E. Comentario del Libro.
1. Josué como líder[1].
Al final de Deuteronomio Moisés, el gran caudillo de Israel muere, pero el pueblo no puede quedarse en la Transjordania, sino que debe realizar la conquista de Canaán. Oseas, “liberación”, recibió un cambio de nombre por parte de Moisés: Josué, que significa “Adonay es el Salvador”[2]. Este nombre llegaría a ser más tarde Yesua, de donde proceden la palabra griega “Iesous” y española “Jesús”.
Josué, que había sido el ayudante de Moisés, había sido preparado para este liderazgo por habilidad, entrenamiento y experiencia[3], pero la prudencia, la voluntad, el tesón fueron las dotes naturales que más brillaron en la vida de Josué.
Josué, al igual que Moisés recibe un mandato de parte de Dios para cumplir con el pueblo[4]. Y también recibe la orden de guardar la Palabra que el Señor había dado por medio de su siervo Moisés[5]. Así como recibe la promesa de estar con él, así como Adonay había estado siempre con Moisés[6]. De esta manera el libro de Josué recoge el hilo de la historia donde termina el Pentateuco.
Los mandamientos y las promesas en los versículos 2–9 destacan la relación de pacto entre Dios y su pueblo. De parte de Dios, escogió a Israel para heredar la tierra[7]. Del lado de Israel, debían ahora por fe reclamar el don[8]. No es tanto un asunto de obediencia, cruzar el Jordán, tan importante como lo es, sino un asunto de confianza en Dios[9]. Él les da razón para confiar: Promete su presencia con ellos[10].
La primera orden es cruzar el Jordán[11]. El versículo 2 dice literalmente: “Tú, ahora, atraviesa junto con todo el pueblo el Jordán y pasa a la tierra que daré a los israelitas”[12]. Y en el versículo 4 se definen las fronteras extremas de la tierra, aunque la frontera sur está incompleta. Solo durante el reinado de Salomón Israel llegó a tener el control de esa área[13]. El desierto se refiere al desierto oriental que principia en Transjordania. El Líbano se incluye en la tierra prometida en Josué 13.5.
La segunda orden es tomar posesión de la tierra. “Tú harás que este pueblo tome posesión del país que juré darles a sus padres”[14] recuerda la concesión de la tierra que Dios dio a los patriarcas como una recompensa por su servicio fiel. Ahora, Josué debe conquistarla[15] y distribuirla[16].
La tercera orden, es ser valiente y meditar en la Ley[17]. La confianza y la obediencia van de la mano, no se pelean[18]. Aunque Josué fue preparado para esta guerra, la obediencia, no el poder, garantizaron el éxito de la operación.
2. El mandato de Josué al pueblo[19].
Los mandatos de Josué, tanto a los oficiales[20] como a las tribus del oriente[21], nos recuerdan Deuteronomio. Podemos comparar el versículo 11 con Deuteronomio 1.8; 4.1; 6.18; 8.1; 9.1, y notaremos que, como el texto mismo lo dice, la instrucción de Josué a las tribus orientales está tomada casi palabra por palabra del mandamiento de Moisés[22].
a. Mandato a los oficiales.
El modelo de mandamiento divino seguido ahora por la obediencia cuidadosa y de todo corazón de Josué, muestra cómo debe conducirse una guerra santa. La preocupación del narrador con la preparación espiritual, la causa real de la victoria, no con los detalles marciales, la aparente causa del éxito, se refleja en la falta de especificidad sobre alimentos en el versículo 11, cubriendo todo lo necesario para una guerra violenta, y la falta de detalle en el mandato. Israel, reconocido ahora como un campamento armado, necesitó tres días, es decir, parte de hoy, mañana y parte del siguiente día, para prepararse para la batalla antes de levantar el campo en Sitim[23]. Toma tiempo alistarse para la batalla[24]. Estos tres días anteriores al levantamiento del campamento, en el 6 de Nisan[25], no son los mismos que los tres días después de que habían dejado Sitim y acampado en el Jordán[26].
b. El mandato a las tribus orientales.
Dios prometió reposo a su pueblo, esto es, paz de los ataques enemigos, después de tomar posesión de la tierra[27]. La promesa de reposo surge de la relación de pacto con Dios[28]. El reposo al cual Moisés y Josué condujeron a Israel prefigura el reposo final y perfecto al cual Jesús dirige a su iglesia fiel[29].
c. La respuesta del pueblo a Josué[30].
El pueblo respondió con fe y obediencia de todo corazón, garantizando el éxito continuado de la conquista. Prometieron dar muerte a los infieles y ellos mismos le mandaron a Josué: ¡…Esfuérzate y ten valor![31]
3. Entrada a la tierra[32].
a. El informe de los espías: “Canaán derrotada”[33].
Aunque los espías fueron enviados para ayudar a Josué a hacer planes para su campaña militar, el valor principal de su informe fue mostrar que Canaán no estaba preparada espiritualmente.
1) Los espías son enviados.
El nombre Sitim, “las acacias”, sugiere un medio ambiente áspero. Quizá en un intento de evitar despertar sospechas como extranjeros, los espías a quienes Josué envió entraron secretamente a la casa de una prostituta, quien indudablemente tenía muchos visitantes. Hay que notar que aunque literalmente dice “durmieron”, no significa que durmieron con ella, aunque esta fue la suposición de los hombres de Jericó. El mismo verbo se traduce “acostar” en el versículo 8 sin ninguna connotación sexual. Claramente, el autor no trataba de decir que habían tenido relaciones sexuales con Rahab.
2) Rahab oculta a los espías.
El reconocimiento, espionaje y el engaño son necesarios en la guerra, aun en la guerra santa[34]. Rahab escondió a los espías y engañó a los exploradores del rey de Jericó con mentiras. Clandestinamente dejó que los espías escaparan y los instruyó sobre la forma de evitar ser descubiertos, escondiéndose en las cuevas de las montañas al occidente de la ciudad, lo opuesto a lo que podría esperarse como una posibilidad.
Las analogías indirectas de situaciones donde el engaño y la desinformación son correctos y necesarios, pueden ayudar. Los cazadores usan trampas y escondrijos; los pescadores, cebos y anzuelos. En los deportes, los jugadores con frecuencia tratarán de engañar a sus oponentes moviendo una pelota o adoptando posturas engañosas. En el ajedrez, un jugador engaña a su oponente tomando su pieza más débil para capturar la más fuerte; en los juegos de cartas uno conserva una “cara seria”. Dios fue bondadoso con las parteras que engañaron al Faraón[35] y “por la fe Moisés, recién nacido, fue escondido por sus padres durante tres meses…”[36]. En todas estas situaciones no acusamos a los participantes de actuar de acuerdo con principios carentes de ética de que un fin recto justifica medios injustos. Más bien, reconocemos que en dichas situaciones el engaño es legítimo, no erróneo. Así también el Antiguo Testamento reconoce que en la inteligencia de guerra, la contrainteligencia y las trampas son todas partes del “juego”. Josué preparó una emboscada[37], y David usó a Husai como una estructura en conjunción con una red de espías[38]. En el Nuevo Testamento, Pablo escapó de los judíos bajo el amparo de la noche[39], y el ángel tomó ventaja de los soldados dormidos para liberar a Pedro de las garras de Herodes[40]. Sin embargo, en la mayoría de las situaciones, las mentiras son incorrectas[41] y se requiere la verdad[42].
b. Pacto con Rahab.
La conversación nocturna de Rahab con los espías reveló su fe, en contraste con el temor de los cananeos. Los triunfos de Israel en contraste con el pánico de los cananeos, la convenció de que el Señor había dado la tierra a Israel y que Él es Dios[43]. A juzgar por la cerámica importada a Palestina en esta época y por la diplomacia internacional que se refleja en las Cartas de Amarna[44], el éxodo y la conquista de Israel pudieron haber sido ampliamente difundidos por todo el mundo contemporáneo. Rahab y los cananeos respondieron a los mismos informes[45]. La fe de Rahab la guió a la vida, en tanto que la incredulidad de los cananeos los condujo a muerte[46].
El informe de Rahab que el miedo había caído sobre los cananeos, persuadió a los espías de que el Señor había entregado la tierra sin que ellos hubieran levantado una espada[47]. El valor de la nueva generación de guerreros de Israel contrastó vivamente con la generación tímida que le precedió[48].
Luego de su confesión de fe, la primera en la Biblia, Rahab buscó salvación dentro de la comunidad del pacto. La salvación de Dios está accesible a todos los que lo buscan. Característicamente, Rahab buscó la salvación de toda su familia. La señal que ella quería era el juramento que le hicieron los espías en el versículo 14. Estos varones circuncisos aceptaron a esta prostituta convertida en el compañerismo pleno de la comunidad del pacto y estuvieron incluso dispuestos a morir por ella y su familia. El juramento con los gabaonitas en el capítulo 9 es otro asunto. Ellos escucharon de la fama del Dios de Israel, pero nunca lo confesaron como su Señor.
1) Rahab ayuda a los espías a escapar.
Como Abraham y Rut, Rahab renunció a su país en favor de Israel. De hecho, arriesgó su vida al identificarse con el Dios de Israel[49]. El Nuevo Testamento honra la fe[50] que produjo sus buenas obras[51]. Su fe incluso le ganó un lugar en el linaje de Jesús[52].
2) Estipulaciones del pacto.
La distinción que hicieron los espías entre la fiel Rahab y los desobedientes cananeos, encuentra su cumplimiento final en el juicio final[53]. Como Israel necesitó la sangre del cordero en sus dinteles para distinguirlos de los egipcios[54], así Rahab necesitó este cordón rojo que le proporcionaron los israelitas, para distinguirla a ella y a su familia de los cananeos destinados a muerte. Hoy, las familias creyentes aceptan por fe la señal demarcadora de Dios en el bautismo[55] y proclaman la muerte de Cristo cuando beben la copa del nuevo pacto en su sangre[56].
c. El informe de los espías.
El informe exacto de los espías del testimonio de Rahab subrayó el hecho que Dios había derrotado espiritualmente a los cananeos.
4. Cruce del Jordán[57].
El cruce del Jordán marcó el momento en que Israel rompió la última barrera a la tierra prometida y así escapó del desierto. El guerrero divino, simbolizado por su arca, los condujo hasta el crecido Jordán, lo secó, los protegió en su recorrido y los guió a la tierra prometida.
La mayor parte del año el Jordán puede cruzarse fácilmente[58], pero Dios esperó hasta el principio de la primavera cuando estaba en plena creciente, principalmente por las nieves derretidas del monte Hermón para conducir a los israelitas al otro lado, exaltando así a Josué a los ojos de la nación y haciendo saber a Israel que el Dios viviente estaba en medio de ellos.
a. El Jordán se abre.
Bajo el liderazgo fiel de Josué, la guerra santa prosiguió en forma majestuosa, ordenada, sin prisa o demora.
Israel calculó que los actos poderosos de Dios conectados con el cruce del Jordán se iniciaron en Sitim. Como el pueblo subió del Jordán el 10 de Nisán, el primer mes del año lunar correspondiente a nuestro abril, no pudieron haber llegado a la orilla oriental del Jordán antes del 8 de Nisán, tres días antes. El tiempo adicional entre su llegada al Jordán y el cruce del mismo, era necesario para la preparación espiritual del pueblo.
Hay cuatro discursos preparando al pueblo para el cruce: Uno por los oficiales del pueblo[59], uno por Josué al pueblo y a los sacerdotes[60], uno por el Señor a Josué[61] y uno por Josué a toda la nación[62]. Cada discurso revela un poco más sobre la maravilla que iba a acontecer, llegando a un clímax en el discurso final de Josué.
b. Los oficiales ordenaron al pueblo seguir el arca.
El arca simbolizaba el trono de Dios y en ocasiones era llevado a una batalla[63]. Pero no era solo un símbolo, Dios realmente estaba presente allí dirigiendo a los sacerdotes que lo llevaban[64]. Siendo el lugar donde se guardaban los Diez Mandamientos, la constitución de Israel[65], el arca representaba las reglas éticas de Dios y la relación de pacto de Israel con él. También simboliza el evangelio porque, además de guardar la ley por la cual todos serán juzgados[66], su tapa, el propiciatorio de la misericordia, rociado con sangre expiatoria, prefigura la sangre purificadora de Cristo[67].
La orden de mantener una distancia de 900 metros entre ellos y el arca, dio a todo Israel una perspectiva total del liderazgo maravilloso de Dios.
El 9 de Nisán, Josué dio instrucciones al pueblo de consagrarse haciendo énfasis en la santidad del ejército. Esta santificación implicaba el lavamiento de sus vestiduras[68] y abstenerse de relaciones sexuales[69]. El 10 de Nisán, Josué instruyó a los sacerdotes que tomaran el arca.
En este momento crítico, Dios recompensó la fe de Josué, prometiendo que cuando los sacerdotes estuvieran de pie en el Jordán engrandecería a Josué, como lo había hecho con Moisés. Josué es tipo de Cristo, quien guía a su iglesia por el desierto de este mundo para cruzar el río de la muerte en su peregrinar a la ciudad celestial.
c. Josué se dirigió solemnemente al pueblo.
En el versículo 10, el Dios vivo evoca un contraste con los dioses locales que murieron y volvieron a la vida otra vez de acuerdo con las épocas, pero no pudieron mantener control sobre la historia. Se mencionan siete naciones, probablemente porque siete representa lo cabal[70]. En el versículo 12 Josué aparta a 12 hombres para que lleven piedras al Jordán a fin de proporcionar una base firme en el lecho lodoso del río para los sacerdotes que llevaban el arca pesada.
En la culminación de su discurso, Josué predijo que el Jordán se detendría como en un embalse, mostrando que Dios, no causas naturales, era responsable de ello. El discurso profético de Josué lo calificó como digno sucesor de Moisés.
La narración enfoca ahora tanto la obediencia perfecta del pueblo, todo procedió exactamente de acuerdo con las instrucciones previas, como el carácter sorprendente del evento. El texto se sale de su curso para enfatizar que el cruce tuvo lugar en abril en la primera cosecha[71], cuando el río se desbordaba. Conforme a otros paralelos propuestos entre Moisés y Josué, el cruce aconteció en la misma época del año en que Israel cruzó el mar Rojo.
El cruce probablemente tuvo lugar cerca del vado que los árabes llaman Al-Maghtas, 12 kilómetros al sudeste de Jericó y 13 kilómetros al occidente de Tell el-Hammam. La ciudad de Adán, hoy Tell-ed-Damiye, donde se juntaron las aguas, está a 27 kilómetros río arriba desde Jericó, de modo que una amplia extensión del lecho del río, más de 30 kilómetros, quedó expuesto para que toda la nación cruzara rápidamente.
d. El cierre del Jordán y el memorial nacional.
El narrador continúa dando énfasis al carácter asombroso del cruce, pero se concentra en el monumento nacional de piedras. Este memorial fue uno en una serie conmemorando los hechos poderosos de Dios[72], culminando en el pan y la copa que proclaman “la muerte del Señor hasta que él venga”[73].
Una vez más Dios, como comandante en jefe, inició la acción. Su orden de elegir doce hombres asume que los doce que fueron apartados en Josué 3.12 habían colocado piedras como una plataforma firme para los seis sacerdotes. El número doce se repite cinco veces en los versículos 1 al 8, llamando la atención sobre la unidad de las doce tribus que constituyeron una nación bajo el liderazgo de Josué[74].
Una vez más, el comandante de Dios en el escenario terrenal obedeció sus instrucciones. Las 12 piedras iban a servir para siempre como una señal y como un memorial[75]. La memoria desempeña un papel importante en cualquier sociedad. Sin memoria, una persona pierde su identidad, y sin una historia que la sustente, una sociedad y el mundo alrededor llegan a convertirse virtualmente en fantasmas. Cualquier sociedad que espera perdurar debe convertirse en una comunidad de memoria y esperanza. En el antiguo Israel, los monumentos y los rituales como la Pascua[76], servían a esta función. Los numerosos memoriales que se mencionan en Josué y que todavía perduran[77], más tarde fueron reemplazados por los libros bíblicos que sostienen a la Iglesia. Se asume que las historias que explican los monumentos fueron transmitidas fielmente en forma oral hasta el tiempo en que se escribieron; de otro modo no hubieran comunicado ninguna convicción y no hubieran podido sostener al pueblo en realidad[78].
