El Sonido de Pasos Reformadores
V. El Sonido de Pasos Reformadores.
A. Los Cátaros.
Se ha tratado de limitar la Reforma solo a Martín Lutero y a Juan Calvino durante el siglo XVI, pero la realidad es que desde mucho tiempo antes, hubo hombres y mujeres que se opusieron al yugo romano, como los “Albigenses” cerca de 1170, que iniciaron en Bulgaria y que se basaban en creencias maniqueas, que se divulgaron por el Asia Menor y pasaron a los Balcanes en la Edad Media. Este movimiento, también conocido como “cátaro”, se le llamó “albigense” por tener su base en la región de Albi, Languedoc, Francia. Esta denominación no parece muy exacta, puesto que el centro de la cultura cátara estaba en Tolosa y en los distritos vecinos. También recibieron el nombre de “poblicantes”, siendo este último término una degeneración del nombre de los paulicianos, con quienes se les confundía.
Los Paulicianos habían sido deportados desde Capadocia a la región de Tracia en el sureste europeo por los emperadores bizantinos en el siglo IX, donde se transformaron en los bogomilos. Durante la segunda mitad del siglo XII, contaron con gran fuerza e influencia en Bulgaria, Albania y Bosnia. Se dividieron en dos ramas, conocidas como los albanenses y los garatenses. Estas comunidades heréticas llegaron a Italia durante los siglos XI y XII. Los milaneses adheridos a este credo recibían el nombre de “patarinos”, por su procedencia de Pataria, una calle de Milán muy frecuentada por grupos de menesterosos. El movimiento de los patarines cobró cierta importancia en el siglo XI como movimiento reformista.
Y es que el hombre de la Edad Media occidental, que rezaba, que luchaba, que trabajaba, según el reparto en tres órdenes de la sociedad, sentía el arte, la política, lo social, la vida, la muerte en una palabra, el mundo que le rodeaba, en unos términos esencialmente religiosos. La casi totalidad de sus referencias eran cristianas, ya que todo el saber estaba condensado en los monasterios y abadías. Su universo mental no podía salirse de esos conceptos religiosos. Y entendía su propia existencia como resultado de una creación. Toda su vida social y privada se centraba en su salvación y giraba en torno a un tema recurrente: Dios.
El mundo medieval vivía inmerso en la incultura general, y los aires de reforma que envolvían al pueblo cristiano, en busca de un regreso a los ideales evangélicos de pobreza, de pureza en las costumbres y de predicación de la palabra de Dios, estaban bastante cuestionados.
La Reforma Gregoriana, entre los siglos XI y XII, se convertirá en una primera tentativa de respuesta por parte de la Iglesia Católica, a los nuevos problemas planteados por un cristianismo instalado en una Europa en paz, lejos de las antiguas luchas y batallas.
Los Clérigos y laicos, poco a poco saldrán con valentía a recorrer aldeas, poblados y ciudades, para predicar el Evangelio, sin preocuparles obtener ni la autorización de Roma, ni el derecho a traducir las Escrituras del latín. Y en estas tierras, los cataros se hicieron famosos.
El nombre “cátaro” viene probablemente del griego kazarós: “Puros”, que fue impuesto por los católicos en son de burla. Otro origen sugerido es el término latino cattus: “Gato”, el alemán ketter o el francés catiers, asociado habitualmente a “adoradores del diablo en forma de gato” o brujas y herejes.
El catarismo era un movimiento religioso de carácter gnóstico que contaba con la protección de algunos señores feudales vasallos de la corona de Aragón. Eran los propulsores de un nuevo orden social a partir del ascetismo. Con influencias del maniqueísmo en sus etapas pauliciana y bogomila, el catarismo proponía una dualidad creadora Dios y Satanás, con un dios de luz y verdad, del Nuevo Testamento, y otro de tinieblas y error, del Antiguo Testamento, y enseñaban que había una lucha entre estos dioses y otra entre el espíritu y la materia.
Según los autores católicos tradicionales, esta era una característica distintiva del gnosticismo, cierta corriente residual del neoplatonismo, principalmente el maniqueísmo y luego la teología de los bogomilos. Probablemente, esta idea también había sido influida por otras antiguas líneas de pensamiento gnósticas. De acuerdo con los cátaros, el mundo había sido creado por una deidad diabólica conocida por los gnósticos como el Demiurgo. Los cátaros identificaron al Demiurgo con el ser al que los cristianos denominaban Satán. Sin embargo, los gnósticos del siglo I no habían hecho esta identificación, probablemente porque el concepto del diablo no era popular en aquella época, en tanto que se fue haciendo más y más popular durante la Edad Media.
Según la comprensión cátara, el Reino de Dios no es de este mundo. Dios creó cielos y almas. El mundo material, el mal, las guerras y a la Iglesia Católica. Ella con su realidad terrena y la difusión de la fe en la Encarnación de Cristo, era una herramienta de corrupción. Los hombres son una realidad transitoria, una “vestidura” de la simiente angélica. Afirman que el pecado se produjo en el cielo y que se ha perpetuado en la carne. La doctrina católica tradicional, en cambio, considera que aquél vino dado por causa de la carne y contagia en el presente al hombre interior, al espíritu, que estaría en un estado de caída como consecuencia del pecado original. Para los católicos, la fe en Dios redime, mientras que para los cátaros exige un conocimiento del estado anterior del espíritu para purgar su existencia mundana y una transformación personal a partir de dicho conocimiento. No existe en ellos una sumisión a lo dado, a la materia, que no sería más que un sofisma tenebroso que obstaculiza la salvación.
En resumen, el cátaro pretende restituir transitoriamente la vida angélical en el mundo para hacerse, como individuo iluminado, merecedor de una existencia superior. El catarismo supone un cuestionamiento abierto de toda la revelación cristiana, así como de sus ejes filosóficos centrales.
Los cátaros también creían que las almas se reencarnarían hasta que fuesen capaces de un autoconocimiento que las llevaría a la visión de la divinidad y así poder escapar del mundo material y elevarse al paraíso inmaterial. La forma de escapar al ciclo de reencarnaciones era vivir una vida ascética, contemplativa, de autoconocimiento y no ser corrompido por el mundo. Aquellos que siguiesen estas normas eran conocidos como Perfectos. Los Perfectos se consideraban herederos de los apóstoles y tenían el poder de borrar los pecados y conexiones con el mundo material de las personas, de forma que fuesen al cielo cuando murieran.
Los Cataros consideraban pecado lo que la Iglesia romana consideraba pecado. Igualmente entendían a su modo el arrepentimiento. No era una penitencia para la redención de los pecados, sino que era la aspiración hacía la perfección. La sed de elevarse al nivel espiritual más elevado, venciendo la naturaleza caída en sí mismos. Consideraban que no solo era posible, sino necesario liberarse del pecado antes, y no después, del Juicio Universal; es decir, en el transcurso de la vida. Tampoco reconocían la autoridad de los Reyes, los Obispos y el Papa. Con sus actos lograron anular a los curas del Languedoc y por lo tanto se convirtieron en enemigos de la Iglesia Romana. El merito de los cataros se basaba esencialmente en que no mentían.
Otra de sus virtudes era que a diferencia de los clérigos, trabajaban y no vivían de la caridad. Aceptaban dadivas y donaciones pero enseguida eran utilizadas en servicios a la comunidad, reparando las casas de los pobres, los pajares, construyendo pozos artesianos, etc. todo ello contribuyo mas tarde a la terrible persecución de que fueron objeto y a su aniquilación.
Una de las ideas que resultaron más heréticas en la Europa feudal fue la creencia de que los juramentos eran un pecado, puesto que ligaban a las personas con el mundo material. Denominar a los juramentos pecado, era muy peligroso en una sociedad en la que el analfabetismo era norma común y casi todas las transacciones comerciales y compromisos de fidelidad se basaban en juramentos. De ahí que fueran considerados un peligro para el estado.
Los creyentes se dividían en perfecti u “hombres buenos” o “buenos creyentes”, el clero, que eran pocos en número y practicantes de la ascesis que llevada al extremo los llevaba a la muerte en un estado de pureza, y credentes, los simples feligreses, que participaban de la comunidad mediante una ceremonia llamada convenenza y a través de la recepción del consolamentum, el bautismo del Espíritu Santo, antes de dicha muerte asistida por el resto del grupo, al que se sometían imitando el ascetismo de los perfecti. Después de recibirlo, el creyente era alentado para dejar de comer a fin de acelerar la muerte y evitar la “contaminación” del mundo. Rechazaban el matrimonio, la procreación, la guerra, el énfasis en lo material, consumir ciertos alimentos, los gobiernos y los juramentos. Al creer que el infierno era el encarcelamiento del alma dentro del cuerpo, algunos vivían de manera inmoral, mientras que otros eran sumamente rigurosos.
Los cátaros comprendían la virginidad como la abstención de todo lo que es capaz de “aterrar” el compuesto espiritual, como la imagen universal de la vida, que deja realizar el divino potencial. En sus polémicas con los católicos decían que Jesús había sido una aparición que mostró el camino a Dios. Creían que no era posible que un Dios bueno se hubiese reencarnado en forma material, ya que todos los objetos materiales estaban contaminados por el pecado. Pero ellos no se consideraban asimismo profetas como el persa Mani, el cual había acuñado el maniqueísmo compilando las doctrinas de Zoroastro, Buda y Jesús.
Los historiadores atan el inicio del movimiento cátaro con la Escitia antigua, donde San Andrés, según las leyendas rusas antiguas, portó el misterio del Grial a las tierras eslavas como “la fe de los puros y perfectos”, “la fe de los hombres buenos”. La segunda comunidad del Grial la fundó en la Santa Rusia el príncipe de Kiev, Ascold, al final del siglo IX. Según las apócrifas eslavas, la Madre de Dios, acercándose a Ascold, le pide propagar la fe de Cristo en la Santa Rusia, la fe en el Dios del Amor. Según alguna interpretación, el Cáliz del Grial debía hacerse un símbolo común de enlace del panteón eslavo y cristiano.
El catarismo eslavo ejerció una colosal influencia en la espiritualidad de Rusia. De los cátaros eslavos vinieron los “viejos creyentes” ortodoxos, los herederos del Grial del Monte Athos. El Grial ruso estuvo entre la gran constelación de los sabios sagrados de Óptina Pústyñ, y desde la tradición cátara eslava vino la tradición de Nil de Sora de los sabios "no-codiciadores" de Transvolga. En el siglo X, Rusia era “bautizada” con violencia en la fe bizantina ortodoxa por el príncipe Vladímir. El catarismo, desalojado por Bizancio, a través Bulgaria partió a Occidente.
Parece ser que sus doctrinas tuvieron grandes similitudes con las de los bogomilos e incluso más con las de los paulicianos, con quienes estuvieron conectados. Sin embargo, es difícil formarse una idea exacta de las doctrinas cátaras, ya que existen pocos textos cátaros. Los escasos textos cátaros que aún existen[1] contienen escasa información acerca de sus creencias y prácticas morales.
Se vestían de negro, sin comer carne y practicando la castidad, y además esas casas eran sus talleres de trabajo, escuelas, hospicios. Estaban organizados en obispados, presididos por el obispo y sus ayudantes: Un Hijo Mayor y un Hijo Menor. Cuando moría el obispo le sucedía el Hijo Mayor, cuya posición era ahora ocupada por el Hijo Menor, y al puesto de este accedería un nuevo personaje. Los obispados eran independientes, y se encargaban de nombrar diáconos que administraban en las casas religiosas una penitencia colectiva. Los hombres eran ángeles caídos que tenían que liberarse de este mundo. Cristo sería el enviado de Dios para indicar el camino de salvación. No reconocían la naturaleza física de este, ni veneraban la cruz, que para ellos era un instrumento de suplicio.
No aceptaban los cultos de la Iglesia. Todas las almas se salvarían, y la que no, volvería a encarnarse. Tener hijos era alargar la vida de este lugar y traer más almas a este mundo de Lucifer. Practicaban ayuno los lunes, jueves y viernes. Otras practicas eran: El melhorament, tres reverencias al paso de un perfecto; el aparelhament, una especie de confesión penitencial; la convenenza, que era un convenio por el que el creyente recibiría el consolament a la hora de su muerte, y parece que cuando la cosa se les llegó a poner muy adversa practicaron la endura, que era una especie de suicidio místico a causa de un ayuno total.
Llegados a la Europa occidental, los cátaros difundieron su enseñanza en muchos países. Los primeros cátaros aparecieron en Lemosín entre 1012 y 1020. Algunos fueron descubiertos y ejecutados en la ciudad langüedociana de Toulouse en 1022. La creciente comunidad fue condenada en los sínodos de Charroux[2] y Tolosa[3]. Se enviaron predicadores para combatir la propaganda cátara a principios del siglo XII. Sin embargo, los cátaros ganaron influencia en Occitania debido a la protección dispensada por Guillermo, duque de Aquitania, y por una proporción significativa de la nobleza occitana. El pueblo estaba impresionado por los Perfectos y por la predicación antisacerdotal de Pedro de Bruys y Enrique de Lausanne en Périgord.
Se extendieron por el sur de Francia bajo el patrocinio del conde Raimundo VI de Tolosa. En respuesta la Iglesia Católica consideró sus doctrinas como heréticas. En 1147, el Papa Eugenio III envió un legado a los distritos afectados para detener el progreso de los cátaros. Los escasos y aislados éxitos de Bernardo de Claraval no pudieron ocultar los pobres resultados de la misión ni el poder de la comunidad cátara en la Occitania de la época. Las misiones del cardenal Pedro de San Crisógono a Tolosa y el Tolosado en 1178, y de Enrique, cardenal-obispo de Albano, en 1180-1181, obtuvieron éxitos momentáneos. La expedición armada de Enrique de Albano, que tomó la fortaleza de Lavaur, no extinguió el movimiento.
En el Concilio de Tours de 1163 se amenaza a los castellanos que apoyan a los herejes. En el mes de Mayo de 1167, en el castillo de Saint-Felix de Caramon, el pope oriental Nicetas dar el consolament, es decir, el bautismo de los cátaros, a una “gran multitud” de gentes de la zona occitana. Se ordenaron seis obispos y se constituyen comisiones para delimitar los territorios de las diócesis de Albi, Tolosa, Carcasona y Agen. El catarismo se organiza ahora como Iglesia, dejando claramente fijado su dogma, en el cual se da la oposición entre dos principios en igualdad de fuerzas: Dios, que creó el universo, y Satanás, que creó la tierra.
Así es como la Iglesia cátara tomará fuerza en el mediodía francés, ya que los obispos de Tolosa, Albi y Carcasona no se ven obligados a intervenir. Por tanto en este ambiente permisivo se concentran los seguidores cátaros que en el norte de Francia se estaban viendo perseguidos. El clero meridional no era tan activo como el del norte, y hasta el Papa Inocencio III los acusa de pasividad y de solo buscar beneficios. La razón no es que los prelados fuesen más inactivos que en otras zonas, pero quizá si insuficientes para la amplitud de las diócesis, donde quedaban lugares del ámbito rural de los que se encargaban curas mediocres que no podían luchar contra las predicaciones cátaras, las cuales encontraron acogida entre la gente. En el norte la interacción entre los eclesiásticos, el poder secular y el propio pueblo no les permitió proliferar.
Raimundo V, conde de Tolosa, envía una carta expresando su impotencia ante los herejes que se implantan en el pueblo, ante la que los reyes de Inglaterra y Francia envían dos misiones: La primera en 1178, con el legado papal Pierre de Paire, con resultados escasos. Se excomulga al vizconde Roger de Trencavel y se condena al obispo c taro de Tolosa Bernard Raymon, pero no se les hace nada.
Tras el concilio de Letrán de 1179 se va formando la idea de la intervención armada. En 1181 Henry de Marcy cerca el castillo de Lavaur y consigue el arrepentimiento del vizconde Roger y la conversión de dos perfectos apresados.
De todas formas nadie tiene interés en ocupar las difíciles sedes episcopales occitanas y se va incubando la idea de una entrada armada que acabe con el problema de manera tajante. En el norte la actuación violenta del poder civil y del pueblo impidió a los cátaros prosperar, pero en el sur la población cátara era entre el 5 y el 10% o más en las ciudades, y era tolerada por muchos más. En 1184 se impone la pena de fuego para los herejes impenitentes y reincidentes.
Las persistentes decisiones de los concilios contra los cátaros en este periodo en particular, las del Concilio de Tours[4] y del Tercer Concilio de Letrán[5], apenas tuvieron mayor efecto. Cuando Inocencio III llegó al poder en 1198, resolvió suprimir el movimiento cátaro con la definición sobre la fe del IV Concilio de Letrán. Tiene formación jurídica y pone en práctica la ideología de la teocracia.
A raíz de este hecho, la posibilidad cada vez más real de que Inocencio III decidiese resolver el problema cátaro mediante una cruzada provocó un cambio muy importante en la política occitana: La alianza de los condes de Tolosa con la Casa de Aragón. Así, si Raimundo V[6] y Alfonso II de Aragón[7] habían sido siempre rivales, en 1200 se concertó el matrimonio entre Ramón VI de Tolosa[8] y Eleonor de Aragón, hermana de Pedro II el Católico, quien, en 1204, acabaría ampliando los dominios de la Corona de Aragón con el Languedoc al casarse con María, la única heredera de Guillermo VIII de Montpellier.
Al principio, el Papa, por una decretal[9], pondrá en práctica en Italia que a todo aquel que no acate la doctrina pontificia se le confiscaran las tierras y ser proscrito, lo que en 1200 se extiende a Occitania. También Inocencio III probó con la conversión pacífica, enviando legados a las zonas afectadas. Los legados tenían plenos poderes para excomulgar, pronunciar interdictos e incluso destituir a los prelados locales. Sin embargo, estos no tuvieron que lidiar únicamente con los cátaros, con los nobles que los protegían, sino también con los obispos de la zona, que rechazaban la autoridad extraordinaria que el Papa había conferido a los legados.
Se recurre a los cistercienses para combatir la herejía en 1203. Los legados son ahora dos monjes de la abadía narbonense de Fontfroide: Raoul de Fontfroide y Pierre de Castelnau, a los que se une el abad de Citeaux Arnaud Amaury, personajes que no parecen ser elegidos por su oratoria, sino más bien por su rigidez y severidad. Estos realizan una labor de depuración del clero occitano, y hacen que la nobleza se comprometa a extirpar la herejía. Pedro II de Aragón era vasallo del Papa, pero el Mediodía francés se encomendar a su protección, por lo que no utilizar las armas contra ellos. Los cistercienses apenas tienen éxito. Cambian su método por la predicación a la manera cátara, en coloquios con los herejes. Esto se debe a la actuación de dos clérigos españoles: Diego de Osma y Domingo de Guzmán, que consiguen muchas conversiones. Pero los cistercienses no contaban con mucha popularidad. Hasta tal punto que, en 1204, Inocencio III suspendió la autoridad de los obispos en Occitania. Sin embargo, no obtuvieron resultados, incluso después de haber participado en el coloquio entre sacerdotes católicos y predicadores cátaros, presidido en Béziers en 1204, por el rey aragonés Pedro el Católico.
El monje cisterciense Pedro de Castelnau, un legado papal conocido por excomulgar sin contemplaciones a los nobles que protegían a los cátaros, llegó a la cima excomulgando al conde de Tolosa, Raimundo VI en 1207 como cómplice de la herejía. El legado fue asesinado cerca de la abadía de Saint Gilles, donde se había reunido con Raimundo VI, el 14 de enero de 1208, por un escudero de Raimundo de Tolosa. El escudero afirmó que no actuaba por orden de su señor, pero este hecho poco creíble, fue el detonante que comenzó la cruzada contra los albigenses.
El Papa convocó al rey Felipe II de Francia para dirigir una cruzada contra los cátaros, pero esa primera convocatoria fue desestimada por el monarca francés, al que le urgía más el conflicto con el rey inglés Juan Sin Tierra. Entonces Pedro el Católico, que se acababa de casar, acudió a Roma en donde Inocencio III le coronó solemnemente y, de esta manera, el rey de la Corona de Aragón se convertía en vasallo de la Santa Sede, con la cual se comprometía a pagar un tributo. Con este gesto, Pedro el Católico pretendía proteger sus dominios del ataque de una posible cruzada. Por su parte, el Santo Padre, receloso de la actitud del rey aragonés hacia los príncipes occitanos sospechosos de tolerar la herejía e incluso de practicarla, no quiso delegar nunca la dirección de la cruzada a Pedro el Católico. Posteriormente, el rey aragonés y su hermano Alfonso II de Provenza tomaron medidas contra los cátaros provenzales.
En 1207, al mismo tiempo que Inocencio III renovaba las llamadas a la cruzada contra los herejes, dirigidas ahora no solo al rey de Francia, sino también al duque de Borgoña y a los condes de Nevers, Bar y Dreux, entre otros, el legado papal Pedro de Castelnau dictó sentencia de excomunión contra Raimundo VI, ya que el conde de Tolosa no había aceptado las condiciones de paz propuestas por el legado, en el que se obligaba a los barones occitanos no admitir judíos en la administración de sus dominios, a devolver los bienes expoliados a la Iglesia y, sobre todo, a perseguir a los herejes. A raíz de la excomunión, Raimundo VI tuvo una entrevista con Pedro de Castelnau en Sant Geli en enero de 1208, muy tempestuosa y conflictiva, de la que no salió ningún acuerdo.
Ante lo inútil de los esfuerzos diplomáticos el Papa decretó que toda la tierra poseída por los cátaros podía ser confiscada a voluntad y que todo aquel que combatiera durante cuarenta días contra los “herejes”, sería liberado de sus pecados. La cruzada logró la adhesión de prácticamente toda la nobleza del norte de Francia. Por tanto, no es sorprendente que los nobles del norte viajaran en tropel al sur a luchar. Inocencio encomendó la dirección de la cruzada al rey Felipe II Augusto de Francia, el cual, aunque declina participar, sí permite a sus vasallos unirse a la expedición.
La llegada de los cruzados va a producir una situación de guerra civil en Occitania. Por un lado, debido a sus contenciosos con su sobrino, Ramón Roger Trencavel, vizconde de Albí, Béziers y Carcasona, Raimundo VI de Tolosa dirige el ejército cruzado hacia los dominios del de Trencavel, junto con otros señores occitanos, tales como el conde de Valentines, el de Auvernia, el vizconde de Anduze y los obispos de Burdeos, Bazas, Cahors y Agen. Por otro lado, en Tolosa se produce un fuerte conflicto social entre la “compañía blanca”, creada por el obispo Folquet para luchar contra los usureros y los herejes, y la “compañía negra”, dando lugar a una especie de guerra civil entre defensores de los herejes y los que se ponen en favor de la cruzada. El obispo consigue la adhesión de los sectores populares, enfrentados con los ricos, muchos de los cuales eran cátaros.
La batalla de Béziers, que obedecía a un plan preconcebido de los cruzados de exterminar a los habitantes de las villas fortificadas que se les resistieran, indujo al resto de las ciudades a rendirse sin combatir, excepto Carcasona, la cual, asediada, tendrá que rendirse por falta de agua. Aquí, sin embargo, los cruzados, tal como lo habían negociado los cruzados con el rey Pedro el Católico, no eliminarón a la población, sino que simplemente les obligaron a abandonar la ciudad. Pedro II morirá a manos de los cruzados de Simón de Montfort en el asalto a Muret[10], cuando acudió a intentar defender a sus vasallos tolosanos, a pesar de que había sido ungido por el Papa. En Carcasona muere Ramón Roger Trencavel. Sus dominios son otorgados por el legado papal al noble francés Simón de Montfort, el cual entre 1210 y 1211 conquista los bastiones cátaros de Bram, Minerva, Termes, Cabaret y Lavaur, este último con la ayuda de la compañía blanca del obispo Folquet de Tolosa. A partir de entonces se comienza a actuar contra los cátaros, condenándoles a morir en la hoguera.
La batalla de Beziers y el despojo de los Trencavel por Simón de Montfort van a avivar entre los poderes occitanos un sentimiento de rechazo hacia la cruzada. Así, en 1209, poco después de la caída de Carcasona, Raimundo VI y los cónsules de Tolosa van a negarse a entregarle a Arnaldo Amalric los cátaros refugiados en la ciudad. Como consecuencia, el legado pronuncia una segunda sentencia de excomunión contra Raimundo VI y lanza un interdicto contra la ciudad de Tolosa.
Para reclamar la amenaza que la cruzada anticátara permitía contra todos los poderes occitanos, Raimundo VI, después de haberse entrevistado con otros monarcas cristianos: El emperador del Sacro Imperio Otón IV, los reyes Felipe II Augusto de Francia y Pedro el Católico de Aragón, intenta obtener de Inocencio III unas condiciones de reconciliación más favorables. El Papa accede a resolver el problema religioso y político del catarismo en un concilio occitano. Sin embargo, en las reuniones conciliares de Saint Gilles[11] y Montpellier[12], el conde de Tolosa rechaza la reconciliación cuando legado Arnaldo Amalric le pide condiciones tales como la expulsión de los caballeros de la ciudad y su partida a Tierra Santa.
Después del concilio de Montpellier, y con el apoyo de todos los poderes occitanos, príncipes, señores de castillos o comunas urbanas amenazadas por la cruzada, Raimundo VI vuelve a Tolosa y expulsa al obispo Folquet. Acto seguido, Simón de Montfort comienza el asedio de Tolosa en Junio de 1211, pero tiene que retirarse ante la resistencia de la ciudad.
Para poder enfrentarse a Simón de Montfort, visto en Occitania como un ocupante extranjero, los poderes occitanos necesitaban un aliado poderoso y de ortodoxia católica indudable, para evitar que el de Montfort pudiera demandar la predicación de una nueva cruzada. Así pues, Raimundo VI, los cónsules de Tolosa, el conde de Foix y el de Comenge se dirigieron al rey de Aragón, Pedro el Católico, vasallo de la Santa Sede tras su coronación en Roma en 1204 y uno de los artífices de la victória cristiana contra los musulmanes en las Navas de Tolosa[13]. También, en 1198, Pedro el Católico había adoptado medidas contra los herejes de sus dominios.
En el conflicto político y religioso occitano, Pedro el católico, nunca favorable ni tolerante con los cátaros, intervino para defender a sus vasallos amenazados por la rapiña de Simón de Montfort. El barón francés, incluso después de pactar el matrimonio de su hija Amicia con el hijo de Pedro el Católico, Jaime, el futuro Jaime I[14], continuó atacando a los vasallos occitanos del rey aragonés. Por su parte, Pedro el Católico buscaba medidas de reconciliación, y así, en 1211, ocupa el castillo de Foix con la promesa de cederlo a Simón de Montfort solo si se demostraba que el conde no era hostil a la Iglesia.
A principios de 1213, Inocencio III, recibida la queja de Pedro el Católico contra Simón de Montfort por impedir la reconciliación, ordena a Arnaldo Amalric, entonces arzobispo de Narbona, negociar con Pedro el Católico e iniciar la pacificación del Languedoc. Sin embargo, en el sínodo de Lavaur, al cual acude el rey aragonés, Simón de Montfort rechaza la conciliación y se pronuncia por la deposición del conde de Tolosa, a pesar de la actitud de Raimundo VI, favorable a aceptar todas las condiciones de la Santa Sede. En respuesta a Simón, Pedro el católico se declara protector de todos los barones occitanos amenazados y del municipio de Tolosa.
A pesar de todo, viendo que ese era el único medio seguro de erradicar la llamada herejía, el Papa Inocencio III se pone de parte de Simón de Montfort, llegándose así a una situación de confrontación armada, resuelta en la batalla de Muret el 12 de septiembre de 1213, en la que el rey aragonés, defensor de Raimundo VI y de los poderes occitanos, es vencido y asesinado. Acto seguido, Simón de Montfort entra en Tolosa acompañado del nuevo legado papal, Pedro de Benevento, y de Luis, hijo de Felipe II Augusto de Francia. En noviembre de 1215, el Cuarto Concilio de Letrán reconocerá a Simón de Montfort como conde de Tolosa, desposeyendo a Raimundo VI, exiliado en Cataluña después de la batalla de Muret.
El 1216, en la corte de París, Simón de Montfort presta homenaje al rey Felipe II Augusto de Francia como duque de Narbona, conde de Tolosa y vizconde de Beziers y Carcasona. Fue, sin embargo, un dominio efímero. En 1217, estalla en Languedoc una revuelta dirigida por Raimundo el Joven, el futuro Ramón VII de Tolosa[15], que culmina en la muerte de Simón, en 1218 y en el retorno a Tolosa de Raimundo VI, padre de Raimundo el Joven.
El sucesor de Simón, Amaury de Monfort, cede sus derechos condales en 1224 al rey de Francia, que ahora si acudía al llamamiento del Papa Honorio III.
