LA ÉTICA
INTRODUCCIÓN.
Parece mentira, pero en este tiempo, cuando las Constituciones Políticas de la mayoría de los países, así como la Carta de los Derechos Humanos, garantizan la libertad de culto y el libre ejercicio de la religión, es cuando más peligro corremos los cristianos. En el siglo I, los judaizantes y judíos, se aliaron con ciertos romanos para tratar de eliminar al cristianismo de la historia; en el siglo II, las persecuciones decretadas por las autoridades romanas llevaron a muchos de nuestros antecesores a morir en las garras de las bestias en los circos, les crucificaron, aserraron, ahorcaron, quemaron e inventaron toda clase de formas diversas de tortura para tratar de aplacar su fe. A partir del siglo III se dio la tolerancia religiosa, convirtiendo al cristianismo, cada vez más, en solo una sombra de lo que había sido en un principio, introduciendo a la humanidad en un periodo de trece siglos de oscurantismo, con unas pequeñas brasas que surgían por aquí y por allá. En el siglo XVI, estalla el Movimiento de la Reforma en sus diferentes manifestaciones, que llevó a muchas personas a buscar vivir cristianamente en los últimos 500 años, con brotes de violencia que hacía que algunos negaran su fe y volvieran atrás, mientras que otros sufrían el martirio o debían huir lejos de la tierra que los vio nacer o aun, debían practicar su fe de forma escondida.
Hoy, cuando casi nadie nos persigue, cuando los mismos Gobiernos promueven nuestro trabajo, cuando se respeta en las esferas oficiales a los que dicen ser siervos de Dios, el cristianismo está en grave peligro. No es por motivos religiosos o de doctrina, sino por la falta de ética en el mundo en que se desarrolla. Es ahora cuando se premia a los sinvergüenzas, a los holgazanes, a los tramposos. Hoy, cuando la infidelidad es una virtud, cuando a lo malo se le llama bueno, cuando en la TV y en la prensa se alaban los instintos más bajos del ser humano como algo normal y digno de ser imitado, es cuando los cristianos estamos en peligro de extinción y es cuando necesitamos saber más de ética.
I. La Ética.
A. Definición.
Ética: Del griego, ethika, de ethos, “comportamiento”, “costumbre”, principios o pautas de la conducta humana, a menudo y de forma impropia llamada moral, del latín, mores “costumbre”, y por extensión, el estudio de esos principios a veces llamado filosofía moral.
La ética, como una rama de la filosofía, está considerada como una ciencia normativa, porque se ocupa de las normas de la conducta humana, y para distinguirse de las ciencias formales, como las matemáticas y la lógica, y de las ciencias empíricas, como la química y la física. Las ciencias empíricas sociales, sin embargo, incluyendo la sicología, chocan en algunos puntos con los intereses de la ética en que ambas estudian la conducta social. Por ejemplo, las ciencias sociales a menudo procuran establecer la relación entre principios éticos particulares y la conducta social, e investigar las condiciones culturales que contribuyen a la formación de esos principios.
B. Principios éticos.
Los filósofos han intentado determinar la bondad en la conducta de acuerdo con dos principios fundamentales y han considerado algunos tipos de conducta buenos en sí mismos o buenos porque se adaptan a un modelo moral concreto. El primero implica un valor final o summum bonum, deseable en sí mismo y no solo como un medio para alcanzar un fin. En la historia de la ética hay tres modelos de conducta principales, cada uno de los cuales ha sido propuesto por varios grupos o individuos como el bien más elevado: La felicidad o placer; el deber, la virtud o la obligación y la perfección, el más completo desarrollo de las potencialidades humanas. Dependiendo del marco social, la autoridad invocada para una buena conducta es la voluntad de una deidad, el modelo de la naturaleza o el dominio de la razón. Cuando la voluntad de una deidad es la autoridad, la obediencia a los mandamientos divinos o a los textos bíblicos, supone la pauta de conducta aceptada. Si el modelo de autoridad es la naturaleza, la pauta es la conformidad con las cualidades atribuidas a la naturaleza humana. Cuando rige la razón se espera que la conducta moral resulte del pensamiento racional.
C. Prudencia, placer o poder. Algunas veces los principios elegidos no tienen especificado su valor último, en la creencia de que tal determinación es imposible. Esa filosofía ética iguala la satisfacción en la vida con prudencia, placer o poder, pero se deduce ante todo de la creencia en la doctrina ética de la realización natural humana como el bien último.
Una persona que carece de motivación para tener una preferencia puede resignarse a aceptar todas las costumbres y por ello puede elaborar la filosofía de la prudencia y vivir de acuerdo al pensamiento aristotélico que dice que la prudencia es el saber que nos enseña cómo nos debemos comportar; descubre cuáles son los medios adecuados para la realización de la felicidad y de la vida virtuosa. Entonces, esa persona vive en conformidad con la conducta moral de la época y de la sociedad.
El hedonismo, palabra que se deriva del griego hedone, es la filosofía que enseña que el bien más elevado es el placer. El hedonismo ético sostiene que el placer es intrínsecamente bueno y que el desagrado es malo en esencia. El que algo sea intrínsecamente bueno quiere decir que es deseable en sí mismo como fin, no como medio para alcanzar otra cosa. El hedonista tiene que decidir entre los placeres más duraderos y los placeres más intensos, si los placeres presentes tienen que ser negados en nombre de un bienestar global y si los placeres mentales son preferibles a los placeres físicos.
Una filosofía en la que el logro más elevado es el poder puede ser resultado de una competición. Como cada victoria tiende a elevar el nivel de la competición, el final lógico de una filosofía semejante es un poder ilimitado o absoluto. Los que buscan el poder pueden no aceptar las reglas éticas marcadas por la costumbre y, en cambio, conformar otras normas y regirse por otros criterios que les ayuden a obtener el triunfo. Pueden intentar convencer a los demás de que son morales en el sentido aceptado del término, para ocultar sus deseos de conseguir poder y tener la recompensa habitual de la moralidad.
D. Historia.
Ya que la gente vive en comunidad, la regulación moral de la conducta ha sido necesaria para el bienestar público. Aunque los distintos sistemas morales se establecían sobre modelos arbitrarios de conducta, evolucionaron a veces de forma irracional, a partir de que se violaran los mandatos religiosos o de conductas que primero fueron hábito y luego costumbre, o asimismo de leyes impuestas por líderes para prevenir desequilibrios en el seno de la tribu. Incluso las grandes civilizaciones clásicas egipcia y sumeria desarrollaron éticas no reglamentadas, cuyos consejos y mandatos eran impuestos por líderes seculares como Ptahhotep, y estaban mezclados con una religión estricta que afectaba a la conducta de cada egipcio o cada sumerio. En la China clásica las máximas de Confucio fueron aceptadas como código moral. Los filósofos griegos, desde el siglo VI a.C., en adelante, teorizaron mucho sobre la conducta moral que llevó al posterior desarrollo de la ética como una filosofía.
1. La temprana ética griega.
La ética griega se encuentra enraizada desde mediados del siglo VIII a.C., cuando los poemas homéricos eran considerados una autoridad en dichas cuestiones, aunque no es Homero el originario, sino que la tradición oral que se pierde en la historia, ya la transmitía. Las imágenes de la guerra de Troya, con el regreso de Ulises, presentaban a los griegos una sociedad heroica, que recibía toda la admiración y alabanza.
En el siglo VI a.C., el filósofo griego Pitágoras, desarrolló una de las primeras reflexiones morales a partir de la misteriosa religión griega del orfismo. En la creencia de que la naturaleza intelectual es superior a la naturaleza sensual y que la mejor vida es aquélla que está dedicada a la disciplina mental, fundó una orden semi-religiosa con leyes que insistían en la sencillez del hablar, vestir y comer. Sus miembros ejecutaban ritos que estaban destinados a demostrar sus creencias religiosas.
En el siglo V a.C., los filósofos griegos conocidos como sofistas, que enseñaron oratoria, lógica y trabajo de los asuntos públicos, se mostraron escépticos en lo relativo a sistemas morales absolutos. El sofista Protágoras enseñó que el juicio humano es personal y que la percepción de cada uno solo es válida para uno mismo. Gorgias llegó incluso al extremo de afirmar que nada existe, pues si algo existiera los seres humanos no podrían conocerlo; y que si llegaban a conocerlo no podrían comunicar ese conocimiento. Otros sofistas, como Trasímaco, creían que la fuerza hace el derecho. Sócrates[1], se opuso a los sofistas. Las historias homéricas le dieron muchos problemas, por lo que al final fue condenado a muerte bajo los cargos de corromper a los jóvenes y no creer en los dioses de la ciudad. Él se defendió afirmando que la verdadera acusación era que se había pasado la vida haciendo preguntas inquietantes acerca de la buena vida y las virtudes a personas que se suponía debían tener las respuestas, pero que en realidad no sabían nada, mientras que él afirmaba que lo único que sabía es que no sabía nada, mientras que los atenienses que querían matarlo se sentían irritados ante su propia ignorancia y por ello él les estorbaba. Su posición filosófica, representada en los “Diálogos” de su discípulo Platón, puede resumirse de la siguiente manera: La virtud es conocimiento; la gente será virtuosa si sabe lo que es la virtud, y el vicio o el mal, es fruto de la ignorancia. Así, según Sócrates, la educación como aquello que constituye la virtud puede conseguir que la gente sea y actúe conforme a la moral.
2. Escuelas griegas de ética.
La mayoría de las escuelas de filosofía moral griegas siguientes, surgieron de las enseñanzas de Sócrates. Cuatro de estas escuelas fueron creadas por sus discípulos inmediatos: los cínicos, los cirenaicos, los megáricos[2] y los platónicos.
Los cínicos, en especial el filósofo Antístenes, afirmaban que la esencia de la virtud, el bien único, es el autocontrol, y que esto se puede inculcar. Los cínicos despreciaban el placer, que consideraban el mal si era aceptado como una guía de conducta. Juzgaban todo orgullo como un vicio, incluyendo el orgullo en la apariencia o limpieza. Se cuenta que Sócrates dijo a Antístenes: “Puedo ver tu orgullo a través de los agujeros de tu capa”.
Los cirenaicos, sobre todo Aristipo de Cirene, eran hedonistas y creían que el placer era el bien mayor, en tanto en cuanto no dominara la vida de cada uno, que ningún tipo de placer es superior a otro y, por ello, que solo es agradable en grado y duración.
Los megáricos, seguidores de Euclides, propusieron que aunque el bien puede ser llamado sabiduría, Dios o razón, es “uno” y que el Bien es el secreto final del universo que solo puede ser revelado mediante el estudio lógico.
Según Platón, el bien es un elemento esencial de la realidad. El mal no existe en sí mismo, sino como reflejo imperfecto de lo real, que es el bien. En sus “Diálogos” mantiene que la virtud humana descansa en la aptitud de una persona para llevar a cabo su propia función en el mundo. El alma humana está compuesta por tres elementos: El intelecto, la voluntad y la emoción; cada uno de los cuales posee una virtud específica en la persona buena y juega un papel específico. La virtud del intelecto es la sabiduría o el conocimiento de los fines de la vida; de la voluntad es el valor, la capacidad de actuar, y de las emociones es la templanza o autocontrol.
