La Iglesia del Imperio
III. La
Iglesia del Imperio.
A. La Iglesia Armenia.
Según los historiadores armenios, su región fue evangelizada por Bartolomé y Tadeo, y Armenia se convirtió en el primer país que reconoció como religión oficial al cristianismo[1]. Según Eusebio y Tertuliano, el Evangelio llegó allí por primera vez en el siglo II.
La Iglesia de Armenia participó en el Concilio de Nicea[2], pero se opuso a las decisiones del Concilio de Calcedonia[3], al que no asistieron, adoptando una teología considerada como el monofismo, es decir, negaban que en Jesús existieran las dos naturalezas, la humana y la divina, esto los ha mantenido relativamente separados de las iglesias ortodoxas orientales y de Roma, aunque sus relaciones han mejorado recientemente.
Aceptan siete sacramentos, pero a los niños los bautizan por triple inmersión o aspersión y los confirman inmediatamente después del bautismo. Veneran a los santos y sus imágenes, así como a ciertas religiones, y promueven el monasticismo, aunque los votos de los monjes no son para toda la vida. También rechazan la transubstanciación, el papado, las indulgencias, el purgatorio y la doctrina católica de la Inmaculada Concepción. Como otras iglesias orientales, permiten el matrimonio de los clérigos, pero no el de los obispos. El primado de la Iglesia de Armenia es el catholicos, que radica en el antiquísimo monasterio de Etchmiatzin, relativamente cercano al monte Ararat. También cuentan con otros catholicos y con los patriarcas armenios de Constantinopla y Jerusalén.
En 1335, un sector armenio se proclamó vinculado a Roma. A partir de 1831, otro sector se considera evangélico. Ambos desprendimientos no son reconocidos por la iglesia armenia tradicional, la cual se identifica en algunos textos como “Iglesia Gregoriana Nacional Independiente”. La Iglesia de Armenia tiene congregaciones en el extranjero.
B. Constantino.
Mientras esto ocurría, en Roma cuatro aspirantes a la corona se disputaban el título de emperador, entre ellos Majencio y Constantino, que se enfrentaron en el puente de Milvio en el 312, a solo 16 kilómetros de Roma. Constantino, conociendo que los cristianos, a pesar de ser perseguidos, eran una fuerza muy importante y puesto que el paganismo estaba abierto a aceptarlos, era importante atraerlos a él, relató que había visto una cruz en el cielo con el lema “Por este signo vencerás”. Este acto capturó la simpatía de muchos cristianos que estuvieron dispuestos a apoyarlo hasta que vencieron. Un año después, en 313, Constantino firmó el Edicto de Tolerancia, poniendo fin a las persecuciones imperiales. Constantino fue reconocido como emperador en el 323. Los edificios de la Iglesia les fueron restituidos y se abrieron congregaciones por doquier. Constantino y su madre se apasionaron en la construcción de basílicas, como llamaban a estos edificios hechos en forma rectangular y que eran sostenidos por hileras de pilares, con una plataforma para la instalación de los obispos en la parte más interior.
El paganismo comenzó a perder fuerza, a pesar de ser tolerado, debido a que el emperador mostraba una simpatía más amplia hacia los cristianos. Algunos templos paganos fueron consagrados como edificios para la Iglesia y el dinero que antes erogaba el gobierno para sostener los cultos paganos pasaron ahora a la Iglesia, que se encargaba de pagar el salario a los obispos y presbíteros. A estos se les eximió del pago de impuestos y si eran acusados de algo no podían ser juzgados en los tribunales de justicia, sino que había tribunales eclesiásticos que se encargaban de ello. Se decretó que el día domingo, día en que se reunía la Iglesia desde el siglo I, estuviera libre de trabajo para que todos los que quisieran congregarse pudieran asistir sin impedimentos, aunque se continuó con la costumbre de celebrar los juegos ese día para que se viera como un día de fiesta. No es cierto que Constantino pusiera como regla que la Iglesia se reuniera en domingo, sino más bien fue al revés, como la Iglesia se reunía en domingo, Constantino decretó que ese día fuese libre de trabajo.
Se abolió la crucifixión y la cruz se adoptó como símbolo de los ejércitos imperiales. El infanticidio pasó a ser un crimen y se les dieron derechos a los esclavos.
Los cultos se volvieron más ostentosos, pero menos espirituales. Miles se “convertían” al cristianismo. Las fiestas paganas cambiaron su nombre por algo “más cristiano” y muchos sacerdotes paganos se convirtieron en “pastores”. Así, el cristianismo comenzó a ser transformado por el mundo.
Roma era una ciudad corrupta, superpoblada, obsoleta. Constantino creyó conveniente cambiar la ubicación de la capital del Imperio y mandó reconfigurar la ciudad griega de Bizancio para que se convirtiera en Constantinopla. Enclavada en el estrecho de Dardanelos, en donde se une Europa con Asia, lo que hoy conocemos como Estambul, se transformaría en una ciudad esplendorosa. Ahí, la Iglesia era respetada y sumisa al emperador. Constantino mandó construir el templo de Santa Sofía, que se convertiría en la catedral del imperio hasta 1453 cuando los turcos tomaron la ciudad y la convirtieron en mezquita.
Pero había un problema muy serio, el imperio era demasiado extenso y un solo emperador no podía controlarlo, así que Constantino comenzó la separación nombrando emperadores asociados, y al fin, Teodosio, en el 375, la completó, quedando conformados dos imperios: El Occidental, con idioma latino y el Oriental, con idioma griego.
C. Concilio de Nicea.
1. El Arrianismo.
Las luchas del cristianismo con el paganismo fueron difíciles, pero el cristianismo, con el apoyo del estado, logró triunfar, pero a esto vino una controversia mucho más difícil debido a que salía del mismo seno de la Iglesia. Arrio[4], presbítero de la iglesia de Alejandría, probablemente de origen libio, aceptó de cierta forma la divinidad de Cristo, pero afirmó que la Segunda Persona de la Trinidad no es coeterna con el Padre, la Primera Persona, sino que fue engendrada y no existía con anterioridad a ese hecho.
Arrio aparece en la historia de Alejandría, donde el Obispo Pedro, que poco tiempo después le excomulga, lo ordena diácono en el año 308. Al morir el obispo, Arrio se reconcilia con su sucesor, Aquilas, y recibe la ordenación como ministro y se le envía a regir una importante parroquia, y allí ha de explicar las Sagradas Escrituras. Arrio empieza a propagar errores.
El discípulo de Luciano de Antioquía, Arrio, se enfrentó a su obispo proclamando que el Hijo de Dios no era eterno sino creado por el Padre como instrumento para crear el mundo y, por lo tanto, no era Dios por naturaleza, sino una criatura que recibió la alta dignidad de Hijo de Dios ya que fue “engendrado”, debido a que el Padre, en su preconocimiento, sabía de su condición de justo y de su fidelidad incondicional. Jesús era divino, un dios, pero que esta divinidad no era de la magnitud que la del Padre, por lo tanto no se podía llamarlo Dios Verdadero.
Admitía la existencia de Dios que era único, eterno e incomunicable; el Verbo, Cristo, no es Dios, es pura criatura aunque más excelente que todas las otras. Y, aunque centró toda su enseñanza en despojar de la divinidad a Jesucristo involucró también al Espíritu Santo, que igualmente era una criatura e inferior al Verbo.
Su doctrina se conoce como arrianismo, aunque ya existía antes de Arrio; por ejemplo, en las obras de Pablo de Samosata. En Tertuliano se encuentra la creencia análoga a la de Arrio de que el Hijo de Dios no existía antes de ser engendrado. En Justino Mártir se encuentran sentencias similares a las de Arrio, al igual que en Orígenes.
La defensa del arrianismo fue asumida por diversos líderes eclesiásticos, como Eusebio de Nicomedia, quien llegó a ser pastor del emperador Constantino I el Grande.
2. El Concilio.
En el año 320, el Obispo de Alejandría convoca un sínodo que reúne más de cien obispos de Egipto y Libia, y en él se excomulga a Arrio y a sus partidarios, ya numerosos. Las doctrinas de Arrio desembocan en esta conclusión: El Hijo no es igual al Padre y es totalmente desigual en su naturaleza y propiedades.
El 20 de mayo del 325, se convocó el Concilio de Nicea, al que asistió Constantino, el Emperador; 318 obispos se reunieron en Nicea, en donde se da forma al Credo Apostólico, que aunque era sabido por todos, no se le había dado la forma como le conocemos hoy. La finalidad de este texto fue dejar en claro la oposición directa al arrianismo: “Creemos en un solo Dios, todopoderoso...y en Jesucristo, Hijo de Dios, el Único engendrado del Padre, esto es, de la substancia del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado y no hecho, consubstancial al Padre...”
El arrianismo fue condenado como herejía por el Concilio de Nicea terminó el año 325 con el destierro de Arrio. También se condenaron sus escritos. En este sínodo de obispos se reafirmó la doctrina de la consubstancialidad[5] del Padre y del Hijo. Aunque otros concilios posteriores restauraron el arrianismo como doctrina legítima de la Iglesia. La condena definitiva llegó en el Primer Concilio de Constantinopla en el 381.
Posteriormente el arrianismo subsistió entre los godos y otros pueblos germánicos y en Roma ya que Constancio, hijo de Constantino, simpatizaba con Arrio. Arrio era un predicador popular y se decía que sus sermones eran cantados y repetidos por la gente del pueblo. Su obra principal fue Θαλια, Talía, hoy desaparecida, al igual que el resto de sus libros, que fueron quemados y proscritos, aunque fragmentos de sus textos han perdurado en las obras de sus censuradores y gracias a ellos su pensamiento se ha podido reconstruir hasta cierto punto.
Arrio murió en extrañas circunstancias, posiblemente envenenado, en 336, en la víspera del día en que iba a ser readmitido en la comunión de la Iglesia.
Se conocen fragmentos de su obra Talía, por las citas hechas por su principal adversario Atanasio de Alejandría:
“Las lindezas aborrecibles y llenas de impiedad que resuenan en la Talia, de Arrio, son de este tipo: Dios no fue Padre desde siempre, sino que hubo un tiempo en que Dios estaba solo y todavía no era Padre; más adelante llegó a ser Padre. El Hijo no existía desde siempre, pues todas las cosas han sido hechas de la nada, y todo ha sido creado y hecho: el mismo Verbo de Dios ha sido hecho de la nada y había un tiempo en que no existía. No existía antes de que fuera hecho, y él mismo tuvo comienzo en su creación. Porque, según Arrio, sólo existía Dios, y no existían todavía ni el Verbo ni la Sabiduría. Luego, cuando quiso crearnos a nosotros, hizo entonces a alguien a quien llamó Verbo, Sabiduría e Hijo, a fin de crearnos a nosotros por medio de él. Y dice que existen dos sabidurías: una la cualidad propia de Dios, y la otra el Hijo, que fue hecha por aquella sabiduría, y que solo en cuanto que participa de ella se llama Sabiduría y Verbo. Según él, la Sabiduría existe por la sabiduría, por voluntad del Dios sabio. Asimismo dice que en Dios se da otro Logos fuera del Hijo, y que por participar de él el Hijo se llama él mismo Verbo e Hijo por gracia. Es opción particular de esta herejía, manifestada en otros de sus escritos, que existen muchas virtudes, de las cuales una es por naturaleza propia de Dios y eterna; pero Cristo no es la verdadera virtud de Dios, sino que él es también una de las llamadas virtudes, entre las que se cuentan la langosta y la oruga, aunque no es una simple virtud, sino que se la llama grande. Pero hay otras muchas semejantes al Hijo, y David se refirió a ellas en el salmo llamándole “Señor de las virtudes”[6]. El mismo Verbo es por naturaleza, como todas las cosas, mudable, y por su propia voluntad permanece bueno mientras quiere: pero cuando quiere, puede mudar su elección. Lo mismo que nosotros, pues es de naturaleza mudable. Precisamente por eso, según Arrio, previendo Dios que iba a permanecer en el bien, le dio de antemano aquella gloria que luego había de conseguir siendo hombre por su virtud. De esta suerte Dios hizo al Verbo en un momento dado tal como correspondía a sus obras, que Dios había previsto de antemano. Asimismo se atrevió a decir que el Verbo no es Dios verdadero, pues aunque se le llame Dios, no lo es en sentido propio, sino por participación, como todos los demás... Todas las cosas son extrañas y desemejantes a Dios por naturaleza, y así también el Verbo es extraño y desemejante en todo con respecto a la esencia y a las propiedades del Padre, pues pertenece a las cosas engendradas, siendo una de ellas...”[7].
3. Atanasio.
Se reconoce a Atanasio, el obispo Alejandro de Alejandría, como el principal oponente de Arrio y como defensor de la cristología considerada como bíblica por el cristianismo en general.
Atanasio nació en el 295 en Alejandría y murió el 2 de mayo del 373. La Iglesia griega le llama Padre de la Ortodoxia y la Iglesia Católica de Roma lo tiene por uno de los cuatro grandes Padres del Oriente.
Nacido de padres cristianos, recibe, además de la formación clásica, la teológica. En su juventud se relaciona algún tiempo con Antonio Abad, patriarca de los anacoretas. Su obispo Alejandro de Alejandría lo ordena diácono en el 319 y como tal le acompaña al Concilio de Nicea. A la muerte de Alejandro, ocurrida el 17 de abril del 328, le sucede Atanasio en la sede alejandrina. Éste, que había sido defensor de la ortodoxia en Nicea, encuentra ahora en los arrianos su adversario principal. Empiezan éstos aliándose con los melecianos, partidarios de Melecio de Antioquía, quienes tenían entonces muchos seguidores en Egipto. Unido a éstos Eusebio de Nicomedia, levantan contra Atanasio una serie de calumnias de todo tipo, desde las más bajas, como la seducción de una mujer, hasta el ilegal aumento de impuestos, cosa que, como ninguna, podía encolerizar al emperador.
En el 335, reunidos los enemigos de Atanasio en el Sínodo de Tiro, lo deponen y poco después es desterrado a Tréveris. Durante este tiempo, los arrianos intentaron y consiguieron una carta del emperador en la que se anunciaba a los alejandrinos que Arrio sería recibido solemnemente en Alejandría. El pueblo reacciona excitadamente y se sustituye Alejandría por Constantinopla. Constantino muere el 22 mayo 337, pudiendo Atanasio regresar a su sede. Contando ahora con el favor del nuevo emperador Constancio, los arrianos aumentan su campaña contra los partidarios de la ortodoxia; una de las metas propuestas consiste en llegar a ocupar las sedes de Constantinopla y de Alejandría. La primera la ocupa Eusebio de Nicomedia, y la segunda el arriano Pistos y, más tarde, Gregorio de Capadocia, a raíz de la nueva deposición de Atanasio, llevada a cabo en un sínodo antioqueno. Atanasio tiene que refugiarse ahora en Roma en el año 340, y aunque los sínodos de Roma en el 341 y de Sárdica en el 343 lo rehabilitan, sin embargo, no puede volver a su sede hasta el 346, muerto ya Gregorio de Capadocia y gracias a la intervención del emperador occidental Constante ante Constancio, emperador de Oriente.
Muertos el obispo Julio de Roma y el emperador Constante, Constancio se convierte en el apoyo principal del arrianismo. A esto se suma la nueva calumnia levantada por los arrianos, diciendo que Atanasio difamaba como hereje y excomulgado a Constancio. Furioso éste, se dirige al obispo Liberio pidiendo la deposición de Atanasio y tanto el obispo como el emperador convienen en la celebración de un sínodo, primero, en Arles en el 353 y, luego, en Milán en el 355. En ambos sínodos un edicto imperial pone a los obispos en el dilema de condenar a Atanasio o ir al destierro. Solo unos pocos se resisten. Mediante actos violentos, el arriano Jorge usurpa la sede alejandrina mientras que Atanasio se ve obligado a huir de nuevo, ahora al desierto, en el 356, con los monjes de Egipto. Este periodo de exilio, que dura seis años, es fecundo para la pluma de Atanasio.
Muerto Constancio en el 361 y asesinado el usurpador Jorge, Juliano el Apóstata llama a los obispos exiliados y Atanasio puede entrar en Alejandría en el 362. Juliano permite a Atanasio la celebración de un sínodo en Alejandría en el 362, en el que se muestra muy amante de la paz trabajando por todos los medios posibles en la reconciliación de los semi arrianos con la ortodoxia. Solo por esta razón y como “enemigo de los dioses” es desterrado en este mismo año por Juliano. Pero, gracias a la pronta muerte del Emperador en el 363, puede volver. Por último, Valente, sucesor de Joviano, furioso perseguidor de cristianos y semi arrianos, destierra por quinta vez a Atanasio en el 365, quien, al año siguiente, vuelve a su sede donde espera tranquilamente el fin de sus días.