En el versículo 9, dice: “Josué colocó doce piedras en el cauce del río donde se detuvieron los sacerdotes que llevaban el arca del pacto”[79], esperando que el lector entienda que estas fueron otras 12 piedras. La sólida plataforma de piedra que se removió de debajo de los pies de los portadores en el lecho lodoso del río para hacer el memorial, tenía que ser reemplazada. Obviamente, estas piedras de reemplazo sumergidas, no podían servir como un memorial nacional por lo que Josué tomó doce piedras del mismo lecho del río y otro en el lugar del campamento levantó un nuevo memorial, después de pasarlo[80].
Los sacerdotes subieron desde el Jordán y el arca reasumió la dirección solamente después de que todo se había cumplido propiamente. Se muestra así que el Señor y sus sacerdotes permanecieron en el lugar de peligro, no el pueblo que se apresuró para cruzar. Añade que las tribus de oriente fueron adelante de las otras[81]. Aunque armados para la batalla, los 40.000 soldados nunca levantaron una espada porque el Señor peleó por ellos, como lo había hecho por la milicia armada en el mar Rojo[82]. Algunos soldados se quedaron atrás sobre el lado oriental del Jordán, para proteger sus hogares. El pueblo cruzó delante de Adonay sobre la orilla occidental, como si estuvieran frente a una tribuna. El comandante en jefe divino una vez más asumía su posición como Rey en medio del campo de batalla.
Como lo prometió el Señor, Josué fue exaltado. El 10 de Nisán, el día que se seleccionaba el cordero de la Pascua[83], fue un día cuando Israel aprendió nuevamente a temer a Dios y a Josué.
Conforme el Jordán volvía a su cauce normal, parecía como si se hubieran cerrado puertas detrás del Rey divino y sus súbditos, al entrar a la heredad real. El momento preciso del cierre del Jordán fue tan asombroso como su apertura.
En ese mismo día, Israel erigió el memorial nacional en Gilgal. Este lugar puede localizarse en el Khirbet el-Mefjir. El memorial nacional conmemoraba en estas preguntas y respuestas de generación en generación que el Señor había secado el Jordán, probablemente por las razones que se sugieren en Josué 3.7. Asociar el cruce del Jordán con el del mar Rojo subrayó la unidad tipológica de los dos eventos en la salvación y la historia. El pronombre vosotros en plural, en Josué 3.23, representa a todo Israel como un cuerpo unido. Todos los creyentes podemos estar presentes en alguna forma en estos eventos históricos a través de la Escritura, la imaginación y la fe. Aun más, a través del monumento todos los pueblos de la tierra conocerían que la mano de Dios es poderosa[84] e Israel temería, es decir, daría su lealtad sincera a Adonay. Hoy, estos propósitos se cumplen a través de la proclamación de la muerte de Cristo por el pecado y su resurrección de los muertos[85].
e. Preparaciones rituales.
Cada uno de los párrafos en este capítulo pone de manifiesto un paralelo entre Moisés y Josué, forjando todavía más vínculos entre los dos dirigentes en la fundación de Israel. Ambos infunden temor en sus enemigos[86]; ambos iniciaron la circuncisión antes de entrar de lleno en la tarea; ambos celebraron la Pascua como parte de la marcha hacia la tierra santa; y ambos se quitaron las sandalias delante del Señor.
Los reyes de los amorreos, es decir, aquellos de las ciudades-estados en las montañas al occidente del Jordán, y los reyes de los cananeos, es decir, aquellos de las ciudades-estados sobre las planicies al lado del mar, son una muestra de las siete naciones en Josué 3.10. Estos reyes sabían del acto poderoso del Señor, pero en lugar de ir hacia él en fe, como había hecho Rahab, sus corazones rebeldes se sumieron en temor y los inmovilizaron.
Una vez más, el Señor ordenó y Josué ejecutó perfectamente. Josué indirectamente circuncidó a toda la nación a través de los padres. Se ha propuesto dos interpretaciones del porqué el narrador representa esta circuncisión como de nuevo. Por un lado, quizá esa porción de la milicia unida que tenía 40 años y más y que fueron circuncidados en Egipto, era reconocida como la primera circuncisión; y aquellos de menos de 40, que no fueron circuncidados en el desierto, eran considerados la segunda. Esta interpretación es la que mejor acomoda a Josué 5.4–7. Por otro lado, la porción de edad mayor de la milicia pudo haber tenido que circuncidarse nuevamente porque la circuncisión egipcia era incompleta, a diferencia de la circuncisión israelita completa. Esta interpretación explica mejor el énfasis en cuchillos de pedernal y la referencia a la afrenta de Egipto, la circuncisión incompleta. Estatuas de guerreros en Canaán durante el tercer milenio a.C., muestran a los soldados como circuncidados en forma completa. Ahora en la tierra los israelitas podían libremente circuncidarse correctamente y remover de su medio la afrenta de Egipto. La colina de los prepucios puede haber sido el nombre de una pequeña loma cerca de Gilgal, que significa “alejar” la afrenta.
La mayoría de la milicia, nacida durante los 40 años en el desierto[87], tenía que ser circuncidada por primera vez. Es necesario considerar dos preguntas relacionadas: ¿Por qué la circuncisión y por qué en Gilgal? En Egipto, parece que la circuncisión hacía a alguien apto para la virilidad. En Israel, la circuncisión hacía a alguien apto para la relación de pacto con Dios[88] y de esta manera un heredero idóneo de la tierra prometida. Aquí también el rito sagrado de iniciación tenía que preceder a la Pascua. Si la generación incrédula hubiera circuncidado a sus hijos en el desierto, hubiera reducido este ritual de gracia a ligereza; por tanto, era apropiado mantenerlo en suspenso hasta la llegada de Israel a la tierra.
La celebración de la Pascua el 14 de Nisán al final de su jornada, recordaba a los israelitas que habían iniciado esta maravillosa jornada con Dios a través de su Pascua. Esta es precursora de Jesucristo[89], cuya sangre provee a los cristianos salvación del juicio de Dios en el mundo de Satán y cuya carne, simbolizada por el pan, provee para su santificación[90]. Al siguiente día empezaron a gozar el alimento que por tanto tiempo habían esperado en la tierra prometida. Habían pasado los 40 años cansadores de comer maná en el desierto.
f. Adoración del comandante.
La preparación final de Josué para la guerra santa implicó encontrarse con el Señor, porque su adoración todavía era demasiado imperfecta para la tarea por delante. El hombre misterioso que Josué encontró no era el Señor sino el jefe del ejército celestial. Como a los mensajeros seculares se les igualaba completamente con quienes los enviaban[91], el ángel de Dios[92] y su capitán angélico[93] eran tratados también con igual respeto. Le dice a Josué que no era ni de Israel ni de sus enemigos. El es el Jefe del Ejército de Adonay, incluyendo sus ángeles[94], no un aliado[95]. Si Israel quebrantaba el pacto, el santo Dios volvería su espada contra ellos[96], como lo aprendieron Israel y Acán en la batalla de Hai. Josué propiamente se postró en homenaje ante este ser angélico. La respuesta a su segunda pregunta fue tan inesperada como la primera. En lugar de un esperado boletín para la batalla, se le ordenó una mejor adoración. Aunque postrado, todavía tenía puestas sus sandalias sucias. Con Josué descalzo, la guerra santa puede empezar.
5. La toma de la tierra.
La conquista de la tierra llevó mucho tiempo y muchas batallas. De estas, el narrador selecciona cuatro por razones históricas y teológicas. Israel inició las primeras dos, que fueron contra las ciudades de Jericó y Hai, y varias coaliciones cananeas iniciaron las otras dos en el sur y en el norte. Las batallas de Israel contra las dos ciudades centrales le dieron una firme cabeza de playa en la tierra, dividiéndola en dos. Las batallas contra Jericó y la coalición del sur están marcadas por intervenciones asombrosas del Señor. Las equilibran las batallas contra Hai y la alianza del norte, marcadas por una estrategia brillante. En el corazón de esta sección, Israel se comprometió a guardar la ley de Dios en la tierra. De esto se trataba toda la guerra.
a. Jericó, Hai y la renovación del pacto en Siquem.
1) La batalla de Jericó.
Jericó, la moderna Tell es-Sultan, probablemente dedicada al dios de la luna, ya que su nombre significa “ciudad de la luna”, estaba localizada estratégicamente, teniendo un gran oasis en una región donde el agua era preciosa y controlaba los caminos principales hacia el interior.
Las instrucciones del Señor a Josué revelan el carácter del pacto. Dios graciosamente dio a Israel la tierra, pero debían hacerla suya obedeciendo fielmente[97].
La primera instrucción: Que el ejército marchara alrededor de la ciudad una vez al día durante seis días, sirvió de aviso de que el Rey divino estaba marcando la ciudad como suya. El rey de Jericó y sus fuerzas resistieron a Israel, pero estaban tan impotentes como Satanás y sus huestes ante Cristo y su Iglesia[98].
La segunda instrucción: Que siete sacerdotes debían llevar siete cornetas de cuernos de carnero delante del arca, señaló el inicio de la guerra santa. El arca es el Trono Santo de Dios.
La tercera instrucción: Los siete sacerdotes debían marchar con el ejército siete veces el séptimo día tocando sus trompetas delante del arca. El número siete se repite tres veces en Josué 6.14, significó perfección.
La cuarta instrucción: Que el pueblo debía dar un grito que hiciera temblar la tierra cuando escucharan el sonido de las cornetas, al final de las siete vueltas, lo que dio voz a su fe.
La quinta orden: Que cada guerrero debía atacar la ciudad de frente después que cayeran los muros, encontró su consumación cuando ellos dedicaron la ciudad al Señor.
a) Ordenes de Josué.
Josué repitió las órdenes que se aplicaban a los sacerdotes y luego las que se aplicaban al pueblo. Se menciona primero el arca, porque Dios es el Rey. Josué creativamente desplegó algunos hombres armados como vanguardia delante de los sacerdotes, tocando las cornetas, y otros como retaguardia detrás del arca. En esta forma, el Rey divino asumió su lugar propio en el corazón de sus guerreros sagrados. La extensión y la profundidad de la procesión no son importantes.
b) Ordenes ejecutadas.
Mientras el ejército santo estaba marchando en solemne procesión, los sacerdotes tocaban las cornetas y los hombres armados, según las órdenes de Josué, guardaban silencio absoluto. Esto duró seis días. El estilo dramático de la narración compite con el de la marcha.
c) Cae Jericó.
La tradición relata que el séptimo día era el sábado, lo que no se permite que interfiera con la guerra santa. La orden de Josué de consagrar la ciudad, implicaba matar a toda la gente en ella para prevenir el contagio espiritual de Israel[99]. A veces implicaba quemar la ciudad y en otras ocasiones no incluía el saqueo de las ciudades conquistadas. El principio se lleva a cabo en la iglesia a través de la excomunión[100], un principio y procedimiento que puede necesitar a veces ser aplicado el día de hoy.
El ejército santo siguió las instrucciones perfectamente y con su tremendo grito cayeron los muros de Jericó. Grandes terremotos sacuden el valle del Jordán en un promedio de cuatro veces por siglo, y las excavaciones en Jericó han revelado clara evidencia de un derrumbe de al menos un muro de ladrillo de lodo. Esta información da credibilidad al evento épico sin detrimento de la maravilla que Dios lo predijo y ejecutó en el momento preciso.
d) Rahab vive y Jericó perece.
La conclusión de la historia cambia entre el rescate de Rahab y la destrucción de la ciudad para contrastar su destino. Tanto por repetición como por detalles extensos, se subraya que Dios cumple su pacto incluso con una prostituta cananea. A Rahab y su familia se les colocó primero fuera del campamento, porque eran impuros ceremonialmente[101], pero al tiempo en que se escribió la historia sus descendientes se habían asentado permanentemente en Israel. Hay un sentido en el cual ella continúa viviendo en el nuevo Israel a través de su descendiente, Jesucristo[102].
Josué pronunció una maldición sobre cualquier persona que tratara de reconstruir los cimientos de esta ciudad “consagrada” al Señor[103]. La maldición, aunque descriptiva y no prescriptiva, era apropiada, porque el primogénito pertenece al Señor[104] y de esta manera toma el lugar de la ciudad “consagrada” al Señor.
2) La batalla de Hai.
Las dos partes de la batalla, la ruina y la victoria, enseñan lecciones de fe.
a) La ruina.
En forma directa, el narrador implica a todos los israelitas en el pecado de Acán. El concepto de solidaridad nacional, la noción de que los actos de un individuo afectan a todo el grupo, arroja luz sobre otros pasajes[105] y es la base para la doctrina del pecado original de la humanidad en Adán, y para la justificación de los santos a través de Jesucristo[106].
Hai significa ominosamente “la ruina”. Es incierta su identidad moderna porque el sitio tradicional, et Tell, está desocupado en la actualidad. El desatino y la derrota de Israel deben verse a la luz de la ira de Dios. Una cosa fue enviar espías que reconocieran Jericó, pero fue una clara violación a la guerra santa y a las instrucciones de Dios a Josué al nombrarlo, iniciar batalla sin consultar al Señor. Irónicamente, Josué tuvo que echar suerte después de la derrota. Los espías violaron las normas de la guerra santa contando con “miles”, no con el Señor. Si los contingentes eran de 15 hombres cada uno, entonces 36 hombres constituían una pérdida de un 80%. Al explicar esta derrota, uno no debe culpar solamente a estas violaciones de la guerra santa, la causa última de la derrota, o solamente el error táctico de Josué al intentar un ataque de frente la causa inmediata: fueron ambas.
En gran desaliento, Josué y los ancianos rasgaron sus vestiduras y se postraron delante del arca, el lugar sagrado de consulta. Se quejaron lastimosamente y consultaron osada y francamente de Dios la razón de su derrota[107]. Josué estuvo a punto de culpar a Dios como Israel lo había hecho[108]. Desde la perspectiva ignorante de Josué, la ruina parecía tontería. Si los cananeos hubieran reconquistado su confianza y desde sus fortificaciones en las montañas hubieran descendido sobre los israelitas, atrapados por el crecido Jordán, la situación hubiera sido realmente desesperada.
El Señor respondió bruscamente, levántate y subrayó la culpabilidad de la nación: Israel ha pecado. Defraudando al santo Dios, poniendo sus gustos y valorando que sus juicios son mejores que la palabra de Dios, los israelitas habían difamado su glorioso nombre.
Para proveer un camino de salvación nacional, Dios ordenó al campamento profanado consagrarse y deshacerse del hereje. Dios aisló a los culpables mediante respuestas de “sí” y “no” de la suerte sagrada, señalando a Acán mediante un proceso de eliminación. Los culpables entonces confesaron el mal que habían hecho. Todas las cosas quedan desnudas delante de Dios[109]. El pecado quedaría cubierto quemando todo lo que pertenecía a Acán. Quizá la propiedad hurtada de Jericó hubiera infligido a Israel un contagio físico y por eso debía ser sometido al fuego purificador. En tiempos bíblicos, las familias actuaban más como una unidad bajo la dirección del padre, que en las culturas occidentales. Las familias entraban en pacto con Dios como un grupo y quebrantaban el pacto colectivamente, como en este caso. Acán probablemente escondió el botín en la tienda familiar, con el conocimiento pleno de toda su familia.
Confesando su pecado, Acán dio gloria a Dios, porque ello entrañaba reconocimiento de la omnisciencia, soberanía, verdad, celo y santidad de Dios. De manera significativa, el incrédulo Acán equivocó el nombre de lo recuperado en la ciudad, llamándolo botín. Su punto de vista de la guerra santa era equivocado. Para él, Jericó era un trofeo que había conquistado, no algo que el Rey divino había ganado. De igual manera los materialistas consideran los recursos de la tierra como suyos, no del Señor.