La virtud última, la justicia, es la relación armoniosa entre todas las demás, cuando cada parte del alma cumple su tarea apropiada y guarda el lugar que le corresponde. Platón mantenía que el intelecto ha de ser el soberano, la voluntad figuraría en segundo lugar y las emociones en el tercero, sujetas al intelecto y a la voluntad. La persona justa, cuya vida está guiada por este orden, es por lo tanto una persona buena.
Aristóteles, discípulo de Platón, consideraba la felicidad como la meta de la vida. En su obra principal sobre esta materia, Ética a Nicómaco[3], definió la felicidad como una actividad que concuerda con la naturaleza específica de la humanidad; el placer acompaña a esta actividad pero no es su fin primordial. La felicidad resulta del único atributo humano de la razón y funciona en armonía con las facultades humanas. Aristóteles mantenía que las virtudes son en esencia un conjunto de buenos hábitos y que para alcanzar la felicidad una persona ha de desarrollar dos tipos de hábitos: Los de la actividad mental, como el del conocimiento, que conduce a la más alta actividad humana, la contemplación y aquéllos de la emoción práctica y el valor. Las virtudes morales son hábitos de acción que se ajustan al término medio, el principio de moderación, y han de ser flexibles debido a las diferencias entre la gente y a otros factores condicionantes. Por ejemplo, lo que uno puede comer depende del tamaño, la edad y la ocupación. En general, Aristóteles define el término medio como el estado virtuoso entre los dos extremos de exceso e insuficiencia; así, la generosidad, una virtud, es el punto medio entre el derroche y la tacañería. Para Aristóteles, las virtudes intelectuales y morales son solo medios destinados a la consecución de la felicidad, que es el resultado de la plena realización del potencial humano.
3. Estoicismo.
La filosofía del estoicismo se desarrolló cerca del 300 a.C., durante los periodos griego y romano. En Grecia, los principales filósofos estoicos fueron Zenón de Citio, Cleantes, Crisipo de Soles, Panecio, Posidonio y Séneca. En Roma el estoicismo resultó ser la más popular de las filosofías griegas y Cicerón fue, entre los romanos ilustres, uno de los que cayó bajo su influencia. Sus principales representantes durante el periodo romano fueron el filósofo griego Epicteto y el emperador y pensador romano Marco Aurelio.
Los estoicos creían que toda la realidad era material y que el cosmos estaba influido por un espíritu directivo o logos, la razón, que era en sí mismo una materia refinada y que correspondía con la deidad, el destino o la providencia. Dentro de este panteísmo materialista, el ser humano es un microcosmos del todo, dotado de un logos sutilmente material, o alma, que gobierna la vida corporal.
Según los estoicos, la naturaleza es ordenada y racional, y solo puede ser buena una vida llevada en armonía con la naturaleza. Los filósofos estoicos, sin embargo, también se mostraban de acuerdo en que como la vida está influenciada por circunstancias materiales el individuo tendría que intentar ser todo lo independiente posible de tales condicionamientos. La práctica de algunas virtudes cardinales, como la prudencia, el valor, la templanza y la justicia, permite alcanzar la independencia conforme el espíritu del lema de los estoicos, “Aguanta y renuncia”. De ahí, que la palabra estoico haya llegado a significar fortaleza frente a la dificultad.
El estoicismo influyó en el pensamiento de los padres de la iglesia y siguió influyendo en el pensamiento cristiano durante la Edad Media, combinándose con el agustianismo. Erasmo de Rótterdam y otros humanistas lo avivaron durante la época del Renacimiento y fue aceptado por los anglicanos deístas, así como por Calvino.
4. Epicureismo.
En los siglos IV y III a.C., el filósofo griego Epicuro desarrolló un sistema de pensamiento, más tarde llamado epicureismo, que identificaba la bondad más elevada con el placer, sobre todo el placer intelectual y al igual que el estoicismo, abogó por una vida moderada, incluso escasa, dedicada a la contemplación. El principal exponente romano del epicureismo fue el poeta y filósofo Lucrecio, cuyo poema “De la naturaleza de las cosas”, escrito hacia la mitad del siglo I a.C., combinaba algunas ideas derivadas de las doctrinas cosmológicas del filósofo griego Demócrito con otras derivadas de la ética de Epicuro. Los epicúreos buscaban alcanzar el placer manteniendo un estado de serenidad, es decir, eliminando todas las preocupaciones de carácter emocional. Consideraban las creencias y prácticas religiosas perniciosas porque preocupaban al individuo con pensamientos perturbadores sobre la muerte y la incertidumbre de la vida después de ella. Los epicúreos mantenían también que es mejor posponer el placer inmediato con el objeto de alcanzar una satisfacción más segura y duradera en el futuro; por lo tanto, insistieron en que la vida buena lo es en cuanto se halla regulada por la autodisciplina.
E. La Ética Cristiana.
Los modelos éticos de la edad clásica fueron aplicados a las clases dominantes, en especial en Grecia. Las mismas normas no se extendieron a los no griegos, que eran llamados “bárbaros”, un término que adquirió insinuaciones despectivas. En cuanto a los esclavos, la actitud hacia los mismos puede resumirse en la calificación de “herramientas vivas” que le aplicó Aristóteles. En parte debido a estas razones y una vez que decayeron las religiones paganas, las filosofías contemporáneas no consiguieron ningún respaldo popular y gran parte del atractivo del cristianismo se explica por la extensión de la ciudadanía moral a todos, incluso a los esclavos.
A diferencia de la ética griega, tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento enseñan que el hombre está en manos de un Dios personal, que busca salvar al hombre caído en pecado por medio de la Gracia, que es Su respuesta a la caída, que a su vez llegó a ser la causa del fin del orden de la Creación, que era buena, incluyendo a los seres humanos.
El advenimiento del cristianismo marcó una revolución en la ética, al introducir una concepción religiosa de lo bueno en el pensamiento occidental. Según la idea cristiana una persona es dependiente por entero de Dios y no puede alcanzar la bondad por medio de la voluntad o de la inteligencia, sino tan solo con la ayuda de la gracia de Dios. La primera idea ética cristiana descansa en la regla de oro: “Por eso, todo cuanto quieran que los hombres les hagan, así también hagan ustedes con ellos, porque ésta es la Ley y los Profetas”[4]; en el mandato de amar al prójimo como a uno mismo[5] e incluso a los enemigos[6], y en las palabras de Jesús: “Pues den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”[7]. Jesús creía que el principal significado de la ley judía descansa en el mandamiento “AMARAS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZON, Y CON TODA TU ALMA, Y CON TODA TU FUERZA, Y CON TODA TU MENTE, Y A TU PROJIMO COMO A TI MISMO”[8].
El cristianismo original realzó como virtudes la piedad, el martirio, la fe, la misericordia, el perdón, el amor no erótico, que los filósofos clásicos de Grecia y Roma apenas habían considerado importantes.
1. Ética de los “Padres de la Iglesia”.
Uno de los puntos fuertes de la ética cristiana fue la oposición al maniqueísmo, una religión rival de origen persa que mantenía que el bien y el mal, la luz y la sombra, eran fuerzas opuestas que luchaban por el dominio absoluto. El maniqueísmo tuvo mucha aceptación en los siglos III y IV d.C. Agustín de Hipona, considerado como el fundador de la teología cristiana, fue maniqueo en su juventud, pero abandonó este credo después de recibir la influencia del pensamiento de Platón. Tras su conversión al cristianismo en el 387, intentó integrar la idea platónica con el concepto cristiano de la bondad como un atributo de Dios, y el pecado como la caída de Adán, de cuya culpa una persona está redimida por la gracia de Dios. La creencia maniqueísta en el diablo persistió, sin embargo, como se puede ver en la convicción de Agustín en la maldad interior de la naturaleza humana. Esta actitud pudo reflejar su propio sentido de culpabilidad, por los excesos que había cometido en la adolescencia y puede justificar el énfasis que puso la primera doctrina moral cristiana sobre la castidad y el celibato.
Durante la edad media tardía, los trabajos de Aristóteles, a los que se pudo llegar a través de los textos y comentarios preparados por estudiosos árabes, tuvieron una fuerte influencia en el pensamiento europeo. Al resaltar el conocimiento experimental en comparación con la revelación, el aristotelismo amenazaba la autoridad intelectual de la Iglesia. El teólogo Tomás de Aquino consiguió, sin embargo, armonizar el aristotelismo con la autoridad católica al admitir la verdad del sentido de la experiencia pero manteniendo que ésta completa la verdad de la fe. La gran autoridad intelectual de Aristóteles se puso así al servicio de la autoridad de la Iglesia, y la lógica aristotélica acabó por apoyar los conceptos agustinos del pecado original y de la redención por medio de la gracia divina. Esta síntesis representa la esencia de la mayor obra de Tomás de Aquino, Summa theologica[9].
2. Ética y penitencia.
Conforme la Iglesia medieval se hizo más poderosa, se desarrolló un modelo de ética que aportaba el castigo para el pecado y la recompensa de la inmortalidad para premiar la virtud. Las virtudes más importantes eran la humildad, la continencia, la benevolencia y la obediencia; la espiritualidad, o la bondad de espíritu, era indispensable para la moral. Todas las acciones, tanto las buenas como las malas, fueron clasificadas por la Iglesia y se instauró un sistema de penitencia temporal como expiación de los pecados.
Las creencias éticas de la Iglesia medieval fueron recogidas en literatura en la Divina Comedia de Dante, que estaba influenciada por las filosofías de Platón, Aristóteles y Tomás de Aquino. En la sección de la Divina Comedia titulada “Infierno”, Dante clasifica el pecado bajo tres grandes rótulos, cada uno de los cuales tenía más subdivisiones. En un orden creciente de pecado colocó los pecados de incontinencia, sensual o emocional; de violencia o brutalidad, de la voluntad; y de fraude o malicia, del intelecto. Las tres facultades del alma de Platón son repetidas así en su orden jerárquico original, y los pecados son considerados como perversiones de una u otra de las tres facultades.
3. La Ética después de la Reforma.
La influencia de las creencias y prácticas éticas cristianas disminuyó durante el renacimiento. La reforma protestante provocó un retorno general a los principios básicos dentro de la tradición cristiana, cambiando el énfasis puesto en algunas ideas e introduciendo otras nuevas. Según Martín Lutero, la bondad de espíritu es la esencia de la piedad cristiana. Al cristiano se le exige una conducta moral o la realización de actos buenos, pero la justificación, o la salvación, viene solo por la fe. El propio Lutero había contraído matrimonio y el celibato dejó de ser obligatorio para el clero protestante.
El teólogo protestante francés y reformista religioso Jan Calvino aceptó la doctrina teológica de que la salvación se obtiene solo por la fe y mantuvo también la doctrina agustina del pecado original. Los puritanos eran calvinistas y se unieron a la defensa que hizo Calvino de la sobriedad, la diligencia, el ahorro y la ausencia de alarde; para ellos la contemplación era holgazanería y la pobreza era o bien castigo por el pecado o bien la evidencia de que no se estaba en gracia de Dios. Los puritanos creían que solo los elegidos podrían alcanzar la salvación. Se consideraban a sí mismos elegidos, pero no podían estar seguros de ello hasta que no hubieran recibido una señal. Creían que su modo de vida era correcto en un plano ético y que ello comportaba la prosperidad mundana. La prosperidad fue aceptada pues como la señal que esperaban. La bondad se asoció a la riqueza y la pobreza al mal. No lograr el éxito en la profesión de cada uno pareció ser un signo claro de que la aprobación de Dios había sido negada. La conducta que una vez se pensó llevaría a la santidad, llevó a los descendientes de los puritanos a la riqueza material.
