Los Católicos Contraatacan
VII. Los
Católicos Contraatacan.
La Iglesia Católico-Romana vio que la desbandada en sus filas era muy intensa, así que se propuso retomar el terreno perdido en Europa. A esto se le llama la “Contra-Reforma”, término que se utilizó por primera vez en 1762, en la Alemania protestante, concretamente en Gotinga, de la mano de un jurisperito llamado Pütter.
El siglo anterior al estallido de la Reforma se caracterizó por una creciente y generalizada consternación por la corrupción de los obispos y su participación en política, la ignorancia y superstición del bajo clero, la debilidad de las órdenes religiosas y la esterilidad de la teología académica. Los movimientos para el retorno a la observancia original dentro de las órdenes religiosas y la actividad de abiertos críticos del papado, como Girolamo Savonarola, fueron síntomas de los impulsos para la reforma que caracterizó a sectores de la iglesia católica durante esos años.
Esta circunstancia obligó a la iglesia católica a mirarse interiormente, para realizar su propia auto-evaluación crítica y realizar reformas en su seno, con el fin de hacer frente a los luteranos, y recobrar la unidad cristiana, mediante refutaciones a las ideas de Calvino y Lutero, y no buscando acuerdos, y el restablecimiento de la disciplina eclesiástica.
Después de 1521, el Papado comenzó a realizar una serie de reformas para mejorar la organización interna de la Iglesia Católica. Se establecieron reglamentos muy estrictos para las órdenes religiosas tradicionales. En 1524 se creó la orden religiosa de los teatinos, por Cayetano de Thiene y Juan Pedro Carafa, renovando la espiritualidad y la fe. Pero no fue hasta que Pablo III se convirtió en Papa en 1534 que la Iglesia Católica Romana tuvo el liderazgo necesario para coordinar esos impulsos y hacer frente al desafío de los protestantes. En síntesis, la contrareforma, si bien intentaba acallar las voces en contra de la corrupción eclesiástica, no intentaba acercarse al nuevo dogma luterano, sino luchar contra esas creencias, e imponer las del catolicismo.
En 1540, el español Ignacio de Loyola estableció la Orden de los Jesuitas, con el fin de detener el avance del protestantismo. Curiosamente la fundación de dicha orden se realizó fuera de España, su país natal, lugar donde fue objeto de sospechas por parte de la Inquisición que provocaron su huida a Francia. Vivían entre los fieles en lugar de retirados en monasterios. Ignacio buscaba preparar a sus seguidores para una vida de servicio triunfal y heroico auto-sacrificio a través de sus Ejercicios Espirituales, una serie de meditaciones prácticas. La formación de ella era muy semejante al más estricto ejército y se promovía una intensa lealtad a la iglesia y a la orden. La sumisión total e inexcusable al Papa fue plasmada en un cuarto voto; además de las promesas clásicas de pobreza, castidad y obediencia, añaden un juramento de fidelidad hasta el extremo hacia el Pontífice, en las palabras: “como si se fuera un cadáver”. Llegó a ser tan severa que incluso en algunos países católicos fue prohibida; hasta que el mismo Papa Clemente XIV la clausuró en 1773, aunque continuo en secreto y luego fue vuelta a permitir. Eran tenaces perseguidores de los “herejes” y no temieron asesinar a miles. En España instauraron la “Santa Inquisición”, que sirvió para torturar no solo a los culpables del protestantismo, sino a las “brujas” y a todo aquel que fuese motivo de odio para algún poderoso o amigo de los jesuitas. Con sus métodos aplastaron a la Reforma en Bohemia y en España.
En la conquista española de las tierras americanas, los jesuitas se hicieron cargo de la “evangelización” que en la mayoría de los casos iba acompañada con la espada en Sudamérica, México y Canadá. Francisco Xavier llevó la orden a Goa, la India, y a Ceilán, Malasia y Japón.
Al morir Ignacio la sociedad contaba alrededor de mil miembros en la administración de cien fundaciones; un siglo más tarde había más de 15 000 jesuitas y 550 fundaciones, lo que demuestra la sostenida vitalidad de la Contrareforma.