En el Languedoc empezaba a resurgir otra vez el catarismo, pero ahora el Papa tenía un importante aliado que era la monarquía de los Capetos, que reemprende la segunda fase de la cruzada en 1226 con el Rey Luis VIII. El ahora conde de Tolosa Raimundo VII, que había intentado que se le reconociera su condado, lo que el concilio de Bourges consideró como un peligro por el renacimiento de la iglesia cátara y los faidits, por lo que se ratifica su excomunión en París, el 12 de Enero de 1226. La guerra se prolongar tres años, en los que la devastación de las tierras por los cruzados hace finalmente someterse a Raimundo VII al rey Luis IX, y en el tratado de Meaux se compromete a perseguir la herejía y desmantelar las plazas fuertes. Carcasona estaba también en manos de un senescal del rey, y los Trencavel estaban exiliados en Aragón. La guerra terminó definitivamente con el tratado de París[16], por el que el rey de Francia desposeyó a la Casa de Tolosa de la mayor parte de sus feudos y a la de Beziers[17] de todos ellos. La independencia de los príncipes occitanos tocaba a su fin. Sin embargo, el catarismo no se extinguió.
La Inquisición se estableció en 1229 para extirpar totalmente a los cátaros, ya que no habían sido erradicados con la cruzada y las hogueras, sino que se habían revestido de un aura de martirio. Ya no contaba con el apoyo de la casta aristocrática, por lo que llevaban a cabo una predicación clandestina, apoyados por proscritos armados. Había que romper los lazos de solidaridad que profesaba la gente con los herejes, y de esto se encargará la Inquisición.
Ya se habían dado disposiciones que marcaban el procedimiento inquisitorial: En 1184 la pena de fuego; 1199 la confiscación de bienes; autorización del empleo de la tortura; mantenimiento del secreto sobre los testigos o acusadores, de todo lo cual se encargaba el brazo secular. Faltaba la creación de un tribunal especializado y que tuviera una amplia jurisdicción, por encima de fronteras políticas y obispados. En 1231 aparece un delegado en Alemania, y de ahí el sistema se establece en Francia. El tribunal se confió a las jóvenes órdenes mendicantes, dominicos y franciscanos. Solo dependía del Papa, y realizó una labor de encuesta itinerante. Así fueron capturando a los herejes clandestinos y sus protectores, y entregados al poder secular, que era el encargado de la ejecución. Las hogueras colectivas desaparecieron para dar lugar a ejecuciones individuales. Los acusados podían defenderse. Los registros de las declaraciones son hoy día una gran fuente de estudio.
Operando en el sur de Tolosa, Albí, Carcasona y otras ciudades durante todo el siglo XIII y gran parte del XIV, la inquisición tuvo éxito en la erradicación del movimiento. Desde mayo de 1243 hasta marzo de 1244, la ciudadela cátara de Montsegur fue asediada por las tropas del senescal de Carcasona y del arzobispo de Narbona.
Raimundo VII trataba por todos los medios de mantener su condado, pero no tenía heredero barón, y su hija se casaría a causa del tratado con el hermano del rey francés. La población mientras tanto se mostraba disconforme con la actuación inquisitorial, protagonizando motines como el de Tolosa en 1235. El conde buscó apoyo contra el rey en Inglaterra y en el conde de la Marche, y se decidió a actuar cuando los expatriados que luchaban por la libertad de los condados o faydits, que se mantenían en el castillo de Montsegur, acaban con los inquisidores de Avignonet en Mayo de 1242. Los tolosanos son vencidos por el ejército francés en Saintes y Taillebourg. En 1243 Raimundo VII pacta en Lorris la paz y se compromete a luchar con la herejía que renacía y que tenía refugio en Montsegur, con el señor Raimond Pereille. El senescal real de Carcasona asedió la plaza desde el verano de 1243 hasta el 16 de Marzo de 1244. Los herejes que allí había, unos 200, fueron quemados en la hoguera, incluidos los últimos obispos e Hijos y diáconos, y los supervivientes interrogados por la inquisición, que fueron cantando a la gloria de Dios durante el camino a su muerte.
El 16 de marzo de 1244 tuvo lugar un acto, en donde los líderes cátaros, así como más de doscientos seguidores, fueron arrojados a una enorme hoguera en el “prado de los quemados” junto al pie del castillo. Más aún, el Papa, mediante el Concilio de Narbona en 1235 y la bula Ad extirpanda en 1252, decretó severos castigos contra todos los laicos sospechosos de simpatía con los cátaros.
Perseguidos por la Inquisición y abandonados por los nobles, los cátaros se hicieron más y más escasos, escondiéndose en los bosques y montañas, y reuniéndose solo secretamente. El pueblo hizo algunos intentos de liberarse del yugo francés y de la Inquisición, estallando en revueltas al principio del siglo XIV. Pero en este punto la secta estaba exhausta y no pudo encontrar nuevos adeptos.
Muchos creyentes huyeron a Italia, donde los conflictos entre güelfos y gibelinos, permitía un margen de actuación a los cátaros. Allí se ordenaron y pretendían volver a sus tierras a predicar, pero la vigilancia de la Inquisición se lo impedía. La ortodoxia triunfaba en el occidente europeo y también un férreo orden feudal cuya cúspide era el rey.
Entre 1300 y 1310 se formó una pequeña iglesia entre la Gascuña y el Lauragais bajo la iniciativa de los hermanos Authié, ordenados en Italia. Contaron con el apoyo de sus familias y las redes clientelares, lo que propagó de nuevo la fe en los Buenos Hombres, pero la pretensión de continuar como iglesia hizo que los inquisidores pusieran todo su empeño en capturar a los herejes y quemarlos. En el primer tercio del siglo XIV ya nadie podía declararse cátaro ni ser ordenado, ya que no había nadie que lo hiciera. Tras 1330, los registros de la Inquisición apenas contienen procedimientos contra los cátaros.
El movimiento cátaro no es aislado y se inserta en una serie de alternativas religiosas de la época. Dichas alternativas fueron regladas por la iglesia católica o aniquiladas por medio de la fuerza de la corona; siempre que no pudieron ser sometidas. No hay duda, sin embargo, de que sus concepciones religiosas contradecían totalmente dogmas ya establecidos por el cristianismo, era un movimiento herético desde su fundamento, gnóstico.
A finales del siglo XIII el movimiento, debilitado, entró en la clandestinidad. En otros lugares, aún sin ser perseguido, también acabó por desaparecer el movimiento. En Italia lo hizo en el XV, y en la zona de los Balcanes se acabó con la conquista turca.
Desde la segunda mitad del siglo XX, el catarismo es objeto de investigaciones y de un esfuerzo por integrar su recuerdo a la identidad de las regiones donde se encontraba su foco central de influencia: El Languedoc y la Provenza, regiones del "Midi" o tercio sur de Francia. Según las nuevas investigaciones de los historiadores de la religión, se han descubierto muchas influencias de los cátaros con la orden de los Templarios, de los Hospitalarios y algunas órdenes monacales, particularmente en la época de la persecución de los cátaros.
B. Los Valdenses.
Cerca de estas fechas es que se desarrolla la “Iglesia Evangélica Valdense”, bajo el liderazgo de Pedro Valdo en Francia, a quien, junto con sus seguidores, le llamaban los “Pobres de Lyon” y que deseaban reformar la Iglesia cansados de tantos desmanes, aunque tanto los historiadores católicos como los protestantes no concuerdan en cuanto a los orígenes de los valdenses.
Los primeros consideran a los valdenses como un fenómeno aislado que surgió repentinamente a fines del siglo XII bajo la dirección de un francés de Lyón llamado Vaudes, Valdés, Waldo o Pedro Valdo. En cambio, muchos protestantes afirman que los valdenses constituyen un eslabón en la cadena continua de disidentes que surgieron entre la época del emperador Constantino[18] y los reformadores protestantes del siglo XVI. Algunos historiadores protestantes opinan que el nombre de valdense, aplicado también a los procedentes del país de Vaud, se deriva de la palabra latina vallis, que significa “valle”, y se refiere al hecho de que aquellos disidentes a quienes se perseguía con persistencia como herejes se vieron obligados a refugiarse en los valles alpinos de Francia e Italia. La verdad parece ser que Valdo y sus seguidores llegaron a ser el punto de reunión para grupos similares de perseguidos por la iglesia católica, algunos de los cuales habían estado en las sombras por largo tiempo. Evidentemente, la separación de la Iglesia Ortodoxa en el siglo VII ya había creado en la Iglesia primitiva un cisma, aun cuando el protestantismo no comulgue en casi ninguna de las ideas de esta iglesia.
En este sentido, los mismos Valdenses primitivos se consideraban a sí mismos como un remanente fiel de la verdadera Iglesia Cristiana tras la época del Papa Silvestre[19].
La leyenda dice que Valdo era un comerciante adinerado de Lyón que estaba casado y tenía dos hijas. Siendo hombre devoto y católico practicante, en 1173, tras la muerte repentina de un conocido pidió a un amigo teólogo que le diera consejo de las Escrituras en cuanto a lo que debía hacer para agradar a Dios, ya que estaba lleno de temor y ansias de salvación para su alma. En respuesta, su amigo citó Mateo 19.21, donde Jesús dijo al joven rico: “Si quieres ser perfecto, ve, vende tus bienes y da a los pobres y tendrás tesoro en el cielo y, ven, sé mi seguidor”. Se cree que lo hizo irónicamente, ya que Valdo era uno de los hombres más ricos de la ciudad.
La leyenda continúa diciendo que Valdo tomó literalmente este consejo. Así, después de proveer para el sustento de su esposa y colocar a sus dos hijas en un convento, comisionó a dos sacerdotes, Etienne d'Anse y Bernard Ydros, para que tradujeran los Evangelios y otros libros de la Biblia al idioma occitano que se hablaba en las regiones de la Provenza y el Delfinado, actualmente, el sudeste de Francia. Entonces distribuyó el resto de sus posesiones entre los pobres a quienes dio pan, verdura y carne a todo el que acudió a él en momentos en que una hambruna muy grande asolaba a Francia y Alemania y se puso a estudiar la Palabra de Dios y envió mensajeros de pueblo en pueblo para que leyeran la Sagrada Escritura a quienes no sabían latín. Además, predicó en las calles de Lyón, invitando a los habitantes a que despertaran espiritualmente y regresaran al cristianismo según él lo entendía en las Escrituras. Se dice que ponía énfasis en la declaración de Jesús: “No podéis servir a dos amos, a Dios y al Dinero”[20].
Para poder distribuir estas porciones de la Biblia, Valdo y sus colaboradores utilizaron tácticas de venta especiales para evitar ser denunciados. Un inquisidor los describe viajando de un pueblo a otro y vendiendo mercaderías para lograr entrar a las casas. Explica que ofrecían joyas, anillos, aros, telas, velos y otros adornos. Cuando les preguntaban si tenían otras joyas, contestaban: “Sí tenemos joyas más preciosas que estas. Si prometen no denunciarnos, se las mostraremos”, y cuando obtenían esa seguridad los colportores proseguían: “Tenemos una piedra preciosa tan brillante, que su luz permite ver a Dios; y tan radiante que puede encender el amor de Dios en el corazón del que la posee. Estamos hablando en lenguaje figurado, pero lo que decimos es la pura verdad.” Luego extraían de debajo de su ropa alguna parte de la Biblia, la leían, explicaban y vendían a quien la quería.
Los predicadores itinerantes difundían una religiosidad más viva y más intensa, que se puede resumir en la exigencia de un seguimiento lo más completo posible a los consejos de Jesús en los Evangelios. El número de seguidores de las predicaciones de Valdo conoció una rápida y vasta difusión, favorecida por su actitud crítica frente a la jerarquía y por la importancia que daba a los simples fieles, impulsando a cada uno a tomar conciencia de su propia fe y dignidad de cristiano.
Puesto que Valdo había sido bien conocido como próspero hombre de negocios, muchas personas le escucharon y pronto tuvo un grupo de seguidores. Les alegró oír el mensaje consolador de la Biblia en su propio idioma, pues hasta entonces la iglesia católica romana no había consentido que se tradujera la Biblia a otro idioma con la excepción del latín, alegando el alto costo, pues copiar a mano cada Biblia le tomaba a un monje toda su vida. Muchas personas convinieron en renunciar a sus bienes y dedicarse a enseñar la Biblia en el idioma de la gente común. Se les llegó a conocer como los “Pobres de Lyón”. Para ellos, cualquier cristiano, fuera hombre o mujer, podía predicar siempre y cuando tuviese suficiente conocimiento de las Escrituras.
Fue citado por el arzobispo Guichard, que les prohibió predicar. Valdo apeló al Papa y compareció con uno de sus colaboradores ante el Concilio de Letrán en marzo de 1179. El Papa Alejandro III le trató amablemente pensando que Valdo y sus seguidores podrían formar una orden monástica más. De vuelta a Lyón, continuaron predicando a pesar de las prohibiciones del arzobispo y el Papa. El obispo Bellesmains de Lyón rehusó dar su consentimiento por considerar que se estaba predicando un Evangelio diferente. Los registros históricos indican que, ante esta proscripción, Valdo respondió a la jerarquía usando las palabras de Hechos 5.29: “Tenemos que obedecer a Dios como gobernante más bien que a los hombres”.
Valdo y sus asociados continuaron predicando pese a la amenaza de excomunión y persecución. En el año 1181 fue lanzada contra ellos una excomunión definitiva, que durante algunos años pudieron eludir. Después del Concilio de Verona en 1184, el Papa Lucio III, condenó explícitamente a los Pobres de Lyón, y se vieron obligados a salir de aquella ciudad y esparcirse por toda Europa: Francia, Italia, España, Alemania, Polonia, Austria, Hungría, de modo que la persecución resultó favorable a su causa. Se cree que el número de Valdenses en Austria llegó a 80.000.
El edicto de excomunión, que se extendió contra ellos en el año 1181, les obligó a salir de Lyón, lo que fue beneficioso para su causa. Pedro Valdo llegó hasta Polonia en la misma frontera de Rusia, donde murió el año 1217 después de cincuenta y siete años de predicación de las doctrinas valdenses y es muy probable que las prédicas valdenses influyeran sobre el sacerdote católico checo Jan Hus y dieran así origen a la iglesia de los husitas.
Los valdenses recorrieron con ánimo misionero el sur de Alemania, Suiza, Francia y llegaron a España, donde formaron grupos de cristianos disidentes de Roma en las provincias del norte y sobre todo en Cataluña. El hecho de que dos concilios y tres reyes se hayan ocupado de expulsarlos de España demuestra que su número tenía que ser considerable.
El clero, impotente para detener el avance y, alarmado, pidió al Papa Celestino III que tomase medidas contra este movimiento. El Papa mandó un delegado en el año 1194, que convocó la asamblea de prelados y nobles en Mérida, asistiendo personalmente el mismo rey Alfonso II de Aragón, quien dictó el siguiente decreto: “Ordenamos a todo valdense que, en vista de que están excomulgados de la Santa Iglesia, son enemigos declarados de este reino y tienen que abandonarlo, e igualmente todos los estados de nuestros dominios. En virtud de esta orden, cualquiera que desde hoy se permita recibir en su casa a los susodichos valdenses, asistir a sus perniciosos discursos o proporcionarles alimentos, atraerá por esto la indignación de Dios Todopoderoso y la nuestra; sus bienes serán confiscados sin apelación y será castigado como culpable del delito de lesa majestad; además cualquier noble o plebeyo que encuentre dentro de nuestros estados a uno de estos miserables sepa que si los ultraja, los maltrata o los persigue, no hará con esto nada que no nos sea agradable”.
Desde entonces, la persecución se hizo sentir con violencia, y en una sola ejecución 114 valdenses fueron quemados vivos y sus cenizas echadas al río Ter en Gerona. Sin embargo, muchos lograron esconderse y seguir secretamente su predicación en el reino de León, Vizcaya y Cataluña, pues al contrario de lo que decretaba la orden real, los veían con costumbres austeras y anunciando de manera sencilla y llana el Evangelio, y hasta se menciona al obispo de Huesca, uno de los más notables prelados de Aragón, como protector decidido de los perseguidos valdenses.
Pero las persecuciones contra ellos no cesaron, llegando a su apogeo por el año 1237, cuando 45 fueron arrestados en Castellón y 15 de ellos quemados vivos en la hoguera.
Como consecuencia de las persecuciones, estos disidentes del siglo XII se refugiaron en los Alpes y por toda la Occitania, y enseñaban la Biblia a medida que iban de un lugar a otro. Sin duda se toparon con otros grupos disidentes, como los seguidores de Pedro de Bruys y Enrique de Lausana. Al cruzar los desfiladeros de los Alpes en dirección al norte de Italia, entraron en contacto con otros grupos de disidentes que existían en los valles del Piamonte y de Lombardía. Estos grupos de orientación bíblica, que luego llegaron a conocerse por toda Europa como valdenses, deben distinguirse de otros grupos considerados heréticos, como los cátaros o albigenses, cuyas doctrinas estaban más basadas en el gnosticismo que en la Biblia.
Los registros históricos muestran que, a principios del siglo XIII, podían hallarse valdenses no solo en el sur de Francia y el norte de Italia, sino también en el este y norte de Francia, Flandes, Alemania, Austria y hasta en Bohemia.
Desde el año 1200 hubo en Alsacia y Lorena tres grandes centros de actividad misionera. En Metz, el barba[21] Crespin y sus numerosos hermanos confundían al obispo Beltrán, quien en vano se esforzaba por suprimirlos. En Estrasburgo, los inquisidores mantenían siempre el fuego de la intolerancia contra la propaganda activa que hacía el barba Juan y más de 500 valdenses que componían la iglesia perseguida de aquella ciudad.
A mediados del siglo XIII, el inquisidor de Passau, Baviera, nombraba 42 poblaciones donde los valdenses habían echado raíces; y en Austria, el inquisidor Krens hacía quemar a principios del siglo XIV 130 valdenses.
En Italia, los valdenses estaban diseminados y bien establecidos en todas partes de la península. Tenían sedes en las grandes ciudades y un ministerio itinerante perfectamente organizado. En Lombardía, los discípulos de Arnaldo de Brescia, gran opositor del Papa a pesar de que nunca llegó a separarse de la Iglesia Católica Romana, y fue quemado vivo en el año 1155, se unían fácilmente a los valdenses cuando estos les predicaban el Evangelio. En Milán poseían una escuela que era centro de una gran actividad misionera.
En Calabria se establecieron muchos valdenses del Piamonte en el año 1300 en Fuscaldo y Montecarlo. Habían conseguido cierta tolerancia y les permitían celebrar secretamente sus cultos con tal de que pagaran los diezmos al clero. En tres de los valles del Piamonte, Lucerna, Perusa y San Martín, los valdenses formaron pueblos enteros en las primeras décadas del siglo XIII. Perduran comunidades valdenses en los valles orientales de los Alpes Cotios, en especial en la cuenca alta del río Dora Riparia, teniendo sus principales centros en las ciudades de Oulx y Susa. Por ese motivo, estos pequeños valles del Piamonte son conocidos como Valvaldenses o Valles Valdenses, hablándose allí aún el occitano e incluso el arpitano.
Reinerius, inquisidor de Passau en el siglo XIII, dijo de los valdenses: “Entre todas las sectas que existen o que han existido, no hay ninguna más perniciosa para la iglesia que la secta de los Lyoneses; y esto por tres razones: La primera por su gran antigüedad, pues algunos dicen que los valdenses se remontan al tiempo de Silvestre y hasta hay quien asegura que al tiempo de los apóstoles. La segunda porque es la más extendida y apenas si hay un país donde no exista esta secta. La tercera razón es que, mientras todas las demás sectas despiertan horror y la repulsa de sus oyentes por sus blasfemias en contra de Dios, esta demuestra una gran semblanza de piedad; tanto que sus adherentes viven justamente delante de todos los hombres y creen en todos los artículos del Credo, respetando en todo a Dios: Solamente blasfeman de la Iglesia y del clero romanos; por esto tan grandes multitudes de laicos les prestan atención”, y en otra ocasión: “Los herejes valdenses se distinguen por su comportamiento y el habla. Son impasibles y sensatos. No se esfuerzan en llamar la atención con vestidos extravagantes o indecorosos. No son comerciantes con el fin de evitar mentir, jurar o engañar. Viven únicamente del trabajo artesano de sus manos. También sus maestros son tejedores y zapateros. No acumulan riquezas, sino que se contentan con lo necesario para vivir. Comen y beben con moderación, no frecuentan posadas ni van a bailes u otros lugares de mala reputación. Son lentos para la ira. Son trabajadores, se dedican a aprender y a enseñar. Les reconocerán por su manera de hablar: con cordura y veracidad. No difaman, no hablan con palabras vulgares o vacías. Evitan toda expresión que pueda ser mentirosa o de juramento. No dirán “sinceramente” o “de verdad”, sino que se limitarán a decir “sí” o “no”. Según ellos hacen así porque Jesús lo ordenó en Mateo 5.37”.
Durante su fase medieval practicaban un ascetismo riguroso, rechazaban al clero impuro, oponiéndose a la unión de la Iglesia y el Estado, intentando regresar a las enseñanzas del Sermón del Monte. Valdo hizo traducir las Escrituras al provenzal. Desarrollaron gradualmente una teología compatible con la de la Reforma, solo que mucho antes.
El maestro valdense alemán Federico Reiser abandonó en 1426 el pacifismo valdense y se unió al ejército taborita que avanzó a Viena y en 1431 fue ordenado como ministro husita de la Palabra. Él y su esposa Ana Weiler fueron ejecutados en Estrasburgo en 1458, pero su influencia se extendió a muchos valdenses italianos y franceses de los Alpes, que llegaron a sentirse identificados con el husismo taborita, y en 1483 se levantaron contra el duque Carlos I de Saboya. En cambio, algunos valdenses de la época, como el hermano Lucas de Praga, se unieron a los husitas moderados.
En 1487, se emprendió una cruzada contra los valdenses.
En 1526 se celebró en Laus un sínodo, en el cual se discutieron las ideas de la Reforma protestante. Una opinión sostenía mantener los vínculos con los husitas; otra, acercarse a la Reforma suiza y otra a Lutero. El barba Martín Gonin difundió los escritos de Lutero y encabezó al sector partidario de unirse al protestantismo y distanciarse de los husitas.
El sínodo de Merindol, Provenza, en 1530 se orientó hacia los reformadores suizos. Luego en el sínodo de Chanforan en 1532 y a propuesta de Jorge Morel, adoptó una nueva confesión de fe acorde con la Reforma suiza. Se apartó de esta decisión una minoría dirigida por Daniel de Valencia y Juan de Molines; congregaciones del valle del Po, Calabria y Apulia tampoco aceptaron la decisión del sínodo y en algunos casos se unieron al movimiento anabaptista. Sin embargo, la mayoría de los valdenses se unieron después al protestantismo, al considerar que en lo fundamental compartían la misma fe.
Después de la Reforma, algunas naciones protestantes los apoyaron y entre sus filas contaban al poeta inglés John Milton. Oliverio Cromwell presentó una protesta ante el rey de Francia por la persecución y en 1848, la Casa de Saboya les brindó oficialmente la tolerancia religiosa, convirtiéndose en una denominación italiana.
En 1855 fundaron un Colegio Teológico en Florencia y la Facultad Valdense de estudios teológicos funciona actualmente en Roma. En el siglo XIX se establecieron colonias valdenses en Argentina y Uruguay, donde constituyen una de las principales iglesias protestantes de la región. Tienen un sistema de gobierno sinódico. Les gusta el calificativo de iglesia protestante más antigua. Históricamente se han vinculado con reformados, presbiterianos, metodistas, moravos y husitas, así como con el protestantismo inglés en general.
Durante casi doscientos años no volvió a levantarse ningún otro grupo nuevo que se opusiera a Roma como lo hicieron estos, que aunque no pueden tomarse en cuenta dentro de la cristiandad, en el caso de los cátaros, tampoco se les participa en el mundo evangélico a los valdenses.
Los valdenses primitivos rechazaban la veneración de imágenes, la transubstanciación, la existencia del Purgatorio, la veneración a María, las oraciones a los santos, la veneración de la cruz y de las reliquias, el arrepentimiento de última hora, la necesidad de que la confesión se haga ante sacerdotes[22], las misas por los muertos y las indulgencias papales. Además, rechazaban como ajenos al Evangelio el bautismo de infantes[23], la pena de muerte, el uso de armamentos y la participación en guerras.
Sin embargo, en lo referente al celibato del clero, algunos valdenses anteriores a la Reforma protestante estimaban que para ser parte del cuerpo de predicadores itinerantes había que vivir una vida célibe, por lo que se abstenían de relaciones sexuales y del matrimonio. Tenían también, como ellos mismos documentan, un grupo de mujeres vírgenes dedicadas al Señor. Tras el concilio que se planteó para abrazar o no la Reforma en el siglo XVI del que se da cuenta arriba, rechazaron el celibato obligatorio como “doctrina diabólica”.
Los predicadores itinerantes o “barbas” eran escogidos de entre los fieles Valdenses, principalmente gente de muy humilde extracción y campesina, a los que se les apartaba durante los meses de invierno para enseñarles a leer y escribir, y tenían que aprender de memoria el Evangelio de Mateo y el de Juan, así como las epístolas universales y las pastorales para lo cual tardaban alrededor de dos años. Posteriormente, según alguna fuente, se apartaban durante dos años en un lugar secreto del norte de Italia donde hacían voto de castidad, tras lo cual pasaban a formar parte del cuerpo de los “barbas”.
Si bien antes de abrazar la reforma practicaban de una manera muy sencilla los siete sacramentos de Roma, pues practicaban una especie de confesión con los “barbas”, la imposición de manos, oraciones a ciertas horas y otros, posteriormente por influencia de los reformadores del siglo XVI aceptaron solo dos: El bautismo y la comunión o Cena. Consideraban el matrimonio como “bueno, santo e instituido por Dios, de manera que a nadie se debe prohibir casarse”, aunque estimaban la castidad como un don que, como hemos comentado, solo practicaron, antes de la Reforma, algunos de los predicadores valdenses.
Los valdenses rechazaron el ejercicio por parte de la iglesia de poder estatal, de jurisdicción temporal, la imposición de la fe a la fuerza o la dominación por las armas. También rechazaron el uso de imponentes y elegantes edificios religiosos. Hacían un testimonio particular a la renuncia de los bienes materiales en favor de los menos privilegiados, como lo hizo su fundador.
En su obra de predicar, los valdenses primitivos enseñaban la Biblia y daban mucha importancia al Sermón de la montaña y al Padre nuestro, en los cuales se muestra que el reino de Dios es lo que se debe buscar principalmente y lo que se debe pedir en oración. Sostenían que cualquier cristiano, fuera hombre o mujer, que poseyera suficiente conocimiento de la Biblia estaba autorizado para predicar el Evangelio. Además, consideraban a Jesús como el único mediador entre Dios y el hombre. Puesto que Jesús había muerto una vez para siempre, sostenían que un sacerdote no podía repetir este sacrificio celebrando una misa. Los valdenses primitivos conmemoraban la muerte de Cristo, tal como lo hacen hoy en día, utilizando pan y vino como símbolos.
Los valdenses primitivos sostenían que no era necesario ir a una iglesia para adorar a Dios. Celebraban reuniones clandestinas en establos, hogares particulares y dondequiera que pudieran hacerlo. Durante estas reuniones estudiaban la Biblia y preparaban nuevos predicadores, los cuales acompañaban a los más experimentados. Viajaban por parejas de granja en granja y, cuando estaban en los pueblos y aldeas, iban de casa en casa.
C. Los Lolardos.
Cuando Marco Polo comezaba sus famosos viajes al lejano oriente en 1324, los franciscanos radicales estaban denunciando las riquezas del Papado, y el Papa Juan XXII estaba a mediados de su reino, el mundo europeo estaba en paz y Roma tenia autoridad final en las vidas de la gente del continente y las islas Británicas, John Wyclif estaba naciendo en Inglaterra, quien será educado en la Universidad de Oxford donde ingresó en 1346 para comenzar 12 duros años de estudio para su doctorado en teología, carrera a la que llega a ser doctor, y se le permitirá impartir la cátedra de Teología en esa Universidad en 1371. Es en esa época donde inicia sus críticas radicales y polémicas hacia la institución eclesiástica, evitando, en varias ocasiones, y gracias a sus contactos, ser procesado personalmente, por su catalogación de “anticristo” al propio pontífice romano. Se opone a Roma atacando a los frailes y monjes y se resiste a la autoridad papal; y escribe contra la doctrina de la transubstanciación. Los nobles ingleses vieron en él una voz que podría liberarlos del papado y lo protegen.