Todo Israel debía participar en la lapidación expiatoria. El montón de piedras en Acor, que significa “desastre”, conmemora el trágico sacrilegio de Acán.
b) La victoria.
En el ataque renovado, se siguieron escrupulosamente las reglas de la guerra santa. Primero, el Señor ordenó el ataque y Josué, en forma perfecta e innovadora, cumplió los detalles. En segundo lugar, se ordenó al ejército no temer porque Dios le había prometido la victoria. La victoria fue tan segura al principio del segundo ataque, como la derrota fue cierta al inicio del primero.
No obstante, cada batalla en la conquista fue única. Las normas de la guerra santa generalmente imponían una fuerza reducida, de manera que la fe de Israel estuviera en el Señor y no en el poder militar[110]. Sin embargo, en este caso Israel envió todo el ejército. En el primer ataque sin éxito, los números reducidos representaron la falsa confianza de Israel. Ahora todo el ejército expresaba fe, subiendo nuevamente en contra del formidable enemigo. En esta batalla el botín del Señor incluía solamente la ciudad y la gente, no el ganado ni los metales preciosos.
El plan de batalla requería de una estrategia militar normal, una astuta emboscada, no una procesión sacerdotal como la que en forma asombrosa derribó los muros de Jericó. En el éxodo, el Señor de los Ejércitos maravillosamente usó el mar Rojo y el viento oriental, no los hombres armados de Israel, para destruir al poderoso ejército egipcio[111], pero en la siguiente batalla contra los amalequitas confió la espada a Josué[112].
El Señor ordenó una emboscada engañosa aunque no es claro el número involucrado en la emboscada. Los de la emboscada ascendieron 20 kilómetros por la empinada montaña y al amparo de la noche se escondieron detrás de una colina o en cuevas, en el lado occidental de Hai. A la mañana siguiente, Josué salió de Gilgal con la principal fuerza de guerra, teniendo una visión completa de Hai además de un valle al norte de la ciudad. Aquella noche, la segunda para los hombres de la emboscada que ya estaban listos, Josué reconoció el valle donde tendría lugar la batalla, para asegurar el éxito de su maniobra engañosa.
Para el rey de Hai, la maniobra de Josué parecía una repetición. Temprano la mañana siguiente, se apresuró temerariamente a marchar hacia el norte al lugar asignado para la batalla, esperando que se repitiera la derrota anterior. Josué fingió una retirada, usando la anterior para su ventaja, e indujo al rey a desechar toda precaución. Para aniquilar a su presa en huida, el rey reunió a todas sus tropas fuera de la ciudad, incluso del Templo, llamado aquí Betel[113], el último punto de defensa de una ciudad sobre su acrópolis. Aquí Betel, que significa literalmente “casa de Dios”, no es el nombre de un lugar sino una descripción del Templo de Hai.
En el momento crítico, el Señor intervino y ordenó a Josué que levantara la lanza, o probablemente sea mejor decir una espada curva, una cimitarra. Extendida hacia Hai, simbolizó la soberanía del Señor sobre la ciudad. Los hombres en la emboscada habían dejado ya rápidamente sus lugares de escondite. Tan pronto como Josué dio la señal, se apresuraron hacia la ciudad. El ejército principal de Israel se volvió contra sus desventurados perseguidores quienes, mirando atrás, vieron a su ciudad elevándose en humo y a las cinco unidades israelitas saliendo detrás de ellos.
De acuerdo con las normas de la guerra santa contra los cananeos, los 12 contingentes completos de Hai y sus esposas se convirtieron en el “botín” del Señor, y fueron destruidos.
La ciudad incendiada, un montículo permanente de ruinas y la tumba del rey, un montón de piedras a la puerta, sirvieron como memoriales y prueba de que los eventos realmente acontecieron. El rey de Hai fue colgado de un árbol, quizá traspasado sobre una estaca, para mostrar que estaba bajo la maldición de Dios. De acuerdo con la ley, tenían que bajarlo antes del anochecer[114]. Por contraste, el Rey de Israel “nos ha rescatado de la maldición…al hacerse maldición por nosotros”[115]. A él también lo bajaron a la puesta del sol[116].
c) El pacto renovado.
En el corazón de sus historias de batalla, el narrador hace una pausa para relatar que Israel renovó el pacto en Siquem como Moisés les había instruido[117]. Se publicaron las demandas y los preceptos del Señor de Israel. El altar simbolizaba la demanda de Dios sobre la tierra[118] y la ley definía el carácter de su reinado. Como las viñas sin podar[119] y el cabello sin cortar[120] eran símbolos en Israel de que estos objetos eran santos o dedicados al Señor, así un altar de piedras sin labrar mostraba que pertenecían al Creador. El monte Ebal está al norte de Siquem, donde está la moderna Nablus, el sitio de mal agüero, y el monte Gerizim, el más bajo de los dos al sur. Uno debe asumir que Israel tenía libre acceso a esta área, ya sea porque tenían un tratado con los siquemitas[121] o porque los cananeos, agazapados en sus fortificaciones, tenían temor de confrontarlos en esta área poco poblada. El monte Ebal, el monte de las maldiciones, fue elegido como el sitio apropiado para el altar porque allí Dios quitó la maldición de los pecadores.
Los holocaustos simbolizaban la consagración total de Israel a Dios y sirvieron para rescatarlos. Las ofrendas de compañerismo, que se comían, celebraban su relación con Dios. Los mismos sacrificios se usaron en la ceremonia en el monte Sinaí cuando Israel inicialmente ratificó el pacto[122]. Prefiguran la sangre de Cristo del nuevo pacto[123].
Como Josué estaba siguiendo la ley de Moisés, el lector debe asumir que las grandes piedras fueron cubiertas con cal y la ley inscrita sobre ellas[124]. No se especifica la extensión de la ley escrita a la vista de los israelitas reunidos solemnemente. El lector debe asumir también que en el anfiteatro natural con espléndidas propiedades acústicas, seis tribus sobre el monte Gerizim aclamaron las bendiciones sobre la obediencia y seis en el monte Ebal las maldiciones sobre la desobediencia. Las tribus, compuestas de ciudadanos nativos y naturalizados, permanecieron en pie hacia los sacerdotes que llevaban el arca, el trono del Rey divino. Después, para que la escucharan todos los ciudadanos del reino de Dios, Josué leyó la ley, expresada a través de las bendiciones y las maldiciones, esencia del tratado de Israel con Dios[125].
b. Tratado con Gabaón.
El tratado con los gabaonitas fue una excepción obvia a la regla de la guerra santa. Este relato muestra que Israel podía determinar que bajo ciertas circunstancias podía y debía hacerse una excepción a la Ley. A veces surgen situaciones comprometedoras como aquí y por ejemplo en casos de divorcio, porque no se buscó en primer lugar la palabra de Dios. En el tiempo de los jueces, Israel se enredó tanto con pactos de paz con las naciones condenadas, que el Señor ya no sacó a los cananeos[126], tal como muchos en la iglesia hoy están optando por coexistir pacíficamente con el mundo y están perdiendo su poder espiritual.
1) Confederación cananea.
La diplomacia excepcional de Gabaón se presenta en contraste con el trasfondo de la decisión de otras confederaciones cananeas de hacer la guerra contra Israel[127]. Los gabaonitas arriesgaron la paz, no la guerra. Desafortunadamente, aunque temían a Dios, no optaron por una tercera solución, vasallaje total dentro del pacto con Dios, como lo había hecho Rahab. Confrontada con Cristo y su evangelio, la gente de igual manera puede optar por una de estas tres posturas: Luchar contra él, coexistencia pacífica sin sumisión a él, o ser miembro pleno en el nuevo pacto por medio de su sangre y del renacimiento espiritual.
2) El engaño de Gabaón.
Gabaón y sus cuatro aliados son llamados “heveos” para recordarnos que son una de las naciones sentenciadas. La identificación popular de Gabaón con el-Jib, 13 kilómetros al noroeste de Jerusalén, es cuestionable. Con términos de paz en sus bocas se acercaron a Josué, quien tuvo que aceptar la responsabilidad por lo que aconteció aunque es obvio que permitió que los ancianos participaran en las negociaciones.
Los gabaonitas compraban su esperanza de un tratado de paz en la norma de Israel de hacer paz con ciudades sumisas que estuvieran lejos de Israel y que no formaran parte de las naciones condenadas que podían corromperlos[128]. Por lo tanto, los gabaonitas pretendieron venir de lejos.
Si bien el engaño es una necesidad reconocida en la guerra, el engaño en hacer tratados es inaceptable, de modo que Josué los maldijo. En verdad, Josué y los ancianos se equivocaron también por depender de su juicio en lugar de consultar al Señor. La iglesia no debe sustituir la Palabra de Dios por su propio entendimiento, por atractivo que sea.
3) Tratado con Gabaón.
Quizá Israel tomó de las provisiones porque era parte del procedimiento para hacer pactos. En última instancia fue Israel, no Gabaón, quien hizo mal al no consultar al Señor.
4) El engaño de los gabaonitas descubierto.
Solo tres días después, Israel descubrió el engaño de los gabaonitas y les tomó otros tres días para hacer la jornada de 27 kilómetros de Gilgal a la liga gabaonita para confirmar el informe. Los cuatro pueblos que constituían esta liga controlaban las vías de acceso a Jerusalén desde el noroeste, de modo que vivían en una arteria vital dentro de la confederación israelita. La asamblea tuvo razón en quejarse contra sus dirigentes, porque la existencia de Israel en la tierra estaba ahora amenazada por esta presencia pagana.
5) El acuerdo.
Tres veces, en versículos sucesivos, se le da importancia al hecho de que Israel no debe quebrantar un juramento, aun cuando se hubiere hecho bajo una mentira y así tomando en vano el nombre de Dios[129]. Esta es una verdad que necesita ser reafirmada en una época en que se quebrantan los votos matrimoniales y los con tratos mercantiles. Los ancianos resolvieron el problema de asegurar un tratado irrevocable llevado a cabo con dolo, interpretando el término del tratado “siervo”, en la forma más excesiva: Los gabaonitas se convirtieron en cortadores de leña y portadores de agua para toda la congregación. Josué añadió servicio cúltico a las otras labores demandadas por los ancianos.
6. Conquista del sur.
La campaña del sur consistió de dos partes: La derrota de los cinco reyes de los amorreos que sitiaron a Gabaón, y la captura subsecuente de las ciudades reales y la subyugación del territorio.
a. Batalla en Gabaón.
La conquista de Hai por Josué y, sobre todo, la sumisión de Gabaón, apresuraron al alarmado rey de Jerusalén para formar una alianza con cuatro otras ciudades reales y sitiar Gabaón. Las ciudades-estado en el mundo de Israel con frecuencia unían fuerzas para resistir a un enemigo[130]. De una carta en la correspondencia Amarna se puede deducir que Gabaón era parte de un reino de Jerusalén que incorporaba la mayor parte del territorio montañoso de Judea. Enfrentado con el ataque de esta coalición poderosa, Gabaón apeló a Josué para cumplir la obligación del tratado de Israel y venir en su ayuda. Israel respondió a esta primera prueba verdadera de su temple.
El rey de Jerusalén, Adonisedec[131], gobernaba sobre una ciudad compuesta de amorreos y heteos, ambos pueblos dedicados por muerte a Dios[132]. La perspectiva del mundo de Adonisedec le impidió entender que las victorias de Israel las debían al Señor, no a Josué, y así desde su marco de referencia era asunto de reunir ejércitos contra ejércitos. A diferencia de los gabaonitas, que habían oído la fama de Adonay, él había oído de la fama de Josué. Los hombres valientes del rey, como los caballeros medievales, estaban entrenados y eran lo suficientemente ricos para equiparse bien. En este tiempo los egipcios controlaban Canaán y Laquis, la moderna Tell ed-Duweir, era su capital provincial.
El campo de batalla de Gabaón proporcionó un escenario donde el guerrero divino hizo maravillas. Este es el tercero y último acto de las intervenciones asombrosas del Señor a favor de Israel. En las mejores tradiciones de la guerra santa, el Señor daba instrucciones, probablemente después de ser consultado; ordenaba a Israel no temer, prometiéndole la victoria; turbó con pánico al enemigo mientras Josué los tomaba por sorpresa después de ascender colina arriba toda la noche, 35 kilómetros escabrosos desde Gilgal a Hebrón; e hizo llover piedras de granizo mortales sobre los derrotados enemigos que huían hacia sus fortalezas al pie de las montañas[133]. Reflexionando sobre este drama, Isaías habla del Señor como levantándose a sí mismo[134].
El narrador guarda la escena más espectacular para el final: La victoria en el paso de Bet-jorón. En esta escena, el séquito del Señor, el sol y la luna, desempeñan papeles de apoyo para Josué. Los cananeos, que venían subiendo por las laderas desde el occidente de Gabaón, a los cuales Josué había llevado alivio después de su ascenso fatigoso de toda la noche, estaban viendo hacia el oriente el sol cegador sobre Gabaón cuando empezó la batalla. Para mantener la ventaja, Josué, orando al Señor, ordenó al sol y a la luna, como subordinados del Señor, detenerse hasta que Israel se hubiera vengado a sí mismo, es decir, defensivamente recobrar su soberanía de su enemigo. En forma asombrosa el Señor sometió a estos ayudantes celestiales a la voz de mando de un hombre sobre el escenario terrestre. El sol pudo haber sido la deidad principal en Gabaón, como la luna lo era en Jericó. El narrador cita su fuente, el libro de Jaser[135], un relato antiguo y probablemente poético o colección de cantos épicos nacionales celebrando a los héroes de Israel[136].
Se reanuda ahora la epopeya de la batalla de Gabaón. Josué no detuvo a su ejército para ejecutar a los cinco reyes que, de acuerdo con los informes de su servicio de inteligencia se habían escondido en la cueva de Maqueda. Por el contrario, ordenó que una unidad bloqueara la entrada con piedras grandes y la guardaran, mientras su fuerza principal perseguía a los cananeos cortándoles la retirada a sus ciudades fortificadas en el occidente. Sin embargo, algunos escaparon. Entonces las tropas volvieron al campamento ahora en Maqueda. Nadie se atrevió a criticar a uno solo de los hombres de este ejército vencedor. Con esa reputación, pronto tendrían reposo.
Ahora era tiempo de matar a los cinco reyes. Josué usó la ocasión para fortalecer espiritualmente a sus tropas para las batallas futuras. Ante todo el ejército, instruyó a sus jefes para que siguieran una costumbre antigua ampliamente difundida de colocar sus pies sobre los cuellos de los reyes humillados[137]. Como el Señor le había ordenado al principio de la conquista, Josué ahora les ordenaba a ellos no temer, porque estos reyes eran prenda de las futuras victorias de Dios. Luego Josué los mató. Como hizo con el rey de Hai, mantuvo a estos reyes colgados hasta la noche como un espectáculo público para inducir el temor del Señor, no de los cananeos. Las piedras frente a la cueva sirvieron como otro memorial de la conquista asombrosa de Josué. La ejecución de los reyes prefigura la humillación y la derrota de Satanás[138].
b. Aniquilación de siete ciudades amorreas.
En una secuela, el narrador menciona rápidamente siete ejércitos reales que Josué destruyó y seis ciudades reales contra las que peleó, capturó y las añadió al “botín de Adonay”.
Las tres principales áreas geográficas de Judá, la región montañosa, el Neguev y la falda de las colinas, todas fueron sometidas en esta campaña. Aunque todavía faltaba mucha tierra por ser conquistada, el lomo de los cananeos condenados había sido quebrantado; en ese sentido podía decirse que Josué había dominado toda la región.
1) Conquista del norte.
La campaña del norte, como la del sur, consistió también de dos partes: La derrota junto a las aguas de Merom y la subsiguiente captura de las ciudades. Todas las naciones condenadas se reunieron contra Israel para esta batalla por la tierra, decisiva y culminante.
a) Batalla junto a las aguas de Merom.