Es increíble cómo, a pesar de una vida tan agitada, pudo escribir tal número de obras y así, aunque apenas cuide el modo de decir, su estilo tiene una fuerza característica. Se puede afirmar de Atanasio que más que un ingenio creador fue hombre de síntesis. Podemos clasificar sus obras en los siguientes apartados:
a. Escritos apologéticos:
Oración contra los Gentiles; Oración del Verbo Encarnado. Parece que son dos partes de una apología general del cristianismo. Escritas cerca del 318; en la primera refuta el politeísmo y en la segunda esclarece la fe de la Encarnación del Verbo refutando las objeciones de paganos y judíos.
b. Escritos dogmático-polémicos:
Oraciones contra los Arrianos. Está compuesta de cuatro libros; sin embargo, el último parece haber sido escrito probablemente por Apolinar. La fecha de composición es dudosa; unos la ponen cerca de los años 356-362 y otros cerca de los años 338-339. Es la principal obra dogmática de Atanasio, que, en su primer libro, trata del origen y de la consubstancialidad del Hijo con el Padre, y, en los dos restantes, expone otros argumentos. Existe una obra pequeña: La Encarnación contra los Arrianos, a la que no se puede negar autenticidad. Fue escrita probablemente después del sínodo de Alejandría en el 362, en el que Atanasio concedió que hypóstasis podía significar persona.
Otros escritos atribuidos a Atanasio por su gran fama son: El símbolo “Quicumque” escrito en latín y en Occidente en la segunda mitad del siglo V; el Sermón Mayor de la Fe que hoy se atribuye a Eustacio de Antioquía; la Exposición de la Fe, que unos atribuyen al mismo Eustacio y otros a Marcelo de Ancira; la Interpretación de símbolos, escrita por uno de los sucesores de Atanasio, Pedro o Timoteo; y, finalmente, los Diálogos de la Trinidad y los Diálogos contra los Macedonianos. Probablemente su autor es Dídimo el Ciego.
c. Escritos histórico-polémicos:
Pertenecen a esta clase de escritos la Apología contra los Arrianos, escrita cerca del 350, que sirve de documento valiosísimo para la historia de la controversia arriana. Encontramos en ella desde los detalles referentes a su elección de obispo hasta la larga lista de calumnias lanzadas contra él. La Apología contra el Emperador Constantino, del año 357. Resulta ésta una obra acabada, dado que va dirigida al mismo emperador en defensa de una calumnia levantada. Apología sobre su escape, de fines del 357, escrita por Atanasio para probar que su huida no fue por cobardía, sino para imitar el ejemplo de Cristo y de los santos. Historia arriana, en el año 358, que contiene la historia del arrianismo durante los años 335-357; se conserva fragmentariamente.
d. Escritos exegéticos:
Exposiciones de los Salmos, de la que solamente poseemos fragmentos y no siempre auténticos. Es digno de notar que en su obra exegética se muestra Atanasio indulgente con la interpretación alegórica, totalmente ausente de los otros tratados.
e. Escritos ascéticos:
De la Virginidad y La vida de Antonio. La autenticidad de la primera ha sido puesta en duda a partir de los últimos decenios. No obstante, se considera como una obra importante en la historia de la espiritualidad. La Vida de Antonio, en cambio, obra escrita cerca del 357, es un documento precioso para la historia del monaquismo primitivo. Ya en el mismo siglo IV se tradujo al latín y probablemente al siriaco.
f. Cartas:
Constituyen otro género literario también importante para la historia del arrianismo. Atanasio escribió muchas cartas, y casi todas son sinodales. Se distinguen: el Tomo a los Antioqueños, en la que se establece el criterio para la comunión con los arrianos: Basta con que condenen explícitamente a Arrio y profesen el Credo Niceno; Al Emperador Joviano: Habiendo preguntado al emperador Joviano cuál era la fe recta, le responde Atanasio recomendándole el Credo Niceno a la vez que le señala las Iglesias y provincias que tienen esta fe; Epístola a los obispos africanos: Demuestra que la doctrina del Concilio de Nicea está de acuerdo con las Sagradas Escrituras y que la doctrina arriana no se puede mantener puesto que no tiene consistencia.
También hay dos cartas encíclicas: La Epístola a los Obispos, dirigida a todos los obispos del mundo. Es el primer tratado polémico de Atanasio. En él invita a todos los obispos de la Iglesia a que sientan como propia su causa ya que se opongan contra Gregorio, obispo arriano e intruso en la sede de Alejandría; y la Epístola encíclica a los obispos de Egipto y Libia, en la que ruega a dichos obispos que hagan frente a las amenazas de los arrianos a la vez que se ríe de la inconstancia de los mismos puesto que cada año cambian sus fórmulas de fe.
Otras de sus cartas constituyen verdaderos tratados: Las cuatro epístolas al Obispo Serapion, cuyo objeto consiste en probar la divinidad del Espíritu Santo y su igualdad con el Padre y el Hijo. Hace sus argumentos más válidos el hecho de que los adversarios, a los que van dirigidos, admiten la divinidad del Hijo; la Epístola al Obispo Epicteto de Corintio, cuyo tema trata sobre las relaciones entre el Cristo histórico y el Verbo Eterno. Atanasio da argumentos que previenen la solución a la doctrina de Nestorio; la Epístola al Obispo Adelfo, en la que Atanasio sale en contra de un grupo que afirmaba la naturaleza humana del Verbo para así adorar solamente al Verbo, afirmando que los cristianos adoran al Verbo encarnado; la Epístola al filósofo Máximo, en la que felicita al destinatario por la refutación hecha de dos clases de herejes, unos que pensaban como Arrio y otros como Pablo de Samosata, y se siente optimista con lo proclamado en Nicea.
Atanasio escribió también cartas cuya finalidad es netamente histórica: La Epístola del decreto del Sínodo Niceno, importante para la historia del Concilio de Nicea, que describe las sesiones del concilio, narra cómo fueron introducidas las voces exsubstantia y consubstantialem en el Credo y precisamente contra los eusebianos y, además, nos ofrece la carta de Eusebio de Cesarea a sus diocesanos; la Epístola de la sentencia a Dionisio. Habiendo usado los arrianos textos de Dionisio de Alejandría para probar sus intentos, Atanasio explica el sentido recto de los mismos aduciendo otros textos del mismo autor que, si bien son posteriores, demuestran la ortodoxia de la doctrina de Dionisio.
Atanasio tiene otras cartas cuyo objeto es netamente ascético. Por último, son dignas de mención sus famosas “Cartas festales”, con las que Atanasio, siguiendo la costumbre alejandrina, anunciaba el comienzo de la Cuaresma y el día de la Pascua. Solamente tenemos unos fragmentos de la versión original griega, pero en la versión siriaca se conservan 13 cartas íntegramente.
Hay probabilidad de que puedan ser consideradas como obras de Atanasio una “Carta a las vírgenes” que fueron a Jerusalén a orar y volvieron; otro escrito “Sobre la virginidad” y una “Epístola a las vírgenes”.
g. Doctrina.
Se puede centrar en torno a dos grandes temas: El antropológico y el cristológico.
1) Antropología.
En el principio, Dios, soberano del universo, creó por pura bondad al hombre según su propia imagen y mediante su propio Verbo. Gracias a esta semejanza, y precisamente por su limpieza de corazón, podía el hombre elevarse sobre las cosas sensibles, para vivir en los cielos conociendo a Dios ya su Verbo. Pero el hombre, despreciando las realidades superiores, se contempló a sí mismo y, olvidándose de Dios, cayó en el error, en el pecado, en la idolatría, haciéndose, de este modo, sujeto de muerte.
Ya está el error introducido en la vida del hombre; ahora, el hombre encontrará el camino que le conduzca hasta Dios, no fuera de sí, sino precisamente en su alma racional e inmortal, la cual contempla el maravilloso cosmos, la creación que, por su orden y armonía, como si fuera un escrito, hace conocer y proclama a su maestro y creador, el Verbo, que le comunica el conocimiento del Padre. El pecado de Adán y sus consecuencias, muerte y corrupción, pasarán a los descendientes de éste.
2) Cristología.
El plan de salvación ideado por Atanasio tiene en cuenta dos principios: Que la ley de muerte dada por Dios no puede quedar sin cumplimiento y que el hombre no debe de perecer, cosa que impondría impotencia en Dios. Solo el Verbo de Dios era capaz de crear de nuevo todas las cosas, de sufrir por todos, de ser para todos un digno embajador ante el Padre. Pero viendo el Verbo que la corrupción de los hombres no podía ser absolutamente destruida sino por la muerte y, siéndole, por otra parte, imposible morir, por ser inmortal e hijo del Padre, toma un cuerpo capaz de morir para que muriendo y resucitando comunique así los dones de la incorrupción e inmortalidad a los hombres.
El Hijo de Dios se encarna porque, al ser imagen del Padre, puede restaurar la imagen de Dios en el hombre y, muriendo, comunicarles su inmortalidad e incorrupción. Con la imagen de Dios restaurada, el hombre puede conocer al Verbo y, mediante Éste, al Padre. Es precisamente mediante la humanidad del Verbo como empieza el ocaso de la idolatría y la renovación religiosa en el mundo.
El Verbo, al encarnarse, toma un cuerpo como el de cualquier hombre, y muchas de las acciones realizadas en ya través de dicho cuerpo, manifiestan su divinidad. El tema de la divinidad del Hijo, Verbo del Padre, es tratado ampliamente por Atanasio, dado el ambiente arriano en el que le toca vivir. Usa un triple principio para demostrar la divinidad del Hijo:
a) La Escritura afirma que el Hijo procede del Padre por generación.
b) Si todas las cosas fueron hechas por el Verbo se deduce que Éste no tenga que ser creado.
c) Si Cristo, al redimirnos, nos hizo partícipes de la naturaleza divina, hay que reconocer en Él verdadera divinidad.
Cristo para los arrianos es creado y criatura; para Atanasio, en cambio, es engendrado y Creador con el Padre. El Hijo no es una criatura de la voluntad del Padre, sino que como Hijo supone que fue engendrado y la generación dice relación a la naturaleza y no a la voluntad. Por consiguiente, la generación del Hijo no es fruto de una elección libre en el Padre, dado que el Padre ama necesariamente al Hijo y necesaria y espontáneamente lo engendra. Atanasio concede a los arrianos el que dicha generación por el Padre es libre, en el sentido de que no viene impuesta por voluntad ajena superior ni, por supuesto contra la voluntad del mismo Padre.
He aquí la razón por la cual el Hijo, aunque no es como el Padre, no obstante es eterno, atemporal y si este Hijo no procede extrínsecamente del Padre, sino de su misma sustancia y, siendo ésta divina, y por tanto indivisible, se deduce de aquí la existencia de un solo Hijo, puesto que al comunicársela el Padre por entero, el Hijo la adecúa exhaustivamente. Padre e Hijo son dos, pero lo mismo, dado que son consustanciales. Huelga, pues, el subordinacionismo en la doctrina de Atanasio.
Ninguna palabra significa la consubstancialidad del Hijo con el Padre tan claramente como la voz homousios, incluida también la idea de origen del uno respecto del otro. No sucede lo mismo con los términos homoios, que aunque se le adjunte ka' ousían ni siquiera entonces significa de la esencia.
Una vez tratada la consubstancialidad del Verbo con el Padre, considera Atanasio la relación de dicho Verbo con el cuerpo en el que se ha encarnado. A partir del año 362 escribió acerca de las naturalezas de Cristo. Enseña la unidad personal del mismo y, por consiguiente, sus acciones no deben ser atribuidas o solo a la humanidad o solo a la divinidad, sino indistintamente a ambas; así, admitida por Atanasio la unidad personal de Cristo, de ella fluyen la maternidad divina de María y el derecho a ser adorada la naturaleza humana de Cristo.
Se puede afirmar con seguridad que Atanasio enseña la perfecta integridad de la naturaleza humana de Cristo, aunque en ocasiones no saque todas las consecuencias de dicha doctrina.
Precisamente por no admitir los arrianos al Hijo como verdadero Dios, Atanasio dice que su bautismo es inválido; y no porque lo confieran con distinta fórmula trinitaria, sino, precisamente, porque no bautizan en nombre de la verdadera Deidad.
La herejía arriana con todas sus ramificaciones se le considera como la que más prosélitos atrajo a su causa en todo el primer milenio, numerosos obispos cayeron en sus redes. Todavía en el Oriente Medio y Norte de África se hallan grupos de cristianos-arrianos y en Occidente tocan a nuestras puertas los mal llamados “Testigos de Jehová”.
D. Otros Grandes Líderes de la Iglesia.
1. La Iglesia en Etiopía.
El cristianismo llegó a Etiopía por medio del eunuco, al que Felipe evangelizó, pero hay noticias de la organización de la Iglesia cerca del año 330, cuando Frumencio, que llegó de Tiro, ocupó un cargo en la administración local.
Frumencio es el nombre del primer obispo misionero de Etiopía, y su historia tiene mucho de increíble. En tiempos del emperador Constantino, un anciano preceptor, llamado “filósofo” por el historiador Rufino, regresaba a Tiro de un viaje a la India, siguiendo las costas de África. Lo acompañaban dos jóvenes discípulos, Edesio y Frumencio. Durante una escala de la nave en el puerto de Adulis una banda de etíopes asaltó la embarcación y mató a todos los pasajeros menos a Edesio y Frumencio. Se cuenta que en el momento de la matanza los dos muchachos se encontraban debajo de un árbol, dedicados a la lectura de un libro. Llevados como esclavos a la corte de Axum, se hicieron querer del rey, que los tuvo a su servicio: A Frumencio como secretario y a Edesio como copero.
A la muerte del rey, mientras el heredero llegaba a su mayor edad, ejerció el poder la reina, que le había confiado a Frumencio la educación de su joven hijo. Fue durante este período cuando los dos, que habían establecido contactos con los comerciantes greco-romanos, obtuvieron de la reina el permiso para construir una capilla cerca del puerto. Este fue el primer germen de cristianismo, que se desarrolló rápidamente. Edesio y Frumencio pidieron y obtuvieron el permiso para regresar a la patria. Edesio fue a Tiro, en donde encontró a Rufino, el futuro historiador, a quien le narró su historia. En cambio, Frumencio se fue para Alejandría de Egipto a encontrar al obispo Atanasio y proponerle que enviara a Etiopía a un obispo y a un grupo de misioneros. Atanasio escuchó con vivo interés la narración y luego resolvió consagrar obispo al mismo Frumencio y volverlo a mandar a Etiopía con algunos misioneros.
Frumencio fue recibido cordialmente por el amigo rey Ezana, que fue de los primeros en adherir al Evangelio y con él casi todos sus súbditos. Frumencio, llamado por los etíopes “abba Salama”, portador de luz, es considerado uno de los más grandes misioneros cristianos y uno de los más afortunados sembradores de la buena noticia, si consideramos la extraordinaria mies que produjo a través de los siglos esa primera siembra, favorecida por el amor al estudio.
2. Apolinario de Laodicea.
Apolinario nació cerca del 310 en Laodicea y murió en Constantinopla en el 390. Conocido como Apolinario el Joven, era hijo de Apolinario de Alejandría y tras estudiar en Alejandría y Antioquía fue consagrado obispo de Laodicea en Siria hacia el 361.
Amigo de Atanasio, colaboró con este en las disputas cristológicas con los arrianos lo que le supuso, en 342, el destierro de su ciudad natal instigado por el obispo arriano de la misma. A partir del 352 comenzó a enfatizar la naturaleza divina de Cristo en detrimento de la humana, cayendo en la posición cristológica heterodoxa del apolinarismo.
Condenado por los sínodos de Roma celebrados en el 374 y 377, de Alejandría en el 378, de Antioquía en el 379 y en el Primer Concilio de Constantinopla en el 381, Apolinario constituyó en Antioquía una comunidad con una jerarquía eclesiástica propia pero el emperador Teodosio I lo condena al exilio en el 388.
3. Ambrosio de Milán.
Ocurrían cosas muy interesantes en esa época, como el caso de Ambrosio, que llegó a ser obispo de Milán cuando ni siquiera estaba bautizado, pero que se convirtió en un gran líder con las agallas como para reprender al emperador Teodosio, que le quedó tan agradecido que luego lo contó entre sus amigos y lo eligió para que celebrara sus honras fúnebres.
Ambrosio de Milán nació en Tréveris cerca del 340 y murió en Milán en el 397 en donde fue un destacado obispo, y un importante teólogo y orador. Es uno de los cuatro Padres de la Iglesia Latina.
Más guerrero que intelectual, fue el primer cristiano en conseguir que se reconociera el poder de la Iglesia por encima de la del Estado. Y desterró definitivamente en sucesivas confrontaciones a los paganos de la vida política romana.
Al principio el reparto de poder entre cristianos y paganos estaba más o menos en equilibrio con Graciano, emperador romano y cristiano. Pero Graciano fue asesinado y Roma pasó a manos de Valentiniano II que era menor de edad y por tanto su madre Justina detentó el poder real. Pero Justina era arriana, por lo que la lucha entre paganos, herejes y cristianos se acentuó definitivamente.
La llamada guerra de las estatuas enfrentaba desde Constantino a las diversas religiones con representación en el Senado. En el 384, el partido pagano aprovechó la debilidad de Valentiniano II para devolver la Estatua de la Victoria al Senado, lo que provocó la ira de Ambrosio.
Finalmente Ambrosio hizo declarar a Valentino II que los emperadores tenían que estar a las órdenes de Dios al igual que los ciudadanos tenían que estar a las órdenes del emperador como soldados. A partir de aquí, Ambrosio consigue hacer efectiva una demanda por la que la Iglesia ostenta un poder superior no solo al Estado Romano sino a todos los Estados. Estas ideas de la Iglesia como institución universal e internacional por una parte y de control sobre los estados por otra permitiría a la Iglesia sobrevivir a la caída del Imperio.