En general, durante la reforma la responsabilidad individual se consideró más importante que la obediencia a la autoridad o a la tradición. Este cambio, que de una forma indirecta provocó el desarrollo de la ética secular moderna, se puede apreciar en “La ley de la guerra y la paz”[10], realizado por el jurista, teólogo y estadista holandés Hugo Grocio. Aunque esta obra apoya algunas de las doctrinas de Tomás de Aquino, se centra más en las obligaciones políticas y civiles de la gente dentro del espíritu de la ley romana clásica. Grocio afirmaba que la ley natural es parte de la ley divina y se funda en la naturaleza humana, que muestra un deseo por lograr la asociación pacífica con los demás y una tendencia a seguir los principios generales en la conducta. Por ello, la sociedad está basada de un modo armónico en la ley natural.
I. Los Principios Bíblicos de la Ética.
Dios denuncia nuestro pecado cuando ve la maldad en el corazón: en las actitudes e intenciones, cuando no podemos vivir de acuerdo a las palabras de Salmos 15:
SEÑOR, ¿quién habitará en Tu tabernáculo? ¿Quién morará en Tu santo monte?
El que anda en integridad y obra justicia, Y habla verdad en su corazón.
El que no calumnia con su lengua, No hace mal a su prójimo, Ni toma reproche contra su amigo;
En cuyos ojos el perverso es despreciado, pero honra a los que temen al SEÑOR; El que aun jurando en perjuicio propio, no cambia;
El que su dinero no da a interés, Ni acepta soborno contra el inocente. El que hace estas cosas permanecerá firme[11].
Muchas veces hemos llegado a pensar que las buenas intenciones son primordiales, olvidando la sabiduría de los antiguos que dice: “El camino al infierno está tapizado de buenas intenciones”. Ya sea que tengamos éxito o fracasemos en nuestras buenas intenciones, esto no tiene importancia. No es cierto que las demás personas deban aceptar los errores que cometemos simplemente porque teníamos buenas intenciones. Estas pueden llegar a herir a los demás y es entonces cuando debemos preguntarnos si realmente nuestras intenciones eran tan buenas. Y dejan de serlo cuando no está asegurado el honor de Dios y el bienestar de los demás. La principal preocupación debe ser que absolutamente todos los detalles de la vida se conformen a las normas éticas de la Biblia.
A. Santidad y Ética.
Derechos adquiridos:
ü Se espera que todas las personas santas practiquen consciente, deliberada y consistentemente, las más elevadas normas de ética que conocemos. Es posible que se equivoquen entre esto o aquello, siempre y cuando no estén conscientes de su error.
ü Los santos evitan lo que saben que no es justo. Practican lo correcto.
ü El descuido y la ética mediocre no concuerdan con la profesión de la gracia de la entera santificación y si insisten en las prácticas antiéticas, ya sea en los negocios, hogar, iglesia o sociedad, es prueba evidente de que son falsos.
ü Todo hombre verdaderamente santificado tiene no solo el deseo firme de vivir santamente y ser un buen ejemplo, sino la sólida determinación de hacerlo.
ü Podemos esperar que una persona santa esté ansiosa por superarse en los detalles prácticos de la vida cristiana, para poder ser enseñado[12].
ü Cualquier cosa que hagamos y que sea piedra de tropiezo para otra persona, debe convertirse en motivo de preocupación y ocupación en cambiar lo que afecta al prójimo, a no ser que estemos actuando de acuerdo a las Santas Escrituras y el prójimo se ve afectado porque está en pecado.
ü Todo hombre santificado es concienzudo. Su trabajo, palabra, obligaciones, deberes familiares, etc., retratan a un buen mayordomo cristiano, incluso en actividades que no son tan públicas como lo es el pago de impuestos.
Al ver estas bases tan severas, podríamos pensar que todos los santificados son personas perfectas en cuanto a su ética. Desdichadamente no es así. Pero eso no representa un fracaso, si hay en la persona el reto por seguir luchando hasta el fin. Es una realidad que los cristianos santificados viven de una manera más ejemplar que aquellos que no lo son. La razón de esto es que el corazón está más sensible a percibir el pecado y a la pureza de la ética. Por un tiempo, ellos pueden tener fallas. Es posible que aun necesite afinar algunas cosas en su vida espiritual. La verdadera santificación no educa instantáneamente la conciencia.
Hace un tiempo, cuando un hombre se convirtió, llegó a casa de su vecino cristiano y le dijo: -¡Estoy tan alegre de haber obtenido la salvación! Ahora quiero ayudarles a todos los cristianos, así que si usted quiere, puedo instalarle una conexión desde mi cable de TV., para que lo vea gratis.
Aunque para este nuevo creyente lo que estaba proponiendo era inocente, estaba totalmente alejado de la ética.
Las líneas para vivir correctamente están marcadas y todo ciudadano decente debe respetarlas. El problema se encuentra en las líneas finas y las sombras tenues. Las grandes letras de los contratos éticos son fáciles de leer, pero las letras pequeñas necesitan de anteojos. El mundo nos tiene rodeados con impuestos, intereses, horas extras, beneficios adicionales, tiempo para el café, seguros, divorcios fáciles, leyes de tránsito, tarjetas de crédito, etc., lo que puede hacernos la vida muy complicada. En toda esta maraña pueden surgir ciertas cosas que harían romperse la cabeza al mismo Salomón. ¿Hay alguna diferencia entre el tiempo extra que tomamos para beber café y el compartir el cable de la TV. de los vecinos? O, ¿es correcto tomar más de quince minutos para el café porque todos lo hacen?
La sociedad actual está sufriendo porque las líneas éticas se han estado borrando. El “honor” es algo que ha estado perdiendo el sentido. Cuando un joven en el colegio acusa a sus compañeros que estaban copiando en el examen, se convierte en un “soplón”, o para decirlo más a lo costarricense, en un “sapo”. Los padres de los niños que copian en sus exámenes en la escuela tienden a defenderlos porque ellos mismos, en ocasiones, han pedido prestados los neumáticos a su vecino para poder pasar la revisión técnica de su vehículo.
La inquietud que nos abruma es la gran tendencia que hay en la mayoría de la gente de borrar la línea entre lo bueno y lo malo y en que esta tendencia sea insinuada en el pensamiento de buenas personas. Esta tendencia se ha introducido en nuestra sociedad de tal manera que aun la misma Iglesia se ve amenazada.
B. Cuando lo negro parece blanco.
Los problemas éticos y las fuertes tentaciones tienen una cosa en común: Su gran peligro radica en lo engañosos que son. Si nuestro corazón es recto y podemos ver la problemática como una realidad, haremos lo justo. Ahora bien, existe un enemigo que es experto en el manejo de las emociones y que puede confundirnos para que no veamos el color de los asuntos: Satanás. Él hace que lo grande se vea pequeño y lo pequeño grande. Es capaz de hacernos pensar que lo incorrecto es justificado si es para nuestro beneficio. Las cosas pequeñas se convierten en verdaderos problemas para que no veamos las grandes. Como decía alguien: “No puedo ver el bosque porque un arbusto me lo tapa”. Satanás sabe que algo fuera de la perspectiva correcta es lo mismo que una falsedad y que eso va a afectar nuestro punto de vista.
Lo más difícil de todo es que en algunas ocasiones, nuestra humanidad se hace cómplice del diablo y en lugar de resistirlo, lo apoyamos. Cuando tenemos sentimientos en conflicto, se nos dificulta pensar y se nos nubla la visión. Son muchos los padres que notan y critican a los jóvenes vecinos porque están usando drogas, sin sospechar que su propio hijo es el que las vende. También nuestros intereses financieros nos llevan a tomar ciertas acciones que parecen ser justificadas en ese momento, pero más tarde es posible que comprendamos que no fue lo más ético. ¿Fuimos honestos al cubrir la pared con un mueble para evitar que el comprador notara la filtración de agua? ¿Estuvo bien ponerle el aditivo más fuerte al motor del automóvil antes de la cita con la persona que nos lo compró? ¿Hay algo de malo en haber pagado algo más al médico para que certificara una salud envidiable en el exámen para nuestro seguro de vida? En todos estos casos, ¿somos cristianos en primer lugar o negociantes? Puede ser que en el momento de vender el auto tengamos una necesidad apremiante y que el “buen sentido” nos diga que todo está bien, pero ¿lo está realmente?
¿Cómo podemos asegurarnos de que lo que hacemos siempre es lo correcto? Solo hay una manera. Confrontar nuestras acciones con la Palabra de Dios. Para esto necesitamos:
1. Conocer la Palabra de Dios.
2. Seguirla antes de nuestro propio juicio y sin importar que los demás crean que somos tontos. Nuestros pensamientos pueden torcerse, pero la Palabra de Dios es correcta siempre. Cuando Dios dice que algo es malo, de seguro que lo es. No importa que la mayoría de las personas digan que es bueno, incluyendo a nuestra conciencia.
Si Eva hubiese hecho caso a esto, no habría caído. Lo primero que busca Satanás es hacernos creer que la Palabra de Dios no debe ser creída literalmente. “Ahí dice eso, pero no se debe entender de esa manera”. Como ya había duda en el corazón de Eva, ahora ella debía estudiar el árbol por su propia cuenta. Ella se olvidó de la Palabra de Dios y siguió sus sentidos y emociones. “¡La fruta era agradable a los ojos y llamativa para comer!” La caída viene cuando cambiamos el “así dice el Señor” por “así me parece a mí”.
En esos momentos cuando la crisis viene y nuestro juicio es empujado y remolcado por las corrientes contrarias a nuestras emociones, deseos y sentidos, unidos a las opiniones de los demás, no es bueno que tomemos decisiones entre lo bueno y lo malo. Debemos conocer la Palabra de Dios y descansar en los juicios que ella nos presenta. Reconocer que Dios ha dado sus mandamientos y también sus prohibiciones. La única manera de estar a salvo es declarando: “Si Dios ha condenado algo y veo en Su Palabra que eso es malo, definitivamente será prohibido para mí, aunque la mayoría e incluso yo mismo lo vea como bueno”. Si seguimos esta línea de pensamiento, entonces la vida cristiana no podrá parecernos difícil. No podrá ser duro ser fiel a nuestro cónyuge, o decir siempre la verdad, o cumplir con todas nuestras obligaciones para con Dios, el país, mi comunidad, mi familia, mi cónyuge y conmigo mismo. Es entonces cuando podemos comprender el verdadero y bello significado de Romanos 12.10-21:
Ámense unos a otros como hermanos, y respétense siempre.
Trabajen con mucho ánimo, y no sean perezosos. Trabajen para Dios con mucho entusiasmo.
Mientras esperan al Señor, muéstrense alegres; cuando sufran por el Señor, muestren paciencia; cuando oren al Señor, muéstrense constantes.
