3. Su
capacidad es de Dios.
3.4-6 Y toda esa confianza que tenía Pablo no provenía de sus propios méritos, él era el primero en reconocer que era solo un débil instrumento del trabajo de Dios. Sabía claramente que la comisión provenía directamente de Dios y por ello se sentía confiado en lo que hacía.
En el transcurso de mi vida he topado con personas que tienen la confianza en sus propias decisiones y sabiduría, por lo que leyendo las epístolas de Pablo puedo decir que él confiaba ciegamente no en lo que él podía hacer, sino en Dios. Pablo era diferente a sus enemigos, ya sea que veamos a los judaizantes o a los falsos maestros de Corinto. Pablo sabía que era ministro, palabra que viene del latín minister, y que tiene las siguientes acepciones:
a. Persona que dirige cada uno de los departamentos ministeriales en que se divide la gobernación del Estado.
b. Persona que ejerce algún oficio, empleo o ministerio.
c. Persona que ministra alguna cosa.
d. El que va comisionado o enviado por otro.
e. Cualquier representante o agente diplomático.
f. Juez que se empleaba en la Administración de Justicia.
g. El que estaba empleado en el gobierno para la resolución de los negocios políticos y económicos.
h. Alguacil o cualquiera de los oficiales inferiores que ejecuta los mandatos y autos de los jueces[1].
El Diccionario Nelson[2] lo define como: “Servicio que rinde una persona a otra, que en sentido bíblico generalmente es relación personal no un simple trabajo manual. Josué es el "servidor" o ministro de Moisés[3]. Eliseo "servía" a Elías[4]. Los ángeles o "ejércitos" son ministros de Jehová[5].
En el Nuevo Testamento, Cristo es ejemplo de uno que ministra a la humanidad. Él mismo afirmó: "El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir"[6]. La raíz griega del vocablo traducido "servir" o "ministrar" es diakonos, del que viene la palabra “diácono”. Cuando Cristo lavó los pies de los discípulos los ministró como el Gran Diácono.
El ministerio cristiano al prójimo tiene varios aspectos. De acuerdo con Hechos 6.1-7, por ejemplo, existe una responsabilidad social de ministrar para mitigar las necesidades físicas de los necesitados. Si se proporciona alimentos y ropa a los pobres, se visita a los encarcelados o se participa en cualquier servicio social, Jesús declara que "en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis"[7]. Pero después de reconocer el ministerio social del cristiano fuera de la iglesia, la Biblia enfoca el ministerio principalmente a los de dentro de la misma[8]. Pablo exhorta: "Hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe"[9].
Más que cumplir el ministerio social, el cristiano tiene el deber ante el mundo de cumplir "el ministerio de la reconciliación"[10]. La reconciliación del Nuevo Testamento es vertical, entre el hombre pecador y un Dios de justicia que "hizo pecado" a Cristo[11] para que el hombre pudiera ser reconciliado. Si falta el ministerio espiritual de reconciliación[12], cualquier ministerio social tiene poco valor. El ministerio de la evangelización tiene prioridad entre todos los ministerios al mundo.
El ministerio dentro de la iglesia se conceptúa en el Nuevo Testamento sobre la base de los dones espirituales[13]. Cada creyente tenía la responsabilidad de ministrar o servir a sus hermanos conforme al don o dones que el Espíritu Santo le había dado[14]. No había cristiano que no tuviese por lo menos un don espiritual[15], pero era posible pasar por alto el don personal[16] o descuidarlo[17]”.
Por otro lado, el Diccionario Certeza lo define como: “Para expresar la idea de ministerio sacerdotal o profesional, el Antiguo Testamento normalmente emplea el verbo “sûaµrat” y sus correlativos, mientras que “aµbad” se refiere más bien al servicio religioso de toda la congregación o de un individuo. El término característico en el Nuevo Testamento es diakonia, que solo aparece en Ester entre los libros veterotestamentarios, pero no se emplea allí como función sacerdotal; además, el cambio en el lenguaje presupone, también, un cambio doctrinal, ya que el ministerio en sentido neotestamentario no es privilegio exclusivo de una casta sacerdotal. Se retiene “leitourgia” para describir la labor del sacerdocio judaico[18], y también se aplica al más excelente ministerio de Cristo[19]; además, puede aplicarse, en sentido metafórico, al servicio espiritual que prestaban los profetas y los predicadores del evangelio[20]. Pero en general podemos afirmar que el Nuevo Testamento utiliza lenguaje sacerdotal solamente con referencia al cuerpo de creyentes en conjunto[21].
