La Iglesia como Soberana
IV. La Iglesia como Soberana.
A. La Iglesia Católica-Romana.
Roma fue desplazada como capital del Imperio por Constantinopla, pero la Iglesia en la antigua metrópoli había ido alcanzando gran prestigio y poder, así que el obispo romano encontró natural que se le reconociera como la cabeza visible de la Iglesia. Al principio no lo demandaba, sino que lo presentaba como una sugerencia, pero durante la Edad Media, sus anhelos cambiaron.
El crecimiento descomunal de la Iglesia llevó a algunos a pensar que era necesario reorganizar el modelo apostólico nombrando un jefe general. Habían vivido tantos años bajo el gobierno imperial que no podían imaginarlo de otra manera dentro de la Iglesia. Los obispos se habían convertido en los jefes locales, pero no había quién gobernara a los obispos. Los que estaban en las ciudades más importantes eran llamados “metropolitanos” y luego fueron nombrados como “patriarcas”, encontrándose cinco: En Jerusalén, Antioquia, Alejandría, Constantinopla y Roma. Al obispo romano comenzaron a llamarlo “Padre”, que con el correr del tiempo se transformó en “Papa”. Entre los cinco se disputaban la primacía sobre los demás, pero al final, los que siguieron luchando por ese puesto fueron los de Constantinopla y Roma.
Según el obispo de Roma, él tenía derecho sobre los demás debido a que Pablo y Pedro habían muerto en esa ciudad y comenzó a circular el rumor de que Pedro había sido el primer obispo en la iglesia romana y primer “Papa”. Se atribuyó a Pedro una importancia que las Escrituras no le dan, pero que ellos quisieron ver en los textos de Mateo 16.18 y Juan 21.15.
La Iglesia en Roma había adoptado el carácter de la ciudad: Orgullosa, poderosa, conflictiva. Por lo que sostenían forzosamente que el obispo de Roma debía ser el Papa, ya que los romanos eran más fuertes y sabios. Además, la Iglesia en Roma era la que más se preocupaba por los pobres y de ahí había salido ayuda para muchas iglesias que pasaban necesidad.
El hecho de que ahora el emperador estaba en Constantinopla y no en Roma no era algo de peso para que el obispo de la nueva capital creyera que él tenía el primado, ya que los emperadores constantinometropolitanos siempre influyeron en el patriarca, mientras que el obispo de Roma mantuvo más autonomía, especialmente ahora que no había emperador que le hiciera sombra. Otros hechos importantes estaban en que en los mismos Concilios, Roma ocupaba siempre el lugar preponderante, mientras que Constantinopla se mantenía rezagada.
Aunque los Católico-Romanos afirman tener una línea sucesoria que va hasta el siglo I con Pedro como primer jefe de la Iglesia, es bien sabido que no fue sino hasta fines del siglo VI y principios del VII que Gregorio I dio la forma que conocemos hoy a la Iglesia Católica. Ellos aceptan siete sacramentos, la intercesión de la virgen María y de los santos, el purgatorio, el celibato sacerdotal la existencia de órdenes monásticas de hombres y mujeres, el carácter sacerdotal del ministerio de la iglesia y hacen énfasis en el sacrificio de la misa.
El gobierno católico tiene al Papa por cabeza y las diócesis gobernadas por obispos. Al Papa lo elige un colegio de prelados llamados cardenales y se le considera infalible desde 1870. La Ciudad del Vaticano es considerada como la Santa Sede y es gobernada como un pequeño imperio.
El catolicismo está extendido por casi todo el mundo y prevalece en la mayor parte de Europa y en Iberoamérica. Desde el Concilio Vaticano II, iniciado en 1963, se han introducido numerosos cambios en la iglesia, incluyendo la celebración de la misa en la lengua del pueblo, ya que antes se hacía en latín.
1. La Decadencia y Caída de Roma.
La decadencia y caída del Imperio Romano es considerada por algunos como "el mayor enigma de todos", y ha sido uno de los ejes del discurso histórico clásico desde Agustín de Hipona. La ruina de la “Roma eterna” ha perdurado como el paradigma por excelencia del agotamiento y muerte de las civilizaciones, una caducidad mundana interpretada como el precedente y anuncio del fin del mundo o, al menos, de la civilización occidental. Los siglos XX y XXI han visto multiplicarse el interés por este problema histórico, debido probablemente al hecho de que la civilización contemporánea tiene muchos rasgos comunes con la de la Antigüedad Tardía, y a que la cultura occidental está en un período de transición, como la Roma de los siglos III y IV.
Constantino murió en el 337 y veinticinco años después los bárbaros invadieron el Imperio estableciendo reinos independientes. Cuarenta años después, el sueño de Rómulo, Julio César, Marco Antonio, Octavio, y todos los grandes emperadores, fue hecho cenizas. Mil años de historia habían finalizado cuando muchos codiciaron sus enormes riquezas y debido a la extensión del Imperio, las fronteras eran imposibles de defender y los mismos romanos se habían visto en la necesidad de contratar como soldados a aquellos que luego los conquistarían.
La decadencia y caída del Imperio Romano es un concepto historiográfico que hace referencia a las transformaciones operadas durante la Anarquía Militar y el Bajo Imperio Romano, que a partir de 395 condujeron a un rápido deterioro del poder romano, y al hundimiento del Imperio de Occidente, cuyo último emperador efectivo, Rómulo Augusto, fue depuesto por el caudillo hérulo Odoacro, empleado al servicio de Roma.
La historiografía ha oscilado entre una interpretación minimalista[1] y una maximalista[2]. De igual modo, de un extremo al otro del espectro de teorías propuestas, se ha considerado el proceso como una larga transformación debida a fenómenos endógenos[3] durante la “decadencia” o un derrumbamiento repentino por causas fundamentalmente exógenas[4] durante “la caída”.
En la actualidad predominan las teorías exógenas menos dramáticas, aunque sin restar importancia a los problemas internos y las consecuencias que produjo la irrupción de los germanos en el Imperio. Esta concepción continuista defiende la continuidad hasta época carolingia, a pesar de las invasiones y violencias, de las estructuras político-económicas fundamentales y de la concepción del poder del mundo tardío romano.
En abierta contraposición respecto al siglo III, las fuentes historiográficas disponibles para el período del siglo IV en adelante son extremadamente ricas y variadas, tal que sobrepasan incluso a la época de Cicerón, y hace de este uno de los períodos mejor documentados de la historia romana. Desgraciadamente, la historia romana es ante todo una historiografía limitada a lo político y lo militar, una historia fundamentalmente narrativa. Es decir, composiciones integradas por afirmaciones históricas, sosteniéndose cada hecho enunciado en otro, y el conjunto aparece como una red de unidades enunciativas enlazadas entre sí.
Además de las obras de estricto carácter historiográfico[5], lírico[6], epistolar[7] o biográfico, por añadidura, es esta la época de los grandes autores cristianos, tanto latinos[8] como griegos[9]. Todos ellos son continuadores de la tradición clásica, y por lo general también son de igual modo tendenciosos. Las obras tanto de paganos como de cristianos tienen intencionalidades manifiestas, y dan lugar a interpretaciones muy variadas.
La Historia de Occidente ha sido construida y redactada con documentos. El redactar una historia crítica supone la existencia de documentos neutros, cuya meta primitiva no haya sido la información histórica. Con respecto al período republicano, el Bajo Imperio presenta una inmensa cantidad de material, aunque la epigrafía[10] sea mucho menor que la alto-imperial.
El panorama administrativo puede seguirse a través de los pocos documentos conservados de la alta administración imperial: El Laterculus Veronensis y el Laterculus de Polemio Silvio, ambos listas de provincias del Imperio ordenadas por diócesis; las inscripciones honoríficas ordenadas por los gobernadores provinciales, que recogen nombres, títulos, cargos y fechas; y la Notitia Dignitatum, un registro de cargos, oficiales, subalternos y unidades militares a disposición de la administración central y provincial distribuidos por ambas partes del Imperio.
El Codex Theodosianus y el Corpus Iuris Civilis, las recopilaciones legislativas de los emperadores Teodosio II[11] y Justiniano[12] representan un sumario precioso del material jurídico de la época imperial, al igual que la epigrafía que contienen leyes imperiales, edictos, decretos, cartas, diplomas militares, decretos senatoriales, inscripciones de municipios, de colegios, inscripciones privadas, etc.
Un importante material documental se puede encontrar también en los papiros egipcios de la época imperial, en especial los procedentes de Oxirrinco[13]; aunque la inmensa mayoría se refieren solo a su zona de localización y no son extrapolables, entre ellos se ha hallado documentos de gran importancia, como por ejemplo una copia de la Constitutio Antoniniana de Caracalla.
La reciente incorporación de la arqueología ha permitido desterrar varios mitos asentados en la historiografía tardía romana. La gran crisis del siglo III se superó con una rapidez asombrosa en el siglo IV, que fue un período no de decadencia general, sino de recuperación generalizada e incluso de gran prosperidad en algunas zonas, a pesar de los problemas del latifundismo, la presión fiscal, la inflación o la polarización social. Las Grandes Invasiones, sin dejar de ser violentas y traumáticas, no lo fueron tanto como para destruir la civilización romana. Y si bien se puede decir que iniciaron un proceso de decadencia del Mundo Antiguo, éste no se inició realmente hasta el siglo VI.
Otro aspecto de capital importancia evidenciado por el registro arqueológico es que la “Decadencia y caída” no fue un fenómeno homogéneo y común a todo el Imperio. Algunas regiones efectivamente declinaron, pero otras no. Hispania, la Galia, Iliria, Grecia y las zonas danubianas, escenario de numerosos conflictos, fueron los territorios más afectados por las guerras entre romanos y por las invasiones bárbaras. En Italia, tras los saqueos de Alarico y Atila, hay una continuidad hasta el siglo VI, alcanzando la cúspide de su prosperidad con Teodorico, para decaer y no recuperarse hasta la Plena Edad Media, a causa de la Guerra Gótica y las invasiones lombardas.
Es una realidad que en el norte de África sobrevivió la prosperidad romana africana durante la ocupación vándala, y un verdadero “renacimiento bizantino” tras las dificultades del reinado de Justiniano, alcanzando un nivel de prosperidad comparable al de comienzos del siglo V, para ser definitivamente arrasado por la invasión musulmana, que fue extremadamente cruenta en la zona y en el transcurso de cuarenta años de luchas arrasó todas las grandes ciudades como Cartago, Susa, Hadrumeto, Hipona, Leptis, etc.
Otro tanto ocurriría en las islas mediterráneas, en especial Sicilia, que a pesar de la irrupción de los vándalos se mantuvo prácticamente al margen de toda invasión hasta la llegada de los musulmanes. Las excavaciones revelan por último que Siria y Palestina alcanzaron probablemente su máxima prosperidad en los siglos V y VI, a pesar de los terremotos y las devastaciones de Cosroes I en el reinado de Justiniano y se mantuvieron hasta el VII, decayendo con rapidez a causa de las invasiones de persas y mahometanos.
La versión tradicional del final del mundo antiguo fue que la desintegración política y militar del poder romano en Occidente acarreó la ruina de su civilización. Desde Agustín hasta el siglo XXI ha predominado la idea de que las culturas ofrecen una evolución similar a la de los seres vivos, y que la decadencia es su fase final. Esta visión tuvo su origen en el siglo XVIII. Hasta entonces el absolutismo político y el Cristianismo del Bajo Imperio habían sido valorados positivamente, pero con los nuevos vientos ilustrados, comenzó a valorarse de manera peyorativa, surgiendo la idea de la decadencia.
Algunos importantes historiadores tienen la idea que la “barbarización del imperio romano”, fue una de las causas principales de la caída, al punto de decir que “la civilización romana no ha muerto de muerte natural. Ha sido asesinada”. En general, los rasgos más importantes de la teoría tradicional de la decadencia del Imperio Romano pueden resumirse en 7 puntos:
a. Ruina económica: Depreciación monetaria, carestía y contracción de la actividad, en especial de la comercial, lo que conduce a la independencia.
b. Guerras civiles e intensificación de las rapiñas de una soldadesca cada vez más barbarizada.
c. Plagas pestíferas y despoblación.
d. Desórdenes internos, revueltas sociales, bandidaje terrestre y marítimo, especialmente la piratería sajona.
e. Abandono de tierras y expansión de la vinculación personal.
f. Luchas de poder entre el ejército bárbaro y los funcionarios civiles romanos por la dirección del Estado, con victoria de los militares: Surgen diversos caudillajes: Estilicón, Aecio, Ricimero.
g. Destrucción de las clases privilegiadas e imposición del dominio del campo sobre la ciudad.
A la luz de los nuevos estudios, la historiografía piensa actualmente que existió una crisis importante, pero matizada y condicionada a zonas geográficas concretas, de las cuales todavía queda mucho por determinar. A grandes rasgos, se pueden ordenar en siete categorías o clases las diferentes teorías sobre las causas del hundimiento del poder imperial romano en Occidente.
La “culpa del cristianismo” ha sido uno de los factores a los que más se ha imputado la crisis del siglo V. Actualmente es una teoría sin peso y sin defensores, al menos en estricta pureza. Unir bajo un mismo punto de vista metodológico la progresiva crisis del mundo romano y la victoria del cristianismo, haciendo culpable a este último de la primera es un planteamiento voluntarista, excesivamente radical, que no responde a la realidad. La Iglesia no volvió la espalda al Imperio y, si algunos cristianos contribuyeron a debilitar la resistencia imperial, otros apelaron al patriotismo romano; durante el Bajo Imperio, el cristianismo triunfante sirvió de adhesivo a la sociedad romana. Además, en Occidente, donde la crisis fue más aguda, el cristianismo tuvo una implantación limitada hasta entrado el siglo V, mientras que fue precisamente el Oriente más cristianizado el que mejor sobrellevó la crisis.
Ya antes hubo intelectuales, como el historiador pagano del siglo V Zósimo y su maestro Eunapio de Sardes, que echaron la culpa al cristianismo de los males que afligían del Imperio. Los paganos creían que la crisis se debía a que los dioses les negaban su protección por culpa de la expansión cristiana en el Imperio, lo que impulsó a gentes como Cipriano de Cartago, Agustín de Hipona o Paulo Orosio a defender lo contrario en obras como De civitate dei o Historiarum adversum paganos.
La apologética pagana desarrolló su influencia con la Ilustración; la “Edad de la Razón”, señalada por su negación del pasado, su escepticismo religioso, y su crítica violenta del poder monárquico y de la autoridad religiosa, no podía aceptar como algo positivo el poder monárquico absoluto y la profunda influencia del clero y la religión en el Imperio Romano tardío.
Podemos ver las causas de la decadencia del Imperio en la pérdida de las virtudes cívicas que al mismo tiempo llevó a que el Cristianismo llegara a influir en la caída del Imperio Romano. El clero predicó con éxito doctrinas que ensalzaban la paciencia y la timidez; las antiguas virtudes republicanas de la sociedad fueron desalentadas; los últimos restos del espíritu militar fueron enterrados en los claustros: Una gran proporción de los caudales públicos y privados se consagraron a las engañosas demandas de caridad y devoción; y la soldada de los ejércitos era malgastada en una inútil multitud de ambos sexos: Frailes y monjas que solo alababan los méritos de la abstinencia y la castidad. La fe, el celo, la curiosidad, y pasiones más terrenales como la malicia y la ambición, encendieron la llama de la discordia teológica. La Iglesia, e incluso el estado, fueron distraídas por divisiones religiosas cuyos conflictos eran muchas veces sangrientos, y siempre implacables; la atención de los emperadores fue desviada de los campos de batalla a los sínodos. El mundo romano comenzó, pues, a ser oprimido por una nueva especie de tiranía, y las sectas perseguidas se convirtieron en enemigos secretos del Estado. Los obispos, desde ochocientos púlpitos, inculcaban al pueblo los deberes de la obediencia pasiva buscada por el legítimo y ortodoxo emperador; sus frecuentes asambleas y su perpetua correspondencia los mantenían en comunión con las más distantes iglesias; y el temperamento benevolente de los Evangelios fue endurecido, aunque confirmado, por la alianza espiritual de los cristiano. La sagrada indolencia de los monjes era con frecuencia abrazada en unos tiempos a la vez serviles y afeminados; pero si la superstición no había supuesto el fin de los principios de la República, estos mismos vicios, la servilidad y el afeminamiento, habrían llevado a los indignos romanos a desertar de ellos. Los preceptos religiosos son fácilmente obedecidos por aquellos cuyas inclinaciones naturales les llevan a la indulgencia y la santidad; pero la pura y genuina influencia del Cristianismo puede hallarse, si bien de forma imperfecta, en los efectos que el proselitismo cristiano tuvo sobre los bárbaros del norte. Si la decadencia del Imperio Romano se había acelerado con la conversión de Constantino, al menos su religión victoriosa redujo en algo el estrépito de la caída, y rebajó el feroz temperamento de los conquistadores.
Pero también hay que tomar en cuenta que la mala administración romana contribuyó en mucho con la caída. El Imperio se iba volviendo más burocrático: La alta administración pasó de unos 200 cargos a 6000 desde Trajano a Teodosio, y totalitario, el poder absoluto iba escapando de manos del Emperador en favor de los funcionarios civiles y militares. Estos solo velaban por sus intereses personales, lo que llevó a la corrupción, los abusos de poder y la creciente incapacidad para enfrentarse adecuadamente a los problemas administrativos y militares. Los factores favorecedores de esta corrupción serían los siguientes:
a. Empleo de favores y violencia coercitiva por parte del Gobierno.
b. Ambigüedad de las leyes.
c. Totalitarismo.
d. Aislamiento del Emperador.
El efecto más notable sería el deterioro del ejército, con la barbarización de la tropa y la oficialidad, la falta de equipo militar y la corrupción de la clase dirigente. Bajo el mando de emperadores fuertes, la nave del Estado se mantenía firme, pero con el ascenso al poder de personajes débiles como Honorio, declinó rápidamente, lo que llevaría al caudillismo, encarnado en grandes espadones como Estilicón o Aecio.
Aún debe sumarse a la caída del Imperio la manipulación de la moneda realizada con objeto de enriquecer al Estado y una legislación creciente que regulaba el mercado. Ningún romano fue capaz de comprender que la decadencia del Imperio era consecuencia de la injerencia estatal en los precios y del envilecimiento de la moneda.
Entre la medidas regulatorias que habían tomado los emperadores romanos estarían el castigo a quien osara abandonar la ciudad, la nacionalización del comercio de grano, la regulación de los precios agrícolas y del sector naviero, generando escasez; el aumento y la creación de nuevos impuestos especialmente desde el siglo III, sobre herencias y bienes para sufragar los gastos militares, la creación de espectáculos y obras públicas, para la pensión de soldados veteranos. A esto se sumaría un constante envilecimiento y devaluación de la moneda para adquirir mayores beneficios de “señoraje”, es decir, la diferencia entre el valor nominal de la moneda y sus costes de fabricación.
La polarización social y la acumulación de inmensos patrimonios en unas pocas manos aristocráticas provocarían que el dinero permaneciera ocioso por falta de incentivo. Además, los nuevos ricos no tendrían un verdadero afán de crear capital y producir riqueza, sino de adquirirla e imitar el modo de vida de la clase dominante. Los objetivos económicos no serían fines en sí mismos, sino medios de promoción política y social. Una vez alcanzados, se trataría de mantener el nivel de vida. Asimismo, al ser la tierra la base de la riqueza y no producirse progreso técnico alguno, el crecimiento económico, la productividad y aún la eficiencia se habrían estancado.
Después de la división del Imperio Romano en Occidente y Oriente, la mitad Occidental quedo conformada con la península Itálica y la península Ibérica, las Galias, la isla de Gran Bretaña, el Magreb y las costas de Libia, mientras que la parte oriental quedó conformada con los Balcanes, Anatolia, Oriente Próximo y Egipto, convirtiéndose con el tiempo en el Imperio Bizantino nombre tomado de Bizancio, denominación griega de su capital, Constantinopla.
Honorio situó su capital en Milán. Ya desde hacía tiempo, la mitad occidental del Imperio Romano había estado sumida en continuas guerras civiles por el poder, con generales que se rebelaban cada pocos meses y se auto coronaban emperadores alternativos, especialmente en Britania y las Galias. A este complicado cuadro que hacía tremendamente difícil mantener el gobierno sobre el Imperio de Occidente se unían las continuas injerencias de los pueblos bárbaros, que se oponían alternativamente a las órdenes de unos u otros contendientes o rompían con todos entregándose al saqueo según les convenía. Por todo ello, Occidente sufrió de forma mucho más contundente las consecuencias de la crisis del siglo III, mientras que Oriente lograba recuperarse poco a poco, a los godos y los persas, gracias a los ingresos que los ricos campos de Anatolia y sobre todo Egipto le proporcionaban, su mayor cohesión interna y su población más abundante y menos golpeada por las guerras civiles, la corrupción y las pestes como ocurría en Occidente.
La crisis se apoderó de forma irreversible de Occidente cuando los visigodos bajo el mando de Alarico I se dirigieron hacia Italia en el año 402. En un primer momento, el general romano de origen vándalo Estilicón, una de las últimas grandes figuras militares de Occidente, logró detenerlo en la Batalla de Pollentia. Para desgracia de los romanos, las tropas ya no abundaban tanto como antes y Estilicón solo pudo reunir hombres suficientes retirando buena parte de los que vigilaban la frontera del río Rin. A resultas de ello, en la Navidad del 406 los vándalos, suevos, francos y en menor medida los gépidos, alanos, sármatas y hérulos, cruzaron de forma masiva el río helado y se extendieron como una plaga por toda la Galia y luego por Hispania, saqueando todas las ciudades a su paso. Poco después Alarico volvió a amenazar a Roma exigiendo el pago de importantes tributos, mientras en Britania un nuevo usurpador se coronaba a sí mismo como Constancio III. Estilicón se había mostrado incapaz de atajar la crisis y fue ejecutado en 408.
Las tropas romanas abandonaron Britania mientras era invadida por nuevos contingentes bárbaros con el fin de apaciguar la situación en la Galia, pero poco pudieron hacer. En todo el Imperio la autoridad romana se desmoronaba, y solo las sucesivas capitales de Milán y Rávena contaban con fuerzas suficientes. Con este cuadro, a Alarico le fue fácil chantajear a la abandonada ciudad de Roma asediándola sucesivamente en 408 y 409, retirándose cuando obtenía el oro convenido con el Senado. Pero el último año no se le pudieron entregar las 4000 piezas exigidas y ordenó saquear la ciudad en 410. Tal hecho fue visto por los propios romanos como el fin de una Era y un ultraje inimaginable, pues la ciudad que había conquistado el mundo caía ahora presa de los bárbaros. Alarico se dirigió luego a Nápoles con intención de embarcar y saquear África, pero murió por el camino.
Gensérico rey de vándalos y alanos entre 428 y 477, fue pieza clave en los conflictos arrostrados en el siglo V por el Imperio Romano de Occidente, y durante sus casi cincuenta años de reinado elevó a una tribu germánica relativamente insignificante a la categoría de potencia mediterránea.
Aprovechando las disputas con la metrópoli de Bonifacio, gobernador romano de África del Norte, 80 000 vándalos cruzaron el estrecho en la primavera de 429, partiendo de Tarifa y desembarcando en Ceuta. Tras varias victorias sobre unos defensores romanos débiles y divididos, se hicieron con el control de un territorio que comprendía el actual Marruecos y el norte de Argelia, poniendo bajo asedio la ciudad de Hipona, que tomarían al cabo de catorce meses de duros combates. Al año siguiente, el emperador Valentiniano III hubo de reconocer a Gensérico como soberano de todos estos territorios.
Sorprendentemente, Gala Placidia, hermana del emperador Honorio que se había refugiado en Ravena, que había sido capturada en Roma, consiguió convencer a los visigodos para que firmasen la paz y se aliaran con los romanos. Selló esta alianza casándose con el nuevo rey visigodo, Ataúlfo, al cual se le cedió la Aquitania en 412 con el fin de que restableciera la autoridad romana sobre la Galia, y lo consiguió tras largas guerras con otros pueblos bárbaros. Posteriormente, los godos recibirían también el encargo de restablecer el orden sobre Hispania, lo que consiguieron con una pequeña consecuencia: Al expulsar a los vándalos de Hispania en 429, estos se dirigieron a África y la arrasaron, tomando Cartago, al parecer sin lucha. Allí se apoderaron de lo que quedaba de la flota romana y aprendieron el arte de navegar, extendiendo su nuevo imperio marítimo sin problemas por Córcega, Cerdeña, parte de Sicilia y las Baleares. Saquearon también muchas ciudades, incluida de nuevo Roma en 455. Los romanos perdían el dominio de los mares y su principal reserva de cereales, el Norte de África.
Reducido a la Galia, Italia y parte de Hispania, el decadente Imperio vivió una nueva amenaza, peor todavía que las de los pueblos germánicos. Con la llegada de los hunos de Atila en 451, los romanos conocieron la destrucción total, los saqueos sistemáticos y el genocidio de poblaciones enteras. Las tribus asiáticas, eran una máquina que iba avanzando hacia occidente y que Roma no estaba preparada para detener.
El ejército huno solo pudo ser expulsado de la Galia gracias al genio militar del último gran general romano, Aecio, que aliado con los visigodos de Teodorico, los francos y los alanos, logró derrotar en la Batalla de los Campos Cataláunicos a los hunos y sus vasallos ostrogodos. Sin embargo, Atila se recuperó e invadió Italia en 452, deteniéndose solo ante las puertas de Roma cuando el obispo León I Magno se entrevistó con él. Dos años más tarde, la envidia y los celos movieron al emperador Valentiniano III a deshacerse de su mejor general, Aecio, condenando al Imperio para siempre.
En 455, el emperador romano Valentiniano III es asesinado, sucediéndole Petronio Máximo. Gensérico, considerando roto el tratado de paz firmado con Valentiniano en 442, desembarca en Italia y marcha sobre Roma, cuya población se rebela contra el nuevo emperador y le da muerte tres días antes de que, el 22 de abril de 445, los vándalos tomen sin resistencia la ciudad. El saqueo subsiguiente no producirá una destrucción notable, si bien los vándalos harán acopio de gran cantidad de oro, plata y objetos de valor. Gensérico llevará consigo a Cartago como rehén a Licinia Eudoxia, viuda de Valentiniano, y a sus dos hijas, Placidia y Eudoxia, que contraería después matrimonio con su hijo y sucesor Hunerico.
El obispo León Magno no logró impedir, como hiciera con Atila, que los vándalos de Gensérico, al llegar a las puertas de Roma, invadieran la ciudad indefensa, que fue saqueada durante dos semanas. Sin embargo, el gesto del obispo que, indefenso y rodeado de su clero, salió al paso del invasor para pedirle que se detuviera, impidió al menos que Roma fuera incendiada.
En 468, el reino de Gensérico hubo de enfrentarse al último esfuerzo militar conjunto de las dos mitades del Imperio Romano. No obstante, el rey vándalo logra derrotar, frente al cabo Bon, a una poderosa flota dirigida por el que luego sería emperador bizantino Basilisco. En el verano del 474 firmará la paz perpetua con Constantinopla, por la que Bizancio reconocerá la soberanía vándala sobre las provincias norteafricanas, Baleares, Sicilia, Córcega y Cerdeña.
En su política interna, Gensérico toleró el cristianismo, si bien exigió la conversión a la doctrina arriana de sus consejeros más cercanos y procedió a numerosas confiscaciones de bienes de la Iglesia, que se convertiría así en una poderosa fuerza opositora a la monarquía vándala. Debilitó en forma sangrienta a la nobleza tradicional vándalo-alana, sustituyéndola por una corte adicta a su propia familia y aligeró la presión fiscal sobre la población a costa de las familias ricas de origen romano y del clero.
Gensérico murió el 25 de enero de 477, siendo sucedido por su hijo Hunerico.
Odoacro, también conocido como Odovacar, era medio huno medio esciro, y fue el jefe de la tribu germánica de los hérulos. En la historia resulta famoso por ser quien destituyó al último emperador romano de Occidente, Rómulo Augústulo, en 476, quien fue deportado al Castellum Lucullanum en la bahía de Nápoles y sobreviviría hasta el año 511 o incluso después.
Tras retirar a Rómulo Augústulo, a Odoacro se le presentó la oportunidad de nombrar un nuevo emperador titular y gobernar a través de él, o gobernar como agente del emperador romano de Oriente. A diferencia de muchos de sus predecesores, como Ricimero, se decidió por la segunda opción, devolviendo las insignias imperiales de Occidente al emperador Zenón en Constantinopla, junto con una carta en la que pedía ser confirmado dux de Italia. Zenón accedió a esta petición y le confirió el rango de patricio.
Hasta su muerte en 480, el emperador legítimo de Occidente Julio Nepote siguió siendo teóricamente el superior de Odoacro, mientras que éste llegó incluso a emitir moneda en su nombre. Sin embargo, Odoacro también se tituló Rey de Italia y como tal fue reconocido durante el resto de su vida.
No obstante, las relaciones entre Odoacro y la Roma oriental empeorarían posteriormente, y en 489, con el apoyo del emperador Zenón, los ostrogodos bajo Teodorico el Grande invadieron el reino de Odoacro, destruyeron su ejército de bárbaros y las escasas tropas romanas que aún existían, forzándole a rendirse en 493. Teodorico le invitó a un banquete, y se supone que le asesinó con su propia espada, haciéndose con todo su reino.
2. La Iglesia Durante la Decadencia y Caída de Roma.
La vida de la Iglesia durante la época que acabamos de comentar no cesó, sino que también comienzan a producirse cambios en el seno de esta que poco a poco la llevarían a alejarse más de las enseñanzas de Cristo y los apóstoles, hasta llegar a producirse cerca del año 600 el nacimiento de lo que hoy conocemos como la “Iglesia Católico Romana”.
a. Julio.
El año de la muerte de Constantino[14], Julio es elegido obispo de Roma, que confirmó en su puesto a dos obispos cristianos a quienes los arrianos habían hecho abdicar. En el otoño de 341, convocó a un concilio al que asistieron 50 obispos con el propósito de pronunciarse de nuevo en contra del arrianismo y condenar a quienes deponían obispos a su antojo.
A la muerte de Constantino I el Grande, el imperio se dividió entre sus tres hijos, uno de ellos, Constantino II, pronto desapareció de la historia y quedaron como emperadores sus otros dos hijos, Constancio II, en el Oriente y Constante en el Occidente. Mientras que Constante era cristiano, Constancio era arriano. En 350, Constante fue asesinado y el Imperio se reunificó bajo el mando de Constancio. El emperador desató entonces una terrible persecución contra la Iglesia.
Julio fue quien introdujo la celebración de la Navidad el 25 de diciembre, con la idea de eliminar o cambiar el tono de la celebración del Solsticio de invierno que hacían los paganos. También se dedicó a la conservación de documentos que existen hasta el día de hoy y que llegaron a conformar lo que se denomina el Archivo de la Santa Sede.
b. Liberio.
Fue elegido el 17 de mayo del 352, y durante su obispado continuaron las polémicas con los arrianos que llevaron a la elección de un obispo rival, Félix II. Durante su obispado está en todo su apogeo la persecución del emperador Constancio II. El emperador quería imponer el arrianismo en Occidente y como Liberio se oponía, manteniéndose firme y decidido, en 355 lo desterró a Berea de Tracia, donde Liberio sufrió toda clase de maltratos por dos años.
Muchos obispos se pusieron del lado del emperador en contra de Liberio. Entonces los arrianos dueños de la situación y en total control de Roma nombraron al diácono Félix como nuevo pontífice en lugar de Liberio. Pero el pueblo rechazó a este obispo y exigió al emperador el regreso y la reinstauración de Liberio como legítimo obispo de Roma. Constancio II se dio cuenta que Félix no sería aceptado y permitió a Liberio regresar a Roma en 357. Liberio fue recibido con gran regocijo popular. Aparentemente Constancio II pretendía que Liberio y Félix gobernaran la Iglesia en conjunto pero esta fórmula de un doble episcopado no fue aceptada ni por el pueblo ni por el clero romano. Félix se retiró a su casa en Porto donde vivió hasta su muerte.
Debido a la posición tomada por la mayoría de los obispos en su contra y por el trato que recibió durante su exilio, Liberio se mostró después de su regreso a Roma débil e inseguro, presentando posiciones un tanto ambiguas con respecto al arrianismo.
En 359 se convocaron dos concilios simultáneos de obispos de Oriente y Occidente, celebrados en Seleucia y Rímini respectivamente. Bajo presión imperial, ambos concilios adoptaron sendas profesiones de fe semi-arrianas. Liberio no estuvo representado en ninguno de estos concilios. Cuando Constancio II murió en 361, Liberio anuló los decretos tomados en el concilio de Rimini.
Después del corto reinado del emperador Juliano, que restauró el paganismo como la religión oficial del Imperio, subió al trono Valentiniano, monarca cristiano que devolvió la tranquilidad a la Iglesia nuevamente.
En el 366 admitió el regreso a la Iglesia de los más moderados simpatizantes arrianos del Oriente. En ese mismo año murió y sus restos reposan en la catacumba de Priscila.
c. Los acacianos.
En este tiempo se presentaron algunos grupos sectarios, como los “Homoianos” o “Acacianos”, o seguidores de Acacio de Cesarea, discípulo de Eusebio. Sostenía ideas arrianas afirmando que el Hijo es semejante al Padre, doctrina adoptada en el Concilio de Seleucia durante el siglo IV.
La secta debe tanto su nombre como su importancia política a Acacio, Obispo de Césarea, cuya teoría de adhesión a la fraseología bíblica adoptó y trató de resumir en varias palabras atrayentes: homoios, homoios kata panta.
A fin de entender el significado teológico del acacianismo como episodio crítico en el progreso tanto lógico como histórico del arrianismo, es necesario recordar que la gran definición de homo usion, promulgada en Nicea en el 325, lejos de poner fin a la discusión, se convirtió, por el contrario, en ocasión para debates más intensos y para una mayor confusión en la formulación de teorías sobre la relación de Nuestro Señor con su Padre, en cuanto esa relación constituía un claro principio de la creencia ortodoxa. Poco después de la llegada de Constancio al poder absoluto, su hermano Constante murió en el 350, los acontecimientos comenzaban ya a madurar en una nueva crisis. El nuevo augusto era un hombre de carácter vacilante, con desafortunada susceptibilidad a los halagos y una inclinación por los debates en teología, lo cual pronto le convirtió en mero títere en las manos de la facción eusebiana. Más o menos, durante este período existieron tres partidos en la Iglesia: El partido ortodoxo o niceno, que simpatizaba, por lo general, con Atanasio y sus defensores, y que insistía en hacer suya la causa de este; el partido eusebiano o de la corte imperial y sus desconcertados seguidores semiarrianos; y, por último, y no menos lógicos en sus exigencias, el partido anomeo, que debía su origen a Aecio. En el verano del 357, Ursacio y Valente, los astutos pero no siempre consistentes defensores de este último grupo de disidentes en el oeste, por la influencia que fueron capaces de ejercer sobre el emperador mediante su segunda esposa, Aurelia Eusebia, tuvieron éxito en llamar una conferencia de obispos en Sirmio.
Al credo latino presentado en esta reunión se le insertó una declaración de opiniones redactada por Potamio de Lisboa y el venerable Osio de Córdoba, que, bajo el nombre de manifiesto sirmiano, según llegó a conocerse después, despertó a toda la Iglesia occidental y dejó a los contemporizadores del este en desorden. En esta declaración, los prelados, aunque confesaban “Un Dios, el Padre Todopoderoso, y su Hijo unigénito, Nuestro Señor Jesucristo, generado del Padre antes de todos los siglos”, recomendaron el desuso de los términos ousia[15], homoousion[16] y homoiousion[17], por cuales se perturban las mentes de muchos; y sostuvieron que no debería mencionarse ninguno de ellos ni exponerse en la Iglesia, por la razón y la consideración de que de ello nada hay escrito en las divinas Escrituras y porque sobrepasan la ciencia y el entendimiento humano. El efecto de estas proposiciones en la opinión conservadora fue como la consabida chispa en un barril de pólvora. Mirando ahora las circunstancias de esta publicación, es imposible no ver que ellas ocasionaron la crisis con la que cambió toda la posterior historia del arrianismo. A pesar de la advertencia escrituraria contra el empleo de términos inescrutables, casi todos los partidos instintivamente percibieron que el manifiesto no era sino un sutil documento anomeo.
La situación estaba seguramente llena de posibilidades. Los involucrados comenzaron a agruparse de nuevas maneras. En el este, los anomeos recurrieron, casi como algo muy normal, a Acacio de Césarea, cuya influencia se fortalecía en la corte y a quien se consideraba un contemporizador astuto y no muy escrupuloso. En el oeste, los obispos como Ursacio y Valente comenzaron a llevar una política similar; y en todas partes se sentía que las cosas pedían una vez más la intervención de la Iglesia. Esto era precisamente lo que el partido acogido por el emperador Constancio estaba ansioso por ocasionar; pero no de la manera que los nicenos y los moderados esperaban. Un solo concilio no podría ser controlado fácilmente; pero dos sínodos separados, uno en el este y otro en el oeste, sí.
Tras algunas conferencias preliminares que acompañaron una inevitable campaña de distribución masiva de folletos, en la que Hilario de Poitiers tomó parte, los obispos de la porción occidental del imperio se reunieron en Arimino hacia finales de mayo, y los del este se reunieron en Seleucia en septiembre del 359. El carácter de ambos sínodos era idéntico, al menos en cuanto que el partido de compromiso, representado en Seleucia por Acacio y en Arimino por Ursacio y Valente, iba políticamente, aunque no numéricamente, ganando fuerza y podía ejercer una sutil influencia, la cual dependía casi tanto en la capacidad argumentativa de sus líderes como en su crucial prestigio.
En ambos concilios, y como resultado de una intriga deshonesta y de un uso inescrupuloso de la intimidación, la fórmula homoiana asociada con el nombre de Acacio prevaleció. Se renunció al homo usion, por el cual sobrellevaron muchas penas los santos campeones de la ortodoxia por medio siglo, y se declaró al Hijo ser meramente similar al Padre y no idéntico en esencia. La caracterización de Jerónimo del asunto sigue siendo el mejor comentario, no solo sobre lo que había sucedido, sino también sobre los medios que se utilizaron para conseguirlo. El mundo entero gimió de asombro al ver que era arriano. Fueron Acacio y sus seguidores quienes habían habilidosamente orquestado el proceso desde el principio. Al presentarse como defensores de los métodos contemporizadores, inspiraron al partido eusebiano o semiarriano con la idea de abandonar a Aecio y a sus anomeos. Así, se vieron en una posición de importancia a la cual no tenían derecho ni por sus números ni por su perspicacia teológica. Así como se mostraron en la práctica por todo el curso del inesperado movimiento que los llevó al frente, así eran ahora, en teoría, los exponentes de la Via media de su día.
Se separaron de los ortodoxos con el rechazo de la palabra homoousios, de los semi arrianos con su entrega de homoiousios; y de los aecianos con la insistencia en el término homoios. Retendrían su influencia como partido definido mientras su vocero y líder Acacio gozara del favor de Constancio. Bajo Juliano el apóstata, a Aecio, que había sido exiliado como resultado de los procedimientos en Seleucia, se le permitió recuperar su influencia. Los acacianos aprovecharon la ocasión para hacer causa común con sus ideas, pero la alianza fue solo política; lo volvieron a abandonar en el Sínodo de Antioquía, celebrado bajo Joviano en el 363. En el 365 el sínodo semi arriano de Lampsaco condenó a Acacio. Fue depuesto de su sede; y con este acontecimiento la historia del partido al cual le había dado su nombre llegó prácticamente a su fin.
d. Dámaso.
Aunque se desconoce su lugar exacto de nacimiento, probablemente en la zona de Gallaecia en la Península Ibérica, parte del Imperio Romano de Occidente, creció en Roma. En 341, conoció a Atanasio de Alejandría, en esa época exiliado en Roma, del que se hace seguidor y amigo, simpatizando en causas comunes. Había acompañado en su exilio al papa Liberio en el 355, cuando aún era diácono. Sin embargo cuando regresó a Roma en el 357, como muchos otros clérigos, se adhirió a Félix, para más tarde reconciliarse con Liberio.
La actitud de Liberio supuso un duro revés para el prestigio de la Iglesia de Roma. Su sucesor tendría que enderezar el rumbo y reafirmar su primacía sobre las demás comunidades cristianas. El 1 de Octubre del año 366, Dámaso fue elegido obispo de Roma por mayoría de fieles y de eclesiásticos en la basílica de Lorenzo en Lucina. Una pequeña minoría encabezada por un tal Julio protestó y manifestó su desagrado mientras elegían a su oponente, Ursino, que aunque solo había reunido unos cuantos votos se alzó contra él como obispo. Dos años necesitaría Dámaso para imponerse en la contienda; los enfrentamientos entre ambos bandos cobraron tal violencia y fueron tan sangrientos que en una de aquellas batallas campales se recogieron 137 muertos en un solo día. Sus adversarios llegaron a acusarle de asesinato y Dámaso tuvo que defenderse ante un tribunal imperial.
El emperador Valentiniano I apoyó a Dámaso, que en el 378 fue absuelto, en tanto que Ursino desterrado. Y su proceso le dio ocasión de hacer precisar las relaciones entre la justicia civil y la jurisdicción eclesiástica. El Estado reconocía oficialmente a la Iglesia su competencia en materia de fe y de moral, pero asumiría la ejecución de las sentencias dictadas por el tribunal del obispo.
Tales acontecimientos no impidieron a Dámaso aprovechar todas y cada una de las oportunidades para afianzar la posición privilegiada de la Iglesia de Roma. Con ese objeto, se puso a la cabeza de todos los combates contra los herejes, empezando por los arrianos y siguiendo por los macedonianos y apolinaristas; igualmente se mantuvo enérgico frente al priscilianismo surgido en España. En 381 se negó a ratificar las decisiones del Segundo Concilio de Constantinopla en tanto que este no declarara explícitamente que el patriarca de la nueva ciudad imperial en el Oriente no tendría nunca primacía sobre el obispo de Roma. Este concilio definió entre otras cosas, la divinidad del Espíritu Santo.
Dámaso fue el primero en llamar “Sede apostólica” a la sede romana. Bajo su obispado, el latín llegó a ser la lengua oficial y obligatoria de la Iglesia, desplazando al griego que era hasta entonces la lengua de la liturgia romana. Mandó traer a Jerónimo a Roma y lo nombró secretario suyo. Después le dio instrucciones para que comenzara la traducción de la Biblia al latín. Esta traducción se conoce como la Vulgata que fue el texto oficial de las Sagradas Escrituras en la Iglesia por muchos siglos, si bien posteriormente se tuvieron que corregir numerosos errores de traducción. Además la tradición señala que Dámaso fue el que introdujo en las oraciones el “Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en un principio, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén”.
Dámaso era un hombre brillante y culto, poeta, autor de célebres epitafios, aristócrata, acostumbrado al trato con las gentes, tenía éxito indudable entre lo que se podría llamar hoy la alta sociedad romana. Consciente de ello, se valía audazmente de su simpatía para obtener, de sus admiradores en especial, sustanciosos donativos. Afirmaba que un obispo o un ministro, debía mostrar que pone su paternidad espiritual por encima de su paternidad carnal. Dámaso redactó, además, un tratado sobre la virginidad.
Realizó remodelaciones y reparaciones muy importantes en las catacumbas y compuso muchos epitafios en verso para las tumbas de los mártires. También Dámaso se dedicó a la construcción de edificios, como el que ahora se conoce como la “iglesia de San Lorenzo en Dámaso”, que dotó con instalaciones para los archivos de la Iglesia Romana. Construyó la hoy “basílica de San Sebastián” en la Vía Apia, edificio de mármol conocido como “La Platonia”[18] en honor al traslado temporal a ese lugar de los supuestos cuerpos de Pedro y Pablo, y la decoró con una inscripción histórica. Dámaso construyó en el Vaticano un baptisterio en honor de Pedro y grabó en él una de sus inscripciones característicamente artísticas, todavía conservada en las criptas Vaticanas. Desecó esta zona subterránea para que los cuerpos que se enterraran allí no pudieran ser afectados por agua estancada o por inundaciones.
Murió el 11 de diciembre de 384 y fue enterrado en una pequeña capilla que había mandado construir con ese fin en la via Ardeatina, junto a los restos de su madre, Lorenza y su hermana.
Bajo el obispado de Dámaso se reunieron diversos concilios:
1) 381, Primer concilio de Constantinopla, que completa al de Nicea afirmando la Divinidad del Espíritu Santo.
2) 381, Concilio de Aquilea contra los arrianos donde Dámaso no puede estar representado al estar en lucha contra Ursino.
3) 382, Segundo concilio de Roma que, bajo el impulso de San Jerónimo condena al apolinarismo.
4) 383, Tercer concilio de Roma.
e. Siricio.
Al morir Dámaso, el más fuerte candidato para sustituirle era Jerónimo, pero debido a su fuerte carácter y comentarios hirientes no tuvo la aceptación necesaria. Fue elegido Siricio, quien comenzó su obispado en 384. Disgustado por esta elección, Jerónimo abandonó Roma y se marchó a Oriente.
Siricio es el primer obispo en utilizar su autoridad en sus decretos utilizando palabras como: “Mandamos”, “Decretamos”, “Por nuestra autoridad”, etc., en el estilo retórico típico del emperador. Siricio fue también el primero en insistir ser llamado “Papa”[19].
Decretó el celibato para los clérigos y murió el 26 de noviembre de 399 siendo enterrado en la catacumba de Priscila.
Como podemos ver, ya para el siglo IV, el poder corrompió el obispado de Roma.
f. Anastasio.
Condenó a Orígenes por algunas de las exageraciones hechas en sus comentarios bíblicos. También escribió varias cartas a las iglesias de África en contra del cisma donatista. Concilió los cismas entre Roma y la Iglesia de Antioquía. Combatió tenazmente a los secuaces de costumbres inmorales convencidos de que también en la materia se escondiese la divinidad. Estableció que los pastores permaneciesen de pie durante la enseñanza del Evangelio. Le sucedió en el obispado su hijo, Inocencio I.
Anastasio murió el 19 de diciembre de 401.
g. Inocencio.
Era natural de Albano e hijo de Anastasio. Elegido el 22 de Diciembre del 401. Durante su obispado vio el saqueo de Roma por los godos de Alarico el 24 de agosto de 410. Estableció la observancia de los ritos romanos en Occidente, el catálogo de los libros canónicos y reglas monásticas.
Ordenó que todos los casos graves tuvieran que ser revisados por él y en los demás se reservaba el derecho a intervenir. Ejerció este derecho en muchas cuestiones diversas, especialmente en aquellas relacionadas con las celebraciones litúrgicas. Su gran amigo Juan Crisóstomo fue expulsado como Patriarca de Constantinopla debido a hostilidades personales con la emperatriz Eudoxia y las intrigas de Teófilo de Alejandría. Inocencio I intervino para reintegrarlo a su sede.
Se enfrentó firmemente a Pelayo y al pelagianismo, con tanta autoridad y decisión que Agustín de Hipona, cuando lo supo, pronunció aquella famosa frase que ha llegado a ser un refrán: “Cuando Roma ha hablado, la causa está terminada”. También condenó el priscilianismo.
Obtiene de Honorio la prohibición de las luchas en el circo entre gladiadores.
Murió el 12 de marzo de 417
h. Zósimo.
De origen Griego, fue elegido el 18 de marzo de 417. Hubo dos acontecimientos importantes durante su obispado. El primero es que nombró a Patroclo como obispo de Arlés en contra de la opinión de todos los obispos de la región. El segundo fue que Pelagio y Celestio, condenados por dos concilios por sus herejías, apelaron a Zósimo, quien los absolvió. Estos ya habían sido condenados antes por Inocencio. Parece ser que Zósimo se mostraba demasiado complaciente, quizás por ser muy impulsivo en sus decisiones. Prescribió también que los hijos ilegítimos no podían ser ordenados ministros.
Murió el 26 de diciembre de 418.
i. Bonifacio.
Al mismo tiempo un grupo de diáconos que estaban descontentos ya desde tiempos de Zósimo, eligieron a Eulalio quién se instaló en el palacio Laterano como obispo rival del romano Bonifacio. Finalmente el emperador Flavio Honorio resolvió la cuestión a favor de Bonifacio quien permaneció como obispo legítimo. Con esta acción, la iglesia da su anuencia a la intervención de la autoridad civil en asuntos eclesiásticos.
Bonifacio dio su apoyo a Agustín de Hipona y los obispos africanos en su campaña contra el pelagianismo. Murió el 4 de septiembre de 422.
j. Celestino.
Nació en Roma. Hijo de Prisco, ciertas fuentes lo emparentan con el emperador Valentiniano III. Fue diácono en Roma y, según la tradición, durante un tiempo vivió en Milán donde conoció a Antonio.
Elegido obispo el 10 de Setiembre del 422. Tuvo que hacer frente a un variado número de doctrinas heréticas como el nestorianismo, el pelagianismo, el donatismo, el maniqueísmo y el noviacianismo y que culminaron en los últimos días de su pontificado con la celebración del Concilio de Éfeso que, en 431 supuso la condena tanto del pelagianismo como del nestorianismo o partidarios de Nestorio, el Patriarca de Constantinopla. En el concilio, Celestino estuvo representado por Cirilo de Alejandría quien defendió la unidad de las dos naturalezas de Cristo y que servirá de base en un futuro para que Eutiques elabore la doctrina que dará lugar al monofisismo. Tras el concilio, los seguidores de Nestorio huyeron a Persia y más tarde se propagaron por la India y China. Actualmente la iglesia Nestoriana sobrevive en India, Turquía, Irán, Iraq, Siria y en los Estados Unidos, en donde reside su patriarca en la ciudad de San Francisco.
Mandó a Patricio a Irlanda. Introdujo el uso del báculo, símbolo de su puesto como “pastor universal”. Celestino I murió el 27 de julio de 432.
k. Sixto.
Nació en Roma en el seno de la familia Colonna pronto se convertiría en un miembro influyente en el entorno de Zósimo, Bonifacio, y Celestino, a pesar de que en su juventud se sintiera atraído por las doctrinas pelagianistas, aunque parece ser que volvió a la ortodoxia gracias a su correspondencia con Agustín.
Elegido obispo el 31 de julio del 432 tras el Concilio de Éfeso, celebrado en 431. Tuvo conflictos con el nestorianismo, doctrina que junto al pelagianismo, había sido condenada en el mismo. Y ello debido a que, al mostrarse el conciliador que Nestorio, provocó que fuera acusado de abrazar sus postulados.
Fue autor de varias epístolas y mantuvo las jurisdicciones de Roma sobre Iliria contra el Emperador de Oriente que quería hacerla depender de Constantinopla. Uno de sus principales logros fue restaurar la paz entre Cirilo de Alejandría y los sirios. Falleció el 18 de agosto de 440.
l. León.
Italiano de Toscana, era hijo de Quintianus y los datos históricos más antiguos lo sitúan como diácono en Roma bajo el pontificado de Celestino convirtiéndose en un destacado diplomático con Sixto quien, a petición del emperador Valentiniano III, lo envía a la Galia con la misión de resolver el enfrentamiento entre Aëcio, el comandante militar de la provincia, y el magistrado Albino.
En esta misión se encontraba León cuando tras fallecer Sixto el 19 de julio de 440, conoce su elección como nuevo obispo el 29 de Setiembre del 440. Fue llamado “El Grande” por la energía usada para mantener la unidad de la Iglesia. Definió el misterio de la Encarnación.
Combatió exitósamente, mediante la celebración de varios concilios, el maniqueísmo que desde África se había extendido por Italia, el pelagianismo que había rebrotado en Aquilea, y el priscilianismo que se mantenía en España.
Durante su obispado se celebró, en 451, el Concilio de Calcedonia que proclamó la divinidad y la humanidad de Cristo. Ante las afirmaciones de las herejías que sostenían la separación entre el Padre y el Hijo, considerado como inferior al Padre, León restableció la tradición ortodoxa en su célebre su carta dogmática a Flaviano, Tomus Leonis, y que fue aprobada por el concilio.
El episodio más conocido de su pontificado fue su encuentro, en 452 en la ciudad de Mantua, con Atila, el rey de los hunos, quien había invadido el norte de Italia obligando al emperador Valentiniano III a abandonar la corte de Rávena y refugiarse en Roma. León convence a Atila para que no marche sobre Roma logrando la retirada de su ejército tras la firma de un tratado de paz con el Imperio Romano a cambio del pago de un tributo. Este hecho tuvo una gran importancia simbólica ya que, aunque el Imperio Romano seguiría existiendo hasta 476, situaba como principal fuerza política de Europa a la Iglesia y no el Imperio.
Unos años más tarde, en 455, en una situación similar, no obtuvo tanto éxito cuando los vándalos de Gensérico saquearon Roma, y el León solo pudo impedir el incendio de la ciudad y el respeto a la vida de sus habitantes.
m. Hilario.
Nació en Caller. Como diácono actuó como legado de León en el Concilio de Éfeso celebrado en 449 y conocido como el “latrocinio de Éfeso” oponiéndose a la condena de Flaviano de Constantinopla lo que le supuso enfrentarse al monofisita patriarca alejandrino Dióscoro y verse obligado a alejarse tanto de Constantinopla como de Roma para salvar su vida.
Elegido el 19 de Noviembre del 461. Continuó la acción política de su predecesor. Estableció que para ser ministro era necesaria una profunda cultura y que los obispos no podían designar sus sucesores.
n. Simplicio.
Nació en Tivoli, hijo de Castino. Elegido el 3 de Marzo del 468. Bajo su obispado ocurrió la caída del Imperio de Occidente cuando, en 476, el rey de la tribu germánica de los hérulos, Odoacro venció y depuso al emperador Rómulo Augústulo, y el cisma que ocasionó la fundación de las Iglesias de Armenia, Siria, Egipto.
En Constantinopla, Basilisco se rebeló contra el emperador Zenón y se apoderó del trono. Declarado monofisita proclamo el “Enkyklikon”, un edicto religioso que rechazaba el Concilio de Calcedonia que había condenado el monofisismo en 451.
Dicho edicto fue abolido cuando Zenón recuperó el trono pero sus enfrentamientos con los vándalos y los ostrogodos, hicieron que el emperador buscase una solución al conflicto monofisita con la publicación en 482 de un nuevo edicto conocido como “Henotikon” en la que se propugnaba una fórmula de unión entre monofisitas y la doctrina considerada como ortodoxa.
El problema que desencadenaría este nuevo edicto y que dará lugar al Cisma acaciano, no lo vivió Simplicio al fallecer este el 10 de marzo de 483.
o. Félix.
Nació en Roma. Perteneciente a la familia senatorial romana de los Anicia, este aristócrata era hijo de un ministro y estuvo casado, siendo padre de dos hijos, antes de ser elegido para suceder a Simplicio como obispo. Fue el abuelo de Gregorio.
Elegido obispo el 13 de Marzo del 483 gracias al apoyo del rey germano Odoacro. Su primer acto fue negar el “Henotikon” o “acto de unión”, un edicto que el emperador bizantino Zenón había promulgado en 482 en el que intentaba llegar a una solución de compromiso entre el monofisismo y la doctrina considerada ortodoxa emanada del Concilio de Calcedonia.
A continuación envió una delegación de dos obispos a Constantinopla para intentar convencer al inspirador del citado edicto, el patriarca Acacio, para que lo rechazara para que anulará el nombramiento de patriarca de Alejandría del monofisita Pedro el Notario quien había ocupado dicha sede patriarcal tras la deposición del anterior patriarca, más cercano a los postulados romanos.
Acacio no solo no renuncia a su doctrina ni anula el nombramiento, sino que logra atraer a los propios legados pontificios a sus postulados doctrinales. Félix III convoca en respuesta un concilio que, en 484, excomulga al patriarca Acacio quien a su vez responde borrando el nombre de Félix de los dípticos litúrgicos lo que equivale a la excomunión. Se inicia así el Cisma acaciano que dividirá la Iglesia durante los siguientes 35 años.
A pesar de su enfrentamiento con Constantinopla, Félix llega a un acuerdo con el emperador Zenón para lograr que los vándalos arrianos pongan fin a las persecuciones contra los cristianos fieles a Roma en el norte de África. Surge entonces el problema de que tratamiento dar a los que se han convertido al arrianismo debido a dichas persecuciones y ahora desean volver a la ortodoxia. Félix convoca un sínodo en 487 en el que se fijan las condiciones en que se permite el retorno de estos cristianos a la Iglesia romana.
Falleció el 1 de marzo de 492.
p. Gelasio.
Nació en Roma, sus padres eran de origen norteafricano. Elegido obispo el 1 de Marzo del 492. Instituyó el Código para uniformar funciones y ritos de las varias Iglesias. Defendió la supremacía de la Iglesia ante la del rey.
Excolmulgó[20] al Patriarca de Constantinopla Acacio, que como monofisita defendía la doctrina de que Jesucristo tenía una única naturaleza divina. Esta excomunión provocó el llamado cisma acaciano en la que el Patriarca constantinopolitano contó con el apoyo del emperador bizantino.
Gelasio se sirvió de Agustín para formular en 494, basándose las leyes romanas la separación de poderes entre la esfera temporal y espiritual. Esta fue la primera vez en plantearse esta cuestión que definiría una parte de la cultura occidental. Se basó en la figura bíblica de Melquisedec y en pasajes del Nuevo Testamento para establecer la distinción entre el poder de la Iglesia, y el del emperador. En el derecho romano la primera era superior a la del emperador.
Gelasio debía eliminar la teoría del poder bizantino que se basaba en el cesaro-papismo. El cisma no duró mucho tiempo aunque su teoría renació más tarde con el Gregorio VII bajo una forma más radical en la que se demandaría no solo la separación de poderes, sino la sumisión del poder de los reyes a la autoridad del “Papa”.
En este contexto Gelasio dirigió una carta al emperador Anastasio I en donde formulaba la doctrina de las dos espadas, entendida como la justificación de la superioridad de la potestad espiritual del obispo sobre la temporal del emperador.
Gelasio suprimió el antiguo festival romano de la “Lupercalia”, consagrado a la fertilidad y purificación. Este festival que se realizaba en febrero fue sustituido por otro similar en la que se celebraba la purificación y fertilidad de la Virgen María.
También combatió el maniqueísmo instituyendo que la Santa Cena se celebrase con pan y vino, bebida que los maniqueos consideraban impura. Como estos se consideraban cristianos, debieron abandonar la Iglesia. Con el maniqueísmo derrotado, la tradicional eucaristía con pan volvió a imponerse.
La fijación del Canon de las Escrituras ha sido atribuida tradicionalmente a Gelasio, que publicó en un sínodo romano en 494 la lista de libros.
A pesar de su breve obispado, fue uno de los más prolíficos escritores de entre los primeros obispos. En sus numerosas cartas exponía su visión de que Roma tenía primacía sobre los obispos de Oriente.
Murió el 21 de noviembre de 496.
q. Anastasio II.
Nació en Roma. Elegido el 24 de Noviembre del 496. Intervino en la conversión de Clodoveo, rey de los Francos y de su pueblo. Fue débil con los cismáticos y fue acusado de herejía.
Intentó acabar con el Cisma acaciano intentando una reconciliación con los monofisitas que dominaban la Iglesia oriental. Para ello envió, en 497 una delegación a Constantinopla encabezada por el diácono Fotino que le valió fuertes reproches de los autores del Liber Pontificalis y que Dante Alighieri lo situara en el Infierno de su Divina Comedia.
Falleció el 19 de noviembre de 498.
r. Símaco.
Nació en Serdeña, hijo de un tal Fortunato, fue diácono durante el obispado de Anastasio II a quien sucedió en el obispado al ser elegido por una parte del clero romano. Elegido el 22 de Noviembre del 498. El mismo día de su elección, el 22 de noviembre de 498, una facción disidente del clero romano apoyada por el emperador bizantino Anastasio I, y encabezada por el senador Festo, procedió a la elección de Lorenzo, como obispo rival.
Consolidó los bienes eclesiásticos, llamándolos beneficios estables a usufructo de los clérigos. Rescató todos los esclavos dándoles la libertad. Se le atribuye la primera construcción del Palacio Vaticano.
Ante la existencia de dos pontífices, el rey ostrogodo Teodorico el Grande, intentó acabar con el naciente cisma apoyando a Símaco quien, el 1 de marzo de 499 convocó un concilio en Roma en el que Lorenzo, tras aceptar la legitimidad de su rival como obispo, fue nombrando obispo de Nocera. En este sínodo se decretó que todo ministro que, durante el tiempo de un obispo, intrigase para elegir a su futuro sucesor, sería excomulgado.
El cisma sin embargo se reinició cuando, en 501, el senador Festo acusó a Símaco de diversos crímenes y convenció a Lorenzo para que regresase a Roma. Símaco se negó a comparecer ante el rey para responder de las acusaciones alegando que ningún poder temporal tenía jurisdicción sobre él.
Se convocó nuevamente un sínodo conocido como “Synodus Palmaris” que, el 23 de octubre de 502, decretó que ninguna corte humana podía enjuiciar a un obispo ya que este solo podía ser juzgado por Dios.
Ante esto, Teodorico instaló a Lorenzo en el Palacio de Letrán como obispo, con lo que el cisma se mantuvo abierto durante cuatro años hasta que, en 506, el rey retiró su apoyo a Lorenzo por su excesiva conspiración con la corte bizantina y, tras expulsar a todos los probizantinos, apoyó definitivamente a Símaco.
Durante su obispado, Símaco apoyó económicamente a los obispos de África que se encontraban desterrados en Cerdeña tras las persecuciones a que los vándalos, de doctrina arriana, habían sometido a la Iglesia del norte de África. También concedió la libertad a los esclavos que mantenía la Iglesia y, asimismo, se le atribuye la construcción inicial del Palacio Vaticano.
Falleció el 19 de julio de 514.
s. Omisdas.
Nació en Frosinone. Diácono en el momento de su elección, estuvo casado antes de ser ordenado y tuvo un hijo que más tarde se convertiría en el futuro obispo Silverio. Elegido el 20 de Julio del 514. Su primera actuación como obispo fue acabar con los últimos rescoldos del cisma acaciano surgido en el 484 mediante la llamada “fórmula de Omisdas”, propuesta en 519 tras una reunión entre las Iglesias de Roma y de Constantinopla.
Electo obispo en presencia del célebre Casiodoro, entonces Cónsul, y Diputado del Rey Teodorico para esta elección. Consiguió, con la tercera delegación que envió a Constantinopla, reconciliar esta Iglesia con la santa Sede, de la cual estaba separada desde la condenación de Acacio. Su obispado fue glorioso por el vigor con que sostuvo la buena doctrina; por la reforma del Clero, por la paz que procuró a las Iglesias de Oriente, por la expulsión de los Maniqueos de Roma y por sus limosnas.
Durante su obispado Benedicto fundó la orden de los benedictinos y la célebre abadía de Monte Casino destruida en 1944 por un bombardeo. Estableció que los obispados fuesen otorgados no por privilegios.
Durante su obispado encargó a Dionisio el Exiguo, un astrónomo de origen escita y abad de un monasterio romano, reformar el calendario existente, tarea que resolvió al establecer como año primero de la era cristiana el del nacimiento de Jesús. Los cálculos que éste realizó resultaron, según se comprobó después, equivocados en unos 6 años al datar de forma errónea el reinado de Herodes I el Grande, por lo que dedujo que Jesús nació el año 753 de la fundación de Roma, cuando de hecho debió suceder hacia el 748.
Omisdas murió en 6 de agosto de 523.
t. Juan.
Hijo de un tal Constancio, nació en Siena o bien el Castillo de Serena, en los alrededores de Chiusdino, pueblo en el sur de la Toscana, entre Siena y Grosseto, una pequeña fortaleza construida por Serena, esposa de Estilicón, en el IV siglo, destruida en la Edad Media y hoy desaparecida.
Elegido el 13 de Agosto del 523 cuando era fraile. Fue el primer obispo romano en viajar a Constantinopla cuando el rey ostrogodo Teodorico el Grande lo envió, en 525, para que negociara con el emperador bizantino Justino I el cese de las persecuciones que contra los arrianos se producían en el imperio desde la publicación de un edicto imperial en 523.
El fracaso de su misión, ya que el decreto no había sido anulado, junto a las acusaciones de tibieza en las negociaciones con el emperador, hicieron que a su regreso a Roma, Teodorico lo hiciese encarcelar en Rávena, capital del reino ostrogodo, donde murió martirizado el 18 de mayo de 526.
Coronó al Emperador Justiniano.
u. Félix III.
Nació en Benevento, hijo de un tal Castorius. Elegido el 12 de Julio del 526. Arbitrariamente nombrado obispo por Teodorico demostró lealtad a la Iglesia a tal punto que el Rey ostrogodo lo repudió y lo desterró. Durante su obispado condenó la doctrina del semi peliagianismo en una epístola que dirigió a Cesáreo de Arlés.
En 529, publicó un edicto por el que nombraba sucesor a Bonifacio II lo que provocaría a su muerte, el 22 de septiembre de 530, un breve cisma en la Iglesia al elegir la mayoría del clero a Dioscuro.
A su muerte los cristianos tuvieron libertad de culto.
v. Bonifacio II.
Nació en Roma. Aunque nacido en Roma, era ostrogodo de nacimiento, lo que le convirtió en el primer obispo romano de origen germánico gracias al apoyo del rey godo Atalárico. Elegido el 22 de Setiembre del 530. De origen gótico fue considerado “bárbaro y extranjero” por lo cual sus adversarios eligieron como obispo a Dioscoro. Hizo construir el Monasterio de Montecasino sobre el Templo de Apolo.
Obsesionado por la posibilidad de que a su muerte volviera a producirse una doble elección de obispos que desembocara en un cisma, convocó un Concilio en el que se otorgó la prerrogativa de elegir a su propio sucesor, designando como tal al diácono Virgilio. Sin embargo la oposición que encontró ante este proceder y que llevó al propio Senado romano a acusar al obispo de abuso de poder, hizo que Bonifacio se retractase y así su elegido no accedió a su puesto a su muerte, aunque sí lo haría posteriormente.
Bonifacio falleció el 17 de octubre de 532.
w. Juan II.
Nació en Roma, hijo de Projectus. Su nombre era Mercurio por ser el suyo el de una divinidad pagana. Es el primer obispo romano en cambiarse el nombre.
Su elección se produjo dos meses después de la muerte de su predecesor, el 2 de Enero del 533. Con un edicto de Atalarico el obispo romano fue reconocido jefe de los Obispos de todo el mundo. Su obispado se caracterizó por un auge de la simonía fomentada por los distintos aspirantes a suceder al fallecido Bonifacio II. El escándalo fue tan clamoroso que el asunto fue llevado ante el Senado Romano y ante la Corte Ostrogoda de Rávena, dando como resultado un decreto senatorial de condena a la simonía en las elecciones obispales y que contó con la confirmación del rey godo Atalarico quien además dispuso que si una elección disputada era llevada ante la corte en Rávena, deberían pagarse 3000 sólidos a la corte y que dicha cantidad sería repartida entre los pobres.
