4. Caos religioso y moral.
a. Caos religioso.
1) Micaías[1] y su santuario.
Como se explicó en la introducción, esta es la primera de dos historias que forman el epílogo al libro. Ambas presentan a un levita y están unidas por el refrán del 17.6, 18.1, 19.1 y el 21.25. Describen el caos religioso y moral que amenazó destruir a Israel desde dentro durante el período de los Jueces, cuando Israel no tenía rey y literalmente: “cada uno hacía lo que le parecía mejor”.
Esta triste historia comenzó en el monte de Efraín, cuando Micaías penetra en la historia como un ladrón auto confeso. Confesó a su madre que él había tomado los mil cien siclos de plata que le habían sido robados. Seguramente las devolvió por temor a la maldición de su madre, quien sospechaba de él cuando le habló del asunto. En esos tiempos se temían las maldiciones, y por ello la madre lo bendijo después para evitarle un castigo. El dinero que había robado había sido dedicado a Dios por su madre, ¡para hacer ídolos! Aparentemente sacudido por su conciencia, Micaías le dijo lo que había hecho y se lo devolvió. Ella, por su parte, se sintió tan aliviada de tener el dinero que no pronunció una sola palabra de reproche y, por el contrario, ¡bendijo a su hijo en el nombre del Señor! Pero todavía había más absurdos por venir. La comparación de Jueces 17.3 con 17.4 sugiere que la madre de Micaías usó solamente una parte del dinero, un quinto, dedicado para el propósito que ella había estipulado. Y Micaías, cuando se convirtió en el orgulloso propietario de los nuevos ídolos, hizo un efod y terafines[2] los cuales estaban asociados con la adivinación. Estaba seguro de que el Señor lo bendeciría. La desviación final de Micaía fue la consagración de su propio hijo como sacerdote. Antes de establecerse el sacerdocio levítico, en el cual toda la tribu de Leví fue separada para ministrar a Israel, los primogénitos desempeñaban funciones sacerdotales. Tal vez se había descuidado la disposición de la Ley de que los levitas estuvieran distribuidos entre todo Israel, o había una total ignorancia de ella, pues entonces “Cada uno hacía lo que bien le parecía”.
Aquí aparece en escena un levita[3] procedente de Belén de Judá. Este levita deambulaba sin ayuda alguna, hasta que Micaía lo empleó. Este levita había salido de Belén para ir adonde pudiera hallar ocupación y suficiente sustento. Así llegó a Efraín, a casa de Micaía ante quien se identificó. Micaía lo invitó a quedarse allí, diciéndole que sería como su padre y sacerdote Rápidamente, en el siguiente capítulo, va a ser manifiesto cuán equivocado estaba.
Esta primera escena está llena de ironía que surge principalmente del hecho de que los protagonistas aparentemente son inconscientes de la incongruencia de sus palabras y acciones. Ilustra perfectamente el caos que sobreviene cuando cada quien hace lo que le parece recto ante sus propios ojos.
2) La historia de los ídolos de Micaías.
Como vimos en el capítulo inaugural del libro, los danitas no pudieron tomar posesión total de su territorio en el sur. Su migración hacia el lejano norte, que se relata aquí, probablemente tuvo lugar muy al principio del período de los jueces.
La segunda parte de la historia de Micaías consiste de varias escenas que reflejan el movimiento de los danitas de un lado para otro, y sus encuentros con varias personas en su camino. Hay dos escenas que involucran al levita a quien Micaías había reclutado para ser su sacerdote. Fue consultado por los espías danitas y les dio una profecía favorable, y luego convino en abandonar a Micaías e ir con los danitas y servirles a ellos. En la escena que sigue Micaías hace su aparición final, un hombre patético y quebrantado. En Lais[4], a la que los danitas dieron otro nombre, se vuelve a abrir el santuario de Micaías en un nuevo sitio y bajo nueva administración. Pero las palabras fatales hasta el tiempo de la cautividad de la tierra, apuntan a que este santuario sufrió la misma suerte del original.
