La Iglesia sin Apóstoles
II. La Iglesia sin Apóstoles
La Iglesia debe enfrentar ahora dos problemas serios:
1. Con la muerte de Juan se terminan los testigos presenciales del ministerio de Jesús. Finaliza la era apostólica.
2. Aunque en el siglo I se habían desatado algunas persecuciones, no habían sido globales, sino más bien locales; pero las persecuciones que se desataron durante los dos próximos siglos serían una verdadera carnicería de cristianos, que llegaría hasta el año 313 cuando el edicto de Constantino puso fin a las persecuciones imperiales.
Después de la muerte de los apóstoles, por espacio de unos cincuenta años, no encontramos ningún relato en la historia que nos diga lo que hicieron los líderes como Timoteo, Tito o Apolos, pero más adelante aparecen los obispos con autoridad. Para el 125, los obispos se habían convertido en los líderes de la Iglesia, teniendo a su cargo una diócesis en donde había presbíteros y diáconos en las congregaciones.
La persecución contra los cristianos se debía en mucho porque al contrario del paganismo, que aceptaba todas las nuevas formas de adoración y de hecho estaba sediento de estas; el cristianismo era completamente exclusivista, es decir, no aceptaba otra forma de adoración que la que las Escrituras proponían. El paganismo proponía que se adorara todo tipo de dioses, que eran representados por sus imágenes, pero el cristianismo criticaba y condenaba dichas prácticas, incluso la adoración al emperador, que era considerada una prueba de lealtad a Roma.
Durante el siglo I, los cristianos no fueron tan afectados por el imperio debido a que el judaísmo era una religión permitida y los romanos estaban conscientes de que ellos no estaban dispuestos a practicar la adoración de ídolos y ningún tipo de imágenes, y a los cristianos se les consideraba una secta del judaísmo. Pero en el siglo II, los cristianos fueron vistos de forma diferente, en especial porque en sus filas los gentiles iban superando poco a poco a los judíos.
Las reuniones de los cristianos eran producto de sospechas de parte de los romanos que no tomaban en cuenta que muchos cristianos eran esclavos y por lo tanto había que aprovechar la noche, cuando los amos ya no necesitaban a sus esclavos, o el amanecer, antes que los amos se levantaran, para poder realizar las reuniones. También, al no ser una religión reconocida, los cristianos no tenían derecho de tener edificios, por lo que se reunían en las catacumbas. De esto se derivan las ideas de que los actos que se realizaban en los cultos cristianos eran deshonestos, incluso se les acusaba de permitir el matrimonio entre familiares, debido a la costumbre de los cristianos de denominarse “hermanos”, y también se les llamaba “caníbales” debido a que según creían los romanos, los cristianos se comían a su Dios cada domingo. Otra cosa que ofendía a la nobleza romana era el hecho que entre los cristianos no existía separación de clases, por ello es que un esclavo podía ser obispo en la Iglesia y su propio amo era un miembro más de la comunidad.
Durante el siglo II hace su aparición Marción, que era un líder cristiano en el Ponto y que organizó a sus partidarios en una especie de iglesia o movimiento enfrentando al cristianismo ortodoxo, de quien ya hablamos arriba. Marción creó su propio canon de las Escrituras, que consistía en diez epístolas paulinas y el Evangelio según San Lucas. Él creía que el dios del Antiguo Testamento, el “demiurgo”, era un ser inferior que creó el mundo material. No era malvado, pero no era equivalente al Dios y Padre de Jesús, quien vino a revelar al Dios verdadero. Estas cosas llevaron a que las iglesias aceleraran el proceso de definición del canon de la Biblia. Marción fue excomulgado alrededor del año 144 d.C.
Desde el reinado de Trajano hasta el de Antonio Pío[1], aunque los cristianos no eran reconocidos como religión legal, tampoco sufrieron fuerte oposición, y de hecho, durante el período de cuatro de los “cinco buenos emperadores”[2], no se permitía el arresto de un cristiano por el mero hecho de su fe.
A pesar de la paz que vivió la Iglesia, hubo algunos mártires, como Simeón, el hermano del Señor, que fue crucificado en Palestina en el 107. También fue martirizado Ignacio de Antioquia, que había nacido alrededor del año 40 d.C. Fue discípulo directo de los Apóstoles Juan y Pablo. También era llamado Teóforo[3], aunque se discute si este era su segundo nombre o un sobrenombre.
Según Eusebio de Cesarea fue el tercer obispo de Antioquía, después de Simón Pedro y Evodio, a quien Ignacio sucedió alrededor de 68 d.C. Es considerado, generalmente, uno de los Padres Apostólicos. Policarpo de Esmirna, se negó a maldecir al Señor y fue quemado vivo en el 155.
Fue arrestado por las autoridades romanas y llevado a Roma a morir en la arena del circo. Estas quisieron dar un ejemplo con él y así desanimar al Cristianismo de extenderse. En cambio, él encontró animosos cristianos a lo largo de toda su ruta. Se conocen unas 13 cartas atribuidas a él, de las cuales se conservan siete que fueron escritas camino a su martirio en el 108. Estas cartas fueron dirigidas a diferentes comunidades cristianas. Entre estas cartas podemos mencionar:
La cartas a los Efesios, Romanos, Magnesios, Filipenses, Tralienses, Esmírneos y a Policarpo, quien de acuerdo con la tradición cristiana fue obispo de Esmirna. Estas cartas han probado haber influido en el desarrollo de la teología cristiana, ya que el número de escritos existentes de este período de la historia de la Iglesia es muy pequeño. Muestran signos de haber sido escritas con gran prisa y sin un plan concreto, como oraciones corridas y una sucesión asistemática del pensamiento. Ignacio es el primer escritor cristiano conocido en acentuar fuertemente la lealtad a un único obispo en cada ciudad, el cual es asistido por presbíteros y diáconos. Escritos anteriores mencionan solamente u obispos o presbíteros, y da la impresión de que frecuentemente había más de un obispo por congregación. Ignacio también acentúa la importancia de la Mesa del Señor, llamándola “una medicina para la inmortalidad”. El gran deseo de sufrir un martirio sangriento en el circo, el cual expresa Ignacio bastante gráficamente en algunos lugares, parece bastante raro al lector moderno.
En estas cartas se descubre el alma ardiente, heroica y mística de Ignacio. Tiene sed de martirio y un amor encendido a Cristo, a quien quiere imitar. Pide a los romanos que no den ningún paso para ahorrarle ese deseo: “Temo justamente vuestra caridad, no sea ella la que me perjudique. El hecho es que yo no tendré jamás ocasión semejante de alcanzar a Dios. Trigo soy de Dios y por los dientes de las fieras he de ser molido, a fin de ser presentado como limpio pan de Cristo”[4]. “Bello es que el sol de mi vida, saliendo del mundo, trasponga en Dios, para amanecer en Él”[5]. A Policarpo le anima: “Mantente firme, como un yunque golpeado por el martillo. De grande atleta es ser desollado y, sin embargo, vencer”[6]. El estilo de las cartas es fogoso, cordial, dechado de Teología pastoral. A veces alcanza vértices sublimes dignos de un mártir y de un enamorado de Jesucristo.
Hoy en día solamente las variantes más cortas de estas siete cartas se consideran escritos genuinos de Ignacio. Ya desde el siglo IV las cartas sufrieron una manipulación que amplió el texto primitivo y añadió seis cartas más, ciertamente espurias. Sus versiones más largas se consideran enmiendas del siglo V, en donde se hicieron añadidos que relatan principalmente la doctrina de supremacía del obispo de Roma y afirman cuestiones teológicas referentes a la madre de Jesús, como lo son “la inmaculada concepción”.
Ignacio murió en el 113-114 d. C., condenado por los romanos en tiempos del emperador Trajano.
Otro de los mártires de esa época fue Policarpo, antes mencionado. Fue obispo de Esmirna. Nace cerca del año 85. Parece ser que recibe el bautismo en la adolescencia. Es muy posible que descienda de padres cristianos no prevenientes de medios judeocristianos. Ireneo de Lyon, que le había conocido en Esmirna, afirma que Policarpo había recibido las enseñanzas de los Apóstoles y que éstos le habían instituido obispo de Esmirna.
En la carta a Florino, compañero de infancia en Esmirna, caído en el gnosticismo, Ireneo recuerda las relaciones existentes entre Policarpo y el Apóstol Juan[7]. Tertuliano, recogiendo una tradición de la Iglesia de Esmirna, añade que fue instituido obispo por ese mismo Apóstol. Hacia el año 110, Policarpo debe ocupar ya la sede de Esmirna. Ignacio de Antioquía le estima particularmente[8], y desde Troas, camino del martirio, escribe dos cartas, una a la iglesia de Esmirna y otra a su obispo Policarpo, agradeciendo la hospitalidad que se le ha prestado durante su estancia en dicha ciudad y pidiendo que se envíe un delegado a la iglesia de Antioquía para felicitarla por el cese de la persecución. Ignacio reconoce a Policarpo como varón apostólico y le recomienda su rebaño. Según testimonio de Ireneo, Policarpo marcha a Roma siendo obispo de la Iglesia de esa ciudad Aniceto[9], para discutir la fecha de la celebración de la Pascua. La iglesia de Roma hacía coincidir siempre la celebración de la Pascua con un Domingo, mientras que las de Asia la celebraban siempre el 14 de marzo, fuese cual fuese el día de la semana. Aniceto no pudo persuadir a Policarpo de que no celebrase la Pascua conforme a la tradición recibida de los Apóstoles; Policarpo tampoco convenció a Aniceto de que dejase la costumbre recibida de los presbíteros que le habían precedido, pero ambos guardaron la paz.