Compartan lo que tengan con los pobres de la Iglesia.
Reciban en sus hogares a los que vengan de otras ciudades y países.
No maldigan a sus perseguidores; más bien, pídanle a Dios que los bendiga.
Si alguno está alegre, alégrense con él; si alguno está triste, acompáñenlo en su tristeza.
Vivan siempre en armonía. Y no sean orgullosos, sino traten como iguales a la gente humilde. No se crean más inteligentes que los demás.
Si alguien los trata mal, no le paguen con la misma moneda. Al contrario, busquen siempre hacerles el bien a todos.
Hagan todo lo posible por vivir en paz con todo el mundo.
Queridos hermanos, no busquen venganza, sino dejen que Dios se encargue de castigar a los malos. Pues en la Biblia Dios dice: “A mí me toca vengarme. Yo le daré a cada cual su merecido”. Y también dice: “Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber. Así harás que se ponga rojo de vergüenza”.
No se dejen vencer por el mal. Al contrario, triunfen sobre el mal, haciendo el bien.
C. Líneas trazadas por el amor.
Los cristianos no podemos dejar que sean solo las líneas profundas que nos enseñan contra el pecado, sino los principios bíblicos que nos guiarán en situaciones delicadas donde lo que era correcto se está volviendo oscuro. En ocasiones los argumentos de ambas partes parecen equilibrarse: “Por una parte…pero por la otra”. Si somos muy concienzudos, podemos caer en una trampa, aunque podemos librarla si recordamos que hay un ingrediente secreto en la ética del Nuevo Testamento al que se le llama “la segunda milla”. Cuando la ley no es muy clara en cuanto a lo que debemos hacer, debemos dejar que el amor sea el que tome el control. Es el amor el que dará luz en esos aspectos en que la ley calla. De todas formas, es el amor el dínamo de toda la ética cristiana, así como el árbitro. El juicio puede cometer errores, pero cuando este se une a la ley y al amor, será más apto para dar en el blanco, ya que la ley pretende dar un juicio de acuerdo a las reglamentaciones, pero el amor busca el bienestar del prójimo. Es esto o nada. Por ello es que el amor está dispuesto a olvidar algunos asuntos aunque la justicia diga que no es correcto; está dispuesto a ir la “segunda milla”. Esto es lo que motiva al cristiano movido por el amor a no solo enfocarse en los Diez Mandamientos, sino en revisar otros pasajes de la Escritura como estos dos:
1. Mateo 7.12: “Por tanto, haced vosotros con los demás como queréis que ellos hagan con vosotros, porque en eso se resume la ley de Moisés y lo dicho por los profetas”. A este pasaje se le ha llamado “la regla de oro”. Este es uno de los pasajes más profundos y la mayor prueba de la ética cristiana.
En los deportes, los jugadores se esmeran por hacer ver al árbitro que algún contrincante ha cometido una falta, ¡pero los deportes no están guiados por la ética cristiana! Es por ello que necesita de reglas muy estrictas y oficiales que estén vigilando constantemente de manera imparcial. Lo que hace que una falta lo sea, es la injusticia fundamental contra el contrincante.
La “regla de oro” nos lleva a preguntarnos: ¿cómo quisiera que me trataran a mí si cometí esa falta? Si lo que he dicho me pone en una situación difícil, ¿me gustaría que el que me oyó repita esas palabras? ¿Quiero que los demás me sean fieles? ¿Qué cumplan lo prometido? ¿Qué me guarden paciencia y perdonen cuando se los pido pasando por alto mis debilidades incluso cuando no se los solicito? ¿Deseo que los demás me concedan el beneficio de la duda? Entonces debo hacerlo a mis semejantes.
Sin embargo, hay un elemento con el que no contamos muchas veces en cuanto a la regla de oro. Cuando me pregunto cómo me gustaría ser tratado en determinada situación, asumo la actitud de que tengo el derecho de ser tratado como yo quiero. Pero, pongamos un ejemplo: Viajando por la carretera, llegamos a un cruce en donde hay un rótulo que dice que debemos ir a 40 kilómetros por hora, pasamos el cruce a esa velocidad e inmediatamente aceleramos a 60 kilómetros por hora sin contar que dando la curva está un oficial de tránsito con un radar y nos detiene 100 metros antes del rótulo que dice que podemos ir a 70 kilómetros por hora. Me gustaría que el oficial aceptara mi palabra de que pasé el cruce a 40 y que hasta después subí a 60, pero en lo más íntimo de mí ser lo despreciaría a él y a mí mismo por haber tenido éxito de convencerlo de que no merecía la infracción. Cuando Jesús dio la regla no estaba diciendo que había que pasar por alto todos los errores. Si el oficial me perdona ahora, estaré esperando que me perdone la próxima vez hasta que al fin sufra un accidente. Hay una justicia suavizada por la misericordia, pero no una clemencia sin freno.
2. Romanos 13.10: “El amor no causa daño a nadie. Cuando amamos a los demás, estamos cumpliendo toda la ley”. Los Diez Mandamientos prohíben ciertas cosas porque no solo son injustas, sino perjudiciales. Dañan a otros y evitan que reciban los privilegios que Dios les ha dado, estorbando a alguien en la búsqueda de la vida, la libertad o la felicidad. El amor es la llave maestra que se adapta a todas estas leyes ya que cuando amamos, “estamos cumpliendo toda la ley”. Esto no es una licencia para hacer lo que queramos tampoco. O, ¿no se ha excusado usted alguna vez diciendo: No hacía daño a nadie? Cuando instalamos en nuestra computadora un programa que copiamos del original y no tenemos licencia, ¿estamos afectando a la persona que lo hizo? ¿En que se puede afectar la empresa Microsoft porque yo use un programa suyo sin licencia? ¿No son ellos multimillonarios? Pero recordemos que cuando instalo un programa sin licencia, es probable que preste el disco de instalación a unas 10 personas más y cada uno de ellos lo haga a otros 10. ¿Estamos haciendo daño?
Cuando descuidamos la educación espiritual de nuestros hijos, ¿en qué lo estamos dañando? ¿No es suficiente que les de de comer, los vista y los mande a la escuela? Cuando callamos ante las injusticias de este mundo y permitimos que la inmoralidad reine en nuestra sociedad, ¿estamos causando algún mal? Acaso ¿yo fui el que le vendió la droga al joven o prostituí a la señorita vecina? Muchas veces hemos hecho un gran mal por habernos callado las buenas nuevas de salvación y los vecinos están muriendo sin Cristo.
II. La Conciencia y la Ética.
Después de la caída del Imperio Romano se inició una era que ha sido llamada del “Oscurantismo”, no porque el sol hubiese enturbiado su luz sino porque la mayor parte de la humanidad cayó en un estado en donde unos pocos eran los que controlaban el pensamiento y la conciencia de los muchos. Durante ese periodo surgieron instituciones como la “Santa Inquisición”, que se preocupaba de censurar cualquier cosa que hicieran los hombres, incluso es campos que no les correspondía como la ciencia y como es bien conocido se prohibió a Galileo Galilei enseñar su descubrimiento de que la tierra giraba alrededor del Sol y no a la inversa, como se creía.
Han pasado cinco siglos desde que finalizó la era del Oscurantismo, pero a pesar de ello muchas personas siguen viviendo en ella, pensando que ahora están bien porque tienen un descanso en su conciencia, sin notar que lo que necesitan es libertad.
Pero no se crea que el Oscurantismo fue el inicio de esa falta de libertad de la conciencia. Esto comenzó con las tragedias griegas en el siglo V a.C. Es un doloroso viaje en el tiempo que nos lleva hasta el siglo XXI con la interrogante: ¿Seguimos viviendo como hasta ahora o tomamos la conciencia en serio?
Hay que reconocer que la condición de la condición ética actual de la conciencia se encuentra en declinación y pronta a caer. Decimos esto porque se ha perdido la fuerza para moldear la conducta de tal manera que nuestras acciones estén de acuerdo a la ética cristiana.
A. El enemigo de la humanización.
La palabra “conciencia” viene del latín “con-scientia” y es aquella parte interna de la vida del individuo en la que se desarrolla el sentido del bien y del mal. Nos hace actuar de acuerdo a un código moral que ha aprendido, ya sea haciéndonos sentir culpables o satisfechos frente a las acciones pasadas o que pudieran ocurrir. Hasta cierto punto es la guardiana de la integridad de la persona.
Para poder entender la conciencia debemos aceptar tres conceptos bíblicos esenciales:
1. La conciencia es universal y es Dios quien la concede[13]. Con esto se explica el que las personas que no tienen conocimiento de la ley de Dios la pueden cumplir. Los que no tienen otra guía, deben obedecer a su conciencia.
2. La conciencia se vio afectada por el pecado original. Aunque la conciencia es un don de Dios, debido a la pecaminosidad humana, no siempre es correcta y puede corromperse[14]. Por ello la conciencia puede acusarnos cuando no hay motivo o se mantiene callada cuando debería estar gritando.
3. La obra salvadora de Jesús limpia la conciencia[15].
Entonces, podemos reconocer que la conciencia necesita una instrucción de tal modo que pueda alertarnos sobre el bien o el mal y también necesita ser perdonada a través de la sangre de Cristo.
B. La domesticación de la conciencia.
Tomás de Aquino decía que en el alma hay “un hábito natural de primeros principios de acción”, estos son principios universales, es decir, todos los seres humanos estamos dispuestos a cumplirlos y nos sentimos culpables cuando los violamos. Por ejemplo, entre las tribus caníbales estaba bien comerse a los enemigos, pero consideraban que no era correcto comerse a algún miembro de la misma tribu.
Pero además de esos primeros principios, es necesario una instrucción tal que nos guíe a realizar o no otras acciones, es decir, educar la conciencia. Debemos tomar en cuenta que la conciencia es tan frágil que puede sufrir de una falsa culpabilidad, como cuando el niño se siente culpable de que sus padres se divorciaran o cristianos que consideran que tomar una medicina cuando están enfermos denota falta de fe en Dios, destruyendo en la persona el gozo de vivir.
Como la conciencia necesita educarse, entonces no debe ser confundida con la voz de Dios, como algunos han querido pensar. Dios habla a la conciencia[16], pero esta puede volverse indiferente y olvidar toda sensibilidad[17] y rechazar la Voluntad de Dios.
Para concluir, podemos decir que si bien la conciencia es una de las herramientas que Dios usa para hablarnos, no podemos confiarnos en ella siempre y que cada vez que esta nos hable, lo que diga debe ser analizado a través de la Palabra de Dios. Además, la conciencia debe ser educada y santificada por medio del estudio de las Escrituras, de la oración y de las obras de amor que podamos hacer a nuestro prójimo.
[1] 470 – 399 a.C.
[2] Escuela fundada por Euclides de Megara.
[3] Finales del siglo IV a.C.
[4] Mateo 7.12. NBLH.
[5] Levítico 19.18.
[6] Mateo 5.44.
[7] Mateo 22.21. NBLH.
[8] Lucas 10.27. NBLH.
[9] 1265-1273.
[10] 1625.
[11] NBLH.
[12] Santiago 3.17.
[13] Romanos 2.12-16.
[14] Tito 1.15.
[15] Hebreos 9.14.
[16] 2 Corintios 4.2.