Toda la historia está relatada con expresión de disgusto. Hay muchas similitudes superficiales con la conquista original de la tierra por Israel. Pero con toda su demostración de fuerza, los danitas aquí estaban de hecho en retirada, haciéndose a un lado de su verdadera herencia bajo la presión cananea. Y Lais, en contraste con las ciudades fortificadas que conquistó Josué, era un lugar remoto, quieto, confiado e indefenso. Las simpatías del autor parecen estar más con las víctimas de los danitas que con los danitas mismos.
Al final, la historia es más acerca de Micaías que de los danitas. Sobre todo trata de la falsa con fianza que la gente tiene de poder manipular a Dios con objetos e instituciones religiosas. Los danitas esencialmente cometieron el mismo error que Micaías y su nuevo santuario estaba destinado a la destrucción desde el principio, al igual que Micaías. Una religión egoísta trae el juicio de Dios, no su bendición.
b. Caos moral.
1) El levita y su concubina.
La historia trata de un levita que vivía con su concubina en el territorio de Efraín. Un día ésta le fue infiel y regresó a la casa de su padre en Belén de Judá. El marido, acompañado por un siervo y dos asnos, fue a buscarla para convencerla de que regresara con él. La mujer lo recibió cordialmente y lo invitó a entrar. El suegro también le dio la bienvenida con gozo, pensando que la desgracia de su separación ya no caería sobre él. Después de tres días, al disponerse el levita a regresar a casa con su mujer, el suegro amablemente lo convenció para que se quedara un día más y así lo hizo. Al quinto día, ya tarde, el suegro le sugirió que se quedara otro día más, pero el levita ya no accedió y partió con su mujer y su siervo.
Al llegar a Jebús[5] ya se acercaba la noche, y el siervo aconsejó al levita que se detuvieran allí. Este respondió que solo posarían en una ciudad de israelitas, por lo que siguieron hasta llegar a Gabaa de Benjamín, a la puesta del sol.
Se sentaron en la plaza esperando ser invitados a posar en algún hogar; pero nadie los invitó. Un anciano de la tribu de Efraín, morador de Gabaa, quien regresaba de trabajar, les preguntó de dónde venían y hacia dónde iban. El levita dijo que venía de Belén e iba a la casa de Adonay, pero que nadie le había dado posada aún. Dijo que llevaba forraje para sus asnos y comida para ellos y no pediría nada.
El anciano ofreció darles todo lo necesario, con tal que no se quedaran en la plaza por la noche. Ya en casa, sus huéspedes se lavaron los pies, comieron y bebieron, y sus asnos fueron alimentados. Pero, cuando ya se hallaban contentos por haber bebido, los hombres de la ciudad, que eran pervertidos, llegaron a golpear la puerta demandando que el anciano sacara al levita para abusarlo sexualmente.
El anciano trató de disuadirlos para que no cometieran tal pecado, ni violaran las sagradas leyes de la hospitalidad. Les ofreció a su hija virgen y a la concubina para que hicieran con ellas como quisieran, para evitar que “sodomizaran” a su huésped. La baja estima en que se tenía, y aun se tiene, a la mujer en el Medio Oriente, fue una de las causas de tal ofrecimiento. Aquellos hombres perversos no atendieron razones. El levita les sacó a su concubina, la cual fue abusada toda la noche. Al amanecer, ella se dirigió a la puerta de la casa y allí cayó muerta. El levita no hizo esfuerzos por exponer su vida para defender a la mujer a quien pretendía amar; para salvar su propia integridad les entregó a la indefensa mujer.
Al día siguiente, el levita fríamente se alistó para seguir su camino. Cuando vio a su mujer tendida a la puerta, le pidió que se levantara y lo acompañara. Pero, al ver que estaba muerta, la puso sobre su asno y partió. No se registran ni comentarios ni lamentos de parte de nadie, sino el breve y frío relato de un hombre que se lleva a su muerta a su hogar.
El levita partió el cadáver en doce pedazos y los envió por todo Israel, por medio de mensajeros que posiblemente llevaban el encargo de contar acerca del horrendo crimen y decir: “Considérenlo, tomen consejo y hablen”[6]. Quienes veían aquel macabro mensaje decían: “Nada como esto jamás ha sucedido ni se ha visto desde el día en que los Israelitas subieron de la tierra de Egipto hasta el día de hoy”[7], aludiendo al Éxodo como el gran evento que había dado origen a la nación de Israel.