La vida de Cristo proporciona el modelo del ministerio cristiano; el vino, no a ser servido, sino a servir[22]; el verbo que se usa en estos versículos es “diakonein”, que sugiere algo así como servir a la mesa, y recuerda la ocasión en la que Jesús lavó los pies de los discípulos[23]. Resulta significativo que en la primera ocasión en que se registra una ordenación al ministerio cristiano se declare que el propósito del oficio es el de “servir a las mesas”[24]; y la misma palabra se emplea en dicho capítulo, versículo 4, para describir el servicio de la palabra, ejercido hasta ese momento por los doce apóstoles. El ministro de Cristo, al seguir el ejemplo de su Maestro, presta un humilde pero amoroso servicio a las necesidades de la humanidad en general, en el mismo espíritu en que los ángeles[25] y las mujeres[26] sirvieron al Señor en la tierra. Se considera que dicho servicio se presta a Cristo en la persona de los necesitados[27]; con mayor frecuencia se presta a los santos[28]; pero es un servicio mutuo en el seno del cuerpo de Cristo[29]; y, al igual que el ministerio del evangelio[30], es, en realidad, un ministerio de reconciliación[31] para el mundo.
La capacidad de llevar a cabo esta tarea es un don de Dios[32]; ya en Romanos 12.7 se lo clasifica dentro de una lista de dones espirituales; y en 1 Timoteo 3.8 el diaconado se ha convertido en función eclesiástica reconocida. Pero aun así, se sigue empleando en término en sentido más amplio; Timoteo debe cumplir su ministerio haciendo la obra de evangelista[33]; y el gran objetivo de esta obra de servicio es la de edificación del cuerpo de Cristo[34]. En palabras de Hort, Cristo elevó “todos los grados y modelos de servicio a una esfera superior… convirtiéndose así el ministerio en uno de los objetivos principales de toda acción cristiana”; y se aplica el término genérico a todas las formas de ministerio en el seno de la iglesia.
Cristo es no solamente el modelo para el diaconado, sino también, como el buen Pastor[35], el gran Obispo de las almas de los hombres[36]. En cierto sentido, ambas funciones se originan en el ejemplo de Cristo mismo, mientras que el del presbítero es reflejo del ministerio instituido por él en el apostolado. Pero sería erróneo destacar demasiado estas distinciones, ya que los términos obispo y presbítero son virtualmente sinónimos, y el diaconado abarca muchas formas de ministerio subordinado. El cuidado pastoral del rebaño es parte prominente del deber ministerial[37], y se halla íntimamente relacionado con la predicación de la palabra[38] como el pan de vida[39], o la leche espiritual no adulterada[40]. La parábola de Lucas 12.41–48 indica que debe continuar en la iglesia algún ministerio de este tipo hasta que Cristo regrese.
Poco nos dice el Nuevo Testamento, comparativamente, sobre el tema de los deberes ministeriales; Pablo consideraba la administración del bautismo como una actividad secundaria, que acostumbraba delegar a sus ayudantes[41]; y aunque es natural que un apóstol, cuando está presente, presida el partimiento del pan, no obstante, se considera que la celebración de la Cena del Señor es una actividad de toda la congregación[42]. No obstante, desde el principio debe haber habido necesidad de un presidente; y ante la ausencia de un apóstol, un profeta, o un evangelista, resulta natural que este deber haya recaído sobre uno de los presbíteros u obispos locales.
En su forma más primitiva, el ministerio cristiano es carismático, es decir es un don espiritual o dotación sobrenatural, cuyo ejercicio da testimonio de la presencia del Espíritu Santo en la iglesia. Así, la profecía y la glosolalia ocurren cuando Pablo pone sus manos sobre algunos creyentes comunes después del bautismo[43]; y las palabras pronunciadas en esa ocasión indican que el hecho fue, hasta cierto punto, repetición de la experiencia pentecostal[44].
En las epístolas paulinas aparecen tres listas de las diferentes formas que puede adoptar este ministerio, y es notable que cada lista incluye funciones administrativas al lado de otras más evidentemente espirituales. En Romanos 12.6–8 tenemos profecía, servicio, enseñanza, exhortación, reparto, el presidir y la realización de actos de misericordia. En 1 Corintios 12.28 encontramos apóstoles, profetas, y maestros junto a los dotados con poder para obrar milagros, curar enfermos, ayudar, administrar, o hablar en lenguas. El catálogo más oficial de Efesios 4.11 menciona apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores combinados con maestros, todos los cuales trabajan para perfeccionar a los santos en su servicio cristiano, de modo que toda la iglesia pueda crecer en relación orgánica con su divina Cabeza. Aquí vemos que se pone el acento en el ministerio de la palabra, pero el fruto de tal ministerio es el servicio mutuo en amor. Los diferentes dones que aparecen en los pasajes mencionados son más bien funciones o maneras de servir, antes que cargos regulares y estereotipados; una misma persona podía actuar en diferentes capacidades, pero su posibilidad de cumplir cualquiera de ellas dependía de la guía del Espíritu. En realidad, todos los cristianos han sido llamados a ministrar, en sus diversas capacidades[45], y es para dicho ministerio que los preparan los ministros de la palabra[46].