Durante el reinado de Teodosio, éste habría ordenado a un obispo local que sufragara los daños de la destrucción de una sinagoga a manos de los cristianos. El emperador estaba dispuesto a acabar con esas prácticas intimidatorias. Ambrosio se opuso de nuevo, y consiguió del emperador que declarara libre a la Iglesia de tener que responder por tales cuestiones. Algo que resulto muy nocivo ya que dio vía libre para la persecución cristiana de miles de paganos.
En el 390 Ambrosio excomulgó temporalmente a Teodosio I a causa de la masacre de Tesalónica y no lo readmitió hasta que no mostró público arrepentimiento. Demostrando así su autoridad frente al emperador. En el 393 el emperador Teodosio I prohibió los Juegos Olímpicos por influencia de Ambrosio, al considerarlos paganos.
Ambrosio convirtió y sumergió en aguas a Agustín y creó nuevas formas litúrgicas.
4. Juan Crisóstomo.
Otro de los hombres que se destacó fue Juan de Constantinopla. Este antioqueño de Siria nació en el 345 y fue patriarca de Constantinopla en el 398, pero debido a que no temía a los hombres, fue exiliado y murió en el 407.
Fue un excelso predicador que por sus discursos públicos y por su denuncia de los abusos de las autoridades imperiales y de la vida licenciosa del clero recibió el sobrenombre de “Crisóstomo” que proviene del griego chrysóstomos y significa “boca de oro”.
En aquel entonces, Antioquía era la segunda más importante del Imperio Romano de Oriente. El padre de Juan, Secundo, era un alto oficial del ejército sirio y murió poco tiempo después del nacimiento de Juan por lo que su hermana mayor y él quedaron totalmente a cargo de Antusa, la madre cristiana de ambos.
Juan fue bautizado en 370, a la edad de 23 años y fue ordenado lector. Comenzó estudios con el filósofo Andragatio y continuó con Libanio, que entonces era un famoso orador y el más ferviente partidario del decadente paganismo romano.
Libanio quedó maravillado con la elocuencia de su discípulo y previó para el mismo una brillante carrera como estadista o legislador. Sin embargo, un encuentro con el obispo Meletio resultó decisivo en la vida de Juan, quien comenzó a estudiar teología con Diodoro de Tarso, uno de los líderes de la antigua escuela de Antioquía, mientras mantenía un ascetismo extremo.
No obstante, las ansias de una vida más perfecta lo llevaron a convertirse en un eremita alrededor de 375, condición en la que permaneció hasta que su quebrantada salud por excesivas vigilias y ayunos durante el invierno lo obligaron a volver a Antioquía donde retomó su actividad como lector. Crisóstomo fue siempre un admirador de un monasticismo activo y utilitario y se pronunció contra los peligros de una contemplación ociosa.
En 381 fue ordenado diácono por Meletio de Antioquía y en 386 fue ordenado ministro por el obispo Flaviano I de Antioquía. Al parecer fue este el momento más feliz de su vida. Su principal tarea durante doce años consistió en predicar. Adquirió gran popularidad por su elocuencia. Dignos de mencionar son los comentarios que hicieron a pasajes bíblicos y la exposición de enseñanzas morales muchas de ellas recopiladas en sus Homilías.
Con el transcurso del tiempo Crisóstomo llegó a ser el sucesor de Flaviano I. Durante su misión como obispo mostró gran preocupación por las necesidades espirituales y materiales de los pobres. También se pronunció en contra de los abusos de los poderosos y de la propiedad personal. Su interpretación directa de las Escrituras, en contraste con la tendencia de Alejandría donde se recurría a una interpretación alegórica, lo condujo a seleccionar para sus charlas temas eminentemente sociales que explicaban el concepto de la vida cristiana.
A la muerte de Nectario el 27 de septiembre de 397 fue instituido de cierta forma en contra de su voluntad como obispo metropolitano de Constantinopla, por su calidad de villa imperial, el metropolitano de Constantinopla recibió posteriormente el título de Patriarca. Para poder abandonar la ciudad de Antioquía, en donde era tan querido, una escolta militar tuvo que acompañarlo para así evitar la conmoción del pueblo. Quedó instituido como metropolitano el 26 de febrero de 398 por Teófilo, patriarca de Alejandría, quien con gran desgano llevó a cabo el pedido del emperador Arcadio.
Constantinopla, construida por Constantino en 330 en el lugar de Bizancio, al convertirse en la capital del Imperio Romano de Oriente pasó a ser la principal sede episcopal del Oriente y se convirtió en el centro de la teología oficial, las intrigas palaciegas y las controversias teológicas. A Crisóstomo le desagradaban los privilegios que le habían sido conferidos por su condición de metropolitano. Durante su mandato se negó a ofrecer recepciones lujosas y criticó el alto nivel de vida que llevaba el clero. Sus esfuerzos por reformar la Iglesia de Constantinopla chocaron con la oposición de los poderosos y del clero corrupto y tuvieron poco éxito aunque incrementaron su popularidad entre las personas comunes. Su estancia en Constantinopla resultó muy difícil.
Teófilo, el patriarca de Alejandría, quería someter a Constantinopla a su poder y se opuso al liderazgo de Crisóstomo. Como era un fuerte oponente de las enseñanzas de Orígenes, Teófilo acusó a Crisóstomo de parcialidad ante las enseñanzas de ese maestro y sacó provecho del episodio de los cuatro monjes de Egipto a quienes había condenado por su apoyo a las teorías de Orígenes. Dichos monjes huyeron de la represalia de Teófilo y fueron acogidos por Crisóstomo en Constantinopla. Además Crisóstomo se ganó a otro enemigo en la persona de la emperatriz Eudoxia, esposa de Arcadio, que se vio identificada con las críticas del metropolitano contra las extravagancias en el vestir de las mujeres.
Se puede decir que Crisóstomo se caracterizó por la falta de tacto y temeridad al denunciar las ofensas de las instancias superiores y su actitud condujo a que se creara una alianza en su contra entre Eudoxia, Teófilo y el clero molesto quienes convocaron un sínodo en 403 y acusaron a Crisóstomo de favorecer las enseñanzas de Orígenes. El sínodo llamado “de la Encina” se pronunció por la deposición de Crisóstomo.
Sin embargo al poco tiempo fue restituido por Arcadio temeroso de la ira del pueblo y porque un incidente que ocurrió en palacio la emperatriz lo atribuyó a la ira de Dios. Sin embargo la paz fue corta. Una estatua de plata que Eudoxia se hizo erigir frente a la catedral fue denunciada por Crisóstomo y una vez más fue suspendido y enviado a una región lejana en la frontera con Armenia.
Cuando el obispo Inocencio de Roma supo las circunstancias de la deposición de Crisóstomo presentó su protesta pero no fue escuchado. Crisóstomo continuó escribiendo cartas que resultaban de gran influencia dentro de Constantinopla y como su vida se prolongaba más de lo deseado por sus adversarios, se determinó desterrarlo a un extremo fronterizo cerca del Cáucaso. No obstante este nunca llegó a su nuevo destino porque murió en el viaje el 14 de septiembre de 404. Sus últimas palabras fueron: “Gloria a Dios por todo”. El 27 de enero de 438 su cuerpo fue trasladado a Constantinopla y enterrado en la Iglesia de los Apóstoles donde yacía Eudoxia desde el 404.
Las frecuentes deposiciones de las que fue objeto demuestran la influencia del poder temporal sobre la Iglesia de Oriente en dicho período a la par de la rivalidad entre Constantinopla y Alejandría por ser reconocidas como la sede principal del Oriente. Las hostilidades entre los patriarcas de ambas orbes fueron causa de grandes sufrimientos y rupturas dentro de la Iglesia.
Juan Crisóstomo es considerado uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia del Oriente. En la Iglesia ortodoxa Griega es uno de los más grandes teólogos y uno de los tres Pilares de la Iglesia, juntamente con Basilio y Gregorio.
5. Jerónimo.
En en Stridon, una población pequeña situada en los confines de la región dálmata de Panonia y el territorio de Italia, cerca de la ciudad de Aquilea, el año 340 nació Eusebius Hieronymus Sophronius, mejor conocido como Jerónimo. Su padre tuvo buen cuidado de que se instruyese en todos los aspectos de la religión y en los elementos de las letras y las ciencias, primero en el propio hogar y, más tarde, en las escuelas de Roma. En la gran ciudad, Jerónimo tuvo como tutor a Donato, el famoso gramático pagano. En poco tiempo, llegó a dominar perfectamente el latín y el griego, su lengua natal era el ilirio, leyó a los mejores autores en ambos idiomas con gran aplicación e hizo grandes progresos en la oratoria; pero como había quedado falto de la guía paterna y bajo la tutela de un maestro pagano, olvidó algunas de las enseñanzas y de las devociones que se le habían inculcado desde pequeño.
A decir verdad, Jerónimo terminó sus años de estudio, sin haber adquirido los grandes vicios de la juventud romana, pero desgraciadamente ya era ajeno al espíritu cristiano y adicto a las vanidades, lujos y otras debilidades, como admitió y lamentó amargamente años más tarde. Por otra parte, en Roma recibió el bautismo hasta que cumplió más o menos los dieciocho años y, tenía la costumbre de visitar las tumbas de los mártires los domingos.
Después de haber pasado tres años en Roma, sintió el deseo de viajar para ampliar sus conocimientos y, en compañía de su amigo Bonoso, se fue hacia Tréveris. Ahí fue donde renació impetuosamente el espíritu religioso que siempre había estado arraigado en el fondo de su alma y, desde entonces, su corazón se entregó enteramente a Dios.
En el año de 370, Jerónimo se estableció temporalmente en Aquilea donde el obispo, Valeriano, se había atraído a tantos elementos valiosos, que su clero era famoso en toda la Iglesia de occidente. Jerónimo tuvo amistad con varios de aquellos clérigos, cuyos nombres aparecen en sus escritos. Entre ellos se encontraba San Cromacio, el sacerdote que sucedió a Valeriano en la sede episcopal, sus dos hermanos, los diáconos Joviniano y Eusebio, San Heliodoro y su sobrino Nepotiano y, sobre todo, se hallaba ahí Rufino, el que fue, primero, amigo del alma de Jerónimo y, luego, su encarnizado opositor.
Ya para entonces, Rufino provocaba contradicciones y violentas discusiones, con lo cual comenzaba a crearse enemigos. Al cabo de dos años, algún conflicto, sin duda más grave que los otros, disolvió al grupo de amigos, y Jerónimo decidió retirarse a alguna comarca lejana ya que Bonoso, el que había sido compañero suyo de estudios y de viajes desde la infancia, se fue a vivir en una isla desierta del Adriático. Jerónimo, por su parte, había conocido en Aquilea a Evagrio, un ministro de Antioquía con merecida fama de ciencia y virtud, quien despertó el interés del joven por el oriente, y hacia allá partió con sus amigos Inocencio, Heliodoro e Hylas, éste último había sido esclavo de Melania.
Jerónimo llegó a Antioquía en 374 y ahí permaneció durante cierto tiempo. Inocencio e Hylas fueron atacados por una grave enfermedad y los dos murieron; Jerónimo también estuvo enfermo, pero sanó. En una de sus cartas a Eustoquio le cuenta que en el delirio de su fiebre tuvo un sueño en el que se vio ante el trono de Jesucristo para ser juzgado. Aquella experiencia produjo un profundo efecto en su espíritu y su encuentro con Maleo, ahondó todavía más el sentimiento. Corno consecuencia de aquellas emociones, Jerónimo se retiró a las salvajes soledades de Calquis, un yermo inhóspito al sureste de Antioquía, donde pasó cuatro años en diálogo con su alma. Ahí soportó grandes sufrimientos a causa de los quebrantos de su salud, pero sobre todo, por las terribles tentaciones carnales.
En ese rincón remoto y árido, quemado por el sol, Jerónimo parecía encontrarse en medio de los deleites y las muchedumbres de Roma. Tenía el rostro escuálido por el ayuno de semanas enteras de no probar bocado. Con mucha frecuencia velaba del ocaso al alba entre llantos con el fin de contener y prevenir las rebeliones de la carne. Agregó a sus mortificaciones corporales el trabajo del estudio constante y absorbente, con el que esperaba frenar su imaginación desatada. Se propuso aprender el hebreo. Así, de las juiciosas reglas de Quintiliano, la florida elocuencia de Cicerón, el grave estilo de Fronto y la dulce suavidad de Plinio, pasó a esta lengua de tono siseante y palabras entrecortadas.
Por aquel entonces, la Iglesia de Antioquía sufría perturbaciones a causa de las disputas doctrinales y disciplinarias. Los monjes del desierto de Calquis también tomaron partido en aquellas disensiones e insistían en que Jerónimo hiciese lo propio y se pronunciase sobre los asuntos en discusión. Él habría preferido mantenerse al margen de las disputas, pero de todas maneras, escribió dos cartas a Dámaso, obispo de Roma desde el año 366, a fin de consultarle sobre el particular y preguntarle hacia cuáles tendencias se inclinaba, ya que no conocía a Vitalis, a Melesio y a Paulino.
Como Jerónimo no recibiese pronto una respuesta, envió una segunda carta sobre el mismo asunto. No conocemos la contestación de Dámaso, pero es cosa cierta que Roma y todo el occidente reconocieron a Paulino como obispo de Antioquía y que Jerónimo recibió la ordenación ministerial de manos de Dámaso bajo la condición de que no estaba obligado a servir a tal o cual congregación con el ejercicio de su ministerio.
Poco después se trasladó a Constantinopla a fin de estudiar las Sagradas Escrituras bajo la dirección de Gregorio Nazianceno. En muchas partes de sus escritos Jerónimo se refiere con evidente satisfacción y gratitud a aquel período en que tuvo el honor de que tan gran maestro le explicase la divina palabra. En el año de 382, Gregorio abandonó Constantinopla, y Jerónimo regresó a Roma, junto con Paulino de Antioquía y Epifanio, para tomar parte en el concilio convocado por Dámaso a fin de discutir el cisma de Antioquía. Al término de la asamblea, el obispo lo detuvo en Roma y lo empleó como su secretario. A solicitud de este y de acuerdo con los textos griegos, revisó la versión latina de los Evangelios que había sido desfigurada con transcripciones falsas, correcciones mal hechas y añadiduras descuidadas. Al mismo tiempo, hizo la primera revisión al salterio en latín.
Al mismo tiempo que desarrollaba aquellas actividades oficiales, alentaba y dirigía el extraordinario florecimiento del ascetismo que tenía lugar entre las más nobles damas romanas. Entre ellas se encuentran muchos nombres famosos en la antigua cristiandad como el de Marcela, junto con su hermana Asela y la madre de ambas, Albina.
Pero al morir Dámaso, en el año de 384, el secretario quedó sin protección y se encontró, de buenas a primeras, en una situación difícil. En sus dos años de actuación pública, había causado profunda impresión en Roma por su santidad personal, su ciencia y su honradez, pero precisamente por eso, se había creado antipatías entre los envidiosos, entre los paganos y gentes de mal vivir, a quienes había condenado vigorosamente y también entre las gentes sencillas y de buena voluntad, que se ofendían por las palabras duras, claras y directas y por sus ingeniosos sarcasmos. Cuando hizo un escrito en defensa de la decisión de Blesila, la viuda joven, rica y hermosa que súbitamente renunció al mundo para consagrarse al servicio de Dios, Jerónimo satirizó y criticó despiadadamente a la sociedad pagana y a la vida mundana y, en contraste con la modestia y recato de que Blesila hacía ostentación, atacó a aquellas damas que se pintan las mejillas con púrpura y los párpados con antimonio; las que se echan tanta cantidad de polvos en la cara, que el rostro, demasiado blanco, deja de ser humano para convertirse en el de un ídolo y, si en un momento de descuido o de debilidad, derraman una lágrima, fabrican con ella y sus afeites, una piedrecilla que rueda sobre sus mejillas pintadas. No se mostró menos áspero en sus críticas a la sociedad cristiana, como puede verse en la carta sobre la virginidad que escribió a Eustoquio, donde ataca con particular fiereza a ciertos elementos del clero.
A nadie le puede extrañar que, por justificadas que fuesen sus críticas, causasen resentimientos tan solo por la manera de expresarlas. En consecuencia, su propia reputación fue atacada con violencia y su modestia, su sencillez, su manera de caminar y de sonreír fueron, a su vez, blanco de los ataques de los demás. Ni la reconocida virtud de las nobles damas que marchaban por el camino del bien bajo su dirección, ni la forma absolutamente discreta de su comportamiento, le salvaron de las calumnias. Por toda Roma circularon las murmuraciones escandalosas respecto a las relaciones de Jerónimo con Paula. Las cosas llegaron a tal extremo, que Jerónimo, en el colmo de la indignación, decidió abandonar Roma y buscar algún retiro tranquilo en el oriente.