En España, la mística y la ascética alcanzarán su cénit con Teresa de Jesús. Nacida en Ávila en 1515, se paseará por parte de la geografía española en su empeño de fundar y renovar la Orden Carmelita, retomando la vida austera, la pobreza y la clausura. Pionera tanto en la oración, no como rezo, sino como conversación con Dios, diálogo con Cristo, o en sus palabras “conversación con aquel que sabemos que nos ama”, como en su escritura al utilizar un lenguaje cotidiano, cercano, con el objetivo de hacer meditar a las monjas pertenecientes a su orden, y para describir la íntima unión con Dios que consiguió en su afán de fundirse con Él, de sentir su amor, y de compartir y describir, con una comparativa natural, no solo lo que vive sino lo que sueña, en un continuo estar con Dios, su amado. Una relación no carnal, la mayor elevación de la espiritualidad que renueva, vivifica, retoma o envidia en la fe; quien se acerca a sus escritos, se enamora del Dios de Teresa, por la fuerza espiritual con la que redacta, ganándose seguidores no por ser soldado de Cristo como en el caso de Ignacio, sino por la carga doctrinal, el amor que transmite, y la sencillez de su lenguaje. Es la descripción del amor puro, sin reservas, del amor maduro, del “solo Dios basta”.
La Inquisición romana fue establecida en 1542 por el Papa Pablo III para suprimir el luteranismo en Italia.
En 1545, Pablo III convocó el Concilio de Trento para poner fin a los abusos que habían provocado la Reforma y estableció una jerarquía efectiva de supervisión para garantizar que el clero y los laicos observaran las nuevas normas de disciplina y ortodoxia que se esperaba de ellos. El Papa contó con el apoyo de las universidades españolas de Salamanca y Alcalá, siendo muy importante la labor de los jesuitas, organización jerarquizada y activa, verdaderos soldados, sujetos a la autoridad del papa, como ideólogos del movimiento. Fue un Concilio general de la iglesia católica, reunido entre 1545 al 1563, 18 años, en el pequeño pueblo de Trento, en los Alpes, que aprobó una serie de decretos doctrinales con respecto a los dogmas, la disciplina, el papado y las órdenes religiosas que permanecieron vigentes hasta que se reunió el siguiente concilio, más de tres siglos después. El concilio reafirmó su oposición a la libre interpretación de la Biblia, considerando como texto bíblico oficial a la Vulgata, obra de traducción correspondiente a Jerónimo que se remontaba al siglo IV. Se reconocieron los siete sacramentos y el valor de la misa, la existencia del purgatorio y la jerarquía eclesiástica. Además se impusieron normas de conducta a los sacerdotes. Duró durante el reinado de cuatro Papas. Era la esperanza de que los problemas con los protestantes se arreglaran y la Iglesia volviese a unirse, cosa que fue imposible, aunque si surgieron algunos cambios en la Iglesia Católica. Estas medidas, junto con la Inquisición, y las guerras de religión, pretendían detener el avance del Protestantismo, e infundir un nuevo entusiasmo y confianza a los católicos.
Oponiéndose al concepto de la predestinación protestante, Francisco Suárez postuló la libertad de conciencia, que sin embargo no se expandía a la interpretación bíblica.
Pablo III nombró como cardenales a reformadores, como Gasparo Contarini y Reginald Pole, y aprobó nuevas órdenes religiosas, como los jesuitas, capuchinos o las ursulinas, acabando con la convocatoria a Concilio.
Se esforzó sobre todo en cuatro temas:
1. Doctrina.
2. Reestructuración eclesiástica, con la fundación de seminarios.
3. Modificación de las órdenes religiosas, haciéndolas volver a sus orígenes espirituales.
4. Vigilancia de los movimientos espirituales, centrándolos en la vida piadosa y en una relación personal con Cristo. Esto incluía a los místicos españoles y a la escuela de espiritualidad francesa.
