Cambio en el Mundo
VI. Cambio en
el Mundo.
A. Tiempo para la Reforma.
1. El Renacimiento.
El Renacimiento es uno de los grandes momentos de la historia universal que marcó el paso de mundo Medieval al mundo Moderno. Es un fenómeno muy complejo que impregnó todos los ámbitos yendo por tanto, más allá de lo puramente artístico como ha querido verse.
Para muchos autores empieza en 1453 con la conquista turca de Constantinopla. Según otros es un nuevo periodo que surge desde el descubrimiento de la imprenta, e incluso se considera que no se produce hasta que Copérnico descubre el sistema heliocéntrico; pero la fecha tope es 1492, con el descubrimiento de América.
El término Renacimiento deriva de la expresión italiana rinascita, vocablo usado por primera vez por el literato Petrarca y revalorada por el arquitecto y teórico Giorgio Vasari, que la delimita en el mismo momento histórico en que tuvo lugar este movimiento cultural. Vasari lo acuña en su obra Vidas de los más ilustres artistas para referirse a un movimiento que hace resucitar en el arte y la cultura los valores espirituales de la antiguedad clásica. El término no empieza a utilizarse hasta el siglo XVI, pero no será consagrado en sentido histórico, social y cultural hasta mediados del siglo XIX.
Será a partir de este momento cuando ya cobrará fuerza el redescubrimiento del hombre como individuo, el redescubrimiento del mundo como armonía y realidad que rodea al hombre liberado de todas las preocupaciones religiosas. El Renacimiento es ante todo, un espíritu que transforma no solo las artes, sino también las ciencias, las letras y formas de pensamiento. En su conjunto se ha visto una clara reacción al espíritu teológico de la Edad Media, sin embargo la ruptura no se produce de manera violenta porque no pocas de las concepciones que se van a desarrollar tuvieron su origen durante el medievo, y esto es claramente apreciable en el terreno artístico.
Este movimiento surge en Italia a fines del siglo XIV y principios del XV, expandiéndose con fuerza a Europa a mediados del siglo XV, y desde mediados del siglo XVI al mundo hispanoamericano. Es un movimiento universal pero que adopta las características y modos propios del pasado de las naciones a través de un proceso de asimilación. El que su origen sea italiano es porque Italia es fundamental por su pasado histórico que ahora se quiere recuperar e impulsar. Además hay otro factor relevante y es que en Italia nunca hubo un arraigo total y fuerte de lo medieval como ocurrió en Europa, precisamente porque aún estaba latente el espíritu clásico.
Políticamente Italia se organizó en torno a ciudades-estado que obtuvieron un gran auge artístico y político encabezadas por Florencia. Tras la muerte de Juan Galeazzo Visconti en 1402 los intentos por hacer de italia un reino unido bajo el mando de un solo gobernante, excedieron sus posibilidades reales. En el Renacimiento la historia de Italia es la de sus cinco estados principales: Florencia, Milán, Nápoles, Venecia y el Papado. Las constantes luchas por ampliar las fronteras hicieron posible la creación de un nuevo grupo social: Los Condottierieran, personajes especializados en la guerra, grandes estrategas que estaban generalmente al mando de una compañia, aunque, en última instancia, su suerte la decidían el poder, las necesidades, los objetivos y los recursos del príncipe o Estado al que servía. Las guerras entre los estados italianos se hacían mediante contratos, por tanto a través de los condottiero, durante casi dos siglos. Esta tradición pseudo-mercenaria se hizo presente en europa desde el siglo XIII, gracias en parte al desarrollo económico de las ciudades, el crecimiento demográfico y la tradición de las Cruzadas, haciendo posible que parte de la clase de terratenientes se aúnen para producir un gran excedente de grupos armados fuertemente cualificados.
Desde finales del siglo XV los condottieri fueron personajes para los que la guerra era una empresa esporádica más que una actividad permanente; la clave de este sistema se basaba en la condotta, contrato en el que se especificaban las condiciones de los servicios prestados por el capitan y sus soldados y su retribución por ellos. Este tipo de contrato se utilizó en otros ámbitos, gracias al nacimiento de una fuerte burguesía próspera que buscaba su propio beneficio. Nace ahora la clientela, debido a que la economía se va liberando y van tomando autonomía los pequeños comerciantes y banqueros que, con su mecenazgo, van a impulsar relaciones comerciales a nivel nacional e internacional. Pero este movimiento de capital no estaba controlado por un Estado fuerte que promoviera dichas iniciativas, sino que generalmente funcionaban como empresas privadas, gestionadas a menudo sobre una base familiar, subordinándose a la iniciativa de un linaje o clase social acomodada. Generalmente se trataba de aristrócratas que no eran miembros de la nobleza ni pretendían serlo, y, sin embargo, eran reconocidos como personajes de alto prestigio en la sociedad renacentista. Se mantenían al margen de la corte, valiéndose de la situación de que el príncipe o monarca no conocían los mecanismos financieros, abriéndose para ellos un campo extraordinario de oportunidades como operadores económicos o intermediarios entre ellos financiando algunos de los gastos extraordinarios de la corte. Pero aun sin pertenecer a la clase nobiliaria y eclesiástica, gracias a su capital rivalizaron con ellos.
El nacimiento del mecenazgo impulsó también planteamientos gremiales, siendo la propia ciudad la que generosamente propició con los fondos de sus arcas el engrandecimiento de las ciudades. Así, por ejemplo, el Hospital de los Inocentes de Florencia fue costeado por el gremio del arte de la seda.
Ya hemos dicho antes que el Renacimiento surgió en Italia, pero además, el Renacimiento del siglo XV se da solo en este país. Se puede decir que en Francia, España y Alemania hacia 1450 y 1500 ya se conoce este movimiento, pero no se desarrolla plenamente hasta el siglo XVI. El renacer de Italia estuvo ligado a la idea de la recuperación de la grandeza de Roma, que tras la caída del Imperio Romano, y un periodo de anarquía y confusión, desde el quattrocento se trata de romper con esa etapa bárbara para volver a esa idea de grandeza latina. La pérdida de poder de la iglesia hizo que se propagaran las “herejías”, que finalmente darán a fines del siglo XVI la Reforma Protestante.
El estudio de las lenguas clásicas, el griego y el latín; el arte que dejaba de estar relacionado con temas religiosos y los primeros pasos de la ciencia moderna, fueron temas que lideraban personas ajenas a la religión y que tenían una mente más escéptica e investigativa. A pesar de tener enclavada en Roma la capital del mundo religioso, los italianos se distinguían más por su cultura que por su fe, mientras que el nuevo despertar en Alemania, Francia e Inglaterra iba más hacia el estudio de las Escrituras, a las lenguas griega y hebrea y a la investigación de los fundamentos de la fe, quitando la base de los dogmas católicos.
En 1455, Gütemberg inventó la imprenta, que vendría a evolucionar el mundo. Los libros dejarían de ser algo que estaba limitado al bolsillo de los millonarios, para convertirse en la escuela de los pobres. El que la Biblia fuese el primer libro impreso trajo como consecuencia que se buscara traducir a las lenguas vernáculas, que a su vez, hizo que muchos de los que leían el Nuevo Testamento comprendieran que la Iglesia Católica estaba mal ante los ojos de Dios.
En esta época, el Imperio Bizantino se tambaleaba por los Turcos; la economía Europea estaba en crísis y las revueltas se propagaban. Esta etapa de crísis afectó al pensamiento: El escolasticismo de la Edad Media cae en un escepticismo radical. Los primeros pensadores cristianos concedían una primacía al espiritualismo sobre lo material, existía una visión providencialista, el poder de los Papas sobrepasaba al de los Príncipes y esto dio lugar a inicios del Renacimiento a enfrentamientos entre ambos poderes.
Teorías de inicios del Renacimiento proponen que el gobierno es una institución terrenal pero de origen divino. Surgen entonces nuevos pensadores que renuevan la teoría política, exigiendo la separación de poderes: El gobierno es una institución terrenal de invención humana que no tiene nada que ver con la divinidad. Uno de los primeros teóricos en afirmar esta otra teoría fue Dante, que, en su obra “De Monarquia” defiende la autoridad civil sobre la eclesiástica. Otros tantos pensadores proponen esta división como Marsilio de Padua y Guillermo de Occam entre otros. La teoría política de este periodo llega a su culminación con Maquiavelo, pensador que influirá posteriormente en el pensamiento del Barroco. Este autor propone por primera vezla total separación de poderes entre la Iglesia y Estado, pero incluso fue más allá: En su obra “Discursos” afirmó que el objetivo de un buen gobernante debía ser el bienestar de su comunidad, por tanto el soberano podía saltarse cualquier cuestión moral, ética o religiosa.
La polémica estaba servida en los núcleos eclesiásticos, culminando con la Reforma. Todas estas ideas fueron posibles también gracias a los avances científicos de este periodo. La ciencia cobrará un fuerte desarrollo gracias al humanismo y a inquietud intelectual. El Humanismo tiene sus antecedentes en plena Edad Media, en la modernidad del pensamiento de Abelardo, filósofo francés del siglo XII, que propugno una filosofía individualista ensalzando la grandeza humana, en un momento en que domina la idea de Dios sobre lo terrenal. Un poco más adelante otro antecedente aislado fue la corriente humanista desarrollada en el siglo XIII en la Universidad de Charyres, donde se animaba a profundizar y conocer el mundo clásico. Este brote aislado francés se da en Italia en términos similares en los círculos cultos de Florencia, en la Academia Neoplatónica costeada por los Médici. El término “Humanismo” fue acuñado en 1808 por el alemán Netharmer, refiriéndose al valor formativo en la educación de los clásicos grecolatinos. El humanista del Renacimiento era por definición un erudito, un hombre culto, enamorado de la antigüedad y preocupado por el estudio de todas las disciplinas en el campo del saber. Se siente atraído por la filosofía de Platón. Los dos máximos defensores de las concepciones platónicas fueron Marsilio Ficcino y Piccolo della Mirandolla, que fueron quienes fundaron la Academia Neoplatónica de Florencia.
En teoría defendían el pensamiento platónico adaptándolo al concepto cristiano. En la Academia se promovió el estudio y la traducción de la cultura latina, destacando Pietro Bracciolini que descubrió el Tratado de Arquitectura de Vitrubio, que será el modelo tratadístico de los siglos XV y XVI; también es importante la figura de Poliziano que recuperó el interés por la mitología, haciendo resurgir el paganismo en el arte cristiano.
El espíritu nacionalista también estaba tomando fuerza por toda Europa y los pueblos mostraban su inconformidad de que las iglesias nacionales tuviesen que sujetarse a una iglesia extranjera en donde un hombre que en realidad era un desconocido para el pueblo, fuese el que nombrase a los obispos, abades y otros dignatarios. El llamado “óbolo de San Pedro”, que era un impuesto que había que pagar a la Iglesia Católica, llegó a ser una gran molestia para el pueblo que pasaba hambre mientras que con su dinero, en Roma, el Papa y los Cardenales vivían a sus anchas con lujosos edificios.
A partir del siglo XVI los nuevos conocimientos comienzan a difundirse por toda Europa, pero antes de terminar esta brevísima introducción al Renacimiento hay que mencionar un hecho importante que marcó el paso de este periodo al Barroco, y que conocemos como “la crisis Manierista”. En 1527 los ejércitos del emperador Carlos V tomaron Roma y la sometieron a un brutal saqueo donde fueron hechos prisioneros el Papado y el Sacro Colegio Cardenalicio. Durante nueve meses toda la cristiandad estuvo sin guía, augurando ya el cambio con la Reforma que desde Alemania se pedía con fervor. Un cambio que defraudó a muchos en su esperanza por la renovación de la iglesia porque no llegó a culminar hasta varios años después y sin cuajar en Roma. Pero, como indica André Chastel en su obra “El Saco de Roma” desde esta fecha ya nada fue igual: Esta crisis no solo supuso un trágico ejemplo de la guerra, sino que dio lugar a la difusión de una nueva mentalidad que afectó tanto a las artes como a las letras más allá de Italia. Así surge el manierismo, término que deriva del vocablo italiano Manieray que se refiere a los distintos modos gramaticales de diverso significado. El significado más parecido sería estilo, aunque la maniera era considerada un atributo inherente al arte. La llegada del Manierismo está relacionada con la creación y práctica de un tipo completamente distinto en su personalidad, dotado de facultades individuales propias, esto suponía una liberalización en parte de las reglas estéticas que se promovieron desde las Academias del Renacimiento.
El Manierismo surge en un periodo de crísis como una transición no solo debida a un antihumanismo, como se ha intentado ver, sino que se suman una serie de factores que, de manera inherente, hacen que aparezca la ruptura: El saqueo de Roma, la preparación del Concilio de Trento, la nueva orientación de las rutas comerciales, la revolución económica en toda Europa y la crisis econímica en el ámbito mediterráneo, que hacen realidad la crisis y también en parte la disolución del humanismo en Italia, en favor de una mentalidad que es por un lado racionalista hasta el límite, y por otro lado radicalmente antiintelectualista. Esta crisis comenzó con la duda de si eran concordantes las necesidades espirituales y corporales con las creencias religiosas y la salvación, dando lugar a un arte donde lo espiritual no era representado como algo que se consumía en las formas materiales, sino que podía ser sugerido más allá de los límites de las formas. De esta manera el manierismo como antihumanismo, como filosofía de vida y como nueva dirección por sus tendencias opuestas al Renacimiento, podría designarse como Contrarrenacimiento. El Manierismo es por tanto, una manifestación de crisis, la necesidad de nuevos horizontes para ser explorados que se produce, sobre todo en el ámbito del arte, y que augura el nacimiento de un nuevo periodo: El Barroco.
2. Martín Lutero.
Reinaba en Roma el papa León X, cuando un humilde monje agustino y doctor en Sagrada Escritura, Martín Lutero, que había nacido en Eisleben el 10 de noviembre de 1483, con el nombre Martin Luder, después cambiado a Martin Luther, como es conocido en alemán. Hijo de un minero Hans y Margarette Lutero, que con grandes esfuerzos lo enviaron a la Universidad de Ergurt, inició una reforma religiosa en Alemania. Martin fue dedicado a Dios un día después de haber nacido y bautizado el día que se celebraba la festividad de San Martín de Tours, siete días después de su nacimiento.
En 1484 su familia se trasladó a Mansfeld, donde su padre dirigía varias minas de cobre. Habiéndose criado en un medio campesino, Hans Lutero ansiaba que su hijo llegara a ser funcionario civil para darle más honores a la familia. Con este fin, envió al joven Martín a varias escuelas en Mansfeld, Magdeburgo y Eisenach.
En 1501, a los 17 años, Lutero ingresó en la Universidad de Érfurt, donde tocaba el laúd y recibió el apodo de “El filósofo”. El joven estudiante recibió el grado de bachiller en 1502 y una maestría en 1505, como el segundo de 17 candidatos. Siguiendo los deseos de su padre, se inscribió en la Facultad de Derecho de esta universidad. Pero todo cambió durante una tormenta eléctrica en 1505. Un rayo cayó cerca de él mientras se encontraba de regreso de una visita a la casa de sus padres. Aterrorizado, gritó: “¡Ayuda Santa Ana! ¡Me haré monje!”. Salió con vida y abandonó la carrera de Derecho, vendió sus libros con excepción de los de Virgilio y entró en el monasterio agustino de Erfurt el 17 de julio de 1505.
El joven Lutero se dedicó por completo a la vida del monasterio, empeñándose en realizar buenas obras con el fin de complacer a Dios y servir a otros mediante la oración por sus almas. Se dedicó con mucha intensidad al ayuno, a las flagelaciones, a largas horas en oración, al peregrinaje y a la confesión constante. Cuanto más intentaba agradar a Dios, más se daba cuenta de sus pecados.
Johann von Staupitz, el superior de Lutero, concluyó que el joven necesitaba más trabajo para distraerse de su excesiva reflexión, y ordenó al monje que comenzara una carrera académica. En 1507 Lutero fue ordenado sacerdote, y en 1508 comenzó a enseñar Teología en la Universidad de Wittenberg. Lutero recibió su grado de bachiller en Estudios Bíblicos el 9 de marzo de 1508. Dos años después realizó una visita a Roma, y se dice que cuando la divisó a lo lejos se arrodilló y dijo: “Mis ojos pueden ver el cielo en la tierra”; él había esperado encontrar en el Papa y su corte, modales de la vida cristiana, y quedó sorprendido y horrorizado al contemplar la corrupción que existía en los lugares que creía verdaderamente santos. Sin embargo, consideró necesario seguir las costumbres de los peregrinos a Roma, y así, entre otras cosas, subió la “escalera santa”[1], de rodillas y diciendo un Padrenuestro en cada escalón. Repentinamente recordó la declaración del profeta Habacuc, citado después por el apóstol Pablo: “El justo vivirá por su fe” y le ocurrió que todas aquellas penitencias y todos estos rezos forzados, no valían absolutamente nada. Esto unido al desorden civil y moral en que se encontraba la ciudad del Papa y de los Cardenales, en donde la mitad de la población eran prostitutas, Lutero, escandalizado dijo: “Si existe el infierno, no puede ser otro lugar más que Roma”.
Sin embargo no pensó de sí sino como fiel hijo de la Iglesia Romana, y al regresar a su convento, el 19 de octubre de 1512, Martín Lutero recibió el grado de Doctor en Teología y el 21 de octubre de 1512 fue recibido en el Senado de la Facultad de Teología, dándole el título de Doctor en Biblia. En 1515 fue nombrado vicario de su orden, quedando bajo su cargo once monasterios.
Durante esta época estudió el griego y el hebreo para profundizar en el significado y los matices de las palabras utilizadas en las Escrituras, conocimientos que luego utilizaría para la traducción de la Biblia judía.
Las ansias de obtener grados académicos llevaron a Martín Lutero a estudiar las Escrituras en profundidad. Influenciado por la vocación humanista de ir a las fuentes, se sumergió en el estudio de la Biblia y de la Iglesia primitiva. Debido a esto, términos como la penitencia y la probidad tomaron un nuevo significado para Lutero, convencido ahora de que la Iglesia había perdido la visión de varias verdades centrales que el cristianismo enseñaba en las Escrituras, siendo una de las más importantes de ellas la doctrina de la justificación solo por la fe. Lutero empezó a enseñar que la salvación es un regalo exclusivamente de Dios, dado por la gracia a través de Cristo y recibido solamente por la fe.
Más tarde, Lutero definió y reintrodujo el principio de la distinción propia entre la Ley de Moisés y los Evangelios que reforzaban su teología de la gracia. Como consecuencia, Lutero creía que su principio de interpretación era un punto inicial esencial en el estudio de las Escrituras. Notó que la falta de claridad al distinguir la Ley Mosaica de los Evangelios era la causa de la incorrecta comprensión del Evangelio de Jesús en la Iglesia de su época, institución a la que responsabilizaba de haber creado y fomentado muchos errores teológicos fundamentales.
Además de sus deberes como profesor, Martín Lutero sirvió como predicador y confesor en la Iglesia de Santa María de la ciudad. También predicaba habitualmente en la Iglesia del Palacio, llamada también “de Todos los Santos”, debido a que tenía una colección de reliquias donde había sido establecida una fundación por Federico III de Sajonia. Fue durante este periodo cuando el joven sacerdote se dio cuenta de los efectos de ofrecer indulgencias a los feligreses.
Una indulgencia es el perdón, parcial o total, del castigo temporal, que aún se mantiene, por los pecados después de que la culpa ha sido eliminada por absolución. En aquella época, cualquier persona podía comprar una indulgencia, ya fuera para sí misma o para sus parientes muertos que permanecían en el Purgatorio. El fraile dominico Johann Tetzel había sido reclutado para viajar por los territorios episcopales de Alberto de Brandeburgo, Arzobispo de Maguncia, vendiendo indulgencias, con el objetivo de financiar la edificación de la Basílica de San Pedro en Roma, Italia, y en la compra por parte de Alberto de Hohenzollern de un obispado. Tetzel afirmaba que cada vez que se oía sonar el dinero al caer en la caja de recaudación, se libraba un alma del purgatorio. El pueblo entendió que se compraba no solo el perdón de los pecados pasados sino aún el derecho de pecar durante unos días futuros, doctrina que soltó todos los lazos de la moralidad.
Lutero vio este tráfico de indulgencias como un abuso que podría confundir a la gente y llevarla a confiar solamente en las indulgencias, dejando de lado la confesión y el arrepentimiento verdadero. Lutero predicó tres sermones contra las indulgencias en 1516 y 1517. Pero su enojo siguió creciendo y, según la tradición, el 31 de octubre de 1517 fueron clavadas las “Noventa y cinco tesis” en la puerta de la capilla de la Universidad de Wittenberg, en donde atacaba la autoridad del Papa y de los sacerdotes como una invitación abierta a debatirlas. Las tesis condenaban la avaricia y el paganismo en la Iglesia como un abuso, y pedían una disputa teológica en lo que las indulgencias podían dar. Sin embargo, en ellas no cuestionaba directamente la autoridad del Papa para conceder indulgencias.
En las tesis, sostuvo que el Papa no puede absolver sino de los castigos que el mismo hubiera impuesto, y que estos no se extienden más allá de la muerte; que la absolución se debe a todos los penitentes y que esta no es indispensable. Más valen las obras de piedad y de misericordia. Pregunta por qué el Papa no libra a todas las almas de una vez del purgatorio, si es que de veras tiene este poder, movido de compasión por sus sufrimientos, en lugar de sacarlas poco a poco por dinero.
Las 95 tesis de Martin Lutero fueron traducidas rápidamente al alemán y ampliamente copiadas e impresas. Al cabo de dos semanas se habían difundido por toda Alemania y, pasados dos meses, por toda Europa. Este fue uno de los primeros casos de la Historia en los que la imprenta tuvo un papel importante, pues facilitaba una distribución más sencilla y amplia de cualquier documento.
Después de hacer caso omiso a Lutero diciendo que era un “borracho alemán quien escribió las tesis” y afirmando que “cuando esté sobrio, cambiará de parecer”, el Papa León X ordenó en 1518 al profesor dominico de teología Silvestre Mazzolini investigar el tema. Este denunció que Lutero se oponía de manera implícita a la autoridad del Pontífice, al mostrar desacuerdo con una de sus bulas, por lo que declaró a Lutero hereje y escribió una refutación académica de sus tesis. En ella mantuvo la autoridad papal sobre la Iglesia y condenó cada desviación como una apostasía. Lutero replicó de igual manera y se desarrolló una controversia.
Mientras tanto Lutero tomó parte en la convención agustina en Heidelberg, donde presentó una tesis sobre la esclavitud del hombre al pecado y la gracia divina. En el curso de la controversia por las indulgencias, el debate se elevó hasta el punto de dudar del poder absoluto y de la autoridad del Papa, debido a que las doctrinas de “Tesorería de la Iglesia” y la “Tesorería de los Méritos”, que servían para reforzar la doctrina y práctica de las indulgencias, se basaban en la bula Unigenitus[2] del Papa Clemente VI. En vista de su oposición a esa doctrina, Lutero fue calificado de hereje, y el Papa, decidido a suprimir sus puntos de vista, ordenó llamarlo a Roma, viaje que no se realizó por problemas políticos.
Lutero, que antes profesaba obediencia implícita a la Iglesia, negaba ahora abiertamente la autoridad papal y apelaba a que se efectuara un Concilio. También declaraba que el papado no formaba parte de la inmutable esencia de la Iglesia original.
Deseando mantenerse en términos amistosos con el protector de Lutero, Federico el Sabio, el Papa realizó un intento final de alcanzar una solución pacífica al conflicto. Una conferencia con el chambelán papal Karl von Miltitz en Altenburgo, en enero de 1519, llevó a Lutero a decidir guardar silencio en tanto así lo hicieran sus oponentes, escribir una humilde carta al Papa y componer un tratado demostrando sus respetos a la Iglesia católica. La carta escrita nunca fue enviada, debido a que no contenía retractación alguna. En el tratado que compuso más tarde, Lutero negó cualquier efecto de las indulgencias en el purgatorio.
Cuando Johann Eck retó a Carlstadt, un colega de Lutero, a un debate en Leipzig, Lutero se unió a este debate[3], en el curso del cual negó el derecho divino del solio papal y la autoridad de poseer el “poder de las llaves”, que según él había sido otorgado a la Iglesia como congregación de fe. Negó que la pertenencia a la Iglesia católica occidental bajo la autoridad del Papa fuera necesaria para la salvación, manteniendo la validez de la Iglesia Ortodoxa de Oriente. Después del debate, Johann Eck aseguró que había forzado a Lutero a admitir la similitud de su propia doctrina con la de Jan Hus, quien había sido quemado en la hoguera.
De esta forma, no había esperanzas de paz. Los escritos de Lutero circulaban ampliamente por Francia, Inglaterra e Italia en 1519, y los estudiantes se dirigían a Wittenberg para escuchar a Lutero, quien publicaba ahora sus comentarios sobre la Epístola a los Gálatas y su “Trabajo en los Salmos”.
Las controversias generadas por sus escritos llevaron a Lutero a desarrollar sus doctrinas más a fondo, y su “Sermón en el Sacramento Bendecido del Verdadero y Santo Cuerpo de Cristo, y sus Hermandades” extendió el significado de la eucaristía para el perdón de los pecados y el fortalecimiento de la fe en aquellos quienes la reciben, apoyando además a que se realizara un concilio para restituir la comunión.
La controversia en Leipzig[4] hizo que Lutero tomara contacto con los humanistas, particularmente Melanchthon, Reuchlin y Erasmo de Rotterdam, y que mantuviera relaciones con el caballero Ulrich von Hutten, quien a su vez influyó al caballero Franz von Sickingen. Von Sickingen y Silvestre de Schauenburg querían mantener a Lutero bajo su protección, invitándolo a su fortaleza en la eventualidad de que no se sintiera seguro en Sajonia a causa de la proscripción papal.
El Papa advirtió a Martín Lutero el 15 de junio de 1520 con la bula papal “Exsurge Domine” que se arriesgaba a la excomunión, a menos que en un plazo de sesenta días repudiara 41 puntos de su doctrina seleccionados de sus escritos.
El concepto luterano de “Iglesia” fue desarrollado en su “En el Papado de Roma”, una respuesta al ataque del franciscano Augustín von Alveld en Leipzig[5]; mientras que su “Sermon de Buenas Obras”, publicado en la primavera de 1520, era contrario a la doctrina católica de las buenas obras y obras de supererogación[6], mantenía que las obras del creyente son verdaderamente buenas en cualquier llamado secular o vocación, ordenado por Dios.
Bajo estas circunstancias de crisis y confrontando a los nobles alemanes, Lutero redactó “A la Nobleza Cristiana de la Nación Alemana”[7], donde encomendó al laicado, como un sacerdote espiritual, la reforma requerida por Dios pero abandonada por el Papa y el clero. Por primera vez, Lutero se refirió públicamente al Papa como el Anticristo. Las reformas que Lutero proponía no solo se referían a cuestiones doctrinales, sino también a abusos eclesiásticos: La disminución del número de cardenales y demandas de la corte papal; la abolición de los ingresos del Papa; el reconocimiento del gobierno secular; la renuncia del papado al poder temporal; la abolición de los interdictos y abusos relacionados con la excomunión; la abolición del peregrinaje dañino; la eliminación del excesivo número de días santos; la supresión de los conventos de monjas, de la mendicidad y de la suntuosidad; la reforma de las universidades; la abrogación del celibato del clero; la reunificación con los bohemios y una reforma general de la moral pública.
Mientras tanto, se había rumoreado en agosto que Eck había arribado a Meissen con una prohibición papal, la cual se pronunció realmente el 21 de septiembre. En octubre de 1520 Lutero envió su escrito “En la Libertad de un Cristiano” al Papa, añadiendo la frase significativa: “Yo no me someto a leyes al interpretar la Palabra de Dios”.
Lutero escribió polémicas doctrinales en el “Preludio en el Cautiverio Babilónico de la Iglesia”, especialmente con respecto a los sacramentos.
En lo que se refiere a la eucaristía, apoyaba que se devolviera el cáliz al laicado; en la llamada cuestión del dogma de la transustanciación, afirmaba la presencia real del cuerpo y la sangre de Cristo en la eucaristía, pero rechazaba la enseñanza de que la eucaristía era el sacrificio ofrecido a Dios.
Con respecto al bautismo, enseñó que traía la justificación solo si se combinaba con la fe salvadora en el receptor. Sin embargo, mantenía el principio de la salvación incluso para aquellos que más tarde cayeran y se reivindicasen.
Sobre la penitencia, afirmó que su esencia consiste en las palabras de la promesa de exculpación recibidas por la fe. Para él, sólo estos tres sacramentos podían ser considerados como tales, debido a su institución divina y a la promesa divina de salvación conectada con ellos. Estrictamente hablando, solo el bautismo y la eucaristía son sacramentos, dado que sólo ellos tienen un “signo visible divinamente instituido”: El agua en el bautismo y el pan y el vino en la eucaristía. Lutero negó en su documento que la confirmación, el matrimonio, la ordenación sacerdotal y la extrema unción fueran sacramentos.
De manera similar, el completo desarrollo de la doctrina de Lutero sobre la salvación y la vida cristiana se expuso en su libro “En la libertad de un Cristiano”[8], donde exigió una completa unión con Cristo mediante la Palabra a través de la Fe, la entera libertad de un cristiano como sacerdote y rey sobre todas las cosas externas, y un perfecto amor al prójimo.
El 10 de Diciembre del mismo año, Lutero reunió a los profesores de la Universidad, a los estudiantes y al pueblo y quemó lo que él llamó “la bula execrable del Anticristo”, junto con los cánones establecidos por las autoridades romanas. Esta bula tomaba efecto en un plazo de 120 días, y el decreto papal en Wittenberg, defendiéndose en su “Warum des Papstes und seiner Jünger Bücher verbrannt sind” y su “Assertio omnium articulorum”. El Papa León X excomulgó a Lutero el 3 de enero de 1521 mediante la bula “Decet Romanum Pontificem”.
La ejecución de la prohibición, sin embargo, fue evitada por la relación del Papa con Federico III de Sajonia y por el nuevo emperador Carlos V quien, viendo la actitud papal hacia él y la posición de la Dieta, encontró contraindicado apoyar las medidas contra Lutero. Este fue a Worms diciendo que “Hus ha sido quemado pero no la verdad con él. Iría allí aunque hubiese tantos demonios como tejas en los tejados”.
El emperador Carlos V inauguró la Dieta imperial de Worms el 22 de enero de 1521. Lutero fue llamado a renunciar o reafirmar su doctrina y le fue otorgado un salvoconducto para garantizar su seguridad.