En el mes de agosto del año 385, se embarcó en Porto y, nueve meses más tarde, se reunieron con él en Antioquía, Paula, Eustoquio y las otras damas romanas que habían resuelto compartir con él su exilio voluntario y vivir como religiosas en Tierra Santa. Por indicaciones de Jerónimo, aquellas mujeres se establecieron en Belén y Jerusalén, pero antes de enclaustrarse, viajaron por Egipto para recibir consejo de los monjes de Nitria y del famoso Dídimo, el maestro ciego de la escuela de Alejandría.
Gracias a la generosidad de Paula, se construyó un monasterio para hombres, próximo a la basílica de la Natividad, en Belén, lo mismo que otros edificios para tres comunidades de mujeres. El propio Jerónimo moraba en una amplia caverna, vecina al sitio donde nació el Salvador. En aquel mismo lugar estableció una escuela gratuita para niños y una hostería. Ahí, por lo menos, transcurrieron algunos años en completa paz.
Pero no por gozar de aquella paz, podía Jerónimo quedarse callado y con los brazos cruzados cuando la verdad cristiana estaba amenazada. Del año 395 al 400, Jerónimo hizo la guerra a la doctrina de Orígenes y, desgraciadamente, en el curso de la lucha, se rompió su amistad de veinticinco años con Rufino.
Nada dio tanta fama a Jerónimo como sus obras críticas sobre las Sagradas Escrituras. Por eso, la Iglesia le reconoce como a un hombre especialmente elegido por Dios y le tiene por el mayor de sus grandes doctores en la exposición, la explicación y el comentario de la divina palabra. Por otra parte, nadie mejor dotado que él para semejante trabajo: durante muchos años había vivido en el escenario mismo de las Sagradas Escrituras, donde los nombres de las localidades y las costumbres de las gentes eran todavía los mismos. Sin duda que muchas veces obtuvo en Tierra Santa una clara representación de diversos acontecimientos registrados en las Escrituras. Conocía el griego y el arameo, lenguas vivas por aquel entonces y, también sabía el hebreo que, si bien había dejado de ser un idioma de uso corriente desde el cautiverio de los judíos, aún se hablaba entre los doctores de la ley. A ellos recurrió Jerónimo para una mejor comprensión de los libros santos e incluso tuvo por maestro a un doctor y famoso judío llamado Bar Ananías, el cual acudía a instruirle por las noches y con toda clase de precauciones para no provocar la indignación de los otros doctores de la ley.
Ya vimos que, bajo el patrocinio de Dámaso, revisó en Roma la antigua versión latina de los Evangelios y los salmos, así como el resto del Nuevo Testamento. La traducción de la mayoría de los libros del Antiguo Testamento escritos en hebreo, fue la obra que realizó durante sus años de retiro en Belén, a solicitud de todos sus amigos y discípulos más fieles e ilustres y por voluntad propia, ya que le interesaba hacer la traducción del original y no de otra versión cualquiera.
No comenzó a traducir los libros por orden, sino que se ocupó primero del Libro de los Reyes y siguió con los demás, sin elegirlos. Las únicas partes de la Biblia en latín conocida como la Vulgata que no fueron traducidas por Jerónimo, son los libros de la Sabiduría, el Eclesiástico, el de Baruch y los dos libros de los Macabeos, ya que no los consideraba canónicos. Hizo una segunda revisión de los salmos, con la ayuda del Hexapla de Orígenes y los textos hebreos, y esa segunda versión es la que está incluida en la Vulgata.
El Concilio de Trento designó a la Vulgata de Jerónimo, como el texto bíblico latino auténtico o autorizado por la Iglesia Católica. En 1907, el Papa Pío X confió a los monjes benedictinos la tarea de restaurar en lo posible los textos de Jerónimo en la Vulgata ya que, al cabo de quince siglos de uso, habían sido considerablemente modificados y corregidos.
En el año de 404, Jerónimo tuvo la gran pena de ver morir a su inseparable amiga Paula y, pocos años después, cuando Roma fue saqueada por las huestes de Alarico, gran número de romanos huyeron y se refugiaron en el oriente.
De nuevo, cuando su vida estaba a punto de terminar, tuvo que interrumpir sus estudios por una incursión de los bárbaros y, algún tiempo después, por las violencias y persecuciones de los pelagianos, quienes enviaron a Belén a una horda de rufianes para atacar a los monjes y las monjas que ahí moraban bajo la dirección y la protección de Jerónimo, el cual había atacado a Pelagio en sus escritos. Al año siguiente, murió Eustoquio y, pocos días más tarde, Jerónimo la siguió a la tumba. El 30 de septiembre del año 420, cuando su cuerpo extenuado por el trabajo y la penitencia, agotadas la vista y la voz, parecía una sombra, pasó a mejor vida. Fue sepultado en la iglesia de la Natividad, cerca de la tumba de Paula y Eustoquio, pero mucho tiempo después, sus restos fueron trasladados al sitio donde reposan hasta ahora, en la basílica de Santa María la Mayor, en Roma.
6. Agustín de Hipona.
El 13 de noviembre del 354 nació Aurelius Augustinus Hipponensis, mejor conocido como Agustín, en Tagaste, pequeña ciudad de Numidia en el norte de África. Su padre, llamado Patricio, era aún pagano cuando nació su hijo. Su madre, Mónica, era cristiana y le enseñó a su hijo los principios básicos de la religión cristiana y al ver cómo el joven Agustín se separaba del camino del cristianismo se entregó a la oración constante en medio de un gran sufrimiento. Años más tarde Agustín se llamará a sí mismo el “hijo de las lágrimas de su madre”.
Agustín estaba dotado de una gran imaginación y de una extraordinaria inteligencia. Se destacó en el estudio de las letras. Mostró un gran interés hacia la literatura, especialmente la griega clásica y poseía gran elocuencia. Sus primeros triunfos tuvieron como escenario Madaura y Cartago. Durante sus años de estudiante en Cartago desarrolló una irresistible atracción hacia el teatro. Al mismo tiempo, gustaba en gran medida de recibir halagos y la fama, que encontró fácilmente en aquellos primeros años de su juventud. Allí mismo, en Cartago, se destacó por su genio retórico y sobresalió en concursos poéticos y certámenes públicos. Aunque se dejaba llevar ciegamente por las pasiones humanas y mundanas, y seguía abiertamente los impulsos de su espíritu sensual y mujeriego, no abandonó sus estudios, especialmente los de filosofía. El propio Agustín hace una crítica muy dura y amarga de esta etapa de su juventud en sus “Confesiones”.
A los diecinueve años, la lectura de “Hortensius”, de Cicerón, despertó en la mente de Agustín el espíritu de especulación y así se dedica de lleno al estudio de la filosofía. Además, será en esta época cuando el joven Agustín conocerá a una mujer con la que mantendrá una relación estable de catorce años y con la cual tendrá un hijo: Adeodato.
En su búsqueda incansable de respuesta al problema de la verdad, Agustín pasa de una escuela filosófica a otra sin que encuentre en ninguna una verdadera respuesta a sus inquietudes. Finalmente abraza el maniqueísmo creyendo que en este sistema encontraría un modelo según el cual podría orientar su vida. Varios años siguió esta doctrina y solamente la abandonó después de hablar con el obispo Fausto. Ante tal decepción, se convenció de la imposibilidad de llegar a alcanzar la plena verdad, y por ello se hizo escéptico.
Sumido en una gran frustración personal, decide en 383 partir para Roma, la capital del Imperio. Su madre le acompaña en este viaje. En Roma enferma de gravedad y gracias a su amigo y protector Símaco, prefecto de Roma fue nombrado magistrado en Mediolanum, actual Milán.
Fue en Milán donde se produjo la última etapa antes de su conversión: Empezó a asistir a las celebraciones litúrgicas del obispo Ambrosio, quedando admirado de sus predicaciones y su corazón. Entonces decidió romper definitivamente con el maniqueísmo. Esta noticia llenó de gozo a su madre que se encargó de buscarle un matrimonio acorde con su estado social y dirigirle hacia el bautismo. Se despidió de su compañera sentimental con gran dolor y en vez de optar por casarse con la mujer que Mónica le había buscado, decidió vivir en ascesis[8]; decisión a la que llegó después de haber conocido los escritos neoplatónicos gracias al sacerdote Simpliciano.
Los platónicos le ayudaron a resolver el problema del materialismo y el del mal. Ambrosio le ofreció la clave para interpretar el Antiguo Testamento y encontrar en la escritura la fuente de la fe. Por último, Pablo le ayudó a solucionar el problema de la mediación y de la gracia.
En 386 se consagra al estudio formal y metódico de las ideas del cristianismo. Renuncia a su cátedra y se retira con su madre y unos compañeros a Casiciaco, cerca de Milán para dedicarse por completo al estudio y a la meditación. El 23 de abril de 387, a los treinta y tres años de edad, es bautizado en Milán por el obispo Ambrosio. Regresa a África, pero antes de embarcarse, su madre Mónica muere en Ostia, el puerto cerca de Roma.
Cuando llegó a Tagaste vendió todos sus bienes y el producto de la venta lo repartió entre los pobres. Se retiró con unos compañeros a vivir en una pequeña propiedad para hacer allí vida monacal. Años después esta experiencia será la inspiración para su famosa Regla. A pesar de su búsqueda de la soledad y el aislamiento, la fama de Agustín se extiende por toda la comarca.
El 391 viajó a Hipona para buscar un lugar donde abrir un monasterio y vivir con sus hermanos, pero durante una celebración litúrgica fue elegido por la comunidad para que fuese ordenado ministro, a causa de las necesidades del obispo de Hipona, Valerio. Aceptó esta brusca elección con lágrimas en los ojos, pues al principio se negaba con gritos y lágrimas a aceptarla. Algo parecido sucedió al ser consagrado obispo en el 395. Fue entonces cuando dejó el monasterio de laicos y se instaló en la casa del obispo, que transformó en un monasterio de clérigos.
La actividad de Agustín es enorme y variada. Predica a todo tiempo y en muchos lugares, escribe incansablemente, polemiza con aquellos que van en contra de la ortodoxia de la doctrina cristiana de aquel entonces, preside concilios, resuelve los problemas más diversos que le presentan sus fieles. Se enfrentó a maniqueos, donatistas, arrianos, pelagianos, priscilianistas, académicos, etc.
La literatura de Agustín es una obra monumental, comenzando con “Confesiones”, que es la obra literaria más famosa de Agustín. Está constituida por trece libros en los que nos narra su vida, formación y su evolución interior; también habla de la psicología, de la filosofía, de su concepto de Dios y de su visión del mundo. Es también un reconocimiento de la grandeza y bondad de Dios. Esta obra la comenzó después de la muerte de Ambrosio, el 4 de abril del 397, y la terminó en el año 400. Es una obra uniforme, en la cual, los acontecimientos son analizados con la perspectiva de haber transcurrido doce o catorce años desde que sucedieran. Por ello, si se comparan con los diálogos escritos en Casiciaco, se constatan algunas discrepancias, pero ello es debido a una valoración distinta de muchas cosas; son las reflexiones del obispo que ve la vida de un modo distinto.
Los “Diálogos” escritos en Casiciaco, Milán, Roma y en su etapa joven. En ellos trata de la certeza, la felicidad, el orden, la inmortalidad, la grandeza del alma, la existencia de Dios, la libertad del hombre, la razón del mal y el maestro interior.
“La Ciudad de Dios” es una de las obras maestras de Agustín, en ella nos ofrece una síntesis de su pensamiento filosófico, teológico y político. Fue escrita desde el 413 al 426 y la publicó en varias partes, aunque trabaja con un plan unitario. El motivo por el cual escribió esta obra fue las críticas que los paganos hacían contra el cristianismo: Roma había caído bajo los visigodos en el 410. De este cataclismo mundial fue culpado el cristianismo, sobre todo por los romanos cultos y ricos que huyeron al norte de África debido a la caída de Roma.
Otros: Disciplinarum libri, De beata vita liber I, De ordine libri II, Soliloquiorum libri II, De immortalitate animae liber I, De quantitatae animae liber I, De libero arbitrio libri III, De musica libri VI, De magistro liber I, De fide rerum quae non videntur liber I, De utilitate credendi liber I, De divinatione daemonum liber I, Quaestiones expositae contra paganos VI, Enchiridion, ad Laurentium o De fide, spe et caritate liber I, De fide et símbolo liber I, De diversis quaestionibus octoginta tribus liber I, De diversis quaestionibus ad Simplicianum libri II, Ad inquisitionem lanuarii libri II, De fide et operibus liber I, De videndo Deo liber I, De praesentia Dei liber I, De cura pro mortuis gerenda liber I, De octo Dulcitii quaestionibus liber I, De agone christiano liber I, De coniugiis adulterinis libri II, Contra mendacium, De catechizandis rudibus liber I, De continentia liber I, De patientia liber I, Regula ad servos, De doctrina christiana libri IV, De Genesi ad litteram libri XII, De consensu Evangelistarum libri IV, De natura boni liber I, Psalmus contra partem Donati, De peccatorum meritis et remissione et de baptismo parvolorum ad Marcellium libri III, De gratia et libero arbitrio liber I, De haeresibus, Tractatus in evangelium Ioanis, Enarrationes in Psalmos. Además, hay ciento veinticuatro discursos sobre el Evangelio de Juan. Los sermones son el fruto de la predicación por casi 40 años. En la biblioteca de Hipona se debían conservar unos tres o cuatro mil. Trata todos los temas de la Biblia y de la liturgia. También se conservan unas 800 cartas. Agustín y Cipriano consideraban herejes a los “acuarienses”, es decir, los que abogan por el agua, que era una secta que promovía el uso del agua en vez del vino en la Cena del Señor. Taciano el sirio fue uno de sus líderes más conocidos. En la actualidad, los mormones adoptaron esta enseñanza.
Una de las controversias más extensas es la llamada “Pelagiana”, debido a Pelagio, un monje británico que llegó a Roma en el 410 y que enseñaba que las tendencias pecaminosas no son heredadas de Adán, sino que el alma hace su propia elección, siendo responsable de su decisión. Agustín lo contradijo afirmando que Adán representaba a la humanidad y por ende, en él todos pecamos. La naturaleza caída no nos permite aceptar la salvación sino que Dios tiene que intervenir y escoge a los que han de ser salvos. El Concilio de Cartago en el 418, condenó a Pelagio y la enseñanza de Agustín se convirtió en norma para la cristiandad de la época.
Agustín murió en Hipona el 28 de agosto de 430 durante el sitio al que los vándalos de Genserico sometieron a la ciudad durante la invasión de la provincia romana de África. Su cuerpo, en fecha incierta, fue trasladado a Cerdeña y, hacia el 725, a Pavía, a la basílica de San Pietro in Ciel d'Oro, donde reposa hoy.
7. El Monasticismo.
Uno de los movimientos que al principio se propulsó en la búsqueda del hombre por la santidad y el retiro con Dios lejos del ruido de la sociedad, fue el “monasticismo”, del griego monachos o una persona solitaria, en donde muchos que anhelaban una vida más elevada, alejados de la mundanalidad, decidieron separarse del mundo, solos o en grupo.
Estas personas, a las que se les llamó “monjes” se dedicaban a la contemplación, la oración y el ascetismo y se considera como fundador del movimiento a Antonio, quien se retiró en el 320 al desierto de la Tebaida y pronto fue imitado por muchos. Él se fue a vivir a una cueva en Egipto y pronto no había lugar en estas, debido a que los “anacoretas”[9] se habían apropiado de ellas.
Pacomio siguió sus pasos pero acompañado, iniciando la tradición de la vida conventual y fueron llamados “cenobitas”. Su Regla fue conocida gracias a la traducción al latín que hizo Jerónimo, secretario de Dámaso, que con sus monasterios puede considerarse como quien sembró la semilla del monasticismo de occidente. En el 423, Simón, “el Pilar”, decidió irse a vivir al desierto construyendo pilares de roca en donde vivió por 37 años y murió en uno que media 20 metros de alto por 12 de ancho.
Entre los grupos monásticos se encontraban los “abstinentes”, que luchaban contra la mundanalidad de algunas iglesias cristianas. Su influencia “gnóstica” era evidente, ya que creían que la materia es exclusivamente mala. Promovían el ascetismo, prohibían el matrimonio y comer carne, y se sometían a vigilias, ayunos y constantes oraciones. Prisciliano figura entre sus líderes. Su mayor desarrollo ocurrió en los siglos III y IV en el sudoeste de Europa.
El mayor problema con estas personas fue que en su soledad, fueron dados a producir doctrinas que iban en contra de las enseñanzas bíblicas, y es con ellas que se fue alimentando la naciente Iglesia Católico-Romana que veremos en el siguiente apartado.
[1] 303.
[2] 325.
[3] 451.
[4] 256 - 336
[5] Homoousios, la misma sustancia.
[6] Salmos 23.10.
[7] Atanasio, Oraciones contra los arrianos, I. 5-6.
[8] Se denomina ascética o ascetismo al conjunto de procedimientos y conductas de doctrina moral que se basa en la oposición sistemática al cumplimiento de necesidades de diversa índole que dependerá, en mayor o menor medida, del grado y orientación de que se trate. En muchas tradiciones religiosas, la ascética es un modo de acceso místico.
[9] La palabra Anacoreta procede del latín medieval “anachorēta”, y éste del término griego "ἀνα-χωρέω", que significa “retirarse”.