Se ha venido usando el nombre de Contrarreforma que acentúa la visión de unos cambios orientados a combatir el movimiento Protestante e impedir la pérdida de fieles, pero desde mediados del siglo XX se ha comenzado a utilizar la expresión Reforma católica en lugar de Contrarreforma, para acentuar las tentativas de reforma teológica y disciplinaria que habían empezado a manifestarse antes de la Reforma luterana. Según esta interpretación, las reformas no fueron solo debidas al Protestantismo, y precisa que mucho del trabajo de Trento y de gente como Felipe Neri, Ignacio de Loyola o Teresa de Jesús iba mucho más lejos que la simple respuesta al desafío del abandono de la Iglesia Católica por tantos fieles, y que intentaba suprimir los abusos y la corrupción en la Iglesia para su propia mejora.
La Contrarreforma, para algunos, no difería en forma sustancial de aquello que buscaba la Reforma Protestante a la hora de renovar la iglesia. Sin embargo, en cuestiones teológicas era completamente opuesta. Los esfuerzos reformistas de Pablo IV se basaron en el autoritarismo, apoyado en el Derecho Canónico y las encíclicas papales. Dos de sus herramientas fueron la Inquisición, institución creada por el Papa Gregorio IX en el siglo XIII para investigar y juzgar a los acusados de herejía o brujería, y la censura, con la creación del índice de libros prohibidos.
Entre otras medidas efectivas sobre liturgia, administración y enseñanza religiosa, se tomaron las siguientes:
1. Nombrar cardenales y obispos de gran integridad moral, como Carlos Borromeo, arzobispo de Milán.
2. Crear seminarios en muchas de las diócesis, lo que garantizó la uniformidad teológica.
3. Crear reuniones religiosas informales, que se convirtieron posteriormente en los oratorios.
4. Redactar un nuevo catecismo.
El Concilio de Trento no aprobó ninguna de las reformas de Lutero u otros protestantes, sobre todo la justificación por la fe, lo que acentuó la división del cristianismo, con diferentes reformistas coincidiendo en que el papado era perjudicial. Esta actuación del Papa reflejaba el paso hacia el absolutismo que caracterizó al siglo XVI.
Por otra parte, el descubrimiento y colonización de América convirtió a muchos clérigos en misioneros, empeñados en la conversión de los nuevos pueblos conocidos y estableciendo escuelas confesionales.
Al mismo tiempo que la agresividad y militancia del catolicismo era palpable, surgió una ola de misticismo que proponía la meditación y el rezo personal, como el del rosario. La fe católica tras la contrarreforma tuvo dos vertientes:
1. La idea de un Dios temible que utilizaba el castigo, que fue impulsada por Pablo IV.
2. La piedad popular y la experiencia religiosa individual, que dio figuras como Juan de la Cruz o Teresa de Ávila.
Pío V representó el esfuerzo de un sector eclesiástico para combatir el protestantismo impulsando la devoción popular y castigando la herejía. Era un dominico de fe sólida y férrea disciplina, que protegió a los pobres creando hospitales y escuelas y apoyando las misiones en el nuevo mundo, pero decidió aplicar la Inquisición para prevenir el aumento de herejes.
Sixto V representó la etapa final de la reforma católica, convirtiendo Roma y el barroco en la representación visual del catolicismo.
Las nuevas órdenes religiosas constituyeron una parte fundamental de la reforma. Órdenes tales como los capuchinos, ursulinas, teatinos, paulistas o jesuítas consolidaron las parroquias rurales, ayudaron a consolidar la piedad popular por medio del ejemplo y el cuidado de pobres y enfermos, y sirvieron para contener la corrupción dentro de la Iglesia. Su dedicación a las obras de misericordia ejemplifica la reafirmación católica de la salvación a través de la fe y de las obras, y negando la idea luterana de salvación por la fe.
1. Capuchinos: Formados a partir de los franciscanos, alcanzaron renombre por la protección dispensada a los pobres, decididos a practicar la caridad cristiana y vivir austeramente.
2. Ursulinas: Se centraron en la educación de niñas y jóvenes.
3. Teatinos: Decidieron acabar con la “herejía” a través de la regeneración del clero.
4. Paulistas: Sus actividades estaban dirigidas a la educación de los jóvenes, catequesis, y ejercían apostolado en las prisiones y hospitales.