En 1374 la corona le otorgó la “vivienda” de la iglesia en Lutterworth. Esto quería decir que los diezmos de esta iglesia lo sostendrían mientras enseñaba en Oxford. La práctica acostumbrada era usar parte de las entradas para contratar a un pastor que atendiera al rebaño en la ausencia de uno, lo que Wyclif probablemente hizo.
Wyclif era un hombre santo. La avaricia y vanalidad del clérido lo provocaba. Los cleros católicos, que componían solo el 2 por ciento de la población, controlaban el 50 por ciento del caudal nacional. Para contrarestar el abuso por los clérigos, Wyclif enseñaba que el estado tenía el derecho y la obligación de disciplinar a la iglesia, hasta de confiscar su riqueza si era necesario. Esto le ganó el aprecio del jefe del estado, John de Gaunt, quien codiciaba los vastos tesoros de la iglesia nacional.
En 1376 Wyclif defendió la doctrina de “la autoridad fundada en la gracia”, según la cual toda autoridad viene otorgada, directamente, por la gracia de Dios y pierde su valor cuando su detentador es culpable de pecado mortal. Para él, la verdadera Iglesia es la iglesia invisible de los cristianos en estado en gracia: Wyclif negaba el principio de la autoridad jerárquica en la Iglesia y celebraba la designación del Papa por sorteo. Negaba a los curas que habían cometido un pecado mortal la posibilidad de perdonar los pecados. Wyclif declaró, abiertamente, que la Iglesia de Inglaterra era pecadora y culpable de corrupción. Establece que hay dos iglesias, la visible y la invisible, esta última formada por los predestinados, y que es la auténtica, como afirmará tiempo después Jan Hus. Así, Dios es la causa de esta predestinación y Él dispone de todo, según el plan divino, y este predestinado no pierde sus derechos aunque peque, pues ha sido elegido por Dios. Por otra parte, toda la estructura de la iglesia visible o terrenal es duramente criticada por Wycliff, donde el Papa, la curia, el cardenal, los obispos, los archidiáconos, el oficial, el decano, el rector, el sacerdote, el monje o el clérigo son quienes hunden realmente la iglesia. Afirma que si existe el papel del predestinado por Dios, entonces el Papa, que es electo y no eterno, no tiene ningún sentido, y no reconoce su autoridad, por lo que debe desaparecer. Por tanto, expresa una crítica radical contra la autoridad eclesiástica.
El 19 de febrero de 1377, Wiclif fue llamado por el obispo de Londres, Guillaume Courtenay, para que expusiera su doctrina. El interrogatorio se terminó cuando, Jean de Gand, que había acompañado a Wyclif, se encontró en medio de una refriega con el obispo y su entorno. El 22 de mayo de 1377, el Papa Gregorio XI publicó numerosas bulas acusando a Wyclif de herejía y condenó las 18 tesis los escritos de Wycliffe. En el otoño de ese mismo año, el Parlamento le pidió explicaciones sobre el carácter legal de la prohibición hecha a la Iglesia de Inglaterra acerca de transferir sus bienes al extranjero por orden del Papa. Wyclif confirmó la legalidad de dicha prohibición y, a principios del 1378 fue convocado de nuevo por el arzobispo de Canterbury, Simon de Sudbury. Wyclif recibió solo una pequeña sanción gracias a sus relaciones privilegiadas con la Corte.
La reacción de Wycliffe no se hizo esperar. En lugar de retractarse, en 1378 niega la transubstanciación en la eucaristía, lo cual crea un profundo escándalo en la sociedad inglesa, que le supuso su expulsión definitiva de la corte y de su cátedra universitaria.
Desde 1378 a 1379 Wyclif publicó su sistema teológico en una serie de tratados. La tesis central de estas obras era que las Escrituras eran el fundamento de toda doctrina. Este fue un punto importante en la historia doctrinal. Hasta este punto la Tradición había sido puesta lado a lado con las Escrituras como fuente de doctrina; pero Wyclif disputaba esta noción y Jan Hus de Praga así como Martin Lutero, Huldrich Zwinglio y John Calvino adoptarían el punto de vista de Wyclif.
Durante el año 1378, Wyclif y sus amigos de Oxford empezaron la traducción al inglés de la Vulgata, desafiando la prohibición de la Iglesia, todas las 750.000 palabras. En 1379, Wyclif repudió la doctrina de la transubstantación[24]. Esta toma de posición tan atrevida suscitó tal reprobación que Jean de Gand le retiró su apoyo. Sin la protección de Gaunt se vio expuesto a la ira del clero establecido.
Wyclif envió, a partir de 1380, a sus discípulos, a los que llamaban los pobres predicadores, a las ciudades para que dieran a conocer sus tesis religiosas igualitarias. Algunos eran muy bien educados discípulos de Wyclif de Oxford. Otros eran hombres analfabetas, pero sinceros, dedicados a la diseminación del Evangelio.
La humildad y abnegación de estos predicadores estaban en directo contraste con la egoísta holgazanería del clero establecido. La sencillez y el poder de su mensaje bíblico eran la antitesis de las fábulas, supersticiones, y mitos que enseñaban los sacerdotes de las parroquias. Aunque sus enemigos los llamaban “Lolardos”, que quería decir masculladores, que murmuran entre dientes, Dios coronó con éxito sus esfuerzos.
Los predicadores se encontraron, en todas partes, con una gran audiencia y Wyclif fue acusado de sembrar el desorden social. Sin embargo, él no se implicó directamente en la sublevación de los campesinos en 1381, aunque es probable que sus doctrinas influyeran en ellos. En mayo de 1382, Couternay, nombrado arzobispo de Canterbury, llevó a Wyclif ante un tribunal eclesiástico que le condenó por hereje y determinó su expulsión de Oxford. Wyclif se retiró a su parroquia de Lutterworth.
En 1382 el entonces Arzobispo de Canterbury, Courtenay reúne un sínodo para analizar detenidamente las teorías de Wycliff, que son definitivamente condenadas como heréticas, y nuevamente, gracias a sus contactos, se salva de la cárcel, en un momento en que sus seguidores, los lolardos, empiezan a surgir. Ese año, Wiclef sufrió un ataque apoplético que lo había dejado parcialmente incapacitado.
El que Wiclef todavía siguiera viviendo en libertad tiene que atribuirse al apoyo continuo de algunos de sus poderosos amigos, y a la actitud del parlamento, que todavía no se había convertido en lacayo del nuevo arzobispo. Wiclef centralizó sus actividades en Lutterworth y continuó escribiendo e inspirando a sus seguidores. Fijó su atención particularmente en las acciones del obispo de Norwich, cierto Henry le Spencer, quien se había distinguido durante la revuelta de los campesinos por su valor y dirección en el logro de la derrota inicial de los rebeldes en Norfolk.
Este obispo, orgulloso de su reputación recién ganada, decidió participar en el Cisma Papal. En 1383 obtuvo de Urbano VI una bula que le autorizaba a organizar una cruzada en contra de Clemente VII. Rápidamente reunió un ejército por medio de prometer absolución y dar cartas de indulgencia a los que sirvieran bajo su mando. Wyclif ya se había expresado claramente sobre el cisma, y su próximo paso fue escribir un tratado tulado “Contra la guerra del clero”. Comparó el cisma a dos perros que estuvieran peleando por un hueso. Sostuvo que toda la disputa era contraria al espíritu de Cristo, pues tenía que ver con ganar poderío y una alta posición en el mundo. Dijo Wyclif que el prometer a alguien el perdón de pecados por participar en tal guerra tenía base en una mentira. Más bien, éstos morirían como incrédulos si caían en un combate que de ningún modo era cristiano. La cruzada fue un terrible fracaso, y el obispo anteriormente orgulloso regresó a Inglaterra avergonzado.
El duque de Lancastrer, el pueblo londinense y, durante un tiempo, las órdenes mendicantes sostuvieron sus ideas que fueron propagadas por Inglaterra por los predicadores itinerantes. Sus ataques contra el papado le costaron la condena de Roma y sufrió un segundo ataque que lo dejó paralizado y sin habla, para que el 31 de diciembre de 1384, muriera en Lutterworth, Inglaterra, mientras conducía una misa. Fue enterrado en el patio de la iglesia de Lutterworth, donde sus restos permanecieron sin ser tocados por más de 40 años.
Tras su muerte, sus enseñanzas se expandieron con rapidez. Su Biblia, que apareció en 1388, se repartió profusamente por medio de sus discípulos. Sus obras influyeron de manera inequívoca en el reformador checo Jan Hus y en los anabaptistas, así como en la sublevación que él promovió contra la Iglesia. Martín Lutero reconoció, asimismo, la influencia que Wyclif ejerció en sus ideas.
Después de la muerte de Wyclif no aparecería otro Reformador antes de la Reforma hasta Jan Hus[25]. A John Wyclif, el Concilio de Constanza le declaró culpable de herejía en 1414 y se ordenó la quema de sus libros, así como la exhumación de su cuerpo y la quema de sus huesos, pero esto no ocurriría sino hasta 1428 cuyas cenizas serían tiradas al río Swift a su paso por Lutterworth. Allí las cenizas fueron esparcidas sobre las aguas para que flotaran corriente abajo al río Avon, luego al Severn y finalmente al mar. Los que ejecutaron este acto no le atribuyeron ningún significado simbólico. Sin embargo, los que quisieron consolarse por esta acción de venganza la interpretaron de manera simbólica.
El pensamiento de Wyclif representó una ruptura total con la Iglesia, en la medida en que él afirmaba que existía una relación directa entre los hombres y Dios, sin la intromisión de la iglesia de Roma. Ateniéndose a las escrituras, Wyclif pensaba que los cristianos tenían derecho a dirigir sus vidas sin la intervención del Papa o de sus prelados lo cual queda muy claro en los Evangelios y cartas de Pablo. Wyclif puso en cuestión las numerosas creencias y prácticas de la Iglesia de Roma, juzgándolas contrarias a las Escrituras. Condenó la esclavitud y la guerra, defendiendo la idea de que la clerecía cristiana tenía que seguir el ideal de la pobreza evangélica, predicada por Cristo y sus apóstoles.
Establece que Dios es el único que posee el dominio y está en todas partes, lo cual es fomentado por la debilidad y el pecado del hombre, cosa que no ocurre en la sociedad perfecta e ideal. En ella, no se necesita de curas ni sacerdotes, pues según él, Dios no precisa de delegados ni intermediarios, una teoría similar a la que después usará Martín Lutero en el siglo XVI en la Reforma protestante.
Así, solamente en Dios está la salvación, pero para él, el dominio no es propiedad, ya que Dios domina y es perfecto, en tanto que la propiedad privada es imperfecta y pecaminosa, y se debe tender a suprimirla. Para Wycliff, la servidumbre y la propiedad privada son imperfectas y fruto del pecado del hombre.
A los seguidores de Wyclif se les llamó “lolardos” y el primer grupo fue integrado por estudiosos de Oxford dirigidos por Nicolás de Hereford, traductor bíblico. Luego, se convirtieron en una especie de secta, con sus propios ministros y hasta con representación parlamentaria. En 1401, con el estatuto De heretico comburendo, el Parlamento aprobó que los lolardos fuesen juzgados y quemados.
Su teología se resumía en las “Doce conclusiones”, en donde condenaban la jerarquía eclesiástica, el celibato sacerdotal, la transustanciación, las oraciones por los muertos, las romerías, la guerra y el poder temporal de la iglesia. Enfatizaban la predicación y lectura de las Escrituras. Se involucraron en rebeliones y conspiraciones contra la corona, acusada por ellos de sometimiento al clero romano.
Wyclif se inclinó, resueltamente, por el realismo contra el nominalismo, en un debate muy acalorado en el que defendía la vuelta a la Biblia y al agustinismo. Dice que el verdadero y auténtico poder está en las Sagradas Escrituras, y no en la Iglesia. Esta es la teoría del “biblicismo”, donde está la salvación, la revelación y la autoridad, de forma que la salvación viene directamente de Dios, sin intermediarios, y solamente resaltando el valor único de la Biblia, como fuente única de poder. No juzga a la Iglesia, sino que, novedosamente, antepone directamente la autoridad suprema de la Biblia a la eclesiástica, como revelación divina.
La lollardía continuó hasta que fue aplastada por la amarga persecución de la Iglesia por el estado inglés durante los 1420, treinta y cinco años después de la muerte de Wyclif. El estado ahorcó a la mayoría de los líderes lolardos o los quemó en la hoguera. Obligados a ocultarse, los que sobrevivieron continuaron en grupos pequeños por varias generaciones. Cuando la Reforma sacudió a Inglaterra en 1530, salieron del escondite.
D. Jan Hus.
El primer predecesor de Juan Hus en el Reino Checo fue Conrado Waldhauser. Oriundo de Baja Austria, entró en la orden agustina y se licenció en universidades italianas. A mediados del siglo XIV comenzó a predicar públicamente. En Austria conoció al rey checo y emperador romano-germánico Carlos IV, y aceptó su invitación de visitar el Reino Checo. Con el tiempo Waldhauser pasó a ser el confesor del rey y capellán de la corte. En sus predicaciones, pronunciadas en latín y alemán, cargaba principalmente contra la simonía y la vida disoluta del clero. Una vez en Praga sometió a dura crítica la avaricia y soberbia de los praguenses.
El discípulo de Waldhauser fue Jan Milíc de Kromeríz que, influido por sus pregones, dimitió de todos los cargos civiles y eclesiásticos que desempeñaba y se volvió pregonero popular, principalmente en Praga. Sus fogosas predicaciones en checo pronto llamaron atención de un amplio público. Por sus críticas a los dignatarios eclesiásticos y apelaciones a la renovación interna de la Iglesia, hasta tuvo que comparecer ante el Papa. Incluso no dudó en tachar al emperador Carlos IV de Anticristo. Sin embargo, el sabio monarca no prestó demasiada atención al predicador y no intervino contra él.
Jan Milíc pronunciaba sus pregones en varias iglesias praguenses, pero sobre todo en la Capilla de Belén, el espacio religioso más grande de Europa Central de entonces, donde cabían hasta 3000 personas. Por ello, Jan Hus no entraba en campo desconocido cuando pronunció al público sus primeros pregones.
Con el tiempo y tras la muerte del emperador, los eclesiásticos venían abusando de sus ventajas, inclinándose más a la vida disoluta y abandonando el camino de la fe. El reino checo no encontraba un apoyo en el trono, ya que el hijo de Carlos IV, Wenceslao IV, no alcanzaba la grandeza de su padre. Fue un soberano muy culto, pero a diferencia de su padre, muy mimado. Sus consejeros los reclutó de las filas de los hidalgos, lo que no vio con buenos ojos la alta nobleza. Además entraba a menudo en conflicto con el arzobispo de Praga.
El declive moral alcanzó mayores dimensiones que en el resto de Europa. Una gran depresión económica afectó a las tierras checas en el reinado de Wenceslao IV. Los ladrones se enseñorearon de la tierra, durante mucho tiempo las epidemias disminuían la población y estallaban guerras por intereses particulares. La Iglesia, que debería haber velado por el cumplimiento de los mandatos divinos, en vez de eso se concentraba en el acumulamiento de poder y de propiedades. El clero hacía ya tiempo que se ocupaba de la administración del reinado, pero en vez de dinero lo que recibían a cambio eran beneficios eclesiásticos como pago por sus servicios. Por ello, las actividades reformistas tuvieron una repercusión más grande entre la población, especialmente entre los pobres. El núcleo que más insistía en los cambios de la sociedad se formó en la Universidad de Carolina.
En 1369, en Husinec, Bohemia del Sur, nació Juan Hus. Hijo de un campesino pobre que murió cuando Jan era niño, fue criado con mucho esfuerzo por su madre. Demostró tener piedad y fervor religioso desde su infancia, pues participó como monaguillo y cantó en el coro de la iglesia católica. Los libros religiosos le apasionaban. Cierta noche que leía la vida de San Lorenzo cerca de la chimenea, acercó su mano al fuego para ver hasta dónde sería capaz de soportar los tormentos que Lorenzo había sufrido.
Se le dio la mejor educación que permitían sus circunstancias; y habiendo aprendido bastante sobre los escritores de Grecia y Roma, en una escuela privada en la provincia de Bohemia donde sacó el titulo de Bachiller en Divinidad en 1398, se le aceptó en la Universidad Carolina de Praga por caridad, es decir, se le permitió estudiar en esa universidad aunque no tuviera el dinero para pagar. Se desconocen datos exactos de su vida y sus estudios universitarios en el período citado. Solo sabemos que luego fue calificado por el propio Hus como “período de los años de locura estudiantil” y que pronto dio pruebas de su capacidad intelectual, y se destacó por su diligencia y aplicación al estudio.
La carrera universitaria de Hus fue rápida. El papel decisivo lo desempeñaron la diligencia, la voluntad y la perseverancia con que trataba de responder a los problemas de su época en las obras del pensador inglés, John Wyclif. Al estudio de las obras de Wyclif, Hus se dedica especialmente entre los años 1396 y 1398. Se conservaron notas y glosas, con las que Hus acompañó su lectura de los textos de Wyclif. En muchas ocasiones se trata de verdaderas exclamaciones entusiastas.
Los profesores de la Universidad de Praga no se limitaban en sus apelaciones solamente al ambiente académico, sino que también salían al público y la voz que sonaba más potente era la de Jan Hus. El programa de los letrados, liderados por Hus, se basaba en la Biblia como autoridad suprema y exigía el cumplimiento estricto de los modelos y principios de la Iglesia primitiva, es decir, de Jesucristo y los apóstoles. Con esos valores, Hus y sus seguidores intentaban recuperar el equilibrio social. Lo más importante para Hus era eliminar los defectos que padecía la Iglesia de entonces, ya que se consideraba buen católico.
Hus fue hecho sacerdote en 1400 y nombrado predicador, primero en la Iglesia de San Miguel y luego en una capilla de Belén en 1402, donde se predicaba exclusivamente en idioma checo. El contenido de los sermones reunía todos los aspectos de sus predecesores. Allí criticaba la corrupción moral de la Iglesia, los abusos que cometía, y la riqueza que estaba acumulando. Hus quería que la Iglesia católica fuera pobre, que todo lo que hiciera estuviera claramente basado en el Evangelio; además, criticaba la venta de indulgencias. Le decía a todo el pueblo a que debían desobedecer a la Iglesia por que era evidente que los sacerdotes vivían en el pecado. También quería que se prohibieran los bailes, porque quizá sentía culpa por todos los disparates que había hecho en su juventud. Al mismo tiempo, comienza a utilizar un vocabulario demasiado expresivo, popular y argotista. Sin embargo, los sermones de Hus en aquella época no sobrepasaban el marco de la ortodoxia católica. Participó en los grupos que surgieron en la escuela de predicadores de Milia de Kromeriz, que querían volver a la pureza de los primeros años del cristianismo y se oponían a los grandes dirigentes de la Iglesia. Se comparaba a sí mismo con Jesucristo, a sus seguidores con los apóstoles, y decía que el Papa con su corrupción, era la encarnación del Anticristo. En 1401 obtuvo el cargo de Decano de la Facultad de Arte y Filosofía, y para 1409 fue nombrado rector de la Universidad de Praga.
En 1403 los maestros alemanes provocaron en la Universidad una disputa sobre los textos de Wyclif, logrando la condena de algunas enseñanzas suyas. Este hecho indignó mucho a Hus, quien declaró que todos los que falsificaban el legado de Wyclif deberían ser quemados vivos en la hoguera.
Hus se convierte en uno de los predicadores más famosos de Praga. Gracias a esta fama comenzó a actuar en la denominada Capilla de Belén a la que solían concurrir no solo gente sencilla, sino también aristócratas de influencia y parte de la burguesía capitalina. Entre los auditores de Hus se encontraba también la reina Sofía, esposa del soberano checo, Wenceslao IV, que le dio su apoyo momentáneo. Sin embargo, los dignatarios eclesiásticos checos no veían con buenos ojos las constantes invectivas del predicador y se quejaron de Hus al Papa.
La extraordinaria sugestividad de los sermones de Hus testimoniaba su capacidad de responder a la sensibilidad de las masas. Este don le permitió manipular facilmente a los auditores, inculcarles todo tipo de argumentos e influir sobre su forma de pensar.
Al estudiar en 1408 la obra de Wyclif “De la Verdad de las Sagradas Escrituras”, Hus se sintió como si se le hubieran abierto los ojos. Esta comprensión se debió a la permanente frustración que le provocaban los profanos abusos de la administración eclesiástica, en especial, el negocio con las indulgencias. La frustración provocó en Hus cierto regreso hacia el cristianismo primitivo, y el propio texto de la Sagrada Escritura se convirtió en el criterio único de la verdad. Y este principio puede aplicarse solo mediante la denominada “explicación libre de la Escritura”, explicación que obedece solamente a la conciencia subjetiva. Solo lo que coincide con la Escritura es verídico, todo lo demás es casual, incorrecto. Tras atacar con dureza en sus sermones al arzobispo de su archidiócesis, le fue prohibido ejercer en ésta sus funciones sacerdotales.
A partir de esto, Hus lideró un movimiento cristiano basado en las ideas de John Wyclif que predicó la justificación por la fe, la reforma de la Iglesia, y se enfrentó al control de Bohemia por el Imperio Alemán. Ya desde 1379, toda la iglesia occidental se debatía entre excomuniones provocadas por la existencia de dos Papas. Entretanto, el emperador romano-germánico, Segismundo, hermano del Rey Checo, Wenceslao IV, dispuso en 1403 que los cristianos europeos no obedecieran bula papal alguna.
Los seguidores de Hus fueron llamados "husitas" y se multiplicaron en momentos en que la Iglesia católica sufría esta crisis llamada “El Gran Cisma”, cuando había dos Papas, a los que en 1409 se agregó un tercero, Alejandro V. Wenceslao IV, irritado por el menoscabo de la fama del país en el extranjero, se decidió a poner medidas. El Decreto de Kutná Hora, del año 1409, entregaba la dirección de la Universidad al grupo husita. Cambió las leyes de votación: La parte checa dispondría de tres votos, mientras que la parte conjunta de todos los otros estados tendría un solo voto. A raíz de tales cambios se produjo una profunda crisis con el resultado de la marcha de los profesores y estudiantes alemanes a otras universidades del imperio.
El Papa Alejandro publicó una bula que prohibía la doctrina de Wyclif en la que Hus basó sus sermones. Juan Hus rechazó aceptar el documento papal y se negó a comparecer ante la curia de Roma, adonde fue emplazado. El Papa condenó a los husitas y excomulgó a Jan Hus.
Poco tiempo después, Jan Hus perdió también el respaldo del rey Wenceslao IV, cuando criticó públicamente la venta de indulgencias, de las que sacaron partido también las arcas reales. Por consiguiente, el Papa lanzó el interdicto sobre Praga por la simpatía de la ciudad hacia los herejes. Respaldado por las manifestaciones populares, Hus continuó predicando incluso después de que la ciudad quedara bajo interdicto en 1412. La situación se volvió insoportable para Jan Hus, muchos de sus más influyentes seguidores fueron apartados de sus cargos, por lo que Hus se fue al campo de Bohemia del Sur, buscando refugio en los castillos de varios nobles que le mantenían su amistad, sin cesar de dar sermones al público. En el campo Hus también escribió sus obras teológicas más importantes entre las que se encuentra su principal obra: De Ecclesia. Aunque ya retirado, las actividades de Jan Hus siempre exacerbaban a los altos representantes civiles y eclesiáticos.
Todos estaban convencidos del próximo fin de un mundo corrupto. Solo en cinco ciudades checas llamadas a la salvación podían encontrarla los verdaderos cristianos: Žatec, Pilsen, Klatovy, Louny y Slána, además de las montañas.
El ilegítimo Papa de Pisa, Alejandro, convoca inválida e ilegítimamente al Concilio de Constanza[26] en la Alemania actual, una reunión que tenía el objetivo de volver a unir a la Iglesia católica y elegir un solo Papa, Hus fue a esa reunión engañado por Segismundo, que veía un peligro en las ideas de Hus, que amenazaban con deteriorar la relación secular entre señores feudales y súbditos y le había prometido un salvo conducto si se presentaba ante el Concilio, a defender sus puntos de vista, y sabía que eso le iba a traer como consecuencia la pena de muerte, pero él se identificaba con Jesucristo y pensaba que, igual que él, debía morir después de un juicio injusto.
En noviembre de 1414 apareció Jan Hus en Constanza y fue detenido y encarcelado. El tribunal insistía en que renunciase a sus ideas, consideradas heréticas. La actitud de Hus frente al citado Concilio de Constanza puede ser calificada de absurda e irónica. Hus rechaza la acusación de herejía y exige que el Concilio le enseñe la verdad. Pero Hus sabía muy bien que este tipo de Concilio no podía darle una respuesta adecuada al problema de las enseñanzas de su amado pensador inglés, John Wyclif. Tenía que saber que su pertinacia frente al Concilio no tendría otra solución que la excomunión y la muerte. Tanto más siguió remitiéndose al destino terrestre de Jesucristo.
Jan Hus se identificó con Jesucristo como adversario de los fariseos y saduceos. Pensaba que mientras que más maldijera a la Iglesia institucional, más fiel sería al legado de Cristo. No le importaba que las acusaciones planteadas por el Concilio fueran infundadas, o no. El Concilio era para Hus un tribunal semejante al que había condenado a Cristo. Fue condenado allí mismo a morir en la hoguera y el 6 de julio de 1415, delante de las murallas de Constanza, sobre la cabeza de Hus fue colocada una corona de papel para el hereje, con tres diablos pintados y con las palabras: “Este es un archihereje”. Antes de la ejecución fueron quemados también varios libros suyos. Luego Jan Hus fue atado a un palo y rechazando una vez más renunciar a su doctrina, fue quemado en la hoguera. Sus cenizas fueron arrojadas al cercano río Rhin, para que no quedase ni un rastro de él. Un año después de su ejecución, murió en la hoguera otro reformador checo, Jerónimo de Praga, acusado también de herejía.
Antes de ser quemado, Hus dijo las siguientes palabras: “Vas a asar un ganso[27], pero dentro de un siglo te encontrarás con un cisne que no podrás asar”. Se suele identificar a Martín Lutero con este “cisne” ya que 102 años después, Lutero clavó sus 95 tesis en Wittenberg, y comúnmente se lo suele identificar con un cisne.
Lo curioso del hecho es que el sacerdote católico checo fue condenado en un momento de cisma papal y por una asamblea eclesiástica que, al identificarse con el denominado conciliarismo y su supremacía frente al Sumo Pontífice, también violó heréticamente uno de los dogmas de la fe católica.
Resumiendo el problema, podemos decir que Hus no fue un hereje típico, pero padecía de una indignación endémica y existencialista frente a la actuación profana de la Iglesia a todos los niveles. La cuestión de entablar un diálogo y buscar una solución común no era su problema. La sincera cuestión pastoral, sicológica e intelectual “¿por qué piensas o haces esto?”, que debe anteceder cualquier análisis o veredicto, para Hus no existía.
Sin embargo, el diálogo era en su época algo totalmente desconocido. Al contrario, dialogar con los sospechosos estaba prohibido y era muy peligroso. La idea conciliatoria no podía garantizar al espíritu dialogante: Los concilios de Pisa y de Constanza lo demostraron muy elocuentemente.
La época de Jan Hus carecía de antecedentes acerca del diálogo como camino hacia la verdad, conocimiento que se registró tan solo en el Concilio de Basilea, entre los años 1431 y 1449. Sus padres espirituales y partidarios de un diálogo abierto fueron los cardenales Cesarini y Nicolás de Cusa. Pero ni siquiera en este Concilio se impuso la idea de un diálogo eclesiástico, diálogo que tardaría más de 500 años en prevalecer, y ello en el Concilio Ecuménico “Vaticano II”. Con la emisión de los documentos “Lumen gentium” y “Dei verbum”, se ofreció la enseñanza sobre “lo mejor y más aceptable” que tan enérgicamente exigiera Jan Hus en 1415, en el Concilio de Constanza, pagando dicha exigencia con su propia vida e inspirando en su patria, sin haber podido intuirlo, una fratricida guerra religiosa de los husitas checos.
Además, el Concilio de Constanza consiguió la abdicación de dos de los Papas existentes: Juan XXIII y Gregorio XII, y excomulgó al renuente Benedicto XIII[28]. Al mismo tiempo, proclamó la superioridad del concilio sobre el Papa, terminando el cisma de Occidente.
Juan Hus murió en la hoguera, pero sus ideas sobrevivieron. Los seguidores de Hus siempre fueron una minoría, pero en los territorios de la actual República Checa, los husitas sí fueron muchos e incluso se tomaron el poder. Desde allí, le declararon la guerra a los católicos, pero también se dividieron entre ellos mismos, y comenzó una sangrienta guerra entre los husitas más revolucionarios contra los más moderados. Los husitas siguen siendo hasta el presente, un grupo minoritario de la población checa.