Durante su obispado, en 535, se celebró en Cartago un concilio en el que participaron doscientos diecisiete obispos y que demandaron a Juan para que definiera el tratamiento que deberían recibir los clérigos que habían abrazado la doctrina arriana y que ahora volvían a la ortodoxia. Sin embargo el fallecimiento de Juan, el 8 de mayo de 535, hizo que la respuesta a la pregunta fuera realizada por Agapito, su sucesor.
x. Agapito.
Nació en Roma, hijo de un ministro llamado Gordianus que fue asesinado durante las revueltas que sufrió Roma en tiempos de Símaco, desempeñó los distintos grados del ejercicio pastoral en las Iglesias de San Juan y San Pablo, colaborando con Cassiodoro en la fundación en Roma de una biblioteca eclesiástica de autores griegos y latinos y en un proyecto en Vivarium para traducir los filósofos griegos al latín.
Cuando falleció el Papa Juan, el entonces arcediano Agapito fue elegido para sucederle el 13 de mayo del 53. Su primer acto como obispo fue quemar públicamente las bulas por las que Bonifacio II había excomulgado al obispo Dioscuro.
Confirmó, enfrentándose para ello al emperador Justiniano, los decretos del Concilio de Cartago por los que negaba a los arrianos que volvían a la ortodoxia cristiana, la conservación de sus cargos y beneficios.
En su lucha contra la herejía se enfrentó también con la emperatriz Teodora de ideas monofisitas excomulgando al Patriarca de Constantinopla, Antimo de Constantinopla, nombrado por ella por ser seguidor de su misma doctrina, deponiéndolo y ordenando patriarca a Menas. Asimismo condenó a los monjes acemetas de Constantinopla muy próximos al nestorianismo.
El mismo año de su elección el rey ostrogodo Teodato, que se había hecho con el trono tras la muerte de Atalarico y su madre la regente Amalasunta, solicito a Agapito que viajase a Constantinopla para que disuadiera a Justiniano I que sus ambiciones territoriales en Italia, muy acrecentadas tras la conquista de Sicilia por su general Belisario.
Murió envenenado el 22 de abril de 536 por los oscuros embrollos de la esposa del Emperador, Teodora.
y. Silverio.
Nació en Frosinone, hijo legítimo del papa Omisdas que había estado casado antes de ser ordenado, Silverio era diácono en Roma cuando Agapito falleció mientras se encontraba en Constantinopla.
Elegido obispo el 1 de Junio del 537 con el apoyo del rey ostrogodo Teodato, se encontró con el rechazo del emperador bizantino Justiniano I quien, influenciado por su esposa Teodora, quería nombrar obispo de Roma a Vigilio, más cercano a las ideas monofisitas de la emperatriz y que se encontraba en ese momento en Constantinopla.
Belisario se dirigió a Roma al frente de su ejército y la ciudad, tras expulsar a los godos, le abrió, el 9 de diciembre de 536, sus puertas sin lucha temiendo un saqueo como el que había sufrido Nápoles a manos de los bizantinos.
El rey Vitiges, que había sucedido a Teodato, sitió entonces a la ciudad de Roma dejando aislado a Belisario en su interior. Sin embargo el hecho de que no intentaran el asalto de la ciudad sirvió de base para acusar a Silverio de estar planeando con los godos la rendición de la ciudad facilitándoles la entrada.
Esta acusación sirvió de excusa a Teodora para lograr su objetivo de nombrar obispo a Vigilio, obligando a Silverio a renunciar al obispado y fue exiliado en la ciudad de Patara en la actual Turquía. El obispo de Patara intercedió a favor de Silverio ante el emperador Justiniano y logró que este anulara el destierro y le permitiera regresar a Italia para que intentase demostrar la falsedad de la acusación de traición.
Una vez en Italia, fue sin embargo recluido, por orden de Teodora, en la isla de Palmarola donde fue asesinado el 11 de noviembre de 537.
z. Vigilio.
Nació en Roma. Perteneciente a una noble familia romana, es nombrado diácono en el 531 y acompañó a Agapito a Constantinopla en el año 536, lo que le permitió entablar amistad Teodora, la esposa del emperador bizantino Justiniano I y una seguidora de la doctrina monofisita.
Tras la muerte de Agapito II el 22 de abril de 536, Teodora intentó que el sucesor de este fuera su protegido Vigilio, al que envió a Roma para que, con el apoyo del general Belisario, quien tomó la ciudad, fuese elegido obispo.
Pero en Roma, el rey ostrogodo Teodato se adelantó a los planes bizantinos haciendo elegir obispo, el 20 de junio de 536, a Silverio, hijo de Osmidas, por lo que Belisario depuso al obispo y tras desterrarlo le hizo asesinar el 11 de noviembre de 537. Inmediatamente hizo elegir obispo a Vigilio el 29 de Marzo del 537.
Durante el Segundo Concilio de Constantinopla, tras la celebración de ocho sesiones decretó, el 2 de junio de 553, la ratificación de la condena de “Los Tres Capítulos” mediante la promulgación de 14 cánones similares a los 13 que constituían la “Homología” publicada por Justiniano en 551. Y ello a pesar de que Vigilio había enviado al Justiniano con anterioridad, el 14 de mayo el documento conocido como “Primer Constitutum” en el que con el apoyo de otros dieciséis obispos condenaba sesenta proposiciones de Teodoro de Mopsuesta, pero donde no condenaba las de Teodoro de Ciro y las de Ibas de Edesa.
El emperador ordenó el destierro de Vigilio si este no aceptaba íntegramente las decisiones conciliares por lo que, para poder regresar a Roma, tuvo que emitir, el 23 de febrero de 554, un segundo documento conocido como “Segundo Constitutum” en el que se plegaba totalmente a los deseos de Justiniano y del concilio. Aún así, Justiniano impuso la “Pragmática sansión” que limitaba la autoridad del obispo de Roma sobre la fe.
Cuando Vigilio regresaba a Roma, falleció el 7 de junio de 555 en Siracusa, Sicilia.
aa. Pelayo.
Nació en Roma. Miembro de una noble familia romana, su padre, Giovanni, parece haber sido ministro en uno de los distritos en los que estaba dividida Italia.
En 536 acompañó a Agapito a Constantinopla donde permanecería como embajador del obispo romano.
Tras su regreso a Roma, y ya durante el obispado de Vigilio, quedó como representante del obispo romano en la ciudad cuando el emperador bizantino Justiniano I reclamó, en 545, la presencia de Vigilio en Constantinopla para obligarle a aceptar la condena al nestorianismo que se hacía en el edicto conocido como “Los Tres Capítulos” en contra de lo que había decretado el Concilio de Calcedonia celebrado en 451.
En esta etapa como legado papal en Roma, tuvo que hacer frente al asedio que el caudillo y rey godo Totila, viéndose obligado a entregar la ciudad en diciembre de 546. Pelayo fue enviado a Constantinopla por el rey Totila con la misión de concertar una paz con el emperador bizantino, que Justiniano rechazó al comunicar al godo que no lo reconocía como interlocutor al estar su general Belisario al frente de Italia.
En 553 Pelayo encabezó un cisma al oponerse las Iglesias occidentales a la cesión que Vigilio hizo en el Segundo Concilio de Constantinopla que se había convocado para acabar con las discusiones entre monofisitas y nestorianos y que el edicto de “Los Tres Capítulos” había reavivado. Vigilio, al plegarse a los deseos del emperador Justiniano provocó el rechazo en Occidente y provocó que las iglesias de Milán y Rávena rompiesen su comunión con la Iglesia Romana.
Pelayo llegó a una reconciliación con Justiniano quien lo designó como sucesor de Vigilio cuando este falleciera. En efecto, a la muerte de Vigilio, fue elegido obispo, pero el apoyo prestado en la elección por Justiniano hizo que en su consagración no contará con la participación de la mayoría de los obispos occidentales: De toda Italia, solo dos Obispos y un Presbítero asistieron a su consagración.
bb. Juan III.
Nació en Roma. Hijo de un noble romano llamado Anastasius quien tenía el título de “Illustris”, su obispado sufre de datos históricos ya que todos los registros de la época han desaparecido debido al desorden y destrucción que provocó la invasión lombarda.
Salvó a Italia de la barbarie ya que durante la desastrosa invasión Longobarda, deseada por Narsete, llamó junto a él a todos los italianos a fin de que se defendiesen contra la crueldad de los invasores.
En efecto, en 568, el pueblo germánico de los lombardos entró en la península italiana aprovechando que el general bizantino Narsés había sido reclamado a Constantinopla al no contar con la confianza del nuevo emperador Justino II. Al quedar la provincia bizantina que entonces era Italia al mando del ineficaz Longinos, los lombardos no tuvieron graves problemas para invadir la península.
Elegido obispo el 17 de Julio del 561. Se sabe que restauró las catacumbas romanas y que se enfrentó al cisma de Aquilea o de los “Tres Capítulos” que había surgido durante el pontificado de Vigilio y que había provocado la ruptura con las Iglesias de Milán, Rávena y el norte de África, logrando restablecer con ellas la unidad.
Celebró en la ciudad de Braga dos concilios en los que se condenó la doctrina priscilianista. Juan III falleció el 13 de julio de 574.
cc. Benedicto.
Nació en Roma. Hijo de un ciudadano romano llamado Bonifacio, es conocido como Bonosus por los griegos.
Elegido obispo el 2 de Junio del 575. Trató inútilmente de restablecer el orden en Italia y en Francia, turbadas por las invasiones bárbaras y ensangrentadas por discordias internas. Confirmó el V Concilio a Constantinopla. Es recordado por haber creado el estado de Massa Veneris, en el territorio de Minturnae. Extendió la influencia hasta Rávena.
Benedicto murió el 30 de julio de 579 durante el cerco lombardo a Roma.
dd. Pelayo II.
Nació en Roma, de origen godo o gótico. Elegido el 26 de Noviembre del 590, su elección no pudo contar con la formal aprobación imperial al estar cortadas las comunicaciones con Constantinopla por el asedio que los lombardos sometían a Roma. Mientras Roma estaba asediada por los longobardos pidió ayuda a Constantinopla. Dispuso que cada día los pastores celebrasen el culto. Tras su elección llegó a un acuerdo con los sitiadores para que levantaran el asedio e inmediatamente envió una embajada, encabezada por el futuro Gregorio Magno a Constantinopla para solicitar auxilio militar contra los lombardos que dominaban toda la península italiana.
El emperador bizantino, Tiberio II, incurso en sus propias campañas militares contra los persas no pudo acudir en ayuda de Pelayo por lo que este intentó que los francos le apoyasen aunque sin mucho éxito ya que estos abandonaron la empresa al ser sobornados por los lombardos.
Finalmente Pelayo se vio obligado a admitir una tregua con los lombardos, por lo que pudo dirigir su atención al cisma de Aquilea o de los Tres Capítulos que había surgido en el seno de la Iglesia durante el obispado de Pelayo I, aunque no alcanzó resultados concretos.
Partidario del celibato en el clero, dictó normas tan estrictas para regularlo que su sucesor, Gregorio, tuvo que suavizarlas.
Fue víctima el 7 de febrero del año 590, de una epidemia donde los afectados morían bostezando y estornudando, por lo que por orden del obispo, se debía decir al que estornudaba “Jesús le ayude”.
ee. Gregorio I, el Grande.
Gregorio nació en Roma en el año 540. Era originario de una rica familia patricia romana, la gens Anicia, cristiana desde hacía mucho tiempo: Su bisabuelo era el obispo Félix III. Pero Gregorio estaba destinado a una carrera secular, por lo que recibió una sólida formación intelectual.
Se dedicó a la política de joven, y en 573 alcanzó el puesto de prefecto de Roma, la dignidad civil más grande a la que podía aspirarse. Pero renuncia pronto a este difícil cargo y se hace monje.
Tras la muerte de su padre, en 575 transformó su residencia familiar en el Celio en un monasterio con el nombre de “San Andrés”, donde hoy se alza la iglesia de “San Gregorio Magno”.
Pero en el año 579 el obispo Pelayo II lo ordena diácono y le envía como apocrisiario a Constantinopla, donde permanece seis años y conoce a Leandro de Sevilla, el hermano del también doctor de la Iglesia Isidoro de Sevilla. Durante esta estancia disputó con el patriarca Eutiquio de Constantinopla acerca de la corporeidad de la resurrección.
Gregorio regresa a Roma en 585 ó 586 y ocupa el cargo de secretario de Pelayo II hasta la muerte de éste de peste en febrero de 590, tras lo cual es elegido para sucederle como obispo el 3 de Setiembre del 590.
Al acceder al papado[21] en el año 590 se ve obligado a enfrentar las arduas responsabilidades que pesan sobre todo obispo del siglo VI, pues no pudiendo contar con ayuda efectiva bizantina los ingresos económicos que reportan las posesiones de la Iglesia hacen que el Papa sea la única autoridad de la cual los ciudadanos de Roma pueden esperar algo. No está claro si para esta época existía aún el Senado romano, pero en todo caso no interviene en el gobierno, y la correspondencia de Gregorio nunca menciona a las grandes familias senatoriales, emigradas a Constantinopla, desaparecidas o venidas a menos.
Solo él poseía los recursos necesarios para asegurar la provisión de alimentos de la ciudad y distribuir limosnas para socorrer a los pobres. Para esto emplea los vastos dominios administrados por la Iglesia, y también escribe al pretor de Sicilia solicitándole el envío de grano y de los bienes de la Iglesia.
Intenta infructuosamente que las autoridades imperiales de Rávena reparen los acueductos de Roma, destruidos por el rey ostrogodo Vitiges en el año 537.
En el año 592 la ciudad es atacada por el rey lombardo Agilulfo. En vano se espera la ayuda imperial; ni siquiera los soldados griegos de la guarnición reciben su paga. Es Gregorio quien debe negociar con los lombardos, logrando que levanten el asedio a cambio de un tributo anual de 500 libras de oro, probablemente entregadas por la Iglesia de Roma. Así, negocia una tregua y luego un acuerdo para delimitar la Tuscia Romana, la parte del ducado romano situada al norte del Tíber y la Tuscia propiamente dicha[22], que a partir de ahora será lombarda. Este acuerdo es ratificado en 593 por el exarca de Rávena, representante del Imperio Bizantino en Italia.
Gregorio trabó alianzas con las órdenes monásticas y con los reyes de los francos en la confrontación con los ducados lombardos, adoptando la posición de un poder temporal separado del Imperio. También organizó la ley eclesiástica.
Gregorio es autor de una Regula pastoralis, manual de moral y de predicación destinado a los obispos. Recopiló y contribuyó a la evolución del canto gregoriano, llamado el Antifonario de los cantos gregorianos en su honor. En el año 600 d.C., ordenó que se recopilaran los escritos de los cánticos o himnos cristianos primitivos, conocidos también como Antífonas, Salmos o Himnos.
El antifonario de los cantos gregorianos permaneció atado al altar de San Pedro, pero estos desaparecieron. El papa Pío X encomendó a los monjes benedictinos de la abadía de Solesmes la reproducción fiel de estas melodías tras una búsqueda infructuosa de estas obras por parte de Francia en el siglo XIX. La nueva recopilación de estas melodías fue llamada Edición Vaticana del Canto Gregoriano, haciéndose esta edición oficial el 22 de noviembre de 1903, cuando el canto gregoriano quedó plenamente reconocido por la iglesia como el canto oficial de la Iglesia Católica.
Gregorio falleció el 12 de marzo del año 604.
Como hemos podido ver, en el transcurso de casi 300 años, la Iglesia Cristiana, la humilde y sencilla, la que sufría persecuciones por parte del Gobierno y otros enemigos, se transformó en la Iglesia Católica Romana, la gobernante, la que quita y pone reyes y la que gobierna sobre todos los demás que se hagan llamar cristianos, y a los que no, les presenta dos opciones: Convertirse al catolicismo o morir.
B. La Iglesia de la Edad Media.
Debido a que el cristianismo tuvo un desarrollo más amplio en el occidente, nos dedicaremos casi exclusivamente a lo ocurrido en la iglesia latina, con excepción al periodo en que vino el rompimiento definitivo de Constantinopla con Roma. Es un periodo de casi mil años en donde el poder papal fue desarrollándose casi sin encontrar ningún tipo de oposición.
Ningún evento concreto determina el fin de la antigüedad y el inicio de la edad media: Ni el saqueo de Roma por los godos dirigidos por Alarico I en el 410, ni el derrocamiento de Rómulo Augústulo fueron sucesos que sus contemporáneos consideraran iniciadores de una nueva época.
La culminación a finales del siglo V de una serie de procesos de larga duración, entre ellos la grave dislocación económica y las invasiones y asentamiento de los pueblos germanos en el Imperio romano, hizo cambiar la faz de Europa. Durante los siguientes 300 años Europa occidental mantuvo una cultura primitiva aunque instalada sobre la compleja y elaborada cultura del Imperio romano, que nunca llegó a perderse u olvidarse por completo.
1. El Islamismo.
En el 610 empieza un movimiento que pondría no solo a la Iglesia Católica en problemas, sino que a toda la cristiandad. En la Meca se levanta un líder que aunque tiene que huir primeramente de su ciudad natal en el 622, esparce su religión por toda Arabia y une a las tribus esparcidas para conquistar la Meca y convertirse en su más grande gobernante y profeta hasta el día de su muerte en Medina el 8 de junio de 632: Mahoma.
Mahoma nació en la Meca hacia 570, fue el profeta fundador del Islam. Su nombre completo en lengua árabe es Abu l-Qasim Muhammad ibn ‘Abd Allāh al-Hashimi al-Qurashi del que, castellanizando su nombre coloquial Muhammad, se obtiene “Mahoma”.
De acuerdo a la religión musulmana, Mahoma es considerado el “sello de los profetas”, por ser el último de una larga cadena de mensajeros, enviados por Dios para actualizar su mensaje, que según el Islam, sería en esencia el mismo que habrían transmitido sus predecesores, entre los que se contarían Ibrahim, Abraham; Musa, Moisés; y Isa, Jesús.
a. Fuentes de información sobre la vida de Mahoma.
La fuente más creíble sobre la información de la vida de Mahoma es el Corán, la biografía sira y los hadices. Las biografías más antiguas que se conocen son La vida del profeta de Dios de Ibn Ishaq[23] y la escrita por al-Waqidi[24]. Ibn Ishaq escribió la biografía 120 años después de la muerte de Mahoma. La tercera fuente, los hadices, contienen dichos y acciones de Mahoma, estos fueron escritos y memorizados mientras él se encontraba en vida, y posteriormente recopilados.
b. Biografía.
1) Vida anterior a la predicación.
Árabe de la tribu de Coraix, Mahoma nació en La Meca en el Año del Elefante, según el calendario islámico. La mayoría de los musulmanes equivalen éste con el año gregoriano 570, pero algunos prefieren el 571. La Meca se encuentra en la región de Hiyaz en la actual Arabia Saudí. Fue hijo póstumo de Abd Allah ibn Abd al-Muttalib, miembro del clan de los hashimí.
La costumbre de los más honorables de la tribu de Quraysh era enviar a sus hijos con niñeras beduinas con el propósito de que crecieran libres y saludables en el desierto, para poder también robustecerse y aprender de los beduinos, que eran reconocidos por su honradez y la carencia de numerosos vicios, y Mahoma fue confiado a Bani S’ad.
El primer milagro que se narra sobre Mahoma en la compilación de los hadices es que el ángel Gabriel descendió y abrió su pecho para sacar su corazón. Entonces extrajo un coágulo negro de éste y dijo “Esta era la parte por donde Satán podría seducirte” luego lo lavó con agua Zam Zam en un recipiente de oro, después volvió el corazón a su sitio. Los niños y compañeros de juego con los que se encontraba corrieron hacia su nodriza y dijeron: “Mahoma ha sido asesinado”; todos se dirigieron a él y lo hallaron en buen estado, excepto con el rostro pálido. Los musulmanes ven este acontecimiento como una protección para que él se apartara desde su infancia de la adoración de los ídolos y probablemente la razón por la que fue devuelto a su madre. Se quedó huérfano a temprana edad, por costumbre árabe, los hijos menores no recibían herencia, razón por la cual él no la recibió ni de su padre ni de su madre, se dice que ella murió cuando él tenía seis años, posteriormente fue acogido y educado primero por su abuelo Abd al-Muttalib y luego por su tío paterno Abu Talib, un líder de la tribu Quraysh, la más poderosa de La Meca, y padre de su primo y futuro califa Ali.
En aquella época La Meca era un centro comercial próspero, principalmente porque existían varios templos que contenían diferentes ídolos, lo cual atraía a un gran número de peregrinos. Mercaderes de diferentes tribus visitaban La Meca en la época del peregrinaje, cuando las guerras tribales estaban prohibidas y podían contar con un viaje seguro. En su adolescencia, Mahoma acompañó a su tío por sus viajes a Siria y otros lugares. Por tanto, pronto llegó a ser una persona con amplia experiencia en las costumbres de otras regiones.
A los doce años se dirigió a Basora con su tío Abu Tâlib y tuvieron un encuentro con un monje llamado Bahira, algunos orientalistas dicen que esto demuestra que Mahoma aprendió de él los libros sagrados, pero los escolares musulmanes refutan esta opinión alegando que no pudo haber aprendido en la hora de la comida ese conocimiento y que además no se registra un segundo encuentro con este monje, en los hadices se narra que Bahira reconoció algunas señales de la profecía de Mahoma y le advirtió a su tío sobre llevarlo a Siria por temor de los judíos y romanos.
Mahoma no tuvo un trabajo específico en su juventud, pero se ha reportado que trabajó como pastor para Bani Sad y en la Meca como asalariado. A la edad de los 25 años Mahoma trabajó como mercader en la ruta caravanera entre Damasco y La Meca a las órdenes de Jadiya, hija de Juwaylid, una rica comerciante viuda, había impresionado a Jadiya y esta le propuso matrimonio en el año 595. Ibn Ishaq presenta que la edad de Jadiya era 28 años, y Al Waqidi presenta cuarenta. Algunos dicen que al engendrar Jadiya dos varones y cuatro mujeres de Mahoma, hace que la opinión más fuerte sea la de Ibn Ishaq, pues es sabido que la mujer llega a la edad de la menopausia antes de los cincuenta años. A pesar de que estas informaciones no están establecidas en un hadiz sino que es algo que se hizo famoso entre los historiadores. Jadiya tuvo seis hijos con Mahoma, dos varones y cuatro mujeres. Todos nacieron antes de que Mahoma recibiera la primera revelación. Sus hijos Al-Qasim y Abdullah murieron en la infancia en La Meca. Sus cuatro hijas se llamaban Zainab, Ruqayyah, Umm Kulzum y Fátima. Jadiya sería posteriormente la primera persona en aceptar el Islam después de la revelación.
Mahoma era de carácter reflexivo y rutinariamente pasaba noches meditando en una cueva cerca de La Meca[25]. Los musulmanes creen que en 610 a los cuarenta años de edad, mientras meditaba, Mahoma tuvo una visión del ángel Gabriel. Describió esta visita como un mandato para memorizar y recitar los versos enviados por Dios. Durante su vida, Mahoma confió la conservación de la palabra de Dios, trasmitida por Gabriel, a la retentiva de los memoriones, quienes la memorizaban recitándola incansablemente y que después de su muerte serían recopilados por escrito en el Corán debido a la primordial importancia de conservar el mensaje original en toda su pureza, sin el menor cambio ni de fondo ni de forma. Para ello emplearon materiales como las escápulas de camello, sobre las que grababan los versículos del Corán. El arcángel Gabriel le indicó que había sido elegido como el último de los profetas y como tal predicó la palabra de Dios sobre la base de un estricto monoteísmo, prediciendo el Día del Juicio Final.
De acuerdo con el Corán y las narraciones, Mahoma era analfabeto, hecho que la tradición musulmana considera una prueba que autentifica al Corán, libro sagrado de los musulmanes, como portador de la verdad revelada.
2) Después de la visión.
Transformado en un rico y respetado mercader, recibió la revelación del ángel Gabriel, que le invitó a predicar una nueva religión. Esto habría sido en el año 610 de la era cristiana. La visión perturbó a Mahoma, pero su esposa Jadiya le aseguró que se trataba de una visión real y se convirtió en su primera discípula. Después de un período inicial de dudas y miedos, comenzó a predicar a sus parientes y luego al público, a todos los residentes de La Meca. Mahoma afirmó que había sido escogido por Dios, como los profetas hebreos que lo precedieron, para predicar el arrepentimiento, la sumisión a Dios y la venida del día del juicio. Dijo que no estaba predicando una nueva religión sino que estaba reviviendo la antigua y pura tradición que los cristianos y los judíos habían degradado. Atrajo seguidores, pero también creó enemigos.
A medida que los seguidores de Mahoma comenzaban a aumentar en número, se convirtió en una amenaza para los jefes de las tribus locales. La riqueza de estas tribus se basaba en la Kaaba, el recinto sagrado de los ídolos de los árabes y el punto principal religioso de La Meca. Si rechazaban a dichos ídolos, tal como Mahoma predicaba, no habría peregrinos hacia La Meca, ni comercio, ni riqueza. El repudio al politeísmo que denunciaba Mahoma era particularmente ofensivo a su propia tribu, la qurayshí, por cuanto ellos eran los guardianes de la Kaaba. Es por esto que Mahoma y sus seguidores se vieron perseguidos.
En el año 619 fallecieron Jadiya, la esposa de Mahoma, y su tío Abu Talib. Este año se conoce como el “año de la tristeza”. El clan al que pertenecía Mahoma lo repudió y sus seguidores sufrieron hambre y persecución.
En 620, Mahoma hizo un viaje en una noche que es conocido como Isra y Miraj. “Isra” es la palabra en árabe que se refiere a un viaje milagroso desde La Meca a Jerusalén, específicamente al lugar conocido como Masjid al-Aqsa. Isra fue seguida por el “Miraj”, su ascensión al cielo, donde recorrió los siete cielos y se comunicó con profetas que le precedieron, como Abraham, Moisés y Jesucristo.
La vida de la pequeña comunidad musulmana en La Meca no solo era difícil, sino también peligrosa. Las tradiciones árabes afirman que hubo varios atentados contra la vida de Mahoma, quien finalmente, en el año 622, decidió trasladarse a Medina, un gran oasis agrícola donde había seguidores suyos. Rompiendo sus vínculos con las lealtades tribales y familiares, Mahoma demostraba que estos vínculos eran insignificantes comparados con su compromiso con el Islam, una idea revolucionaria en la sociedad tribal de la Arabia. Esta migración a Medina marca el principio del año en el calendario islámico. El calendario islámico cuenta las fechas a partir de la Hégira, razón por la cual las fechas musulmanas llevan el prefijo AH[26].
Mahoma llegó a Medina como un mediador, invitado a resolver querellas entre los bandos árabes de Aws y Khazraj. Logró este fin absorbiendo a ambas facciones en la comunidad musulmana y prohibiendo el derramamiento de sangre entre los musulmanes. Sin embargo, Medina era también el lugar donde vivían varias tribus judías. Mahoma esperaba que estas tribus lo reconocieran como profeta, lo cual no ocurrió. Algunos académicos afirman que Mahoma abandonó la esperanza de ser reconocido como profeta por los judíos, y que, por tanto, la alquibla, es decir, la dirección en la que rezan los musulmanes, fue cambiada del antiguo templo de Jerusalén a la Kaaba en La Meca.
Mahoma emitió un documento que se conoce como “La Constitución de Medina”[27], en la cual se especifican los términos en que otras facciones, particularmente los judíos, podían vivir dentro del nuevo estado islámico. De acuerdo con este sistema, a los judíos y cristianos les era permitido mantener su religión mediante el pago de un tributo, no así a los practicantes de religiones paganas. Este sistema vendría a tipificar la relación entre los musulmanes y los dhimmis, y esta tradición es la razón de la relativa estabilidad que normalmente existía en los califatos árabes.
3) La guerra.
Las relaciones entre La Meca y Medina se deterioraron rápidamente. Todas las propiedades de los musulmanes en La Meca fueron confiscadas, mientras que en Medina Mahoma lograba alianzas con las tribus vecinas.
Los seguidores de Mahoma comenzaron a asaltar las caravanas que se dirigían a La Meca. En marzo de 624, Mahoma condujo a trescientos guerreros en un asalto a una caravana de mercaderes que se dirigía a La Meca. Los integrantes de la caravana lograron rechazar el ataque y posteriormente decidieron dirigir una represalia contra los musulmanes, enviando un pequeño ejército a invadir a Medina. El 15 de marzo de 624, en un lugar llamado Badr, ambos bandos chocaron. Si bien los seguidores de Mahoma eran numéricamente tres veces inferiores a sus enemigos, los musulmanes ganaron la batalla. Este fue el primero de una serie de logros militares por parte de los musulmanes.
Para los musulmanes, la victoria de Badr resultaba una ratificación divina de que Mahoma era un legítimo profeta. Después de la victoria, y una vez que el clan judío de Banu Qainuqa fue expulsado de Medina, los ciudadanos de este lugar adoptaron todos la fe musulmana y Mahoma se estableció como el regente de facto de la ciudad.
Después de la muerte de su esposa, Mahoma contrajo matrimonio con Aisha, la hija de su amigo Abu Bakr, que fue prometida al profeta cuando tenía 6 años de edad y él 54, aunque el matrimonio se consumó cuando ella tuvo 9 y quien posteriormente se convertiría en el líder de los musulmanes tras la muerte de Mahoma. En Medina también se casó con Hafsah, hija de Umar, quien luego sería el sucesor de Abu Bakr. Además, con Zaynab, quien era mujer de su hijo adoptivo Zaid; Ramlah, hija de un líder que combatió a Mahoma, y con Umm Salama, viuda de un combatiente musulmán. Estos casamientos sellarían las relaciones entre Mahoma y sus principales seguidores. También se casó con una cristiana de nombre Mariyah Al-Qibtía con quien tuvo otro hijo con ella después de mudarse a Medina. Ese séptimo y último hijo se llamaba Ibrahim que falleció en su niñez; se dice que murió a los 17 o 18 meses de edad. Y también se casó con una judía de nombre Safiah. Posteriormente tuvo varias otras esposas, de número impreciso entre estas 9 identificadas, que afirman casi todos los expertos como seguras, y las más de 20 que algunos le estiman. Algunas de estas mujeres eran esposas de seguidores de Mahoma muertos en batalla, mientras que otras eran hijas de sus aliados.
La hija de Mahoma, Fátima, se casó con Ali, primo de Mahoma. Otra hija, Ruqayyah, contrajo matrimonio con Uzman pero ella falleció y después Uzman se casó con su hermana Umm Kulzum. Estos hombres surgirían en los años subsiguientes como los sucesores de Mahoma o califas y líderes políticos de los musulmanes. Por tanto, los cuatro primeros califas estaban vinculados a Mahoma por los diferentes matrimonios. Los musulmanes consideran a estos califas como los “guiados”.
En 625 un jefe de La Meca, Abu Sufyan, marchó contra Medina con 3000 hombres. En la batalla que se libró el 23 de marzo, no salió victorioso ninguno de los dos bandos. El ejército de La Meca afirmó haber ganado la batalla, pero quedó muy diezmado como para perseguir a los musulmanes de Medina y ocupar la ciudad.
En abril de 627, Abu Sufyan emprendió otro ataque contra Medina, pero Mahoma había cavado trincheras alrededor de la ciudad y pudo defenderla exitosamente en lo que se conoce como la Guerra de las Trincheras. Después de esta batalla, los musulmanes, se vieron traicionados por la tribu judía de Banu Qurayza o Banu Koreidha la cual se había aliado con las tribus de la Meca en la batalla de las trincheras, emprendieron guerra contra éstos, derrotándolos. Los hombres de la tribu fueron decapitados y las mujeres y niños fueron vendidos como esclavos. Tras la victoria de la Guerra de las Trincheras, los musulmanes expandieron su influencia a través de conversiones o conquistas de varias ciudades y tribus.
4) La conquista de La Meca.
En el año 628, la posición de Mahoma era lo suficientemente fuerte para decidir su retorno a La Meca, esta vez como un peregrino. En marzo de ese año, se dirigió a La Meca seguido de 1600 hombres. Después de diversas negociaciones, se firmó un tratado en un pueblo cercano a La Meca llamado al-Hudaybiyah. Si bien a Mahoma no se le permitió ese año entrar en La Meca, las hostilidades cesaron y a los musulmanes se les autorizó el acceso a la ciudad en el año siguiente.
El tratado duró solo dos años, ya que en 630 los regentes de La Meca rompieron dicho tratado. Como consecuencia de esto, Mahoma marchó hacia La Meca con un ejército de más de 10000 hombres, la cual conquistó sin que encontrara resistencia. Mahoma declaró amnistía a los pobladores de la ciudad, muchos de los cuales se convirtieron al Islam. Mahoma destruyó los ídolos de la Kaaba y, por tanto, el peregrinaje en adelante sería al lugar sagrado del Islam. A pesar de Mahoma no estar presente en el asalto a la ciudad este se apropio de la quinta parte del botín y cobró un rescate 45 onzas de plata por cada prisionero.
La capitulación de La Meca y la derrota de las tribus enemigas Hunayn permitió a Mahoma tomar el control de Arabia. Sin embargo, Mahoma no constituyó ningún gobierno, sino que prefirió gobernar a través de las relaciones personales y los tratados con diferentes tribus.
5) La muerte de Mahoma.
Antes de su muerte en 632, Mahoma había establecido al Islam como una fuerza social, política y religiosa y había unificado a la Arabia. Algunas décadas después de su muerte, sus sucesores conquistaron Persia, Egipto, Palestina, Siria, Armenia y gran parte del norte de África, y cercaron dos veces Constantinopla, aunque no pudieron hacerse con ella, lo que les impidió avanzar hacia la Europa del Este.
Después de una corta enfermedad, Mahoma falleció el 8 de junio de 632 en la ciudad de Medina a la edad de 63 años. Abu Bakr, el padre de Aisha, la tercera mujer de Mahoma, fue elegido por los líderes de la comunidad musulmana como el sucesor de Mahoma, pues era el favorito de Mahoma. Cualquiera que hayan sido los hechos, lo cierto es que Abu Bakr se convirtió en el nuevo líder del Islam. La mayor parte de su corto reinado la pasó combatiendo tribus rebeldes en lo que se conoce como las Guerras Ridda. A la fecha de la muerte de Mahoma, había unificado toda la Península Arábiga y expandido la religión islámica en esta región, así como en parte de Siria y Palestina. Posteriormente los sucesores de Mahoma extendieron el dominio del imperio árabe a Palestina, Siria, Mesopotamia, Persia, Egipto, el Norte de África y España. Entre 711 y 716 comienza una presencia árabe de casi ocho siglos en la Península Ibérica, y en 732, cien años después de la muerte de Mahoma, el avance árabe en la Europa Occidental es detenido a las puertas de Francia en la batalla de Poitiers.
6) La fitna.
Omar fue sucedido por Uthman ibn Affan, otro de los primeros seguidores de Mahoma. Bajo Uthman, el nuevo imperio cayó en una Guerra civil a la que se le llamó la Fitna, o desorden. Muchos de los familiares y primeros seguidores de Mahoma estaban descontentos con Uthman, porque sentían que estaba favoreciendo indebidamente a sus parientes y actuando menos como un líder religioso y más parecido a un rey. Soldados rebeldes mataron a Uthman y ofrecieron el liderazgo a Alí ibn Abi Talib, el primo y yerno de Mahoma. Muchos musulmanes, en particular quienes tenían sus propios candidatos al califato, rechazaron aceptar a Alí como líder, por lo que este pasó su breve califato luchando contra las facciones disidentes y los parientes de Uthman, los Omeya. Alí murió a manos de un asesino jariyí y los Omeyas reclamaron el califato. Ellos lograron retener el liderazgo de la mayoría de los musulmanes por varias generaciones, pero salvo por un breve período, nunca volvieron a gobernar sobre un imperio islámico no dividido. La fe islámica divergió también, separándose en las principales de la actualidad los suní y los chií.
7) La segunda fitna.
El gobierno de los Omeyas fue interrumpido por una segunda guerra civil en el año 680, se restableció pero luego terminó en el año 758. Después de esto, dinastías rivales reivindicarían el califato, o liderazgo del mundo musulmán, y muchos estados e imperios islámicos solo prestarían una obediencia simbólica al califa, incapaz de unificar al mundo islámico.
c. Avance del islam.
Como la mayoría de las religiones del mundo, el desarrollo histórico del islam ha tenido un impacto claro en la historia política, económica y militar de las áreas dentro y fuera de lo que se considera sus principales zonas geográficas de alcance. Como con el cristianismo, el concepto de un “mundo islámico” puede ser más o menos útil al ver diferentes períodos de la historia. Una corriente importante de la cultura islámica alienta la identificación con la comunidad cuasi-política de creyentes o Ummah, y este componente se refleja en el comportamiento de una variedad de actores en la historia. La historia del islam como una religión está relacionada cercanamente a la historia política, económica y militar.
Arabia antes de Mahoma estaba escasamente poblada por habitantes de habla árabe. Algunos eran beduinos, pastores nómadas organizados por tribus. Algunos eran agricultores, que vivían en oasis en el norte, o en las áreas más fértiles y densas en el sur, en lo que se conoce ahora como Yemen y Omán. En ese tiempo, la mayoría de los árabes eran seguidores de las religiones politeístas, aunque unas pocas tribus seguían el judaísmo, el cristianismo, incluido el nestorianismo o zoroastrianismo. La ciudad de la Meca era un centro religioso para algunos politeístas árabes norteños, ya que contenía el muro sagrado del Zamzam y un pequeño templo, la Kaaba.
Cuando inicia el imperio musulmán, la mayoría de la población no era islámica y además de un impuesto de protección y el dhimmi, la población conquistada descubrió que sus religiones eran toleradas. De hecho, las autoridades musulmanas regularmente desalentaban las conversiones, ya que esto erosionaba su base impositiva. Bajo los Omeyas, los que buscaban convertirse, tenían que encontrar un benefactor árabe que los adoptara en su tribu. Una vez que fueran árabes honorarios, podrían convertirse. Sin embargo, la mayoría de la población eventualmente se convirtió al islam. Si éste fue un movimiento rápido o lento, es un tópico fuertemente debatido en el mundo académico y solo se decidiría por estudios meticulosos país a país.
La unidad política del islam comenzó a desintegrarse. Los emiratos, que aún reconocían el liderazgo teórico del califa, se deslizaron hacia la independencia, y un breve resurgir del control terminó con el establecimiento de dos califatos rivales: Los Fatimíes en el norte de África y el de los Omeyas Califato de Córdoba en España, los emires allí eran descendientes de un miembro de esa familia que logró escapar. Eventualmente, los ababsíes gobernaron como marionetas para los emires Buyíes.
Una serie de nuevas invasiones arrasó sobre el mundo islámico. Primero, los recientemente convertidos turcos selyúcidas conquistaron rápidamente el Asia islámica, esperando restaurar el gobierno ortodoxo y vencer a los fatimíes, pero pronto ellos también cayeron presos de la descentralización política. Después de la desastrosa derrota de los bizantinos en la Batalla de Manzikert en 1071 occidente lanzó una serie de Cruzadas y por un tiempo capturaron Jerusalén. Sin embargo, Saladino restauró la unidad, derrotó a los fatimíes y retomó la ciudad. Se lanzaron nuevas cruzadas con al menos el intento nominal de recuperar la ciudad sagrada. Pero se logró poco más que el saqueo y ocupación de Constantinopla, dejando al Imperio Bizantino seriamente debilitado y listo para una conquista posterior.
Bajo los gaznavíes, el Islam se extendió en el siglo X a los principales Estados hindúes al este del río Indo, en lo que es actualmente el norte de la India. La expansión del Islam continuó pacíficamente por diversas regiones del África y del sudeste de Asia.
Para comienzos del siglo XIII, una amenaza mucho más seria se cernía sobre el islam. Los mongoles, que invadieron Bagdad en 1258, habían conquistado la mayoría de los territorios islámicos al este de Egipto. Las hordas terminaron permanentemente con el califato Abbasí y la Era Dorada del islam medieval, dejando al mundo islámico arruinado y confuso. Posteriormente los mongoles se convirtieron al islam y desarrollaron su propia cultura basada en el intercambio diverso y sofisticado, integrando elementos de cada esquina de Eurasia.
2. De La Caída de Roma hasta el Santo Imperio Católico.
Desde el siglo V, cuando cayó el imperio romano, hasta el siglo IX, cuando floreció el Santo Imperio Católico, Europa se encontró en un caos político en donde los gobernantes se levantaban rápidamente y caían aun más rápido. Ya que todo el poder en el seno de la jerarquía eclesiástica estaba en las manos de los obispos de cada región, se pensó que lo ideal sería centralizar el poder y el obispo romano o Papa reclamó tener preeminencia basándose en la idea de que era el sucesor de Pedro, a quien Cristo le había otorgado la máxima autoridad eclesiástica. Así el “Papa” no solo se autonombró como la cabeza de la Iglesia y gobernador de la cristiandad, sino que se proclamó “gobernador sobre los reyes”.
Todo esto era aprovechado por el Papa para obtener ganancia del Estado, que no soltaría mientras pudiese, convirtiendo al papado en la institución con mayor poder en la Europa medieval y, por lo tanto, los distintos Papas fueron los hombres más poderosos e influyentes de la época.
Había crecido la costumbre entre los obispos romanos el cambiarse el nombre cuando tomaban el cargo desde Juan II en el 532, por lo que vamos a encontrar en el desarrollo de la historia a diferentes obispos con el mismo nombre, solo diferenciados por el número, así podemos encontrar con que Gregorio I, “el Grande”, fue el iniciador del catolicismo, pero Gregorio VII, Hildebrando, fue el más grande papa de la antigüedad.
a. El poder del papado.
Gregorio I mandó cristianizar Inglaterra y soñó con toda Europa a los pies del papado, resistiendo las pretensiones del obispo de Constantinopla de ser el obispo universal. Se convirtió en un verdadero gobernante no solo para la Iglesia, sino para toda Roma. Desarrolló la adoración a las imágenes, la doctrina del purgatorio y la de la transubstanciación y defendía el monasticismo. Se convirtió en el defensor de los pobres en contra de la tiranía de los gobernantes, hecho que supieron aprovechar muy bien sus predecesores, con lo que se atraían la voluntad del pueblo. Además se erguían como los refugios de la decencia, por lo menos en público y en cuanto a la conducta de sus súbditos se refiere, incluyendo los gobernadores.
La confusión política en la vida europea también contrastaba con la firmeza que tenía el gobierno eclesiástico, en donde si bien es cierto se dieron algunos cismas y hubo momentos en que varios hombres se levantaron defendiendo su posición como legítimos Papas, se mantenía un gobierno estable. Además, la Iglesia tenía fuertes aliados entre los políticos que encontraban en ella una herramienta para lograr sus aspiraciones.
Muchos Papas trataron de aumentar su poder usando todos los recursos a su disposición. Las Cruzadas, una campaña militar en la que los ejércitos cristianos europeos lucharon por detener la expansión islámica en Tierra Santa, fue un intento patente del intento papal de crear un ejército. Las cruzadas eran convocadas por los Papas y a ellas se unían ejércitos de todas las nacionalidades buscando la gloria eterna y el perdón de los pecados.
Los Papas también trataron de hacerse con el control político de Europa. Presionaron a muchos reyes, poniendo a obispos en posiciones de importancia seglar. En respuestas, muchos reyes eligieron a obispos, minando el control religioso del papado, en un proceso conocido como investidura. León III[28] dio un carácter político a la Cátedra de San Pedro al coronar como emperador a Carlomagno, su protector, en la antigua basílica de San Pedro, la noche de Navidad del año 800.
b. La Papisa Juana.
A mediados del siglo IX, una mujer ocupó el trono romano. Según algunos relatos, el inglés John de Mainz o Juana, se hizo pasar por un hombre para sortear la prohibición de estudiar que pesaba sobre las mujeres y adquirió una sólida formación teológica y filosófica. En su juventud fue llevada a Atenas con ropas de hombre por su amante y allí fue tal su avance en el aprendizaje que nadie la igualaba. Al llegar a Roma tras una larga peregrinación, se presentó como un monje y sorprendió con su erudición a los doctores de la Iglesia y se dedicó a enseñar ciencias y atrajo así la atención de intelectuales. Gozó del mayor respeto por su conducta y erudición y, a la muerte de León IV, la ayudaron a llegar al Papado, oficialmente como Juan VIII. Aventurera sin duda, Juana no tardó en convertirse en amante de un oficial de la guardia vaticana con lo que, un año después de su elección, descubrió que iba a ser madre. Ocultar el embarazo quizá no fuera demasiado difícil, dadas las holgadas vestiduras papales, pero la tragedia ocurrió cuando la papisa, ya en el fin de su periódo de gestación, sintió dolores de parto cuando estaba presidiendo una procesión desde San Pedro a Letrán, en algún lugar entre el Coliseo y San Clemente.
Quizá incluso hubiera podido dar a luz en secreto y después ocultar a la criatura pero no tuvo esa fortuna. Cuando se hallaba presidiendo una procesión le sobrevinieron los dolores de parto. Intentó sobreponerse pero, sin poder evitarlo, dio a luz. La reacción de la muchedumbre fue, primero, de sorpresa y luego, de cólera. Para algunos se trataba de una manifestación diabólica; para otros, de una profanación repugnante. Antes de que se pudiera impedir, la turba se lanzó encolerizada sobre Juana y la despedazó. De esa manera terminó con la impostora, aunque otra versión dice que Juana habría muerto en medio de terribles dolores de parto, mientras los cardenales se arrodillaban clamando: “¡Milagro!, ¡milagro!”. Se dice que fue enterrada en el mismo sitio. En sus procesiones, los Papas siempre evitaban este camino; muchas personas creían que hacían esto por su antipatía a esa desgracia. Tras de su alumbramiento la historia de Juana fue inmediatamente eliminada de los registros, aunque se dice que su hijo llegó a ser Obispo de Ostia a donde trasladó el cadáver de la Papisa.
En los siglos XIV y XV esta papisa era considerada como un personaje histórico, de cuya existencia nadie dudaba. Tenía su lugar entre los bustos de la Catedral de Siena. Bajo Clemente VIII, y a petición suya, fue transformada en el Papa Zacarías. Jan Hus, en la defensa de su falsa doctrina antes del Concilio de Constanza, hizo referencia a la papisa y nadie cuestionó el hecho de su existencia.
c. Las tinieblas en el papado.
Podemos decir que en la Edad Media el papado vivió sus períodos más tenebrosos por las luchas por el poder, desatadas entre poderosas familias romanas. El episodio más negro fue el llamado “Sínodo del cadáver”, una conspiración de Esteban VI[29], quien mandó desenterrar el cadáver de uno de sus antecesores, el Papa Formoso[30], a quien vistió con los ornamentos pontificios y lo sometió a un juicio por desafiar a sus protectores, la siniestra familia Espoleto. En la farsa, al cadáver de Formoso se le cortó la mano del juramento y luego sus restos fueron arrojados al río Tíber. Indignados, los seguidores de Formoso depusieron meses después a Esteban VI, quien fue encarcelado y murió estrangulado.
Otros Papas de ese período, como Juan VIII[31], León V[32], Anastasio III[33] y Juan X[34] fueron asesinados en tramas en las que estuvieron involucradas poderosas e influyentes familias, como la del cónsul romano Teofilacto y su mujer Teodora.
Otro ejemplo de injerencia política en la Iglesia Católica sucedió en el año 996. Otón III estaba de camino a Roma cuando murió Juan XV. Los romanos le pidieron que él mismo eligiera al Papa. Otón III contaba entonces 16 años, era profundamente religioso, había sido educado por los mejores maestros y soñaba con el esplendor del antiguo Imperio Romano. Designó como Papa a su pariente y capellán Bruno, que solo tenía 24 años que tomó el nombre de Gregorio V[35]. A la muerte de éste, Otón III designó como pontífice a su maestro Gerberto, francés, Obispo de Reims y luego de Ravena, que tomó el nombre de Silvestre II[36].
En una época turbulenta en que los Papas eran depuestos, asesinados o forzados a renunciar, surgió Benedicto IX, de la influyente familia de los condes de Túsculo, que fue Papa en tres períodos entre 1032 y 1055, y de quien se dice que asumió el trono por primera vez a la edad de 12 años.
El florecimiento del Papado como institución comenzó en la Baja Edad Media, con Nicolás II[37], el primero en reservar la elección del pontífice exclusivamente a los cardenales. Además, se disponía que el nuevo Papa perteneciera a la Iglesia de Roma, salvo que no se encontrase ningún candidato digno de entre sus miembros. Se establecía Roma como el lugar idóneo para efectuar la elección, debiéndose buscar otro en circunstancias excepcionales.
Su obra fue continuada por Gregorio VII[38], quien llevó adelante una amplia reforma de la Iglesia, emitió el “Dictatus Papae“, según el cual el Papa es el obispo universal. A él se le opuso el emperador Enrique IV que vendió muchos obispados e incluso intentó disponer del Papa. En respuesta, el Papa excomulgó al emperador y absolvió a sus vasallos de sus obligaciones con respecto a él. Enrique intentó mantener el reino unido, pero no pudo hacer frente a la población, que estaba aterrada ante la posibilidad de perder sus almas, con lo que el emperador tuvo humillarse ante el Papa.
Durante años el Papa y el Sagrado Emperador de Roma lucharon entre ellos, hasta que el Papa Calixto II y el emperador Enrique V firmaron el Concordato de Worms. Este redujo la autoridad del Papa respecto a la investidura de nuevos obispos a las posiciones religiosas y al emperador a las posiciones seglares. Con este Concordato de Worms acabó el periodo conocido como “La controversia de las Investiduras”, que trataremos más adelante.
Si algunos Papas fueron víctimas de la violencia y las intrigas políticas, a otros simplemente les dio la espalda la suerte, como a Lucio II[39], quien murió tras recibir una pedrada en la cabeza mientras intentaba apaciguar unos disturbios en Roma.
Muchos monasterios se fueron fundando a lo largo de toda Europa, y nuevas órdenes aparecieron, siguiendo distintos puntos de vista religiosos. Benedicto fue el primero en crear una regla mediante la cual debían regirse lo monjes. La regla especificaba, por ejemplo, las distintas horas a las que debían realizarse los rezos. Algunos historiadores indican que esta regla llevó al desarrollo del reloj mecánico, que surgió aproximadamente en las fechas en las que se celebró el Cuarto Concilio de Letrán[40], convocado por Inocencio III. En este concilio, se establecieron reglas de rezos unificadas para el conjunto de las órdenes monacales, basadas en las usadas por los Cistercenses, aunque se permitía adaptar dichas reglas a las distintas costumbres regionales. Además se condenaron a determinados grupos religiosos que se apartaban demasiado de la ortodoxia católica, como los cátaros.
Hacia mediados del siglo XI Europa se encontraba en un periodo de evolución desconocido hasta ese momento. La época de las grandes invasiones había llegado a su fin y el continente europeo experimentaba el crecimiento dinámico de una población ya asentada. Renacieron la vida urbana y el comercio regular a gran escala y se desarrolló una sociedad y cultura que fueron complejas, dinámicas e innovadoras. Este periodo se ha convertido en centro de atención de la moderna investigación y se le ha dado en llamar el renacimiento del siglo XII.
d. La elección papal.
En 1241 se celebra por primera vez el “cónclave”[41] durante la prolongada elección de Celestino IV, cuando los cardenales fueron encerrados en un palacio en ruinas por el noble romano Mateo Orsini. Destinado a forzar una decisión en el tórrido calor de agosto, el encierro produjo la muerte de uno de los 10 cardenales confinados, quienes alcanzaron una decisión después de dos meses. Los efectos del encierro eran tales que el mismo Celestino IV falleció solo dos semanas después.
Para elegir a Gregorio X, en setiembre de 1271, habían pasado tres años antes de que los cardenales se pusieran de acuerdo, y la población local, presa del nerviosismo, se rebeló y le quitó el techo al palacio donde estaban reunidos, supuestamente para permitir que se les uniera el Espíritu Santo. También les restringieron la comida. Las condiciones eran tan duras que dos cardenales murieron y un tercero tuvo que irse por problemas de salud antes de que los restantes príncipes de la iglesia eligieran al Pontífice.
Gregorio X estaba determinado a poner punto final a ese procedimiento. Él fue responsable de una decisión de 1274 que decía que en el futuro los cardenales serían encerrados en una sola habitación con un lavatorio en el palacio del Papa fallecido en un plazo de 10 días después de su muerte. Luego de tres días, si no se elegía ningún Papa, solo les servirían un plato por el almuerzo y la cena, en lugar de dos. Después de cinco días, solo les darían pan, agua y un poco de vino hasta que eligieran un nuevo Papa. Las estrictas medidas no durarían.
Se necesitaron más de dos años de cónclaves intermitentes para que en 1294 se hiciera una de las elecciones de un papa más inusuales de la historia. El punto muerto terminó cuando el cardenal Latino Malabranca dijo en un encuentro de cardenales que un ermitaño supuestamente santo, Pietro Del Morrone, había profetizado la retribución divina para los electores que durante tanto tiempo no habían logrado encontrar un Papa nuevo. Los cardenales acordaron votar por el ermitaño y Morrone, un octogenario, se sobrepuso a la sorpresa decidiendo que esa era la voluntad de Dios. Entró al pueblo de L’Aquila, en el centro de Italia, montado sobre un burro para ser entronizado como Celestino V, pero no soportó las presiones y renunció siete meses después. Su última medida fue restaurar las reglas del cónclave de 1274, que incluían una estricta prohibición de las comunicaciones con los electores y que han sido el fundamento desde los primeros cónclaves hasta el presente.
e. La alta Edad Media.
Durante la alta edad media la Iglesia católica, organizada en torno a una estructurada jerarquía con el Papa como indiscutida cúspide, constituyó la más sofisticada institución de gobierno en Europa occidental. El papado no solo ejerció un control directo sobre el dominio de las tierras del centro y norte de Italia sino que además lo tuvo sobre toda Europa gracias a la diplomacia y a la administración de justicia, en este caso mediante el extenso sistema de tribunales eclesiásticos. Además las órdenes monásticas crecieron y prosperaron participando de lleno en la vida secular. Los antiguos monasterios benedictinos se superpusieron en la red de alianzas feudales. Los miembros de las nuevas órdenes monásticas, como los cistercienses, desecaron zonas pantanosas y limpiaron bosques; otras, como los franciscanos, entregados voluntariamente a la pobreza, pronto empezaron a participar en la renacida vida urbana. La Iglesia ya no se vería más como una ciudad espiritual en el exilio terrenal, sino como el centro de la existencia. La espiritualidad altomedieval adoptó un carácter individual, centrada ritualmente en el sacramento de la eucaristía y en la identificación subjetiva y emocional del creyente con el sufrimiento humano de Cristo. La creciente importancia del culto a la Virgen María, actitud desconocida en la Iglesia hasta este momento, tenía el mismo carácter emotivo.
Dentro del ámbito cultural, hubo un resurgimiento intelectual al prosperar nuevas instituciones educativas como las escuelas catedralicias y monásticas. Se fundaron las primeras universidades, se ofertaron graduaciones superiores en medicina, derecho y teología, ámbitos en los que fue intensa la investigación: Se recuperaron y tradujeron escritos médicos de la antigüedad, muchos de los cuales habían sobrevivido gracias a los eruditos árabes y se sistematizó, comentó e investigó la evolución tanto del Derecho canónico como del civil, especialmente en la famosa Universidad de Bolonia. Esta labor tuvo gran influencia en el desarrollo de nuevas metodologías que fructificarían en todos los campos de estudio. El escolasticismo se popularizó, se estudiaron los escritos de la Iglesia, se analizaron las doctrinas teológicas y las prácticas religiosas y se discutieron las cuestiones problemáticas de la tradición cristiana. El siglo XII, por tanto, dio paso a una época dorada de la filosofía en Occidente.
Durante el siglo XIII se resumieron los logros del siglo anterior. La Iglesia seguía siendo la gran institución europea, las relaciones comerciales integraron a Europa gracias especialmente a las actividades de los banqueros y comerciantes italianos, que extendieron sus actividades por Francia, Inglaterra, Países Bajos y el norte de África, así como por las tierras imperiales germanas. Los viajes, bien por razones de estudio o por motivo de una peregrinación fueron más habituales y cómodos. También fue el siglo de las Cruzadas; estas guerras, iniciadas a finales del siglo XI, fueron predicadas por el papado para liberar los Santos Lugares cristianos en el Oriente Próximo que estaban en manos de los musulmanes. Concebidas según el Derecho canónico como peregrinaciones militares, los llamamientos no establecían distinciones sociales ni profesionales. Estas expediciones internacionales fueron un ejemplo más de la unidad europea centrada en la Iglesia, aunque también influyó el interés de dominar las rutas comerciales de Oriente. La alta edad media culminó con los grandes logros de la arquitectura gótica, los escritos filosóficos de Tomás de Aquino y la visión imaginativa de la totalidad de la vida humana, recogida en la Divina comedia de Dante Alighieri.
f. La baja Edad Media.
Si la alta edad media estuvo caracterizada por la consecución de la unidad institucional y una síntesis intelectual, la baja edad media estuvo marcada por los conflictos y la disolución de dicha unidad. Fue entonces cuando empezó a surgir el Estado moderno, aún cuando éste en ocasiones no era más que un naciente sentimiento nacional, y la lucha por la supremacía entre la Iglesia y el Estado se convirtió en un rasgo permanente de la historia de Europa durante algunos siglos posteriores. Pueblos y ciudades continuaron creciendo en tamaño y prosperidad y comenzaron la lucha por la autonomía política. Este conflicto urbano se convirtió además en una lucha interna en la que los diversos grupos sociales quisieron imponer sus respectivos intereses.
Aunque este desarrollo filosófico fue importante, la espiritualidad de la baja edad media fue el auténtico indicador de la turbulencia social y cultural de la época. Esta espiritualidad estuvo caracterizada por una intensa búsqueda de la experiencia directa con Dios, bien a través del éxtasis personal de la iluminación mística, o bien mediante el examen personal de la palabra de Dios en la Biblia. En ambos casos, la Iglesia orgánica, tanto en su tradicional función de intérprete de la doctrina como en su papel institucional de guardián de los sacramentos, no estuvo en disposición de combatir ni de prescindir de este fenómeno.
Toda la población, laicos o clérigos, hombres o mujeres, letrados o analfabetos, podían disfrutar potencialmente una experiencia mística. Concebida ésta como un don divino de carácter personal, resultaba totalmente independiente del rango social o del nivel de educación pues era indescriptible, irracional y privada. Por otro lado, la lectura devocional de la Biblia produjo una percepción de la Iglesia como institución marcadamente diferente a la de anteriores épocas en las que se la consideraba como algo omnipresente y ligado a los asuntos terrenales. Cristo y los apóstoles representaban una imagen de radical sencillez y al tomar la vida de Cristo como modelo de imitación, hubo personas que comenzaron a organizarse en comunidades apostólicas. En ocasiones se esforzaron por reformar la Iglesia desde su interior para conducirla a la pureza y sencillez apostólica, mientras que en otras ocasiones se desentendieron simplemente de todas las instituciones existentes.
En muchos casos estos movimientos adoptaron una postura apocalíptica o mesiánica, en particular entre los sectores más desprotegidos de las ciudades bajo medievales, que vivían en una situación muy difícil. Tras la aparición catastrófica de la peste negra, en la década de 1340, que acabó con la vida de una cuarta parte de la población europea, bandas de penitentes, flagelantes y de seguidores de nuevos mesías recorrieron toda Europa, preparándose para la llegada de la nueva época apostólica.
Esta situación de agitación e innovación espiritual desembocaría en la Reforma protestante; las nuevas identidades políticas conducirían al triunfo del Estado nacional moderno y la continua expansión económica y mercantil puso las bases para la transformación revolucionaria de la economía europea. De este modo las raíces de la edad moderna pueden localizarse en medio de la disolución del mundo medieval, en medio de su crisis social y cultural.
Bajo el gobierno de Nicolás V[42], se inició la construcción de la actual Basílica de San Pedro y se fundó la Biblioteca Vaticana.
En los albores del Renacimiento el papado estuvo bajo el dominio de dos poderosas familias, los Borgia, de origen valenciano, y conocidos por su falta de escrúpulos, y los Medici, oriundos de Florencia, que también destacaron como mecenas de las artes y la cultura.
g. Los Borgia.
Los Borja, luego llamados Borgia al italianizarse el apellido, fueron una noble familia de Valencia, España, que a fines del siglo XV estuvo a punto de someter a Italia bajo el poder del Vaticano y convertirla en una seudo monarquía hereditaria. Para ese entonces Italia no era una nación, sino un rompecabezas de ducados, repúblicas y reinos.
La estirpe de los Borgia tiene su origen en la familia valenciana Borja, algunos de cuyos miembros se establecieron en Nápoles y Roma a mediados del siglo XV y adoptaron la grafía italiana por la que fueron mundialmente conocidos. Su habilidad para maniobrar en política vaticana y los matrimonios con miembros de otras familias importantes, incluida la realeza, facilitaron su creciente pujanza, que fue máxima durante el papado de Alejandro VI.
1) Calixto III.
Alfonso de Borja y Cavanilles, nació en Torreta de Canals, actual barrio de Canals, Reino de Valencia, el 31 de diciembre de 1378, en seno de la noble familia de los Borja quienes, provenientes de villa zaragozana de Borja, se habían instalado en el reino de Valencia tras participar en su conquista junto a Jaime I.
Tras estudiar leyes en Zaragoza, fue profesor de derecho en la universidad de Lérida donde llamó la atención del antipapa Benedicto XIII que lo atrajo a su causa en el enfrentamiento que el Cisma de Occidente había provocado en la Iglesia.
Su apoyo al antipapa lo convirtió en protegido del también valenciano Vicente Ferrer y le valió ser nombrado canónigo de la catedral de Lérida y entrar al servicio de Alfonso V como jurista y diplomático.
Tras la muerte de Benedicto XIII en 1423, tres de sus cardenales se reunieron en cónclave y eligieron como sucesor a Clemente VIII que instaló su sede en Peñiscola.
En 1429, el rey Alfonso V, quien había apoyado a Benedicto XIII, deseoso de un acercamiento a Roma, envió a Alonso de Borja como legado a Peñiscola con la misión de lograr que el antipapa Clemente VIII renunciara y se sometiera al papa Martín V. El éxito de su negociación, que supuso el fin del cisma que había dividido la Iglesia desde 1378, le supuso a Alonso el nombramiento como obispo de Valencia aunque en dicha ciudad solo permaneció tres años ya que en 1432 abandonó la ciudad, a la que nunca regresaría, para acompañar a Alfonso V, como vicecanciller y consejero real, en la campaña que habría de concluir en 1442 con la conquista del reino de Nápoles.
El 2 de mayo de 1444 fue nombrado cardenal por el Papa Eugenio IV, se traslada a Roma, a donde Rodrigo Borgia le sigue en 1449 para continuar su educación. Alfonso comenzó con una práctica que definiría su pontificado: El nepotismo, ofreciendo a sus dos sobrinos de quienes era tutor, Luis Juan de Borja y Rodrigo de Borja, importes cargos y beneficios eclesiásticos.
Consejero del papa Nicolás V, a la muerte de este, en 1455, fue elegido pontífice y adoptó el nombre de Calixto III. Según cuenta la leyenda su elección había sido profetizada por Vicente Ferrer, pero en realidad su elección fue debida a la influencia política del rey Alfonso V. Tras su elección, reclamó a sus dos sobrinos a quienes otorgó categoría de príncipes y nombrando notario apostólico a Rodrigo y otorgando el gobierno de Bolonia a Luis Juan; para al año siguiente nombrarle cardenales.
Su atención como pontífice se centró en la reconquista de Constantinopla que había caído en manos turcas en 1453. Para ello intentó organizar una cruzada enviando delegaciones a Inglaterra, Francia, Alemania, Hungría, Portugal y Aragón. Aunque en principio recibió el apoyo de húngaros, portugueses y genoveses, solo la flota húngara partió hacia Belgrado que se encontraba sitiada por el ejército del sultán turco, Mahomet II. La victoria conseguida el 14 de julio de 1456 no evitó que la cruzada fuera un fracaso.
También en 1456, estableció una comisión que anuló el juicio que, en 1431, había condenado a Juana de Arco y la declaró inocente de los cargos de brujería por los que había sido quemada en la hoguera. Ese mismo año promulgó la bula Inter Caetera por la que garantizaba a los portugueses la exclusividad de la navegación a lo largo de la costa africana. Un año antes, en 1455, había canonizado a Vicente Ferrer.
Hacia el final de su pontificado, en 1458, se enemistó con la corona de Aragón debido a que, al fallecer el que fuera su gran aliado, el rey Alfonso V, se negó a reconocer al hijo de este, Ferrante I, como rey de Nápoles al considerar que dicho reino pertenecía a la Iglesia.
Según una versión conocida por primera vez en una biografía póstuma, y luego embellecida y popularizada por el matemático francés del siglo XVIII Pierre-Simon Laplace, Calixto III habría excomulgado al cometa Halley en 1456, con ocasión de su aparición sobre Europa. La razón de la curiosa medida estaría fundamentada en la tradicional creencia en los cometas como símbolo de mal agüero, que en particular en aquella oportunidad lo sería contra los defensores cristianos de la ciudad de Belgrado, sitiada por los otomanos.
Las profecías de San Malaquías se refieren a este papa como Bos pascens ('El buey que pace'), cita que hace referencia al escude de armas de su familia, los Borgia, en el que aparece un buey dorado paciendo.
Murió en Roma, en los Estados Pontificios, el 6 de agosto de 1458. A la muerte de Calixto III, la población furiosa asaltó los palacios protegidos por el Papa.
2) Alejandro VI.
Rodrigo de Borja y Borja nació en Xàtiva, Valencia, 1 de enero de 1431 y fue hijo de Jofre de Borja y de Isabel de Borja, hermana del obispo de Valencia Alfonso de Borja, futuro papa Calixto III. Aunque comenzó sus estudios en Valencia, tras el ascenso de su tío al papado Rodrigo le siguió a Roma. En sus estudios en la Universidad de Bolonia consiguió el doctorado en Derecho, con lo que pasó a ser notario apostólico. Su parentesco con el Papa le valió ser nombrado en 1456 cardenal diácono in pectore y legado para los estados de la Marca de Ancona, en 1457 vicecanciller de la iglesia romana cuando solo tenía 25 años, y en 1458 obispo de Valencia. En 1468 recibió la diócesis de Albano.
Rodrigo era un mujeriego que al momento de su elección como Papa era padre de seis o siete hijos, aunque luego tuvo más. Participó en los cónclaves de 1458, en donde empezó a sonar su nombre como posible pontífice, pero los recelos que levantaba impidieron su elección, por lo que fue elegido Inocencio VIII; además de los de 1464 y 1471.
Rodrigo había sido con anterioridad vicecanciller de la Iglesia, general de sus ejércitos y prefecto de Roma, además de persona de confianza de los cuatro Papas precedentes y sagaz diplomático desempeñando funciones de legado de la Santa Sede ante las cortes europeas. Reunía, pues, las condiciones precisas para gobernar los Estados Pontificios, que buscaban su engrandecimiento territorial y político, ajenos a que constituían el patrimonio material de una organización eclesiástica de finalidad exclusivamente espiritual.