5. Jesuítas: Además de hacer un voto de obediencia incondicional al Papa, se centraban en la educación, la reflexión teológica y las misiones. Su gran preparación cultural los convirtió en directores espirituales de monarcas y en educadores de la alta sociedad, así como los directores inquisoriales más temibles.
Una consecuencia del Concilio fue la unificación litúrgica:
1. Se abolieron los ritos eucarísticos locales, salvo algunas excepciones, y se estableció un rito unificado conocido como Misa Tridentina, guiada por un Misal y que regula el ordinario de la misa, el santoral y las misas votivas y de difuntos. La Eucaristía se definió dogmáticamente como un auténtico sacrificio expiatorio, en el que el pan y el vino se transformaban en la carne y sangre auténticas de Cristo.
2. Se regularon los Sacramentos y la fundación de nuevas parroquias.
3. Se pidió la simplificación en la música usada en los templos, evitando la polifonía; esto llevó a una mayor difusión del canto gregoriano.
Se quería hacer atractivos los ritos, y se tomaron dos caminos:
1. El del arte, con la aplicación de la decoración barroca.
2. Las celebraciones festivas, para lo que era necesario acabar con la inexactitud del calendario, desfasado en diez días.
Se pidió a los astrónomos que lo reformaran, entre ellos a Nicolás Copérnico. En su obra De Revolutionibus Orbium Coelestium, sustituye el modelo tolomeico por uno heliocéntrico, aunque pasó desapercibido. El libro fue evitado por oponerse a las teorías bíblicas cuando otros científicos acumularon evidencias a su favor, llegando a ser la base de una revolución científica ajena a la iglesia que culminó con la prohibición del estudio de los trabajos de Galileo Galilei.
El cardenal Caraffa, su Inquisidor General, más tarde Papa Pablo IV[1], ordenó tratar a los herejes en altos cargos con la mayor severidad, “porque de su castigo depende la salvación de las clases debajo de ellos”. La Inquisición romana alcanzó su punto supremo durante el pontificado del fanático Pío V[2], extirpando sistemáticamente a los protestantes italianos y asegurando a Italia como base para una contraofensiva al norte protestante.
El más enérgico de los Papas reformadores, Sixto V[3], estableció quince “congregaciones” o comisiones para preparar los pronunciamientos y la estrategia papales. Algunas conversiones protestantes fueron revertidas bajo la dirección de teólogos como Robert Bellarmino y Pedro Canisio. La Contrareforma en general, y el Concilio de Trento en particular, fortalecieron la posición del Papa y las fuerzas del clericalismo y el autoritarismo.
Esta ofensiva tan violenta llevó a Europa a una guerra que inició en 1618 y que se le llama la “Guerra de los Treinta Años”, en donde no solo se ventilaron las diferencias religiosas, sino que las políticas. Alemania fue una de las naciones que más sufrió hasta que al fin se firmó la paz en Westfalia en 1648.
El papa Clemente VIII les otorgó facultades de revisar todo tipo de impresos y manuscritos y de prohibir la lectura y circulación de todos los libros y papeles que juzgasen perjudiciales a la moral o contrarios a los dogmas ritos y disciplina de la iglesia.
Cuando había una cierta cantidad de condenados por la Inquisición, se celebraban los llamados “Autos de Fe”:
Eran ceremonias que duraban un día entero, desde la mañana hasta la noche, con gran pompa y lujo. Comenzaban con una procesión de las autoridades civiles y eclesiásticas y finalmente los condenados, vestidos con ropas denigrantes llamadas “sambenitos”, palabra que es una deformación de “saco bendito”. Se leían las condenas, y aquellos destinados a la pena de muerte, eran conducidos al brazo civil, donde el verdugo los quemaba en la hoguera en presencia de todo el pueblo.
Mediante estas medidas se logró recuperar para el catolicismo gran parte de Alemania, toda Francia y Polonia. Hacia 1650, más de dos tercios de Europa prestaba de nuevo obediencia a la Iglesia de Roma: La Reforma protestante, en conjunto, solo conservó su influencia en el norte.
[1] 1555-1559.
[2] 1566-1572.