El 18 de Abril de 1521, con la promesa del emperador Carlos V de que no correría ningún peligro, Lutero, compareció ante la Dieta de Worms, en donde fue exhortado por el mismo Emperador a que se arrepintiera de lo dicho y hecho, pero el reformador respondió que no podía ir en contra de las Escrituras. Johann Eck, un asistente del Arzobispo de Tréveris, presentó a Lutero una mesa llena de copias de sus escritos. Le preguntó a Lutero si los libros eran suyos y si todavía creía en lo que esas obras enseñaban. Lutero pidió un tiempo para pensar su respuesta, el cual le fue concedido. Lutero oró, consultó con sus amigos y mediadores y se presentó ante la Dieta al día siguiente. Cuando se trató el asunto en la Dieta, el consejero Eck le pidió a Lutero que respondiera explícitamente: “Lutero, ¿rechaza sus libros y los errores que en ellos se contiene?”, a lo que Lutero respondió: “Que se me convenza mediante testimonios de la Escritura y claros argumentos de la razón, porque no le creo ni al Papa ni a los Concilios, ya que está demostrado que a menudo han errado, contradiciéndose a sí mismos, por los textos de la Sagrada Escritura que he citado, estoy sometido a mi conciencia y ligado a la palabra de Dios. Por eso no puedo ni quiero retractarme de nada, porque hacer algo en contra de la conciencia no es seguro ni saludable”. De acuerdo a la tradición, Lutero entonces dijo estas palabras: “¡No puedo hacer otra cosa; esta es mi postura! ¡Que Dios me ayude!”
En los siguientes días se hicieron conferencias privadas para determinar el destino de Lutero. Antes de que la decisión fuese tomada, Lutero abandonó Worms. Carlos había cumplido su palabra y Lutero salió de Worms en paz.
El emperador redactó el Edicto de Worms el 25 de mayo de 1521, declarando a Martín Lutero prófugo y hereje, y prohibiendo sus obras.
Cuando iba de camino, Lutero fue secuestrado por los soldados de Federico y llevado al castillo de Wartzburgo en Turinga, en donde estuvo un año, allí le creció una amplia y brillante barba, tomó el atuendo de un caballero y se asignó el pseudónimo de Caballero Jorge. La estancia de Lutero en Wartzburgo fue el comienzo de un periodo constructivo de su carrera como reformador. En su “desierto” o “Patmos” de Wartzburgo, como le llamaba en sus cartas, empezó a traducir la Biblia, para lo que utilizó una edición griega de Erasmo, texto que más tarde fue llamado “Textus Receptus”. Durante la traducción hizo visitas a los pueblos y mercados cercanos para escuchar a la gente hablar y así poder escribir la traducción en un lenguaje coloquial. Esta traducción se imprimiría en septiembre de 1522. Pero Lutero tenía una mala apreciación de los libros de Ester, Hebreos, Santiago, Judas y del Apocalipsis. Llamaba a la epístola de Santiago una “epístola de paja”, encontrando que era muy poco lo que apuntaba a Cristo y su obra salvadora. También tenía duras palabras para el Apocalipsis, del que decía que no podía “de ninguna forma detectar que el Espíritu Santo lo haya producido”. Tenía razones al cuestionar la apostolicidad de estos libros, debido a que la iglesia primitiva los catalogaba como antilegomena, lo que significaba que no eran aceptados sin reservas, al contrario que los canónicos. Aun así Lutero no los eliminó de su edición de las Escrituras. Lutero incluyó como apócrifos aquellos pasajes que, encontrándose en la Septuaginta griega, no lo estaban en los textos Masoréticos disponibles en aquel entonces. Estos fueron incluidos en las primeras traducciones, pero luego omitidos y calificados como “de buena lectura”, pero no como Palabra inspirada por Dios. La exclusión de estos textos fue adoptada desde un comienzo por casi todos los evangélicos.
La primera traducción completa al alemán, inclusive el Antiguo Testamento, se publicó en 1534 en seis tomos y fue producto del esfuerzo común de Lutero, Johannes Bugenhagen, Justus Jonas, Caspar Creuziger, Philipp Melanchthon, Matthäus Aurogallus y George Rörer. Lutero continuó refinando su traducción durante el resto de su vida, trabajo que fue tomado como referencia para la edición de 1546, el año de su muerte. Como se ha mencionado anteriormente, el trabajo de traducción de Lutero ayudó a estandarizar el alemán del Sacro Imperio, desde el cual se construiría la nación alemana, en el siglo XIX, y es considerado como uno de los pilares de la literatura alemana.
Además de otros escritos, preparó la primera parte de su guía para párrocos y su “Sobre la confesión”, en la que niega la confesión obligatoria y admite la sanidad de las confesiones privadas voluntarias. También escribió en contra del arzobispo Albrecht, a quien obligó a desistir de reiniciar la venta de indulgencias.
En sus ataques a Jacobus Latomus, avanzó en su visión de la relación entre la gracia y la ley, así como en la naturaleza comunicada por Cristo, distinguiendo el objetivo de la gracia de Dios para el pecador, quien, al creer, es justificado por Dios debido a la justicia de Cristo, de la gracia salvadora que mora dentro del hombre pecador. Al mismo tiempo puso énfasis en la insuficiencia del “principio de justificación”, en la persistencia del pecado después del bautismo y en la inherencia del pecado en cada buena obra.
Lutero a menudo escribía cartas a sus amigos y aliados respondiendo o preguntándoles por sus puntos de vista o por consejos. Por ejemplo, Philipp Melanchthon le escribió preguntándole cómo responder a la acusación de que los reformistas renegaban del peregrinaje, del ayuno y de otras formas tradicionales de piedad. Lutero le respondió el 1 de agosto de 1521: “Si eres un predicador de la misericordia, no predicas una misericordia imaginaria, sino una verdadera. Si la misericordia es verdadera, debes padecer el pecado verdadero, no imaginario. Dios no salva a aquellos que son sólo pecadores imaginarios. Sé un pecador y deja que tus pecados sean fuertes, pero deja que tu confianza en Cristo sea más fuerte, y regocíjate en Cristo, quien es el vencedor sobre el pecado, la muerte y el mundo. Cometeremos pecados mientras estemos aquí, porque en esta vida no hay un lugar donde la justicia resida. Nosotros, sin embargo, dice Pedro (2 Pedro 3.13), estamos buscando más allá un nuevo cielo y una nueva tierra donde reine la justicia”.
Mientras tanto, algunos sacerdotes sajones habían renunciado al voto del celibato, en tanto que otros atacaron la validez de los votos monásticos. Lutero en su “Sobre los votos monásticos” aconsejó tener más cautela, aceptando en el fondo que los votos eran generalmente tomados “con la intención de la salvación o la búsqueda de justificación”. Con la aprobación de Lutero en su “Sobre la abrogación de la misa privada”, pero en contra de la oposición firme de su prior, los agustinos de Wittenberg realizaron cambios en las formas de adoración y suprimieron las misas. Su violencia e intolerancia, sin embargo, desagradaron a Lutero, que a principios de diciembre pasó unos días entre ellos. Al regresar a Wartzburgo, escribió “Una sincera amonestación por Martín Lutero a todos los cristianos para guardarse de la insurrección y rebelión”. Aun así, Carlstadt y el ex-agustino Gabriel Zwilling demandaron en Wittenberg la abolición de la misa privada y de la comunión bajo las dos especies, así como la eliminación de las imágenes de las iglesias y la abrogación del magisterio.
Lutero tuvo noticias de unos desórdenes promovidos por sus mismos partidarios, quienes en su celo por la Reforma habían empezado a romper imágenes y destruir altares. Al saber esto decidió salir del Wartzburgo para ir a corregir estos desmanes y predicar una reforma más transigente. Manifestó su decisión a su ilustre huésped y este le hizo ver lo arriesgado de su empresa, pues estando bajo el bando del imperio era un deber de cada fiel súbdito del emperador matarlo. Lutero contestó que si cayera sería con Cristo y que él preferiría caer con Cristo que estar en pié con César. La salida no le fue impedida y con pocas predicaciones logró calmar los ánimos de los iconoclastas. El tiempo que siguió, lo empleó en escribir tratados en defensa de la fe evangélica. En menos de un año había escrito 183 folletos y obras religiosas.
Una de sus principales controversias fue contra Enrique VIII de Inglaterra, quien había escrito contra Lutero repitiendo las declaraciones de Concilios y Papas, sin ninguna solidez filosófica y que le había al monarca el título de “Defensor de la Fe” otorgado por el Papa, aunque él mismo, para seguir sus deseos carnales, más tarde llegó a romper con la Iglesia. Lutero pulverizó todos sus argumentos y llegó al extremo de llamarle “un asno coronado”.
Una lucha parecida sostuvo contra Erasmo. Este era uno de los más notables hombres de su época por su ilustración. También deseaba la Reforma de la Iglesia, pero no se atrevió a separarse de Roma. El Papa le obligó que atacara a Lutero, y lo hizo, dirigiéndose contra la doctrina luterana de la Predestinación. Pero era más bien una controversia de personalismos en que Lutero echó en cara a Erasmo su falta de sinceridad y Erasmo trató a Lutero de grosero y fanático campesino. Los príncipes alemanes fueron fieles a la Reforma y rehusaron entregar a Lutero al Papa, como este les exigía en 1522 y también en 1524.
El 8 de abril de 1523, Lutero le escribe a Wenceslaus: “Ayer recibí a nueve monjas de su cautiverio en el convento de Nimbschen”. Lutero había decidido ayudar a escapar a doce monjas del monasterio cisterciense en Nimbschen, cerca de Grimma en Sajonia, sacándolas del convento dentro de barriles. Tres de ellas se marcharon con sus parientes, mientras que las otras nueve fueron llevadas a Wittenberg. En este último grupo se encontraba Catalina de Bora. Entre mayo y junio de 1523 se pensó que la mujer se casaría con un estudiante de la Universidad de Wittenberg, Jerome Paumgartner, aunque probablemente su familia se lo negó. El Dr. Caspar Glatz era el siguiente pretendiente, pero Catalina no sentía “ni deseo ni amor” por él. Se supo que se quería casar con Lutero o con Nicolás von Amsdorf. Lutero sentía que no era un buen marido, ya que había sido excomulgado por el Papa y era perseguido por el Emperador. En mayo o a principios de junio de 1525 se conoció en el círculo íntimo de Lutero su intención de casarse con Catalina. Para evitar cualquier objeción por parte de sus amigos, actuó rápidamente: En la mañana del martes 13 de junio de 1525 se casó legalmente con Catalina, a quien afectuosamente llamaba “Katy”. Ella se mudó a la casa de su marido, el antiguo monasterio agustino en Wittenberg, y comenzaron a vivir en familia. Su matrimonio con Catalina Bora el 13 de junio de 1525 inició un movimiento de apoyo al matrimonio sacerdotal dentro de muchas corrientes cristianas.
Los Lutero tuvieron tres hijos y tres hijas: Johannes, nacido el 7 de junio de 1526, quien posteriormente estudiaría leyes y llegaría a ser oficial de la corte, falleciendo en 1575; Elizabeth, nacida el 10 de diciembre de 1527, murió prematuramente el 3 de agosto de 1528; Magdalena, nacida el 5 de mayo de 1529, murió en los brazos de su padre el 20 de septiembre de 1542, su muerte fue muy dura para Lutero y Catalina; Martín, hijo, nacido el 9 de noviembre de 1531, estudió Teología pero nunca tuvo un llamado pastoral regular antes de su muerte en 1565; Paul, nacido el 28 de enero de 1533, fue médico, padre de seis hijos y murió el 8 de marzo de 1593, continuando la línea masculina de la familia de Lutero mediante Juan Ernesto, que se extinguiría en 1759; Margaretha, nacida el 17 de diciembre de 1534, casada con el noble prusiano George von Kunheim, pero falleció en 1570 a la edad de 36 años; es el único linaje de Lutero que se mantiene hasta la actualidad.
Lutero tuvo especial interés por la educación. En sus diálogos con George Spalatin en 1524 se planeó un sistema escolar, declarando que era deber de las autoridades civiles el proveer escuelas y el velar por que los padres enviaran a sus hijos a ellas. También apoyaba el establecimiento de escuelas primarias para la educación femenina.
La Guerra de los campesinos[9] fue una respuesta de la prédica de Lutero y otros reformadores. Las revueltas del campesinado habían existido en pequeña escala desde el siglo XIV, pero ahora muchos campesinos creían erróneamente que el ataque de Lutero a la Iglesia y la jerarquía de la misma significaba que los reformadores les ayudarían en su ataque a las clases dominantes. Dado que los sublevados veían lazos profundos entre los príncipes seculares y los príncipes de la Iglesia, interpretaban equivocadamente que Lutero, al condenar a los segundos, condenaba también a los primeros. Las revueltas comenzaron en Suabia, Franconia y Turingia en 1524, obteniendo apoyo entre los campesinos y nobles afectados, muchos de los cuales poseían deudas en ese periodo. Cuando Thomas Müntzer llegó a ser líder del movimiento, las revueltas desembocaron en una guerra, que jugó un papel importante en la fundación del movimiento anabaptista. Inicialmente Lutero parecía apoyar a los campesinos, condenando las prácticas opresivas de la nobleza que habían incitado a muchos campesinos. Lutero dependía del apoyo y la protección de los príncipes y la nobleza, tenía miedo de indisponerlos en su contra. En “Contra las Hordas Asesinas y Ladronas del Campesinado”[10] incentivaba a la nobleza a que castigara rápida y sangrientamente a los campesinos. Muchos de los revolucionarios consideraron las palabras de Lutero como una traición. Otros desistieron al darse cuenta de que no había apoyo ni de la Iglesia ni de su oponente principal. La guerra en Alemania terminó en 1525, cuando las fuerzas rebeldes fueron masacradas por los ejércitos de Felipe I de Hesse y de Jorge de Sajonia en la batalla de Frankenhausen, en la que seis mil sublevados perdieron la vida. En total perecieron durante todo el conflicto entre cien mil y ciento treinta mil sublevados según diferentes estimaciones.
Después de la guerra de campesinos en 1525, reprobada por Lutero, el reformador promovía la formación de una Iglesia Evangélica territorial con regulaciones eclesiales. En mayo de 1525 tuvo lugar en Wittenberg la primera ordenación evangélica. Lutero había rechazado la visión católica romana de la ordenación como un sacramento. Un servicio de ordenación, con la imposición de manos junto con una oración en un servicio congregacional solemne, era considerado suficiente.
Para suplir la falta de altas autoridades eclesiásticas debida a que muy pocos obispos adoptaron la doctrina reformadora en tierras alemanas, Lutero sostuvo a partir de 1525 que las autoridades seculares deberían tomar parte en la administración de la iglesia. Estas tareas no eran necesariamente exclusivas de las autoridades seculares, y Lutero hubiera preferido que recayeran en manos de un episcopado evangélico. Declaró en 1542 que los príncipes evangélicos solo serían “obispos de urgencia” y exaltó que los poderes eclesiásticos pudieran ser ostentados por congregaciones cristianas, si bien decidió esperar el curso de los acontecimientos y ver qué hacían los párrocos y estudiosos para que descubrieran por sí mismos cuáles eran las personas apropiadas.
Lutero revisó la liturgia en su “Misa Alemana” de 1526, estipulando cómo debían ser los cultos diarios y la catequesis. Aun así, se oponía a una nueva ley de formas e instó a que se mantuvieran las otras liturgias. Aunque Lutero apoyaba la libertad cristiana en estas materias, también estaba a favor de mantener y establecer uniformidad litúrgica entre aquellos que compartían la misma fe en un área dada. Vio en la uniformidad litúrgica una expresión física de unidad en la fe, mientras que la variación litúrgica era un posible indicador de variación doctrinal. No consideraba una virtud el cambio litúrgico, especialmente cuando era hecho por personas o congregaciones, pues la complacía conservar y reformar lo que la iglesia había heredado del pasado. Conservó el bautismo de infantes, por tradición, en contra de la oposición anabaptista la cual solo admitía el bautismo de adultos, por lo que condenó a sus miembros. La transformación gradual de la administración del bautismo se realizó en el “Cuadernillo Bautismal”[11].
Los resultados de su viaje a Sajonia[12] le hicieron ver que los párrocos y estudiosos no estaban preparados para tal responsabilidad, siendo necesario que se mantuvieran las estructuras eclesiásticas tal y como fueran diseñadas al principio de la Reforma.
Mientras tanto, las iglesias luteranas en Escandinavia y muchos estados bálticos mantuvieron el Episcopado Apostólico y la sucesión apostólica, incluso aquellas que habían adoptado la teología antipapista de Lutero.
La naturaleza de la eucaristía se convirtió en un tema importante en la vida de Lutero. Rechazaba la doctrina católica romana de la transubstanciación, pero mantenía la presencia real del cuerpo y la sangre de Cristo bajo el pan y vino sacramental. Apoyaba el significado literal de las palabras “Este es mi cuerpo, Esta es mi sangre”. Sintetizó sus creencias sobre el tema en su Catecismo Menor al escribir: “¿Qué es el Sacramento del Altar? Es el verdadero cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo en el pan y el vino, entregado a nosotros cristianos para comer y beber, instituido por Cristo mismo”. Rehusando definir el misterio de la Eucaristía con conceptos como la consubstanciación, Lutero utilizó la analogía patrística de la doctrina de la Unión Personal de dos naturalezas en Jesucristo para ilustrar su doctrina eucarística “por analogía del hierro puesto en el fuego donde ambos, fuego y hierro, unidos en el hierro al rojo vivo, se mantienen a pesar de todo sin cambio”, un concepto que él llamó “Unión Sacramental”.
La doctrina de Lutero se diferenciaba de la de Carlstadt, Zwinglio, Leo Jud y Ecolampadio, quienes rechazaban la presencia real. Carlstadt, Zwinglio y Ecolampadio daban diferentes interpretaciones a lo estipulado por Cristo: Carlstadt interpretaba el “Esto” de “Esto es mi cuerpo” como la acción de Cristo apuntándose a sí mismo. Zwinglio interpretaba el “es” como “significa” y Ecolampadio interpretaba “mi cuerpo” como “un signo de mi cuerpo”. En la controversia que se suscitó, Lutero le responde a Ecolampadio en el prefacio de “Escritos Suabos”, exponiendo sus puntos de vista en el “Sermón en el Sacramento…Contra los Espíritus Fanáticos” y en “Estas Palabras...Todavía se Mantienen Firmes”, y más exhaustivamente en “Confesión con respecto a la Cena del Señor”[13].
Federico III pidió a Lutero en 1528 que visitara las iglesias locales para determinar la calidad de la educación cristiana que recibía el campesinado. Lutero escribió en el prefacio del Catecismo Menor, “¡Piedad! ¡Buen Dios! ¡Qué miseria tan abundante he observado! La gente común, especialmente en las villas, no tiene conocimiento de ninguna doctrina cristiana, y muchos pastores unidos son incapaces e incompetentes para enseñar”. Como respuesta, Lutero preparó los Catecismos Menor y Mayor. Se trata de materiales de instrucción y devoción que Lutero consideraba como los fundamentos de la fe cristiana, entre los que se encontraban los Diez Mandamientos, el Credo apostólico, el Padrenuestro, bautismo, confesión y absolución, la eucaristía y oraciones. El Catecismo Menor iba dirigido a la gente sencilla, mientras que el Mayor a los pastores.
Debido a los peligros de las medidas de la Segunda Dieta de Espira en 1529 contra el protestantismo, y a la coalición del Emperador con Francia y el Papa, el Landgrave Felipe deseaba una unión de todos los reformistas, pero Lutero se declaró opuesto a cualquier alianza que ayudara a la herejía, aunque aceptó la invitación del Landgrave a asistir a una conferencia en Marburgo[14] para resolver las materias en controversia. En dicha dieta el 19 de abril de dicho año 19 delegados, 5 príncipes y 14 ciudades protestaron contra la derogación de la tregua de tolerancia acordada en la Dieta de Worms y por eso se les llamó “protestantes” a los partidarios de Lutero. En Marburgo, Lutero se enfrentó a Ecolampadius, mientras que Melanchthon fue antagonista de Zwinglio. Aunque establecieron una armonía no esperada en otros aspectos, no se pudo alcanzar un acuerdo en la Eucaristía. Lutero rehusó llamar a sus oponentes “hermanos”, aunque les deseaba paz y amor. Lutero estaba convencido de que Dios había cegado los ojos de Zwinglio, por lo que no podía ver la doctrina verdadera de la Cena del Señor. Con su habitual estilo polémico, Lutero denunció a Zwinglio y sus seguidores llamándolos “fanáticos” y “demonios”.
Los mismos príncipes habían suscrito los Artículos de Schwabach, respaldados por Lutero como una condición para la alianza con él. Las bases de Lutero en materia de doctrina eucarística partían del entendimiento simple y directo de las palabras de Cristo, si bien daba importancia al sacrificio corporal de Cristo y al hecho de ofrecer ese mismo cuerpo a los comulgantes en la Eucaristía. Cuando Zwinglio excluyó la posibilidad de la presencia real por la incapacidad de la naturaleza humana de Cristo para estar en otra parte que no fuera un lugar concreto, Lutero reafirmó la integridad de la unión hipostática: “Cristo no está dividido y dondequiera que esté es Dios, incluso como hombre”. Lutero citaba como evidencia los tres modos de la presencia según Guillermo de Ockham: “Local, circunscrita”, estando en un lugar a la vez, ocupando espacio y teniendo peso, “definitiva”, desligado del espacio pero estando donde se precise y “repletiva”, llenando todos los espacios a la vez, para introducir la probabilidad de que el cuerpo y la sangre de Cristo estén realmente presentes en la Eucaristía.
Lutero sostuvo que la sola recepción de la comunión es inútil sin fe. Insistió en que los impíos e incluso las bestias que toman y beben los elementos consagrados, comen y beben la sangre y el cuerpo de Cristo, pero el beber y comer “indignamente” les sería juzgado[15]. Aunque no compartía la visión de que la Eucaristía fuese sólo una simple conmemoración, reconoció la existencia de una dimensión conmemorativa. En cuanto al efecto del sacramento en los creyentes, recordaba con fervor las palabras “fue entregado por todos vosotros”, poniendo así énfasis en la expiación y en el perdón mediante la muerte de Jesucristo.
La aparición de un enemigo común a todo el Sacro Imperio, el ejército turco, cambió el escenario político: Ahora Carlos V buscaba la unidad para poder hacer frente a la nueva amenaza, para lo cual se convocó en 1530 la Dieta de Augsburgo, con el fin de aclarar de forma definitiva la relación del Imperio con el protestantismo. Lutero, prófugo del Imperio, permanecía a salvo en Coburgo, inspirando desde allí el discurso de Melanchthon ante el Emperador. Si bien Martín Lutero se abstuvo de mantener una actitud autoritaria, no le agradó la delicadeza y la cautela de Melanchthon, porque este no llegó a plantear cambios doctrinales, salvo el de la abolición del Papado. El Emperador, forzado por la guerra contra los turcos y contra la Liga de Esmalcalda[16], consiguió asegurar la unidad mediante la Paz de Nuremberg de 1532, que retrasaba la solución definitiva del problema hasta que se celebrara un Concilio General. Desde la Dieta de Espira[17], el problema se había transformado en algo de suma importancia. La cuestión radicaba en que la Dieta de Espira había decidido en 1526 que de ninguna manera aceptaría la imposición del Edicto de Worms, que permitía matar a Lutero sin miedo a sanciones. Esa misma Dieta consagraba la tolerancia religiosa bajo el lema “A cada región la religión de su Señor”. Nuevamente en la Dieta de Espira de 1529, y ante la intención de los católicos de anular la tolerancia adoptada en 1526, los reformistas emitieron una airada queja de protesta, motivo por el cual se les llama desde entonces “Protestantes”. Ahora la Paz de Nuremberg establecía la aceptación de los reformistas en el seno del Imperio. Esta situación se vio forzada por la situación política del momento, ya que si el Emperador se oponía a la paz, los príncipes se verían legitimados para realizar o apoyar una resistencia armada contra Carlos V, cuyo poder empezaba a estar seriamente amenazado por los turcos.
Este contexto político tuvo su dimensión teológica en la llamada cuestión de la desobediencia civil. Hasta ese instante Lutero sostenía que de ningún modo desobedecería al Emperador, incluso si su decisión era equivocada. De esa manera se opuso a cualquier alianza entre los príncipes, ya fuera ofensiva o defensiva. Martín Lutero mantuvo esta actitud incluso ante la Liga de Esmalcalda. Pero su posición fue cambiando poco a poco al escuchar la opinión de juristas que aseguraban que, en los casos de notoria injusticia pública, las propias leyes imperiales otorgaban derecho de resistencia. Fue en 1531 cuando aceptó la posibilidad de adoptar la desobediencia civil en su escrito Warnung an die lieben Deutschen[18], siempre y cuando se efectuara “por las causas correctas”. Más tarde, en cartas escritas en 1539, se retractaría de tales afirmaciones.
Las opiniones de Lutero sobre los judíos han sido descritas como antisemitismo racial o religioso o como antijudaísmo. En los inicios de su carrera pensaba que los judíos no habían creído en Jesús a causa de los errores de los cristianos y de la proclamación de lo que para él era un Evangelio impuro. Sugería que responderían favorablemente al mensaje evangélico si se les presentaba de la forma adecuada. Cuando descubrió que no era así, atacó con furia a los judíos.
En su “Sobre los judíos y sus mentiras”, publicado en 1543, escribió que debían realizarse contra los judíos acciones como quemar las sinagogas, destruir sus libros de oración, prohibir predicar a los rabinos, aplastar y destruir sus casas, incautarse de sus propiedades, confiscar su dinero y obligar a esos “gusanos venenosos” a realizar trabajos forzados o expulsarlos para siempre. Aún así, a favor de Lutero, vale mencionar que su mejor discípulo y amigo, el que lo ayudó en la traducción de la Biblia, era judío: Philipp Melanchton.
Lutero compartía la creencia medieval de que la brujería existía y era opuesta al cristianismo. Es por ello que las brujas y los hechiceros fueron perseguidos tanto en los territorios protestantes como en los católicos. Lutero compartía algunas de las supersticiones sobre la brujería que eran comunes en su tiempo. Aseguraba incluso que las brujas, con la ayuda del demonio, podían robar leche simplemente al pensar en una vaca. En su Catecismo Menor Lutero enseña que la brujería era un pecado contra el segundo mandamiento.
El número de libros atribuidos a Martín Lutero es bastante alto. Sin embargo, algunos estudiosos de Lutero creen que muchas de tales obras fueron al menos esbozadas por algunos de sus amigos, como Melanchthon. La fama de Lutero les daba una audiencia potencial mayor que la que hubieran obtenido de ser publicados bajo los nombres de sus verdaderos autores.
La más completa colección de los voluminosos escritos de Lutero es la Edición de Weimar, que consta de 101 volúmenes, aunque solo una fracción de estos escritos ha sido traducida. Algunos de sus libros explican cómo se establecieron las epístolas con su canonicidad, hermenéutica, exégesis y exposición, y muestran cómo se integran los libros de la Biblia entre sí. Destacan entre ellos los escritos sobre la Epístola a los Gálatas, en los cuales se compara a sí mismo al Apóstol Pablo en su defensa del Evangelio. Lutero también escribió sobre la administración civil y eclesiástica y sobre el hogar cristiano.
El estilo literario de Lutero era polémico, en parte porque cuando le apasionaba un tema llegaba a insultar a sus oponentes. Al igual que otros reformadores era muy intolerante con otras creencias y con los puntos de vista opuestos al suyo y esto puede haber puesto fuera de sí la Reforma protestante en Alemania.
El último viaje de Lutero a Mansfeld lo realizó debido a su preocupación por las familias de sus hermanos y hermanas, quienes continuaban en la mina de cobre de Hans Lutero, que estaba amenazada por las intenciones del Conde Albrecht de Mansfeld de controlar esa industria para su beneficio personal. La controversia involucró a los cuatro condes de Mansfeld: Albrecht, Philip, John George y Gerhard. Lutero viajó dos veces hacia fines del año 1545 con el objetivo de participar en las negociaciones para llegar a un acuerdo. Fue necesaria una tercera visita a principios de 1546 para completar las negociaciones. El 23 de enero Lutero dejó Wittenberg acompañado por sus tres hijos. Las negociaciones concluyeron con éxito el 17 de febrero. Pasadas las 8 de la noche de ese día, Lutero sufrió dolores en el pecho. Al irse a la cama oró diciendo: “En tus manos encomiendo mi espíritu; me has redimido, oh Señor, fiel Dios”, tal y como se oraba habitualmente cuando llegaba la hora de la muerte. A la una de la madrugada despertó con un agudo dolor de pecho y fue envuelto con toallas calientes.
Sabiendo que su muerte era inminente, le agradeció a Dios por haberle revelado a su Hijo, en quien él había creído. Sus compañeros Justus Jonás y Michael Coelius gritaron: “Reverendo padre, ¿está listo para morir confiando en su Señor Jesucristo y confesando la doctrina que enseñó en su nombre?” Un distintivo “sí” fue la respuesta de Lutero. Murió a las 2:45 del 18 de febrero de 1546 en Eisleben, la ciudad donde nació, cuando tenía setenta y tres años. Fue enterrado en la Iglesia del Palacio de Wittenberg, cerca del púlpito desde el cual había transformado al cristianismo.
En ese mismo año, la guerra que estaba latente entre protestantes y católicos estalló en una realidad desconsoladora. Los protestantes perdieron primero y el emperador dictó leyes provisionales que no gustaron ni a los unos ni a los otros; pero en 1552 los protestantes ganaron una campaña contra el emperador, lo cual le obligó a convocar al fin la dieta de Augsburgo en 1555, en la cual se hizo la paz por la famosa sentencia: “Cujus regio ejius religio”, lo cual quería decir que cada príncipe en el imperio alemán tenía que escoger entre el catolicismo y el protestantismo y que sus súbditos tenían que adoptar la religión de sus respectivos príncipes. Mientras esto pasaba en Alemania, Calvino estaba sentando la base de la forma calvinista del protestantismo, en Ginebra, ciudad que sirvió como centro para la propaganda reformista en Europa. La rebelión contra Roma, comenzada en Inglaterra en el reinado de Enrique VIII vino a ser bajo Eduardo VI un movimiento abiertamente protestante en sus doctrinas y prácticas.
Martín Lutero fue el principal artífice de la Reforma protestante, en la que tuvo un papel mucho más destacado que otros reformadores. Gracias a la imprenta, sus escritos se leyeron en toda Alemania y ejercieron influencia sobre otros muchos reformadores y pensadores, dando origen a diversas tradiciones protestantes en Europa y en el resto del mundo.