La labor pastoral de Policarpo debió de ser muy fecunda. El Martyrium[10], capítulo 12, pone en boca de los paganos que ven entrar a Policarpo en el estadio: “¡El doctor de Asia, el destructor de nuestros dioses!” Es eficaz asimismo su actividad contra la herejía, haciendo volver a la Iglesia a numerosos seguidores de Valentín y Marción. Durante su estancia en Roma encuentra a este último, cuyo padre conocía, y le llama “primogénito de Satanás”[11]. Al estallar la persecución bajo el proconsulado de Decio Cuadrato, a ruego de sus fieles, Policarpo se esconde en una casa de campo siendo descubierto por la traición de un esclavo. Antes de salir de la casa ora en voz alta por “toda la Iglesia extendida por todo el mundo”. Su cuerpo, arrojado a las llamas, no fue totalmente consumido por ellas. La fecha del martirio se sitúa en el 23 de Febrero del 155.
A. La vida de la Iglesia Después de la Mitad del Siglo II.
Para el 150, las reuniones de obispos y presbíteros eran llamadas “Concilios” y los primeros eran quienes las presidían. La forma episcopal de gobierno llegó a ser dominante y universal. A pesar de ello, ningún obispo tomó para sí el puesto de “obispo universal”.
Cuando Marco Aurelio llegó al poder, trató de restaurar la antigua religión y se opuso a los cristianos, lo que llevó a una gran persecución en donde muchos murieron por su fe, entre ellos Justino Mártir, uno de los más grandes defensores o apologistas cristianos, en el 166 en Roma.
A la muerte de Marco Aurelio, Roma se sumergió en un período de luchas internas y confusión que duró desde el 180 hasta el 202 cuando Septimio Severo decretó una nueva persecución que se extendió hasta el 211, cuando él murió. Entre los mártires de esta época encontramos a Leonidas, el padre de Orígenes, que fue decapitado. Perpetua y su esclava Felicitas fueron hechas pedazos por las bestias en el 203. En el periodo de paz después del 180 se permitió la fundación de la escuela teológica de Alejandría, fundada por Panteno, antiguo filósofo estoico, que cuando llegó al cristianismo se convirtió en un eminente orador. A su muerte, Clemente de Alejandría continuó con su obra. Uno de los más grandes apologistas de esta escuela fue Orígenes, mencionado antes[12]. También se inició otra escuela teológica en Asia Menor que tenía como su más grande representante a Ireneo, que luego se trasladó a Galia, en donde murió como mártir en el 200. Había una tercera escuela teológica en Cartago, que influyó sobremanera en el pensamiento teológico de Europa y que tuvo como maestros a Tertuliano y a Cipriano, que murió martirizado en el 258.
1. El Montanismo.
Aparecen los montanistas o seguidores de Montano, en la región de Frigia en el Asia Menor, quien proclamó el inminente advenimiento de la Nueva Jerusalén. Montano creía que las normas estrictas, que caracterizaron al cristianismo original, debían mantenerse. Además, él y dos mujeres de su iglesia afirmaban tener el don de profecía. Algunos de sus seguidores le consideraban el “Consolador” que Jesús prometió. Entre sus partidarios estuvo el famoso teólogo Tertuliano, quien se unió a los montanistas durante los últimos años de su vida. El rigorismo ético de los montanistas provocó reacciones negativas entre otros grupos.
El movimiento de Montano era sumamente peligroso para el desarrollo interior de la joven Iglesia ya que era de tendencia rigorista. Esta nueva corriente, representada en su primera aparición por Montano y sus discípulos, surge no por influencia de ideas filosóficas como en el gnosticismo, sino de las mismas entrañas del cristianismo. Se presenta como el ideal de perfección del mismo Jesús y trata de corregir supuestas desviaciones del espíritu cristiano. Se llamó a sí misma nueva profecía. Los que la combatieron la designaron como la “herejía de los frigios”, con lo que aluden al espacio geográfico en que se inició el movimiento. Solo en el siglo IV halló la denominación de montanistas, cuando se quiso poner de relieve el papel que Montano.
En los primeros años de la Iglesia, Dios derramó con frecuencia sobre sus fieles el don de la profecía por medio de la imposición de las manos de los apóstoles. Pero también había aparecido, acá y allá, algún falso profeta, que despertó la desconfianza sobre la actuación de tales carismáticos. El peligro era real y de él avisaba la Didaché[13]. Tampoco faltaron a veces tensiones pero se logró el equilibrio ya que la profecía se reconoció siempre juzgada por la fe y, por tanto, por la tradición apostólica y sus representantes. Montano, en cambio, defiende y sostiene una concepción de la profecía que le lleva a chocar con la autoridad de la Iglesia, y a separarse de la comunión eclesiástica. A la Iglesia jerárquica se opone una iglesia carismática, proclamando que los poderes espirituales se perpetúan en la Iglesia, no por sucesión apostólica, sino por la trasmisión de carismas, de la que Montano y sus profetas se presentan como herederos. La evolución del montanismo pasa por una fase inicial, un estado de modificación por obra de Tertuliano, y un periodo de definitiva decadencia tras la victoria de la Iglesia.
a. Origen de la secta.
Siendo Grato procónsul del Asia Menor cerca del año 172, el neófito Montano comenzó a predicar en la aldea de Ardabau, en las provincias asiáticas de Frigia y Misia[14]. Poco después de su bautismo se presentó como profeta y reformador, pretendiendo ser el órgano del Espíritu Santo, que solo ahora, por obra suya iba a conducir a la cristiandad a la verdad entera. A los comienzos se recibió este mensaje con escepticismo, mas cuando dos mujeres, Priscila y Maximila, se adhirieron y pronunciaron también en forma extática sus profecías y, sobre todo, cuando Montano prometió a sus partidarios lugar distinguido en la venidera Jerusalén celestial, una ola de entusiasmo acabó con los reparos[15]. Los tres profetas se limitaban a la propaganda oral. No escribieron sus oráculos, ni se dispuso en los comienzos de ningún escritor de fama para ponerlos por escrito. Más tarde los oráculos de Montano y sus compañeras se recogieron y difundieron, pero nos han llegado muy pocos. Solamente se hallan consignados en los escritores anti montanistas o en Tertuliano. Si se quiere responder a la pregunta sobre el fondo de la nueva profecía, hay que valerse de los informes de sus adversarios. No puede realmente demostrarse una conexión entre los antiguos cultos frigios y la nueva profecía, pero parece existir cierta propensión de la población del interior de Asia Menor hacia la exaltación religiosa.
La característica más saliente de la doctrina de Montano es el mensaje escatológico: La vuelta del Señor es inminente y con ella empezará, en la llanura junto a la pequeña ciudad de Pepuza, la Jerusalén celestial. En algunos distritos del Imperio Romano se notaba cierta disposición a recibir tal mensaje, que hacían deseable las graves calamidades que bajo Marco Aurelio habían traído consigo la peste, la guerra y la miseria social. De haberse limitado a predicar su mensaje escatológico, la ola montanista hubiera quedado sin profundidad ni repercusión lejana: El fallo de las predicciones hubiera desemborrachado los espíritus. Pero los profetas en cuestión sacaron de su misión muchas consecuencias que suponían amplias y decisivas heridas en la vida de la comunidad eclesiástica. Si la venida de Cristo era inminente, decían, debía vivirse un ayuno riguroso como medio para preparar el alma al advenimiento de Cristo. Hasta entonces esta práctica penitencial se había limitado a dos días a la semana, y la Iglesia la recomendaba a los fieles como práctica voluntaria. Montano fue mucho más allá y lo impuso a todos los cristianos, sin interrupción alguna, pues la venida de Cristo iba a ser por momentos una realidad. Como esta realidad falló, el ayuno se limitó al precepto de los corrientes ayunos estacionales. Pero la obligación se extendió hasta la tarde del día de ayuno, y aún se añadieron dos semanas de abstinencia, durante las cuales solo se podían comer frutos secos[16].
Orientación fundamentalmente escatológica tienen también otras exigencias del montanismo: Prohibía al cristiano huir o esconderse en época de persecución; evitar el martirio significaba, decían, un apego a este mundo, que se encaminaba a su fin. A los que habían cometido pecados graves: Apostasía, homicidio o adulterio les era negada para siempre la admisión en la Iglesia; punto muy característico del rigorismo montanista que implicaba además un error eclesiológico grave: Suponer que Dios no tenía poder para perdonar algunos pecados. También es significativa la actitud de los dirigentes del montanismo frente al matrimonio: Lo condenan por considerar que encadena las personas a este mundo y piden que se renuncie a él. Las dos profetisas Priscila y Maximila abandonaron la comunidad conyugal con sus maridos, pusieron como deber imitar su ejemplo y prohibieron la celebración de matrimonios en el corto espacio que, según sus visiones, faltaba para la venida del Señor. Tertuliano transforma posteriormente esta prescripción en la condena de las segundas nupcias. Priscila a las razones escatológicas contra el matrimonio, añadía otra: La abstención de la vida matrimonial, decía, capacita particularmente para las visiones y comunicaciones proféticas[17].
b. Expansión.