[3] 1585-1590.
La Iglesia Católico-Romana vio que la desbandada en sus filas era muy intensa, así que se propuso retomar el terreno perdido en Europa. A esto se le llama la “Contra-Reforma”, término que se utilizó por primera vez en 1762, en la Alemania protestante, concretamente en Gotinga, de la mano de un jurisperito llamado Pütter.
El siglo anterior al estallido de la Reforma se caracterizó por una creciente y generalizada consternación por la corrupción de los obispos y su participación en política, la ignorancia y superstición del bajo clero, la debilidad de las órdenes religiosas y la esterilidad de la teología académica. Los movimientos para el retorno a la observancia original dentro de las órdenes religiosas y la actividad de abiertos críticos del papado, como Girolamo Savonarola, fueron síntomas de los impulsos para la reforma que caracterizó a sectores de la iglesia católica durante esos años.
Esta circunstancia obligó a la iglesia católica a mirarse interiormente, para realizar su propia auto-evaluación crítica y realizar reformas en su seno, con el fin de hacer frente a los luteranos, y recobrar la unidad cristiana, mediante refutaciones a las ideas de Calvino y Lutero, y no buscando acuerdos, y el restablecimiento de la disciplina eclesiástica.
Después de 1521, el Papado comenzó a realizar una serie de reformas para mejorar la organización interna de la Iglesia Católica. Se establecieron reglamentos muy estrictos para las órdenes religiosas tradicionales. En 1524 se creó la orden religiosa de los teatinos, por Cayetano de Thiene y Juan Pedro Carafa, renovando la espiritualidad y la fe. Pero no fue hasta que Pablo III se convirtió en Papa en 1534 que la Iglesia Católica Romana tuvo el liderazgo necesario para coordinar esos impulsos y hacer frente al desafío de los protestantes. En síntesis, la contrareforma, si bien intentaba acallar las voces en contra de la corrupción eclesiástica, no intentaba acercarse al nuevo dogma luterano, sino luchar contra esas creencias, e imponer las del catolicismo.
En 1540, el español Ignacio de Loyola estableció la Orden de los Jesuitas, con el fin de detener el avance del protestantismo. Curiosamente la fundación de dicha orden se realizó fuera de España, su país natal, lugar donde fue objeto de sospechas por parte de la Inquisición que provocaron su huida a Francia. Vivían entre los fieles en lugar de retirados en monasterios. Ignacio buscaba preparar a sus seguidores para una vida de servicio triunfal y heroico auto-sacrificio a través de sus Ejercicios Espirituales, una serie de meditaciones prácticas. La formación de ella era muy semejante al más estricto ejército y se promovía una intensa lealtad a la iglesia y a la orden. La sumisión total e inexcusable al Papa fue plasmada en un cuarto voto; además de las promesas clásicas de pobreza, castidad y obediencia, añaden un juramento de fidelidad hasta el extremo hacia el Pontífice, en las palabras: “como si se fuera un cadáver”. Llegó a ser tan severa que incluso en algunos países católicos fue prohibida; hasta que el mismo Papa Clemente XIV la clausuró en 1773, aunque continuo en secreto y luego fue vuelta a permitir. Eran tenaces perseguidores de los “herejes” y no temieron asesinar a miles. En España instauraron la “Santa Inquisición”, que sirvió para torturar no solo a los culpables del protestantismo, sino a las “brujas” y a todo aquel que fuese motivo de odio para algún poderoso o amigo de los jesuitas. Con sus métodos aplastaron a la Reforma en Bohemia y en España.
En la conquista española de las tierras americanas, los jesuitas se hicieron cargo de la “evangelización” que en la mayoría de los casos iba acompañada con la espada en Sudamérica, México y Canadá. Francisco Xavier llevó la orden a Goa, la India, y a Ceilán, Malasia y Japón.
Al morir Ignacio la sociedad contaba alrededor de mil miembros en la administración de cien fundaciones; un siglo más tarde había más de 15 000 jesuitas y 550 fundaciones, lo que demuestra la sostenida vitalidad de la Contrareforma.