Lutero no había objetado el bautismo de los niños, cosa que sí haría Menno Simons, luego los anabaptistas como Hubmaier y finalmente los bautistas como Roger Williams. Tampoco renegó del uso de la vestimenta sacerdotal romana entre otras cosas y aún tenía en mente una Iglesia unificada con un líder único.
Tanto la Reforma protestante como la consecuente reacción católica, la “Contrarreforma”, supusieron un importante desarrollo intelectual en Europa, por ejemplo, mediante el pensamiento escolástico de los jesuitas en el caso del catolicismo. Por su traducción de la Biblia, Lutero es considerado además uno de los fundadores de la literatura en alemán.
Para conseguir su objetivo, Lutero inventó una suerte de mezcla entre las características común de los dialectos que por entonces se hablaban en Alemania y el latín y así creó el llamado “alemán puro”, un idioma artificial que es la base de la actual lengua alemana. Lutero fue el primero en potenciar el invento de Gutemberg. Lutero publicó su Biblia apenas 60 años después de la invención de la imprenta y con ello se transformó en el primer libro de circulación masiva de la historia y también marcó el inicio de otra revolución: la lectura masiva.
Hasta 1534 solo circulaban traducciones al latín de la Sagrada Escritura, cuya lectura y estudio estaban destinadas a sacerdotes y eruditos. La traducción de Lutero intentó poner la Biblia al alcance de la población, siguiendo su idea de que cada lector y no la iglesia es responsable de la interpretación de la Biblia.
En los territorios luteranos disminuyo grandemente el poder absoluto de los reyes. Católicos y protestantes sostuvieron entre sí terribles guerras religiosas. Un siglo después de las protestas de Lutero, una revuelta en Bohemia provocó la Guerra de los Treinta Años, un conflicto entre católicos y protestantes que arrasó gran parte de Alemania y acabó con la vida de cerca de un tercio de la población.
La doctrina del luteranismo se encarna en el Libro de Concordia, publicado en 1580, en donde encontramos los credos ecuménicos de la Iglesia Antigua, de la Confesión de Augsburgo y su Apología, los Catecismos Breve y Grande de Lutero y la Fórmula de Concordia. Lutero enfatizó la justificación por fe, la gracia suficiente de Dios y la autoridad de la Biblia como única fuente de revelación divina.
Entre los luteranos, cada iglesia elige su sistema de gobierno, el cual puede estar relacionado en materia temporal con el Estado. Aceptan dos sacramentos: Bautismo y comunión. Pero en la comunión hablan de la “consubstanciación”, es decir, Cristo está presente únicamente por la fe en el pan y el vino durante el momento de la ceremonia, pero no al terminar la misma.
Martín Lutero, fue un hombre que sincero y entregado a Dios tuvo el privilegio de dar forma al trabajo de muchos antecesores reformadores, algunos laicos y otros sacerdotes, quienes solieran pagar con precio de sangre su visión.
Lutero abrió la puerta a través de la cual comenzó a filtrar la luz de la Gracia para todo el mundo que la aceptase. A Martín Lutero le fue concedido por la historia el honor de ser llamado el Padre de la Reforma.
En cuanto a Francia, la propaganda de la Reforma se desarrollaba, a pesar de las persecuciones rigurosas de que era objeto. En Italia y en España, también habían aparecido unos destellos de la nueva luz, pero pronto fueron apagados por la Iglesia, antes de que alcanzaran grandes proporciones.
Así pues, Lutero tuvo la dicha de ver a más de media Europa conmovida por la Reforma de que él había sido tan importante y elocuente medio; y el éxito alcanzado para la restauración de la verdad evangélica se debe, después de Dios, a su valor, fe y perseverancia.
3. Ulrico Zwinglio.
De manera independiente a la Reforma Alemana, en Suiza, otro monje, Ulrico Zwinglio, atacó en 1517 la “remisión de pecados” por medio de las peregrinaciones a la Virgen de Einsieldn. Para 1522 había roto completamente con Roma. Esta Reforma se dio primeramente en Zürich, pero llegó a ser más radical que la alemana, aunque su progreso fue frenado por la guerra que se dio entre los cantones católicos contra los protestantes, en donde murió Zwinglio en 1531.
Nacido en Wildhaus, Suiza, a unos 50 kilómetros al sur de San Gall, en un valle del condado de Toggenburg, en el seno de una familia acomodada el 1 de Enero de 1484. Tiene nueve o diez hermanos de los que por lo menos dos mueren relativamente jóvenes; dos de sus hermanas toman el hábito. Estudió la educación básica en Weesen, bajo la tutela de su tío Bartolomeo, y luego en Viena y Basilea. Pero antes de ir a la Universidad de Viena, cursó algunos estudios en Berna. Llegó a Viena en 1498 y se inscribió en la Universidad de Basilea, donde hizo un posgrado en 1504 y un doctorado en 1506. Su maestro más importante en Basilea es Tomás Wyttenbach.
Zwinglio se convirtió en presbítero en Glarus, tras graduarse como doctor en teología[19], desempeña el cargo de capellán del ejército suizo. Desde temprano, Zwinglio había tomado posición en un asunto político situado en el contexto de las tropas mercenarias, comunes en esa época en la Confederación Helvética. El negocio mercenario es lucrativo para las ciudades: Si ponen una parte de sus jóvenes a disposición de estos ejércitos, reciben sumas considerables para las arcas municipales. Alrededor de 1506, en la ciudad de Glaris se delibera sobre el destino de los mercenarios locales: Habsburgo, Francia o el Papa son alternativas posibles. Zwinglio toma partido por el Papa; para él, los soldados son el arma del crucificado contra los enemigos de la Iglesia, se trata de una especie de Guerra Santa.
En 1513, Zwinglio acompaña como capellán castrense a unos 500 soldados de Glaris que forman parte del ejército papal. Sin embargo, la experiencia de la guerra lo hace reflexionar. En 1515, el ejército papista sufre una derrota, y en Glaris las simpatías cambian hacia los franceses victoriosos. Esto es un serio problema para Zwinglio, quien es leal al Papa. Como venganza ante su actitud, ciertos oficiales de la localidad conspiraron contra él, lo que le puso en una situación incómoda, por lo que en 1516, es vicario del santuario de Einsiedeln, población situada en el sureste de Zürich. Allí estudió griego y hebreo, leyó la versión latina del Nuevo Testamento que Desiderio Erasmo de Róterdam había realizado a partir del original griego, por lo que dedicó su esfuerzo a estudiar el Nuevo Testamento, que memorizó al pie de la letra, y la Patrística, y llegó a la conclusión de que muchas de las doctrinas de la Iglesia estaban en contradicción con las enseñanzas del Nuevo Testamento. Admiraba a Platón, Aristóteles, Píndaro, Séneca y Cicerón.
Zwinglio se opuso a las campañas de la ciudad contra el Papa Julio II, una guerra en la que participaban mercenarios suizos. La ciudad luchaba al lado de los franceses en Lombardía[20]. En aquella época se contrataban mercenarios suizos a las órdenes del Papa para luchar en las guerras. Zwinglio fue llamado al servicio militar en varias ocasiones, en muchas de las cuales se negó, lo que le valió ser nombrado párroco en 1518, donde consiguió crear en el pueblo en sentimiento de empatía hacia los franceses. Gracias a lo cual percibiría una pensión de 50 florines anuales del Papa.
El 31 de Octubre de 1517 Martín Lutero publicó en la Catedral de Wittenberg sus 95 tesis sobre la religión cristiana, en que atacaba profundamente a la Iglesia Católica.
Poco antes, en 1516, Diebold de Geroldseck le llamó para predicar en el monasterio de Maria-Einsiedeln, con lo que Zwinglio entra en contacto con uno de los centros más activos de peregrinación y también de supersticiones. Comienza así su predicación contra estas prácticas y contra el negociante de indulgencias Bernardin Samson, que había llegado a Suiza a instancias del Papa en 1518. El hecho de basar sus afirmaciones en las Escrituras le proporcionó un respaldo popular muy importante, por lo que el 1 de enero de 1519 fue nombrado predicador de la colegiata de Zürich.
Predica asimismo contra la costumbre de los suizos de alistarse como mercenarios a las órdenes del Papa, lo que le proporcionó el cargo de predicador en Zürich, cuyo gobierno estaba enfrentado con la autoridad romana. Enfermó de peste desde 1519, parece que la dolencia le marca de manera profunda. El 1 de enero de 1519 comienza su actividad en Zürich, donde con su discurso claro y directo va explicando a los feligreses los Evangelios.
Zürich era un importante núcleo humanístico, con una tradicional limitación de ingerencia del Estado en el poder temporal de la Iglesia. Zwinglio atrajo muy pronto importantes audiencias a la catedral para escuchar su explicación de las Sagradas Escrituras a partir de los textos originales, hebreo y griego, análisis que él realizaba libro a libro, capítulo por capítulo, partiendo del Evangelio de Mateo. Esta versión oral de las Escrituras chocaba de modo rotundo con la tradición eclesiástica, ya que los sacerdotes habían basado sus sermones en las interpretaciones de la Vulgata y en los escritos de los Padres de la Iglesia. En 1519, un seguidor suyo puso a su disposición una imprenta, lo que permitió que sus ideas se difundieran más allá de la ciudad.
Ese mismo año Zwinglio conoció y estudió los escritos de su contemporáneo Martín Lutero. Animado por la actitud de Lutero frente a la jerarquía eclesiástica alemana, convenció al Consejo de Zürich para que prohibiera toda enseñanza religiosa que no estuviera basada en las Escrituras. Entre estas enseñanzas se encontraba la prohibición de la Iglesia de comer carne durante la Cuaresma.
A causa de una controversia con el obispo de Constanza, afirma que la Iglesia no debe ser administradora de la Gracia divina y contradice la afirmación católica según la cual la misa supone la renovación del sacrificio de Cristo en la cruz. El gobierno de la ciudad decide apoyar las nuevas enseñanzas y dispone en 1520 que todos los predicadores actúen siguiendo las pautas de Zwinglio.
Como por su formación no podía separar la Iglesia del Estado, se convirtió en el inspirador de la política de la ciudad llegando a organizar una reforma militar y una campaña contra los cantones católicos.
Hasta 1522 Zwinglio ha profundizado bastante su conocimiento de las Escrituras. Un contenido de sus prédicas es la resistencia contra el negocio mercenario. Y tiene éxito: En el mismo año, el Concejo de la Ciudad de Zürich lo prohibe. Ese año Zwinglio publica su primera obra reformadora, dirigida contra el ayuno propugnado por la Iglesia de Roma. El 9 de marzo, se realiza una demostrativa cena con longanizas en la casa del tipógrafo Cristóbal Froschauer, demostrativa porque la cecina es consumida en tiempo de cuaresma. Durante esta cena, dos grandes longanizas ahumadas son repartidas entre la gente. Zwinglio participa sin comer. A este primer quebrantamiento del ayuno le siguen varios más en los días siguientes. Rápidamente se sabe lo que está pasando; el Concejo de Zürich interviene e inicia pasos legales.
Solo dos semanas después de la “cena de longanizas”, Zwinglio tematiza el problema del ayuno en un sermón que se publica en abril de 1522 bajo el título: Sobre la elección de los alimentos y la libertad de tomarlos. En este sermón, Zwinglio habla a favor de una comprensión evangélica de la libertad: Los cristianos son libres de todas las órdenes dictadas por el hombre, no hay que ser incondicionalmente obediente a estas órdenes. La orden de la abstinencia es justamente un reglamento humano, eclesiástico. Como no tiene autoridad divina, vale decir, no tiene la autoridad de la Biblia, no es necesario obedecer esta orden. Al mismo tiempo, los cristianos tienen la libertad de no usarla excesivamente, porque no es la libertad de que viven.
Este hecho originó su detención, lo cual justifica Zwinglio con el argumento de que el ayuno va contra la fe cristiana. De la misma época es un escrito enviado por él y diez de sus compañeros al obispo de Constanza, en el que afirmaban su disposición a seguir predicando según los Evangelios y pedían la supresión del celibato. El Papa Adriano VI intenta convencerle de que no emprenda nuevas acciones que atenten contra la sustancia de la teología romana y le prohibió predicar, pidiendo al Consejo de Zürich que le condenara como hereje.
Ante la acusación de los dominicos de que Zwinglio propagaba la herejía, el Gran Consejo de la ciudad de Zürich convocó para el 29 de enero de 1523 a un elevado número de teólogos a un debate público[21], en la que se debía discutir sobre las tesis defendidas por Zwinglio. A ella acudieron 600 personas entre clérigos y laicos y Zwinglio reivindicó la supremacía de las Sagradas Escrituras sobre el dogma de la Iglesia, proponiendo sus 67 tesis a base de las Escrituras y puesto que los enviados del obispo solo pudieron hacer valer en su favor la tradición y las disposiciones de los concilios, el Consejo, después de deliberar, decidió adjudicar a Zwinglio la victoria lógica y decidió la independencia del cantón de Zürich con respecto a la jurisdicción del obispo de Constanza, al tiempo que mantenía en vigor la prohibición de realizar cualquier predicación que no estuviera basada en las Sagradas Escrituras. La adopción de estas medidas supuso la adopción oficial de la Reforma por parte del Consejo.
En agosto de 1522, Zwinglio renuncia a su membresía en la iglesia católica, porque, como dice, esta se fundamenta solamente en leyes humanas. Erasmo está consternado frente a palabras tan tajantes.
Entre el 26 y el 29 de octubre de 1523 se ventila, en presencia de 900 asistentes, la necesidad de suprimir las imágenes de las iglesias, decisión que se acaba adoptando y que se pondrá en práctica de una manera paulatina. Desde Constanza llega una delegación guiada por Juan Faber. Se supone que éste no participe en el debate, sino que viene a protestar y a observar. El punto central del debate es el problema de la autoridad: ¿Quién tiene la autoridad máxima en la tierra? Ya al medidodía, el Concejo ha escuchado lo suficiente y razona que nadie puede condenar a Zwinglio por herejía. Asimismo, entre el 13 y el 14 de enero de 1524 el tema tratado fue la misa y su posible supresión, lo que finalmente se establece. Exige a las órdenes mendicantes que en el futuro basen sus prédicas únicamente en la Biblia y proteger a Martín Lutero quien se encuentra bajo proscripción imperial. Zwinglio se opone al rol de María como mediadora de la salvación.
Ese mismo año Zwinglio se casa con la viuda Anna Reinhardt-Meyer, viuda con la que vivía de manera marital desde hacía algún tiempo. Los dos tienen cuatro hijos. También, Zwinglio publicó “El Pastor”, uno de los primeros trabajos que tratan sobre el rol del pastor evangélico.
Zürich, bajo la nueva regulación reformista, se convirtió en una teocracia regida por Zwinglio y una magistratura cristiana. Se establecieron reformas radicales, como la conversión de los monasterios en hospitales. Con el tiempo, Zwinglio llegaría a defender que los cristianos devotos no requerían ni de un Papa ni de una Iglesia.
La Reforma en Zürich no afectó, sin embargo, solamente a la religión, sino que, al igual que en otros movimientos reformistas de la época, se trató de una serie de medidas de regulación social con las que el Consejo pretendía organizar el sistema escolar, el matrimonio, las costumbres, etc. El papel de Zwinglio es capital en este proceso, pues si bien no asume ningún cargo orgánico, su carisma y su predicamiento entre el pueblo le convierten en una figura determinante del proceso.
Zwinglio publica en 1525 su confesión de fe[22]. Su teología, coincidente con la de Lutero en muchos aspectos básicos, opera de una manera más radical en otros, como puede ser la cuestión de la eucaristía, al rechazar Zwinglio la presencial real de Cristo en la comunión. A partir de 1525, la Reforma en Zürich se completa:
a. Se administra la Eucaristía bajo las dos especies el 13 de abril de 1525, en sustitución de la misa tradicional católica.
b. Se suprime la misa.
c. Se eliminan las imágenes de las iglesias.
d. Se decreta la supresión del celibato sacerdotal.
e. Se establece y regula una beneficencia para los pobres, financiada con los fondos obtenidos de la secularización de bienes eclesiásticos.
Zwinglio defendía que Dios había salvado a los prudentes que vivieron antes de la revelación. Por ello la justificación por la fe no era esencial, lo que verdaderamente importaba era la predestinación por la que Dios separaba a sus elegidos y les daba el medio de obedecer su ley.
Ese año de 1525 se funda asimismo en Grossmünster una escuela para teólogos, donde podrán aprender exégesis bíblica, que luego utilizarán en sus sermones al pueblo.
Importante en la teología de Zwinglio es también su concepción de las relaciones entre el poder laico y el religioso, pues mientras, por un lado, considera que es derecho y obligación del poder terrenal organizar la Iglesia y la sociedad, admite por otro lado la posibilidad de derrocar al grupo gobernante si éste no se comporta de manera apropiada a las enseñanzas del Evangelio.
Los anabaptistas, grupo protestante muy radical, amenazaron en 1525 el poder de Zwinglio en Zürich. No obstante, en el curso de una controversia mantenida el 2 de enero de 1526 ante el consejo de su ciudad, Zwinglio los derrotó, lo que precipitó la expulsión de Zürich de todos los dirigentes anabaptistas.
Amigos de Martín Lutero y de Zwinglio, preocupados por las diferencias doctrinales y políticas existentes entre ambos. Estas diferencias son claramente insuperables en el intento más importante que se hace de aunar posiciones, cuando en octubre de 1529 el landgrave Felipe de Hesse, Felipe I, invita a Zwinglio y Lutero a una discusión teológica[23]. La reunión resultó un fracaso, ya que estas dos personalidades no lograron ponerse de acuerdo en numerosas cuestiones, entre las que destacan los problemas teológicos de la consubstanciación y de la transustanciación.
La situación política en la Suiza del siglo XVI resulta sin duda determinante para el ulterior desarrollo de la reforma zwingliana. Zwinglio intentaba difundir sus creencias entre otros cantones. Seis de ellos siguieron sus pasos, mientras que los otros cinco, los cantones montañeses de Uri, Schwyz, Unterwalden, Lucerna y Zug, se mantuvieron fieles al catolicismo. La hostilidad entre los cantones desembocó en 1529 en un conflicto armado que se saldó con la victoria de los cantones montañeses en Kappel y la firma de un compromiso. A pesar de la Primera Paz de Kappel de 1529, las tensiones entre Zürich y Berna, que había sido ganada por Zwinglio para su movimiento, por un lado, y los cantones que permanecían católicos, por otro, no podía menos que estallar en un conflicto político y finalmente, también armado. La opción de Zwinglio era en este sentido clara: Usar las armas para extender la verdad del Evangelio era una obligación de todo buen cristiano.
No obstante, en 1531, en el mismo lugar, se zanjó un nuevo conflicto con la derrota de los reformistas y con la muerte de Zwinglio el 11 de octubre de 1531 quien cayó en el campo de batalla, cerca de Kappel. Su desaparición puso fin a cualquier otra posible difusión de su doctrina en Suiza, país que en nuestros días sigue siendo católico y protestante a partes iguales.
Como traductor de la Biblia, Ulrico Zwinglio el grande trabajó en estrecha colaboración con Leo Jud. La traducción se conoce hoy en día como “La Biblia de Zürich”.
La Reforma de Zwinglio, a pesar de sus evidentes puntos de conexión con Lutero, presenta también características propias. Mientras el fin de Lutero era criticar aquellos aspectos de la Iglesia que no consideraba apropiados, Zwinglio solo acepta como Iglesia aquello que aparece en las Escrituras. De ahí que las iglesias reformadas sean en gran modo iglesias de la Palabra, del Verbo, donde no encontramos decoración alguna, fuera de textos bíblicos, una liturgia reducida e inicialmente tampoco música alguna.
La diferencia fundamental que impidió un entendimiento entre ambas reformas fue, como hemos dicho, la disputa eucarística, esto es, la cuestión de si Cristo era presencia real, como decía Lutero, o solo simbólica, como decía Zwinglio, en la hostia y el vino consagrados.
Continuará su pensamiento y obra Heinrich Bullinger, quien en 1566 redactará la “Segunda confesión helvética”, que aúna a calvinistas y seguidores de Zwinglio, lo que convertirá a este y a su doctrina en básica para el desarrollo posterior del calvinismo. En materia teológica, se basa en la consideración del pecado como una enfermedad y declara el valor único y universal de la Biblia, rechazando todo aquello que no contiene. Así, salvo el bautismo y la eucaristía, considera que no los sacramentos no tienen validez, y que las imágenes, ceremoniales y demás actos del ritual católico deben ser abolidos, pues hacen primar la emoción sobre la reflexión. La palabra y la voluntad de Dios solo se han de transmitir al pueblo mediante la predicación, por lo que esta es la base sobre la que asienta el culto. La salvación del hombre está asegurada mediante el sacrificio original de Cristo en la cruz.
4. Los Anabautistas.
a. El Origen.
Una de las más tristes historias del protestantismo, sin duda la interpretaron los seguidores de Zwinglio y los “anabautistas”. Ellos tienen su origen en seguidores de la reforma de Ulrico Zwinglio en Zürich y en 1523 comienzan a tomar forma el anabautismo bajo la dirección de Conrado Grebel y Félix Manz, entre otros. Las ideas de estos cristianos llegaron al sur de Alemania por el trabajo de Baltasar Hubmaier y Hans Denck y a Moravia por Jacobo Hutter. En el norte de Alemania y Holanda fueron organizados por Menno Simons, de quien sus enemigos tomaron el nombre y quedaron aceptados como “Menonitas”.
El nombre anabaptista o anabautista proviene del idioma griego y se refiere a “rebautizar” o “bautizar de nuevo”. Dicho nombre les fue impuesto a los Anabapistas por sus calumniadores, pues estos consideraron inválido el bautismo infantil. Los anabaptistas abogan por el bautismo de creyentes[24], adultos, pues por una parte consideran que los niños son salvos[25] y por otra parte consideran al bautismo como símbolo de fe, la cual no manifiesta un bebé.
Como anabaptistas fueron denominados los cristianos que después del siglo IV se opusieron a la imposición del bautismo de niños e inclusive el Código de Justiniano estableció la pena de muerte contra ellos, la cual se aplicó en variadas ocasiones durante la Edad Media y luego en la época de la Reforma protestante, cuando en la Dieta de Espira, en 1529, católicos y protestantes se pusieron de acuerdo en perseguir a los anabaptistas.
Los actuales anabaptistas surgieron como vertiente del cristianismo de la Reforma en el siglo XVI, en Suiza, Austria, Alemania y Holanda.
En esa época había distintas expresiones del anabaptismo:
1) Una revolucionaria, originada en la predicación y bautismos de adultos realizados por el tejedor Nicolás Storch y sus compañeros Tomás Dreshel y Marcos Stübner; tuvo como defensor absoluto y destacado a Thomas Müntzer, que participó en la lucha de los campesinos contra los terratenientes feudales.
2) Otra extremista, que protagonizó el levantamiento en la ciudad de Münster, encabezada por Jan Matthys y Juan de Leiden y propiciada por la predicación de Melchior Hofman.
3) La unitaria, representada por la personalidad de Miguel Servet; por los seguidores de Simón Budny y Gregorio Paulo en Polonia; Ferenc Dávid y las iglesias unitarias de Hungría y Transilvania.
4) La pacifista trinitaria, que surgió primero en 1525 en Zürich, bajo el liderazgo de Conrad Grebel en oposición a Zwinglio, se extendió luego a Austria, Alemania, Holanda y Polonia, donde otros líderes como Michael Sattler, Pilgram Marbeck, Baltasar Hubmaier, Hans Denk, Jacob Hutter, Ulrich Stadler, Dirck Philips y Menno Simons lograron consolidar pequeñas iglesias siempre sometidas a intensa persecución, tanto por católicos, como por protestantes y anglicanos.
Aparte de compartir las principales doctrinas de la Reforma como la definición de la Biblia como única regla infalible de fe, inspirada indudablemente por el Espíritu Santo; la aceptación de Jesucristo como único mediador; el sacerdocio de todos los creyentes y la presencia del Espíritu Santo y sus dones en cada cristiano; y el rechazo de la creencia en la transubstanciación durante la misa y de esta como sacrificio; defienden la idea de que los cristianos convencidos, bautizados, deben vivir libres de la esclavitud del mundo, amar a los enemigos y abstenerse de toda violencia, solidarizarse materialmente con los pobres, sin apelar a las relaciones con el Estado para conseguir beneficios. Insisten en la importancia de la comunidad de fe para la oración, la mutua corrección fraterna, mutua ayuda material, ser una comunidad establecida voluntariamente y el Cuerpo de Cristo que se celebra en la Eucaristía.
Rechazan enérgicamente las persecuciones y guerras religiosas y consideran un crimen la ejecución de cualquier persona por sus creencias. Su norma fue y sigue siendo: “Libertad religiosa para todos los hombres para vivir la fe de su elección o ninguna”.
La investigación sobre los orígenes de los anabaptistas se ha viciado tanto por los intentos de sus enemigos a la calumnia y los intentos de sus amigos para que ellos se reivindiquen. Se encerró al movimiento a pensar que todos los anabaptistas son Munsterites o radicales relacionados con la Zwickau Profetas, Jan Matthys, John of Leiden, Bockelson van Leiden, Jan de Leyden, y Thomas Müntzer. Aquellos que desean corregir este error tiende a sobre corregir y negar todas las conexiones entre los ellos.
Aunque hay un gran número de teorías que se refiere a los orígenes, las tres principales ideas que son:
1) El movimiento se inició en una sola expresión en Zürich para propagarse desde allí.
2) El movimiento se inició a través de varios movimientos independientes.
3) El movimiento es una continuación del cristianismo del Nuevo Testamento.
Nosotros seguiremos en este curso la primera tesis, con lo que diremos que en noviembre de 1521, se incorporó al grupo seguidor de las enseñanzas de Zwinglio un joven erudito trotamundos llamado Conrad Grebel, cuyo padre era miembro del gran concilio de la ciudad de Zürich. Esta nueva asociación proporcionó a Grebel la oportunidad de continuar sus estudios de la lengua y la literatura griega que habla iniciado pocos años antes en París.
Caracterizaba a los jóvenes humanistas el deseo de aprender y la admiración hacia Erasmo. Conociendo esto, pronto les introdujo Zwinglio al Nuevo Testamento griego. En 1522 también ellos se habían convertido ya en celosos reformadores, particularmente Grebel. Pero menos de tres años después sus convicciones les habían conducido más allá de Zwinglio. El público rompimiento entre Zwinglio y sus antiguos discípulos se dio finalmente en el funesto debate de enero de 1525. El Concilio proclamó vencedor a Zwinglio y denunció a los radicales. Las alternativas eran completamente claras. El pequeño grupo tendría que, o bien someterse, o abandonar Zürich, o hacer frente a la prisión. Escogió lo último.
Unos cuantos días más tarde, el 21 de enero de 1525, cerca de una docena de hombres caminaba trabajosamente por la nieve. Callada, pero resueltamente, solos o por parejas, llegaron de noche a la casa de Felix Manz, cerca de Grossmunster, la gran catedral. Lo áspero del viento invernal que soplaba desde el lago no se igualaba a lo rudo del desengaño que sobrecogía al pequeño grupo esa noche nefasta.
Sucedió que estaban juntos hasta sentir ansiedad, de tal manera tenían oprimidos los corazones. Comenzaron a doblar sus rodillas ante el Dios Altísimo denominándole el Conocedor de los Corazones y oraban pidiendo que les mostrase su divina voluntad y les diera de su misericordia. La carne y la sangre no les guia, puesto que bien sabían ellos que tendrían que sufrir las consecuencias.
Después de la oración se levantó George y pidió a Conrad Grebel que, por amor a Dios, le bautizase con el verdadero bautismo cristiano, sobre la base de su fe y de su conocimiento. Y arrodillándose con tal solicitud y deseo, le bautizó Conrad, puesto que en aquel entonces no había ministro ordenado todavía para realizar tal labor.
Después del bautismo de manos de Grebel, Blaurock procedió a bautizar a todos los presentes. Entonces, los recién bautizados se comprometieron a ser verdaderos discípulos de Cristo para vivir vidas separadas del mundo, enseñar el Evangelio y conservar la fe.
Había nacido el anabautismo. Con este primer bautismo se constituyó la primera iglesia de los hermanos suizos. Está claro que fue ésta la acción más revolucionaria de la Reforma. Ningún otro suceso simbolizó tan completamente el rompimiento con Roma. Aquí, y por primera vez durante la Reforma, un grupo de cristianos se atrevió a formar una iglesia según se pensaba que era el modelo del Nuevo Testamento. Los hermanos acentuaban la absoluta necesidad de una entrega personal a Cristo como algo esencial para la salvación y prerequisito del bautismo.
La iniciación de la práctica del bautismo de creyentes no era algo inconsciente. A pesar del carácter revolucionario que podría haber amedrentado los corazones de los congregados en aquella noche de Enero, no era una decisión momentánea. Por el contrario, era la culminación de una ardiente búsqueda en las Escrituras y una correspondiente insatisfacción con Zwinglio y con su programa de reforma sostenido por el Estado.
Ya en Diciembre de 1523 existe evidencia de que la insatisfacción había progresado entre algunos de los más cercanos seguidores de Zwinglio. No hay posibilidad de error en el tono de la carta que escribió Conrad Grebel el 18 de Diciembre. Iba dirigida a su cuñado Vadian, también su primer maestro, y pastor de la iglesia reformada de Saint Gall. Entre otras cosas, afirmaba que había perdido la confianza en Zwinglio y que auguraba un futuro sombrío para la Reforma en Zürich. En un debate celebrado en Octubre se había opuesto a la apelación hecha por Zwinglio al Concilio para convenir cuestiones concernientes a la misa y a las imágenes. Evidentemente, esto le habla colocado en mala posición en los ojos de Zwinglio. Escribía a Vadian si podía creer en una persona que estaba bajo sospecha como él. Cinco días después de la carta de Grebel, el 23 de Diciembre, Simon Stumpf fue desterrado de Zürich. Junto con Grebel, había tenido parte activa en la discusión de Octubre y había continuado la agitación contra la misa.
En dos meses las relaciones entre Zwinglio y Grebel se habían deteriorado rápidamente. Sin embargo, no es difícil descubrir la causa. Parece ser que Grebel y Stumpf mantuvieron una postura más avanzada que Zwinglio en el debate de Octubre. Según lo registrado, Zwinglio estaba de acuerdo en que era la Palabra de Dios y no el Concilio de Zürich la que debía determinar la índole de la misa y el uso de las imágenes. Pero después de la discusión parece ser que Zwinglio se habla sometido a la decisión del Concilio. No estaba dispuesto a alterar la observación de la Cena del Señor ajustándola a las Escrituras y a sus primeras promesas. Este fue el punto de fricción entre él y Grebel.