Los checos hicieron de Hus, un héroe nacional, produciéndose las “guerras husitas” cuando el Reino Checo se convirtió en el escenario de la contienda entre los partidarios de la Iglesia católica y los husitas. El rey Wenceslao IV murió en la víspera de la revolución husita. El emblema de los husitas, que luego ostentaban en sus banderas, era el cáliz, que simbolizaba la comunión “sub utraque specie”, o sea tanto la hostia, como el vino, destinado para el celebrante y para todos los participantes de la misa. El programa del movimiento, basado en los sermones de Jan Hus, se plasmó en los cuatro Artículos de Praga, que resumían los puntos principales de la ideología husita. El lema de los husitas era “La verdad vence a todo”, que luego pasó también al estandarte de los presidentes checos.
El 30 de julio de 1419 los habitantes de Praga, conducidos por el predicador Jan Želivský tiraron por las ventanas del ayuntamiento de la Ciudad Nueva a los consejeros de la delegación contrarreformista y los ejecutaron. Con la defenestración de la Ciudad Nueva comenzó la revolución husita, un movimiento que, en unas decenas de años, hizo de Bohemia la clave de la política europea de su época. Su desenlace fue la resignación de la Iglesia católica ante la imposibilidad de mantener en todo el territorio que se encontraba bajo su influencia la unidad de la fe.
En el año 1420 los husitas fundaron su propia ciudad: Tábor. En ella, lo que se proponían era hacer realidad el ideal de una sociedad justa e igualitaria. Segismundo, cuyas pretensiones al trono no fueron reconocidas, intentó ocuparla por la fuerza de las armas para adjudicarla a la realeza. Para ello organizó una serie de expediciones militares, pero todas sin éxito. En el concejo de Čáslav, se eligió una junta de doce miembros que gobernaba en lugar del destituido Segismundo. Conformaban dicha junta ocho burgueses, siete integrantes de la baja nobleza y cinco de la alta nobleza. Los así llamados Cuatro artículos de Praga se erigieron en programa husita, libre predicación de la palabra de Dios, la comunión bajo las dos especies, la vuelta a la primitiva pobreza de la Iglesia, el castigo de los pecados mortales.
Algunos de sus seguidores traicionaron la causa husita a condición de recibir el pan y el vino durante la comunión y otras concesiones menores, pero otros prefirieron crear comunidades independientes que sufrieron persecución. El movimiento guerreó contra los enemigos internos, y también contra Roma. Las huestes husitas, liderados por el invencible capitán Jan Zizka de Trocnov, creador de una táctica defensiva que consistía en el levantamiento de un parapeto de carros, que era un obstáculo prácticamente insuperable, derrotaban a sus enemigos de ambos campos. Con el tiempo, los husitas se dividieron en varias fracciones: Los praguenses, los huérfanos[29] y los taboristas. Una personalidad importante de Tábor fue el predicador Prokop Holý, llamado el Grande. Bajo su dirección, el ejército husita venció en la batalla de Ústi nad Labem a los cruzados en el año 1426, y en Tachov en el año 1427.
En Domažlic, en el año 1431, ni siquiera se llegó a entrar en lucha, aunque la batalla ya estaba preparada, porque la mayoría de los cruzados huyeron antes del comienzo en el momento en el que el ejército husita, ensordecedoramente y todos a una cantando el coral “Soldados de Dios”, empezaba a divisarse.
Mientras que el la primera fase de la revolución, los husitas se concentraron en la defensa ante ataques externos, el la segunda fase eran ellos los que llevaban la iniciativa. No solo se extendieron por las otras tierras de los Reinos de la Corona Checa, que junto a Bohemia constituían Moravia, Silesia, y Alta y Baja Lusacia, sino también por Eslovaquia, por otras áreas alemanas del imperio e incluso, al servicio de los reyes polacos, alcanzando incluso el Báltico.
La Iglesia católica, consecuentemente, prefirió utilizar la diplomacia mejor que la fuerza bruta. En el concilio de Basilea[30] comenzó una serie de negociaciones con los husitas. El ala radical del movimiento revolucionario quería imponer a toda costa obligación de la comunión bajo las dos especies para todos los habitantes del reino, sin parar mientes en las pérdidas, el cansancio y hasta el agotamiento causado por las largas guerras. Con el fin de debilitar a los católicos, sitiaron el bastión de Pilsen, pero la ciudad resistió.
En la batalla de Lipany, en 1434, la parte radical fue derrotada por los liberales y la revolución husita, desde el punto de vista militar, fue concluida. La causa de su derrota no fue la superioridad numérica de las tropas de la coalición, sino una artimaña que los engañó: Fingieron una huída a la desbandada de su contingente y cuando los husitas salieron a perseguirlo perdieron la posición de defensa que tenían con el parapeto de carros. Al contrataque, estando los husitas así desprotegidos, los derrotaron.
En el año 1436 se proclamó en Jihlava un acuerdo con el concilio de Basilea, en checo llamada la “kompaktáta”. Para el reino checo y la marca de Moravia, se permitía la comunión directamente del cáliz, y, aunque en versión un poco suavizada, los otros tres artículos de Praga. Por primera vez en la historia de la Iglesia católica, esta aceptaba la coexistencia de dos confesiones en las tierras que estaban bajo su dominio. El movimiento husita dejaba ver en el horizonte la Reforma europea, y suponía un paso hacia la libertad religiosa. Además, en su tiempo, se hizo famoso el arte militar checo, por lo cual los soldados checos fueron requeridos por muchos ejércitos.
El parapeto de carros montado en un lugar favorable era una defensa, con los medios militares disponibles en aquellos tiempos, invencible. Su único problema era la movilidad, en tanto que los que se encargaban de ella no llegaban a realizarla a tiempo. Su importancia también fue decayendo proporcionalmente con el desarrollo de la artillería.
El movimiento husita también supuso un gran cambio en el reparto de la propiedad. De las ciudades desapareció la capa más rica, los ciudadanos alemanes. Las propiedades que antes pertenecieron a la Iglesia se las repartieron los nobles y las ciudades ya fueran partidarios o no de la fe del cáliz. Con todo ello, cayó en picada la influencia política del clero católico y perdió su representación en el parlamento checo. Zikmund fue elegido rey finalmente después de muchos años de espera, pero a cambio del apoyo recibido, tuvo que aceptar esta situación.
En el año 1452 fue elegido como regente Jorge de Podiebrad, de noble linaje checo y husita moderado, que luchó con los vencedores en la batalla de Lipany. Tras la muerte del rey Ladislav Pohrobka, los estados lo eligieron como rey checo en 1458. Tuvo que bregar con el sobrenombre de “señor de los herejes”, porque reinaba en un reino en el que existía la igualdad entre las confesiones husita y católica. El papa Pío II se aprovechó de la circunstancia de que la “kompaktáta” había sido reconocida solo por el Concilio, pero no por el Papado, y la decretó inválida.
No obstante, el legado de Jan Hus fue conservado, y aunque sus partidarios vivían en reyertas constantes con los católicos, siempre ejercieron una influencia notable sobre los acontecimientos en el territorio checo. En el siglo XVI, las ideas de Jan Hus influyeron bastante a otro importante reformador religioso, al alemán Martin Lutero, cuyas actividades sacudieron todavía más los fundamentos de la Iglesia católica en Europa.
Sin embargo, después de la batalla en la Montaña Blanca, el Reino Checo fue sujeto a la rigurosa reformación católica de la dinastía reinante de los Habsburgos austríacos y la influencia de los husitas fue minimizada. No obstante, más que 500 años después de la muerte de Juan Hus, en 1920, el sacerdote Karel Farský fundó la Iglesia Husita Checoslovaca, que desempeña su papel hasta el presente.
Después de la derrota en la batalla de la Montaña Blanca en 1620, muchos se expatriaron, entre ellos el obispo J. A. Comenius, gran figura de la intelectualidad europea de su tiempo, y se reorganizaron en el extranjero. Más tarde se volvieron a organizar en Checoslovaquia. Entre los husitas contemporáneos se encuentra Tomás Masaryk, fundador de la República de Checoslovaquia, y el teólogo Joseph Hromadka.
Se solía olvidar que Jan Hus fue condenado principalmente debido a su testarudez en algunos puntos considerados por el Concilio de Constanza como dogmáticamente erróneos. También se olvidaba que Jan Hus murió heróicamente, considerándose un sacerdote católico. No fundó, ni pretendió nunca fundar otra iglesia, ni tampoco fue un reformador como Lutero.
E. Girolamo Savoranola.
La Florencia del siglo XV era famosa por su tolerancia intelectual y religiosa. Se valoraba mucho la devoción practicada en comunidad, por ello se hacían promesas por cualquier propósito imaginable, se mandaba a colgar exvotos en las iglesias y se realizaban generosos donativos. Sin embargo, lo más habitual era ingresar en una de las dos grandes congregaciones florentinas, la Arciconfraternitá della misericordia, que se ocupaba del ciudadano y el entierro de los pobres, o la Compagnia di Santa Maria del Bigallo, dedicada sobre todo a los huérfanos y los expósitos. Los miembros de las congregaciones provenían de todos los estratos sociales. Los fabricantes textiles y los banqueros acaudalados se complacían practicando de forma anónima la caridad con los necesitados, quizá en el afán de compensar las grandes ganancias que obtenían con la usura; además de preocuparse por el provecho propio, no había que escatimar esfuerzos por el bien común. Detrás de todo ello estaba el ideal cristiano de la caridad. La clase media y alta florentina han mantenido este compromiso social hasta nuestros días, puesto que forma parte de la fiorentinità, del carácter de los florentinos. Puede que sigan siendo ricos, que todavía posean el antiguo palacio familiar, quizás incluso la villa en el campo, pero ocultan esa riqueza material y tan solo muestran los rasgos ideales de la discreción, la modestia, el ahorro y la caridad.
En Ferrara, Florencia, Italia, el 21 de septiembre de de 1452, nació Girolamo Maria Francesco Matteo Savonarola, en el mismo mes y año que Leonardo da Vinci. Es el tercero de los siete hijos del comerciante Nicoló di Michele dalla Savonarola y de Elena Bonacolsi, descendiente de la noble familia de los Bonacolsi, que fueron señores feudales de Mantova. Un año después del nacimiento de Savoranola, en 1453, cayó Constantinopla y es ahí donde los historiadores ponen el punto final a la Edad Media. El Templo de Santa Sofía fue transformado en una mezquita y no fue sino hasta más de cuatro siglos después, en 1920, que Constantinopla se mantuvo como la capital del imperio Turco.
Según costumbre de las familias acomodadas, estos entregaron a varios de sus hijos a la Iglesia para que se educaran y fueran sacerdotes. El abuelo, Michele[31], era doctor y autor famoso en medicina, médico del marqués Niccoló III de Este y de los gobernantes ferrarenses. Michele Savonarola, su abuelo, era un hombre profundamente religioso, estudioso de la Biblia, de costumbres sencillas y terminantes y quizá fue quien más influyó en su idea reformadora de la Iglesia. En su vejez escribió folletos como el “De laudibus Iohanni Baptistae”, los cuales, junto con su educación y su estilo de vida, fueron muy importantes en la formación de Girolamo. Se encarga de su primera educación enseñándole gramática, música y, más tarde, dibujo. De los hermanos mayores, Ognibene y Bartolomeo, no se tienen noticias, mientras que de los otros hermanos, Maurelio, Alberto, Beatrice y Chiara, se sabe solamente que Alberto era doctor y Maurelio era fraile dominicano, igual que Girolamo.
Después de la muerte del abuelo, el padre Niccoló desea que estudie medicina. En un principio, Girolamo se muestra apasionado por los diálogos escritos por Platón, pero pronto se orienta hacia las enseñanzas de aristotelismo y Santo Tomás. Después de haber alcanzado el título de maestro, empieza los estudios de medicina que, sin embargo, abandona a los dieciocho años para dedicarse a la teología, el estudio de las doctrinas católicas, sin el consentimiento de sus padres. Fanático desde el comienzo, Girolamo se entrega a la lectura de los textos sagrados. Escribe, en 1472, “De ruina Mundi”, y en 1475, “De ruina Ecclesiae”, donde compara la Roma del Papa con la antigua y corrupta Babilonia. Con este espíritu ingresa en el convento de San Agustín en Faenza, donde se convierte en predicador. Posteriormente decide entrar en la orden dominica, ingresando en el convento de San Domenico de Bolonia. Allí se enfrasca en el estudio teológico, y en 1479 se traslada al convento de Santa Maria degli Angeli. Escribe discursos en los que acusaba a la iglesia de todos los pecados. Los Papas humanistas, que ayudaban y mantenían a los artistas, eran su blanco preferido. Sus fieles seguían con devoción sus llamadas a la vida sencilla. Las misas que hacía Girolamo Savonarola llegaron a juntar 15 000 personas. Decía que todos los males de este mundo se deben a la falta de fe; por que, cualquiera que tenga fe, se dará cuenta de inmediato que es muy necesario obrar bien, por que las penas del infierno son infinitas. Según Savonarola, los poderosos de este mundo se sienten orgullosos de haber puesto fin a la vida sencilla de los siglos anteriores. Según él, los sacerdotes de esos tiempos son los peores, por que hacen todo al revés de como deberían hacerlo; a ellos solo les interesa los bienes de este mundo, ya no cuidan las almas ni les inquietan los corazones de su pueblo, si no que solo se preocupan de obtener beneficios.
Finalmente, en 1482, la orden dominica lo envía a Florencia. En sus discursos habla sobre la pobreza y sobre la sobriedad y el carácter fuerte que los verdaderos creyentes deben seguir. Su forma de hablar violenta, y sus críticas excesivas acabaron por desesperar al pueblo, por lo que debió dejar Florencia en 1487. Savonarola empezó a tratar en sus sermones los temas del Apocalipsis y las visiones de la amenaza del fin del mundo. Regresa a Bolonia, donde se convierte en maestro de estudios. En su vida en el convento se distinguiría por sus riguroros ayunos y penitencias, incluyendo el maltrato que se daba con el cilicio y practicando una absoluta frugalidad, comiendo y bebiendo muy poco.
Vuelve a Florencia al Convento de San Marcos, que abandona para volver a Ferrara. En el convento de Santa Maria degli Angeli renuncia a ir a los movimientos sociales para dedicarse con especial énfasis a la predicación después de haber estudiado técnicas para hacer discursos públicos. Cabe mencionar que Florencia era la cuna del lujo y la cultura, hecho que contrastaba con la pobreza que sufría el gentío común.
Llegó a ser prior en el Monasterio de San Marcos en 1491, a la edad de 34 años, donde se convierte en el confesor del gobernador de Florencia, Lorenzo de Médicis, organizador de las célebres hogueras de vanidad o “Quema de Vanidades” donde los florentinos estaban invitados a arrojar sus objetos de lujo y sus cosméticos, además de libros que él consideraba licenciosos, como los de Giovanni Bocaccio. Predica contra el lujo, el lucro, la depravación de los poderosos y la Iglesia, contra la búsqueda de la gloria y, con mucho odio, contra la homosexualidad, entonces llamada sodomía, que él sospechaba que estaba en toda la sociedad de Florencia, donde él vivió. Ataca al Papa Inocencio VIII como “el más vergonzozo de toda la historia, con el mayor número de pecados, reencarnación del mismísimo diablo”.
Cuando en 1492 Savoranola quiso defenderse de las acusaciones que decían que era contrario a los poetas, escribió el ensayo “De divisione et utilitate omnium scientiarum” en el que hace derivar a la poesía de la filosofía racional, demostrando con ello que no tenía exacto conocimiento de la más divina de las artes.
Se considera que se adelantó a la reforma protestante. Predijo que un nuevo Rey Ciro atravesaría el país para poner orden en las costumbres de los sacerdotes y del pueblo. La entrada en la Toscana, región donde estaba Florencia, del ejército francés de Carlos VIII, en 1494, confirmó su predicción. El rey francés Carlos VIII quiso hacer valer su derecho a gobernar Nápoles, por lo que decidió entrar en Italia con su ejército y pasar por Florencia. Savonarola entonces lo ve como un enviado de los cielos para poner orden en el clero, que él consideraba impuro. El 8 de noviembre de 1494, en la Florencia invadida por el rey francés, estalla una sonada rebelión. Sus críticas violentas contra la familia que gobernaba Florencia en esos años, los Médici, acusándolos de corruptos, contribuyeron a la expulsión del gobernador Piero de Médici por los florentinos en 1495. Lorenzo de Médici, que gobernaba Florencia y mantenía con su dinero y sus negocios a Leonardo Da Vinci, también conocía a Savonarola. Se dice que Lorenzo llamó a Savonarola en su lecho de muerte en 1492 y Savonarola lo maldijo, haciendo que Lorenzo terminase sus días, hasta el último suspiro, temiéndole al infierno.
En 1493 el papa Alejandro VI, que le nombró su primer vicario general, aprobó su propuesta de reformar la orden dominica en Toscana. Sus ardientes predicaciones, llenas de avisos proféticos, no eran extrañas en la época, pero sus profecías parecían cumplirse con los desastres que estaba viviendo la Ciudad de Florencia en esos años, como por ejemplo la derrota contra los franceses, o el excesivo lujo de los ricos, que vivían rodeados de obras de arte, frente a miles de personas que vivían en la pobreza. En estas condiciones, la población se acercaba a Savonarola por que denunciaba todo esto. Otro desastre fue la epidemia de la sífilis, que en los tiempos de Savonarola mataba a una parte de la población. Muchos llegaron a creer que Savonarola era el profeta de los “últimos tiempos”.
La iglesia de San Marcos donde predicaba Savonarola fue conocida por su fanatismo. Savonarola no era un teólogo. Él no proclamaba doctrinas. En su lugar, predicaba su idea de la vida cristiana. Afirmaba que un alma intachable era preferible a cualquier acto lujoso o ceremonia excesiva. Con sus críticas no intenta hacer la guerra contra la Iglesia de Roma sino que desea corregir sus pecados.
Savonarola predicaba el ideal de la pobreza y el desposeimiento: “Una iglesia que devasta, que ampara a prostitutas, mozalbetes licenciosos y ladrones, y en cambio persigue a los buenos y perturba la vida cristiana no está impulsada por la religión sino por el diablo, al que no sólo se le puede sino que se le debe hacer frente”.
Savonarola, tras la expulsión de los Médici, surge como líder de la ciudad de Florencia. Girolamo comienza entonces a gobernar la República Democrática de Florencia, de carácter fuertemente religioso en la que se seguían sus ideas sin que él mismo participara activamente en la política, permaneciendo en un segundo plano como eminencia gris. El fervor moral de sus secuaces pronto se transformó en vigilancia, espionaje y denuncias. Como ahora Savoranola estaba en el poder, se pone a perseguir ferozmente a los homosexuales, que hasta entonces eran considerados un delito menor. Inicia la persecución contra las bebidas alcohólicas, el juego, la ropa indecente, los cosméticos. Savonarola ordena a la policía que busque por la ciudad cualquier cosa que permita la vanidad o el pecado. Tablas de juego, libros donde se trataban temas sexuales, peinetas, espejos, perfumes, ropa indecente son retirados por la policía y hechados al fuego purificador, la llamada “hoguera de las vanidades” que mencionamos antes, que era un inmenso fuego que ardía en la plaza principal de la ciudad. También se queman cuadros y obras maestras del Renacimiento que se vivía por aquellos años, también fueron al fuego libros de Petrarca y Bocaccio, libros de los antiguos escritores de la Civilización Romana y Griega de incalculable valor, por ser considerados inmorales. La violencia dirigida por Savonarola se extiende por toda la República de Florencia, en un intento por obligar a los ciudadanos a que retornen a sus costumbres sencillas.
En estas condiciones, se forma un grupo contrario al gobierno de Savonarola, llamados los arrabbiati o los enojados, que son derrotados en las calles por los seguidores de Girolamo. Los miembros del grupo formado por Francisco de Asís, que ya tenían casi 300 años de historia en la ciudad, se muestran como los mayores enemigos de Savonarola, pues con sus predicaciones en la Iglesia de los dominicos, la iglesia franciscana de la Santa Cruz de Florencia, pierde adeptos y se queda vacía; el monje Francesco de la Curia se convierte en la punta de lanza de los críticos de Savonarola.
Savonarola ataca a los Borgia diciendo que son pecadores. Su feroz ataque se centra en Rodrigo Borgia, que poco después llegó a ser Papa con el nombre de Alejandro VI. Savonarola ataca a los amigos de ese Papa, acusándolos de pecadores, incestuosos y mentirosos. Alejandro VI pide a Savonarola que cambie su actitud, primero intentando sobornarlo ofreciéndole el puesto de Cardenal, a lo que Savonarola respondió: “No quiero un birrete cardenalicio ni ninguna mitra, grande ni pequeña. No quiero sino lo que le diste a tus santos: la muerte”. Alejandro le prohibió sus predicaciones pero Savoranola declaraba desde el púlpito que si el Papa manda contra el bien hay que desobedecerle, insistiendo en esto mismo durante la Cuaresma, a más de mortificar al Pontífice con su palabra flagelante que se cebaba duramente contra los defectos de la Corte Romana.
Irritado ante tantas críticas, el Papa Alejandro VI amenaza a todos los habitantes de Florencia con la pena de entredicho, que significaba prohibir los sacramentos para todos los ciudadanos, e impedir que los muertos se entierren en cementerios bendecidos, como era costumbre en esos años. Estas amenazas provocan el terror entre el pueblo de Florencia.
El 13 de mayo de 1497 Savonarola es expulsado de la Iglesia pero el fraile se burló públicamente de la censura y continuó celebrando la Misa y subiendo a la sagrada tribuna para declarar nula la excomunión, pues, decía, el poder papal quedaba sin efecto ante la llamada de Dios. En 1498 el Papa ordena su arresto y ejecución. El 7 de abril de 1498 fallece Carlos VIII, el rey de Francia, quien había sido hasta entonces defensor de Savonarola. Durante la epidemia de peste, a pesar de no poder administrar los santos óleos por estar excomulgado, se dedicó con entusiasmo a atender a los monjes enfermos.
A principios del año 1498, Savonarola publicó su “Tratado acerca del gobierno de Florencia”. En él proponía una reforma de gobierno “basada en la justicia, la paz y la confianza entre los ciudadanos”. Con la reclamación del derecho de resistencia contra la Iglesia el 18 de marzo de 1498, en su último sermón antes de la ejecución, Savonarola tocó un punto delicado. Gran parte de la sociedad florentina aplaudía las aspiraciones de una fracción reformista de teólogos que pretendían contrarrestar el creciente absolutismo del papa mediante una constitución conciliar y la cogestión en las cuestiones de importancia decisiva para la Iglesia; sin embargo, dichos esfuerzos fracasaron y muchos tomaron al Papa por el anticristo.
El franciscano Francisco de Puglia propuso en marzo de 1498 sufrir la prueba del fuego en contradicción con Savoranola, aceptando ser quemado con tal de probar que Savonarola no era un profeta verdadero. Desde entonces el pueblo empezó a fantasear con la posibilidad del espectáculo del fuego. Los gobernantes de Florencia accedían a la realización de la prueba para así quitarse de en medio al fraile comprometedor, y en abril siguiente declaró la Señoría de Florencia que si el dominico fray Domingo era quemado, Savoranola debería abandonar la ciudad dentro de las tres horas siguientes a la realización de la prueba.
El Papa censuró el procedimiento, que constituía una auténtica provocación supersticiosa a Dios, pero Florencia no accedió, y todo fue preparado en la plaza de la Señoría para la realización del extraño juicio. Se decidió que el franciscano Juliano Rondinelli y el dominico Domingo habían de entrar en las llamas. Pero una discusión primero, provocada por el dominico, que quería entrar en las llamas de la hoguera llevando en sus manos el Santísimo Sacramento; y una tempestad después, fueron motivo suficiente para que la gente, cansada de la espera, despejara la plaza y abandonara el espectáculo.
El 8 de abril de 1498, una parte del ejército del Papa entra a Florencia. La ciudad no opone resistencia, y los ciudadanos se muestran dispuestos a detener al monje. Este se esconde junto con sus seguidores en el convento de San Marcos. Mueren muchos de los que intentan protegerlo. Savonarola y los suyos acaban siendo derrotados, incluyendo a sus dos amigos Fray Domenico de Pescia y Fray Silvestro. Poco después, Savonarola, acusado de hereje, rebelión y errores religiosos, es conducido a la prisión de Florencia. El proceso careció de rigor legal, pero había un proverbio de la época que decía: “Donde no haya motivo para proceder, hay que fabricarlo”. Así, durante cuarenta y dos días se le tortura a él y a sus amigos, acusándole con una causa capital: Haberse atribuido el don de profecía, a lo que se sumaban: Herejía, cisma, rebeldía, etc., diecisiete cargos en total.
Padeció varias semanas de torturas inhumanas por “defensor de la herejía y el cisma y por pretender innovaciones perniciosas”. Después de este tiempo Savonarola firma su arrepentimiento con el brazo derecho, brazo que los torturadores habían dejado intacto para que pudiese hacerlo. La confesión fue firmada antes del 8 de mayo de 1498. Después, se arrepiente de haber firmado esa confesión que le entregaron los torturadores, ruega a Dios para que tenga misericordia con él por su debilidad física en la confesión de los crímenes que en realidad creía no haber cometido. En el día de su ejecución, el 23 de mayo de 1498, todavía trabajaba en otra meditación, llamada “Obsedit me” que significa “Obsesionado conmigo”.
El día fijado para su ejecución lo llevaron hasta la Plaza della Signoria junto con sus fieles seguidores, Fray Silvestro de Pescia y Fray Domenico. A los tres les quitaron la ropa, los trataron como herejes y los entregaron a la policía. Los tres fueron colgados con cadenas de una sola cruz. Un eclesiástico le dice: “Te separo de la Iglesia militante y de la triunfante”. El fraile responde: “Solo de la militante; la otra no depende de ti”. Un fuego enorme fue encendido bajo sus cuerpos. Así pues, fueron ejecutados en el mismo lugar donde había ardido la “Hoguera de las Vanidades”.
Un testigo cuenta en su diario que el fraile tardó en quemarse varias horas. Los restos eran sacados y devueltos a la hoguera repetidamente, a fin de que los savonarolistas no los trataran como reliquias. Solo cenizas quedaron al final, que por último serían arrojadas al río Arno, al lado del Ponte Vecchio. El gobierno de Florencia fue posteriormente recuperado por la familia Médici.
Savonarola era intenso, ferviente y carismático en el aspecto personal. Se le compara a Lutero en su denuncia de la corrupción de la Iglesia, pero él no establecía las bases doctrinales que, con Lutero, llevarían al quiebre de la iglesia. Sin cuestionar el dogma católico, era un adelantado de la reforma moral que iba a traer el Protestantismo. Después de la muerte de Savonarola se origina en Florencia el grupo conocido como el Piagnoni para conservar su memoria, organizada en una especie de gremio. Ahora, después de su muerte, los seguidores de la orden de Francisco apoyan las ideas de Savonarola, se organizan junto a los demás seguidores de Girolamo, y en 1527 expulsan de nuevo a los gobernantes de la familia Médici, estableciendo otra vez una cruel tiranía. Esta termina en 1530, en la batalla de Gavinana. Savonarola atrajo la admiración de muchos humanistas religiosos posteriores, quienes valoraron sus profundas convicciones espirituales, pasando por alto sus siniestros excesos como gobernante de Florencia.
[1] Ritual cátaro de Lyon y Nuevo Testamento en provenzal.
[2] Viena 1028.
[3] 1056.
[4] 1163.
[5] 1179.
[6] 1148-1194.
[7] 1162-1196.
[8] 1194-1222.
[9] 1199.
[10] 1213.
[11] Julio de 1210.
[12] Febrero de 1211.
[13] Julio de 1212.
[14] 1213-1276.
[15] 1222-1249.
[16] 1229.
[17] Los Trencavel.
[18] Siglo IV.
[19] 314-335.
[20] Mateo 6.24; Lucas 16.13.
[21] Pastor.
[22] Ellos practicaban un tipo de confesión ante Dios guiados por sus “barbas” o predicadores intinerantes.
[23] Aunque no todas las congregaciones valdenses, lo que complació mucho a Lutero que estaba de acuerdo con el bautismo infantil.
[24] Cambio de la sustancia del pan y del vino en la sustancia del cuerpo y la sangre de Jesucristo.
[25] 1369-1415.
[26] 1414-1418.
[27] Hus significa ganso en checo.
[28] Español cuyo nombre era Pedro de Luna.
[29] Empezaron a llamarse así tras la muerte de Žižka.