El convocador de la coalición cananea fue Jabín, de la dinastía gobernante de Hazor[139]. Hazor, la moderna Tell Qedah, era una ciudad grande, bien fortificada, en los tiempos de Josué, que cubría unas 80 hectáreas con una población de cerca de 40.000. Era una de las ciudades principales sobre la ruta de comercio entre Egipto y Mesopotamia. La arqueología y la literatura antigua del Cercano Oriente corroboran la afirmación: Hazor había sido antes la capital de todos estos reinos.
El narrador presenta la convocatoria de Jabín a las armas concéntricamente. En el corazón del ejército estaba Jabín. Reunidos a su derredor estaban tres reyes de Galilea: De Madón, cerca de Qarm Hattin en el corazón de Galilea, Simrón, que es un sitio no ubicado, y Acsaf, en algún lugar en Aser. Reforzándolos a ellos, estaban los reyes de las áreas circunvecinas: En el norte de las montañas en la Galilea Superior, en el sur del Quinéret y el valle del Jordán al sur del Quinéret, y en el occidente de Nafot-dor, un famoso puerto al sur del monte Carmelo.
Para proporcionar máxima fuerza, se reunieron reyes desde las más remotas regiones al sur y al norte de ellos. Del norte remoto, los heveos que procedían de las faldas del monte Hermón en la región de Mizpa, sitio no ubicado que significa “Tener cuidado”. Estos aliados estaban equipados con el arma última de su tiempo, los carros ligeros tirados por caballos, que se podían desarmar y armar para la batalla en las planicies. Se reunieron para la batalla decisiva probablemente en la meseta al norte de Jebel Jermaq, a unos 4 kilómetros al noreste de Merom.
Una vez más, Israel siguió las reglas de la guerra santa: Josué consultó al Señor y él dio al ejército de Josué el estímulo que necesitaba frente a una superioridad que les hacía vacilar; les habló tanto del tiempo de batalla como de la táctica que debían emplear. Cuando los hombres de Josué hubieran amputado los caballos, los aurigas serían obligados a huir y los israelitas podrían perseguirlos. Después podían regresar y quemar los carros con paz, que fue lo que hicieron.
Josué y su experimentada gente de guerra atacaron sorpresivamente. La derrota santa estaba en marcha nuevamente. La coalición impía se apartó, algunos huyeron al noroeste y otros al nordeste, pero todos apresurándose sin pensarlo a salir de la tierra. Siguiendo las reglas de la guerra santa, Josué no perdonó la vida a ninguno de ellos.
b) Captura de las ciudades.
El destino de las ciudades capturadas es paralelo a la lista en 10.28–39. Como en el caso de Jericó, la jactanciosa ciudad de Hazor fue totalmente destruida; nada se perdonó y la ciudad fue quemada. Sin embargo, a diferencia de Jericó, no se pronunció ninguna maldición sobre cualquiera que la reedificara. Los israelitas no quemaron las otras ciudades reales. Como en el caso de Hai, conservaron el botín, como el Señor había mandado a Moisés[140]. El mandato de Moisés de “no dejarás nada con vida”[141], debe referirse a la vida humana, no a rebaños y ganado, porque con la aprobación total del Señor, Israel se llevó el ganado[142].
2) Campaña del sur.
El Arabá es todo el valle desde el mar de Galilea hasta el golfo de Eilat. El monte Halac[143], es Jeleb Halaq, muy al sudeste de Beerseba y Seír es Edom. Baal-gad, el polo opuesto sobre el eje norte-sur, puede ser Banias, en la base del monte Hermón y el nacimiento del Jordán. A juzgar por la edad de Caleb, si los números se pueden tomar por su significado literalmente, el mucho tiempo de la conquista puede ser siete años. Caleb tenía 85 al final de la conquista[144] y 78 cuando empezó[145].
Ninguno de los cananeos se arrepintió, excepto Rahab y su familia, y solamente los gabaonitas buscaron un tratado de paz, porque el Señor endureció los corazones del resto para destrucción. De la situación paralela del Faraón contra Moisés, uno puede inferir que los corazones de los cananeos contra Josué eran, como los de toda la humanidad, naturalmente duros[146]. Cuando se confrontaron con los hechos asombrosos del Señor por medio de su siervo, ellos, como Faraón, endurecieron sus corazones[147], después de lo cual el soberano Señor los endureció[148]. Toda la gente está muerta en pecado y merece el juicio de Dios; es solo a través de la misericordia de Dios que Él da nueva vida a algunos[149].
En todas las otras partes, el narrador advierte lo incompleto de la conquista en términos más precisos[150]. El Israel errante había pasado. No habiendo resistencia organizada, el camino estaba listo para que la tierra fuera distribuida.
7. Lista de los reyes derrotados.
En el capítulo 12 se hace un resumen de los reyes que mataron los israelitas y cuyas tierras tomaron, provee una transición entre la conquista de la tierra[151] y su distribución[152]. Esta lista confirma los capítulos 6 al 11.
Josué advierte repetidamente el cambio de los antiguos reyes malvados, y sus tierras, a Dios como el nuevo gobernante y sus tribus que santificarán la tierra prometida. Este cambio ilustra varias verdades:
Primera, que el reino justo de Dios legítimamente toma el lugar de los reinos injustos de este mundo que han usurpado su gobierno sobre la tierra[153].
Segunda, que en el tiempo del juicio Dios elimina decisivamente a los malvados.
Tercera, que los malvados no pueden estar en pie frente a un ejército santo, que sigue la revelación de Dios y confía en Él[154].
Cuarta, que el Dios eterno cumple sus promesas. Dios había hecho pacto sobre esta tierra con los patriarcas y su simiente. Ahora ha cumplido esa promesa pero no la ha consumado todavía. La conquista recuerda a la iglesia que el Dios que cumple pactos dará a su pueblo los nuevos cielos y la nueva tierra, como lo prometió, y en correspondencia ellos deben esperar pacientemente su herencia[155].
Quinta, que el pueblo unido de Dios, en este caso las tribus del occidente y oriente del Jordán, desalojan a los gobernantes ilegítimos y heredan la tierra prometida[156].
Este resumen se divide en dos mitades: La conquista de Israel y el asentamiento en la tierra al oriente del Jordán, y la conquista de Josué de los reyes al occidente del Jordán.
a. Conquista de Moisés de la tierra al oriente del Jordán y su asentamiento.
El narrador recuerda primero a sus lectores la transitoriedad de los reinos al oriente del Jordán.
1) Sijón.
La inmensa cañada del Arnón, wadi el-Mujib, sobre el lado oriental del Jordán al otro lado de Ein Gedi, es una frontera natural que antiguamente marcaba el límite entre los moabitas al sur y los amorreos al norte[157]. El Arabá aquí es el amplio valle del Jordán entre el mar de Galilea y el mar Muerto. En tiempos de Josué la frontera norte era el monte Hermón, no la frontera prometida en el Éufrates.
La conquista de Sijón, rey de los amorreos, se narra en Números 21.21–31 y en Deuteronomio 2.24–37. Aroer, el moderno Ar’arah, está como a 10 kilómetros del mar Muerto sobre la ribera norte que domina el wadi el-Mujib. Simbolizaba el límite sur de este territorio. El wadi Jaboc, que corría rumbo a occidente al Jordán, cerca de 12 kilómetros al norte del mar Muerto, formaba la frontera norte de Sijón. A Israel no se le permitió pasar los límites de la mitad oriental de la tierra perteneciente a los amonitas, que todavía no estaban organizados como un reino[158]. Galaad propiamente era la tierra boscosa y con colinas al norte de una línea que llegaba hasta el occidente desde Hesbón al mar Muerto y se extendía hacia el norte a wadi Yarmuk, que se allana en planicies a unos 18 kilómetros al sur de Yarmuk. La extensión norte de estas planicies forma el territorio de Basán. Esta área boscosa la divide en mitades el wadi Jaboc.
2) Og.
La conquista de Og, rey de Basán, se narra en Números 21.32–35 y Deuteronomio 3.1–11. Los refaítas eran gigantes que habitaban la tierra antes que los israelitas. Fueron conocidos por sus sucesores, los moabitas y amonitas, como los emitas y zomzomeos respectivamente[159]. Esta gente formidable, comparable en estatura con los anaquitas, estaban en la tierra prometida en el tiempo de Abraham[160]. Los gesuritas y maaquitas eran tribus arameas sobre el límite oriental de Israel.
Estas tierras fueron conquistadas por Moisés quien, bajo la dirección de Dios, las entregó a las dos tribus y media leales al Señor, para santificar la tierra. Dos veces se llama a Moisés siervo de Adonay, probablemente para mostrar el legítimo derecho de Israel a la tierra.
b. Conquista de Josué de la tierra al occidente del Jordán.
La tierra que conquistó Josué es aproximadamente del tamaño de El Salvador.
La lista en términos generales sigue los relatos de la conquista como se presentan en los capítulos 6 al 11 y los completa. En ese tiempo, Israel tenía su campamento en Gilgal y todavía no se había establecido en la tierra ni ocupado sus ciudades.
Estos “reyes” gobernaban sobre pequeñas ciudades-estado cuyo territorio se extendía solamente unos 5 kilómetros alrededor de la ciudad fortificada. En el 668 a.C., después de su primera campaña en Siria-Palestina, Asurbanipal cobró tributo de 33 reyes.
[1] Josué 1.1-9.
[2] Números 13.16.
[3] Éxodo 17.8–15; 24.12, 13; Números 14.6–12; 27:12–23; 32.12; Deuteronomio 1.37–38; 34.9.
[4] Deuteronomio 10.11.
[5] Josué 1.7-8.
[6] Josué 1.2-6.
[7] Josué 1.6.
[8] Josué 1.3-4.
[9] Josué 1.6-7, 9.
[10] Josué 1.5, 9.
[11] Josué 1.2-5.
[12] BL95
[13] Josué 13.1-7.
[14] Josué 1.6. BL95
[15] Josué 1-12.
[16] Josué 13-21.
[17] Josué 1.7-9.
[18] Romanos 1.5; 16.26; Santiago 2.14–26.
[19] Josué 1.10-15.
[20] Josué 10.10-11.
[21] Josué10.12-15.
[22] Deuteronomio 3.18–20; Números 32.
[23] Miqueas 6.5.
[24] Gálatas 1.17-18.
[25] Josué 4.19.
[26] Josué 2.16, 22; 3.2.
[27] Josué 13-15.
[28] Éxodo 33.12-16.
[29] Hebreos 4.1–11.
[30] Josué 1.16-18.
[31] Josué 1.18. NC
[32] Josué 2.1-5.15.
[33] Josué 2.1-24.
[34] Jueces 7.9-16.
[35] Éxodo 1:19–20.
[36] Hebreos 11.23. BAD
[37] Josué 8.9.
[38] 2 Samuel 15.32–37; 16.15–22.
[39] Hechos 9.23–26.
[40] Hechos 12.6–10.
[41] Proverbios 30.7-8.
[42] Efesios 4.15.
[43] Deuteronomio 4.39.
[44] Escritas cerca del 1350 a.C.
[45] Deuteronomio 2.24–3.11.
[46] 2 Corintios 2.14–16.
[47] Éxodo 15.13–16; 23.27; Deuteronomio 2.25; 11.25.
[48] Números 13–14; 1 Corintios 16.13; 1 Juan 4.4.
[49] Josué 2. 4–7, 15, 16.
[50] Hebreos 11.31.
[51] Santiago 2.25.
[52] Mateo 1.5.
[53] Mateo 25.31–46; Revelación 20.11–15.
[54] Éxodo 12:7, 13.
[55] Hechos 2.38, 39; 16.31–33.
[56] Lucas 22.20; 1 Corintios 11.25-26.
[57] Josué 3.1-4.24.
[58] Jueces 3.28; 8.4.
[59] Josué 3.2, 4.
[60] Josué 3.5-6.
[61] Josué 3.7-8.
[62] Josué 3.9-13.
[63] Números 10.35; 1 Samuel 4–6.
[64] Josué 4.11; Deuteronomio 10.8; 1 Samuel 6.7–12.
[65] Deuteronomio 10.1–4; 31.26.
[66] Romanos 2.12–16.
[67] Hebreos 9.
[68] Éxodo 19.10.
[69] Éxodo 19.15.
[70] Deuteronomio 7.1.
[71] Josué 5.10-11.
[72] Éxodo 13.3–6; 1 Samuel 7.12.
[73] 1 Corintios 11.26. BAD
[74] Éxodo 24.4; 1 Reyes 18.31–35.
[75] Éxodo 12.26-27; Deuteronomio 6.20–25.
[76] Éxodo 13–14.
[77] Josué 7.26; 8.29; 10.27.
[78] 2 Pedro 1.16.
[79] Josué 4.9. BAD
[80] Josué 4.20.
[81] Josué 1.12-13.
[82] Éxodo 13.18; 14.13–31.
[83] Éxodo 12.3.
[84] Josué 2.10; 3.10; Éxodo 15.14–16.
[85] Romanos 10.6–9.
[86] Éxodo 15.10–13.
[87] Números 14.20–22, 29–31; Deuteronomio 2.14.
[88] Génesis 17.9–14.
[89] 1 Corintios 5.7.
[90] Éxodo 12.8–11.
[91] 2 Samuel 3.12-13; 1 Reyes 20.2–4.
[92] Génesis 31.11; Éxodo 3.2; 14.19.
[93] Daniel 10.5, 20.
[94] 2 Reyes 6.15–17; Salmos 103.20-21.
[95] Josué 3.10.
[96] Levítico 26.25; Deuteronomio 28.15–26.
[97] Hebreos 11.30.
[98] Mateo 12.22–29; Lucas 10.18; Efesios 6.10–18.
[99] Deuteronomio 20.16–18.
[100] 1 Corintios 5.13.
[101] Levítico 13.46; Deuteronomio 23.3.
[102] Mateo 1.5.
[103] 1 Reyes 16.34.
[104] Éxodo 13.1.
[105] 2 Samuel 21.1–9; Hechos 9.4; Colosenses 1.24.
[106] Romanos 5.12–19.
[107] Isaías 6.11.
[108] Éxodo 14.21; 16.2–8.
[109] Hebreos 4.13.
[110] Deuteronomio 17.16; Jueces 7.1–8.
[111] Éxodo 14.10–31.
[112] Éxodo 17.8–16.
[113] Jueces 20.18.
[114] Deuteronomio 21.23.
[115] Gálatas 3.13.
[116] Juan 19.31.
[117] Deuteronomio 11.29.
[118] Génesis 12.8.
[119] Levítico 25.5, 11.
[120] Números 6.5.
[121] Génesis 34; Jueces 9.
[122] Éxodo 24.5.
[123] Lucas 22.20.
[124] Deuteronomio 27.1–8.
[125] Deuteronomio 11.26; 30.1.
[126] Jueces 2.1-5.
[127] Josué 10.1-11.23.
[128] Deuteronomio 10.10-15.
[129] Éxodo 20.7; 2 Samuel 21.1–14; Mateo 5.33–37.
[130] Génesis14.1-3.
[131] Significa “Mi Señor es justo”.
[132] Deuteronomio 7.1.
[133] Éxodo 14.24; Jueces 4.15; Salmos 77.17–19.
[134] Isa. 28.21.
[135] “El libro del justo”.
[136] 2 Samuel 1.18–27.
[137] 1 Reyes 5.3; Salmos 110.1; 1 Corintios 15.25–28.
[138] Génesis 3.15.
[139] Jueces 4.2.
[140] Deuteronomio 6.10-11.
[141] Deuteronomio 20.16. La Toráh
[142] Josué 11.14-15.
[143] “Montaña desnuda”.
[144] Josué 14.10.
[145] Deuteronomio 2.14.
[146] Éxodo 7.11–14; 1 Corintios 2.14.
[147] Éxodo 8.32; 9.34.
[148] Éxodo 10.1.
[149] Romanos 9.10–18.
[150] Josué 13.1; 15.63; 16.10.
[151] Josué 1-11.
[152] Josué 12-21.
[153] Josué 3.9–13; 8.30–35.
[154] Josué 1.5; 10.8.
[155] Hebreos 11.39- 40.
[156] Josué 1.12–15.
[157] Jueces 11.18-19.
[158] Josué 13.25.
[159] Deuteronomio 2.11, 20-21.