No solamente se incluyó a los Doce en el apostolado, sino también a Pablo. El requisito primario de un “apóstol” era el de haber sido testigo ocular del ministerio terrenal de Cristo, y especialmente de su resurrección[47], y su autoridad dependía del hecho de haber sido de alguna manera comisionado por Cristo, ya sea en los días en que vivió en la carne[48], o después de su resurrección de entre los muertos[49]. Los apóstoles y los ancianos podían reunirse en un concejo para decidir un modo de obrar común para la iglesia[50], y podía enviarse a los apóstoles como delegados de la congregación original para supervisar alguna actividad iniciada en otra localidad[51]. Pero el cuadro de un colegio apostólico en sesión permanente en Jerusalén no tiene apoyo histórico alguno, mientras que la gran obra del apóstol consistía en actuar como misionero para la propagación del evangelio. Como tal, sus obras debían ser confirmadas por señales de aprobación divina[52]. De este modo, el ministerio apostólico no estaba limitado por lazos locales, aunque podía haber una división de tareas, como por ejemplo entre Pedro y Pablo[53].
El “evangelista” ejercía un ministerio similar de misión irrestricta, y parecería que su trabajo era idéntico al del apóstol, excepto por la carencia de la calificación especial para la función superior; Felipe, originalmente uno de los Siete, se convirtió en evangelista[54], y se aplica el mismo título a Timoteo[55], aunque implícitamente se lo excluye[56] del rango apostólico.
Por su misma naturaleza, la profecía era un don intermitente, pero algunas personas eran dotadas con tal regularidad que formaron una clase especial de “profetas”. Los había en Jerusalén[57], Antioquía[58], y Corinto[59]; los mencionados por nombre incluyen a Judas y Silas[60], y Agabo[61], junto con Ana[62] y la pretendida profetisa Jezabel[63]. La profecía aportaba edificación, exhortación, y consolación[64]; y consecuentemente podríamos describirla como enseñanza inspirada. El profeta podía transmitir un mandato específico[65], o en algunas ocasiones vaticinar el futuro[66]. Como sus mensajes eran transmitidos en un idioma conocido, eran más beneficiosos que la simple glosolalia[67]. Pero el don era especialmente vulnerable al peligro de ser utilizado por impostores, y aunque debía ser controlado únicamente por los que lo poseían[68], su contenido tenía que concordar con la enseñanza fundamental del evangelio[69]; de lo contrario debía rechazarse al profeta como uno de los falsos maestros cuya venida había sido anticipada por Cristo[70].
Presumiblemente debe identificarse a los “pastores y maestros”[71] con los ministros locales instituidos por los apóstoles[72] o sus ayudantes[73] para satisfacer las necesidades de una determinada congregación, y a los que se describe indistintamente como presbíteros u obispos. Parecería que “administradores” es nombre genérico para los que administraban los asuntos de las congregaciones locales, mientras que los “ayudantes se ocupaban de las obras de caridad, especialmente la atención de enfermos y pobres”. Los poderes milagrosos, de curación y de hablar en lenguas, constituían rasgo característico de la era apostólica.
Se ha debatido mucho la relación precisa entre la misión original e irrestricta de los apóstoles y evangelistas, por un lado, y el ministerio permanente y local de los pastores, maestros, administradores y ayudantes, por el otro. Parecería que esta última clase era generalmente designada por la primera, pero si tomamos Hechos 6 como descriptivo de una ordenación típica, vemos que la elección popular ocupaba, también, un lugar en la selección de los candidatos. Presumiblemente Romanos 12 y 1 Corintios 12 dan a entender que la iglesia, como comunidad llena del Espíritu, produce sus propios órganos de ministerio; por otra parte, Efesios 4.11 asegura que el ministerio le es dado a la iglesia por Cristo. Podría sugerirse que, aunque Cristo es la fuente de toda autoridad, y el modelo de todos los tipos de servicio, la iglesia en conjunto es la que recibe su comisión divina. De todos modos, el Nuevo Testamento no se ocupa de indicar los posibles canales de transmisión; su principal preocupación es, en este sentido, ofrecer una prueba doctrinal de la ortodoxia de la enseñanza ministerial[74].
Hoy, la palabra “ministro” se ha confundido tanto por ser usada también entre los políticos, lo que ha llevado a pensar a algunos que ser ministro de Dios equivale a ser ministro del gobierno, y por eso piensan que el ministro de Dios tiene el derecho de actuar como alguien superior, tal y como lo hace el ministro de gobierno. Pero Pablo lo deja bien claro al decir que “la suficiencia nuestra es Dios”, porque el ministro de Dios no tiene autoridad, sino que actúa por la misericordia de Dios.