El efecto de esta campaña de supuesta reforma y rigorismo fue de momento arrollador. A los numerosos adeptos en Frigia se añadieron pronto nuevas fundaciones en Lidia y Galacia. Saliendo de las provincias del Asia Menor, hizo su entrada en Siria, y ganó partidarios particularmente en Antioquía. Pronto alzó también cabeza en Tracia, extendiéndose así al Occidente. En fecha temprana tuvieron noticia del movimiento montanista las iglesias de Lyón y Vienne en las Galias.
El obispo Eleuterio de Roma[18], fue informado sobre la aparición de la nueva profecía. No parece que la considerara un serio peligro, pues no consta que pronunciara condenación alguna. Algo después, en los inicios como obispo romano, Ceferino[19] no lo juzgó al principio desfavorablemente, pues despachó cartas de paz a sus seguidores, lo que equivalía a expresar la comunión eclesiástica. Posteriormente cambió de actitud. Tertuliano atribuye ese cambio al influjo del asiático Práxeas, que le habría informado más puntualmente[20].
La muerte de los tres primeros representantes de la profecía representó un primer golpe para la posterior propagación del movimiento. Maximila murió en el 179 y ella precisamente había anunciado: “Después de mí no vendrá ningún profeta, sino la consumación del fin”[21]. Con este oráculo permitió a muchos adeptos un juicio sobre la autenticidad de la predicción, que solo podía ser negativo. Probablemente se hubiera parado completamente el movimiento, y con seguridad hubiera tomado otras formas la polémica de la Iglesia con él, si un hombre de la talla de Tertuliano no se hubiera adherido a semejante concepción, volviendo a llamar la atención sobre la nueva profecía.
c. El tertulianismo.
1) Datos biográficos.
Tertuliano fue un escritor y apologista cristiano, cuya obra, escrita en latín, destaca por su vigor, suave sarcasmo, expresión epigramática y espíritu aguerrido. Nació en Cartago alrededor del 155 o, según otros, 160. Su nombre completo era Quinto Séptimo Florente Tertulliano, de padres paganos. Tras estudiar derecho, ejerció en Roma, donde, entre el 190 y el 195, se convirtió al cristianismo, cansado de la vida licenciosa de la urbe. Vuelto a Cartago, se entregó apasionadamente a la defensa de la fe cristiana. Desilusionado más tarde con la que él estimaba debilidad de Roma en perdonar a los reincidentes, rompió con la Iglesia de Roma y se adhirió fervorosamente al montanismo. Hacia el 207 llegó a ser el más destacado líder de este movimiento cristiano que fomentó las profecías y practicó una rigurosa forma de ascetismo, cuyos miembros, en conflicto cada vez más abierto con las autoridades de la Iglesia, fueron declarados herejes.
Tertuliano fue un profundo conocedor de la literatura griega y latina, tanto en su orientación pagana como cristiana, y es el primer escritor en latín que formula conceptos teológicos como la naturaleza de la Deidad. Sin tener modelos en los que basarse, desarrolló una terminología derivada de varias fuentes, sobre todo las griegas y del vocabulario de los juristas romanos. La impronta legalista de este lenguaje teológico, por primera vez acuñado en Occidente, nunca se ha borrado. Gran parte de su terminología se hizo clásica en los posteriores debates de la Iglesia occidental. Fue él quien inventó el vocablo “Trinidad”, con referencia al misterio de las tres Personas de la Deidad con una substancia común. Igualmente, fue él el primero en exponer claramente el misterio de la encarnación del Verbo como la unión de sus dos naturalezas en una sola persona. Al hablar del origen del alma humana, defendió el traducianismo, que, por vía agustiniana, llegó a la teología luterana y, con alguna modificación, tiene adeptos entre teólogos de otras escuelas. Tertuliano es especialmente famoso por sus frases ingeniosas y llenas de colorido; como: “La sangre de los mártires es semilla de cristianos”, “Somos de ayer y hemos llenado el orbe y todo lo vuestro, os hemos dejado solitarios los templos”, “Nosotros, los pececillos, siguiendo a nuestro Pez Jesucristo, nacemos en el agua”, “Peca la carne, limpia la carne, reina como Dios la carne de Dios”.
De su variada producción, destacan sus obras Contra Marción y Contra Práxeas, pero, sobre todo, su Apologético, dirigido a los magistrados romanos para defender a los cristianos contra los crímenes de que eran acusados y para exigir para ellos el mismo trato legal que se otorgaba a los demás ciudadanos del imperio.
De sus tratados doctrinales destinados a refutar la herejía, el más importante es De los derechos de los herejes, donde argumentaba que sólo la Iglesia tiene autoridad para declarar lo que es y lo que no es cristianismo ortodoxo. En otras obras se manifiesta en contra de las segundas nupcias, exhorta a los cristianos a no asistir a los espectáculos públicos y aboga por la sencillez del vestido y los ayunos estrictos. Como todos los montanistas, sostuvo que los cristianos deberían aceptar la persecución sin huir de ella. Los historiadores cristianos valoran algunos de sus escritos, en especial Del bautismo y Sobre la oración, por la luz que arrojan acerca de las prácticas religiosas de la época.
2) Obra de Tertuliano en el montanismo.
El cambio sufrido por las ideas montanistas con la adhesión de Tertuliano al movimiento ha sido designado con el nombre de tertulianismo, para poner así de manifiesto su papel innovador. No hay punto alguno de apoyo para determinar cuándo y cómo entró el gran escritor africano en contacto con la nueva profecía. A partir aproximadamente de 205-206, sus escritos permiten reconocer que no solo conoce las ideas montanistas sino que las acepta. No es difícil deducir de sus escritos montanistas lo que le atraía de la nueva profecía. Aquí hallaba, en algunas cuestiones de la vida cristiana, una concepción que respondía exactamente a su fundamental actitud rigorista, sin que por otra parte tuviera que aceptar en modo alguno la herejía gnóstica ni las falsas doctrinas. Pero seguramente le atraía mucho más la idea de que en la forma montanista del cristianismo, podía apelar en favor de su concepción directamente al Espíritu Santo.
Sin embargo, Tertuliano no poseía un temperamento como para someterse sin más a la nueva profecía. Pensó los puntos doctrinales esenciales del movimiento y los modificó en sus pormenores, tan fuertemente, que el m. de Tertuliano no representa ya en absoluto el de la primera hora. Las tres grandes figuras proféticas de la primera fase no son para él una autoridad intangible, ni se acomoda necesariamente a ellas. Conoce una colección de sus oráculos proféticos, que aprovecha escasamente, y prefiere apelar directamente al “Paráclito” mismo. Niega a la mujer en la comunidad montanista un puesto semejante al que tuvieron Priscila y Maximila. Le quita toda función sacerdotal y tampoco tolera que enseñe ni actúe en el culto divino. Solo le concede un don de profecía que únicamente tiene vigencia en el ámbito privado[22]. También se aparta de datos demasiado concretos en la profecía, en cuanto se refieren al descenso de la Jerusalén celestial. A la ciudad de Pepuza no la menciona en absoluto.
Se diría que quiere desligar la profecía de su vinculación a personalidades de la primera fase y de condiciones locales de Asia Menor, para darle un carácter universal. Esta visión se patentiza en la nueva motivación, dentro de la historia de la salvación, que Tertuliano da a la nueva profecía, cosa de que no eran capaces Montano y sus auxiliares femeninas. Su verdadera misión, dice, consiste en llevar a la cristiandad, por obra y gracia del Espíritu Santo, a su edad madura.
En sus escritos montanistas defiende los postulados rigoristas con apasionado lenguaje. Afirma la prohibición de huir en la persecución, presenta el matrimonio único como mandato ineludible del Paráclito, pero niega las segundas nupcias: “Secundae nuptiae-adulterium”[23]. Demuestra la obligación del ayuno, que no quieren admitir los psíquicos como llama a los cristianos ortodoxos, a los que insulta desenfrenadamente. De despiadada dureza es un ataque contra la práctica de la Iglesia en la cuestión de la Penitencia, que lo convirtió en su enemigo.
El intento de Tertuliano de ganar para el movimiento montanista a la comunidad cristiana de Cartago, hubo de abandonarlo muy pronto. Después de él, las fuentes apenas recogen datos sobre el montanismo en África.
d. Actitud de la Iglesia.
Acogido en un principio benévolamente como un movimiento de reforma y exigencia espiritual, se pasó a una oposición cuando el movimiento fue examinado más de cerca: Se hizo patente su contraste con la ordenación cristiana de la vida y la tradición apostólica. Esa evolución se explica fácilmente. Exhortar al ayuno y la prontitud para el martirio, loar la disciplina en la vida matrimonial eran antiguos temas familiares en la predicación primitiva. Tampoco tenía por qué alarmar que se tuviera en alta estima el carisma profético.