El primer día del debate, el 26 de Octubre, se discutió y denunció claramente por todos los participantes el uso de las imágenes. En el segundo día se describió repetidamente a la misa como abominación ante Dios. En esta coyuntura de la controversia Grebel, Stumpf y posiblemente otros, habían esperado de Zwinglio algunas instrucciones explícitas al Concilio para la abolición de la misa. Previo al debate, Zwinglio y sus jóvenes discípulos hablan llegado en apariencia a un acuerdo para seguir exclusivamente a la Biblia en un programa de reforma. A lo largo del debate de Octubre, el común clamor de los predicadores había sido la Palabra de Dios. Indudablemente, Zwinglio y sus seguidores habían osado esperar que la controversia preparara el camino para transformar la misa en una observación de la Cena del Señor. Pero al cerrarse el debate sobre la misa no se había seguido ninguna de las instrucciones pedidas para abolirla.
Ya había anunciado el burgomaestre que la discusión del próximo día, programada para considerar más extensamente la misa, versaría sobre el purgatorio. Entonces se levantó Grebel para pedir que no se debatiera este asunto hasta que no se hubieran discutido otros abusos de la misa y se dieran instrucciones tendientes a su abolición. A esta sugerencia replicó Zwinglio: “Mis señores decidirán cualquier regulación que tenga que ser adoptada en el futuro concerniente a la misa”. Esta inesperada y brusca declaración de Zwinglio provocó la siguiente exclamación de Simon Stumpf: “Maestro UIrico, no tienes derecho a dejar la decisión de esta materia en manos de mis señores, porque la decisión ya ha sido tomada, es el Espíritu de Dios quien decide”.
Inmediatamente Zwinglio habló de la diferencia entre la verdad determinada por el estudio de las Escrituras y la fijada por el Concilio. Stumpf se levantó para indicar que no era prerrogativa del Concilio prescribir lo que estaba tan claramente expresado en el Nuevo Testamento. Dijo: “Si mis señores adoptan y deciden cosa contraria a la decisión de Dios, demandaré al Espíritu de Cristo y predicaré y actuaré contra ello”.
En seguida respondió Zwinglio a la declaración de Stumpf con una retumbante afirmación: “También yo predicaré y actuaré contra aquello si deciden de otra manera. No estoy poniendo la resolución en sus manos. Ellos no están por encima de la Palabra de Dios, y no digo esto solamente para ellos sino para todo el mundo”. Luego, Zwinglio diferenció una vez más las diversas funciones del debate y la instrumentación de sus juicios por el Concilio.
Aparentemente, las manifestadas intenciones de Zwinglio satisficieron a Grebel aunque es obvio que no a Stumpf. Al menos Grebel nada dijo en contra en aquella ocasión. Nada escribió revelando el creciente distanciamiento entre él y Zwinglio hasta la carta que envió a su cuñado Vadian en Diciembre, dos meses más tarde. Según Grebel, Zwinglio había abandonado su confesada postura de no comprometerse con nadie allí donde hablara la Palabra de Dios. Pero ahora se habla doblegado abiertamente a la voluntad del Concilio y dejado sus planes de abolir la misa, que había anunciado previamente, en la Navidad de 1523. Volviendo a la controversia de Octubre, Grebel señaló a esta ocasión como la histórica división entre él y Zwinglio. Los sucesos del debate fueron revividos con la publicación de los detalles alrededor del 8 de Diciembre. Dos días más tarde, nuevas erupciones contra la misa y las imágenes afirmaron el popular descontento con la lentitud de la reforma zwingliana.
Pero estas demostraciones no tuvieron los efectos deseados. El 19 de Diciembre Zwinglio había capitulado completamente a las opiniones y a la autoridad del Concilio. Para Grebel, Zwinglio sostenía una postura imposible. A los ojos de los hermanos, Zwinglio había comprometido la verdad revelada por deferencia a la constituida autoridad política. Había sido sacrificada la autoridad de la Palabra de Dios sobre el altar de la conveniencia humana. Los hermanos se sentían traicionados.
Harold Bender detecta en el rompimiento entre Zwinglio y sus jóvenes críticos el comienzo del movimiento de la iglesia libre. La decisión de Conrad Grebel de no aceptar la jurisdicción del Concilio de Zürich sobre la iglesia de Zürich es uno de los grandes momentos de la historia, porque a pesar de su indecisión, señalaba el principio del moderno movimiento de la “iglesia libre”.
El año siguiente fue de gran importancia para el incipiente movimiento anabautista. Grebel se constituyó dirigente e interlocutor del grupo de jóvenes radicales que incluía a Simon Stumpf y Felix Manz. Al finalizar el año el número ascendía a siete personas. Stumpf, Manz y Grebel intentaron muchas veces presentar a Zwinglio y a Leo Jud un programa de reforma más bíblico, pero no tuvieron éxito. Habiendo fracasado en su última tentativa de ganar a los reformadores zuriqueses a su causa, los radicales comenzaron a reunirse calladamente en las casas de los amigos simpatizantes. Uno de los sitios favoritos de reunión era la casa de Felix Manz, enclavada en una calle llamada Neustadt. Los estudios bíblicos incluían exposiciones que se encargaban de dar Manz y Hottinger. La correspondencia con Lutero, Muntzer, Carlstadt y otros, así como la distribución de los folletos de Carlstadt, consumieron tiempo y energía de los últimos meses de 1524.
Dentro del movimiento pronto progresó la seria cuestión de la validez del bautismo infantil. Parece ser que el primero de los hermanos suizos que predicó en contra del bautismo infantil fue Wilhelm Reublin, pastor de Wytikon, pueblecito vecino a Zürich. Dentro de aquel mismo año, tres padres de Zollikon, con la aprobación de un anciano sacerdote, Johannes Brotli, rehusaron bautizar a sus hijos. La represalia no se hizo esperar. Reublin fue hecho prisionero en Agosto y no mucho después se vio forzado a abandonar Zürich. Sin duda fue la insistencia de Reublin, Brotli, Grebel y otros, sobre el bautismo de creyentes, lo que precipitó la crisis que condujo a la controversia de enero de 1525.
A pesar de que en Zürich no se inició el bautismo de creyentes solo hasta Enero de 1525, como año y medio antes ya habla oído algo Grebel acerca de las exigencias de algunos de no bautizar a los niños. Mas no se estimuló hasta que Reublin y otros se sublevaron. Pero una vez sublevado se entregó completamente a la causa. Su postura primitiva le habla llevado inevitablemente a este sendero. Además, sabía muy bien que Zwinglio había predicado en ocasiones contra el bautismo infantil, como asimismo lo atestiguaban algunos de sus contemporáneos.
Además de Zwinglio, Eocolampadius, Jud, Grossman y otros habían expresado sus dudas acerca de la validez del bautismo infantil. Y desde luego estaba fuera de duda que los profetas de Zwickau habían debatido ya, en 1521, lo bíblico de la práctica. La diferencia en estas tempranas dudas y protestas contra el bautismo infantil radica en que solo los hermanos suizos fueron más allá, yendo de la oposición contra el bautismo de los niños a la práctica del bautismo de creyentes. Este hecho les sitúa por tanto aparte de los grupos contemporáneos que se confunden frecuentemente con los anabautistas. Con el nacimiento del anabautismo pues, un nuevo y dinámico movimiento encontró expresión en Europa.
El descuido al distinguir entre anabautistas, inspiracionistas y racionalistas ha conducido a una grave falta de comprensión de la entera Reforma Radical. El anabautismo tenía mucho en común con los otros dos grupos, pero eso no quiere decir que no hubiera profundas e irreconciliables diferencias. Los tres grupos componían lo que se llamaba “Reforma Radical”. Los tres eran antipaidobautistas. Pero a partir de aquí cesa toda similitud.
Una de las mayores líneas de demarcación que diferencia al uno de los otros grupos de los radicales es la actitud respecto a la autoridad para la vida del cristiano. Para los anabautistas, la autoridad era el Nuevo Testamento. Como ha demostrado Bender, eran biblicistas. Cada confesión de fe anabautista, desde Hubmaier hasta Ries, abunda en referencias bíblicas. La base de la autoridad es la misma que para Lutero, Zwinglio y Calvino, es decir, la Biblia.
Para los inspiracionistas en cambio, el Espíritu tiene preferencia sobre la Biblia. De esta forma, la inmediata iluminación por el Espíritu se transformó en la norma del programa reformador de los inspiracionistas. Los profetas de Zwickau, Nicolaus Storch y Thomas Muntzer pretendieron poseer revelación especial, al igual que más tarde hicieron los inspiracionistas. En principio, los inspiracionistas no estaban interesados en la iglesia visible. Como a los anabautistas, también a ellos les resultaba antipática la reforma realizada mediante la autoridad civil o por el Papa. Sin embargo, no participaban del punto de vista anabautista en el hincapié sobre la restauración del bautismo de creyentes practicado por la Iglesia del Nuevo Testamento.
Como indica el término, los racionalistas por su parte pusieron el acento sobre la interpretación de las Escrituras a través de la razón. La mayor parte de los racionalistas eran antitrinitarios. Pero eran antitrinitarios porque eran racionalistas y no al contrario. Por eso la razón y no la Escritura o la revelación especial fue para ellos la fuente de la autoridad última. Dirigentes tan dispares como Miguel Servet, Juan de Valdés, Sebastian Castellio, George Biandrata y Faustus Socinus, tienen que ser incluidos en esta categoría. Algunos permanecieron dentro de la iglesia católica y otros intentaron una restauración de lo que ellos consideraban que era el cristianismo del Nuevo Testamento en iglesias separadas. Todos ellos eran mucho más evangélicos de como se les ha presentado.
Que se esbozan las grandes diferencias que existían entre los anabautistas, los inspiracionistas y los racionalistas no quiere decir que no hubiera una integración de los diversos tipos de radicales, ni tampoco que algunas personas no gravitaran incluso de uno a otro grupo. Ambos fenómenos eran ciertos. En Polonia existía una estrecha y mutua relación efectiva de los socinianos y anabautistas. En Munster no se distinguía el inspiracionismo puro, a pesar de que predominaba este elemento, ni tampoco era reconocible el anabautismo. Ambos estaban presentes.
Es indudable que los anabautistas tenían mucho en común con los hermanos bohemios, los valdenses, los místicos medievales y otros grupos evangélicos, antipapales, de origen medieval. Históricamente, sin embargo, la conexión es vaga. Lo que si es mucho más evidente es la influencia de las Escrituras sobre aquellos que fueron llamados anabautistas. Parece ser que las Escrituras fueron más importantes para señalar el origen de los anabautistas que los valdenses, los humanistas evangélicos o los franciscanos espirituales, todos juntos o por separado. El testimonio que estos dejaron, al menos, constituye un capitulo indeleble en el comentario de la historia sobre las Escrituras.
No siempre la cosecha que recogían los anabautistas era proporcional a la semilla sembrada. Al igual que en la Iglesia primitiva, la persecución acompañaba hasta la muerte al testigo anabautista. La tenebrosidad de la época puede ser una de las explicaciones del por qué del tratamiento que recibieron los anabautistas de los católicos, luteranos y reformados. El siglo dieciséis fue oscuro a causa de los siglos anteriores. La civilización se había olvidado cada vez más del sufrimiento humano y del valor del individuo. La piedad se evaluaba de acuerdo con la suma de los actos externos. La señal de la época era la hipocresía. En la oscuridad, los anabautistas brillaban como muchos meteoros en la noche.
En las áreas católicas y protestante se consideraban como indivisibles a la iglesia y al Estado. Cualquier variación de las iglesias establecidas era vista como crimen de traición. Se trataban como penas de traición, sin discriminar entre ellos, al rebautismo, la sedición, la anarquía, la blasfemia, el sacrilegio y la hipocresía. Con frecuencia no había el más leve signo de justicia en el tratamiento del acusado. Y la acusación de anabautismo equivalía a la condena. La muerte seguía normalmente a la prisión y a la tortura. Para exterminar al odiado movimiento se usaba generalmente el ahogo por agua, la espada y la estaca.
El predicador Eberli Bolt fue el primer anabautista que murió a causa de su fe, el cual fue quemado por las autoridades católicas de Schyz, Suiza, el 29 de mayo de 1525. Con la muerte de Bolt principió un período de martirio para los anabautistas que continuó, con más o menos intensidad, durante tres siglos o más. Nunca se sabrá totalmente el número de los ejecutados. En algunos países no se conservaron los registros y en otros son incompletos. Sin embargo, existe abundante material procedente de los diversos juicios, de los relatos de los testigos y de los mismos anabautistas.
b. Conrad Grebel.
Poco más de un año después de haber instituido el bautismo de creyentes entre los hermanos suizos, murió Conrad Grebel. En realidad, su ministerio como predicador anabautista no sobrepasó el año y ocho meses. A pesar de los largos períodos de prisión y de su pobre salud, hay que considerar el breve ministerio de Grebel como poco menos que formidable. El erudito humanista trotamundos se había transformado en un llameante evangelista, y se hallaba poseído de un celo que no conoció el descanso hasta su muerte. Nunca había estado Grebel tan inquieto.
Conrad era uno de los dos hijos varones de los seis que les nacieron a Jacob y Dorothea Fries Grebel. Los Grebel constituían una prominente y saludable familia suiza. Junker Jacob Grebel era magistrado de Gruningen, al este de Zürich, durante la infancia de Conrad. Más tarde fue miembro del Concilio de Zürich. A esta circunstancia debió Conrad su aventajada educación.
Después de asistir durante seis años a la escuela latina de Zürich, Conrad fue uno de los ochenta y un estudiantes de la Universidad de Basilea durante el invierno de 1514. En Basilea vivía bajo la dirección de un avanzado erudito humanista de aquella laciudad, Heinrich Loriti, más conocido con el nombre de Glarean. Fue aquí que el apetito intelectual de Grebel fue estimulado por su primer contacto con el pensamiento humanista. El humanismo de Basilea no era la pagana licencia italiana con su exagerado culto de la forma en la literatura y en el arte. Era más bien un tipo de humanismo erasmiano. El humanismo evangélico de Erasmo encontró en Glarean a un campeón. A pesar de ser en ocasiones rudo y vanidoso, Glarean infundía a sus estudiantes mediante la erudición que poseía altas metas morales y el discipulado de Cristo en vez del de Catullus o Porphyry.
Se desconoce la razón por la que Conrad acompañó al año siguiente a la Universidad de Viena a tres jóvenes zuriqueses. En Viena ya era muy conocido el humanista suizo Joachim von Watt o Vadian de Siant Gall. Quizás fuera por eso por lo que Grebel y los otros se dirigieron a Viena. En la Universidad de la capital austriaca Grebel abandonó la influencia de Glarean, debido más que nada al aprecio personal que sentía por Vadian. Se nota ésto en una carta a Zwinglio escrita el 8 de setiembre de 1517: “Supongo que querrás saber cómo me va. Vadian, a quien tengo como maestro, es un hombre merecedor de todos los honores; me quiere como a un hermano y yo le quiero también, le aprecio y le respeto como al más consagrado padre”.
Este fue el comienzo de una larga amistad cuya evidencia se preserva en cincuenta y siete extensas cartas de Grebel a Vadian. Durante tres años Grebel estuvo asociado a Vadian en Viena. Hablaba de otros maestros con mucho cariño; pero Vadian excedía a todos los demás. Vadian se casó con una hermana de Grebel en 1519.
El curriculum base en todas las universidades medievales consistía en el Trivium y en el Quadrivium para alcanzar el grado de bachiller. Sin embargo, el interés de Grebel no coincidía con dicho curriculum. Le gustaban los clásicos latinos y le intrigaba en particular la nueva geografía. El humanismo de moda en Viena pertenecía a la variedad italiana con escaso acento en el renacimiento del cristianismo y nada en absoluto en cuanto a moral. Grebel estudió tres años en la Universidad de Viena pero no recibió título alguno. Sin embargo, durante ese tiempo se absorbió en el humanismo de la Italia renacentista.
La misma Viena era una ciudad hermosa, pero inmoral. La presencia de los cinco mil estudiantes de la Universidad no contribuyó a mejorar la situación moral. Eran escandalosas las borracheras de los estudiantes, frecuentes las riñas, y común la promiscuidad sexual. Precisamente dos de las actividades extras de Grebel, aparte de los estudios, eran las peleas y las mujeres. De una disputa habla salido dolorosamente herido en una mano. A sus relaciones inmorales con mujeres atribuía después una enfermedad que tuvo que sufrir el resto de sus días. ”Merecido lo tengo”, escribía, “por haber estado tantas veces con mujeres”. Intelectualmente, pues, Viena constituyó una experiencia estimulante para Grebel, pero espiritual y moralmente fue empobrecedora. No es sorprendente entonces que saliera de Viena sin haber conseguido ningún título.
El 30 de setiembre de 1518 encontramos a Grebel camino de París en compañía de otros dos estudiantes. El chasco que se había llevado al no permitírsele volver a Viena fue en parte mitigado por la reanudación de los estudios con Glarean, su amigo y maestro en los días de Basilea. Con este propósito le había preparado su padre una pensión pecuniaria más que suficiente, con el fin de financiar sus estudios en París. Grebel, por tanto, se dirigía a París para intentar por última vez un formal estudio universitario.
Cualquier ilusión, de las muchas que se hizo Grebel al pensar en estudiar de nuevo con su antiguo maestro, duró poco tiempo. Glarean no había cambiado, pero sí Grebel. Sus escapadas fueron tan frecuentes que en menos de tres meses se vio despedido. Las riñas internacionales eran la más popular diversión en la que intervenían los estudiantes de la universidad. Las cosas, pues, iban de mal en peor. Grebel se vio envuelto en una pelea que causó la muerte de dos franceses. Como consecuencia, tuvo que sufrir las severas reprimendas y censuras de su padre, así como de sus amigos Vadian y Myconius.
Grebel tenía también otros problemas, uno de ellos era su salud. A veces se encontraba tan enfermo a causa de su “antiguo problema” que se desesperaba. Al estado de la enfermedad había que añadir el de la ansiedad. Asimismo, la Sorbona era cualquier cosa menos una comunidad de eruditos. Valentín Tschudi, en una carta a Zwinglio, calificaba a los profesores de “bárbaros”, “bestias salvajes vacías de naturaleza humana” y “los más estúpidos de todos los hombres”.
Los veinte meses que estuvo Grebel en París fueron vanos. Su padre le había acortado la pensión dejándosela en dos tercios. Debido a esto y a sus deseos indisciplinados, pronto se encontró sin un franco. Los pretextos que esgrimía para pedir dinero no recibían más que censura. Finalmente, llegó un enviado con un ultimátum de su padre amenazándole a volver a casa. Un día de julio de 1520 volvía por fin el pródigo a la casa del padre.
Después de un año y ocho meses que parecían haber aumentado únicamente la frustración y el desespero de Grebel, solo había perfeccionado el dominio de las lenguas. En París había principiado a estudiar el griego y probablemente el hebreo. Hay evidencias de que asistió a las clases de los más destacados profesores de la universidad. Sin embargo, no se sabe por qué nunca se matriculó. Quizás es que no lo intentó jamás. Pero en realidad fue un joven humanista sobresaliente que no habla empezado a saber todavía de Cristo y que regresó a la patria en un caluroso día de julio de 1520.
Los dos años siguientes fueron los más significativos de la vida de Grebel. Durante meses, sin embargo, no hizo nada. Mientras decidía si iba a Pisa debido a la insistencia de un legado papal o volver a Basilea con la intención de estudiar más, pasó horas angustiosas. Volvió a Basilea, pero no por mucho tiempo. A las diez semanas estaba otra vez en su casa, habiendo encontrado en la erudición de Zwinglio y otros de la misma mentalidad, tales como Simon Stumpf y George Binder, aquello que había esperado hallar en Viena, Paris o Basilea.
Bajo la dirección de Zwinglio, Grebel y otros empezaron a estudiar a los Clásicos griegos. En noviembre de 1521 ya leían a Platón Por esa fecha dos antiguos amigos de Grebel, Valentin Tschudi y J. J. Animann, se incorporaron al grupo. Al principio su interés no era primariamente religioso sino cultural. No obstante, estudiaban juntos los lenguajes bíblicos, o sea, el griego y el hebreo. Este era el sistema que utilizaba Zwinglio para atraerse a jóvenes capaces para formar la base de su programa de reforma.
Estas reuniones se convirtieron en “reuniones de profecía”, en las cuales uno de los componentes del grupo traía un sermón expositivo y un pasaje seleccionado de las Escrituras. Estas fueron estudiadas primeramente en la Vulgata, luego en un lenguaje bíblico apropiado. Después de traducir el pasaje en alemán clásico, uno de los discípulos de Zwinglio predicaba entonces sobre el texto en suizo alemán.
El año 1522 fue un año de crisis para Grebel. En febrero del año anterior todavía era un joven frustrado en todos los sentidos. Temporalmente al menos, fue un hombre feliz con el amor de una joven a la que él llamaba su “mundo entero”. Escribiendo desde Basilea a su cuñado Vadian decía: “Al fin ha sido capturado el corazón de vuestro pobre Grebel, por eso si me amáis alegráos conmigo”. Había ido a Basilea buscando trabajo de impresor y esta fue una más de la larga serie de decepcionantes experiencias. Las finanzas que él había esperado conseguir para fundar un hogar resultaban insuficientes para sus planes y su escasa salud. Después de dos meses ya estaba de vuelta en Zürich, decidido a no salir nunca más de allí. A pesar de las menguadas finanzas y de la desaprobación de sus padres, el matrimonio no podía esperar. Así aprovechando la ausencia de su padre, Conrad se unió en matrimonio con su “Holokosme” el 6 de febrero de 1522, oficiando la ceremonia Heinriéh Enart, sacerdote de la parroquia de Fraumunster.
El matrimonio tuvo sus problemas. La novia procedía de una clase social más baja que la de Grebel. Y por esta y otras razones los padres de él rechazaron la reconciliación con este nuevo estado de cosas. La madre de Conrad lloraba incesantemente. La tensión crecía. “Contra mí ella es impía y contra mi mujer se enfurece”, confesaba a Vadian en una carta meses más tarde. La situación se hizo aún más explosiva al incrementarse las deudas. Parecía que el matrimonio, en lugar de resolver sus problemas, había añadido muchos más.
Lo que no había logrado el matrimonio, lo consiguió la conversión. No se conocen los detalles de esta experiencia de Grebel, pero no existen dudas de lo que sucedió. La vida posterior de Grebel señala con irresistible certeza a una transformación interior. En sus cartas no se aludía ya a los griegos paganos ni a los dioses romanos. En su lugar abundaban las referencias a Cristo, a la Palabra de Dios y a las amonestaciones bíblicas. La florida eloquencia del humanista fue sustituida por un estilo cuyas características eran simplicidad, propósito e integridad. No le desaparecieron los problemas, pero ahora estaba por encima de ellos. A sus hijos les puso nombres bíblicos. En julio de 1522 defendió públicamente el Evangelio e incluso llegó a manifestar el deseo de llegar a ser un ministro de él; eso quiere decir que se había convertido antes de esa fecha. El débil y vacilante joven humanista se había transformado en un discípulo de la cruz. La Palabra de Dios fue desde entonces su hoja de ruta.
La predicación y la enseñanza de Zwinglio eran efectivas. Pronto se clasificaron como reformadores los nombres de Heinrich Engelhart, Simon Stumpf y Felix Manz, así como Grebel. Pero su lealtad a la Palabra de Dios tuvo preferencia sobre su lealtad a Ulrico Zwinglio. A este le debían mucho, pero más a la Biblia. No hubo fricción entre estas dos lealtades hasta el final del año 1523.
No fue Grebel el primero en romper con Zwinglio, como tampoco lo fue en poner en duda el bautismo infantil en el área de Zollikon Zürich. Pero en 1524 se vio claramente que Zwinglio y él seguían caminos opuestos. Fue Grebel el primero que inició el bautismo de creyentes en aquella histórica noche de enero de 1525. Así, junto con Blaurock y Manz, Conrad Grebel se transformo en uno de los campeones de la Reforma anabautista.
Solo un año y ocho meses le fueron concedidos a Grebel como predicador anabautista. A pesar de sus numerosos encarcelamientos y su creciente mala salud, los resultados de esos últimos veinte meses fueron poco menos que fenomenales.
En febrero de aquel 1525 encontramos a Grebel y Manz yendo de casa en casa testificando, bautizando y dando la Cena del Señor de acuerdo con el nuevo orden de los Hermanos Suizos. En ese mismo mes Grebel bautizó a Gabriel Giger, de Saint Gall, en la casa de Felix Manz. Probablemente, también bautizó a Anna Manz. Uno de los días de ese mes de febrero bautizó por inmersión en el río Rin a Wolfgang Ulimann, un exfraile, cerca de Scheuffhausen, Suiza. Antes de bautizarse, Ulimann había asimilado las convicciones anabautistas que le condujeron a solicitar el bautismo de manos de Grebel, aunque no un bautismo de pila. Kessler relata el suceso diciendo que bajaron resueltamente al río Rin donde Grebel “sumergió a Ulimann bajo las aguas del río cubriéndole éstas totalmente”.
Dos meses permanecieron en Schauffhausen intentando hacer progresar la causa de los hermanos entre los predicadores dirigentes de la ciudad. Wilhelm Reublin, Johannes Brotli y Grebel tuvieron aquí reuniones con bastante éxito. Grebel siguió trabajando en esta ciudad hasta que volvió a Zürich antes del 21 de marzo.
Entretanto, dos de los convertidos por Grebel, Ulimann y Giger incorporaron a su causa a Lorenz Hochrutiner, quien había sido expulsado de Zürich en 1523. Comenzaron a testificar en la ciudad y por los alrededores de Saint Gall con marcado éxito. Los fructíferos trabajos de Giger y en especial de Ulimann condujeron a Grebel a incorporárseles. Confiaba en ganar para su causa a su cuñado y amigo querido, Vadian. En Saint Gall predicó a una congregación responsable que estaba preparada por los celosos esfuerzos de Ulimann para recibir el mensaje anabautista. Día grande fue el 9 de abril de 1525, cuando Grebel bautizó a una abarrotada multitud en el río Sitter. Se ha dicho que los Hermanos bautizaron en Saint Gall durante los inicios del movimiento como a unas quinientas personas. De vuelta a Zürich, Grebel preparó con el favor de los Hermanos una campaña por medio de escritos. Primero escribió al concilio de la ciudad y luego a los hermanos y a Vadian, pero sus intentos resultaron vanos. Y Saint Gall, siguiendo el ejemplo de Zürich, tomó medidas para reprimir al incipiente movimiento.
Grebel tuvo que esconderse desde los últimos días de abril hasta junio. Temiendo que Zwinglio le encarcelara, extremó las precauciones en sus movimientos. Se mantenía en contacto con los Hermanos a través de la correspondencia, osando reunirse con ellos solo muy ocasionalmente. Durante su ocultamiento le asediaron sus dos antiguos enemigos, la pobreza y la enfermedad. Su pobreza llegó a tal extremo que tuvo que pensar incluso en vender su biblioteca. Después, y de forma completamente inesperada, volvió a encabezar el movimiento encontrancó imposible el estar inactivo por más tiempo.
Gruninger, el pueblo de la niñez de Grebel, se hallaba al este de Zürich. Allí habla estado su padre ocupando el puesto de magistrado durante doce años. Y en ese pueblo fue donde Grebel alcanzó su más victorio y el juicio más riguroso. Trabajó allí con extraordinario éxito desde el final de junio hasta su arresto el 8 de octubre de 1525. Durante la mayor parte de los cuatro meses, Grebel visitó casa por casa, testificando a individuos o predicando a pequeños grupos. Sus mensajes acentuaban la necesidad del arrepentimiento y de la fe, basados en la autoridad de las Escrituras. El punto de partida del orden establecido parecía ser siempre cumplir la ordenanza del bautismo. Los hermanos de Zollikon, Chur y Waldshut trabajaban juntos con frecuencia en un intenso esfuerzo de extender el anabautismo. El día 8 de octubre sucedió algo especial. Mientras que Grebel, Blaurock y Manz se preparaban para un culto en un lugar cercano, los dos primeros fueron arrestados por el magistrado Berger y encarcelados en el castillo de Gruningen. Tres semanas más tarde Manz, quien habla escapado de las garras de dicho magistrado el día 8, fue encarcelado en la misma prisión.
Después de estar confinados más de un mes, Grebel y Blaurock fueron conducidos finalmente a juicio y se les sentenció, junto con Manz, el 18 de noviembre de 1525 a prisión indefinida. Se les condenó “a causa de su anabautismo y de su indecorosa conducta, a estar en la torre a pan y agua; no se le permitía a nadie visitarles, con la excepción de sus guardianes”.
Los cargos contra los anabautistas eran extremadamente débiles. Sobre una evidencia más bien incierta, Zwinglio acusó a los Hermanos de sedición. En realidad las acusaciones se basaban en denuncias que hacían aparecer pervertida la enseñanza de los Hermanos. Por ejemplo, un tal doctor Hofmeister habla acusado a Felix Manz de negar la magistratura, cuando lo que había dicho el dirigente anabautista era esto: “Ningún cristiano podía ser magistrado, ni tampoco usar la espada para castigar o para matar a otro, porque no existe base bíblica para tales cosas”.
Los Hermanos rechazaban que ellos enseñasen a la comunidad de bienes como sistema de vida cristiana, pero insistían en que un cristiano tenía que ayudar a los necesitados. Manz y Grebel aseguraban que era un error bautizar a los niños, al mismo tiempo que afirmaban la convicción de que el bautismo de creyentes era el signo de membresía de la verdadera iglesia.
Muchos otros anabautistas fueron encarcelados. Durante el largo invierno, la torre de Zürich vibró con los cánticos y las oraciones de los indomables prisioneros. Grebel aprovechó el tiempo preparando un manuscrito sobre el bautismo de acuerdo con la promesa que hizo a sus seguidores de Gruningen. Uno de los testigos confirmó la declaración de Grebel antes de su encarcelamiento diciendo que “si le permitían imprimir su escrito, entonces estarla preparado para la controversia con su maestro Zwinglio; y que si ganaba Zwinglio, Conrad estaría dispuesto a ir a la hoguera, mientras que si era al revés y triunfaba Conrad, éste no exigirla que Zwinglio fuera a la hoquera”.
Después de cinco meses de cárcel, el intrépido Grebel pidió permiso para imprimir el manuscrito que escribió en la prisión. Esta exasperante audacia provocó una airada repulsa. La negativa a la solicitud de Grebel se produjo en un segundo juicio celebrado los días 5 y 6 de marzo de 1526. El día siguiente, y contra todos los esfuerzos de los defensores, se le sentenció a prisión perpetua. El mismo día se declaró el acto del bautismo como crimen merecedor de la pena de muerte. Pero la cadena perpetua duró poco. Catorce días después unos benefactores cuya identidad desconocemos ayudaron a escapar a los prisioneros.