En el cónclave de 1492 Rodrigo se enfrentó con Julián de la Rovere, que fue su eterno enemigo, y a quien le ganó el puesto por medio de decenas de miles de ducados, favores y títulos. Los cardenales se dividían entre italianos franceses y españoles. Julián, además de ser italiano, contaba con los votos de los franceses ya que era el protegido de Carlos VIII de Francia, mientras que Rodrigo tenía el respaldo de España y la compra de varios votos italianos: Ascanio Sforza de Milán recibió la vice cancillería y el cardenal Orsini varios castillos. Así que no es de sorprender que en la mañana del 11 de agosto Rodrigo fuese nombrado Papa, que tomó el nombre de Alejandro en honor a Alejandro Magno, el emperador homosexual.
El nepotismo[43] exhibido por otros Papas, incluyendo a su tío Alfonso, dio paso con Alejandro VI al paternalismo, pues tenía hijos en número sobrado como para desempeñar todos los rentables ministerios cuyo otorgamiento quedaba en manos del Papa. De madre no precisada habían nacido primeramente Girolama, Isabel y Pedro Luis, que sería el primer duque de Gandía. Siendo Rodrigo ya cardenal, hacia 1467, tuvo por amante a Vannozza Cattanei, de cuya relación fueron fruto Lucrecia, César, Juan y Godofredo. Aún se le reconocen otros dos hijos de la tercera de las amantes “estables”, Julia Farnesio[44]. Los utilizó a todos en el desarrollo de sus planes políticos, particularmente a César, el brazo ejecutor de sus campañas militares, y a Lucrecia, cuya belleza y atracción usó como señuelo para captar por vía matrimonial a quienes la conveniencia del momento los convertía en aliados de interés.
Durante su Papado fue acusado de simonía y de asesinar a varios cardenales, pero la acusación más grave es el incesto que mantuvo con su hija Lucrecia, a quien en 1493, cuando ella tenía 13 años, la casó con el conde de Pesaro, Juan Sforza, que tenía 26. De esta manera se aseguraba el apoyo de Milán, pero trajo la enemistad con Nápoles debido a su rivalidad con el reino milanés, por lo que Rodrigo casó a su hijo Jofré con Sancha de Aragón, hija de Alfonso II, rey de Nápoles en 1494.
El reino de Nápoles venía siendo campo de confrontación entre aragoneses y franceses y fuente de conflictos para el Papado y para toda Italia. Los Anjou lo habían señoreado en otro tiempo, pero desde 1442 en que lo conquistara el monarca aragonés Alfonso V el Magnánimo con el beneplácito del Papa Eugenio IV, había pasado a formar parte de las posesiones de la corona de Aragón. Cedido en 1458 a Fernando, hijo ilegítimo de Alfonso V de Aragón y I de Nápoles, fue regido por aquél hasta su muerte en enero de 1494. La corona habría de pasar por línea directa a su hijo Alfonso II; no obstante, el rey de Francia Carlos VIII, aprovechando el momento sucesorio, adujo unos lejanísimos derechos al trono napolitano por la fenecida vía angevina para reivindicar su ocupación. A tal efecto, despachó un embajador a Roma en solicitud de la investidura del reino de Nápoles, encontrándose con la negativa de Alejandro VI que comisionó a su sobrino, el cardenal Juan Borja, para que coronase a Alfonso II. El monarca galo vio propicia la ocasión y no dudó en movilizar sus ejércitos a la conquista de Italia como paso previo a la liberación de Constantinopla de los turcos y posterior entrada triunfante en Jerusalén.
Irrumpió aclamado en Milán, lo saludaron como salvador en Florencia abandonada por Pedro de Médicis y encendida por el monje Savonarola, aplastó con facilidad la escasa resistencia que le opuso la ciudad de Luca y, sin apenas detenerse en su carrera hacia el sur, se encontró en Roma el último día del año 1494. Hubo gran expectación sobre lo que allí ocurriría; Carlos VIII había manifestado su intención de deponer a aquel Papa que había accedido al asiento Pontificio por simoniacos procedimientos y que tan indignamente se comportaba. Alejandro VI, cautelosamente, se refugió en el castillo de Sant´Angelo aunque nunca perdió la calma. Consciente de que no podía oponerse al francés por la fuerza adoptó ante él un modo de cordialidad y hasta de aceptación. El conquistador se dejó a su vez conquistar por las corteses maneras del pontífice y acabó reconociéndole como Papa legítimo y expresándole su filial obediencia. Tranquilizados los ánimos, el ejército francés prosiguió su marcha hacia Nápoles donde entró en febrero de 1495. Alfonso II había abdicado en su hijo Fernando y había huido acogiéndose a la protección de la corona aragonesa. La ocupación del reino se realizó sin enfrentamiento bélico.
Entre tanto Alejandro VI no había permanecido inactivo; tan pronto vio a Carlos VIII traspasar los muros de Roma, aprovechando los recelos que el fulgurante avance de las tropas galas estaba produciendo no solo en Italia sino fuera de ella, conjuró en su contra a Ferrara, Venecia, Mantua y aun la misma Milán, uniéndose a ellas el imperio de Maximiliano I y las coronas hispánicas de Aragón y Castilla-León de los Reyes Católicos, y, por descontado, los Estados Pontificios. Acorralado por todos, Carlos VIII no pudo consolidar sus conquistas y a duras penas logró retornar a Francia, maltrecho su ejército. Para el Papa se trató de una victoria política sin atenuantes.
Mientras que casi toda Italia se unía contra los franceses, Florencia permaneció apartada de la liga. Fanatizados los florentinos por los discursos visionarias de Savonarola habían arrojado a los Médicis de sus dominios y habían creado, bajo la soberanía del monje predicador, una república partidaria de Carlos VIII, el providencial salvador del mundo en las figuraciones místicas de aquél. Fue esta actitud política del nuevo regidor de Florencia y no tanto su espíritu reformista eclesiástico, el Papa había aprobado en 1493 sus propuestas de reforma de la orden dominica en Toscana, lo que alarmó a Alejandro VI y lo que no pudo tolerar. Enfrentado a Roma en ademán desafiante fue excomulgado, sentenciado a muerte, ejecutado en la horca y entregado su cadáver a las llamas en mayo de 1498. No era sino uno más de los opositores a la política estatal del Vaticano que pagó cara su osadía.
Tras la invasión francesa, los barones de la Romaña, especialmente los Orsini, se enfrentaban en Roma. Rodrigo trae a su hijo Juan de España y le nombra capitán general del ejército papal. La campaña comenzó en 1496 con victorias papales frente a los Orsini, pero Juan era un inútil y los Orsini ganan terreno y obligan al Papa a pedir la paz a principios de 1497.
César se mantiene disgustado con el puesto de cardenal y comienza a tramar para conseguir ciertos objetivos, poniendo a Juan Sforza en fuga y haciendo que Lucrecia lo divorcie. Ella se refugia en el convento de San Sixto para dar a luz un hijo en marzo de 1498, aunque para divorciarse había asegurado que Juan no había podido consumar el matrimonio, por lo que se cree que su hijo era de Pedro Calderón, el camarero del Papa que apareció muerto en el Tíber, o bien, era hijo del Papa, siendo a la vez hijo y nieto de Rodrigo.
César casa a Lucrecia con Alfonso de Besceglia, hijo del rey de Nápoles, teniendo como objetivo alcanzar el mando del ejército papal, ya que la cobardía de su hermano le ha colmado la paciencia. Juan apareció muerto en el Tíber el 15 de junio de 1497 y el sospechoso número uno es César. Algunos creen que el motivo principal de esta muerte fue que Lucrecia admiraba a Juan, y el amor insano de César por su hermana le llevó a cometer el homicidio.
En agosto de 1498 logra que su padre le libere de su condición de cardenal y le nombre como capitán del ejército papal. En octubre se entrevista con Luis XII de Francia que le recibe en su corte nombrándole duque de Valentinois y le casa con Carlota de Albret, hermana del rey de Navarra.
En Francia, al desaparecido Carlos VIII le había sucedido su primo, el duque de Orleans, Luis XII, quien suscribió con Fernando el Católico el tratado secreto de Granada por el que ambos se repartían el reino de Nápoles, todavía bajo el reinado de Federico I. El Papa estuvo de acuerdo, atisbando el beneficio que extraería de esta partición. En junio de 1501 depuso al monarca napolitano bajo la acusación de haber urdido un contubernio con los turcos en contra de la cristiandad y permitió que franceses y castellano-aragoneses emprendieran el decomiso. Surgidas las primeras desavenencias entre los coaligados, Alejandro evitó favorecer uno u otro bando; la duda quedó despejada cuando en 1503 Fernando de Andrade y Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, derrotaban a los franceses en Seminara y Ceriñola, inclinando la guerra del lado español; el Papa prometió su ayuda una vez fuera tomada Gaeta, pero murió antes de que llegase a ocurrir.
El 6 de agosto de 1503 Alejandro y César Borgia celebraron un banquete en la residencia campestre del cardenal Adriano da Corneto, en compañía de otros comensales. Varios días después todos ellos cayeron gravemente enfermos; la juventud de César le permitió superar la enfermedad, pero Alejandro, a sus 73 años, murió el 18 de agosto. La causa de su muerte sigue siendo desconocida; inmediatamente después de producirse, se difundieron los rumores de que el fallecimiento había sido producido por la ingestión de un veneno que César Borgia había preparado para asesinar a los otros convidados, y que por el error de uno de los sirvientes les fue suministrado a ellos mismos.
Fue enterrado, junto con Calixto III, en San Pedro. Cuando el obelisco de Nerón fue trasladado al centro de la plaza, se destruyó el monumento funerario y se recogieron los restos en una urna que años después se llevó a la iglesia de Santa María de Montserrat de los Españoles.
3) César Borgia.
César Borgia fue duque; príncipe; conde; condottiero; gonfaloniere; obispo de Pamplona, cuando solo contaba 16 años; arzobispo de Valencia, cuando solo tenía 19 años; capitán general del ejército del Vaticano y cardenal antes de cumplir 20 años de edad, durante el Renacimiento. Investido además como Duque en Francia con unos 23 años de edad, este hispano-italiano, perteneciente a la familia de los Borgia, había nacido en Roma el 13 de setiembre de 1475.
Era el segundo hijo natural del cardenal, de origen valenciano, Rodrigo Borja, futuro Papa Alejandro VI, y de Vannozza Cattanei, una patricia romana, tuvo dos hermanos: Juan y Jofré, y una hermana, Lucrecia. Uno de los secretarios de Alejandro hizo una carta astral sobre César nada más nacer, en la que vaticinó que tendría una vida fulgurante, de poder y gloria, pero que sería rápida y acabada en asesinato. El secretario no se equivocó en nada.
En 1486 fue destinado, junto con Lucrecia, bajo la tutela de Adriana de Milá, prima lejana de su padre. De ojos marrones y pelo naranja, César fue un niño agraciado, que se convertiría en un hombre alto, fuerte y con gran ambición, más que su padre. Fue un muchacho atlético durante su adolescencia, capaz de romper una lanza con sus manos, cabalgar hasta la extenuación de los caballos y lancear toros.
Su padre proyectó para él una carrera eclesiástica, como era tradicional para el segundón de las familias nobles, en tanto que su hermano Juan, nombrado duque de Gandía, ocuparía el cargo de capitán general de los ejércitos pontificios. Cargo que su hermano César ansiaba para sí.
Estudió teología y leyes en la universidad de Perugia; en Pisa, a los 17 años, César Borgia es consagrado protonotario del papado y nombrado obispo de Pamplona[45]. Antes de cumplir los 20 años ya era arzobispo de Valencia y poco después cardenal. En 1495 fue arrestado por el rey francés Carlos VIII tras la invasión de Nápoles por parte del francés. Consiguió huir poco después.
En 1497 Juan Borgia apareció asesinado a orillas del río Tíber en Roma. Se especuló que César tuvo que ver en esta muerte, sin embargo en plenas investigaciones, el Papa Alejandro suspendió las mismas y se vio obligado a sustituir a Juan por César en el cargo de capitán general del Vaticano. En 1498 abandona la carrera eclesiástica, por la que no sentía el menor interés, siendo la primera persona de la Historia en renunciar al cardenalato, y se dedica a sus nuevos quehaceres militares, que desde siempre le atrajeron más. Cumplió así su deseo de ser un hombre de estado.
En este año el rey de Francia, Luis XII, buscando una alianza con el Papa, nombra a César duque de Valentinois, siendo llamado “el Valentino”. Se da a conocer en la corte francesa, en donde es admirado por su porte y contrae matrimonio con Carlota de Albret, hermana del llamado Rey de Navarra, Juan III de Albret, en realidad Rey Consorte de la Reina Titular de Navarra Catalina de Foix. Poco después es nombrado administrador de las posesiones de los Borgia. En 1499 acompañó a los ejércitos franceses en la toma de Milán.
Calculador y violento, César intenta en 1500 con el apoyo de su padre instaurar un principado en Romaña, que no rendía tributo al Papa, e inicia su conquista en la villa de Forli dominada por Caterina Sforza, quien se resistió durante mucho tiempo aunque después fue su amante y acabó recluyéndola en el castillo Sant'Angelo. Conquista Faenza, que le ofrece heroica resistencia, Imola y Pésaro y continúa su expansión por la Italia central invadiendo el ducado de Urbino. Su eficacia militar fue legendaria con la ayuda de generales como Ramiro de Lorca, Miquel Corella o Diego García de Paredes. Por cada ciudad por donde estuvo fue aclamado y querido, siendo gran político y administrador público, justo y modelo de gobernante. Finalmente entró de forma triunfal en Roma en febrero de 1500. La actividad militar de César logró unificar los pequeños estados de la Italia Central en el Gran Ducado de la Romaña. Todo ello beneficiaría al papado que sobre esta base organizó el Estado Pontificio.
El pago de las tropas y los desacuerdos con Francia sobre la política a seguir en Florencia y Bolonia, que estaban amenazadas por César, origina que le surjan enemigos entre los condottieros de su ejército, que se rebelan contra él. La teórica reconciliación entre César y sus capitanes provoca la prisión y ejecución de los capitanes rebeldes en diciembre de 1502, después de acusarlos de preparar un atentado contra él.
Contrató, por un breve periodo de tiempo a Leonardo da Vinci como arquitecto e ingeniero militar debido a la gran experiencia que éste tenía en estas lides, adquirida durante los años que trabajó para Ludovico Sforza antes de que fuera expulsado de Italia por Carlos VIII de Francia.
En 1501, César Borgia es nombrado duque de la Romaña. Político hábil pero cruel, en 1502 el 31 de diciembre para desembarazarse de sus principales enemigos los invita a su castillo de Senigallia y los hace asesinar.
En 1503 César y su padre, el Papa Alejandro VI, acuden a un convite del cardenal Adriano de Fornetto. Después del banquete, el Papa se sintió visiblemente deteriorado y murió de terribles dolores en su estómago, tal vez envenenado, el 18 de agosto de 1503. César soportó mejor el posible veneno. El 22 de septiembre de 1503 es nombrado Papa el cardenal Francesco Todeschini Piccolomini que toma el nombre de Pío III y hace encarcelar a César Borgia. Sospechosamente, Pío III muere 23 días después y es nombrado Papa el cardenal Julián de la Rovere que toma el nombre de Julio II. Enemigo acérrimo de los Borgia, ordena entregar de inmediato a César por parte de Gonzalo Fernández de Córdoba, en 1504, al rey de Castilla para ser juzgado en España. Es encarcelado en Chinchilla y meses después lo trasladan al Castillo de La Mota en Medina del Campo.
Una noche de octubre de 1506 se descuelga de la torre con la ayuda de un criado, pero es descubierto y la soga cortada. César consigue escapar a lomos de un caballo. La reina Juana la Loca ordena prenderle y pone precio a su cabeza.
Con intención de coger un barco que le lleve a Navarra, César llega a Medina del Campo fingiendo ser un mercader de grano. En Santander se disfraza y acompañado de unos comerciantes vascos embarca en un navío pero el estado de la mar le impide continuar más allá de Castro Urdiales. En esta localidad alquila tres mulas al convento de Santa Clara y pasa por Bermeo, Vergara, Atallo y el puerto de Azpíroz, hasta llegar el 3 de diciembre a Pamplona, su antigua sede episcopal, donde es acogido por su cuñado el rey de Navarra Juan de Albret.
Desde 1452, Navarra estaba en guerra civil entre dos facciones opuestas: Los agramonteses, partidarios de los reyes Juan y Catalina, y los beaumonteses, partidarios del condestable del reino, el conde de Lerín. César se pone al servicio de su cuñado el rey Juan de Albret, quien le nombra condestable y generalísimo o capitán de los ejércitos de Navarra.
Su primer objetivo militar es la conquista de la plaza beaumontesa de Larraga y, ante un fracasado intento, pasa a la villa de Viana en posesión del conde de Lerín. En marzo decide conquistar la villa y lo consigue, aunque no el castillo. En la noche del 11 de marzo de 1507, se desata una gran tormenta y César ordena retirar la vigilancia de la villa, lo que es aprovechado por sesenta jinetes del conde de Lerín, posiblemente con la colaboración de algunos vecinos, para evadir el cerco, entrar en la fortaleza a través de una poterna o pasadizo de las murallas, llamada tradicionalmente “Puerta del Socorro”, y abastecer a sus defensores con víveres para un mes más. Al amanecer, la guardia ve cómo los jinetes abandonan el castillo en dirección a Mendavia y dan cuenta a César Borgia. Este, encolerizado al sentirse burlado y humillado se pertrecha, toma las armas y un caballo y se lanza en su persecución por el Portal de la Solana.
César no se percata que ha dejado atrás a su guardia y a sus soldados hasta que llega al término conocido como “La Barranca Salada”. Aquí tres hombres del conde de Lerín le preparan una emboscada, Garcés de Ágreda, Pedro de Allo y otro de nombre desconocido. Entablan combate con César, quien al intentar golpear a Pedro de Allo levanta el brazo dejando desguarnecido un espacio vital debajo del mismo. Este momento es aprovechado por Garcés para clavarle una lanza en el costado. César es derribado, cae a tierra y en el frío suelo lo rematan. Luego se apoderan de sus ropas y bienes y lo dejan allí completamente desnudo sin que se sepa exactamente quién es el caballero ahí tirado, hasta la llegada de Juanicot, paje de César, que se echó a llorar como un niño, abrazando los despojos de su señor. El conde de Lerín, como buen caballero, le hace duelo y permite a Juanicot trasladar el cadáver a Viana para ser enterrado en la iglesia de Santa María, donde permaneció poco tiempo, ya que a mediados del siglo XVI, un obispo de Calahorra, a cuya diócesis pertenecía la parroquia de Viana, consideró un sacrilegio la permanencia de los restos de este personaje en lugar sagrado. Mandó sacarlos y enterrarlos frente a la iglesia en plena Calle Mayor, “para que en pago de sus culpas le pisotearan los hombre y las bestias”. El resultado final fue la destrucción del mausoleo.
Es increíble que el cuerpo de César haya sido sacado de la Iglesia de Santa María por considerarse sacrilegio, pero aún así, la mayoría de los cuadros de Jesucristo pintados en épocas cercanas a los Borgia, estaban basados en César Borgia, lo que ha influido en las imágenes de Jesús creadas hasta el día de hoy.
Pero César Borgia no solo fue inmortalizado en la pintura, sino también en la literatura, siendo el prototipo del individuo cruel y ambicioso que no abrigó ningún sentimiento generoso y para satisfacer sus odios cometió innumerables asesinatos. Nicolás Maquiavelo, que le admiró y conoció en vida, tomó como modelo la figura de César Borgia para escribir su gran obra, El Príncipe, y Alejandro Dumas hizo muchas menciones de conspiraciones basadas en los Borgia en El conde de Montecristo.
4) Lucrecia Borgia.
Lucrecia Borgia nació el 18 de abril de 1480 y fue la hija de Rodrigo Borgia, el poderoso renacentista valenciano que más tarde se convertiría en el Papa Alejandro VI, y de Vannozza Cattanei.
Demasiado poco se conoce de Lucrecia para tener la certeza sobre la veracidad de las historias que le atribuyen una participación activa en los crímenes de su padre y de su hermano. Su padre o su hermano con seguridad le concertaron una serie de casamientos con hombres importantes o poderosos de la época, siempre con las ambiciones políticas de la familia en mente. Lucrecia se desposó con Giovanni Sforza, Señor de Pésaro; Alfonso de Aragón, Duque de Bisceglie; y con Alfonso d'Este, Príncipe de Ferrara. Los rumores sobre Alfonso de Aragón hablaban de que era un hijo ilegítimo del Rey de Nápoles y de que César Borgia pudo haberlo asesinado cuando su valor político empezó a eclipsarse.
Después de que Rodrigo Borgia fuera elegido Papa, en 1493 casó a Lucrecia con Juan Sforza con el fin de obtener una poderosa alianza con esta familia milanesa. La boda fue todo un escándalo, pero no mucho más que otras extravagantes celebraciones del Renacimiento.
Al poco tiempo, la familia Borgia no tenía necesidad alguna de los Sforza, y la presencia de Sforza en la corte papal era innecesaria. El Papa necesitaba otras alianzas mucho más ventajosas, motivo por el que posiblemente ordenó su asesinato. El hermano de Lucrecia, César, le informó de esto a su hermana, y ella advirtió a su marido quien huyó de Roma. Es muy posible que el Papa Alejandro jamás ordenara este asesinato y no fue más que un complot realizado por César y Lucrecia con el fin de alejar de la Corte a un marido aburrido. Fuera como fuese, al Papa Alejandro y a César les agradó la posibilidad de poder concertar otra boda para Lucrecia, pero antes de ello, tenían que librarse de Juan.
Alejandro pidió al tío de Juan, cardenal Ascanio Sforza, que persuadiese a Juan para que se anulara el matrimonio. Juan se negó y además acusó a Lucrecia de incesto con su padre y con su hermano. Dado que el matrimonio no había sido consumado, el Papa dijo que era un matrimonio no válido y ofreció a Juan la dote de Lucrecia si mostraba su acuerdo con la anulación. La familia Sforza amenazó a Giovanni con retirarle su protección si rehusaba la oferta de Alejandro. Al no tener otra elección, Juan Sforza, firmó ante testigos una confesión en al que admitía ser impotente, lo que equivalía a consentir la anulación de la boda.
Después de que Rodrigo fuera elegido Papa, se inicia la fase de la vida de Lucrecia Borgia que más sustento ha dado a su leyenda negra posterior, los hechos son los siguientes: Mientras se llevaba a cabo la separación de Juan Sforza, Lucrecia estuvo recluida en un monasterio y su única relación con el exterior era mediante mensajes que le enviaba su padre por medio de un tal Perotto. Justo antes de la boda con su siguiente marido, Alfonso de Aragón, a los 17 años de edad, habría dado a luz a un niño, Giovanni, al que los historiadores llamaron “el infante romano”. El Papa Alejandro VI, en 1501 emitió dos bulas: En la primera reconoció al niño como hijo de César y en la segunda, que se mantuvo secreta durante años, lo reconoció como hijo de él mismo. Las bulas no mencionan a Lucrecia, aunque, al poco tiempo, Perotto dijo que el hijo era de él con la relación que había mantenido con Lucrecia. Al poco tiempo, en 1502, César, en apoyo de esta paternidad, nombró Duque de Camerino al niño. Camerino era una de las conquistas de César, de aquí que heredara este ducado el hijo mayor del Duque de Romaña. Sin embargo, al poco de la muerte de Alejandro VI, Juan fue a vivir con Lucrecia en Ferrara, donde se le reconoció como hermanastro.
Hasta aquí los hechos, mientras que las interpretaciones son mucho más variadas. La creencia más difundida es que el niño, hijo de Lucrecia, era el fruto de su incestuosa relación con César, y que Perotto, dada la debilidad que sentía por ella, dijo que el niño era suyo. Durante el embarazo, Lucrecia estuvo, como se ha dicho, encerrada en un convento lejos de Roma, de modo que en realidad, nada se pudo saber sobre su estado. Según esta teoría, Lucrecia estaba muy preocupada por la posibilidad que se supiera que estaba embarazada y que esta noticia llegara a Roma, ya que entonces todos sabrían que era hijo de su hermano César. César en esa época era cardenal de la Santa Iglesia, y si hubiera tenido una relación ilícita con su hermana mientras ella estaba casada con Juan, habría sido muy difícil ocultarlo, especialmente a su padre, el Papa. De cualquier modo la leyenda del incesto o incestos tanto con su hermano como con su padre, en gran medida surge de esta época, y como se observa nada se puede asegurar.
En el primer encuentro que hubo entre Alfonso de Aragón y César Borgia, antes de la boda con aquél, Cesar quedó muy bien impresionado por él y su aspecto, además la boda con él suponía una alianza muy beneficiosa para los Borgia. Con el tiempo dicha alianza se volvió políticamente adversa, entre otros motivos por las intrigas maquiavélicas de los Borgia. César manda matar a Alfonso, quien fue atacado una noche de julio de 1500 quedando herido. En venganza los hombres de Alfonso disparan a Cesar con sus arcos cuando caminaba por el jardín. César nuevamente jura venganza. Lucrecia sabedora de esto, no se separa día y noche del lecho de Alfonso hasta que, engañada por su hermano, sale del cuarto, lo que sirve a un hombre de confianza de Cesar para asesinar a Alfonso. El matrimonio tuvo un niño, Rodrigo, que moriría en 1512, antes que su madre, con 13 años de edad.
Por supuesto la leyenda negra va por otro lado, acusando igualmente a César del asesinato, pero por celos. Con la boda, Lucrecia habría dejado de prestar atención a su hermano. Para colmo, César tuvo un rebrote de sífilis del que le quedaron muchas cicatrices en la cara una vez se recobró. Estas cicatrices lo acomplejaron mucho y comenzó a llevar máscaras y a vestir de negro. Este aspecto hizo que aún odiara más a Alfonso de Aragón, quien era muy atractivo de modo que en una visita que les hizo en Roma, los hombres de César Borgia le atacaron y sucedieron los hechos mencionados.
Al año de la muerte de Alfonso, Lucrecia pasa a ser la administradora de la Iglesia y del Vaticano, lo que fue muy criticado dada su juventud e inexperiencia. Además, para entonces, su fama no podía ser peor y cuando se piensa en casarla nuevamente con un vástago de la familia D'Este, duques de Ferrara, de nombre Alfonso igualmente, la familia muestra su más clara negativa. No obstante, los Borgia insisten y, con su dinero y poder, obtienen finalmente su consentimiento.
Lucrecia parte para Ferrara, donde en 1505, tras la muerte de Hércules d’Este, padre de Alfonso d’Este, pasa a ser duquesa de Ferrara. Durante su estancia en la ciudad se descubre como amante de las artes, tiene una relación platónica con el poeta Il Bembo y cuida a sus hijos abnegadamente. Lucrecia intentó llevar a la Corte de Ferrara al hijo que tuvo con Alfonso de Aragón, pero su marido se niega, teniendo que vivir con Isabel de Aragón. Con ella moriría en 1512, muerte que entristece enormemente a Lucrecia, que durante un tiempo se recluirá en un convento.
En 1519 y tras el parto de su quinto hijo muere de fiebre puerperal a los 39 años, habiendo sido la digna esposa del Duque de Ferrara. Sus contemporáneos vieron en ella a una mujer culta, inteligente y bella, amante del arte, aunque utilizada por sus ambiciosos padre y hermano, en un medio adverso mucho más crítico con las mujeres que con los hombres, deduciéndose de todo ello que la mayor parte de la leyenda negra es falsa. Como todos los Borgia conservó a lo largo de toda su vida el uso del valenciano con sus familiares. Recordemos que Alfonso de Borja, el primer Borgia y futuro papa Calixto III, tío abuelo de Lucrecia, había nacido en la Torreta de Canals, cerca de Játiva, en 1378, y su padre Rodrigo en la misma Játiva, la noche de fin de año de 1431–1432.
3. Los Tribunales de la Inquisición y las Cruzadas de Exterminio.
Es común que los historiadores cuenten hoy con espanto las brutalidades y masacres de los tribunales de la inquisición. Aun los historiadores católicos, buscando atenuar en lo posible el terrible registro de esa época, deben reconocer su espantosa brutalidad. Uno de ellos, después de tratar de justificar sus hechos, y de aducir erróneamente que “la intolerancia es la concomitante más fuerte”, concluye diciendo que: “Comparado con la persecución de la herejía en Europa de 1227 a 1492, la persecución de los cristianos por los romanos en los primeros tres siglos después de Cristo fue un procedimiento suave y humano. Con toda la tolerancia que se requiere de un historiador y que se le permite a un cristiano, debemos colocar la inquisición... entre las más oscuras manchas en el registro de la humanidad, pues revela una ferocidad desconocida en ninguna bestia”.
Los símbolos de la Inquisición eran la cruz, la espada y una rama. A menudo aparecen en grabados siendo llevados por ángeles. Este escudo de armas pertenece al Palacio Real Mayor de Barcelona, y posee además figuras de animales salvajes para resaltar su poder.
Las reacciones antipapales más que se dieron dentro del cristianismo, y que llevaron a Roma a instaurar la terrible institución de la inquisición, surgieron cuando el poder del papado alcanzó su “cénit”, ya bien avanzada la Edad Media. Para ser más exacto, fue cuando “los papas legisladores” del siglo XIII hicieron renacer el Derecho Romano que permitió la reconquista del poder de Roma y dio la base jurídica para el nuevo poder del Papado, que Europa vio resurgir su antítesis, es decir, los movimientos religiosos de protesta por la mundanalidad y apostasía de la Iglesia romana, y por sus aspiraciones imperialistas de supremacía temporal y espiritual.
a. Los símbolos de la Inquisición española.
Como muchos de estos movimientos atacaban el lujo y la pomposidad material de la iglesia romana, contrastándolos con el ejemplo de Cristo y los apóstoles, Inocencio III y los demás Papas que lo sucedieron, manifestaron especial interés en la fundación y desarrollo de las dos órdenes mendicantes más famosas del medioevo: La de los dominicos y la de los franciscanos. Pero como estas dos órdenes no tenían mucho éxito en su prédica contra los así llamados herejes, los cataros o albigenses y valdenses en especial, el Papado les dio la misión de exterminarlos. Esto lo hicieron mediante un sistema policíaco de tribunales que los frailes y dominicos establecieron en casi toda Europa. Estas órdenes, cuyo legajo asesino mancha toda la historia de la iglesia del medioevo, pasaron a depender exclusivamente del Papa.
Cuando Voltaire se hizo popular y condenó al infierno seis siglos después al fundador de los dominicos en su obra titulada “La doncella de Orléans” en referencia a la muerte injusta en la hoguera a la que se condenó a Juana de Arco en París, los dominicos trataron de desmembrar la obra y misión de su fundador, de la inquisición y su crueldad histórica. Pero esto no es posible, porque hay sobradas pruebas históricas que confirman su identificación con el inicio de semejantes masacres que llevaron a cabo en toda la Edad Media. Cuando Domingo fue canonizado el 4 de agosto de 1234, los monjes y obispos celebraron públicamente con una quema en la hoguera de herejes, la alegría inmensa que tenían por el hecho. Luego volvieron dando gracias a Dios y al bienaventurado Domingo, en su primer día de fiesta.
Aunque ya se habían manifestado ciertos intentos inquisitoriales para destruir a los herejes entre los años 1163 y 1184, no fue sino bajo el pontificado de Inocencio III[46] que se coordinó la represión herética. Bajo su mandato se convocó el Concilio de Letrán[47], el que tuvo la asistencia de 400 obispos, 800 abades, y la mayoría de los gobernantes europeos.
En ese concilio se especificó la confiscación de los bienes de los herejes, así como su expulsión de todo cargo público y su excomunión, pero no se determinó aún la clase de castigo corporal que debía aplicárseles. Teniendo en cuenta que las disposiciones papales anteriores no habían logrado una aceptación muy generalizada entre los obispos católicos, se determinó que los obispos que fuesen tolerantes serían destituidos.
Poco más tarde se fundó la Inquisición bajo el Papa Gregorio IX[48], con la característica expresa de ser “pontificia” y “monástica”. Con esto se dio a entender que los monjes o frailes inquisidores respondían únicamente ante el Papado, no ante la justicia local o nacional. Su creación causó resentimiento entre los obispos, que aunque perseguían a los no católico-romanos, no podían hacerse a la idea de imponer un tribunal tan cruel y salvaje en medio de la cristiandad.
Esta es una de las numerosas pruebas de que semejante invención papal no fue producto de la época, como ha querido aducirse para disculpar la religión romana, sino que al contrario, la época que se estableció a partir de entonces quedó marcada por el espíritu del papado. En otras palabras, la creación de los tribunales de la Inquisición y sus secuelas políticas, religiosas, culturales y sociales, fue una creación directa del papado.
b. La implantación de la tortura.
En 1252, el papa Inocencio IV dio su sanción en favor de la aplicación de la tortura para arrancar confesiones de los herejes, y desde entonces, numerosas bulas de diferentes Papas se dedicaron a especificar las clases de torturas que los inquisidores debían utilizar. Entre ellas está la famosa bula del Papa Inocencio IV, llamada Ad Extirpanda, que pretendía subordinar por completo el poder civil al Santo Oficio, nombre éste con que se dio en llamar a los tribunales de la Inquisición, estableciendo que la extirpación de la herejía debía ser la obligación principal del Estado.
Fue este Papa, Inocencio IV, el que introdujo la tortura como instrumento fundamental para la obtención de confesiones, y el que dividió toda Italia y Europa en provincias “inquisitoriales” mediante la bula Super Extirpatíone. Con otras bulas semejantes impuso también la hoguera como pena capital contra los no católicos, llamó a una cruzada generalizada en contra de los herejes, y otorgó los mismos privilegios e indulgencias habituales que se concedían a los cruzados que iban a Tierra Santa. También determinó la confiscación de las propiedades de los herejes que estuviesen en mano de sus herederos. Otra bula notable fue la del papa Nicolás III en 1280, que revela claramente el propósito de la Inquisición. Entre sus principales declaraciones extraemos las siguientes: “Por este medio excomulgamos y anatematizamos a todos los herejes -Cataros, Patarios, Hombres Pobres de Lyon... y a todos los otros, cualquiera sea el nombre que tengan. Una vez condenados por la iglesia, serán entregados al juez secular para ser castigados... Si alguno, después de ser apresado, se arrepiente y desea hacer penitencia, será encarcelado de por vida... Todos los que reciban, defiendan o ayuden a los herejes, serán excomulgados..., y si permanecen excomulgados por un año, serán finalmente proscriptos o condenados como herejes. No tendrán derecho de apelación... Cualquiera que les dé un entierro cristiano será excomulgado hasta que haga satisfacción propia. No será absuelto hasta que haya desenterrado sus cuerpos con sus propias manos y los haya arrojado de nuevo...”
Se le prohibía a los laicos discutir asuntos de fe católica; bajo pena de excomunión, lo cual, aunque en este tiempo no se practica directamente, aun se mantiene el temor a tal punto que los laicos prefieren no cuestionar nada en asuntos de la fe y aceptan todo los que se les diga directamente desde el clero.
Cualquiera que conociese herejes, o a aquellos que sostuvieran reuniones secretas, o a los que no se conforman en todo respecto a la fe ortodoxa, tenían que hacer conocer esto a su confesor, o a algún otro que traerá la información al obispo o al representante de la inquisición. Si no lo hacía, era excomulgado. Los herejes y los que los recibían, apoyaban, o ayudaban, y todos sus niños hasta la segunda generación, no serían admitidos para un oficio eclesiástico. Eran privados de todos los beneficios mencionados para siempre.
Para facilitar la obra de los inquisidores, se crearon numerosos manuales que indicaban el procedimiento a seguir con los herejes, y en donde se recopilaban todos los materiales pre-existentes. Entre ellos se destaca el Directorio de Raimundo de Peñafort[49], que define a los herejes sencillamente como gente que escucha “los sermones de los cataros”, y los que creen que los cataros “son hombres buenos”. Llama la atención en este directorio primitivo, una cláusula acerca de la investigación cuidadosa que debe hacerse de los sospechosos, ya que según se arguye, los cataros también “predican buenas palabras”, pues enseñan a no mentir ni fornicar, y que la gente debe ir a la iglesia.
En estos manuales se detallaban las formas de tortura y los principios de su uso para la confesión de los penitentes. El manual llamado Processus inquisitionis[50], preparado por dos inquisidores franceses bajo la orden del Papa Inocencio IV, concluye declarando que si todos los principios de justicia en contra de los herejes allí estipulados se cumplen plenamente, “el Señor aparecerá glorioso y maravilloso en los frutos de la Inquisición”. No obstante, para hacer frente a los terribles problemas de conciencia que podían despertarse en los inquisidores, el Papa Alejandro IV ordenó en una bula que en la ejecución de la tortura debía haber por lo menos dos inquisidores. Uno tendría a su cargo la aplicación de la tortura; el otro estaría a su lado para absolverlo luego de toda culpa, y de otorgar dispensas a sus colegas.
c. Procedimiento e instrumentos de tortura usados por los inquisidores.
¿Cómo llevaban a cabo los tribunales de la inquisición su misión de perseguir y destruir a los herejes? Todo aquel que viaja por Europa hoy, puede ver en los museos y en muchos castillos, los instrumentos de tortura que se poseía para arrancar la confesión de los herejes acerca de quiénes compartían su fe. Toda clase de torturas eran admisibles para extirpar la herejía. Se buscaba con ellas forzar a los testigos a testificar o confesar el nombre de otros herejes. Todos los que eran acusados en una localidad, podían ver, bajo petición, una lista combinada de todos los acusadores, pero sin especificaciones de quién los había acusado. Tampoco se les permitía ninguna ayuda legal. En otras palabras, la apelación era prácticamente imposible.
El hermetismo total del interrogatorio hacía que el acusado nunca pudiese enterarse de quienes eran sus acusadores. El bombardeo de preguntas complejas a los que lo sometían inquisidores sagaces y sutiles, hacía que a menudo la víctima ni siquiera pudiese comprender el cargo que había contra ella. Como ha podido probarse vez tras vez al considerar los anales de la historia, los inquisidores solían orquestar tan bien su arsenal de preguntas, a las que alternaban con torturas y amenazas, que era corriente que los herejes no pudiesen hacer otra cosa que decir lo que los inquisidores habían tramado de antemano.
Cuando los acusados se negaban a traicionar a los amigos y parientes, se consideraba el hecho como prueba de que la conversión no había sido completa. De esta forma se acusa hoy a la inquisición de haber diseminado el miedo y el odio en las herméticas sociedades feudales.
Esto lo hizo también ofreciendo indulgencias a los que delataban a los herejes. Ya en las cruzadas que el Papa Inocencio III lanzó en 1207 contra los albigenses, ofreció indulgencias, esto es, documentos con el perdón de los pecados pasados y la palma del martirio en el caso de morir en el campo de batalla. Por otro lado, todo aquel que delataba a los herejes ante los inquisidores, era normalmente recompensado con un máximo de tres años de indulgencias por su información.
¿Cuáles eran los instrumentos de tortura? La flagelación y el azote, las barras dentadas de hierro con puntas sobre las cuales se acostaba y presionaba a las víctimas, su reclusión en oscuras y estrechas mazmorras, en donde los condenados debían hacer descansar la espalda sobre el frío suelo de los inviernos europeos. También era frecuente que se le diese al prisionero una dieta miserable de pan y agua, con el propósito de debilitarlo y en esta condición, alternar la tortura psicológica con promesas de misericordia o amenazas de muerte. De esta forma se buscaba lograr la confesión y delación de los herejes y sospechosos de herejía.
d. Proceso penal.
Al llegar los inquisidores a una población se proclamaban dos edictos, el “edicto de fe”, obliga a los fieles, bajo pena de excomunión, a denunciar a los herejes y cómplices, y el “edicto de gracia”, en que el hereje, en un plazo de quince a treinta días, podía confesar su culpa sin que se le aplicase la confiscación de sus bienes, la prisión perpetua ni la pena de muerte. Esto provocaba autoinculpaciones, pero también numerosas delaciones, protegidas por el anonimato. Los denunciados no conocían en ningún momento de qué se les acusaba. El secreto sumarial con que el Santo Oficio llevaba sus procesos, con el fin de evitar represalias, provocaba un gran temor en la población y convertía a cualquier ciudadano en un posible delator o colaborador del tribunal. Por otra parte, los acusados tienen derecho a proporcionar previamente el nombre de los que tendrían un motivo para perjudicarles, lo que constituye un modo de recusar su denuncia. En caso de falso testimonio, la sanción equivale al castigo previsto para el acusado. El primer interrogatorio tiene lugar en presencia de un jurado local constituido por clérigos y laicos cuya opinión se escucha antes de promulgar la sentencia. Con el fin de evitar represalias, el nombre de los acusadores es secreto, pero el inquisidor debe comunicarlo a los asesores del juicio que deben controlar e investigar la veracidad de las acusaciones. Si el acusado mantiene sus negativas, sufre un interrogatorio completo cuyo fin es el de recibir su confesión. En 1235, el concilio regional de Narbona pide que la condenación sea decidida exclusivamente a la vista de pruebas irrefutables bajo el pensamiento que más vale soltar a un culpable que condenar a un inocente.
El detenido era encarcelado en una cárcel especial. Se secuestraban sus bienes para su mantenimiento y los gastos de su proceso. Incomunicado, el reo ignoraba a menudo por completo los cargos que se le imputaban. El proceso consistía en una serie de audiencias en que se escuchaba a los denunciantes y al acusado. Este último contaba con un abogado defensor, que no la defendía sino meramente le amonestaba a que confesase sus culpas o le asesoraba en cuestiones de procedimiento. Para obtener la confesión se podía utilizar la coacción; ya sea mediante la prolongación de la prisión, ya sea por la privación de alimentos, o bien, en último lugar, por la tortura. Durante mucho tiempo la iglesia fue hostil a ello. En 886, el Papa Nicolás I declaraba que este método no era admitido ni por las leyes humanas ni por las leyes divinas, pues la confesión debe ser espontánea. En el siglo XII, el decreto de Graciano, una recopilación de derecho canónico, repite esta condena. Pero en el siglo XIII, el desarrollo del derecho romano provoca el restablecimiento de la tortura en la justicia civil. En 1252, Inocencio IV autoriza su uso por los tribunales eclesiásticos, con condiciones muy concretas no existentes en los tribunales civiles: La víctima no debe correr riesgo ni de mutilación ni de muerte; el obispo del lugar debe dar su consentimiento; y la confesión obtenida debe ser reiterada libremente para ser válida.
Al final, y después de consultar al jurado, el proceso podía terminar con la libre absolución, en pocos casos, con la suspensión del proceso o con una condena. La condena podía ser leve o vehemente. En el primer caso el castigo podía ser una multa, una reprensión y llevar un “sambenito” para que la gente supiese que había sido penitenciado por el Santo Oficio y prestase atención a lo que decía por si volvía a cometer herejía. En el segundo caso, era, según la fórmula, “relajado al brazo secular”, esto es, entregado a la jurisdicción ordinaria para su ejecución. Si el reo a ajusticiar se arrepentía, se le ahorcaba si era de baja condición social, o se le degollaba si era de alta condición social; si no renegaba de sus errores, se le quemaba vivo. Los procesos podían hacerse también en ausencia del reo, de forma que si se sentenciaba al mismo a la máxima pena, se les podía quemar en efigie, en forma de un muñeco con sus rasgos. Si el reo había muerto ya, se desenterraban sus huesos y se quemaban. Eso pasó, por ejemplo, con los padres del humanista Juan Luis Vives.
Las ejecuciones se realizaban en los autos de fe, actos públicos en los que se buscaba la ejemplaridad del castigo y que terminaron convirtiéndose en aparatosos festejos.
e. Inquisición romana.
La Inquisición romana, también llamada Congregación del Santo Oficio, fue creada en 1542, ante la amenaza del protestantismo, por el Papa Pablo III. Se trataba de un organismo bastante diferente de la Inquisición medieval, ya que era una congregación permanente de cardenales y otros prelados que no dependían del control episcopal. Su ámbito de acción se extendía a toda la Iglesia Católica. Su principal tarea fue mantener y defender la integridad de la fe, y examinar y proscribir los errores y falsas doctrinas.
Al comienzo, la actividad de la Inquisición romana se restringió a Italia, pero cuando Gian Pietro Caraffa fue elegido Papa, como Pablo IV, en 1555, comenzó a perseguir a numerosos sospechosos de heterodoxia, entre los que se encontraban varios miembros de la jerarquía eclesiástica, como el cardenal inglés Reginald Pole.
En 1600 fue juzgado, condenado y ejecutado el filósofo Giordano Bruno. En 1633 fue procesado y condenado Galileo Galilei.
En 1965 el papa Pablo VI reorganizó el Santo Oficio, denominándolo Congregación para la Doctrina de la Fe.
f. Inquisición portuguesa.
En Portugal, donde se habían refugiado numerosos judíos españoles luego de la expulsión de 1492, el rey Manuel I, presionado por sus suegros, los Reyes Católicos, decretó la expulsión de los judíos que no se convirtieran al cristianismo en 1497. Esto produjo numerosas conversiones al catolicismo.
La Inquisición portuguesa fue establecida en Portugal en 1536 por el rey Juan III. En un principio, la Inquisición portuguesa estaba bajo la autoridad del Papa, pero en 1539, el rey nombró inquisidor mayor a su propio hermano, Don Enrique. Finalmente, en 1547, el Papa terminó aceptando que la Inquisición dependiese de la corona portuguesa. El primer auto de fe tuvo lugar en Lisboa el 20 de septiembre de 1540. En 1560 se estableció un tribunal de la Inquisición en Goa. La Inquisición portuguesa fue abolida por las Cortes Generales en 1821.
4. Los Fraudes píos.
Pero también en el seno central del romanismo era necesario que se produjeran ciertos hechos con los que la Iglesia podía mantener el poder, a estos se les ha llamado los “fraudes píos”. Si esto se hubiese dado en el siglo XX, probablemente muchos científicos hubiesen querido investigar cada caso y los hubieran desacreditado, pero durante la Edad Media, lo que decía la Iglesia era sagrado, así que nadie ponía en tela de duda lo que ocurría.
a. La “Donación de Constantino”.
El largo proceso de acercamiento entre el Pontificado y el reino franco que comienza con el Papa Gregorio Magno[51], alcanza uno de sus puntos culminantes en la unción real con la que el Papa Esteban II constituyó al mayordomo palatino Pipino el Breve como rey de los francos y patricius romanorum, dando por extinguida la dinastía merovingia[52]. De este modo el Papa se arrogaba la capacidad de traspasar la dignidad real de una dinastía a otra y a la vez, como contrapartida, concedía al rey de los francos la capacidad de intervenir en los asuntos italianos. De hecho Pipino cruzó los Alpes en dos ocasiones para reconquistar vastas regiones de la península italiana de manos de los longobardos y las donó a “Pedro”, en la persona del Papa; de este modo se constituyeron en pleno siglo VIII los estados de la Iglesia, y el Papa quedó convertido en un monarca temporal.
Cuando se hizo necesario justificar semejante innovación jurídica, de hecho los pontífices ejercían ya una no bien determinada jurisdicción gubernativa desde las invasiones bárbaras, se recurrió al viejo método medieval de inventar un documento que volviera en el tiempo la situación que se daba en el presente. Este fue el nacimiento del documento que ha pasado a la historia como la Donatio Constantini o Donación de Constantino.
La Donación de Constantino era un supuesto decreto imperial atribuido a Constantino I según el cual, al tiempo que se reconocía al Papa Silvestre I como soberano, se le donaba la ciudad de Roma, así como las provincias de Italia y todo el resto del Imperio Romano de Occidente.
Así, en el año 756, los Estados papales italianos, gran parte de la ciudad de Roma y las principales áreas de la Italia occidental, fueron oficialmente adquiridos por la Iglesia Católica. Esta transferencia de tierras fue legitimada sobre la base de un documento supuestamente escrito por el Emperador romano Constantino I, en el año 337, el cual concedía todas estas regiones al Papa Silvestre I[53] y a sus sucesores.
Probablemente, el primer borrador fue escrito durante la segunda mitad del siglo VIII, como ayuda al Papa Esteban II en sus negociaciones con el mayor del Palacio de los Francos, Pepino el Petiso. El Papa cruzó los Alpes para ungirlo como Rey en el año 754, permitiéndole a la familia Carolingia, a la cual Pepino pertenecía, suplantar a la antigua Dinastía Real de los Merovingios que se encontraba en decadencia y sin poder.
Aparentemente Pepino, en un oscuro pacto, le había prometido al Papa otorgarle las tierras que los Lombardos habían tomado de los Bizantinos en Italia. La promesa fue cumplida en el año 756. La supuesta donación de Constantino le facilitaba a Pepino dar las tierras en forma de restauración, otorgando así, derechos políticos, económicos y sociales, los cuales la Iglesia no poseía.
En el manuscrito más antiguo conocido[54] y en muchos otros manuscritos, el emperador relata cómo fue instruido en la Fe Cristiana por Silvestre, hace una profesión llena de fe, y cuenta su bautismo por ese Papa en Roma, y cómo de este modo se curó de lepra. Entonces, Constantino dispone conferir a Silvestre y a sus sucesores los siguientes privilegios y posesiones:
1) El Papa, como sucesor de Pedro, tiene la primacía sobre los cuatro Patriarcas de Antioquía, Alejandría, Constantinopla, y Jerusalén, también sobre todos los Obispos en el mundo.
2) La basílica de Lateran en Roma, construida por Constantino, mandará sobre todas las iglesias como cabecera, igualmente las iglesias de San Pedro y San Pablo serán dotadas de ricas posesiones.
3) Los principales eclesiásticos romanos, cardenales, quienes también pueden recibirse como senadores, obtendrán los mismos honores y distinciones que estos.
4) Como el emperador, la Iglesia Romana tendrá funcionarios cubicularii, ostiarii, y excubitores.
5) El Papa disfrutará los mismos derechos honorarios que el emperador, entre ellos, el de llevar una corona imperial, una capa purpúrea y túnica, y en general toda insignia imperial o señales de distinción; pero, como Silvestre se negó a poner en su cabeza una corona de oro, el emperador lo invistió con el superior casquete blanco.
6) Constantino, pone al servicio del Papa, un strator, es decir quién llevará el caballo en que montará el Papa.
7) El emperador obsequia al Papa y a sus sucesores el palacio de Lateran de Roma y las provincias, distritos, y pueblos de Italia y todas las regiones occidentales.
El emperador ha establecido para sí, en el Este, una nueva capital que lleva su nombre, y allá él quita su gobierno, porque es inoportuno que un emperador secular tenga poder donde Dios ha establecido la residencia de la cabeza de la religión cristiana.
El documento, concluye con maldiciones contra todos los que se atrevan a violar estas dádivas y con la certidumbre que el emperador las ha firmado con su propia mano y las ha puesto en la tumba de Pedro.
Durante varios siglos, la autenticidad de la Donación de Constantino no fue cuestionada. Pero fue el humanista Lorenzo Valla quien en 1440 publicó su “Discurso sobre la Falsificación de la Supuesta Donación de Constantino”. En esta declamación, Valla argumenta que la donación era un fraude. Había notado no solo que no hubo ningún documento indicando que el Papa Silvestre I era consciente de tal dote, sino que el texto de la Donación contenía una serie de anacronismos históricos. Por ejemplo, se hacía referencia a Bizancio como una provincia cuando en el siglo cuarto solo era una ciudad. Se refería a los templos en Roma cuando aun no existían; y finalmente, se hacía referencia a “Judea”, la cual tampoco existía todavía. Además, a través del análisis lingüístico del texto demostró que no podía estar fechado alrededor del año 300 en la que se supone que el emperador dio al obispo romano, Silvestre I, autoridad suprema sobre todas las provincias europeas del imperio y que lo había proclamado gobernante incluso sobre él mismo.
El problema que creó Valla es que la “Donación” constituía el pilar principal sobre el cual residía la legitimidad de los Estados Papales, debido a esto, sus escritos fueron reprimidos. Recién en el año 1517 pudieron aparecer copias de sus escritos. Aunque las pruebas de Valla eran contundentes, pasaron varios siglos antes que la iglesia reconociera el fraude.
Hoy en día se cree que la “Donación de Constantino” fue realmente escrita alrededor del año 750, poco antes de que la Iglesia Católica adquiriera los Estados Papales y muchos siglos después de la muerte de Constantino. Su verdadero autor es desconocido.
Su autenticidad fue defendida y el documento todavía llega más allá, siendo usado como auténtico, hasta que Baronio en su “Annales Ecclesiastici”[55] admitió que era una falsificación, después fue admitido universalmente como tal. Es una mentira tan clara que no hay razón para ninguna sorpresa que, con el reavivamiento de la crítica histórica en el siglo XV, el verdadero carácter del documento, se reconociera rápidamente.
El verdadero daño causado a la humanidad debido a la falsificación debe ser entendido en un contexto amplio. El fraude legalizó la unión entre Iglesia y Estado, un proceso que comenzó en el siglo IV, de esta era, bajo el Emperador Constantino y resultó altamente beneficioso para la institución cristiana en la formación de lo que más tarde se denominó “cristiandad”, un sistema feudal que duraría más de 1000 años. Con el colapso del Imperio Romano, el cristianismo occidental se contrajo y la Iglesia Romana quedó aislada de su lejano benefactor, el Emperador de Bizancio.
b. Las “Decrétales Falsas de Isidoro”.
Las Decretales Falsas son una colección de documentos recopilados en Francia hacia el 830, y fueron atribuidos a san Isidoro de Sevilla. Contienen tres tipos de documentos: Cartas de Papas pre nicenos, todas ellas falsificadas; una colección de cánones de distintos Concilios; un gran número de cartas de Papas, que van de Silvestre I a Gregorio II[56], de las cuales treinta y cinco aproximadamente son falsificadas. Hay documentos en donde se afirmaba que eran decretos de los obispos de Roma, desde Pedro hasta el tiempo presente en donde se hacían reclamaciones como la supremacía del Papa sobre la Iglesia y la independencia de esta del Estado, así como el derecho de los eclesiásticos a negarse a rendir cuenta ante las autoridades del Estado.
A principios del siglo noveno los obispos francos acudieron a León II y éste se negó a sancionar la interpolación del “filioque” en el Credo niceno constantinopolitano, ya que, decía que no se atrevía a ponerse en un plano de igualdad con los Padres del Concilio reunido en el año 381.
Poco después, a mediados del siglo IX, apareció una composición llamada decretales isidorianas, las cuales cambiaron para siempre la constitución y el gobierno de la Iglesia. Como Johann Joseph Ignaz von Döllinger, historiador católico del siglo XIX, dice en “El Papa y el Concilio”[57]: “…sería difícil hallar en toda la historia otra falsificación que haya obtenido tanto éxito a pesar de su tosquedad evidente”.
Las Falsas decretales fueron aceptadas en la Edad media y los cánones conciliares especialmente fueron incorporados al derecho canónico. Su autenticidad fue puesta en duda por primera vez seriamente en 1558 por historiadores luteranos, los “centuriadores de Magdeburgo” que encontraron que el lenguaje utilizado era demasiado moderno, propio de los siglos VIII y IX y que había errores históricos, además de que las citas a la Escritura eran tomadas de la Vulgata. Más tarde se vio que tenían muchos materiales falsos mezclados con documentos auténticos.
La hábil compilación de las Decretales Falsas se hizo con varios propósitos. En la época de su composición se usaron como defensa de los obispos contra los arzobispos y para afirmar los derechos de la Iglesia frente a la interferencia de los seglares. En la época de su recepción en Roma[58] su utilidad era escasa, pero a partir del siglo XI se usaron mucho en apoyo del gobierno y las reformas Papales. Los falsos documentos pontificios primitivos aportaron el prestigio de la Iglesia de los mártires al fortalecimiento de la autoridad Papal a lo largo de la Edad media, empezando por Gregorio VII[59].
Aunque las Decretales fueron desenmascaradas en el siglo XV, seis siglos después de su composición, los frutos de las falsificaciones no se purgaron, sino que se mantuvieron como si no se hubiera descubierto la farsa. Döllinger lo explica así: “El propósito inmediato del recopilador de esta falsificación fue proteger a los obispos contra sus metropolitanos y otras autoridades, para asegurarles impunidad absoluta y la exclusión de toda influencia del poder secular. Este fin iba a ser conseguido mediante un aumento tal del poder papal que, a medida que estos principios penetraban gradualmente en la Iglesia, y eran seguidos con todas sus consecuencias, ésta asumió necesariamente la forma de una monarquía absoluta sujeta al poder arbitrario de un solo individuo y así se colocaba el fundamento del edificio de la infalibilidad papal; primero, por el principio de que los decretos de cada Concilio requieren la confirmación papal; segundo, por la afirmación de que la plenitud del poder, incluso en materias de fe, reside en el Papa sólo, quien es obispo de la Iglesia universal, mientras que los demás obispos son sus siervos”[60].
Así, racionalmente nació en la teoría de la infalibilidad pontificia; ya que, según las decretales, Félix I dijo: “La iglesia romana permanece hasta el fin libre de la mancilla de la herejía”[61]. Döllinger anota: “Todos los estudiantes eruditos de la antigüedad eclesiástica y de las leyes canónicas, hombres como De Marca, Baluze, Coustant, Berardi, Zallwein, etc, estaban de acuerdo en reconocer que el cambio introducido por las seudo-isidorianas fue sustancial y desplazó el antiguo sistema del gobierno de la Iglesia para traer uno de nuevo en su lugar”[62].
Nicolás I[63] convirtió el Canon XVII de Calcedonia, que prohibía la apelación a Roma mediante la evasiva del mismo en un canon que dijese que “todo el clero de Oriente y Occidente tenía derecho a apelar a Roma, haciendo al Papa juez supremo de todos los obispos y clero de todo el mundo”[64]. Anota Döllinger: “Nicolás dijo que el singular debía entenderse como el plural “dioceseon”, y que el “primate” significaba el Papa; algo que en Constantinopla apenas consideraron digno de una respuesta”[65].
Sobre este tema escribió al Emperador Carlomagno y a todos los obispos francos. Poco tiempo después, cuando los obispos francos aceptaron los documentos falsos Nicolás dijo que la iglesia romana “había preservado todos esos documentos durante mucho tiempo, y con gran honor, en sus archivos, afirmando además que cada escrito de un Papa, incluso si no formaba parte de la colección Dionisiana de cánones, obligaba a toda la Iglesia”[66]. En consecuencia, en un sínodo en Roma en el 863 se anatematizó a todos los que rechazaran recibir la enseñanza de un Papa. Nicolás, apoyándose en la falsificación, concluyó que los decretos de los concilios dependían del visto bueno del Papa, algo que a ojos de los orientales no era más que una fantasía.
Poco a poco se fue formando un sistema de leyes de la Iglesia, sobre todo por parte de Anselmo de Lucca, sobrino del Papa Alejandro II, entre los años 1080 y 1086. Nuevas falsificaciones e inserciones iban surgiendo para legitimar la nueva constitución monárquica de la Iglesia, con el cardenal Deusdedit. Todo esto culminó en el Dictatus Papae de Gregorio VII que, entre otras proposiciones:
1) Que la Iglesia Romana ha sido fundada solamente por Dios.
2) Que solamente el Pontífice Romano es llamado “universal” con pleno derecho.
3) Que solo él puede deponer y restablecer a los obispos.
4) Que todos los príncipes deben besar los pies solamente al Papa.
5) Que su nombre debe ser recitado en la iglesia.
6) Que su título es único en el mundo.
7) Que nadie lo puede juzgar.
8) Que nadie intente condenar a quien apele a la Santa Sede.
9) Que las causas de mayor importancia, de cualquier iglesia, deben ser sometidas a su juicio.
10) Que la Iglesia Romana no ha errado y no errará jamás, y esto, de acuerdo al testimonio de las Sagradas Escrituras.
11) Que el Pontífice Romano, si ha sido ordenado luego de una elección canónica, está indudablemente santificado por los méritos del bienaventurado Pedro nos lo testimonia san Ennodio, obispo de Pavía, con el consentimiento de muchos Padres, como se encuentra escrito en los decretos del bienaventurado Papa Símaco.
12) Que bajo su orden y con su permiso es lícito a los súbditos hacer acusaciones.
13) Que puede deponer y restablecer a los obispos aún fuera de una reunión sinodal.
14) Que no debe ser considerado católico quien no está de acuerdo con la Iglesia Romana[67].
Según Döllinger la obra maestra de Gregorio es su carta al obispo Hermann de Metz, que intenta cuán bien fundamentado está el dominio del Papa sobre los emperadores y reyes y su derecho a deponerlos en caso de necesidad. Dice: “Enseñó con esto a sus adherentes, cómo manipular los hechos y los textos, torciendo un pasaje de una carta del Papa Gelasio al Emperador Anastasio, tan hábilmente, por medio de omisiones y colocación arbitraria, que le hizo decir a Gelasio justamente lo contrario de lo que realmente dijo, es decir: que los reyes están absoluta y universalmente sometidos al Papa, cuando en realidad lo que dijo fue que los gobernantes de la Iglesia están siempre sujetos a las leyes de los Emperadores, desechando solamente la interferencia del poder secular en cuestiones de fe y sacramentos”[68].
En las Decretales se expresa que el papa Julio[69] dijo a los obispos orientales que: “La Iglesia de Roma, por un privilegio singular, tiene el derecho de abrir y cerrar las puertas del cielo a quien lo desee”, este pasaje “fue convertido en un decreto especial o capítulo en los nuevos códigos”[70].
5. El Sacro Imperio Romano Germánico.
Durante el siglo VI se produjo la cristianización de los francos, cuyo imperio, dirigido por los merovingios, se convirtió en el más poderoso entre los reinos resultantes de la caída del Imperio Romano de Occidente. Sin embargo, el declive de la dinastía se hizo evidente tras la Batalla de Tertry[71], y ningún soberano trató ya de remediar la situación. Finalmente todos los poderes gubernamentales se ejercerían a través de los oficiales mayores o del mayordomo.
Pipino de Heristal, mayordomo de Austrasia, terminó con el conflicto existente entre los diversos reyes francos y sus mayordomos con su victoria en Tertry, tras la que se convirtió en único gobernante de todo el reino franco. Era nieto de dos de las más importantes figuras del reino austrasiano: Arnulf de Metz y Pipino de Landen. A su muerte, fue sucedido por su hijo ilegítimo Carlos, que sería conocido como Carlos Martel[72]; sin embargo, jamás adoptó el título de rey. Martel fue sucedido por sus dos hijos: Carlomán y Pipino El Breve, padre de Carlomagno. A fin de frenar el separatismo presente en la periferia del reino, los hermanos emplazaron en el trono a Childerico III, último rey merovingio.
a. Pipino.
Pipino III de los Francos, más conocido como Pipino “el Breve”. Su apodo de “el Breve” se debe a su baja estatura. Nació hacia el 715 en Jupille, cerca de Lieja, Bélgica, de donde arranca una gran parte de la dinastía Merovingia y Carolingia. Hijo menor de Carlos Martel y de Rotrudis de Tréveris. Sus cargos fueron:
1) Mayordomo de palacio de Neustria[73] con Borgoña y Provenza.
2) Mayordomo de palacio de Austrasia[74].
3) Rey de los francos[75].
A la muerte de Carlos Martel repartió, a la usanza de la época, sus títulos entre sus dos hijos: Carlomán heredó el cargo de mayordomo, especie de Jefe de Gobierno o Primer Ministro, del palacio de Austrasia y Pipino, el de mayordomato del palacio de Neustria.
Es el periodo de la decadencia de la dinastía merovingia, cuando los jóvenes “reyes holgazanes” no tienen ya ninguna autoridad y los mayordomos de palacio son los verdaderos gobernantes del Estado. Carlomán y Pipino se reparten entonces el poder del reino franco, que gobernarán entre los dos, luchando, en primer lugar, por devolver la estabilidad a las fronteras del reino.
Comienzan enseguida una reforma de la Iglesia con la ayuda del Obispo Bonifacio y se realizan dos Concilios: El primero en Austrasia, convocado por Carlomán en 742-743; el segundo por Pipino, en 744 en Soissons, Neustria, en el que adoptará las decisiones tomadas en el concilio de Austrasia. Esta reforma establecerá la jerarquía en el seno del clero franco, a cuya cabeza se encuentra Bonifacio, evangelizador de Germania, como dirigente de los obispos repartidos por las ciudades del reino.
En el año 747 Carlomán se retira a la vida monástica y cede la mayoría de Austrasia a su hermano pequeño, con lo cual Pipino se convierte en el dirigente efectivo de todo el reino franco. Desde ese momento, comienza un duro enfrentamiento para deshacerse de Childerico III, el soberano merovingio del que depende oficialmente. Para demostrar la inutilidad de los reyes merovingios, Carlos Martel había dejado vacante el trono tras la muerte de Teodorico IV en 737[76]. En 743, Pipino libera a Childerico del monasterio en el que lo había encerrado su padre y le permite ocupar el trono del que había sido desposeído. Su retorno propicia la coalición formada, entre otros, por el duque de los alemanes y Hunald, de Aquitania, que reaccionan mal ante la eliminación política de Grifón[77] pero, al reponer a Childerico en el trono, Pipino consigue un medio para apaciguarlos durante un tiempo.
Hacia 744, contrae nupcias con Bertrada de Laon, llamada “la del pie grande”[78], hija de Cariberto, Conde de Laon.
En 750, Pipino envía una delegación franca a entrevistarse con el Papa Zacarías I, en solicitud de una autorización para poner fin al decadente reino merovingio y ocupar el trono de Childerico. Zacarías acepta y declara que “…debe ser Rey el que ejerce la realidad del poder”. En noviembre de 751, Pipino depone a Childerico III y se hace coronar en el campo de mayo en Soissons, siendo proclamado por una asamblea de obispos, nobles y Leudes[79]. Esta elección se consigue sin derramamiento de sangre. Childerico III, tras ser depuesto, es tonsurado[80] y termina sus días encerrado en el monasterio de San Bertín, cerca de Saint-Omer.
Pero aunque Pipino haya conseguido el título de Rey y su poder, este no le pertenece, y esta ruptura de la dinastía merovingia precisa de una nueva que deberá reemplazar la sucesión natural de padres a hijos. Esta continuidad queda asegurada por la consagración real seguida de la unción, simbolizada en el bautismo de Clodoveo I y la alianza particular entre la Iglesia y los reyes francos. Es en Soissons, donde el obispo Bonifacio, su consejero diplomático, le ungirá marcando su frente con el aceite santo, como ya se hacía a lo largo de una ceremonia en la que se consagraba a los reyes visigodos de Toledo. Por medio de esta unción, el rey de los francos, a partir de ese momento investido de una misión de guía militar y religiosa, detenta la fuerza moral del “derecho divino”, es decir, de “dirigir los pueblos que Dios le confía”; pero esta legitimidad tiene un costo: El de la fidelidad a la Iglesia y a quien la dirige, el Papa Zacarías que, desde Roma, ha dado su consentimiento para el cambio de dinastía.