Además no podía descubrirse en la predicación de la nueva profecía conexión alguna con las herejías hasta la fecha combatidas. Solo cuando se vio claro que los temas citados, quedaban desfigurados por una falsificación de la tradición cristiana, se hizo ineludible su condenación. La primera medida fue refutarlos por escrito. Eusebio nos informa de la acción en este sentido de Apolinar de Hierápolis, Melitón de Sardes, Milcíades el Apologeta, Apolonio y un anónimo interesante. Con ocasión del movimiento montanista se reunieron diversos sínodos, los primeros que conocemos en la historia de la Iglesia. En ellos fueron examinadas las nuevas doctrinas, y las juzgaron falsas y heréticas y sus fautores fueron excluidos de la comunión con la Iglesia. La condenación pública y oficial la dio el obispo Ceferino[24]. Antes de la mitad del siglo III se ocupó un sínodo de obispos en Iconio de esta cuestión. Grupos sueltos se encuentran a fines del siglo IV en España, a comienzos del siglo V en Roma y en Oriente entrado el siglo IX. Desde Constantino el Grande fueron publicados contra los montanistas severos decretos imperiales. Todavía el concilio en Trullo del 692 y León, adoptaron medidas contra ellos. Con el tiempo se dividieron en varios grupos: Esquinistas, proclianos, quintilianos, priscilianos, tertulianistas, etc. Algunos cayeron además en otros errores teológicos. Así el partido de un cierto Eschine adoptó la doctrina de los patripasianos, otros adhirieron al novacianismo.
La victoria alcanzada por la Iglesia en su desaprobación del montanismo tuvo para ella consecuencias que pusieron más de relieve su peculiar naturaleza, y contribuyeron a su posterior desenvolvimiento. Por haberse negado a hacer suyo el exagerado programa ascético de Montano, escapó al peligro de degenerar en una insignificante secta de exaltados y se mantuvo fiel a su misión de llevar el mensaje de Cristo a todos los hombres, y actuarlo eficazmente en cualquier ambiente cultural. Al desechar el subjetivismo religioso irrefrenable, con su pretensión sobre la dirección exclusiva de los creyentes, como soñaban los montanistas, aseguraba a las comunidades de cristianos y a las almas una dirección objetiva en manos de los ministros que hasta entonces la habían desempeñado, y cuya vocación se regía por criterios ciertos, sin caer en manos de un entusiasmo subjetivista. Al condenar finalmente, una esperanza escatológica de inmediato cumplimiento, puso de relieve la necesidad de contemplar con mirada objetiva y serena las tareas presentes y futuras de la historia y manifestó toda la hondura y el valor del ulterior trabajo apostólico.
2. Los Adamitas.
No tan conocida es otra secta llamada de los “adamiani” o “adamitas”, a quienes criticó duramente Epifanio de Salamina en el siglo IV. Algunos historiadores los señalan como activos en el siglo II d.C., pero también se manejan fechas en los siglos III y IV d.C. Algunos han pensado que son un apéndice los gnósticos Carpocratianos, quienes profesaban un misticismo sensual y una completa emancipación de las leyes morales.
Sus creencias eran parecidas a las de otros grupos de corte gnóstico, y partían de la base del estado inicial de inocencia del hombre, sin pecado original, y de su vida en “El Paraíso”, nombre dado a sus lugares de reunión, con la particularidad de que preferían estar desnudos durante sus cultos de adoración; es decir, que practicaban la desnudez ritual, ya que se consideraban imitadores de Adán. Rechazaban completamente el matrimonio ya que según ellos, la unión conyugal había sido establecida como consecuencia del pecado original, y consideraban que el goce con las mujeres en común completaba los privilegios que poseían por su estado de gracia. En su doctrina se afirmaba que, tras un período de dura ascesis[25] se alcanzaba un estado de perfección espiritual que permitía la realización de cualquier impulso carnal, sin miedo a caer en el pecado, como era la situación de Adán y Eva en el Paraíso. Algunos los consideraban ascéticos mal guiados, que se esforzaban en erradicar los deseos carnales por medio del regreso de medios sencillos, y por medio de la abolición del matrimonio.
Tertuliano habla de ellos señalando que negaban la unidad de Dios y la necesidad de la oración, así como que calificaban de locura el martirio. Desaparecen durante el siglo III, permaneciendo en el olvido por espacio de diez siglos, hasta que a finales del XII y bajo la influencia de Tanchilin vuelven a reaparecer con un planteamiento renovado, añadiendo a su doctrina primaria que no había diferencias entre los legos y clero, y que la fornicación y el adulterio eran accidentes santos y meritorios. En el siglo XIII volvieron a surgir en los Países Bajos por Brethren de una forma más burda. Fueron perseguidos y exterminados en poco tiempo por orden del papa Honorio.
Vuelven a presentarse en el siglo XIV con el nombre de Turlupinos o Hermanos Pobres en el Delfinado y Saboya. Allí, un flamenco llamado Begard predicó estas teorías haciendo gran número de adeptos en Bohemia, en donde fueron llamados “los Picaros de la Bohemia” que se retiraron a la isla de Lisinitz, y se entregaron al vergonzoso comunismo. Ziska, el líder Bussite, casi extermino a la secta en 1421 venciéndoles y condenándolos a la hoguera. Los que pudieron escapar se refugiaron en diferentes zonas de Europa Central manteniendo el lema de “Jura, perjura, secretum proderenolli”.
Hubo creencias similares entre los “Hermanos del Libre Espíritu”, en la época inmediata anterior a la Reforma. Se les ha confundido con grupos de llamados “nudistas cristianos” y hasta con movimientos completamente diferentes a ellos.
Más tarde se da este nombre a los primeros seguidores de los anabaptistas Schnuder y Schuster, que en Ámsterdam intentaron implantar entre sus seguidores el nudismo a imitación de Adán durante el siglo XVI. Un leve resurgimiento de éstas doctrinas se tomaron parte en Bohemia después de 1781, apegándose al edicto de tolerancia emitido por José II.
Un último intento contrastado es el llevado a cabo en Suiza a finales de 1820, desconociéndose como terminó. Modernamente hay quien afirma que la práctica actual del nudismo posee una raíz en este tipo de movimientos de imitación al Primer Hombre.
Estos movimientos de curiosa índole nudista y en muchos casos, notablemente orgiástica, han subsistido hasta el siglo XXI.
B. Los Últimos Años de la Iglesia Libre.
Los siguientes cuarenta años fueron un descanso para la Iglesia y Caracalla les hizo un gran bien al firmar un edicto en el que se les daba la ciudadanía romana a todas las personas que no fueran esclavas, lo que prohibía que fueran lanzados a las bestias o crucificadas. Pero cuando Decio llegó al poder[26], se desató una nueva persecución. Pero por fortuna el reinado de Decio fue muy corto y la Iglesia descansó hasta el 257 cuando Valeriano mandó matar a Cipriano de Cartago y a Sexto de Roma. Pero desde ahí hasta el 303, cuando Diocleciano llegó al poder en Roma y durante sus sucesores hasta el 311 se desató una persecución sistemática contra los cristianos a través de una serie de edictos en los que se prohibía tener algún ejemplar de la Biblia, se ordenaba destruir todos los edificios que eran usados por la Iglesia y que los que no renunciaran a su fe cristiana fueran despojados de sus derechos legales. Se dieron situaciones tan bárbaras como el encerrar a los miembros de una congregación en su edificio y quemarlo con ellos. A muchos cristianos se les esclavizó para que trabajaran en las construcciones públicas, como los baños públicos que en 1560 fueron transformados por Miguel Ángel en la Iglesia de Santa María Degli Angeli.
Después que Diocleciano abdicara a su trono imperial en el 305, Galerio y Constancio, mantuvieron la persecución durante seis años más. En el 313, Constantino, hijo de Constancio, tuvo que tomar el trono por la fuerza y al haber recibido la ayuda de algunos cristianos, creyó conveniente firmar el Edicto de Tolerancia, para que la Iglesia cristiana no volviera a ser perseguida jamás por el Imperio Romano.
[1] 96-161 d.C.
[2] Nerva, Trajano, Adriano, Antonio Pío y Marco Aurelio.
[3] El que lleva a Dios.
[4] Romanos 1.2; 2.1; 4.1.
[5] Ibid 2.2.
[6] Policarpo 3.1.
[7] Eusebio, Historia Eclesiástica. V, 20, 6.
[8] Ignacio. Carta a los Efesios 21, 11.
[9] 154-166.
[10] Es una carta dirigida por la iglesia de Esmirna a la de Filomelium, villa de Frigia, escrita por testigos oculares, al parecer antes del primer aniversario del martirio de Policarpo, ya que en el capítulo 18.3 se habla de que los fieles han recogido las cenizas del mártir obispo para enterrarlas en un lugar adecuado donde vendrán a celebrar el aniversario. Nada permite dudar de su autenticidad.
[11] Ireneo, Contra Herejías III, 3, 4.
[12] Murió en el 254.
[13] También se le llama “Enseñanzas de los Doce Apóstoles”, fue escrito entre el 65 y 80, y fue altamente considerado por los primeros Padres. Da puntos de vista interesantes de las prácticas de la Iglesia en los comienzos. Recuerde que por muchos años no hubo Nuevo Testamento para que usaran los cristianos, hasta el Concilio de Cartago en el año 397.
[14] Eusebio, Historia Eclesiástica, 5.16, 19.
[15] Epifanio, Panarion, 48.10; Tertuliano, Exhortación al Martirio, 10.
[16] Tertuliano, Del ayuno, 2.10.
[17] Eusebio, Historia Eclesiástica, 3.5; 18.3.
[18] 175-189.
[19] 198-217.
[20] Tertuliano, Contra Praxeas, 1.
[21] Epifanio, Panarion, 48.2, 4.
[22] Tertuliano, De virginibus velandis, 9.
[23] Tertuliano, De monogamia, 15.
[24] 199-217.
[25] Enseñanza que dice que es posible, siguiendo ciertos rituales, obligar al cuerpo a liberarse completamente de las pasiones carnales. De ahí viene el ascetismo.