[30] 1431-1439.
[31] 1385-1468.
A. Los Cátaros.
Se ha tratado de limitar la Reforma solo a Martín Lutero y a Juan Calvino durante el siglo XVI, pero la realidad es que desde mucho tiempo antes, hubo hombres y mujeres que se opusieron al yugo romano, como los “Albigenses” cerca de 1170, que iniciaron en Bulgaria y que se basaban en creencias maniqueas, que se divulgaron por el Asia Menor y pasaron a los Balcanes en la Edad Media. Este movimiento, también conocido como “cátaro”, se le llamó “albigense” por tener su base en la región de Albi, Languedoc, Francia. Esta denominación no parece muy exacta, puesto que el centro de la cultura cátara estaba en Tolosa y en los distritos vecinos. También recibieron el nombre de “poblicantes”, siendo este último término una degeneración del nombre de los paulicianos, con quienes se les confundía.
Los Paulicianos habían sido deportados desde Capadocia a la región de Tracia en el sureste europeo por los emperadores bizantinos en el siglo IX, donde se transformaron en los bogomilos. Durante la segunda mitad del siglo XII, contaron con gran fuerza e influencia en Bulgaria, Albania y Bosnia. Se dividieron en dos ramas, conocidas como los albanenses y los garatenses. Estas comunidades heréticas llegaron a Italia durante los siglos XI y XII. Los milaneses adheridos a este credo recibían el nombre de “patarinos”, por su procedencia de Pataria, una calle de Milán muy frecuentada por grupos de menesterosos. El movimiento de los patarines cobró cierta importancia en el siglo XI como movimiento reformista.
Y es que el hombre de la Edad Media occidental, que rezaba, que luchaba, que trabajaba, según el reparto en tres órdenes de la sociedad, sentía el arte, la política, lo social, la vida, la muerte en una palabra, el mundo que le rodeaba, en unos términos esencialmente religiosos. La casi totalidad de sus referencias eran cristianas, ya que todo el saber estaba condensado en los monasterios y abadías. Su universo mental no podía salirse de esos conceptos religiosos. Y entendía su propia existencia como resultado de una creación. Toda su vida social y privada se centraba en su salvación y giraba en torno a un tema recurrente: Dios.
El mundo medieval vivía inmerso en la incultura general, y los aires de reforma que envolvían al pueblo cristiano, en busca de un regreso a los ideales evangélicos de pobreza, de pureza en las costumbres y de predicación de la palabra de Dios, estaban bastante cuestionados.
La Reforma Gregoriana, entre los siglos XI y XII, se convertirá en una primera tentativa de respuesta por parte de la Iglesia Católica, a los nuevos problemas planteados por un cristianismo instalado en una Europa en paz, lejos de las antiguas luchas y batallas.
Los Clérigos y laicos, poco a poco saldrán con valentía a recorrer aldeas, poblados y ciudades, para predicar el Evangelio, sin preocuparles obtener ni la autorización de Roma, ni el derecho a traducir las Escrituras del latín. Y en estas tierras, los cataros se hicieron famosos.
El nombre “cátaro” viene probablemente del griego kazarós: “Puros”, que fue impuesto por los católicos en son de burla. Otro origen sugerido es el término latino cattus: “Gato”, el alemán ketter o el francés catiers, asociado habitualmente a “adoradores del diablo en forma de gato” o brujas y herejes.
El catarismo era un movimiento religioso de carácter gnóstico que contaba con la protección de algunos señores feudales vasallos de la corona de Aragón. Eran los propulsores de un nuevo orden social a partir del ascetismo. Con influencias del maniqueísmo en sus etapas pauliciana y bogomila, el catarismo proponía una dualidad creadora Dios y Satanás, con un dios de luz y verdad, del Nuevo Testamento, y otro de tinieblas y error, del Antiguo Testamento, y enseñaban que había una lucha entre estos dioses y otra entre el espíritu y la materia.
Según los autores católicos tradicionales, esta era una característica distintiva del gnosticismo, cierta corriente residual del neoplatonismo, principalmente el maniqueísmo y luego la teología de los bogomilos. Probablemente, esta idea también había sido influida por otras antiguas líneas de pensamiento gnósticas. De acuerdo con los cátaros, el mundo había sido creado por una deidad diabólica conocida por los gnósticos como el Demiurgo. Los cátaros identificaron al Demiurgo con el ser al que los cristianos denominaban Satán. Sin embargo, los gnósticos del siglo I no habían hecho esta identificación, probablemente porque el concepto del diablo no era popular en aquella época, en tanto que se fue haciendo más y más popular durante la Edad Media.
Según la comprensión cátara, el Reino de Dios no es de este mundo. Dios creó cielos y almas. El mundo material, el mal, las guerras y a la Iglesia Católica. Ella con su realidad terrena y la difusión de la fe en la Encarnación de Cristo, era una herramienta de corrupción. Los hombres son una realidad transitoria, una “vestidura” de la simiente angélica. Afirman que el pecado se produjo en el cielo y que se ha perpetuado en la carne. La doctrina católica tradicional, en cambio, considera que aquél vino dado por causa de la carne y contagia en el presente al hombre interior, al espíritu, que estaría en un estado de caída como consecuencia del pecado original. Para los católicos, la fe en Dios redime, mientras que para los cátaros exige un conocimiento del estado anterior del espíritu para purgar su existencia mundana y una transformación personal a partir de dicho conocimiento. No existe en ellos una sumisión a lo dado, a la materia, que no sería más que un sofisma tenebroso que obstaculiza la salvación.
En resumen, el cátaro pretende restituir transitoriamente la vida angélical en el mundo para hacerse, como individuo iluminado, merecedor de una existencia superior. El catarismo supone un cuestionamiento abierto de toda la revelación cristiana, así como de sus ejes filosóficos centrales.
Los cátaros también creían que las almas se reencarnarían hasta que fuesen capaces de un autoconocimiento que las llevaría a la visión de la divinidad y así poder escapar del mundo material y elevarse al paraíso inmaterial. La forma de escapar al ciclo de reencarnaciones era vivir una vida ascética, contemplativa, de autoconocimiento y no ser corrompido por el mundo. Aquellos que siguiesen estas normas eran conocidos como Perfectos. Los Perfectos se consideraban herederos de los apóstoles y tenían el poder de borrar los pecados y conexiones con el mundo material de las personas, de forma que fuesen al cielo cuando murieran.
Los Cataros consideraban pecado lo que la Iglesia romana consideraba pecado. Igualmente entendían a su modo el arrepentimiento. No era una penitencia para la redención de los pecados, sino que era la aspiración hacía la perfección. La sed de elevarse al nivel espiritual más elevado, venciendo la naturaleza caída en sí mismos. Consideraban que no solo era posible, sino necesario liberarse del pecado antes, y no después, del Juicio Universal; es decir, en el transcurso de la vida. Tampoco reconocían la autoridad de los Reyes, los Obispos y el Papa. Con sus actos lograron anular a los curas del Languedoc y por lo tanto se convirtieron en enemigos de la Iglesia Romana. El merito de los cataros se basaba esencialmente en que no mentían.
Otra de sus virtudes era que a diferencia de los clérigos, trabajaban y no vivían de la caridad. Aceptaban dadivas y donaciones pero enseguida eran utilizadas en servicios a la comunidad, reparando las casas de los pobres, los pajares, construyendo pozos artesianos, etc. todo ello contribuyo mas tarde a la terrible persecución de que fueron objeto y a su aniquilación.
Una de las ideas que resultaron más heréticas en la Europa feudal fue la creencia de que los juramentos eran un pecado, puesto que ligaban a las personas con el mundo material. Denominar a los juramentos pecado, era muy peligroso en una sociedad en la que el analfabetismo era norma común y casi todas las transacciones comerciales y compromisos de fidelidad se basaban en juramentos. De ahí que fueran considerados un peligro para el estado.
Los creyentes se dividían en perfecti u “hombres buenos” o “buenos creyentes”, el clero, que eran pocos en número y practicantes de la ascesis que llevada al extremo los llevaba a la muerte en un estado de pureza, y credentes, los simples feligreses, que participaban de la comunidad mediante una ceremonia llamada convenenza y a través de la recepción del consolamentum, el bautismo del Espíritu Santo, antes de dicha muerte asistida por el resto del grupo, al que se sometían imitando el ascetismo de los perfecti. Después de recibirlo, el creyente era alentado para dejar de comer a fin de acelerar la muerte y evitar la “contaminación” del mundo. Rechazaban el matrimonio, la procreación, la guerra, el énfasis en lo material, consumir ciertos alimentos, los gobiernos y los juramentos. Al creer que el infierno era el encarcelamiento del alma dentro del cuerpo, algunos vivían de manera inmoral, mientras que otros eran sumamente rigurosos.
Los cátaros comprendían la virginidad como la abstención de todo lo que es capaz de “aterrar” el compuesto espiritual, como la imagen universal de la vida, que deja realizar el divino potencial. En sus polémicas con los católicos decían que Jesús había sido una aparición que mostró el camino a Dios. Creían que no era posible que un Dios bueno se hubiese reencarnado en forma material, ya que todos los objetos materiales estaban contaminados por el pecado. Pero ellos no se consideraban asimismo profetas como el persa Mani, el cual había acuñado el maniqueísmo compilando las doctrinas de Zoroastro, Buda y Jesús.
Los historiadores atan el inicio del movimiento cátaro con la Escitia antigua, donde San Andrés, según las leyendas rusas antiguas, portó el misterio del Grial a las tierras eslavas como “la fe de los puros y perfectos”, “la fe de los hombres buenos”. La segunda comunidad del Grial la fundó en la Santa Rusia el príncipe de Kiev, Ascold, al final del siglo IX. Según las apócrifas eslavas, la Madre de Dios, acercándose a Ascold, le pide propagar la fe de Cristo en la Santa Rusia, la fe en el Dios del Amor. Según alguna interpretación, el Cáliz del Grial debía hacerse un símbolo común de enlace del panteón eslavo y cristiano.
El catarismo eslavo ejerció una colosal influencia en la espiritualidad de Rusia. De los cátaros eslavos vinieron los “viejos creyentes” ortodoxos, los herederos del Grial del Monte Athos. El Grial ruso estuvo entre la gran constelación de los sabios sagrados de Óptina Pústyñ, y desde la tradición cátara eslava vino la tradición de Nil de Sora de los sabios "no-codiciadores" de Transvolga. En el siglo X, Rusia era “bautizada” con violencia en la fe bizantina ortodoxa por el príncipe Vladímir. El catarismo, desalojado por Bizancio, a través Bulgaria partió a Occidente.
Parece ser que sus doctrinas tuvieron grandes similitudes con las de los bogomilos e incluso más con las de los paulicianos, con quienes estuvieron conectados. Sin embargo, es difícil formarse una idea exacta de las doctrinas cátaras, ya que existen pocos textos cátaros. Los escasos textos cátaros que aún existen[1] contienen escasa información acerca de sus creencias y prácticas morales.
Se vestían de negro, sin comer carne y practicando la castidad, y además esas casas eran sus talleres de trabajo, escuelas, hospicios. Estaban organizados en obispados, presididos por el obispo y sus ayudantes: Un Hijo Mayor y un Hijo Menor. Cuando moría el obispo le sucedía el Hijo Mayor, cuya posición era ahora ocupada por el Hijo Menor, y al puesto de este accedería un nuevo personaje. Los obispados eran independientes, y se encargaban de nombrar diáconos que administraban en las casas religiosas una penitencia colectiva. Los hombres eran ángeles caídos que tenían que liberarse de este mundo. Cristo sería el enviado de Dios para indicar el camino de salvación. No reconocían la naturaleza física de este, ni veneraban la cruz, que para ellos era un instrumento de suplicio.
No aceptaban los cultos de la Iglesia. Todas las almas se salvarían, y la que no, volvería a encarnarse. Tener hijos era alargar la vida de este lugar y traer más almas a este mundo de Lucifer. Practicaban ayuno los lunes, jueves y viernes. Otras practicas eran: El melhorament, tres reverencias al paso de un perfecto; el aparelhament, una especie de confesión penitencial; la convenenza, que era un convenio por el que el creyente recibiría el consolament a la hora de su muerte, y parece que cuando la cosa se les llegó a poner muy adversa practicaron la endura, que era una especie de suicidio místico a causa de un ayuno total.
Llegados a la Europa occidental, los cátaros difundieron su enseñanza en muchos países. Los primeros cátaros aparecieron en Lemosín entre 1012 y 1020. Algunos fueron descubiertos y ejecutados en la ciudad langüedociana de Toulouse en 1022. La creciente comunidad fue condenada en los sínodos de Charroux[2] y Tolosa[3]. Se enviaron predicadores para combatir la propaganda cátara a principios del siglo XII. Sin embargo, los cátaros ganaron influencia en Occitania debido a la protección dispensada por Guillermo, duque de Aquitania, y por una proporción significativa de la nobleza occitana. El pueblo estaba impresionado por los Perfectos y por la predicación antisacerdotal de Pedro de Bruys y Enrique de Lausanne en Périgord.
Se extendieron por el sur de Francia bajo el patrocinio del conde Raimundo VI de Tolosa. En respuesta la Iglesia Católica consideró sus doctrinas como heréticas. En 1147, el Papa Eugenio III envió un legado a los distritos afectados para detener el progreso de los cátaros. Los escasos y aislados éxitos de Bernardo de Claraval no pudieron ocultar los pobres resultados de la misión ni el poder de la comunidad cátara en la Occitania de la época. Las misiones del cardenal Pedro de San Crisógono a Tolosa y el Tolosado en 1178, y de Enrique, cardenal-obispo de Albano, en 1180-1181, obtuvieron éxitos momentáneos. La expedición armada de Enrique de Albano, que tomó la fortaleza de Lavaur, no extinguió el movimiento.
En el Concilio de Tours de 1163 se amenaza a los castellanos que apoyan a los herejes. En el mes de Mayo de 1167, en el castillo de Saint-Felix de Caramon, el pope oriental Nicetas dar el consolament, es decir, el bautismo de los cátaros, a una “gran multitud” de gentes de la zona occitana. Se ordenaron seis obispos y se constituyen comisiones para delimitar los territorios de las diócesis de Albi, Tolosa, Carcasona y Agen. El catarismo se organiza ahora como Iglesia, dejando claramente fijado su dogma, en el cual se da la oposición entre dos principios en igualdad de fuerzas: Dios, que creó el universo, y Satanás, que creó la tierra.
Así es como la Iglesia cátara tomará fuerza en el mediodía francés, ya que los obispos de Tolosa, Albi y Carcasona no se ven obligados a intervenir. Por tanto en este ambiente permisivo se concentran los seguidores cátaros que en el norte de Francia se estaban viendo perseguidos. El clero meridional no era tan activo como el del norte, y hasta el Papa Inocencio III los acusa de pasividad y de solo buscar beneficios. La razón no es que los prelados fuesen más inactivos que en otras zonas, pero quizá si insuficientes para la amplitud de las diócesis, donde quedaban lugares del ámbito rural de los que se encargaban curas mediocres que no podían luchar contra las predicaciones cátaras, las cuales encontraron acogida entre la gente. En el norte la interacción entre los eclesiásticos, el poder secular y el propio pueblo no les permitió proliferar.
Raimundo V, conde de Tolosa, envía una carta expresando su impotencia ante los herejes que se implantan en el pueblo, ante la que los reyes de Inglaterra y Francia envían dos misiones: La primera en 1178, con el legado papal Pierre de Paire, con resultados escasos. Se excomulga al vizconde Roger de Trencavel y se condena al obispo c taro de Tolosa Bernard Raymon, pero no se les hace nada.
Tras el concilio de Letrán de 1179 se va formando la idea de la intervención armada. En 1181 Henry de Marcy cerca el castillo de Lavaur y consigue el arrepentimiento del vizconde Roger y la conversión de dos perfectos apresados.
De todas formas nadie tiene interés en ocupar las difíciles sedes episcopales occitanas y se va incubando la idea de una entrada armada que acabe con el problema de manera tajante. En el norte la actuación violenta del poder civil y del pueblo impidió a los cátaros prosperar, pero en el sur la población cátara era entre el 5 y el 10% o más en las ciudades, y era tolerada por muchos más. En 1184 se impone la pena de fuego para los herejes impenitentes y reincidentes.
Las persistentes decisiones de los concilios contra los cátaros en este periodo en particular, las del Concilio de Tours[4] y del Tercer Concilio de Letrán[5], apenas tuvieron mayor efecto. Cuando Inocencio III llegó al poder en 1198, resolvió suprimir el movimiento cátaro con la definición sobre la fe del IV Concilio de Letrán. Tiene formación jurídica y pone en práctica la ideología de la teocracia.
A raíz de este hecho, la posibilidad cada vez más real de que Inocencio III decidiese resolver el problema cátaro mediante una cruzada provocó un cambio muy importante en la política occitana: La alianza de los condes de Tolosa con la Casa de Aragón. Así, si Raimundo V[6] y Alfonso II de Aragón[7] habían sido siempre rivales, en 1200 se concertó el matrimonio entre Ramón VI de Tolosa[8] y Eleonor de Aragón, hermana de Pedro II el Católico, quien, en 1204, acabaría ampliando los dominios de la Corona de Aragón con el Languedoc al casarse con María, la única heredera de Guillermo VIII de Montpellier.
Al principio, el Papa, por una decretal[9], pondrá en práctica en Italia que a todo aquel que no acate la doctrina pontificia se le confiscaran las tierras y ser proscrito, lo que en 1200 se extiende a Occitania. También Inocencio III probó con la conversión pacífica, enviando legados a las zonas afectadas. Los legados tenían plenos poderes para excomulgar, pronunciar interdictos e incluso destituir a los prelados locales. Sin embargo, estos no tuvieron que lidiar únicamente con los cátaros, con los nobles que los protegían, sino también con los obispos de la zona, que rechazaban la autoridad extraordinaria que el Papa había conferido a los legados.
Se recurre a los cistercienses para combatir la herejía en 1203. Los legados son ahora dos monjes de la abadía narbonense de Fontfroide: Raoul de Fontfroide y Pierre de Castelnau, a los que se une el abad de Citeaux Arnaud Amaury, personajes que no parecen ser elegidos por su oratoria, sino más bien por su rigidez y severidad. Estos realizan una labor de depuración del clero occitano, y hacen que la nobleza se comprometa a extirpar la herejía. Pedro II de Aragón era vasallo del Papa, pero el Mediodía francés se encomendar a su protección, por lo que no utilizar las armas contra ellos. Los cistercienses apenas tienen éxito. Cambian su método por la predicación a la manera cátara, en coloquios con los herejes. Esto se debe a la actuación de dos clérigos españoles: Diego de Osma y Domingo de Guzmán, que consiguen muchas conversiones. Pero los cistercienses no contaban con mucha popularidad. Hasta tal punto que, en 1204, Inocencio III suspendió la autoridad de los obispos en Occitania. Sin embargo, no obtuvieron resultados, incluso después de haber participado en el coloquio entre sacerdotes católicos y predicadores cátaros, presidido en Béziers en 1204, por el rey aragonés Pedro el Católico.
El monje cisterciense Pedro de Castelnau, un legado papal conocido por excomulgar sin contemplaciones a los nobles que protegían a los cátaros, llegó a la cima excomulgando al conde de Tolosa, Raimundo VI en 1207 como cómplice de la herejía. El legado fue asesinado cerca de la abadía de Saint Gilles, donde se había reunido con Raimundo VI, el 14 de enero de 1208, por un escudero de Raimundo de Tolosa. El escudero afirmó que no actuaba por orden de su señor, pero este hecho poco creíble, fue el detonante que comenzó la cruzada contra los albigenses.
El Papa convocó al rey Felipe II de Francia para dirigir una cruzada contra los cátaros, pero esa primera convocatoria fue desestimada por el monarca francés, al que le urgía más el conflicto con el rey inglés Juan Sin Tierra. Entonces Pedro el Católico, que se acababa de casar, acudió a Roma en donde Inocencio III le coronó solemnemente y, de esta manera, el rey de la Corona de Aragón se convertía en vasallo de la Santa Sede, con la cual se comprometía a pagar un tributo. Con este gesto, Pedro el Católico pretendía proteger sus dominios del ataque de una posible cruzada. Por su parte, el Santo Padre, receloso de la actitud del rey aragonés hacia los príncipes occitanos sospechosos de tolerar la herejía e incluso de practicarla, no quiso delegar nunca la dirección de la cruzada a Pedro el Católico. Posteriormente, el rey aragonés y su hermano Alfonso II de Provenza tomaron medidas contra los cátaros provenzales.
En 1207, al mismo tiempo que Inocencio III renovaba las llamadas a la cruzada contra los herejes, dirigidas ahora no solo al rey de Francia, sino también al duque de Borgoña y a los condes de Nevers, Bar y Dreux, entre otros, el legado papal Pedro de Castelnau dictó sentencia de excomunión contra Raimundo VI, ya que el conde de Tolosa no había aceptado las condiciones de paz propuestas por el legado, en el que se obligaba a los barones occitanos no admitir judíos en la administración de sus dominios, a devolver los bienes expoliados a la Iglesia y, sobre todo, a perseguir a los herejes. A raíz de la excomunión, Raimundo VI tuvo una entrevista con Pedro de Castelnau en Sant Geli en enero de 1208, muy tempestuosa y conflictiva, de la que no salió ningún acuerdo.
Ante lo inútil de los esfuerzos diplomáticos el Papa decretó que toda la tierra poseída por los cátaros podía ser confiscada a voluntad y que todo aquel que combatiera durante cuarenta días contra los “herejes”, sería liberado de sus pecados. La cruzada logró la adhesión de prácticamente toda la nobleza del norte de Francia. Por tanto, no es sorprendente que los nobles del norte viajaran en tropel al sur a luchar. Inocencio encomendó la dirección de la cruzada al rey Felipe II Augusto de Francia, el cual, aunque declina participar, sí permite a sus vasallos unirse a la expedición.
La llegada de los cruzados va a producir una situación de guerra civil en Occitania. Por un lado, debido a sus contenciosos con su sobrino, Ramón Roger Trencavel, vizconde de Albí, Béziers y Carcasona, Raimundo VI de Tolosa dirige el ejército cruzado hacia los dominios del de Trencavel, junto con otros señores occitanos, tales como el conde de Valentines, el de Auvernia, el vizconde de Anduze y los obispos de Burdeos, Bazas, Cahors y Agen. Por otro lado, en Tolosa se produce un fuerte conflicto social entre la “compañía blanca”, creada por el obispo Folquet para luchar contra los usureros y los herejes, y la “compañía negra”, dando lugar a una especie de guerra civil entre defensores de los herejes y los que se ponen en favor de la cruzada. El obispo consigue la adhesión de los sectores populares, enfrentados con los ricos, muchos de los cuales eran cátaros.
La batalla de Béziers, que obedecía a un plan preconcebido de los cruzados de exterminar a los habitantes de las villas fortificadas que se les resistieran, indujo al resto de las ciudades a rendirse sin combatir, excepto Carcasona, la cual, asediada, tendrá que rendirse por falta de agua. Aquí, sin embargo, los cruzados, tal como lo habían negociado los cruzados con el rey Pedro el Católico, no eliminarón a la población, sino que simplemente les obligaron a abandonar la ciudad. Pedro II morirá a manos de los cruzados de Simón de Montfort en el asalto a Muret[10], cuando acudió a intentar defender a sus vasallos tolosanos, a pesar de que había sido ungido por el Papa. En Carcasona muere Ramón Roger Trencavel. Sus dominios son otorgados por el legado papal al noble francés Simón de Montfort, el cual entre 1210 y 1211 conquista los bastiones cátaros de Bram, Minerva, Termes, Cabaret y Lavaur, este último con la ayuda de la compañía blanca del obispo Folquet de Tolosa. A partir de entonces se comienza a actuar contra los cátaros, condenándoles a morir en la hoguera.
La batalla de Beziers y el despojo de los Trencavel por Simón de Montfort van a avivar entre los poderes occitanos un sentimiento de rechazo hacia la cruzada. Así, en 1209, poco después de la caída de Carcasona, Raimundo VI y los cónsules de Tolosa van a negarse a entregarle a Arnaldo Amalric los cátaros refugiados en la ciudad. Como consecuencia, el legado pronuncia una segunda sentencia de excomunión contra Raimundo VI y lanza un interdicto contra la ciudad de Tolosa.
Para reclamar la amenaza que la cruzada anticátara permitía contra todos los poderes occitanos, Raimundo VI, después de haberse entrevistado con otros monarcas cristianos: El emperador del Sacro Imperio Otón IV, los reyes Felipe II Augusto de Francia y Pedro el Católico de Aragón, intenta obtener de Inocencio III unas condiciones de reconciliación más favorables. El Papa accede a resolver el problema religioso y político del catarismo en un concilio occitano. Sin embargo, en las reuniones conciliares de Saint Gilles[11] y Montpellier[12], el conde de Tolosa rechaza la reconciliación cuando legado Arnaldo Amalric le pide condiciones tales como la expulsión de los caballeros de la ciudad y su partida a Tierra Santa.
Después del concilio de Montpellier, y con el apoyo de todos los poderes occitanos, príncipes, señores de castillos o comunas urbanas amenazadas por la cruzada, Raimundo VI vuelve a Tolosa y expulsa al obispo Folquet. Acto seguido, Simón de Montfort comienza el asedio de Tolosa en Junio de 1211, pero tiene que retirarse ante la resistencia de la ciudad.
Para poder enfrentarse a Simón de Montfort, visto en Occitania como un ocupante extranjero, los poderes occitanos necesitaban un aliado poderoso y de ortodoxia católica indudable, para evitar que el de Montfort pudiera demandar la predicación de una nueva cruzada. Así pues, Raimundo VI, los cónsules de Tolosa, el conde de Foix y el de Comenge se dirigieron al rey de Aragón, Pedro el Católico, vasallo de la Santa Sede tras su coronación en Roma en 1204 y uno de los artífices de la victória cristiana contra los musulmanes en las Navas de Tolosa[13]. También, en 1198, Pedro el Católico había adoptado medidas contra los herejes de sus dominios.
En el conflicto político y religioso occitano, Pedro el católico, nunca favorable ni tolerante con los cátaros, intervino para defender a sus vasallos amenazados por la rapiña de Simón de Montfort. El barón francés, incluso después de pactar el matrimonio de su hija Amicia con el hijo de Pedro el Católico, Jaime, el futuro Jaime I[14], continuó atacando a los vasallos occitanos del rey aragonés. Por su parte, Pedro el Católico buscaba medidas de reconciliación, y así, en 1211, ocupa el castillo de Foix con la promesa de cederlo a Simón de Montfort solo si se demostraba que el conde no era hostil a la Iglesia.
A principios de 1213, Inocencio III, recibida la queja de Pedro el Católico contra Simón de Montfort por impedir la reconciliación, ordena a Arnaldo Amalric, entonces arzobispo de Narbona, negociar con Pedro el Católico e iniciar la pacificación del Languedoc. Sin embargo, en el sínodo de Lavaur, al cual acude el rey aragonés, Simón de Montfort rechaza la conciliación y se pronuncia por la deposición del conde de Tolosa, a pesar de la actitud de Raimundo VI, favorable a aceptar todas las condiciones de la Santa Sede. En respuesta a Simón, Pedro el católico se declara protector de todos los barones occitanos amenazados y del municipio de Tolosa.
A pesar de todo, viendo que ese era el único medio seguro de erradicar la llamada herejía, el Papa Inocencio III se pone de parte de Simón de Montfort, llegándose así a una situación de confrontación armada, resuelta en la batalla de Muret el 12 de septiembre de 1213, en la que el rey aragonés, defensor de Raimundo VI y de los poderes occitanos, es vencido y asesinado. Acto seguido, Simón de Montfort entra en Tolosa acompañado del nuevo legado papal, Pedro de Benevento, y de Luis, hijo de Felipe II Augusto de Francia. En noviembre de 1215, el Cuarto Concilio de Letrán reconocerá a Simón de Montfort como conde de Tolosa, desposeyendo a Raimundo VI, exiliado en Cataluña después de la batalla de Muret.
El 1216, en la corte de París, Simón de Montfort presta homenaje al rey Felipe II Augusto de Francia como duque de Narbona, conde de Tolosa y vizconde de Beziers y Carcasona. Fue, sin embargo, un dominio efímero. En 1217, estalla en Languedoc una revuelta dirigida por Raimundo el Joven, el futuro Ramón VII de Tolosa[15], que culmina en la muerte de Simón, en 1218 y en el retorno a Tolosa de Raimundo VI, padre de Raimundo el Joven.
El sucesor de Simón, Amaury de Monfort, cede sus derechos condales en 1224 al rey de Francia, que ahora si acudía al llamamiento del Papa Honorio III.
