcos 14.38; Lucas 22.28.
[159] Gálatas 4.13.
[160] 1 Tesalonicenses 3.4.
[161] 1 Corintios 10.13; 2 Pedro 2.9.
[162] Mateo 26.41; Marcos 14.38; Lucas 22.40, 46; Mateo 6.13; 11.4; Revelación 3.10.
[163] Romanos 6.23. RV60
[164] Romanos 5.12.
[165] Efesios 2.1.
[166] Isaías 59.2.
[167] Eclesiastés 12.1, 16; Romanos 2.16.
[168] Romanos 5.14. BLS
[169] Romanos 4.15. Ibid
[170] Romanos 2.12. Ibid
[171] Números 11.1; 12.9; 18.5; Deuteronomio 1.34; 9.8; 9.19; Josué 9.20; 22.18; Oseas 5.10; 13.11; Isaías 47.6; 54.9; 57.17; Jeremías 4.4; 8; 26; 7.20; 17.4; 36.7; Ezequiel 6.12; 14.19; 16.38; Salmos 38.2; 102.11; 106.32.
[172] Isaías 59.2.
[173] 1 Samuel 14.37.
[174] Revelación 20.10. Ibid
[175] 1 Juan 1.7, 9. PDT
[176] Génesis 3.8. La Toráh
[177] Juan 3.20.
178] Génesis 2.25; 3.7, 10.
[179] Mateo 13.38; Lucas 13.16; 22.31.
[180] Marcos 1.14.
[181] Mateo 9.1-8; Marcos 2.1-12; Lucas 5.17-26.
[182] Lucas 7.36-50.
[183] Mateo 23.1-26; Marcos 7.20; 12.38; Lucas 11.37-52; 16.l4; 19.9-14; 20.45.
[184] Mateo 15.10-20; Marcos 7.14-23.
[185] Mateo 5.22; 28.
[186] Mateo 12.1-8; Marcos 2.23-3.25; Lucas 6.1-11; 11.14-32.
[187] Mateo 9.13; Marcos 2.17; Lucas 5.32.
[188] Lucas 9-14; 15.7; 15.10; 18.
[189] Lucas 15.
[190] Mateo 26.28; Marcos 14.24; Lucas 22.20; Marcos 10.45.
[191] Salmos 51.7; 58.4; Job 14.4.
[192] Génesis 4.8, 19, 23; 6.2–3, 5.
[193] Génesis 6.7, 13; 7.21–24.
[194] Génesis 6.5; 8.21; Mateo 15.19; Gálatas 5.19-21; Romanos 7.14-23.
[195] Romanos 8.46; Proverbios 20.9; Eclesiastés 7.20; Isaías 53.6; Romanos 3.9-12, 23; 1 Juan 1.8; 5.19.
[196] Hebreos 9.26; 1 Juan 3.5.
[197] 1 Pedro 2.22. BLS
[198] Génesis 3.17. La Toráh
[199] Génesis 1.26.
[200] Génesis 2.17.
[201] Génesis 3.19.
[202] Génesis 3.23.
[203] Lucas 12.5; Hebreos 2.15.
[204] Revelación 21.8. NBLH
[205] Romanos 5.12, 14–19; 1 Corintios 15.22.
[206] Romanos 1.18–3.8.
[207] Mateo 7.21–27; 13.41; 25.31–46; Lucas 3.9; Romanos 2.5–10; Revelación 20.11–14.
[208] Marcos 7.20–23; Proverbios 4.23; 23.7.
[209] Romanos 5.19. TKIM-DE
[210] Jeremías 17.9–10; Romanos 3.10–18.
[211] Juan 3.6.
[212] Romanos 8.7. BL95
[213] Romanos 1.24, 28.
[214] Romanos 2.14.
[215] Romanos 8.7; 1 Corintios 2.14; Mateo 6.2, 5, 16; Marcos 7.6–7; Romanos 13.4; 1 Corintios 10.31; 13.3; Tito 1.15; 3.5; Hebreos 11.4, 6.
[216] 1 Corintios 2.14.
[217] Romanos 8.7.
[218] Romanos 8.8.
[219] Mateo 7.18.
[220] Juan 6.44, 65.
[221] Juan 3.3, 5, 8; 1.13; 1 Juan 2.29; 3.9; 4.7; 5.1, 4, 18.
[222] Éxodo 4.14; 32.12; Números 11.10; 22.22; Deuteronomio 29.23, 28; Josué 7.1; Job 42.7; Salmos 21.9; 6.1; 38.1; 78.49; 79.6; 90.7; Isaías 9.19; 10.5-6; Jeremías 7.20; 32.37; 50.13; Ezequiel 7.19; Oseas 5.10; Nahúm 1. 2, 6; Sofonías 2.2; Zacarías 1.2.
[223] Salmos 38.3; 69.24; 78.49; Isaías 10.5; Ezequiel 22.31; Nahúm 1.6.
[224] Juan 3.36; Romanos 1.18; 2.5, 8; 3.5; 5.9; 9.22; Efesios 2.3; 5.6; 1 Tesalonicenses 1.10; Hebreos 3.11; Revelación 6.17.
[225] Romanos 2.8; Revelación 14.10, 19; 16.1, 19; 19.15; Hebreos 10.27.
[226] Marcos 3.5; 10.14.
[227] Isaías 30.33; 66.24; Daniel 12.2; Marcos 9.43, 45, 48.
[228] Mateo 15.19; 7.17.
[229] Marcos 12.28; Lucas 7.47.
[230] Juan 3.16; 13.1.
[231] Romanos 12.8-10; 1 Juan 4.7-11; Romanos 14.23.
[232] Romanos 14; 1 Corintios 8.7-13.
[233] 1 Juan 5.4.
[234] 1 Corintios 5.10; 6.9; 2 Corintios 12.20; Gálatas 5.19; Romanos 1.29; 13.13; Colosenses 3.5-8; Efesios 4.31; 1 Timoteo 1.9; 6.4; 2 Timoteo 3.2-5; Tito 3.3.
[235] Romanos 1.29.
[236] Colosenses 3.5-8; Efesios 5.3; Tito 3.3.
[237] 1 Corintios 5.10; 2 Corintios 12.20; Gálatas 5.19.
[238] 2 Corintios 9.5; Romanos 1.29; Colosenses 3.5; Efesios 4.19; 5.3.
[239] Romanos 1.24.
[240] Romanos 1.18-23.
[241] Mateo 12.31-32; Marcos 3.28-29; Lucas 12.10.
[242] Romanos 7.7.
[243] Génesis 3.15; Isaías 52.13–53.12; Jeremías 31.31–34; Mateo 1.21; Marcos 2.5; 10.45; Lucas 2.11; 11.14–22; Juan 1.29; 3.16; Hechos 2.38; 13.38; 1 Corintios 15.3, 22; Efesios 1.3–14; 2.1–10; Colosenses 2.11–15; Hebreos 8.1–10.25; 1 Pedro 1.18–21; 2 Pedro 3.11–13; 1 Juan 1.6–2.2; Revelación 20.7–14; 21.22–22.5.