[160] Génesis 15.20.
1. Josué como líder[1].
Al final de Deuteronomio Moisés, el gran caudillo de Israel muere, pero el pueblo no puede quedarse en la Transjordania, sino que debe realizar la conquista de Canaán. Oseas, “liberación”, recibió un cambio de nombre por parte de Moisés: Josué, que significa “Adonay es el Salvador”[2]. Este nombre llegaría a ser más tarde Yesua, de donde proceden la palabra griega “Iesous” y española “Jesús”.
Josué, que había sido el ayudante de Moisés, había sido preparado para este liderazgo por habilidad, entrenamiento y experiencia[3], pero la prudencia, la voluntad, el tesón fueron las dotes naturales que más brillaron en la vida de Josué.
Josué, al igual que Moisés recibe un mandato de parte de Dios para cumplir con el pueblo[4]. Y también recibe la orden de guardar la Palabra que el Señor había dado por medio de su siervo Moisés[5]. Así como recibe la promesa de estar con él, así como Adonay había estado siempre con Moisés[6]. De esta manera el libro de Josué recoge el hilo de la historia donde termina el Pentateuco.
Los mandamientos y las promesas en los versículos 2–9 destacan la relación de pacto entre Dios y su pueblo. De parte de Dios, escogió a Israel para heredar la tierra[7]. Del lado de Israel, debían ahora por fe reclamar el don[8]. No es tanto un asunto de obediencia, cruzar el Jordán, tan importante como lo es, sino un asunto de confianza en Dios[9]. Él les da razón para confiar: Promete su presencia con ellos[10].
La primera orden es cruzar el Jordán[11]. El versículo 2 dice literalmente: “Tú, ahora, atraviesa junto con todo el pueblo el Jordán y pasa a la tierra que daré a los israelitas”[12]. Y en el versículo 4 se definen las fronteras extremas de la tierra, aunque la frontera sur está incompleta. Solo durante el reinado de Salomón Israel llegó a tener el control de esa área[13]. El desierto se refiere al desierto oriental que principia en Transjordania. El Líbano se incluye en la tierra prometida en Josué 13.5.
La segunda orden es tomar posesión de la tierra. “Tú harás que este pueblo tome posesión del país que juré darles a sus padres”[14] recuerda la concesión de la tierra que Dios dio a los patriarcas como una recompensa por su servicio fiel. Ahora, Josué debe conquistarla[15] y distribuirla[16].
La tercera orden, es ser valiente y meditar en la Ley[17]. La confianza y la obediencia van de la mano, no se pelean[18]. Aunque Josué fue preparado para esta guerra, la obediencia, no el poder, garantizaron el éxito de la operación.
2. El mandato de Josué al pueblo[19].
Los mandatos de Josué, tanto a los oficiales[20] como a las tribus del oriente[21], nos recuerdan Deuteronomio. Podemos comparar el versículo 11 con Deuteronomio 1.8; 4.1; 6.18; 8.1; 9.1, y notaremos que, como el texto mismo lo dice, la instrucción de Josué a las tribus orientales está tomada casi palabra por palabra del mandamiento de Moisés[22].
a. Mandato a los oficiales.
El modelo de mandamiento divino seguido ahora por la obediencia cuidadosa y de todo corazón de Josué, muestra cómo debe conducirse una guerra santa. La preocupación del narrador con la preparación espiritual, la causa real de la victoria, no con los detalles marciales, la aparente causa del éxito, se refleja en la falta de especificidad sobre alimentos en el versículo 11, cubriendo todo lo necesario para una guerra violenta, y la falta de detalle en el mandato. Israel, reconocido ahora como un campamento armado, necesitó tres días, es decir, parte de hoy, mañana y parte del siguiente día, para prepararse para la batalla antes de levantar el campo en Sitim[23]. Toma tiempo alistarse para la batalla[24]. Estos tres días anteriores al levantamiento del campamento, en el 6 de Nisan[25], no son los mismos que los tres días después de que habían dejado Sitim y acampado en el Jordán[26].
b. El mandato a las tribus orientales.
Dios prometió reposo a su pueblo, esto es, paz de los ataques enemigos, después de tomar posesión de la tierra[27]. La promesa de reposo surge de la relación de pacto con Dios[28]. El reposo al cual Moisés y Josué condujeron a Israel prefigura el reposo final y perfecto al cual Jesús dirige a su iglesia fiel[29].
c. La respuesta del pueblo a Josué[30].
El pueblo respondió con fe y obediencia de todo corazón, garantizando el éxito continuado de la conquista. Prometieron dar muerte a los infieles y ellos mismos le mandaron a Josué: ¡…Esfuérzate y ten valor![31]
3. Entrada a la tierra[32].
a. El informe de los espías: “Canaán derrotada”[33].
Aunque los espías fueron enviados para ayudar a Josué a hacer planes para su campaña militar, el valor principal de su informe fue mostrar que Canaán no estaba preparada espiritualmente.
1) Los espías son enviados.
El nombre Sitim, “las acacias”, sugiere un medio ambiente áspero. Quizá en un intento de evitar despertar sospechas como extranjeros, los espías a quienes Josué envió entraron secretamente a la casa de una prostituta, quien indudablemente tenía muchos visitantes. Hay que notar que aunque literalmente dice “durmieron”, no significa que durmieron con ella, aunque esta fue la suposición de los hombres de Jericó. El mismo verbo se traduce “acostar” en el versículo 8 sin ninguna connotación sexual. Claramente, el autor no trataba de decir que habían tenido relaciones sexuales con Rahab.
2) Rahab oculta a los espías.
El reconocimiento, espionaje y el engaño son necesarios en la guerra, aun en la guerra santa[34]. Rahab escondió a los espías y engañó a los exploradores del rey de Jericó con mentiras. Clandestinamente dejó que los espías escaparan y los instruyó sobre la forma de evitar ser descubiertos, escondiéndose en las cuevas de las montañas al occidente de la ciudad, lo opuesto a lo que podría esperarse como una posibilidad.
Las analogías indirectas de situaciones donde el engaño y la desinformación son correctos y necesarios, pueden ayudar. Los cazadores usan trampas y escondrijos; los pescadores, cebos y anzuelos. En los deportes, los jugadores con frecuencia tratarán de engañar a sus oponentes moviendo una pelota o adoptando posturas engañosas. En el ajedrez, un jugador engaña a su oponente tomando su pieza más débil para capturar la más fuerte; en los juegos de cartas uno conserva una “cara seria”. Dios fue bondadoso con las parteras que engañaron al Faraón[35] y “por la fe Moisés, recién nacido, fue escondido por sus padres durante tres meses…”[36]. En todas estas situaciones no acusamos a los participantes de actuar de acuerdo con principios carentes de ética de que un fin recto justifica medios injustos. Más bien, reconocemos que en dichas situaciones el engaño es legítimo, no erróneo. Así también el Antiguo Testamento reconoce que en la inteligencia de guerra, la contrainteligencia y las trampas son todas partes del “juego”. Josué preparó una emboscada[37], y David usó a Husai como una estructura en conjunción con una red de espías[38]. En el Nuevo Testamento, Pablo escapó de los judíos bajo el amparo de la noche[39], y el ángel tomó ventaja de los soldados dormidos para liberar a Pedro de las garras de Herodes[40]. Sin embargo, en la mayoría de las situaciones, las mentiras son incorrectas[41] y se requiere la verdad[42].
b. Pacto con Rahab.
La conversación nocturna de Rahab con los espías reveló su fe, en contraste con el temor de los cananeos. Los triunfos de Israel en contraste con el pánico de los cananeos, la convenció de que el Señor había dado la tierra a Israel y que Él es Dios[43]. A juzgar por la cerámica importada a Palestina en esta época y por la diplomacia internacional que se refleja en las Cartas de Amarna[44], el éxodo y la conquista de Israel pudieron haber sido ampliamente difundidos por todo el mundo contemporáneo. Rahab y los cananeos respondieron a los mismos informes[45]. La fe de Rahab la guió a la vida, en tanto que la incredulidad de los cananeos los condujo a muerte[46].
El informe de Rahab que el miedo había caído sobre los cananeos, persuadió a los espías de que el Señor había entregado la tierra sin que ellos hubieran levantado una espada[47]. El valor de la nueva generación de guerreros de Israel contrastó vivamente con la generación tímida que le precedió[48].
Luego de su confesión de fe, la primera en la Biblia, Rahab buscó salvación dentro de la comunidad del pacto. La salvación de Dios está accesible a todos los que lo buscan. Característicamente, Rahab buscó la salvación de toda su familia. La señal que ella quería era el juramento que le hicieron los espías en el versículo 14. Estos varones circuncisos aceptaron a esta prostituta convertida en el compañerismo pleno de la comunidad del pacto y estuvieron incluso dispuestos a morir por ella y su familia. El juramento con los gabaonitas en el capítulo 9 es otro asunto. Ellos escucharon de la fama del Dios de Israel, pero nunca lo confesaron como su Señor.
1) Rahab ayuda a los espías a escapar.
Como Abraham y Rut, Rahab renunció a su país en favor de Israel. De hecho, arriesgó su vida al identificarse con el Dios de Israel[49]. El Nuevo Testamento honra la fe[50] que produjo sus buenas obras[51]. Su fe incluso le ganó un lugar en el linaje de Jesús[52].
2) Estipulaciones del pacto.
La distinción que hicieron los espías entre la fiel Rahab y los desobedientes cananeos, encuentra su cumplimiento final en el juicio final[53]. Como Israel necesitó la sangre del cordero en sus dinteles para distinguirlos de los egipcios[54], así Rahab necesitó este cordón rojo que le proporcionaron los israelitas, para distinguirla a ella y a su familia de los cananeos destinados a muerte. Hoy, las familias creyentes aceptan por fe la señal demarcadora de Dios en el bautismo[55] y proclaman la muerte de Cristo cuando beben la copa del nuevo pacto en su sangre[56].
c. El informe de los espías.
El informe exacto de los espías del testimonio de Rahab subrayó el hecho que Dios había derrotado espiritualmente a los cananeos.
4. Cruce del Jordán[57].
El cruce del Jordán marcó el momento en que Israel rompió la última barrera a la tierra prometida y así escapó del desierto. El guerrero divino, simbolizado por su arca, los condujo hasta el crecido Jordán, lo secó, los protegió en su recorrido y los guió a la tierra prometida.
La mayor parte del año el Jordán puede cruzarse fácilmente[58], pero Dios esperó hasta el principio de la primavera cuando estaba en plena creciente, principalmente por las nieves derretidas del monte Hermón para conducir a los israelitas al otro lado, exaltando así a Josué a los ojos de la nación y haciendo saber a Israel que el Dios viviente estaba en medio de ellos.
a. El Jordán se abre.
Bajo el liderazgo fiel de Josué, la guerra santa prosiguió en forma majestuosa, ordenada, sin prisa o demora.
Israel calculó que los actos poderosos de Dios conectados con el cruce del Jordán se iniciaron en Sitim. Como el pueblo subió del Jordán el 10 de Nisán, el primer mes del año lunar correspondiente a nuestro abril, no pudieron haber llegado a la orilla oriental del Jordán antes del 8 de Nisán, tres días antes. El tiempo adicional entre su llegada al Jordán y el cruce del mismo, era necesario para la preparación espiritual del pueblo.
Hay cuatro discursos preparando al pueblo para el cruce: Uno por los oficiales del pueblo[59], uno por Josué al pueblo y a los sacerdotes[60], uno por el Señor a Josué[61] y uno por Josué a toda la nación[62]. Cada discurso revela un poco más sobre la maravilla que iba a acontecer, llegando a un clímax en el discurso final de Josué.
b. Los oficiales ordenaron al pueblo seguir el arca.
El arca simbolizaba el trono de Dios y en ocasiones era llevado a una batalla[63]. Pero no era solo un símbolo, Dios realmente estaba presente allí dirigiendo a los sacerdotes que lo llevaban[64]. Siendo el lugar donde se guardaban los Diez Mandamientos, la constitución de Israel[65], el arca representaba las reglas éticas de Dios y la relación de pacto de Israel con él. También simboliza el evangelio porque, además de guardar la ley por la cual todos serán juzgados[66], su tapa, el propiciatorio de la misericordia, rociado con sangre expiatoria, prefigura la sangre purificadora de Cristo[67].
La orden de mantener una distancia de 900 metros entre ellos y el arca, dio a todo Israel una perspectiva total del liderazgo maravilloso de Dios.
El 9 de Nisán, Josué dio instrucciones al pueblo de consagrarse haciendo énfasis en la santidad del ejército. Esta santificación implicaba el lavamiento de sus vestiduras[68] y abstenerse de relaciones sexuales[69]. El 10 de Nisán, Josué instruyó a los sacerdotes que tomaran el arca.
En este momento crítico, Dios recompensó la fe de Josué, prometiendo que cuando los sacerdotes estuvieran de pie en el Jordán engrandecería a Josué, como lo había hecho con Moisés. Josué es tipo de Cristo, quien guía a su iglesia por el desierto de este mundo para cruzar el río de la muerte en su peregrinar a la ciudad celestial.
c. Josué se dirigió solemnemente al pueblo.
En el versículo 10, el Dios vivo evoca un contraste con los dioses locales que murieron y volvieron a la vida otra vez de acuerdo con las épocas, pero no pudieron mantener control sobre la historia. Se mencionan siete naciones, probablemente porque siete representa lo cabal[70]. En el versículo 12 Josué aparta a 12 hombres para que lleven piedras al Jordán a fin de proporcionar una base firme en el lecho lodoso del río para los sacerdotes que llevaban el arca pesada.
En la culminación de su discurso, Josué predijo que el Jordán se detendría como en un embalse, mostrando que Dios, no causas naturales, era responsable de ello. El discurso profético de Josué lo calificó como digno sucesor de Moisés.
La narración enfoca ahora tanto la obediencia perfecta del pueblo, todo procedió exactamente de acuerdo con las instrucciones previas, como el carácter sorprendente del evento. El texto se sale de su curso para enfatizar que el cruce tuvo lugar en abril en la primera cosecha[71], cuando el río se desbordaba. Conforme a otros paralelos propuestos entre Moisés y Josué, el cruce aconteció en la misma época del año en que Israel cruzó el mar Rojo.
El cruce probablemente tuvo lugar cerca del vado que los árabes llaman Al-Maghtas, 12 kilómetros al sudeste de Jericó y 13 kilómetros al occidente de Tell el-Hammam. La ciudad de Adán, hoy Tell-ed-Damiye, donde se juntaron las aguas, está a 27 kilómetros río arriba desde Jericó, de modo que una amplia extensión del lecho del río, más de 30 kilómetros, quedó expuesto para que toda la nación cruzara rápidamente.
d. El cierre del Jordán y el memorial nacional.
El narrador continúa dando énfasis al carácter asombroso del cruce, pero se concentra en el monumento nacional de piedras. Este memorial fue uno en una serie conmemorando los hechos poderosos de Dios[72], culminando en el pan y la copa que proclaman “la muerte del Señor hasta que él venga”[73].
Una vez más Dios, como comandante en jefe, inició la acción. Su orden de elegir doce hombres asume que los doce que fueron apartados en Josué 3.12 habían colocado piedras como una plataforma firme para los seis sacerdotes. El número doce se repite cinco veces en los versículos 1 al 8, llamando la atención sobre la unidad de las doce tribus que constituyeron una nación bajo el liderazgo de Josué[74].
Una vez más, el comandante de Dios en el escenario terrenal obedeció sus instrucciones. Las 12 piedras iban a servir para siempre como una señal y como un memorial[75]. La memoria desempeña un papel importante en cualquier sociedad. Sin memoria, una persona pierde su identidad, y sin una historia que la sustente, una sociedad y el mundo alrededor llegan a convertirse virtualmente en fantasmas. Cualquier sociedad que espera perdurar debe convertirse en una comunidad de memoria y esperanza. En el antiguo Israel, los monumentos y los rituales como la Pascua[76], servían a esta función. Los numerosos memoriales que se mencionan en Josué y que todavía perduran[77], más tarde fueron reemplazados por los libros bíblicos que sostienen a la Iglesia. Se asume que las historias que explican los monumentos fueron transmitidas fielmente en forma oral hasta el tiempo en que se escribieron; de otro modo no hubieran comunicado ninguna convicción y no hubieran podido sostener al pueblo en realidad[78].