[26] 249-251.
La Iglesia debe enfrentar ahora dos problemas serios:
1. Con la muerte de Juan se terminan los testigos presenciales del ministerio de Jesús. Finaliza la era apostólica.
2. Aunque en el siglo I se habían desatado algunas persecuciones, no habían sido globales, sino más bien locales; pero las persecuciones que se desataron durante los dos próximos siglos serían una verdadera carnicería de cristianos, que llegaría hasta el año 313 cuando el edicto de Constantino puso fin a las persecuciones imperiales.
Después de la muerte de los apóstoles, por espacio de unos cincuenta años, no encontramos ningún relato en la historia que nos diga lo que hicieron los líderes como Timoteo, Tito o Apolos, pero más adelante aparecen los obispos con autoridad. Para el 125, los obispos se habían convertido en los líderes de la Iglesia, teniendo a su cargo una diócesis en donde había presbíteros y diáconos en las congregaciones.
La persecución contra los cristianos se debía en mucho porque al contrario del paganismo, que aceptaba todas las nuevas formas de adoración y de hecho estaba sediento de estas; el cristianismo era completamente exclusivista, es decir, no aceptaba otra forma de adoración que la que las Escrituras proponían. El paganismo proponía que se adorara todo tipo de dioses, que eran representados por sus imágenes, pero el cristianismo criticaba y condenaba dichas prácticas, incluso la adoración al emperador, que era considerada una prueba de lealtad a Roma.
Durante el siglo I, los cristianos no fueron tan afectados por el imperio debido a que el judaísmo era una religión permitida y los romanos estaban conscientes de que ellos no estaban dispuestos a practicar la adoración de ídolos y ningún tipo de imágenes, y a los cristianos se les consideraba una secta del judaísmo. Pero en el siglo II, los cristianos fueron vistos de forma diferente, en especial porque en sus filas los gentiles iban superando poco a poco a los judíos.
Las reuniones de los cristianos eran producto de sospechas de parte de los romanos que no tomaban en cuenta que muchos cristianos eran esclavos y por lo tanto había que aprovechar la noche, cuando los amos ya no necesitaban a sus esclavos, o el amanecer, antes que los amos se levantaran, para poder realizar las reuniones. También, al no ser una religión reconocida, los cristianos no tenían derecho de tener edificios, por lo que se reunían en las catacumbas. De esto se derivan las ideas de que los actos que se realizaban en los cultos cristianos eran deshonestos, incluso se les acusaba de permitir el matrimonio entre familiares, debido a la costumbre de los cristianos de denominarse “hermanos”, y también se les llamaba “caníbales” debido a que según creían los romanos, los cristianos se comían a su Dios cada domingo. Otra cosa que ofendía a la nobleza romana era el hecho que entre los cristianos no existía separación de clases, por ello es que un esclavo podía ser obispo en la Iglesia y su propio amo era un miembro más de la comunidad.
Durante el siglo II hace su aparición Marción, que era un líder cristiano en el Ponto y que organizó a sus partidarios en una especie de iglesia o movimiento enfrentando al cristianismo ortodoxo, de quien ya hablamos arriba. Marción creó su propio canon de las Escrituras, que consistía en diez epístolas paulinas y el Evangelio según San Lucas. Él creía que el dios del Antiguo Testamento, el “demiurgo”, era un ser inferior que creó el mundo material. No era malvado, pero no era equivalente al Dios y Padre de Jesús, quien vino a revelar al Dios verdadero. Estas cosas llevaron a que las iglesias aceleraran el proceso de definición del canon de la Biblia. Marción fue excomulgado alrededor del año 144 d.C.
Desde el reinado de Trajano hasta el de Antonio Pío[1], aunque los cristianos no eran reconocidos como religión legal, tampoco sufrieron fuerte oposición, y de hecho, durante el período de cuatro de los “cinco buenos emperadores”[2], no se permitía el arresto de un cristiano por el mero hecho de su fe.
A pesar de la paz que vivió la Iglesia, hubo algunos mártires, como Simeón, el hermano del Señor, que fue crucificado en Palestina en el 107. También fue martirizado Ignacio de Antioquia, que había nacido alrededor del año 40 d.C. Fue discípulo directo de los Apóstoles Juan y Pablo. También era llamado Teóforo[3], aunque se discute si este era su segundo nombre o un sobrenombre.
Según Eusebio de Cesarea fue el tercer obispo de Antioquía, después de Simón Pedro y Evodio, a quien Ignacio sucedió alrededor de 68 d.C. Es considerado, generalmente, uno de los Padres Apostólicos. Policarpo de Esmirna, se negó a maldecir al Señor y fue quemado vivo en el 155.
Fue arrestado por las autoridades romanas y llevado a Roma a morir en la arena del circo. Estas quisieron dar un ejemplo con él y así desanimar al Cristianismo de extenderse. En cambio, él encontró animosos cristianos a lo largo de toda su ruta. Se conocen unas 13 cartas atribuidas a él, de las cuales se conservan siete que fueron escritas camino a su martirio en el 108. Estas cartas fueron dirigidas a diferentes comunidades cristianas. Entre estas cartas podemos mencionar:
La cartas a los Efesios, Romanos, Magnesios, Filipenses, Tralienses, Esmírneos y a Policarpo, quien de acuerdo con la tradición cristiana fue obispo de Esmirna. Estas cartas han probado haber influido en el desarrollo de la teología cristiana, ya que el número de escritos existentes de este período de la historia de la Iglesia es muy pequeño. Muestran signos de haber sido escritas con gran prisa y sin un plan concreto, como oraciones corridas y una sucesión asistemática del pensamiento. Ignacio es el primer escritor cristiano conocido en acentuar fuertemente la lealtad a un único obispo en cada ciudad, el cual es asistido por presbíteros y diáconos. Escritos anteriores mencionan solamente u obispos o presbíteros, y da la impresión de que frecuentemente había más de un obispo por congregación. Ignacio también acentúa la importancia de la Mesa del Señor, llamándola “una medicina para la inmortalidad”. El gran deseo de sufrir un martirio sangriento en el circo, el cual expresa Ignacio bastante gráficamente en algunos lugares, parece bastante raro al lector moderno.
En estas cartas se descubre el alma ardiente, heroica y mística de Ignacio. Tiene sed de martirio y un amor encendido a Cristo, a quien quiere imitar. Pide a los romanos que no den ningún paso para ahorrarle ese deseo: “Temo justamente vuestra caridad, no sea ella la que me perjudique. El hecho es que yo no tendré jamás ocasión semejante de alcanzar a Dios. Trigo soy de Dios y por los dientes de las fieras he de ser molido, a fin de ser presentado como limpio pan de Cristo”[4]. “Bello es que el sol de mi vida, saliendo del mundo, trasponga en Dios, para amanecer en Él”[5]. A Policarpo le anima: “Mantente firme, como un yunque golpeado por el martillo. De grande atleta es ser desollado y, sin embargo, vencer”[6]. El estilo de las cartas es fogoso, cordial, dechado de Teología pastoral. A veces alcanza vértices sublimes dignos de un mártir y de un enamorado de Jesucristo.
Hoy en día solamente las variantes más cortas de estas siete cartas se consideran escritos genuinos de Ignacio. Ya desde el siglo IV las cartas sufrieron una manipulación que amplió el texto primitivo y añadió seis cartas más, ciertamente espurias. Sus versiones más largas se consideran enmiendas del siglo V, en donde se hicieron añadidos que relatan principalmente la doctrina de supremacía del obispo de Roma y afirman cuestiones teológicas referentes a la madre de Jesús, como lo son “la inmaculada concepción”.
Ignacio murió en el 113-114 d. C., condenado por los romanos en tiempos del emperador Trajano.
Otro de los mártires de esa época fue Policarpo, antes mencionado. Fue obispo de Esmirna. Nace cerca del año 85. Parece ser que recibe el bautismo en la adolescencia. Es muy posible que descienda de padres cristianos no prevenientes de medios judeocristianos. Ireneo de Lyon, que le había conocido en Esmirna, afirma que Policarpo había recibido las enseñanzas de los Apóstoles y que éstos le habían instituido obispo de Esmirna.
En la carta a Florino, compañero de infancia en Esmirna, caído en el gnosticismo, Ireneo recuerda las relaciones existentes entre Policarpo y el Apóstol Juan[7]. Tertuliano, recogiendo una tradición de la Iglesia de Esmirna, añade que fue instituido obispo por ese mismo Apóstol. Hacia el año 110, Policarpo debe ocupar ya la sede de Esmirna. Ignacio de Antioquía le estima particularmente[8], y desde Troas, camino del martirio, escribe dos cartas, una a la iglesia de Esmirna y otra a su obispo Policarpo, agradeciendo la hospitalidad que se le ha prestado durante su estancia en dicha ciudad y pidiendo que se envíe un delegado a la iglesia de Antioquía para felicitarla por el cese de la persecución. Ignacio reconoce a Policarpo como varón apostólico y le recomienda su rebaño. Según testimonio de Ireneo, Policarpo marcha a Roma siendo obispo de la Iglesia de esa ciudad Aniceto[9], para discutir la fecha de la celebración de la Pascua. La iglesia de Roma hacía coincidir siempre la celebración de la Pascua con un Domingo, mientras que las de Asia la celebraban siempre el 14 de marzo, fuese cual fuese el día de la semana. Aniceto no pudo persuadir a Policarpo de que no celebrase la Pascua conforme a la tradición recibida de los Apóstoles; Policarpo tampoco convenció a Aniceto de que dejase la costumbre recibida de los presbíteros que le habían precedido, pero ambos guardaron la paz.