2) La guerra contra la tribu de Benjamín.
Aquella grotesca convocatoria fue efectiva, pues todo Israel, desde “Dan hasta Beerseba”[8], se reunió como un solo hombre, en Mizpa. Algunos creen que, aunque esta historia es la última en el libro, tal vez ocurrió antes, cuando no habían comenzado las invasiones, por la facilidad con que se reunieron todas las tribus sin obstáculos de ningún otro pueblo, y por la unidad que aún tenían.
Al preguntar los hijos de Israel cómo había ocurrido el crimen, el levita repitió la dolorosa historia, tras lo cual les pidió que dieran su veredicto y sentencia. Israel dispuso por unanimidad no regresar a casa sino hasta haber castigado a los de Gabaa, para lo cual la atacarían por turnos.
El no haberse presentado los de Benjamín a la convocatoria, implicaba que habría una larga campaña contra ellos; tendrían que organizar muy bien la provisión de víveres, pero todos estaban unidos en el propósito de hacerles pagar por su abominable crimen.
La congregación de Israel envió hombres a todo Benjamín para exhortarlos a entregar a los culpables de Gabaa, para ser ejecutados y borrar así el mal de Israel. Pero los de Benjamín no los escucharon sino se solidarizaron con los criminales; prepararon a veintiséis mil guerreros, además de setecientos hombres escogidos de Gabaa, quienes eran zurdos muy hábiles para tirar con sus hondas.
La congregación consultó a Dios preguntándole qué tribu pelearía primero contra Benjamín, y Él les respondió que Judá. Así, por la mañana los de Israel atacaron, pero los de Benjamín les hicieron veintidós mil bajas. La congregación volvió a prepararse para combatir por segunda vez, porque había llorado y consultado a Dios la noche anterior y Él le había mandado hacerlo. Los de Benjamín les causaron otras dieciocho mil bajas.
La congregación lloró nuevamente y esperó en la presencia de Dios, ayunó y ofreció holocaustos y ofrendas de paz. El Arca del Pacto se hallaba allí en Mizpa en esos días. Al preguntar a Dios si debían pelear otra vez más, la respuesta fue que continuaran, porque entonces sí les serían entregados los de Benjamín.
Los de Israel sufrieron aún unas treinta bajas antes de usar una estratagema efectiva, con la cual consiguieron matar a veinticinco mil hombres de Benjamín, e hicieron que seiscientos hombres se atrincheraran en la peña de Rimón por cuatro meses. Mientras continuaron con su acto de ajusticiamiento: Quemaron las ciudades de Benjamín, mataron a sus hombres, las bestias y todo lo que hallaron.
3) Mujeres para los de Benjamín.
Tras su victoria, todos se reunieron en la casa de Dios. Estuvieron allí hasta la noche delante de Dios, llorando y lamentándose por haber casi eliminado a una de las tribus. Se había impartido justicia, pero se había roto la unidad. En Israel era tragedia que una familia se extinguiera o estuviera a punto de extinguirse, pero ellos no podían dar a sus hijas como mujeres a los sobrevivientes de Benjamín, pues al juntarse en Mizpa ya habían jurado que ninguno de ellos lo haría.
Al día siguiente se levantaron temprano, levantaron un altar y ofrecieron holocaustos y ofrendas de paz.
Los de Israel habían también jurado que castigarían con la muerte a quienes no acudieran a su convocatoria en Mizpa, y averiguaron que los de Jabes de Galaad no lo habían hecho. Aquí hallaron una solución al problema de cómo hallar mujeres para los de Benjamín.
La congregación envió a doce mil hombres a matar a todos los de Jabes, excepto a las mujeres vírgenes. Lo hicieron así y trajeron hasta Silo a cuatrocientas doncellas. Luego se llamó en paz a los atrincherados en la peña de Rimón y, al llegar, les dieron por mujeres a las vírgenes de Jabes, pero no eran suficientes. Se compadecieron de nuevo por ellos y por la ruptura de la unidad, mientras los ancianos pensaban qué harían, pues las mujeres de Benjamín habían muerto.