En el versículo 9, dice: “Josué colocó doce piedras en el cauce del río donde se detuvieron los sacerdotes que llevaban el arca del pacto”[79], esperando que el lector entienda que estas fueron otras 12 piedras. La sólida plataforma de piedra que se removió de debajo de los pies de los portadores en el lecho lodoso del río para hacer el memorial, tenía que ser reemplazada. Obviamente, estas piedras de reemplazo sumergidas, no podían servir como un memorial nacional por lo que Josué tomó doce piedras del mismo lecho del río y otro en el lugar del campamento levantó un nuevo memorial, después de pasarlo[80].
Los sacerdotes subieron desde el Jordán y el arca reasumió la dirección solamente después de que todo se había cumplido propiamente. Se muestra así que el Señor y sus sacerdotes permanecieron en el lugar de peligro, no el pueblo que se apresuró para cruzar. Añade que las tribus de oriente fueron adelante de las otras[81]. Aunque armados para la batalla, los 40.000 soldados nunca levantaron una espada porque el Señor peleó por ellos, como lo había hecho por la milicia armada en el mar Rojo[82]. Algunos soldados se quedaron atrás sobre el lado oriental del Jordán, para proteger sus hogares. El pueblo cruzó delante de Adonay sobre la orilla occidental, como si estuvieran frente a una tribuna. El comandante en jefe divino una vez más asumía su posición como Rey en medio del campo de batalla.
Como lo prometió el Señor, Josué fue exaltado. El 10 de Nisán, el día que se seleccionaba el cordero de la Pascua[83], fue un día cuando Israel aprendió nuevamente a temer a Dios y a Josué.
Conforme el Jordán volvía a su cauce normal, parecía como si se hubieran cerrado puertas detrás del Rey divino y sus súbditos, al entrar a la heredad real. El momento preciso del cierre del Jordán fue tan asombroso como su apertura.
En ese mismo día, Israel erigió el memorial nacional en Gilgal. Este lugar puede localizarse en el Khirbet el-Mefjir. El memorial nacional conmemoraba en estas preguntas y respuestas de generación en generación que el Señor había secado el Jordán, probablemente por las razones que se sugieren en Josué 3.7. Asociar el cruce del Jordán con el del mar Rojo subrayó la unidad tipológica de los dos eventos en la salvación y la historia. El pronombre vosotros en plural, en Josué 3.23, representa a todo Israel como un cuerpo unido. Todos los creyentes podemos estar presentes en alguna forma en estos eventos históricos a través de la Escritura, la imaginación y la fe. Aun más, a través del monumento todos los pueblos de la tierra conocerían que la mano de Dios es poderosa[84] e Israel temería, es decir, daría su lealtad sincera a Adonay. Hoy, estos propósitos se cumplen a través de la proclamación de la muerte de Cristo por el pecado y su resurrección de los muertos[85].
e. Preparaciones rituales.
Cada uno de los párrafos en este capítulo pone de manifiesto un paralelo entre Moisés y Josué, forjando todavía más vínculos entre los dos dirigentes en la fundación de Israel. Ambos infunden temor en sus enemigos[86]; ambos iniciaron la circuncisión antes de entrar de lleno en la tarea; ambos celebraron la Pascua como parte de la marcha hacia la tierra santa; y ambos se quitaron las sandalias delante del Señor.
Los reyes de los amorreos, es decir, aquellos de las ciudades-estados en las montañas al occidente del Jordán, y los reyes de los cananeos, es decir, aquellos de las ciudades-estados sobre las planicies al lado del mar, son una muestra de las siete naciones en Josué 3.10. Estos reyes sabían del acto poderoso del Señor, pero en lugar de ir hacia él en fe, como había hecho Rahab, sus corazones rebeldes se sumieron en temor y los inmovilizaron.
Una vez más, el Señor ordenó y Josué ejecutó perfectamente. Josué indirectamente circuncidó a toda la nación a través de los padres. Se ha propuesto dos interpretaciones del porqué el narrador representa esta circuncisión como de nuevo. Por un lado, quizá esa porción de la milicia unida que tenía 40 años y más y que fueron circuncidados en Egipto, era reconocida como la primera circuncisión; y aquellos de menos de 40, que no fueron circuncidados en el desierto, eran considerados la segunda. Esta interpretación es la que mejor acomoda a Josué 5.4–7. Por otro lado, la porción de edad mayor de la milicia pudo haber tenido que circuncidarse nuevamente porque la circuncisión egipcia era incompleta, a diferencia de la circuncisión israelita completa. Esta interpretación explica mejor el énfasis en cuchillos de pedernal y la referencia a la afrenta de Egipto, la circuncisión incompleta. Estatuas de guerreros en Canaán durante el tercer milenio a.C., muestran a los soldados como circuncidados en forma completa. Ahora en la tierra los israelitas podían libremente circuncidarse correctamente y remover de su medio la afrenta de Egipto. La colina de los prepucios puede haber sido el nombre de una pequeña loma cerca de Gilgal, que significa “alejar” la afrenta.
La mayoría de la milicia, nacida durante los 40 años en el desierto[87], tenía que ser circuncidada por primera vez. Es necesario considerar dos preguntas relacionadas: ¿Por qué la circuncisión y por qué en Gilgal? En Egipto, parece que la circuncisión hacía a alguien apto para la virilidad. En Israel, la circuncisión hacía a alguien apto para la relación de pacto con Dios[88] y de esta manera un heredero idóneo de la tierra prometida. Aquí también el rito sagrado de iniciación tenía que preceder a la Pascua. Si la generación incrédula hubiera circuncidado a sus hijos en el desierto, hubiera reducido este ritual de gracia a ligereza; por tanto, era apropiado mantenerlo en suspenso hasta la llegada de Israel a la tierra.
La celebración de la Pascua el 14 de Nisán al final de su jornada, recordaba a los israelitas que habían iniciado esta maravillosa jornada con Dios a través de su Pascua. Esta es precursora de Jesucristo[89], cuya sangre provee a los cristianos salvación del juicio de Dios en el mundo de Satán y cuya carne, simbolizada por el pan, provee para su santificación[90]. Al siguiente día empezaron a gozar el alimento que por tanto tiempo habían esperado en la tierra prometida. Habían pasado los 40 años cansadores de comer maná en el desierto.
f. Adoración del comandante.
La preparación final de Josué para la guerra santa implicó encontrarse con el Señor, porque su adoración todavía era demasiado imperfecta para la tarea por delante. El hombre misterioso que Josué encontró no era el Señor sino el jefe del ejército celestial. Como a los mensajeros seculares se les igualaba completamente con quienes los enviaban[91], el ángel de Dios[92] y su capitán angélico[93] eran tratados también con igual respeto. Le dice a Josué que no era ni de Israel ni de sus enemigos. El es el Jefe del Ejército de Adonay, incluyendo sus ángeles[94], no un aliado[95]. Si Israel quebrantaba el pacto, el santo Dios volvería su espada contra ellos[96], como lo aprendieron Israel y Acán en la batalla de Hai. Josué propiamente se postró en homenaje ante este ser angélico. La respuesta a su segunda pregunta fue tan inesperada como la primera. En lugar de un esperado boletín para la batalla, se le ordenó una mejor adoración. Aunque postrado, todavía tenía puestas sus sandalias sucias. Con Josué descalzo, la guerra santa puede empezar.
5. La toma de la tierra.
La conquista de la tierra llevó mucho tiempo y muchas batallas. De estas, el narrador selecciona cuatro por razones históricas y teológicas. Israel inició las primeras dos, que fueron contra las ciudades de Jericó y Hai, y varias coaliciones cananeas iniciaron las otras dos en el sur y en el norte. Las batallas de Israel contra las dos ciudades centrales le dieron una firme cabeza de playa en la tierra, dividiéndola en dos. Las batallas contra Jericó y la coalición del sur están marcadas por intervenciones asombrosas del Señor. Las equilibran las batallas contra Hai y la alianza del norte, marcadas por una estrategia brillante. En el corazón de esta sección, Israel se comprometió a guardar la ley de Dios en la tierra. De esto se trataba toda la guerra.
a. Jericó, Hai y la renovación del pacto en Siquem.
1) La batalla de Jericó.
Jericó, la moderna Tell es-Sultan, probablemente dedicada al dios de la luna, ya que su nombre significa “ciudad de la luna”, estaba localizada estratégicamente, teniendo un gran oasis en una región donde el agua era preciosa y controlaba los caminos principales hacia el interior.
Las instrucciones del Señor a Josué revelan el carácter del pacto. Dios graciosamente dio a Israel la tierra, pero debían hacerla suya obedeciendo fielmente[97].
La primera instrucción: Que el ejército marchara alrededor de la ciudad una vez al día durante seis días, sirvió de aviso de que el Rey divino estaba marcando la ciudad como suya. El rey de Jericó y sus fuerzas resistieron a Israel, pero estaban tan impotentes como Satanás y sus huestes ante Cristo y su Iglesia[98].
La segunda instrucción: Que siete sacerdotes debían llevar siete cornetas de cuernos de carnero delante del arca, señaló el inicio de la guerra santa. El arca es el Trono Santo de Dios.
La tercera instrucción: Los siete sacerdotes debían marchar con el ejército siete veces el séptimo día tocando sus trompetas delante del arca. El número siete se repite tres veces en Josué 6.14, significó perfección.
La cuarta instrucción: Que el pueblo debía dar un grito que hiciera temblar la tierra cuando escucharan el sonido de las cornetas, al final de las siete vueltas, lo que dio voz a su fe.
La quinta orden: Que cada guerrero debía atacar la ciudad de frente después que cayeran los muros, encontró su consumación cuando ellos dedicaron la ciudad al Señor.
a) Ordenes de Josué.
Josué repitió las órdenes que se aplicaban a los sacerdotes y luego las que se aplicaban al pueblo. Se menciona primero el arca, porque Dios es el Rey. Josué creativamente desplegó algunos hombres armados como vanguardia delante de los sacerdotes, tocando las cornetas, y otros como retaguardia detrás del arca. En esta forma, el Rey divino asumió su lugar propio en el corazón de sus guerreros sagrados. La extensión y la profundidad de la procesión no son importantes.
b) Ordenes ejecutadas.
Mientras el ejército santo estaba marchando en solemne procesión, los sacerdotes tocaban las cornetas y los hombres armados, según las órdenes de Josué, guardaban silencio absoluto. Esto duró seis días. El estilo dramático de la narración compite con el de la marcha.
c) Cae Jericó.
La tradición relata que el séptimo día era el sábado, lo que no se permite que interfiera con la guerra santa. La orden de Josué de consagrar la ciudad, implicaba matar a toda la gente en ella para prevenir el contagio espiritual de Israel[99]. A veces implicaba quemar la ciudad y en otras ocasiones no incluía el saqueo de las ciudades conquistadas. El principio se lleva a cabo en la iglesia a través de la excomunión[100], un principio y procedimiento que puede necesitar a veces ser aplicado el día de hoy.
El ejército santo siguió las instrucciones perfectamente y con su tremendo grito cayeron los muros de Jericó. Grandes terremotos sacuden el valle del Jordán en un promedio de cuatro veces por siglo, y las excavaciones en Jericó han revelado clara evidencia de un derrumbe de al menos un muro de ladrillo de lodo. Esta información da credibilidad al evento épico sin detrimento de la maravilla que Dios lo predijo y ejecutó en el momento preciso.
d) Rahab vive y Jericó perece.
La conclusión de la historia cambia entre el rescate de Rahab y la destrucción de la ciudad para contrastar su destino. Tanto por repetición como por detalles extensos, se subraya que Dios cumple su pacto incluso con una prostituta cananea. A Rahab y su familia se les colocó primero fuera del campamento, porque eran impuros ceremonialmente[101], pero al tiempo en que se escribió la historia sus descendientes se habían asentado permanentemente en Israel. Hay un sentido en el cual ella continúa viviendo en el nuevo Israel a través de su descendiente, Jesucristo[102].
Josué pronunció una maldición sobre cualquier persona que tratara de reconstruir los cimientos de esta ciudad “consagrada” al Señor[103]. La maldición, aunque descriptiva y no prescriptiva, era apropiada, porque el primogénito pertenece al Señor[104] y de esta manera toma el lugar de la ciudad “consagrada” al Señor.
2) La batalla de Hai.
Las dos partes de la batalla, la ruina y la victoria, enseñan lecciones de fe.
a) La ruina.
En forma directa, el narrador implica a todos los israelitas en el pecado de Acán. El concepto de solidaridad nacional, la noción de que los actos de un individuo afectan a todo el grupo, arroja luz sobre otros pasajes[105] y es la base para la doctrina del pecado original de la humanidad en Adán, y para la justificación de los santos a través de Jesucristo[106].
Hai significa ominosamente “la ruina”. Es incierta su identidad moderna porque el sitio tradicional, et Tell, está desocupado en la actualidad. El desatino y la derrota de Israel deben verse a la luz de la ira de Dios. Una cosa fue enviar espías que reconocieran Jericó, pero fue una clara violación a la guerra santa y a las instrucciones de Dios a Josué al nombrarlo, iniciar batalla sin consultar al Señor. Irónicamente, Josué tuvo que echar suerte después de la derrota. Los espías violaron las normas de la guerra santa contando con “miles”, no con el Señor. Si los contingentes eran de 15 hombres cada uno, entonces 36 hombres constituían una pérdida de un 80%. Al explicar esta derrota, uno no debe culpar solamente a estas violaciones de la guerra santa, la causa última de la derrota, o solamente el error táctico de Josué al intentar un ataque de frente la causa inmediata: fueron ambas.
En gran desaliento, Josué y los ancianos rasgaron sus vestiduras y se postraron delante del arca, el lugar sagrado de consulta. Se quejaron lastimosamente y consultaron osada y francamente de Dios la razón de su derrota[107]. Josué estuvo a punto de culpar a Dios como Israel lo había hecho[108]. Desde la perspectiva ignorante de Josué, la ruina parecía tontería. Si los cananeos hubieran reconquistado su confianza y desde sus fortificaciones en las montañas hubieran descendido sobre los israelitas, atrapados por el crecido Jordán, la situación hubiera sido realmente desesperada.
El Señor respondió bruscamente, levántate y subrayó la culpabilidad de la nación: Israel ha pecado. Defraudando al santo Dios, poniendo sus gustos y valorando que sus juicios son mejores que la palabra de Dios, los israelitas habían difamado su glorioso nombre.
Para proveer un camino de salvación nacional, Dios ordenó al campamento profanado consagrarse y deshacerse del hereje. Dios aisló a los culpables mediante respuestas de “sí” y “no” de la suerte sagrada, señalando a Acán mediante un proceso de eliminación. Los culpables entonces confesaron el mal que habían hecho. Todas las cosas quedan desnudas delante de Dios[109]. El pecado quedaría cubierto quemando todo lo que pertenecía a Acán. Quizá la propiedad hurtada de Jericó hubiera infligido a Israel un contagio físico y por eso debía ser sometido al fuego purificador. En tiempos bíblicos, las familias actuaban más como una unidad bajo la dirección del padre, que en las culturas occidentales. Las familias entraban en pacto con Dios como un grupo y quebrantaban el pacto colectivamente, como en este caso. Acán probablemente escondió el botín en la tienda familiar, con el conocimiento pleno de toda su familia.
Confesando su pecado, Acán dio gloria a Dios, porque ello entrañaba reconocimiento de la omnisciencia, soberanía, verdad, celo y santidad de Dios. De manera significativa, el incrédulo Acán equivocó el nombre de lo recuperado en la ciudad, llamándolo botín. Su punto de vista de la guerra santa era equivocado. Para él, Jericó era un trofeo que había conquistado, no algo que el Rey divino había ganado. De igual manera los materialistas consideran los recursos de la tierra como suyos, no del Señor.