A. La Iglesia Armenia.
Según los historiadores armenios, su región fue evangelizada por Bartolomé y Tadeo, y Armenia se convirtió en el primer país que reconoció como religión oficial al cristianismo[1]. Según Eusebio y Tertuliano, el Evangelio llegó allí por primera vez en el siglo II.
La Iglesia de Armenia participó en el Concilio de Nicea[2], pero se opuso a las decisiones del Concilio de Calcedonia[3], al que no asistieron, adoptando una teología considerada como el monofismo, es decir, negaban que en Jesús existieran las dos naturalezas, la humana y la divina, esto los ha mantenido relativamente separados de las iglesias ortodoxas orientales y de Roma, aunque sus relaciones han mejorado recientemente.
Aceptan siete sacramentos, pero a los niños los bautizan por triple inmersión o aspersión y los confirman inmediatamente después del bautismo. Veneran a los santos y sus imágenes, así como a ciertas religiones, y promueven el monasticismo, aunque los votos de los monjes no son para toda la vida. También rechazan la transubstanciación, el papado, las indulgencias, el purgatorio y la doctrina católica de la Inmaculada Concepción. Como otras iglesias orientales, permiten el matrimonio de los clérigos, pero no el de los obispos. El primado de la Iglesia de Armenia es el catholicos, que radica en el antiquísimo monasterio de Etchmiatzin, relativamente cercano al monte Ararat. También cuentan con otros catholicos y con los patriarcas armenios de Constantinopla y Jerusalén.
En 1335, un sector armenio se proclamó vinculado a Roma. A partir de 1831, otro sector se considera evangélico. Ambos desprendimientos no son reconocidos por la iglesia armenia tradicional, la cual se identifica en algunos textos como “Iglesia Gregoriana Nacional Independiente”. La Iglesia de Armenia tiene congregaciones en el extranjero.
B. Constantino.
Mientras esto ocurría, en Roma cuatro aspirantes a la corona se disputaban el título de emperador, entre ellos Majencio y Constantino, que se enfrentaron en el puente de Milvio en el 312, a solo 16 kilómetros de Roma. Constantino, conociendo que los cristianos, a pesar de ser perseguidos, eran una fuerza muy importante y puesto que el paganismo estaba abierto a aceptarlos, era importante atraerlos a él, relató que había visto una cruz en el cielo con el lema “Por este signo vencerás”. Este acto capturó la simpatía de muchos cristianos que estuvieron dispuestos a apoyarlo hasta que vencieron. Un año después, en 313, Constantino firmó el Edicto de Tolerancia, poniendo fin a las persecuciones imperiales. Constantino fue reconocido como emperador en el 323. Los edificios de la Iglesia les fueron restituidos y se abrieron congregaciones por doquier. Constantino y su madre se apasionaron en la construcción de basílicas, como llamaban a estos edificios hechos en forma rectangular y que eran sostenidos por hileras de pilares, con una plataforma para la instalación de los obispos en la parte más interior.
El paganismo comenzó a perder fuerza, a pesar de ser tolerado, debido a que el emperador mostraba una simpatía más amplia hacia los cristianos. Algunos templos paganos fueron consagrados como edificios para la Iglesia y el dinero que antes erogaba el gobierno para sostener los cultos paganos pasaron ahora a la Iglesia, que se encargaba de pagar el salario a los obispos y presbíteros. A estos se les eximió del pago de impuestos y si eran acusados de algo no podían ser juzgados en los tribunales de justicia, sino que había tribunales eclesiásticos que se encargaban de ello. Se decretó que el día domingo, día en que se reunía la Iglesia desde el siglo I, estuviera libre de trabajo para que todos los que quisieran congregarse pudieran asistir sin impedimentos, aunque se continuó con la costumbre de celebrar los juegos ese día para que se viera como un día de fiesta. No es cierto que Constantino pusiera como regla que la Iglesia se reuniera en domingo, sino más bien fue al revés, como la Iglesia se reunía en domingo, Constantino decretó que ese día fuese libre de trabajo.
Se abolió la crucifixión y la cruz se adoptó como símbolo de los ejércitos imperiales. El infanticidio pasó a ser un crimen y se les dieron derechos a los esclavos.
Los cultos se volvieron más ostentosos, pero menos espirituales. Miles se “convertían” al cristianismo. Las fiestas paganas cambiaron su nombre por algo “más cristiano” y muchos sacerdotes paganos se convirtieron en “pastores”. Así, el cristianismo comenzó a ser transformado por el mundo.
Roma era una ciudad corrupta, superpoblada, obsoleta. Constantino creyó conveniente cambiar la ubicación de la capital del Imperio y mandó reconfigurar la ciudad griega de Bizancio para que se convirtiera en Constantinopla. Enclavada en el estrecho de Dardanelos, en donde se une Europa con Asia, lo que hoy conocemos como Estambul, se transformaría en una ciudad esplendorosa. Ahí, la Iglesia era respetada y sumisa al emperador. Constantino mandó construir el templo de Santa Sofía, que se convertiría en la catedral del imperio hasta 1453 cuando los turcos tomaron la ciudad y la convirtieron en mezquita.
Pero había un problema muy serio, el imperio era demasiado extenso y un solo emperador no podía controlarlo, así que Constantino comenzó la separación nombrando emperadores asociados, y al fin, Teodosio, en el 375, la completó, quedando conformados dos imperios: El Occidental, con idioma latino y el Oriental, con idioma griego.
C. Concilio de Nicea.
1. El Arrianismo.
Las luchas del cristianismo con el paganismo fueron difíciles, pero el cristianismo, con el apoyo del estado, logró triunfar, pero a esto vino una controversia mucho más difícil debido a que salía del mismo seno de la Iglesia. Arrio[4], presbítero de la iglesia de Alejandría, probablemente de origen libio, aceptó de cierta forma la divinidad de Cristo, pero afirmó que la Segunda Persona de la Trinidad no es coeterna con el Padre, la Primera Persona, sino que fue engendrada y no existía con anterioridad a ese hecho.
Arrio aparece en la historia de Alejandría, donde el Obispo Pedro, que poco tiempo después le excomulga, lo ordena diácono en el año 308. Al morir el obispo, Arrio se reconcilia con su sucesor, Aquilas, y recibe la ordenación como ministro y se le envía a regir una importante parroquia, y allí ha de explicar las Sagradas Escrituras. Arrio empieza a propagar errores.
El discípulo de Luciano de Antioquía, Arrio, se enfrentó a su obispo proclamando que el Hijo de Dios no era eterno sino creado por el Padre como instrumento para crear el mundo y, por lo tanto, no era Dios por naturaleza, sino una criatura que recibió la alta dignidad de Hijo de Dios ya que fue “engendrado”, debido a que el Padre, en su preconocimiento, sabía de su condición de justo y de su fidelidad incondicional. Jesús era divino, un dios, pero que esta divinidad no era de la magnitud que la del Padre, por lo tanto no se podía llamarlo Dios Verdadero.
Admitía la existencia de Dios que era único, eterno e incomunicable; el Verbo, Cristo, no es Dios, es pura criatura aunque más excelente que todas las otras. Y, aunque centró toda su enseñanza en despojar de la divinidad a Jesucristo involucró también al Espíritu Santo, que igualmente era una criatura e inferior al Verbo.
Su doctrina se conoce como arrianismo, aunque ya existía antes de Arrio; por ejemplo, en las obras de Pablo de Samosata. En Tertuliano se encuentra la creencia análoga a la de Arrio de que el Hijo de Dios no existía antes de ser engendrado. En Justino Mártir se encuentran sentencias similares a las de Arrio, al igual que en Orígenes.
La defensa del arrianismo fue asumida por diversos líderes eclesiásticos, como Eusebio de Nicomedia, quien llegó a ser pastor del emperador Constantino I el Grande.
2. El Concilio.
En el año 320, el Obispo de Alejandría convoca un sínodo que reúne más de cien obispos de Egipto y Libia, y en él se excomulga a Arrio y a sus partidarios, ya numerosos. Las doctrinas de Arrio desembocan en esta conclusión: El Hijo no es igual al Padre y es totalmente desigual en su naturaleza y propiedades.
El 20 de mayo del 325, se convocó el Concilio de Nicea, al que asistió Constantino, el Emperador; 318 obispos se reunieron en Nicea, en donde se da forma al Credo Apostólico, que aunque era sabido por todos, no se le había dado la forma como le conocemos hoy. La finalidad de este texto fue dejar en claro la oposición directa al arrianismo: “Creemos en un solo Dios, todopoderoso...y en Jesucristo, Hijo de Dios, el Único engendrado del Padre, esto es, de la substancia del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado y no hecho, consubstancial al Padre...”
El arrianismo fue condenado como herejía por el Concilio de Nicea terminó el año 325 con el destierro de Arrio. También se condenaron sus escritos. En este sínodo de obispos se reafirmó la doctrina de la consubstancialidad[5] del Padre y del Hijo. Aunque otros concilios posteriores restauraron el arrianismo como doctrina legítima de la Iglesia. La condena definitiva llegó en el Primer Concilio de Constantinopla en el 381.
Posteriormente el arrianismo subsistió entre los godos y otros pueblos germánicos y en Roma ya que Constancio, hijo de Constantino, simpatizaba con Arrio. Arrio era un predicador popular y se decía que sus sermones eran cantados y repetidos por la gente del pueblo. Su obra principal fue Θαλια, Talía, hoy desaparecida, al igual que el resto de sus libros, que fueron quemados y proscritos, aunque fragmentos de sus textos han perdurado en las obras de sus censuradores y gracias a ellos su pensamiento se ha podido reconstruir hasta cierto punto.
Arrio murió en extrañas circunstancias, posiblemente envenenado, en 336, en la víspera del día en que iba a ser readmitido en la comunión de la Iglesia.
Se conocen fragmentos de su obra Talía, por las citas hechas por su principal adversario Atanasio de Alejandría:
“Las lindezas aborrecibles y llenas de impiedad que resuenan en la Talia, de Arrio, son de este tipo: Dios no fue Padre desde siempre, sino que hubo un tiempo en que Dios estaba solo y todavía no era Padre; más adelante llegó a ser Padre. El Hijo no existía desde siempre, pues todas las cosas han sido hechas de la nada, y todo ha sido creado y hecho: el mismo Verbo de Dios ha sido hecho de la nada y había un tiempo en que no existía. No existía antes de que fuera hecho, y él mismo tuvo comienzo en su creación. Porque, según Arrio, sólo existía Dios, y no existían todavía ni el Verbo ni la Sabiduría. Luego, cuando quiso crearnos a nosotros, hizo entonces a alguien a quien llamó Verbo, Sabiduría e Hijo, a fin de crearnos a nosotros por medio de él. Y dice que existen dos sabidurías: una la cualidad propia de Dios, y la otra el Hijo, que fue hecha por aquella sabiduría, y que solo en cuanto que participa de ella se llama Sabiduría y Verbo. Según él, la Sabiduría existe por la sabiduría, por voluntad del Dios sabio. Asimismo dice que en Dios se da otro Logos fuera del Hijo, y que por participar de él el Hijo se llama él mismo Verbo e Hijo por gracia. Es opción particular de esta herejía, manifestada en otros de sus escritos, que existen muchas virtudes, de las cuales una es por naturaleza propia de Dios y eterna; pero Cristo no es la verdadera virtud de Dios, sino que él es también una de las llamadas virtudes, entre las que se cuentan la langosta y la oruga, aunque no es una simple virtud, sino que se la llama grande. Pero hay otras muchas semejantes al Hijo, y David se refirió a ellas en el salmo llamándole “Señor de las virtudes”[6]. El mismo Verbo es por naturaleza, como todas las cosas, mudable, y por su propia voluntad permanece bueno mientras quiere: pero cuando quiere, puede mudar su elección. Lo mismo que nosotros, pues es de naturaleza mudable. Precisamente por eso, según Arrio, previendo Dios que iba a permanecer en el bien, le dio de antemano aquella gloria que luego había de conseguir siendo hombre por su virtud. De esta suerte Dios hizo al Verbo en un momento dado tal como correspondía a sus obras, que Dios había previsto de antemano. Asimismo se atrevió a decir que el Verbo no es Dios verdadero, pues aunque se le llame Dios, no lo es en sentido propio, sino por participación, como todos los demás... Todas las cosas son extrañas y desemejantes a Dios por naturaleza, y así también el Verbo es extraño y desemejante en todo con respecto a la esencia y a las propiedades del Padre, pues pertenece a las cosas engendradas, siendo una de ellas...”[7].
3. Atanasio.
Se reconoce a Atanasio, el obispo Alejandro de Alejandría, como el principal oponente de Arrio y como defensor de la cristología considerada como bíblica por el cristianismo en general.
Atanasio nació en el 295 en Alejandría y murió el 2 de mayo del 373. La Iglesia griega le llama Padre de la Ortodoxia y la Iglesia Católica de Roma lo tiene por uno de los cuatro grandes Padres del Oriente.
Nacido de padres cristianos, recibe, además de la formación clásica, la teológica. En su juventud se relaciona algún tiempo con Antonio Abad, patriarca de los anacoretas. Su obispo Alejandro de Alejandría lo ordena diácono en el 319 y como tal le acompaña al Concilio de Nicea. A la muerte de Alejandro, ocurrida el 17 de abril del 328, le sucede Atanasio en la sede alejandrina. Éste, que había sido defensor de la ortodoxia en Nicea, encuentra ahora en los arrianos su adversario principal. Empiezan éstos aliándose con los melecianos, partidarios de Melecio de Antioquía, quienes tenían entonces muchos seguidores en Egipto. Unido a éstos Eusebio de Nicomedia, levantan contra Atanasio una serie de calumnias de todo tipo, desde las más bajas, como la seducción de una mujer, hasta el ilegal aumento de impuestos, cosa que, como ninguna, podía encolerizar al emperador.
En el 335, reunidos los enemigos de Atanasio en el Sínodo de Tiro, lo deponen y poco después es desterrado a Tréveris. Durante este tiempo, los arrianos intentaron y consiguieron una carta del emperador en la que se anunciaba a los alejandrinos que Arrio sería recibido solemnemente en Alejandría. El pueblo reacciona excitadamente y se sustituye Alejandría por Constantinopla. Constantino muere el 22 mayo 337, pudiendo Atanasio regresar a su sede. Contando ahora con el favor del nuevo emperador Constancio, los arrianos aumentan su campaña contra los partidarios de la ortodoxia; una de las metas propuestas consiste en llegar a ocupar las sedes de Constantinopla y de Alejandría. La primera la ocupa Eusebio de Nicomedia, y la segunda el arriano Pistos y, más tarde, Gregorio de Capadocia, a raíz de la nueva deposición de Atanasio, llevada a cabo en un sínodo antioqueno. Atanasio tiene que refugiarse ahora en Roma en el año 340, y aunque los sínodos de Roma en el 341 y de Sárdica en el 343 lo rehabilitan, sin embargo, no puede volver a su sede hasta el 346, muerto ya Gregorio de Capadocia y gracias a la intervención del emperador occidental Constante ante Constancio, emperador de Oriente.
Muertos el obispo Julio de Roma y el emperador Constante, Constancio se convierte en el apoyo principal del arrianismo. A esto se suma la nueva calumnia levantada por los arrianos, diciendo que Atanasio difamaba como hereje y excomulgado a Constancio. Furioso éste, se dirige al obispo Liberio pidiendo la deposición de Atanasio y tanto el obispo como el emperador convienen en la celebración de un sínodo, primero, en Arles en el 353 y, luego, en Milán en el 355. En ambos sínodos un edicto imperial pone a los obispos en el dilema de condenar a Atanasio o ir al destierro. Solo unos pocos se resisten. Mediante actos violentos, el arriano Jorge usurpa la sede alejandrina mientras que Atanasio se ve obligado a huir de nuevo, ahora al desierto, en el 356, con los monjes de Egipto. Este periodo de exilio, que dura seis años, es fecundo para la pluma de Atanasio.
Muerto Constancio en el 361 y asesinado el usurpador Jorge, Juliano el Apóstata llama a los obispos exiliados y Atanasio puede entrar en Alejandría en el 362. Juliano permite a Atanasio la celebración de un sínodo en Alejandría en el 362, en el que se muestra muy amante de la paz trabajando por todos los medios posibles en la reconciliación de los semi arrianos con la ortodoxia. Solo por esta razón y como “enemigo de los dioses” es desterrado en este mismo año por Juliano. Pero, gracias a la pronta muerte del Emperador en el 363, puede volver. Por último, Valente, sucesor de Joviano, furioso perseguidor de cristianos y semi arrianos, destierra por quinta vez a Atanasio en el 365, quien, al año siguiente, vuelve a su sede donde espera tranquilamente el fin de sus días.