Los ancianos sugirieron a los de Benjamín que fueran al festival anual en Silo, para emboscar a las chicas que salían a danzar y llevárselas a su tribu. Los ancianos prometieron decir a los padres de ellas que no habían obtenido suficientes mujeres en Jabes, y que ellos no eran culpables de romper el juramento, porque no se las habrían dado por su gusto, sino les habrían sido robadas.
Los hijos de Benjamín lo hicieron así. Secuestraron a las chicas que danzaban, reedificaron sus ciudades y las habitaron. Los demás volvieron a su casa.
Hay que admitir que en medio de tanta maldad y sangre, se distinguen algunos rasgos de misericordia, solidaridad y consideración, al recurrir a soluciones algo extrañas, y hasta cómicas para nosotros, para restaurar a la tribu de Benjamín.
El Libro de los Jueces termina con la observación de que “…no había rey en Israel; cada uno hacía lo que le parecía bien…”[9].
[1] Micaías significa: “¿Quién es como Adonay?” y es, ciertamente, ¡un nombre irónico para un idólatra!
[2] Dioses domésticos.
[3] El joven levita era miembro de la tribu sacerdotal de Leví (Deuteronomio 33.8–11). Se suponía que solo los descendientes de Aarón eran sacerdotes; el resto eran asistentes (Números 8.5–26). No teniendo territorio propio vivían entre las otras tribus. Aunque se les asignaron ciudades específicas, no estaban confinados a ellas, especialmente en las condiciones caóticas del período de los jueces. El levita de Belén de Judá era un descendiente de Moisés (Jueces 18.30).
[4] Lais estaba muy al norte de Canaán, 40 kilómetros al norte del mar de Galilea. Fue llamada “Dan” por los danitas.
[5] Antiguo nombre de Jerusalén.
[6] Jueces 19.30. NBLH
[7] Ibid.
[8] Jueces 20.1.Ibid
[9] Jueces 21.25. Ibid
a. Caos religioso.
1) Micaías[1] y su santuario.
Como se explicó en la introducción, esta es la primera de dos historias que forman el epílogo al libro. Ambas presentan a un levita y están unidas por el refrán del 17.6, 18.1, 19.1 y el 21.25. Describen el caos religioso y moral que amenazó destruir a Israel desde dentro durante el período de los Jueces, cuando Israel no tenía rey y literalmente: “cada uno hacía lo que le parecía mejor”.
Esta triste historia comenzó en el monte de Efraín, cuando Micaías penetra en la historia como un ladrón auto confeso. Confesó a su madre que él había tomado los mil cien siclos de plata que le habían sido robados. Seguramente las devolvió por temor a la maldición de su madre, quien sospechaba de él cuando le habló del asunto. En esos tiempos se temían las maldiciones, y por ello la madre lo bendijo después para evitarle un castigo. El dinero que había robado había sido dedicado a Dios por su madre, ¡para hacer ídolos! Aparentemente sacudido por su conciencia, Micaías le dijo lo que había hecho y se lo devolvió. Ella, por su parte, se sintió tan aliviada de tener el dinero que no pronunció una sola palabra de reproche y, por el contrario, ¡bendijo a su hijo en el nombre del Señor! Pero todavía había más absurdos por venir. La comparación de Jueces 17.3 con 17.4 sugiere que la madre de Micaías usó solamente una parte del dinero, un quinto, dedicado para el propósito que ella había estipulado. Y Micaías, cuando se convirtió en el orgulloso propietario de los nuevos ídolos, hizo un efod y terafines[2] los cuales estaban asociados con la adivinación. Estaba seguro de que el Señor lo bendeciría. La desviación final de Micaía fue la consagración de su propio hijo como sacerdote. Antes de establecerse el sacerdocio levítico, en el cual toda la tribu de Leví fue separada para ministrar a Israel, los primogénitos desempeñaban funciones sacerdotales. Tal vez se había descuidado la disposición de la Ley de que los levitas estuvieran distribuidos entre todo Israel, o había una total ignorancia de ella, pues entonces “Cada uno hacía lo que bien le parecía”.