Todo Israel debía participar en la lapidación expiatoria. El montón de piedras en Acor, que significa “desastre”, conmemora el trágico sacrilegio de Acán.
b) La victoria.
En el ataque renovado, se siguieron escrupulosamente las reglas de la guerra santa. Primero, el Señor ordenó el ataque y Josué, en forma perfecta e innovadora, cumplió los detalles. En segundo lugar, se ordenó al ejército no temer porque Dios le había prometido la victoria. La victoria fue tan segura al principio del segundo ataque, como la derrota fue cierta al inicio del primero.
No obstante, cada batalla en la conquista fue única. Las normas de la guerra santa generalmente imponían una fuerza reducida, de manera que la fe de Israel estuviera en el Señor y no en el poder militar[110]. Sin embargo, en este caso Israel envió todo el ejército. En el primer ataque sin éxito, los números reducidos representaron la falsa confianza de Israel. Ahora todo el ejército expresaba fe, subiendo nuevamente en contra del formidable enemigo. En esta batalla el botín del Señor incluía solamente la ciudad y la gente, no el ganado ni los metales preciosos.
El plan de batalla requería de una estrategia militar normal, una astuta emboscada, no una procesión sacerdotal como la que en forma asombrosa derribó los muros de Jericó. En el éxodo, el Señor de los Ejércitos maravillosamente usó el mar Rojo y el viento oriental, no los hombres armados de Israel, para destruir al poderoso ejército egipcio[111], pero en la siguiente batalla contra los amalequitas confió la espada a Josué[112].
El Señor ordenó una emboscada engañosa aunque no es claro el número involucrado en la emboscada. Los de la emboscada ascendieron 20 kilómetros por la empinada montaña y al amparo de la noche se escondieron detrás de una colina o en cuevas, en el lado occidental de Hai. A la mañana siguiente, Josué salió de Gilgal con la principal fuerza de guerra, teniendo una visión completa de Hai además de un valle al norte de la ciudad. Aquella noche, la segunda para los hombres de la emboscada que ya estaban listos, Josué reconoció el valle donde tendría lugar la batalla, para asegurar el éxito de su maniobra engañosa.
Para el rey de Hai, la maniobra de Josué parecía una repetición. Temprano la mañana siguiente, se apresuró temerariamente a marchar hacia el norte al lugar asignado para la batalla, esperando que se repitiera la derrota anterior. Josué fingió una retirada, usando la anterior para su ventaja, e indujo al rey a desechar toda precaución. Para aniquilar a su presa en huida, el rey reunió a todas sus tropas fuera de la ciudad, incluso del Templo, llamado aquí Betel[113], el último punto de defensa de una ciudad sobre su acrópolis. Aquí Betel, que significa literalmente “casa de Dios”, no es el nombre de un lugar sino una descripción del Templo de Hai.
En el momento crítico, el Señor intervino y ordenó a Josué que levantara la lanza, o probablemente sea mejor decir una espada curva, una cimitarra. Extendida hacia Hai, simbolizó la soberanía del Señor sobre la ciudad. Los hombres en la emboscada habían dejado ya rápidamente sus lugares de escondite. Tan pronto como Josué dio la señal, se apresuraron hacia la ciudad. El ejército principal de Israel se volvió contra sus desventurados perseguidores quienes, mirando atrás, vieron a su ciudad elevándose en humo y a las cinco unidades israelitas saliendo detrás de ellos.
De acuerdo con las normas de la guerra santa contra los cananeos, los 12 contingentes completos de Hai y sus esposas se convirtieron en el “botín” del Señor, y fueron destruidos.
La ciudad incendiada, un montículo permanente de ruinas y la tumba del rey, un montón de piedras a la puerta, sirvieron como memoriales y prueba de que los eventos realmente acontecieron. El rey de Hai fue colgado de un árbol, quizá traspasado sobre una estaca, para mostrar que estaba bajo la maldición de Dios. De acuerdo con la ley, tenían que bajarlo antes del anochecer[114]. Por contraste, el Rey de Israel “nos ha rescatado de la maldición…al hacerse maldición por nosotros”[115]. A él también lo bajaron a la puesta del sol[116].
c) El pacto renovado.
En el corazón de sus historias de batalla, el narrador hace una pausa para relatar que Israel renovó el pacto en Siquem como Moisés les había instruido[117]. Se publicaron las demandas y los preceptos del Señor de Israel. El altar simbolizaba la demanda de Dios sobre la tierra[118] y la ley definía el carácter de su reinado. Como las viñas sin podar[119] y el cabello sin cortar[120] eran símbolos en Israel de que estos objetos eran santos o dedicados al Señor, así un altar de piedras sin labrar mostraba que pertenecían al Creador. El monte Ebal está al norte de Siquem, donde está la moderna Nablus, el sitio de mal agüero, y el monte Gerizim, el más bajo de los dos al sur. Uno debe asumir que Israel tenía libre acceso a esta área, ya sea porque tenían un tratado con los siquemitas[121] o porque los cananeos, agazapados en sus fortificaciones, tenían temor de confrontarlos en esta área poco poblada. El monte Ebal, el monte de las maldiciones, fue elegido como el sitio apropiado para el altar porque allí Dios quitó la maldición de los pecadores.
Los holocaustos simbolizaban la consagración total de Israel a Dios y sirvieron para rescatarlos. Las ofrendas de compañerismo, que se comían, celebraban su relación con Dios. Los mismos sacrificios se usaron en la ceremonia en el monte Sinaí cuando Israel inicialmente ratificó el pacto[122]. Prefiguran la sangre de Cristo del nuevo pacto[123].
Como Josué estaba siguiendo la ley de Moisés, el lector debe asumir que las grandes piedras fueron cubiertas con cal y la ley inscrita sobre ellas[124]. No se especifica la extensión de la ley escrita a la vista de los israelitas reunidos solemnemente. El lector debe asumir también que en el anfiteatro natural con espléndidas propiedades acústicas, seis tribus sobre el monte Gerizim aclamaron las bendiciones sobre la obediencia y seis en el monte Ebal las maldiciones sobre la desobediencia. Las tribus, compuestas de ciudadanos nativos y naturalizados, permanecieron en pie hacia los sacerdotes que llevaban el arca, el trono del Rey divino. Después, para que la escucharan todos los ciudadanos del reino de Dios, Josué leyó la ley, expresada a través de las bendiciones y las maldiciones, esencia del tratado de Israel con Dios[125].
b. Tratado con Gabaón.
El tratado con los gabaonitas fue una excepción obvia a la regla de la guerra santa. Este relato muestra que Israel podía determinar que bajo ciertas circunstancias podía y debía hacerse una excepción a la Ley. A veces surgen situaciones comprometedoras como aquí y por ejemplo en casos de divorcio, porque no se buscó en primer lugar la palabra de Dios. En el tiempo de los jueces, Israel se enredó tanto con pactos de paz con las naciones condenadas, que el Señor ya no sacó a los cananeos[126], tal como muchos en la iglesia hoy están optando por coexistir pacíficamente con el mundo y están perdiendo su poder espiritual.
1) Confederación cananea.
La diplomacia excepcional de Gabaón se presenta en contraste con el trasfondo de la decisión de otras confederaciones cananeas de hacer la guerra contra Israel[127]. Los gabaonitas arriesgaron la paz, no la guerra. Desafortunadamente, aunque temían a Dios, no optaron por una tercera solución, vasallaje total dentro del pacto con Dios, como lo había hecho Rahab. Confrontada con Cristo y su evangelio, la gente de igual manera puede optar por una de estas tres posturas: Luchar contra él, coexistencia pacífica sin sumisión a él, o ser miembro pleno en el nuevo pacto por medio de su sangre y del renacimiento espiritual.
2) El engaño de Gabaón.
Gabaón y sus cuatro aliados son llamados “heveos” para recordarnos que son una de las naciones sentenciadas. La identificación popular de Gabaón con el-Jib, 13 kilómetros al noroeste de Jerusalén, es cuestionable. Con términos de paz en sus bocas se acercaron a Josué, quien tuvo que aceptar la responsabilidad por lo que aconteció aunque es obvio que permitió que los ancianos participaran en las negociaciones.
Los gabaonitas compraban su esperanza de un tratado de paz en la norma de Israel de hacer paz con ciudades sumisas que estuvieran lejos de Israel y que no formaran parte de las naciones condenadas que podían corromperlos[128]. Por lo tanto, los gabaonitas pretendieron venir de lejos.
Si bien el engaño es una necesidad reconocida en la guerra, el engaño en hacer tratados es inaceptable, de modo que Josué los maldijo. En verdad, Josué y los ancianos se equivocaron también por depender de su juicio en lugar de consultar al Señor. La iglesia no debe sustituir la Palabra de Dios por su propio entendimiento, por atractivo que sea.
3) Tratado con Gabaón.
Quizá Israel tomó de las provisiones porque era parte del procedimiento para hacer pactos. En última instancia fue Israel, no Gabaón, quien hizo mal al no consultar al Señor.
4) El engaño de los gabaonitas descubierto.
Solo tres días después, Israel descubrió el engaño de los gabaonitas y les tomó otros tres días para hacer la jornada de 27 kilómetros de Gilgal a la liga gabaonita para confirmar el informe. Los cuatro pueblos que constituían esta liga controlaban las vías de acceso a Jerusalén desde el noroeste, de modo que vivían en una arteria vital dentro de la confederación israelita. La asamblea tuvo razón en quejarse contra sus dirigentes, porque la existencia de Israel en la tierra estaba ahora amenazada por esta presencia pagana.
5) El acuerdo.
Tres veces, en versículos sucesivos, se le da importancia al hecho de que Israel no debe quebrantar un juramento, aun cuando se hubiere hecho bajo una mentira y así tomando en vano el nombre de Dios[129]. Esta es una verdad que necesita ser reafirmada en una época en que se quebrantan los votos matrimoniales y los con tratos mercantiles. Los ancianos resolvieron el problema de asegurar un tratado irrevocable llevado a cabo con dolo, interpretando el término del tratado “siervo”, en la forma más excesiva: Los gabaonitas se convirtieron en cortadores de leña y portadores de agua para toda la congregación. Josué añadió servicio cúltico a las otras labores demandadas por los ancianos.
6. Conquista del sur.
La campaña del sur consistió de dos partes: La derrota de los cinco reyes de los amorreos que sitiaron a Gabaón, y la captura subsecuente de las ciudades reales y la subyugación del territorio.
a. Batalla en Gabaón.
La conquista de Hai por Josué y, sobre todo, la sumisión de Gabaón, apresuraron al alarmado rey de Jerusalén para formar una alianza con cuatro otras ciudades reales y sitiar Gabaón. Las ciudades-estado en el mundo de Israel con frecuencia unían fuerzas para resistir a un enemigo[130]. De una carta en la correspondencia Amarna se puede deducir que Gabaón era parte de un reino de Jerusalén que incorporaba la mayor parte del territorio montañoso de Judea. Enfrentado con el ataque de esta coalición poderosa, Gabaón apeló a Josué para cumplir la obligación del tratado de Israel y venir en su ayuda. Israel respondió a esta primera prueba verdadera de su temple.
El rey de Jerusalén, Adonisedec[131], gobernaba sobre una ciudad compuesta de amorreos y heteos, ambos pueblos dedicados por muerte a Dios[132]. La perspectiva del mundo de Adonisedec le impidió entender que las victorias de Israel las debían al Señor, no a Josué, y así desde su marco de referencia era asunto de reunir ejércitos contra ejércitos. A diferencia de los gabaonitas, que habían oído la fama de Adonay, él había oído de la fama de Josué. Los hombres valientes del rey, como los caballeros medievales, estaban entrenados y eran lo suficientemente ricos para equiparse bien. En este tiempo los egipcios controlaban Canaán y Laquis, la moderna Tell ed-Duweir, era su capital provincial.
El campo de batalla de Gabaón proporcionó un escenario donde el guerrero divino hizo maravillas. Este es el tercero y último acto de las intervenciones asombrosas del Señor a favor de Israel. En las mejores tradiciones de la guerra santa, el Señor daba instrucciones, probablemente después de ser consultado; ordenaba a Israel no temer, prometiéndole la victoria; turbó con pánico al enemigo mientras Josué los tomaba por sorpresa después de ascender colina arriba toda la noche, 35 kilómetros escabrosos desde Gilgal a Hebrón; e hizo llover piedras de granizo mortales sobre los derrotados enemigos que huían hacia sus fortalezas al pie de las montañas[133]. Reflexionando sobre este drama, Isaías habla del Señor como levantándose a sí mismo[134].
El narrador guarda la escena más espectacular para el final: La victoria en el paso de Bet-jorón. En esta escena, el séquito del Señor, el sol y la luna, desempeñan papeles de apoyo para Josué. Los cananeos, que venían subiendo por las laderas desde el occidente de Gabaón, a los cuales Josué había llevado alivio después de su ascenso fatigoso de toda la noche, estaban viendo hacia el oriente el sol cegador sobre Gabaón cuando empezó la batalla. Para mantener la ventaja, Josué, orando al Señor, ordenó al sol y a la luna, como subordinados del Señor, detenerse hasta que Israel se hubiera vengado a sí mismo, es decir, defensivamente recobrar su soberanía de su enemigo. En forma asombrosa el Señor sometió a estos ayudantes celestiales a la voz de mando de un hombre sobre el escenario terrestre. El sol pudo haber sido la deidad principal en Gabaón, como la luna lo era en Jericó. El narrador cita su fuente, el libro de Jaser[135], un relato antiguo y probablemente poético o colección de cantos épicos nacionales celebrando a los héroes de Israel[136].
Se reanuda ahora la epopeya de la batalla de Gabaón. Josué no detuvo a su ejército para ejecutar a los cinco reyes que, de acuerdo con los informes de su servicio de inteligencia se habían escondido en la cueva de Maqueda. Por el contrario, ordenó que una unidad bloqueara la entrada con piedras grandes y la guardaran, mientras su fuerza principal perseguía a los cananeos cortándoles la retirada a sus ciudades fortificadas en el occidente. Sin embargo, algunos escaparon. Entonces las tropas volvieron al campamento ahora en Maqueda. Nadie se atrevió a criticar a uno solo de los hombres de este ejército vencedor. Con esa reputación, pronto tendrían reposo.
Ahora era tiempo de matar a los cinco reyes. Josué usó la ocasión para fortalecer espiritualmente a sus tropas para las batallas futuras. Ante todo el ejército, instruyó a sus jefes para que siguieran una costumbre antigua ampliamente difundida de colocar sus pies sobre los cuellos de los reyes humillados[137]. Como el Señor le había ordenado al principio de la conquista, Josué ahora les ordenaba a ellos no temer, porque estos reyes eran prenda de las futuras victorias de Dios. Luego Josué los mató. Como hizo con el rey de Hai, mantuvo a estos reyes colgados hasta la noche como un espectáculo público para inducir el temor del Señor, no de los cananeos. Las piedras frente a la cueva sirvieron como otro memorial de la conquista asombrosa de Josué. La ejecución de los reyes prefigura la humillación y la derrota de Satanás[138].
b. Aniquilación de siete ciudades amorreas.
En una secuela, el narrador menciona rápidamente siete ejércitos reales que Josué destruyó y seis ciudades reales contra las que peleó, capturó y las añadió al “botín de Adonay”.
Las tres principales áreas geográficas de Judá, la región montañosa, el Neguev y la falda de las colinas, todas fueron sometidas en esta campaña. Aunque todavía faltaba mucha tierra por ser conquistada, el lomo de los cananeos condenados había sido quebrantado; en ese sentido podía decirse que Josué había dominado toda la región.
1) Conquista del norte.
La campaña del norte, como la del sur, consistió también de dos partes: La derrota junto a las aguas de Merom y la subsiguiente captura de las ciudades. Todas las naciones condenadas se reunieron contra Israel para esta batalla por la tierra, decisiva y culminante.
a) Batalla junto a las aguas de Merom.