¿Qué fue lo que hizo Dios con los Enviados? Los hizo suficientes de un nuevo pacto, es decir, los capacitó para que pudieran anunciar el Evangelio, el Nuevo Pacto. Recordemos que el Antiguo Pacto tuvo solo un Enviado, Moisés, quien lo recibió en el monte Sinaí, culminando de esta manera la promesa que Dios había hecho antes a Abraham en Génesis 12.3.
Ahora, con la muerte y resurrección de Cristo, se vivía un Nuevo Pacto, pero los judaizantes, al igual que los adventistas de hoy, querían atar a los creyentes a la Ley de Moisés, y por ello buscaban dañar la imagen de Pablo entre la Iglesia.
Hay una diferencia muy grande entre los dos Pactos, el primero, el escrito, tenía su fundamento puesto en los diez mandamientos, no era un Pacto que produjera vida, sino más bien, cuando el hombre se encontraba que no podía cumplir la Ley, se daba cuenta que lo que le quedaba era la muerte, porque no había perdón de pecados. Pero el Nuevo Pacto, la Ley de Cristo, contiene el perdón de los pecados; el hombre pecador muere y nace un nuevo ser que ha sido limpiado con la sangre de Jesús.
El Antiguo Pacto era temporal, el Nuevo Pacto es eterno; el Antiguo era para muerte, el Nuevo es para vida; el Antiguo era de mandatos, el Nuevo es de libertad; en el Antiguo se sacrificaban animales, en el Nuevo el sacrificio fue el Hijo de Dios. Por lo tanto, si el cristiano busca obedecer, aunque sea solo una parte del Antiguo Pacto, rompe el Nuevo Pacto y se separa de Cristo.
[1] Diccionario Real Academia de la Lengua Española. Ministro.
[2] Diccionario Nelson. Ministro.
[3] Éxodo 24.13.
[4] 1 Reyes 19.21.
[5] Salmos 103.21.
[6] Mateo 20.28.
[7] Mateo 25.40.
[8] 1 Corintios 16.15; 2 Corintios 8.1-6; Hebreos 6.10.
[9] Gálatas 6.10.
[10] 2 Corintios 5.18.
[11] 2 Corintios 5.21.
[12] Ibid.
[13] 1 Corintios 12.4-11.
[14] 1 Pedro 4.10.
[15] 1 Corintios 12.7.
[16] 1 Corintios 12.1.
[17] 1 Timoteo 4.14.
[18] Lucas 1.23; Hebreos 9.21.
[19] Hebreos 8.6.
[20] Hechos 13.2; Romanos 15.16.
[21] Filipenses 2.17; 1 Pedro 2.9.
[22] Mateo 20.28; Marcos 10.45.
[23] Juan 13.4.
[24] Hechos 6.2.
[25] Mateo 4.11; Marcos 1.13.
[26] Mateo 27.55; Lucas 8.3.
[27] Mateo 25.44.
[28] Romanos 15.25; 1 Corintios 16.15; 2 Corintios 8.4; 9.1; Hebreos 6.10.
[29] 1 Pedro 4.10.
[30] 1 Pedro 1.12.
[31] 2 Corintios 5.18.
[32] Hechos 20.24; Colosenses 4.17; 1 Timoteo 1.12; 1 Pedro 4.11.
[33] 2 Timoteo 4.5.
[34] Efesios 4.12.
[35] Juan 10.11.
[36] 1 Pedro 2.25.
[37] Juan 21.15–17; Hechos 20.28; 1 Pedro 5.2.
[38] 1 Corintios 3.1–2.
[39] Juan 6.35.
[40] 1 Pedro 2.2.
[41] 1 Corintios 1.17.
[42] 1 Corintios 10.16; 11.25.
[43] Hechos 19.6.
[44] Hechos 2.
[45] Romanos 15.27; Filipenses 2.17; Filemón 13; 1 Pedro 2.16.
[46] Efesios 4.11.
[47] Hechos 1.21–22.
[48] Mateo 10.5; 28.19.
[49] Hechos 1.24; 9.15.
[50] Hechos 15.6.
[51] Hechos 8.14.
[52] 2 Corintios 12.12.
[53] Gálatas 2.7–8.
[54] Hechos 21.8.
[55] 2 Timoteo 4.5.
[56] 2 Corintios 1.1.
[57] Hechos 11.27.
[58] Hechos 13.1.
[59] 1 Corintios 14.29.
[60] Hechos 15.32.
[61] Hechos 21.10.
[62] Lucas 2.36.
[63] Revelación 2.20.
[64] 1 Corintios 14.3.
[65] Hechos 13.1–2.
[66] Hechos 11.28.
[67] 1 Corintios 14.23–25.
[68] 1 Corintios 14.32; 1 Tesalonicenses 5.19.
[69] 1 Corintios 12.1–3; 1 Tesalonicenses 5.20; 1 Juan 4.1–3.
[70] Mateo 7.15.
[71] Efesios 4.11.
[72] Hechos 14.23.
[73] Tito 1.5.
[74] Diccionario Certeza. Ministerio.