La labor pastoral de Policarpo debió de ser muy fecunda. El Martyrium[10], capítulo 12, pone en boca de los paganos que ven entrar a Policarpo en el estadio: “¡El doctor de Asia, el destructor de nuestros dioses!” Es eficaz asimismo su actividad contra la herejía, haciendo volver a la Iglesia a numerosos seguidores de Valentín y Marción. Durante su estancia en Roma encuentra a este último, cuyo padre conocía, y le llama “primogénito de Satanás”[11]. Al estallar la persecución bajo el proconsulado de Decio Cuadrato, a ruego de sus fieles, Policarpo se esconde en una casa de campo siendo descubierto por la traición de un esclavo. Antes de salir de la casa ora en voz alta por “toda la Iglesia extendida por todo el mundo”. Su cuerpo, arrojado a las llamas, no fue totalmente consumido por ellas. La fecha del martirio se sitúa en el 23 de Febrero del 155.
A. La vida de la Iglesia Después de la Mitad del Siglo II.
Para el 150, las reuniones de obispos y presbíteros eran llamadas “Concilios” y los primeros eran quienes las presidían. La forma episcopal de gobierno llegó a ser dominante y universal. A pesar de ello, ningún obispo tomó para sí el puesto de “obispo universal”.
Cuando Marco Aurelio llegó al poder, trató de restaurar la antigua religión y se opuso a los cristianos, lo que llevó a una gran persecución en donde muchos murieron por su fe, entre ellos Justino Mártir, uno de los más grandes defensores o apologistas cristianos, en el 166 en Roma.
A la muerte de Marco Aurelio, Roma se sumergió en un período de luchas internas y confusión que duró desde el 180 hasta el 202 cuando Septimio Severo decretó una nueva persecución que se extendió hasta el 211, cuando él murió. Entre los mártires de esta época encontramos a Leonidas, el padre de Orígenes, que fue decapitado. Perpetua y su esclava Felicitas fueron hechas pedazos por las bestias en el 203. En el periodo de paz después del 180 se permitió la fundación de la escuela teológica de Alejandría, fundada por Panteno, antiguo filósofo estoico, que cuando llegó al cristianismo se convirtió en un eminente orador. A su muerte, Clemente de Alejandría continuó con su obra. Uno de los más grandes apologistas de esta escuela fue Orígenes, mencionado antes[12]. También se inició otra escuela teológica en Asia Menor que tenía como su más grande representante a Ireneo, que luego se trasladó a Galia, en donde murió como mártir en el 200. Había una tercera escuela teológica en Cartago, que influyó sobremanera en el pensamiento teológico de Europa y que tuvo como maestros a Tertuliano y a Cipriano, que murió martirizado en el 258.
1. El Montanismo.
Aparecen los montanistas o seguidores de Montano, en la región de Frigia en el Asia Menor, quien proclamó el inminente advenimiento de la Nueva Jerusalén. Montano creía que las normas estrictas, que caracterizaron al cristianismo original, debían mantenerse. Además, él y dos mujeres de su iglesia afirmaban tener el don de profecía. Algunos de sus seguidores le consideraban el “Consolador” que Jesús prometió. Entre sus partidarios estuvo el famoso teólogo Tertuliano, quien se unió a los montanistas durante los últimos años de su vida. El rigorismo ético de los montanistas provocó reacciones negativas entre otros grupos.
El movimiento de Montano era sumamente peligroso para el desarrollo interior de la joven Iglesia ya que era de tendencia rigorista. Esta nueva corriente, representada en su primera aparición por Montano y sus discípulos, surge no por influencia de ideas filosóficas como en el gnosticismo, sino de las mismas entrañas del cristianismo. Se presenta como el ideal de perfección del mismo Jesús y trata de corregir supuestas desviaciones del espíritu cristiano. Se llamó a sí misma nueva profecía. Los que la combatieron la designaron como la “herejía de los frigios”, con lo que aluden al espacio geográfico en que se inició el movimiento. Solo en el siglo IV halló la denominación de montanistas, cuando se quiso poner de relieve el papel que Montano.
En los primeros años de la Iglesia, Dios derramó con frecuencia sobre sus fieles el don de la profecía por medio de la imposición de las manos de los apóstoles. Pero también había aparecido, acá y allá, algún falso profeta, que despertó la desconfianza sobre la actuación de tales carismáticos. El peligro era real y de él avisaba la Didaché[13]. Tampoco faltaron a veces tensiones pero se logró el equilibrio ya que la profecía se reconoció siempre juzgada por la fe y, por tanto, por la tradición apostólica y sus representantes. Montano, en cambio, defiende y sostiene una concepción de la profecía que le lleva a chocar con la autoridad de la Iglesia, y a separarse de la comunión eclesiástica. A la Iglesia jerárquica se opone una iglesia carismática, proclamando que los poderes espirituales se perpetúan en la Iglesia, no por sucesión apostólica, sino por la trasmisión de carismas, de la que Montano y sus profetas se presentan como herederos. La evolución del montanismo pasa por una fase inicial, un estado de modificación por obra de Tertuliano, y un periodo de definitiva decadencia tras la victoria de la Iglesia.
a. Origen de la secta.
Siendo Grato procónsul del Asia Menor cerca del año 172, el neófito Montano comenzó a predicar en la aldea de Ardabau, en las provincias asiáticas de Frigia y Misia[14]. Poco después de su bautismo se presentó como profeta y reformador, pretendiendo ser el órgano del Espíritu Santo, que solo ahora, por obra suya iba a conducir a la cristiandad a la verdad entera. A los comienzos se recibió este mensaje con escepticismo, mas cuando dos mujeres, Priscila y Maximila, se adhirieron y pronunciaron también en forma extática sus profecías y, sobre todo, cuando Montano prometió a sus partidarios lugar distinguido en la venidera Jerusalén celestial, una ola de entusiasmo acabó con los reparos[15]. Los tres profetas se limitaban a la propaganda oral. No escribieron sus oráculos, ni se dispuso en los comienzos de ningún escritor de fama para ponerlos por escrito. Más tarde los oráculos de Montano y sus compañeras se recogieron y difundieron, pero nos han llegado muy pocos. Solamente se hallan consignados en los escritores anti montanistas o en Tertuliano. Si se quiere responder a la pregunta sobre el fondo de la nueva profecía, hay que valerse de los informes de sus adversarios. No puede realmente demostrarse una conexión entre los antiguos cultos frigios y la nueva profecía, pero parece existir cierta propensión de la población del interior de Asia Menor hacia la exaltación religiosa.
La característica más saliente de la doctrina de Montano es el mensaje escatológico: La vuelta del Señor es inminente y con ella empezará, en la llanura junto a la pequeña ciudad de Pepuza, la Jerusalén celestial. En algunos distritos del Imperio Romano se notaba cierta disposición a recibir tal mensaje, que hacían deseable las graves calamidades que bajo Marco Aurelio habían traído consigo la peste, la guerra y la miseria social. De haberse limitado a predicar su mensaje escatológico, la ola montanista hubiera quedado sin profundidad ni repercusión lejana: El fallo de las predicciones hubiera desemborrachado los espíritus. Pero los profetas en cuestión sacaron de su misión muchas consecuencias que suponían amplias y decisivas heridas en la vida de la comunidad eclesiástica. Si la venida de Cristo era inminente, decían, debía vivirse un ayuno riguroso como medio para preparar el alma al advenimiento de Cristo. Hasta entonces esta práctica penitencial se había limitado a dos días a la semana, y la Iglesia la recomendaba a los fieles como práctica voluntaria. Montano fue mucho más allá y lo impuso a todos los cristianos, sin interrupción alguna, pues la venida de Cristo iba a ser por momentos una realidad. Como esta realidad falló, el ayuno se limitó al precepto de los corrientes ayunos estacionales. Pero la obligación se extendió hasta la tarde del día de ayuno, y aún se añadieron dos semanas de abstinencia, durante las cuales solo se podían comer frutos secos[16].
Orientación fundamentalmente escatológica tienen también otras exigencias del montanismo: Prohibía al cristiano huir o esconderse en época de persecución; evitar el martirio significaba, decían, un apego a este mundo, que se encaminaba a su fin. A los que habían cometido pecados graves: Apostasía, homicidio o adulterio les era negada para siempre la admisión en la Iglesia; punto muy característico del rigorismo montanista que implicaba además un error eclesiológico grave: Suponer que Dios no tenía poder para perdonar algunos pecados. También es significativa la actitud de los dirigentes del montanismo frente al matrimonio: Lo condenan por considerar que encadena las personas a este mundo y piden que se renuncie a él. Las dos profetisas Priscila y Maximila abandonaron la comunidad conyugal con sus maridos, pusieron como deber imitar su ejemplo y prohibieron la celebración de matrimonios en el corto espacio que, según sus visiones, faltaba para la venida del Señor. Tertuliano transforma posteriormente esta prescripción en la condena de las segundas nupcias. Priscila a las razones escatológicas contra el matrimonio, añadía otra: La abstención de la vida matrimonial, decía, capacita particularmente para las visiones y comunicaciones proféticas[17].
b. Expansión.