[17] 1 Timoteo 4.2.
Parece mentira, pero en este tiempo, cuando las Constituciones Políticas de la mayoría de los países, así como la Carta de los Derechos Humanos, garantizan la libertad de culto y el libre ejercicio de la religión, es cuando más peligro corremos los cristianos. En el siglo I, los judaizantes y judíos, se aliaron con ciertos romanos para tratar de eliminar al cristianismo de la historia; en el siglo II, las persecuciones decretadas por las autoridades romanas llevaron a muchos de nuestros antecesores a morir en las garras de las bestias en los circos, les crucificaron, aserraron, ahorcaron, quemaron e inventaron toda clase de formas diversas de tortura para tratar de aplacar su fe. A partir del siglo III se dio la tolerancia religiosa, convirtiendo al cristianismo, cada vez más, en solo una sombra de lo que había sido en un principio, introduciendo a la humanidad en un periodo de trece siglos de oscurantismo, con unas pequeñas brasas que surgían por aquí y por allá. En el siglo XVI, estalla el Movimiento de la Reforma en sus diferentes manifestaciones, que llevó a muchas personas a buscar vivir cristianamente en los últimos 500 años, con brotes de violencia que hacía que algunos negaran su fe y volvieran atrás, mientras que otros sufrían el martirio o debían huir lejos de la tierra que los vio nacer o aun, debían practicar su fe de forma escondida.
Hoy, cuando casi nadie nos persigue, cuando los mismos Gobiernos promueven nuestro trabajo, cuando se respeta en las esferas oficiales a los que dicen ser siervos de Dios, el cristianismo está en grave peligro. No es por motivos religiosos o de doctrina, sino por la falta de ética en el mundo en que se desarrolla. Es ahora cuando se premia a los sinvergüenzas, a los holgazanes, a los tramposos. Hoy, cuando la infidelidad es una virtud, cuando a lo malo se le llama bueno, cuando en la TV y en la prensa se alaban los instintos más bajos del ser humano como algo normal y digno de ser imitado, es cuando los cristianos estamos en peligro de extinción y es cuando necesitamos saber más de ética.
I. La Ética.
A. Definición.
Ética: Del griego, ethika, de ethos, “comportamiento”, “costumbre”, principios o pautas de la conducta humana, a menudo y de forma impropia llamada moral, del latín, mores “costumbre”, y por extensión, el estudio de esos principios a veces llamado filosofía moral.
La ética, como una rama de la filosofía, está considerada como una ciencia normativa, porque se ocupa de las normas de la conducta humana, y para distinguirse de las ciencias formales, como las matemáticas y la lógica, y de las ciencias empíricas, como la química y la física. Las ciencias empíricas sociales, sin embargo, incluyendo la sicología, chocan en algunos puntos con los intereses de la ética en que ambas estudian la conducta social. Por ejemplo, las ciencias sociales a menudo procuran establecer la relación entre principios éticos particulares y la conducta social, e investigar las condiciones culturales que contribuyen a la formación de esos principios.
B. Principios éticos.
Los filósofos han intentado determinar la bondad en la conducta de acuerdo con dos principios fundamentales y han considerado algunos tipos de conducta buenos en sí mismos o buenos porque se adaptan a un modelo moral concreto. El primero implica un valor final o summum bonum, deseable en sí mismo y no solo como un medio para alcanzar un fin. En la historia de la ética hay tres modelos de conducta principales, cada uno de los cuales ha sido propuesto por varios grupos o individuos como el bien más elevado: La felicidad o placer; el deber, la virtud o la obligación y la perfección, el más completo desarrollo de las potencialidades humanas. Dependiendo del marco social, la autoridad invocada para una buena conducta es la voluntad de una deidad, el modelo de la naturaleza o el dominio de la razón. Cuando la voluntad de una deidad es la autoridad, la obediencia a los mandamientos divinos o a los textos bíblicos, supone la pauta de conducta aceptada. Si el modelo de autoridad es la naturaleza, la pauta es la conformidad con las cualidades atribuidas a la naturaleza humana. Cuando rige la razón se espera que la conducta moral resulte del pensamiento racional.
C. Prudencia, placer o poder. Algunas veces los principios elegidos no tienen especificado su valor último, en la creencia de que tal determinación es imposible. Esa filosofía ética iguala la satisfacción en la vida con prudencia, placer o poder, pero se deduce ante todo de la creencia en la doctrina ética de la realización natural humana como el bien último.
Una persona que carece de motivación para tener una preferencia puede resignarse a aceptar todas las costumbres y por ello puede elaborar la filosofía de la prudencia y vivir de acuerdo al pensamiento aristotélico que dice que la prudencia es el saber que nos enseña cómo nos debemos comportar; descubre cuáles son los medios adecuados para la realización de la felicidad y de la vida virtuosa. Entonces, esa persona vive en conformidad con la conducta moral de la época y de la sociedad.
El hedonismo, palabra que se deriva del griego hedone, es la filosofía que enseña que el bien más elevado es el placer. El hedonismo ético sostiene que el placer es intrínsecamente bueno y que el desagrado es malo en esencia. El que algo sea intrínsecamente bueno quiere decir que es deseable en sí mismo como fin, no como medio para alcanzar otra cosa. El hedonista tiene que decidir entre los placeres más duraderos y los placeres más intensos, si los placeres presentes tienen que ser negados en nombre de un bienestar global y si los placeres mentales son preferibles a los placeres físicos.
Una filosofía en la que el logro más elevado es el poder puede ser resultado de una competición. Como cada victoria tiende a elevar el nivel de la competición, el final lógico de una filosofía semejante es un poder ilimitado o absoluto. Los que buscan el poder pueden no aceptar las reglas éticas marcadas por la costumbre y, en cambio, conformar otras normas y regirse por otros criterios que les ayuden a obtener el triunfo. Pueden intentar convencer a los demás de que son morales en el sentido aceptado del término, para ocultar sus deseos de conseguir poder y tener la recompensa habitual de la moralidad.
D. Historia.
Ya que la gente vive en comunidad, la regulación moral de la conducta ha sido necesaria para el bienestar público. Aunque los distintos sistemas morales se establecían sobre modelos arbitrarios de conducta, evolucionaron a veces de forma irracional, a partir de que se violaran los mandatos religiosos o de conductas que primero fueron hábito y luego costumbre, o asimismo de leyes impuestas por líderes para prevenir desequilibrios en el seno de la tribu. Incluso las grandes civilizaciones clásicas egipcia y sumeria desarrollaron éticas no reglamentadas, cuyos consejos y mandatos eran impuestos por líderes seculares como Ptahhotep, y estaban mezclados con una religión estricta que afectaba a la conducta de cada egipcio o cada sumerio. En la China clásica las máximas de Confucio fueron aceptadas como código moral. Los filósofos griegos, desde el siglo VI a.C., en adelante, teorizaron mucho sobre la conducta moral que llevó al posterior desarrollo de la ética como una filosofía.
1. La temprana ética griega.
La ética griega se encuentra enraizada desde mediados del siglo VIII a.C., cuando los poemas homéricos eran considerados una autoridad en dichas cuestiones, aunque no es Homero el originario, sino que la tradición oral que se pierde en la historia, ya la transmitía. Las imágenes de la guerra de Troya, con el regreso de Ulises, presentaban a los griegos una sociedad heroica, que recibía toda la admiración y alabanza.
En el siglo VI a.C., el filósofo griego Pitágoras, desarrolló una de las primeras reflexiones morales a partir de la misteriosa religión griega del orfismo. En la creencia de que la naturaleza intelectual es superior a la naturaleza sensual y que la mejor vida es aquélla que está dedicada a la disciplina mental, fundó una orden semi-religiosa con leyes que insistían en la sencillez del hablar, vestir y comer. Sus miembros ejecutaban ritos que estaban destinados a demostrar sus creencias religiosas.
En el siglo V a.C., los filósofos griegos conocidos como sofistas, que enseñaron oratoria, lógica y trabajo de los asuntos públicos, se mostraron escépticos en lo relativo a sistemas morales absolutos. El sofista Protágoras enseñó que el juicio humano es personal y que la percepción de cada uno solo es válida para uno mismo. Gorgias llegó incluso al extremo de afirmar que nada existe, pues si algo existiera los seres humanos no podrían conocerlo; y que si llegaban a conocerlo no podrían comunicar ese conocimiento. Otros sofistas, como Trasímaco, creían que la fuerza hace el derecho. Sócrates[1], se opuso a los sofistas. Las historias homéricas le dieron muchos problemas, por lo que al final fue condenado a muerte bajo los cargos de corromper a los jóvenes y no creer en los dioses de la ciudad. Él se defendió afirmando que la verdadera acusación era que se había pasado la vida haciendo preguntas inquietantes acerca de la buena vida y las virtudes a personas que se suponía debían tener las respuestas, pero que en realidad no sabían nada, mientras que él afirmaba que lo único que sabía es que no sabía nada, mientras que los atenienses que querían matarlo se sentían irritados ante su propia ignorancia y por ello él les estorbaba. Su posición filosófica, representada en los “Diálogos” de su discípulo Platón, puede resumirse de la siguiente manera: La virtud es conocimiento; la gente será virtuosa si sabe lo que es la virtud, y el vicio o el mal, es fruto de la ignorancia. Así, según Sócrates, la educación como aquello que constituye la virtud puede conseguir que la gente sea y actúe conforme a la moral.
2. Escuelas griegas de ética.
La mayoría de las escuelas de filosofía moral griegas siguientes, surgieron de las enseñanzas de Sócrates. Cuatro de estas escuelas fueron creadas por sus discípulos inmediatos: los cínicos, los cirenaicos, los megáricos[2] y los platónicos.
Los cínicos, en especial el filósofo Antístenes, afirmaban que la esencia de la virtud, el bien único, es el autocontrol, y que esto se puede inculcar. Los cínicos despreciaban el placer, que consideraban el mal si era aceptado como una guía de conducta. Juzgaban todo orgullo como un vicio, incluyendo el orgullo en la apariencia o limpieza. Se cuenta que Sócrates dijo a Antístenes: “Puedo ver tu orgullo a través de los agujeros de tu capa”.
Los cirenaicos, sobre todo Aristipo de Cirene, eran hedonistas y creían que el placer era el bien mayor, en tanto en cuanto no dominara la vida de cada uno, que ningún tipo de placer es superior a otro y, por ello, que solo es agradable en grado y duración.
Los megáricos, seguidores de Euclides, propusieron que aunque el bien puede ser llamado sabiduría, Dios o razón, es “uno” y que el Bien es el secreto final del universo que solo puede ser revelado mediante el estudio lógico.
Según Platón, el bien es un elemento esencial de la realidad. El mal no existe en sí mismo, sino como reflejo imperfecto de lo real, que es el bien. En sus “Diálogos” mantiene que la virtud humana descansa en la aptitud de una persona para llevar a cabo su propia función en el mundo. El alma humana está compuesta por tres elementos: El intelecto, la voluntad y la emoción; cada uno de los cuales posee una virtud específica en la persona buena y juega un papel específico. La virtud del intelecto es la sabiduría o el conocimiento de los fines de la vida; de la voluntad es el valor, la capacidad de actuar, y de las emociones es la templanza o autocontrol.