Aquí aparece en escena un levita[3] procedente de Belén de Judá. Este levita deambulaba sin ayuda alguna, hasta que Micaía lo empleó. Este levita había salido de Belén para ir adonde pudiera hallar ocupación y suficiente sustento. Así llegó a Efraín, a casa de Micaía ante quien se identificó. Micaía lo invitó a quedarse allí, diciéndole que sería como su padre y sacerdote Rápidamente, en el siguiente capítulo, va a ser manifiesto cuán equivocado estaba.
Esta primera escena está llena de ironía que surge principalmente del hecho de que los protagonistas aparentemente son inconscientes de la incongruencia de sus palabras y acciones. Ilustra perfectamente el caos que sobreviene cuando cada quien hace lo que le parece recto ante sus propios ojos.
2) La historia de los ídolos de Micaías.
Como vimos en el capítulo inaugural del libro, los danitas no pudieron tomar posesión total de su territorio en el sur. Su migración hacia el lejano norte, que se relata aquí, probablemente tuvo lugar muy al principio del período de los jueces.
La segunda parte de la historia de Micaías consiste de varias escenas que reflejan el movimiento de los danitas de un lado para otro, y sus encuentros con varias personas en su camino. Hay dos escenas que involucran al levita a quien Micaías había reclutado para ser su sacerdote. Fue consultado por los espías danitas y les dio una profecía favorable, y luego convino en abandonar a Micaías e ir con los danitas y servirles a ellos. En la escena que sigue Micaías hace su aparición final, un hombre patético y quebrantado. En Lais[4], a la que los danitas dieron otro nombre, se vuelve a abrir el santuario de Micaías en un nuevo sitio y bajo nueva administración. Pero las palabras fatales hasta el tiempo de la cautividad de la tierra, apuntan a que este santuario sufrió la misma suerte del original.
Toda la historia está relatada con expresión de disgusto. Hay muchas similitudes superficiales con la conquista original de la tierra por Israel. Pero con toda su demostración de fuerza, los danitas aquí estaban de hecho en retirada, haciéndose a un lado de su verdadera herencia bajo la presión cananea. Y Lais, en contraste con las ciudades fortificadas que conquistó Josué, era un lugar remoto, quieto, confiado e indefenso. Las simpatías del autor parecen estar más con las víctimas de los danitas que con los danitas mismos.
Al final, la historia es más acerca de Micaías que de los danitas. Sobre todo trata de la falsa con fianza que la gente tiene de poder manipular a Dios con objetos e instituciones religiosas. Los danitas esencialmente cometieron el mismo error que Micaías y su nuevo santuario estaba destinado a la destrucción desde el principio, al igual que Micaías. Una religión egoísta trae el juicio de Dios, no su bendición.
b. Caos moral.
1) El levita y su concubina.
La historia trata de un levita que vivía con su concubina en el territorio de Efraín. Un día ésta le fue infiel y regresó a la casa de su padre en Belén de Judá. El marido, acompañado por un siervo y dos asnos, fue a buscarla para convencerla de que regresara con él. La mujer lo recibió cordialmente y lo invitó a entrar. El suegro también le dio la bienvenida con gozo, pensando que la desgracia de su separación ya no caería sobre él. Después de tres días, al disponerse el levita a regresar a casa con su mujer, el suegro amablemente lo convenció para que se quedara un día más y así lo hizo. Al quinto día, ya tarde, el suegro le sugirió que se quedara otro día más, pero el levita ya no accedió y partió con su mujer y su siervo.
Al llegar a Jebús[5] ya se acercaba la noche, y el siervo aconsejó al levita que se detuvieran allí. Este respondió que solo posarían en una ciudad de israelitas, por lo que siguieron hasta llegar a Gabaa de Benjamín, a la puesta del sol.
Se sentaron en la plaza esperando ser invitados a posar en algún hogar; pero nadie los invitó. Un anciano de la tribu de Efraín, morador de Gabaa, quien regresaba de trabajar, les preguntó de dónde venían y hacia dónde iban. El levita dijo que venía de Belén e iba a la casa de Adonay, pero que nadie le había dado posada aún. Dijo que llevaba forraje para sus asnos y comida para ellos y no pediría nada.