El cisma de Bizancio obligó al Papado a aliarse con el rey de los francos. El nuevo Papa, Esteban II, sucesor de Zacarías[81], pide ayuda militar para luchar contra los lombardos y su Rey Astolfo, que amenazan a Roma. Si el Papa Esteban se decide a atravesar los Alpes para solicitar la ayuda del rey de los francos[82], es porque no tiene otra elección. El protector habitual de la Iglesia es el Emperador bizantino que gobierna en Constantinopla bajo el Imperio romano de Oriente, pero este se encuentra en precarias condiciones y no tiene posibilidad de concurrir en auxilio del papado.
El 6 de enero, en el palacio de Ponthion, en el sur de Champaña, el rey Pipino se postra delante del Papa Esteban II y, con suma cortesía, toma la brida de su caballo. Fue un acto político muy hábil. Esteban II le propone a Pipino una alianza asegurándole una segunda consagración, realizada por él mismo, la “gracia divina” para el rey de los francos y para sus hijos. El acuerdo definitivo se pacta el 14 de abril en Quierzy-sur-Oise, en el norte de París. En tanto que el Papa aporta su apoyo espiritual a Pipino, este último se compromete a ofrecer a la Santa Sede un dominio lo suficientemente grande como para que pueda preservarle de toda agresión.
El domingo 28 de julio de 754, en la basílica de Saint Dennis, el Papa Esteban II consagra a Pipino y le confiere los títulos de Rey de los Francos y Patricio de los romanos. Los hijos y herederos de Pipino, Carlomán y Carlos, también son consagrados en la misma ceremonia, al igual que su madre Berta. El Papa establece, por medio de este acto, un estrecho lazo de continuidad entre la unción realizada a los reyes del Antiguo Testamento y los reyes de la nueva dinastía. Esta consagración pone fin, oficialmente, a la dinastía merovingia y legaliza el advenimiento de los Carolingios al poder, cuyo nombre deriva del padre de Pipino, Carlos Martel.
Bajo esta nueva dinastía el reino franco se extendió sobre la mayor parte de los territorios de Europa Occidental. La división administrativa efectiva durante esta época se corresponde con los modernos países de Francia y Alemania. Francia, geográficamente situada en el centro de Europa, dio origen a una evolución en el terreno religioso, político y artístico que dejó su huella en toda Europa Occidental.
Asegurando el reinado de Pipino III sobre los francos y consagrándole el mismo como tal, el Papa ha marcado las distancias con el emperador de Bizancio. Roma se somete, a partir de ahora y para su seguridad, a los soberanos francos. Es el principio de una larga colaboración, aunque a menudo tormentosa, con los Carolingios y sus lejanos herederos del Sacro Imperio Romano Germánico. Y como consecuencia de esta consagración, la legitimidad del rey de los francos, a veces de “derecho divino”, no dependerá exclusivamente de los señores francos electores del rey. Pipino se considera, sin embargo, el primer rey por la voluntad de Dios y el principio de este reinado de “derecho divino” durará en Francia sin interrupción durante ciento once años.
Pipino no puede, por tanto, rehusar la petición del Papa. Nuevo “David” y primer rey cristiano, por la gracia de Dios, está obligado a cumplir con el Papa Esteban II, en tanto que hijo amado de la Iglesia, tomando la defensa de su Santa Madre, y a romper su alianza con los lombardos. El envío de una delegación el 14 de octubre de 754 para calmar a los lombardos en sus reivindicaciones, no surtirá efecto; y en 755 Pipino lanza contra ellos una primera expedición de la que sale victorioso. Pero al año siguiente, los lombardos ponen sitio a Roma. Por tanto, de 756 a 758 deberá lanzar Pipino tres campañas contra ellos hasta conseguir echarlos hasta las cercanías de Rávena.
Al final de estas expediciones, Pipino el Breve acude a entregar al Papa los territorios conquistados: Veintidós ciudades de la Italia central, Ravena, Perusa y las provincias de Emilia-Romagna y de la Pentacole se unen a Roma, formándose así el nuevo Estado Pontificio. No obstante, Pipino, tras esta victoria, multiplicará sus esfuerzos diplomáticos para intentar restablecer la concordia entre los lombardos y Roma.
Durante su reinado, Pipino consiguió devolver el orden en su reino:
1) Con los grandes señores, obtuvo su vasallaje por medio de juramentos de fidelidad.
2) Logró expulsar definitivamente a los árabes de la Septimania, provincia del reino franco, tras la toma de Narbona en el 759.
3) Recuperó la Aquitania tras una larga serie de batallas contra Gaifier, duque de Aquitania, de 761 a 768.
No obstante, deberá continuar luchando para asegurar su autoridad en las fronteras, especialmente en Germania donde, después de la abdicación de Carlomán en 747, tuvo que enfrentarse con su hermanastro Grifón, hijo ilegítimo de Carlos Martel, que se había hecho reconocer como duque de Baviera. Una vez vencido, fue nombrado duque del Meno, marca creada por él; fue la manera de alejarlo de los bávaros y disuadirle de cualquier revuelta. Pero, desgraciadamente, se enfrentó a los lombardos y fue asesinado.
En 754-755, Pipino inicia una reforma monetaria con la adopción del denario de plata en 755 e instaurando el diezmo en 756. El Edicto de Ver fue una primera tentativa de uniformar el peso y el aspecto del denario de plata franco, pero la marca de la autoridad real no figura sistemáticamente en la moneda hasta la llegada de Carlomagno, a partir de 793.
Pipino el Breve murió el 24 de septiembre de 768 en Saint-Denis, tras haber repartido el reino, siguiendo la vieja costumbre franca, entre sus dos hijos Carlos I y Carlomán. Fue enterrado en la abadía de Saint-Denis, donde también reposan su hijo Carlomán, muerto en 771, y su esposa Bertrada, fallecida en 783.
b. Carlomagno.
En Herstal, de donde eran oriundas las dinastías carolingia y merovingia, y ubicada en las inmediaciones de la ciudad de Lieja, el 2 de abril de 742 nació Carlos, nieto de Carlos Martel e hijo del rey Pipino El Breve y de Bertrada de Laon, hija de Cariberto de Laon y Gisela de Laon. Entre sus hermanos más jóvenes, los registros solo refieren a Carlomán, Gisela y a un niño llamado Pipino que falleció a corta edad. En ocasiones se ha afirmado que la semi legendaria Redburga, esposa del rey Egberto de Wessex, fue hermana de Carlomagno, y las leyendas lo señalan como tío materno de Roldán a través de una dama llamada Bertha.
Cuando tenía 7 años, fue a vivir con su padre a Jupille, por lo que en casi todos los libros de historia dicha ciudad aparece como uno de sus posibles lugares de nacimiento. También se han barajado como tal otras ciudades, entre ellas Prüm, Düren, Gauting y Aquisgrán.
Sucedió a su padre y correinó con su hermano, Carlomán I, siendo rey de los francos desde 768 hasta su muerte llegando a conformar el Sacro Imperio Romano Germánico, siendo conocido como “Carlomagno”. El 9 de octubre, inmediatamente después de celebrarse el funeral de su padre, ambos jóvenes se marcharon de Saint-Denis a fin de ser coronados reyes por los nobles y ungidos por los obispos. La investidura de Carlomagno tuvo lugar en Noyon, mientras que la de Carlomán lo fue en Soissons.
El primer acontecimiento importante producido durante el reinado conjunto de los hermanos fue el levantamiento de los aquitanos y gascones, en 769, en el territorio dividido entre ambos reyes. Años atrás, Pipino había sofocado la revuelta de Gaifier, Duque de Aquitania. Ahora, un hombre llamado Hunaldo guió a los aquitanos hacia el norte, hasta Angulema. Carlomagno se reunió con Carlomán, pero este se negó a participar y regresó a Burgundia. Carlomagno se dispuso para la guerra y lideró un ejército hacia Burdeos, estableciendo un campamento en Fronsac. Hunold se vio obligado a huir a la corte de Lupo II, Duque de Gascuña. Lupo, temeroso de Carlomagno, entregó a Hunold a cambio de la paz y éste fue desterrado a un monasterio. Finalmente, los francos sometieron Aquitania por completo.
Los hermanos mantuvieron una relación tibia gracias a la mediación de su madre, pero en 770 Carlomagno firmó un tratado con el duque Tassilo III de Baviera y se casó con una princesa lombarda, a quien actualmente se conoce como Désirée, hija del rey Desiderio, con el fin de rodear a Carlomán con sus propios aliados. Pese a la oposición inicial del papa Esteban III a su matrimonio con la princesa lombarda, pronto este tendría pocos motivos para temer una alianza entre francos y lombardos.
Apenas un año después de su matrimonio, Carlomagno repudió a Désirée y al poco tiempo volvió a casarse con una sueva de 13 años llamada Hildegarda. La repudiada Désirée regresó a la corte de su padre en Pavía. Encendida su furia, Desiderio se hubiese aliado gustosamente con Carlomán para derrotar a Carlos, pero Carlomán murió el 5 de diciembre de 771, antes de que estallara el conflicto. La esposa de Carlomán, Gerberga, huyó junto con sus hijos a la corte de Desiderio en busca de protección.
Carlomagno estuvo involucrado en batallas constantes a lo largo de su reino, frecuentemente a la cabeza de sus escuadrones de élite o scara y con su legendaria espada, Joyeuse, en mano. Tras treinta años de guerra, logró conquistar Sajonia y procedió a convertirla al cristianismo, empleando la fuerza siempre que fuera necesario. Los sajones fueron distribuidos en cuatro grupos, de acuerdo a sus regiones de pertenencia: Westfalia, que lindaba por el oeste con Austrasia y, más allá, Estfalia. En medio de estos dos reinos se encontraba el de Angria, y al norte de los anteriores Nordalbingia, en la base de la península de Jutlandia. Durante su primera campaña, Carlomagno venció a los sajones en Paderborn y obligó a los habitantes de Angria a que, en 773, cortaran y entregaran un irminsul[83]() que se encontraba cerca de Paderborn.
El año del nombramiento como Papa de Adriano I[84], este demandó que le fuera reintegrado el control sobre ciertas ciudades constituyentes del antiguo Exarcado de Rávena, a cambio de un acuerdo respecto de la sucesión de Desiderio. No obstante, Desiderio tomó algunas ciudades papales e invadió Pentápolis en su camino hacia Roma. En otoño, Adriano envió una delegación ante Carlomagno, solicitándole que cumpliera las políticas de su padre, Pipino. A su vez, Desiderio envió su propia embajada negando lo que le imputaba el Papa. Ambas delegaciones se reunieron en Thionville, donde el monarca de los francos manifestó su apoyo al papado. A las demandas de Adriano se unieron las de su aliado; viéndose en esta tesitura, el duque toscano juró que jamás cedería. Carlomagno y su tío Bernardo cruzaron los Alpes en 773 y persiguieron a los lombardos hasta sitiarlos en Pavía. Eventualmente Carlos abandonó el sitio a fin de hacer frente al hijo de Desiderio, Adelgis, quien estaba levantando un ejército en Verona. Los francos persiguieron al joven príncipe hasta el litoral adriático. Desde allí Adelgis huyó hacia Constantinopla a fin de solicitar la ayuda de Constantino V Kopronymos, por entonces en guerra con Bulgaria.
Carlos expandió los distintos reinos francos hasta transformarlos en un Imperio al que incorporó gran parte de Europa Occidental y Central. Logró dominar casi toda la Europa Occidental, el norte de España, Francia, Alemania, Austria, Países Bajos e Italia. Era un católico devoto que mantuvo una estrecha relación con el Papado durante toda su vida. En 772, cuando el Papa Adriano I fue amenazado por los invasores, el rey se dirigió velozmente a Roma para proporcionar su ayuda. El asedio de Pavía se prolongó hasta la primavera de 774, época en que Carlomagno hizo una visita al Papa en Roma; allí confirmó las cesiones de territorios que su padre había estipulado en su testamento. Ciertas crónicas posteriores, de dudosa veracidad, afirman que amplió los mismos. Después de que Adriano le concediera el título de patricio regresó a Pavía, donde los lombardos se hallaban al borde de la derrota.
Cuando regresó a Sajonia el año 775, atravesó Westfalia y conquistó el fuerte sajón de Sigiburg. Luego, cruzó Angria, donde nuevamente derrotó a los sajones. Por último, en Estfalia, venció a un destacamento sajón y convirtió a su líder, Hessi, al cristianismo. En su camino de vuelta por Westfalia, estableció campamentos en Sigiburg y Eresburg, que hasta entonces habían sido importantes bastiones sajones. Toda Sajonia se hallaba bajo su dominio, a excepción de Nordalbingia; sin embargo, la resistencia sajona no había concluido.
A cambio de sus vidas, los lombardos se rindieron y abrieron las puertas de la ciudad a comienzos de la estación estival. Se envió a Desiderio a la Abadía de Corbie; su hijo Adelgis murió en Constantinopla como un patricio. Tras haberse ceñido la Corona Férrea, los señores lombardos, a excepción de Arechis II, quien proclamó la independencia de los territorios bajo su control, rindieron un homenaje al nuevo monarca en Pavía. Al convertirse en nuevo Rey de Lombardía, Carlomagno se convertía también en el señor más poderoso de Italia. A su marcha dejó una poderosa guarnición en Pavía, a la que envió tropas de refuerzo cada año.
A pesar de su victoria, los territorios italianos continuaban inestables: En 776, se rebelaron los duques Rodgaudo de Friuli e Hildeprando de Spoleto. Carlomagno se trasladó apresuradamente desde Sajonia a Italia a fin de combatir a los sediciosos. Se enfrentó a Rodgaudo en una batalla que derivó en una victoria aplastante sobre los rebeldes y la muerte del propio duque. Viéndose derrotado, Hildeprando accedió a firmar un tratado de paz. Su co-conspirador, Arechis, no fue sometido y Adelgis, su candidato al trono, jamás abandonó Bizancio. El norte de Italia había sido pacificado.
Después de su campaña en Italia subyugando a los duques de Friuli y Spoleto, Carlomagno regresó velozmente a Sajonia en 776, puesto que una revuelta había destruido su fortaleza en Eresburg. Una vez más, los sajones fueron aplastados, pero su líder más importante, el duque Widukind, consiguió escapar a Dinamarca, hogar de su esposa. Carlomagno construyó un nuevo campamento en Karlstadt y, en 777, llamó a una dieta nacional en Paderborn para completar la integración de Sajonia al reino franco. Siguiendo fielmente su política religiosa, hizo bautizar a un considerable número de sajones.
En la Dieta de Paderborn[85] recibió a los representantes de los gobernantes musulmanes de Zaragoza, Gerona, Barcelona y Huesca, quienes habían acudido allí debido a que sus señores habían sido arrinconados en la Península Ibérica por Abderramán I, el emir de Córdoba. Estos gobernantes moros o “sarracenos” ofrecieron homenaje al gran rey de los francos a cambio de su ayuda militar. Carlomagno, al ver la oportunidad de extender tanto la Cristiandad como su propio poder y creyendo que los sajones eran una nación subyugada, acordó dirigirse a España.
En 778, lideró el ejército de Neustria a través de los Pirineos Occidentales, mientras que los austrasios, lombardos y burgundios cruzaban los Pirineos Orientales. Los ejércitos se reunieron en Zaragoza y recibieron el homenaje de Sulayman al-Arabí y Kasmin ibn Yusuf, los gobernantes extranjeros. Sin embargo, Zaragoza no cayó con la rapidez que Carlomagno pensaba; incluso se encontró ante la batalla más difícil que enfrentara en toda su carrera y, temiendo una derrota, decidió retirarse y regresar a casa. Carlomagno no podía confiar en los moros ni en los vascones, a quienes se había enfrentado durante su conquista de Pamplona, y estaba abandonando la península por el Paso de Roncesvalles cuando ocurrió uno de los eventos más famosos de todo su reinado: Los vascones cayeron sobre su retaguardia y carros de carga, destruyéndolos. La Batalla de Roncesvalles, más bien una escaramuza que una batalla, arrojó varios famosos muertos, entre los que se encontraban el senescal Eggihard, el conde del palacio Anselmo y el prefecto de la Marca de Bretaña, Roldán, posterior inspiración del Cantar de Roldán, el famoso cantar de gesta francés.
En el verano de 779, invadió nuevamente Sajonia y reconquistó Estfalia, Angria y Westfalia, perdidas en la rebelión del año anterior. En una dieta realizada cerca de Lippe, dividió el territorio en distintas misiones y asistió en persona a varios bautismos en masa[86]. A continuación regresó a Italia y, por primera vez, no hubo una revuelta inmediata sajona. En 780 Carlomagno decretó la pena de muerte para aquellos sajones que no se bautizaran, no celebraran las fiestas cristianas y cremaran a sus muertos. Entre 780 y 782, Sajonia vivió un período de paz.
Carlomagno volvió a Sajonia nuevamente en 782. Estableció un código de leyes y designó varios condes, tanto sajones como francos. Las leyes eran severas en temas religiosos, y el politeísmo germano autóctono quedó en una condición sumamente precaria respecto del cristianismo, lo que despertó antiguos conflictos. Ese mismo año, Widukind regresó en otoño para liderar una nueva revuelta, la cual resultó en varios ataques contra la Iglesia. En respuesta, se cree que Carlomagno ordenó en Verden, Baja Sajonia, la decapitación de 4500 sajones que habían sido capturados practicando su paganismo nativo luego de haberse convertido al Cristianismo. El hecho, conocido como la Masacre de Verden, desencadenó dos años de sangrientos conflictos[87]. Durante esta guerra, el rey franco venció en las batallas de Lippspringe[88] y de Delmont[89] y finalmente consiguió someter a los frisones e incendiar una gran parte de su flota. La guerra concluyó cuando Widukind aceptó ser bautizado.
En Hispania, la lucha contra los moros continuó sin disminuir en intensidad durante toda la segunda mitad del reinado de Carlomagno. En 785, los soldados de su hijo Luis, que se encontraba encargado de defender la frontera con España, conquistaron Gerona de forma permanente y extendieron el control franco al litoral catalán; dicho control se mantuvo durante el resto del gobierno de Carlomagno, e incluso siguió siendo nominalmente franco mucho tiempo después, hasta el Tratado de Corbeil en 1258.
En 787 Carlomagno dirigió su atención hacia Benevento, donde Arechis reinaba de forma independiente; tras asediar Salerno, el duque ofreció su vasallaje. Sin embargo, cuando murió en 792, Benevento volvió a proclamar su independencia bajo la égida de su hijo, Grimoaldo III. Aunque los ejércitos de Carlos y sus hijos le atacaron en repetidas ocasiones, al no regresar el monarca francés al Mezzogiorno, estos territorios no serían nunca sometidos.
Carlos, como era tradición entre los monarcas y mayordomos del pasado, comenzó a nombrar a sus hijos para que ocuparan los cargos de mayor importancia del reino durante el primer periodo de paz por el que atravesó su gobierno[90]. Habiendo sido ungidos por el papado, hizo reyes a sus dos hijos más jóvenes[91]: Carlomán, el mayor de ellos, tomó la Corona Férrea y el nombre de “Pipino” al ser nombrado rey de Italia; y el más joven, Luis, fue nombrado rey de Aquitania. Carlos ordenó que ambos se criaran en el conocimiento de la costumbres de sus reinos, al tiempo que les otorgaba a sus regentes cierto control sobre dichos territorios. No obstante, aunque los dos jóvenes tuvieran la esperanza de heredar el reino algún día, el poder estuvo siempre en manos de su padre. Además, no toleró insubordinación alguna de parte de sus hijos: En 792 desterró a Pipino “el Jorobado” a consecuencia de una revuelta de la que era partícipe.
En 788, Carlomagno volvió su atención hacia Baviera y acusó a Tassilo de hacer tratos con los ávaros y otros enemigos suyos, rompiendo de este modo su promesa de fidelidad. Sometido a juicio, Tassilo fue depuesto y condenado a muerte, pero Carlos le indultó y se contentó con hacerle rapar y recluirle en el monasterio de Jumièges. Finalmente, en 794 Tassilo fue obligado a renunciar a sus derechos y a los de su familia sobre Baviera, en el sínodo de Fráncfort. Baviera, al igual que Sajonia, fue subdividida en condados por los francos.
En 788, los ávaros o hunos, una horda asiática pagana que se había establecido en la actual Hungría, invadieron Friuli y Baviera. Carlos estuvo ocupado con otras cuestiones hasta 790, pero en ese año marchó a lo largo del Danubio hasta su territorio, asolándolo hasta Raab. Luego, un ejército lombardo al mando de Pipino se adentró en el valle del Drava y devastó Panonia.
Pipino y el duque Eric de Friuli prosiguieron sus ataques a las fortalezas circulares de los ávaros. El gran Anillo de los Ávaros, su fortaleza de mayor importancia, fue tomada en dos ocasiones. El botín reunido se envió a Carlomagno, quien se encontraba en su capital, Aquisgrán, y la redistribuyó entre sus seguidores y gobernantes extranjeros, incluido el rey Offa de Mercia. Al poco tiempo, los tuduns ávaros desistieron y viajaron a Aquisgrán para someterse a Carlomagno como vasallos y cristianos. Carlos aceptó y uno de los jefes nativos, quien había sido bautizado como Abraham, fue enviado de regreso con el antiguo título de Jaghan. Abraham mantuvo la disciplina entre su gente, pero para el año 800 los búlgaros al mando de Krum habían acabado completamente con el estado ávaro. En el siglo X los magiares se establecerían en la llanura panónica, presentando una nueva amenaza para los descendientes de Carlomagno.
La expansión territorial que experimentó el Imperio Carolingio hasta 789 le llevó a tomar contacto con nuevos vecinos paganos, los eslavos. Carlomagno encabezó un ejército formado por soldados de Austrasia y Sajonia, con el cual cruzó el Elba y entró en tierras obodritas. Los eslavos liderados por Witzin se rindieron de inmediato. Posteriormente, Carlos aceptó la sumisión de los veleti, gobernados por Dragovit, exigiendo rehenes y el permiso para enviar, sin interferencias, misioneros a la región. El ejército alcanzó la región báltica antes de volver sobre sus pasos y dirigirse hacia el Rin con el botín logrado y sin sufrir hostigamientos. El estado tributario eslavo se convirtió en un aliado leal.
Los sajones se mantuvieron en paz durante siete años, hasta que los habitantes de Westfalia volvieron a rebelarse en contra de sus conquistadores. Estfalia y Nordalbingia se unieron a ellos en 793, pero la sublevación no contó con el apoyo de toda la población y fue sofocada hacia 794.
Los líderes musulmanes del noreste de la España Islámica se sublevaban continuamente contra las autoridades cordobesas y, a menudo, pedían la ayuda de los francos, cuya frontera continuó expandiéndose lentamente hasta 795, año en que Gerona, Cerdaña, Osona y Urgel fueron agrupadas en la nueva Marca Hispánica, dentro del antiguo ducado de Septimania.
En 795, cuando se rompió la paz con los sajones, tanto obodritas como veleti se levantaron en armas para acompañar a su nuevo amo en contra de los rebeldes. Witzin murió en combate y Carlomagno lo vengó asolando la región del Elba correspondiente a Estfalia. Thrasuco, el sucesor de Witzin, lideró a sus hombres en la conquista de Nordalbingia y entregó a los líderes rebeldes a Carlomagno, lo que le valió grandes honores. Los obodritas se mantuvieron leales a Carlos hasta su muerte y luego combatieron contra los daneses.
A continuación, se produjo una revuelta en Angria en 796, aunque fue aplacada rápidamente gracias a la presencia de los sajones cristianos, los eslavos y del mismísimo Carlomagno. El último intento independentista ocurrió en 804, más de treinta años después de la primera campaña de Carlomagno en Sajonia. En esta ocasión, la más turbulenta de todas, el pueblo de Nordalbingia se halló a sí mismo incapacitado para volver a conducir una nueva rebelión. La guerra que había durado tantos años concluyó al fin cuando accedieron a los términos ofrecidos por el Rey; los cuales consistían en renunciar a sus costumbres religiosas nacionales y a la adoración de demonios, aceptar los sacramentos de la religión y de la fe cristiana, y unirse a los francos para conformar un único pueblo.
Al alcanzar la mayoría de edad, los hijos del monarca combatieron en su nombre durante el transcurso de numerosos conflictos. A Carlos le preocupaban especialmente los bretones, con los que compartía frontera y quienes se rebelaron contra él en al menos dos ocasiones, aunque fueron fácilmente subyugados, y también luchó intensamente contra los sajones. Entre 805-806 se internó en el Böhmerwald a fin de hacer frente a los eslavos que habitaban dichos territorios; tras una rápida campaña, les sometió hasta el punto de obligarles a rendirle homenaje. Tras ello los francos devastaron el Valle del Elba e impusieron tributo en la zona. Pipino se enfrentó a los ávaros, así como a los beneventani y a los eslavos del norte. Cuando finalmente surgió un conflicto con el Imperio Bizantino a consecuencia de su coronación imperial y de la rebelión de Venecia, la organización política interna era inmejorable. Luis se posicionó al frente de la Marca Hispánica y, al menos en una ocasión, se dirigió al sur de Italia a fin de enfrentarse al duque de Benevento. El hijo de Carlos tomaría Barcelona tras un importante asedio en 797.
En 797 Barcelona, la ciudad principal de la región, cayó ante los francos cuando Zeid, su gobernador, se rebeló contra Córdoba y, tras fracasar, la entregó a Carlomagno. Pese a que las autoridades omeyas consiguieron reconquistarla en 799, Luis marchó junto a todo su ejército, cruzó los Pirineos y asedió la ciudad durante dos años, pasando allí el invierno desde 800 a 801, hasta su rendición. Los francos continuaron arremetiendo contra el emir: En 809 ocuparon Tarragona y, en 811, Tortosa. Esta última conquista los llevó hasta la desembocadura del Ebro y les permitió el acceso a Valencia, lo que impulsó a que el emir Alhakén I reconociera sus conquistas en 812.
La conquista de Italia hizo que Carlomagno entrase en contacto con los sarracenos que, en esa época, controlaban el Mediterráneo y ocupaban arduamente a su hijo Pipino. Carlomagno conquistó Córcega y Cerdeña en fechas desconocidas, y las islas Baleares en 799. Dichas islas eran blancos frecuentes de ataques por parte de piratas sarracenos, mas el conde de Génova y Toscana, Bonifacio, los mantuvo a raya mediante el envío de una numerosa flota cuya operatividad se prolongó hasta el fin del reinado de Carlomagno. El rey llegó a tener contacto con la corte del califa en Bagdad: En 797, el califa de Bagdad, Harún al-Rashid, obsequió a Carlomagno con un elefante asiático llamado Abul-Abbas y un reloj.
En 799, el papa León III había sido atacado por los romanos, quienes intentaron arrancarle los ojos y la lengua. León escapó y se refugió con Carlomagno en Paderborn, solicitándole que interviniera en Roma y restaurara su gobierno. El rey franco, aconsejado por Alcuino de York, aceptó viajar a Roma y así lo hizo en noviembre de 800. El 1 de diciembre realizó una asamblea y, el 23 del mismo mes, León tomó juramento declarándose inocente. Durante la misa celebrada en Navidad, cuando Carlomagno se arrodilló para orar ante el altar, el Papa lo coronó Imperator Romanorum en la Basílica de San Pedro. Con este acto, el Papa intentaba transferir a Carlos el cargo de Constantinopla. Carlomagno ignoraba las intenciones de León y no deseaba dicho nombramiento. Al principio fue tal la aversión, que declaró que no hubiese puesto un pie en la Iglesia el día que le fueron conferidos los títulos imperiales, pese a que fue un gran día festivo, de poder haber previsto los designios del Papa.
De esta manera reforzó las amistosas relaciones que su padre había mantenido con el Papado y se convirtió en su protector tras derrotar a los lombardos en Italia. De este modo sucedía al Imperio Bizantino como protector de la cristiandad. La iconoclasia de la dinastía isauria y los consiguientes conflictos religiosos con la emperatriz Irene, quien en el año 800 ocupaba el trono de Constantinopla, probablemente fueran las principales causas por las que el Papa deseaba aclamar formalmente a Carlos como emperador romano. Además, también ansiaba incrementar la influencia del Papado, honrar a su salvador, Carlomagno, y resolver las cuestiones constitucionales que por entonces afligían a los juristas europeos, en una época en que Roma no se hallaba en manos de un emperador. De este modo, cuando Carlomagno asumió el título de emperador, a los ojos de los francos e italianos no se trató de una usurpación del cargo; pero sí lo fue en Constantinopla, donde Irene y su sucesor, Nicéforo I, protestaron vigorosamente sin que ninguno de ellos lograse algo al respecto.
No obstante, después de 806, Carlos pasaría a designarse a sí mismo no como “Emperador de los romanos”, un título reservado al emperador bizantino, sino como “Emperador gobernante del Imperio Romano”. Sin embargo, los bizantinos siguieron conservando varios territorios en Italia: Venecia; Reggio, en Calabria; Brindisi, en Apulia y Nápoles. Estas regiones permanecieron fuera del dominio franco hasta 804, cuando los venecianos, desgarrados por luchas internas, transfirieron su lealtad a la Corona Férrea de Pipino, hijo de Carlos. Tras la conquista de Nordalbingia, el territorio franco colindaba con Escandinavia.
Para el 806, Carlomagno realizó las primeras previsiones a fin de dividir su Imperio a su muerte. A Carlos el Joven le habría legado Austrasia, Neustria, Sajonia, Borgoña y Turingia; a Pipino Italia, Baviera y Suabia; a Luis Aquitania, la Marca Hispánica y la Provenza. No existe mención alguna a los títulos imperiales, no obstante, ciertos historiadores han afirmado que el monarca francés consideraba los títulos como una recompensa que debía ganarse cada uno, y no como una herencia. Esta división podría haber sido efectiva, pero los fallecimientos de Pipino[92] y Carlos[93] obligaron a Carlomagno a reconsiderar el reparto.
Los paganos daneses, una raza casi desconocida para los ancestros de Carlos, pero destinada a ser ampliamente conocida por sus hijos, habitaban la península de Jutlandia habían oído muchas de las historias relatadas por Widukind y sus aliados, quienes se refugiaban en la corte danesa, así como de la ferocidad con que el rey cristiano trataba a sus vecinos paganos.
En 808, el rey danés, Godofredo, construyó la gran Danevirke a lo largo del istmo de Schleswig. Esta muralla defensiva, que en un principio medía 30 kilómetros de largo, fue utilizada por última vez durante la Guerra de los Ducados en 1864. La Danevirke tenía por objeto proteger a los daneses, al mismo tiempo que le proporcionaba a Godofredo la oportunidad de saquear Frisia y Flandes por medio de ataques piratas. Además, el danés sometió a los veleti, aliados de los francos, y combatió a los obodritas. Godofredo invadió Frisia y bromeaba con visitar Aquisgrán. Sin embargo, no pudo hacer otra cosa ya que fue muerto, aunque se ignora si a manos de un asesino franco o de uno de sus propios hombres. Godofredo fue sucedido por su sobrino Hemming, quien firmó el Tratado de Heiligen con Carlomagno a finales de 811.
La Pax Nicephori concluyó y Nicéforo asoló las costas con una flota y, así, comenzó la única guerra entre bizantinos y francos. Los enfrentamientos se prolongaron hasta 810, cuando el bando pro-bizantino en Venecia le confirió una vez más el dominio de la ciudad al Imperio Bizantino y los dos emperadores de Europa hicieron las paces: Carlomagno recibió la península de Istria, y en 812 el Emperador Miguel I Rangabé reconoció su condición de Emperador y de nuevo hubo dos emperadores en Europa.
Comúnmente se ha asociado el reinado de Carlos con el renacimiento carolingio, un resurgimiento de la cultura, religión y arte latinas a través del Imperio Carolingio y dirigido por la Iglesia Católica. Por medio de sus conquistas en el extranjero y sus reformas internas, Carlomagno sentó las bases de lo que sería Europa Occidental en la Edad Media. En las monarquías francesa, alemana y del Sacro Imperio Romano, se le nombra como Carlos I.
Combatió a los sarracenos que amenazaban sus posesiones en la Península Ibérica y trató de apoderarse del territorio, mas tuvo que batirse en retirada a causa de un ataque de los sajones y perdió en el desfiladero de Roncesvalles a toda su retaguardia y a su sobrino, Roldán. Luchó contra los pueblos eslavos, y tras una larga campaña logró someter a los sajones, obligándoles a convertirse al cristianismo e integrándoles a su reino; de este modo allanó el camino para el establecimiento de la Dinastía Sajona.
Hoy es considerado, no solo como el fundador de las monarquías francesa y alemana, sino también como el padre de Europa: Su imperio unificó por primera vez la mayor parte de Europa Occidental desde la caída del Imperio Romano, y el renacimiento carolingio estableció una identidad europea común.
La actitud de Carlomagno hacia sus hijas ha sido motivo de gran controversia; las mantuvo en casa junto a él y se negó a permitir que contrajeran matrimonio, probablemente a fin de evitar el establecimiento de sub-ramas familiares que pudieran rebelarse contra la principal, como fue el caso de Tasilón III, aunque les permitió mantener relaciones extramaritales, llegando incluso a honrar a sus concubinas, y guardó gran aprecio por los hijos bastardos que engendraban. Al parecer nunca creyó las historias que circulaban en torno a su salvajismo. Tras la muerte de Carlomagno, su hijo Luis las desterró de la corte y las envió a conventos que su padre había elegido. Una de ellas, Bertha, mantuvo una relación, o quizá un matrimonio, con Angilberto, miembro de la corte de su padre.
En 813, Carlomagno convocó a su corte a Ludovico Pío, rey de Aquitania y su único hijo sobreviviente. Una vez allí, lo coronó con sus propias manos como co-emperador para luego enviarlo de regreso a Aquitania. La única parte del Imperio que no concedió a su heredero fue Italia, prometida años atrás a Pipino, hijo ilegítimo de Bernardo.
A continuación, pasó el otoño de cacería antes de volver a Aquisgrán el 1 de noviembre. En enero enfermó de pleuritis y el 21 cayó en cama. Murió el veintiocho de enero, a las nueve de la mañana, tras participar de la eucaristía, en su septuagésimo segundo año de vida y el cuadragésimo séptimo de su reinado.
Carlos fue sepultado el mismo día de su muerte en la Catedral de Aquisgrán, pese a que el clima frío y la naturaleza de su enfermedad no imponían apuro alguno a su entierro. La muerte de Carlomagno afectó profundamente a muchos de sus cortesanos, en especial a aquellos que formaban una especie de “camarilla literaria” adherida al emperador en Aquisgrán.
Fue sucedido por su hijo superviviente, Ludovico, quien había sido coronado el año anterior. Su imperio permaneció intacto una sola generación más; la historiografía afirma que la división efectiva entre los hijos de Ludovico dio pie a la formación de los modernos estados de Francia y Alemania.
Después de la muerte de Carlomagno en 814 comenzó un declive en el Imperio, que en cierta forma fue detenido por Enrique I, que reinó del 913 al 936, pero volvió a bajar cuando su hijo Otto I tomó el poder que mantuvo hasta el 978. Luego, no se levantó otro emperador importante hasta Federico II, que fue excomulgado por el Papa en dos ocasiones, aunque en la quinta cruzada llegó a proclamarse rey de Jerusalén.
En 1273, Rudolf de Habsburgo, fundador de la Casa de Austria, llegó al poder imperial y sometió a los príncipes y barones, pero esto llegaría al final cuando Carlos V abdicó en 1554 y murió dos años después.
Al inicio del Imperio, la rivalidad entre emperadores y papas no se hizo esperar, pero cuando estalló la Reforma esa enemistad acabó. Así también el Sacro Imperio Romano Germánico, a quien Voltaire había ridiculizado con su frase: “No es santo ni romano y menos imperio”, llegó a su fin en 1806 cuando Francisco II fue obligado a quedar únicamente con el título de “Emperador de Austria”.
6. El Adopcianismo.
Otra de las herejías que se dieron en este tiempo fue la del “Adopcianismo”, en España, que basándose en un concepto monarquiano de la divinidad, afirmaba que Jesús, hijo de María, era meramente hombre, pero elevado de algún modo a la altura de Dios, por una especie de adopción. El resultado es la negación de la divinidad de Cristo o una especie de nestorianismo, que admite dos hijos: El Hijo de Dios, consustancial al Padre, y Jesucristo, simple hombre, elevado o adoptado por la divinidad. Esta elevación se concebía, o bien de un modo semejante a la de los profetas, que supone que Cristo fue investido de una fuerza o espíritu superior, o bien a la manera de la mitología griega, según lo cual fue elevado a la misma divinidad. En sus diversas manifestaciones, el adopcionismo significa un desconocimiento y negación de la doctrina sobre las dos naturalezas en Cristo, unidas hipostáticamente en una sola persona.
a) Primeras manifestaciones.
Desechando de las ideas de los ebionitas sobre Cristo, el adopcionismo se presenta en dos formas en los siglos II y III: Las de Teodoto de Bizancio y Pablo de Samosata. El primero era hombre erudito que propuso la doctrina de que Cristo era hombre, si bien elevado por una virtud o fuerza superior. Habiendo apostatado en la persecución, se arrepintió posteriormente, y para justificarse de su caída, según atestigua Epifanio, afirmaba que, al negar a Cristo, no había negado a Dios, sino solo a un hombre. Excomulgado por Víctor I el año 190, continuó haciendo prosélitos en Roma. Entre sus discípulos se distinguieron: Teodoto el joven, quien presentó a Melquisedec como un predecesor de Cristo, semejante a él por su elevación; y Artemón, sucesor suyo en la dirección de la secta.
b) Una segunda manifestación.
A mediados del siglo III, en Antioquía, resurgió el adopcionismo. Su promotor fue Pablo de Samosata, hombre de formación dialéctica, que bien pronto llamó la atención por su vida relajada, pero sobre todo por su teoría, íntimamente relacionada con la de Teodoto de Bizancio. Según él, Cristo es solo hombre, pero en Él habita el logos o virtud de Dios. Con su naturaleza humana pudo sufrir, pero con la dínamis superior hizo milagros. Ya en un Sínodo de Antioquía del año 254 tuvo que defenderse y procuró ocultar sus errores.
Consiguió ser elevado en el año 260 a la sede de Antioquía, y continuó defendiendo sus doctrinas cismáticas. Finalmente, fue excomulgado en el Sínodo de Antioquía del año 268, pero logró mantenerse en su sede, hasta que, conquistada la ciudad por el emperador Aureliano, tuvo que cederla a Domno, obispo fiel a Roma.
c) Tercera manifestación.
El obispo de Urgel, Félix y el arzobispo de Toledo, Elipando, fueron los defensores más tenaces del adopcionismo en España en la segunda mitad del siglo VIII. Por su parte, Alcuino, fue el más destacado y sistemático opositor.
Elipando combatió primero el error de Mignecio, según el cual un Dios personal había aparecido en David como Padre, en Cristo como Hijo y en Pablo como Espíritu Santo, pero él mismo cayó en otro error. Entendiendo mal la doctrina de las dos naturalezas en Cristo, proclamada en el Concilio de Calcedonia, volvió a una especie de nestorianismo, según el cual, el Hijo de Dios tomó por adopción la naturaleza humana. Así, pues, defendía dos hijos: El hombre Cristo, adoptado por la divinidad, y el Hijo de Dios, consustancial con el Padre. Elipando pretendía probar su doctrina con los Padres, para lo cual aducía, entre otros, textos de Hilario e Isidoro, en los que parece que se habla de la adopción por parte de Dios de la naturaleza humana. Asimismo utilizaba textos de la liturgia mozárabe donde se emplea algunas veces el concepto de adopción. Pero tanto en los Padres como en la liturgia mozárabe se da a ese concepto un sentido popular, equivalente a tomar la naturaleza humana o unirse a ella, no en el preciso que le atribuía Elipando. La principal dificultad que se oponía a la doctrina de Elipando era que, como una persona, con relación al mismo Padre, no puede ser a un tiempo Hijo natural y adoptivo, esta doctrina suponía en Cristo dos personas, con lo cual recaía en el nestorianismo. Esto no lo querían admitir ni Elipando ni sus fieles discípulos, quienes proclamaban que defendían la unión hipostática de Cristo; pero de su modo de concebir se deducía la doctrina nestoriana de dos personas en Cristo.
Con su pasión característica, se dedicó Elipando a la propaganda de sus ideas, ganando al obispo de Asturias, Ascario. Esta nueva herejía traspasó los límites de la España musulmana, dentro de la cual se encontraban Elipando y Ascario. Los primeros que defendieron la doctrina ortodoxa contra estas nuevas doctrinas fueron dos eminentes teólogos españoles, pertenecientes a la España libre del Norte: Beato de Liébana, a quien presenta Alcuino como “varón santo y docto”, tanto en su vida como en su nombre; y Eterio, obispo de Osma, discípulo suyo y no menos docto que su maestro. Al lado de Beato, conocido por su Comentario al Apocalipsis, en el que se presenta como gran conocedor de la Biblia, se distinguió Eterio como gran teólogo, si bien Elipando lo despreciaba por su juventud. Ambos compusieron en colaboración una Apología de la verdadera doctrina que constituye una valiente refutación del adopcionismo, anterior a las de Alcuino y otros teólogos.
Basándose en los textos de la Sagrada Escritura y en una Teología sana y vigorosa, ambos teólogos objetan el error de Elipando. Describiendo esta obra teológica de los dos célebres teólogos españoles, Beato y Eterio, Menéndez Pelayo dice que nació “en tierra áspera, agreste y bravía, entre erizados riscos y mares tempestuosos”, y añade: “…pasma el que se supiese tanto y que se pudiese escribir de aquella manera, ruda, pero valiente y levantada, en el pobre reino asturiano”[94].
d) Primeras medidas contra el adopcionismo.
La valiente conducta de Beato y Eterio produjo resultados muy diversos. Por un lado, al tener noticia de la controversia, el Papa Adriano I[95] dirigió una carta “a todos los obispos que moraban en toda España”, condenando a su vez el adopcionismo de Elipando de Toledo y Ascario, como renovadores de la doctrina de Nestorio. Más, por otro, se producía la conquista para el adopcionismo del que sería en adelante su más decidido defensor. Era el obispo de Urgel, Félix, ya conocido por su extraordinaria erudición y por sus ideas semejantes a las de los adopciananos. Deseando Elipando nuevos aliados para su doctrina, acudió a Félix, pidiéndole su parecer sobre la cuestión discutida “si Cristo en cuanto hombre, debía ser considerado como hijo propio o como hijo adoptivo”. Según refiere Eginardo, Félix respondió a esta consulta confirmando plenamente la opinión de Elipando.
De este modo se iniciaba la gran batalla en torno al adopcionismo. Después de la conquista de la Marca Hispánica[96] por el Imperio, este ejercía su tutoría espiritual sobre aquella. Por esto cuando en la Escuela Palatina de Aquisgrán, dirigida por Alcuino, se dieron cuenta de que el adopcionismo se había introducido en Cataluña e incluso iba penetrando al otro lado de los Pirineos, se decidió reunir un gran sínodo para solucionar el problema. Con la autoridad de Carlomagno, se convocó para el a. 792 un sínodo en Ratisbona, obligándose a Félix de Urgel[97] a comparecer en 61 y dar cuenta de sus ideas. Félix se presentó. Se examinó detenidamente la doctrina del adopcionismo y se lanzó contra ella la primera condena. El obispo de Urgel tuvo que renunciarla. No contento con esto, Carlomagno lo envió a Roma, al Papa Adriano I. En presencia del Pontífice, Félix de Urgel rechazó con un nuevo juramento el adopcionismo, y hecho esto, volvió a su diócesis.
Pero Félix, apenas llegado a su diócesis, emprendió una nueva campaña en defensa del adopcionismo, de la que tenemos diversas noticias. Por otro lado, entre los años 793 y 795, Elipando de Toledo imprimió un nuevo matiz a su propaganda. Se dirigió él mismo a Carlomagno y procuró convencerlo de que su principal defensor, Beato de Liébana, defendía doctrinas heréticas. En el mismo sentido, según parece, dirigieron él y los suyos diversas cartas a los obispos del sur de Francia, en las que procuraban probar sus doctrinas con testimonios de los Padres, al mismo tiempo que refutaban agresivamente a Beato como apóstata e inmoral. Todo esto produjo gran alarma en Carlomagno, que se dirigió al Papa Adriano I y en juicio con él hizo reunir en el año 794 un nuevo sínodo general en Frankfort del Main. Entre los obispos de Italia que tomaron parte en él, sobresalen Paulino de Aquileya y Pedro de Milán, presididos por los legados pontificios. Pero ni Elipando ni Félix asistieron a él.
El sínodo se celebró con normalidad, y sobre la base de una carta de Adriano I, proclamó, frente a la doctrina del adopcionismo, que el Hijo de Dios, tiene, sí, dos naturalezas, divina y humana, pero no puede ser designado como hijo adoptivo en cuanto hombre. Según esto, se redactaron dos exposiciones: La primera, obra de Paulino de Aquileya, contenía la prueba bíblica; la segunda se basaba en la patrística. Juntamente con un escrito del Papa, Carlomagno envió estos documentos a Elipando y Félix, exhortándoles a que abandonaran su error y abrazaran la verdadera fe, proclamada por el sínodo y por el Pontífice. Pero, en lugar de someterse, ambos continuaron con más intensidad sus propagandas.
e) Última fase del adopcionismo.
La controversia entró entonces en su fase última, cuyo principal paladín es Alcuino. En tono conciliador, redactó una refutación del adopcionismo que envió por mano de Benito de Aniano a los monjes del sur de Francia y de Cataluña. Pero Félix publicó rápidamente una refutación que Carlomagno, aconsejado por el mismo Alcuino, envió al Pontífice y a Paulino de Aquileya. Entonces redactó Alcuino su segunda obra Libellus adversus Felices haeresim, a la que Félix respondió. Por tercera vez tomó Alcuino la pluma y compuso su mejor obra sobre esta materia, los Siete libros contra Félix de Urgel.
Paulino de Aquileya redactó otra refutación de Félix. Pero todo fue inútil. Precisamente entonces compuso Elipando su tratado, que dirige “al reverendísimo diácono Alcuino, ministro, no de Cristo, sino del fetidísimo Beato”.
El nuevo Papa, León III, en un sínodo celebrado en Roma en el año 799, condenó de nuevo al adopcionismo. Por su parte, Carlomagno, siempre aconsejado por Alcuino, envió a la Marca Hispánica al abad Benito de Aniano y a varios obispos para que instruyeran debidamente al pueblo y consta que por este medio muchos volvieron a la verdadera fe. Pero su triunfo principal consistió en convencer al mismo Félix de Urgel para presentarse con ellos ante Carlomagno. Durante el mismo año 799 se celebró en Aquisgrán un nuevo sínodo o conferencia de gran significación. Durante seis días Félix expuso con todo detalle sus ideas sobre el adopcionismo; presentó sus dificultades contra la doctrina expuesta por Alcuino, y este fue rebatiendo todos los errores doctrinales de Félix y respondiendo a todas sus dudas. Félix abjuró sus errores, según parece, con toda convicción, y dirigió a sus partidarios una profesión de fe. En ella proclamaba la doctrina de que, en ambas naturalezas, divina y humana, había un único y verdadero Hijo, el unigénito del Padre, rechazando expresamente la doctrina del adopcionismo.
Mas como Félix había cambiado tantas veces de opinión, Carlomagno decidió que no volviera a España. Por consejo de Alcuino se retiró a Lyon, bajo la tutela de su obispo, donde murió en el año 818. Durante este tiempo consta que dio muestras de caridad hacia Alcuino. Pero el obispo Agobardo de Lyon encontró, después de su muerte, ciertos papeles que dejan alguna duda sobre la autenticidad de su conversión. Elipando parece que persistió hasta su muerte en el error. Pero, muertos Félix y Elipando, no quedan en España vestigios de su doctrina, prueba convincente de que esta Teología no había tenido muchos adeptos.
7. El Cisma de Oriente.
El cisma más grave que tuvo la Iglesia Católica es la que protagonizaron los seguidores del obispo de Constantinopla cuando se separaron de Roma en 1054. Aunque según los “Ortodoxos”, que es el nombre que adoptaron, ellos simplemente interrumpieron su comunión con una sede a la que reconocían como igual, no como superior, y a la que solo por razones de cortesía y de historia reconocían un primado honorífico, la verdad es que la Iglesia Oriental siempre funcionó de manera independiente de la Occidental.
En el año 589, durante el Tercer Concilio de Toledo, donde tuvo lugar la conversión de los visigodos al catolicismo, se produjo la añadidura del término filioque[98], por lo que el Credo pasaba a declarar que el Espíritu Santo procede no exclusivamente del Padre a través del Hijo como decía el credo Niceno, sino del Padre y del Hijo. Esto condujo a que la situación entre Constantinopla y Roma se mantuviesen siempre en tensión, y como preludio de lo que iba a venir, en el siglo IX se presenta el Cisma de Focio.
a. El Cisma de Focio.
Regía la sede romana el Papa Nicolás I[99] y el obispo Ignacio era Patriarca de Constantinopla, elegido para tal por los monjes el 4 de julio del año 847. Era un hombre muy piadoso, abad de uno de los innumerables monasterios existentes en la ciudad, de pocas luces y, por ello, obstinado en sus decisiones. En la fiesta de Epifanía del año 857 negó públicamente la Comunión a un tío del Emperador Miguel III, Bardas, que vivía licenciosamente con su propia nuera. Ello motivó su deposición y destierro el día 23 de noviembre del 858, acusado de haber traicionado la confianza del Emperador. Nombró este como nuevo Patriarca a un miembro de la Corte imperial, laico, oficial mayor de su guardia, llamado Focio, hombre culto y erudito, que en cinco días recibió todas las órdenes sagradas de manos de un obispo poco amigo del depuesto Patriarca.
Quiso Focio recibir la confirmación del Papa Nicolás I, persona muy enérgica, muy consciente de su rango primacial, dispuesto a hacer valer su autoridad en Oriente y Occidente, conocedor del caso por los informes que le había enviado el depuesto Ignacio, que envió a Constantinopla a sus legados con instrucciones muy concretas y facultades muy precisas. Parece que no se ajustaron estos a los poderes recibidos y, en vez de deponer a Focio y restituir a Ignacio como indicaban sus instrucciones, se dejaron ganar por los alegatos del intruso, al que confirmaron como Patriarca de Constantinopla en un Sínodo habido en la ciudad el año 861. Conocedor el Pontífice de la deslealtad de sus legados, les excomulgó, pena que hizo extensiva al emperador y al patriarca. Ello originó la ruptura de éstos con el Papa y el rechazo de la primacía papal, a lo que añadieron la excomunión y deposición del mismo Papa por parte del Patriarca. Ciertamente no fueron muchos los años que duró el Cisma de Focio, del 858 al 867, pues al ser derrocado el Emperador Miguel III por el macedonio Basilio I, fue depuesto y restituido en su sede el Patriarca Ignacio. Por esta frase, Focio excomulgó al Papa en el 867. Pero los católicos occidentales aseguran que fueron ellos los que excomulgaron al Patriarca de Constantinopla, que hizo lo mismo con el Papa.
Sin embargo, la capacidad de intriga de Focio, cuya deposición y destierro, con su reducción al estado laical, fue confirmada en el IV Concilio de Constantinopla, VIII de los ecuménicos, era tan asombrosa que logró granjearse de nuevo la confianza de Basilio I y ser restituido por este en la sede patriarcal tras la muerte de Ignacio, ahora con el consentimiento del Papa Juan VIII. Focio había formado un partido anti-romano, el cuál de allí en adelante nunca se disolvió.
Focio dio a los bizantinos una nueva y poderosa arma. El grito de herejía proferido bastante en todas las ocasiones, nunca dejó de generar indignación popular. Sin embargo, a nadie se le había ocurrido acusar a todo Occidente de estar empapado de perniciosa herejía. Hasta ahora había sido un problema de resentir el uso de la autoridad papal en casos aislados. Esta nueva idea llevó la guerra al interior del campo enemigo con venganza. Cuando Focio llama a los latinos “mentirosos, luchadores contra Dios, precursores del Anticristo”, ya no es una cuestión meramente de ofender a sus superiores eclesiásticos. Él ahora asume un papel más efectivo; es el campeón de la ortodoxia, indignado contra los heréticos.
Por sus intrigas y embrollos, conocidos por el nuevo emperador, León VI, Focio fue depuesto de nuevo y enviado a un monasterio donde murió diez años más tarde. El patriarca Antonio Kauleas, que le sucedió, restableció en un Sínodo la unión total con Roma, repuso el nombre del Papa en los dípticos de la Misa y renovó unas relaciones que ya siempre serían frías y protocolarias, origen de fricciones continuas, nacidas también por la política anti-bizantina del imperio carolingio, aliado del Papa, que terminarían con la ruptura total, acaecida el año 1054.
Después de Focio, el patriarca Juan IX Bekkos habla de “paz perfecta” entre Oriente y Occidente. Pero esa paz era solo en la superficie. La causa de Focio no murió. Permaneció latente en el partido que él dejó, el partido que aun odiaba a Occidente, que estaba listo para romper nuevamente la unión al primer pretexto, que recordaba y que estaba listo a revivir la acusación de herejía contra los latinos.
b. El Cisma de 1009.
En el año 1009 el nombre del Papa fue retirado de los dícticos del patriarcado de Constantinopla. Se discute todavía entre los historiadores cuál haya sido el motivo de este cambio. Una causa pudo ser el hecho de que el Papa Sergio IV había enviado al patriarca de Constantinopla una profesión de fe que contenía el filioque y eso habría provocado la ira del patriarca Sergio II.
c. El Cisma de 1014.
En 1014 con motivo de su coronación como emperador de Sacro Imperio, Enrique II solicitó al Papa Benedicto VIII la recitación del Credo con la inclusión del filioque. El Papa, necesitado del apoyo militar del emperador, accedió a su petición con lo que por primera vez en la historia el filioque se usó en Roma.
La iglesia griega quería en aquellos primeros años del milenio encontrar una especie de entendimiento con la iglesia latina de manera que con el consenso del Pontífice romano, la Iglesia de Constantinopla fuese declarada y considerada universal en su propia esfera, así como Roma en el mundo entero. Esto implicaba una doble forma de ser una sola Iglesia católica. El Papa Juan XIX pareció vacilante ante la propuesta de la iglesia griega lo cual le supuso recibir la recriminación de algunos monasterios que estaban por la reforma eclesial.
d. El Gran Cisma de Oriente.
En el año 1054, el Papa León IX, patrocinador de la reforma eclesiástica iniciada en el monasterio de Cluny, y defensor de la primacía papal, reinaba en Roma, donde era amenazado por los normandos, y buscaba una alianza con Bizancio, por lo que mandó una embajada a Constantinopla encabezada por su colaborador, el cardenal Humberto de Silva Candida, y formada por los arzobispos Federico de Lorena y Pedro de Amalfi. Parece que León no estuvo afortunado en la elección del cardenal de Silva, cuya aversión a lo bizantino era manifiesta. Se presentó en Constantinopla dispuesto a proclamar la autoridad pontificia, pero en ningún caso a dialogar.
Además, los legados papales negaron, a su llegada a Constantinopla, el título de ecuménico al Patriarca Miguel I Cerulario[100] y, además, pusieron en duda la legitimidad de su elevación al patriarcado. Cerulario se distinguía por una morbosa antipatía a todo lo occidental y a sus instituciones, con especial incidencia en la iglesia romana y en su representante el Papa, que le llevó a acusarle reiteradamente de inmerso en la herejía por hechos más relacionados con la liturgia o la disciplina que con las cuestiones teológicas. El patriarca se negó entonces a recibir a los legados. El cardenal respondió publicando su Diálogo entre un romano y un constantinopolitano, en el que se burlaba de las costumbres griegas y, tras excomulgar a Miguel I Cerulario mediante una bula que depositó el 16 de julio de 1054 sobre el altar de la Iglesia de Santa Sofía, abandonó la ciudad y se volvió a Roma tan feliz, tras haber lanzado excomuniones y entredichos a todos los jerarcas bizantinos.
El 24 de julio de ese mismo año, el Patriarca Ecuménico de Constantinopla respondió excomulgando al cardenal y a su séquito, y quemó públicamente la bula romana, con lo que se inició el Cisma, pues alegan que, en el momento de la excomunión, León IX había muerto y por lo tanto el acto del cardenal de Silva no habría tenido validez; añaden también que se excomulgaron individuos, no Iglesias.
La posterior deposición y destierro de Cerulario no originaron, como en casos anteriores, la conclusión del cisma. Después vendrían los cruzados, hombres con frecuencia incultos, rudos y rapaces, que se dedicaron, en no pocas ocasiones, al pillaje y el despojo de las buenas y sencillas gentes del pueblo; los comerciantes venecianos y genoveses, nada escrupulosos a la hora de “saquear” las riquezas del Imperio y algunas de sus más preciadas reliquias; y la desafortunada actuación de los gobernantes del llamado “imperio latino de Constantinopla”[101] que pretendieron latinizar, de forma más o menos violenta, la liturgia y las costumbres de un pueblo con características y peculiaridades propias. Todo ello engendró en el pueblo, que había permanecido ajeno a las disputas de los poderosos, una antipatía y odio hacia lo occidental, lo latino y lo europeo, que ha imposibilitado la unión, haciendo fracasar los débiles intentos propiciados a lo largo de los siglos.
El Segundo Concilio de Lyon en 1274 y de nuevo el Concilio de Florencia en 1439, llegaron a una reunificación que el pueblo esperó cerrara para la siempre la grieta. Pero ni duró la reunificación, ni tuvo ninguna base sólida del lado oriental. El partido antilatino, preconizado, formado y organizado desde mucho tiempo atrás por Focio, bajo Cerulario había llegado a representar la totalidad de la Iglesia Ortodoxa. Este proceso fue gradual, pero ahora estaba completo. Al principio las Iglesias Eslavas no vieron razón para romper con Occidente debido a que el Patriarca de Constantinopla se hubiese enemistado con el Papa. Pero el hábito de mirar hacia la capital de imperio eventualmente les afectó también. Ellos utilizaban el Rito Bizantino, eran Orientales; así se colocaron del lado de Oriente.
En Lyon y luego, de nuevo en Florencia, la reunificación era solo un expediente del gobierno. El emperador deseaba que los latinos combatieran contra los turcos por cuenta de él. Así él estaba preparado para conceder cualquier cosa hasta que el peligro hubiera pasado. Es claro que en estas ocasiones el móvil religioso impulsaba solo a Occidente. Éste no tenía nada que ganar; no deseaba nada de Oriente. Los latinos tenían todo que ofrecer y estaban preparados para brindar su ayuda. Todo lo que Occidente quería a cambio era que terminara el lamentable y escandaloso espectáculo de una Cristiandad dividida. Pero a los bizantinos no les importaba el motivo religioso; o más bien, la religión para ellos significaba la continuación del cisma. Habían llamado herético a Occidente tantas veces que comenzaron a creerlo. La reunificación fue una desagradable y humillante condición para que el ejército franco viniera y los protegiera. El pueblo común había sido tan bien entrenado en su odio hacia los “Acimitas” y “adultera credos”, que su celo por lo que consideraban Ortodoxia pudo más que su temor a los turcos. La frase “Preferible el turbante del Sultán que la tiara del Papa” expresaba con exactitud sus pensamientos. Cuando los obispos que habían firmado los decretos de reunificación regresaron, fueron recibidos con un estallido de indignación como traidores a la fe ortodoxa. En cada ocasión, la reunificación fue rota casi inmediatamente después de haberla hecho. El último acto del cisma fue cuando Dionisio I de Constantinopla[102] reunió un sínodo y formalmente repudió la unión. Desde entonces no ha habido inter comunión; existe una enorme Iglesia “Ortodoxa”, aparentemente satisfecha de estar en cisma con el obispo de Roma: El Papa.
Considerando estas críticas, se puede señalar que el Gran Cisma fue en realidad el resultado de un largo período de relaciones difíciles entre las dos partes más importantes de la Iglesia Católica. Las causas primarias del cisma fueron sin duda las tensiones producidas por las pretensiones de suprema autoridad del Papa de Roma y las exigencias de autoridad del Patriarca de Constantinopla. Efectivamente, el Obispo de Roma reclamaba autoridad sobre toda la cristiandad, incluyendo a los cuatro Patriarcas más importantes de Oriente; los Patriarcas, por su lado, alegaban, según su entendimiento e interpretación de la Tradición Apostólica y las Sagradas Escrituras, que el Obispo de Roma solo podía pretender ser un “primero entre sus iguales”. Al mismo tiempo los Papas, con base en su interpretación de la Tradición Apostólica y las Sagradas Escrituras declaraban que “es necesario que cualquier Iglesia este en armonía con la Iglesia de Roma, cuya fundación es la más garantizada, porque en ella todos los que se encuentran en todas partes han conservado la Tradición apostólica”[103]. También tuvo gran influencia el Gran Cisma en las variaciones de las prácticas litúrgicas y disputas sobre las jurisdicciones episcopales y patriarcales.
Se puede alegar que ambas iglesias se reunieron en 1274, en el Segundo Concilio de Lyon y en 1439, en el Concilio de Basilea, pero en cada uno de estos eventos, las intenciones conciliares se vieron frustradas por el mutuo repudio posterior.
Y realmente las diferencias teológicas y litúrgicas de los Ortodoxos con el catolicismo son pocas, pero insisten en que poseen toda la verdad teológica. Los Ortodoxos prefieren venerar “iconos”, es decir, imágenes grabadas en madera o metal, antes que imágenes de forma completa, y tienen sus propios santos, más los de la iglesia occidental. Los patriarcas y obispos ortodoxos aceptan como su primado de honor al patriarca ecuménico de Constantinopla. Aunque no todas las iglesias llamadas ortodoxas están en plena comunión con Constantinopla debido a asuntos relacionados con la naturaleza de Cristo. Aceptan el matrimonio de los sacerdotes y es obligatorio si desean ser párrocos.
Las Iglesias ortodoxas son la Griega, Rusa, Georgiana, Rumana, Búlgara, Siria, etc., constituyendo una federación de varias iglesias que se gobiernan a sí mismas y se incluye a los antiguos patriarcados de Jerusalén, Antioquía, Alejandría y Constantinopla, que están gobernadas por un patriarca. También las iglesias Rusa, Búlgara, Rumana, Serbia, Griega, Gregoriana, Checoslovaca, Chipriota, Polaca, Albanesa y Sinaítica, forman parte de esta federación.
[1] La interrupción de la serie de emperadores en la parte occidental del Imperio.
[2] El hundimiento de una civilización y el quiebro de una historia del mundo dividida en dos etapas: una antigua-pagana y otra moderna-cristiana.
[3] Que se origina o nace en el interior, como la célula que se forma dentro de otra.
[4] Que viene de fuera.
[5] Amiano Marcelino, Aurelio Víctor, Zósimo, Hidacio, Jordanes, etc.
[6] Panegíricos Latinos, Rutilio Namaciano.
[7] Símaco, Sidonio Apolinar.
[8] Jerónimo, Ambrosio, Agustín, Salviano de Marsella
[9] Basilio de Cesárea, Gregorio de Nisa, Gregorio Nacianceno y Juan Crisóstomo
[10] Ciencia cuyo objeto es conocer e interpretar las inscripciones.
[11] 408-50
[12] 518-65
[13] Oxirrinco es el nombre helenizado de Per-Medyed, antigua ciudad localizada en el XIX nomo del Alto Egipto, la actual El-Bahnasa, provincia de Minia, que se encuentra unos 160 km al sudoeste de El Cairo, Egipto, en la margen izquierda del Bahr-Yusef “Canal de José”.
[14] 337 d.C.
[15] Esencia o substancia.
[16] Idéntico en esencia o substancia.
[17] Similar en esencia o substancia.
[18] Platona, pavimento de mármol.
[19] Aunque en realidad no es sino hasta Gregorio I que se sientan las bases firmes de lo que hoy conocemos como la Iglesia Católica Romana.
[20] Políticamente, la excomunión era un ataque a los fundamentos del poder temporal del emperador de Bizancio.
[21] Nótese que no usamos la palabra “Papa” o “papado” hasta Gregorio I ya que él fue en realidad el primer Papa, aunque ya desde Siricio en el 384 se insistía en dar ese título al obispo romano.
[22] La futura Toscana.
[23] 768.
[24] 822.
[25] La cueva de Hira.
[26] Año de la Hégira.
[27] 622-623.
[28] 795-816.
[29] 896-897.
[30] 891-896.
[31] 872-882
[32] 903.
[33] 911-913.
[34] 914-928.
[35] 996-999.
[36] 999-1003.
[37] 1058-1061.
[38] Hildebrando, 1073-1085.
[39] 1144-1145.
[40] 1215-16.
[41] Significa “con llave”.
[42] 1447-1455.
[43] Del latín nepos, y otis: Dar poder al sobrino.
[44] No es de extrañar que los curas, obispos, cardenales y aún tuviesen amantes ya que en Roma más del 10% de la población eran prostitutas.
[45] 1491.
[46] 1198-1216.
[47] 1215.
[48] 1227-1233.
[49] 1242
[50] 1244.
[51] 590-604.
[52] 752.
[53] Del 315-335.
[54] Siglo IX. Bibliothèque Nationale, París, MS. Latin 2777.
[55] Año 324.
[56] 715-731.
[57] Documento anterior al Concilio Vaticano I.
[58] 864.
[59] 1073-1085.
[60] Von Döllinger, El Papa y el Concilio, Capítulo III, Sección VII.
[61] Ibid.
[62] Ibid.
[63] 858-867.
[64] Op. Cit.
[65] Op. Cit. Nota VI.
[66] Ibid.
[67] Los Dictatus Papae, Departamento de Historia de la Iglesia de la Pontificia Universidad Católica Argentina: http://webs.advance.com.ar/pfernando...tus_Papae.
[68] Op. Cit.
[69] Siglo IV.
[70] Op. Cit.
[71] 687.
[72] El Martillo.
[73] 741-751.
[74] 747-751.
[75] 751-768.
[76] Durante los siete años de vacío real, todos los documentos oficiales llevarán la fecha de 737.
[77] Hermanastro de Pipino y Carlomán.
[78] El apodo se le puso por tener un pie más grande que el otro.
[79] Grandes del reino.
[80] Pierde sus largos cabellos, signo del poder entre los francos.
[81] Murió en el 752.
[82] Es la primera vez que un Papa emprende semejante viaje.
[83] Un pilar de madera venerado por los sajones.
[84] 772.
[85] 777.
[86] 780.
[87] 783-785.
[88] 782.
[89] 783.
[90] 780-782.
[91] 781.
[92] 810.
[93] 811.
[94] Historia de los heterodoxos españoles I, Madrid 1956, pág. 366.
[95] 772-795.
[96] Cataluña.
[97] Diócesis de la Marca Hispánica.
[98] Palabra griega que implica que el Espíritu Santo procede igualmente del Hijo y del Padre, que rechazaban los orientales.
[99] 858-867.
[100] Miguel Cerulario, fue elegido el día de la Encarnación del año 1043, desde su condición de simple fiel.
[101] 1204-1261.
[102] 1467-72.