3.4-6 Y toda esa confianza que tenía Pablo no provenía de sus propios méritos, él era el primero en reconocer que era solo un débil instrumento del trabajo de Dios. Sabía claramente que la comisión provenía directamente de Dios y por ello se sentía confiado en lo que hacía.
En el transcurso de mi vida he topado con personas que tienen la confianza en sus propias decisiones y sabiduría, por lo que leyendo las epístolas de Pablo puedo decir que él confiaba ciegamente no en lo que él podía hacer, sino en Dios. Pablo era diferente a sus enemigos, ya sea que veamos a los judaizantes o a los falsos maestros de Corinto. Pablo sabía que era ministro, palabra que viene del latín minister, y que tiene las siguientes acepciones:
a. Persona que dirige cada uno de los departamentos ministeriales en que se divide la gobernación del Estado.
b. Persona que ejerce algún oficio, empleo o ministerio.
c. Persona que ministra alguna cosa.
d. El que va comisionado o enviado por otro.
e. Cualquier representante o agente diplomático.
f. Juez que se empleaba en la Administración de Justicia.
g. El que estaba empleado en el gobierno para la resolución de los negocios políticos y económicos.
h. Alguacil o cualquiera de los oficiales inferiores que ejecuta los mandatos y autos de los jueces[1].
El Diccionario Nelson[2] lo define como: “Servicio que rinde una persona a otra, que en sentido bíblico generalmente es relación personal no un simple trabajo manual. Josué es el "servidor" o ministro de Moisés[3]. Eliseo "servía" a Elías[4]. Los ángeles o "ejércitos" son ministros de Jehová[5].
En el Nuevo Testamento, Cristo es ejemplo de uno que ministra a la humanidad. Él mismo afirmó: "El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir"[6]. La raíz griega del vocablo traducido "servir" o "ministrar" es diakonos, del que viene la palabra “diácono”. Cuando Cristo lavó los pies de los discípulos los ministró como el Gran Diácono.
El ministerio cristiano al prójimo tiene varios aspectos. De acuerdo con Hechos 6.1-7, por ejemplo, existe una responsabilidad social de ministrar para mitigar las necesidades físicas de los necesitados. Si se proporciona alimentos y ropa a los pobres, se visita a los encarcelados o se participa en cualquier servicio social, Jesús declara que "en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis"[7]. Pero después de reconocer el ministerio social del cristiano fuera de la iglesia, la Biblia enfoca el ministerio principalmente a los de dentro de la misma[8]. Pablo exhorta: "Hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe"[9].
Más que cumplir el ministerio social, el cristiano tiene el deber ante el mundo de cumplir "el ministerio de la reconciliación"[10]. La reconciliación del Nuevo Testamento es vertical, entre el hombre pecador y un Dios de justicia que "hizo pecado" a Cristo[11] para que el hombre pudiera ser reconciliado. Si falta el ministerio espiritual de reconciliación[12], cualquier ministerio social tiene poco valor. El ministerio de la evangelización tiene prioridad entre todos los ministerios al mundo.
El ministerio dentro de la iglesia se conceptúa en el Nuevo Testamento sobre la base de los dones espirituales[13]. Cada creyente tenía la responsabilidad de ministrar o servir a sus hermanos conforme al don o dones que el Espíritu Santo le había dado[14]. No había cristiano que no tuviese por lo menos un don espiritual[15], pero era posible pasar por alto el don personal[16] o descuidarlo[17]”.
Por otro lado, el Diccionario Certeza lo define como: “Para expresar la idea de ministerio sacerdotal o profesional, el Antiguo Testamento normalmente emplea el verbo “sûaµrat” y sus correlativos, mientras que “aµbad” se refiere más bien al servicio religioso de toda la congregación o de un individuo. El término característico en el Nuevo Testamento es diakonia, que solo aparece en Ester entre los libros veterotestamentarios, pero no se emplea allí como función sacerdotal; además, el cambio en el lenguaje presupone, también, un cambio doctrinal, ya que el ministerio en sentido neotestamentario no es privilegio exclusivo de una casta sacerdotal. Se retiene “leitourgia” para describir la labor del sacerdocio judaico[18], y también se aplica al más excelente ministerio de Cristo[19]; además, puede aplicarse, en sentido metafórico, al servicio espiritual que prestaban los profetas y los predicadores del evangelio[20]. Pero en general podemos afirmar que el Nuevo Testamento utiliza lenguaje sacerdotal solamente con referencia al cuerpo de creyentes en conjunto[21].