En España, la mística y la ascética alcanzarán su cénit con Teresa de Jesús. Nacida en Ávila en 1515, se paseará por parte de la geografía española en su empeño de fundar y renovar la Orden Carmelita, retomando la vida austera, la pobreza y la clausura. Pionera tanto en la oración, no como rezo, sino como conversación con Dios, diálogo con Cristo, o en sus palabras “conversación con aquel que sabemos que nos ama”, como en su escritura al utilizar un lenguaje cotidiano, cercano, con el objetivo de hacer meditar a las monjas pertenecientes a su orden, y para describir la íntima unión con Dios que consiguió en su afán de fundirse con Él, de sentir su amor, y de compartir y describir, con una comparativa natural, no solo lo que vive sino lo que sueña, en un continuo estar con Dios, su amado. Una relación no carnal, la mayor elevación de la espiritualidad que renueva, vivifica, retoma o envidia en la fe; quien se acerca a sus escritos, se enamora del Dios de Teresa, por la fuerza espiritual con la que redacta, ganándose seguidores no por ser soldado de Cristo como en el caso de Ignacio, sino por la carga doctrinal, el amor que transmite, y la sencillez de su lenguaje. Es la descripción del amor puro, sin reservas, del amor maduro, del “solo Dios basta”.
La Inquisición romana fue establecida en 1542 por el Papa Pablo III para suprimir el luteranismo en Italia.
En 1545, Pablo III convocó el Concilio de Trento para poner fin a los abusos que habían provocado la Reforma y estableció una jerarquía efectiva de supervisión para garantizar que el clero y los laicos observaran las nuevas normas de disciplina y ortodoxia que se esperaba de ellos. El Papa contó con el apoyo de las universidades españolas de Salamanca y Alcalá, siendo muy importante la labor de los jesuitas, organización jerarquizada y activa, verdaderos soldados, sujetos a la autoridad del papa, como ideólogos del movimiento. Fue un Concilio general de la iglesia católica, reunido entre 1545 al 1563, 18 años, en el pequeño pueblo de Trento, en los Alpes, que aprobó una serie de decretos doctrinales con respecto a los dogmas, la disciplina, el papado y las órdenes religiosas que permanecieron vigentes hasta que se reunió el siguiente concilio, más de tres siglos después. El concilio reafirmó su oposición a la libre interpretación de la Biblia, considerando como texto bíblico oficial a la Vulgata, obra de traducción correspondiente a Jerónimo que se remontaba al siglo IV. Se reconocieron los siete sacramentos y el valor de la misa, la existencia del purgatorio y la jerarquía eclesiástica. Además se impusieron normas de conducta a los sacerdotes. Duró durante el reinado de cuatro Papas. Era la esperanza de que los problemas con los protestantes se arreglaran y la Iglesia volviese a unirse, cosa que fue imposible, aunque si surgieron algunos cambios en la Iglesia Católica. Estas medidas, junto con la Inquisición, y las guerras de religión, pretendían detener el avance del Protestantismo, e infundir un nuevo entusiasmo y confianza a los católicos.
Oponiéndose al concepto de la predestinación protestante, Francisco Suárez postuló la libertad de conciencia, que sin embargo no se expandía a la interpretación bíblica.
Pablo III nombró como cardenales a reformadores, como Gasparo Contarini y Reginald Pole, y aprobó nuevas órdenes religiosas, como los jesuitas, capuchinos o las ursulinas, acabando con la convocatoria a Concilio.
Se esforzó sobre todo en cuatro temas:
1. Doctrina.
2. Reestructuración eclesiástica, con la fundación de seminarios.
3. Modificación de las órdenes religiosas, haciéndolas volver a sus orígenes espirituales.
4. Vigilancia de los movimientos espirituales, centrándolos en la vida piadosa y en una relación personal con Cristo. Esto incluía a los místicos españoles y a la escuela de espiritualidad francesa.