Es increíble cómo, a pesar de una vida tan agitada, pudo escribir tal número de obras y así, aunque apenas cuide el modo de decir, su estilo tiene una fuerza característica. Se puede afirmar de Atanasio que más que un ingenio creador fue hombre de síntesis. Podemos clasificar sus obras en los siguientes apartados:
a. Escritos apologéticos:
Oración contra los Gentiles; Oración del Verbo Encarnado. Parece que son dos partes de una apología general del cristianismo. Escritas cerca del 318; en la primera refuta el politeísmo y en la segunda esclarece la fe de la Encarnación del Verbo refutando las objeciones de paganos y judíos.
b. Escritos dogmático-polémicos:
Oraciones contra los Arrianos. Está compuesta de cuatro libros; sin embargo, el último parece haber sido escrito probablemente por Apolinar. La fecha de composición es dudosa; unos la ponen cerca de los años 356-362 y otros cerca de los años 338-339. Es la principal obra dogmática de Atanasio, que, en su primer libro, trata del origen y de la consubstancialidad del Hijo con el Padre, y, en los dos restantes, expone otros argumentos. Existe una obra pequeña: La Encarnación contra los Arrianos, a la que no se puede negar autenticidad. Fue escrita probablemente después del sínodo de Alejandría en el 362, en el que Atanasio concedió que hypóstasis podía significar persona.
Otros escritos atribuidos a Atanasio por su gran fama son: El símbolo “Quicumque” escrito en latín y en Occidente en la segunda mitad del siglo V; el Sermón Mayor de la Fe que hoy se atribuye a Eustacio de Antioquía; la Exposición de la Fe, que unos atribuyen al mismo Eustacio y otros a Marcelo de Ancira; la Interpretación de símbolos, escrita por uno de los sucesores de Atanasio, Pedro o Timoteo; y, finalmente, los Diálogos de la Trinidad y los Diálogos contra los Macedonianos. Probablemente su autor es Dídimo el Ciego.
c. Escritos histórico-polémicos:
Pertenecen a esta clase de escritos la Apología contra los Arrianos, escrita cerca del 350, que sirve de documento valiosísimo para la historia de la controversia arriana. Encontramos en ella desde los detalles referentes a su elección de obispo hasta la larga lista de calumnias lanzadas contra él. La Apología contra el Emperador Constantino, del año 357. Resulta ésta una obra acabada, dado que va dirigida al mismo emperador en defensa de una calumnia levantada. Apología sobre su escape, de fines del 357, escrita por Atanasio para probar que su huida no fue por cobardía, sino para imitar el ejemplo de Cristo y de los santos. Historia arriana, en el año 358, que contiene la historia del arrianismo durante los años 335-357; se conserva fragmentariamente.
d. Escritos exegéticos:
Exposiciones de los Salmos, de la que solamente poseemos fragmentos y no siempre auténticos. Es digno de notar que en su obra exegética se muestra Atanasio indulgente con la interpretación alegórica, totalmente ausente de los otros tratados.
e. Escritos ascéticos:
De la Virginidad y La vida de Antonio. La autenticidad de la primera ha sido puesta en duda a partir de los últimos decenios. No obstante, se considera como una obra importante en la historia de la espiritualidad. La Vida de Antonio, en cambio, obra escrita cerca del 357, es un documento precioso para la historia del monaquismo primitivo. Ya en el mismo siglo IV se tradujo al latín y probablemente al siriaco.
f. Cartas:
Constituyen otro género literario también importante para la historia del arrianismo. Atanasio escribió muchas cartas, y casi todas son sinodales. Se distinguen: el Tomo a los Antioqueños, en la que se establece el criterio para la comunión con los arrianos: Basta con que condenen explícitamente a Arrio y profesen el Credo Niceno; Al Emperador Joviano: Habiendo preguntado al emperador Joviano cuál era la fe recta, le responde Atanasio recomendándole el Credo Niceno a la vez que le señala las Iglesias y provincias que tienen esta fe; Epístola a los obispos africanos: Demuestra que la doctrina del Concilio de Nicea está de acuerdo con las Sagradas Escrituras y que la doctrina arriana no se puede mantener puesto que no tiene consistencia.
También hay dos cartas encíclicas: La Epístola a los Obispos, dirigida a todos los obispos del mundo. Es el primer tratado polémico de Atanasio. En él invita a todos los obispos de la Iglesia a que sientan como propia su causa ya que se opongan contra Gregorio, obispo arriano e intruso en la sede de Alejandría; y la Epístola encíclica a los obispos de Egipto y Libia, en la que ruega a dichos obispos que hagan frente a las amenazas de los arrianos a la vez que se ríe de la inconstancia de los mismos puesto que cada año cambian sus fórmulas de fe.
Otras de sus cartas constituyen verdaderos tratados: Las cuatro epístolas al Obispo Serapion, cuyo objeto consiste en probar la divinidad del Espíritu Santo y su igualdad con el Padre y el Hijo. Hace sus argumentos más válidos el hecho de que los adversarios, a los que van dirigidos, admiten la divinidad del Hijo; la Epístola al Obispo Epicteto de Corintio, cuyo tema trata sobre las relaciones entre el Cristo histórico y el Verbo Eterno. Atanasio da argumentos que previenen la solución a la doctrina de Nestorio; la Epístola al Obispo Adelfo, en la que Atanasio sale en contra de un grupo que afirmaba la naturaleza humana del Verbo para así adorar solamente al Verbo, afirmando que los cristianos adoran al Verbo encarnado; la Epístola al filósofo Máximo, en la que felicita al destinatario por la refutación hecha de dos clases de herejes, unos que pensaban como Arrio y otros como Pablo de Samosata, y se siente optimista con lo proclamado en Nicea.
Atanasio escribió también cartas cuya finalidad es netamente histórica: La Epístola del decreto del Sínodo Niceno, importante para la historia del Concilio de Nicea, que describe las sesiones del concilio, narra cómo fueron introducidas las voces exsubstantia y consubstantialem en el Credo y precisamente contra los eusebianos y, además, nos ofrece la carta de Eusebio de Cesarea a sus diocesanos; la Epístola de la sentencia a Dionisio. Habiendo usado los arrianos textos de Dionisio de Alejandría para probar sus intentos, Atanasio explica el sentido recto de los mismos aduciendo otros textos del mismo autor que, si bien son posteriores, demuestran la ortodoxia de la doctrina de Dionisio.
Atanasio tiene otras cartas cuyo objeto es netamente ascético. Por último, son dignas de mención sus famosas “Cartas festales”, con las que Atanasio, siguiendo la costumbre alejandrina, anunciaba el comienzo de la Cuaresma y el día de la Pascua. Solamente tenemos unos fragmentos de la versión original griega, pero en la versión siriaca se conservan 13 cartas íntegramente.
Hay probabilidad de que puedan ser consideradas como obras de Atanasio una “Carta a las vírgenes” que fueron a Jerusalén a orar y volvieron; otro escrito “Sobre la virginidad” y una “Epístola a las vírgenes”.
g. Doctrina.
Se puede centrar en torno a dos grandes temas: El antropológico y el cristológico.
1) Antropología.
En el principio, Dios, soberano del universo, creó por pura bondad al hombre según su propia imagen y mediante su propio Verbo. Gracias a esta semejanza, y precisamente por su limpieza de corazón, podía el hombre elevarse sobre las cosas sensibles, para vivir en los cielos conociendo a Dios ya su Verbo. Pero el hombre, despreciando las realidades superiores, se contempló a sí mismo y, olvidándose de Dios, cayó en el error, en el pecado, en la idolatría, haciéndose, de este modo, sujeto de muerte.
Ya está el error introducido en la vida del hombre; ahora, el hombre encontrará el camino que le conduzca hasta Dios, no fuera de sí, sino precisamente en su alma racional e inmortal, la cual contempla el maravilloso cosmos, la creación que, por su orden y armonía, como si fuera un escrito, hace conocer y proclama a su maestro y creador, el Verbo, que le comunica el conocimiento del Padre. El pecado de Adán y sus consecuencias, muerte y corrupción, pasarán a los descendientes de éste.
2) Cristología.
El plan de salvación ideado por Atanasio tiene en cuenta dos principios: Que la ley de muerte dada por Dios no puede quedar sin cumplimiento y que el hombre no debe de perecer, cosa que impondría impotencia en Dios. Solo el Verbo de Dios era capaz de crear de nuevo todas las cosas, de sufrir por todos, de ser para todos un digno embajador ante el Padre. Pero viendo el Verbo que la corrupción de los hombres no podía ser absolutamente destruida sino por la muerte y, siéndole, por otra parte, imposible morir, por ser inmortal e hijo del Padre, toma un cuerpo capaz de morir para que muriendo y resucitando comunique así los dones de la incorrupción e inmortalidad a los hombres.
El Hijo de Dios se encarna porque, al ser imagen del Padre, puede restaurar la imagen de Dios en el hombre y, muriendo, comunicarles su inmortalidad e incorrupción. Con la imagen de Dios restaurada, el hombre puede conocer al Verbo y, mediante Éste, al Padre. Es precisamente mediante la humanidad del Verbo como empieza el ocaso de la idolatría y la renovación religiosa en el mundo.
El Verbo, al encarnarse, toma un cuerpo como el de cualquier hombre, y muchas de las acciones realizadas en ya través de dicho cuerpo, manifiestan su divinidad. El tema de la divinidad del Hijo, Verbo del Padre, es tratado ampliamente por Atanasio, dado el ambiente arriano en el que le toca vivir. Usa un triple principio para demostrar la divinidad del Hijo:
a) La Escritura afirma que el Hijo procede del Padre por generación.
b) Si todas las cosas fueron hechas por el Verbo se deduce que Éste no tenga que ser creado.
c) Si Cristo, al redimirnos, nos hizo partícipes de la naturaleza divina, hay que reconocer en Él verdadera divinidad.
Cristo para los arrianos es creado y criatura; para Atanasio, en cambio, es engendrado y Creador con el Padre. El Hijo no es una criatura de la voluntad del Padre, sino que como Hijo supone que fue engendrado y la generación dice relación a la naturaleza y no a la voluntad. Por consiguiente, la generación del Hijo no es fruto de una elección libre en el Padre, dado que el Padre ama necesariamente al Hijo y necesaria y espontáneamente lo engendra. Atanasio concede a los arrianos el que dicha generación por el Padre es libre, en el sentido de que no viene impuesta por voluntad ajena superior ni, por supuesto contra la voluntad del mismo Padre.
He aquí la razón por la cual el Hijo, aunque no es como el Padre, no obstante es eterno, atemporal y si este Hijo no procede extrínsecamente del Padre, sino de su misma sustancia y, siendo ésta divina, y por tanto indivisible, se deduce de aquí la existencia de un solo Hijo, puesto que al comunicársela el Padre por entero, el Hijo la adecúa exhaustivamente. Padre e Hijo son dos, pero lo mismo, dado que son consustanciales. Huelga, pues, el subordinacionismo en la doctrina de Atanasio.
Ninguna palabra significa la consubstancialidad del Hijo con el Padre tan claramente como la voz homousios, incluida también la idea de origen del uno respecto del otro. No sucede lo mismo con los términos homoios, que aunque se le adjunte ka' ousían ni siquiera entonces significa de la esencia.
Una vez tratada la consubstancialidad del Verbo con el Padre, considera Atanasio la relación de dicho Verbo con el cuerpo en el que se ha encarnado. A partir del año 362 escribió acerca de las naturalezas de Cristo. Enseña la unidad personal del mismo y, por consiguiente, sus acciones no deben ser atribuidas o solo a la humanidad o solo a la divinidad, sino indistintamente a ambas; así, admitida por Atanasio la unidad personal de Cristo, de ella fluyen la maternidad divina de María y el derecho a ser adorada la naturaleza humana de Cristo.
Se puede afirmar con seguridad que Atanasio enseña la perfecta integridad de la naturaleza humana de Cristo, aunque en ocasiones no saque todas las consecuencias de dicha doctrina.
Precisamente por no admitir los arrianos al Hijo como verdadero Dios, Atanasio dice que su bautismo es inválido; y no porque lo confieran con distinta fórmula trinitaria, sino, precisamente, porque no bautizan en nombre de la verdadera Deidad.
La herejía arriana con todas sus ramificaciones se le considera como la que más prosélitos atrajo a su causa en todo el primer milenio, numerosos obispos cayeron en sus redes. Todavía en el Oriente Medio y Norte de África se hallan grupos de cristianos-arrianos y en Occidente tocan a nuestras puertas los mal llamados “Testigos de Jehová”.
D. Otros Grandes Líderes de la Iglesia.
1. La Iglesia en Etiopía.
El cristianismo llegó a Etiopía por medio del eunuco, al que Felipe evangelizó, pero hay noticias de la organización de la Iglesia cerca del año 330, cuando Frumencio, que llegó de Tiro, ocupó un cargo en la administración local.
Frumencio es el nombre del primer obispo misionero de Etiopía, y su historia tiene mucho de increíble. En tiempos del emperador Constantino, un anciano preceptor, llamado “filósofo” por el historiador Rufino, regresaba a Tiro de un viaje a la India, siguiendo las costas de África. Lo acompañaban dos jóvenes discípulos, Edesio y Frumencio. Durante una escala de la nave en el puerto de Adulis una banda de etíopes asaltó la embarcación y mató a todos los pasajeros menos a Edesio y Frumencio. Se cuenta que en el momento de la matanza los dos muchachos se encontraban debajo de un árbol, dedicados a la lectura de un libro. Llevados como esclavos a la corte de Axum, se hicieron querer del rey, que los tuvo a su servicio: A Frumencio como secretario y a Edesio como copero.
A la muerte del rey, mientras el heredero llegaba a su mayor edad, ejerció el poder la reina, que le había confiado a Frumencio la educación de su joven hijo. Fue durante este período cuando los dos, que habían establecido contactos con los comerciantes greco-romanos, obtuvieron de la reina el permiso para construir una capilla cerca del puerto. Este fue el primer germen de cristianismo, que se desarrolló rápidamente. Edesio y Frumencio pidieron y obtuvieron el permiso para regresar a la patria. Edesio fue a Tiro, en donde encontró a Rufino, el futuro historiador, a quien le narró su historia. En cambio, Frumencio se fue para Alejandría de Egipto a encontrar al obispo Atanasio y proponerle que enviara a Etiopía a un obispo y a un grupo de misioneros. Atanasio escuchó con vivo interés la narración y luego resolvió consagrar obispo al mismo Frumencio y volverlo a mandar a Etiopía con algunos misioneros.
Frumencio fue recibido cordialmente por el amigo rey Ezana, que fue de los primeros en adherir al Evangelio y con él casi todos sus súbditos. Frumencio, llamado por los etíopes “abba Salama”, portador de luz, es considerado uno de los más grandes misioneros cristianos y uno de los más afortunados sembradores de la buena noticia, si consideramos la extraordinaria mies que produjo a través de los siglos esa primera siembra, favorecida por el amor al estudio.
2. Apolinario de Laodicea.
Apolinario nació cerca del 310 en Laodicea y murió en Constantinopla en el 390. Conocido como Apolinario el Joven, era hijo de Apolinario de Alejandría y tras estudiar en Alejandría y Antioquía fue consagrado obispo de Laodicea en Siria hacia el 361.
Amigo de Atanasio, colaboró con este en las disputas cristológicas con los arrianos lo que le supuso, en 342, el destierro de su ciudad natal instigado por el obispo arriano de la misma. A partir del 352 comenzó a enfatizar la naturaleza divina de Cristo en detrimento de la humana, cayendo en la posición cristológica heterodoxa del apolinarismo.
Condenado por los sínodos de Roma celebrados en el 374 y 377, de Alejandría en el 378, de Antioquía en el 379 y en el Primer Concilio de Constantinopla en el 381, Apolinario constituyó en Antioquía una comunidad con una jerarquía eclesiástica propia pero el emperador Teodosio I lo condena al exilio en el 388.
3. Ambrosio de Milán.
Ocurrían cosas muy interesantes en esa época, como el caso de Ambrosio, que llegó a ser obispo de Milán cuando ni siquiera estaba bautizado, pero que se convirtió en un gran líder con las agallas como para reprender al emperador Teodosio, que le quedó tan agradecido que luego lo contó entre sus amigos y lo eligió para que celebrara sus honras fúnebres.
Ambrosio de Milán nació en Tréveris cerca del 340 y murió en Milán en el 397 en donde fue un destacado obispo, y un importante teólogo y orador. Es uno de los cuatro Padres de la Iglesia Latina.
Más guerrero que intelectual, fue el primer cristiano en conseguir que se reconociera el poder de la Iglesia por encima de la del Estado. Y desterró definitivamente en sucesivas confrontaciones a los paganos de la vida política romana.
Al principio el reparto de poder entre cristianos y paganos estaba más o menos en equilibrio con Graciano, emperador romano y cristiano. Pero Graciano fue asesinado y Roma pasó a manos de Valentiniano II que era menor de edad y por tanto su madre Justina detentó el poder real. Pero Justina era arriana, por lo que la lucha entre paganos, herejes y cristianos se acentuó definitivamente.
La llamada guerra de las estatuas enfrentaba desde Constantino a las diversas religiones con representación en el Senado. En el 384, el partido pagano aprovechó la debilidad de Valentiniano II para devolver la Estatua de la Victoria al Senado, lo que provocó la ira de Ambrosio.
Finalmente Ambrosio hizo declarar a Valentino II que los emperadores tenían que estar a las órdenes de Dios al igual que los ciudadanos tenían que estar a las órdenes del emperador como soldados. A partir de aquí, Ambrosio consigue hacer efectiva una demanda por la que la Iglesia ostenta un poder superior no solo al Estado Romano sino a todos los Estados. Estas ideas de la Iglesia como institución universal e internacional por una parte y de control sobre los estados por otra permitiría a la Iglesia sobrevivir a la caída del Imperio.