El efecto de esta campaña de supuesta reforma y rigorismo fue de momento arrollador. A los numerosos adeptos en Frigia se añadieron pronto nuevas fundaciones en Lidia y Galacia. Saliendo de las provincias del Asia Menor, hizo su entrada en Siria, y ganó partidarios particularmente en Antioquía. Pronto alzó también cabeza en Tracia, extendiéndose así al Occidente. En fecha temprana tuvieron noticia del movimiento montanista las iglesias de Lyón y Vienne en las Galias.
El obispo Eleuterio de Roma[18], fue informado sobre la aparición de la nueva profecía. No parece que la considerara un serio peligro, pues no consta que pronunciara condenación alguna. Algo después, en los inicios como obispo romano, Ceferino[19] no lo juzgó al principio desfavorablemente, pues despachó cartas de paz a sus seguidores, lo que equivalía a expresar la comunión eclesiástica. Posteriormente cambió de actitud. Tertuliano atribuye ese cambio al influjo del asiático Práxeas, que le habría informado más puntualmente[20].
La muerte de los tres primeros representantes de la profecía representó un primer golpe para la posterior propagación del movimiento. Maximila murió en el 179 y ella precisamente había anunciado: “Después de mí no vendrá ningún profeta, sino la consumación del fin”[21]. Con este oráculo permitió a muchos adeptos un juicio sobre la autenticidad de la predicción, que solo podía ser negativo. Probablemente se hubiera parado completamente el movimiento, y con seguridad hubiera tomado otras formas la polémica de la Iglesia con él, si un hombre de la talla de Tertuliano no se hubiera adherido a semejante concepción, volviendo a llamar la atención sobre la nueva profecía.
c. El tertulianismo.
1) Datos biográficos.
Tertuliano fue un escritor y apologista cristiano, cuya obra, escrita en latín, destaca por su vigor, suave sarcasmo, expresión epigramática y espíritu aguerrido. Nació en Cartago alrededor del 155 o, según otros, 160. Su nombre completo era Quinto Séptimo Florente Tertulliano, de padres paganos. Tras estudiar derecho, ejerció en Roma, donde, entre el 190 y el 195, se convirtió al cristianismo, cansado de la vida licenciosa de la urbe. Vuelto a Cartago, se entregó apasionadamente a la defensa de la fe cristiana. Desilusionado más tarde con la que él estimaba debilidad de Roma en perdonar a los reincidentes, rompió con la Iglesia de Roma y se adhirió fervorosamente al montanismo. Hacia el 207 llegó a ser el más destacado líder de este movimiento cristiano que fomentó las profecías y practicó una rigurosa forma de ascetismo, cuyos miembros, en conflicto cada vez más abierto con las autoridades de la Iglesia, fueron declarados herejes.
Tertuliano fue un profundo conocedor de la literatura griega y latina, tanto en su orientación pagana como cristiana, y es el primer escritor en latín que formula conceptos teológicos como la naturaleza de la Deidad. Sin tener modelos en los que basarse, desarrolló una terminología derivada de varias fuentes, sobre todo las griegas y del vocabulario de los juristas romanos. La impronta legalista de este lenguaje teológico, por primera vez acuñado en Occidente, nunca se ha borrado. Gran parte de su terminología se hizo clásica en los posteriores debates de la Iglesia occidental. Fue él quien inventó el vocablo “Trinidad”, con referencia al misterio de las tres Personas de la Deidad con una substancia común. Igualmente, fue él el primero en exponer claramente el misterio de la encarnación del Verbo como la unión de sus dos naturalezas en una sola persona. Al hablar del origen del alma humana, defendió el traducianismo, que, por vía agustiniana, llegó a la teología luterana y, con alguna modificación, tiene adeptos entre teólogos de otras escuelas. Tertuliano es especialmente famoso por sus frases ingeniosas y llenas de colorido; como: “La sangre de los mártires es semilla de cristianos”, “Somos de ayer y hemos llenado el orbe y todo lo vuestro, os hemos dejado solitarios los templos”, “Nosotros, los pececillos, siguiendo a nuestro Pez Jesucristo, nacemos en el agua”, “Peca la carne, limpia la carne, reina como Dios la carne de Dios”.
De su variada producción, destacan sus obras Contra Marción y Contra Práxeas, pero, sobre todo, su Apologético, dirigido a los magistrados romanos para defender a los cristianos contra los crímenes de que eran acusados y para exigir para ellos el mismo trato legal que se otorgaba a los demás ciudadanos del imperio.
De sus tratados doctrinales destinados a refutar la herejía, el más importante es De los derechos de los herejes, donde argumentaba que sólo la Iglesia tiene autoridad para declarar lo que es y lo que no es cristianismo ortodoxo. En otras obras se manifiesta en contra de las segundas nupcias, exhorta a los cristianos a no asistir a los espectáculos públicos y aboga por la sencillez del vestido y los ayunos estrictos. Como todos los montanistas, sostuvo que los cristianos deberían aceptar la persecución sin huir de ella. Los historiadores cristianos valoran algunos de sus escritos, en especial Del bautismo y Sobre la oración, por la luz que arrojan acerca de las prácticas religiosas de la época.
2) Obra de Tertuliano en el montanismo.
El cambio sufrido por las ideas montanistas con la adhesión de Tertuliano al movimiento ha sido designado con el nombre de tertulianismo, para poner así de manifiesto su papel innovador. No hay punto alguno de apoyo para determinar cuándo y cómo entró el gran escritor africano en contacto con la nueva profecía. A partir aproximadamente de 205-206, sus escritos permiten reconocer que no solo conoce las ideas montanistas sino que las acepta. No es difícil deducir de sus escritos montanistas lo que le atraía de la nueva profecía. Aquí hallaba, en algunas cuestiones de la vida cristiana, una concepción que respondía exactamente a su fundamental actitud rigorista, sin que por otra parte tuviera que aceptar en modo alguno la herejía gnóstica ni las falsas doctrinas. Pero seguramente le atraía mucho más la idea de que en la forma montanista del cristianismo, podía apelar en favor de su concepción directamente al Espíritu Santo.
Sin embargo, Tertuliano no poseía un temperamento como para someterse sin más a la nueva profecía. Pensó los puntos doctrinales esenciales del movimiento y los modificó en sus pormenores, tan fuertemente, que el m. de Tertuliano no representa ya en absoluto el de la primera hora. Las tres grandes figuras proféticas de la primera fase no son para él una autoridad intangible, ni se acomoda necesariamente a ellas. Conoce una colección de sus oráculos proféticos, que aprovecha escasamente, y prefiere apelar directamente al “Paráclito” mismo. Niega a la mujer en la comunidad montanista un puesto semejante al que tuvieron Priscila y Maximila. Le quita toda función sacerdotal y tampoco tolera que enseñe ni actúe en el culto divino. Solo le concede un don de profecía que únicamente tiene vigencia en el ámbito privado[22]. También se aparta de datos demasiado concretos en la profecía, en cuanto se refieren al descenso de la Jerusalén celestial. A la ciudad de Pepuza no la menciona en absoluto.
Se diría que quiere desligar la profecía de su vinculación a personalidades de la primera fase y de condiciones locales de Asia Menor, para darle un carácter universal. Esta visión se patentiza en la nueva motivación, dentro de la historia de la salvación, que Tertuliano da a la nueva profecía, cosa de que no eran capaces Montano y sus auxiliares femeninas. Su verdadera misión, dice, consiste en llevar a la cristiandad, por obra y gracia del Espíritu Santo, a su edad madura.
En sus escritos montanistas defiende los postulados rigoristas con apasionado lenguaje. Afirma la prohibición de huir en la persecución, presenta el matrimonio único como mandato ineludible del Paráclito, pero niega las segundas nupcias: “Secundae nuptiae-adulterium”[23]. Demuestra la obligación del ayuno, que no quieren admitir los psíquicos como llama a los cristianos ortodoxos, a los que insulta desenfrenadamente. De despiadada dureza es un ataque contra la práctica de la Iglesia en la cuestión de la Penitencia, que lo convirtió en su enemigo.
El intento de Tertuliano de ganar para el movimiento montanista a la comunidad cristiana de Cartago, hubo de abandonarlo muy pronto. Después de él, las fuentes apenas recogen datos sobre el montanismo en África.
d. Actitud de la Iglesia.
Acogido en un principio benévolamente como un movimiento de reforma y exigencia espiritual, se pasó a una oposición cuando el movimiento fue examinado más de cerca: Se hizo patente su contraste con la ordenación cristiana de la vida y la tradición apostólica. Esa evolución se explica fácilmente. Exhortar al ayuno y la prontitud para el martirio, loar la disciplina en la vida matrimonial eran antiguos temas familiares en la predicación primitiva. Tampoco tenía por qué alarmar que se tuviera en alta estima el carisma profético.