La vida de Cristo proporciona el modelo del ministerio cristiano; el vino, no a ser servido, sino a servir[22]; el verbo que se usa en estos versículos es “diakonein”, que sugiere algo así como servir a la mesa, y recuerda la ocasión en la que Jesús lavó los pies de los discípulos[23]. Resulta significativo que en la primera ocasión en que se registra una ordenación al ministerio cristiano se declare que el propósito del oficio es el de “servir a las mesas”[24]; y la misma palabra se emplea en dicho capítulo, versículo 4, para describir el servicio de la palabra, ejercido hasta ese momento por los doce apóstoles. El ministro de Cristo, al seguir el ejemplo de su Maestro, presta un humilde pero amoroso servicio a las necesidades de la humanidad en general, en el mismo espíritu en que los ángeles[25] y las mujeres[26] sirvieron al Señor en la tierra. Se considera que dicho servicio se presta a Cristo en la persona de los necesitados[27]; con mayor frecuencia se presta a los santos[28]; pero es un servicio mutuo en el seno del cuerpo de Cristo[29]; y, al igual que el ministerio del evangelio[30], es, en realidad, un ministerio de reconciliación[31] para el mundo.
La capacidad de llevar a cabo esta tarea es un don de Dios[32]; ya en Romanos 12.7 se lo clasifica dentro de una lista de dones espirituales; y en 1 Timoteo 3.8 el diaconado se ha convertido en función eclesiástica reconocida. Pero aun así, se sigue empleando en término en sentido más amplio; Timoteo debe cumplir su ministerio haciendo la obra de evangelista[33]; y el gran objetivo de esta obra de servicio es la de edificación del cuerpo de Cristo[34]. En palabras de Hort, Cristo elevó “todos los grados y modelos de servicio a una esfera superior… convirtiéndose así el ministerio en uno de los objetivos principales de toda acción cristiana”; y se aplica el término genérico a todas las formas de ministerio en el seno de la iglesia.
Cristo es no solamente el modelo para el diaconado, sino también, como el buen Pastor[35], el gran Obispo de las almas de los hombres[36]. En cierto sentido, ambas funciones se originan en el ejemplo de Cristo mismo, mientras que el del presbítero es reflejo del ministerio instituido por él en el apostolado. Pero sería erróneo destacar demasiado estas distinciones, ya que los términos obispo y presbítero son virtualmente sinónimos, y el diaconado abarca muchas formas de ministerio subordinado. El cuidado pastoral del rebaño es parte prominente del deber ministerial[37], y se halla íntimamente relacionado con la predicación de la palabra[38] como el pan de vida[39], o la leche espiritual no adulterada[40]. La parábola de Lucas 12.41–48 indica que debe continuar en la iglesia algún ministerio de este tipo hasta que Cristo regrese.
Poco nos dice el Nuevo Testamento, comparativamente, sobre el tema de los deberes ministeriales; Pablo consideraba la administración del bautismo como una actividad secundaria, que acostumbraba delegar a sus ayudantes[41]; y aunque es natural que un apóstol, cuando está presente, presida el partimiento del pan, no obstante, se considera que la celebración de la Cena del Señor es una actividad de toda la congregación[42]. No obstante, desde el principio debe haber habido necesidad de un presidente; y ante la ausencia de un apóstol, un profeta, o un evangelista, resulta natural que este deber haya recaído sobre uno de los presbíteros u obispos locales.
En su forma más primitiva, el ministerio cristiano es carismático, es decir es un don espiritual o dotación sobrenatural, cuyo ejercicio da testimonio de la presencia del Espíritu Santo en la iglesia. Así, la profecía y la glosolalia ocurren cuando Pablo pone sus manos sobre algunos creyentes comunes después del bautismo[43]; y las palabras pronunciadas en esa ocasión indican que el hecho fue, hasta cierto punto, repetición de la experiencia pentecostal[44].
En las epístolas paulinas aparecen tres listas de las diferentes formas que puede adoptar este ministerio, y es notable que cada lista incluye funciones administrativas al lado de otras más evidentemente espirituales. En Romanos 12.6–8 tenemos profecía, servicio, enseñanza, exhortación, reparto, el presidir y la realización de actos de misericordia. En 1 Corintios 12.28 encontramos apóstoles, profetas, y maestros junto a los dotados con poder para obrar milagros, curar enfermos, ayudar, administrar, o hablar en lenguas. El catálogo más oficial de Efesios 4.11 menciona apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores combinados con maestros, todos los cuales trabajan para perfeccionar a los santos en su servicio cristiano, de modo que toda la iglesia pueda crecer en relación orgánica con su divina Cabeza. Aquí vemos que se pone el acento en el ministerio de la palabra, pero el fruto de tal ministerio es el servicio mutuo en amor. Los diferentes dones que aparecen en los pasajes mencionados son más bien funciones o maneras de servir, antes que cargos regulares y estereotipados; una misma persona podía actuar en diferentes capacidades, pero su posibilidad de cumplir cualquiera de ellas dependía de la guía del Espíritu. En realidad, todos los cristianos han sido llamados a ministrar, en sus diversas capacidades[45], y es para dicho ministerio que los preparan los ministros de la palabra[46].