Durante el reinado de Teodosio, éste habría ordenado a un obispo local que sufragara los daños de la destrucción de una sinagoga a manos de los cristianos. El emperador estaba dispuesto a acabar con esas prácticas intimidatorias. Ambrosio se opuso de nuevo, y consiguió del emperador que declarara libre a la Iglesia de tener que responder por tales cuestiones. Algo que resulto muy nocivo ya que dio vía libre para la persecución cristiana de miles de paganos.
En el 390 Ambrosio excomulgó temporalmente a Teodosio I a causa de la masacre de Tesalónica y no lo readmitió hasta que no mostró público arrepentimiento. Demostrando así su autoridad frente al emperador. En el 393 el emperador Teodosio I prohibió los Juegos Olímpicos por influencia de Ambrosio, al considerarlos paganos.
Ambrosio convirtió y sumergió en aguas a Agustín y creó nuevas formas litúrgicas.
4. Juan Crisóstomo.
Otro de los hombres que se destacó fue Juan de Constantinopla. Este antioqueño de Siria nació en el 345 y fue patriarca de Constantinopla en el 398, pero debido a que no temía a los hombres, fue exiliado y murió en el 407.
Fue un excelso predicador que por sus discursos públicos y por su denuncia de los abusos de las autoridades imperiales y de la vida licenciosa del clero recibió el sobrenombre de “Crisóstomo” que proviene del griego chrysóstomos y significa “boca de oro”.
En aquel entonces, Antioquía era la segunda más importante del Imperio Romano de Oriente. El padre de Juan, Secundo, era un alto oficial del ejército sirio y murió poco tiempo después del nacimiento de Juan por lo que su hermana mayor y él quedaron totalmente a cargo de Antusa, la madre cristiana de ambos.
Juan fue bautizado en 370, a la edad de 23 años y fue ordenado lector. Comenzó estudios con el filósofo Andragatio y continuó con Libanio, que entonces era un famoso orador y el más ferviente partidario del decadente paganismo romano.
Libanio quedó maravillado con la elocuencia de su discípulo y previó para el mismo una brillante carrera como estadista o legislador. Sin embargo, un encuentro con el obispo Meletio resultó decisivo en la vida de Juan, quien comenzó a estudiar teología con Diodoro de Tarso, uno de los líderes de la antigua escuela de Antioquía, mientras mantenía un ascetismo extremo.
No obstante, las ansias de una vida más perfecta lo llevaron a convertirse en un eremita alrededor de 375, condición en la que permaneció hasta que su quebrantada salud por excesivas vigilias y ayunos durante el invierno lo obligaron a volver a Antioquía donde retomó su actividad como lector. Crisóstomo fue siempre un admirador de un monasticismo activo y utilitario y se pronunció contra los peligros de una contemplación ociosa.
En 381 fue ordenado diácono por Meletio de Antioquía y en 386 fue ordenado ministro por el obispo Flaviano I de Antioquía. Al parecer fue este el momento más feliz de su vida. Su principal tarea durante doce años consistió en predicar. Adquirió gran popularidad por su elocuencia. Dignos de mencionar son los comentarios que hicieron a pasajes bíblicos y la exposición de enseñanzas morales muchas de ellas recopiladas en sus Homilías.
Con el transcurso del tiempo Crisóstomo llegó a ser el sucesor de Flaviano I. Durante su misión como obispo mostró gran preocupación por las necesidades espirituales y materiales de los pobres. También se pronunció en contra de los abusos de los poderosos y de la propiedad personal. Su interpretación directa de las Escrituras, en contraste con la tendencia de Alejandría donde se recurría a una interpretación alegórica, lo condujo a seleccionar para sus charlas temas eminentemente sociales que explicaban el concepto de la vida cristiana.
A la muerte de Nectario el 27 de septiembre de 397 fue instituido de cierta forma en contra de su voluntad como obispo metropolitano de Constantinopla, por su calidad de villa imperial, el metropolitano de Constantinopla recibió posteriormente el título de Patriarca. Para poder abandonar la ciudad de Antioquía, en donde era tan querido, una escolta militar tuvo que acompañarlo para así evitar la conmoción del pueblo. Quedó instituido como metropolitano el 26 de febrero de 398 por Teófilo, patriarca de Alejandría, quien con gran desgano llevó a cabo el pedido del emperador Arcadio.
Constantinopla, construida por Constantino en 330 en el lugar de Bizancio, al convertirse en la capital del Imperio Romano de Oriente pasó a ser la principal sede episcopal del Oriente y se convirtió en el centro de la teología oficial, las intrigas palaciegas y las controversias teológicas. A Crisóstomo le desagradaban los privilegios que le habían sido conferidos por su condición de metropolitano. Durante su mandato se negó a ofrecer recepciones lujosas y criticó el alto nivel de vida que llevaba el clero. Sus esfuerzos por reformar la Iglesia de Constantinopla chocaron con la oposición de los poderosos y del clero corrupto y tuvieron poco éxito aunque incrementaron su popularidad entre las personas comunes. Su estancia en Constantinopla resultó muy difícil.
Teófilo, el patriarca de Alejandría, quería someter a Constantinopla a su poder y se opuso al liderazgo de Crisóstomo. Como era un fuerte oponente de las enseñanzas de Orígenes, Teófilo acusó a Crisóstomo de parcialidad ante las enseñanzas de ese maestro y sacó provecho del episodio de los cuatro monjes de Egipto a quienes había condenado por su apoyo a las teorías de Orígenes. Dichos monjes huyeron de la represalia de Teófilo y fueron acogidos por Crisóstomo en Constantinopla. Además Crisóstomo se ganó a otro enemigo en la persona de la emperatriz Eudoxia, esposa de Arcadio, que se vio identificada con las críticas del metropolitano contra las extravagancias en el vestir de las mujeres.
Se puede decir que Crisóstomo se caracterizó por la falta de tacto y temeridad al denunciar las ofensas de las instancias superiores y su actitud condujo a que se creara una alianza en su contra entre Eudoxia, Teófilo y el clero molesto quienes convocaron un sínodo en 403 y acusaron a Crisóstomo de favorecer las enseñanzas de Orígenes. El sínodo llamado “de la Encina” se pronunció por la deposición de Crisóstomo.
Sin embargo al poco tiempo fue restituido por Arcadio temeroso de la ira del pueblo y porque un incidente que ocurrió en palacio la emperatriz lo atribuyó a la ira de Dios. Sin embargo la paz fue corta. Una estatua de plata que Eudoxia se hizo erigir frente a la catedral fue denunciada por Crisóstomo y una vez más fue suspendido y enviado a una región lejana en la frontera con Armenia.
Cuando el obispo Inocencio de Roma supo las circunstancias de la deposición de Crisóstomo presentó su protesta pero no fue escuchado. Crisóstomo continuó escribiendo cartas que resultaban de gran influencia dentro de Constantinopla y como su vida se prolongaba más de lo deseado por sus adversarios, se determinó desterrarlo a un extremo fronterizo cerca del Cáucaso. No obstante este nunca llegó a su nuevo destino porque murió en el viaje el 14 de septiembre de 404. Sus últimas palabras fueron: “Gloria a Dios por todo”. El 27 de enero de 438 su cuerpo fue trasladado a Constantinopla y enterrado en la Iglesia de los Apóstoles donde yacía Eudoxia desde el 404.
Las frecuentes deposiciones de las que fue objeto demuestran la influencia del poder temporal sobre la Iglesia de Oriente en dicho período a la par de la rivalidad entre Constantinopla y Alejandría por ser reconocidas como la sede principal del Oriente. Las hostilidades entre los patriarcas de ambas orbes fueron causa de grandes sufrimientos y rupturas dentro de la Iglesia.
Juan Crisóstomo es considerado uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia del Oriente. En la Iglesia ortodoxa Griega es uno de los más grandes teólogos y uno de los tres Pilares de la Iglesia, juntamente con Basilio y Gregorio.
5. Jerónimo.
En en Stridon, una población pequeña situada en los confines de la región dálmata de Panonia y el territorio de Italia, cerca de la ciudad de Aquilea, el año 340 nació Eusebius Hieronymus Sophronius, mejor conocido como Jerónimo. Su padre tuvo buen cuidado de que se instruyese en todos los aspectos de la religión y en los elementos de las letras y las ciencias, primero en el propio hogar y, más tarde, en las escuelas de Roma. En la gran ciudad, Jerónimo tuvo como tutor a Donato, el famoso gramático pagano. En poco tiempo, llegó a dominar perfectamente el latín y el griego, su lengua natal era el ilirio, leyó a los mejores autores en ambos idiomas con gran aplicación e hizo grandes progresos en la oratoria; pero como había quedado falto de la guía paterna y bajo la tutela de un maestro pagano, olvidó algunas de las enseñanzas y de las devociones que se le habían inculcado desde pequeño.
A decir verdad, Jerónimo terminó sus años de estudio, sin haber adquirido los grandes vicios de la juventud romana, pero desgraciadamente ya era ajeno al espíritu cristiano y adicto a las vanidades, lujos y otras debilidades, como admitió y lamentó amargamente años más tarde. Por otra parte, en Roma recibió el bautismo hasta que cumplió más o menos los dieciocho años y, tenía la costumbre de visitar las tumbas de los mártires los domingos.
Después de haber pasado tres años en Roma, sintió el deseo de viajar para ampliar sus conocimientos y, en compañía de su amigo Bonoso, se fue hacia Tréveris. Ahí fue donde renació impetuosamente el espíritu religioso que siempre había estado arraigado en el fondo de su alma y, desde entonces, su corazón se entregó enteramente a Dios.
En el año de 370, Jerónimo se estableció temporalmente en Aquilea donde el obispo, Valeriano, se había atraído a tantos elementos valiosos, que su clero era famoso en toda la Iglesia de occidente. Jerónimo tuvo amistad con varios de aquellos clérigos, cuyos nombres aparecen en sus escritos. Entre ellos se encontraba San Cromacio, el sacerdote que sucedió a Valeriano en la sede episcopal, sus dos hermanos, los diáconos Joviniano y Eusebio, San Heliodoro y su sobrino Nepotiano y, sobre todo, se hallaba ahí Rufino, el que fue, primero, amigo del alma de Jerónimo y, luego, su encarnizado opositor.
Ya para entonces, Rufino provocaba contradicciones y violentas discusiones, con lo cual comenzaba a crearse enemigos. Al cabo de dos años, algún conflicto, sin duda más grave que los otros, disolvió al grupo de amigos, y Jerónimo decidió retirarse a alguna comarca lejana ya que Bonoso, el que había sido compañero suyo de estudios y de viajes desde la infancia, se fue a vivir en una isla desierta del Adriático. Jerónimo, por su parte, había conocido en Aquilea a Evagrio, un ministro de Antioquía con merecida fama de ciencia y virtud, quien despertó el interés del joven por el oriente, y hacia allá partió con sus amigos Inocencio, Heliodoro e Hylas, éste último había sido esclavo de Melania.
Jerónimo llegó a Antioquía en 374 y ahí permaneció durante cierto tiempo. Inocencio e Hylas fueron atacados por una grave enfermedad y los dos murieron; Jerónimo también estuvo enfermo, pero sanó. En una de sus cartas a Eustoquio le cuenta que en el delirio de su fiebre tuvo un sueño en el que se vio ante el trono de Jesucristo para ser juzgado. Aquella experiencia produjo un profundo efecto en su espíritu y su encuentro con Maleo, ahondó todavía más el sentimiento. Corno consecuencia de aquellas emociones, Jerónimo se retiró a las salvajes soledades de Calquis, un yermo inhóspito al sureste de Antioquía, donde pasó cuatro años en diálogo con su alma. Ahí soportó grandes sufrimientos a causa de los quebrantos de su salud, pero sobre todo, por las terribles tentaciones carnales.
En ese rincón remoto y árido, quemado por el sol, Jerónimo parecía encontrarse en medio de los deleites y las muchedumbres de Roma. Tenía el rostro escuálido por el ayuno de semanas enteras de no probar bocado. Con mucha frecuencia velaba del ocaso al alba entre llantos con el fin de contener y prevenir las rebeliones de la carne. Agregó a sus mortificaciones corporales el trabajo del estudio constante y absorbente, con el que esperaba frenar su imaginación desatada. Se propuso aprender el hebreo. Así, de las juiciosas reglas de Quintiliano, la florida elocuencia de Cicerón, el grave estilo de Fronto y la dulce suavidad de Plinio, pasó a esta lengua de tono siseante y palabras entrecortadas.
Por aquel entonces, la Iglesia de Antioquía sufría perturbaciones a causa de las disputas doctrinales y disciplinarias. Los monjes del desierto de Calquis también tomaron partido en aquellas disensiones e insistían en que Jerónimo hiciese lo propio y se pronunciase sobre los asuntos en discusión. Él habría preferido mantenerse al margen de las disputas, pero de todas maneras, escribió dos cartas a Dámaso, obispo de Roma desde el año 366, a fin de consultarle sobre el particular y preguntarle hacia cuáles tendencias se inclinaba, ya que no conocía a Vitalis, a Melesio y a Paulino.
Como Jerónimo no recibiese pronto una respuesta, envió una segunda carta sobre el mismo asunto. No conocemos la contestación de Dámaso, pero es cosa cierta que Roma y todo el occidente reconocieron a Paulino como obispo de Antioquía y que Jerónimo recibió la ordenación ministerial de manos de Dámaso bajo la condición de que no estaba obligado a servir a tal o cual congregación con el ejercicio de su ministerio.
Poco después se trasladó a Constantinopla a fin de estudiar las Sagradas Escrituras bajo la dirección de Gregorio Nazianceno. En muchas partes de sus escritos Jerónimo se refiere con evidente satisfacción y gratitud a aquel período en que tuvo el honor de que tan gran maestro le explicase la divina palabra. En el año de 382, Gregorio abandonó Constantinopla, y Jerónimo regresó a Roma, junto con Paulino de Antioquía y Epifanio, para tomar parte en el concilio convocado por Dámaso a fin de discutir el cisma de Antioquía. Al término de la asamblea, el obispo lo detuvo en Roma y lo empleó como su secretario. A solicitud de este y de acuerdo con los textos griegos, revisó la versión latina de los Evangelios que había sido desfigurada con transcripciones falsas, correcciones mal hechas y añadiduras descuidadas. Al mismo tiempo, hizo la primera revisión al salterio en latín.
Al mismo tiempo que desarrollaba aquellas actividades oficiales, alentaba y dirigía el extraordinario florecimiento del ascetismo que tenía lugar entre las más nobles damas romanas. Entre ellas se encuentran muchos nombres famosos en la antigua cristiandad como el de Marcela, junto con su hermana Asela y la madre de ambas, Albina.
Pero al morir Dámaso, en el año de 384, el secretario quedó sin protección y se encontró, de buenas a primeras, en una situación difícil. En sus dos años de actuación pública, había causado profunda impresión en Roma por su santidad personal, su ciencia y su honradez, pero precisamente por eso, se había creado antipatías entre los envidiosos, entre los paganos y gentes de mal vivir, a quienes había condenado vigorosamente y también entre las gentes sencillas y de buena voluntad, que se ofendían por las palabras duras, claras y directas y por sus ingeniosos sarcasmos. Cuando hizo un escrito en defensa de la decisión de Blesila, la viuda joven, rica y hermosa que súbitamente renunció al mundo para consagrarse al servicio de Dios, Jerónimo satirizó y criticó despiadadamente a la sociedad pagana y a la vida mundana y, en contraste con la modestia y recato de que Blesila hacía ostentación, atacó a aquellas damas que se pintan las mejillas con púrpura y los párpados con antimonio; las que se echan tanta cantidad de polvos en la cara, que el rostro, demasiado blanco, deja de ser humano para convertirse en el de un ídolo y, si en un momento de descuido o de debilidad, derraman una lágrima, fabrican con ella y sus afeites, una piedrecilla que rueda sobre sus mejillas pintadas. No se mostró menos áspero en sus críticas a la sociedad cristiana, como puede verse en la carta sobre la virginidad que escribió a Eustoquio, donde ataca con particular fiereza a ciertos elementos del clero.
A nadie le puede extrañar que, por justificadas que fuesen sus críticas, causasen resentimientos tan solo por la manera de expresarlas. En consecuencia, su propia reputación fue atacada con violencia y su modestia, su sencillez, su manera de caminar y de sonreír fueron, a su vez, blanco de los ataques de los demás. Ni la reconocida virtud de las nobles damas que marchaban por el camino del bien bajo su dirección, ni la forma absolutamente discreta de su comportamiento, le salvaron de las calumnias. Por toda Roma circularon las murmuraciones escandalosas respecto a las relaciones de Jerónimo con Paula. Las cosas llegaron a tal extremo, que Jerónimo, en el colmo de la indignación, decidió abandonar Roma y buscar algún retiro tranquilo en el oriente.