[103] Irineo de Lyon.
A. La Iglesia Católica-Romana.
Roma fue desplazada como capital del Imperio por Constantinopla, pero la Iglesia en la antigua metrópoli había ido alcanzando gran prestigio y poder, así que el obispo romano encontró natural que se le reconociera como la cabeza visible de la Iglesia. Al principio no lo demandaba, sino que lo presentaba como una sugerencia, pero durante la Edad Media, sus anhelos cambiaron.
El crecimiento descomunal de la Iglesia llevó a algunos a pensar que era necesario reorganizar el modelo apostólico nombrando un jefe general. Habían vivido tantos años bajo el gobierno imperial que no podían imaginarlo de otra manera dentro de la Iglesia. Los obispos se habían convertido en los jefes locales, pero no había quién gobernara a los obispos. Los que estaban en las ciudades más importantes eran llamados “metropolitanos” y luego fueron nombrados como “patriarcas”, encontrándose cinco: En Jerusalén, Antioquia, Alejandría, Constantinopla y Roma. Al obispo romano comenzaron a llamarlo “Padre”, que con el correr del tiempo se transformó en “Papa”. Entre los cinco se disputaban la primacía sobre los demás, pero al final, los que siguieron luchando por ese puesto fueron los de Constantinopla y Roma.
Según el obispo de Roma, él tenía derecho sobre los demás debido a que Pablo y Pedro habían muerto en esa ciudad y comenzó a circular el rumor de que Pedro había sido el primer obispo en la iglesia romana y primer “Papa”. Se atribuyó a Pedro una importancia que las Escrituras no le dan, pero que ellos quisieron ver en los textos de Mateo 16.18 y Juan 21.15.
La Iglesia en Roma había adoptado el carácter de la ciudad: Orgullosa, poderosa, conflictiva. Por lo que sostenían forzosamente que el obispo de Roma debía ser el Papa, ya que los romanos eran más fuertes y sabios. Además, la Iglesia en Roma era la que más se preocupaba por los pobres y de ahí había salido ayuda para muchas iglesias que pasaban necesidad.
El hecho de que ahora el emperador estaba en Constantinopla y no en Roma no era algo de peso para que el obispo de la nueva capital creyera que él tenía el primado, ya que los emperadores constantinometropolitanos siempre influyeron en el patriarca, mientras que el obispo de Roma mantuvo más autonomía, especialmente ahora que no había emperador que le hiciera sombra. Otros hechos importantes estaban en que en los mismos Concilios, Roma ocupaba siempre el lugar preponderante, mientras que Constantinopla se mantenía rezagada.
Aunque los Católico-Romanos afirman tener una línea sucesoria que va hasta el siglo I con Pedro como primer jefe de la Iglesia, es bien sabido que no fue sino hasta fines del siglo VI y principios del VII que Gregorio I dio la forma que conocemos hoy a la Iglesia Católica. Ellos aceptan siete sacramentos, la intercesión de la virgen María y de los santos, el purgatorio, el celibato sacerdotal la existencia de órdenes monásticas de hombres y mujeres, el carácter sacerdotal del ministerio de la iglesia y hacen énfasis en el sacrificio de la misa.
El gobierno católico tiene al Papa por cabeza y las diócesis gobernadas por obispos. Al Papa lo elige un colegio de prelados llamados cardenales y se le considera infalible desde 1870. La Ciudad del Vaticano es considerada como la Santa Sede y es gobernada como un pequeño imperio.
El catolicismo está extendido por casi todo el mundo y prevalece en la mayor parte de Europa y en Iberoamérica. Desde el Concilio Vaticano II, iniciado en 1963, se han introducido numerosos cambios en la iglesia, incluyendo la celebración de la misa en la lengua del pueblo, ya que antes se hacía en latín.
1. La Decadencia y Caída de Roma.
La decadencia y caída del Imperio Romano es considerada por algunos como "el mayor enigma de todos", y ha sido uno de los ejes del discurso histórico clásico desde Agustín de Hipona. La ruina de la “Roma eterna” ha perdurado como el paradigma por excelencia del agotamiento y muerte de las civilizaciones, una caducidad mundana interpretada como el precedente y anuncio del fin del mundo o, al menos, de la civilización occidental. Los siglos XX y XXI han visto multiplicarse el interés por este problema histórico, debido probablemente al hecho de que la civilización contemporánea tiene muchos rasgos comunes con la de la Antigüedad Tardía, y a que la cultura occidental está en un período de transición, como la Roma de los siglos III y IV.
Constantino murió en el 337 y veinticinco años después los bárbaros invadieron el Imperio estableciendo reinos independientes. Cuarenta años después, el sueño de Rómulo, Julio César, Marco Antonio, Octavio, y todos los grandes emperadores, fue hecho cenizas. Mil años de historia habían finalizado cuando muchos codiciaron sus enormes riquezas y debido a la extensión del Imperio, las fronteras eran imposibles de defender y los mismos romanos se habían visto en la necesidad de contratar como soldados a aquellos que luego los conquistarían.
La decadencia y caída del Imperio Romano es un concepto historiográfico que hace referencia a las transformaciones operadas durante la Anarquía Militar y el Bajo Imperio Romano, que a partir de 395 condujeron a un rápido deterioro del poder romano, y al hundimiento del Imperio de Occidente, cuyo último emperador efectivo, Rómulo Augusto, fue depuesto por el caudillo hérulo Odoacro, empleado al servicio de Roma.
La historiografía ha oscilado entre una interpretación minimalista[1] y una maximalista[2]. De igual modo, de un extremo al otro del espectro de teorías propuestas, se ha considerado el proceso como una larga transformación debida a fenómenos endógenos[3] durante la “decadencia” o un derrumbamiento repentino por causas fundamentalmente exógenas[4] durante “la caída”.
En la actualidad predominan las teorías exógenas menos dramáticas, aunque sin restar importancia a los problemas internos y las consecuencias que produjo la irrupción de los germanos en el Imperio. Esta concepción continuista defiende la continuidad hasta época carolingia, a pesar de las invasiones y violencias, de las estructuras político-económicas fundamentales y de la concepción del poder del mundo tardío romano.
En abierta contraposición respecto al siglo III, las fuentes historiográficas disponibles para el período del siglo IV en adelante son extremadamente ricas y variadas, tal que sobrepasan incluso a la época de Cicerón, y hace de este uno de los períodos mejor documentados de la historia romana. Desgraciadamente, la historia romana es ante todo una historiografía limitada a lo político y lo militar, una historia fundamentalmente narrativa. Es decir, composiciones integradas por afirmaciones históricas, sosteniéndose cada hecho enunciado en otro, y el conjunto aparece como una red de unidades enunciativas enlazadas entre sí.
Además de las obras de estricto carácter historiográfico[5], lírico[6], epistolar[7] o biográfico, por añadidura, es esta la época de los grandes autores cristianos, tanto latinos[8] como griegos[9]. Todos ellos son continuadores de la tradición clásica, y por lo general también son de igual modo tendenciosos. Las obras tanto de paganos como de cristianos tienen intencionalidades manifiestas, y dan lugar a interpretaciones muy variadas.
La Historia de Occidente ha sido construida y redactada con documentos. El redactar una historia crítica supone la existencia de documentos neutros, cuya meta primitiva no haya sido la información histórica. Con respecto al período republicano, el Bajo Imperio presenta una inmensa cantidad de material, aunque la epigrafía[10] sea mucho menor que la alto-imperial.
El panorama administrativo puede seguirse a través de los pocos documentos conservados de la alta administración imperial: El Laterculus Veronensis y el Laterculus de Polemio Silvio, ambos listas de provincias del Imperio ordenadas por diócesis; las inscripciones honoríficas ordenadas por los gobernadores provinciales, que recogen nombres, títulos, cargos y fechas; y la Notitia Dignitatum, un registro de cargos, oficiales, subalternos y unidades militares a disposición de la administración central y provincial distribuidos por ambas partes del Imperio.
El Codex Theodosianus y el Corpus Iuris Civilis, las recopilaciones legislativas de los emperadores Teodosio II[11] y Justiniano[12] representan un sumario precioso del material jurídico de la época imperial, al igual que la epigrafía que contienen leyes imperiales, edictos, decretos, cartas, diplomas militares, decretos senatoriales, inscripciones de municipios, de colegios, inscripciones privadas, etc.
Un importante material documental se puede encontrar también en los papiros egipcios de la época imperial, en especial los procedentes de Oxirrinco[13]; aunque la inmensa mayoría se refieren solo a su zona de localización y no son extrapolables, entre ellos se ha hallado documentos de gran importancia, como por ejemplo una copia de la Constitutio Antoniniana de Caracalla.
La reciente incorporación de la arqueología ha permitido desterrar varios mitos asentados en la historiografía tardía romana. La gran crisis del siglo III se superó con una rapidez asombrosa en el siglo IV, que fue un período no de decadencia general, sino de recuperación generalizada e incluso de gran prosperidad en algunas zonas, a pesar de los problemas del latifundismo, la presión fiscal, la inflación o la polarización social. Las Grandes Invasiones, sin dejar de ser violentas y traumáticas, no lo fueron tanto como para destruir la civilización romana. Y si bien se puede decir que iniciaron un proceso de decadencia del Mundo Antiguo, éste no se inició realmente hasta el siglo VI.
Otro aspecto de capital importancia evidenciado por el registro arqueológico es que la “Decadencia y caída” no fue un fenómeno homogéneo y común a todo el Imperio. Algunas regiones efectivamente declinaron, pero otras no. Hispania, la Galia, Iliria, Grecia y las zonas danubianas, escenario de numerosos conflictos, fueron los territorios más afectados por las guerras entre romanos y por las invasiones bárbaras. En Italia, tras los saqueos de Alarico y Atila, hay una continuidad hasta el siglo VI, alcanzando la cúspide de su prosperidad con Teodorico, para decaer y no recuperarse hasta la Plena Edad Media, a causa de la Guerra Gótica y las invasiones lombardas.
Es una realidad que en el norte de África sobrevivió la prosperidad romana africana durante la ocupación vándala, y un verdadero “renacimiento bizantino” tras las dificultades del reinado de Justiniano, alcanzando un nivel de prosperidad comparable al de comienzos del siglo V, para ser definitivamente arrasado por la invasión musulmana, que fue extremadamente cruenta en la zona y en el transcurso de cuarenta años de luchas arrasó todas las grandes ciudades como Cartago, Susa, Hadrumeto, Hipona, Leptis, etc.
Otro tanto ocurriría en las islas mediterráneas, en especial Sicilia, que a pesar de la irrupción de los vándalos se mantuvo prácticamente al margen de toda invasión hasta la llegada de los musulmanes. Las excavaciones revelan por último que Siria y Palestina alcanzaron probablemente su máxima prosperidad en los siglos V y VI, a pesar de los terremotos y las devastaciones de Cosroes I en el reinado de Justiniano y se mantuvieron hasta el VII, decayendo con rapidez a causa de las invasiones de persas y mahometanos.
La versión tradicional del final del mundo antiguo fue que la desintegración política y militar del poder romano en Occidente acarreó la ruina de su civilización. Desde Agustín hasta el siglo XXI ha predominado la idea de que las culturas ofrecen una evolución similar a la de los seres vivos, y que la decadencia es su fase final. Esta visión tuvo su origen en el siglo XVIII. Hasta entonces el absolutismo político y el Cristianismo del Bajo Imperio habían sido valorados positivamente, pero con los nuevos vientos ilustrados, comenzó a valorarse de manera peyorativa, surgiendo la idea de la decadencia.
Algunos importantes historiadores tienen la idea que la “barbarización del imperio romano”, fue una de las causas principales de la caída, al punto de decir que “la civilización romana no ha muerto de muerte natural. Ha sido asesinada”. En general, los rasgos más importantes de la teoría tradicional de la decadencia del Imperio Romano pueden resumirse en 7 puntos:
a. Ruina económica: Depreciación monetaria, carestía y contracción de la actividad, en especial de la comercial, lo que conduce a la independencia.
b. Guerras civiles e intensificación de las rapiñas de una soldadesca cada vez más barbarizada.
c. Plagas pestíferas y despoblación.
d. Desórdenes internos, revueltas sociales, bandidaje terrestre y marítimo, especialmente la piratería sajona.
e. Abandono de tierras y expansión de la vinculación personal.
f. Luchas de poder entre el ejército bárbaro y los funcionarios civiles romanos por la dirección del Estado, con victoria de los militares: Surgen diversos caudillajes: Estilicón, Aecio, Ricimero.
g. Destrucción de las clases privilegiadas e imposición del dominio del campo sobre la ciudad.
A la luz de los nuevos estudios, la historiografía piensa actualmente que existió una crisis importante, pero matizada y condicionada a zonas geográficas concretas, de las cuales todavía queda mucho por determinar. A grandes rasgos, se pueden ordenar en siete categorías o clases las diferentes teorías sobre las causas del hundimiento del poder imperial romano en Occidente.
La “culpa del cristianismo” ha sido uno de los factores a los que más se ha imputado la crisis del siglo V. Actualmente es una teoría sin peso y sin defensores, al menos en estricta pureza. Unir bajo un mismo punto de vista metodológico la progresiva crisis del mundo romano y la victoria del cristianismo, haciendo culpable a este último de la primera es un planteamiento voluntarista, excesivamente radical, que no responde a la realidad. La Iglesia no volvió la espalda al Imperio y, si algunos cristianos contribuyeron a debilitar la resistencia imperial, otros apelaron al patriotismo romano; durante el Bajo Imperio, el cristianismo triunfante sirvió de adhesivo a la sociedad romana. Además, en Occidente, donde la crisis fue más aguda, el cristianismo tuvo una implantación limitada hasta entrado el siglo V, mientras que fue precisamente el Oriente más cristianizado el que mejor sobrellevó la crisis.
Ya antes hubo intelectuales, como el historiador pagano del siglo V Zósimo y su maestro Eunapio de Sardes, que echaron la culpa al cristianismo de los males que afligían del Imperio. Los paganos creían que la crisis se debía a que los dioses les negaban su protección por culpa de la expansión cristiana en el Imperio, lo que impulsó a gentes como Cipriano de Cartago, Agustín de Hipona o Paulo Orosio a defender lo contrario en obras como De civitate dei o Historiarum adversum paganos.
La apologética pagana desarrolló su influencia con la Ilustración; la “Edad de la Razón”, señalada por su negación del pasado, su escepticismo religioso, y su crítica violenta del poder monárquico y de la autoridad religiosa, no podía aceptar como algo positivo el poder monárquico absoluto y la profunda influencia del clero y la religión en el Imperio Romano tardío.
Podemos ver las causas de la decadencia del Imperio en la pérdida de las virtudes cívicas que al mismo tiempo llevó a que el Cristianismo llegara a influir en la caída del Imperio Romano. El clero predicó con éxito doctrinas que ensalzaban la paciencia y la timidez; las antiguas virtudes republicanas de la sociedad fueron desalentadas; los últimos restos del espíritu militar fueron enterrados en los claustros: Una gran proporción de los caudales públicos y privados se consagraron a las engañosas demandas de caridad y devoción; y la soldada de los ejércitos era malgastada en una inútil multitud de ambos sexos: Frailes y monjas que solo alababan los méritos de la abstinencia y la castidad. La fe, el celo, la curiosidad, y pasiones más terrenales como la malicia y la ambición, encendieron la llama de la discordia teológica. La Iglesia, e incluso el estado, fueron distraídas por divisiones religiosas cuyos conflictos eran muchas veces sangrientos, y siempre implacables; la atención de los emperadores fue desviada de los campos de batalla a los sínodos. El mundo romano comenzó, pues, a ser oprimido por una nueva especie de tiranía, y las sectas perseguidas se convirtieron en enemigos secretos del Estado. Los obispos, desde ochocientos púlpitos, inculcaban al pueblo los deberes de la obediencia pasiva buscada por el legítimo y ortodoxo emperador; sus frecuentes asambleas y su perpetua correspondencia los mantenían en comunión con las más distantes iglesias; y el temperamento benevolente de los Evangelios fue endurecido, aunque confirmado, por la alianza espiritual de los cristiano. La sagrada indolencia de los monjes era con frecuencia abrazada en unos tiempos a la vez serviles y afeminados; pero si la superstición no había supuesto el fin de los principios de la República, estos mismos vicios, la servilidad y el afeminamiento, habrían llevado a los indignos romanos a desertar de ellos. Los preceptos religiosos son fácilmente obedecidos por aquellos cuyas inclinaciones naturales les llevan a la indulgencia y la santidad; pero la pura y genuina influencia del Cristianismo puede hallarse, si bien de forma imperfecta, en los efectos que el proselitismo cristiano tuvo sobre los bárbaros del norte. Si la decadencia del Imperio Romano se había acelerado con la conversión de Constantino, al menos su religión victoriosa redujo en algo el estrépito de la caída, y rebajó el feroz temperamento de los conquistadores.
Pero también hay que tomar en cuenta que la mala administración romana contribuyó en mucho con la caída. El Imperio se iba volviendo más burocrático: La alta administración pasó de unos 200 cargos a 6000 desde Trajano a Teodosio, y totalitario, el poder absoluto iba escapando de manos del Emperador en favor de los funcionarios civiles y militares. Estos solo velaban por sus intereses personales, lo que llevó a la corrupción, los abusos de poder y la creciente incapacidad para enfrentarse adecuadamente a los problemas administrativos y militares. Los factores favorecedores de esta corrupción serían los siguientes:
a. Empleo de favores y violencia coercitiva por parte del Gobierno.
b. Ambigüedad de las leyes.
c. Totalitarismo.
d. Aislamiento del Emperador.
El efecto más notable sería el deterioro del ejército, con la barbarización de la tropa y la oficialidad, la falta de equipo militar y la corrupción de la clase dirigente. Bajo el mando de emperadores fuertes, la nave del Estado se mantenía firme, pero con el ascenso al poder de personajes débiles como Honorio, declinó rápidamente, lo que llevaría al caudillismo, encarnado en grandes espadones como Estilicón o Aecio.
Aún debe sumarse a la caída del Imperio la manipulación de la moneda realizada con objeto de enriquecer al Estado y una legislación creciente que regulaba el mercado. Ningún romano fue capaz de comprender que la decadencia del Imperio era consecuencia de la injerencia estatal en los precios y del envilecimiento de la moneda.
Entre la medidas regulatorias que habían tomado los emperadores romanos estarían el castigo a quien osara abandonar la ciudad, la nacionalización del comercio de grano, la regulación de los precios agrícolas y del sector naviero, generando escasez; el aumento y la creación de nuevos impuestos especialmente desde el siglo III, sobre herencias y bienes para sufragar los gastos militares, la creación de espectáculos y obras públicas, para la pensión de soldados veteranos. A esto se sumaría un constante envilecimiento y devaluación de la moneda para adquirir mayores beneficios de “señoraje”, es decir, la diferencia entre el valor nominal de la moneda y sus costes de fabricación.
La polarización social y la acumulación de inmensos patrimonios en unas pocas manos aristocráticas provocarían que el dinero permaneciera ocioso por falta de incentivo. Además, los nuevos ricos no tendrían un verdadero afán de crear capital y producir riqueza, sino de adquirirla e imitar el modo de vida de la clase dominante. Los objetivos económicos no serían fines en sí mismos, sino medios de promoción política y social. Una vez alcanzados, se trataría de mantener el nivel de vida. Asimismo, al ser la tierra la base de la riqueza y no producirse progreso técnico alguno, el crecimiento económico, la productividad y aún la eficiencia se habrían estancado.
Después de la división del Imperio Romano en Occidente y Oriente, la mitad Occidental quedo conformada con la península Itálica y la península Ibérica, las Galias, la isla de Gran Bretaña, el Magreb y las costas de Libia, mientras que la parte oriental quedó conformada con los Balcanes, Anatolia, Oriente Próximo y Egipto, convirtiéndose con el tiempo en el Imperio Bizantino nombre tomado de Bizancio, denominación griega de su capital, Constantinopla.
Honorio situó su capital en Milán. Ya desde hacía tiempo, la mitad occidental del Imperio Romano había estado sumida en continuas guerras civiles por el poder, con generales que se rebelaban cada pocos meses y se auto coronaban emperadores alternativos, especialmente en Britania y las Galias. A este complicado cuadro que hacía tremendamente difícil mantener el gobierno sobre el Imperio de Occidente se unían las continuas injerencias de los pueblos bárbaros, que se oponían alternativamente a las órdenes de unos u otros contendientes o rompían con todos entregándose al saqueo según les convenía. Por todo ello, Occidente sufrió de forma mucho más contundente las consecuencias de la crisis del siglo III, mientras que Oriente lograba recuperarse poco a poco, a los godos y los persas, gracias a los ingresos que los ricos campos de Anatolia y sobre todo Egipto le proporcionaban, su mayor cohesión interna y su población más abundante y menos golpeada por las guerras civiles, la corrupción y las pestes como ocurría en Occidente.
La crisis se apoderó de forma irreversible de Occidente cuando los visigodos bajo el mando de Alarico I se dirigieron hacia Italia en el año 402. En un primer momento, el general romano de origen vándalo Estilicón, una de las últimas grandes figuras militares de Occidente, logró detenerlo en la Batalla de Pollentia. Para desgracia de los romanos, las tropas ya no abundaban tanto como antes y Estilicón solo pudo reunir hombres suficientes retirando buena parte de los que vigilaban la frontera del río Rin. A resultas de ello, en la Navidad del 406 los vándalos, suevos, francos y en menor medida los gépidos, alanos, sármatas y hérulos, cruzaron de forma masiva el río helado y se extendieron como una plaga por toda la Galia y luego por Hispania, saqueando todas las ciudades a su paso. Poco después Alarico volvió a amenazar a Roma exigiendo el pago de importantes tributos, mientras en Britania un nuevo usurpador se coronaba a sí mismo como Constancio III. Estilicón se había mostrado incapaz de atajar la crisis y fue ejecutado en 408.
Las tropas romanas abandonaron Britania mientras era invadida por nuevos contingentes bárbaros con el fin de apaciguar la situación en la Galia, pero poco pudieron hacer. En todo el Imperio la autoridad romana se desmoronaba, y solo las sucesivas capitales de Milán y Rávena contaban con fuerzas suficientes. Con este cuadro, a Alarico le fue fácil chantajear a la abandonada ciudad de Roma asediándola sucesivamente en 408 y 409, retirándose cuando obtenía el oro convenido con el Senado. Pero el último año no se le pudieron entregar las 4000 piezas exigidas y ordenó saquear la ciudad en 410. Tal hecho fue visto por los propios romanos como el fin de una Era y un ultraje inimaginable, pues la ciudad que había conquistado el mundo caía ahora presa de los bárbaros. Alarico se dirigió luego a Nápoles con intención de embarcar y saquear África, pero murió por el camino.
Gensérico rey de vándalos y alanos entre 428 y 477, fue pieza clave en los conflictos arrostrados en el siglo V por el Imperio Romano de Occidente, y durante sus casi cincuenta años de reinado elevó a una tribu germánica relativamente insignificante a la categoría de potencia mediterránea.
Aprovechando las disputas con la metrópoli de Bonifacio, gobernador romano de África del Norte, 80 000 vándalos cruzaron el estrecho en la primavera de 429, partiendo de Tarifa y desembarcando en Ceuta. Tras varias victorias sobre unos defensores romanos débiles y divididos, se hicieron con el control de un territorio que comprendía el actual Marruecos y el norte de Argelia, poniendo bajo asedio la ciudad de Hipona, que tomarían al cabo de catorce meses de duros combates. Al año siguiente, el emperador Valentiniano III hubo de reconocer a Gensérico como soberano de todos estos territorios.
Sorprendentemente, Gala Placidia, hermana del emperador Honorio que se había refugiado en Ravena, que había sido capturada en Roma, consiguió convencer a los visigodos para que firmasen la paz y se aliaran con los romanos. Selló esta alianza casándose con el nuevo rey visigodo, Ataúlfo, al cual se le cedió la Aquitania en 412 con el fin de que restableciera la autoridad romana sobre la Galia, y lo consiguió tras largas guerras con otros pueblos bárbaros. Posteriormente, los godos recibirían también el encargo de restablecer el orden sobre Hispania, lo que consiguieron con una pequeña consecuencia: Al expulsar a los vándalos de Hispania en 429, estos se dirigieron a África y la arrasaron, tomando Cartago, al parecer sin lucha. Allí se apoderaron de lo que quedaba de la flota romana y aprendieron el arte de navegar, extendiendo su nuevo imperio marítimo sin problemas por Córcega, Cerdeña, parte de Sicilia y las Baleares. Saquearon también muchas ciudades, incluida de nuevo Roma en 455. Los romanos perdían el dominio de los mares y su principal reserva de cereales, el Norte de África.
Reducido a la Galia, Italia y parte de Hispania, el decadente Imperio vivió una nueva amenaza, peor todavía que las de los pueblos germánicos. Con la llegada de los hunos de Atila en 451, los romanos conocieron la destrucción total, los saqueos sistemáticos y el genocidio de poblaciones enteras. Las tribus asiáticas, eran una máquina que iba avanzando hacia occidente y que Roma no estaba preparada para detener.
El ejército huno solo pudo ser expulsado de la Galia gracias al genio militar del último gran general romano, Aecio, que aliado con los visigodos de Teodorico, los francos y los alanos, logró derrotar en la Batalla de los Campos Cataláunicos a los hunos y sus vasallos ostrogodos. Sin embargo, Atila se recuperó e invadió Italia en 452, deteniéndose solo ante las puertas de Roma cuando el obispo León I Magno se entrevistó con él. Dos años más tarde, la envidia y los celos movieron al emperador Valentiniano III a deshacerse de su mejor general, Aecio, condenando al Imperio para siempre.
En 455, el emperador romano Valentiniano III es asesinado, sucediéndole Petronio Máximo. Gensérico, considerando roto el tratado de paz firmado con Valentiniano en 442, desembarca en Italia y marcha sobre Roma, cuya población se rebela contra el nuevo emperador y le da muerte tres días antes de que, el 22 de abril de 445, los vándalos tomen sin resistencia la ciudad. El saqueo subsiguiente no producirá una destrucción notable, si bien los vándalos harán acopio de gran cantidad de oro, plata y objetos de valor. Gensérico llevará consigo a Cartago como rehén a Licinia Eudoxia, viuda de Valentiniano, y a sus dos hijas, Placidia y Eudoxia, que contraería después matrimonio con su hijo y sucesor Hunerico.
El obispo León Magno no logró impedir, como hiciera con Atila, que los vándalos de Gensérico, al llegar a las puertas de Roma, invadieran la ciudad indefensa, que fue saqueada durante dos semanas. Sin embargo, el gesto del obispo que, indefenso y rodeado de su clero, salió al paso del invasor para pedirle que se detuviera, impidió al menos que Roma fuera incendiada.
En 468, el reino de Gensérico hubo de enfrentarse al último esfuerzo militar conjunto de las dos mitades del Imperio Romano. No obstante, el rey vándalo logra derrotar, frente al cabo Bon, a una poderosa flota dirigida por el que luego sería emperador bizantino Basilisco. En el verano del 474 firmará la paz perpetua con Constantinopla, por la que Bizancio reconocerá la soberanía vándala sobre las provincias norteafricanas, Baleares, Sicilia, Córcega y Cerdeña.
En su política interna, Gensérico toleró el cristianismo, si bien exigió la conversión a la doctrina arriana de sus consejeros más cercanos y procedió a numerosas confiscaciones de bienes de la Iglesia, que se convertiría así en una poderosa fuerza opositora a la monarquía vándala. Debilitó en forma sangrienta a la nobleza tradicional vándalo-alana, sustituyéndola por una corte adicta a su propia familia y aligeró la presión fiscal sobre la población a costa de las familias ricas de origen romano y del clero.
Gensérico murió el 25 de enero de 477, siendo sucedido por su hijo Hunerico.
Odoacro, también conocido como Odovacar, era medio huno medio esciro, y fue el jefe de la tribu germánica de los hérulos. En la historia resulta famoso por ser quien destituyó al último emperador romano de Occidente, Rómulo Augústulo, en 476, quien fue deportado al Castellum Lucullanum en la bahía de Nápoles y sobreviviría hasta el año 511 o incluso después.
Tras retirar a Rómulo Augústulo, a Odoacro se le presentó la oportunidad de nombrar un nuevo emperador titular y gobernar a través de él, o gobernar como agente del emperador romano de Oriente. A diferencia de muchos de sus predecesores, como Ricimero, se decidió por la segunda opción, devolviendo las insignias imperiales de Occidente al emperador Zenón en Constantinopla, junto con una carta en la que pedía ser confirmado dux de Italia. Zenón accedió a esta petición y le confirió el rango de patricio.
Hasta su muerte en 480, el emperador legítimo de Occidente Julio Nepote siguió siendo teóricamente el superior de Odoacro, mientras que éste llegó incluso a emitir moneda en su nombre. Sin embargo, Odoacro también se tituló Rey de Italia y como tal fue reconocido durante el resto de su vida.
No obstante, las relaciones entre Odoacro y la Roma oriental empeorarían posteriormente, y en 489, con el apoyo del emperador Zenón, los ostrogodos bajo Teodorico el Grande invadieron el reino de Odoacro, destruyeron su ejército de bárbaros y las escasas tropas romanas que aún existían, forzándole a rendirse en 493. Teodorico le invitó a un banquete, y se supone que le asesinó con su propia espada, haciéndose con todo su reino.
2. La Iglesia Durante la Decadencia y Caída de Roma.
La vida de la Iglesia durante la época que acabamos de comentar no cesó, sino que también comienzan a producirse cambios en el seno de esta que poco a poco la llevarían a alejarse más de las enseñanzas de Cristo y los apóstoles, hasta llegar a producirse cerca del año 600 el nacimiento de lo que hoy conocemos como la “Iglesia Católico Romana”.
a. Julio.
El año de la muerte de Constantino[14], Julio es elegido obispo de Roma, que confirmó en su puesto a dos obispos cristianos a quienes los arrianos habían hecho abdicar. En el otoño de 341, convocó a un concilio al que asistieron 50 obispos con el propósito de pronunciarse de nuevo en contra del arrianismo y condenar a quienes deponían obispos a su antojo.
A la muerte de Constantino I el Grande, el imperio se dividió entre sus tres hijos, uno de ellos, Constantino II, pronto desapareció de la historia y quedaron como emperadores sus otros dos hijos, Constancio II, en el Oriente y Constante en el Occidente. Mientras que Constante era cristiano, Constancio era arriano. En 350, Constante fue asesinado y el Imperio se reunificó bajo el mando de Constancio. El emperador desató entonces una terrible persecución contra la Iglesia.
Julio fue quien introdujo la celebración de la Navidad el 25 de diciembre, con la idea de eliminar o cambiar el tono de la celebración del Solsticio de invierno que hacían los paganos. También se dedicó a la conservación de documentos que existen hasta el día de hoy y que llegaron a conformar lo que se denomina el Archivo de la Santa Sede.
b. Liberio.
Fue elegido el 17 de mayo del 352, y durante su obispado continuaron las polémicas con los arrianos que llevaron a la elección de un obispo rival, Félix II. Durante su obispado está en todo su apogeo la persecución del emperador Constancio II. El emperador quería imponer el arrianismo en Occidente y como Liberio se oponía, manteniéndose firme y decidido, en 355 lo desterró a Berea de Tracia, donde Liberio sufrió toda clase de maltratos por dos años.
Muchos obispos se pusieron del lado del emperador en contra de Liberio. Entonces los arrianos dueños de la situación y en total control de Roma nombraron al diácono Félix como nuevo pontífice en lugar de Liberio. Pero el pueblo rechazó a este obispo y exigió al emperador el regreso y la reinstauración de Liberio como legítimo obispo de Roma. Constancio II se dio cuenta que Félix no sería aceptado y permitió a Liberio regresar a Roma en 357. Liberio fue recibido con gran regocijo popular. Aparentemente Constancio II pretendía que Liberio y Félix gobernaran la Iglesia en conjunto pero esta fórmula de un doble episcopado no fue aceptada ni por el pueblo ni por el clero romano. Félix se retiró a su casa en Porto donde vivió hasta su muerte.
Debido a la posición tomada por la mayoría de los obispos en su contra y por el trato que recibió durante su exilio, Liberio se mostró después de su regreso a Roma débil e inseguro, presentando posiciones un tanto ambiguas con respecto al arrianismo.
En 359 se convocaron dos concilios simultáneos de obispos de Oriente y Occidente, celebrados en Seleucia y Rímini respectivamente. Bajo presión imperial, ambos concilios adoptaron sendas profesiones de fe semi-arrianas. Liberio no estuvo representado en ninguno de estos concilios. Cuando Constancio II murió en 361, Liberio anuló los decretos tomados en el concilio de Rimini.
Después del corto reinado del emperador Juliano, que restauró el paganismo como la religión oficial del Imperio, subió al trono Valentiniano, monarca cristiano que devolvió la tranquilidad a la Iglesia nuevamente.
En el 366 admitió el regreso a la Iglesia de los más moderados simpatizantes arrianos del Oriente. En ese mismo año murió y sus restos reposan en la catacumba de Priscila.
c. Los acacianos.
En este tiempo se presentaron algunos grupos sectarios, como los “Homoianos” o “Acacianos”, o seguidores de Acacio de Cesarea, discípulo de Eusebio. Sostenía ideas arrianas afirmando que el Hijo es semejante al Padre, doctrina adoptada en el Concilio de Seleucia durante el siglo IV.
La secta debe tanto su nombre como su importancia política a Acacio, Obispo de Césarea, cuya teoría de adhesión a la fraseología bíblica adoptó y trató de resumir en varias palabras atrayentes: homoios, homoios kata panta.
A fin de entender el significado teológico del acacianismo como episodio crítico en el progreso tanto lógico como histórico del arrianismo, es necesario recordar que la gran definición de homo usion, promulgada en Nicea en el 325, lejos de poner fin a la discusión, se convirtió, por el contrario, en ocasión para debates más intensos y para una mayor confusión en la formulación de teorías sobre la relación de Nuestro Señor con su Padre, en cuanto esa relación constituía un claro principio de la creencia ortodoxa. Poco después de la llegada de Constancio al poder absoluto, su hermano Constante murió en el 350, los acontecimientos comenzaban ya a madurar en una nueva crisis. El nuevo augusto era un hombre de carácter vacilante, con desafortunada susceptibilidad a los halagos y una inclinación por los debates en teología, lo cual pronto le convirtió en mero títere en las manos de la facción eusebiana. Más o menos, durante este período existieron tres partidos en la Iglesia: El partido ortodoxo o niceno, que simpatizaba, por lo general, con Atanasio y sus defensores, y que insistía en hacer suya la causa de este; el partido eusebiano o de la corte imperial y sus desconcertados seguidores semiarrianos; y, por último, y no menos lógicos en sus exigencias, el partido anomeo, que debía su origen a Aecio. En el verano del 357, Ursacio y Valente, los astutos pero no siempre consistentes defensores de este último grupo de disidentes en el oeste, por la influencia que fueron capaces de ejercer sobre el emperador mediante su segunda esposa, Aurelia Eusebia, tuvieron éxito en llamar una conferencia de obispos en Sirmio.
Al credo latino presentado en esta reunión se le insertó una declaración de opiniones redactada por Potamio de Lisboa y el venerable Osio de Córdoba, que, bajo el nombre de manifiesto sirmiano, según llegó a conocerse después, despertó a toda la Iglesia occidental y dejó a los contemporizadores del este en desorden. En esta declaración, los prelados, aunque confesaban “Un Dios, el Padre Todopoderoso, y su Hijo unigénito, Nuestro Señor Jesucristo, generado del Padre antes de todos los siglos”, recomendaron el desuso de los términos ousia[15], homoousion[16] y homoiousion[17], por cuales se perturban las mentes de muchos; y sostuvieron que no debería mencionarse ninguno de ellos ni exponerse en la Iglesia, por la razón y la consideración de que de ello nada hay escrito en las divinas Escrituras y porque sobrepasan la ciencia y el entendimiento humano. El efecto de estas proposiciones en la opinión conservadora fue como la consabida chispa en un barril de pólvora. Mirando ahora las circunstancias de esta publicación, es imposible no ver que ellas ocasionaron la crisis con la que cambió toda la posterior historia del arrianismo. A pesar de la advertencia escrituraria contra el empleo de términos inescrutables, casi todos los partidos instintivamente percibieron que el manifiesto no era sino un sutil documento anomeo.
La situación estaba seguramente llena de posibilidades. Los involucrados comenzaron a agruparse de nuevas maneras. En el este, los anomeos recurrieron, casi como algo muy normal, a Acacio de Césarea, cuya influencia se fortalecía en la corte y a quien se consideraba un contemporizador astuto y no muy escrupuloso. En el oeste, los obispos como Ursacio y Valente comenzaron a llevar una política similar; y en todas partes se sentía que las cosas pedían una vez más la intervención de la Iglesia. Esto era precisamente lo que el partido acogido por el emperador Constancio estaba ansioso por ocasionar; pero no de la manera que los nicenos y los moderados esperaban. Un solo concilio no podría ser controlado fácilmente; pero dos sínodos separados, uno en el este y otro en el oeste, sí.
Tras algunas conferencias preliminares que acompañaron una inevitable campaña de distribución masiva de folletos, en la que Hilario de Poitiers tomó parte, los obispos de la porción occidental del imperio se reunieron en Arimino hacia finales de mayo, y los del este se reunieron en Seleucia en septiembre del 359. El carácter de ambos sínodos era idéntico, al menos en cuanto que el partido de compromiso, representado en Seleucia por Acacio y en Arimino por Ursacio y Valente, iba políticamente, aunque no numéricamente, ganando fuerza y podía ejercer una sutil influencia, la cual dependía casi tanto en la capacidad argumentativa de sus líderes como en su crucial prestigio.
En ambos concilios, y como resultado de una intriga deshonesta y de un uso inescrupuloso de la intimidación, la fórmula homoiana asociada con el nombre de Acacio prevaleció. Se renunció al homo usion, por el cual sobrellevaron muchas penas los santos campeones de la ortodoxia por medio siglo, y se declaró al Hijo ser meramente similar al Padre y no idéntico en esencia. La caracterización de Jerónimo del asunto sigue siendo el mejor comentario, no solo sobre lo que había sucedido, sino también sobre los medios que se utilizaron para conseguirlo. El mundo entero gimió de asombro al ver que era arriano. Fueron Acacio y sus seguidores quienes habían habilidosamente orquestado el proceso desde el principio. Al presentarse como defensores de los métodos contemporizadores, inspiraron al partido eusebiano o semiarriano con la idea de abandonar a Aecio y a sus anomeos. Así, se vieron en una posición de importancia a la cual no tenían derecho ni por sus números ni por su perspicacia teológica. Así como se mostraron en la práctica por todo el curso del inesperado movimiento que los llevó al frente, así eran ahora, en teoría, los exponentes de la Via media de su día.
Se separaron de los ortodoxos con el rechazo de la palabra homoousios, de los semi arrianos con su entrega de homoiousios; y de los aecianos con la insistencia en el término homoios. Retendrían su influencia como partido definido mientras su vocero y líder Acacio gozara del favor de Constancio. Bajo Juliano el apóstata, a Aecio, que había sido exiliado como resultado de los procedimientos en Seleucia, se le permitió recuperar su influencia. Los acacianos aprovecharon la ocasión para hacer causa común con sus ideas, pero la alianza fue solo política; lo volvieron a abandonar en el Sínodo de Antioquía, celebrado bajo Joviano en el 363. En el 365 el sínodo semi arriano de Lampsaco condenó a Acacio. Fue depuesto de su sede; y con este acontecimiento la historia del partido al cual le había dado su nombre llegó prácticamente a su fin.
d. Dámaso.
Aunque se desconoce su lugar exacto de nacimiento, probablemente en la zona de Gallaecia en la Península Ibérica, parte del Imperio Romano de Occidente, creció en Roma. En 341, conoció a Atanasio de Alejandría, en esa época exiliado en Roma, del que se hace seguidor y amigo, simpatizando en causas comunes. Había acompañado en su exilio al papa Liberio en el 355, cuando aún era diácono. Sin embargo cuando regresó a Roma en el 357, como muchos otros clérigos, se adhirió a Félix, para más tarde reconciliarse con Liberio.
La actitud de Liberio supuso un duro revés para el prestigio de la Iglesia de Roma. Su sucesor tendría que enderezar el rumbo y reafirmar su primacía sobre las demás comunidades cristianas. El 1 de Octubre del año 366, Dámaso fue elegido obispo de Roma por mayoría de fieles y de eclesiásticos en la basílica de Lorenzo en Lucina. Una pequeña minoría encabezada por un tal Julio protestó y manifestó su desagrado mientras elegían a su oponente, Ursino, que aunque solo había reunido unos cuantos votos se alzó contra él como obispo. Dos años necesitaría Dámaso para imponerse en la contienda; los enfrentamientos entre ambos bandos cobraron tal violencia y fueron tan sangrientos que en una de aquellas batallas campales se recogieron 137 muertos en un solo día. Sus adversarios llegaron a acusarle de asesinato y Dámaso tuvo que defenderse ante un tribunal imperial.
El emperador Valentiniano I apoyó a Dámaso, que en el 378 fue absuelto, en tanto que Ursino desterrado. Y su proceso le dio ocasión de hacer precisar las relaciones entre la justicia civil y la jurisdicción eclesiástica. El Estado reconocía oficialmente a la Iglesia su competencia en materia de fe y de moral, pero asumiría la ejecución de las sentencias dictadas por el tribunal del obispo.
Tales acontecimientos no impidieron a Dámaso aprovechar todas y cada una de las oportunidades para afianzar la posición privilegiada de la Iglesia de Roma. Con ese objeto, se puso a la cabeza de todos los combates contra los herejes, empezando por los arrianos y siguiendo por los macedonianos y apolinaristas; igualmente se mantuvo enérgico frente al priscilianismo surgido en España. En 381 se negó a ratificar las decisiones del Segundo Concilio de Constantinopla en tanto que este no declarara explícitamente que el patriarca de la nueva ciudad imperial en el Oriente no tendría nunca primacía sobre el obispo de Roma. Este concilio definió entre otras cosas, la divinidad del Espíritu Santo.
Dámaso fue el primero en llamar “Sede apostólica” a la sede romana. Bajo su obispado, el latín llegó a ser la lengua oficial y obligatoria de la Iglesia, desplazando al griego que era hasta entonces la lengua de la liturgia romana. Mandó traer a Jerónimo a Roma y lo nombró secretario suyo. Después le dio instrucciones para que comenzara la traducción de la Biblia al latín. Esta traducción se conoce como la Vulgata que fue el texto oficial de las Sagradas Escrituras en la Iglesia por muchos siglos, si bien posteriormente se tuvieron que corregir numerosos errores de traducción. Además la tradición señala que Dámaso fue el que introdujo en las oraciones el “Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en un principio, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén”.
Dámaso era un hombre brillante y culto, poeta, autor de célebres epitafios, aristócrata, acostumbrado al trato con las gentes, tenía éxito indudable entre lo que se podría llamar hoy la alta sociedad romana. Consciente de ello, se valía audazmente de su simpatía para obtener, de sus admiradores en especial, sustanciosos donativos. Afirmaba que un obispo o un ministro, debía mostrar que pone su paternidad espiritual por encima de su paternidad carnal. Dámaso redactó, además, un tratado sobre la virginidad.
Realizó remodelaciones y reparaciones muy importantes en las catacumbas y compuso muchos epitafios en verso para las tumbas de los mártires. También Dámaso se dedicó a la construcción de edificios, como el que ahora se conoce como la “iglesia de San Lorenzo en Dámaso”, que dotó con instalaciones para los archivos de la Iglesia Romana. Construyó la hoy “basílica de San Sebastián” en la Vía Apia, edificio de mármol conocido como “La Platonia”[18] en honor al traslado temporal a ese lugar de los supuestos cuerpos de Pedro y Pablo, y la decoró con una inscripción histórica. Dámaso construyó en el Vaticano un baptisterio en honor de Pedro y grabó en él una de sus inscripciones característicamente artísticas, todavía conservada en las criptas Vaticanas. Desecó esta zona subterránea para que los cuerpos que se enterraran allí no pudieran ser afectados por agua estancada o por inundaciones.
Murió el 11 de diciembre de 384 y fue enterrado en una pequeña capilla que había mandado construir con ese fin en la via Ardeatina, junto a los restos de su madre, Lorenza y su hermana.
Bajo el obispado de Dámaso se reunieron diversos concilios:
1) 381, Primer concilio de Constantinopla, que completa al de Nicea afirmando la Divinidad del Espíritu Santo.
2) 381, Concilio de Aquilea contra los arrianos donde Dámaso no puede estar representado al estar en lucha contra Ursino.
3) 382, Segundo concilio de Roma que, bajo el impulso de San Jerónimo condena al apolinarismo.
4) 383, Tercer concilio de Roma.
e. Siricio.
Al morir Dámaso, el más fuerte candidato para sustituirle era Jerónimo, pero debido a su fuerte carácter y comentarios hirientes no tuvo la aceptación necesaria. Fue elegido Siricio, quien comenzó su obispado en 384. Disgustado por esta elección, Jerónimo abandonó Roma y se marchó a Oriente.
Siricio es el primer obispo en utilizar su autoridad en sus decretos utilizando palabras como: “Mandamos”, “Decretamos”, “Por nuestra autoridad”, etc., en el estilo retórico típico del emperador. Siricio fue también el primero en insistir ser llamado “Papa”[19].
Decretó el celibato para los clérigos y murió el 26 de noviembre de 399 siendo enterrado en la catacumba de Priscila.
Como podemos ver, ya para el siglo IV, el poder corrompió el obispado de Roma.
f. Anastasio.
Condenó a Orígenes por algunas de las exageraciones hechas en sus comentarios bíblicos. También escribió varias cartas a las iglesias de África en contra del cisma donatista. Concilió los cismas entre Roma y la Iglesia de Antioquía. Combatió tenazmente a los secuaces de costumbres inmorales convencidos de que también en la materia se escondiese la divinidad. Estableció que los pastores permaneciesen de pie durante la enseñanza del Evangelio. Le sucedió en el obispado su hijo, Inocencio I.
Anastasio murió el 19 de diciembre de 401.
g. Inocencio.
Era natural de Albano e hijo de Anastasio. Elegido el 22 de Diciembre del 401. Durante su obispado vio el saqueo de Roma por los godos de Alarico el 24 de agosto de 410. Estableció la observancia de los ritos romanos en Occidente, el catálogo de los libros canónicos y reglas monásticas.
Ordenó que todos los casos graves tuvieran que ser revisados por él y en los demás se reservaba el derecho a intervenir. Ejerció este derecho en muchas cuestiones diversas, especialmente en aquellas relacionadas con las celebraciones litúrgicas. Su gran amigo Juan Crisóstomo fue expulsado como Patriarca de Constantinopla debido a hostilidades personales con la emperatriz Eudoxia y las intrigas de Teófilo de Alejandría. Inocencio I intervino para reintegrarlo a su sede.
Se enfrentó firmemente a Pelayo y al pelagianismo, con tanta autoridad y decisión que Agustín de Hipona, cuando lo supo, pronunció aquella famosa frase que ha llegado a ser un refrán: “Cuando Roma ha hablado, la causa está terminada”. También condenó el priscilianismo.
Obtiene de Honorio la prohibición de las luchas en el circo entre gladiadores.
Murió el 12 de marzo de 417
h. Zósimo.
De origen Griego, fue elegido el 18 de marzo de 417. Hubo dos acontecimientos importantes durante su obispado. El primero es que nombró a Patroclo como obispo de Arlés en contra de la opinión de todos los obispos de la región. El segundo fue que Pelagio y Celestio, condenados por dos concilios por sus herejías, apelaron a Zósimo, quien los absolvió. Estos ya habían sido condenados antes por Inocencio. Parece ser que Zósimo se mostraba demasiado complaciente, quizás por ser muy impulsivo en sus decisiones. Prescribió también que los hijos ilegítimos no podían ser ordenados ministros.
Murió el 26 de diciembre de 418.
i. Bonifacio.
Al mismo tiempo un grupo de diáconos que estaban descontentos ya desde tiempos de Zósimo, eligieron a Eulalio quién se instaló en el palacio Laterano como obispo rival del romano Bonifacio. Finalmente el emperador Flavio Honorio resolvió la cuestión a favor de Bonifacio quien permaneció como obispo legítimo. Con esta acción, la iglesia da su anuencia a la intervención de la autoridad civil en asuntos eclesiásticos.
Bonifacio dio su apoyo a Agustín de Hipona y los obispos africanos en su campaña contra el pelagianismo. Murió el 4 de septiembre de 422.
j. Celestino.
Nació en Roma. Hijo de Prisco, ciertas fuentes lo emparentan con el emperador Valentiniano III. Fue diácono en Roma y, según la tradición, durante un tiempo vivió en Milán donde conoció a Antonio.
Elegido obispo el 10 de Setiembre del 422. Tuvo que hacer frente a un variado número de doctrinas heréticas como el nestorianismo, el pelagianismo, el donatismo, el maniqueísmo y el noviacianismo y que culminaron en los últimos días de su pontificado con la celebración del Concilio de Éfeso que, en 431 supuso la condena tanto del pelagianismo como del nestorianismo o partidarios de Nestorio, el Patriarca de Constantinopla. En el concilio, Celestino estuvo representado por Cirilo de Alejandría quien defendió la unidad de las dos naturalezas de Cristo y que servirá de base en un futuro para que Eutiques elabore la doctrina que dará lugar al monofisismo. Tras el concilio, los seguidores de Nestorio huyeron a Persia y más tarde se propagaron por la India y China. Actualmente la iglesia Nestoriana sobrevive en India, Turquía, Irán, Iraq, Siria y en los Estados Unidos, en donde reside su patriarca en la ciudad de San Francisco.
Mandó a Patricio a Irlanda. Introdujo el uso del báculo, símbolo de su puesto como “pastor universal”. Celestino I murió el 27 de julio de 432.
k. Sixto.
Nació en Roma en el seno de la familia Colonna pronto se convertiría en un miembro influyente en el entorno de Zósimo, Bonifacio, y Celestino, a pesar de que en su juventud se sintiera atraído por las doctrinas pelagianistas, aunque parece ser que volvió a la ortodoxia gracias a su correspondencia con Agustín.
Elegido obispo el 31 de julio del 432 tras el Concilio de Éfeso, celebrado en 431. Tuvo conflictos con el nestorianismo, doctrina que junto al pelagianismo, había sido condenada en el mismo. Y ello debido a que, al mostrarse el conciliador que Nestorio, provocó que fuera acusado de abrazar sus postulados.
Fue autor de varias epístolas y mantuvo las jurisdicciones de Roma sobre Iliria contra el Emperador de Oriente que quería hacerla depender de Constantinopla. Uno de sus principales logros fue restaurar la paz entre Cirilo de Alejandría y los sirios. Falleció el 18 de agosto de 440.
l. León.
Italiano de Toscana, era hijo de Quintianus y los datos históricos más antiguos lo sitúan como diácono en Roma bajo el pontificado de Celestino convirtiéndose en un destacado diplomático con Sixto quien, a petición del emperador Valentiniano III, lo envía a la Galia con la misión de resolver el enfrentamiento entre Aëcio, el comandante militar de la provincia, y el magistrado Albino.
En esta misión se encontraba León cuando tras fallecer Sixto el 19 de julio de 440, conoce su elección como nuevo obispo el 29 de Setiembre del 440. Fue llamado “El Grande” por la energía usada para mantener la unidad de la Iglesia. Definió el misterio de la Encarnación.
Combatió exitósamente, mediante la celebración de varios concilios, el maniqueísmo que desde África se había extendido por Italia, el pelagianismo que había rebrotado en Aquilea, y el priscilianismo que se mantenía en España.
Durante su obispado se celebró, en 451, el Concilio de Calcedonia que proclamó la divinidad y la humanidad de Cristo. Ante las afirmaciones de las herejías que sostenían la separación entre el Padre y el Hijo, considerado como inferior al Padre, León restableció la tradición ortodoxa en su célebre su carta dogmática a Flaviano, Tomus Leonis, y que fue aprobada por el concilio.
El episodio más conocido de su pontificado fue su encuentro, en 452 en la ciudad de Mantua, con Atila, el rey de los hunos, quien había invadido el norte de Italia obligando al emperador Valentiniano III a abandonar la corte de Rávena y refugiarse en Roma. León convence a Atila para que no marche sobre Roma logrando la retirada de su ejército tras la firma de un tratado de paz con el Imperio Romano a cambio del pago de un tributo. Este hecho tuvo una gran importancia simbólica ya que, aunque el Imperio Romano seguiría existiendo hasta 476, situaba como principal fuerza política de Europa a la Iglesia y no el Imperio.
Unos años más tarde, en 455, en una situación similar, no obtuvo tanto éxito cuando los vándalos de Gensérico saquearon Roma, y el León solo pudo impedir el incendio de la ciudad y el respeto a la vida de sus habitantes.
m. Hilario.
Nació en Caller. Como diácono actuó como legado de León en el Concilio de Éfeso celebrado en 449 y conocido como el “latrocinio de Éfeso” oponiéndose a la condena de Flaviano de Constantinopla lo que le supuso enfrentarse al monofisita patriarca alejandrino Dióscoro y verse obligado a alejarse tanto de Constantinopla como de Roma para salvar su vida.
Elegido el 19 de Noviembre del 461. Continuó la acción política de su predecesor. Estableció que para ser ministro era necesaria una profunda cultura y que los obispos no podían designar sus sucesores.
n. Simplicio.
Nació en Tivoli, hijo de Castino. Elegido el 3 de Marzo del 468. Bajo su obispado ocurrió la caída del Imperio de Occidente cuando, en 476, el rey de la tribu germánica de los hérulos, Odoacro venció y depuso al emperador Rómulo Augústulo, y el cisma que ocasionó la fundación de las Iglesias de Armenia, Siria, Egipto.
En Constantinopla, Basilisco se rebeló contra el emperador Zenón y se apoderó del trono. Declarado monofisita proclamo el “Enkyklikon”, un edicto religioso que rechazaba el Concilio de Calcedonia que había condenado el monofisismo en 451.
Dicho edicto fue abolido cuando Zenón recuperó el trono pero sus enfrentamientos con los vándalos y los ostrogodos, hicieron que el emperador buscase una solución al conflicto monofisita con la publicación en 482 de un nuevo edicto conocido como “Henotikon” en la que se propugnaba una fórmula de unión entre monofisitas y la doctrina considerada como ortodoxa.
El problema que desencadenaría este nuevo edicto y que dará lugar al Cisma acaciano, no lo vivió Simplicio al fallecer este el 10 de marzo de 483.
o. Félix.
Nació en Roma. Perteneciente a la familia senatorial romana de los Anicia, este aristócrata era hijo de un ministro y estuvo casado, siendo padre de dos hijos, antes de ser elegido para suceder a Simplicio como obispo. Fue el abuelo de Gregorio.
Elegido obispo el 13 de Marzo del 483 gracias al apoyo del rey germano Odoacro. Su primer acto fue negar el “Henotikon” o “acto de unión”, un edicto que el emperador bizantino Zenón había promulgado en 482 en el que intentaba llegar a una solución de compromiso entre el monofisismo y la doctrina considerada ortodoxa emanada del Concilio de Calcedonia.
A continuación envió una delegación de dos obispos a Constantinopla para intentar convencer al inspirador del citado edicto, el patriarca Acacio, para que lo rechazara para que anulará el nombramiento de patriarca de Alejandría del monofisita Pedro el Notario quien había ocupado dicha sede patriarcal tras la deposición del anterior patriarca, más cercano a los postulados romanos.
Acacio no solo no renuncia a su doctrina ni anula el nombramiento, sino que logra atraer a los propios legados pontificios a sus postulados doctrinales. Félix III convoca en respuesta un concilio que, en 484, excomulga al patriarca Acacio quien a su vez responde borrando el nombre de Félix de los dípticos litúrgicos lo que equivale a la excomunión. Se inicia así el Cisma acaciano que dividirá la Iglesia durante los siguientes 35 años.
A pesar de su enfrentamiento con Constantinopla, Félix llega a un acuerdo con el emperador Zenón para lograr que los vándalos arrianos pongan fin a las persecuciones contra los cristianos fieles a Roma en el norte de África. Surge entonces el problema de que tratamiento dar a los que se han convertido al arrianismo debido a dichas persecuciones y ahora desean volver a la ortodoxia. Félix convoca un sínodo en 487 en el que se fijan las condiciones en que se permite el retorno de estos cristianos a la Iglesia romana.
Falleció el 1 de marzo de 492.
p. Gelasio.
Nació en Roma, sus padres eran de origen norteafricano. Elegido obispo el 1 de Marzo del 492. Instituyó el Código para uniformar funciones y ritos de las varias Iglesias. Defendió la supremacía de la Iglesia ante la del rey.
Excolmulgó[20] al Patriarca de Constantinopla Acacio, que como monofisita defendía la doctrina de que Jesucristo tenía una única naturaleza divina. Esta excomunión provocó el llamado cisma acaciano en la que el Patriarca constantinopolitano contó con el apoyo del emperador bizantino.
Gelasio se sirvió de Agustín para formular en 494, basándose las leyes romanas la separación de poderes entre la esfera temporal y espiritual. Esta fue la primera vez en plantearse esta cuestión que definiría una parte de la cultura occidental. Se basó en la figura bíblica de Melquisedec y en pasajes del Nuevo Testamento para establecer la distinción entre el poder de la Iglesia, y el del emperador. En el derecho romano la primera era superior a la del emperador.
Gelasio debía eliminar la teoría del poder bizantino que se basaba en el cesaro-papismo. El cisma no duró mucho tiempo aunque su teoría renació más tarde con el Gregorio VII bajo una forma más radical en la que se demandaría no solo la separación de poderes, sino la sumisión del poder de los reyes a la autoridad del “Papa”.
En este contexto Gelasio dirigió una carta al emperador Anastasio I en donde formulaba la doctrina de las dos espadas, entendida como la justificación de la superioridad de la potestad espiritual del obispo sobre la temporal del emperador.
Gelasio suprimió el antiguo festival romano de la “Lupercalia”, consagrado a la fertilidad y purificación. Este festival que se realizaba en febrero fue sustituido por otro similar en la que se celebraba la purificación y fertilidad de la Virgen María.
También combatió el maniqueísmo instituyendo que la Santa Cena se celebrase con pan y vino, bebida que los maniqueos consideraban impura. Como estos se consideraban cristianos, debieron abandonar la Iglesia. Con el maniqueísmo derrotado, la tradicional eucaristía con pan volvió a imponerse.
La fijación del Canon de las Escrituras ha sido atribuida tradicionalmente a Gelasio, que publicó en un sínodo romano en 494 la lista de libros.
A pesar de su breve obispado, fue uno de los más prolíficos escritores de entre los primeros obispos. En sus numerosas cartas exponía su visión de que Roma tenía primacía sobre los obispos de Oriente.
Murió el 21 de noviembre de 496.
q. Anastasio II.
Nació en Roma. Elegido el 24 de Noviembre del 496. Intervino en la conversión de Clodoveo, rey de los Francos y de su pueblo. Fue débil con los cismáticos y fue acusado de herejía.
Intentó acabar con el Cisma acaciano intentando una reconciliación con los monofisitas que dominaban la Iglesia oriental. Para ello envió, en 497 una delegación a Constantinopla encabezada por el diácono Fotino que le valió fuertes reproches de los autores del Liber Pontificalis y que Dante Alighieri lo situara en el Infierno de su Divina Comedia.
Falleció el 19 de noviembre de 498.
r. Símaco.
Nació en Serdeña, hijo de un tal Fortunato, fue diácono durante el obispado de Anastasio II a quien sucedió en el obispado al ser elegido por una parte del clero romano. Elegido el 22 de Noviembre del 498. El mismo día de su elección, el 22 de noviembre de 498, una facción disidente del clero romano apoyada por el emperador bizantino Anastasio I, y encabezada por el senador Festo, procedió a la elección de Lorenzo, como obispo rival.
Consolidó los bienes eclesiásticos, llamándolos beneficios estables a usufructo de los clérigos. Rescató todos los esclavos dándoles la libertad. Se le atribuye la primera construcción del Palacio Vaticano.
Ante la existencia de dos pontífices, el rey ostrogodo Teodorico el Grande, intentó acabar con el naciente cisma apoyando a Símaco quien, el 1 de marzo de 499 convocó un concilio en Roma en el que Lorenzo, tras aceptar la legitimidad de su rival como obispo, fue nombrando obispo de Nocera. En este sínodo se decretó que todo ministro que, durante el tiempo de un obispo, intrigase para elegir a su futuro sucesor, sería excomulgado.
El cisma sin embargo se reinició cuando, en 501, el senador Festo acusó a Símaco de diversos crímenes y convenció a Lorenzo para que regresase a Roma. Símaco se negó a comparecer ante el rey para responder de las acusaciones alegando que ningún poder temporal tenía jurisdicción sobre él.
Se convocó nuevamente un sínodo conocido como “Synodus Palmaris” que, el 23 de octubre de 502, decretó que ninguna corte humana podía enjuiciar a un obispo ya que este solo podía ser juzgado por Dios.
Ante esto, Teodorico instaló a Lorenzo en el Palacio de Letrán como obispo, con lo que el cisma se mantuvo abierto durante cuatro años hasta que, en 506, el rey retiró su apoyo a Lorenzo por su excesiva conspiración con la corte bizantina y, tras expulsar a todos los probizantinos, apoyó definitivamente a Símaco.
Durante su obispado, Símaco apoyó económicamente a los obispos de África que se encontraban desterrados en Cerdeña tras las persecuciones a que los vándalos, de doctrina arriana, habían sometido a la Iglesia del norte de África. También concedió la libertad a los esclavos que mantenía la Iglesia y, asimismo, se le atribuye la construcción inicial del Palacio Vaticano.
Falleció el 19 de julio de 514.
s. Omisdas.
Nació en Frosinone. Diácono en el momento de su elección, estuvo casado antes de ser ordenado y tuvo un hijo que más tarde se convertiría en el futuro obispo Silverio. Elegido el 20 de Julio del 514. Su primera actuación como obispo fue acabar con los últimos rescoldos del cisma acaciano surgido en el 484 mediante la llamada “fórmula de Omisdas”, propuesta en 519 tras una reunión entre las Iglesias de Roma y de Constantinopla.
Electo obispo en presencia del célebre Casiodoro, entonces Cónsul, y Diputado del Rey Teodorico para esta elección. Consiguió, con la tercera delegación que envió a Constantinopla, reconciliar esta Iglesia con la santa Sede, de la cual estaba separada desde la condenación de Acacio. Su obispado fue glorioso por el vigor con que sostuvo la buena doctrina; por la reforma del Clero, por la paz que procuró a las Iglesias de Oriente, por la expulsión de los Maniqueos de Roma y por sus limosnas.
Durante su obispado Benedicto fundó la orden de los benedictinos y la célebre abadía de Monte Casino destruida en 1944 por un bombardeo. Estableció que los obispados fuesen otorgados no por privilegios.
Durante su obispado encargó a Dionisio el Exiguo, un astrónomo de origen escita y abad de un monasterio romano, reformar el calendario existente, tarea que resolvió al establecer como año primero de la era cristiana el del nacimiento de Jesús. Los cálculos que éste realizó resultaron, según se comprobó después, equivocados en unos 6 años al datar de forma errónea el reinado de Herodes I el Grande, por lo que dedujo que Jesús nació el año 753 de la fundación de Roma, cuando de hecho debió suceder hacia el 748.
Omisdas murió en 6 de agosto de 523.
t. Juan.
Hijo de un tal Constancio, nació en Siena o bien el Castillo de Serena, en los alrededores de Chiusdino, pueblo en el sur de la Toscana, entre Siena y Grosseto, una pequeña fortaleza construida por Serena, esposa de Estilicón, en el IV siglo, destruida en la Edad Media y hoy desaparecida.
Elegido el 13 de Agosto del 523 cuando era fraile. Fue el primer obispo romano en viajar a Constantinopla cuando el rey ostrogodo Teodorico el Grande lo envió, en 525, para que negociara con el emperador bizantino Justino I el cese de las persecuciones que contra los arrianos se producían en el imperio desde la publicación de un edicto imperial en 523.
El fracaso de su misión, ya que el decreto no había sido anulado, junto a las acusaciones de tibieza en las negociaciones con el emperador, hicieron que a su regreso a Roma, Teodorico lo hiciese encarcelar en Rávena, capital del reino ostrogodo, donde murió martirizado el 18 de mayo de 526.
Coronó al Emperador Justiniano.
u. Félix III.
Nació en Benevento, hijo de un tal Castorius. Elegido el 12 de Julio del 526. Arbitrariamente nombrado obispo por Teodorico demostró lealtad a la Iglesia a tal punto que el Rey ostrogodo lo repudió y lo desterró. Durante su obispado condenó la doctrina del semi peliagianismo en una epístola que dirigió a Cesáreo de Arlés.
En 529, publicó un edicto por el que nombraba sucesor a Bonifacio II lo que provocaría a su muerte, el 22 de septiembre de 530, un breve cisma en la Iglesia al elegir la mayoría del clero a Dioscuro.
A su muerte los cristianos tuvieron libertad de culto.
v. Bonifacio II.
Nació en Roma. Aunque nacido en Roma, era ostrogodo de nacimiento, lo que le convirtió en el primer obispo romano de origen germánico gracias al apoyo del rey godo Atalárico. Elegido el 22 de Setiembre del 530. De origen gótico fue considerado “bárbaro y extranjero” por lo cual sus adversarios eligieron como obispo a Dioscoro. Hizo construir el Monasterio de Montecasino sobre el Templo de Apolo.
Obsesionado por la posibilidad de que a su muerte volviera a producirse una doble elección de obispos que desembocara en un cisma, convocó un Concilio en el que se otorgó la prerrogativa de elegir a su propio sucesor, designando como tal al diácono Virgilio. Sin embargo la oposición que encontró ante este proceder y que llevó al propio Senado romano a acusar al obispo de abuso de poder, hizo que Bonifacio se retractase y así su elegido no accedió a su puesto a su muerte, aunque sí lo haría posteriormente.
Bonifacio falleció el 17 de octubre de 532.
w. Juan II.
Nació en Roma, hijo de Projectus. Su nombre era Mercurio por ser el suyo el de una divinidad pagana. Es el primer obispo romano en cambiarse el nombre.
Su elección se produjo dos meses después de la muerte de su predecesor, el 2 de Enero del 533. Con un edicto de Atalarico el obispo romano fue reconocido jefe de los Obispos de todo el mundo. Su obispado se caracterizó por un auge de la simonía fomentada por los distintos aspirantes a suceder al fallecido Bonifacio II. El escándalo fue tan clamoroso que el asunto fue llevado ante el Senado Romano y ante la Corte Ostrogoda de Rávena, dando como resultado un decreto senatorial de condena a la simonía en las elecciones obispales y que contó con la confirmación del rey godo Atalarico quien además dispuso que si una elección disputada era llevada ante la corte en Rávena, deberían pagarse 3000 sólidos a la corte y que dicha cantidad sería repartida entre los pobres.