Poco se sabe de las actividades de Grebel durante los meses que siguieron a su huída. No obstante, conocemos con certeza que al fin consiguió imprimir el manuscrito sobre el bautismo. Se fecha en 1527 la primera vez que vio Zwinglio una copia de este manuscrito. Fue una de las últimas obras de Grebel.
Poco después de esto se desvanece para nosotros la figura de Grebel, renaciendo a ráfagas en Appenzell y Graubunden junto con Felix Manz. Le vemos después solo yendo hacia Maienfíeld, en la Oberland, donde murió a consecuencia de la peste. Grebel, nunca fue físicamente fuerte, fue una víctima más de la peste, muriendo en el verano de 1526, probablemente en Agosto. Un año y ocho meses, o menos, comprenden todo el ministerio de Conrad Grebel como predicador anabautista.
Unos pocos sermones, numerosas cartas, un panfleto, unos cuantos bautismos, mucha cárcel, mucha pobreza, incomprensión en su casa y deshonra en el cantón nativo, jalonan la trágicamente breve trayectoria del gran reformador. Pero su vida continúa todavía influyendo en el movimiento del cual fue él parte fundamental.
c. Felix Manz.
Si Grebel era el “caudillo de los anabautistas” según sostenía Zwinglio, Manz era el “Apolo”' y Blaurock el “Hércules”. Siguiendo a Grebel en importancia en el reciente movimiento anabautista, Manz le sobrepasó sin embargo en elocuencia y popularidad. Manz fue el primer mártir anabautista que murió a manos de los protestantes y el primero en morir en Zürich.
Felix Manz nació en Zürich, probablemente en 1498. Como Erasmo, Leo Jud y Heinrich Bullinger, también Manz era hijo ilegítimo de un sacerdote católico. Es evidente que Manz disfrutó de la aventajada educación de las clases privilegiadas, siendo experto en latín, griego y hebreo. Pronto fue reconocido como una autoridad en el hebreo. En 1522 se incorporó al grupo de los jóvenes eruditos griegos que estudiaban entusiastamente el Nuevo Testamento con Zwinglio. Más tarde lo mismo que a Grebel, se le contó entre los convertidos de Zwinglio.
No obstante, posiblemente en el verano de 1523 y con toda seguridad después del debate de octubre de ese mismo año, Manz se sentía insatisfecho con el programa reformador de Zwinglio. Su descontento aumentó más el año siguiente. Zwinglio refería dos años después, que Manz, Grebel y Stumpf le habían presentado por separado un variado programa de reforma. Está claro que a Manz se le contó entre los dirigentes del partido de la oposición desde el primer momento. Su nombre figura junto al de Castelberger en la carta de Grebel a Thomas Muntzer el día 5 de setiembre de 1524. Algún tiempo antes la pequeña partida de esforzados cristianos se había empezado a reunir regularmente en la casa de Felix Manz, en la calle de Neustadt, cerca de la Grossmunster. Manz tenía una participación importante en estas asambleas, enseñando las Escrituras del mismo hebreo. Aquí fue donde, en 1525, se administró el primer bautismo de creyentes entre los Hermanos.
Inmediatamente después de formarse la primera iglesia anabautista, los Hermanos comenzaron en Zürich y Zollikon a visitar casa por casa. Eran frecuentes los bautismos y se observaba asiduamente la Cena del Señor en su forma más simple. Manz y Blaurock encabezaban el esfuerzo evangelístico en el área de Zürich. En los primeros días del movimiento Grebel intentó llevar el mensaje anabautista a los dirigentes de la Reforma en Schaffhausen. Mientras tanto Manz y Blaurock continuaron sus esfuerzos entre los campesinos y artesanos. Esto no quiere decir que hubiese una rigidez extremada en la división del trabajo. Por ejemplo, sabemos que Manz trató de ganar en una ocasión al doctor Hofteister, según este mismo testificó en el juicio de 1526. Mientras Grebel dirigía la atención hacia Gruningen, Manz y Blaurock estaban trabajando en Chur y Appenzell.
No obstante, Manz y Blaurock estaban con Grebel el 8 de octubre de 1525 en Hinwill, en el área de Gruningen, cuando Blaurock y Grebel fueron arrestados y encarcelados. Fue precisamente cuando Manz consiguió escapar, aunque fue apresado unos días más tarde, el 31. Fue encarcelado con Grebel y Blaurock en el castillo de Gruningen, más tarde trasladados los tres a la Torre de la Bruja en Zürich.
Se nos dice que catorce días después de su huída de la Torre de la Bruja, Manz bautizó a una mujer en Embrach. Dos meses más tarde Manz y Blaurock, esta vez sin Grebel, volvían a Gruningen. Casi en el mismo aniversario de su arresto en Gruningen el año anterior, Manz fue arrestado en Saint Gall el 12 de Octubre, pero se le puso en libertad en seguida. Sin embargo, dos meses más tarde fue apresado en un bosque de Gruningen junto con Blaurock. Este iba a ser su último encarcelamiento. Difícilmente habría una prisión en la cercanía de las actividades de Manz que escapara de ser honrada por su presencia.
El 5 de enero de 1527 fue sentenciado a muerte “porque contrariamente al orden y la costumbre cristianos se había envuelto en el anabautismo...porque confesó haber dicho que deseaba juntar a todos aquellos que querían aceptar y seguir a Cristo, y unirse a ellos por el bautismo...separándose así él y sus seguidores de la iglesia cristiana, levantando y preparando una secta según lo que ellos creen...porque había condenado la pena capital...puesto que tal doctrina es dañina a la unificada costumbre de toda la cristiandad y conduce a la ofensa, la insurrección y la sedición contra el gobierno...Manz será entregado al verdugo, el cual le atará las manos, le pondrá en una barca, la trasladará a una de las cabañas más bajas del río y allí le tirará de las manos atadas hasta más abajo de las rodillas...colocará un palo entre las rodillas y los brazos y lo arrojará así al agua, dejándole allí perecer; de esta manera satisfará la ley y la justicia...Mis señores confiscarán también sus propiedades”.
Una vez muerto Grebel, Manz era el dirigente más importante de los hermanos suizos. Su noble vida, elocuencia, educación y entusiasmo le hicieron extremadamente popular entre las masas. Para Zwinglio fue tan peligroso como Grebel. Una de sus premisas definitivas fue que si la Reforma suiza seguía dentro del contexto de una iglesia del estado él, Manz, la abandonaría. La orden pidiendo la muerte de los rebautizadores había sido emitida en Marzo, pero todavía no había sido cumplida. Había llegado el día de la prueba crucial y la primera víctima era Felix Manz.
De acuerdo con la sentencia, Manz fue conducido atado desde la prisión de Wellenberg hasta la barca, pasando el mercado de pescado. Durante todo el camino testificó a las personas que iban en la lúgubre procesión y a los de las orillas del río Limmat. La voz de su madre se alzaba sobre el murmullo de las aguas, instándole a permanecer fiel a Cristo en la hora de la prueba. Cuando le ataban juntos los brazos y las rodillas, cantó con fuerte voz: “En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu”. Unos minutos después las frías aguas del río se cerraban sobre la cabeza de Felix Manz.
A pesar de que Manz escribió poco, dejó impreso un testimonio de su fe y un cántico de 18 estrofas. En estos trabajos vibra todavía su mensaje.
d. George Blaurock.
George Blaurock, el Hércules de los anabautistas, superó a Grebel y Manz en la extensión y efectividad de su ministerio. Gravemente apaleado con vara el mismo día que murió Felix Manz, extendió la fe anabautista durante los dos años y medio que le quedaron de vida. Fue quemado en la estaca en el Tirol.
Nacido en 1491 en Bonaduz, pueblo de los Grisones de Suiza, fue educado en la Universidad de Leipzig. Fue vicario de Trins, en la diócesis de Chur, desde 1516 a 1518. En el segundo debate anabautista Zwinglio se refirió a él como monje. Pero no existe base para creer que hubiera tomado los votos monásticos. Antes de su conversión a la fe evangélica era sacerdote de la iglesia católica.
Blaurock ya estaba casado cuando llegó a Zürich. Se le describe como una “alta y poderosa figura de ojos fieros, pelo negro con una pequeña calvicie”. Su agresividad le granjeó el sobrenombre de “el duro George”. Zwinglio le denominó como “un estúpido que por su pedantería no consideraba hijo de Dios a nadie a menos que fuera un loco como él”. No obstante, el apodo que prevaleció fue el de “Chaqueta azul”.
Blaurock no impresionaba a nadie con su sabiduría, pero sí a todos con su celo. Con su ardor característico se unió a una peregrinación a Zürich, el centro de la Reforma Suiza. Dicha peregrinación solicitaba una entrevista con los más celosos dirigentes de la Reforma. Al saber Zwinglio que había gente más entusiasta que él, les recibió inmediatamente. Una vez satisfecho su deseo, Blaurock se unió al manojo de los jóvenes radicales suizos, excediéndoles a todos en entusiasmo. Fue él quien pidió y recibió el bautismo de manos de Grebel y quien luego bautizó a los demás en aquella noche de enero de 1525.
De la misma manera que les pasó a los primeros cuáqueros ingleses, el celo de Blaurock excedió en ocasiones a su juicio. Interrumpía incluso los cultos de las iglesias reformadas. Algo aconteció el primer domingo de febrero en una iglesia de Zollikon que tipifica los métodos de Blaurock. Cuando el ministro se dirigía al púlpito, George le preguntó qué iba a hacer. “Predicar la Palabra de Dios”, respondió el ministro. “No eres tú, sino yo, el enviado a predicar” declaró Blaurock. Se subió enseguida al púlpito y predicó.
El 7 de febrero de 1525 Manz, Blaurock y todos aquellos que habían sido bautizados, un total de veinticuatro personas, fueron apresadas. El monasterio agustino de Zürich se convirtió en la prisión. Después de libertado y guiado por un sentimiento de urgencia, aceleró sus actividades.
Manz y Blaurock trabajaron juntos, estrechamente, hasta que el primero fue ahogado el día 5 de enero de 1527. El mismo día Manock fue severamente azotado y apaleado. Expulsado de la ciudad el indomable profeta anabautista abandonó Zürich para no volver nunca más. Sacudió el polvo de sus ropas y zapatos sobre la ciudad, en una despedida de apostólico desdén.
Blaurock se dirigió de Zürich a Berna. Se sostenía entonces en esta ciudad un debate. Zwinglio se tuvo que enfrentar también al desterrado Blaurock y a los anabautistas berneses en un intento de convencerles de su error. Los sabios doctores de la iglesia reformada fracasaron en su misión en Berna, como igualmente le había sucedido a Zwinglio en Zürich. Como consecuencia, Blaurock y todos los demás, con la excepción de uno que se retractó de sus creencias, fueron expulsados. De Berna marcharon a Biel, donde una gran comunidad de anabautistas que debían su origen al trabajo de Blaurock, mantuvieron servicios de culto durante algún tiempo; arrojado por las autoridades de Biel, Blaurock trabajó por algún tiempo en los Grisones y en Appenzell. Fue arrestado y posteriormente desterrado el 21 de abril. Después de cuatro destierros en otros tantos meses, Blaurock abandonó Suiza para siempre.
Volvió al Tirol donde el esforzado discípulo anabautista principió lo que iba a ser su último y más fructífero ministerio. Una iglesia anabautista en el valle Adige había perdido en la pira a su pastor el 2 de junio de 1529, un tal Michael Kurscher. En respuesta a la solicitud de ayuda de la huérfana congregación, Blaurock aceptó el pastorado. En el entretanto, desde Mausen a Neumarkt, grandes multitudes asistían a sus predicaciones. Se bautizaba a los creyentes y se formaban nuevas congregaciones. La comunidad se incrementaba constantemente. Cada día era más difícil mantener el secreto.
El 14 de agosto de 1529 Blaurock y Hans Langegger fueron arrestados por las autoridades de Innsbruck. Queriendo informarse del número de anabautistas de aquella área y de la importancia de sus cautivos, las autoridades les torturaron cruelmente. Tres semanas más tarde, el 6 de septiembre de 1529, Blaurock y Langegger fueron quemados en la estaca cerca de Klausen. La sentencia de muerte de Blaurock se basó en los siguientes cargos: Porque había abandonado el oficio de sacerdote papista; porque no habla mantenido el bautismo de los niños y porque había predicado un nuevo bautismo a la gente; porque habla rechazado la misa y la confesión como instituidas por los sacerdotes; porque no permitía que se invocara o se adorara a la madre de Cristo. Fue ejecutado por estas razones, y él les entregó la vida como un soldado y un héroe de la fe. Camino del lugar de la ejecución, se dirigía encarecidamente a la gente y les remitía a las Escrituras.
La última voluntad y testamento de Blaurock quedaron reflejados en forma de carta escrita desde la prisión, un breve sermón y dos cánticos. La carta y su admonición final llegaron desde la celda de Guffidaun.
Blaurock no se contentó con dejar únicamente una carta devociónal para la edificación de los hermanos. Dejó también una breve amonestación, escrita en forma de sermón, en la que domina el elemento escatológico. A pesar de su mucho sufrimiento y de su muerte inminente, su fe permanecía inamovible en el juicio final de Dios. Blaurock advierte al impío, a la luz de este juicio inevitable, que se vuelva a Dios en arrepentimiento y fe mientras todavía hay tiempo.
Dos cánticos se han preservado de Blaurock. El primero, Gott Fuerht ein recht Gericht, tiene treinta y tres estrofas; y el segundo, Gott, dich will ich loben, trece. El primer cántico manifiesta las condiciones de la salvación, acentuando lo inevitable del juicio y la senda de la esperanza. El segundo es un hermoso canto que revela, en términos personales, la fe en Dios que posee el autor.
e. Michael Sattler.
El martirio se convirtió en una de las características de los anabautistas. Entre los que murieron por la fe a manos de las autoridades hubo innumerables testimonios de mérito, unos ignorados, otros inolvidables. No obstante, ninguno sobrepasó a la hora de la muerte a Michael Sattler. Su testimonio excepcional se transformó en símbolo de la fidelidad anabautista a la vista del siglo XVI, dondequiera que hallaba auditorio la historia de su heroico martirio.
Un día de mayo de 1527 Michael Sattler fue sentenciado a muerte en la ciudad imperial de Rottenburgo. La condena decía: “Michael Satler será entregado al verdugo, el cual le cortará en la plaza primeramente la lengua, luego le atará a un carromato y allí con unas tenazas al rojo vivo le desgarará el cuerpo dos veces, haciendo lo mismo yendo hacia el lugar de la ejecución durante cinco veces. En el lugar designado, quemará su cuerpo hasta reducirlo a cenizas por ser un archihereje”.
Michael Sattler nació en Stauffen, cerca de Friburgo, Alemania, alrededor de 1490. En su juventud ingresó en el monasterio benedictino de Saint Peter en Friburgo. Probablemente fue aquí donde consiguió su aventajada educación, teniendo oportunidad de asistir a las clases de la universidad local. En alguna parte obtuvo un amplio conocimiento de las lenguas griega y hebrea. Cuando salió del monasterio había alcanzado el grado de prior. Durante su estadía en el monasterio había comenzado a estudiar las epístolas paulinas, lo cual acrecentó su insatisfacción con el vicio y la hipocresía de sus compañeros los monjes. La nueva fe evangélica de Sattler originó una crisis que finalizó con la rotura de todos los lazos que le ligaban al monasterio y a la iglesia de Roma.
Después de dejar el monasterio se casó con una beguina. Su seriedad moral y su fidelidad la caracterizaron como una digna compañera de su marido. Por abrazar las doctrinas luteranas, Sattler fue forzado a abandonar Austria en 1525 a causa de la política de exterminación de los herejes del rey Fernando. Suiza estaba al margen de la tiranía de Fernando. En consecuencia, volvió a Zürich donde, bajo la influencia de Wilhelm Reublin, se convirtió al anabautismo. Inmediatamente se puso a la cabeza del nuevo movimiento. Se unió al ministerio evangelístico de Muntprat, de Constanza y de Konrad Winkler, de Wasserburg, quienes tenían reuniones clandestinas en los bosques. Pronto se transformó en el más importante de los tres. Las reuniones fueron descubiertas y Sattler expulsado del cantón. Después del destierro de Zürich, el 18 de noviembre de 1525, a su ciudad natal, viéndose forzado a abandonaría otra vez luego de una breve estancia en ella.
Al igual que muchos otros antes y después de él, Sattler fue a Strassburgo que era en aquel momento la ciudad más liberal de Europa. Allí se granjeo el respeto de Bucero y Capito, pero fracasó en la tentativa de ganarles para la causa. Sin embargo, no fueron vanos sus esfuerzos. Durante el fracasado intento de ganar para el anabautismo a los reformadores de Strassburgo, aún se definió más la propia postura de Sattler. Ahora se encontraba lo suficientemente preparado para afrontar su próxima misión, la cual resultó ser el trabajo más importante de su trágica y breve existencia.
Contestando a la invitación de Reublin volvió a Alemania donde principió a trabajar en el norte de Rottenburgo, siendo su centro de actividades la ciudad de Horb. Horb y sus alrededores respondieron fructíferamente a los esfuerzos de Sattler. La importancia de su influencia se aprecia en el hecho de que tuvo que predicar en una conferencia de anabautistas reunidos en Schleitheim el 24 de febrero de 1527. Desde esta reunión quedó aprobada la llamada Confesión de Schleitheim. Probablemente fue SattIer quien la bosquejó y la hizo circular entre los anabautistas alemanes y suizos antes de presentarla en la asamblea. Dicho documento constituye un testimonio de su habilidad y celo administrativos. Las primeras iglesias suizas y alemanas deben su estabilidad doctrinal y organizacional a la labor de Sattler.
No se pretendía que la Confesión de Schleitheim fuera una formulación doctrinal. No contiene estrictos conceptos teológicos. No se discuten tópicos tales como Dios, el hombre, la Biblia, la salvación, la iglesia, la escatología. Sus artículos tienen que ver con el orden y la disciplina dentro de las congregaciones. La atención se centra en el bautismo, la excomunión, la Cena del Señor, la separación del mundo, los pastores, el estado y los juramentos. Su articulado se presenta como un manual de la iglesia, igual que la Didaché del siglo II.
Naturalmente, hay una teología implícita en esta Confesión. Existe tal claridad de pensamiento al considerar el bautismo y la Cena del Señor, que desafía a cualquier interpretación sacramental. Los artículos que tienen que ver con la disciplina, el estado y el juramento indican una fundamental fidelidad a la fe y práctica de los hermanos suizos. La precaria existencia de las pequeñas congregaciones anabautistas desparramadas a lo largo de todo el sur de Alemania, se refleja en la siguiente selección sobre los pastores:
“El pastor de la congregación debe ser aquel que tenga buen testimonio de aquellos que son ajenos a nuestra fe. Su oficio tiene que ver con todas aquellas cosas que conciernen al cuerpo de Cristo para cuidar de cómo tiene este que sustentarse e incrementarse para que sea honrado y alabado el nombre de Dios a través nuestro, y calle la boca de la blasfemia. Pero sabed que su sostenimiento, si es que, lo necesita, debe ser sufragado por la iglesia que le elige. Y a un pastor que es desterrado o conducido a la presencia del Señor por la muerte, debe sustituirle inmediatamente otro, a fin de que no se disgregue sino que se preserve la manada de Dios por la exhortación y de que tengan consuelo”.
Mientras continuaba la asamblea de Schleitheim, los anabautistas fueron descubiertos por las autoridades de Rottenburgo, cerca del río Neckar. De vuelta a Horb fueron apresados Sattler y su mujer, la esposa de Reublin, Matthias Hiller, Veit Veringer, de Rottenburgo, y un numeroso grupo de hombres y mujeres de la ciudad de Horb. Los oficiales gubernamentales tuvieron inmediata conciencia de la importancia de Sattler. Le hallaron en posesión de la Confesión de Schleitheim y de algunos documentos concernientes a la fuerza y actividades de los anabautistas. Debido a este hecho y a la presencia de muchos anabautistas y simpatizantes en la ciudad, los prisioneros fueron trasladados de Horb a Binsdorf.
Desde la torre de Binsdorf Sattler escribió una conmovedora carta de consuelo a su amada congregación de Horb. Esta nota es ejemplo de las cartas anabautistas escritas en prisión y abunda en referencias a las Escrituras, acentúa el amor a todos los hombres y está completamente exenta de amargura. Sattler encabeza la carta con una salutación trinitaria: “Amados compañeros en el Señor; la gracia y la misericordia de Dios nuestro Padre celestial, que nos vienen por Jesucristo nuestro Señor, y el poder de su Espíritu, sean con vosotros, hermanos y hermanas, amados de Dios”.
El hincapié sobre el amor como máxima motivación de la vida cristiana, encuentra en la amonestación de Sattler una pronunciada característica.
De la misma forma que un pastor fiel cuya primera consideración a pesar de la perspectiva de la muerte es el bienestar de las ovejas, Sattler trata de preparar a sus seguidores para lo inevitable en los últimos párrafos de su carta.
Esta sospecha que sentían los prisioneros estaba completamente justificada. Iban a ejecutarlos. Se encontraban en manos de las autoridades austriacas, las cuales tenían la jurisdicción de Rottenburgo. Fernando, el rey católico de Austria, habla declarado que el mejor antídoto contra el anabautismo era “el tercer bautismo”[26]. Debido a la importancia de Sattler para el movimiento anabautista, Fernando sugirió que fuera ahogado inmediatamente. Las autoridades encabezadas por el Conde Joachim, sin embargo, quisieron dar a este “caso eclesiástico” alguna apariencia de justicia. La demora en asegurar la presencia de representantes teológicos de las universidades católicas hizo necesario posponer la vista hasta el 15 de mayo. Finalmente, dos doctores de la universidad acordaron participar en el juicio. No eran doctores en derecho como se había solicitado, sino en arte. Vinieron también dos representantes de Ensisheim, ciudad notable por su mal gobierno y los juicios contra herejes.
El 15 de mayo se reunió la corte con veinticuatro jueces. El presidente de este imponente cuerpo era el Landeshauptiman, Conde Joachim de Zollern. El defensor era el Mayor de Rottenburgo, Jacob Halbmayer, un abogado antipático. Sattler hizo responsable a Halbmayer de la marcha y sentencia del juicio.
La causa comenzó realmente el 17 de mayo. Catorce reos había en el banco de los acusados. Al principio se les concedió la oportunidad de elegir a sus defensores. Sattler, quien era el interlocutor del grupo, declinó el ofrecimiento alegando que no se trataba de una cuestión legal. Según la Palabra de Dios, dijo, no tenían derecho a apelar a la ley en asuntos religiosos. Su alegato fue cortés pero definitivo. En su respuesta, Sattler se dirigió sabiamente a los jueces como siervos de Dios, reconociendo su autoridad pero negándoles la jurisdicción. Asimismo dudó de la competencia de la corte.
Después, el Conde Joachim procedió a leer los cargos contra los acusados. Los siete primeros eran contra todos los reos y contra Sattler hubieron dos más:
1) Él y sus seguidores actuaban contrariamente al decreto del emperador.
2) Sattler enseñaba, creía y sostenía que el cuerpo y la sangre de Cristo no estaban presentes en el sacramento.
3) Enseñaba y creía que el bautismo infantil no proporcionaba la salvación.
4) Rechazaban el sacramento de la extremaunción.
5) Despreciaban e injuriaban a la Madre de Dios, y condenaban a los santos.
6) Sattler declaraba que los hombres no debían jurar ante el magistrado.
7) Ha promovido una nueva costumbre para tomar la Cena del Señor, colocando pan y vino en plato y comiendo y bebiendo ambos.
8) Contrariamente a la norma, se ha casado.
9) Dijo que si los turcos invadían el país no debían oponerles resistencia, y que si él aprobaba la guerra y tenía que tomar partido contra alguno de los bandos, lo haría contra los cristianos en vez de contra los turcos. Importa pues, saber, cuáles son los enemigos de nuestra fe.
Todas estas acusaciones revelan una enorme incomprensión de las creencias anabautistas y ninguna simpatía por las enseñanzas que eran claras de entender. La quinta acusación es claramente una caricatura del concepto anabautista y la séptima uno de los muchos rumores sin fundamento. La acusación primera, sexta y novena tenían que ver con casos civiles. La primera se basaba en la premisa de que “el emperador es el protector de la iglesia, premisa y conclusión de la iglesia medieval y la iglesia no es otra que la católica romana. La iglesia, su doctrina, su organización, su ley, eran únicamente válidas en terreno austriaco”. El cargo noveno fue el más perjudicial. A nadie temían tanto los austriacos como a los turcos. Conscientes o no de la mal explicada postura de Sattler, las autoridades utilizaron esta acusación como el golpe de gracia para condenarle ante el mundo.
Después de leer y discutir los cargos, Sattler pidió que se le volvieran a leer. En este punto el secretario que procedía de Ensisheim, se mofó sarcásticamente de él: “Se ha jactado de poseer el Espíritu Santo. Me parece que si esa presunción fuera cierta, seria innecesario concederle lo que pide; porque si tiene el Espíritu Santo, como él dice, lo relatará todo cuanto aquí se ha hecho”. Imperturbable, Sattler repitió su solicitud, la cual le fue concedida al fin a regañadientes.
La defensa de Sattler fue hábil y brava. En respuesta a la primera acusación señaló que los mandatos imperiales eran contra los luteranos. Decían que no debían seguirse las doctrinas y errores luteranos, sino el Evangelio y la Palabra de Dios. “Hemos observado esto”, dijo, “porque no estoy enterado de que nosotros hayamos actuado contra el Evangelio y la Palabra de Dios; para ello apelo a la Palabra de Cristo”.
Aceptó como válida la segunda acusación, defendiendo la postura anabautista con numerosas referencias bíblicas. No negó el tercer cargo, pero aprovechó la ocasión para afirmar la creencia del bautismo de los creyentes. Al hablar de la cuarta acusación, Sattler distinguió entre el aceite creado por Dios que es bueno y el aceite de la extremaunción que no es mejor. “Lo que ha hecho Dios es bueno, y no se debe rechazar; pero negamos lo que pretenden haber hecho mejor el Papa con sus obispos, monjes y sacerdotes; porque el Papa no ha hecho nunca nada bueno”.
En cuanto a la Virgen María, dijo: “Nunca injuriamos a la madre de Dios ni a los santos; al contrario, creemos que la madre de Cristo debe ser apreciada sobre todas las mujeres; porque ella tuvo la merced de dar a luz a nuestro Redentor”.
A pesar de que sus detractores no podían rebatir la defensa de Sattler, fueron condenados a la muerte él y sus compañeros por asfixia en el agua, conviertiéndose en otro número de los innumerables mártires que tuvo el movimiento anabautista.
f. Anabautistas radicales.
Las diferentes situaciones que se vivieron en esa época causaron también que se dieran distintas formas de vivir las enseñanzas del movimiento anabautista, algunos de estos se volvieron al extremo y es lo que ha llamado “radicales”, entre los que tenemos:
1) Biblicistas Radicales.
Este grupo recientemente ha sido llamado “los anabautistas propiamente dicho”, por buenas razones, ya que ellos demandaban fe personal antes del bautismo como un elemento básico de su religión. Había radicales en el sentido de que ellos eliminaban toda la tradición en favor de la autoridad bíblica, que ellos consideraban la fuente de sus ideas acerca del bautismo de los creyentes, la separación de la Iglesia y el Estado, la eliminación de la gracia sacramental y sacerdotal, la centralidad de la iglesia unida, la restauración del primitivo espíritu cristiano de amor y de la norma neotestamentaria de organización, y la santidad de vida como resultado de una experiencia de regeneración mediante el Espíritu de Dios.
Debe recordarse que en su reforma en Zürich, Ulrico Zwinglio apoyaba el concepto de que solo las Escrituras deben constituir la base de fe y práctica. En 1523 en conferencias con Zwinglio, Baltazar Hubmaier, Félix Manz y otros, discutieron con él la necesidad de rechazar el bautismo infantil. Zwinglio al principio pareció ver favorablemente la doctrina del bautismo de los creyentes, puesto que seguía su reconocido principio de seguir solamente enseñanzas escriturarias, y puesto que ya su elaboración de sus Sesenta y Siete Artículos había señalado la primitiva práctica de bautizar solo después de la fe y la confesión.
Sin embargo, su teoría de la relación del cristianismo con la sociedad finalmente lo apartó de esta posición. Zwinglio pensaba que debía tener el apoyo de las autoridades civiles en Zürich para llevar a cabo su reforma. La negación del bautismo infantil hubiera significado el apoyo civil, porque el mismo Concilio de la ciudad, del cual dependía para ayuda, hubiera quedado fuera de la Iglesia. Consecuentemente, el 17 de enero de 1525, en una disputa en Zürich, Zwinglio negó el principio del bautismo de los creyentes. Se le opusieron muchos de sus antiguos asociados, hombres valientes como el capaz y respetado Conrado Grebel. El Concilio de la ciudad, actuando como juez, decretó la victoria de Zwinglio en el debate y dio la orden de que todos los niños fueran bautizados. Los anabautistas debían ser desterrados o hechos prisioneros. Una segunda disputa en noviembre terminó similarmente. En marzo de 1526 se ordenó ahogar a los anabautistas si persistían en su herejía, y Félix Manz, Jacobo Faulic, y Enrique Riemon fueron las primeras víctimas de esta sentencia.
El movimiento anabautista ganó multitudes de adherentes en Suiza entre 1525 y 1529. Después de ser desterrados de Zürich, dirigentes anabautistas como Jorge Blaurock, Guillermo Reublin, Hans Brotil, y Andrés Castlebcrg, fueron a todas partes predicando. Grandes cantidades fueron bautizadas en Schaffhausen, San Gallen, Appenzell, Basilea, Berna y Grunigen. No solo se formaron numerosas iglesias anabautistas, sino que el movimiento ayudó a purificar a otros grupos de ministros indignos, cuyas vidas malvadas eran rigurosamente atacadas por los predicadores anabautistas.
Para 1529 el movimiento anabautista suizo había declinado grandemente, pero no había muerto. Hombres como Pilgrim Marbeck trabajaron ampliamente en Suiza y después en el sur de Alemania. Particularmente en Berna las congregaciones anabautistas continuaron su lucha. Como otros movimientos perseguidos, el anabautismo se volvió secreto, y su influencia no puede juzgarse.