El anciano ofreció darles todo lo necesario, con tal que no se quedaran en la plaza por la noche. Ya en casa, sus huéspedes se lavaron los pies, comieron y bebieron, y sus asnos fueron alimentados. Pero, cuando ya se hallaban contentos por haber bebido, los hombres de la ciudad, que eran pervertidos, llegaron a golpear la puerta demandando que el anciano sacara al levita para abusarlo sexualmente.
El anciano trató de disuadirlos para que no cometieran tal pecado, ni violaran las sagradas leyes de la hospitalidad. Les ofreció a su hija virgen y a la concubina para que hicieran con ellas como quisieran, para evitar que “sodomizaran” a su huésped. La baja estima en que se tenía, y aun se tiene, a la mujer en el Medio Oriente, fue una de las causas de tal ofrecimiento. Aquellos hombres perversos no atendieron razones. El levita les sacó a su concubina, la cual fue abusada toda la noche. Al amanecer, ella se dirigió a la puerta de la casa y allí cayó muerta. El levita no hizo esfuerzos por exponer su vida para defender a la mujer a quien pretendía amar; para salvar su propia integridad les entregó a la indefensa mujer.
Al día siguiente, el levita fríamente se alistó para seguir su camino. Cuando vio a su mujer tendida a la puerta, le pidió que se levantara y lo acompañara. Pero, al ver que estaba muerta, la puso sobre su asno y partió. No se registran ni comentarios ni lamentos de parte de nadie, sino el breve y frío relato de un hombre que se lleva a su muerta a su hogar.
El levita partió el cadáver en doce pedazos y los envió por todo Israel, por medio de mensajeros que posiblemente llevaban el encargo de contar acerca del horrendo crimen y decir: “Considérenlo, tomen consejo y hablen”[6]. Quienes veían aquel macabro mensaje decían: “Nada como esto jamás ha sucedido ni se ha visto desde el día en que los Israelitas subieron de la tierra de Egipto hasta el día de hoy”[7], aludiendo al Éxodo como el gran evento que había dado origen a la nación de Israel.
2) La guerra contra la tribu de Benjamín.
Aquella grotesca convocatoria fue efectiva, pues todo Israel, desde “Dan hasta Beerseba”[8], se reunió como un solo hombre, en Mizpa. Algunos creen que, aunque esta historia es la última en el libro, tal vez ocurrió antes, cuando no habían comenzado las invasiones, por la facilidad con que se reunieron todas las tribus sin obstáculos de ningún otro pueblo, y por la unidad que aún tenían.
Al preguntar los hijos de Israel cómo había ocurrido el crimen, el levita repitió la dolorosa historia, tras lo cual les pidió que dieran su veredicto y sentencia. Israel dispuso por unanimidad no regresar a casa sino hasta haber castigado a los de Gabaa, para lo cual la atacarían por turnos.
El no haberse presentado los de Benjamín a la convocatoria, implicaba que habría una larga campaña contra ellos; tendrían que organizar muy bien la provisión de víveres, pero todos estaban unidos en el propósito de hacerles pagar por su abominable crimen.
La congregación de Israel envió hombres a todo Benjamín para exhortarlos a entregar a los culpables de Gabaa, para ser ejecutados y borrar así el mal de Israel. Pero los de Benjamín no los escucharon sino se solidarizaron con los criminales; prepararon a veintiséis mil guerreros, además de setecientos hombres escogidos de Gabaa, quienes eran zurdos muy hábiles para tirar con sus hondas.
La congregación consultó a Dios preguntándole qué tribu pelearía primero contra Benjamín, y Él les respondió que Judá. Así, por la mañana los de Israel atacaron, pero los de Benjamín les hicieron veintidós mil bajas. La congregación volvió a prepararse para combatir por segunda vez, porque había llorado y consultado a Dios la noche anterior y Él le había mandado hacerlo. Los de Benjamín les causaron otras dieciocho mil bajas.