Además no podía descubrirse en la predicación de la nueva profecía conexión alguna con las herejías hasta la fecha combatidas. Solo cuando se vio claro que los temas citados, quedaban desfigurados por una falsificación de la tradición cristiana, se hizo ineludible su condenación. La primera medida fue refutarlos por escrito. Eusebio nos informa de la acción en este sentido de Apolinar de Hierápolis, Melitón de Sardes, Milcíades el Apologeta, Apolonio y un anónimo interesante. Con ocasión del movimiento montanista se reunieron diversos sínodos, los primeros que conocemos en la historia de la Iglesia. En ellos fueron examinadas las nuevas doctrinas, y las juzgaron falsas y heréticas y sus fautores fueron excluidos de la comunión con la Iglesia. La condenación pública y oficial la dio el obispo Ceferino[24]. Antes de la mitad del siglo III se ocupó un sínodo de obispos en Iconio de esta cuestión. Grupos sueltos se encuentran a fines del siglo IV en España, a comienzos del siglo V en Roma y en Oriente entrado el siglo IX. Desde Constantino el Grande fueron publicados contra los montanistas severos decretos imperiales. Todavía el concilio en Trullo del 692 y León, adoptaron medidas contra ellos. Con el tiempo se dividieron en varios grupos: Esquinistas, proclianos, quintilianos, priscilianos, tertulianistas, etc. Algunos cayeron además en otros errores teológicos. Así el partido de un cierto Eschine adoptó la doctrina de los patripasianos, otros adhirieron al novacianismo.
La victoria alcanzada por la Iglesia en su desaprobación del montanismo tuvo para ella consecuencias que pusieron más de relieve su peculiar naturaleza, y contribuyeron a su posterior desenvolvimiento. Por haberse negado a hacer suyo el exagerado programa ascético de Montano, escapó al peligro de degenerar en una insignificante secta de exaltados y se mantuvo fiel a su misión de llevar el mensaje de Cristo a todos los hombres, y actuarlo eficazmente en cualquier ambiente cultural. Al desechar el subjetivismo religioso irrefrenable, con su pretensión sobre la dirección exclusiva de los creyentes, como soñaban los montanistas, aseguraba a las comunidades de cristianos y a las almas una dirección objetiva en manos de los ministros que hasta entonces la habían desempeñado, y cuya vocación se regía por criterios ciertos, sin caer en manos de un entusiasmo subjetivista. Al condenar finalmente, una esperanza escatológica de inmediato cumplimiento, puso de relieve la necesidad de contemplar con mirada objetiva y serena las tareas presentes y futuras de la historia y manifestó toda la hondura y el valor del ulterior trabajo apostólico.
2. Los Adamitas.
No tan conocida es otra secta llamada de los “adamiani” o “adamitas”, a quienes criticó duramente Epifanio de Salamina en el siglo IV. Algunos historiadores los señalan como activos en el siglo II d.C., pero también se manejan fechas en los siglos III y IV d.C. Algunos han pensado que son un apéndice los gnósticos Carpocratianos, quienes profesaban un misticismo sensual y una completa emancipación de las leyes morales.
Sus creencias eran parecidas a las de otros grupos de corte gnóstico, y partían de la base del estado inicial de inocencia del hombre, sin pecado original, y de su vida en “El Paraíso”, nombre dado a sus lugares de reunión, con la particularidad de que preferían estar desnudos durante sus cultos de adoración; es decir, que practicaban la desnudez ritual, ya que se consideraban imitadores de Adán. Rechazaban completamente el matrimonio ya que según ellos, la unión conyugal había sido establecida como consecuencia del pecado original, y consideraban que el goce con las mujeres en común completaba los privilegios que poseían por su estado de gracia. En su doctrina se afirmaba que, tras un período de dura ascesis[25] se alcanzaba un estado de perfección espiritual que permitía la realización de cualquier impulso carnal, sin miedo a caer en el pecado, como era la situación de Adán y Eva en el Paraíso. Algunos los consideraban ascéticos mal guiados, que se esforzaban en erradicar los deseos carnales por medio del regreso de medios sencillos, y por medio de la abolición del matrimonio.
Tertuliano habla de ellos señalando que negaban la unidad de Dios y la necesidad de la oración, así como que calificaban de locura el martirio. Desaparecen durante el siglo III, permaneciendo en el olvido por espacio de diez siglos, hasta que a finales del XII y bajo la influencia de Tanchilin vuelven a reaparecer con un planteamiento renovado, añadiendo a su doctrina primaria que no había diferencias entre los legos y clero, y que la fornicación y el adulterio eran accidentes santos y meritorios. En el siglo XIII volvieron a surgir en los Países Bajos por Brethren de una forma más burda. Fueron perseguidos y exterminados en poco tiempo por orden del papa Honorio.
Vuelven a presentarse en el siglo XIV con el nombre de Turlupinos o Hermanos Pobres en el Delfinado y Saboya. Allí, un flamenco llamado Begard predicó estas teorías haciendo gran número de adeptos en Bohemia, en donde fueron llamados “los Picaros de la Bohemia” que se retiraron a la isla de Lisinitz, y se entregaron al vergonzoso comunismo. Ziska, el líder Bussite, casi extermino a la secta en 1421 venciéndoles y condenándolos a la hoguera. Los que pudieron escapar se refugiaron en diferentes zonas de Europa Central manteniendo el lema de “Jura, perjura, secretum proderenolli”.
Hubo creencias similares entre los “Hermanos del Libre Espíritu”, en la época inmediata anterior a la Reforma. Se les ha confundido con grupos de llamados “nudistas cristianos” y hasta con movimientos completamente diferentes a ellos.
Más tarde se da este nombre a los primeros seguidores de los anabaptistas Schnuder y Schuster, que en Ámsterdam intentaron implantar entre sus seguidores el nudismo a imitación de Adán durante el siglo XVI. Un leve resurgimiento de éstas doctrinas se tomaron parte en Bohemia después de 1781, apegándose al edicto de tolerancia emitido por José II.
Un último intento contrastado es el llevado a cabo en Suiza a finales de 1820, desconociéndose como terminó. Modernamente hay quien afirma que la práctica actual del nudismo posee una raíz en este tipo de movimientos de imitación al Primer Hombre.
Estos movimientos de curiosa índole nudista y en muchos casos, notablemente orgiástica, han subsistido hasta el siglo XXI.
B. Los Últimos Años de la Iglesia Libre.
Los siguientes cuarenta años fueron un descanso para la Iglesia y Caracalla les hizo un gran bien al firmar un edicto en el que se les daba la ciudadanía romana a todas las personas que no fueran esclavas, lo que prohibía que fueran lanzados a las bestias o crucificadas. Pero cuando Decio llegó al poder[26], se desató una nueva persecución. Pero por fortuna el reinado de Decio fue muy corto y la Iglesia descansó hasta el 257 cuando Valeriano mandó matar a Cipriano de Cartago y a Sexto de Roma. Pero desde ahí hasta el 303, cuando Diocleciano llegó al poder en Roma y durante sus sucesores hasta el 311 se desató una persecución sistemática contra los cristianos a través de una serie de edictos en los que se prohibía tener algún ejemplar de la Biblia, se ordenaba destruir todos los edificios que eran usados por la Iglesia y que los que no renunciaran a su fe cristiana fueran despojados de sus derechos legales. Se dieron situaciones tan bárbaras como el encerrar a los miembros de una congregación en su edificio y quemarlo con ellos. A muchos cristianos se les esclavizó para que trabajaran en las construcciones públicas, como los baños públicos que en 1560 fueron transformados por Miguel Ángel en la Iglesia de Santa María Degli Angeli.
Después que Diocleciano abdicara a su trono imperial en el 305, Galerio y Constancio, mantuvieron la persecución durante seis años más. En el 313, Constantino, hijo de Constancio, tuvo que tomar el trono por la fuerza y al haber recibido la ayuda de algunos cristianos, creyó conveniente firmar el Edicto de Tolerancia, para que la Iglesia cristiana no volviera a ser perseguida jamás por el Imperio Romano.
[1] 96-161 d.C.
[2] Nerva, Trajano, Adriano, Antonio Pío y Marco Aurelio.
[3] El que lleva a Dios.
[4] Romanos 1.2; 2.1; 4.1.
[5] Ibid 2.2.
[6] Policarpo 3.1.
[7] Eusebio, Historia Eclesiástica. V, 20, 6.
[8] Ignacio. Carta a los Efesios 21, 11.
[9] 154-166.
[10] Es una carta dirigida por la iglesia de Esmirna a la de Filomelium, villa de Frigia, escrita por testigos oculares, al parecer antes del primer aniversario del martirio de Policarpo, ya que en el capítulo 18.3 se habla de que los fieles han recogido las cenizas del mártir obispo para enterrarlas en un lugar adecuado donde vendrán a celebrar el aniversario. Nada permite dudar de su autenticidad.
[11] Ireneo, Contra Herejías III, 3, 4.
[12] Murió en el 254.
[13] También se le llama “Enseñanzas de los Doce Apóstoles”, fue escrito entre el 65 y 80, y fue altamente considerado por los primeros Padres. Da puntos de vista interesantes de las prácticas de la Iglesia en los comienzos. Recuerde que por muchos años no hubo Nuevo Testamento para que usaran los cristianos, hasta el Concilio de Cartago en el año 397.
[14] Eusebio, Historia Eclesiástica, 5.16, 19.
[15] Epifanio, Panarion, 48.10; Tertuliano, Exhortación al Martirio, 10.
[16] Tertuliano, Del ayuno, 2.10.
[17] Eusebio, Historia Eclesiástica, 3.5; 18.3.
[18] 175-189.
[19] 198-217.
[20] Tertuliano, Contra Praxeas, 1.
[21] Epifanio, Panarion, 48.2, 4.
[22] Tertuliano, De virginibus velandis, 9.
[23] Tertuliano, De monogamia, 15.
[24] 199-217.
[25] Enseñanza que dice que es posible, siguiendo ciertos rituales, obligar al cuerpo a liberarse completamente de las pasiones carnales. De ahí viene el ascetismo.
[26] 249-251.