Una de las razones de la declinación de la actividad anabautista en Suiza fue el llamado de un país adyacente. El anabautismo se había esparcido en áreas contiguas como Austria y Moravia. Fue a este último país que muchos dirigentes anabautistas se abrieron camino. Moravia había sido sembrada de semilla radical por las revueltas husitas y taboritas. En junio de 1526, Baltazar Hubmaier huyó a Nickolsburgo, Moravia, después de ser perseguido en Austria y Suiza. Allí tuvo un éxito instantáneo, habiendo bautizado entre seis y doce mil en un año. También pudo publicar varias excelentes obras apologéticas en defensa de la posición anabautista. Su obra en Nickolsburgo, sin embargo, fue socavada por Jacobo Wiedemann y otros, que abogaban por un fuerte pacifismo, no solo negándose a meterse en la guerra sino declinando pagar impuestos que mantuvieran a los que peleaban, y un compartimiento comunal de los bienes personales. Tal vez la amargura de esta controversia pueda haber despojado a Hubmaier de amigos lo suficiente para que las autoridades austriacas pudieran aprehenderlo y quemarlo en marzo de 1528. Así murió uno de los anabautistas más grandes y sabios.
El partido pacifista y comunista creció rápidamente en Moravia. Jacobo Huter asumió la dirección, y una gran comunidad que practicaba la economía comunal se convirtió en refugio anabautista para refugiados de toda Europa. Pese a la casi ininterrumpida persecución en los siguientes dos siglos, los anabautistas moravos aumentaron y prosperaron. Su gobierno eclesiástico era muy similar al de los antiguos valdenses de esta área. El crecimiento del grupo en el cercano Tirol y en Austria fue rápido al principio, pero por causa de la severa persecución el movimiento fue drásticamente reducido.
El tercer grupo principal que defendía un rígido biblicismo eran los menonitas, que tomaron su nombre de Menno Simons[27]. Menno nació y creció en los Países Bajos, recibió una buena educación y fue ordenado sacerdote en la Iglesia Católica Romana en 1524. La atmósfera de la reforma lo llevó a un cuidadoso estudio de la Biblia, especialmente después de la ejecución de un anabautista cerca de su casa. Los fanáticos radicales de Münster, lo rechazaron entre 1533 y 1535, pero también lo empujaron a dejar la Iglesia Romana bajo la presión de la convicción. En 1536 él recibió el nuevo bautismo y se convirtió al ministerio anabautista. Con Obbe y Dietrich Philips, Menno se reunió y organizó los biblicistas de la grey anabautista dispersa. Pasó el resto de su vida como fugitivo de los católicos así como de los protestantes. Viajando y escribiendo extensamente, Menno preservó la herencia de los anabautistas bíblicos.
Es digno de notarse que Menno Simons, indudablemente por su intensa repugnancia a los fanáticos de Münster, desconocía cualquier conexión histórica con los anabautistas primitivos, pero trazaba una sucesión de su movimiento a través de los valdenses hasta los días apostólicos. También seguía la norma valdense en varias doctrinas claves.
2) Los Milenarios Radicales.
El ala milenaria del movimiento radical volteó la espalda al ideal de restablecer la norma primitiva en congregaciones unidas. En vez de eso, tornando su texto de escritos apocalípticos, consiguió preparación e inspiración de los fuegos fanáticos primitivos que todavía ardían en Bohemia, y considerándose a sí mismos primeros actores en el drama de Dios de restablecer un reino milenario, estos hombres procuraban traer el cielo a la tierra por medio de la espada y la coerción.
Las ideas valdenses y taboritas que cubrían Bohemia fueron reproducidas con mucho detalle en la obra de Nicolás Storch. Influido por sus primeros contactos en Bohemia, Storch mostró un fiero espíritu denunciador hacia los que disentían de él. En 1520 se alió con Tomás Müntzer, un pastor luterano de Zwickau, altamente educado, que como Lutero atacaba el establecimiento sacerdotal y monástico del sistema romano. Storch estableció un tipo distintivo de organización eclesiástica siguiendo el modelo de las iglesias taboritas que había conocido en Bohemia. El siguiente año Müntzer se volvió a Praga. Aparentemente la instrucción que había recibido aquí lo puso en el partido de los radicales irrecuperables.
Storch, mientras tanto, que parecía haber ínfluido en Müntzer los principios y la política bohemia, permaneció en Zwickau, donde casi volvió radicales a varios de la facultad de Wittenberg, pese a que estaba sosteniendo errores “bohemios”. Carlstadt, Celario, y hasta Melanchton, se impresionaron grandemente con Storch.
El último confesó estar muy perplejo sobre cómo contestar los argumentos de Storch contra el bautismo infantil. Después de regresar de Bohemia, Müntzer se estableció como pastor en Alstedt. Aquí su predicación revolucionaria contra las injusticias sociales y religiosas hizo mucho para preparar el camino a la revuelta de los campesinos. Expulsado de Alstedt en 1524 por las autoridades, se apresuró a Mühlhausen, donde su doctrina de revolución social, mezclada con agitación popular apocalíptica y fanática, precipitó la guerra de los campesinos. Aquí estaba un radical que nunca fue anabautista. Aunque Müntzer fue matado poco después, su influencia no murió con él. Otros dos dirigentes, Hans Hut y Melchor Rinck, atraídos por las ideas milenarias de Müntzer, predicaron ideas milenarias a lo largo y lo ancho de los estados alemanes.
El sucesor de Müntzer, un hombre que se parecía a él en muchos sentidos, era Melchor Hoffmann. Es muy posible que algunas de las ideas milenarias de Hoffmann fueran obtenidas en Estrasburgo de Nicolás Storch, el maestro de Müntzer. Después del desastre de la guerra de los campesinos, muchos de los radicales se abrieron paso hasta Estrasburgo en el sur de Alemania, donde prevalecía una medida de tolerancia. Los dirigentes como Storch, Jacobo Gross, Hans Denk, y Miguel Sattler, le habían dado un aire milenario a los radicales de Estrasburgo. En 1529, después de un revoltoso ministerio en Suecia y Dinamarca, Hoffmann regresó a Estrasburgo y tal vez fue bautizado allí en 1530. Ahora Hoffmann fijaba osadamente el año 1533 como la fecha del principio del reino milenario de Cristo y llamaba a Estrasburgo “la nueva Jerusalén”. Él ordenó que el bautismo fuera suspendido por dos años para prepararse para el evento. La mayor parte de los dos años viajó por los Países Bajos, haciendo mientras tanto un discípulo de Juan Matthys, quien superaría a su maestro en el fanatismo milenario. Hoffmann fue echado a la cárcel en mayo de 1533, en Estrasburgo, donde murió diez años después. Matthys anunció en 1533 que era el profeta Enoc que habla sido prometido por Hoffmann, y asumió la dirección del partido fanático.
Fue Matthys quien puso el escenario para el fracaso de Münster. El pueblo de Münster, una ciudad del norte de Alemania, había reaccionado favorablemente a la predicación evangélica de Bernardo Rothmann entre 1529 y 1532. Muchos radicales invadieron la ciudad, y en 1534 Juan de Leyden y Gert Tom Closter, representando a Matthys, llegaron para hacerse cargo. El mismo Matthys anunció entonces que Münster, y no Estrasburgo, iba a ser “la nueva Jerusalén”. La toma de la ciudad por los radicales hizo que vinieran las tropas del obispo católico romano. En el asedio la guerra que siguieron, Juan de Leyden, que se convirtió en jefe cuando Matthys fue matado, introdujo la poligamia y ordenó el bautismo o el destierro. La ciudad aguantó por un año. Los pocos dirigentes que fueron capturados fueron torturados y luego alzados en una jaula a la torre de la iglesia principal de Münster. Sus huesos permanecieron allí por siglos, un constante recordatorio de los deplorables efectos del movimiento radical.
3) Místicos Radicales.
El extremado énfasis sobre las observancias sacramentales, y la fría teología escolástica y estrictamente intelectual produjeron una reacción de los que buscaban dentro de sí mismos el testimonio y la iluminación del Espíritu. Moviéndose en una atmósfera que despreciaba tanto los sistemas sacramentales católicos romanos como los protestantes, estos místicos con frecuencia se veían atraídos por los anabautistas no sacramentales y sus doctrinas radicales.
Uno de estos era Hans Denk, un erudito humanista y reformador asociado con Zwinglio por un tiempo. En 1525 organizó una iglesia anabautista en Augsburgo, pero sucesivamente fue echado a Estrasburgo, Worms y Basilea, donde murió de la peste en 1527. Sus escritos lo vinculan con los místicos primitivos. Su amigo, Ludwig Hetzer, tuvo una experiencia un tanto similar con sus perseguidores antes de su ejecución en 1529. Sebastián Franck se cambió del romanismo al calvinismo y fue acusado de cambiarse al anabautismo. Su pronunciado misticismo y su desafiante admiración por los herejes que se habían atrevido a seguir la verdad hacen difícil clasificarlo bajo una sola categoría. El indudablemente influyó en Gaspar Schwenkfeld, que se cambió igualmente del luteranismo, aunque las doctrinas de Schwenkfeld permanecieron más cerca de la ortodoxia que las de Franck.
Jacobo Kautz y Juan Bunderlin deben ser clasificados entre estos místicos; tal vez hasta Enrique Niclaes, el fundador de “la Casa de Amor” o “los familistas”, debe ser incluido. Niclaes pasó del catolicismo romano al luteranismo, sin encontrar en ninguno lo que deseaba. Su naturaleza mística fue excitada por David Joris, y parece que pensaba que había recibido una revelación divina más allá de lo que ningún hombre había conocido. Pasó mucho tiempo en Inglaterra, y la influencia de su movimiento todavía podía encontrarse allí el siguiente siglo.
4) Racionalistas Radicales.
Tanto católicos como protestantes en el período de la reforma aborrecían a los racionalistas radicales, cuyo razonamiento no solo los había sacado de las iglesias ortodoxas sino también había desarrollado aberraciones doctrinales que los habían puesto “fuera de límites”. De hecho, todo tipo de radicales, bíblicos, milenarios, místicos, y racionalistas, eran enemigos de los símbolos y credos ortodoxos. Los místicos en particular con frecuencia seguían herejías reconocibles en sus doctrinas acerca de la iglesia, de la salvación y de Cristo. Hombres como Franck, Hetzer, Denk, Kautz, y Bunderlin, se acercaban a los conceptos de los racionalistas, y en algunos casos iban más allá de ellos en su radicalismo, pero sus métodos y curso de acción eran diferentes. Un racionalista bien conocido era Juan Campano. Influido por Erasmo y por la atmósfera de los radicales en el ducado de Julich, Campano se cambió de los conceptos católicos y luteranos y finalmente cayó en el anti-trinitarianismo. Su influencia se generalizó en Julich, y muchos siguieron sus ideas antipaidobautistas. Fue encarcelado en el año 1555 y murió así, veinte años después.
El más conocido de los radicales racionalistas fue Miguel Servet[28], un español brillante pero errático. En 1534 conoció a Jean Calvino en la Universidad de París, empezando una larga relación de desconfianza y disgustos mutuos. Desde 1546 hasta su muerte, Servet irritó grandemente a Calvino con su correspondencia provocativa y su crítica áspera. En el año de su muerte Servet publicó su Christianismi Restitutio, que defendía el antitrinitarianismo y otras doctrinas que aborrecían Calvino y el resto del mundo ortodoxo. Fue aprehendido en Ginebra por Calvino y después de un juicio eclesiástico, fue quemado.
Su influencia puede haber sobrevivido en la obra de Lelio Socino y Fausto Socino. El primero era un abogado italiano cuyo gran escepticismo de la ortodoxia contemporánea no fue completamente conocida hasta después de su muerte. En 1547 dejó Italia, sospechoso ya de herejía. Viajó ampliamente y fue un atento observador del juicio de Servet en Ginebra en 1553. A su muerte en 1562 dejó sus manuscritos y su escepticismo a su sobrino Fausto, que se convirtió en un sobresaliente propagador de las doctrinas anti-trinitarias. En 1579 Fausto Socino se mudó a Polonia, refugio de pensadores liberales, donde encontró hombres de ideas similares como Pedro Gonesio, Jorge Biandrata, y Gregorio Paulo. Aquí fundó un colegio y diseminó conceptos racionalistas en una gran área, hasta su muerte en 1604.
Debe mencionarse algo del fuerte movimiento anti-trinitario de Italia que fue apagado por la inquisición católica romana. Figuras tales como Renato y Tiziano caracterizan a estos radicales, que parecen haber tomado ideas evangélicas en general, pero sostenían una cristología adopcionista, con sus consecuentes débiles nociones del pecado y la expiación.
5) Otros Radicales.
El principal propósito en esta discusión ha sido proporcionar un bosquejo viable de los radicales y nombrar algunas figuras principales. Hay muchos otros radicales de este período que no han sido mencionados y algunos importantes dirigentes que difícilmente pueden clasificarse. Por ejemplo, Sebastián Castello, Pedro Pablo Vergerio, y Bernardino Ochino son típicos de los que se encontraron en desacuerdo en su tiempo. Algunos continuaron su peregrinación de búsqueda toda su vida.
B. La Reforma Continúa.
1. Jean Calvino.
Jean Calvino llevó a cabo una segunda Reforma. Sus intenciones y sus esfuerzos se encaminaron a reunificar las diversas tendencias protestantes, y logró atraer a los seguidores de Ulrico Zwinglio en el Consensus tigurinus[29]; sin embargo, consumó de hecho la ruptura con el luteranismo, y dio lugar, en paralelo con este y con el anglicanismo, al tercer gran grupo dentro del protestantismo. En Europa, las iglesias calvinistas reciben por lo general el nombre de reformadas, mientras que en el resto del mundo se conocen como presbiterianas.
El 10 de Julio de 1509 nació en Loyón, en Picardía, Francia, Jean Calvino, cuyo nombre original era Jean Cauvin, latinizado según la costumbre de la época como Calvinus. Sus padres fueron Jeanne Le Franc, nombrada como “bella y devota”, y el abogado Gerard Cavin.
Por parte paterna, sus ancestros eran marineros. Su abuelo se estableció en Pont l´Evêque cerca de París, y tuvo dos hijos que se convirtieron en cerrajeros; el tercero, Gerardo, se convirtió en procurador en Noyon y allí nacieron sus cuatro hijos y dos hijas. Residía en el Place au Blé. Noyon, una sede episcopal, había sido desde hacía mucho tiempo un feudo de los Hangest, una poderosa y antigua familia que lo manejaba como si fuera de su propiedad personal. Mas una disputa que venía de antiguo, en la que la ciudad tomó parte, se prolongó entre el obispo y el cabildo. Carlos de Hangest, sobrino del sobradamente conocido Jorge d´Amboise, arzobispo de Rouen, rindió su obispado en 1525 a su propio sobrino, Juan, convirtiéndose en su vicario general. Juan continuó la batalla con sus canónigos hasta que el parlamento de París intervino, debido a lo cual él marchó a Roma y murió finalmente en París en 1577. Este prelado tenía parientes protestantes; se le responsabiliza de haber fomentado la herejía que en aquellos años comenzaba a aparecer entre los franceses.
Los cuatro hijos de Gerard se convirtieron en sacerdotes y se les asignó a una parroquia a una edad muy temprana. A Jean se le asignó una a la edad de doce años, en la que se convirtió en párroco de San Martín de Marteville en Vermandois en 1527, y en 1529 de Pont l´Evêque. Tres de los hijos asistieron al Colegio de los Capetos de la localidad, donde Jean demostró ser un alumno aventajado. Pero su familia tenía amistad con gente de alcurnia, los Montmor, una rama de la familia Hangest, lo que ocasionó que acompañara a algunos de sus hijos a París en 1523, cuando su madre probablemente ya estaba muerta y su padre se había vuelto a casar. Este último murió en 1531, bajo excomunión por el cabildo por no haber enviado sus cuentas. La causa de esto fue, según se cree, la enfermedad del anciano y no su falta de honradez. Sin embargo, su hijo Carlos, irritado por esta censura, se acercó a la doctrina protestante. En 1534 fue acusado de negar el dogma católico de la Eucaristía, y murió fuera de la Iglesia en 1536; su cuerpo fue expuesto públicamente en la horca como el de un renegado.
Hacia 1527, cuando no contaba más de dieciocho años, la formación de Calvino se había completado en sus líneas maestras. Había aprendido a ser un humanista y un reformador. La repentina conversión a una vida espiritual a la que él se refiere no debe ser interpretado literalmente. Nunca había sido un católico ferviente; pero las historias que circularon en un tiempo sobre su comportamiento disipado no tienen ningún fundamento; y por un proceso muy natural él se inclinó hacia el bando por el que su familia había tomado partido. En 1528 se inscribió como estudiante de Derecho en Orleans, trabó amistad con Francis Daniel y luego marchó a Bourges donde permaneció un año y empezó a predicar en privado. Margarita de Angulema, hermana de Francisco I y duquesa de Berry residía allí, rodeada de numerosos alemanes heterodoxos.
En 1531 se encuentra de nuevo en París. Wolmar le había enseñado griego en Bourges; aprendió hebreo de Vatable y mantuvo alguna relación con el erudito Budaeus. Francisco I estaba, sin duda, tratando a los protestantes con dureza, y Calvino, que ya era doctor en Derecho en Orleans compuso, según cuenta la leyenda, un discurso sobre la filosofía cristiana que Nicholas Cop leyó el día de Todos los Santos de 1532, por el que tanto el escritor como el orador tuvieron que huir precipitadamente perseguidos por los inquisidores reales. Esta leyenda ha sido desautorizada por los críticos modernos. Calvino pasó algún tiempo con el Canónigo de Tillet en Angulema bajo una designación falsa. En mayo de 1534 marchó a Noyon, renunció a su cargo y se dice que fue apresado. Sin embargo, escapó a Nerac, en Bearn, la residencia de la duquesa Margarita, y allí se encontró de nuevo con Le Fèvre, cuya Biblia en francés había sido condenada a la hoguera por la Sorbona. Su siguiente visita a París ocurrió durante una violenta campaña de los luteranos contra la Misa, lo que ocasionó represalias, Etienne de la Forge y otros fueron quemados en la plaza de Grève; y Calvino acompañado por Tillet escapó, aunque no sin tropiezos, a Metz y Estrasburgo. En esta última ciudad Bucero tenía autoridad absoluta. Los líderes reformistas dictaban leyes desde el púlpito a sus partidarios, y este viaje resultó decisivo para el humanista francés, quien, aunque de naturaleza tímida e introvertida, se dedicó a una guerra sobre por escrito contra su propio soberano. La famosa carta de Francisco I está fechada el 23 de agosto de 1535. Sirvió como prólogo a los “Institutos”, cuya primera edición se publicó en marzo de 1536, no en francés sino en latín. La disculpa de Calvino para dar lecciones a su rey se basaba en que se habían distribuido por todo el reino bandos que denunciaban a los reformistas como rebeldes. Francisco I no llegó a leer estas páginas, pero si lo hubiera hecho hubiera hallado en ellas una petición no de tolerancia, algo que el reformista despreciaba por completo, sino de renuncia al Catolicismo en favor del Evangelio. Solo podía haber una Iglesia verdadera, afirmaba el joven teólogo, por lo tanto los reyes deberían poner fin al papismo.
Durante su paso por los claustros universitarios tomó contacto con las ideas humanistas y reformadas.
En abril de 1532, cuando Calvino contaba con 22 años de edad, publicó un comentario sobre el “De Clementia” de Séneca, trabajo que puso en evidencia sus dotes como pensador.
En 1535 tuvo una experiencia personal que marcaría su destino. Había comprendido el Plan de Salvación y se acogió a él. Para ese tiempo, había entablado amistad con Nicolás Cop, quien acababa de ser elegido rector de la Universidad de París. Entre tanto, el joven Jean estaba atravesando sus propias dificultades en la Universidad de París, donde su decano, Noel Bédier, se había enfrentado a Erasmo y hacía sentir su autoridad sobre Le Fèvre d´Etaples, famoso por su traducción de la Biblia al francés. Calvino, un rigorista en el Colegio de la Marche, trabó conocimiento con este hombre y es posible que haya hojeado su comentario sobre San Pablo en latín, fechado en 1512, el cual es considerado por Doumergue como el primer libro protestante escrito por un autor francés. Otra influencia en la misma dirección fue la de Corderius, el tutor de Calvino, a quien le dedicó posteriormente su anotación sobre la Primera Epístola a los Tesalonicenses, afirmando “si algo hay de bueno en lo que he publicado, te lo debo a ti”. Corderius poseía un excelente dominio y estilo del latín, su vida era austera, y sus “Coloquios” le ganaron una fama duradera. Mas cayo bajo la sospecha de herejía, y mediante la ayuda de Calvino se refugió en Ginebra, donde murió en setiembre de 1564. Un tercer heraldo de las “nuevas enseñanzas” fue Jorge Cop, médico de Francisco I, en cuya casa Calvino encontró acogida y pudo escuchar las discusiones religiosas que Cop alentaba. Y el cuarto fue Pedro-Roberto d´Olivet de Noyon, que también tradujo las Escrituras, nuestro joven hombre de letras, su sobrino, escribió en 1535 un prefacio en latín del Antiguo Testamento y uno en francés del Nuevo Testamento.
Jean Calvino ya dominaba el latín y el griego, y estaba avanzado en el aprendizaje del idioma hebreo. Centró sus estudios de acuerdo a un enfoque bibliocéntrico, tomando a las Escrituras como principio rector de todas las actividades del hombre. Partiendo de esta concepción profundizó en el análisis bíblico y de cuestiones sociales.
Inició su tarea evangelizadora a través de varias ciudades de Europa, en parte motivado por sus ideas misioneras, pero también debido a la implacable persecución por parte del clero católico que no le permitía afincarse en un lugar. Mientras tanto iba escribiendo sus pensamientos y descubrimientos teológicos.
En 1536 publicó la primera edición de “Institución de la Religión Cristiana”, que llegarían a ser las reglas de la doctrina protestante, en donde plasmó los aspectos fundamentales de su visión. Este trabajo, corregido y ampliado por el mismo Calvino, se distribuyó a lo largo y a lo ancho de todo el continente europeo, llegando incluso a España en una versión traducida por Casiodoro de Reina. La segunda edición es de 1539; la primera traducción francesa, de 1541; la definitiva en latín, revisada por su autor, es de 1559; pero la que se utiliza normalmente, de 1560, tiene partes añadidas por sus discípulos. “Fue más una obra de Dios que mía”, dijo Calvino, y en alusión al cambio que había experimentado en 1529 asumió como emblema una mano saliendo de un corazón en llamas.
Ese mismo año, Calvino visitó Ginebra, de camino a la ciudad de Estrasburgo. Guillermo Farel, líder del la Reforma local lo invitó a participar en el movimiento protestante de la ciudad. Durante este tiempo trabajó incansablemente contribuyendo a la expansión de la Reforma en la región.
Un capítulo muy controvertido de la biografía de Calvino es la visita que durante mucho tiempo se pensó que había hecho a la duquesa Renée, hija de Luis XII, en Ferraro. Se contaron muchas historias relativas a este viaje que han sido desmentidas por los escritores mejor informados. Todo lo que sabemos con certeza es que el reformador, después de poner en orden sus asuntos familiares y convertir a dos de sus hermanos y hermanas a las ideas que apoyaba decidió, a causa de la guerra entre Carlos V y Francisco I, llegar a Bale vía Ginebra, en Julio de 1536. En Ginebra, el predicador suizo Farel, que estaba por entonces buscando ayuda para que le apoyaran en su propaganda, le suplicó con tal vehemencia que se quedara y enseñara teología que, como cuenta el mismo Calvino, le aterrorizó hasta que accedió. No estamos acostumbrados a imaginar al profeta austero asustarse con facilidad. Mas como estudiante y solitario sin experiencia en responsabilidades públicas, bien podría haber dudado antes de meterse en las aguas revueltas de Ginebra, por entonces en su etapa más tormentosa.
No se conserva ningún retrato de él perteneciente a esta época. Más tarde se le ha representado de mediana altura, hombros cargados, ojos penetrantes y amplia frente; su cabello era de un tono castaño cobrizo. El estudio y el ayuno le provocaron fuertes dolores de cabeza que sufrió continuamente. En su vida privada era alegre aunque susceptible, por no decir despótico, sus amigos siempre le trataron con delicado respeto. Sus hábitos eran sencillos; no le preocupaban nada las riquezas y nunca se tomó vacaciones. Su correspondencia, de la que se conservan 4271 cartas, trata fundamentalmente sobre temas doctrinales. Sin embargo, su carácter fuerte y reservado se revelaba enseguida a todos aquellos con los que trataba; Ginebra se sometió a su mandato teocrático y las Iglesias Reformadas aceptaron sus enseñanzas como infalibles.
Este era el extraño que Farel recomendó a sus compañeros protestantes, este “francés” elegido para enseñar la Biblia en una ciudad con divisiones internas. Ginebra tenía alrededor de 15 000 habitantes. Su obispo había sido, desde antiguo, su príncipe, aunque limitado por privilegios populares. El alcalde era el conde de Saboya, y su familia consideraba el obispado como una propiedad que, desde 1450, habían confiado a su hijo menor. Juan de Saboya, hijo ilegítimo del anterior obispo, vendió sus derechos al duque, que era el cabeza de familia, y murió en 1519 en Pignerol. Jean de la Baume, el último de sus príncipes eclesiásticos, abandonó la ciudad, que recibió profesores protestantes de Berna en 1519 y de Friburgo en 1526. En 1527 las armas de la casa de Saboya fueron arrancadas de sus muros; en 1530 el partido católico sufrió una derrota y Ginebra se proclamó independiente. Tenía dos consejos pero el veredicto final sobre medidas públicas era decidido por el pueblo. Este designó a Farel, un converso seguidor de Le Fèvre, como su predicador en 1534. Una discusión entre las dos Iglesias, desde el 30 de mayo hasta el 24 de junio de 1535 concluyó con una victoria de los protestantes. Los altares fueron profanados, las imágenes sagradas destrozadas, la Misa abolida. Las tropas de Berna entraron en la ciudad y el Evangelio fue aceptado el 21 de mayo de 1536. Esto implicaba la persecución de los católicos por los consejos, que actuaron al mismo tiempo como Iglesia y como Estado. Los sacerdotes fueron encarcelados; los ciudadanos multados por no asistir a los sermones. En Zürich, Basilea y Berna se establecieron las mismas leyes. La tolerancia no formaba parte de las ideas de la época.
Más, aunque Calvino no había sido el introductor de estas leyes, fue principalmente debido a su influencia que, en junio de 1537, se votaron los “artículos” que hacían hincapié en la comunión cuatro veces al año, el espionaje a los delincuentes, el establecimiento de una censura moral y el castigo de los insubordinados con la excomunión. Se confeccionó un catecismo infantil, que él compuso y que figura entre sus mejores escritos. La ciudad se dividió entonces entre los que “juraban” y los que “no juraban”, ya que muchos se negaron a acatar los “artículos”; de hecho, nunca llegaron a ser aceptados por completo. Habían surgido una serie de interrogantes en los que Berna había tocado algunos puntos que Calvino juzgó irrelevantes. Se convirtió en una figura popular en los debates de Lausana defendiendo la independencia de Ginebra. Pero los desórdenes sobrevinieron en la ciudad donde, sin embargo, se había extendido el rechazo de los católicos a las medidas impuestas; en 1538 el consejo desterró a Farel, a Calvino y al evangelista ciego Couraud.
El Reformista marchó a Estrasburgo, donde se convirtió en huésped de Bucero y Capito, y en 1539 explicaba el Nuevo Testamento a refugiados franceses por 52 florines al año. El cardenal Sadolet había dirigido una carta abierta a los ginebrinos a la que respondió entonces el desterrado. Sadolet insistía en que el cisma era un crimen; Calvino replicaba que la Iglesia Romana estaba corrompida. Se ganó aplausos por su aguda facultad para el debate en Hagenau, Worms y Ratisbona. Sin embargo, él se queja de su pobreza y mala salud, que no le impidieron casarse en esa época con Idelette de Bure, la viuda de un anabaptista a la que él había convertido. Nada más se sabe de ella, salvo que tuvieron un hijo que murió poco después de nacer en 1542 y que ella a su vez murió en 1549. Fue en Estrasburgo que Calvino habría de publicar el primero de sus numerosos libros de comentarios sobre la Biblia.
Mientras tanto, Ginebra se debatía entre el caos interior y la amenaza católica externa, y en 1542 volvió a llamar a Calvino. Fue aquí donde se establecería definitivamente y desarrollaría la plenitud de su pensamiento. Su entrada fue considerablemente modesta. Aunque recibió casa y un sueldo estatal, llevó una vida austera y no tuvo ningún nombramiento oficial. La constitución de la iglesia admitía ahora “pastores, doctores, mayores y diáconos” pero el poder supremo lo ostentaba un magistrado. Los ministros disponían del arma espiritual de la Palabra de Dios; el consistorio, como tal, nunca ejerció el poder seglar. Los predicadores, liderados por Calvino, y los concejales, instigados por sus oponentes, se enfrentaron a menudo. Sin embargo, se mantuvieron las ordenanzas de 1541; el clero, ayudado por ancianos seglares, gobernó despótica y minuciosamente las acciones de cada ciudadano. En Ginebra se podía contemplar una Esparta presbiteriana; se convirtió en un modelo para los puritanos que vivieron después y que hicieron cuanto estaba en sus manos para imitar su disciplina. Se tomó como patrón el Antiguo Testamento, aunque se suponía que los cristianos disfrutaban de la libertad del Evangelio. En noviembre de 1552 el consejo declaró que las “Instituciones” de Calvino constituían “una doctrina sagrada a la que nadie debía contradecir”. Así, el Estado proclamaba decretos dogmáticos, cuya fuerza ya se había puesto en práctica, como cuando Jacques Gouet fue encarcelado bajo la acusación de impiedad en junio de 1547 y, después de fuertes torturas, fue decapitado en Julio. Algunas de las acusaciones que se esgrimieron contra el desgraciado joven eran frívolas, otras dudosas. La parte que le correspondió a Calvino en este juicio, de haberla, es difícil de determinar. Sin embargo, la ejecución fue decisión suya; ha ocasionado una ofensa mayor que el destierro de Castiello o los castigos infligidos a Bolsec, personas moderadas, contrarias a los puntos de vista radicales en disciplina y en doctrina, y que fueron sospechosas de reaccionarias. El Reformista no retrocedió ante la tarea que se había impuesto. En cinco años se dictaron en Ginebra cincuenta y ocho sentencias de muerte y setenta y seis de destierro, además de numerosos autos de prisión de ciudadanos muy destacados. No podían liberarse de aquel yugo de hierro.
A partir de 1550 se dedicó sobre todo a apoyar a otros grupos protestantes afines a sus tesis y a proporcionar coherencia a su doctrina. En 1555 se intentó una especie de rebelión bajo la dirección de Ami Perrin. No se produjo derramamiento de sangre, pero Perrin fue derrotado y la “teocracia” de Calvino triunfó.