La virtud última, la justicia, es la relación armoniosa entre todas las demás, cuando cada parte del alma cumple su tarea apropiada y guarda el lugar que le corresponde. Platón mantenía que el intelecto ha de ser el soberano, la voluntad figuraría en segundo lugar y las emociones en el tercero, sujetas al intelecto y a la voluntad. La persona justa, cuya vida está guiada por este orden, es por lo tanto una persona buena.
Aristóteles, discípulo de Platón, consideraba la felicidad como la meta de la vida. En su obra principal sobre esta materia, Ética a Nicómaco[3], definió la felicidad como una actividad que concuerda con la naturaleza específica de la humanidad; el placer acompaña a esta actividad pero no es su fin primordial. La felicidad resulta del único atributo humano de la razón y funciona en armonía con las facultades humanas. Aristóteles mantenía que las virtudes son en esencia un conjunto de buenos hábitos y que para alcanzar la felicidad una persona ha de desarrollar dos tipos de hábitos: Los de la actividad mental, como el del conocimiento, que conduce a la más alta actividad humana, la contemplación y aquéllos de la emoción práctica y el valor. Las virtudes morales son hábitos de acción que se ajustan al término medio, el principio de moderación, y han de ser flexibles debido a las diferencias entre la gente y a otros factores condicionantes. Por ejemplo, lo que uno puede comer depende del tamaño, la edad y la ocupación. En general, Aristóteles define el término medio como el estado virtuoso entre los dos extremos de exceso e insuficiencia; así, la generosidad, una virtud, es el punto medio entre el derroche y la tacañería. Para Aristóteles, las virtudes intelectuales y morales son solo medios destinados a la consecución de la felicidad, que es el resultado de la plena realización del potencial humano.
3. Estoicismo.
La filosofía del estoicismo se desarrolló cerca del 300 a.C., durante los periodos griego y romano. En Grecia, los principales filósofos estoicos fueron Zenón de Citio, Cleantes, Crisipo de Soles, Panecio, Posidonio y Séneca. En Roma el estoicismo resultó ser la más popular de las filosofías griegas y Cicerón fue, entre los romanos ilustres, uno de los que cayó bajo su influencia. Sus principales representantes durante el periodo romano fueron el filósofo griego Epicteto y el emperador y pensador romano Marco Aurelio.
Los estoicos creían que toda la realidad era material y que el cosmos estaba influido por un espíritu directivo o logos, la razón, que era en sí mismo una materia refinada y que correspondía con la deidad, el destino o la providencia. Dentro de este panteísmo materialista, el ser humano es un microcosmos del todo, dotado de un logos sutilmente material, o alma, que gobierna la vida corporal.
Según los estoicos, la naturaleza es ordenada y racional, y solo puede ser buena una vida llevada en armonía con la naturaleza. Los filósofos estoicos, sin embargo, también se mostraban de acuerdo en que como la vida está influenciada por circunstancias materiales el individuo tendría que intentar ser todo lo independiente posible de tales condicionamientos. La práctica de algunas virtudes cardinales, como la prudencia, el valor, la templanza y la justicia, permite alcanzar la independencia conforme el espíritu del lema de los estoicos, “Aguanta y renuncia”. De ahí, que la palabra estoico haya llegado a significar fortaleza frente a la dificultad.
El estoicismo influyó en el pensamiento de los padres de la iglesia y siguió influyendo en el pensamiento cristiano durante la Edad Media, combinándose con el agustianismo. Erasmo de Rótterdam y otros humanistas lo avivaron durante la época del Renacimiento y fue aceptado por los anglicanos deístas, así como por Calvino.
4. Epicureismo.
En los siglos IV y III a.C., el filósofo griego Epicuro desarrolló un sistema de pensamiento, más tarde llamado epicureismo, que identificaba la bondad más elevada con el placer, sobre todo el placer intelectual y al igual que el estoicismo, abogó por una vida moderada, incluso escasa, dedicada a la contemplación. El principal exponente romano del epicureismo fue el poeta y filósofo Lucrecio, cuyo poema “De la naturaleza de las cosas”, escrito hacia la mitad del siglo I a.C., combinaba algunas ideas derivadas de las doctrinas cosmológicas del filósofo griego Demócrito con otras derivadas de la ética de Epicuro. Los epicúreos buscaban alcanzar el placer manteniendo un estado de serenidad, es decir, eliminando todas las preocupaciones de carácter emocional. Consideraban las creencias y prácticas religiosas perniciosas porque preocupaban al individuo con pensamientos perturbadores sobre la muerte y la incertidumbre de la vida después de ella. Los epicúreos mantenían también que es mejor posponer el placer inmediato con el objeto de alcanzar una satisfacción más segura y duradera en el futuro; por lo tanto, insistieron en que la vida buena lo es en cuanto se halla regulada por la autodisciplina.
E. La Ética Cristiana.
Los modelos éticos de la edad clásica fueron aplicados a las clases dominantes, en especial en Grecia. Las mismas normas no se extendieron a los no griegos, que eran llamados “bárbaros”, un término que adquirió insinuaciones despectivas. En cuanto a los esclavos, la actitud hacia los mismos puede resumirse en la calificación de “herramientas vivas” que le aplicó Aristóteles. En parte debido a estas razones y una vez que decayeron las religiones paganas, las filosofías contemporáneas no consiguieron ningún respaldo popular y gran parte del atractivo del cristianismo se explica por la extensión de la ciudadanía moral a todos, incluso a los esclavos.
A diferencia de la ética griega, tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento enseñan que el hombre está en manos de un Dios personal, que busca salvar al hombre caído en pecado por medio de la Gracia, que es Su respuesta a la caída, que a su vez llegó a ser la causa del fin del orden de la Creación, que era buena, incluyendo a los seres humanos.
El advenimiento del cristianismo marcó una revolución en la ética, al introducir una concepción religiosa de lo bueno en el pensamiento occidental. Según la idea cristiana una persona es dependiente por entero de Dios y no puede alcanzar la bondad por medio de la voluntad o de la inteligencia, sino tan solo con la ayuda de la gracia de Dios. La primera idea ética cristiana descansa en la regla de oro: “Por eso, todo cuanto quieran que los hombres les hagan, así también hagan ustedes con ellos, porque ésta es la Ley y los Profetas”[4]; en el mandato de amar al prójimo como a uno mismo[5] e incluso a los enemigos[6], y en las palabras de Jesús: “Pues den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”[7]. Jesús creía que el principal significado de la ley judía descansa en el mandamiento “AMARAS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZON, Y CON TODA TU ALMA, Y CON TODA TU FUERZA, Y CON TODA TU MENTE, Y A TU PROJIMO COMO A TI MISMO”[8].
El cristianismo original realzó como virtudes la piedad, el martirio, la fe, la misericordia, el perdón, el amor no erótico, que los filósofos clásicos de Grecia y Roma apenas habían considerado importantes.
1. Ética de los “Padres de la Iglesia”.
Uno de los puntos fuertes de la ética cristiana fue la oposición al maniqueísmo, una religión rival de origen persa que mantenía que el bien y el mal, la luz y la sombra, eran fuerzas opuestas que luchaban por el dominio absoluto. El maniqueísmo tuvo mucha aceptación en los siglos III y IV d.C. Agustín de Hipona, considerado como el fundador de la teología cristiana, fue maniqueo en su juventud, pero abandonó este credo después de recibir la influencia del pensamiento de Platón. Tras su conversión al cristianismo en el 387, intentó integrar la idea platónica con el concepto cristiano de la bondad como un atributo de Dios, y el pecado como la caída de Adán, de cuya culpa una persona está redimida por la gracia de Dios. La creencia maniqueísta en el diablo persistió, sin embargo, como se puede ver en la convicción de Agustín en la maldad interior de la naturaleza humana. Esta actitud pudo reflejar su propio sentido de culpabilidad, por los excesos que había cometido en la adolescencia y puede justificar el énfasis que puso la primera doctrina moral cristiana sobre la castidad y el celibato.
Durante la edad media tardía, los trabajos de Aristóteles, a los que se pudo llegar a través de los textos y comentarios preparados por estudiosos árabes, tuvieron una fuerte influencia en el pensamiento europeo. Al resaltar el conocimiento experimental en comparación con la revelación, el aristotelismo amenazaba la autoridad intelectual de la Iglesia. El teólogo Tomás de Aquino consiguió, sin embargo, armonizar el aristotelismo con la autoridad católica al admitir la verdad del sentido de la experiencia pero manteniendo que ésta completa la verdad de la fe. La gran autoridad intelectual de Aristóteles se puso así al servicio de la autoridad de la Iglesia, y la lógica aristotélica acabó por apoyar los conceptos agustinos del pecado original y de la redención por medio de la gracia divina. Esta síntesis representa la esencia de la mayor obra de Tomás de Aquino, Summa theologica[9].
2. Ética y penitencia.
Conforme la Iglesia medieval se hizo más poderosa, se desarrolló un modelo de ética que aportaba el castigo para el pecado y la recompensa de la inmortalidad para premiar la virtud. Las virtudes más importantes eran la humildad, la continencia, la benevolencia y la obediencia; la espiritualidad, o la bondad de espíritu, era indispensable para la moral. Todas las acciones, tanto las buenas como las malas, fueron clasificadas por la Iglesia y se instauró un sistema de penitencia temporal como expiación de los pecados.
Las creencias éticas de la Iglesia medieval fueron recogidas en literatura en la Divina Comedia de Dante, que estaba influenciada por las filosofías de Platón, Aristóteles y Tomás de Aquino. En la sección de la Divina Comedia titulada “Infierno”, Dante clasifica el pecado bajo tres grandes rótulos, cada uno de los cuales tenía más subdivisiones. En un orden creciente de pecado colocó los pecados de incontinencia, sensual o emocional; de violencia o brutalidad, de la voluntad; y de fraude o malicia, del intelecto. Las tres facultades del alma de Platón son repetidas así en su orden jerárquico original, y los pecados son considerados como perversiones de una u otra de las tres facultades.
3. La Ética después de la Reforma.
La influencia de las creencias y prácticas éticas cristianas disminuyó durante el renacimiento. La reforma protestante provocó un retorno general a los principios básicos dentro de la tradición cristiana, cambiando el énfasis puesto en algunas ideas e introduciendo otras nuevas. Según Martín Lutero, la bondad de espíritu es la esencia de la piedad cristiana. Al cristiano se le exige una conducta moral o la realización de actos buenos, pero la justificación, o la salvación, viene solo por la fe. El propio Lutero había contraído matrimonio y el celibato dejó de ser obligatorio para el clero protestante.
El teólogo protestante francés y reformista religioso Jan Calvino aceptó la doctrina teológica de que la salvación se obtiene solo por la fe y mantuvo también la doctrina agustina del pecado original. Los puritanos eran calvinistas y se unieron a la defensa que hizo Calvino de la sobriedad, la diligencia, el ahorro y la ausencia de alarde; para ellos la contemplación era holgazanería y la pobreza era o bien castigo por el pecado o bien la evidencia de que no se estaba en gracia de Dios. Los puritanos creían que solo los elegidos podrían alcanzar la salvación. Se consideraban a sí mismos elegidos, pero no podían estar seguros de ello hasta que no hubieran recibido una señal. Creían que su modo de vida era correcto en un plano ético y que ello comportaba la prosperidad mundana. La prosperidad fue aceptada pues como la señal que esperaban. La bondad se asoció a la riqueza y la pobreza al mal. No lograr el éxito en la profesión de cada uno pareció ser un signo claro de que la aprobación de Dios había sido negada. La conducta que una vez se pensó llevaría a la santidad, llevó a los descendientes de los puritanos a la riqueza material.