Durante su obispado, en 535, se celebró en Cartago un concilio en el que participaron doscientos diecisiete obispos y que demandaron a Juan para que definiera el tratamiento que deberían recibir los clérigos que habían abrazado la doctrina arriana y que ahora volvían a la ortodoxia. Sin embargo el fallecimiento de Juan, el 8 de mayo de 535, hizo que la respuesta a la pregunta fuera realizada por Agapito, su sucesor.
x. Agapito.
Nació en Roma, hijo de un ministro llamado Gordianus que fue asesinado durante las revueltas que sufrió Roma en tiempos de Símaco, desempeñó los distintos grados del ejercicio pastoral en las Iglesias de San Juan y San Pablo, colaborando con Cassiodoro en la fundación en Roma de una biblioteca eclesiástica de autores griegos y latinos y en un proyecto en Vivarium para traducir los filósofos griegos al latín.
Cuando falleció el Papa Juan, el entonces arcediano Agapito fue elegido para sucederle el 13 de mayo del 53. Su primer acto como obispo fue quemar públicamente las bulas por las que Bonifacio II había excomulgado al obispo Dioscuro.
Confirmó, enfrentándose para ello al emperador Justiniano, los decretos del Concilio de Cartago por los que negaba a los arrianos que volvían a la ortodoxia cristiana, la conservación de sus cargos y beneficios.
En su lucha contra la herejía se enfrentó también con la emperatriz Teodora de ideas monofisitas excomulgando al Patriarca de Constantinopla, Antimo de Constantinopla, nombrado por ella por ser seguidor de su misma doctrina, deponiéndolo y ordenando patriarca a Menas. Asimismo condenó a los monjes acemetas de Constantinopla muy próximos al nestorianismo.
El mismo año de su elección el rey ostrogodo Teodato, que se había hecho con el trono tras la muerte de Atalarico y su madre la regente Amalasunta, solicito a Agapito que viajase a Constantinopla para que disuadiera a Justiniano I que sus ambiciones territoriales en Italia, muy acrecentadas tras la conquista de Sicilia por su general Belisario.
Murió envenenado el 22 de abril de 536 por los oscuros embrollos de la esposa del Emperador, Teodora.
y. Silverio.
Nació en Frosinone, hijo legítimo del papa Omisdas que había estado casado antes de ser ordenado, Silverio era diácono en Roma cuando Agapito falleció mientras se encontraba en Constantinopla.
Elegido obispo el 1 de Junio del 537 con el apoyo del rey ostrogodo Teodato, se encontró con el rechazo del emperador bizantino Justiniano I quien, influenciado por su esposa Teodora, quería nombrar obispo de Roma a Vigilio, más cercano a las ideas monofisitas de la emperatriz y que se encontraba en ese momento en Constantinopla.
Belisario se dirigió a Roma al frente de su ejército y la ciudad, tras expulsar a los godos, le abrió, el 9 de diciembre de 536, sus puertas sin lucha temiendo un saqueo como el que había sufrido Nápoles a manos de los bizantinos.
El rey Vitiges, que había sucedido a Teodato, sitió entonces a la ciudad de Roma dejando aislado a Belisario en su interior. Sin embargo el hecho de que no intentaran el asalto de la ciudad sirvió de base para acusar a Silverio de estar planeando con los godos la rendición de la ciudad facilitándoles la entrada.
Esta acusación sirvió de excusa a Teodora para lograr su objetivo de nombrar obispo a Vigilio, obligando a Silverio a renunciar al obispado y fue exiliado en la ciudad de Patara en la actual Turquía. El obispo de Patara intercedió a favor de Silverio ante el emperador Justiniano y logró que este anulara el destierro y le permitiera regresar a Italia para que intentase demostrar la falsedad de la acusación de traición.
Una vez en Italia, fue sin embargo recluido, por orden de Teodora, en la isla de Palmarola donde fue asesinado el 11 de noviembre de 537.
z. Vigilio.
Nació en Roma. Perteneciente a una noble familia romana, es nombrado diácono en el 531 y acompañó a Agapito a Constantinopla en el año 536, lo que le permitió entablar amistad Teodora, la esposa del emperador bizantino Justiniano I y una seguidora de la doctrina monofisita.
Tras la muerte de Agapito II el 22 de abril de 536, Teodora intentó que el sucesor de este fuera su protegido Vigilio, al que envió a Roma para que, con el apoyo del general Belisario, quien tomó la ciudad, fuese elegido obispo.
Pero en Roma, el rey ostrogodo Teodato se adelantó a los planes bizantinos haciendo elegir obispo, el 20 de junio de 536, a Silverio, hijo de Osmidas, por lo que Belisario depuso al obispo y tras desterrarlo le hizo asesinar el 11 de noviembre de 537. Inmediatamente hizo elegir obispo a Vigilio el 29 de Marzo del 537.
Durante el Segundo Concilio de Constantinopla, tras la celebración de ocho sesiones decretó, el 2 de junio de 553, la ratificación de la condena de “Los Tres Capítulos” mediante la promulgación de 14 cánones similares a los 13 que constituían la “Homología” publicada por Justiniano en 551. Y ello a pesar de que Vigilio había enviado al Justiniano con anterioridad, el 14 de mayo el documento conocido como “Primer Constitutum” en el que con el apoyo de otros dieciséis obispos condenaba sesenta proposiciones de Teodoro de Mopsuesta, pero donde no condenaba las de Teodoro de Ciro y las de Ibas de Edesa.
El emperador ordenó el destierro de Vigilio si este no aceptaba íntegramente las decisiones conciliares por lo que, para poder regresar a Roma, tuvo que emitir, el 23 de febrero de 554, un segundo documento conocido como “Segundo Constitutum” en el que se plegaba totalmente a los deseos de Justiniano y del concilio. Aún así, Justiniano impuso la “Pragmática sansión” que limitaba la autoridad del obispo de Roma sobre la fe.
Cuando Vigilio regresaba a Roma, falleció el 7 de junio de 555 en Siracusa, Sicilia.
aa. Pelayo.
Nació en Roma. Miembro de una noble familia romana, su padre, Giovanni, parece haber sido ministro en uno de los distritos en los que estaba dividida Italia.
En 536 acompañó a Agapito a Constantinopla donde permanecería como embajador del obispo romano.
Tras su regreso a Roma, y ya durante el obispado de Vigilio, quedó como representante del obispo romano en la ciudad cuando el emperador bizantino Justiniano I reclamó, en 545, la presencia de Vigilio en Constantinopla para obligarle a aceptar la condena al nestorianismo que se hacía en el edicto conocido como “Los Tres Capítulos” en contra de lo que había decretado el Concilio de Calcedonia celebrado en 451.
En esta etapa como legado papal en Roma, tuvo que hacer frente al asedio que el caudillo y rey godo Totila, viéndose obligado a entregar la ciudad en diciembre de 546. Pelayo fue enviado a Constantinopla por el rey Totila con la misión de concertar una paz con el emperador bizantino, que Justiniano rechazó al comunicar al godo que no lo reconocía como interlocutor al estar su general Belisario al frente de Italia.
En 553 Pelayo encabezó un cisma al oponerse las Iglesias occidentales a la cesión que Vigilio hizo en el Segundo Concilio de Constantinopla que se había convocado para acabar con las discusiones entre monofisitas y nestorianos y que el edicto de “Los Tres Capítulos” había reavivado. Vigilio, al plegarse a los deseos del emperador Justiniano provocó el rechazo en Occidente y provocó que las iglesias de Milán y Rávena rompiesen su comunión con la Iglesia Romana.
Pelayo llegó a una reconciliación con Justiniano quien lo designó como sucesor de Vigilio cuando este falleciera. En efecto, a la muerte de Vigilio, fue elegido obispo, pero el apoyo prestado en la elección por Justiniano hizo que en su consagración no contará con la participación de la mayoría de los obispos occidentales: De toda Italia, solo dos Obispos y un Presbítero asistieron a su consagración.
bb. Juan III.
Nació en Roma. Hijo de un noble romano llamado Anastasius quien tenía el título de “Illustris”, su obispado sufre de datos históricos ya que todos los registros de la época han desaparecido debido al desorden y destrucción que provocó la invasión lombarda.
Salvó a Italia de la barbarie ya que durante la desastrosa invasión Longobarda, deseada por Narsete, llamó junto a él a todos los italianos a fin de que se defendiesen contra la crueldad de los invasores.
En efecto, en 568, el pueblo germánico de los lombardos entró en la península italiana aprovechando que el general bizantino Narsés había sido reclamado a Constantinopla al no contar con la confianza del nuevo emperador Justino II. Al quedar la provincia bizantina que entonces era Italia al mando del ineficaz Longinos, los lombardos no tuvieron graves problemas para invadir la península.
Elegido obispo el 17 de Julio del 561. Se sabe que restauró las catacumbas romanas y que se enfrentó al cisma de Aquilea o de los “Tres Capítulos” que había surgido durante el pontificado de Vigilio y que había provocado la ruptura con las Iglesias de Milán, Rávena y el norte de África, logrando restablecer con ellas la unidad.
Celebró en la ciudad de Braga dos concilios en los que se condenó la doctrina priscilianista. Juan III falleció el 13 de julio de 574.
cc. Benedicto.
Nació en Roma. Hijo de un ciudadano romano llamado Bonifacio, es conocido como Bonosus por los griegos.
Elegido obispo el 2 de Junio del 575. Trató inútilmente de restablecer el orden en Italia y en Francia, turbadas por las invasiones bárbaras y ensangrentadas por discordias internas. Confirmó el V Concilio a Constantinopla. Es recordado por haber creado el estado de Massa Veneris, en el territorio de Minturnae. Extendió la influencia hasta Rávena.
Benedicto murió el 30 de julio de 579 durante el cerco lombardo a Roma.
dd. Pelayo II.
Nació en Roma, de origen godo o gótico. Elegido el 26 de Noviembre del 590, su elección no pudo contar con la formal aprobación imperial al estar cortadas las comunicaciones con Constantinopla por el asedio que los lombardos sometían a Roma. Mientras Roma estaba asediada por los longobardos pidió ayuda a Constantinopla. Dispuso que cada día los pastores celebrasen el culto. Tras su elección llegó a un acuerdo con los sitiadores para que levantaran el asedio e inmediatamente envió una embajada, encabezada por el futuro Gregorio Magno a Constantinopla para solicitar auxilio militar contra los lombardos que dominaban toda la península italiana.
El emperador bizantino, Tiberio II, incurso en sus propias campañas militares contra los persas no pudo acudir en ayuda de Pelayo por lo que este intentó que los francos le apoyasen aunque sin mucho éxito ya que estos abandonaron la empresa al ser sobornados por los lombardos.
Finalmente Pelayo se vio obligado a admitir una tregua con los lombardos, por lo que pudo dirigir su atención al cisma de Aquilea o de los Tres Capítulos que había surgido en el seno de la Iglesia durante el obispado de Pelayo I, aunque no alcanzó resultados concretos.
Partidario del celibato en el clero, dictó normas tan estrictas para regularlo que su sucesor, Gregorio, tuvo que suavizarlas.
Fue víctima el 7 de febrero del año 590, de una epidemia donde los afectados morían bostezando y estornudando, por lo que por orden del obispo, se debía decir al que estornudaba “Jesús le ayude”.
ee. Gregorio I, el Grande.
Gregorio nació en Roma en el año 540. Era originario de una rica familia patricia romana, la gens Anicia, cristiana desde hacía mucho tiempo: Su bisabuelo era el obispo Félix III. Pero Gregorio estaba destinado a una carrera secular, por lo que recibió una sólida formación intelectual.
Se dedicó a la política de joven, y en 573 alcanzó el puesto de prefecto de Roma, la dignidad civil más grande a la que podía aspirarse. Pero renuncia pronto a este difícil cargo y se hace monje.
Tras la muerte de su padre, en 575 transformó su residencia familiar en el Celio en un monasterio con el nombre de “San Andrés”, donde hoy se alza la iglesia de “San Gregorio Magno”.
Pero en el año 579 el obispo Pelayo II lo ordena diácono y le envía como apocrisiario a Constantinopla, donde permanece seis años y conoce a Leandro de Sevilla, el hermano del también doctor de la Iglesia Isidoro de Sevilla. Durante esta estancia disputó con el patriarca Eutiquio de Constantinopla acerca de la corporeidad de la resurrección.
Gregorio regresa a Roma en 585 ó 586 y ocupa el cargo de secretario de Pelayo II hasta la muerte de éste de peste en febrero de 590, tras lo cual es elegido para sucederle como obispo el 3 de Setiembre del 590.
Al acceder al papado[21] en el año 590 se ve obligado a enfrentar las arduas responsabilidades que pesan sobre todo obispo del siglo VI, pues no pudiendo contar con ayuda efectiva bizantina los ingresos económicos que reportan las posesiones de la Iglesia hacen que el Papa sea la única autoridad de la cual los ciudadanos de Roma pueden esperar algo. No está claro si para esta época existía aún el Senado romano, pero en todo caso no interviene en el gobierno, y la correspondencia de Gregorio nunca menciona a las grandes familias senatoriales, emigradas a Constantinopla, desaparecidas o venidas a menos.
Solo él poseía los recursos necesarios para asegurar la provisión de alimentos de la ciudad y distribuir limosnas para socorrer a los pobres. Para esto emplea los vastos dominios administrados por la Iglesia, y también escribe al pretor de Sicilia solicitándole el envío de grano y de los bienes de la Iglesia.
Intenta infructuosamente que las autoridades imperiales de Rávena reparen los acueductos de Roma, destruidos por el rey ostrogodo Vitiges en el año 537.
En el año 592 la ciudad es atacada por el rey lombardo Agilulfo. En vano se espera la ayuda imperial; ni siquiera los soldados griegos de la guarnición reciben su paga. Es Gregorio quien debe negociar con los lombardos, logrando que levanten el asedio a cambio de un tributo anual de 500 libras de oro, probablemente entregadas por la Iglesia de Roma. Así, negocia una tregua y luego un acuerdo para delimitar la Tuscia Romana, la parte del ducado romano situada al norte del Tíber y la Tuscia propiamente dicha[22], que a partir de ahora será lombarda. Este acuerdo es ratificado en 593 por el exarca de Rávena, representante del Imperio Bizantino en Italia.
Gregorio trabó alianzas con las órdenes monásticas y con los reyes de los francos en la confrontación con los ducados lombardos, adoptando la posición de un poder temporal separado del Imperio. También organizó la ley eclesiástica.
Gregorio es autor de una Regula pastoralis, manual de moral y de predicación destinado a los obispos. Recopiló y contribuyó a la evolución del canto gregoriano, llamado el Antifonario de los cantos gregorianos en su honor. En el año 600 d.C., ordenó que se recopilaran los escritos de los cánticos o himnos cristianos primitivos, conocidos también como Antífonas, Salmos o Himnos.
El antifonario de los cantos gregorianos permaneció atado al altar de San Pedro, pero estos desaparecieron. El papa Pío X encomendó a los monjes benedictinos de la abadía de Solesmes la reproducción fiel de estas melodías tras una búsqueda infructuosa de estas obras por parte de Francia en el siglo XIX. La nueva recopilación de estas melodías fue llamada Edición Vaticana del Canto Gregoriano, haciéndose esta edición oficial el 22 de noviembre de 1903, cuando el canto gregoriano quedó plenamente reconocido por la iglesia como el canto oficial de la Iglesia Católica.
Gregorio falleció el 12 de marzo del año 604.
Como hemos podido ver, en el transcurso de casi 300 años, la Iglesia Cristiana, la humilde y sencilla, la que sufría persecuciones por parte del Gobierno y otros enemigos, se transformó en la Iglesia Católica Romana, la gobernante, la que quita y pone reyes y la que gobierna sobre todos los demás que se hagan llamar cristianos, y a los que no, les presenta dos opciones: Convertirse al catolicismo o morir.
B. La Iglesia de la Edad Media.
Debido a que el cristianismo tuvo un desarrollo más amplio en el occidente, nos dedicaremos casi exclusivamente a lo ocurrido en la iglesia latina, con excepción al periodo en que vino el rompimiento definitivo de Constantinopla con Roma. Es un periodo de casi mil años en donde el poder papal fue desarrollándose casi sin encontrar ningún tipo de oposición.
Ningún evento concreto determina el fin de la antigüedad y el inicio de la edad media: Ni el saqueo de Roma por los godos dirigidos por Alarico I en el 410, ni el derrocamiento de Rómulo Augústulo fueron sucesos que sus contemporáneos consideraran iniciadores de una nueva época.
La culminación a finales del siglo V de una serie de procesos de larga duración, entre ellos la grave dislocación económica y las invasiones y asentamiento de los pueblos germanos en el Imperio romano, hizo cambiar la faz de Europa. Durante los siguientes 300 años Europa occidental mantuvo una cultura primitiva aunque instalada sobre la compleja y elaborada cultura del Imperio romano, que nunca llegó a perderse u olvidarse por completo.
1. El Islamismo.
En el 610 empieza un movimiento que pondría no solo a la Iglesia Católica en problemas, sino que a toda la cristiandad. En la Meca se levanta un líder que aunque tiene que huir primeramente de su ciudad natal en el 622, esparce su religión por toda Arabia y une a las tribus esparcidas para conquistar la Meca y convertirse en su más grande gobernante y profeta hasta el día de su muerte en Medina el 8 de junio de 632: Mahoma.
Mahoma nació en la Meca hacia 570, fue el profeta fundador del Islam. Su nombre completo en lengua árabe es Abu l-Qasim Muhammad ibn ‘Abd Allāh al-Hashimi al-Qurashi del que, castellanizando su nombre coloquial Muhammad, se obtiene “Mahoma”.
De acuerdo a la religión musulmana, Mahoma es considerado el “sello de los profetas”, por ser el último de una larga cadena de mensajeros, enviados por Dios para actualizar su mensaje, que según el Islam, sería en esencia el mismo que habrían transmitido sus predecesores, entre los que se contarían Ibrahim, Abraham; Musa, Moisés; y Isa, Jesús.
a. Fuentes de información sobre la vida de Mahoma.
La fuente más creíble sobre la información de la vida de Mahoma es el Corán, la biografía sira y los hadices. Las biografías más antiguas que se conocen son La vida del profeta de Dios de Ibn Ishaq[23] y la escrita por al-Waqidi[24]. Ibn Ishaq escribió la biografía 120 años después de la muerte de Mahoma. La tercera fuente, los hadices, contienen dichos y acciones de Mahoma, estos fueron escritos y memorizados mientras él se encontraba en vida, y posteriormente recopilados.
b. Biografía.
1) Vida anterior a la predicación.
Árabe de la tribu de Coraix, Mahoma nació en La Meca en el Año del Elefante, según el calendario islámico. La mayoría de los musulmanes equivalen éste con el año gregoriano 570, pero algunos prefieren el 571. La Meca se encuentra en la región de Hiyaz en la actual Arabia Saudí. Fue hijo póstumo de Abd Allah ibn Abd al-Muttalib, miembro del clan de los hashimí.
La costumbre de los más honorables de la tribu de Quraysh era enviar a sus hijos con niñeras beduinas con el propósito de que crecieran libres y saludables en el desierto, para poder también robustecerse y aprender de los beduinos, que eran reconocidos por su honradez y la carencia de numerosos vicios, y Mahoma fue confiado a Bani S’ad.
El primer milagro que se narra sobre Mahoma en la compilación de los hadices es que el ángel Gabriel descendió y abrió su pecho para sacar su corazón. Entonces extrajo un coágulo negro de éste y dijo “Esta era la parte por donde Satán podría seducirte” luego lo lavó con agua Zam Zam en un recipiente de oro, después volvió el corazón a su sitio. Los niños y compañeros de juego con los que se encontraba corrieron hacia su nodriza y dijeron: “Mahoma ha sido asesinado”; todos se dirigieron a él y lo hallaron en buen estado, excepto con el rostro pálido. Los musulmanes ven este acontecimiento como una protección para que él se apartara desde su infancia de la adoración de los ídolos y probablemente la razón por la que fue devuelto a su madre. Se quedó huérfano a temprana edad, por costumbre árabe, los hijos menores no recibían herencia, razón por la cual él no la recibió ni de su padre ni de su madre, se dice que ella murió cuando él tenía seis años, posteriormente fue acogido y educado primero por su abuelo Abd al-Muttalib y luego por su tío paterno Abu Talib, un líder de la tribu Quraysh, la más poderosa de La Meca, y padre de su primo y futuro califa Ali.
En aquella época La Meca era un centro comercial próspero, principalmente porque existían varios templos que contenían diferentes ídolos, lo cual atraía a un gran número de peregrinos. Mercaderes de diferentes tribus visitaban La Meca en la época del peregrinaje, cuando las guerras tribales estaban prohibidas y podían contar con un viaje seguro. En su adolescencia, Mahoma acompañó a su tío por sus viajes a Siria y otros lugares. Por tanto, pronto llegó a ser una persona con amplia experiencia en las costumbres de otras regiones.
A los doce años se dirigió a Basora con su tío Abu Tâlib y tuvieron un encuentro con un monje llamado Bahira, algunos orientalistas dicen que esto demuestra que Mahoma aprendió de él los libros sagrados, pero los escolares musulmanes refutan esta opinión alegando que no pudo haber aprendido en la hora de la comida ese conocimiento y que además no se registra un segundo encuentro con este monje, en los hadices se narra que Bahira reconoció algunas señales de la profecía de Mahoma y le advirtió a su tío sobre llevarlo a Siria por temor de los judíos y romanos.
Mahoma no tuvo un trabajo específico en su juventud, pero se ha reportado que trabajó como pastor para Bani Sad y en la Meca como asalariado. A la edad de los 25 años Mahoma trabajó como mercader en la ruta caravanera entre Damasco y La Meca a las órdenes de Jadiya, hija de Juwaylid, una rica comerciante viuda, había impresionado a Jadiya y esta le propuso matrimonio en el año 595. Ibn Ishaq presenta que la edad de Jadiya era 28 años, y Al Waqidi presenta cuarenta. Algunos dicen que al engendrar Jadiya dos varones y cuatro mujeres de Mahoma, hace que la opinión más fuerte sea la de Ibn Ishaq, pues es sabido que la mujer llega a la edad de la menopausia antes de los cincuenta años. A pesar de que estas informaciones no están establecidas en un hadiz sino que es algo que se hizo famoso entre los historiadores. Jadiya tuvo seis hijos con Mahoma, dos varones y cuatro mujeres. Todos nacieron antes de que Mahoma recibiera la primera revelación. Sus hijos Al-Qasim y Abdullah murieron en la infancia en La Meca. Sus cuatro hijas se llamaban Zainab, Ruqayyah, Umm Kulzum y Fátima. Jadiya sería posteriormente la primera persona en aceptar el Islam después de la revelación.
Mahoma era de carácter reflexivo y rutinariamente pasaba noches meditando en una cueva cerca de La Meca[25]. Los musulmanes creen que en 610 a los cuarenta años de edad, mientras meditaba, Mahoma tuvo una visión del ángel Gabriel. Describió esta visita como un mandato para memorizar y recitar los versos enviados por Dios. Durante su vida, Mahoma confió la conservación de la palabra de Dios, trasmitida por Gabriel, a la retentiva de los memoriones, quienes la memorizaban recitándola incansablemente y que después de su muerte serían recopilados por escrito en el Corán debido a la primordial importancia de conservar el mensaje original en toda su pureza, sin el menor cambio ni de fondo ni de forma. Para ello emplearon materiales como las escápulas de camello, sobre las que grababan los versículos del Corán. El arcángel Gabriel le indicó que había sido elegido como el último de los profetas y como tal predicó la palabra de Dios sobre la base de un estricto monoteísmo, prediciendo el Día del Juicio Final.
De acuerdo con el Corán y las narraciones, Mahoma era analfabeto, hecho que la tradición musulmana considera una prueba que autentifica al Corán, libro sagrado de los musulmanes, como portador de la verdad revelada.
2) Después de la visión.
Transformado en un rico y respetado mercader, recibió la revelación del ángel Gabriel, que le invitó a predicar una nueva religión. Esto habría sido en el año 610 de la era cristiana. La visión perturbó a Mahoma, pero su esposa Jadiya le aseguró que se trataba de una visión real y se convirtió en su primera discípula. Después de un período inicial de dudas y miedos, comenzó a predicar a sus parientes y luego al público, a todos los residentes de La Meca. Mahoma afirmó que había sido escogido por Dios, como los profetas hebreos que lo precedieron, para predicar el arrepentimiento, la sumisión a Dios y la venida del día del juicio. Dijo que no estaba predicando una nueva religión sino que estaba reviviendo la antigua y pura tradición que los cristianos y los judíos habían degradado. Atrajo seguidores, pero también creó enemigos.
A medida que los seguidores de Mahoma comenzaban a aumentar en número, se convirtió en una amenaza para los jefes de las tribus locales. La riqueza de estas tribus se basaba en la Kaaba, el recinto sagrado de los ídolos de los árabes y el punto principal religioso de La Meca. Si rechazaban a dichos ídolos, tal como Mahoma predicaba, no habría peregrinos hacia La Meca, ni comercio, ni riqueza. El repudio al politeísmo que denunciaba Mahoma era particularmente ofensivo a su propia tribu, la qurayshí, por cuanto ellos eran los guardianes de la Kaaba. Es por esto que Mahoma y sus seguidores se vieron perseguidos.
En el año 619 fallecieron Jadiya, la esposa de Mahoma, y su tío Abu Talib. Este año se conoce como el “año de la tristeza”. El clan al que pertenecía Mahoma lo repudió y sus seguidores sufrieron hambre y persecución.
En 620, Mahoma hizo un viaje en una noche que es conocido como Isra y Miraj. “Isra” es la palabra en árabe que se refiere a un viaje milagroso desde La Meca a Jerusalén, específicamente al lugar conocido como Masjid al-Aqsa. Isra fue seguida por el “Miraj”, su ascensión al cielo, donde recorrió los siete cielos y se comunicó con profetas que le precedieron, como Abraham, Moisés y Jesucristo.
La vida de la pequeña comunidad musulmana en La Meca no solo era difícil, sino también peligrosa. Las tradiciones árabes afirman que hubo varios atentados contra la vida de Mahoma, quien finalmente, en el año 622, decidió trasladarse a Medina, un gran oasis agrícola donde había seguidores suyos. Rompiendo sus vínculos con las lealtades tribales y familiares, Mahoma demostraba que estos vínculos eran insignificantes comparados con su compromiso con el Islam, una idea revolucionaria en la sociedad tribal de la Arabia. Esta migración a Medina marca el principio del año en el calendario islámico. El calendario islámico cuenta las fechas a partir de la Hégira, razón por la cual las fechas musulmanas llevan el prefijo AH[26].
Mahoma llegó a Medina como un mediador, invitado a resolver querellas entre los bandos árabes de Aws y Khazraj. Logró este fin absorbiendo a ambas facciones en la comunidad musulmana y prohibiendo el derramamiento de sangre entre los musulmanes. Sin embargo, Medina era también el lugar donde vivían varias tribus judías. Mahoma esperaba que estas tribus lo reconocieran como profeta, lo cual no ocurrió. Algunos académicos afirman que Mahoma abandonó la esperanza de ser reconocido como profeta por los judíos, y que, por tanto, la alquibla, es decir, la dirección en la que rezan los musulmanes, fue cambiada del antiguo templo de Jerusalén a la Kaaba en La Meca.
Mahoma emitió un documento que se conoce como “La Constitución de Medina”[27], en la cual se especifican los términos en que otras facciones, particularmente los judíos, podían vivir dentro del nuevo estado islámico. De acuerdo con este sistema, a los judíos y cristianos les era permitido mantener su religión mediante el pago de un tributo, no así a los practicantes de religiones paganas. Este sistema vendría a tipificar la relación entre los musulmanes y los dhimmis, y esta tradición es la razón de la relativa estabilidad que normalmente existía en los califatos árabes.
3) La guerra.
Las relaciones entre La Meca y Medina se deterioraron rápidamente. Todas las propiedades de los musulmanes en La Meca fueron confiscadas, mientras que en Medina Mahoma lograba alianzas con las tribus vecinas.
Los seguidores de Mahoma comenzaron a asaltar las caravanas que se dirigían a La Meca. En marzo de 624, Mahoma condujo a trescientos guerreros en un asalto a una caravana de mercaderes que se dirigía a La Meca. Los integrantes de la caravana lograron rechazar el ataque y posteriormente decidieron dirigir una represalia contra los musulmanes, enviando un pequeño ejército a invadir a Medina. El 15 de marzo de 624, en un lugar llamado Badr, ambos bandos chocaron. Si bien los seguidores de Mahoma eran numéricamente tres veces inferiores a sus enemigos, los musulmanes ganaron la batalla. Este fue el primero de una serie de logros militares por parte de los musulmanes.
Para los musulmanes, la victoria de Badr resultaba una ratificación divina de que Mahoma era un legítimo profeta. Después de la victoria, y una vez que el clan judío de Banu Qainuqa fue expulsado de Medina, los ciudadanos de este lugar adoptaron todos la fe musulmana y Mahoma se estableció como el regente de facto de la ciudad.
Después de la muerte de su esposa, Mahoma contrajo matrimonio con Aisha, la hija de su amigo Abu Bakr, que fue prometida al profeta cuando tenía 6 años de edad y él 54, aunque el matrimonio se consumó cuando ella tuvo 9 y quien posteriormente se convertiría en el líder de los musulmanes tras la muerte de Mahoma. En Medina también se casó con Hafsah, hija de Umar, quien luego sería el sucesor de Abu Bakr. Además, con Zaynab, quien era mujer de su hijo adoptivo Zaid; Ramlah, hija de un líder que combatió a Mahoma, y con Umm Salama, viuda de un combatiente musulmán. Estos casamientos sellarían las relaciones entre Mahoma y sus principales seguidores. También se casó con una cristiana de nombre Mariyah Al-Qibtía con quien tuvo otro hijo con ella después de mudarse a Medina. Ese séptimo y último hijo se llamaba Ibrahim que falleció en su niñez; se dice que murió a los 17 o 18 meses de edad. Y también se casó con una judía de nombre Safiah. Posteriormente tuvo varias otras esposas, de número impreciso entre estas 9 identificadas, que afirman casi todos los expertos como seguras, y las más de 20 que algunos le estiman. Algunas de estas mujeres eran esposas de seguidores de Mahoma muertos en batalla, mientras que otras eran hijas de sus aliados.
La hija de Mahoma, Fátima, se casó con Ali, primo de Mahoma. Otra hija, Ruqayyah, contrajo matrimonio con Uzman pero ella falleció y después Uzman se casó con su hermana Umm Kulzum. Estos hombres surgirían en los años subsiguientes como los sucesores de Mahoma o califas y líderes políticos de los musulmanes. Por tanto, los cuatro primeros califas estaban vinculados a Mahoma por los diferentes matrimonios. Los musulmanes consideran a estos califas como los “guiados”.
En 625 un jefe de La Meca, Abu Sufyan, marchó contra Medina con 3000 hombres. En la batalla que se libró el 23 de marzo, no salió victorioso ninguno de los dos bandos. El ejército de La Meca afirmó haber ganado la batalla, pero quedó muy diezmado como para perseguir a los musulmanes de Medina y ocupar la ciudad.
En abril de 627, Abu Sufyan emprendió otro ataque contra Medina, pero Mahoma había cavado trincheras alrededor de la ciudad y pudo defenderla exitosamente en lo que se conoce como la Guerra de las Trincheras. Después de esta batalla, los musulmanes, se vieron traicionados por la tribu judía de Banu Qurayza o Banu Koreidha la cual se había aliado con las tribus de la Meca en la batalla de las trincheras, emprendieron guerra contra éstos, derrotándolos. Los hombres de la tribu fueron decapitados y las mujeres y niños fueron vendidos como esclavos. Tras la victoria de la Guerra de las Trincheras, los musulmanes expandieron su influencia a través de conversiones o conquistas de varias ciudades y tribus.
4) La conquista de La Meca.
En el año 628, la posición de Mahoma era lo suficientemente fuerte para decidir su retorno a La Meca, esta vez como un peregrino. En marzo de ese año, se dirigió a La Meca seguido de 1600 hombres. Después de diversas negociaciones, se firmó un tratado en un pueblo cercano a La Meca llamado al-Hudaybiyah. Si bien a Mahoma no se le permitió ese año entrar en La Meca, las hostilidades cesaron y a los musulmanes se les autorizó el acceso a la ciudad en el año siguiente.
El tratado duró solo dos años, ya que en 630 los regentes de La Meca rompieron dicho tratado. Como consecuencia de esto, Mahoma marchó hacia La Meca con un ejército de más de 10000 hombres, la cual conquistó sin que encontrara resistencia. Mahoma declaró amnistía a los pobladores de la ciudad, muchos de los cuales se convirtieron al Islam. Mahoma destruyó los ídolos de la Kaaba y, por tanto, el peregrinaje en adelante sería al lugar sagrado del Islam. A pesar de Mahoma no estar presente en el asalto a la ciudad este se apropio de la quinta parte del botín y cobró un rescate 45 onzas de plata por cada prisionero.
La capitulación de La Meca y la derrota de las tribus enemigas Hunayn permitió a Mahoma tomar el control de Arabia. Sin embargo, Mahoma no constituyó ningún gobierno, sino que prefirió gobernar a través de las relaciones personales y los tratados con diferentes tribus.
5) La muerte de Mahoma.
Antes de su muerte en 632, Mahoma había establecido al Islam como una fuerza social, política y religiosa y había unificado a la Arabia. Algunas décadas después de su muerte, sus sucesores conquistaron Persia, Egipto, Palestina, Siria, Armenia y gran parte del norte de África, y cercaron dos veces Constantinopla, aunque no pudieron hacerse con ella, lo que les impidió avanzar hacia la Europa del Este.
Después de una corta enfermedad, Mahoma falleció el 8 de junio de 632 en la ciudad de Medina a la edad de 63 años. Abu Bakr, el padre de Aisha, la tercera mujer de Mahoma, fue elegido por los líderes de la comunidad musulmana como el sucesor de Mahoma, pues era el favorito de Mahoma. Cualquiera que hayan sido los hechos, lo cierto es que Abu Bakr se convirtió en el nuevo líder del Islam. La mayor parte de su corto reinado la pasó combatiendo tribus rebeldes en lo que se conoce como las Guerras Ridda. A la fecha de la muerte de Mahoma, había unificado toda la Península Arábiga y expandido la religión islámica en esta región, así como en parte de Siria y Palestina. Posteriormente los sucesores de Mahoma extendieron el dominio del imperio árabe a Palestina, Siria, Mesopotamia, Persia, Egipto, el Norte de África y España. Entre 711 y 716 comienza una presencia árabe de casi ocho siglos en la Península Ibérica, y en 732, cien años después de la muerte de Mahoma, el avance árabe en la Europa Occidental es detenido a las puertas de Francia en la batalla de Poitiers.
6) La fitna.
Omar fue sucedido por Uthman ibn Affan, otro de los primeros seguidores de Mahoma. Bajo Uthman, el nuevo imperio cayó en una Guerra civil a la que se le llamó la Fitna, o desorden. Muchos de los familiares y primeros seguidores de Mahoma estaban descontentos con Uthman, porque sentían que estaba favoreciendo indebidamente a sus parientes y actuando menos como un líder religioso y más parecido a un rey. Soldados rebeldes mataron a Uthman y ofrecieron el liderazgo a Alí ibn Abi Talib, el primo y yerno de Mahoma. Muchos musulmanes, en particular quienes tenían sus propios candidatos al califato, rechazaron aceptar a Alí como líder, por lo que este pasó su breve califato luchando contra las facciones disidentes y los parientes de Uthman, los Omeya. Alí murió a manos de un asesino jariyí y los Omeyas reclamaron el califato. Ellos lograron retener el liderazgo de la mayoría de los musulmanes por varias generaciones, pero salvo por un breve período, nunca volvieron a gobernar sobre un imperio islámico no dividido. La fe islámica divergió también, separándose en las principales de la actualidad los suní y los chií.
7) La segunda fitna.
El gobierno de los Omeyas fue interrumpido por una segunda guerra civil en el año 680, se restableció pero luego terminó en el año 758. Después de esto, dinastías rivales reivindicarían el califato, o liderazgo del mundo musulmán, y muchos estados e imperios islámicos solo prestarían una obediencia simbólica al califa, incapaz de unificar al mundo islámico.
c. Avance del islam.
Como la mayoría de las religiones del mundo, el desarrollo histórico del islam ha tenido un impacto claro en la historia política, económica y militar de las áreas dentro y fuera de lo que se considera sus principales zonas geográficas de alcance. Como con el cristianismo, el concepto de un “mundo islámico” puede ser más o menos útil al ver diferentes períodos de la historia. Una corriente importante de la cultura islámica alienta la identificación con la comunidad cuasi-política de creyentes o Ummah, y este componente se refleja en el comportamiento de una variedad de actores en la historia. La historia del islam como una religión está relacionada cercanamente a la historia política, económica y militar.
Arabia antes de Mahoma estaba escasamente poblada por habitantes de habla árabe. Algunos eran beduinos, pastores nómadas organizados por tribus. Algunos eran agricultores, que vivían en oasis en el norte, o en las áreas más fértiles y densas en el sur, en lo que se conoce ahora como Yemen y Omán. En ese tiempo, la mayoría de los árabes eran seguidores de las religiones politeístas, aunque unas pocas tribus seguían el judaísmo, el cristianismo, incluido el nestorianismo o zoroastrianismo. La ciudad de la Meca era un centro religioso para algunos politeístas árabes norteños, ya que contenía el muro sagrado del Zamzam y un pequeño templo, la Kaaba.
Cuando inicia el imperio musulmán, la mayoría de la población no era islámica y además de un impuesto de protección y el dhimmi, la población conquistada descubrió que sus religiones eran toleradas. De hecho, las autoridades musulmanas regularmente desalentaban las conversiones, ya que esto erosionaba su base impositiva. Bajo los Omeyas, los que buscaban convertirse, tenían que encontrar un benefactor árabe que los adoptara en su tribu. Una vez que fueran árabes honorarios, podrían convertirse. Sin embargo, la mayoría de la población eventualmente se convirtió al islam. Si éste fue un movimiento rápido o lento, es un tópico fuertemente debatido en el mundo académico y solo se decidiría por estudios meticulosos país a país.
La unidad política del islam comenzó a desintegrarse. Los emiratos, que aún reconocían el liderazgo teórico del califa, se deslizaron hacia la independencia, y un breve resurgir del control terminó con el establecimiento de dos califatos rivales: Los Fatimíes en el norte de África y el de los Omeyas Califato de Córdoba en España, los emires allí eran descendientes de un miembro de esa familia que logró escapar. Eventualmente, los ababsíes gobernaron como marionetas para los emires Buyíes.
Una serie de nuevas invasiones arrasó sobre el mundo islámico. Primero, los recientemente convertidos turcos selyúcidas conquistaron rápidamente el Asia islámica, esperando restaurar el gobierno ortodoxo y vencer a los fatimíes, pero pronto ellos también cayeron presos de la descentralización política. Después de la desastrosa derrota de los bizantinos en la Batalla de Manzikert en 1071 occidente lanzó una serie de Cruzadas y por un tiempo capturaron Jerusalén. Sin embargo, Saladino restauró la unidad, derrotó a los fatimíes y retomó la ciudad. Se lanzaron nuevas cruzadas con al menos el intento nominal de recuperar la ciudad sagrada. Pero se logró poco más que el saqueo y ocupación de Constantinopla, dejando al Imperio Bizantino seriamente debilitado y listo para una conquista posterior.
Bajo los gaznavíes, el Islam se extendió en el siglo X a los principales Estados hindúes al este del río Indo, en lo que es actualmente el norte de la India. La expansión del Islam continuó pacíficamente por diversas regiones del África y del sudeste de Asia.
Para comienzos del siglo XIII, una amenaza mucho más seria se cernía sobre el islam. Los mongoles, que invadieron Bagdad en 1258, habían conquistado la mayoría de los territorios islámicos al este de Egipto. Las hordas terminaron permanentemente con el califato Abbasí y la Era Dorada del islam medieval, dejando al mundo islámico arruinado y confuso. Posteriormente los mongoles se convirtieron al islam y desarrollaron su propia cultura basada en el intercambio diverso y sofisticado, integrando elementos de cada esquina de Eurasia.
2. De La Caída de Roma hasta el Santo Imperio Católico.
Desde el siglo V, cuando cayó el imperio romano, hasta el siglo IX, cuando floreció el Santo Imperio Católico, Europa se encontró en un caos político en donde los gobernantes se levantaban rápidamente y caían aun más rápido. Ya que todo el poder en el seno de la jerarquía eclesiástica estaba en las manos de los obispos de cada región, se pensó que lo ideal sería centralizar el poder y el obispo romano o Papa reclamó tener preeminencia basándose en la idea de que era el sucesor de Pedro, a quien Cristo le había otorgado la máxima autoridad eclesiástica. Así el “Papa” no solo se autonombró como la cabeza de la Iglesia y gobernador de la cristiandad, sino que se proclamó “gobernador sobre los reyes”.
Todo esto era aprovechado por el Papa para obtener ganancia del Estado, que no soltaría mientras pudiese, convirtiendo al papado en la institución con mayor poder en la Europa medieval y, por lo tanto, los distintos Papas fueron los hombres más poderosos e influyentes de la época.
Había crecido la costumbre entre los obispos romanos el cambiarse el nombre cuando tomaban el cargo desde Juan II en el 532, por lo que vamos a encontrar en el desarrollo de la historia a diferentes obispos con el mismo nombre, solo diferenciados por el número, así podemos encontrar con que Gregorio I, “el Grande”, fue el iniciador del catolicismo, pero Gregorio VII, Hildebrando, fue el más grande papa de la antigüedad.
a. El poder del papado.
Gregorio I mandó cristianizar Inglaterra y soñó con toda Europa a los pies del papado, resistiendo las pretensiones del obispo de Constantinopla de ser el obispo universal. Se convirtió en un verdadero gobernante no solo para la Iglesia, sino para toda Roma. Desarrolló la adoración a las imágenes, la doctrina del purgatorio y la de la transubstanciación y defendía el monasticismo. Se convirtió en el defensor de los pobres en contra de la tiranía de los gobernantes, hecho que supieron aprovechar muy bien sus predecesores, con lo que se atraían la voluntad del pueblo. Además se erguían como los refugios de la decencia, por lo menos en público y en cuanto a la conducta de sus súbditos se refiere, incluyendo los gobernadores.
La confusión política en la vida europea también contrastaba con la firmeza que tenía el gobierno eclesiástico, en donde si bien es cierto se dieron algunos cismas y hubo momentos en que varios hombres se levantaron defendiendo su posición como legítimos Papas, se mantenía un gobierno estable. Además, la Iglesia tenía fuertes aliados entre los políticos que encontraban en ella una herramienta para lograr sus aspiraciones.
Muchos Papas trataron de aumentar su poder usando todos los recursos a su disposición. Las Cruzadas, una campaña militar en la que los ejércitos cristianos europeos lucharon por detener la expansión islámica en Tierra Santa, fue un intento patente del intento papal de crear un ejército. Las cruzadas eran convocadas por los Papas y a ellas se unían ejércitos de todas las nacionalidades buscando la gloria eterna y el perdón de los pecados.
Los Papas también trataron de hacerse con el control político de Europa. Presionaron a muchos reyes, poniendo a obispos en posiciones de importancia seglar. En respuestas, muchos reyes eligieron a obispos, minando el control religioso del papado, en un proceso conocido como investidura. León III[28] dio un carácter político a la Cátedra de San Pedro al coronar como emperador a Carlomagno, su protector, en la antigua basílica de San Pedro, la noche de Navidad del año 800.
b. La Papisa Juana.
A mediados del siglo IX, una mujer ocupó el trono romano. Según algunos relatos, el inglés John de Mainz o Juana, se hizo pasar por un hombre para sortear la prohibición de estudiar que pesaba sobre las mujeres y adquirió una sólida formación teológica y filosófica. En su juventud fue llevada a Atenas con ropas de hombre por su amante y allí fue tal su avance en el aprendizaje que nadie la igualaba. Al llegar a Roma tras una larga peregrinación, se presentó como un monje y sorprendió con su erudición a los doctores de la Iglesia y se dedicó a enseñar ciencias y atrajo así la atención de intelectuales. Gozó del mayor respeto por su conducta y erudición y, a la muerte de León IV, la ayudaron a llegar al Papado, oficialmente como Juan VIII. Aventurera sin duda, Juana no tardó en convertirse en amante de un oficial de la guardia vaticana con lo que, un año después de su elección, descubrió que iba a ser madre. Ocultar el embarazo quizá no fuera demasiado difícil, dadas las holgadas vestiduras papales, pero la tragedia ocurrió cuando la papisa, ya en el fin de su periódo de gestación, sintió dolores de parto cuando estaba presidiendo una procesión desde San Pedro a Letrán, en algún lugar entre el Coliseo y San Clemente.
Quizá incluso hubiera podido dar a luz en secreto y después ocultar a la criatura pero no tuvo esa fortuna. Cuando se hallaba presidiendo una procesión le sobrevinieron los dolores de parto. Intentó sobreponerse pero, sin poder evitarlo, dio a luz. La reacción de la muchedumbre fue, primero, de sorpresa y luego, de cólera. Para algunos se trataba de una manifestación diabólica; para otros, de una profanación repugnante. Antes de que se pudiera impedir, la turba se lanzó encolerizada sobre Juana y la despedazó. De esa manera terminó con la impostora, aunque otra versión dice que Juana habría muerto en medio de terribles dolores de parto, mientras los cardenales se arrodillaban clamando: “¡Milagro!, ¡milagro!”. Se dice que fue enterrada en el mismo sitio. En sus procesiones, los Papas siempre evitaban este camino; muchas personas creían que hacían esto por su antipatía a esa desgracia. Tras de su alumbramiento la historia de Juana fue inmediatamente eliminada de los registros, aunque se dice que su hijo llegó a ser Obispo de Ostia a donde trasladó el cadáver de la Papisa.
En los siglos XIV y XV esta papisa era considerada como un personaje histórico, de cuya existencia nadie dudaba. Tenía su lugar entre los bustos de la Catedral de Siena. Bajo Clemente VIII, y a petición suya, fue transformada en el Papa Zacarías. Jan Hus, en la defensa de su falsa doctrina antes del Concilio de Constanza, hizo referencia a la papisa y nadie cuestionó el hecho de su existencia.
c. Las tinieblas en el papado.
Podemos decir que en la Edad Media el papado vivió sus períodos más tenebrosos por las luchas por el poder, desatadas entre poderosas familias romanas. El episodio más negro fue el llamado “Sínodo del cadáver”, una conspiración de Esteban VI[29], quien mandó desenterrar el cadáver de uno de sus antecesores, el Papa Formoso[30], a quien vistió con los ornamentos pontificios y lo sometió a un juicio por desafiar a sus protectores, la siniestra familia Espoleto. En la farsa, al cadáver de Formoso se le cortó la mano del juramento y luego sus restos fueron arrojados al río Tíber. Indignados, los seguidores de Formoso depusieron meses después a Esteban VI, quien fue encarcelado y murió estrangulado.
Otros Papas de ese período, como Juan VIII[31], León V[32], Anastasio III[33] y Juan X[34] fueron asesinados en tramas en las que estuvieron involucradas poderosas e influyentes familias, como la del cónsul romano Teofilacto y su mujer Teodora.
Otro ejemplo de injerencia política en la Iglesia Católica sucedió en el año 996. Otón III estaba de camino a Roma cuando murió Juan XV. Los romanos le pidieron que él mismo eligiera al Papa. Otón III contaba entonces 16 años, era profundamente religioso, había sido educado por los mejores maestros y soñaba con el esplendor del antiguo Imperio Romano. Designó como Papa a su pariente y capellán Bruno, que solo tenía 24 años que tomó el nombre de Gregorio V[35]. A la muerte de éste, Otón III designó como pontífice a su maestro Gerberto, francés, Obispo de Reims y luego de Ravena, que tomó el nombre de Silvestre II[36].
En una época turbulenta en que los Papas eran depuestos, asesinados o forzados a renunciar, surgió Benedicto IX, de la influyente familia de los condes de Túsculo, que fue Papa en tres períodos entre 1032 y 1055, y de quien se dice que asumió el trono por primera vez a la edad de 12 años.
El florecimiento del Papado como institución comenzó en la Baja Edad Media, con Nicolás II[37], el primero en reservar la elección del pontífice exclusivamente a los cardenales. Además, se disponía que el nuevo Papa perteneciera a la Iglesia de Roma, salvo que no se encontrase ningún candidato digno de entre sus miembros. Se establecía Roma como el lugar idóneo para efectuar la elección, debiéndose buscar otro en circunstancias excepcionales.
Su obra fue continuada por Gregorio VII[38], quien llevó adelante una amplia reforma de la Iglesia, emitió el “Dictatus Papae“, según el cual el Papa es el obispo universal. A él se le opuso el emperador Enrique IV que vendió muchos obispados e incluso intentó disponer del Papa. En respuesta, el Papa excomulgó al emperador y absolvió a sus vasallos de sus obligaciones con respecto a él. Enrique intentó mantener el reino unido, pero no pudo hacer frente a la población, que estaba aterrada ante la posibilidad de perder sus almas, con lo que el emperador tuvo humillarse ante el Papa.
Durante años el Papa y el Sagrado Emperador de Roma lucharon entre ellos, hasta que el Papa Calixto II y el emperador Enrique V firmaron el Concordato de Worms. Este redujo la autoridad del Papa respecto a la investidura de nuevos obispos a las posiciones religiosas y al emperador a las posiciones seglares. Con este Concordato de Worms acabó el periodo conocido como “La controversia de las Investiduras”, que trataremos más adelante.
Si algunos Papas fueron víctimas de la violencia y las intrigas políticas, a otros simplemente les dio la espalda la suerte, como a Lucio II[39], quien murió tras recibir una pedrada en la cabeza mientras intentaba apaciguar unos disturbios en Roma.
Muchos monasterios se fueron fundando a lo largo de toda Europa, y nuevas órdenes aparecieron, siguiendo distintos puntos de vista religiosos. Benedicto fue el primero en crear una regla mediante la cual debían regirse lo monjes. La regla especificaba, por ejemplo, las distintas horas a las que debían realizarse los rezos. Algunos historiadores indican que esta regla llevó al desarrollo del reloj mecánico, que surgió aproximadamente en las fechas en las que se celebró el Cuarto Concilio de Letrán[40], convocado por Inocencio III. En este concilio, se establecieron reglas de rezos unificadas para el conjunto de las órdenes monacales, basadas en las usadas por los Cistercenses, aunque se permitía adaptar dichas reglas a las distintas costumbres regionales. Además se condenaron a determinados grupos religiosos que se apartaban demasiado de la ortodoxia católica, como los cátaros.
Hacia mediados del siglo XI Europa se encontraba en un periodo de evolución desconocido hasta ese momento. La época de las grandes invasiones había llegado a su fin y el continente europeo experimentaba el crecimiento dinámico de una población ya asentada. Renacieron la vida urbana y el comercio regular a gran escala y se desarrolló una sociedad y cultura que fueron complejas, dinámicas e innovadoras. Este periodo se ha convertido en centro de atención de la moderna investigación y se le ha dado en llamar el renacimiento del siglo XII.
d. La elección papal.
En 1241 se celebra por primera vez el “cónclave”[41] durante la prolongada elección de Celestino IV, cuando los cardenales fueron encerrados en un palacio en ruinas por el noble romano Mateo Orsini. Destinado a forzar una decisión en el tórrido calor de agosto, el encierro produjo la muerte de uno de los 10 cardenales confinados, quienes alcanzaron una decisión después de dos meses. Los efectos del encierro eran tales que el mismo Celestino IV falleció solo dos semanas después.
Para elegir a Gregorio X, en setiembre de 1271, habían pasado tres años antes de que los cardenales se pusieran de acuerdo, y la población local, presa del nerviosismo, se rebeló y le quitó el techo al palacio donde estaban reunidos, supuestamente para permitir que se les uniera el Espíritu Santo. También les restringieron la comida. Las condiciones eran tan duras que dos cardenales murieron y un tercero tuvo que irse por problemas de salud antes de que los restantes príncipes de la iglesia eligieran al Pontífice.
Gregorio X estaba determinado a poner punto final a ese procedimiento. Él fue responsable de una decisión de 1274 que decía que en el futuro los cardenales serían encerrados en una sola habitación con un lavatorio en el palacio del Papa fallecido en un plazo de 10 días después de su muerte. Luego de tres días, si no se elegía ningún Papa, solo les servirían un plato por el almuerzo y la cena, en lugar de dos. Después de cinco días, solo les darían pan, agua y un poco de vino hasta que eligieran un nuevo Papa. Las estrictas medidas no durarían.
Se necesitaron más de dos años de cónclaves intermitentes para que en 1294 se hiciera una de las elecciones de un papa más inusuales de la historia. El punto muerto terminó cuando el cardenal Latino Malabranca dijo en un encuentro de cardenales que un ermitaño supuestamente santo, Pietro Del Morrone, había profetizado la retribución divina para los electores que durante tanto tiempo no habían logrado encontrar un Papa nuevo. Los cardenales acordaron votar por el ermitaño y Morrone, un octogenario, se sobrepuso a la sorpresa decidiendo que esa era la voluntad de Dios. Entró al pueblo de L’Aquila, en el centro de Italia, montado sobre un burro para ser entronizado como Celestino V, pero no soportó las presiones y renunció siete meses después. Su última medida fue restaurar las reglas del cónclave de 1274, que incluían una estricta prohibición de las comunicaciones con los electores y que han sido el fundamento desde los primeros cónclaves hasta el presente.
e. La alta Edad Media.
Durante la alta edad media la Iglesia católica, organizada en torno a una estructurada jerarquía con el Papa como indiscutida cúspide, constituyó la más sofisticada institución de gobierno en Europa occidental. El papado no solo ejerció un control directo sobre el dominio de las tierras del centro y norte de Italia sino que además lo tuvo sobre toda Europa gracias a la diplomacia y a la administración de justicia, en este caso mediante el extenso sistema de tribunales eclesiásticos. Además las órdenes monásticas crecieron y prosperaron participando de lleno en la vida secular. Los antiguos monasterios benedictinos se superpusieron en la red de alianzas feudales. Los miembros de las nuevas órdenes monásticas, como los cistercienses, desecaron zonas pantanosas y limpiaron bosques; otras, como los franciscanos, entregados voluntariamente a la pobreza, pronto empezaron a participar en la renacida vida urbana. La Iglesia ya no se vería más como una ciudad espiritual en el exilio terrenal, sino como el centro de la existencia. La espiritualidad altomedieval adoptó un carácter individual, centrada ritualmente en el sacramento de la eucaristía y en la identificación subjetiva y emocional del creyente con el sufrimiento humano de Cristo. La creciente importancia del culto a la Virgen María, actitud desconocida en la Iglesia hasta este momento, tenía el mismo carácter emotivo.
Dentro del ámbito cultural, hubo un resurgimiento intelectual al prosperar nuevas instituciones educativas como las escuelas catedralicias y monásticas. Se fundaron las primeras universidades, se ofertaron graduaciones superiores en medicina, derecho y teología, ámbitos en los que fue intensa la investigación: Se recuperaron y tradujeron escritos médicos de la antigüedad, muchos de los cuales habían sobrevivido gracias a los eruditos árabes y se sistematizó, comentó e investigó la evolución tanto del Derecho canónico como del civil, especialmente en la famosa Universidad de Bolonia. Esta labor tuvo gran influencia en el desarrollo de nuevas metodologías que fructificarían en todos los campos de estudio. El escolasticismo se popularizó, se estudiaron los escritos de la Iglesia, se analizaron las doctrinas teológicas y las prácticas religiosas y se discutieron las cuestiones problemáticas de la tradición cristiana. El siglo XII, por tanto, dio paso a una época dorada de la filosofía en Occidente.
Durante el siglo XIII se resumieron los logros del siglo anterior. La Iglesia seguía siendo la gran institución europea, las relaciones comerciales integraron a Europa gracias especialmente a las actividades de los banqueros y comerciantes italianos, que extendieron sus actividades por Francia, Inglaterra, Países Bajos y el norte de África, así como por las tierras imperiales germanas. Los viajes, bien por razones de estudio o por motivo de una peregrinación fueron más habituales y cómodos. También fue el siglo de las Cruzadas; estas guerras, iniciadas a finales del siglo XI, fueron predicadas por el papado para liberar los Santos Lugares cristianos en el Oriente Próximo que estaban en manos de los musulmanes. Concebidas según el Derecho canónico como peregrinaciones militares, los llamamientos no establecían distinciones sociales ni profesionales. Estas expediciones internacionales fueron un ejemplo más de la unidad europea centrada en la Iglesia, aunque también influyó el interés de dominar las rutas comerciales de Oriente. La alta edad media culminó con los grandes logros de la arquitectura gótica, los escritos filosóficos de Tomás de Aquino y la visión imaginativa de la totalidad de la vida humana, recogida en la Divina comedia de Dante Alighieri.
f. La baja Edad Media.
Si la alta edad media estuvo caracterizada por la consecución de la unidad institucional y una síntesis intelectual, la baja edad media estuvo marcada por los conflictos y la disolución de dicha unidad. Fue entonces cuando empezó a surgir el Estado moderno, aún cuando éste en ocasiones no era más que un naciente sentimiento nacional, y la lucha por la supremacía entre la Iglesia y el Estado se convirtió en un rasgo permanente de la historia de Europa durante algunos siglos posteriores. Pueblos y ciudades continuaron creciendo en tamaño y prosperidad y comenzaron la lucha por la autonomía política. Este conflicto urbano se convirtió además en una lucha interna en la que los diversos grupos sociales quisieron imponer sus respectivos intereses.
Aunque este desarrollo filosófico fue importante, la espiritualidad de la baja edad media fue el auténtico indicador de la turbulencia social y cultural de la época. Esta espiritualidad estuvo caracterizada por una intensa búsqueda de la experiencia directa con Dios, bien a través del éxtasis personal de la iluminación mística, o bien mediante el examen personal de la palabra de Dios en la Biblia. En ambos casos, la Iglesia orgánica, tanto en su tradicional función de intérprete de la doctrina como en su papel institucional de guardián de los sacramentos, no estuvo en disposición de combatir ni de prescindir de este fenómeno.
Toda la población, laicos o clérigos, hombres o mujeres, letrados o analfabetos, podían disfrutar potencialmente una experiencia mística. Concebida ésta como un don divino de carácter personal, resultaba totalmente independiente del rango social o del nivel de educación pues era indescriptible, irracional y privada. Por otro lado, la lectura devocional de la Biblia produjo una percepción de la Iglesia como institución marcadamente diferente a la de anteriores épocas en las que se la consideraba como algo omnipresente y ligado a los asuntos terrenales. Cristo y los apóstoles representaban una imagen de radical sencillez y al tomar la vida de Cristo como modelo de imitación, hubo personas que comenzaron a organizarse en comunidades apostólicas. En ocasiones se esforzaron por reformar la Iglesia desde su interior para conducirla a la pureza y sencillez apostólica, mientras que en otras ocasiones se desentendieron simplemente de todas las instituciones existentes.
En muchos casos estos movimientos adoptaron una postura apocalíptica o mesiánica, en particular entre los sectores más desprotegidos de las ciudades bajo medievales, que vivían en una situación muy difícil. Tras la aparición catastrófica de la peste negra, en la década de 1340, que acabó con la vida de una cuarta parte de la población europea, bandas de penitentes, flagelantes y de seguidores de nuevos mesías recorrieron toda Europa, preparándose para la llegada de la nueva época apostólica.
Esta situación de agitación e innovación espiritual desembocaría en la Reforma protestante; las nuevas identidades políticas conducirían al triunfo del Estado nacional moderno y la continua expansión económica y mercantil puso las bases para la transformación revolucionaria de la economía europea. De este modo las raíces de la edad moderna pueden localizarse en medio de la disolución del mundo medieval, en medio de su crisis social y cultural.
Bajo el gobierno de Nicolás V[42], se inició la construcción de la actual Basílica de San Pedro y se fundó la Biblioteca Vaticana.
En los albores del Renacimiento el papado estuvo bajo el dominio de dos poderosas familias, los Borgia, de origen valenciano, y conocidos por su falta de escrúpulos, y los Medici, oriundos de Florencia, que también destacaron como mecenas de las artes y la cultura.
g. Los Borgia.
Los Borja, luego llamados Borgia al italianizarse el apellido, fueron una noble familia de Valencia, España, que a fines del siglo XV estuvo a punto de someter a Italia bajo el poder del Vaticano y convertirla en una seudo monarquía hereditaria. Para ese entonces Italia no era una nación, sino un rompecabezas de ducados, repúblicas y reinos.
La estirpe de los Borgia tiene su origen en la familia valenciana Borja, algunos de cuyos miembros se establecieron en Nápoles y Roma a mediados del siglo XV y adoptaron la grafía italiana por la que fueron mundialmente conocidos. Su habilidad para maniobrar en política vaticana y los matrimonios con miembros de otras familias importantes, incluida la realeza, facilitaron su creciente pujanza, que fue máxima durante el papado de Alejandro VI.
1) Calixto III.
Alfonso de Borja y Cavanilles, nació en Torreta de Canals, actual barrio de Canals, Reino de Valencia, el 31 de diciembre de 1378, en seno de la noble familia de los Borja quienes, provenientes de villa zaragozana de Borja, se habían instalado en el reino de Valencia tras participar en su conquista junto a Jaime I.
Tras estudiar leyes en Zaragoza, fue profesor de derecho en la universidad de Lérida donde llamó la atención del antipapa Benedicto XIII que lo atrajo a su causa en el enfrentamiento que el Cisma de Occidente había provocado en la Iglesia.
Su apoyo al antipapa lo convirtió en protegido del también valenciano Vicente Ferrer y le valió ser nombrado canónigo de la catedral de Lérida y entrar al servicio de Alfonso V como jurista y diplomático.
Tras la muerte de Benedicto XIII en 1423, tres de sus cardenales se reunieron en cónclave y eligieron como sucesor a Clemente VIII que instaló su sede en Peñiscola.
En 1429, el rey Alfonso V, quien había apoyado a Benedicto XIII, deseoso de un acercamiento a Roma, envió a Alonso de Borja como legado a Peñiscola con la misión de lograr que el antipapa Clemente VIII renunciara y se sometiera al papa Martín V. El éxito de su negociación, que supuso el fin del cisma que había dividido la Iglesia desde 1378, le supuso a Alonso el nombramiento como obispo de Valencia aunque en dicha ciudad solo permaneció tres años ya que en 1432 abandonó la ciudad, a la que nunca regresaría, para acompañar a Alfonso V, como vicecanciller y consejero real, en la campaña que habría de concluir en 1442 con la conquista del reino de Nápoles.
El 2 de mayo de 1444 fue nombrado cardenal por el Papa Eugenio IV, se traslada a Roma, a donde Rodrigo Borgia le sigue en 1449 para continuar su educación. Alfonso comenzó con una práctica que definiría su pontificado: El nepotismo, ofreciendo a sus dos sobrinos de quienes era tutor, Luis Juan de Borja y Rodrigo de Borja, importes cargos y beneficios eclesiásticos.
Consejero del papa Nicolás V, a la muerte de este, en 1455, fue elegido pontífice y adoptó el nombre de Calixto III. Según cuenta la leyenda su elección había sido profetizada por Vicente Ferrer, pero en realidad su elección fue debida a la influencia política del rey Alfonso V. Tras su elección, reclamó a sus dos sobrinos a quienes otorgó categoría de príncipes y nombrando notario apostólico a Rodrigo y otorgando el gobierno de Bolonia a Luis Juan; para al año siguiente nombrarle cardenales.
Su atención como pontífice se centró en la reconquista de Constantinopla que había caído en manos turcas en 1453. Para ello intentó organizar una cruzada enviando delegaciones a Inglaterra, Francia, Alemania, Hungría, Portugal y Aragón. Aunque en principio recibió el apoyo de húngaros, portugueses y genoveses, solo la flota húngara partió hacia Belgrado que se encontraba sitiada por el ejército del sultán turco, Mahomet II. La victoria conseguida el 14 de julio de 1456 no evitó que la cruzada fuera un fracaso.
También en 1456, estableció una comisión que anuló el juicio que, en 1431, había condenado a Juana de Arco y la declaró inocente de los cargos de brujería por los que había sido quemada en la hoguera. Ese mismo año promulgó la bula Inter Caetera por la que garantizaba a los portugueses la exclusividad de la navegación a lo largo de la costa africana. Un año antes, en 1455, había canonizado a Vicente Ferrer.
Hacia el final de su pontificado, en 1458, se enemistó con la corona de Aragón debido a que, al fallecer el que fuera su gran aliado, el rey Alfonso V, se negó a reconocer al hijo de este, Ferrante I, como rey de Nápoles al considerar que dicho reino pertenecía a la Iglesia.
Según una versión conocida por primera vez en una biografía póstuma, y luego embellecida y popularizada por el matemático francés del siglo XVIII Pierre-Simon Laplace, Calixto III habría excomulgado al cometa Halley en 1456, con ocasión de su aparición sobre Europa. La razón de la curiosa medida estaría fundamentada en la tradicional creencia en los cometas como símbolo de mal agüero, que en particular en aquella oportunidad lo sería contra los defensores cristianos de la ciudad de Belgrado, sitiada por los otomanos.
Las profecías de San Malaquías se refieren a este papa como Bos pascens ('El buey que pace'), cita que hace referencia al escude de armas de su familia, los Borgia, en el que aparece un buey dorado paciendo.
Murió en Roma, en los Estados Pontificios, el 6 de agosto de 1458. A la muerte de Calixto III, la población furiosa asaltó los palacios protegidos por el Papa.
2) Alejandro VI.
Rodrigo de Borja y Borja nació en Xàtiva, Valencia, 1 de enero de 1431 y fue hijo de Jofre de Borja y de Isabel de Borja, hermana del obispo de Valencia Alfonso de Borja, futuro papa Calixto III. Aunque comenzó sus estudios en Valencia, tras el ascenso de su tío al papado Rodrigo le siguió a Roma. En sus estudios en la Universidad de Bolonia consiguió el doctorado en Derecho, con lo que pasó a ser notario apostólico. Su parentesco con el Papa le valió ser nombrado en 1456 cardenal diácono in pectore y legado para los estados de la Marca de Ancona, en 1457 vicecanciller de la iglesia romana cuando solo tenía 25 años, y en 1458 obispo de Valencia. En 1468 recibió la diócesis de Albano.
Rodrigo era un mujeriego que al momento de su elección como Papa era padre de seis o siete hijos, aunque luego tuvo más. Participó en los cónclaves de 1458, en donde empezó a sonar su nombre como posible pontífice, pero los recelos que levantaba impidieron su elección, por lo que fue elegido Inocencio VIII; además de los de 1464 y 1471.
Rodrigo había sido con anterioridad vicecanciller de la Iglesia, general de sus ejércitos y prefecto de Roma, además de persona de confianza de los cuatro Papas precedentes y sagaz diplomático desempeñando funciones de legado de la Santa Sede ante las cortes europeas. Reunía, pues, las condiciones precisas para gobernar los Estados Pontificios, que buscaban su engrandecimiento territorial y político, ajenos a que constituían el patrimonio material de una organización eclesiástica de finalidad exclusivamente espiritual.