Se ha venido usando el nombre de Contrarreforma que acentúa la visión de unos cambios orientados a combatir el movimiento Protestante e impedir la pérdida de fieles, pero desde mediados del siglo XX se ha comenzado a utilizar la expresión Reforma católica en lugar de Contrarreforma, para acentuar las tentativas de reforma teológica y disciplinaria que habían empezado a manifestarse antes de la Reforma luterana. Según esta interpretación, las reformas no fueron solo debidas al Protestantismo, y precisa que mucho del trabajo de Trento y de gente como Felipe Neri, Ignacio de Loyola o Teresa de Jesús iba mucho más lejos que la simple respuesta al desafío del abandono de la Iglesia Católica por tantos fieles, y que intentaba suprimir los abusos y la corrupción en la Iglesia para su propia mejora.
La Contrarreforma, para algunos, no difería en forma sustancial de aquello que buscaba la Reforma Protestante a la hora de renovar la iglesia. Sin embargo, en cuestiones teológicas era completamente opuesta. Los esfuerzos reformistas de Pablo IV se basaron en el autoritarismo, apoyado en el Derecho Canónico y las encíclicas papales. Dos de sus herramientas fueron la Inquisición, institución creada por el Papa Gregorio IX en el siglo XIII para investigar y juzgar a los acusados de herejía o brujería, y la censura, con la creación del índice de libros prohibidos.
Entre otras medidas efectivas sobre liturgia, administración y enseñanza religiosa, se tomaron las siguientes:
1. Nombrar cardenales y obispos de gran integridad moral, como Carlos Borromeo, arzobispo de Milán.
2. Crear seminarios en muchas de las diócesis, lo que garantizó la uniformidad teológica.
3. Crear reuniones religiosas informales, que se convirtieron posteriormente en los oratorios.
4. Redactar un nuevo catecismo.
El Concilio de Trento no aprobó ninguna de las reformas de Lutero u otros protestantes, sobre todo la justificación por la fe, lo que acentuó la división del cristianismo, con diferentes reformistas coincidiendo en que el papado era perjudicial. Esta actuación del Papa reflejaba el paso hacia el absolutismo que caracterizó al siglo XVI.
Por otra parte, el descubrimiento y colonización de América convirtió a muchos clérigos en misioneros, empeñados en la conversión de los nuevos pueblos conocidos y estableciendo escuelas confesionales.
Al mismo tiempo que la agresividad y militancia del catolicismo era palpable, surgió una ola de misticismo que proponía la meditación y el rezo personal, como el del rosario. La fe católica tras la contrarreforma tuvo dos vertientes:
1. La idea de un Dios temible que utilizaba el castigo, que fue impulsada por Pablo IV.
2. La piedad popular y la experiencia religiosa individual, que dio figuras como Juan de la Cruz o Teresa de Ávila.
Pío V representó el esfuerzo de un sector eclesiástico para combatir el protestantismo impulsando la devoción popular y castigando la herejía. Era un dominico de fe sólida y férrea disciplina, que protegió a los pobres creando hospitales y escuelas y apoyando las misiones en el nuevo mundo, pero decidió aplicar la Inquisición para prevenir el aumento de herejes.
Sixto V representó la etapa final de la reforma católica, convirtiendo Roma y el barroco en la representación visual del catolicismo.
Las nuevas órdenes religiosas constituyeron una parte fundamental de la reforma. Órdenes tales como los capuchinos, ursulinas, teatinos, paulistas o jesuítas consolidaron las parroquias rurales, ayudaron a consolidar la piedad popular por medio del ejemplo y el cuidado de pobres y enfermos, y sirvieron para contener la corrupción dentro de la Iglesia. Su dedicación a las obras de misericordia ejemplifica la reafirmación católica de la salvación a través de la fe y de las obras, y negando la idea luterana de salvación por la fe.
1. Capuchinos: Formados a partir de los franciscanos, alcanzaron renombre por la protección dispensada a los pobres, decididos a practicar la caridad cristiana y vivir austeramente.
2. Ursulinas: Se centraron en la educación de niñas y jóvenes.
3. Teatinos: Decidieron acabar con la “herejía” a través de la regeneración del clero.
4. Paulistas: Sus actividades estaban dirigidas a la educación de los jóvenes, catequesis, y ejercían apostolado en las prisiones y hospitales.