En 1559, luego de diecisiete años de residencia, se hizo ciudadano de Ginebra. Mientras vivió allí tuvo importante injerencia en la vida comunitaria de la ciudad, no solo en cuestiones estrictamente religiosas, sino en todo asunto secular que tuviera que ver con las ideas de Calvino sobre un mejor estilo de vida, tal cual se desprendía de su propia perspectiva teológica.
Aportó el borrador para diversas ordenanzas de orden público e incluso muchas de sus ideas se incorporaron a la Constitución ginebrina. Mostró interés particular por la educación popular apoyando el acceso gratuito para todos los niños. Impulsó la creación de niveles secundarios e incluso llegó a inaugurar una academia de nivel superior de la que Theodore Beza fue su primer rector, y que más tarde se transformaría en una universidad.
Promovió la creación de hospitales, orfanatos, refugios para pobres y enfermos, además de diversas obras públicas para mejorar las condiciones de vida del ciudadano de Ginebra, como alcantarillados y otras.
Participó en el diseño de medidas de gobierno que favorecían el desarrollo de actividades industriales y promovió la difusión de la lengua francesa y la alfabetización masiva. A través de su influencia sobre los consistorios favoreció medidas moralizadoras.
En lo que respecta a su actividad religiosa, promovió con pasión y firmeza las ideas de la Reforma. Publicó gran cantidad de trabajos sobre Teología, compuso himnos e impulsó a otros laicos a hacer lo mismo. Entre otros himnólogos impulsados por Calvino se destacó Luis Bourgeois.
Jean Calvino nunca gozó de buena salud. Sufría de una enfermedad pulmonar obstructiva crónica que le provocaba frecuentes recaídas con catarros severos y crisis de disnea. En cuanto a algunos aspectos que tienen que ver con su carácter, la figura de Calvino ha sido objeto de infinidad de descalificativos que lo hacen ver como intolerante y despiadado. Sin embargo, estas apreciaciones que surgen de la opinión de sus enemigos y detractores, no son congruentes con la documentación existente. Además de las pruebas testimoniales, Calvino dejó cerca de cuatro mil cartas a través de las cuales es posible acceder a su pensamiento más íntimo. En ellas se ve a un hombre sensible y compasivo, comprometido con el necesitado, físico o espiritual, presto a la palabra de ánimo y la exhortación.
La mayoría de las alusiones bibliográficas sobre el caso, presentan a Jean Calvino como el responsable de instigar e incluso ordenar la ejecución en la hoguera del médico español Miguel Servet, en 1553. Este hecho ha sido levantado por los detractores del Calvinismo como un símbolo de su intolerancia.
Al respecto, el historiador Daniel Pisoni, realizó una profunda investigación que concluye en una versión de los hechos absolutamente diferente. Si bien Miguel Servet sostenía, desde el punto de vista de Calvino, una doctrina de herética y definitivamente anticristiana, no fue él quien ordenó la muerte de Servet, antes bien abogó por cierta clemencia.
Ante la proximidad de su muerte, Calvino redactó su testamento, diciendo: “Doy testimonio de que vivo y me propongo morir en esta fe que Dios me ha dado por medio de Su Evangelio, y que no dependo de nada más para la salvación que la libre elección que Él ha hecho de mí. De todo corazón abrazo Su misericordia, por medio de la cual todos mis pecados quedan cubiertos, por causa de Cristo, y por causa de Su muerte y padecimientos. Según la medida de la gracia que me ha sido dada, he enseñado esta Palabra pura y sencilla, mediante sermones, acciones y exposiciones de esta Escritura. En todas mis batallas con los enemigos de la verdad no he empleado sofismas, sino que he luchado la buena batalla de manera frontal y directa”.
Dispuso que su lugar en Ginebra fuera ocupado por Teodoro de Beza, su más fiel seguidor y quien se destacó contra Castellion.
Calvino mantuvo su salario de cien coronas y rehusó aceptar más. Después de vivir 55 años, solo dejó 300 coronas a sus herederos, incluyendo el valor de su biblioteca, que se vendió a gran precio. Cuando Calvino abandonó Estrasburgo para volverse a Ginebra, quisieron darle los privilegios de ciudadano libre de su ciudad y el salario de un prebendado, que le había sido asignado. Aceptó lo primero, pero rehusó rotundamente lo segundo. Llevó consigo a uno de sus hermanos a Ginebra, pero jamás se esforzó por que se le diera un puesto honorífico, como hubiera hecho cualquiera que poseyera su posición. Desde luego, se cuidó de la honra de la familia de su hermano, consiguiéndole la libertad de una mujer adúltera y licencia para que pudiera volverse a casar. Pero incluso sus enemigos cuentan que le hizo aprender el oficio de encuadernador de libros, en lo que trabajó luego toda su vida.
Calvino murió el 27 de mayo de 1564 y fue enterrado en una sepultura anónima en Ginebra.
A pesar de su doctrina inflexible, el calvinismo se extendió con rapidez y se convirtió en una de las principales formas del protestantismo.
Para Calvino, todo asunto, ya sea de naturaleza teológica o social, puede ser analizado y explicado a partir de las Escrituras. En “Institución de la Religión Cristiana”, la obra maestra de Calvino y que por lo menos revisó cinco veces entre 1536 y 1559, se propuso la articulación de la teología bíblica de una manera razonable, siguiendo los artículos del credo apostólico. Los cuatro libros de la edición definitiva se centran en los artículos “Padre”, “Hijo”, “Espíritu Santo”, e “Iglesia”.
a. Sobre el Padre.
El conocimiento de Dios está relacionado con la conciencia de uno mismo. En el mundo y en la conciencia humana se manifiestan las demandas espirituales. Dios creó el mundo y lo hizo bueno. Pero desde la caída original la humanidad, por sus propios poderes solo ha podido comprender a Dios de modo excepcional e imperfecto. Por sí solos, los seres humanos nunca pueden alcanzar una auténtica vida religiosa basada en el conocimiento de Dios. Sin embargo, por la gracia de Dios, transmitida por Jesucristo, como se dice en la Biblia, el Creador resolvió este destructivo dilema y permitió a la humanidad obtener una clara visión de la revelación. Estas personas que aprenden la verdad sobre la depravación humana, que incluso las mejores acciones están corrompidas y ninguna es pura, pueden arrepentirse y confiar su salvación en Dios Padre.
b. Sobre el Hijo.
El pecado humano, heredado desde Adán y Eva, produce en cada persona una “fábrica de ídolos”. Todos los individuos merecen destrucción, pero Jesucristo ejerció como profeta, sacerdote y rey para llamar a los elegidos a la vida eterna con Dios. Cristo convoca a los elegidos a una nueva vida, intercediendo por ellos en su expiación, y se halla a la diestra de Dios. Calvino hizo grandes esfuerzos para poner de manifiesto la continuidad de sus doctrinas con la ortodoxia cristiana como aparece expresada en los credos de Nicea y Caledonia.
c. Sobre el Espíritu.
El Espíritu Santo de Dios, la tercera persona de la Deidad, concede poder a los escritos y a la lectura de la Escritura, a la vida devocional de los creyentes, y al desarrollo cristiano en Cristo, la santificación. También permite la confianza en que la resurrección de Dios de los muertos traerá a los salvados a la perfección a la presencia de Dios. Toda seguridad de elección a la gracia es dada por el Espíritu, e incluso la condenación de los réprobos según la justicia de Dios se rige por el poder del Espíritu.
d. Sobre la Iglesia.
La Iglesia de Dios y los sacramentos son también otorgados por la gracia divina para edificación moral de los elegidos y el bien del mundo. La Iglesia, una a través del tiempo, puede ser conocida por la oración, por escuchar la Palabra de Dios y por la administración de los sacramentos. Aunque la verdadera Iglesia sea conocida sólo por Dios, la Iglesia visible está por completo relacionada con Él en la Tierra. Dignatarios y jefes de la Iglesia serían aquellos individuos que intentan con rigor mantenerse en la disciplina cristiana, aunque su autoridad no puede depender de su rectitud. Los cargos deben ser aquellos designados en el Nuevo Testamento.
e. Doctrina de la Predestinación.
Una de los aspectos fundamentales de su visión teológica fue su propuesta de la doctrina de la predestinación.
Al igual que Lutero, Calvino sostenía que el hombre podía acceder a la Gracia a través de la Fe, pero que Dios ya había elegido a quienes habían de ser salvos desde ates de la fundación del mundo.
Lutero y Bucero habían debilitado la creencia en la predestinación fundándola en la presciencia divina: Dios conoce el porvenir y sabe lo que ocurrirá a cada individuo; en consecuencia presciencia y predestinación coinciden. Pero así parece que se establece un vínculo de causa a efecto entre presciencia y predestinación. Parece que Dios esté obligado a hacer lo que ha previsto; en consecuencia, no es exactamente Todopoderoso. Ello es intolerable para un amor ardiente y delicado. Para Calvino, Dios es libre y lo que él prevé no se confunde con lo que desea de toda eternidad. La gracia es irresistible y el hombre no la puede repeler; se manifiesta en la vida del elegido por el gusto hacia la doctrina y las obras de fe.
Calvino redujo los sacramentos a solo dos: El bautismo y la comunión, la cual solo aceptó en un sentido conmemorativo, y suprimió todos los ritos del culto, el crucifijo, el altar y las jerarquías sacerdotales. Los lugares destinados al culto fueron desprovistos de adornos y todo tipo de imágenes.
Instituyó un clero laico y democrático. Los líderes constituidos se denominaron ministros y pastores, ancianos y diáconos. Los primeros tenían incumbencia en asuntos estrictamente profesionales mientras que los segundos se encargaban de los asuntos materiales y costumbristas.
Su legado llega hasta nuestros días en forma directa a través de sus sermones, libros y cartas; e indirectamente a través de los miles de reformadores y cultores del cristianismo reformado que asimilaron sus ideas a lo largo de casi cinco siglos.
Sus herederos espirituales directos han constituido la Iglesia Presbiteriana, pero no existe denominación protestante que no haya recibido la influencia del pensamiento y obra del gran reformador francés.
Su legado ha trascendido lo religioso y su aporte, sumado al de otros padres de la Reforma, ha contribuido de manera decisiva a la idiosincrasia de gran parte de la civilización occidental, consolidándose en los países protestantes de Europa y luego extendiéndose hacia Estados Unidos, Australia y por todo lugar adonde haya prendido la semilla del Evangelio.
2. Los Hugonetes.
Cristiano II, rey de Escandinavia, favoreció el luteranismo, lo que llevó a que Dinamarca, Suecia y Noruega abrazaran la fe reformada fácilmente. Cosa contraria ocurría en Francia, en donde los católicos estaban bien atrincherados, aun así, en 1512, cinco años antes que Lutero, Jacobo Lefevre, predicaba la doctrina de la “justificación por fe”. Los reformadores, a quienes se les llamó “Hugonetes”[30], llamados así por los católicos que decían que estos eran súbditos del fallecido rey Hugo, a quien el pueblo tenía por un espíritu y como los fantasmas, únicamente podían salir de noche; aunque también se cree que ese mote deriva de la torre de Hugón, torre francesa donde se reunían en ocasiones los protestantes galos; e incluso se piensa que la palabra deriba de “hugenot”, una pequeña moneda de la época de Hugo Capeto, pues las mujeres de alrededeores de Amboise insultaban a los protestantes diciendoles que eran unas pobres gentes que no valían ni un “huguenot”; pero es más probable que surja del verbo flamenco “heghenen”, pronunciado “huguenen”, que significa “purificar”.
El movimiento hugonote francés se remonta hasta la publicación en París de la obra de Jacobus Faber Stapulensis: “Sancti Pauli Epistolae XIV ex Vulgat: adiecta intelligentia ex Graeco, cum commentariis”, en 1512, en la cual se enseñaba claramente la doctrina de la justificación por la sola fe. Posteriormente, católicos galeses y reformados, como Jacques Lefèvre d’Étaples, se adherirían también a estas creencias, prosiguiendo el movimiento iniciado por Martín Lutero en Sajonia. No obstante, el verdadero organizador de los reformados franceses sería Jean Calvino, quien, incluso después de haber tenido que huir de Francia hacia 1534, dedicó su obra “La Institución de la Religión Cristiana” al rey Francisco I de Francia en 1536. Calvino, establecido en Ginebra, ayudó a organizar las Iglesias reformadas de Francia, denominadas desdeñosamente pretendida religión reformada en los textos oficiales.
El llamado Grupo de Meaux, grupo de índole humanista formado en esa ciudad episcopal gracias al apoyo del obispo Guillermo Briçonnet. Uno de los miembros de este grupo, Jacques Lefèvre d´Etaples, afirmó años antes que Lutero el principio de la justificación por la fe. Enunció esta verdad en su “Comentario a las epístolas de San Pablo”. Quizá este haya sido uno de los hitos más importantes de los inicios de una Iglesia Reformada que tuvo gran poder en algunos momentos pero que también sufrió una de las mayores persecuciones de la Historia por motivos religiosos. Hay autores que no dudan en afirmar que ni aún en los primitivos tiempos de la Iglesia fueron tan numerosos los martirios ni las persecuciones tan continuadas y persistentes.
En toda la dialéctica de la Francia moderna, desde Francisco I hasta Luis XIV tuvieron gran importancia las políticas anti-protestantes, no sólo por parte de la corona, que vio en muchos momentos peligrar su autoridad, sino también por parte de grupos contrarios tanto a la corona como a la Reforma: La Santa Liga.
Francisco I, uno de los grandes reyes de Francia, se mantuvo bastante tolerante con la divulgación de las nuevas ideas, o al menos no dio muestras de hostilidad sistemática. Muchos de sus consejeros se habían inclinado hacia la Reforma, y su hermana Margarita de Angulema influyó también en esta tolerancia. No obstante durante su reinado ya hubo algunas persecuciones, como las motivadas por el incidente de los “pasquines”. Consistió este incidente en la aparición de panfletos que proclamaban algunas verdades luteranas incluso en el castillo en que el rey moraba. Los primeros martirios se verificaron en 1523 en Meaux y en París, generalizándose posteriormente por todo el país. La Iglesia de Meaux resultó diezmada por la persecución. El primer mártir francés, Jean Vallière, murió en la hoguera en París en Agosto de 1523.
Con Enrique II la persecución se hizo más sistemática y violenta. Una “cámara ardiente”, creada en Octubre de 1547 en el Parlamento de París, dictó en solo 3 años más de 500 sentencias contra los “herejes”. Las ejecuciones de Hugonotes terminaron por ser llevadas a cabo sin juicio previo. Un consejero del rey, Anne du Bourg, que había protestado contra estas medidas, fue detenido por ello y quemado 7 meses después, ya fallecido el monarca.
Enrique II murió en un accidente acaecido durante un torneo, sin que estén muy claras las circunstancias que envolvieron los hechos. El trono pasa a manos de Francisco II, un muchacho de 15 años incapaz de superar los odios religiosos que cada vez iban más en aumento, mezclados con el ansia de poder de algunos grupos. Los Guisa, familia católica de grandes aspiraciones políticas, vieron reforzada su influencia al convertirse una pariente suya, María Estuardo, en reina de Francia gracias a su matrimonio con Francisco II. Este hecho, sumado a la ejecución de Anne du Bourg, alarmó a los protestantes. El príncipe de Condé, uno de los líderes del partido hugonote, preparó dos sublevaciones que no tuvieron éxito.
Ninguno de los tres hijos de Enrique II que le sucedieron en el trono, Francisco II, Carlos IX y Enrique III, tuvieron una personalidad fuerte que les ayudara a salvar el grave problema religioso. Según Enrique de Navarra, el único hombre de la familia era Catalina de Medici, la reina madre. Esta florentina, viuda de Enrique II, ha pasado a la historia como una hábil diplomática demasiado aficionada a pócimas y venenos. Su postura hacia los Hugonotes se fue recrudeciendo con los años, y si bien primero era partidaria del diálogo para buscar una solución más o menos consensuada, acabó recurriendo a la violencia para impedir que el poder se le escapase de las manos.
Francisco II tuvo una vida breve, y a su muerte es proclamado rey su hermano Carlos IX. El protestantismo ganaba terreno poco a poco. En 1561 la reina de Navarra, Juana de Albret, hija de Margarita de Angulema, que profesaba la religión reformada, fue recibida en París por 15.000 correligionarios. Se celebró un culto público. Este auge del protestantismo no hubiera sido tan amenazador para la corona si no fuera por que amparándose en las nuevas ideas reformadas subyacían importantes aspiraciones políticas. En 1559 Giovanni Michiel, embajador veneciano en Francia, escribió a la Serenísima que “estas guerras han nacido del deseo del Cardenal de Lorena de que nadie sea su igual y, asimismo, de que el Almirante Coligny y la Casa de Montmorency no quieren tener superior”. El Cardenal de Lorena es uno de los baluartes de la Santa Liga, mientras que Coligny y los Montmorency son los adalides del partido protestante.
El Edicto de Enero de 1562 permitió por primera vez la celebración de culto protestante fuera de las ciudades, a la par que permitía algunos derechos a los “desorejados”[31]. Esta medida de pacificación fue la causante del desencadenamiento de las 8 guerras civiles que asolaron el Estado francés durante 36 años.
El Parlamento de París se negó a valorar este Edicto, tal era el odio que existía contra los hugonotes. En Vais se hizo caso omiso del Edicto, también llamado de Saint- Germanin, y fueron asesinados unos 70 protestantes. Además hubo matanzas en otros lugares, quedando prisioneros los líderes protestantes Condé y Montmorency. En Sens, los católicos degollaron y arrojaron al río a gran número de protestantes. En Tours fueron degollados o ahogados 200 hugonotes.
A partir de aquí la política de Catalina de Medici dejó radicalmente los intentos de pacificación dada la oposición de los sectores católicos ante cualquier concesión a los reformados. La reina madre hizo escribir en 1567 por Carlos IX a De Gordes las siguientes líneas: “Allí donde veáis que algunos se mueven, aunque solo sea para socorrer y ayudar a los de la nueva religión, les impediréis moverse por todos los medios posibles, y si juzgáis que son recalcitrantes, los hacéis pedazos y los descuartizáis; porque en cuanto más muertos, menos enemigos”.
En el Sínodo de París de 1559, los protestantes franceses decidieron en su gran mayoría aprobar una declaración doctrinal claramente calvinista, para presentarla ante el nuevo rey de Francia, Francisco II de Francia. Sin embargo, la influencia de la Casa de Guisa, enemiga declarada de la Reforma, desató en respuesta una política claramente represiva contra, ya en ese momento, la ya respetada minoría protestante. Las familias hugonotas serían perseguidas por todos los medios y por espacio de treinta años[32].
Tras la muerte del líder Condé la causa protestante se afirma con mayor claridad y compromiso religioso porque supuso el ascenso de Gaspard de Coligny a su liderazgo. La influencia que Coligny ejercía sobre Carlos IX era manifiesta. Catalina estaba dispuesta a eliminarlo y los Guisa eran los previsibles asesinos. Es imposible dudar de la inquebrantable sinceridad religiosa de Coligny, que perdería trágicamente la vida en la sangrienta jornada que ejemplifica la intolerancia y el odio irracional del catolicismo francés contra la Iglesia reformada: El Día de San Bartolomé.
El más célebre de los hugonotes fue, sin duda, Enrique de Navarra, hijo de Juana de Albret y futuro rey Enrique IV de Francia. Fue obligado a retractarse y convertirse al catolicismo, para salvar su vida durante lo que se ha llamado la “Matanza del Día de San Bartolomé”[33], cuando miles murieron a causa de su fe, ocupar la corona y después a dejar su trono en 1593.
Catalina de Medici y los Guisa comparten la máxima responsabilidad de esta masacre. Los protestantes, que habían acudido a París en gran número para asistir a la boda del líder hugonote Enrique de Navarra con Margarita de Valois, hija menor de Catalina, fueron degollados en masa. Las calles de París se tiñeron con la sangre de cientos de protestantes franceses, que sintieron en sus carnes la intolerancia religiosa propia del tiempo y lugar que les tocó vivir. Incluso el futuro Enrique IV, Enrique de Navarra, tuvo que retractarse para salvar su vida. La matanza se generalizó por el reino, y fueron asesinados más de 30.000 protestantes. Entre las víctimas se cuentan el filósofo Ramus y el músico Goudimel. Tan sangrienta fue la persecución, que incluso el pueblo francés se cansó de la misma.
Los excesos a los que se llegaron fueron consecuencia, en buena medida, del odio irracional del pueblo católico contra la iglesia reformada, pero la idea, en principio, puede considerarse como una “razón de Estado”. Claro que razón de Estado también fueron las persecuciones a los cristianos en tiempos de Roma o, incluso, la propia Inquisición.
Tras estos hechos, el calvinismo desarrolló una teoría contraria a la monarquía que había roto de tal modo sus promesas para con la religión reformada. Se identifica la tiranía como forma de gobierno que también es herética y susceptible de rebelarse contra ella, porque, según el reformista Beza, “un pueblo tiene tanto poder sobre un rey tirano como un Concilio sobre un Papa herético”.
En 1576, en Picardía, el partido católico, no del todo conforme con la “pasividad” de la corona con los protestantes, se había organizado en una Liga. Los Guisa estaban a la cabeza de la misma, y en muchas ocasiones estuvieron en abierta rebeldía contra el monarca.
En la Asamblea de Montauban de 1581, Enrique de Navarra, que había huido de la corte y vuelto al calvinismo, fue proclamado “protector” de todos los reformados de Francia. El entonces duque de Anjou, Francisco, hermano del rey Enrique III y supuesto heredero de la corona, murió en 1584, con lo que los derechos sucesorios pasaron a Enrique de Navarra, casado con la hermana del rey. Esto hace que los extremistas católicos radicalicen más aún sus posiciones, pues Francia estaba en serio peligro de caer en manos del partido reformado. Las ideas protestantes de rebeldía contra el tirano fueron llevadas a su cumplimiento, curiosamente, por el partido de los católicos encolerizados. El propio Enrique III fue asesinado en 1590. El asesino fue un fraile dominico, Jacobo Clemente, que pertenecía al sector de católicos intransigentes que consideraban que el rey estaba entregando Francia a los hugonotes.
Antes de morir designó sucesor a Enrique de Borbón o de Navarra, que promete convertirse al catolicismo. Es a este rey al que se atribuye la frase de “París bien vale una misa”. Muchos nobles y algunos eclesiásticos se dieron por satisfechos, formando el partido de los “Católicos reales”. Pero los miembros de la Liga, apoyados por el Papa y por el rey de España proclamaron un antirrey. París fue asediado por enrique de Borbón y liberado por la llegada de tropas españolas dirigidas por Alejandro Farnesio. Francisco II impulsaba la candidatura para el trono de su hija Isabel Clara Eugenia, nacida de su matrimonio con la princesa francesa Isabel de Valois. Así que Enrique de Borbón demanda la conversión al Papa Clemente VIII, y éste levanta la excomunión que pesaba sobre él. Con Enrique IV como rey, Francia se reconstruye en todos los sentidos.
Durante el reinado de Enrique, se restauró la paz civil en Francia con la firma del Edicto de Nantes[34] en que se garantizaba no solo la tolerancia religiosa, sino la igualdad civil y concedía determinadas plazas fuertes a los protestantes.
Tan grande se hizo su poder que obstaculizó el gobierno absolutista de Luis XIII y Richelieu, por lo que fueron instigadas nuevas persecuciones contra ellos y se produjeron más enfrentamientos. Con Enrique IV, los hugonotes se hicieron fuertes en Francia. Formaron, según palabras del cardenal Richelieu, un “Estado dentro del Estado”: Tenían Asambleas y plazas fuertes, negociaban por su cuenta con los cantones protestantes suizos, con los príncipes alemanes luteranos y hasta con la Inglaterra de los Estuardo, que apoyaba su independencia virtual a través del importante puerto de La Rochelle, principal plaza fuerte de los hugonotes. Richelieu provocó la caída política de los hugonotes con la toma de la plaza de La Rochelle, en 1628. Después, trató de conciliar a los protestantes mediante un Edicto de Gracia promulgado en Nîmes que les garantizaba la libertad de conciencia y de culto privado. Para el pragmatismo de Richelieu, lo importante no era acabar con el protestantismo como confesión religiosa, sino despojar a los hugonotes de las riquezas y privilegios que los habían convertido en un cuerpo separado del Estado.
Sin embargo, el 18 de octubre de 1685, Luis XIV, el “Rey Sol”, revocó el Edicto de Nantes. Buscaba conseguir la unidad del reino en todos los aspectos, incluido el religioso. Tardó en atreverse a atacar a los hugonotes, pues ello causaría descontento en Europa, especialmente en el Electorado de Brandemburgo. Pero finalmente se lanza a la acción, adoptando medidas preparatorias para que los hugonotes volviesen a la Iglesia católica. Los protestantes soportaron estas presiones con admirable paciencia. Se toman, entonces, medidas más intimidatorias. En el Poitou los católicos quedaron exentos de determinados impuestos, que son cargados sobre los protestantes; si un hugonote se “convertía” a la iglesia católica, era eximido de estos impuestos, y el pago de los mismos era repartido proporcionalmente entre sus ex-correligionarios.
Del tormento a la abujuración y de esta a la comunión no mediaban más de 24 horas, y los verdugos eran sus conductores y testigos. Casi todos los obispos se prestaron a esta práctica, y la mayor parte alentaron a los verdugos. El rey recibió los detalles y noticias de estas persecuciones. El rey se felicitaba de su poder y de su piedad.
Para evitar las posibles revueltas, se instituyeron las “dragonadas”: Los hugonotes tenían que alojar en sus casas a soldados de caballería. Estos podían en cualquier momento organizar una persecución contra su huésped y su familia. Se arrasaron las capillas y lugares de reunión protestantes. Además fueron prohibidos los cultos protestantes, castigándose con el destierro a los predicadores. Los hijos de los hugonotes eran bautizados y recluidos en monasterios católicos.
Estas persecuciones, consecuencia de la desaparición de la libertad religiosa, provocaron un enorme éxodo, persecución religiosa y confiscación de propiedades a los que permanecieron en el país, así como conversiones forzosas al catolicismo, utilizando, entre otras iniciativas, el infame “Batallón especial”, un grupo de soldados dedicados exclusivamente a la tarea de reprimir a los protestantes.
Numerosos hugonotes huyeron a los Países Bajos, Suiza, Inglaterra y a diversas ciudades evangélicas alemanas, como Kassel, Erlangen y Berlín, así como a Prusia. Otros muchos se instalarían en las colonias británicas del Cabo y la América británica y comenzarían sus propias iniciativas colonizadoras, cuyos descendientes contribuirían a la fundación de naciones modernas como Sudáfrica y las colonias inglesas en América del Norte, como Massachusetts, Nueva York y Carolina del Sur. Se estima que entre 400.000 y un millón de hugonotes lograron escapar, aunque en teoría tenían prohibido emigrar.
De los que quedaron en Francia, aproximadamente un millón, se cobijaron en la región montañosa de Cévennes, los llamados “camisardos”, permanecieron activos hasta 1706. Algunas cuevas del sur de Francia se conocen con el nombre de “cuevas de los hugonotes”, en las que se refugiaban los predicadores que iban de paso para evitar ser arrestados. Se rebelaron contra el rey Luis XIV, encabezados por el soldado francés Jean Cavalier. Desde sus fortalezas situadas en la montaña, llevaron a cabo diversas acciones guerrilleras contra las tropas reales. Recurrieron a la violencia, incendiando iglesias católicas y asesinando u obligando a huir a los sacerdotes. El Papa Clemente XI promulgó una bula papal censurándoles, y los católicos pasaron a la acción arrasando más de 450 poblaciones, cuyos habitantes fueron en su mayoría asesinados. Los enfrentamientos continuaron esporádicamente hasta la muerte del sucesor de Cavalier, Abraham Mazel.
Aunque durante Luis XV se declararon nulos los matrimonios y bautismos celebrados por pastores protestantes, este edicto fue anulado por Luis XVI, que les otorgó cierta tolerancia, en 1788 le devolvió los derechos civiles, pero no podían desempeñar cargos públicos y no fue sino hasta principios de la Revolución Francesa, cuando se les reconoció plenamente sus derechos que se reorganizó la Iglesia Reformada. Las libertades básicas de los protestantes en ese país, incluyendo el reconocimiento legal de sus matrimonios, es decir, de sus familias, fueron admitidas nuevamente por el Estado francés en 1802 y durante esta época los protestantes franceses fueron recuperando casi todos sus derechos.
Una de las características más peculiares de la iglesia reformada francesa fue dar extraordinaria importancia a la moral, más que implantar fórmulas o creencias. Quizá porque tuvo que soportar una persecución tan severa y vivir bajo una legislación tan represiva. La iglesia católica, que no se había renovado, no pudo impedir que las ideas de Lutero fuesen rápidamente propagadas por el reino. El éxito de las ideas reformistas se propagó por todas las capas sociales: Ricos y pobres, intelectuales y gentileshombres, burgueses y clérigos se unieron a la Reforma.
Cosa parecida ocurría en Holanda y Bélgica, en donde los protestantes eran perseguidos, lo que llevó a una guerra con España, de quien eran súbditos, guiada por Guillermo el Taciturno, en donde obtuvieron su independencia. Aunque Bélgica prefirió mantenerse católica, Holanda se hizo protestante.
3. La Reforma en Inglaterra.
En Inglaterra hubo épocas en que el protestantismo avanzaba y luego en otras retrocedía, de acuerdo al gobernador y a sus intereses. El cristianismo inglés tiene sus orígenes en el siglo I y alcanzó cierta importancia en el período de la llamada “iglesia celta” en la antigüedad y en la primera parte de la Edad Media. Aceptaron la jurisdicción papal en 597 bajo el liderazgo del misionero italiano Agustín, fundador de la sede primada de Canterbury en Inglaterra.
En el siglo XII, con Juan Wyclif, mostraron su inconformidad con muchas cosas relacionadas al catolicismo y en tiempos de Enrique VIII, que había sido declarado “Defensor de la Fe” por el Papa, se da una reforma en la que hombres como Tomás Moro, decidieron mantenerse en la fe católica, pero otros como Juan Tyndale, quien tradujo el Nuevo Testamento al inglés y que fue martirizado en 1536, decidieron optar por la fe evangélica.
Después de la guerra de las Dos Rosas[35] entre la casa de Lancaster, la Rosa Roja, y la de York, Rosa Blanca, Enrique Tudor, de Lancaster, tras haber derrotado a Ricardo III y casado con Isabel de York, es proclamado rey de Inglaterra con el nombre de Enrique VII[36]. Tuvo cuatro hijos: Arturo, príncipe de Gales, que casaría con Catalina de Aragón; Enrique[37]; Margarita, casada con Jaime IV de Escocia y abuela de María Estuardo; y María.