En el cónclave de 1492 Rodrigo se enfrentó con Julián de la Rovere, que fue su eterno enemigo, y a quien le ganó el puesto por medio de decenas de miles de ducados, favores y títulos. Los cardenales se dividían entre italianos franceses y españoles. Julián, además de ser italiano, contaba con los votos de los franceses ya que era el protegido de Carlos VIII de Francia, mientras que Rodrigo tenía el respaldo de España y la compra de varios votos italianos: Ascanio Sforza de Milán recibió la vice cancillería y el cardenal Orsini varios castillos. Así que no es de sorprender que en la mañana del 11 de agosto Rodrigo fuese nombrado Papa, que tomó el nombre de Alejandro en honor a Alejandro Magno, el emperador homosexual.
El nepotismo[43] exhibido por otros Papas, incluyendo a su tío Alfonso, dio paso con Alejandro VI al paternalismo, pues tenía hijos en número sobrado como para desempeñar todos los rentables ministerios cuyo otorgamiento quedaba en manos del Papa. De madre no precisada habían nacido primeramente Girolama, Isabel y Pedro Luis, que sería el primer duque de Gandía. Siendo Rodrigo ya cardenal, hacia 1467, tuvo por amante a Vannozza Cattanei, de cuya relación fueron fruto Lucrecia, César, Juan y Godofredo. Aún se le reconocen otros dos hijos de la tercera de las amantes “estables”, Julia Farnesio[44]. Los utilizó a todos en el desarrollo de sus planes políticos, particularmente a César, el brazo ejecutor de sus campañas militares, y a Lucrecia, cuya belleza y atracción usó como señuelo para captar por vía matrimonial a quienes la conveniencia del momento los convertía en aliados de interés.
Durante su Papado fue acusado de simonía y de asesinar a varios cardenales, pero la acusación más grave es el incesto que mantuvo con su hija Lucrecia, a quien en 1493, cuando ella tenía 13 años, la casó con el conde de Pesaro, Juan Sforza, que tenía 26. De esta manera se aseguraba el apoyo de Milán, pero trajo la enemistad con Nápoles debido a su rivalidad con el reino milanés, por lo que Rodrigo casó a su hijo Jofré con Sancha de Aragón, hija de Alfonso II, rey de Nápoles en 1494.
El reino de Nápoles venía siendo campo de confrontación entre aragoneses y franceses y fuente de conflictos para el Papado y para toda Italia. Los Anjou lo habían señoreado en otro tiempo, pero desde 1442 en que lo conquistara el monarca aragonés Alfonso V el Magnánimo con el beneplácito del Papa Eugenio IV, había pasado a formar parte de las posesiones de la corona de Aragón. Cedido en 1458 a Fernando, hijo ilegítimo de Alfonso V de Aragón y I de Nápoles, fue regido por aquél hasta su muerte en enero de 1494. La corona habría de pasar por línea directa a su hijo Alfonso II; no obstante, el rey de Francia Carlos VIII, aprovechando el momento sucesorio, adujo unos lejanísimos derechos al trono napolitano por la fenecida vía angevina para reivindicar su ocupación. A tal efecto, despachó un embajador a Roma en solicitud de la investidura del reino de Nápoles, encontrándose con la negativa de Alejandro VI que comisionó a su sobrino, el cardenal Juan Borja, para que coronase a Alfonso II. El monarca galo vio propicia la ocasión y no dudó en movilizar sus ejércitos a la conquista de Italia como paso previo a la liberación de Constantinopla de los turcos y posterior entrada triunfante en Jerusalén.
Irrumpió aclamado en Milán, lo saludaron como salvador en Florencia abandonada por Pedro de Médicis y encendida por el monje Savonarola, aplastó con facilidad la escasa resistencia que le opuso la ciudad de Luca y, sin apenas detenerse en su carrera hacia el sur, se encontró en Roma el último día del año 1494. Hubo gran expectación sobre lo que allí ocurriría; Carlos VIII había manifestado su intención de deponer a aquel Papa que había accedido al asiento Pontificio por simoniacos procedimientos y que tan indignamente se comportaba. Alejandro VI, cautelosamente, se refugió en el castillo de Sant´Angelo aunque nunca perdió la calma. Consciente de que no podía oponerse al francés por la fuerza adoptó ante él un modo de cordialidad y hasta de aceptación. El conquistador se dejó a su vez conquistar por las corteses maneras del pontífice y acabó reconociéndole como Papa legítimo y expresándole su filial obediencia. Tranquilizados los ánimos, el ejército francés prosiguió su marcha hacia Nápoles donde entró en febrero de 1495. Alfonso II había abdicado en su hijo Fernando y había huido acogiéndose a la protección de la corona aragonesa. La ocupación del reino se realizó sin enfrentamiento bélico.
Entre tanto Alejandro VI no había permanecido inactivo; tan pronto vio a Carlos VIII traspasar los muros de Roma, aprovechando los recelos que el fulgurante avance de las tropas galas estaba produciendo no solo en Italia sino fuera de ella, conjuró en su contra a Ferrara, Venecia, Mantua y aun la misma Milán, uniéndose a ellas el imperio de Maximiliano I y las coronas hispánicas de Aragón y Castilla-León de los Reyes Católicos, y, por descontado, los Estados Pontificios. Acorralado por todos, Carlos VIII no pudo consolidar sus conquistas y a duras penas logró retornar a Francia, maltrecho su ejército. Para el Papa se trató de una victoria política sin atenuantes.
Mientras que casi toda Italia se unía contra los franceses, Florencia permaneció apartada de la liga. Fanatizados los florentinos por los discursos visionarias de Savonarola habían arrojado a los Médicis de sus dominios y habían creado, bajo la soberanía del monje predicador, una república partidaria de Carlos VIII, el providencial salvador del mundo en las figuraciones místicas de aquél. Fue esta actitud política del nuevo regidor de Florencia y no tanto su espíritu reformista eclesiástico, el Papa había aprobado en 1493 sus propuestas de reforma de la orden dominica en Toscana, lo que alarmó a Alejandro VI y lo que no pudo tolerar. Enfrentado a Roma en ademán desafiante fue excomulgado, sentenciado a muerte, ejecutado en la horca y entregado su cadáver a las llamas en mayo de 1498. No era sino uno más de los opositores a la política estatal del Vaticano que pagó cara su osadía.
Tras la invasión francesa, los barones de la Romaña, especialmente los Orsini, se enfrentaban en Roma. Rodrigo trae a su hijo Juan de España y le nombra capitán general del ejército papal. La campaña comenzó en 1496 con victorias papales frente a los Orsini, pero Juan era un inútil y los Orsini ganan terreno y obligan al Papa a pedir la paz a principios de 1497.
César se mantiene disgustado con el puesto de cardenal y comienza a tramar para conseguir ciertos objetivos, poniendo a Juan Sforza en fuga y haciendo que Lucrecia lo divorcie. Ella se refugia en el convento de San Sixto para dar a luz un hijo en marzo de 1498, aunque para divorciarse había asegurado que Juan no había podido consumar el matrimonio, por lo que se cree que su hijo era de Pedro Calderón, el camarero del Papa que apareció muerto en el Tíber, o bien, era hijo del Papa, siendo a la vez hijo y nieto de Rodrigo.
César casa a Lucrecia con Alfonso de Besceglia, hijo del rey de Nápoles, teniendo como objetivo alcanzar el mando del ejército papal, ya que la cobardía de su hermano le ha colmado la paciencia. Juan apareció muerto en el Tíber el 15 de junio de 1497 y el sospechoso número uno es César. Algunos creen que el motivo principal de esta muerte fue que Lucrecia admiraba a Juan, y el amor insano de César por su hermana le llevó a cometer el homicidio.
En agosto de 1498 logra que su padre le libere de su condición de cardenal y le nombre como capitán del ejército papal. En octubre se entrevista con Luis XII de Francia que le recibe en su corte nombrándole duque de Valentinois y le casa con Carlota de Albret, hermana del rey de Navarra.
En Francia, al desaparecido Carlos VIII le había sucedido su primo, el duque de Orleans, Luis XII, quien suscribió con Fernando el Católico el tratado secreto de Granada por el que ambos se repartían el reino de Nápoles, todavía bajo el reinado de Federico I. El Papa estuvo de acuerdo, atisbando el beneficio que extraería de esta partición. En junio de 1501 depuso al monarca napolitano bajo la acusación de haber urdido un contubernio con los turcos en contra de la cristiandad y permitió que franceses y castellano-aragoneses emprendieran el decomiso. Surgidas las primeras desavenencias entre los coaligados, Alejandro evitó favorecer uno u otro bando; la duda quedó despejada cuando en 1503 Fernando de Andrade y Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, derrotaban a los franceses en Seminara y Ceriñola, inclinando la guerra del lado español; el Papa prometió su ayuda una vez fuera tomada Gaeta, pero murió antes de que llegase a ocurrir.
El 6 de agosto de 1503 Alejandro y César Borgia celebraron un banquete en la residencia campestre del cardenal Adriano da Corneto, en compañía de otros comensales. Varios días después todos ellos cayeron gravemente enfermos; la juventud de César le permitió superar la enfermedad, pero Alejandro, a sus 73 años, murió el 18 de agosto. La causa de su muerte sigue siendo desconocida; inmediatamente después de producirse, se difundieron los rumores de que el fallecimiento había sido producido por la ingestión de un veneno que César Borgia había preparado para asesinar a los otros convidados, y que por el error de uno de los sirvientes les fue suministrado a ellos mismos.
Fue enterrado, junto con Calixto III, en San Pedro. Cuando el obelisco de Nerón fue trasladado al centro de la plaza, se destruyó el monumento funerario y se recogieron los restos en una urna que años después se llevó a la iglesia de Santa María de Montserrat de los Españoles.
3) César Borgia.
César Borgia fue duque; príncipe; conde; condottiero; gonfaloniere; obispo de Pamplona, cuando solo contaba 16 años; arzobispo de Valencia, cuando solo tenía 19 años; capitán general del ejército del Vaticano y cardenal antes de cumplir 20 años de edad, durante el Renacimiento. Investido además como Duque en Francia con unos 23 años de edad, este hispano-italiano, perteneciente a la familia de los Borgia, había nacido en Roma el 13 de setiembre de 1475.
Era el segundo hijo natural del cardenal, de origen valenciano, Rodrigo Borja, futuro Papa Alejandro VI, y de Vannozza Cattanei, una patricia romana, tuvo dos hermanos: Juan y Jofré, y una hermana, Lucrecia. Uno de los secretarios de Alejandro hizo una carta astral sobre César nada más nacer, en la que vaticinó que tendría una vida fulgurante, de poder y gloria, pero que sería rápida y acabada en asesinato. El secretario no se equivocó en nada.
En 1486 fue destinado, junto con Lucrecia, bajo la tutela de Adriana de Milá, prima lejana de su padre. De ojos marrones y pelo naranja, César fue un niño agraciado, que se convertiría en un hombre alto, fuerte y con gran ambición, más que su padre. Fue un muchacho atlético durante su adolescencia, capaz de romper una lanza con sus manos, cabalgar hasta la extenuación de los caballos y lancear toros.
Su padre proyectó para él una carrera eclesiástica, como era tradicional para el segundón de las familias nobles, en tanto que su hermano Juan, nombrado duque de Gandía, ocuparía el cargo de capitán general de los ejércitos pontificios. Cargo que su hermano César ansiaba para sí.
Estudió teología y leyes en la universidad de Perugia; en Pisa, a los 17 años, César Borgia es consagrado protonotario del papado y nombrado obispo de Pamplona[45]. Antes de cumplir los 20 años ya era arzobispo de Valencia y poco después cardenal. En 1495 fue arrestado por el rey francés Carlos VIII tras la invasión de Nápoles por parte del francés. Consiguió huir poco después.
En 1497 Juan Borgia apareció asesinado a orillas del río Tíber en Roma. Se especuló que César tuvo que ver en esta muerte, sin embargo en plenas investigaciones, el Papa Alejandro suspendió las mismas y se vio obligado a sustituir a Juan por César en el cargo de capitán general del Vaticano. En 1498 abandona la carrera eclesiástica, por la que no sentía el menor interés, siendo la primera persona de la Historia en renunciar al cardenalato, y se dedica a sus nuevos quehaceres militares, que desde siempre le atrajeron más. Cumplió así su deseo de ser un hombre de estado.
En este año el rey de Francia, Luis XII, buscando una alianza con el Papa, nombra a César duque de Valentinois, siendo llamado “el Valentino”. Se da a conocer en la corte francesa, en donde es admirado por su porte y contrae matrimonio con Carlota de Albret, hermana del llamado Rey de Navarra, Juan III de Albret, en realidad Rey Consorte de la Reina Titular de Navarra Catalina de Foix. Poco después es nombrado administrador de las posesiones de los Borgia. En 1499 acompañó a los ejércitos franceses en la toma de Milán.
Calculador y violento, César intenta en 1500 con el apoyo de su padre instaurar un principado en Romaña, que no rendía tributo al Papa, e inicia su conquista en la villa de Forli dominada por Caterina Sforza, quien se resistió durante mucho tiempo aunque después fue su amante y acabó recluyéndola en el castillo Sant'Angelo. Conquista Faenza, que le ofrece heroica resistencia, Imola y Pésaro y continúa su expansión por la Italia central invadiendo el ducado de Urbino. Su eficacia militar fue legendaria con la ayuda de generales como Ramiro de Lorca, Miquel Corella o Diego García de Paredes. Por cada ciudad por donde estuvo fue aclamado y querido, siendo gran político y administrador público, justo y modelo de gobernante. Finalmente entró de forma triunfal en Roma en febrero de 1500. La actividad militar de César logró unificar los pequeños estados de la Italia Central en el Gran Ducado de la Romaña. Todo ello beneficiaría al papado que sobre esta base organizó el Estado Pontificio.
El pago de las tropas y los desacuerdos con Francia sobre la política a seguir en Florencia y Bolonia, que estaban amenazadas por César, origina que le surjan enemigos entre los condottieros de su ejército, que se rebelan contra él. La teórica reconciliación entre César y sus capitanes provoca la prisión y ejecución de los capitanes rebeldes en diciembre de 1502, después de acusarlos de preparar un atentado contra él.
Contrató, por un breve periodo de tiempo a Leonardo da Vinci como arquitecto e ingeniero militar debido a la gran experiencia que éste tenía en estas lides, adquirida durante los años que trabajó para Ludovico Sforza antes de que fuera expulsado de Italia por Carlos VIII de Francia.
En 1501, César Borgia es nombrado duque de la Romaña. Político hábil pero cruel, en 1502 el 31 de diciembre para desembarazarse de sus principales enemigos los invita a su castillo de Senigallia y los hace asesinar.
En 1503 César y su padre, el Papa Alejandro VI, acuden a un convite del cardenal Adriano de Fornetto. Después del banquete, el Papa se sintió visiblemente deteriorado y murió de terribles dolores en su estómago, tal vez envenenado, el 18 de agosto de 1503. César soportó mejor el posible veneno. El 22 de septiembre de 1503 es nombrado Papa el cardenal Francesco Todeschini Piccolomini que toma el nombre de Pío III y hace encarcelar a César Borgia. Sospechosamente, Pío III muere 23 días después y es nombrado Papa el cardenal Julián de la Rovere que toma el nombre de Julio II. Enemigo acérrimo de los Borgia, ordena entregar de inmediato a César por parte de Gonzalo Fernández de Córdoba, en 1504, al rey de Castilla para ser juzgado en España. Es encarcelado en Chinchilla y meses después lo trasladan al Castillo de La Mota en Medina del Campo.
Una noche de octubre de 1506 se descuelga de la torre con la ayuda de un criado, pero es descubierto y la soga cortada. César consigue escapar a lomos de un caballo. La reina Juana la Loca ordena prenderle y pone precio a su cabeza.
Con intención de coger un barco que le lleve a Navarra, César llega a Medina del Campo fingiendo ser un mercader de grano. En Santander se disfraza y acompañado de unos comerciantes vascos embarca en un navío pero el estado de la mar le impide continuar más allá de Castro Urdiales. En esta localidad alquila tres mulas al convento de Santa Clara y pasa por Bermeo, Vergara, Atallo y el puerto de Azpíroz, hasta llegar el 3 de diciembre a Pamplona, su antigua sede episcopal, donde es acogido por su cuñado el rey de Navarra Juan de Albret.
Desde 1452, Navarra estaba en guerra civil entre dos facciones opuestas: Los agramonteses, partidarios de los reyes Juan y Catalina, y los beaumonteses, partidarios del condestable del reino, el conde de Lerín. César se pone al servicio de su cuñado el rey Juan de Albret, quien le nombra condestable y generalísimo o capitán de los ejércitos de Navarra.
Su primer objetivo militar es la conquista de la plaza beaumontesa de Larraga y, ante un fracasado intento, pasa a la villa de Viana en posesión del conde de Lerín. En marzo decide conquistar la villa y lo consigue, aunque no el castillo. En la noche del 11 de marzo de 1507, se desata una gran tormenta y César ordena retirar la vigilancia de la villa, lo que es aprovechado por sesenta jinetes del conde de Lerín, posiblemente con la colaboración de algunos vecinos, para evadir el cerco, entrar en la fortaleza a través de una poterna o pasadizo de las murallas, llamada tradicionalmente “Puerta del Socorro”, y abastecer a sus defensores con víveres para un mes más. Al amanecer, la guardia ve cómo los jinetes abandonan el castillo en dirección a Mendavia y dan cuenta a César Borgia. Este, encolerizado al sentirse burlado y humillado se pertrecha, toma las armas y un caballo y se lanza en su persecución por el Portal de la Solana.
César no se percata que ha dejado atrás a su guardia y a sus soldados hasta que llega al término conocido como “La Barranca Salada”. Aquí tres hombres del conde de Lerín le preparan una emboscada, Garcés de Ágreda, Pedro de Allo y otro de nombre desconocido. Entablan combate con César, quien al intentar golpear a Pedro de Allo levanta el brazo dejando desguarnecido un espacio vital debajo del mismo. Este momento es aprovechado por Garcés para clavarle una lanza en el costado. César es derribado, cae a tierra y en el frío suelo lo rematan. Luego se apoderan de sus ropas y bienes y lo dejan allí completamente desnudo sin que se sepa exactamente quién es el caballero ahí tirado, hasta la llegada de Juanicot, paje de César, que se echó a llorar como un niño, abrazando los despojos de su señor. El conde de Lerín, como buen caballero, le hace duelo y permite a Juanicot trasladar el cadáver a Viana para ser enterrado en la iglesia de Santa María, donde permaneció poco tiempo, ya que a mediados del siglo XVI, un obispo de Calahorra, a cuya diócesis pertenecía la parroquia de Viana, consideró un sacrilegio la permanencia de los restos de este personaje en lugar sagrado. Mandó sacarlos y enterrarlos frente a la iglesia en plena Calle Mayor, “para que en pago de sus culpas le pisotearan los hombre y las bestias”. El resultado final fue la destrucción del mausoleo.
Es increíble que el cuerpo de César haya sido sacado de la Iglesia de Santa María por considerarse sacrilegio, pero aún así, la mayoría de los cuadros de Jesucristo pintados en épocas cercanas a los Borgia, estaban basados en César Borgia, lo que ha influido en las imágenes de Jesús creadas hasta el día de hoy.
Pero César Borgia no solo fue inmortalizado en la pintura, sino también en la literatura, siendo el prototipo del individuo cruel y ambicioso que no abrigó ningún sentimiento generoso y para satisfacer sus odios cometió innumerables asesinatos. Nicolás Maquiavelo, que le admiró y conoció en vida, tomó como modelo la figura de César Borgia para escribir su gran obra, El Príncipe, y Alejandro Dumas hizo muchas menciones de conspiraciones basadas en los Borgia en El conde de Montecristo.
4) Lucrecia Borgia.
Lucrecia Borgia nació el 18 de abril de 1480 y fue la hija de Rodrigo Borgia, el poderoso renacentista valenciano que más tarde se convertiría en el Papa Alejandro VI, y de Vannozza Cattanei.
Demasiado poco se conoce de Lucrecia para tener la certeza sobre la veracidad de las historias que le atribuyen una participación activa en los crímenes de su padre y de su hermano. Su padre o su hermano con seguridad le concertaron una serie de casamientos con hombres importantes o poderosos de la época, siempre con las ambiciones políticas de la familia en mente. Lucrecia se desposó con Giovanni Sforza, Señor de Pésaro; Alfonso de Aragón, Duque de Bisceglie; y con Alfonso d'Este, Príncipe de Ferrara. Los rumores sobre Alfonso de Aragón hablaban de que era un hijo ilegítimo del Rey de Nápoles y de que César Borgia pudo haberlo asesinado cuando su valor político empezó a eclipsarse.
Después de que Rodrigo Borgia fuera elegido Papa, en 1493 casó a Lucrecia con Juan Sforza con el fin de obtener una poderosa alianza con esta familia milanesa. La boda fue todo un escándalo, pero no mucho más que otras extravagantes celebraciones del Renacimiento.
Al poco tiempo, la familia Borgia no tenía necesidad alguna de los Sforza, y la presencia de Sforza en la corte papal era innecesaria. El Papa necesitaba otras alianzas mucho más ventajosas, motivo por el que posiblemente ordenó su asesinato. El hermano de Lucrecia, César, le informó de esto a su hermana, y ella advirtió a su marido quien huyó de Roma. Es muy posible que el Papa Alejandro jamás ordenara este asesinato y no fue más que un complot realizado por César y Lucrecia con el fin de alejar de la Corte a un marido aburrido. Fuera como fuese, al Papa Alejandro y a César les agradó la posibilidad de poder concertar otra boda para Lucrecia, pero antes de ello, tenían que librarse de Juan.
Alejandro pidió al tío de Juan, cardenal Ascanio Sforza, que persuadiese a Juan para que se anulara el matrimonio. Juan se negó y además acusó a Lucrecia de incesto con su padre y con su hermano. Dado que el matrimonio no había sido consumado, el Papa dijo que era un matrimonio no válido y ofreció a Juan la dote de Lucrecia si mostraba su acuerdo con la anulación. La familia Sforza amenazó a Giovanni con retirarle su protección si rehusaba la oferta de Alejandro. Al no tener otra elección, Juan Sforza, firmó ante testigos una confesión en al que admitía ser impotente, lo que equivalía a consentir la anulación de la boda.
Después de que Rodrigo fuera elegido Papa, se inicia la fase de la vida de Lucrecia Borgia que más sustento ha dado a su leyenda negra posterior, los hechos son los siguientes: Mientras se llevaba a cabo la separación de Juan Sforza, Lucrecia estuvo recluida en un monasterio y su única relación con el exterior era mediante mensajes que le enviaba su padre por medio de un tal Perotto. Justo antes de la boda con su siguiente marido, Alfonso de Aragón, a los 17 años de edad, habría dado a luz a un niño, Giovanni, al que los historiadores llamaron “el infante romano”. El Papa Alejandro VI, en 1501 emitió dos bulas: En la primera reconoció al niño como hijo de César y en la segunda, que se mantuvo secreta durante años, lo reconoció como hijo de él mismo. Las bulas no mencionan a Lucrecia, aunque, al poco tiempo, Perotto dijo que el hijo era de él con la relación que había mantenido con Lucrecia. Al poco tiempo, en 1502, César, en apoyo de esta paternidad, nombró Duque de Camerino al niño. Camerino era una de las conquistas de César, de aquí que heredara este ducado el hijo mayor del Duque de Romaña. Sin embargo, al poco de la muerte de Alejandro VI, Juan fue a vivir con Lucrecia en Ferrara, donde se le reconoció como hermanastro.
Hasta aquí los hechos, mientras que las interpretaciones son mucho más variadas. La creencia más difundida es que el niño, hijo de Lucrecia, era el fruto de su incestuosa relación con César, y que Perotto, dada la debilidad que sentía por ella, dijo que el niño era suyo. Durante el embarazo, Lucrecia estuvo, como se ha dicho, encerrada en un convento lejos de Roma, de modo que en realidad, nada se pudo saber sobre su estado. Según esta teoría, Lucrecia estaba muy preocupada por la posibilidad que se supiera que estaba embarazada y que esta noticia llegara a Roma, ya que entonces todos sabrían que era hijo de su hermano César. César en esa época era cardenal de la Santa Iglesia, y si hubiera tenido una relación ilícita con su hermana mientras ella estaba casada con Juan, habría sido muy difícil ocultarlo, especialmente a su padre, el Papa. De cualquier modo la leyenda del incesto o incestos tanto con su hermano como con su padre, en gran medida surge de esta época, y como se observa nada se puede asegurar.
En el primer encuentro que hubo entre Alfonso de Aragón y César Borgia, antes de la boda con aquél, Cesar quedó muy bien impresionado por él y su aspecto, además la boda con él suponía una alianza muy beneficiosa para los Borgia. Con el tiempo dicha alianza se volvió políticamente adversa, entre otros motivos por las intrigas maquiavélicas de los Borgia. César manda matar a Alfonso, quien fue atacado una noche de julio de 1500 quedando herido. En venganza los hombres de Alfonso disparan a Cesar con sus arcos cuando caminaba por el jardín. César nuevamente jura venganza. Lucrecia sabedora de esto, no se separa día y noche del lecho de Alfonso hasta que, engañada por su hermano, sale del cuarto, lo que sirve a un hombre de confianza de Cesar para asesinar a Alfonso. El matrimonio tuvo un niño, Rodrigo, que moriría en 1512, antes que su madre, con 13 años de edad.
Por supuesto la leyenda negra va por otro lado, acusando igualmente a César del asesinato, pero por celos. Con la boda, Lucrecia habría dejado de prestar atención a su hermano. Para colmo, César tuvo un rebrote de sífilis del que le quedaron muchas cicatrices en la cara una vez se recobró. Estas cicatrices lo acomplejaron mucho y comenzó a llevar máscaras y a vestir de negro. Este aspecto hizo que aún odiara más a Alfonso de Aragón, quien era muy atractivo de modo que en una visita que les hizo en Roma, los hombres de César Borgia le atacaron y sucedieron los hechos mencionados.
Al año de la muerte de Alfonso, Lucrecia pasa a ser la administradora de la Iglesia y del Vaticano, lo que fue muy criticado dada su juventud e inexperiencia. Además, para entonces, su fama no podía ser peor y cuando se piensa en casarla nuevamente con un vástago de la familia D'Este, duques de Ferrara, de nombre Alfonso igualmente, la familia muestra su más clara negativa. No obstante, los Borgia insisten y, con su dinero y poder, obtienen finalmente su consentimiento.
Lucrecia parte para Ferrara, donde en 1505, tras la muerte de Hércules d’Este, padre de Alfonso d’Este, pasa a ser duquesa de Ferrara. Durante su estancia en la ciudad se descubre como amante de las artes, tiene una relación platónica con el poeta Il Bembo y cuida a sus hijos abnegadamente. Lucrecia intentó llevar a la Corte de Ferrara al hijo que tuvo con Alfonso de Aragón, pero su marido se niega, teniendo que vivir con Isabel de Aragón. Con ella moriría en 1512, muerte que entristece enormemente a Lucrecia, que durante un tiempo se recluirá en un convento.
En 1519 y tras el parto de su quinto hijo muere de fiebre puerperal a los 39 años, habiendo sido la digna esposa del Duque de Ferrara. Sus contemporáneos vieron en ella a una mujer culta, inteligente y bella, amante del arte, aunque utilizada por sus ambiciosos padre y hermano, en un medio adverso mucho más crítico con las mujeres que con los hombres, deduciéndose de todo ello que la mayor parte de la leyenda negra es falsa. Como todos los Borgia conservó a lo largo de toda su vida el uso del valenciano con sus familiares. Recordemos que Alfonso de Borja, el primer Borgia y futuro papa Calixto III, tío abuelo de Lucrecia, había nacido en la Torreta de Canals, cerca de Játiva, en 1378, y su padre Rodrigo en la misma Játiva, la noche de fin de año de 1431–1432.
3. Los Tribunales de la Inquisición y las Cruzadas de Exterminio.
Es común que los historiadores cuenten hoy con espanto las brutalidades y masacres de los tribunales de la inquisición. Aun los historiadores católicos, buscando atenuar en lo posible el terrible registro de esa época, deben reconocer su espantosa brutalidad. Uno de ellos, después de tratar de justificar sus hechos, y de aducir erróneamente que “la intolerancia es la concomitante más fuerte”, concluye diciendo que: “Comparado con la persecución de la herejía en Europa de 1227 a 1492, la persecución de los cristianos por los romanos en los primeros tres siglos después de Cristo fue un procedimiento suave y humano. Con toda la tolerancia que se requiere de un historiador y que se le permite a un cristiano, debemos colocar la inquisición... entre las más oscuras manchas en el registro de la humanidad, pues revela una ferocidad desconocida en ninguna bestia”.
Los símbolos de la Inquisición eran la cruz, la espada y una rama. A menudo aparecen en grabados siendo llevados por ángeles. Este escudo de armas pertenece al Palacio Real Mayor de Barcelona, y posee además figuras de animales salvajes para resaltar su poder.
Las reacciones antipapales más que se dieron dentro del cristianismo, y que llevaron a Roma a instaurar la terrible institución de la inquisición, surgieron cuando el poder del papado alcanzó su “cénit”, ya bien avanzada la Edad Media. Para ser más exacto, fue cuando “los papas legisladores” del siglo XIII hicieron renacer el Derecho Romano que permitió la reconquista del poder de Roma y dio la base jurídica para el nuevo poder del Papado, que Europa vio resurgir su antítesis, es decir, los movimientos religiosos de protesta por la mundanalidad y apostasía de la Iglesia romana, y por sus aspiraciones imperialistas de supremacía temporal y espiritual.
a. Los símbolos de la Inquisición española.
Como muchos de estos movimientos atacaban el lujo y la pomposidad material de la iglesia romana, contrastándolos con el ejemplo de Cristo y los apóstoles, Inocencio III y los demás Papas que lo sucedieron, manifestaron especial interés en la fundación y desarrollo de las dos órdenes mendicantes más famosas del medioevo: La de los dominicos y la de los franciscanos. Pero como estas dos órdenes no tenían mucho éxito en su prédica contra los así llamados herejes, los cataros o albigenses y valdenses en especial, el Papado les dio la misión de exterminarlos. Esto lo hicieron mediante un sistema policíaco de tribunales que los frailes y dominicos establecieron en casi toda Europa. Estas órdenes, cuyo legajo asesino mancha toda la historia de la iglesia del medioevo, pasaron a depender exclusivamente del Papa.
Cuando Voltaire se hizo popular y condenó al infierno seis siglos después al fundador de los dominicos en su obra titulada “La doncella de Orléans” en referencia a la muerte injusta en la hoguera a la que se condenó a Juana de Arco en París, los dominicos trataron de desmembrar la obra y misión de su fundador, de la inquisición y su crueldad histórica. Pero esto no es posible, porque hay sobradas pruebas históricas que confirman su identificación con el inicio de semejantes masacres que llevaron a cabo en toda la Edad Media. Cuando Domingo fue canonizado el 4 de agosto de 1234, los monjes y obispos celebraron públicamente con una quema en la hoguera de herejes, la alegría inmensa que tenían por el hecho. Luego volvieron dando gracias a Dios y al bienaventurado Domingo, en su primer día de fiesta.
Aunque ya se habían manifestado ciertos intentos inquisitoriales para destruir a los herejes entre los años 1163 y 1184, no fue sino bajo el pontificado de Inocencio III[46] que se coordinó la represión herética. Bajo su mandato se convocó el Concilio de Letrán[47], el que tuvo la asistencia de 400 obispos, 800 abades, y la mayoría de los gobernantes europeos.
En ese concilio se especificó la confiscación de los bienes de los herejes, así como su expulsión de todo cargo público y su excomunión, pero no se determinó aún la clase de castigo corporal que debía aplicárseles. Teniendo en cuenta que las disposiciones papales anteriores no habían logrado una aceptación muy generalizada entre los obispos católicos, se determinó que los obispos que fuesen tolerantes serían destituidos.
Poco más tarde se fundó la Inquisición bajo el Papa Gregorio IX[48], con la característica expresa de ser “pontificia” y “monástica”. Con esto se dio a entender que los monjes o frailes inquisidores respondían únicamente ante el Papado, no ante la justicia local o nacional. Su creación causó resentimiento entre los obispos, que aunque perseguían a los no católico-romanos, no podían hacerse a la idea de imponer un tribunal tan cruel y salvaje en medio de la cristiandad.
Esta es una de las numerosas pruebas de que semejante invención papal no fue producto de la época, como ha querido aducirse para disculpar la religión romana, sino que al contrario, la época que se estableció a partir de entonces quedó marcada por el espíritu del papado. En otras palabras, la creación de los tribunales de la Inquisición y sus secuelas políticas, religiosas, culturales y sociales, fue una creación directa del papado.
b. La implantación de la tortura.
En 1252, el papa Inocencio IV dio su sanción en favor de la aplicación de la tortura para arrancar confesiones de los herejes, y desde entonces, numerosas bulas de diferentes Papas se dedicaron a especificar las clases de torturas que los inquisidores debían utilizar. Entre ellas está la famosa bula del Papa Inocencio IV, llamada Ad Extirpanda, que pretendía subordinar por completo el poder civil al Santo Oficio, nombre éste con que se dio en llamar a los tribunales de la Inquisición, estableciendo que la extirpación de la herejía debía ser la obligación principal del Estado.
Fue este Papa, Inocencio IV, el que introdujo la tortura como instrumento fundamental para la obtención de confesiones, y el que dividió toda Italia y Europa en provincias “inquisitoriales” mediante la bula Super Extirpatíone. Con otras bulas semejantes impuso también la hoguera como pena capital contra los no católicos, llamó a una cruzada generalizada en contra de los herejes, y otorgó los mismos privilegios e indulgencias habituales que se concedían a los cruzados que iban a Tierra Santa. También determinó la confiscación de las propiedades de los herejes que estuviesen en mano de sus herederos. Otra bula notable fue la del papa Nicolás III en 1280, que revela claramente el propósito de la Inquisición. Entre sus principales declaraciones extraemos las siguientes: “Por este medio excomulgamos y anatematizamos a todos los herejes -Cataros, Patarios, Hombres Pobres de Lyon... y a todos los otros, cualquiera sea el nombre que tengan. Una vez condenados por la iglesia, serán entregados al juez secular para ser castigados... Si alguno, después de ser apresado, se arrepiente y desea hacer penitencia, será encarcelado de por vida... Todos los que reciban, defiendan o ayuden a los herejes, serán excomulgados..., y si permanecen excomulgados por un año, serán finalmente proscriptos o condenados como herejes. No tendrán derecho de apelación... Cualquiera que les dé un entierro cristiano será excomulgado hasta que haga satisfacción propia. No será absuelto hasta que haya desenterrado sus cuerpos con sus propias manos y los haya arrojado de nuevo...”
Se le prohibía a los laicos discutir asuntos de fe católica; bajo pena de excomunión, lo cual, aunque en este tiempo no se practica directamente, aun se mantiene el temor a tal punto que los laicos prefieren no cuestionar nada en asuntos de la fe y aceptan todo los que se les diga directamente desde el clero.
Cualquiera que conociese herejes, o a aquellos que sostuvieran reuniones secretas, o a los que no se conforman en todo respecto a la fe ortodoxa, tenían que hacer conocer esto a su confesor, o a algún otro que traerá la información al obispo o al representante de la inquisición. Si no lo hacía, era excomulgado. Los herejes y los que los recibían, apoyaban, o ayudaban, y todos sus niños hasta la segunda generación, no serían admitidos para un oficio eclesiástico. Eran privados de todos los beneficios mencionados para siempre.
Para facilitar la obra de los inquisidores, se crearon numerosos manuales que indicaban el procedimiento a seguir con los herejes, y en donde se recopilaban todos los materiales pre-existentes. Entre ellos se destaca el Directorio de Raimundo de Peñafort[49], que define a los herejes sencillamente como gente que escucha “los sermones de los cataros”, y los que creen que los cataros “son hombres buenos”. Llama la atención en este directorio primitivo, una cláusula acerca de la investigación cuidadosa que debe hacerse de los sospechosos, ya que según se arguye, los cataros también “predican buenas palabras”, pues enseñan a no mentir ni fornicar, y que la gente debe ir a la iglesia.
En estos manuales se detallaban las formas de tortura y los principios de su uso para la confesión de los penitentes. El manual llamado Processus inquisitionis[50], preparado por dos inquisidores franceses bajo la orden del Papa Inocencio IV, concluye declarando que si todos los principios de justicia en contra de los herejes allí estipulados se cumplen plenamente, “el Señor aparecerá glorioso y maravilloso en los frutos de la Inquisición”. No obstante, para hacer frente a los terribles problemas de conciencia que podían despertarse en los inquisidores, el Papa Alejandro IV ordenó en una bula que en la ejecución de la tortura debía haber por lo menos dos inquisidores. Uno tendría a su cargo la aplicación de la tortura; el otro estaría a su lado para absolverlo luego de toda culpa, y de otorgar dispensas a sus colegas.
c. Procedimiento e instrumentos de tortura usados por los inquisidores.
¿Cómo llevaban a cabo los tribunales de la inquisición su misión de perseguir y destruir a los herejes? Todo aquel que viaja por Europa hoy, puede ver en los museos y en muchos castillos, los instrumentos de tortura que se poseía para arrancar la confesión de los herejes acerca de quiénes compartían su fe. Toda clase de torturas eran admisibles para extirpar la herejía. Se buscaba con ellas forzar a los testigos a testificar o confesar el nombre de otros herejes. Todos los que eran acusados en una localidad, podían ver, bajo petición, una lista combinada de todos los acusadores, pero sin especificaciones de quién los había acusado. Tampoco se les permitía ninguna ayuda legal. En otras palabras, la apelación era prácticamente imposible.
El hermetismo total del interrogatorio hacía que el acusado nunca pudiese enterarse de quienes eran sus acusadores. El bombardeo de preguntas complejas a los que lo sometían inquisidores sagaces y sutiles, hacía que a menudo la víctima ni siquiera pudiese comprender el cargo que había contra ella. Como ha podido probarse vez tras vez al considerar los anales de la historia, los inquisidores solían orquestar tan bien su arsenal de preguntas, a las que alternaban con torturas y amenazas, que era corriente que los herejes no pudiesen hacer otra cosa que decir lo que los inquisidores habían tramado de antemano.
Cuando los acusados se negaban a traicionar a los amigos y parientes, se consideraba el hecho como prueba de que la conversión no había sido completa. De esta forma se acusa hoy a la inquisición de haber diseminado el miedo y el odio en las herméticas sociedades feudales.
Esto lo hizo también ofreciendo indulgencias a los que delataban a los herejes. Ya en las cruzadas que el Papa Inocencio III lanzó en 1207 contra los albigenses, ofreció indulgencias, esto es, documentos con el perdón de los pecados pasados y la palma del martirio en el caso de morir en el campo de batalla. Por otro lado, todo aquel que delataba a los herejes ante los inquisidores, era normalmente recompensado con un máximo de tres años de indulgencias por su información.
¿Cuáles eran los instrumentos de tortura? La flagelación y el azote, las barras dentadas de hierro con puntas sobre las cuales se acostaba y presionaba a las víctimas, su reclusión en oscuras y estrechas mazmorras, en donde los condenados debían hacer descansar la espalda sobre el frío suelo de los inviernos europeos. También era frecuente que se le diese al prisionero una dieta miserable de pan y agua, con el propósito de debilitarlo y en esta condición, alternar la tortura psicológica con promesas de misericordia o amenazas de muerte. De esta forma se buscaba lograr la confesión y delación de los herejes y sospechosos de herejía.
d. Proceso penal.
Al llegar los inquisidores a una población se proclamaban dos edictos, el “edicto de fe”, obliga a los fieles, bajo pena de excomunión, a denunciar a los herejes y cómplices, y el “edicto de gracia”, en que el hereje, en un plazo de quince a treinta días, podía confesar su culpa sin que se le aplicase la confiscación de sus bienes, la prisión perpetua ni la pena de muerte. Esto provocaba autoinculpaciones, pero también numerosas delaciones, protegidas por el anonimato. Los denunciados no conocían en ningún momento de qué se les acusaba. El secreto sumarial con que el Santo Oficio llevaba sus procesos, con el fin de evitar represalias, provocaba un gran temor en la población y convertía a cualquier ciudadano en un posible delator o colaborador del tribunal. Por otra parte, los acusados tienen derecho a proporcionar previamente el nombre de los que tendrían un motivo para perjudicarles, lo que constituye un modo de recusar su denuncia. En caso de falso testimonio, la sanción equivale al castigo previsto para el acusado. El primer interrogatorio tiene lugar en presencia de un jurado local constituido por clérigos y laicos cuya opinión se escucha antes de promulgar la sentencia. Con el fin de evitar represalias, el nombre de los acusadores es secreto, pero el inquisidor debe comunicarlo a los asesores del juicio que deben controlar e investigar la veracidad de las acusaciones. Si el acusado mantiene sus negativas, sufre un interrogatorio completo cuyo fin es el de recibir su confesión. En 1235, el concilio regional de Narbona pide que la condenación sea decidida exclusivamente a la vista de pruebas irrefutables bajo el pensamiento que más vale soltar a un culpable que condenar a un inocente.
El detenido era encarcelado en una cárcel especial. Se secuestraban sus bienes para su mantenimiento y los gastos de su proceso. Incomunicado, el reo ignoraba a menudo por completo los cargos que se le imputaban. El proceso consistía en una serie de audiencias en que se escuchaba a los denunciantes y al acusado. Este último contaba con un abogado defensor, que no la defendía sino meramente le amonestaba a que confesase sus culpas o le asesoraba en cuestiones de procedimiento. Para obtener la confesión se podía utilizar la coacción; ya sea mediante la prolongación de la prisión, ya sea por la privación de alimentos, o bien, en último lugar, por la tortura. Durante mucho tiempo la iglesia fue hostil a ello. En 886, el Papa Nicolás I declaraba que este método no era admitido ni por las leyes humanas ni por las leyes divinas, pues la confesión debe ser espontánea. En el siglo XII, el decreto de Graciano, una recopilación de derecho canónico, repite esta condena. Pero en el siglo XIII, el desarrollo del derecho romano provoca el restablecimiento de la tortura en la justicia civil. En 1252, Inocencio IV autoriza su uso por los tribunales eclesiásticos, con condiciones muy concretas no existentes en los tribunales civiles: La víctima no debe correr riesgo ni de mutilación ni de muerte; el obispo del lugar debe dar su consentimiento; y la confesión obtenida debe ser reiterada libremente para ser válida.
Al final, y después de consultar al jurado, el proceso podía terminar con la libre absolución, en pocos casos, con la suspensión del proceso o con una condena. La condena podía ser leve o vehemente. En el primer caso el castigo podía ser una multa, una reprensión y llevar un “sambenito” para que la gente supiese que había sido penitenciado por el Santo Oficio y prestase atención a lo que decía por si volvía a cometer herejía. En el segundo caso, era, según la fórmula, “relajado al brazo secular”, esto es, entregado a la jurisdicción ordinaria para su ejecución. Si el reo a ajusticiar se arrepentía, se le ahorcaba si era de baja condición social, o se le degollaba si era de alta condición social; si no renegaba de sus errores, se le quemaba vivo. Los procesos podían hacerse también en ausencia del reo, de forma que si se sentenciaba al mismo a la máxima pena, se les podía quemar en efigie, en forma de un muñeco con sus rasgos. Si el reo había muerto ya, se desenterraban sus huesos y se quemaban. Eso pasó, por ejemplo, con los padres del humanista Juan Luis Vives.
Las ejecuciones se realizaban en los autos de fe, actos públicos en los que se buscaba la ejemplaridad del castigo y que terminaron convirtiéndose en aparatosos festejos.
e. Inquisición romana.
La Inquisición romana, también llamada Congregación del Santo Oficio, fue creada en 1542, ante la amenaza del protestantismo, por el Papa Pablo III. Se trataba de un organismo bastante diferente de la Inquisición medieval, ya que era una congregación permanente de cardenales y otros prelados que no dependían del control episcopal. Su ámbito de acción se extendía a toda la Iglesia Católica. Su principal tarea fue mantener y defender la integridad de la fe, y examinar y proscribir los errores y falsas doctrinas.
Al comienzo, la actividad de la Inquisición romana se restringió a Italia, pero cuando Gian Pietro Caraffa fue elegido Papa, como Pablo IV, en 1555, comenzó a perseguir a numerosos sospechosos de heterodoxia, entre los que se encontraban varios miembros de la jerarquía eclesiástica, como el cardenal inglés Reginald Pole.
En 1600 fue juzgado, condenado y ejecutado el filósofo Giordano Bruno. En 1633 fue procesado y condenado Galileo Galilei.
En 1965 el papa Pablo VI reorganizó el Santo Oficio, denominándolo Congregación para la Doctrina de la Fe.
f. Inquisición portuguesa.
En Portugal, donde se habían refugiado numerosos judíos españoles luego de la expulsión de 1492, el rey Manuel I, presionado por sus suegros, los Reyes Católicos, decretó la expulsión de los judíos que no se convirtieran al cristianismo en 1497. Esto produjo numerosas conversiones al catolicismo.
La Inquisición portuguesa fue establecida en Portugal en 1536 por el rey Juan III. En un principio, la Inquisición portuguesa estaba bajo la autoridad del Papa, pero en 1539, el rey nombró inquisidor mayor a su propio hermano, Don Enrique. Finalmente, en 1547, el Papa terminó aceptando que la Inquisición dependiese de la corona portuguesa. El primer auto de fe tuvo lugar en Lisboa el 20 de septiembre de 1540. En 1560 se estableció un tribunal de la Inquisición en Goa. La Inquisición portuguesa fue abolida por las Cortes Generales en 1821.
4. Los Fraudes píos.
Pero también en el seno central del romanismo era necesario que se produjeran ciertos hechos con los que la Iglesia podía mantener el poder, a estos se les ha llamado los “fraudes píos”. Si esto se hubiese dado en el siglo XX, probablemente muchos científicos hubiesen querido investigar cada caso y los hubieran desacreditado, pero durante la Edad Media, lo que decía la Iglesia era sagrado, así que nadie ponía en tela de duda lo que ocurría.
a. La “Donación de Constantino”.
El largo proceso de acercamiento entre el Pontificado y el reino franco que comienza con el Papa Gregorio Magno[51], alcanza uno de sus puntos culminantes en la unción real con la que el Papa Esteban II constituyó al mayordomo palatino Pipino el Breve como rey de los francos y patricius romanorum, dando por extinguida la dinastía merovingia[52]. De este modo el Papa se arrogaba la capacidad de traspasar la dignidad real de una dinastía a otra y a la vez, como contrapartida, concedía al rey de los francos la capacidad de intervenir en los asuntos italianos. De hecho Pipino cruzó los Alpes en dos ocasiones para reconquistar vastas regiones de la península italiana de manos de los longobardos y las donó a “Pedro”, en la persona del Papa; de este modo se constituyeron en pleno siglo VIII los estados de la Iglesia, y el Papa quedó convertido en un monarca temporal.
Cuando se hizo necesario justificar semejante innovación jurídica, de hecho los pontífices ejercían ya una no bien determinada jurisdicción gubernativa desde las invasiones bárbaras, se recurrió al viejo método medieval de inventar un documento que volviera en el tiempo la situación que se daba en el presente. Este fue el nacimiento del documento que ha pasado a la historia como la Donatio Constantini o Donación de Constantino.
La Donación de Constantino era un supuesto decreto imperial atribuido a Constantino I según el cual, al tiempo que se reconocía al Papa Silvestre I como soberano, se le donaba la ciudad de Roma, así como las provincias de Italia y todo el resto del Imperio Romano de Occidente.
Así, en el año 756, los Estados papales italianos, gran parte de la ciudad de Roma y las principales áreas de la Italia occidental, fueron oficialmente adquiridos por la Iglesia Católica. Esta transferencia de tierras fue legitimada sobre la base de un documento supuestamente escrito por el Emperador romano Constantino I, en el año 337, el cual concedía todas estas regiones al Papa Silvestre I[53] y a sus sucesores.
Probablemente, el primer borrador fue escrito durante la segunda mitad del siglo VIII, como ayuda al Papa Esteban II en sus negociaciones con el mayor del Palacio de los Francos, Pepino el Petiso. El Papa cruzó los Alpes para ungirlo como Rey en el año 754, permitiéndole a la familia Carolingia, a la cual Pepino pertenecía, suplantar a la antigua Dinastía Real de los Merovingios que se encontraba en decadencia y sin poder.
Aparentemente Pepino, en un oscuro pacto, le había prometido al Papa otorgarle las tierras que los Lombardos habían tomado de los Bizantinos en Italia. La promesa fue cumplida en el año 756. La supuesta donación de Constantino le facilitaba a Pepino dar las tierras en forma de restauración, otorgando así, derechos políticos, económicos y sociales, los cuales la Iglesia no poseía.
En el manuscrito más antiguo conocido[54] y en muchos otros manuscritos, el emperador relata cómo fue instruido en la Fe Cristiana por Silvestre, hace una profesión llena de fe, y cuenta su bautismo por ese Papa en Roma, y cómo de este modo se curó de lepra. Entonces, Constantino dispone conferir a Silvestre y a sus sucesores los siguientes privilegios y posesiones:
1) El Papa, como sucesor de Pedro, tiene la primacía sobre los cuatro Patriarcas de Antioquía, Alejandría, Constantinopla, y Jerusalén, también sobre todos los Obispos en el mundo.
2) La basílica de Lateran en Roma, construida por Constantino, mandará sobre todas las iglesias como cabecera, igualmente las iglesias de San Pedro y San Pablo serán dotadas de ricas posesiones.
3) Los principales eclesiásticos romanos, cardenales, quienes también pueden recibirse como senadores, obtendrán los mismos honores y distinciones que estos.
4) Como el emperador, la Iglesia Romana tendrá funcionarios cubicularii, ostiarii, y excubitores.
5) El Papa disfrutará los mismos derechos honorarios que el emperador, entre ellos, el de llevar una corona imperial, una capa purpúrea y túnica, y en general toda insignia imperial o señales de distinción; pero, como Silvestre se negó a poner en su cabeza una corona de oro, el emperador lo invistió con el superior casquete blanco.
6) Constantino, pone al servicio del Papa, un strator, es decir quién llevará el caballo en que montará el Papa.
7) El emperador obsequia al Papa y a sus sucesores el palacio de Lateran de Roma y las provincias, distritos, y pueblos de Italia y todas las regiones occidentales.
El emperador ha establecido para sí, en el Este, una nueva capital que lleva su nombre, y allá él quita su gobierno, porque es inoportuno que un emperador secular tenga poder donde Dios ha establecido la residencia de la cabeza de la religión cristiana.
El documento, concluye con maldiciones contra todos los que se atrevan a violar estas dádivas y con la certidumbre que el emperador las ha firmado con su propia mano y las ha puesto en la tumba de Pedro.
Durante varios siglos, la autenticidad de la Donación de Constantino no fue cuestionada. Pero fue el humanista Lorenzo Valla quien en 1440 publicó su “Discurso sobre la Falsificación de la Supuesta Donación de Constantino”. En esta declamación, Valla argumenta que la donación era un fraude. Había notado no solo que no hubo ningún documento indicando que el Papa Silvestre I era consciente de tal dote, sino que el texto de la Donación contenía una serie de anacronismos históricos. Por ejemplo, se hacía referencia a Bizancio como una provincia cuando en el siglo cuarto solo era una ciudad. Se refería a los templos en Roma cuando aun no existían; y finalmente, se hacía referencia a “Judea”, la cual tampoco existía todavía. Además, a través del análisis lingüístico del texto demostró que no podía estar fechado alrededor del año 300 en la que se supone que el emperador dio al obispo romano, Silvestre I, autoridad suprema sobre todas las provincias europeas del imperio y que lo había proclamado gobernante incluso sobre él mismo.
El problema que creó Valla es que la “Donación” constituía el pilar principal sobre el cual residía la legitimidad de los Estados Papales, debido a esto, sus escritos fueron reprimidos. Recién en el año 1517 pudieron aparecer copias de sus escritos. Aunque las pruebas de Valla eran contundentes, pasaron varios siglos antes que la iglesia reconociera el fraude.
Hoy en día se cree que la “Donación de Constantino” fue realmente escrita alrededor del año 750, poco antes de que la Iglesia Católica adquiriera los Estados Papales y muchos siglos después de la muerte de Constantino. Su verdadero autor es desconocido.
Su autenticidad fue defendida y el documento todavía llega más allá, siendo usado como auténtico, hasta que Baronio en su “Annales Ecclesiastici”[55] admitió que era una falsificación, después fue admitido universalmente como tal. Es una mentira tan clara que no hay razón para ninguna sorpresa que, con el reavivamiento de la crítica histórica en el siglo XV, el verdadero carácter del documento, se reconociera rápidamente.
El verdadero daño causado a la humanidad debido a la falsificación debe ser entendido en un contexto amplio. El fraude legalizó la unión entre Iglesia y Estado, un proceso que comenzó en el siglo IV, de esta era, bajo el Emperador Constantino y resultó altamente beneficioso para la institución cristiana en la formación de lo que más tarde se denominó “cristiandad”, un sistema feudal que duraría más de 1000 años. Con el colapso del Imperio Romano, el cristianismo occidental se contrajo y la Iglesia Romana quedó aislada de su lejano benefactor, el Emperador de Bizancio.
b. Las “Decrétales Falsas de Isidoro”.
Las Decretales Falsas son una colección de documentos recopilados en Francia hacia el 830, y fueron atribuidos a san Isidoro de Sevilla. Contienen tres tipos de documentos: Cartas de Papas pre nicenos, todas ellas falsificadas; una colección de cánones de distintos Concilios; un gran número de cartas de Papas, que van de Silvestre I a Gregorio II[56], de las cuales treinta y cinco aproximadamente son falsificadas. Hay documentos en donde se afirmaba que eran decretos de los obispos de Roma, desde Pedro hasta el tiempo presente en donde se hacían reclamaciones como la supremacía del Papa sobre la Iglesia y la independencia de esta del Estado, así como el derecho de los eclesiásticos a negarse a rendir cuenta ante las autoridades del Estado.
A principios del siglo noveno los obispos francos acudieron a León II y éste se negó a sancionar la interpolación del “filioque” en el Credo niceno constantinopolitano, ya que, decía que no se atrevía a ponerse en un plano de igualdad con los Padres del Concilio reunido en el año 381.
Poco después, a mediados del siglo IX, apareció una composición llamada decretales isidorianas, las cuales cambiaron para siempre la constitución y el gobierno de la Iglesia. Como Johann Joseph Ignaz von Döllinger, historiador católico del siglo XIX, dice en “El Papa y el Concilio”[57]: “…sería difícil hallar en toda la historia otra falsificación que haya obtenido tanto éxito a pesar de su tosquedad evidente”.
Las Falsas decretales fueron aceptadas en la Edad media y los cánones conciliares especialmente fueron incorporados al derecho canónico. Su autenticidad fue puesta en duda por primera vez seriamente en 1558 por historiadores luteranos, los “centuriadores de Magdeburgo” que encontraron que el lenguaje utilizado era demasiado moderno, propio de los siglos VIII y IX y que había errores históricos, además de que las citas a la Escritura eran tomadas de la Vulgata. Más tarde se vio que tenían muchos materiales falsos mezclados con documentos auténticos.
La hábil compilación de las Decretales Falsas se hizo con varios propósitos. En la época de su composición se usaron como defensa de los obispos contra los arzobispos y para afirmar los derechos de la Iglesia frente a la interferencia de los seglares. En la época de su recepción en Roma[58] su utilidad era escasa, pero a partir del siglo XI se usaron mucho en apoyo del gobierno y las reformas Papales. Los falsos documentos pontificios primitivos aportaron el prestigio de la Iglesia de los mártires al fortalecimiento de la autoridad Papal a lo largo de la Edad media, empezando por Gregorio VII[59].
Aunque las Decretales fueron desenmascaradas en el siglo XV, seis siglos después de su composición, los frutos de las falsificaciones no se purgaron, sino que se mantuvieron como si no se hubiera descubierto la farsa. Döllinger lo explica así: “El propósito inmediato del recopilador de esta falsificación fue proteger a los obispos contra sus metropolitanos y otras autoridades, para asegurarles impunidad absoluta y la exclusión de toda influencia del poder secular. Este fin iba a ser conseguido mediante un aumento tal del poder papal que, a medida que estos principios penetraban gradualmente en la Iglesia, y eran seguidos con todas sus consecuencias, ésta asumió necesariamente la forma de una monarquía absoluta sujeta al poder arbitrario de un solo individuo y así se colocaba el fundamento del edificio de la infalibilidad papal; primero, por el principio de que los decretos de cada Concilio requieren la confirmación papal; segundo, por la afirmación de que la plenitud del poder, incluso en materias de fe, reside en el Papa sólo, quien es obispo de la Iglesia universal, mientras que los demás obispos son sus siervos”[60].
Así, racionalmente nació en la teoría de la infalibilidad pontificia; ya que, según las decretales, Félix I dijo: “La iglesia romana permanece hasta el fin libre de la mancilla de la herejía”[61]. Döllinger anota: “Todos los estudiantes eruditos de la antigüedad eclesiástica y de las leyes canónicas, hombres como De Marca, Baluze, Coustant, Berardi, Zallwein, etc, estaban de acuerdo en reconocer que el cambio introducido por las seudo-isidorianas fue sustancial y desplazó el antiguo sistema del gobierno de la Iglesia para traer uno de nuevo en su lugar”[62].
Nicolás I[63] convirtió el Canon XVII de Calcedonia, que prohibía la apelación a Roma mediante la evasiva del mismo en un canon que dijese que “todo el clero de Oriente y Occidente tenía derecho a apelar a Roma, haciendo al Papa juez supremo de todos los obispos y clero de todo el mundo”[64]. Anota Döllinger: “Nicolás dijo que el singular debía entenderse como el plural “dioceseon”, y que el “primate” significaba el Papa; algo que en Constantinopla apenas consideraron digno de una respuesta”[65].
Sobre este tema escribió al Emperador Carlomagno y a todos los obispos francos. Poco tiempo después, cuando los obispos francos aceptaron los documentos falsos Nicolás dijo que la iglesia romana “había preservado todos esos documentos durante mucho tiempo, y con gran honor, en sus archivos, afirmando además que cada escrito de un Papa, incluso si no formaba parte de la colección Dionisiana de cánones, obligaba a toda la Iglesia”[66]. En consecuencia, en un sínodo en Roma en el 863 se anatematizó a todos los que rechazaran recibir la enseñanza de un Papa. Nicolás, apoyándose en la falsificación, concluyó que los decretos de los concilios dependían del visto bueno del Papa, algo que a ojos de los orientales no era más que una fantasía.
Poco a poco se fue formando un sistema de leyes de la Iglesia, sobre todo por parte de Anselmo de Lucca, sobrino del Papa Alejandro II, entre los años 1080 y 1086. Nuevas falsificaciones e inserciones iban surgiendo para legitimar la nueva constitución monárquica de la Iglesia, con el cardenal Deusdedit. Todo esto culminó en el Dictatus Papae de Gregorio VII que, entre otras proposiciones:
1) Que la Iglesia Romana ha sido fundada solamente por Dios.
2) Que solamente el Pontífice Romano es llamado “universal” con pleno derecho.
3) Que solo él puede deponer y restablecer a los obispos.
4) Que todos los príncipes deben besar los pies solamente al Papa.
5) Que su nombre debe ser recitado en la iglesia.
6) Que su título es único en el mundo.
7) Que nadie lo puede juzgar.
8) Que nadie intente condenar a quien apele a la Santa Sede.
9) Que las causas de mayor importancia, de cualquier iglesia, deben ser sometidas a su juicio.
10) Que la Iglesia Romana no ha errado y no errará jamás, y esto, de acuerdo al testimonio de las Sagradas Escrituras.
11) Que el Pontífice Romano, si ha sido ordenado luego de una elección canónica, está indudablemente santificado por los méritos del bienaventurado Pedro nos lo testimonia san Ennodio, obispo de Pavía, con el consentimiento de muchos Padres, como se encuentra escrito en los decretos del bienaventurado Papa Símaco.
12) Que bajo su orden y con su permiso es lícito a los súbditos hacer acusaciones.
13) Que puede deponer y restablecer a los obispos aún fuera de una reunión sinodal.
14) Que no debe ser considerado católico quien no está de acuerdo con la Iglesia Romana[67].
Según Döllinger la obra maestra de Gregorio es su carta al obispo Hermann de Metz, que intenta cuán bien fundamentado está el dominio del Papa sobre los emperadores y reyes y su derecho a deponerlos en caso de necesidad. Dice: “Enseñó con esto a sus adherentes, cómo manipular los hechos y los textos, torciendo un pasaje de una carta del Papa Gelasio al Emperador Anastasio, tan hábilmente, por medio de omisiones y colocación arbitraria, que le hizo decir a Gelasio justamente lo contrario de lo que realmente dijo, es decir: que los reyes están absoluta y universalmente sometidos al Papa, cuando en realidad lo que dijo fue que los gobernantes de la Iglesia están siempre sujetos a las leyes de los Emperadores, desechando solamente la interferencia del poder secular en cuestiones de fe y sacramentos”[68].
En las Decretales se expresa que el papa Julio[69] dijo a los obispos orientales que: “La Iglesia de Roma, por un privilegio singular, tiene el derecho de abrir y cerrar las puertas del cielo a quien lo desee”, este pasaje “fue convertido en un decreto especial o capítulo en los nuevos códigos”[70].
5. El Sacro Imperio Romano Germánico.
Durante el siglo VI se produjo la cristianización de los francos, cuyo imperio, dirigido por los merovingios, se convirtió en el más poderoso entre los reinos resultantes de la caída del Imperio Romano de Occidente. Sin embargo, el declive de la dinastía se hizo evidente tras la Batalla de Tertry[71], y ningún soberano trató ya de remediar la situación. Finalmente todos los poderes gubernamentales se ejercerían a través de los oficiales mayores o del mayordomo.
Pipino de Heristal, mayordomo de Austrasia, terminó con el conflicto existente entre los diversos reyes francos y sus mayordomos con su victoria en Tertry, tras la que se convirtió en único gobernante de todo el reino franco. Era nieto de dos de las más importantes figuras del reino austrasiano: Arnulf de Metz y Pipino de Landen. A su muerte, fue sucedido por su hijo ilegítimo Carlos, que sería conocido como Carlos Martel[72]; sin embargo, jamás adoptó el título de rey. Martel fue sucedido por sus dos hijos: Carlomán y Pipino El Breve, padre de Carlomagno. A fin de frenar el separatismo presente en la periferia del reino, los hermanos emplazaron en el trono a Childerico III, último rey merovingio.
a. Pipino.
Pipino III de los Francos, más conocido como Pipino “el Breve”. Su apodo de “el Breve” se debe a su baja estatura. Nació hacia el 715 en Jupille, cerca de Lieja, Bélgica, de donde arranca una gran parte de la dinastía Merovingia y Carolingia. Hijo menor de Carlos Martel y de Rotrudis de Tréveris. Sus cargos fueron:
1) Mayordomo de palacio de Neustria[73] con Borgoña y Provenza.
2) Mayordomo de palacio de Austrasia[74].
3) Rey de los francos[75].
A la muerte de Carlos Martel repartió, a la usanza de la época, sus títulos entre sus dos hijos: Carlomán heredó el cargo de mayordomo, especie de Jefe de Gobierno o Primer Ministro, del palacio de Austrasia y Pipino, el de mayordomato del palacio de Neustria.
Es el periodo de la decadencia de la dinastía merovingia, cuando los jóvenes “reyes holgazanes” no tienen ya ninguna autoridad y los mayordomos de palacio son los verdaderos gobernantes del Estado. Carlomán y Pipino se reparten entonces el poder del reino franco, que gobernarán entre los dos, luchando, en primer lugar, por devolver la estabilidad a las fronteras del reino.
Comienzan enseguida una reforma de la Iglesia con la ayuda del Obispo Bonifacio y se realizan dos Concilios: El primero en Austrasia, convocado por Carlomán en 742-743; el segundo por Pipino, en 744 en Soissons, Neustria, en el que adoptará las decisiones tomadas en el concilio de Austrasia. Esta reforma establecerá la jerarquía en el seno del clero franco, a cuya cabeza se encuentra Bonifacio, evangelizador de Germania, como dirigente de los obispos repartidos por las ciudades del reino.
En el año 747 Carlomán se retira a la vida monástica y cede la mayoría de Austrasia a su hermano pequeño, con lo cual Pipino se convierte en el dirigente efectivo de todo el reino franco. Desde ese momento, comienza un duro enfrentamiento para deshacerse de Childerico III, el soberano merovingio del que depende oficialmente. Para demostrar la inutilidad de los reyes merovingios, Carlos Martel había dejado vacante el trono tras la muerte de Teodorico IV en 737[76]. En 743, Pipino libera a Childerico del monasterio en el que lo había encerrado su padre y le permite ocupar el trono del que había sido desposeído. Su retorno propicia la coalición formada, entre otros, por el duque de los alemanes y Hunald, de Aquitania, que reaccionan mal ante la eliminación política de Grifón[77] pero, al reponer a Childerico en el trono, Pipino consigue un medio para apaciguarlos durante un tiempo.
Hacia 744, contrae nupcias con Bertrada de Laon, llamada “la del pie grande”[78], hija de Cariberto, Conde de Laon.
En 750, Pipino envía una delegación franca a entrevistarse con el Papa Zacarías I, en solicitud de una autorización para poner fin al decadente reino merovingio y ocupar el trono de Childerico. Zacarías acepta y declara que “…debe ser Rey el que ejerce la realidad del poder”. En noviembre de 751, Pipino depone a Childerico III y se hace coronar en el campo de mayo en Soissons, siendo proclamado por una asamblea de obispos, nobles y Leudes[79]. Esta elección se consigue sin derramamiento de sangre. Childerico III, tras ser depuesto, es tonsurado[80] y termina sus días encerrado en el monasterio de San Bertín, cerca de Saint-Omer.
Pero aunque Pipino haya conseguido el título de Rey y su poder, este no le pertenece, y esta ruptura de la dinastía merovingia precisa de una nueva que deberá reemplazar la sucesión natural de padres a hijos. Esta continuidad queda asegurada por la consagración real seguida de la unción, simbolizada en el bautismo de Clodoveo I y la alianza particular entre la Iglesia y los reyes francos. Es en Soissons, donde el obispo Bonifacio, su consejero diplomático, le ungirá marcando su frente con el aceite santo, como ya se hacía a lo largo de una ceremonia en la que se consagraba a los reyes visigodos de Toledo. Por medio de esta unción, el rey de los francos, a partir de ese momento investido de una misión de guía militar y religiosa, detenta la fuerza moral del “derecho divino”, es decir, de “dirigir los pueblos que Dios le confía”; pero esta legitimidad tiene un costo: El de la fidelidad a la Iglesia y a quien la dirige, el Papa Zacarías que, desde Roma, ha dado su consentimiento para el cambio de dinastía.