La congregación lloró nuevamente y esperó en la presencia de Dios, ayunó y ofreció holocaustos y ofrendas de paz. El Arca del Pacto se hallaba allí en Mizpa en esos días. Al preguntar a Dios si debían pelear otra vez más, la respuesta fue que continuaran, porque entonces sí les serían entregados los de Benjamín.
Los de Israel sufrieron aún unas treinta bajas antes de usar una estratagema efectiva, con la cual consiguieron matar a veinticinco mil hombres de Benjamín, e hicieron que seiscientos hombres se atrincheraran en la peña de Rimón por cuatro meses. Mientras continuaron con su acto de ajusticiamiento: Quemaron las ciudades de Benjamín, mataron a sus hombres, las bestias y todo lo que hallaron.
3) Mujeres para los de Benjamín.
Tras su victoria, todos se reunieron en la casa de Dios. Estuvieron allí hasta la noche delante de Dios, llorando y lamentándose por haber casi eliminado a una de las tribus. Se había impartido justicia, pero se había roto la unidad. En Israel era tragedia que una familia se extinguiera o estuviera a punto de extinguirse, pero ellos no podían dar a sus hijas como mujeres a los sobrevivientes de Benjamín, pues al juntarse en Mizpa ya habían jurado que ninguno de ellos lo haría.
Al día siguiente se levantaron temprano, levantaron un altar y ofrecieron holocaustos y ofrendas de paz.
Los de Israel habían también jurado que castigarían con la muerte a quienes no acudieran a su convocatoria en Mizpa, y averiguaron que los de Jabes de Galaad no lo habían hecho. Aquí hallaron una solución al problema de cómo hallar mujeres para los de Benjamín.
La congregación envió a doce mil hombres a matar a todos los de Jabes, excepto a las mujeres vírgenes. Lo hicieron así y trajeron hasta Silo a cuatrocientas doncellas. Luego se llamó en paz a los atrincherados en la peña de Rimón y, al llegar, les dieron por mujeres a las vírgenes de Jabes, pero no eran suficientes. Se compadecieron de nuevo por ellos y por la ruptura de la unidad, mientras los ancianos pensaban qué harían, pues las mujeres de Benjamín habían muerto.
Los ancianos sugirieron a los de Benjamín que fueran al festival anual en Silo, para emboscar a las chicas que salían a danzar y llevárselas a su tribu. Los ancianos prometieron decir a los padres de ellas que no habían obtenido suficientes mujeres en Jabes, y que ellos no eran culpables de romper el juramento, porque no se las habrían dado por su gusto, sino les habrían sido robadas.
Los hijos de Benjamín lo hicieron así. Secuestraron a las chicas que danzaban, reedificaron sus ciudades y las habitaron. Los demás volvieron a su casa.
Hay que admitir que en medio de tanta maldad y sangre, se distinguen algunos rasgos de misericordia, solidaridad y consideración, al recurrir a soluciones algo extrañas, y hasta cómicas para nosotros, para restaurar a la tribu de Benjamín.
El Libro de los Jueces termina con la observación de que “…no había rey en Israel; cada uno hacía lo que le parecía bien…”[9].
[1] Micaías significa: “¿Quién es como Adonay?” y es, ciertamente, ¡un nombre irónico para un idólatra!
[2] Dioses domésticos.
[3] El joven levita era miembro de la tribu sacerdotal de Leví (Deuteronomio 33.8–11). Se suponía que solo los descendientes de Aarón eran sacerdotes; el resto eran asistentes (Números 8.5–26). No teniendo territorio propio vivían entre las otras tribus. Aunque se les asignaron ciudades específicas, no estaban confinados a ellas, especialmente en las condiciones caóticas del período de los jueces. El levita de Belén de Judá era un descendiente de Moisés (Jueces 18.30).
[4] Lais estaba muy al norte de Canaán, 40 kilómetros al norte del mar de Galilea. Fue llamada “Dan” por los danitas.
[5] Antiguo nombre de Jerusalén.
[6] Jueces 19.30. NBLH
[7] Ibid.
[8] Jueces 20.1.Ibid
[9] Jueces 21.25. Ibid