En general, durante la reforma la responsabilidad individual se consideró más importante que la obediencia a la autoridad o a la tradición. Este cambio, que de una forma indirecta provocó el desarrollo de la ética secular moderna, se puede apreciar en “La ley de la guerra y la paz”[10], realizado por el jurista, teólogo y estadista holandés Hugo Grocio. Aunque esta obra apoya algunas de las doctrinas de Tomás de Aquino, se centra más en las obligaciones políticas y civiles de la gente dentro del espíritu de la ley romana clásica. Grocio afirmaba que la ley natural es parte de la ley divina y se funda en la naturaleza humana, que muestra un deseo por lograr la asociación pacífica con los demás y una tendencia a seguir los principios generales en la conducta. Por ello, la sociedad está basada de un modo armónico en la ley natural.
I. Los Principios Bíblicos de la Ética.
Dios denuncia nuestro pecado cuando ve la maldad en el corazón: en las actitudes e intenciones, cuando no podemos vivir de acuerdo a las palabras de Salmos 15:
SEÑOR, ¿quién habitará en Tu tabernáculo? ¿Quién morará en Tu santo monte?
El que anda en integridad y obra justicia, Y habla verdad en su corazón.
El que no calumnia con su lengua, No hace mal a su prójimo, Ni toma reproche contra su amigo;
En cuyos ojos el perverso es despreciado, pero honra a los que temen al SEÑOR; El que aun jurando en perjuicio propio, no cambia;
El que su dinero no da a interés, Ni acepta soborno contra el inocente. El que hace estas cosas permanecerá firme[11].
Muchas veces hemos llegado a pensar que las buenas intenciones son primordiales, olvidando la sabiduría de los antiguos que dice: “El camino al infierno está tapizado de buenas intenciones”. Ya sea que tengamos éxito o fracasemos en nuestras buenas intenciones, esto no tiene importancia. No es cierto que las demás personas deban aceptar los errores que cometemos simplemente porque teníamos buenas intenciones. Estas pueden llegar a herir a los demás y es entonces cuando debemos preguntarnos si realmente nuestras intenciones eran tan buenas. Y dejan de serlo cuando no está asegurado el honor de Dios y el bienestar de los demás. La principal preocupación debe ser que absolutamente todos los detalles de la vida se conformen a las normas éticas de la Biblia.
A. Santidad y Ética.
Derechos adquiridos:
ü Se espera que todas las personas santas practiquen consciente, deliberada y consistentemente, las más elevadas normas de ética que conocemos. Es posible que se equivoquen entre esto o aquello, siempre y cuando no estén conscientes de su error.
ü Los santos evitan lo que saben que no es justo. Practican lo correcto.
ü El descuido y la ética mediocre no concuerdan con la profesión de la gracia de la entera santificación y si insisten en las prácticas antiéticas, ya sea en los negocios, hogar, iglesia o sociedad, es prueba evidente de que son falsos.
ü Todo hombre verdaderamente santificado tiene no solo el deseo firme de vivir santamente y ser un buen ejemplo, sino la sólida determinación de hacerlo.
ü Podemos esperar que una persona santa esté ansiosa por superarse en los detalles prácticos de la vida cristiana, para poder ser enseñado[12].
ü Cualquier cosa que hagamos y que sea piedra de tropiezo para otra persona, debe convertirse en motivo de preocupación y ocupación en cambiar lo que afecta al prójimo, a no ser que estemos actuando de acuerdo a las Santas Escrituras y el prójimo se ve afectado porque está en pecado.
ü Todo hombre santificado es concienzudo. Su trabajo, palabra, obligaciones, deberes familiares, etc., retratan a un buen mayordomo cristiano, incluso en actividades que no son tan públicas como lo es el pago de impuestos.
Al ver estas bases tan severas, podríamos pensar que todos los santificados son personas perfectas en cuanto a su ética. Desdichadamente no es así. Pero eso no representa un fracaso, si hay en la persona el reto por seguir luchando hasta el fin. Es una realidad que los cristianos santificados viven de una manera más ejemplar que aquellos que no lo son. La razón de esto es que el corazón está más sensible a percibir el pecado y a la pureza de la ética. Por un tiempo, ellos pueden tener fallas. Es posible que aun necesite afinar algunas cosas en su vida espiritual. La verdadera santificación no educa instantáneamente la conciencia.
Hace un tiempo, cuando un hombre se convirtió, llegó a casa de su vecino cristiano y le dijo: -¡Estoy tan alegre de haber obtenido la salvación! Ahora quiero ayudarles a todos los cristianos, así que si usted quiere, puedo instalarle una conexión desde mi cable de TV., para que lo vea gratis.
Aunque para este nuevo creyente lo que estaba proponiendo era inocente, estaba totalmente alejado de la ética.
Las líneas para vivir correctamente están marcadas y todo ciudadano decente debe respetarlas. El problema se encuentra en las líneas finas y las sombras tenues. Las grandes letras de los contratos éticos son fáciles de leer, pero las letras pequeñas necesitan de anteojos. El mundo nos tiene rodeados con impuestos, intereses, horas extras, beneficios adicionales, tiempo para el café, seguros, divorcios fáciles, leyes de tránsito, tarjetas de crédito, etc., lo que puede hacernos la vida muy complicada. En toda esta maraña pueden surgir ciertas cosas que harían romperse la cabeza al mismo Salomón. ¿Hay alguna diferencia entre el tiempo extra que tomamos para beber café y el compartir el cable de la TV. de los vecinos? O, ¿es correcto tomar más de quince minutos para el café porque todos lo hacen?
La sociedad actual está sufriendo porque las líneas éticas se han estado borrando. El “honor” es algo que ha estado perdiendo el sentido. Cuando un joven en el colegio acusa a sus compañeros que estaban copiando en el examen, se convierte en un “soplón”, o para decirlo más a lo costarricense, en un “sapo”. Los padres de los niños que copian en sus exámenes en la escuela tienden a defenderlos porque ellos mismos, en ocasiones, han pedido prestados los neumáticos a su vecino para poder pasar la revisión técnica de su vehículo.
La inquietud que nos abruma es la gran tendencia que hay en la mayoría de la gente de borrar la línea entre lo bueno y lo malo y en que esta tendencia sea insinuada en el pensamiento de buenas personas. Esta tendencia se ha introducido en nuestra sociedad de tal manera que aun la misma Iglesia se ve amenazada.
B. Cuando lo negro parece blanco.
Los problemas éticos y las fuertes tentaciones tienen una cosa en común: Su gran peligro radica en lo engañosos que son. Si nuestro corazón es recto y podemos ver la problemática como una realidad, haremos lo justo. Ahora bien, existe un enemigo que es experto en el manejo de las emociones y que puede confundirnos para que no veamos el color de los asuntos: Satanás. Él hace que lo grande se vea pequeño y lo pequeño grande. Es capaz de hacernos pensar que lo incorrecto es justificado si es para nuestro beneficio. Las cosas pequeñas se convierten en verdaderos problemas para que no veamos las grandes. Como decía alguien: “No puedo ver el bosque porque un arbusto me lo tapa”. Satanás sabe que algo fuera de la perspectiva correcta es lo mismo que una falsedad y que eso va a afectar nuestro punto de vista.
Lo más difícil de todo es que en algunas ocasiones, nuestra humanidad se hace cómplice del diablo y en lugar de resistirlo, lo apoyamos. Cuando tenemos sentimientos en conflicto, se nos dificulta pensar y se nos nubla la visión. Son muchos los padres que notan y critican a los jóvenes vecinos porque están usando drogas, sin sospechar que su propio hijo es el que las vende. También nuestros intereses financieros nos llevan a tomar ciertas acciones que parecen ser justificadas en ese momento, pero más tarde es posible que comprendamos que no fue lo más ético. ¿Fuimos honestos al cubrir la pared con un mueble para evitar que el comprador notara la filtración de agua? ¿Estuvo bien ponerle el aditivo más fuerte al motor del automóvil antes de la cita con la persona que nos lo compró? ¿Hay algo de malo en haber pagado algo más al médico para que certificara una salud envidiable en el exámen para nuestro seguro de vida? En todos estos casos, ¿somos cristianos en primer lugar o negociantes? Puede ser que en el momento de vender el auto tengamos una necesidad apremiante y que el “buen sentido” nos diga que todo está bien, pero ¿lo está realmente?
¿Cómo podemos asegurarnos de que lo que hacemos siempre es lo correcto? Solo hay una manera. Confrontar nuestras acciones con la Palabra de Dios. Para esto necesitamos:
1. Conocer la Palabra de Dios.
2. Seguirla antes de nuestro propio juicio y sin importar que los demás crean que somos tontos. Nuestros pensamientos pueden torcerse, pero la Palabra de Dios es correcta siempre. Cuando Dios dice que algo es malo, de seguro que lo es. No importa que la mayoría de las personas digan que es bueno, incluyendo a nuestra conciencia.
Si Eva hubiese hecho caso a esto, no habría caído. Lo primero que busca Satanás es hacernos creer que la Palabra de Dios no debe ser creída literalmente. “Ahí dice eso, pero no se debe entender de esa manera”. Como ya había duda en el corazón de Eva, ahora ella debía estudiar el árbol por su propia cuenta. Ella se olvidó de la Palabra de Dios y siguió sus sentidos y emociones. “¡La fruta era agradable a los ojos y llamativa para comer!” La caída viene cuando cambiamos el “así dice el Señor” por “así me parece a mí”.
En esos momentos cuando la crisis viene y nuestro juicio es empujado y remolcado por las corrientes contrarias a nuestras emociones, deseos y sentidos, unidos a las opiniones de los demás, no es bueno que tomemos decisiones entre lo bueno y lo malo. Debemos conocer la Palabra de Dios y descansar en los juicios que ella nos presenta. Reconocer que Dios ha dado sus mandamientos y también sus prohibiciones. La única manera de estar a salvo es declarando: “Si Dios ha condenado algo y veo en Su Palabra que eso es malo, definitivamente será prohibido para mí, aunque la mayoría e incluso yo mismo lo vea como bueno”. Si seguimos esta línea de pensamiento, entonces la vida cristiana no podrá parecernos difícil. No podrá ser duro ser fiel a nuestro cónyuge, o decir siempre la verdad, o cumplir con todas nuestras obligaciones para con Dios, el país, mi comunidad, mi familia, mi cónyuge y conmigo mismo. Es entonces cuando podemos comprender el verdadero y bello significado de Romanos 12.10-21:
Ámense unos a otros como hermanos, y respétense siempre.
Trabajen con mucho ánimo, y no sean perezosos. Trabajen para Dios con mucho entusiasmo.
Mientras esperan al Señor, muéstrense alegres; cuando sufran por el Señor, muestren paciencia; cuando oren al Señor, muéstrense constantes.
Compartan lo que tengan con los pobres de la Iglesia.