No solamente se incluyó a los Doce en el apostolado, sino también a Pablo. El requisito primario de un “apóstol” era el de haber sido testigo ocular del ministerio terrenal de Cristo, y especialmente de su resurrección[47], y su autoridad dependía del hecho de haber sido de alguna manera comisionado por Cristo, ya sea en los días en que vivió en la carne[48], o después de su resurrección de entre los muertos[49]. Los apóstoles y los ancianos podían reunirse en un concejo para decidir un modo de obrar común para la iglesia[50], y podía enviarse a los apóstoles como delegados de la congregación original para supervisar alguna actividad iniciada en otra localidad[51]. Pero el cuadro de un colegio apostólico en sesión permanente en Jerusalén no tiene apoyo histórico alguno, mientras que la gran obra del apóstol consistía en actuar como misionero para la propagación del evangelio. Como tal, sus obras debían ser confirmadas por señales de aprobación divina[52]. De este modo, el ministerio apostólico no estaba limitado por lazos locales, aunque podía haber una división de tareas, como por ejemplo entre Pedro y Pablo[53].
El “evangelista” ejercía un ministerio similar de misión irrestricta, y parecería que su trabajo era idéntico al del apóstol, excepto por la carencia de la calificación especial para la función superior; Felipe, originalmente uno de los Siete, se convirtió en evangelista[54], y se aplica el mismo título a Timoteo[55], aunque implícitamente se lo excluye[56] del rango apostólico.
Por su misma naturaleza, la profecía era un don intermitente, pero algunas personas eran dotadas con tal regularidad que formaron una clase especial de “profetas”. Los había en Jerusalén[57], Antioquía[58], y Corinto[59]; los mencionados por nombre incluyen a Judas y Silas[60], y Agabo[61], junto con Ana[62] y la pretendida profetisa Jezabel[63]. La profecía aportaba edificación, exhortación, y consolación[64]; y consecuentemente podríamos describirla como enseñanza inspirada. El profeta podía transmitir un mandato específico[65], o en algunas ocasiones vaticinar el futuro[66]. Como sus mensajes eran transmitidos en un idioma conocido, eran más beneficiosos que la simple glosolalia[67]. Pero el don era especialmente vulnerable al peligro de ser utilizado por impostores, y aunque debía ser controlado únicamente por los que lo poseían[68], su contenido tenía que concordar con la enseñanza fundamental del evangelio[69]; de lo contrario debía rechazarse al profeta como uno de los falsos maestros cuya venida había sido anticipada por Cristo[70].
Presumiblemente debe identificarse a los “pastores y maestros”[71] con los ministros locales instituidos por los apóstoles[72] o sus ayudantes[73] para satisfacer las necesidades de una determinada congregación, y a los que se describe indistintamente como presbíteros u obispos. Parecería que “administradores” es nombre genérico para los que administraban los asuntos de las congregaciones locales, mientras que los “ayudantes se ocupaban de las obras de caridad, especialmente la atención de enfermos y pobres”. Los poderes milagrosos, de curación y de hablar en lenguas, constituían rasgo característico de la era apostólica.
Se ha debatido mucho la relación precisa entre la misión original e irrestricta de los apóstoles y evangelistas, por un lado, y el ministerio permanente y local de los pastores, maestros, administradores y ayudantes, por el otro. Parecería que esta última clase era generalmente designada por la primera, pero si tomamos Hechos 6 como descriptivo de una ordenación típica, vemos que la elección popular ocupaba, también, un lugar en la selección de los candidatos. Presumiblemente Romanos 12 y 1 Corintios 12 dan a entender que la iglesia, como comunidad llena del Espíritu, produce sus propios órganos de ministerio; por otra parte, Efesios 4.11 asegura que el ministerio le es dado a la iglesia por Cristo. Podría sugerirse que, aunque Cristo es la fuente de toda autoridad, y el modelo de todos los tipos de servicio, la iglesia en conjunto es la que recibe su comisión divina. De todos modos, el Nuevo Testamento no se ocupa de indicar los posibles canales de transmisión; su principal preocupación es, en este sentido, ofrecer una prueba doctrinal de la ortodoxia de la enseñanza ministerial[74].
Hoy, la palabra “ministro” se ha confundido tanto por ser usada también entre los políticos, lo que ha llevado a pensar a algunos que ser ministro de Dios equivale a ser ministro del gobierno, y por eso piensan que el ministro de Dios tiene el derecho de actuar como alguien superior, tal y como lo hace el ministro de gobierno. Pero Pablo lo deja bien claro al decir que “la suficiencia nuestra es Dios”, porque el ministro de Dios no tiene autoridad, sino que actúa por la misericordia de Dios.