El convocador de la coalición cananea fue Jabín, de la dinastía gobernante de Hazor[139]. Hazor, la moderna Tell Qedah, era una ciudad grande, bien fortificada, en los tiempos de Josué, que cubría unas 80 hectáreas con una población de cerca de 40.000. Era una de las ciudades principales sobre la ruta de comercio entre Egipto y Mesopotamia. La arqueología y la literatura antigua del Cercano Oriente corroboran la afirmación: Hazor había sido antes la capital de todos estos reinos.
El narrador presenta la convocatoria de Jabín a las armas concéntricamente. En el corazón del ejército estaba Jabín. Reunidos a su derredor estaban tres reyes de Galilea: De Madón, cerca de Qarm Hattin en el corazón de Galilea, Simrón, que es un sitio no ubicado, y Acsaf, en algún lugar en Aser. Reforzándolos a ellos, estaban los reyes de las áreas circunvecinas: En el norte de las montañas en la Galilea Superior, en el sur del Quinéret y el valle del Jordán al sur del Quinéret, y en el occidente de Nafot-dor, un famoso puerto al sur del monte Carmelo.
Para proporcionar máxima fuerza, se reunieron reyes desde las más remotas regiones al sur y al norte de ellos. Del norte remoto, los heveos que procedían de las faldas del monte Hermón en la región de Mizpa, sitio no ubicado que significa “Tener cuidado”. Estos aliados estaban equipados con el arma última de su tiempo, los carros ligeros tirados por caballos, que se podían desarmar y armar para la batalla en las planicies. Se reunieron para la batalla decisiva probablemente en la meseta al norte de Jebel Jermaq, a unos 4 kilómetros al noreste de Merom.
Una vez más, Israel siguió las reglas de la guerra santa: Josué consultó al Señor y él dio al ejército de Josué el estímulo que necesitaba frente a una superioridad que les hacía vacilar; les habló tanto del tiempo de batalla como de la táctica que debían emplear. Cuando los hombres de Josué hubieran amputado los caballos, los aurigas serían obligados a huir y los israelitas podrían perseguirlos. Después podían regresar y quemar los carros con paz, que fue lo que hicieron.
Josué y su experimentada gente de guerra atacaron sorpresivamente. La derrota santa estaba en marcha nuevamente. La coalición impía se apartó, algunos huyeron al noroeste y otros al nordeste, pero todos apresurándose sin pensarlo a salir de la tierra. Siguiendo las reglas de la guerra santa, Josué no perdonó la vida a ninguno de ellos.
b) Captura de las ciudades.
El destino de las ciudades capturadas es paralelo a la lista en 10.28–39. Como en el caso de Jericó, la jactanciosa ciudad de Hazor fue totalmente destruida; nada se perdonó y la ciudad fue quemada. Sin embargo, a diferencia de Jericó, no se pronunció ninguna maldición sobre cualquiera que la reedificara. Los israelitas no quemaron las otras ciudades reales. Como en el caso de Hai, conservaron el botín, como el Señor había mandado a Moisés[140]. El mandato de Moisés de “no dejarás nada con vida”[141], debe referirse a la vida humana, no a rebaños y ganado, porque con la aprobación total del Señor, Israel se llevó el ganado[142].
2) Campaña del sur.
El Arabá es todo el valle desde el mar de Galilea hasta el golfo de Eilat. El monte Halac[143], es Jeleb Halaq, muy al sudeste de Beerseba y Seír es Edom. Baal-gad, el polo opuesto sobre el eje norte-sur, puede ser Banias, en la base del monte Hermón y el nacimiento del Jordán. A juzgar por la edad de Caleb, si los números se pueden tomar por su significado literalmente, el mucho tiempo de la conquista puede ser siete años. Caleb tenía 85 al final de la conquista[144] y 78 cuando empezó[145].
Ninguno de los cananeos se arrepintió, excepto Rahab y su familia, y solamente los gabaonitas buscaron un tratado de paz, porque el Señor endureció los corazones del resto para destrucción. De la situación paralela del Faraón contra Moisés, uno puede inferir que los corazones de los cananeos contra Josué eran, como los de toda la humanidad, naturalmente duros[146]. Cuando se confrontaron con los hechos asombrosos del Señor por medio de su siervo, ellos, como Faraón, endurecieron sus corazones[147], después de lo cual el soberano Señor los endureció[148]. Toda la gente está muerta en pecado y merece el juicio de Dios; es solo a través de la misericordia de Dios que Él da nueva vida a algunos[149].
En todas las otras partes, el narrador advierte lo incompleto de la conquista en términos más precisos[150]. El Israel errante había pasado. No habiendo resistencia organizada, el camino estaba listo para que la tierra fuera distribuida.
7. Lista de los reyes derrotados.
En el capítulo 12 se hace un resumen de los reyes que mataron los israelitas y cuyas tierras tomaron, provee una transición entre la conquista de la tierra[151] y su distribución[152]. Esta lista confirma los capítulos 6 al 11.
Josué advierte repetidamente el cambio de los antiguos reyes malvados, y sus tierras, a Dios como el nuevo gobernante y sus tribus que santificarán la tierra prometida. Este cambio ilustra varias verdades:
Primera, que el reino justo de Dios legítimamente toma el lugar de los reinos injustos de este mundo que han usurpado su gobierno sobre la tierra[153].
Segunda, que en el tiempo del juicio Dios elimina decisivamente a los malvados.
Tercera, que los malvados no pueden estar en pie frente a un ejército santo, que sigue la revelación de Dios y confía en Él[154].
Cuarta, que el Dios eterno cumple sus promesas. Dios había hecho pacto sobre esta tierra con los patriarcas y su simiente. Ahora ha cumplido esa promesa pero no la ha consumado todavía. La conquista recuerda a la iglesia que el Dios que cumple pactos dará a su pueblo los nuevos cielos y la nueva tierra, como lo prometió, y en correspondencia ellos deben esperar pacientemente su herencia[155].
Quinta, que el pueblo unido de Dios, en este caso las tribus del occidente y oriente del Jordán, desalojan a los gobernantes ilegítimos y heredan la tierra prometida[156].
Este resumen se divide en dos mitades: La conquista de Israel y el asentamiento en la tierra al oriente del Jordán, y la conquista de Josué de los reyes al occidente del Jordán.
a. Conquista de Moisés de la tierra al oriente del Jordán y su asentamiento.
El narrador recuerda primero a sus lectores la transitoriedad de los reinos al oriente del Jordán.
1) Sijón.
La inmensa cañada del Arnón, wadi el-Mujib, sobre el lado oriental del Jordán al otro lado de Ein Gedi, es una frontera natural que antiguamente marcaba el límite entre los moabitas al sur y los amorreos al norte[157]. El Arabá aquí es el amplio valle del Jordán entre el mar de Galilea y el mar Muerto. En tiempos de Josué la frontera norte era el monte Hermón, no la frontera prometida en el Éufrates.
La conquista de Sijón, rey de los amorreos, se narra en Números 21.21–31 y en Deuteronomio 2.24–37. Aroer, el moderno Ar’arah, está como a 10 kilómetros del mar Muerto sobre la ribera norte que domina el wadi el-Mujib. Simbolizaba el límite sur de este territorio. El wadi Jaboc, que corría rumbo a occidente al Jordán, cerca de 12 kilómetros al norte del mar Muerto, formaba la frontera norte de Sijón. A Israel no se le permitió pasar los límites de la mitad oriental de la tierra perteneciente a los amonitas, que todavía no estaban organizados como un reino[158]. Galaad propiamente era la tierra boscosa y con colinas al norte de una línea que llegaba hasta el occidente desde Hesbón al mar Muerto y se extendía hacia el norte a wadi Yarmuk, que se allana en planicies a unos 18 kilómetros al sur de Yarmuk. La extensión norte de estas planicies forma el territorio de Basán. Esta área boscosa la divide en mitades el wadi Jaboc.
2) Og.
La conquista de Og, rey de Basán, se narra en Números 21.32–35 y Deuteronomio 3.1–11. Los refaítas eran gigantes que habitaban la tierra antes que los israelitas. Fueron conocidos por sus sucesores, los moabitas y amonitas, como los emitas y zomzomeos respectivamente[159]. Esta gente formidable, comparable en estatura con los anaquitas, estaban en la tierra prometida en el tiempo de Abraham[160]. Los gesuritas y maaquitas eran tribus arameas sobre el límite oriental de Israel.
Estas tierras fueron conquistadas por Moisés quien, bajo la dirección de Dios, las entregó a las dos tribus y media leales al Señor, para santificar la tierra. Dos veces se llama a Moisés siervo de Adonay, probablemente para mostrar el legítimo derecho de Israel a la tierra.
b. Conquista de Josué de la tierra al occidente del Jordán.
La tierra que conquistó Josué es aproximadamente del tamaño de El Salvador.
La lista en términos generales sigue los relatos de la conquista como se presentan en los capítulos 6 al 11 y los completa. En ese tiempo, Israel tenía su campamento en Gilgal y todavía no se había establecido en la tierra ni ocupado sus ciudades.
Estos “reyes” gobernaban sobre pequeñas ciudades-estado cuyo territorio se extendía solamente unos 5 kilómetros alrededor de la ciudad fortificada. En el 668 a.C., después de su primera campaña en Siria-Palestina, Asurbanipal cobró tributo de 33 reyes.
[1] Josué 1.1-9.
[2] Números 13.16.
[3] Éxodo 17.8–15; 24.12, 13; Números 14.6–12; 27:12–23; 32.12; Deuteronomio 1.37–38; 34.9.
[4] Deuteronomio 10.11.
[5] Josué 1.7-8.
[6] Josué 1.2-6.
[7] Josué 1.6.
[8] Josué 1.3-4.
[9] Josué 1.6-7, 9.
[10] Josué 1.5, 9.
[11] Josué 1.2-5.
[12] BL95
[13] Josué 13.1-7.
[14] Josué 1.6. BL95
[15] Josué 1-12.
[16] Josué 13-21.
[17] Josué 1.7-9.
[18] Romanos 1.5; 16.26; Santiago 2.14–26.
[19] Josué 1.10-15.
[20] Josué 10.10-11.
[21] Josué10.12-15.
[22] Deuteronomio 3.18–20; Números 32.
[23] Miqueas 6.5.
[24] Gálatas 1.17-18.
[25] Josué 4.19.
[26] Josué 2.16, 22; 3.2.
[27] Josué 13-15.
[28] Éxodo 33.12-16.
[29] Hebreos 4.1–11.
[30] Josué 1.16-18.
[31] Josué 1.18. NC
[32] Josué 2.1-5.15.
[33] Josué 2.1-24.
[34] Jueces 7.9-16.
[35] Éxodo 1:19–20.
[36] Hebreos 11.23. BAD
[37] Josué 8.9.
[38] 2 Samuel 15.32–37; 16.15–22.
[39] Hechos 9.23–26.
[40] Hechos 12.6–10.
[41] Proverbios 30.7-8.
[42] Efesios 4.15.
[43] Deuteronomio 4.39.
[44] Escritas cerca del 1350 a.C.
[45] Deuteronomio 2.24–3.11.
[46] 2 Corintios 2.14–16.
[47] Éxodo 15.13–16; 23.27; Deuteronomio 2.25; 11.25.
[48] Números 13–14; 1 Corintios 16.13; 1 Juan 4.4.
[49] Josué 2. 4–7, 15, 16.
[50] Hebreos 11.31.
[51] Santiago 2.25.
[52] Mateo 1.5.
[53] Mateo 25.31–46; Revelación 20.11–15.
[54] Éxodo 12:7, 13.
[55] Hechos 2.38, 39; 16.31–33.
[56] Lucas 22.20; 1 Corintios 11.25-26.
[57] Josué 3.1-4.24.
[58] Jueces 3.28; 8.4.
[59] Josué 3.2, 4.
[60] Josué 3.5-6.
[61] Josué 3.7-8.
[62] Josué 3.9-13.
[63] Números 10.35; 1 Samuel 4–6.
[64] Josué 4.11; Deuteronomio 10.8; 1 Samuel 6.7–12.
[65] Deuteronomio 10.1–4; 31.26.
[66] Romanos 2.12–16.
[67] Hebreos 9.
[68] Éxodo 19.10.
[69] Éxodo 19.15.
[70] Deuteronomio 7.1.
[71] Josué 5.10-11.
[72] Éxodo 13.3–6; 1 Samuel 7.12.
[73] 1 Corintios 11.26. BAD
[74] Éxodo 24.4; 1 Reyes 18.31–35.
[75] Éxodo 12.26-27; Deuteronomio 6.20–25.
[76] Éxodo 13–14.
[77] Josué 7.26; 8.29; 10.27.
[78] 2 Pedro 1.16.
[79] Josué 4.9. BAD
[80] Josué 4.20.
[81] Josué 1.12-13.
[82] Éxodo 13.18; 14.13–31.
[83] Éxodo 12.3.
[84] Josué 2.10; 3.10; Éxodo 15.14–16.
[85] Romanos 10.6–9.
[86] Éxodo 15.10–13.
[87] Números 14.20–22, 29–31; Deuteronomio 2.14.
[88] Génesis 17.9–14.
[89] 1 Corintios 5.7.
[90] Éxodo 12.8–11.
[91] 2 Samuel 3.12-13; 1 Reyes 20.2–4.
[92] Génesis 31.11; Éxodo 3.2; 14.19.
[93] Daniel 10.5, 20.
[94] 2 Reyes 6.15–17; Salmos 103.20-21.
[95] Josué 3.10.
[96] Levítico 26.25; Deuteronomio 28.15–26.
[97] Hebreos 11.30.
[98] Mateo 12.22–29; Lucas 10.18; Efesios 6.10–18.
[99] Deuteronomio 20.16–18.
[100] 1 Corintios 5.13.
[101] Levítico 13.46; Deuteronomio 23.3.
[102] Mateo 1.5.
[103] 1 Reyes 16.34.
[104] Éxodo 13.1.
[105] 2 Samuel 21.1–9; Hechos 9.4; Colosenses 1.24.
[106] Romanos 5.12–19.
[107] Isaías 6.11.
[108] Éxodo 14.21; 16.2–8.
[109] Hebreos 4.13.
[110] Deuteronomio 17.16; Jueces 7.1–8.
[111] Éxodo 14.10–31.
[112] Éxodo 17.8–16.
[113] Jueces 20.18.
[114] Deuteronomio 21.23.
[115] Gálatas 3.13.
[116] Juan 19.31.
[117] Deuteronomio 11.29.
[118] Génesis 12.8.
[119] Levítico 25.5, 11.
[120] Números 6.5.
[121] Génesis 34; Jueces 9.
[122] Éxodo 24.5.
[123] Lucas 22.20.
[124] Deuteronomio 27.1–8.
[125] Deuteronomio 11.26; 30.1.
[126] Jueces 2.1-5.
[127] Josué 10.1-11.23.
[128] Deuteronomio 10.10-15.
[129] Éxodo 20.7; 2 Samuel 21.1–14; Mateo 5.33–37.
[130] Génesis14.1-3.
[131] Significa “Mi Señor es justo”.
[132] Deuteronomio 7.1.
[133] Éxodo 14.24; Jueces 4.15; Salmos 77.17–19.
[134] Isa. 28.21.
[135] “El libro del justo”.
[136] 2 Samuel 1.18–27.
[137] 1 Reyes 5.3; Salmos 110.1; 1 Corintios 15.25–28.
[138] Génesis 3.15.
[139] Jueces 4.2.
[140] Deuteronomio 6.10-11.
[141] Deuteronomio 20.16. La Toráh
[142] Josué 11.14-15.
[143] “Montaña desnuda”.
[144] Josué 14.10.
[145] Deuteronomio 2.14.
[146] Éxodo 7.11–14; 1 Corintios 2.14.
[147] Éxodo 8.32; 9.34.
[148] Éxodo 10.1.
[149] Romanos 9.10–18.
[150] Josué 13.1; 15.63; 16.10.
[151] Josué 1-11.
[152] Josué 12-21.
[153] Josué 3.9–13; 8.30–35.
[154] Josué 1.5; 10.8.
[155] Hebreos 11.39- 40.
[156] Josué 1.12–15.
[157] Jueces 11.18-19.
[158] Josué 13.25.
[159] Deuteronomio 2.11, 20-21.
[160] Génesis 15.20.