Reciban en sus hogares a los que vengan de otras ciudades y países.
No maldigan a sus perseguidores; más bien, pídanle a Dios que los bendiga.
Si alguno está alegre, alégrense con él; si alguno está triste, acompáñenlo en su tristeza.
Vivan siempre en armonía. Y no sean orgullosos, sino traten como iguales a la gente humilde. No se crean más inteligentes que los demás.
Si alguien los trata mal, no le paguen con la misma moneda. Al contrario, busquen siempre hacerles el bien a todos.
Hagan todo lo posible por vivir en paz con todo el mundo.
Queridos hermanos, no busquen venganza, sino dejen que Dios se encargue de castigar a los malos. Pues en la Biblia Dios dice: “A mí me toca vengarme. Yo le daré a cada cual su merecido”. Y también dice: “Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber. Así harás que se ponga rojo de vergüenza”.
No se dejen vencer por el mal. Al contrario, triunfen sobre el mal, haciendo el bien.
C. Líneas trazadas por el amor.
Los cristianos no podemos dejar que sean solo las líneas profundas que nos enseñan contra el pecado, sino los principios bíblicos que nos guiarán en situaciones delicadas donde lo que era correcto se está volviendo oscuro. En ocasiones los argumentos de ambas partes parecen equilibrarse: “Por una parte…pero por la otra”. Si somos muy concienzudos, podemos caer en una trampa, aunque podemos librarla si recordamos que hay un ingrediente secreto en la ética del Nuevo Testamento al que se le llama “la segunda milla”. Cuando la ley no es muy clara en cuanto a lo que debemos hacer, debemos dejar que el amor sea el que tome el control. Es el amor el que dará luz en esos aspectos en que la ley calla. De todas formas, es el amor el dínamo de toda la ética cristiana, así como el árbitro. El juicio puede cometer errores, pero cuando este se une a la ley y al amor, será más apto para dar en el blanco, ya que la ley pretende dar un juicio de acuerdo a las reglamentaciones, pero el amor busca el bienestar del prójimo. Es esto o nada. Por ello es que el amor está dispuesto a olvidar algunos asuntos aunque la justicia diga que no es correcto; está dispuesto a ir la “segunda milla”. Esto es lo que motiva al cristiano movido por el amor a no solo enfocarse en los Diez Mandamientos, sino en revisar otros pasajes de la Escritura como estos dos:
1. Mateo 7.12: “Por tanto, haced vosotros con los demás como queréis que ellos hagan con vosotros, porque en eso se resume la ley de Moisés y lo dicho por los profetas”. A este pasaje se le ha llamado “la regla de oro”. Este es uno de los pasajes más profundos y la mayor prueba de la ética cristiana.
En los deportes, los jugadores se esmeran por hacer ver al árbitro que algún contrincante ha cometido una falta, ¡pero los deportes no están guiados por la ética cristiana! Es por ello que necesita de reglas muy estrictas y oficiales que estén vigilando constantemente de manera imparcial. Lo que hace que una falta lo sea, es la injusticia fundamental contra el contrincante.
La “regla de oro” nos lleva a preguntarnos: ¿cómo quisiera que me trataran a mí si cometí esa falta? Si lo que he dicho me pone en una situación difícil, ¿me gustaría que el que me oyó repita esas palabras? ¿Quiero que los demás me sean fieles? ¿Qué cumplan lo prometido? ¿Qué me guarden paciencia y perdonen cuando se los pido pasando por alto mis debilidades incluso cuando no se los solicito? ¿Deseo que los demás me concedan el beneficio de la duda? Entonces debo hacerlo a mis semejantes.
Sin embargo, hay un elemento con el que no contamos muchas veces en cuanto a la regla de oro. Cuando me pregunto cómo me gustaría ser tratado en determinada situación, asumo la actitud de que tengo el derecho de ser tratado como yo quiero. Pero, pongamos un ejemplo: Viajando por la carretera, llegamos a un cruce en donde hay un rótulo que dice que debemos ir a 40 kilómetros por hora, pasamos el cruce a esa velocidad e inmediatamente aceleramos a 60 kilómetros por hora sin contar que dando la curva está un oficial de tránsito con un radar y nos detiene 100 metros antes del rótulo que dice que podemos ir a 70 kilómetros por hora. Me gustaría que el oficial aceptara mi palabra de que pasé el cruce a 40 y que hasta después subí a 60, pero en lo más íntimo de mí ser lo despreciaría a él y a mí mismo por haber tenido éxito de convencerlo de que no merecía la infracción. Cuando Jesús dio la regla no estaba diciendo que había que pasar por alto todos los errores. Si el oficial me perdona ahora, estaré esperando que me perdone la próxima vez hasta que al fin sufra un accidente. Hay una justicia suavizada por la misericordia, pero no una clemencia sin freno.
2. Romanos 13.10: “El amor no causa daño a nadie. Cuando amamos a los demás, estamos cumpliendo toda la ley”. Los Diez Mandamientos prohíben ciertas cosas porque no solo son injustas, sino perjudiciales. Dañan a otros y evitan que reciban los privilegios que Dios les ha dado, estorbando a alguien en la búsqueda de la vida, la libertad o la felicidad. El amor es la llave maestra que se adapta a todas estas leyes ya que cuando amamos, “estamos cumpliendo toda la ley”. Esto no es una licencia para hacer lo que queramos tampoco. O, ¿no se ha excusado usted alguna vez diciendo: No hacía daño a nadie? Cuando instalamos en nuestra computadora un programa que copiamos del original y no tenemos licencia, ¿estamos afectando a la persona que lo hizo? ¿En que se puede afectar la empresa Microsoft porque yo use un programa suyo sin licencia? ¿No son ellos multimillonarios? Pero recordemos que cuando instalo un programa sin licencia, es probable que preste el disco de instalación a unas 10 personas más y cada uno de ellos lo haga a otros 10. ¿Estamos haciendo daño?
Cuando descuidamos la educación espiritual de nuestros hijos, ¿en qué lo estamos dañando? ¿No es suficiente que les de de comer, los vista y los mande a la escuela? Cuando callamos ante las injusticias de este mundo y permitimos que la inmoralidad reine en nuestra sociedad, ¿estamos causando algún mal? Acaso ¿yo fui el que le vendió la droga al joven o prostituí a la señorita vecina? Muchas veces hemos hecho un gran mal por habernos callado las buenas nuevas de salvación y los vecinos están muriendo sin Cristo.
II. La Conciencia y la Ética.
Después de la caída del Imperio Romano se inició una era que ha sido llamada del “Oscurantismo”, no porque el sol hubiese enturbiado su luz sino porque la mayor parte de la humanidad cayó en un estado en donde unos pocos eran los que controlaban el pensamiento y la conciencia de los muchos. Durante ese periodo surgieron instituciones como la “Santa Inquisición”, que se preocupaba de censurar cualquier cosa que hicieran los hombres, incluso es campos que no les correspondía como la ciencia y como es bien conocido se prohibió a Galileo Galilei enseñar su descubrimiento de que la tierra giraba alrededor del Sol y no a la inversa, como se creía.
Han pasado cinco siglos desde que finalizó la era del Oscurantismo, pero a pesar de ello muchas personas siguen viviendo en ella, pensando que ahora están bien porque tienen un descanso en su conciencia, sin notar que lo que necesitan es libertad.
Pero no se crea que el Oscurantismo fue el inicio de esa falta de libertad de la conciencia. Esto comenzó con las tragedias griegas en el siglo V a.C. Es un doloroso viaje en el tiempo que nos lleva hasta el siglo XXI con la interrogante: ¿Seguimos viviendo como hasta ahora o tomamos la conciencia en serio?
Hay que reconocer que la condición de la condición ética actual de la conciencia se encuentra en declinación y pronta a caer. Decimos esto porque se ha perdido la fuerza para moldear la conducta de tal manera que nuestras acciones estén de acuerdo a la ética cristiana.
A. El enemigo de la humanización.
La palabra “conciencia” viene del latín “con-scientia” y es aquella parte interna de la vida del individuo en la que se desarrolla el sentido del bien y del mal. Nos hace actuar de acuerdo a un código moral que ha aprendido, ya sea haciéndonos sentir culpables o satisfechos frente a las acciones pasadas o que pudieran ocurrir. Hasta cierto punto es la guardiana de la integridad de la persona.
Para poder entender la conciencia debemos aceptar tres conceptos bíblicos esenciales:
1. La conciencia es universal y es Dios quien la concede[13]. Con esto se explica el que las personas que no tienen conocimiento de la ley de Dios la pueden cumplir. Los que no tienen otra guía, deben obedecer a su conciencia.
2. La conciencia se vio afectada por el pecado original. Aunque la conciencia es un don de Dios, debido a la pecaminosidad humana, no siempre es correcta y puede corromperse[14]. Por ello la conciencia puede acusarnos cuando no hay motivo o se mantiene callada cuando debería estar gritando.
3. La obra salvadora de Jesús limpia la conciencia[15].
Entonces, podemos reconocer que la conciencia necesita una instrucción de tal modo que pueda alertarnos sobre el bien o el mal y también necesita ser perdonada a través de la sangre de Cristo.
B. La domesticación de la conciencia.
Tomás de Aquino decía que en el alma hay “un hábito natural de primeros principios de acción”, estos son principios universales, es decir, todos los seres humanos estamos dispuestos a cumplirlos y nos sentimos culpables cuando los violamos. Por ejemplo, entre las tribus caníbales estaba bien comerse a los enemigos, pero consideraban que no era correcto comerse a algún miembro de la misma tribu.
Pero además de esos primeros principios, es necesario una instrucción tal que nos guíe a realizar o no otras acciones, es decir, educar la conciencia. Debemos tomar en cuenta que la conciencia es tan frágil que puede sufrir de una falsa culpabilidad, como cuando el niño se siente culpable de que sus padres se divorciaran o cristianos que consideran que tomar una medicina cuando están enfermos denota falta de fe en Dios, destruyendo en la persona el gozo de vivir.
Como la conciencia necesita educarse, entonces no debe ser confundida con la voz de Dios, como algunos han querido pensar. Dios habla a la conciencia[16], pero esta puede volverse indiferente y olvidar toda sensibilidad[17] y rechazar la Voluntad de Dios.
Para concluir, podemos decir que si bien la conciencia es una de las herramientas que Dios usa para hablarnos, no podemos confiarnos en ella siempre y que cada vez que esta nos hable, lo que diga debe ser analizado a través de la Palabra de Dios. Además, la conciencia debe ser educada y santificada por medio del estudio de las Escrituras, de la oración y de las obras de amor que podamos hacer a nuestro prójimo.
[1] 470 – 399 a.C.
[2] Escuela fundada por Euclides de Megara.
[3] Finales del siglo IV a.C.
[4] Mateo 7.12. NBLH.
[5] Levítico 19.18.
[6] Mateo 5.44.
[7] Mateo 22.21. NBLH.
[8] Lucas 10.27. NBLH.
[9] 1265-1273.
[10] 1625.
[11] NBLH.
[12] Santiago 3.17.
[13] Romanos 2.12-16.
[14] Tito 1.15.
[15] Hebreos 9.14.
[16] 2 Corintios 4.2.
[17] 1 Timoteo 4.2.