En el mes de agosto del año 385, se embarcó en Porto y, nueve meses más tarde, se reunieron con él en Antioquía, Paula, Eustoquio y las otras damas romanas que habían resuelto compartir con él su exilio voluntario y vivir como religiosas en Tierra Santa. Por indicaciones de Jerónimo, aquellas mujeres se establecieron en Belén y Jerusalén, pero antes de enclaustrarse, viajaron por Egipto para recibir consejo de los monjes de Nitria y del famoso Dídimo, el maestro ciego de la escuela de Alejandría.
Gracias a la generosidad de Paula, se construyó un monasterio para hombres, próximo a la basílica de la Natividad, en Belén, lo mismo que otros edificios para tres comunidades de mujeres. El propio Jerónimo moraba en una amplia caverna, vecina al sitio donde nació el Salvador. En aquel mismo lugar estableció una escuela gratuita para niños y una hostería. Ahí, por lo menos, transcurrieron algunos años en completa paz.
Pero no por gozar de aquella paz, podía Jerónimo quedarse callado y con los brazos cruzados cuando la verdad cristiana estaba amenazada. Del año 395 al 400, Jerónimo hizo la guerra a la doctrina de Orígenes y, desgraciadamente, en el curso de la lucha, se rompió su amistad de veinticinco años con Rufino.
Nada dio tanta fama a Jerónimo como sus obras críticas sobre las Sagradas Escrituras. Por eso, la Iglesia le reconoce como a un hombre especialmente elegido por Dios y le tiene por el mayor de sus grandes doctores en la exposición, la explicación y el comentario de la divina palabra. Por otra parte, nadie mejor dotado que él para semejante trabajo: durante muchos años había vivido en el escenario mismo de las Sagradas Escrituras, donde los nombres de las localidades y las costumbres de las gentes eran todavía los mismos. Sin duda que muchas veces obtuvo en Tierra Santa una clara representación de diversos acontecimientos registrados en las Escrituras. Conocía el griego y el arameo, lenguas vivas por aquel entonces y, también sabía el hebreo que, si bien había dejado de ser un idioma de uso corriente desde el cautiverio de los judíos, aún se hablaba entre los doctores de la ley. A ellos recurrió Jerónimo para una mejor comprensión de los libros santos e incluso tuvo por maestro a un doctor y famoso judío llamado Bar Ananías, el cual acudía a instruirle por las noches y con toda clase de precauciones para no provocar la indignación de los otros doctores de la ley.
Ya vimos que, bajo el patrocinio de Dámaso, revisó en Roma la antigua versión latina de los Evangelios y los salmos, así como el resto del Nuevo Testamento. La traducción de la mayoría de los libros del Antiguo Testamento escritos en hebreo, fue la obra que realizó durante sus años de retiro en Belén, a solicitud de todos sus amigos y discípulos más fieles e ilustres y por voluntad propia, ya que le interesaba hacer la traducción del original y no de otra versión cualquiera.
No comenzó a traducir los libros por orden, sino que se ocupó primero del Libro de los Reyes y siguió con los demás, sin elegirlos. Las únicas partes de la Biblia en latín conocida como la Vulgata que no fueron traducidas por Jerónimo, son los libros de la Sabiduría, el Eclesiástico, el de Baruch y los dos libros de los Macabeos, ya que no los consideraba canónicos. Hizo una segunda revisión de los salmos, con la ayuda del Hexapla de Orígenes y los textos hebreos, y esa segunda versión es la que está incluida en la Vulgata.
El Concilio de Trento designó a la Vulgata de Jerónimo, como el texto bíblico latino auténtico o autorizado por la Iglesia Católica. En 1907, el Papa Pío X confió a los monjes benedictinos la tarea de restaurar en lo posible los textos de Jerónimo en la Vulgata ya que, al cabo de quince siglos de uso, habían sido considerablemente modificados y corregidos.
En el año de 404, Jerónimo tuvo la gran pena de ver morir a su inseparable amiga Paula y, pocos años después, cuando Roma fue saqueada por las huestes de Alarico, gran número de romanos huyeron y se refugiaron en el oriente.
De nuevo, cuando su vida estaba a punto de terminar, tuvo que interrumpir sus estudios por una incursión de los bárbaros y, algún tiempo después, por las violencias y persecuciones de los pelagianos, quienes enviaron a Belén a una horda de rufianes para atacar a los monjes y las monjas que ahí moraban bajo la dirección y la protección de Jerónimo, el cual había atacado a Pelagio en sus escritos. Al año siguiente, murió Eustoquio y, pocos días más tarde, Jerónimo la siguió a la tumba. El 30 de septiembre del año 420, cuando su cuerpo extenuado por el trabajo y la penitencia, agotadas la vista y la voz, parecía una sombra, pasó a mejor vida. Fue sepultado en la iglesia de la Natividad, cerca de la tumba de Paula y Eustoquio, pero mucho tiempo después, sus restos fueron trasladados al sitio donde reposan hasta ahora, en la basílica de Santa María la Mayor, en Roma.
6. Agustín de Hipona.
El 13 de noviembre del 354 nació Aurelius Augustinus Hipponensis, mejor conocido como Agustín, en Tagaste, pequeña ciudad de Numidia en el norte de África. Su padre, llamado Patricio, era aún pagano cuando nació su hijo. Su madre, Mónica, era cristiana y le enseñó a su hijo los principios básicos de la religión cristiana y al ver cómo el joven Agustín se separaba del camino del cristianismo se entregó a la oración constante en medio de un gran sufrimiento. Años más tarde Agustín se llamará a sí mismo el “hijo de las lágrimas de su madre”.
Agustín estaba dotado de una gran imaginación y de una extraordinaria inteligencia. Se destacó en el estudio de las letras. Mostró un gran interés hacia la literatura, especialmente la griega clásica y poseía gran elocuencia. Sus primeros triunfos tuvieron como escenario Madaura y Cartago. Durante sus años de estudiante en Cartago desarrolló una irresistible atracción hacia el teatro. Al mismo tiempo, gustaba en gran medida de recibir halagos y la fama, que encontró fácilmente en aquellos primeros años de su juventud. Allí mismo, en Cartago, se destacó por su genio retórico y sobresalió en concursos poéticos y certámenes públicos. Aunque se dejaba llevar ciegamente por las pasiones humanas y mundanas, y seguía abiertamente los impulsos de su espíritu sensual y mujeriego, no abandonó sus estudios, especialmente los de filosofía. El propio Agustín hace una crítica muy dura y amarga de esta etapa de su juventud en sus “Confesiones”.
A los diecinueve años, la lectura de “Hortensius”, de Cicerón, despertó en la mente de Agustín el espíritu de especulación y así se dedica de lleno al estudio de la filosofía. Además, será en esta época cuando el joven Agustín conocerá a una mujer con la que mantendrá una relación estable de catorce años y con la cual tendrá un hijo: Adeodato.
En su búsqueda incansable de respuesta al problema de la verdad, Agustín pasa de una escuela filosófica a otra sin que encuentre en ninguna una verdadera respuesta a sus inquietudes. Finalmente abraza el maniqueísmo creyendo que en este sistema encontraría un modelo según el cual podría orientar su vida. Varios años siguió esta doctrina y solamente la abandonó después de hablar con el obispo Fausto. Ante tal decepción, se convenció de la imposibilidad de llegar a alcanzar la plena verdad, y por ello se hizo escéptico.
Sumido en una gran frustración personal, decide en 383 partir para Roma, la capital del Imperio. Su madre le acompaña en este viaje. En Roma enferma de gravedad y gracias a su amigo y protector Símaco, prefecto de Roma fue nombrado magistrado en Mediolanum, actual Milán.
Fue en Milán donde se produjo la última etapa antes de su conversión: Empezó a asistir a las celebraciones litúrgicas del obispo Ambrosio, quedando admirado de sus predicaciones y su corazón. Entonces decidió romper definitivamente con el maniqueísmo. Esta noticia llenó de gozo a su madre que se encargó de buscarle un matrimonio acorde con su estado social y dirigirle hacia el bautismo. Se despidió de su compañera sentimental con gran dolor y en vez de optar por casarse con la mujer que Mónica le había buscado, decidió vivir en ascesis[8]; decisión a la que llegó después de haber conocido los escritos neoplatónicos gracias al sacerdote Simpliciano.
Los platónicos le ayudaron a resolver el problema del materialismo y el del mal. Ambrosio le ofreció la clave para interpretar el Antiguo Testamento y encontrar en la escritura la fuente de la fe. Por último, Pablo le ayudó a solucionar el problema de la mediación y de la gracia.
En 386 se consagra al estudio formal y metódico de las ideas del cristianismo. Renuncia a su cátedra y se retira con su madre y unos compañeros a Casiciaco, cerca de Milán para dedicarse por completo al estudio y a la meditación. El 23 de abril de 387, a los treinta y tres años de edad, es bautizado en Milán por el obispo Ambrosio. Regresa a África, pero antes de embarcarse, su madre Mónica muere en Ostia, el puerto cerca de Roma.
Cuando llegó a Tagaste vendió todos sus bienes y el producto de la venta lo repartió entre los pobres. Se retiró con unos compañeros a vivir en una pequeña propiedad para hacer allí vida monacal. Años después esta experiencia será la inspiración para su famosa Regla. A pesar de su búsqueda de la soledad y el aislamiento, la fama de Agustín se extiende por toda la comarca.
El 391 viajó a Hipona para buscar un lugar donde abrir un monasterio y vivir con sus hermanos, pero durante una celebración litúrgica fue elegido por la comunidad para que fuese ordenado ministro, a causa de las necesidades del obispo de Hipona, Valerio. Aceptó esta brusca elección con lágrimas en los ojos, pues al principio se negaba con gritos y lágrimas a aceptarla. Algo parecido sucedió al ser consagrado obispo en el 395. Fue entonces cuando dejó el monasterio de laicos y se instaló en la casa del obispo, que transformó en un monasterio de clérigos.
La actividad de Agustín es enorme y variada. Predica a todo tiempo y en muchos lugares, escribe incansablemente, polemiza con aquellos que van en contra de la ortodoxia de la doctrina cristiana de aquel entonces, preside concilios, resuelve los problemas más diversos que le presentan sus fieles. Se enfrentó a maniqueos, donatistas, arrianos, pelagianos, priscilianistas, académicos, etc.
La literatura de Agustín es una obra monumental, comenzando con “Confesiones”, que es la obra literaria más famosa de Agustín. Está constituida por trece libros en los que nos narra su vida, formación y su evolución interior; también habla de la psicología, de la filosofía, de su concepto de Dios y de su visión del mundo. Es también un reconocimiento de la grandeza y bondad de Dios. Esta obra la comenzó después de la muerte de Ambrosio, el 4 de abril del 397, y la terminó en el año 400. Es una obra uniforme, en la cual, los acontecimientos son analizados con la perspectiva de haber transcurrido doce o catorce años desde que sucedieran. Por ello, si se comparan con los diálogos escritos en Casiciaco, se constatan algunas discrepancias, pero ello es debido a una valoración distinta de muchas cosas; son las reflexiones del obispo que ve la vida de un modo distinto.
Los “Diálogos” escritos en Casiciaco, Milán, Roma y en su etapa joven. En ellos trata de la certeza, la felicidad, el orden, la inmortalidad, la grandeza del alma, la existencia de Dios, la libertad del hombre, la razón del mal y el maestro interior.
“La Ciudad de Dios” es una de las obras maestras de Agustín, en ella nos ofrece una síntesis de su pensamiento filosófico, teológico y político. Fue escrita desde el 413 al 426 y la publicó en varias partes, aunque trabaja con un plan unitario. El motivo por el cual escribió esta obra fue las críticas que los paganos hacían contra el cristianismo: Roma había caído bajo los visigodos en el 410. De este cataclismo mundial fue culpado el cristianismo, sobre todo por los romanos cultos y ricos que huyeron al norte de África debido a la caída de Roma.
Otros: Disciplinarum libri, De beata vita liber I, De ordine libri II, Soliloquiorum libri II, De immortalitate animae liber I, De quantitatae animae liber I, De libero arbitrio libri III, De musica libri VI, De magistro liber I, De fide rerum quae non videntur liber I, De utilitate credendi liber I, De divinatione daemonum liber I, Quaestiones expositae contra paganos VI, Enchiridion, ad Laurentium o De fide, spe et caritate liber I, De fide et símbolo liber I, De diversis quaestionibus octoginta tribus liber I, De diversis quaestionibus ad Simplicianum libri II, Ad inquisitionem lanuarii libri II, De fide et operibus liber I, De videndo Deo liber I, De praesentia Dei liber I, De cura pro mortuis gerenda liber I, De octo Dulcitii quaestionibus liber I, De agone christiano liber I, De coniugiis adulterinis libri II, Contra mendacium, De catechizandis rudibus liber I, De continentia liber I, De patientia liber I, Regula ad servos, De doctrina christiana libri IV, De Genesi ad litteram libri XII, De consensu Evangelistarum libri IV, De natura boni liber I, Psalmus contra partem Donati, De peccatorum meritis et remissione et de baptismo parvolorum ad Marcellium libri III, De gratia et libero arbitrio liber I, De haeresibus, Tractatus in evangelium Ioanis, Enarrationes in Psalmos. Además, hay ciento veinticuatro discursos sobre el Evangelio de Juan. Los sermones son el fruto de la predicación por casi 40 años. En la biblioteca de Hipona se debían conservar unos tres o cuatro mil. Trata todos los temas de la Biblia y de la liturgia. También se conservan unas 800 cartas. Agustín y Cipriano consideraban herejes a los “acuarienses”, es decir, los que abogan por el agua, que era una secta que promovía el uso del agua en vez del vino en la Cena del Señor. Taciano el sirio fue uno de sus líderes más conocidos. En la actualidad, los mormones adoptaron esta enseñanza.
Una de las controversias más extensas es la llamada “Pelagiana”, debido a Pelagio, un monje británico que llegó a Roma en el 410 y que enseñaba que las tendencias pecaminosas no son heredadas de Adán, sino que el alma hace su propia elección, siendo responsable de su decisión. Agustín lo contradijo afirmando que Adán representaba a la humanidad y por ende, en él todos pecamos. La naturaleza caída no nos permite aceptar la salvación sino que Dios tiene que intervenir y escoge a los que han de ser salvos. El Concilio de Cartago en el 418, condenó a Pelagio y la enseñanza de Agustín se convirtió en norma para la cristiandad de la época.
Agustín murió en Hipona el 28 de agosto de 430 durante el sitio al que los vándalos de Genserico sometieron a la ciudad durante la invasión de la provincia romana de África. Su cuerpo, en fecha incierta, fue trasladado a Cerdeña y, hacia el 725, a Pavía, a la basílica de San Pietro in Ciel d'Oro, donde reposa hoy.
7. El Monasticismo.
Uno de los movimientos que al principio se propulsó en la búsqueda del hombre por la santidad y el retiro con Dios lejos del ruido de la sociedad, fue el “monasticismo”, del griego monachos o una persona solitaria, en donde muchos que anhelaban una vida más elevada, alejados de la mundanalidad, decidieron separarse del mundo, solos o en grupo.
Estas personas, a las que se les llamó “monjes” se dedicaban a la contemplación, la oración y el ascetismo y se considera como fundador del movimiento a Antonio, quien se retiró en el 320 al desierto de la Tebaida y pronto fue imitado por muchos. Él se fue a vivir a una cueva en Egipto y pronto no había lugar en estas, debido a que los “anacoretas”[9] se habían apropiado de ellas.
Pacomio siguió sus pasos pero acompañado, iniciando la tradición de la vida conventual y fueron llamados “cenobitas”. Su Regla fue conocida gracias a la traducción al latín que hizo Jerónimo, secretario de Dámaso, que con sus monasterios puede considerarse como quien sembró la semilla del monasticismo de occidente. En el 423, Simón, “el Pilar”, decidió irse a vivir al desierto construyendo pilares de roca en donde vivió por 37 años y murió en uno que media 20 metros de alto por 12 de ancho.
Entre los grupos monásticos se encontraban los “abstinentes”, que luchaban contra la mundanalidad de algunas iglesias cristianas. Su influencia “gnóstica” era evidente, ya que creían que la materia es exclusivamente mala. Promovían el ascetismo, prohibían el matrimonio y comer carne, y se sometían a vigilias, ayunos y constantes oraciones. Prisciliano figura entre sus líderes. Su mayor desarrollo ocurrió en los siglos III y IV en el sudoeste de Europa.
El mayor problema con estas personas fue que en su soledad, fueron dados a producir doctrinas que iban en contra de las enseñanzas bíblicas, y es con ellas que se fue alimentando la naciente Iglesia Católico-Romana que veremos en el siguiente apartado.
[1] 303.
[2] 325.
[3] 451.
[4] 256 - 336
[5] Homoousios, la misma sustancia.
[6] Salmos 23.10.
[7] Atanasio, Oraciones contra los arrianos, I. 5-6.
[8] Se denomina ascética o ascetismo al conjunto de procedimientos y conductas de doctrina moral que se basa en la oposición sistemática al cumplimiento de necesidades de diversa índole que dependerá, en mayor o menor medida, del grado y orientación de que se trate. En muchas tradiciones religiosas, la ascética es un modo de acceso místico.
[9] La palabra Anacoreta procede del latín medieval “anachorēta”, y éste del término griego "ἀνα-χωρέω", que significa “retirarse”.