En el Languedoc empezaba a resurgir otra vez el catarismo, pero ahora el Papa tenía un importante aliado que era la monarquía de los Capetos, que reemprende la segunda fase de la cruzada en 1226 con el Rey Luis VIII. El ahora conde de Tolosa Raimundo VII, que había intentado que se le reconociera su condado, lo que el concilio de Bourges consideró como un peligro por el renacimiento de la iglesia cátara y los faidits, por lo que se ratifica su excomunión en París, el 12 de Enero de 1226. La guerra se prolongar tres años, en los que la devastación de las tierras por los cruzados hace finalmente someterse a Raimundo VII al rey Luis IX, y en el tratado de Meaux se compromete a perseguir la herejía y desmantelar las plazas fuertes. Carcasona estaba también en manos de un senescal del rey, y los Trencavel estaban exiliados en Aragón. La guerra terminó definitivamente con el tratado de París[16], por el que el rey de Francia desposeyó a la Casa de Tolosa de la mayor parte de sus feudos y a la de Beziers[17] de todos ellos. La independencia de los príncipes occitanos tocaba a su fin. Sin embargo, el catarismo no se extinguió.
La Inquisición se estableció en 1229 para extirpar totalmente a los cátaros, ya que no habían sido erradicados con la cruzada y las hogueras, sino que se habían revestido de un aura de martirio. Ya no contaba con el apoyo de la casta aristocrática, por lo que llevaban a cabo una predicación clandestina, apoyados por proscritos armados. Había que romper los lazos de solidaridad que profesaba la gente con los herejes, y de esto se encargará la Inquisición.
Ya se habían dado disposiciones que marcaban el procedimiento inquisitorial: En 1184 la pena de fuego; 1199 la confiscación de bienes; autorización del empleo de la tortura; mantenimiento del secreto sobre los testigos o acusadores, de todo lo cual se encargaba el brazo secular. Faltaba la creación de un tribunal especializado y que tuviera una amplia jurisdicción, por encima de fronteras políticas y obispados. En 1231 aparece un delegado en Alemania, y de ahí el sistema se establece en Francia. El tribunal se confió a las jóvenes órdenes mendicantes, dominicos y franciscanos. Solo dependía del Papa, y realizó una labor de encuesta itinerante. Así fueron capturando a los herejes clandestinos y sus protectores, y entregados al poder secular, que era el encargado de la ejecución. Las hogueras colectivas desaparecieron para dar lugar a ejecuciones individuales. Los acusados podían defenderse. Los registros de las declaraciones son hoy día una gran fuente de estudio.
Operando en el sur de Tolosa, Albí, Carcasona y otras ciudades durante todo el siglo XIII y gran parte del XIV, la inquisición tuvo éxito en la erradicación del movimiento. Desde mayo de 1243 hasta marzo de 1244, la ciudadela cátara de Montsegur fue asediada por las tropas del senescal de Carcasona y del arzobispo de Narbona.
Raimundo VII trataba por todos los medios de mantener su condado, pero no tenía heredero barón, y su hija se casaría a causa del tratado con el hermano del rey francés. La población mientras tanto se mostraba disconforme con la actuación inquisitorial, protagonizando motines como el de Tolosa en 1235. El conde buscó apoyo contra el rey en Inglaterra y en el conde de la Marche, y se decidió a actuar cuando los expatriados que luchaban por la libertad de los condados o faydits, que se mantenían en el castillo de Montsegur, acaban con los inquisidores de Avignonet en Mayo de 1242. Los tolosanos son vencidos por el ejército francés en Saintes y Taillebourg. En 1243 Raimundo VII pacta en Lorris la paz y se compromete a luchar con la herejía que renacía y que tenía refugio en Montsegur, con el señor Raimond Pereille. El senescal real de Carcasona asedió la plaza desde el verano de 1243 hasta el 16 de Marzo de 1244. Los herejes que allí había, unos 200, fueron quemados en la hoguera, incluidos los últimos obispos e Hijos y diáconos, y los supervivientes interrogados por la inquisición, que fueron cantando a la gloria de Dios durante el camino a su muerte.
El 16 de marzo de 1244 tuvo lugar un acto, en donde los líderes cátaros, así como más de doscientos seguidores, fueron arrojados a una enorme hoguera en el “prado de los quemados” junto al pie del castillo. Más aún, el Papa, mediante el Concilio de Narbona en 1235 y la bula Ad extirpanda en 1252, decretó severos castigos contra todos los laicos sospechosos de simpatía con los cátaros.
Perseguidos por la Inquisición y abandonados por los nobles, los cátaros se hicieron más y más escasos, escondiéndose en los bosques y montañas, y reuniéndose solo secretamente. El pueblo hizo algunos intentos de liberarse del yugo francés y de la Inquisición, estallando en revueltas al principio del siglo XIV. Pero en este punto la secta estaba exhausta y no pudo encontrar nuevos adeptos.
Muchos creyentes huyeron a Italia, donde los conflictos entre güelfos y gibelinos, permitía un margen de actuación a los cátaros. Allí se ordenaron y pretendían volver a sus tierras a predicar, pero la vigilancia de la Inquisición se lo impedía. La ortodoxia triunfaba en el occidente europeo y también un férreo orden feudal cuya cúspide era el rey.
Entre 1300 y 1310 se formó una pequeña iglesia entre la Gascuña y el Lauragais bajo la iniciativa de los hermanos Authié, ordenados en Italia. Contaron con el apoyo de sus familias y las redes clientelares, lo que propagó de nuevo la fe en los Buenos Hombres, pero la pretensión de continuar como iglesia hizo que los inquisidores pusieran todo su empeño en capturar a los herejes y quemarlos. En el primer tercio del siglo XIV ya nadie podía declararse cátaro ni ser ordenado, ya que no había nadie que lo hiciera. Tras 1330, los registros de la Inquisición apenas contienen procedimientos contra los cátaros.
El movimiento cátaro no es aislado y se inserta en una serie de alternativas religiosas de la época. Dichas alternativas fueron regladas por la iglesia católica o aniquiladas por medio de la fuerza de la corona; siempre que no pudieron ser sometidas. No hay duda, sin embargo, de que sus concepciones religiosas contradecían totalmente dogmas ya establecidos por el cristianismo, era un movimiento herético desde su fundamento, gnóstico.
A finales del siglo XIII el movimiento, debilitado, entró en la clandestinidad. En otros lugares, aún sin ser perseguido, también acabó por desaparecer el movimiento. En Italia lo hizo en el XV, y en la zona de los Balcanes se acabó con la conquista turca.
Desde la segunda mitad del siglo XX, el catarismo es objeto de investigaciones y de un esfuerzo por integrar su recuerdo a la identidad de las regiones donde se encontraba su foco central de influencia: El Languedoc y la Provenza, regiones del "Midi" o tercio sur de Francia. Según las nuevas investigaciones de los historiadores de la religión, se han descubierto muchas influencias de los cátaros con la orden de los Templarios, de los Hospitalarios y algunas órdenes monacales, particularmente en la época de la persecución de los cátaros.
B. Los Valdenses.
Cerca de estas fechas es que se desarrolla la “Iglesia Evangélica Valdense”, bajo el liderazgo de Pedro Valdo en Francia, a quien, junto con sus seguidores, le llamaban los “Pobres de Lyon” y que deseaban reformar la Iglesia cansados de tantos desmanes, aunque tanto los historiadores católicos como los protestantes no concuerdan en cuanto a los orígenes de los valdenses.
Los primeros consideran a los valdenses como un fenómeno aislado que surgió repentinamente a fines del siglo XII bajo la dirección de un francés de Lyón llamado Vaudes, Valdés, Waldo o Pedro Valdo. En cambio, muchos protestantes afirman que los valdenses constituyen un eslabón en la cadena continua de disidentes que surgieron entre la época del emperador Constantino[18] y los reformadores protestantes del siglo XVI. Algunos historiadores protestantes opinan que el nombre de valdense, aplicado también a los procedentes del país de Vaud, se deriva de la palabra latina vallis, que significa “valle”, y se refiere al hecho de que aquellos disidentes a quienes se perseguía con persistencia como herejes se vieron obligados a refugiarse en los valles alpinos de Francia e Italia. La verdad parece ser que Valdo y sus seguidores llegaron a ser el punto de reunión para grupos similares de perseguidos por la iglesia católica, algunos de los cuales habían estado en las sombras por largo tiempo. Evidentemente, la separación de la Iglesia Ortodoxa en el siglo VII ya había creado en la Iglesia primitiva un cisma, aun cuando el protestantismo no comulgue en casi ninguna de las ideas de esta iglesia.
En este sentido, los mismos Valdenses primitivos se consideraban a sí mismos como un remanente fiel de la verdadera Iglesia Cristiana tras la época del Papa Silvestre[19].
La leyenda dice que Valdo era un comerciante adinerado de Lyón que estaba casado y tenía dos hijas. Siendo hombre devoto y católico practicante, en 1173, tras la muerte repentina de un conocido pidió a un amigo teólogo que le diera consejo de las Escrituras en cuanto a lo que debía hacer para agradar a Dios, ya que estaba lleno de temor y ansias de salvación para su alma. En respuesta, su amigo citó Mateo 19.21, donde Jesús dijo al joven rico: “Si quieres ser perfecto, ve, vende tus bienes y da a los pobres y tendrás tesoro en el cielo y, ven, sé mi seguidor”. Se cree que lo hizo irónicamente, ya que Valdo era uno de los hombres más ricos de la ciudad.
La leyenda continúa diciendo que Valdo tomó literalmente este consejo. Así, después de proveer para el sustento de su esposa y colocar a sus dos hijas en un convento, comisionó a dos sacerdotes, Etienne d'Anse y Bernard Ydros, para que tradujeran los Evangelios y otros libros de la Biblia al idioma occitano que se hablaba en las regiones de la Provenza y el Delfinado, actualmente, el sudeste de Francia. Entonces distribuyó el resto de sus posesiones entre los pobres a quienes dio pan, verdura y carne a todo el que acudió a él en momentos en que una hambruna muy grande asolaba a Francia y Alemania y se puso a estudiar la Palabra de Dios y envió mensajeros de pueblo en pueblo para que leyeran la Sagrada Escritura a quienes no sabían latín. Además, predicó en las calles de Lyón, invitando a los habitantes a que despertaran espiritualmente y regresaran al cristianismo según él lo entendía en las Escrituras. Se dice que ponía énfasis en la declaración de Jesús: “No podéis servir a dos amos, a Dios y al Dinero”[20].
Para poder distribuir estas porciones de la Biblia, Valdo y sus colaboradores utilizaron tácticas de venta especiales para evitar ser denunciados. Un inquisidor los describe viajando de un pueblo a otro y vendiendo mercaderías para lograr entrar a las casas. Explica que ofrecían joyas, anillos, aros, telas, velos y otros adornos. Cuando les preguntaban si tenían otras joyas, contestaban: “Sí tenemos joyas más preciosas que estas. Si prometen no denunciarnos, se las mostraremos”, y cuando obtenían esa seguridad los colportores proseguían: “Tenemos una piedra preciosa tan brillante, que su luz permite ver a Dios; y tan radiante que puede encender el amor de Dios en el corazón del que la posee. Estamos hablando en lenguaje figurado, pero lo que decimos es la pura verdad.” Luego extraían de debajo de su ropa alguna parte de la Biblia, la leían, explicaban y vendían a quien la quería.
Los predicadores itinerantes difundían una religiosidad más viva y más intensa, que se puede resumir en la exigencia de un seguimiento lo más completo posible a los consejos de Jesús en los Evangelios. El número de seguidores de las predicaciones de Valdo conoció una rápida y vasta difusión, favorecida por su actitud crítica frente a la jerarquía y por la importancia que daba a los simples fieles, impulsando a cada uno a tomar conciencia de su propia fe y dignidad de cristiano.
Puesto que Valdo había sido bien conocido como próspero hombre de negocios, muchas personas le escucharon y pronto tuvo un grupo de seguidores. Les alegró oír el mensaje consolador de la Biblia en su propio idioma, pues hasta entonces la iglesia católica romana no había consentido que se tradujera la Biblia a otro idioma con la excepción del latín, alegando el alto costo, pues copiar a mano cada Biblia le tomaba a un monje toda su vida. Muchas personas convinieron en renunciar a sus bienes y dedicarse a enseñar la Biblia en el idioma de la gente común. Se les llegó a conocer como los “Pobres de Lyón”. Para ellos, cualquier cristiano, fuera hombre o mujer, podía predicar siempre y cuando tuviese suficiente conocimiento de las Escrituras.
Fue citado por el arzobispo Guichard, que les prohibió predicar. Valdo apeló al Papa y compareció con uno de sus colaboradores ante el Concilio de Letrán en marzo de 1179. El Papa Alejandro III le trató amablemente pensando que Valdo y sus seguidores podrían formar una orden monástica más. De vuelta a Lyón, continuaron predicando a pesar de las prohibiciones del arzobispo y el Papa. El obispo Bellesmains de Lyón rehusó dar su consentimiento por considerar que se estaba predicando un Evangelio diferente. Los registros históricos indican que, ante esta proscripción, Valdo respondió a la jerarquía usando las palabras de Hechos 5.29: “Tenemos que obedecer a Dios como gobernante más bien que a los hombres”.
Valdo y sus asociados continuaron predicando pese a la amenaza de excomunión y persecución. En el año 1181 fue lanzada contra ellos una excomunión definitiva, que durante algunos años pudieron eludir. Después del Concilio de Verona en 1184, el Papa Lucio III, condenó explícitamente a los Pobres de Lyón, y se vieron obligados a salir de aquella ciudad y esparcirse por toda Europa: Francia, Italia, España, Alemania, Polonia, Austria, Hungría, de modo que la persecución resultó favorable a su causa. Se cree que el número de Valdenses en Austria llegó a 80.000.
El edicto de excomunión, que se extendió contra ellos en el año 1181, les obligó a salir de Lyón, lo que fue beneficioso para su causa. Pedro Valdo llegó hasta Polonia en la misma frontera de Rusia, donde murió el año 1217 después de cincuenta y siete años de predicación de las doctrinas valdenses y es muy probable que las prédicas valdenses influyeran sobre el sacerdote católico checo Jan Hus y dieran así origen a la iglesia de los husitas.
Los valdenses recorrieron con ánimo misionero el sur de Alemania, Suiza, Francia y llegaron a España, donde formaron grupos de cristianos disidentes de Roma en las provincias del norte y sobre todo en Cataluña. El hecho de que dos concilios y tres reyes se hayan ocupado de expulsarlos de España demuestra que su número tenía que ser considerable.
El clero, impotente para detener el avance y, alarmado, pidió al Papa Celestino III que tomase medidas contra este movimiento. El Papa mandó un delegado en el año 1194, que convocó la asamblea de prelados y nobles en Mérida, asistiendo personalmente el mismo rey Alfonso II de Aragón, quien dictó el siguiente decreto: “Ordenamos a todo valdense que, en vista de que están excomulgados de la Santa Iglesia, son enemigos declarados de este reino y tienen que abandonarlo, e igualmente todos los estados de nuestros dominios. En virtud de esta orden, cualquiera que desde hoy se permita recibir en su casa a los susodichos valdenses, asistir a sus perniciosos discursos o proporcionarles alimentos, atraerá por esto la indignación de Dios Todopoderoso y la nuestra; sus bienes serán confiscados sin apelación y será castigado como culpable del delito de lesa majestad; además cualquier noble o plebeyo que encuentre dentro de nuestros estados a uno de estos miserables sepa que si los ultraja, los maltrata o los persigue, no hará con esto nada que no nos sea agradable”.
Desde entonces, la persecución se hizo sentir con violencia, y en una sola ejecución 114 valdenses fueron quemados vivos y sus cenizas echadas al río Ter en Gerona. Sin embargo, muchos lograron esconderse y seguir secretamente su predicación en el reino de León, Vizcaya y Cataluña, pues al contrario de lo que decretaba la orden real, los veían con costumbres austeras y anunciando de manera sencilla y llana el Evangelio, y hasta se menciona al obispo de Huesca, uno de los más notables prelados de Aragón, como protector decidido de los perseguidos valdenses.
Pero las persecuciones contra ellos no cesaron, llegando a su apogeo por el año 1237, cuando 45 fueron arrestados en Castellón y 15 de ellos quemados vivos en la hoguera.
Como consecuencia de las persecuciones, estos disidentes del siglo XII se refugiaron en los Alpes y por toda la Occitania, y enseñaban la Biblia a medida que iban de un lugar a otro. Sin duda se toparon con otros grupos disidentes, como los seguidores de Pedro de Bruys y Enrique de Lausana. Al cruzar los desfiladeros de los Alpes en dirección al norte de Italia, entraron en contacto con otros grupos de disidentes que existían en los valles del Piamonte y de Lombardía. Estos grupos de orientación bíblica, que luego llegaron a conocerse por toda Europa como valdenses, deben distinguirse de otros grupos considerados heréticos, como los cátaros o albigenses, cuyas doctrinas estaban más basadas en el gnosticismo que en la Biblia.
Los registros históricos muestran que, a principios del siglo XIII, podían hallarse valdenses no solo en el sur de Francia y el norte de Italia, sino también en el este y norte de Francia, Flandes, Alemania, Austria y hasta en Bohemia.
Desde el año 1200 hubo en Alsacia y Lorena tres grandes centros de actividad misionera. En Metz, el barba[21] Crespin y sus numerosos hermanos confundían al obispo Beltrán, quien en vano se esforzaba por suprimirlos. En Estrasburgo, los inquisidores mantenían siempre el fuego de la intolerancia contra la propaganda activa que hacía el barba Juan y más de 500 valdenses que componían la iglesia perseguida de aquella ciudad.
A mediados del siglo XIII, el inquisidor de Passau, Baviera, nombraba 42 poblaciones donde los valdenses habían echado raíces; y en Austria, el inquisidor Krens hacía quemar a principios del siglo XIV 130 valdenses.
En Italia, los valdenses estaban diseminados y bien establecidos en todas partes de la península. Tenían sedes en las grandes ciudades y un ministerio itinerante perfectamente organizado. En Lombardía, los discípulos de Arnaldo de Brescia, gran opositor del Papa a pesar de que nunca llegó a separarse de la Iglesia Católica Romana, y fue quemado vivo en el año 1155, se unían fácilmente a los valdenses cuando estos les predicaban el Evangelio. En Milán poseían una escuela que era centro de una gran actividad misionera.
En Calabria se establecieron muchos valdenses del Piamonte en el año 1300 en Fuscaldo y Montecarlo. Habían conseguido cierta tolerancia y les permitían celebrar secretamente sus cultos con tal de que pagaran los diezmos al clero. En tres de los valles del Piamonte, Lucerna, Perusa y San Martín, los valdenses formaron pueblos enteros en las primeras décadas del siglo XIII. Perduran comunidades valdenses en los valles orientales de los Alpes Cotios, en especial en la cuenca alta del río Dora Riparia, teniendo sus principales centros en las ciudades de Oulx y Susa. Por ese motivo, estos pequeños valles del Piamonte son conocidos como Valvaldenses o Valles Valdenses, hablándose allí aún el occitano e incluso el arpitano.
Reinerius, inquisidor de Passau en el siglo XIII, dijo de los valdenses: “Entre todas las sectas que existen o que han existido, no hay ninguna más perniciosa para la iglesia que la secta de los Lyoneses; y esto por tres razones: La primera por su gran antigüedad, pues algunos dicen que los valdenses se remontan al tiempo de Silvestre y hasta hay quien asegura que al tiempo de los apóstoles. La segunda porque es la más extendida y apenas si hay un país donde no exista esta secta. La tercera razón es que, mientras todas las demás sectas despiertan horror y la repulsa de sus oyentes por sus blasfemias en contra de Dios, esta demuestra una gran semblanza de piedad; tanto que sus adherentes viven justamente delante de todos los hombres y creen en todos los artículos del Credo, respetando en todo a Dios: Solamente blasfeman de la Iglesia y del clero romanos; por esto tan grandes multitudes de laicos les prestan atención”, y en otra ocasión: “Los herejes valdenses se distinguen por su comportamiento y el habla. Son impasibles y sensatos. No se esfuerzan en llamar la atención con vestidos extravagantes o indecorosos. No son comerciantes con el fin de evitar mentir, jurar o engañar. Viven únicamente del trabajo artesano de sus manos. También sus maestros son tejedores y zapateros. No acumulan riquezas, sino que se contentan con lo necesario para vivir. Comen y beben con moderación, no frecuentan posadas ni van a bailes u otros lugares de mala reputación. Son lentos para la ira. Son trabajadores, se dedican a aprender y a enseñar. Les reconocerán por su manera de hablar: con cordura y veracidad. No difaman, no hablan con palabras vulgares o vacías. Evitan toda expresión que pueda ser mentirosa o de juramento. No dirán “sinceramente” o “de verdad”, sino que se limitarán a decir “sí” o “no”. Según ellos hacen así porque Jesús lo ordenó en Mateo 5.37”.
Durante su fase medieval practicaban un ascetismo riguroso, rechazaban al clero impuro, oponiéndose a la unión de la Iglesia y el Estado, intentando regresar a las enseñanzas del Sermón del Monte. Valdo hizo traducir las Escrituras al provenzal. Desarrollaron gradualmente una teología compatible con la de la Reforma, solo que mucho antes.
El maestro valdense alemán Federico Reiser abandonó en 1426 el pacifismo valdense y se unió al ejército taborita que avanzó a Viena y en 1431 fue ordenado como ministro husita de la Palabra. Él y su esposa Ana Weiler fueron ejecutados en Estrasburgo en 1458, pero su influencia se extendió a muchos valdenses italianos y franceses de los Alpes, que llegaron a sentirse identificados con el husismo taborita, y en 1483 se levantaron contra el duque Carlos I de Saboya. En cambio, algunos valdenses de la época, como el hermano Lucas de Praga, se unieron a los husitas moderados.
En 1487, se emprendió una cruzada contra los valdenses.
En 1526 se celebró en Laus un sínodo, en el cual se discutieron las ideas de la Reforma protestante. Una opinión sostenía mantener los vínculos con los husitas; otra, acercarse a la Reforma suiza y otra a Lutero. El barba Martín Gonin difundió los escritos de Lutero y encabezó al sector partidario de unirse al protestantismo y distanciarse de los husitas.
El sínodo de Merindol, Provenza, en 1530 se orientó hacia los reformadores suizos. Luego en el sínodo de Chanforan en 1532 y a propuesta de Jorge Morel, adoptó una nueva confesión de fe acorde con la Reforma suiza. Se apartó de esta decisión una minoría dirigida por Daniel de Valencia y Juan de Molines; congregaciones del valle del Po, Calabria y Apulia tampoco aceptaron la decisión del sínodo y en algunos casos se unieron al movimiento anabaptista. Sin embargo, la mayoría de los valdenses se unieron después al protestantismo, al considerar que en lo fundamental compartían la misma fe.
Después de la Reforma, algunas naciones protestantes los apoyaron y entre sus filas contaban al poeta inglés John Milton. Oliverio Cromwell presentó una protesta ante el rey de Francia por la persecución y en 1848, la Casa de Saboya les brindó oficialmente la tolerancia religiosa, convirtiéndose en una denominación italiana.
En 1855 fundaron un Colegio Teológico en Florencia y la Facultad Valdense de estudios teológicos funciona actualmente en Roma. En el siglo XIX se establecieron colonias valdenses en Argentina y Uruguay, donde constituyen una de las principales iglesias protestantes de la región. Tienen un sistema de gobierno sinódico. Les gusta el calificativo de iglesia protestante más antigua. Históricamente se han vinculado con reformados, presbiterianos, metodistas, moravos y husitas, así como con el protestantismo inglés en general.
Durante casi doscientos años no volvió a levantarse ningún otro grupo nuevo que se opusiera a Roma como lo hicieron estos, que aunque no pueden tomarse en cuenta dentro de la cristiandad, en el caso de los cátaros, tampoco se les participa en el mundo evangélico a los valdenses.
Los valdenses primitivos rechazaban la veneración de imágenes, la transubstanciación, la existencia del Purgatorio, la veneración a María, las oraciones a los santos, la veneración de la cruz y de las reliquias, el arrepentimiento de última hora, la necesidad de que la confesión se haga ante sacerdotes[22], las misas por los muertos y las indulgencias papales. Además, rechazaban como ajenos al Evangelio el bautismo de infantes[23], la pena de muerte, el uso de armamentos y la participación en guerras.
Sin embargo, en lo referente al celibato del clero, algunos valdenses anteriores a la Reforma protestante estimaban que para ser parte del cuerpo de predicadores itinerantes había que vivir una vida célibe, por lo que se abstenían de relaciones sexuales y del matrimonio. Tenían también, como ellos mismos documentan, un grupo de mujeres vírgenes dedicadas al Señor. Tras el concilio que se planteó para abrazar o no la Reforma en el siglo XVI del que se da cuenta arriba, rechazaron el celibato obligatorio como “doctrina diabólica”.
Los predicadores itinerantes o “barbas” eran escogidos de entre los fieles Valdenses, principalmente gente de muy humilde extracción y campesina, a los que se les apartaba durante los meses de invierno para enseñarles a leer y escribir, y tenían que aprender de memoria el Evangelio de Mateo y el de Juan, así como las epístolas universales y las pastorales para lo cual tardaban alrededor de dos años. Posteriormente, según alguna fuente, se apartaban durante dos años en un lugar secreto del norte de Italia donde hacían voto de castidad, tras lo cual pasaban a formar parte del cuerpo de los “barbas”.
Si bien antes de abrazar la reforma practicaban de una manera muy sencilla los siete sacramentos de Roma, pues practicaban una especie de confesión con los “barbas”, la imposición de manos, oraciones a ciertas horas y otros, posteriormente por influencia de los reformadores del siglo XVI aceptaron solo dos: El bautismo y la comunión o Cena. Consideraban el matrimonio como “bueno, santo e instituido por Dios, de manera que a nadie se debe prohibir casarse”, aunque estimaban la castidad como un don que, como hemos comentado, solo practicaron, antes de la Reforma, algunos de los predicadores valdenses.
Los valdenses rechazaron el ejercicio por parte de la iglesia de poder estatal, de jurisdicción temporal, la imposición de la fe a la fuerza o la dominación por las armas. También rechazaron el uso de imponentes y elegantes edificios religiosos. Hacían un testimonio particular a la renuncia de los bienes materiales en favor de los menos privilegiados, como lo hizo su fundador.
En su obra de predicar, los valdenses primitivos enseñaban la Biblia y daban mucha importancia al Sermón de la montaña y al Padre nuestro, en los cuales se muestra que el reino de Dios es lo que se debe buscar principalmente y lo que se debe pedir en oración. Sostenían que cualquier cristiano, fuera hombre o mujer, que poseyera suficiente conocimiento de la Biblia estaba autorizado para predicar el Evangelio. Además, consideraban a Jesús como el único mediador entre Dios y el hombre. Puesto que Jesús había muerto una vez para siempre, sostenían que un sacerdote no podía repetir este sacrificio celebrando una misa. Los valdenses primitivos conmemoraban la muerte de Cristo, tal como lo hacen hoy en día, utilizando pan y vino como símbolos.
Los valdenses primitivos sostenían que no era necesario ir a una iglesia para adorar a Dios. Celebraban reuniones clandestinas en establos, hogares particulares y dondequiera que pudieran hacerlo. Durante estas reuniones estudiaban la Biblia y preparaban nuevos predicadores, los cuales acompañaban a los más experimentados. Viajaban por parejas de granja en granja y, cuando estaban en los pueblos y aldeas, iban de casa en casa.
C. Los Lolardos.
Cuando Marco Polo comezaba sus famosos viajes al lejano oriente en 1324, los franciscanos radicales estaban denunciando las riquezas del Papado, y el Papa Juan XXII estaba a mediados de su reino, el mundo europeo estaba en paz y Roma tenia autoridad final en las vidas de la gente del continente y las islas Británicas, John Wyclif estaba naciendo en Inglaterra, quien será educado en la Universidad de Oxford donde ingresó en 1346 para comenzar 12 duros años de estudio para su doctorado en teología, carrera a la que llega a ser doctor, y se le permitirá impartir la cátedra de Teología en esa Universidad en 1371. Es en esa época donde inicia sus críticas radicales y polémicas hacia la institución eclesiástica, evitando, en varias ocasiones, y gracias a sus contactos, ser procesado personalmente, por su catalogación de “anticristo” al propio pontífice romano. Se opone a Roma atacando a los frailes y monjes y se resiste a la autoridad papal; y escribe contra la doctrina de la transubstanciación. Los nobles ingleses vieron en él una voz que podría liberarlos del papado y lo protegen.