El cisma de Bizancio obligó al Papado a aliarse con el rey de los francos. El nuevo Papa, Esteban II, sucesor de Zacarías[81], pide ayuda militar para luchar contra los lombardos y su Rey Astolfo, que amenazan a Roma. Si el Papa Esteban se decide a atravesar los Alpes para solicitar la ayuda del rey de los francos[82], es porque no tiene otra elección. El protector habitual de la Iglesia es el Emperador bizantino que gobierna en Constantinopla bajo el Imperio romano de Oriente, pero este se encuentra en precarias condiciones y no tiene posibilidad de concurrir en auxilio del papado.
El 6 de enero, en el palacio de Ponthion, en el sur de Champaña, el rey Pipino se postra delante del Papa Esteban II y, con suma cortesía, toma la brida de su caballo. Fue un acto político muy hábil. Esteban II le propone a Pipino una alianza asegurándole una segunda consagración, realizada por él mismo, la “gracia divina” para el rey de los francos y para sus hijos. El acuerdo definitivo se pacta el 14 de abril en Quierzy-sur-Oise, en el norte de París. En tanto que el Papa aporta su apoyo espiritual a Pipino, este último se compromete a ofrecer a la Santa Sede un dominio lo suficientemente grande como para que pueda preservarle de toda agresión.
El domingo 28 de julio de 754, en la basílica de Saint Dennis, el Papa Esteban II consagra a Pipino y le confiere los títulos de Rey de los Francos y Patricio de los romanos. Los hijos y herederos de Pipino, Carlomán y Carlos, también son consagrados en la misma ceremonia, al igual que su madre Berta. El Papa establece, por medio de este acto, un estrecho lazo de continuidad entre la unción realizada a los reyes del Antiguo Testamento y los reyes de la nueva dinastía. Esta consagración pone fin, oficialmente, a la dinastía merovingia y legaliza el advenimiento de los Carolingios al poder, cuyo nombre deriva del padre de Pipino, Carlos Martel.
Bajo esta nueva dinastía el reino franco se extendió sobre la mayor parte de los territorios de Europa Occidental. La división administrativa efectiva durante esta época se corresponde con los modernos países de Francia y Alemania. Francia, geográficamente situada en el centro de Europa, dio origen a una evolución en el terreno religioso, político y artístico que dejó su huella en toda Europa Occidental.
Asegurando el reinado de Pipino III sobre los francos y consagrándole el mismo como tal, el Papa ha marcado las distancias con el emperador de Bizancio. Roma se somete, a partir de ahora y para su seguridad, a los soberanos francos. Es el principio de una larga colaboración, aunque a menudo tormentosa, con los Carolingios y sus lejanos herederos del Sacro Imperio Romano Germánico. Y como consecuencia de esta consagración, la legitimidad del rey de los francos, a veces de “derecho divino”, no dependerá exclusivamente de los señores francos electores del rey. Pipino se considera, sin embargo, el primer rey por la voluntad de Dios y el principio de este reinado de “derecho divino” durará en Francia sin interrupción durante ciento once años.
Pipino no puede, por tanto, rehusar la petición del Papa. Nuevo “David” y primer rey cristiano, por la gracia de Dios, está obligado a cumplir con el Papa Esteban II, en tanto que hijo amado de la Iglesia, tomando la defensa de su Santa Madre, y a romper su alianza con los lombardos. El envío de una delegación el 14 de octubre de 754 para calmar a los lombardos en sus reivindicaciones, no surtirá efecto; y en 755 Pipino lanza contra ellos una primera expedición de la que sale victorioso. Pero al año siguiente, los lombardos ponen sitio a Roma. Por tanto, de 756 a 758 deberá lanzar Pipino tres campañas contra ellos hasta conseguir echarlos hasta las cercanías de Rávena.
Al final de estas expediciones, Pipino el Breve acude a entregar al Papa los territorios conquistados: Veintidós ciudades de la Italia central, Ravena, Perusa y las provincias de Emilia-Romagna y de la Pentacole se unen a Roma, formándose así el nuevo Estado Pontificio. No obstante, Pipino, tras esta victoria, multiplicará sus esfuerzos diplomáticos para intentar restablecer la concordia entre los lombardos y Roma.
Durante su reinado, Pipino consiguió devolver el orden en su reino:
1) Con los grandes señores, obtuvo su vasallaje por medio de juramentos de fidelidad.
2) Logró expulsar definitivamente a los árabes de la Septimania, provincia del reino franco, tras la toma de Narbona en el 759.
3) Recuperó la Aquitania tras una larga serie de batallas contra Gaifier, duque de Aquitania, de 761 a 768.
No obstante, deberá continuar luchando para asegurar su autoridad en las fronteras, especialmente en Germania donde, después de la abdicación de Carlomán en 747, tuvo que enfrentarse con su hermanastro Grifón, hijo ilegítimo de Carlos Martel, que se había hecho reconocer como duque de Baviera. Una vez vencido, fue nombrado duque del Meno, marca creada por él; fue la manera de alejarlo de los bávaros y disuadirle de cualquier revuelta. Pero, desgraciadamente, se enfrentó a los lombardos y fue asesinado.
En 754-755, Pipino inicia una reforma monetaria con la adopción del denario de plata en 755 e instaurando el diezmo en 756. El Edicto de Ver fue una primera tentativa de uniformar el peso y el aspecto del denario de plata franco, pero la marca de la autoridad real no figura sistemáticamente en la moneda hasta la llegada de Carlomagno, a partir de 793.
Pipino el Breve murió el 24 de septiembre de 768 en Saint-Denis, tras haber repartido el reino, siguiendo la vieja costumbre franca, entre sus dos hijos Carlos I y Carlomán. Fue enterrado en la abadía de Saint-Denis, donde también reposan su hijo Carlomán, muerto en 771, y su esposa Bertrada, fallecida en 783.
b. Carlomagno.
En Herstal, de donde eran oriundas las dinastías carolingia y merovingia, y ubicada en las inmediaciones de la ciudad de Lieja, el 2 de abril de 742 nació Carlos, nieto de Carlos Martel e hijo del rey Pipino El Breve y de Bertrada de Laon, hija de Cariberto de Laon y Gisela de Laon. Entre sus hermanos más jóvenes, los registros solo refieren a Carlomán, Gisela y a un niño llamado Pipino que falleció a corta edad. En ocasiones se ha afirmado que la semi legendaria Redburga, esposa del rey Egberto de Wessex, fue hermana de Carlomagno, y las leyendas lo señalan como tío materno de Roldán a través de una dama llamada Bertha.
Cuando tenía 7 años, fue a vivir con su padre a Jupille, por lo que en casi todos los libros de historia dicha ciudad aparece como uno de sus posibles lugares de nacimiento. También se han barajado como tal otras ciudades, entre ellas Prüm, Düren, Gauting y Aquisgrán.
Sucedió a su padre y correinó con su hermano, Carlomán I, siendo rey de los francos desde 768 hasta su muerte llegando a conformar el Sacro Imperio Romano Germánico, siendo conocido como “Carlomagno”. El 9 de octubre, inmediatamente después de celebrarse el funeral de su padre, ambos jóvenes se marcharon de Saint-Denis a fin de ser coronados reyes por los nobles y ungidos por los obispos. La investidura de Carlomagno tuvo lugar en Noyon, mientras que la de Carlomán lo fue en Soissons.
El primer acontecimiento importante producido durante el reinado conjunto de los hermanos fue el levantamiento de los aquitanos y gascones, en 769, en el territorio dividido entre ambos reyes. Años atrás, Pipino había sofocado la revuelta de Gaifier, Duque de Aquitania. Ahora, un hombre llamado Hunaldo guió a los aquitanos hacia el norte, hasta Angulema. Carlomagno se reunió con Carlomán, pero este se negó a participar y regresó a Burgundia. Carlomagno se dispuso para la guerra y lideró un ejército hacia Burdeos, estableciendo un campamento en Fronsac. Hunold se vio obligado a huir a la corte de Lupo II, Duque de Gascuña. Lupo, temeroso de Carlomagno, entregó a Hunold a cambio de la paz y éste fue desterrado a un monasterio. Finalmente, los francos sometieron Aquitania por completo.
Los hermanos mantuvieron una relación tibia gracias a la mediación de su madre, pero en 770 Carlomagno firmó un tratado con el duque Tassilo III de Baviera y se casó con una princesa lombarda, a quien actualmente se conoce como Désirée, hija del rey Desiderio, con el fin de rodear a Carlomán con sus propios aliados. Pese a la oposición inicial del papa Esteban III a su matrimonio con la princesa lombarda, pronto este tendría pocos motivos para temer una alianza entre francos y lombardos.
Apenas un año después de su matrimonio, Carlomagno repudió a Désirée y al poco tiempo volvió a casarse con una sueva de 13 años llamada Hildegarda. La repudiada Désirée regresó a la corte de su padre en Pavía. Encendida su furia, Desiderio se hubiese aliado gustosamente con Carlomán para derrotar a Carlos, pero Carlomán murió el 5 de diciembre de 771, antes de que estallara el conflicto. La esposa de Carlomán, Gerberga, huyó junto con sus hijos a la corte de Desiderio en busca de protección.
Carlomagno estuvo involucrado en batallas constantes a lo largo de su reino, frecuentemente a la cabeza de sus escuadrones de élite o scara y con su legendaria espada, Joyeuse, en mano. Tras treinta años de guerra, logró conquistar Sajonia y procedió a convertirla al cristianismo, empleando la fuerza siempre que fuera necesario. Los sajones fueron distribuidos en cuatro grupos, de acuerdo a sus regiones de pertenencia: Westfalia, que lindaba por el oeste con Austrasia y, más allá, Estfalia. En medio de estos dos reinos se encontraba el de Angria, y al norte de los anteriores Nordalbingia, en la base de la península de Jutlandia. Durante su primera campaña, Carlomagno venció a los sajones en Paderborn y obligó a los habitantes de Angria a que, en 773, cortaran y entregaran un irminsul[83]() que se encontraba cerca de Paderborn.
El año del nombramiento como Papa de Adriano I[84], este demandó que le fuera reintegrado el control sobre ciertas ciudades constituyentes del antiguo Exarcado de Rávena, a cambio de un acuerdo respecto de la sucesión de Desiderio. No obstante, Desiderio tomó algunas ciudades papales e invadió Pentápolis en su camino hacia Roma. En otoño, Adriano envió una delegación ante Carlomagno, solicitándole que cumpliera las políticas de su padre, Pipino. A su vez, Desiderio envió su propia embajada negando lo que le imputaba el Papa. Ambas delegaciones se reunieron en Thionville, donde el monarca de los francos manifestó su apoyo al papado. A las demandas de Adriano se unieron las de su aliado; viéndose en esta tesitura, el duque toscano juró que jamás cedería. Carlomagno y su tío Bernardo cruzaron los Alpes en 773 y persiguieron a los lombardos hasta sitiarlos en Pavía. Eventualmente Carlos abandonó el sitio a fin de hacer frente al hijo de Desiderio, Adelgis, quien estaba levantando un ejército en Verona. Los francos persiguieron al joven príncipe hasta el litoral adriático. Desde allí Adelgis huyó hacia Constantinopla a fin de solicitar la ayuda de Constantino V Kopronymos, por entonces en guerra con Bulgaria.
Carlos expandió los distintos reinos francos hasta transformarlos en un Imperio al que incorporó gran parte de Europa Occidental y Central. Logró dominar casi toda la Europa Occidental, el norte de España, Francia, Alemania, Austria, Países Bajos e Italia. Era un católico devoto que mantuvo una estrecha relación con el Papado durante toda su vida. En 772, cuando el Papa Adriano I fue amenazado por los invasores, el rey se dirigió velozmente a Roma para proporcionar su ayuda. El asedio de Pavía se prolongó hasta la primavera de 774, época en que Carlomagno hizo una visita al Papa en Roma; allí confirmó las cesiones de territorios que su padre había estipulado en su testamento. Ciertas crónicas posteriores, de dudosa veracidad, afirman que amplió los mismos. Después de que Adriano le concediera el título de patricio regresó a Pavía, donde los lombardos se hallaban al borde de la derrota.
Cuando regresó a Sajonia el año 775, atravesó Westfalia y conquistó el fuerte sajón de Sigiburg. Luego, cruzó Angria, donde nuevamente derrotó a los sajones. Por último, en Estfalia, venció a un destacamento sajón y convirtió a su líder, Hessi, al cristianismo. En su camino de vuelta por Westfalia, estableció campamentos en Sigiburg y Eresburg, que hasta entonces habían sido importantes bastiones sajones. Toda Sajonia se hallaba bajo su dominio, a excepción de Nordalbingia; sin embargo, la resistencia sajona no había concluido.
A cambio de sus vidas, los lombardos se rindieron y abrieron las puertas de la ciudad a comienzos de la estación estival. Se envió a Desiderio a la Abadía de Corbie; su hijo Adelgis murió en Constantinopla como un patricio. Tras haberse ceñido la Corona Férrea, los señores lombardos, a excepción de Arechis II, quien proclamó la independencia de los territorios bajo su control, rindieron un homenaje al nuevo monarca en Pavía. Al convertirse en nuevo Rey de Lombardía, Carlomagno se convertía también en el señor más poderoso de Italia. A su marcha dejó una poderosa guarnición en Pavía, a la que envió tropas de refuerzo cada año.
A pesar de su victoria, los territorios italianos continuaban inestables: En 776, se rebelaron los duques Rodgaudo de Friuli e Hildeprando de Spoleto. Carlomagno se trasladó apresuradamente desde Sajonia a Italia a fin de combatir a los sediciosos. Se enfrentó a Rodgaudo en una batalla que derivó en una victoria aplastante sobre los rebeldes y la muerte del propio duque. Viéndose derrotado, Hildeprando accedió a firmar un tratado de paz. Su co-conspirador, Arechis, no fue sometido y Adelgis, su candidato al trono, jamás abandonó Bizancio. El norte de Italia había sido pacificado.
Después de su campaña en Italia subyugando a los duques de Friuli y Spoleto, Carlomagno regresó velozmente a Sajonia en 776, puesto que una revuelta había destruido su fortaleza en Eresburg. Una vez más, los sajones fueron aplastados, pero su líder más importante, el duque Widukind, consiguió escapar a Dinamarca, hogar de su esposa. Carlomagno construyó un nuevo campamento en Karlstadt y, en 777, llamó a una dieta nacional en Paderborn para completar la integración de Sajonia al reino franco. Siguiendo fielmente su política religiosa, hizo bautizar a un considerable número de sajones.
En la Dieta de Paderborn[85] recibió a los representantes de los gobernantes musulmanes de Zaragoza, Gerona, Barcelona y Huesca, quienes habían acudido allí debido a que sus señores habían sido arrinconados en la Península Ibérica por Abderramán I, el emir de Córdoba. Estos gobernantes moros o “sarracenos” ofrecieron homenaje al gran rey de los francos a cambio de su ayuda militar. Carlomagno, al ver la oportunidad de extender tanto la Cristiandad como su propio poder y creyendo que los sajones eran una nación subyugada, acordó dirigirse a España.
En 778, lideró el ejército de Neustria a través de los Pirineos Occidentales, mientras que los austrasios, lombardos y burgundios cruzaban los Pirineos Orientales. Los ejércitos se reunieron en Zaragoza y recibieron el homenaje de Sulayman al-Arabí y Kasmin ibn Yusuf, los gobernantes extranjeros. Sin embargo, Zaragoza no cayó con la rapidez que Carlomagno pensaba; incluso se encontró ante la batalla más difícil que enfrentara en toda su carrera y, temiendo una derrota, decidió retirarse y regresar a casa. Carlomagno no podía confiar en los moros ni en los vascones, a quienes se había enfrentado durante su conquista de Pamplona, y estaba abandonando la península por el Paso de Roncesvalles cuando ocurrió uno de los eventos más famosos de todo su reinado: Los vascones cayeron sobre su retaguardia y carros de carga, destruyéndolos. La Batalla de Roncesvalles, más bien una escaramuza que una batalla, arrojó varios famosos muertos, entre los que se encontraban el senescal Eggihard, el conde del palacio Anselmo y el prefecto de la Marca de Bretaña, Roldán, posterior inspiración del Cantar de Roldán, el famoso cantar de gesta francés.
En el verano de 779, invadió nuevamente Sajonia y reconquistó Estfalia, Angria y Westfalia, perdidas en la rebelión del año anterior. En una dieta realizada cerca de Lippe, dividió el territorio en distintas misiones y asistió en persona a varios bautismos en masa[86]. A continuación regresó a Italia y, por primera vez, no hubo una revuelta inmediata sajona. En 780 Carlomagno decretó la pena de muerte para aquellos sajones que no se bautizaran, no celebraran las fiestas cristianas y cremaran a sus muertos. Entre 780 y 782, Sajonia vivió un período de paz.
Carlomagno volvió a Sajonia nuevamente en 782. Estableció un código de leyes y designó varios condes, tanto sajones como francos. Las leyes eran severas en temas religiosos, y el politeísmo germano autóctono quedó en una condición sumamente precaria respecto del cristianismo, lo que despertó antiguos conflictos. Ese mismo año, Widukind regresó en otoño para liderar una nueva revuelta, la cual resultó en varios ataques contra la Iglesia. En respuesta, se cree que Carlomagno ordenó en Verden, Baja Sajonia, la decapitación de 4500 sajones que habían sido capturados practicando su paganismo nativo luego de haberse convertido al Cristianismo. El hecho, conocido como la Masacre de Verden, desencadenó dos años de sangrientos conflictos[87]. Durante esta guerra, el rey franco venció en las batallas de Lippspringe[88] y de Delmont[89] y finalmente consiguió someter a los frisones e incendiar una gran parte de su flota. La guerra concluyó cuando Widukind aceptó ser bautizado.
En Hispania, la lucha contra los moros continuó sin disminuir en intensidad durante toda la segunda mitad del reinado de Carlomagno. En 785, los soldados de su hijo Luis, que se encontraba encargado de defender la frontera con España, conquistaron Gerona de forma permanente y extendieron el control franco al litoral catalán; dicho control se mantuvo durante el resto del gobierno de Carlomagno, e incluso siguió siendo nominalmente franco mucho tiempo después, hasta el Tratado de Corbeil en 1258.
En 787 Carlomagno dirigió su atención hacia Benevento, donde Arechis reinaba de forma independiente; tras asediar Salerno, el duque ofreció su vasallaje. Sin embargo, cuando murió en 792, Benevento volvió a proclamar su independencia bajo la égida de su hijo, Grimoaldo III. Aunque los ejércitos de Carlos y sus hijos le atacaron en repetidas ocasiones, al no regresar el monarca francés al Mezzogiorno, estos territorios no serían nunca sometidos.
Carlos, como era tradición entre los monarcas y mayordomos del pasado, comenzó a nombrar a sus hijos para que ocuparan los cargos de mayor importancia del reino durante el primer periodo de paz por el que atravesó su gobierno[90]. Habiendo sido ungidos por el papado, hizo reyes a sus dos hijos más jóvenes[91]: Carlomán, el mayor de ellos, tomó la Corona Férrea y el nombre de “Pipino” al ser nombrado rey de Italia; y el más joven, Luis, fue nombrado rey de Aquitania. Carlos ordenó que ambos se criaran en el conocimiento de la costumbres de sus reinos, al tiempo que les otorgaba a sus regentes cierto control sobre dichos territorios. No obstante, aunque los dos jóvenes tuvieran la esperanza de heredar el reino algún día, el poder estuvo siempre en manos de su padre. Además, no toleró insubordinación alguna de parte de sus hijos: En 792 desterró a Pipino “el Jorobado” a consecuencia de una revuelta de la que era partícipe.
En 788, Carlomagno volvió su atención hacia Baviera y acusó a Tassilo de hacer tratos con los ávaros y otros enemigos suyos, rompiendo de este modo su promesa de fidelidad. Sometido a juicio, Tassilo fue depuesto y condenado a muerte, pero Carlos le indultó y se contentó con hacerle rapar y recluirle en el monasterio de Jumièges. Finalmente, en 794 Tassilo fue obligado a renunciar a sus derechos y a los de su familia sobre Baviera, en el sínodo de Fráncfort. Baviera, al igual que Sajonia, fue subdividida en condados por los francos.
En 788, los ávaros o hunos, una horda asiática pagana que se había establecido en la actual Hungría, invadieron Friuli y Baviera. Carlos estuvo ocupado con otras cuestiones hasta 790, pero en ese año marchó a lo largo del Danubio hasta su territorio, asolándolo hasta Raab. Luego, un ejército lombardo al mando de Pipino se adentró en el valle del Drava y devastó Panonia.
Pipino y el duque Eric de Friuli prosiguieron sus ataques a las fortalezas circulares de los ávaros. El gran Anillo de los Ávaros, su fortaleza de mayor importancia, fue tomada en dos ocasiones. El botín reunido se envió a Carlomagno, quien se encontraba en su capital, Aquisgrán, y la redistribuyó entre sus seguidores y gobernantes extranjeros, incluido el rey Offa de Mercia. Al poco tiempo, los tuduns ávaros desistieron y viajaron a Aquisgrán para someterse a Carlomagno como vasallos y cristianos. Carlos aceptó y uno de los jefes nativos, quien había sido bautizado como Abraham, fue enviado de regreso con el antiguo título de Jaghan. Abraham mantuvo la disciplina entre su gente, pero para el año 800 los búlgaros al mando de Krum habían acabado completamente con el estado ávaro. En el siglo X los magiares se establecerían en la llanura panónica, presentando una nueva amenaza para los descendientes de Carlomagno.
La expansión territorial que experimentó el Imperio Carolingio hasta 789 le llevó a tomar contacto con nuevos vecinos paganos, los eslavos. Carlomagno encabezó un ejército formado por soldados de Austrasia y Sajonia, con el cual cruzó el Elba y entró en tierras obodritas. Los eslavos liderados por Witzin se rindieron de inmediato. Posteriormente, Carlos aceptó la sumisión de los veleti, gobernados por Dragovit, exigiendo rehenes y el permiso para enviar, sin interferencias, misioneros a la región. El ejército alcanzó la región báltica antes de volver sobre sus pasos y dirigirse hacia el Rin con el botín logrado y sin sufrir hostigamientos. El estado tributario eslavo se convirtió en un aliado leal.
Los sajones se mantuvieron en paz durante siete años, hasta que los habitantes de Westfalia volvieron a rebelarse en contra de sus conquistadores. Estfalia y Nordalbingia se unieron a ellos en 793, pero la sublevación no contó con el apoyo de toda la población y fue sofocada hacia 794.
Los líderes musulmanes del noreste de la España Islámica se sublevaban continuamente contra las autoridades cordobesas y, a menudo, pedían la ayuda de los francos, cuya frontera continuó expandiéndose lentamente hasta 795, año en que Gerona, Cerdaña, Osona y Urgel fueron agrupadas en la nueva Marca Hispánica, dentro del antiguo ducado de Septimania.
En 795, cuando se rompió la paz con los sajones, tanto obodritas como veleti se levantaron en armas para acompañar a su nuevo amo en contra de los rebeldes. Witzin murió en combate y Carlomagno lo vengó asolando la región del Elba correspondiente a Estfalia. Thrasuco, el sucesor de Witzin, lideró a sus hombres en la conquista de Nordalbingia y entregó a los líderes rebeldes a Carlomagno, lo que le valió grandes honores. Los obodritas se mantuvieron leales a Carlos hasta su muerte y luego combatieron contra los daneses.
A continuación, se produjo una revuelta en Angria en 796, aunque fue aplacada rápidamente gracias a la presencia de los sajones cristianos, los eslavos y del mismísimo Carlomagno. El último intento independentista ocurrió en 804, más de treinta años después de la primera campaña de Carlomagno en Sajonia. En esta ocasión, la más turbulenta de todas, el pueblo de Nordalbingia se halló a sí mismo incapacitado para volver a conducir una nueva rebelión. La guerra que había durado tantos años concluyó al fin cuando accedieron a los términos ofrecidos por el Rey; los cuales consistían en renunciar a sus costumbres religiosas nacionales y a la adoración de demonios, aceptar los sacramentos de la religión y de la fe cristiana, y unirse a los francos para conformar un único pueblo.
Al alcanzar la mayoría de edad, los hijos del monarca combatieron en su nombre durante el transcurso de numerosos conflictos. A Carlos le preocupaban especialmente los bretones, con los que compartía frontera y quienes se rebelaron contra él en al menos dos ocasiones, aunque fueron fácilmente subyugados, y también luchó intensamente contra los sajones. Entre 805-806 se internó en el Böhmerwald a fin de hacer frente a los eslavos que habitaban dichos territorios; tras una rápida campaña, les sometió hasta el punto de obligarles a rendirle homenaje. Tras ello los francos devastaron el Valle del Elba e impusieron tributo en la zona. Pipino se enfrentó a los ávaros, así como a los beneventani y a los eslavos del norte. Cuando finalmente surgió un conflicto con el Imperio Bizantino a consecuencia de su coronación imperial y de la rebelión de Venecia, la organización política interna era inmejorable. Luis se posicionó al frente de la Marca Hispánica y, al menos en una ocasión, se dirigió al sur de Italia a fin de enfrentarse al duque de Benevento. El hijo de Carlos tomaría Barcelona tras un importante asedio en 797.
En 797 Barcelona, la ciudad principal de la región, cayó ante los francos cuando Zeid, su gobernador, se rebeló contra Córdoba y, tras fracasar, la entregó a Carlomagno. Pese a que las autoridades omeyas consiguieron reconquistarla en 799, Luis marchó junto a todo su ejército, cruzó los Pirineos y asedió la ciudad durante dos años, pasando allí el invierno desde 800 a 801, hasta su rendición. Los francos continuaron arremetiendo contra el emir: En 809 ocuparon Tarragona y, en 811, Tortosa. Esta última conquista los llevó hasta la desembocadura del Ebro y les permitió el acceso a Valencia, lo que impulsó a que el emir Alhakén I reconociera sus conquistas en 812.
La conquista de Italia hizo que Carlomagno entrase en contacto con los sarracenos que, en esa época, controlaban el Mediterráneo y ocupaban arduamente a su hijo Pipino. Carlomagno conquistó Córcega y Cerdeña en fechas desconocidas, y las islas Baleares en 799. Dichas islas eran blancos frecuentes de ataques por parte de piratas sarracenos, mas el conde de Génova y Toscana, Bonifacio, los mantuvo a raya mediante el envío de una numerosa flota cuya operatividad se prolongó hasta el fin del reinado de Carlomagno. El rey llegó a tener contacto con la corte del califa en Bagdad: En 797, el califa de Bagdad, Harún al-Rashid, obsequió a Carlomagno con un elefante asiático llamado Abul-Abbas y un reloj.
En 799, el papa León III había sido atacado por los romanos, quienes intentaron arrancarle los ojos y la lengua. León escapó y se refugió con Carlomagno en Paderborn, solicitándole que interviniera en Roma y restaurara su gobierno. El rey franco, aconsejado por Alcuino de York, aceptó viajar a Roma y así lo hizo en noviembre de 800. El 1 de diciembre realizó una asamblea y, el 23 del mismo mes, León tomó juramento declarándose inocente. Durante la misa celebrada en Navidad, cuando Carlomagno se arrodilló para orar ante el altar, el Papa lo coronó Imperator Romanorum en la Basílica de San Pedro. Con este acto, el Papa intentaba transferir a Carlos el cargo de Constantinopla. Carlomagno ignoraba las intenciones de León y no deseaba dicho nombramiento. Al principio fue tal la aversión, que declaró que no hubiese puesto un pie en la Iglesia el día que le fueron conferidos los títulos imperiales, pese a que fue un gran día festivo, de poder haber previsto los designios del Papa.
De esta manera reforzó las amistosas relaciones que su padre había mantenido con el Papado y se convirtió en su protector tras derrotar a los lombardos en Italia. De este modo sucedía al Imperio Bizantino como protector de la cristiandad. La iconoclasia de la dinastía isauria y los consiguientes conflictos religiosos con la emperatriz Irene, quien en el año 800 ocupaba el trono de Constantinopla, probablemente fueran las principales causas por las que el Papa deseaba aclamar formalmente a Carlos como emperador romano. Además, también ansiaba incrementar la influencia del Papado, honrar a su salvador, Carlomagno, y resolver las cuestiones constitucionales que por entonces afligían a los juristas europeos, en una época en que Roma no se hallaba en manos de un emperador. De este modo, cuando Carlomagno asumió el título de emperador, a los ojos de los francos e italianos no se trató de una usurpación del cargo; pero sí lo fue en Constantinopla, donde Irene y su sucesor, Nicéforo I, protestaron vigorosamente sin que ninguno de ellos lograse algo al respecto.
No obstante, después de 806, Carlos pasaría a designarse a sí mismo no como “Emperador de los romanos”, un título reservado al emperador bizantino, sino como “Emperador gobernante del Imperio Romano”. Sin embargo, los bizantinos siguieron conservando varios territorios en Italia: Venecia; Reggio, en Calabria; Brindisi, en Apulia y Nápoles. Estas regiones permanecieron fuera del dominio franco hasta 804, cuando los venecianos, desgarrados por luchas internas, transfirieron su lealtad a la Corona Férrea de Pipino, hijo de Carlos. Tras la conquista de Nordalbingia, el territorio franco colindaba con Escandinavia.
Para el 806, Carlomagno realizó las primeras previsiones a fin de dividir su Imperio a su muerte. A Carlos el Joven le habría legado Austrasia, Neustria, Sajonia, Borgoña y Turingia; a Pipino Italia, Baviera y Suabia; a Luis Aquitania, la Marca Hispánica y la Provenza. No existe mención alguna a los títulos imperiales, no obstante, ciertos historiadores han afirmado que el monarca francés consideraba los títulos como una recompensa que debía ganarse cada uno, y no como una herencia. Esta división podría haber sido efectiva, pero los fallecimientos de Pipino[92] y Carlos[93] obligaron a Carlomagno a reconsiderar el reparto.
Los paganos daneses, una raza casi desconocida para los ancestros de Carlos, pero destinada a ser ampliamente conocida por sus hijos, habitaban la península de Jutlandia habían oído muchas de las historias relatadas por Widukind y sus aliados, quienes se refugiaban en la corte danesa, así como de la ferocidad con que el rey cristiano trataba a sus vecinos paganos.
En 808, el rey danés, Godofredo, construyó la gran Danevirke a lo largo del istmo de Schleswig. Esta muralla defensiva, que en un principio medía 30 kilómetros de largo, fue utilizada por última vez durante la Guerra de los Ducados en 1864. La Danevirke tenía por objeto proteger a los daneses, al mismo tiempo que le proporcionaba a Godofredo la oportunidad de saquear Frisia y Flandes por medio de ataques piratas. Además, el danés sometió a los veleti, aliados de los francos, y combatió a los obodritas. Godofredo invadió Frisia y bromeaba con visitar Aquisgrán. Sin embargo, no pudo hacer otra cosa ya que fue muerto, aunque se ignora si a manos de un asesino franco o de uno de sus propios hombres. Godofredo fue sucedido por su sobrino Hemming, quien firmó el Tratado de Heiligen con Carlomagno a finales de 811.
La Pax Nicephori concluyó y Nicéforo asoló las costas con una flota y, así, comenzó la única guerra entre bizantinos y francos. Los enfrentamientos se prolongaron hasta 810, cuando el bando pro-bizantino en Venecia le confirió una vez más el dominio de la ciudad al Imperio Bizantino y los dos emperadores de Europa hicieron las paces: Carlomagno recibió la península de Istria, y en 812 el Emperador Miguel I Rangabé reconoció su condición de Emperador y de nuevo hubo dos emperadores en Europa.
Comúnmente se ha asociado el reinado de Carlos con el renacimiento carolingio, un resurgimiento de la cultura, religión y arte latinas a través del Imperio Carolingio y dirigido por la Iglesia Católica. Por medio de sus conquistas en el extranjero y sus reformas internas, Carlomagno sentó las bases de lo que sería Europa Occidental en la Edad Media. En las monarquías francesa, alemana y del Sacro Imperio Romano, se le nombra como Carlos I.
Combatió a los sarracenos que amenazaban sus posesiones en la Península Ibérica y trató de apoderarse del territorio, mas tuvo que batirse en retirada a causa de un ataque de los sajones y perdió en el desfiladero de Roncesvalles a toda su retaguardia y a su sobrino, Roldán. Luchó contra los pueblos eslavos, y tras una larga campaña logró someter a los sajones, obligándoles a convertirse al cristianismo e integrándoles a su reino; de este modo allanó el camino para el establecimiento de la Dinastía Sajona.
Hoy es considerado, no solo como el fundador de las monarquías francesa y alemana, sino también como el padre de Europa: Su imperio unificó por primera vez la mayor parte de Europa Occidental desde la caída del Imperio Romano, y el renacimiento carolingio estableció una identidad europea común.
La actitud de Carlomagno hacia sus hijas ha sido motivo de gran controversia; las mantuvo en casa junto a él y se negó a permitir que contrajeran matrimonio, probablemente a fin de evitar el establecimiento de sub-ramas familiares que pudieran rebelarse contra la principal, como fue el caso de Tasilón III, aunque les permitió mantener relaciones extramaritales, llegando incluso a honrar a sus concubinas, y guardó gran aprecio por los hijos bastardos que engendraban. Al parecer nunca creyó las historias que circulaban en torno a su salvajismo. Tras la muerte de Carlomagno, su hijo Luis las desterró de la corte y las envió a conventos que su padre había elegido. Una de ellas, Bertha, mantuvo una relación, o quizá un matrimonio, con Angilberto, miembro de la corte de su padre.
En 813, Carlomagno convocó a su corte a Ludovico Pío, rey de Aquitania y su único hijo sobreviviente. Una vez allí, lo coronó con sus propias manos como co-emperador para luego enviarlo de regreso a Aquitania. La única parte del Imperio que no concedió a su heredero fue Italia, prometida años atrás a Pipino, hijo ilegítimo de Bernardo.
A continuación, pasó el otoño de cacería antes de volver a Aquisgrán el 1 de noviembre. En enero enfermó de pleuritis y el 21 cayó en cama. Murió el veintiocho de enero, a las nueve de la mañana, tras participar de la eucaristía, en su septuagésimo segundo año de vida y el cuadragésimo séptimo de su reinado.
Carlos fue sepultado el mismo día de su muerte en la Catedral de Aquisgrán, pese a que el clima frío y la naturaleza de su enfermedad no imponían apuro alguno a su entierro. La muerte de Carlomagno afectó profundamente a muchos de sus cortesanos, en especial a aquellos que formaban una especie de “camarilla literaria” adherida al emperador en Aquisgrán.
Fue sucedido por su hijo superviviente, Ludovico, quien había sido coronado el año anterior. Su imperio permaneció intacto una sola generación más; la historiografía afirma que la división efectiva entre los hijos de Ludovico dio pie a la formación de los modernos estados de Francia y Alemania.
Después de la muerte de Carlomagno en 814 comenzó un declive en el Imperio, que en cierta forma fue detenido por Enrique I, que reinó del 913 al 936, pero volvió a bajar cuando su hijo Otto I tomó el poder que mantuvo hasta el 978. Luego, no se levantó otro emperador importante hasta Federico II, que fue excomulgado por el Papa en dos ocasiones, aunque en la quinta cruzada llegó a proclamarse rey de Jerusalén.
En 1273, Rudolf de Habsburgo, fundador de la Casa de Austria, llegó al poder imperial y sometió a los príncipes y barones, pero esto llegaría al final cuando Carlos V abdicó en 1554 y murió dos años después.
Al inicio del Imperio, la rivalidad entre emperadores y papas no se hizo esperar, pero cuando estalló la Reforma esa enemistad acabó. Así también el Sacro Imperio Romano Germánico, a quien Voltaire había ridiculizado con su frase: “No es santo ni romano y menos imperio”, llegó a su fin en 1806 cuando Francisco II fue obligado a quedar únicamente con el título de “Emperador de Austria”.
6. El Adopcianismo.
Otra de las herejías que se dieron en este tiempo fue la del “Adopcianismo”, en España, que basándose en un concepto monarquiano de la divinidad, afirmaba que Jesús, hijo de María, era meramente hombre, pero elevado de algún modo a la altura de Dios, por una especie de adopción. El resultado es la negación de la divinidad de Cristo o una especie de nestorianismo, que admite dos hijos: El Hijo de Dios, consustancial al Padre, y Jesucristo, simple hombre, elevado o adoptado por la divinidad. Esta elevación se concebía, o bien de un modo semejante a la de los profetas, que supone que Cristo fue investido de una fuerza o espíritu superior, o bien a la manera de la mitología griega, según lo cual fue elevado a la misma divinidad. En sus diversas manifestaciones, el adopcionismo significa un desconocimiento y negación de la doctrina sobre las dos naturalezas en Cristo, unidas hipostáticamente en una sola persona.
a) Primeras manifestaciones.
Desechando de las ideas de los ebionitas sobre Cristo, el adopcionismo se presenta en dos formas en los siglos II y III: Las de Teodoto de Bizancio y Pablo de Samosata. El primero era hombre erudito que propuso la doctrina de que Cristo era hombre, si bien elevado por una virtud o fuerza superior. Habiendo apostatado en la persecución, se arrepintió posteriormente, y para justificarse de su caída, según atestigua Epifanio, afirmaba que, al negar a Cristo, no había negado a Dios, sino solo a un hombre. Excomulgado por Víctor I el año 190, continuó haciendo prosélitos en Roma. Entre sus discípulos se distinguieron: Teodoto el joven, quien presentó a Melquisedec como un predecesor de Cristo, semejante a él por su elevación; y Artemón, sucesor suyo en la dirección de la secta.
b) Una segunda manifestación.
A mediados del siglo III, en Antioquía, resurgió el adopcionismo. Su promotor fue Pablo de Samosata, hombre de formación dialéctica, que bien pronto llamó la atención por su vida relajada, pero sobre todo por su teoría, íntimamente relacionada con la de Teodoto de Bizancio. Según él, Cristo es solo hombre, pero en Él habita el logos o virtud de Dios. Con su naturaleza humana pudo sufrir, pero con la dínamis superior hizo milagros. Ya en un Sínodo de Antioquía del año 254 tuvo que defenderse y procuró ocultar sus errores.
Consiguió ser elevado en el año 260 a la sede de Antioquía, y continuó defendiendo sus doctrinas cismáticas. Finalmente, fue excomulgado en el Sínodo de Antioquía del año 268, pero logró mantenerse en su sede, hasta que, conquistada la ciudad por el emperador Aureliano, tuvo que cederla a Domno, obispo fiel a Roma.
c) Tercera manifestación.
El obispo de Urgel, Félix y el arzobispo de Toledo, Elipando, fueron los defensores más tenaces del adopcionismo en España en la segunda mitad del siglo VIII. Por su parte, Alcuino, fue el más destacado y sistemático opositor.
Elipando combatió primero el error de Mignecio, según el cual un Dios personal había aparecido en David como Padre, en Cristo como Hijo y en Pablo como Espíritu Santo, pero él mismo cayó en otro error. Entendiendo mal la doctrina de las dos naturalezas en Cristo, proclamada en el Concilio de Calcedonia, volvió a una especie de nestorianismo, según el cual, el Hijo de Dios tomó por adopción la naturaleza humana. Así, pues, defendía dos hijos: El hombre Cristo, adoptado por la divinidad, y el Hijo de Dios, consustancial con el Padre. Elipando pretendía probar su doctrina con los Padres, para lo cual aducía, entre otros, textos de Hilario e Isidoro, en los que parece que se habla de la adopción por parte de Dios de la naturaleza humana. Asimismo utilizaba textos de la liturgia mozárabe donde se emplea algunas veces el concepto de adopción. Pero tanto en los Padres como en la liturgia mozárabe se da a ese concepto un sentido popular, equivalente a tomar la naturaleza humana o unirse a ella, no en el preciso que le atribuía Elipando. La principal dificultad que se oponía a la doctrina de Elipando era que, como una persona, con relación al mismo Padre, no puede ser a un tiempo Hijo natural y adoptivo, esta doctrina suponía en Cristo dos personas, con lo cual recaía en el nestorianismo. Esto no lo querían admitir ni Elipando ni sus fieles discípulos, quienes proclamaban que defendían la unión hipostática de Cristo; pero de su modo de concebir se deducía la doctrina nestoriana de dos personas en Cristo.
Con su pasión característica, se dedicó Elipando a la propaganda de sus ideas, ganando al obispo de Asturias, Ascario. Esta nueva herejía traspasó los límites de la España musulmana, dentro de la cual se encontraban Elipando y Ascario. Los primeros que defendieron la doctrina ortodoxa contra estas nuevas doctrinas fueron dos eminentes teólogos españoles, pertenecientes a la España libre del Norte: Beato de Liébana, a quien presenta Alcuino como “varón santo y docto”, tanto en su vida como en su nombre; y Eterio, obispo de Osma, discípulo suyo y no menos docto que su maestro. Al lado de Beato, conocido por su Comentario al Apocalipsis, en el que se presenta como gran conocedor de la Biblia, se distinguió Eterio como gran teólogo, si bien Elipando lo despreciaba por su juventud. Ambos compusieron en colaboración una Apología de la verdadera doctrina que constituye una valiente refutación del adopcionismo, anterior a las de Alcuino y otros teólogos.
Basándose en los textos de la Sagrada Escritura y en una Teología sana y vigorosa, ambos teólogos objetan el error de Elipando. Describiendo esta obra teológica de los dos célebres teólogos españoles, Beato y Eterio, Menéndez Pelayo dice que nació “en tierra áspera, agreste y bravía, entre erizados riscos y mares tempestuosos”, y añade: “…pasma el que se supiese tanto y que se pudiese escribir de aquella manera, ruda, pero valiente y levantada, en el pobre reino asturiano”[94].
d) Primeras medidas contra el adopcionismo.
La valiente conducta de Beato y Eterio produjo resultados muy diversos. Por un lado, al tener noticia de la controversia, el Papa Adriano I[95] dirigió una carta “a todos los obispos que moraban en toda España”, condenando a su vez el adopcionismo de Elipando de Toledo y Ascario, como renovadores de la doctrina de Nestorio. Más, por otro, se producía la conquista para el adopcionismo del que sería en adelante su más decidido defensor. Era el obispo de Urgel, Félix, ya conocido por su extraordinaria erudición y por sus ideas semejantes a las de los adopciananos. Deseando Elipando nuevos aliados para su doctrina, acudió a Félix, pidiéndole su parecer sobre la cuestión discutida “si Cristo en cuanto hombre, debía ser considerado como hijo propio o como hijo adoptivo”. Según refiere Eginardo, Félix respondió a esta consulta confirmando plenamente la opinión de Elipando.
De este modo se iniciaba la gran batalla en torno al adopcionismo. Después de la conquista de la Marca Hispánica[96] por el Imperio, este ejercía su tutoría espiritual sobre aquella. Por esto cuando en la Escuela Palatina de Aquisgrán, dirigida por Alcuino, se dieron cuenta de que el adopcionismo se había introducido en Cataluña e incluso iba penetrando al otro lado de los Pirineos, se decidió reunir un gran sínodo para solucionar el problema. Con la autoridad de Carlomagno, se convocó para el a. 792 un sínodo en Ratisbona, obligándose a Félix de Urgel[97] a comparecer en 61 y dar cuenta de sus ideas. Félix se presentó. Se examinó detenidamente la doctrina del adopcionismo y se lanzó contra ella la primera condena. El obispo de Urgel tuvo que renunciarla. No contento con esto, Carlomagno lo envió a Roma, al Papa Adriano I. En presencia del Pontífice, Félix de Urgel rechazó con un nuevo juramento el adopcionismo, y hecho esto, volvió a su diócesis.
Pero Félix, apenas llegado a su diócesis, emprendió una nueva campaña en defensa del adopcionismo, de la que tenemos diversas noticias. Por otro lado, entre los años 793 y 795, Elipando de Toledo imprimió un nuevo matiz a su propaganda. Se dirigió él mismo a Carlomagno y procuró convencerlo de que su principal defensor, Beato de Liébana, defendía doctrinas heréticas. En el mismo sentido, según parece, dirigieron él y los suyos diversas cartas a los obispos del sur de Francia, en las que procuraban probar sus doctrinas con testimonios de los Padres, al mismo tiempo que refutaban agresivamente a Beato como apóstata e inmoral. Todo esto produjo gran alarma en Carlomagno, que se dirigió al Papa Adriano I y en juicio con él hizo reunir en el año 794 un nuevo sínodo general en Frankfort del Main. Entre los obispos de Italia que tomaron parte en él, sobresalen Paulino de Aquileya y Pedro de Milán, presididos por los legados pontificios. Pero ni Elipando ni Félix asistieron a él.
El sínodo se celebró con normalidad, y sobre la base de una carta de Adriano I, proclamó, frente a la doctrina del adopcionismo, que el Hijo de Dios, tiene, sí, dos naturalezas, divina y humana, pero no puede ser designado como hijo adoptivo en cuanto hombre. Según esto, se redactaron dos exposiciones: La primera, obra de Paulino de Aquileya, contenía la prueba bíblica; la segunda se basaba en la patrística. Juntamente con un escrito del Papa, Carlomagno envió estos documentos a Elipando y Félix, exhortándoles a que abandonaran su error y abrazaran la verdadera fe, proclamada por el sínodo y por el Pontífice. Pero, en lugar de someterse, ambos continuaron con más intensidad sus propagandas.
e) Última fase del adopcionismo.
La controversia entró entonces en su fase última, cuyo principal paladín es Alcuino. En tono conciliador, redactó una refutación del adopcionismo que envió por mano de Benito de Aniano a los monjes del sur de Francia y de Cataluña. Pero Félix publicó rápidamente una refutación que Carlomagno, aconsejado por el mismo Alcuino, envió al Pontífice y a Paulino de Aquileya. Entonces redactó Alcuino su segunda obra Libellus adversus Felices haeresim, a la que Félix respondió. Por tercera vez tomó Alcuino la pluma y compuso su mejor obra sobre esta materia, los Siete libros contra Félix de Urgel.
Paulino de Aquileya redactó otra refutación de Félix. Pero todo fue inútil. Precisamente entonces compuso Elipando su tratado, que dirige “al reverendísimo diácono Alcuino, ministro, no de Cristo, sino del fetidísimo Beato”.
El nuevo Papa, León III, en un sínodo celebrado en Roma en el año 799, condenó de nuevo al adopcionismo. Por su parte, Carlomagno, siempre aconsejado por Alcuino, envió a la Marca Hispánica al abad Benito de Aniano y a varios obispos para que instruyeran debidamente al pueblo y consta que por este medio muchos volvieron a la verdadera fe. Pero su triunfo principal consistió en convencer al mismo Félix de Urgel para presentarse con ellos ante Carlomagno. Durante el mismo año 799 se celebró en Aquisgrán un nuevo sínodo o conferencia de gran significación. Durante seis días Félix expuso con todo detalle sus ideas sobre el adopcionismo; presentó sus dificultades contra la doctrina expuesta por Alcuino, y este fue rebatiendo todos los errores doctrinales de Félix y respondiendo a todas sus dudas. Félix abjuró sus errores, según parece, con toda convicción, y dirigió a sus partidarios una profesión de fe. En ella proclamaba la doctrina de que, en ambas naturalezas, divina y humana, había un único y verdadero Hijo, el unigénito del Padre, rechazando expresamente la doctrina del adopcionismo.
Mas como Félix había cambiado tantas veces de opinión, Carlomagno decidió que no volviera a España. Por consejo de Alcuino se retiró a Lyon, bajo la tutela de su obispo, donde murió en el año 818. Durante este tiempo consta que dio muestras de caridad hacia Alcuino. Pero el obispo Agobardo de Lyon encontró, después de su muerte, ciertos papeles que dejan alguna duda sobre la autenticidad de su conversión. Elipando parece que persistió hasta su muerte en el error. Pero, muertos Félix y Elipando, no quedan en España vestigios de su doctrina, prueba convincente de que esta Teología no había tenido muchos adeptos.
7. El Cisma de Oriente.
El cisma más grave que tuvo la Iglesia Católica es la que protagonizaron los seguidores del obispo de Constantinopla cuando se separaron de Roma en 1054. Aunque según los “Ortodoxos”, que es el nombre que adoptaron, ellos simplemente interrumpieron su comunión con una sede a la que reconocían como igual, no como superior, y a la que solo por razones de cortesía y de historia reconocían un primado honorífico, la verdad es que la Iglesia Oriental siempre funcionó de manera independiente de la Occidental.
En el año 589, durante el Tercer Concilio de Toledo, donde tuvo lugar la conversión de los visigodos al catolicismo, se produjo la añadidura del término filioque[98], por lo que el Credo pasaba a declarar que el Espíritu Santo procede no exclusivamente del Padre a través del Hijo como decía el credo Niceno, sino del Padre y del Hijo. Esto condujo a que la situación entre Constantinopla y Roma se mantuviesen siempre en tensión, y como preludio de lo que iba a venir, en el siglo IX se presenta el Cisma de Focio.
a. El Cisma de Focio.
Regía la sede romana el Papa Nicolás I[99] y el obispo Ignacio era Patriarca de Constantinopla, elegido para tal por los monjes el 4 de julio del año 847. Era un hombre muy piadoso, abad de uno de los innumerables monasterios existentes en la ciudad, de pocas luces y, por ello, obstinado en sus decisiones. En la fiesta de Epifanía del año 857 negó públicamente la Comunión a un tío del Emperador Miguel III, Bardas, que vivía licenciosamente con su propia nuera. Ello motivó su deposición y destierro el día 23 de noviembre del 858, acusado de haber traicionado la confianza del Emperador. Nombró este como nuevo Patriarca a un miembro de la Corte imperial, laico, oficial mayor de su guardia, llamado Focio, hombre culto y erudito, que en cinco días recibió todas las órdenes sagradas de manos de un obispo poco amigo del depuesto Patriarca.
Quiso Focio recibir la confirmación del Papa Nicolás I, persona muy enérgica, muy consciente de su rango primacial, dispuesto a hacer valer su autoridad en Oriente y Occidente, conocedor del caso por los informes que le había enviado el depuesto Ignacio, que envió a Constantinopla a sus legados con instrucciones muy concretas y facultades muy precisas. Parece que no se ajustaron estos a los poderes recibidos y, en vez de deponer a Focio y restituir a Ignacio como indicaban sus instrucciones, se dejaron ganar por los alegatos del intruso, al que confirmaron como Patriarca de Constantinopla en un Sínodo habido en la ciudad el año 861. Conocedor el Pontífice de la deslealtad de sus legados, les excomulgó, pena que hizo extensiva al emperador y al patriarca. Ello originó la ruptura de éstos con el Papa y el rechazo de la primacía papal, a lo que añadieron la excomunión y deposición del mismo Papa por parte del Patriarca. Ciertamente no fueron muchos los años que duró el Cisma de Focio, del 858 al 867, pues al ser derrocado el Emperador Miguel III por el macedonio Basilio I, fue depuesto y restituido en su sede el Patriarca Ignacio. Por esta frase, Focio excomulgó al Papa en el 867. Pero los católicos occidentales aseguran que fueron ellos los que excomulgaron al Patriarca de Constantinopla, que hizo lo mismo con el Papa.
Sin embargo, la capacidad de intriga de Focio, cuya deposición y destierro, con su reducción al estado laical, fue confirmada en el IV Concilio de Constantinopla, VIII de los ecuménicos, era tan asombrosa que logró granjearse de nuevo la confianza de Basilio I y ser restituido por este en la sede patriarcal tras la muerte de Ignacio, ahora con el consentimiento del Papa Juan VIII. Focio había formado un partido anti-romano, el cuál de allí en adelante nunca se disolvió.
Focio dio a los bizantinos una nueva y poderosa arma. El grito de herejía proferido bastante en todas las ocasiones, nunca dejó de generar indignación popular. Sin embargo, a nadie se le había ocurrido acusar a todo Occidente de estar empapado de perniciosa herejía. Hasta ahora había sido un problema de resentir el uso de la autoridad papal en casos aislados. Esta nueva idea llevó la guerra al interior del campo enemigo con venganza. Cuando Focio llama a los latinos “mentirosos, luchadores contra Dios, precursores del Anticristo”, ya no es una cuestión meramente de ofender a sus superiores eclesiásticos. Él ahora asume un papel más efectivo; es el campeón de la ortodoxia, indignado contra los heréticos.
Por sus intrigas y embrollos, conocidos por el nuevo emperador, León VI, Focio fue depuesto de nuevo y enviado a un monasterio donde murió diez años más tarde. El patriarca Antonio Kauleas, que le sucedió, restableció en un Sínodo la unión total con Roma, repuso el nombre del Papa en los dípticos de la Misa y renovó unas relaciones que ya siempre serían frías y protocolarias, origen de fricciones continuas, nacidas también por la política anti-bizantina del imperio carolingio, aliado del Papa, que terminarían con la ruptura total, acaecida el año 1054.
Después de Focio, el patriarca Juan IX Bekkos habla de “paz perfecta” entre Oriente y Occidente. Pero esa paz era solo en la superficie. La causa de Focio no murió. Permaneció latente en el partido que él dejó, el partido que aun odiaba a Occidente, que estaba listo para romper nuevamente la unión al primer pretexto, que recordaba y que estaba listo a revivir la acusación de herejía contra los latinos.
b. El Cisma de 1009.
En el año 1009 el nombre del Papa fue retirado de los dícticos del patriarcado de Constantinopla. Se discute todavía entre los historiadores cuál haya sido el motivo de este cambio. Una causa pudo ser el hecho de que el Papa Sergio IV había enviado al patriarca de Constantinopla una profesión de fe que contenía el filioque y eso habría provocado la ira del patriarca Sergio II.
c. El Cisma de 1014.
En 1014 con motivo de su coronación como emperador de Sacro Imperio, Enrique II solicitó al Papa Benedicto VIII la recitación del Credo con la inclusión del filioque. El Papa, necesitado del apoyo militar del emperador, accedió a su petición con lo que por primera vez en la historia el filioque se usó en Roma.
La iglesia griega quería en aquellos primeros años del milenio encontrar una especie de entendimiento con la iglesia latina de manera que con el consenso del Pontífice romano, la Iglesia de Constantinopla fuese declarada y considerada universal en su propia esfera, así como Roma en el mundo entero. Esto implicaba una doble forma de ser una sola Iglesia católica. El Papa Juan XIX pareció vacilante ante la propuesta de la iglesia griega lo cual le supuso recibir la recriminación de algunos monasterios que estaban por la reforma eclesial.
d. El Gran Cisma de Oriente.
En el año 1054, el Papa León IX, patrocinador de la reforma eclesiástica iniciada en el monasterio de Cluny, y defensor de la primacía papal, reinaba en Roma, donde era amenazado por los normandos, y buscaba una alianza con Bizancio, por lo que mandó una embajada a Constantinopla encabezada por su colaborador, el cardenal Humberto de Silva Candida, y formada por los arzobispos Federico de Lorena y Pedro de Amalfi. Parece que León no estuvo afortunado en la elección del cardenal de Silva, cuya aversión a lo bizantino era manifiesta. Se presentó en Constantinopla dispuesto a proclamar la autoridad pontificia, pero en ningún caso a dialogar.
Además, los legados papales negaron, a su llegada a Constantinopla, el título de ecuménico al Patriarca Miguel I Cerulario[100] y, además, pusieron en duda la legitimidad de su elevación al patriarcado. Cerulario se distinguía por una morbosa antipatía a todo lo occidental y a sus instituciones, con especial incidencia en la iglesia romana y en su representante el Papa, que le llevó a acusarle reiteradamente de inmerso en la herejía por hechos más relacionados con la liturgia o la disciplina que con las cuestiones teológicas. El patriarca se negó entonces a recibir a los legados. El cardenal respondió publicando su Diálogo entre un romano y un constantinopolitano, en el que se burlaba de las costumbres griegas y, tras excomulgar a Miguel I Cerulario mediante una bula que depositó el 16 de julio de 1054 sobre el altar de la Iglesia de Santa Sofía, abandonó la ciudad y se volvió a Roma tan feliz, tras haber lanzado excomuniones y entredichos a todos los jerarcas bizantinos.
El 24 de julio de ese mismo año, el Patriarca Ecuménico de Constantinopla respondió excomulgando al cardenal y a su séquito, y quemó públicamente la bula romana, con lo que se inició el Cisma, pues alegan que, en el momento de la excomunión, León IX había muerto y por lo tanto el acto del cardenal de Silva no habría tenido validez; añaden también que se excomulgaron individuos, no Iglesias.
La posterior deposición y destierro de Cerulario no originaron, como en casos anteriores, la conclusión del cisma. Después vendrían los cruzados, hombres con frecuencia incultos, rudos y rapaces, que se dedicaron, en no pocas ocasiones, al pillaje y el despojo de las buenas y sencillas gentes del pueblo; los comerciantes venecianos y genoveses, nada escrupulosos a la hora de “saquear” las riquezas del Imperio y algunas de sus más preciadas reliquias; y la desafortunada actuación de los gobernantes del llamado “imperio latino de Constantinopla”[101] que pretendieron latinizar, de forma más o menos violenta, la liturgia y las costumbres de un pueblo con características y peculiaridades propias. Todo ello engendró en el pueblo, que había permanecido ajeno a las disputas de los poderosos, una antipatía y odio hacia lo occidental, lo latino y lo europeo, que ha imposibilitado la unión, haciendo fracasar los débiles intentos propiciados a lo largo de los siglos.
El Segundo Concilio de Lyon en 1274 y de nuevo el Concilio de Florencia en 1439, llegaron a una reunificación que el pueblo esperó cerrara para la siempre la grieta. Pero ni duró la reunificación, ni tuvo ninguna base sólida del lado oriental. El partido antilatino, preconizado, formado y organizado desde mucho tiempo atrás por Focio, bajo Cerulario había llegado a representar la totalidad de la Iglesia Ortodoxa. Este proceso fue gradual, pero ahora estaba completo. Al principio las Iglesias Eslavas no vieron razón para romper con Occidente debido a que el Patriarca de Constantinopla se hubiese enemistado con el Papa. Pero el hábito de mirar hacia la capital de imperio eventualmente les afectó también. Ellos utilizaban el Rito Bizantino, eran Orientales; así se colocaron del lado de Oriente.
En Lyon y luego, de nuevo en Florencia, la reunificación era solo un expediente del gobierno. El emperador deseaba que los latinos combatieran contra los turcos por cuenta de él. Así él estaba preparado para conceder cualquier cosa hasta que el peligro hubiera pasado. Es claro que en estas ocasiones el móvil religioso impulsaba solo a Occidente. Éste no tenía nada que ganar; no deseaba nada de Oriente. Los latinos tenían todo que ofrecer y estaban preparados para brindar su ayuda. Todo lo que Occidente quería a cambio era que terminara el lamentable y escandaloso espectáculo de una Cristiandad dividida. Pero a los bizantinos no les importaba el motivo religioso; o más bien, la religión para ellos significaba la continuación del cisma. Habían llamado herético a Occidente tantas veces que comenzaron a creerlo. La reunificación fue una desagradable y humillante condición para que el ejército franco viniera y los protegiera. El pueblo común había sido tan bien entrenado en su odio hacia los “Acimitas” y “adultera credos”, que su celo por lo que consideraban Ortodoxia pudo más que su temor a los turcos. La frase “Preferible el turbante del Sultán que la tiara del Papa” expresaba con exactitud sus pensamientos. Cuando los obispos que habían firmado los decretos de reunificación regresaron, fueron recibidos con un estallido de indignación como traidores a la fe ortodoxa. En cada ocasión, la reunificación fue rota casi inmediatamente después de haberla hecho. El último acto del cisma fue cuando Dionisio I de Constantinopla[102] reunió un sínodo y formalmente repudió la unión. Desde entonces no ha habido inter comunión; existe una enorme Iglesia “Ortodoxa”, aparentemente satisfecha de estar en cisma con el obispo de Roma: El Papa.
Considerando estas críticas, se puede señalar que el Gran Cisma fue en realidad el resultado de un largo período de relaciones difíciles entre las dos partes más importantes de la Iglesia Católica. Las causas primarias del cisma fueron sin duda las tensiones producidas por las pretensiones de suprema autoridad del Papa de Roma y las exigencias de autoridad del Patriarca de Constantinopla. Efectivamente, el Obispo de Roma reclamaba autoridad sobre toda la cristiandad, incluyendo a los cuatro Patriarcas más importantes de Oriente; los Patriarcas, por su lado, alegaban, según su entendimiento e interpretación de la Tradición Apostólica y las Sagradas Escrituras, que el Obispo de Roma solo podía pretender ser un “primero entre sus iguales”. Al mismo tiempo los Papas, con base en su interpretación de la Tradición Apostólica y las Sagradas Escrituras declaraban que “es necesario que cualquier Iglesia este en armonía con la Iglesia de Roma, cuya fundación es la más garantizada, porque en ella todos los que se encuentran en todas partes han conservado la Tradición apostólica”[103]. También tuvo gran influencia el Gran Cisma en las variaciones de las prácticas litúrgicas y disputas sobre las jurisdicciones episcopales y patriarcales.
Se puede alegar que ambas iglesias se reunieron en 1274, en el Segundo Concilio de Lyon y en 1439, en el Concilio de Basilea, pero en cada uno de estos eventos, las intenciones conciliares se vieron frustradas por el mutuo repudio posterior.
Y realmente las diferencias teológicas y litúrgicas de los Ortodoxos con el catolicismo son pocas, pero insisten en que poseen toda la verdad teológica. Los Ortodoxos prefieren venerar “iconos”, es decir, imágenes grabadas en madera o metal, antes que imágenes de forma completa, y tienen sus propios santos, más los de la iglesia occidental. Los patriarcas y obispos ortodoxos aceptan como su primado de honor al patriarca ecuménico de Constantinopla. Aunque no todas las iglesias llamadas ortodoxas están en plena comunión con Constantinopla debido a asuntos relacionados con la naturaleza de Cristo. Aceptan el matrimonio de los sacerdotes y es obligatorio si desean ser párrocos.
Las Iglesias ortodoxas son la Griega, Rusa, Georgiana, Rumana, Búlgara, Siria, etc., constituyendo una federación de varias iglesias que se gobiernan a sí mismas y se incluye a los antiguos patriarcados de Jerusalén, Antioquía, Alejandría y Constantinopla, que están gobernadas por un patriarca. También las iglesias Rusa, Búlgara, Rumana, Serbia, Griega, Gregoriana, Checoslovaca, Chipriota, Polaca, Albanesa y Sinaítica, forman parte de esta federación.
[1] La interrupción de la serie de emperadores en la parte occidental del Imperio.
[2] El hundimiento de una civilización y el quiebro de una historia del mundo dividida en dos etapas: una antigua-pagana y otra moderna-cristiana.
[3] Que se origina o nace en el interior, como la célula que se forma dentro de otra.
[4] Que viene de fuera.
[5] Amiano Marcelino, Aurelio Víctor, Zósimo, Hidacio, Jordanes, etc.
[6] Panegíricos Latinos, Rutilio Namaciano.
[7] Símaco, Sidonio Apolinar.
[8] Jerónimo, Ambrosio, Agustín, Salviano de Marsella
[9] Basilio de Cesárea, Gregorio de Nisa, Gregorio Nacianceno y Juan Crisóstomo
[10] Ciencia cuyo objeto es conocer e interpretar las inscripciones.
[11] 408-50
[12] 518-65
[13] Oxirrinco es el nombre helenizado de Per-Medyed, antigua ciudad localizada en el XIX nomo del Alto Egipto, la actual El-Bahnasa, provincia de Minia, que se encuentra unos 160 km al sudoeste de El Cairo, Egipto, en la margen izquierda del Bahr-Yusef “Canal de José”.
[14] 337 d.C.
[15] Esencia o substancia.
[16] Idéntico en esencia o substancia.
[17] Similar en esencia o substancia.
[18] Platona, pavimento de mármol.
[19] Aunque en realidad no es sino hasta Gregorio I que se sientan las bases firmes de lo que hoy conocemos como la Iglesia Católica Romana.
[20] Políticamente, la excomunión era un ataque a los fundamentos del poder temporal del emperador de Bizancio.
[21] Nótese que no usamos la palabra “Papa” o “papado” hasta Gregorio I ya que él fue en realidad el primer Papa, aunque ya desde Siricio en el 384 se insistía en dar ese título al obispo romano.
[22] La futura Toscana.
[23] 768.
[24] 822.
[25] La cueva de Hira.
[26] Año de la Hégira.
[27] 622-623.
[28] 795-816.
[29] 896-897.
[30] 891-896.
[31] 872-882
[32] 903.
[33] 911-913.
[34] 914-928.
[35] 996-999.
[36] 999-1003.
[37] 1058-1061.
[38] Hildebrando, 1073-1085.
[39] 1144-1145.
[40] 1215-16.
[41] Significa “con llave”.
[42] 1447-1455.
[43] Del latín nepos, y otis: Dar poder al sobrino.
[44] No es de extrañar que los curas, obispos, cardenales y aún tuviesen amantes ya que en Roma más del 10% de la población eran prostitutas.
[45] 1491.
[46] 1198-1216.
[47] 1215.
[48] 1227-1233.
[49] 1242
[50] 1244.
[51] 590-604.
[52] 752.
[53] Del 315-335.
[54] Siglo IX. Bibliothèque Nationale, París, MS. Latin 2777.
[55] Año 324.
[56] 715-731.
[57] Documento anterior al Concilio Vaticano I.
[58] 864.
[59] 1073-1085.
[60] Von Döllinger, El Papa y el Concilio, Capítulo III, Sección VII.
[61] Ibid.
[62] Ibid.
[63] 858-867.
[64] Op. Cit.
[65] Op. Cit. Nota VI.
[66] Ibid.
[67] Los Dictatus Papae, Departamento de Historia de la Iglesia de la Pontificia Universidad Católica Argentina: http://webs.advance.com.ar/pfernando...tus_Papae.
[68] Op. Cit.
[69] Siglo IV.
[70] Op. Cit.
[71] 687.
[72] El Martillo.
[73] 741-751.
[74] 747-751.
[75] 751-768.
[76] Durante los siete años de vacío real, todos los documentos oficiales llevarán la fecha de 737.
[77] Hermanastro de Pipino y Carlomán.
[78] El apodo se le puso por tener un pie más grande que el otro.
[79] Grandes del reino.
[80] Pierde sus largos cabellos, signo del poder entre los francos.
[81] Murió en el 752.
[82] Es la primera vez que un Papa emprende semejante viaje.
[83] Un pilar de madera venerado por los sajones.
[84] 772.
[85] 777.
[86] 780.
[87] 783-785.
[88] 782.
[89] 783.
[90] 780-782.
[91] 781.
[92] 810.
[93] 811.
[94] Historia de los heterodoxos españoles I, Madrid 1956, pág. 366.
[95] 772-795.
[96] Cataluña.
[97] Diócesis de la Marca Hispánica.
[98] Palabra griega que implica que el Espíritu Santo procede igualmente del Hijo y del Padre, que rechazaban los orientales.
[99] 858-867.
[100] Miguel Cerulario, fue elegido el día de la Encarnación del año 1043, desde su condición de simple fiel.
[101] 1204-1261.
[102] 1467-72.
[103] Irineo de Lyon.