5. Jesuítas: Además de hacer un voto de obediencia incondicional al Papa, se centraban en la educación, la reflexión teológica y las misiones. Su gran preparación cultural los convirtió en directores espirituales de monarcas y en educadores de la alta sociedad, así como los directores inquisoriales más temibles.
Una consecuencia del Concilio fue la unificación litúrgica:
1. Se abolieron los ritos eucarísticos locales, salvo algunas excepciones, y se estableció un rito unificado conocido como Misa Tridentina, guiada por un Misal y que regula el ordinario de la misa, el santoral y las misas votivas y de difuntos. La Eucaristía se definió dogmáticamente como un auténtico sacrificio expiatorio, en el que el pan y el vino se transformaban en la carne y sangre auténticas de Cristo.
2. Se regularon los Sacramentos y la fundación de nuevas parroquias.
3. Se pidió la simplificación en la música usada en los templos, evitando la polifonía; esto llevó a una mayor difusión del canto gregoriano.
Se quería hacer atractivos los ritos, y se tomaron dos caminos:
1. El del arte, con la aplicación de la decoración barroca.
2. Las celebraciones festivas, para lo que era necesario acabar con la inexactitud del calendario, desfasado en diez días.
Se pidió a los astrónomos que lo reformaran, entre ellos a Nicolás Copérnico. En su obra De Revolutionibus Orbium Coelestium, sustituye el modelo tolomeico por uno heliocéntrico, aunque pasó desapercibido. El libro fue evitado por oponerse a las teorías bíblicas cuando otros científicos acumularon evidencias a su favor, llegando a ser la base de una revolución científica ajena a la iglesia que culminó con la prohibición del estudio de los trabajos de Galileo Galilei.
El cardenal Caraffa, su Inquisidor General, más tarde Papa Pablo IV[1], ordenó tratar a los herejes en altos cargos con la mayor severidad, “porque de su castigo depende la salvación de las clases debajo de ellos”. La Inquisición romana alcanzó su punto supremo durante el pontificado del fanático Pío V[2], extirpando sistemáticamente a los protestantes italianos y asegurando a Italia como base para una contraofensiva al norte protestante.
El más enérgico de los Papas reformadores, Sixto V[3], estableció quince “congregaciones” o comisiones para preparar los pronunciamientos y la estrategia papales. Algunas conversiones protestantes fueron revertidas bajo la dirección de teólogos como Robert Bellarmino y Pedro Canisio. La Contrareforma en general, y el Concilio de Trento en particular, fortalecieron la posición del Papa y las fuerzas del clericalismo y el autoritarismo.
Esta ofensiva tan violenta llevó a Europa a una guerra que inició en 1618 y que se le llama la “Guerra de los Treinta Años”, en donde no solo se ventilaron las diferencias religiosas, sino que las políticas. Alemania fue una de las naciones que más sufrió hasta que al fin se firmó la paz en Westfalia en 1648.
El papa Clemente VIII les otorgó facultades de revisar todo tipo de impresos y manuscritos y de prohibir la lectura y circulación de todos los libros y papeles que juzgasen perjudiciales a la moral o contrarios a los dogmas ritos y disciplina de la iglesia.
Cuando había una cierta cantidad de condenados por la Inquisición, se celebraban los llamados “Autos de Fe”:
Eran ceremonias que duraban un día entero, desde la mañana hasta la noche, con gran pompa y lujo. Comenzaban con una procesión de las autoridades civiles y eclesiásticas y finalmente los condenados, vestidos con ropas denigrantes llamadas “sambenitos”, palabra que es una deformación de “saco bendito”. Se leían las condenas, y aquellos destinados a la pena de muerte, eran conducidos al brazo civil, donde el verdugo los quemaba en la hoguera en presencia de todo el pueblo.
Mediante estas medidas se logró recuperar para el catolicismo gran parte de Alemania, toda Francia y Polonia. Hacia 1650, más de dos tercios de Europa prestaba de nuevo obediencia a la Iglesia de Roma: La Reforma protestante, en conjunto, solo conservó su influencia en el norte.
[1] 1555-1559.
[2] 1566-1572.
[3] 1585-1590.