En 1374 la corona le otorgó la “vivienda” de la iglesia en Lutterworth. Esto quería decir que los diezmos de esta iglesia lo sostendrían mientras enseñaba en Oxford. La práctica acostumbrada era usar parte de las entradas para contratar a un pastor que atendiera al rebaño en la ausencia de uno, lo que Wyclif probablemente hizo.
Wyclif era un hombre santo. La avaricia y vanalidad del clérido lo provocaba. Los cleros católicos, que componían solo el 2 por ciento de la población, controlaban el 50 por ciento del caudal nacional. Para contrarestar el abuso por los clérigos, Wyclif enseñaba que el estado tenía el derecho y la obligación de disciplinar a la iglesia, hasta de confiscar su riqueza si era necesario. Esto le ganó el aprecio del jefe del estado, John de Gaunt, quien codiciaba los vastos tesoros de la iglesia nacional.
En 1376 Wyclif defendió la doctrina de “la autoridad fundada en la gracia”, según la cual toda autoridad viene otorgada, directamente, por la gracia de Dios y pierde su valor cuando su detentador es culpable de pecado mortal. Para él, la verdadera Iglesia es la iglesia invisible de los cristianos en estado en gracia: Wyclif negaba el principio de la autoridad jerárquica en la Iglesia y celebraba la designación del Papa por sorteo. Negaba a los curas que habían cometido un pecado mortal la posibilidad de perdonar los pecados. Wyclif declaró, abiertamente, que la Iglesia de Inglaterra era pecadora y culpable de corrupción. Establece que hay dos iglesias, la visible y la invisible, esta última formada por los predestinados, y que es la auténtica, como afirmará tiempo después Jan Hus. Así, Dios es la causa de esta predestinación y Él dispone de todo, según el plan divino, y este predestinado no pierde sus derechos aunque peque, pues ha sido elegido por Dios. Por otra parte, toda la estructura de la iglesia visible o terrenal es duramente criticada por Wycliff, donde el Papa, la curia, el cardenal, los obispos, los archidiáconos, el oficial, el decano, el rector, el sacerdote, el monje o el clérigo son quienes hunden realmente la iglesia. Afirma que si existe el papel del predestinado por Dios, entonces el Papa, que es electo y no eterno, no tiene ningún sentido, y no reconoce su autoridad, por lo que debe desaparecer. Por tanto, expresa una crítica radical contra la autoridad eclesiástica.
El 19 de febrero de 1377, Wiclif fue llamado por el obispo de Londres, Guillaume Courtenay, para que expusiera su doctrina. El interrogatorio se terminó cuando, Jean de Gand, que había acompañado a Wyclif, se encontró en medio de una refriega con el obispo y su entorno. El 22 de mayo de 1377, el Papa Gregorio XI publicó numerosas bulas acusando a Wyclif de herejía y condenó las 18 tesis los escritos de Wycliffe. En el otoño de ese mismo año, el Parlamento le pidió explicaciones sobre el carácter legal de la prohibición hecha a la Iglesia de Inglaterra acerca de transferir sus bienes al extranjero por orden del Papa. Wyclif confirmó la legalidad de dicha prohibición y, a principios del 1378 fue convocado de nuevo por el arzobispo de Canterbury, Simon de Sudbury. Wyclif recibió solo una pequeña sanción gracias a sus relaciones privilegiadas con la Corte.
La reacción de Wycliffe no se hizo esperar. En lugar de retractarse, en 1378 niega la transubstanciación en la eucaristía, lo cual crea un profundo escándalo en la sociedad inglesa, que le supuso su expulsión definitiva de la corte y de su cátedra universitaria.
Desde 1378 a 1379 Wyclif publicó su sistema teológico en una serie de tratados. La tesis central de estas obras era que las Escrituras eran el fundamento de toda doctrina. Este fue un punto importante en la historia doctrinal. Hasta este punto la Tradición había sido puesta lado a lado con las Escrituras como fuente de doctrina; pero Wyclif disputaba esta noción y Jan Hus de Praga así como Martin Lutero, Huldrich Zwinglio y John Calvino adoptarían el punto de vista de Wyclif.
Durante el año 1378, Wyclif y sus amigos de Oxford empezaron la traducción al inglés de la Vulgata, desafiando la prohibición de la Iglesia, todas las 750.000 palabras. En 1379, Wyclif repudió la doctrina de la transubstantación[24]. Esta toma de posición tan atrevida suscitó tal reprobación que Jean de Gand le retiró su apoyo. Sin la protección de Gaunt se vio expuesto a la ira del clero establecido.
Wyclif envió, a partir de 1380, a sus discípulos, a los que llamaban los pobres predicadores, a las ciudades para que dieran a conocer sus tesis religiosas igualitarias. Algunos eran muy bien educados discípulos de Wyclif de Oxford. Otros eran hombres analfabetas, pero sinceros, dedicados a la diseminación del Evangelio.
La humildad y abnegación de estos predicadores estaban en directo contraste con la egoísta holgazanería del clero establecido. La sencillez y el poder de su mensaje bíblico eran la antitesis de las fábulas, supersticiones, y mitos que enseñaban los sacerdotes de las parroquias. Aunque sus enemigos los llamaban “Lolardos”, que quería decir masculladores, que murmuran entre dientes, Dios coronó con éxito sus esfuerzos.
Los predicadores se encontraron, en todas partes, con una gran audiencia y Wyclif fue acusado de sembrar el desorden social. Sin embargo, él no se implicó directamente en la sublevación de los campesinos en 1381, aunque es probable que sus doctrinas influyeran en ellos. En mayo de 1382, Couternay, nombrado arzobispo de Canterbury, llevó a Wyclif ante un tribunal eclesiástico que le condenó por hereje y determinó su expulsión de Oxford. Wyclif se retiró a su parroquia de Lutterworth.
En 1382 el entonces Arzobispo de Canterbury, Courtenay reúne un sínodo para analizar detenidamente las teorías de Wycliff, que son definitivamente condenadas como heréticas, y nuevamente, gracias a sus contactos, se salva de la cárcel, en un momento en que sus seguidores, los lolardos, empiezan a surgir. Ese año, Wiclef sufrió un ataque apoplético que lo había dejado parcialmente incapacitado.
El que Wiclef todavía siguiera viviendo en libertad tiene que atribuirse al apoyo continuo de algunos de sus poderosos amigos, y a la actitud del parlamento, que todavía no se había convertido en lacayo del nuevo arzobispo. Wiclef centralizó sus actividades en Lutterworth y continuó escribiendo e inspirando a sus seguidores. Fijó su atención particularmente en las acciones del obispo de Norwich, cierto Henry le Spencer, quien se había distinguido durante la revuelta de los campesinos por su valor y dirección en el logro de la derrota inicial de los rebeldes en Norfolk.
Este obispo, orgulloso de su reputación recién ganada, decidió participar en el Cisma Papal. En 1383 obtuvo de Urbano VI una bula que le autorizaba a organizar una cruzada en contra de Clemente VII. Rápidamente reunió un ejército por medio de prometer absolución y dar cartas de indulgencia a los que sirvieran bajo su mando. Wyclif ya se había expresado claramente sobre el cisma, y su próximo paso fue escribir un tratado tulado “Contra la guerra del clero”. Comparó el cisma a dos perros que estuvieran peleando por un hueso. Sostuvo que toda la disputa era contraria al espíritu de Cristo, pues tenía que ver con ganar poderío y una alta posición en el mundo. Dijo Wyclif que el prometer a alguien el perdón de pecados por participar en tal guerra tenía base en una mentira. Más bien, éstos morirían como incrédulos si caían en un combate que de ningún modo era cristiano. La cruzada fue un terrible fracaso, y el obispo anteriormente orgulloso regresó a Inglaterra avergonzado.
El duque de Lancastrer, el pueblo londinense y, durante un tiempo, las órdenes mendicantes sostuvieron sus ideas que fueron propagadas por Inglaterra por los predicadores itinerantes. Sus ataques contra el papado le costaron la condena de Roma y sufrió un segundo ataque que lo dejó paralizado y sin habla, para que el 31 de diciembre de 1384, muriera en Lutterworth, Inglaterra, mientras conducía una misa. Fue enterrado en el patio de la iglesia de Lutterworth, donde sus restos permanecieron sin ser tocados por más de 40 años.
Tras su muerte, sus enseñanzas se expandieron con rapidez. Su Biblia, que apareció en 1388, se repartió profusamente por medio de sus discípulos. Sus obras influyeron de manera inequívoca en el reformador checo Jan Hus y en los anabaptistas, así como en la sublevación que él promovió contra la Iglesia. Martín Lutero reconoció, asimismo, la influencia que Wyclif ejerció en sus ideas.
Después de la muerte de Wyclif no aparecería otro Reformador antes de la Reforma hasta Jan Hus[25]. A John Wyclif, el Concilio de Constanza le declaró culpable de herejía en 1414 y se ordenó la quema de sus libros, así como la exhumación de su cuerpo y la quema de sus huesos, pero esto no ocurriría sino hasta 1428 cuyas cenizas serían tiradas al río Swift a su paso por Lutterworth. Allí las cenizas fueron esparcidas sobre las aguas para que flotaran corriente abajo al río Avon, luego al Severn y finalmente al mar. Los que ejecutaron este acto no le atribuyeron ningún significado simbólico. Sin embargo, los que quisieron consolarse por esta acción de venganza la interpretaron de manera simbólica.
El pensamiento de Wyclif representó una ruptura total con la Iglesia, en la medida en que él afirmaba que existía una relación directa entre los hombres y Dios, sin la intromisión de la iglesia de Roma. Ateniéndose a las escrituras, Wyclif pensaba que los cristianos tenían derecho a dirigir sus vidas sin la intervención del Papa o de sus prelados lo cual queda muy claro en los Evangelios y cartas de Pablo. Wyclif puso en cuestión las numerosas creencias y prácticas de la Iglesia de Roma, juzgándolas contrarias a las Escrituras. Condenó la esclavitud y la guerra, defendiendo la idea de que la clerecía cristiana tenía que seguir el ideal de la pobreza evangélica, predicada por Cristo y sus apóstoles.
Establece que Dios es el único que posee el dominio y está en todas partes, lo cual es fomentado por la debilidad y el pecado del hombre, cosa que no ocurre en la sociedad perfecta e ideal. En ella, no se necesita de curas ni sacerdotes, pues según él, Dios no precisa de delegados ni intermediarios, una teoría similar a la que después usará Martín Lutero en el siglo XVI en la Reforma protestante.
Así, solamente en Dios está la salvación, pero para él, el dominio no es propiedad, ya que Dios domina y es perfecto, en tanto que la propiedad privada es imperfecta y pecaminosa, y se debe tender a suprimirla. Para Wycliff, la servidumbre y la propiedad privada son imperfectas y fruto del pecado del hombre.
A los seguidores de Wyclif se les llamó “lolardos” y el primer grupo fue integrado por estudiosos de Oxford dirigidos por Nicolás de Hereford, traductor bíblico. Luego, se convirtieron en una especie de secta, con sus propios ministros y hasta con representación parlamentaria. En 1401, con el estatuto De heretico comburendo, el Parlamento aprobó que los lolardos fuesen juzgados y quemados.
Su teología se resumía en las “Doce conclusiones”, en donde condenaban la jerarquía eclesiástica, el celibato sacerdotal, la transustanciación, las oraciones por los muertos, las romerías, la guerra y el poder temporal de la iglesia. Enfatizaban la predicación y lectura de las Escrituras. Se involucraron en rebeliones y conspiraciones contra la corona, acusada por ellos de sometimiento al clero romano.
Wyclif se inclinó, resueltamente, por el realismo contra el nominalismo, en un debate muy acalorado en el que defendía la vuelta a la Biblia y al agustinismo. Dice que el verdadero y auténtico poder está en las Sagradas Escrituras, y no en la Iglesia. Esta es la teoría del “biblicismo”, donde está la salvación, la revelación y la autoridad, de forma que la salvación viene directamente de Dios, sin intermediarios, y solamente resaltando el valor único de la Biblia, como fuente única de poder. No juzga a la Iglesia, sino que, novedosamente, antepone directamente la autoridad suprema de la Biblia a la eclesiástica, como revelación divina.
La lollardía continuó hasta que fue aplastada por la amarga persecución de la Iglesia por el estado inglés durante los 1420, treinta y cinco años después de la muerte de Wyclif. El estado ahorcó a la mayoría de los líderes lolardos o los quemó en la hoguera. Obligados a ocultarse, los que sobrevivieron continuaron en grupos pequeños por varias generaciones. Cuando la Reforma sacudió a Inglaterra en 1530, salieron del escondite.
D. Jan Hus.
El primer predecesor de Juan Hus en el Reino Checo fue Conrado Waldhauser. Oriundo de Baja Austria, entró en la orden agustina y se licenció en universidades italianas. A mediados del siglo XIV comenzó a predicar públicamente. En Austria conoció al rey checo y emperador romano-germánico Carlos IV, y aceptó su invitación de visitar el Reino Checo. Con el tiempo Waldhauser pasó a ser el confesor del rey y capellán de la corte. En sus predicaciones, pronunciadas en latín y alemán, cargaba principalmente contra la simonía y la vida disoluta del clero. Una vez en Praga sometió a dura crítica la avaricia y soberbia de los praguenses.
El discípulo de Waldhauser fue Jan Milíc de Kromeríz que, influido por sus pregones, dimitió de todos los cargos civiles y eclesiásticos que desempeñaba y se volvió pregonero popular, principalmente en Praga. Sus fogosas predicaciones en checo pronto llamaron atención de un amplio público. Por sus críticas a los dignatarios eclesiásticos y apelaciones a la renovación interna de la Iglesia, hasta tuvo que comparecer ante el Papa. Incluso no dudó en tachar al emperador Carlos IV de Anticristo. Sin embargo, el sabio monarca no prestó demasiada atención al predicador y no intervino contra él.
Jan Milíc pronunciaba sus pregones en varias iglesias praguenses, pero sobre todo en la Capilla de Belén, el espacio religioso más grande de Europa Central de entonces, donde cabían hasta 3000 personas. Por ello, Jan Hus no entraba en campo desconocido cuando pronunció al público sus primeros pregones.
Con el tiempo y tras la muerte del emperador, los eclesiásticos venían abusando de sus ventajas, inclinándose más a la vida disoluta y abandonando el camino de la fe. El reino checo no encontraba un apoyo en el trono, ya que el hijo de Carlos IV, Wenceslao IV, no alcanzaba la grandeza de su padre. Fue un soberano muy culto, pero a diferencia de su padre, muy mimado. Sus consejeros los reclutó de las filas de los hidalgos, lo que no vio con buenos ojos la alta nobleza. Además entraba a menudo en conflicto con el arzobispo de Praga.
El declive moral alcanzó mayores dimensiones que en el resto de Europa. Una gran depresión económica afectó a las tierras checas en el reinado de Wenceslao IV. Los ladrones se enseñorearon de la tierra, durante mucho tiempo las epidemias disminuían la población y estallaban guerras por intereses particulares. La Iglesia, que debería haber velado por el cumplimiento de los mandatos divinos, en vez de eso se concentraba en el acumulamiento de poder y de propiedades. El clero hacía ya tiempo que se ocupaba de la administración del reinado, pero en vez de dinero lo que recibían a cambio eran beneficios eclesiásticos como pago por sus servicios. Por ello, las actividades reformistas tuvieron una repercusión más grande entre la población, especialmente entre los pobres. El núcleo que más insistía en los cambios de la sociedad se formó en la Universidad de Carolina.
En 1369, en Husinec, Bohemia del Sur, nació Juan Hus. Hijo de un campesino pobre que murió cuando Jan era niño, fue criado con mucho esfuerzo por su madre. Demostró tener piedad y fervor religioso desde su infancia, pues participó como monaguillo y cantó en el coro de la iglesia católica. Los libros religiosos le apasionaban. Cierta noche que leía la vida de San Lorenzo cerca de la chimenea, acercó su mano al fuego para ver hasta dónde sería capaz de soportar los tormentos que Lorenzo había sufrido.
Se le dio la mejor educación que permitían sus circunstancias; y habiendo aprendido bastante sobre los escritores de Grecia y Roma, en una escuela privada en la provincia de Bohemia donde sacó el titulo de Bachiller en Divinidad en 1398, se le aceptó en la Universidad Carolina de Praga por caridad, es decir, se le permitió estudiar en esa universidad aunque no tuviera el dinero para pagar. Se desconocen datos exactos de su vida y sus estudios universitarios en el período citado. Solo sabemos que luego fue calificado por el propio Hus como “período de los años de locura estudiantil” y que pronto dio pruebas de su capacidad intelectual, y se destacó por su diligencia y aplicación al estudio.
La carrera universitaria de Hus fue rápida. El papel decisivo lo desempeñaron la diligencia, la voluntad y la perseverancia con que trataba de responder a los problemas de su época en las obras del pensador inglés, John Wyclif. Al estudio de las obras de Wyclif, Hus se dedica especialmente entre los años 1396 y 1398. Se conservaron notas y glosas, con las que Hus acompañó su lectura de los textos de Wyclif. En muchas ocasiones se trata de verdaderas exclamaciones entusiastas.
Los profesores de la Universidad de Praga no se limitaban en sus apelaciones solamente al ambiente académico, sino que también salían al público y la voz que sonaba más potente era la de Jan Hus. El programa de los letrados, liderados por Hus, se basaba en la Biblia como autoridad suprema y exigía el cumplimiento estricto de los modelos y principios de la Iglesia primitiva, es decir, de Jesucristo y los apóstoles. Con esos valores, Hus y sus seguidores intentaban recuperar el equilibrio social. Lo más importante para Hus era eliminar los defectos que padecía la Iglesia de entonces, ya que se consideraba buen católico.
Hus fue hecho sacerdote en 1400 y nombrado predicador, primero en la Iglesia de San Miguel y luego en una capilla de Belén en 1402, donde se predicaba exclusivamente en idioma checo. El contenido de los sermones reunía todos los aspectos de sus predecesores. Allí criticaba la corrupción moral de la Iglesia, los abusos que cometía, y la riqueza que estaba acumulando. Hus quería que la Iglesia católica fuera pobre, que todo lo que hiciera estuviera claramente basado en el Evangelio; además, criticaba la venta de indulgencias. Le decía a todo el pueblo a que debían desobedecer a la Iglesia por que era evidente que los sacerdotes vivían en el pecado. También quería que se prohibieran los bailes, porque quizá sentía culpa por todos los disparates que había hecho en su juventud. Al mismo tiempo, comienza a utilizar un vocabulario demasiado expresivo, popular y argotista. Sin embargo, los sermones de Hus en aquella época no sobrepasaban el marco de la ortodoxia católica. Participó en los grupos que surgieron en la escuela de predicadores de Milia de Kromeriz, que querían volver a la pureza de los primeros años del cristianismo y se oponían a los grandes dirigentes de la Iglesia. Se comparaba a sí mismo con Jesucristo, a sus seguidores con los apóstoles, y decía que el Papa con su corrupción, era la encarnación del Anticristo. En 1401 obtuvo el cargo de Decano de la Facultad de Arte y Filosofía, y para 1409 fue nombrado rector de la Universidad de Praga.
En 1403 los maestros alemanes provocaron en la Universidad una disputa sobre los textos de Wyclif, logrando la condena de algunas enseñanzas suyas. Este hecho indignó mucho a Hus, quien declaró que todos los que falsificaban el legado de Wyclif deberían ser quemados vivos en la hoguera.
Hus se convierte en uno de los predicadores más famosos de Praga. Gracias a esta fama comenzó a actuar en la denominada Capilla de Belén a la que solían concurrir no solo gente sencilla, sino también aristócratas de influencia y parte de la burguesía capitalina. Entre los auditores de Hus se encontraba también la reina Sofía, esposa del soberano checo, Wenceslao IV, que le dio su apoyo momentáneo. Sin embargo, los dignatarios eclesiásticos checos no veían con buenos ojos las constantes invectivas del predicador y se quejaron de Hus al Papa.
La extraordinaria sugestividad de los sermones de Hus testimoniaba su capacidad de responder a la sensibilidad de las masas. Este don le permitió manipular facilmente a los auditores, inculcarles todo tipo de argumentos e influir sobre su forma de pensar.
Al estudiar en 1408 la obra de Wyclif “De la Verdad de las Sagradas Escrituras”, Hus se sintió como si se le hubieran abierto los ojos. Esta comprensión se debió a la permanente frustración que le provocaban los profanos abusos de la administración eclesiástica, en especial, el negocio con las indulgencias. La frustración provocó en Hus cierto regreso hacia el cristianismo primitivo, y el propio texto de la Sagrada Escritura se convirtió en el criterio único de la verdad. Y este principio puede aplicarse solo mediante la denominada “explicación libre de la Escritura”, explicación que obedece solamente a la conciencia subjetiva. Solo lo que coincide con la Escritura es verídico, todo lo demás es casual, incorrecto. Tras atacar con dureza en sus sermones al arzobispo de su archidiócesis, le fue prohibido ejercer en ésta sus funciones sacerdotales.
A partir de esto, Hus lideró un movimiento cristiano basado en las ideas de John Wyclif que predicó la justificación por la fe, la reforma de la Iglesia, y se enfrentó al control de Bohemia por el Imperio Alemán. Ya desde 1379, toda la iglesia occidental se debatía entre excomuniones provocadas por la existencia de dos Papas. Entretanto, el emperador romano-germánico, Segismundo, hermano del Rey Checo, Wenceslao IV, dispuso en 1403 que los cristianos europeos no obedecieran bula papal alguna.
Los seguidores de Hus fueron llamados "husitas" y se multiplicaron en momentos en que la Iglesia católica sufría esta crisis llamada “El Gran Cisma”, cuando había dos Papas, a los que en 1409 se agregó un tercero, Alejandro V. Wenceslao IV, irritado por el menoscabo de la fama del país en el extranjero, se decidió a poner medidas. El Decreto de Kutná Hora, del año 1409, entregaba la dirección de la Universidad al grupo husita. Cambió las leyes de votación: La parte checa dispondría de tres votos, mientras que la parte conjunta de todos los otros estados tendría un solo voto. A raíz de tales cambios se produjo una profunda crisis con el resultado de la marcha de los profesores y estudiantes alemanes a otras universidades del imperio.
El Papa Alejandro publicó una bula que prohibía la doctrina de Wyclif en la que Hus basó sus sermones. Juan Hus rechazó aceptar el documento papal y se negó a comparecer ante la curia de Roma, adonde fue emplazado. El Papa condenó a los husitas y excomulgó a Jan Hus.
Poco tiempo después, Jan Hus perdió también el respaldo del rey Wenceslao IV, cuando criticó públicamente la venta de indulgencias, de las que sacaron partido también las arcas reales. Por consiguiente, el Papa lanzó el interdicto sobre Praga por la simpatía de la ciudad hacia los herejes. Respaldado por las manifestaciones populares, Hus continuó predicando incluso después de que la ciudad quedara bajo interdicto en 1412. La situación se volvió insoportable para Jan Hus, muchos de sus más influyentes seguidores fueron apartados de sus cargos, por lo que Hus se fue al campo de Bohemia del Sur, buscando refugio en los castillos de varios nobles que le mantenían su amistad, sin cesar de dar sermones al público. En el campo Hus también escribió sus obras teológicas más importantes entre las que se encuentra su principal obra: De Ecclesia. Aunque ya retirado, las actividades de Jan Hus siempre exacerbaban a los altos representantes civiles y eclesiáticos.
Todos estaban convencidos del próximo fin de un mundo corrupto. Solo en cinco ciudades checas llamadas a la salvación podían encontrarla los verdaderos cristianos: Žatec, Pilsen, Klatovy, Louny y Slána, además de las montañas.
El ilegítimo Papa de Pisa, Alejandro, convoca inválida e ilegítimamente al Concilio de Constanza[26] en la Alemania actual, una reunión que tenía el objetivo de volver a unir a la Iglesia católica y elegir un solo Papa, Hus fue a esa reunión engañado por Segismundo, que veía un peligro en las ideas de Hus, que amenazaban con deteriorar la relación secular entre señores feudales y súbditos y le había prometido un salvo conducto si se presentaba ante el Concilio, a defender sus puntos de vista, y sabía que eso le iba a traer como consecuencia la pena de muerte, pero él se identificaba con Jesucristo y pensaba que, igual que él, debía morir después de un juicio injusto.
En noviembre de 1414 apareció Jan Hus en Constanza y fue detenido y encarcelado. El tribunal insistía en que renunciase a sus ideas, consideradas heréticas. La actitud de Hus frente al citado Concilio de Constanza puede ser calificada de absurda e irónica. Hus rechaza la acusación de herejía y exige que el Concilio le enseñe la verdad. Pero Hus sabía muy bien que este tipo de Concilio no podía darle una respuesta adecuada al problema de las enseñanzas de su amado pensador inglés, John Wyclif. Tenía que saber que su pertinacia frente al Concilio no tendría otra solución que la excomunión y la muerte. Tanto más siguió remitiéndose al destino terrestre de Jesucristo.
Jan Hus se identificó con Jesucristo como adversario de los fariseos y saduceos. Pensaba que mientras que más maldijera a la Iglesia institucional, más fiel sería al legado de Cristo. No le importaba que las acusaciones planteadas por el Concilio fueran infundadas, o no. El Concilio era para Hus un tribunal semejante al que había condenado a Cristo. Fue condenado allí mismo a morir en la hoguera y el 6 de julio de 1415, delante de las murallas de Constanza, sobre la cabeza de Hus fue colocada una corona de papel para el hereje, con tres diablos pintados y con las palabras: “Este es un archihereje”. Antes de la ejecución fueron quemados también varios libros suyos. Luego Jan Hus fue atado a un palo y rechazando una vez más renunciar a su doctrina, fue quemado en la hoguera. Sus cenizas fueron arrojadas al cercano río Rhin, para que no quedase ni un rastro de él. Un año después de su ejecución, murió en la hoguera otro reformador checo, Jerónimo de Praga, acusado también de herejía.
Antes de ser quemado, Hus dijo las siguientes palabras: “Vas a asar un ganso[27], pero dentro de un siglo te encontrarás con un cisne que no podrás asar”. Se suele identificar a Martín Lutero con este “cisne” ya que 102 años después, Lutero clavó sus 95 tesis en Wittenberg, y comúnmente se lo suele identificar con un cisne.
Lo curioso del hecho es que el sacerdote católico checo fue condenado en un momento de cisma papal y por una asamblea eclesiástica que, al identificarse con el denominado conciliarismo y su supremacía frente al Sumo Pontífice, también violó heréticamente uno de los dogmas de la fe católica.
Resumiendo el problema, podemos decir que Hus no fue un hereje típico, pero padecía de una indignación endémica y existencialista frente a la actuación profana de la Iglesia a todos los niveles. La cuestión de entablar un diálogo y buscar una solución común no era su problema. La sincera cuestión pastoral, sicológica e intelectual “¿por qué piensas o haces esto?”, que debe anteceder cualquier análisis o veredicto, para Hus no existía.
Sin embargo, el diálogo era en su época algo totalmente desconocido. Al contrario, dialogar con los sospechosos estaba prohibido y era muy peligroso. La idea conciliatoria no podía garantizar al espíritu dialogante: Los concilios de Pisa y de Constanza lo demostraron muy elocuentemente.
La época de Jan Hus carecía de antecedentes acerca del diálogo como camino hacia la verdad, conocimiento que se registró tan solo en el Concilio de Basilea, entre los años 1431 y 1449. Sus padres espirituales y partidarios de un diálogo abierto fueron los cardenales Cesarini y Nicolás de Cusa. Pero ni siquiera en este Concilio se impuso la idea de un diálogo eclesiástico, diálogo que tardaría más de 500 años en prevalecer, y ello en el Concilio Ecuménico “Vaticano II”. Con la emisión de los documentos “Lumen gentium” y “Dei verbum”, se ofreció la enseñanza sobre “lo mejor y más aceptable” que tan enérgicamente exigiera Jan Hus en 1415, en el Concilio de Constanza, pagando dicha exigencia con su propia vida e inspirando en su patria, sin haber podido intuirlo, una fratricida guerra religiosa de los husitas checos.
Además, el Concilio de Constanza consiguió la abdicación de dos de los Papas existentes: Juan XXIII y Gregorio XII, y excomulgó al renuente Benedicto XIII[28]. Al mismo tiempo, proclamó la superioridad del concilio sobre el Papa, terminando el cisma de Occidente.
Juan Hus murió en la hoguera, pero sus ideas sobrevivieron. Los seguidores de Hus siempre fueron una minoría, pero en los territorios de la actual República Checa, los husitas sí fueron muchos e incluso se tomaron el poder. Desde allí, le declararon la guerra a los católicos, pero también se dividieron entre ellos mismos, y comenzó una sangrienta guerra entre los husitas más revolucionarios contra los más moderados. Los husitas siguen siendo hasta el presente, un grupo minoritario de la población checa.