¿Qué fue lo que hizo Dios con los Enviados? Los hizo suficientes de un nuevo pacto, es decir, los capacitó para que pudieran anunciar el Evangelio, el Nuevo Pacto. Recordemos que el Antiguo Pacto tuvo solo un Enviado, Moisés, quien lo recibió en el monte Sinaí, culminando de esta manera la promesa que Dios había hecho antes a Abraham en Génesis 12.3.
Ahora, con la muerte y resurrección de Cristo, se vivía un Nuevo Pacto, pero los judaizantes, al igual que los adventistas de hoy, querían atar a los creyentes a la Ley de Moisés, y por ello buscaban dañar la imagen de Pablo entre la Iglesia.
Hay una diferencia muy grande entre los dos Pactos, el primero, el escrito, tenía su fundamento puesto en los diez mandamientos, no era un Pacto que produjera vida, sino más bien, cuando el hombre se encontraba que no podía cumplir la Ley, se daba cuenta que lo que le quedaba era la muerte, porque no había perdón de pecados. Pero el Nuevo Pacto, la Ley de Cristo, contiene el perdón de los pecados; el hombre pecador muere y nace un nuevo ser que ha sido limpiado con la sangre de Jesús.
El Antiguo Pacto era temporal, el Nuevo Pacto es eterno; el Antiguo era para muerte, el Nuevo es para vida; el Antiguo era de mandatos, el Nuevo es de libertad; en el Antiguo se sacrificaban animales, en el Nuevo el sacrificio fue el Hijo de Dios. Por lo tanto, si el cristiano busca obedecer, aunque sea solo una parte del Antiguo Pacto, rompe el Nuevo Pacto y se separa de Cristo.
[1] Diccionario Real Academia de la Lengua Española. Ministro.
[2] Diccionario Nelson. Ministro.
[3] Éxodo 24.13.
[4] 1 Reyes 19.21.
[5] Salmos 103.21.
[6] Mateo 20.28.
[7] Mateo 25.40.
[8] 1 Corintios 16.15; 2 Corintios 8.1-6; Hebreos 6.10.
[9] Gálatas 6.10.
[10] 2 Corintios 5.18.
[11] 2 Corintios 5.21.
[12] Ibid.
[13] 1 Corintios 12.4-11.
[14] 1 Pedro 4.10.
[15] 1 Corintios 12.7.
[16] 1 Corintios 12.1.
[17] 1 Timoteo 4.14.
[18] Lucas 1.23; Hebreos 9.21.
[19] Hebreos 8.6.
[20] Hechos 13.2; Romanos 15.16.
[21] Filipenses 2.17; 1 Pedro 2.9.
[22] Mateo 20.28; Marcos 10.45.
[23] Juan 13.4.
[24] Hechos 6.2.
[25] Mateo 4.11; Marcos 1.13.
[26] Mateo 27.55; Lucas 8.3.
[27] Mateo 25.44.
[28] Romanos 15.25; 1 Corintios 16.15; 2 Corintios 8.4; 9.1; Hebreos 6.10.
[29] 1 Pedro 4.10.
[30] 1 Pedro 1.12.
[31] 2 Corintios 5.18.
[32] Hechos 20.24; Colosenses 4.17; 1 Timoteo 1.12; 1 Pedro 4.11.
[33] 2 Timoteo 4.5.
[34] Efesios 4.12.
[35] Juan 10.11.
[36] 1 Pedro 2.25.
[37] Juan 21.15–17; Hechos 20.28; 1 Pedro 5.2.
[38] 1 Corintios 3.1–2.
[39] Juan 6.35.
[40] 1 Pedro 2.2.
[41] 1 Corintios 1.17.
[42] 1 Corintios 10.16; 11.25.
[43] Hechos 19.6.
[44] Hechos 2.
[45] Romanos 15.27; Filipenses 2.17; Filemón 13; 1 Pedro 2.16.
[46] Efesios 4.11.
[47] Hechos 1.21–22.
[48] Mateo 10.5; 28.19.
[49] Hechos 1.24; 9.15.
[50] Hechos 15.6.
[51] Hechos 8.14.
[52] 2 Corintios 12.12.
[53] Gálatas 2.7–8.
[54] Hechos 21.8.
[55] 2 Timoteo 4.5.
[56] 2 Corintios 1.1.
[57] Hechos 11.27.
[58] Hechos 13.1.
[59] 1 Corintios 14.29.
[60] Hechos 15.32.
[61] Hechos 21.10.
[62] Lucas 2.36.
[63] Revelación 2.20.
[64] 1 Corintios 14.3.
[65] Hechos 13.1–2.
[66] Hechos 11.28.
[67] 1 Corintios 14.23–25.
[68] 1 Corintios 14.32; 1 Tesalonicenses 5.19.
[69] 1 Corintios 12.1–3; 1 Tesalonicenses 5.20; 1 Juan 4.1–3.
[70] Mateo 7.15.
[71] Efesios 4.11.
[72] Hechos 14.23.
[73] Tito 1.5.
[74] Diccionario Certeza. Ministerio.