Los checos hicieron de Hus, un héroe nacional, produciéndose las “guerras husitas” cuando el Reino Checo se convirtió en el escenario de la contienda entre los partidarios de la Iglesia católica y los husitas. El rey Wenceslao IV murió en la víspera de la revolución husita. El emblema de los husitas, que luego ostentaban en sus banderas, era el cáliz, que simbolizaba la comunión “sub utraque specie”, o sea tanto la hostia, como el vino, destinado para el celebrante y para todos los participantes de la misa. El programa del movimiento, basado en los sermones de Jan Hus, se plasmó en los cuatro Artículos de Praga, que resumían los puntos principales de la ideología husita. El lema de los husitas era “La verdad vence a todo”, que luego pasó también al estandarte de los presidentes checos.
El 30 de julio de 1419 los habitantes de Praga, conducidos por el predicador Jan Želivský tiraron por las ventanas del ayuntamiento de la Ciudad Nueva a los consejeros de la delegación contrarreformista y los ejecutaron. Con la defenestración de la Ciudad Nueva comenzó la revolución husita, un movimiento que, en unas decenas de años, hizo de Bohemia la clave de la política europea de su época. Su desenlace fue la resignación de la Iglesia católica ante la imposibilidad de mantener en todo el territorio que se encontraba bajo su influencia la unidad de la fe.
En el año 1420 los husitas fundaron su propia ciudad: Tábor. En ella, lo que se proponían era hacer realidad el ideal de una sociedad justa e igualitaria. Segismundo, cuyas pretensiones al trono no fueron reconocidas, intentó ocuparla por la fuerza de las armas para adjudicarla a la realeza. Para ello organizó una serie de expediciones militares, pero todas sin éxito. En el concejo de Čáslav, se eligió una junta de doce miembros que gobernaba en lugar del destituido Segismundo. Conformaban dicha junta ocho burgueses, siete integrantes de la baja nobleza y cinco de la alta nobleza. Los así llamados Cuatro artículos de Praga se erigieron en programa husita, libre predicación de la palabra de Dios, la comunión bajo las dos especies, la vuelta a la primitiva pobreza de la Iglesia, el castigo de los pecados mortales.
Algunos de sus seguidores traicionaron la causa husita a condición de recibir el pan y el vino durante la comunión y otras concesiones menores, pero otros prefirieron crear comunidades independientes que sufrieron persecución. El movimiento guerreó contra los enemigos internos, y también contra Roma. Las huestes husitas, liderados por el invencible capitán Jan Zizka de Trocnov, creador de una táctica defensiva que consistía en el levantamiento de un parapeto de carros, que era un obstáculo prácticamente insuperable, derrotaban a sus enemigos de ambos campos. Con el tiempo, los husitas se dividieron en varias fracciones: Los praguenses, los huérfanos[29] y los taboristas. Una personalidad importante de Tábor fue el predicador Prokop Holý, llamado el Grande. Bajo su dirección, el ejército husita venció en la batalla de Ústi nad Labem a los cruzados en el año 1426, y en Tachov en el año 1427.
En Domažlic, en el año 1431, ni siquiera se llegó a entrar en lucha, aunque la batalla ya estaba preparada, porque la mayoría de los cruzados huyeron antes del comienzo en el momento en el que el ejército husita, ensordecedoramente y todos a una cantando el coral “Soldados de Dios”, empezaba a divisarse.
Mientras que el la primera fase de la revolución, los husitas se concentraron en la defensa ante ataques externos, el la segunda fase eran ellos los que llevaban la iniciativa. No solo se extendieron por las otras tierras de los Reinos de la Corona Checa, que junto a Bohemia constituían Moravia, Silesia, y Alta y Baja Lusacia, sino también por Eslovaquia, por otras áreas alemanas del imperio e incluso, al servicio de los reyes polacos, alcanzando incluso el Báltico.
La Iglesia católica, consecuentemente, prefirió utilizar la diplomacia mejor que la fuerza bruta. En el concilio de Basilea[30] comenzó una serie de negociaciones con los husitas. El ala radical del movimiento revolucionario quería imponer a toda costa obligación de la comunión bajo las dos especies para todos los habitantes del reino, sin parar mientes en las pérdidas, el cansancio y hasta el agotamiento causado por las largas guerras. Con el fin de debilitar a los católicos, sitiaron el bastión de Pilsen, pero la ciudad resistió.
En la batalla de Lipany, en 1434, la parte radical fue derrotada por los liberales y la revolución husita, desde el punto de vista militar, fue concluida. La causa de su derrota no fue la superioridad numérica de las tropas de la coalición, sino una artimaña que los engañó: Fingieron una huída a la desbandada de su contingente y cuando los husitas salieron a perseguirlo perdieron la posición de defensa que tenían con el parapeto de carros. Al contrataque, estando los husitas así desprotegidos, los derrotaron.
En el año 1436 se proclamó en Jihlava un acuerdo con el concilio de Basilea, en checo llamada la “kompaktáta”. Para el reino checo y la marca de Moravia, se permitía la comunión directamente del cáliz, y, aunque en versión un poco suavizada, los otros tres artículos de Praga. Por primera vez en la historia de la Iglesia católica, esta aceptaba la coexistencia de dos confesiones en las tierras que estaban bajo su dominio. El movimiento husita dejaba ver en el horizonte la Reforma europea, y suponía un paso hacia la libertad religiosa. Además, en su tiempo, se hizo famoso el arte militar checo, por lo cual los soldados checos fueron requeridos por muchos ejércitos.
El parapeto de carros montado en un lugar favorable era una defensa, con los medios militares disponibles en aquellos tiempos, invencible. Su único problema era la movilidad, en tanto que los que se encargaban de ella no llegaban a realizarla a tiempo. Su importancia también fue decayendo proporcionalmente con el desarrollo de la artillería.
El movimiento husita también supuso un gran cambio en el reparto de la propiedad. De las ciudades desapareció la capa más rica, los ciudadanos alemanes. Las propiedades que antes pertenecieron a la Iglesia se las repartieron los nobles y las ciudades ya fueran partidarios o no de la fe del cáliz. Con todo ello, cayó en picada la influencia política del clero católico y perdió su representación en el parlamento checo. Zikmund fue elegido rey finalmente después de muchos años de espera, pero a cambio del apoyo recibido, tuvo que aceptar esta situación.
En el año 1452 fue elegido como regente Jorge de Podiebrad, de noble linaje checo y husita moderado, que luchó con los vencedores en la batalla de Lipany. Tras la muerte del rey Ladislav Pohrobka, los estados lo eligieron como rey checo en 1458. Tuvo que bregar con el sobrenombre de “señor de los herejes”, porque reinaba en un reino en el que existía la igualdad entre las confesiones husita y católica. El papa Pío II se aprovechó de la circunstancia de que la “kompaktáta” había sido reconocida solo por el Concilio, pero no por el Papado, y la decretó inválida.
No obstante, el legado de Jan Hus fue conservado, y aunque sus partidarios vivían en reyertas constantes con los católicos, siempre ejercieron una influencia notable sobre los acontecimientos en el territorio checo. En el siglo XVI, las ideas de Jan Hus influyeron bastante a otro importante reformador religioso, al alemán Martin Lutero, cuyas actividades sacudieron todavía más los fundamentos de la Iglesia católica en Europa.
Sin embargo, después de la batalla en la Montaña Blanca, el Reino Checo fue sujeto a la rigurosa reformación católica de la dinastía reinante de los Habsburgos austríacos y la influencia de los husitas fue minimizada. No obstante, más que 500 años después de la muerte de Juan Hus, en 1920, el sacerdote Karel Farský fundó la Iglesia Husita Checoslovaca, que desempeña su papel hasta el presente.
Después de la derrota en la batalla de la Montaña Blanca en 1620, muchos se expatriaron, entre ellos el obispo J. A. Comenius, gran figura de la intelectualidad europea de su tiempo, y se reorganizaron en el extranjero. Más tarde se volvieron a organizar en Checoslovaquia. Entre los husitas contemporáneos se encuentra Tomás Masaryk, fundador de la República de Checoslovaquia, y el teólogo Joseph Hromadka.
Se solía olvidar que Jan Hus fue condenado principalmente debido a su testarudez en algunos puntos considerados por el Concilio de Constanza como dogmáticamente erróneos. También se olvidaba que Jan Hus murió heróicamente, considerándose un sacerdote católico. No fundó, ni pretendió nunca fundar otra iglesia, ni tampoco fue un reformador como Lutero.
E. Girolamo Savoranola.
La Florencia del siglo XV era famosa por su tolerancia intelectual y religiosa. Se valoraba mucho la devoción practicada en comunidad, por ello se hacían promesas por cualquier propósito imaginable, se mandaba a colgar exvotos en las iglesias y se realizaban generosos donativos. Sin embargo, lo más habitual era ingresar en una de las dos grandes congregaciones florentinas, la Arciconfraternitá della misericordia, que se ocupaba del ciudadano y el entierro de los pobres, o la Compagnia di Santa Maria del Bigallo, dedicada sobre todo a los huérfanos y los expósitos. Los miembros de las congregaciones provenían de todos los estratos sociales. Los fabricantes textiles y los banqueros acaudalados se complacían practicando de forma anónima la caridad con los necesitados, quizá en el afán de compensar las grandes ganancias que obtenían con la usura; además de preocuparse por el provecho propio, no había que escatimar esfuerzos por el bien común. Detrás de todo ello estaba el ideal cristiano de la caridad. La clase media y alta florentina han mantenido este compromiso social hasta nuestros días, puesto que forma parte de la fiorentinità, del carácter de los florentinos. Puede que sigan siendo ricos, que todavía posean el antiguo palacio familiar, quizás incluso la villa en el campo, pero ocultan esa riqueza material y tan solo muestran los rasgos ideales de la discreción, la modestia, el ahorro y la caridad.
En Ferrara, Florencia, Italia, el 21 de septiembre de de 1452, nació Girolamo Maria Francesco Matteo Savonarola, en el mismo mes y año que Leonardo da Vinci. Es el tercero de los siete hijos del comerciante Nicoló di Michele dalla Savonarola y de Elena Bonacolsi, descendiente de la noble familia de los Bonacolsi, que fueron señores feudales de Mantova. Un año después del nacimiento de Savoranola, en 1453, cayó Constantinopla y es ahí donde los historiadores ponen el punto final a la Edad Media. El Templo de Santa Sofía fue transformado en una mezquita y no fue sino hasta más de cuatro siglos después, en 1920, que Constantinopla se mantuvo como la capital del imperio Turco.
Según costumbre de las familias acomodadas, estos entregaron a varios de sus hijos a la Iglesia para que se educaran y fueran sacerdotes. El abuelo, Michele[31], era doctor y autor famoso en medicina, médico del marqués Niccoló III de Este y de los gobernantes ferrarenses. Michele Savonarola, su abuelo, era un hombre profundamente religioso, estudioso de la Biblia, de costumbres sencillas y terminantes y quizá fue quien más influyó en su idea reformadora de la Iglesia. En su vejez escribió folletos como el “De laudibus Iohanni Baptistae”, los cuales, junto con su educación y su estilo de vida, fueron muy importantes en la formación de Girolamo. Se encarga de su primera educación enseñándole gramática, música y, más tarde, dibujo. De los hermanos mayores, Ognibene y Bartolomeo, no se tienen noticias, mientras que de los otros hermanos, Maurelio, Alberto, Beatrice y Chiara, se sabe solamente que Alberto era doctor y Maurelio era fraile dominicano, igual que Girolamo.
Después de la muerte del abuelo, el padre Niccoló desea que estudie medicina. En un principio, Girolamo se muestra apasionado por los diálogos escritos por Platón, pero pronto se orienta hacia las enseñanzas de aristotelismo y Santo Tomás. Después de haber alcanzado el título de maestro, empieza los estudios de medicina que, sin embargo, abandona a los dieciocho años para dedicarse a la teología, el estudio de las doctrinas católicas, sin el consentimiento de sus padres. Fanático desde el comienzo, Girolamo se entrega a la lectura de los textos sagrados. Escribe, en 1472, “De ruina Mundi”, y en 1475, “De ruina Ecclesiae”, donde compara la Roma del Papa con la antigua y corrupta Babilonia. Con este espíritu ingresa en el convento de San Agustín en Faenza, donde se convierte en predicador. Posteriormente decide entrar en la orden dominica, ingresando en el convento de San Domenico de Bolonia. Allí se enfrasca en el estudio teológico, y en 1479 se traslada al convento de Santa Maria degli Angeli. Escribe discursos en los que acusaba a la iglesia de todos los pecados. Los Papas humanistas, que ayudaban y mantenían a los artistas, eran su blanco preferido. Sus fieles seguían con devoción sus llamadas a la vida sencilla. Las misas que hacía Girolamo Savonarola llegaron a juntar 15 000 personas. Decía que todos los males de este mundo se deben a la falta de fe; por que, cualquiera que tenga fe, se dará cuenta de inmediato que es muy necesario obrar bien, por que las penas del infierno son infinitas. Según Savonarola, los poderosos de este mundo se sienten orgullosos de haber puesto fin a la vida sencilla de los siglos anteriores. Según él, los sacerdotes de esos tiempos son los peores, por que hacen todo al revés de como deberían hacerlo; a ellos solo les interesa los bienes de este mundo, ya no cuidan las almas ni les inquietan los corazones de su pueblo, si no que solo se preocupan de obtener beneficios.
Finalmente, en 1482, la orden dominica lo envía a Florencia. En sus discursos habla sobre la pobreza y sobre la sobriedad y el carácter fuerte que los verdaderos creyentes deben seguir. Su forma de hablar violenta, y sus críticas excesivas acabaron por desesperar al pueblo, por lo que debió dejar Florencia en 1487. Savonarola empezó a tratar en sus sermones los temas del Apocalipsis y las visiones de la amenaza del fin del mundo. Regresa a Bolonia, donde se convierte en maestro de estudios. En su vida en el convento se distinguiría por sus riguroros ayunos y penitencias, incluyendo el maltrato que se daba con el cilicio y practicando una absoluta frugalidad, comiendo y bebiendo muy poco.
Vuelve a Florencia al Convento de San Marcos, que abandona para volver a Ferrara. En el convento de Santa Maria degli Angeli renuncia a ir a los movimientos sociales para dedicarse con especial énfasis a la predicación después de haber estudiado técnicas para hacer discursos públicos. Cabe mencionar que Florencia era la cuna del lujo y la cultura, hecho que contrastaba con la pobreza que sufría el gentío común.
Llegó a ser prior en el Monasterio de San Marcos en 1491, a la edad de 34 años, donde se convierte en el confesor del gobernador de Florencia, Lorenzo de Médicis, organizador de las célebres hogueras de vanidad o “Quema de Vanidades” donde los florentinos estaban invitados a arrojar sus objetos de lujo y sus cosméticos, además de libros que él consideraba licenciosos, como los de Giovanni Bocaccio. Predica contra el lujo, el lucro, la depravación de los poderosos y la Iglesia, contra la búsqueda de la gloria y, con mucho odio, contra la homosexualidad, entonces llamada sodomía, que él sospechaba que estaba en toda la sociedad de Florencia, donde él vivió. Ataca al Papa Inocencio VIII como “el más vergonzozo de toda la historia, con el mayor número de pecados, reencarnación del mismísimo diablo”.
Cuando en 1492 Savoranola quiso defenderse de las acusaciones que decían que era contrario a los poetas, escribió el ensayo “De divisione et utilitate omnium scientiarum” en el que hace derivar a la poesía de la filosofía racional, demostrando con ello que no tenía exacto conocimiento de la más divina de las artes.
Se considera que se adelantó a la reforma protestante. Predijo que un nuevo Rey Ciro atravesaría el país para poner orden en las costumbres de los sacerdotes y del pueblo. La entrada en la Toscana, región donde estaba Florencia, del ejército francés de Carlos VIII, en 1494, confirmó su predicción. El rey francés Carlos VIII quiso hacer valer su derecho a gobernar Nápoles, por lo que decidió entrar en Italia con su ejército y pasar por Florencia. Savonarola entonces lo ve como un enviado de los cielos para poner orden en el clero, que él consideraba impuro. El 8 de noviembre de 1494, en la Florencia invadida por el rey francés, estalla una sonada rebelión. Sus críticas violentas contra la familia que gobernaba Florencia en esos años, los Médici, acusándolos de corruptos, contribuyeron a la expulsión del gobernador Piero de Médici por los florentinos en 1495. Lorenzo de Médici, que gobernaba Florencia y mantenía con su dinero y sus negocios a Leonardo Da Vinci, también conocía a Savonarola. Se dice que Lorenzo llamó a Savonarola en su lecho de muerte en 1492 y Savonarola lo maldijo, haciendo que Lorenzo terminase sus días, hasta el último suspiro, temiéndole al infierno.
En 1493 el papa Alejandro VI, que le nombró su primer vicario general, aprobó su propuesta de reformar la orden dominica en Toscana. Sus ardientes predicaciones, llenas de avisos proféticos, no eran extrañas en la época, pero sus profecías parecían cumplirse con los desastres que estaba viviendo la Ciudad de Florencia en esos años, como por ejemplo la derrota contra los franceses, o el excesivo lujo de los ricos, que vivían rodeados de obras de arte, frente a miles de personas que vivían en la pobreza. En estas condiciones, la población se acercaba a Savonarola por que denunciaba todo esto. Otro desastre fue la epidemia de la sífilis, que en los tiempos de Savonarola mataba a una parte de la población. Muchos llegaron a creer que Savonarola era el profeta de los “últimos tiempos”.
La iglesia de San Marcos donde predicaba Savonarola fue conocida por su fanatismo. Savonarola no era un teólogo. Él no proclamaba doctrinas. En su lugar, predicaba su idea de la vida cristiana. Afirmaba que un alma intachable era preferible a cualquier acto lujoso o ceremonia excesiva. Con sus críticas no intenta hacer la guerra contra la Iglesia de Roma sino que desea corregir sus pecados.
Savonarola predicaba el ideal de la pobreza y el desposeimiento: “Una iglesia que devasta, que ampara a prostitutas, mozalbetes licenciosos y ladrones, y en cambio persigue a los buenos y perturba la vida cristiana no está impulsada por la religión sino por el diablo, al que no sólo se le puede sino que se le debe hacer frente”.
Savonarola, tras la expulsión de los Médici, surge como líder de la ciudad de Florencia. Girolamo comienza entonces a gobernar la República Democrática de Florencia, de carácter fuertemente religioso en la que se seguían sus ideas sin que él mismo participara activamente en la política, permaneciendo en un segundo plano como eminencia gris. El fervor moral de sus secuaces pronto se transformó en vigilancia, espionaje y denuncias. Como ahora Savoranola estaba en el poder, se pone a perseguir ferozmente a los homosexuales, que hasta entonces eran considerados un delito menor. Inicia la persecución contra las bebidas alcohólicas, el juego, la ropa indecente, los cosméticos. Savonarola ordena a la policía que busque por la ciudad cualquier cosa que permita la vanidad o el pecado. Tablas de juego, libros donde se trataban temas sexuales, peinetas, espejos, perfumes, ropa indecente son retirados por la policía y hechados al fuego purificador, la llamada “hoguera de las vanidades” que mencionamos antes, que era un inmenso fuego que ardía en la plaza principal de la ciudad. También se queman cuadros y obras maestras del Renacimiento que se vivía por aquellos años, también fueron al fuego libros de Petrarca y Bocaccio, libros de los antiguos escritores de la Civilización Romana y Griega de incalculable valor, por ser considerados inmorales. La violencia dirigida por Savonarola se extiende por toda la República de Florencia, en un intento por obligar a los ciudadanos a que retornen a sus costumbres sencillas.
En estas condiciones, se forma un grupo contrario al gobierno de Savonarola, llamados los arrabbiati o los enojados, que son derrotados en las calles por los seguidores de Girolamo. Los miembros del grupo formado por Francisco de Asís, que ya tenían casi 300 años de historia en la ciudad, se muestran como los mayores enemigos de Savonarola, pues con sus predicaciones en la Iglesia de los dominicos, la iglesia franciscana de la Santa Cruz de Florencia, pierde adeptos y se queda vacía; el monje Francesco de la Curia se convierte en la punta de lanza de los críticos de Savonarola.
Savonarola ataca a los Borgia diciendo que son pecadores. Su feroz ataque se centra en Rodrigo Borgia, que poco después llegó a ser Papa con el nombre de Alejandro VI. Savonarola ataca a los amigos de ese Papa, acusándolos de pecadores, incestuosos y mentirosos. Alejandro VI pide a Savonarola que cambie su actitud, primero intentando sobornarlo ofreciéndole el puesto de Cardenal, a lo que Savonarola respondió: “No quiero un birrete cardenalicio ni ninguna mitra, grande ni pequeña. No quiero sino lo que le diste a tus santos: la muerte”. Alejandro le prohibió sus predicaciones pero Savoranola declaraba desde el púlpito que si el Papa manda contra el bien hay que desobedecerle, insistiendo en esto mismo durante la Cuaresma, a más de mortificar al Pontífice con su palabra flagelante que se cebaba duramente contra los defectos de la Corte Romana.
Irritado ante tantas críticas, el Papa Alejandro VI amenaza a todos los habitantes de Florencia con la pena de entredicho, que significaba prohibir los sacramentos para todos los ciudadanos, e impedir que los muertos se entierren en cementerios bendecidos, como era costumbre en esos años. Estas amenazas provocan el terror entre el pueblo de Florencia.
El 13 de mayo de 1497 Savonarola es expulsado de la Iglesia pero el fraile se burló públicamente de la censura y continuó celebrando la Misa y subiendo a la sagrada tribuna para declarar nula la excomunión, pues, decía, el poder papal quedaba sin efecto ante la llamada de Dios. En 1498 el Papa ordena su arresto y ejecución. El 7 de abril de 1498 fallece Carlos VIII, el rey de Francia, quien había sido hasta entonces defensor de Savonarola. Durante la epidemia de peste, a pesar de no poder administrar los santos óleos por estar excomulgado, se dedicó con entusiasmo a atender a los monjes enfermos.
A principios del año 1498, Savonarola publicó su “Tratado acerca del gobierno de Florencia”. En él proponía una reforma de gobierno “basada en la justicia, la paz y la confianza entre los ciudadanos”. Con la reclamación del derecho de resistencia contra la Iglesia el 18 de marzo de 1498, en su último sermón antes de la ejecución, Savonarola tocó un punto delicado. Gran parte de la sociedad florentina aplaudía las aspiraciones de una fracción reformista de teólogos que pretendían contrarrestar el creciente absolutismo del papa mediante una constitución conciliar y la cogestión en las cuestiones de importancia decisiva para la Iglesia; sin embargo, dichos esfuerzos fracasaron y muchos tomaron al Papa por el anticristo.
El franciscano Francisco de Puglia propuso en marzo de 1498 sufrir la prueba del fuego en contradicción con Savoranola, aceptando ser quemado con tal de probar que Savonarola no era un profeta verdadero. Desde entonces el pueblo empezó a fantasear con la posibilidad del espectáculo del fuego. Los gobernantes de Florencia accedían a la realización de la prueba para así quitarse de en medio al fraile comprometedor, y en abril siguiente declaró la Señoría de Florencia que si el dominico fray Domingo era quemado, Savoranola debería abandonar la ciudad dentro de las tres horas siguientes a la realización de la prueba.
El Papa censuró el procedimiento, que constituía una auténtica provocación supersticiosa a Dios, pero Florencia no accedió, y todo fue preparado en la plaza de la Señoría para la realización del extraño juicio. Se decidió que el franciscano Juliano Rondinelli y el dominico Domingo habían de entrar en las llamas. Pero una discusión primero, provocada por el dominico, que quería entrar en las llamas de la hoguera llevando en sus manos el Santísimo Sacramento; y una tempestad después, fueron motivo suficiente para que la gente, cansada de la espera, despejara la plaza y abandonara el espectáculo.
El 8 de abril de 1498, una parte del ejército del Papa entra a Florencia. La ciudad no opone resistencia, y los ciudadanos se muestran dispuestos a detener al monje. Este se esconde junto con sus seguidores en el convento de San Marcos. Mueren muchos de los que intentan protegerlo. Savonarola y los suyos acaban siendo derrotados, incluyendo a sus dos amigos Fray Domenico de Pescia y Fray Silvestro. Poco después, Savonarola, acusado de hereje, rebelión y errores religiosos, es conducido a la prisión de Florencia. El proceso careció de rigor legal, pero había un proverbio de la época que decía: “Donde no haya motivo para proceder, hay que fabricarlo”. Así, durante cuarenta y dos días se le tortura a él y a sus amigos, acusándole con una causa capital: Haberse atribuido el don de profecía, a lo que se sumaban: Herejía, cisma, rebeldía, etc., diecisiete cargos en total.
Padeció varias semanas de torturas inhumanas por “defensor de la herejía y el cisma y por pretender innovaciones perniciosas”. Después de este tiempo Savonarola firma su arrepentimiento con el brazo derecho, brazo que los torturadores habían dejado intacto para que pudiese hacerlo. La confesión fue firmada antes del 8 de mayo de 1498. Después, se arrepiente de haber firmado esa confesión que le entregaron los torturadores, ruega a Dios para que tenga misericordia con él por su debilidad física en la confesión de los crímenes que en realidad creía no haber cometido. En el día de su ejecución, el 23 de mayo de 1498, todavía trabajaba en otra meditación, llamada “Obsedit me” que significa “Obsesionado conmigo”.
El día fijado para su ejecución lo llevaron hasta la Plaza della Signoria junto con sus fieles seguidores, Fray Silvestro de Pescia y Fray Domenico. A los tres les quitaron la ropa, los trataron como herejes y los entregaron a la policía. Los tres fueron colgados con cadenas de una sola cruz. Un eclesiástico le dice: “Te separo de la Iglesia militante y de la triunfante”. El fraile responde: “Solo de la militante; la otra no depende de ti”. Un fuego enorme fue encendido bajo sus cuerpos. Así pues, fueron ejecutados en el mismo lugar donde había ardido la “Hoguera de las Vanidades”.
Un testigo cuenta en su diario que el fraile tardó en quemarse varias horas. Los restos eran sacados y devueltos a la hoguera repetidamente, a fin de que los savonarolistas no los trataran como reliquias. Solo cenizas quedaron al final, que por último serían arrojadas al río Arno, al lado del Ponte Vecchio. El gobierno de Florencia fue posteriormente recuperado por la familia Médici.
Savonarola era intenso, ferviente y carismático en el aspecto personal. Se le compara a Lutero en su denuncia de la corrupción de la Iglesia, pero él no establecía las bases doctrinales que, con Lutero, llevarían al quiebre de la iglesia. Sin cuestionar el dogma católico, era un adelantado de la reforma moral que iba a traer el Protestantismo. Después de la muerte de Savonarola se origina en Florencia el grupo conocido como el Piagnoni para conservar su memoria, organizada en una especie de gremio. Ahora, después de su muerte, los seguidores de la orden de Francisco apoyan las ideas de Savonarola, se organizan junto a los demás seguidores de Girolamo, y en 1527 expulsan de nuevo a los gobernantes de la familia Médici, estableciendo otra vez una cruel tiranía. Esta termina en 1530, en la batalla de Gavinana. Savonarola atrajo la admiración de muchos humanistas religiosos posteriores, quienes valoraron sus profundas convicciones espirituales, pasando por alto sus siniestros excesos como gobernante de Florencia.
[1] Ritual cátaro de Lyon y Nuevo Testamento en provenzal.
[2] Viena 1028.
[3] 1056.
[4] 1163.
[5] 1179.
[6] 1148-1194.
[7] 1162-1196.
[8] 1194-1222.
[9] 1199.
[10] 1213.
[11] Julio de 1210.
[12] Febrero de 1211.
[13] Julio de 1212.
[14] 1213-1276.
[15] 1222-1249.
[16] 1229.
[17] Los Trencavel.
[18] Siglo IV.
[19] 314-335.
[20] Mateo 6.24; Lucas 16.13.
[21] Pastor.
[22] Ellos practicaban un tipo de confesión ante Dios guiados por sus “barbas” o predicadores intinerantes.
[23] Aunque no todas las congregaciones valdenses, lo que complació mucho a Lutero que estaba de acuerdo con el bautismo infantil.
[24] Cambio de la sustancia del pan y del vino en la sustancia del cuerpo y la sangre de Jesucristo.
[25] 1369-1415.
[26] 1414-1418.
[27] Hus significa ganso en checo.
[28] Español cuyo nombre era Pedro de Luna.
[29] Empezaron a llamarse así tras la muerte de Žižka.
[30] 1431-1439.
[31] 1385-1468.