La tasa de alfabetización de la población era baja. La mayor parte de la población es campesina. Pocos estaban capacitados para acceder a los libros.
Desde el punto de vista eclesiástico, había dos provincias eclesiásticas, Cantérbury y York. Había cerca de 10 000 sacerdotes; los religiosos eran unos 12 000. Se ha escrito mucho sobre la calidad pastoral de los obispos. Muchos fueron promovidos a cargos pastorales después de una experiencia en la administración. Otros tenían encargos políticos. La devoción popular era sincera. El 50% de cuanto producían las imprentas era de carácter religioso, pero en Inglaterra no había aún una versión íntegra de la Biblia.
Existía ciertamente, sobre todo entre el laicado, un anticlericalismo y un anticurialismo. El Parlamento había aprobado en 1353 el estatuto Praemunire, el cual prohibía las provisiones papales y la apelación de los obispos a tribunales extranjeros. En el laicado aumentaba la conciencia de su propio papel y valor.
La difusión de las ideas luteranas partió de las universidades, pero no fue muy grande. En Cambridge, la taberna del White Horse fue llamada “la pequeña Alemania”. En 1521 hubo una quema de libros luteranos.
Arturo estaba enfermo y murió cuatro meses después de la boda con Catalina de Aragón. Ella era hija de Fernando II de Aragón y de Isabel de Castilla, los “Reyes Católicos”. Dado que los problemas por la herencia de la dote no eran pocos, se pensó en negociar la boda de Catalina con el segundo hijo, Enrique. Habría bastado una simple dispensa de pública honestidad, en cuanto, según las afirmaciones de Catalina, el matrimonio era “solo rato y no consumato”. Sin embargo, se consideró como más prudente, para evitar futuras contestaciones, pedir la dispensa por el impedimento de afinidad de primer grado colateral.
Muerto Enrique VII[38] le sucede Enrique VIII, el cual se casa con Catalina[39]. Durante el matrimonio esta tuvo seis partos: 4 niños y 2 niñas. Todos, a excepción de una niña, la futura reina María, nacieron muertos o murieron inmediatamente. Sabemos la mentalidad de la época, en que la muerte de un niño o su deformidad eran consideradas como un castigo de Dios, de lo cual se consideraba a la madre como responsable “por adulterio o incesto”.
El nuevo rey era un hombre fuerte, amante del lujo y de la guerra. Tenía una buena cultura, tanto humanística como teológica, pero era colérico, egoísta, cruel, hipócrita. Con tal de obtener lo que quería, no mantenía la palabra y pisoteaba todo afecto. Despótico por naturaleza, fue intolerante con el poder del Parlamento y lo tuvo cerrado por catorce años. No era amante de discutir, de mediar o de escuchar; prefería actuar. Por eso dejó el poder en manos de Thomas Wolsey. A cambio de su fiel servicio obtiene el obispado de Lincoln, el arzobispado de York, abundantes beneficios, el cardenalato y el título de legado al lado del Papa[40]. Era un hombre ambicioso. A la muerte de León X, Enrique lo propuso para la tiara. Lo mismo a la muerte de Adriano VI. En 1527, después del “sacco di Roma”, Wolsey pensó acercarse a Avigñón para obtener, en la hipótesis de que el Papa estuviese prisionero, una delegación para el gobierno de la Iglesia.
A Enrique VIII le había dejado su padre las arcas del Estado en buen estado. La idea del rey en política exterior era de retomar la iniciativa sobre el Continente, de modo particular contra el rey de Francia. Con Roma había total acuerdo, el cual venía apoyado por haber dado la paternidad a un libro en defensa de los sacramentos.
Desde el punto de vista dinástico era muy importante un heredero seguro y varón. Había, sin embargo, otros problemas.
Enrique se había desilusionado con la política de Carlos V, que después de la batalla de Pavía, en la que el rey de Francia había sido derrotado y hecho prisionero[41], esperaba un desmembramiento de Francia; pero Carlos no lo hizo.
Por otro lado, lo que desencadenó la Reforma Inglesa fue el deseo del rey Enrique VIII de obtener la anulación de su matrimonio, ya que no lograba tener un heredero con Catalina, que le llevó a pensar que Dios lo estaba castigando por haberse casado con su cuñada. Aunque también había un posible heredero varón, Henry Fizroy, duque de Richmond, que Enrique había tenido con Isabel Blount en 1519, en una de sus aventuras amorosas.
Enrique había sido amante también de María Bolena. En tal caso, el rey había contraído un impedimento de afinidad en el mismo grado de aquél que lamentaba de tener con Catalina. Entretanto, el rey comenzó su pasión por Ana Bolena, hermana de María. Ella no aceptó el papel de amante de como había sucedido a su hermana. Su resistencia hizo subir la fiebre al rey.
Enrique, habituado a tratar las cuestiones desde el punto de vista de su interés, pensó resolver el problema pidiendo la declaración de nulidad, por parte de la Iglesia, de su matrimonio con Catalina. Los argumentos aducidos eran:
a. La ley divina no es dispensable.
Para ello citaba dos pasajes de la Escritura: “No ofenderás a tus hermanos teniendo relaciones sexuales con tus cuñadas”[42]. “El que toma por esposa a la mujer de su hermano, hace una cosa horrible; ha ofendido gravemente a su hermano; no tendrán hijos”[43].
b. La bula de Julio II sobre el impedimento de afinidad era inválida, en cuanto contenía la cláusula “forsan consummatum” y, además, porque habría sido concedida por motivos políticos, para favorecer la paz entre Inglaterra y España.
El esfuerzo procesal de Enrique hizo fuerza sobre esta consumación. Catalina, bajo juramento, había afirmado lo contrario, además, Arturo, de tan solo 14 años, estaba enfermo y ya al final de su vida. La bula, según Enrique, habría sido inválida. En esta hipótesis fue, por otra parte, añadida otra bula posterior que eliminaba los errores eventuales. El rey pidió al Papa que la declarase falsa.
Fisher refutó los argumentos escriturísticos haciendo notar la contemporánea presencia de la ley del levirato en Deuteronomio 25.5-10: “Si dos hermanos viven juntos y uno de ellos muere sin hijos, la mujer del difunto no se casará de nuevo, si no es con alguien de la familia. Será su cuñado quien se case con ella cumpliendo así sus deberes legales de cuñado; el primogénito que ella dé a luz llevará el apellido del hermano muerto, para que su nombre no desaparezca de Israel. Pero si el hombre no quiere casarse con su cuñada, ésta se presentará ante los ancianos en la puerta de la ciudad y les dirá: “Mi cuñado se niega a perpetuar en Israel el apellido de su hermano; no quiere cumplir sus deberes de cuñado”. Entonces los ancianos de la ciudad lo llamarán y le pedirán explicaciones. Si se presenta y dice que no quiere casarse con ella, la cuñada se acercará a él y, en presencia de los ancianos, le quitará la sandalia del pie, lo escupirá en la cara y le responderá: “Así se hace con el hombre que no quiere reconstruir la casa de su hermano”. Y se le llamará en Israel “La casa del descalzo”.
Wolsey habría podido resolver con facilidad la cosa eligiendo jueces complacientes. Por miedo de contestaciones quiso asegurarse la sanción del Papa. Pero Clemente VII, hombre indeciso y acomodante, si bien no privado de sentido del honor, jamás habría permitido una solución escandalosa, y de agudeza política, considera el hecho de que Catalina era tía de Carlos V. Con el “sacco di Roma” pareció que la solución podría aligerarse: El Papa era hostil a Carlos V y estaba en situación de inferioridad; el rey inglés habría ofrecido al Papa la ayuda de 2000 hombres para su defensa.
El Papa, después de largas deliberaciones, delegó en los cardenales Wolsey y Lorenzo Campeggio juzgar la causa del rey de Inglaterra sin posibilidad de apelación. Firmó también un documento, destinado a permanecer en secreto, en el que, sin llegar a decidir sobre la cuestión, de competencia de sus delegados, acogía las instancias contra la bula de 1503. Entretanto, Catalina mostró un segundo breve de Julio II que sanaba la irregularidad de la bula. Enrique VIII pensó arreglar la cuestión pidiendo al Papa la declaración de falsedad de aquel breve.
Los ingleses comenzaron a agitar delante del Papa la amenaza de “pasar a Lutero y a su secta”. Lo mismo dice Wolsey a Campeggio: “Si el divorcio no viene concedido, terminará la autoridad de la Sede Apostólica en este reino”. Lorenzo Campeggio pensó resolver el problema sugiriendo el ingreso de Catalina en la vida religiosa. Fracasada esta tentativa, inició el proceso londinense. Catalina se apersonó el 18 de junio de 1529 e hizo apelación a Roma. En aquel momento la opinión pública era favorable a ella; Catalina, con mucha dignidad, prefirió el debate judicial a cualquier otro expediente.
En su defensa habló John Fisher, obispo de Rochester, el cual declaró que quería defender el matrimonio, incluso a costa de su vida, como Juan Bautista. Afirmó la validez del matrimonio desde el momento en que el Papa pudo dispensar de los impedimentos en cuestión. A favor del rey habló Stefano Gardiner, insistiendo sobre el hecho de la prohibición del matrimonio entre cuñados. Entretanto fueron consultados también los judíos, con la esperanza de obtener una confirmación sobre la convicción del rey; mas por toda respuesta, los hechos revelaron que justo en aquel tiempo se dieron dos matrimonios leviráticos en Bolonia y en Roma.
Thomas Cranmer, temiendo que la cuestión fuera para largo, sugirió al rey el poner la cuestión bajo el parecer de los teólogos, mejor que bajo los canonistas. Fueron interpeladas varias universidades europeas. Favorables al rey fueron las universidades inglesas, las de París, Orleans, Burgues, Toulouse, Bolonia, Padua, Ferrara. Favorables a Catalina eran, sin embargo, las universidades que estaban bajo la soberanía de Carlos V, como Lovaina, Salamanca, Alcalá, Sevilla. En Angers hubo un pronunciamiento a favor de Enrique por parte de la facultad de derecho; pero la facultad de teología fue de la opinión contraria.
Cayetano puso de relieve la potestad plena del Papa, la cual, sin embargo, su hermano de orden, Bartolomé Spina, contestó. Vitoria dio una respuesta clara, en la que subrayó el paso de la Ley antigua a la nueva, la cual era ley de libertad: El matrimonio con la viuda del hermano no iba contra la ley natural ni contra el Antiguo Testamento. Zwinglio, Ecolampadio, Lutero, Melanchthon y Bucero opinaron contra el rey inglés.
Del conjunto se pueden sacar las siguientes conclusiones: Fueron muy fuertes las presiones, incluso financieras, de los contendientes; la cuestión tenía fuertes implicaciones eclesiológicas, alargándose hacia el poder del Papa; el derecho canónico era demasiado complejo y se apoyaba sobre una teología de la ley arcaica y fundamentalista. Junto a todo este tipo de acciones, se intentó con gran empeño el uso de la imprenta.
Enrique VIII procede a un progresivo distanciamiento de Roma. Para ello utilizó al Parlamento e incitó el anticlericalismo contra el Papa. Podemos observar varios tipos de anticlericalismo:
a. Negativo.
Toleraba la aversión general contra el clero, por motivo de las excomuniones, los diezmos, las tasas curiales.
b. Positivo e idealista.
Sostiene la necesidad de una purificación radical ante la imposibilidad para la sociedad de soportar más los onerosos dispendios de una institución que absorbía tanta fuerza de trabajo, hacía improductiva tanta riqueza, tomaba tanto y restituía tan poco, como criticaba Cromwell.
c. Reformista.
Por amor a la Iglesia quería un cambio profundo para retornar a la forma ideal. Paladines de esta postura fueron Fisher y Moro.
Después de haber eliminado a Wolsey[44], acusado en base de haber sido representante de un poder extranjero, ocupa su lugar un laico: Thomas More. Después acusó a todo el clero de haber violado, reconociendo la autoridad de Wolsey, la ley del “Premunire”, que prohibía las apelaciones a Roma. Los obispos pensaron que se trataba de un pretexto para recabar dinero. Por ello ofrecieron 100 000 esterlinas. El rey no lo aceptó, a menos que presentasen una súplica con las siguientes cláusulas:
a. El rey será declarado el único protector y jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra.
b. La cura de las almas será confiada a Su Majestad.
c. El rey defenderá solo aquellos privilegios y aquellas libertades de la Iglesia que no deroguen su poder de rey y las leyes del reino.
El clero cedió al final, pero con una cláusula: “Reconocemos que Su Majestad es el jefe supremo de la Iglesia por cuanto la ley de Cristo lo permita”.
En 1533 Ana Bolena, que se había entregado al rey, queda encinta. Era necesario actuar rápidamente, a fin de que el hijo no naciese bastardo. Enrique fue afortunado. En aquellos días moría el arzobispo de Cantérbury, William Warham. El rey lo sustituye por Thomas Cranmer, que se había casado en secreto con la hija de Osiander, y pide al Papa las bulas. El nuevo arzobispo declaró la nulidad del matrimonio con Catalina y proclamó legítimo el matrimonio con Ana Bolena. Fue coronada el 1 de junio de 1533 y el 7 de setiembre dio a luz a Isabel. Fue inevitable la excomunión de Clemente VII.
Después de haber prohibido el pago de las tasas a Roma, Acto de limitación; de controlar el clero, Acto de sumisión; de rechazar el primado del Papa, Acto de herejía; Enrique VIII fue declarado jefe supremo de la Iglesia anglicana.
La teoría no fue improvisada. Su doctrina recuerda la de Marsilio de Padua, en su “Defensor pacis”, que Cranmer hizo traducir al inglés en 1535, las tesis de Guillermo de Ockham y Machiavello. Precisamente uno de los rasgos fundamentales del mundo moderno es el reforzamiento del absolutismo y del centralismo. En 1515 Enrique VIII había dicho: “Nos somos Rey de Inglaterra por la voluntad de Dios, y en los tiempos pasados los reyes de Inglaterra nunca han tenido más superior que Dios. Nos conservaremos los derechos de la corona como nuestros progenitores”. Estaba, pues, en la línea de reivindicar: El carácter estatal y no más patrimonial del reino; la no subordinación de la autoridad del príncipe respecto al Papa; ilustrar el significado del príncipe cristiano, que tiene deberes también hacia la Iglesia; y la posibilidad de exigir de la Iglesia contribuciones para los objetivos de la política del rey, la guerra. No debemos olvidar que el rey, en aquel momento, estaba preocupado por evitar ser convocado y juzgado en Roma, por lo que quería controlar al clero y sus bienes.
El documento del Acto de Supremacía dice: El rey es “imperator”, en el sentido de no depender de ningún otro soberano. El rey es “cabeza suprema en la tierra” de la Iglesia inglesa; tiene, pues, este título que había sido atribuido al Papa, pero limitado a la Iglesia anglicana. No se afirmaba, sin embargo, que el poder del rey fuese como el del Papa fuera de su jurisdicción. El rey no tiene poder de orden ni poder sobre estructuras fundamentales de la Iglesia “sacramentos, episcopado”.
Después del anuncio de la visita que debía ser hecha por Cromwell, un laico, los poderes de los obispos fueron suspendidos, y después restituidos, mas no sin una recomendación por parte del Parlamento. Así se puede deducir que los obispos, en tales perspectivas, se hacían funcionarios civiles con poderes limitados por la autoridad de los arzobispos y del vicerregente, es decir, del laico Cromwell. Por lo cual era fácil deducir que los poderes de los obispos pudiesen ser hechos derivar del rey. De hecho, el reino de Enrique VIII, no habiendo resuelto estos problemas, exponía el episcopado a una condición de incertidumbre y de duda. Tyndale había insistido sobre el deber de obedecer al rey, que, a su vez, debía obedecer a las Escrituras.
Ni en Roma ni en el continente se lo consideró como una marcha sin retorno. Francia estaba interesada en una alianza con Inglaterra. Carlos estaba irritado por el comportamiento de Enrique hacia su tía y María; sin embargo, estaba empeñado contra los turcos y quería asegurarse las espaldas. La excomunión habría sido una amenaza, pero no se habría seguido.
La desaparición de Catalina[45] y la condena a muerte de Ana Bolena[46] parecía resolver todo. Pero el rey estaba ya determinado a una lucha sin cuartel. Usó dos armas: La violencia y la propaganda.
En enero de 1535 Thomas Cromwell fue nombrado “vicario general” o “vicegerente en las cosas espirituales”. A los obispos se les impuso un juramento en el que se les obligaba a renunciar a la bula papal de nombramiento y a recibir la investidura por parte del rey, como delegados suyos. Se ordenó al clero exponer al pueblo el significado de la supremacía, así como atacar al Papa.
Si Cromwell fue el brazo, Cranmer fue la mente. Thomas Cranmer se dedicó al estudio de la teología. Educado en la escolástica, había descubierto la centralidad de la Biblia; se preguntó dónde se encontraba conferido al Papa, en la Biblia, un poder en la Iglesia. En 1532 fue enviado cerca de Carlos V en Alemania, donde se casó secretamente con la hija de Osiander. Vuelto a Inglaterra fue nombrado arzobispo de Canterbury, obteniendo la bula papal, previo un astuto juramento de no hacer nada contra la ley de Dios, las prerrogativas del rey y las leyes del reino. Declaró nulos tres matrimonios de Enrique VIII.
Se utilizó el moderno medio de la imprenta como instrumento de propaganda. Se produjeron muchos opúsculos propagandísticos. Entre las obras de mayor espesor están tres: “De vera differentia regiae potestatis et ecclesiasticae”, de Edward Foxe, quien se oponía a la interpretación tradicional del “Tu es Petrus”, afirmando que en la Iglesia primitiva la autoridad suprema la ostentaba el príncipe, “Oratio” de Richard Sampson, capellán de corte, quien partía de un dato irrefutable de ley divina: El cuarto mandamiento y, desde aquí justificaba los deberes de los súbditos hacia el rey, y “De vera obedientia” de Stephen Gardiner, libro con el que se formó a los defensores de la autoridad del rey. Según él los súbditos deben someterse al soberano en todo. El ámbito de los poderes del rey no se limita a lo temporal, siguiendo el ejemplo de Justiniano y su intervención en cuestiones teológicas. El primado de Pedro lo es solo honoríficamente, es decir, no da ningún poder de gobierno. El Papa sería como un capellán de familia, sometido al poder del patrón y pudiendo ser despedido si su comportamiento no era aceptable. Este último libro era la expresión del cesaropapismo y del erastianismo.
El divorcio real no fue aceptado por buena parte de la opinión pública. El 5 de mayo de 1534 fue ajusticiada Elisabeth Barton, una joven benedictina a la que se atribuían poderes taumatúrgicos, por haberse expresado contra el rey. Al mismo tiempo comenzaron las persecuciones contra las órdenes. El provincial de los observantes, William Peto, había amonestado públicamente al rey, tanto que fue desafiado por un capellán del rey a un enfrentamiento público. El provincial fue ajusticiado. También lo fue, en el fuego, el confesor de Catalina, por haber refutado la supremacía. Cerca de 50 frailes observantes murieron en las cárceles.
Las figuras de mayor distinción de la resistencia fueron Fisher y Moro. John Fisher fue confesor de la madre de Enrique VII, después Canciller. Fue abogado de Catalina y no escondió jamás su propia independencia. De 15 obispos fue el único que no juró el Acto de Supremacía. El 20 de mayo, Pablo III, con la esperanza de salvarlo, lo nombró cardenal. Muchos esperaban una pena simbólica, además de considerar su avanzada edad. Pero Enrique VIII reveló su naturaleza vengativa: “Llevará su capelo sobre las espaldas, porque no tendrá más cabeza sobre la cual llevarlo”. Fue decapitado el 22 de junio de 1535.
Tomás Moro, discípulo de Colet y Grocyn, abogado de éxito, espléndido humanista. Amigo de Erasmo, el cual le dedica en 1509 su “Elogio de la locura”, haciendo un juego de palabras con el nombre de Moro en griego, que significa “loco”. En 1515 fue a Bélgica por tratados comerciales y allí concibió el primer diseño de su “Utopia”, impresa en 1516. En 1523 fue nombrado “Speaker del Parlamento” y después, en 1529, Gran Canciller del reino, sustituyendo a Wolsey. En el asunto del divorcio recibió la promesa de no ser implicado, por lo que mantuvo silencio. Cuando a la cuestión del divorcio se añadió la de la autoridad del Papa, las cosas cambiaron. Viendo cómo se desarrollaban los acontecimientos, el 15 de mayo de 1532 renunció, con la esperanza de permanecer en la sombra. Intentaron implicarle en la causa de Elisabeth Barton, pero salió limpio. Poco después le pidieron el “juramento de sucesión”. Hábil abogado, respondió que no podía hacerlo, no porque condenase la ley ni a cuantos la habían firmado, sino por ciertas cláusulas que no podía aprobar. Fue recluido en la Torre de Londres, donde vivió como un monje y escribió obras de edificación. Cuando le impusieron firmar el Acto de Supremacía, respondió que ya no le preocupaban más las cosas terrenas. Condenado a muerte, subió al patíbulo el 6 de julio de 1535.
La mayor resistencia la había encontrado Enrique en los religiosos. Fueron suprimidos primeramente los monasterios pequeños, con rentas inferiores a las 200 esterlinas; después los restantes. La “peregrinación de gracia” nace espontáneamente para protestar contra la entrega de las tierras a los nobles y contra las confiscaciones de los monasterios, que habían posibilitado puestos de trabajo, centros de estudio y lugares de acogida para la gente pobre.
Hacia 1535 Enrique trata de negociar una alianza con la Liga de Esmalcalda en contra del Imperio. Los embajadores, Edward Foxe y Nicholas Heath hablaron con teólogos protestantes y recibieron de Melanchthon los artículos de fe “Artículos de Wittenberg”, los cuales el rey refuta por considerarlos excesivos. En su lugar redactó los “Diez artículos” en 1536. En ellos solo recuerda tres sacramentos; menciona la presencia real, pero sin entrar en la transustanciación; no habla de la justificación por la sola fe, sino que menciona las buenas obras como necesarias para la salvación; no habla del purgatorio, pero admite las misas por los difuntos; se mantiene el uso de las imágenes y las invocaciones a los santos. Prohibía severamente criticar el matrimonio del rey y las decisiones del Parlamento, así como el solo hecho de hablar del purgatorio, del matrimonio de los sacerdotes, de la justificación por la sola fe y de las peregrinaciones.
En 1537 Enrique queda viudo al morir Jane Seymour, que había dado a luz el varón deseado, futuro Eduardo VI. Entretanto la bula de excomunión fue publicada y se hacían proyectos de guerra o de insurrección. El rey, entonces, publicó la ley de los “Seis artículos”, llamada “El látigo de las seis cuerdas”. En ella se afirmaba la transustanciación, la comunión bajo una sola especie, el celibato de los sacerdotes, la validez de los votos religiosos, la legalidad de las misas privadas y la validez de las confesiones auriculares. Enrique quería quitar armas a los enemigos y por ello se comportaba de manera oportunista.
Inesperadamente Cromwell cae en desgracia, implicado en una conjura de palacio con Norfolk y Gardiner. Con él fueron ajusticiados tres católicos y tres herejes.
Para que las ideas religiosas y políticas del rey fueran entendidas por los súbditos, se publicó en 1543 el “Libro del Rey”. Era de orientación católica, aunque erastiano. El cuarto mandamiento obligaba a honrar ante todo al rey. Como consecuencia, quien no denunciaba a los conspiradores no observaba la voluntad de Dios. Se explicaba el Padre nuestro con estas palabras: “Si nuestro Señor el rey dijese a cualquiera de nosotros: Tómame por tu padre y llámame así, qué alegría...”.
Muerto católico, aunque mal católico, Enrique VIII, es sucedido por Eduardo VI, de nueve años, puesto bajo la tutela del duque de Somerset y Lord protector, Edward Seymour. Trató de asegurarse apoyos y popularidad concediendo a las grandes donaciones de tierras, sobre todo confiscadas a la Iglesia. Aumentó la corrupción.
Bajo su gobierno sucedieron varios tipos de crisis: Crisis financiera, se reduce el valor de la plata en la moneda; en 1551 el hundimiento del mercado de Amberes provoca siniestras repercusiones en Inglaterra; crisis social, aumenta la población, pero también la desocupación; se aprueba una ley para prohibir el mendicidad; y crisis sanitaria, hubo una peste en 1550, así como una epidemia de gripe al año siguiente.
En un primer momento se trató de actuar con prudencia. A falta de predicadores reformados se debían leer las homilías del Libro de las homilías, que reflejaba la teología de Cranmer. El Parlamento derogó la ley contra los herejes, así como las irreverencias hacia la Eucaristía. Una ley confirió a la Corona todos los colegios, capillas, fundaciones de caridad de todo tipo y los bienes de las cofradías. El pretexto era el de cortar los abusos, pero en realidad la Corona tenía necesidad de dinero para la guerra.
Después de algunas normas contradictorias, el 8 de marzo de 1548 fue publicado el “Order of Communion”, redactado inspirándose en la “Pia consultatio” de Bucero. Se afirmaba que el “Confiteor” de la misa servía como confesión sacramental. La comunión era mantenida los domingos y fiestas, mientras se prohibían las misas sin comunión, para hacer desaparecer las misas privadas. Sucesivamente se empezó a celebrar una misa en inglés sin canon, después se toleró por ley el matrimonio de los eclesiásticos.
Las reformas no contentaron a los sectores más extremos del protestantismo. El sistema entraba en crisis cada vez que los predicadores desencadenaban la opinión pública. Para evitar todas estas cosas, se intenta una vía de compromiso, imponiendo por ley del Parlamento un libro de oraciones, el “Book of Common Prayer”, inspirado en fuentes católicas, ortodoxas y protestantes. Era, a la vez, breviario, manual y ritual. La misa era llamada la Cena del Señor. Se eliminaban todas las referencias al sacrificio. No había el ofrecimiento de la hostia, aunque sí la oración de los fieles; quedaba la consagración, pero no la elevación. Todo era en inglés.
Entretanto, Warwick asume la hegemonía del gobierno, expulsando y, posteriormente, ajusticiando a Somerset.
Muerto Eduardo, María se impone con gran facilidad, acogida por el entusiasmo de la población, incluso de los protestantes en un primer momento, pensaron que la muerte de Eduardo en tan corta edad se debía a un juicio divino. Su reinado no fue una simple reacción antiprotestante, una vuelta a una mera restauración del statu quo anterior.
Desde el punto de vista político y económico se hicieron reformas financieras, cambio de la moneda, reforma de los intereses, se reorganizó el ministerio de Hacienda, así como la Justicia en general. Se dictó la primera ley sobre el mantenimiento de las carreteras y fueron impuestos derechos sobre la importación de mercancías preciadas. La pérdida de Calais fue algo negativo, debido al desarrollo de la guerra franco-española.
Desde el punto de vista religioso, su reforma no solo sacó lecciones del pasado, sino que trató de utilizar algunos aspectos de la experiencia reformada. Con respecto al Papa, fue todo menos servil. De hecho, no abolió el Praemunire y mantuvo las prerrogativas de la Corona con gran rigor.
También los protestantes habían acogido a la nueva reina como la heredera legítima. La restauración del catolicismo se condujo con prudencia, de modo progresivo y de acuerdo con el Parlamento. Lo primero que se hizo fue pensar en el matrimonio, cuya última elección se hace sobre Felipe, hijo de Carlos V, lo cual disgustó a Gardiner y a la mayoría del Consejo. En el contrato de matrimonio se incluyeron algunas cláusulas significativas: Felipe no podría implicar a Inglaterra en la guerra contra Francia; no podría llevar fuera de Inglaterra barcos o joyas de la Corona sin el consentimiento de María; en los nombramientos de cargos oficiales, María no debía consultar a su marido; en su séquito Felipe debía tener ingleses; además gozaría del título de rey mientras María viviese, pero después no podría presentar ningún derecho al trono inglés. A pesar de tener grandes ventajas para los ingleses, el contrato suscitó poco después una revuelta[47], capitaneada por Thomas Wyatt, de signo antiespañol. Isabel, hermanastra de María, fue recluida en la Torre de Londres con sospecha de colaborar en la insurrección, pero sin probarse nada.
Una errónea percepción del significado del complot indujo a María a llevar una política persecutoria. En Diciembre de 1554 se desarrolló una acción anti protestante. Muchos fueron los exiliados y numerosos los condenados a la hoguera. Es un hecho que María se vio rodeada de un clero poco fiable. Muchos se habían casado, otros se conformaban con el buen vivir. No tenía mucho donde elegir. En todo caso, la propaganda adversa fue violenta, mientras faltó un soporte por parte de los católicos, poco formados y sin tipografías. La propaganda fue realizada por los exiliados, cerca de 800, que desde el exterior formaron una comunidad congregacionalista.
En positivo debemos hablar de cuanto intentó hacer Reinaldo Pole; llegado a Inglaterra, activó una acción de reforma. Se compuso un libro de homilías. Se simplificaron el breviario y el misal. Se hicieron votos de renovar la disciplina y reprimir los abusos. Importancia particular se dio a la formación del clero. Se ordenó la residencia a los eclesiásticos, se prohibió el cúmulo de beneficios. Los obispos debían predicar personalmente. Los prelados debían llevar una vida moderada y digna. Todos los años debían tener las visitas pastorales. De hecho, en poco tiempo hubo una tímida recuperación de la vida religiosa. Se realizó una visita a las dos universidades, renovando el cuerpo de profesores.
Tomás Cranmer, fue una de las víctimas de María “la sanguinaria”, ya que después de haber ayudado a que Inglaterra fuera protestante, se retractó ante la reina católica, para salvarse de la muerte, pero como fue condenado a morir en la hoguera, volvió a retractarse, diciendo las célebres palabras: “Hay un escrito contrario a la verdad que ha sido publicado y que ahora repudio porque fue escrito por mi mano contra la verdad que mi corazón conocía…y puesto que fue mi mano la que ofendió, al escribir contra mi corazón, mi mano será castigada primero. Cuando esté yo en la pira, será ella la que primero arderá.”
No obstante las voces de palacio, María elige como sucesora propia a su hermana Elizabeth. No está probada la sospecha de que ella fuese religiosamente indiferente u oportunista. Dotada de fuerte temperamento político, era sinceramente religiosa; la educación recibida era protestante. Estaba firmemente convencida de defender una vía intermedia entre catolicismo y calvinismo. Para llevarla a cabo, el arma más adaptada era el erastianismo. Procede con prudencia, también porque los católicos eran mayoría en el país y en la cámara de los Lord. Para contrarrestarlos, la reina intenta dos acciones: Retornar a la supremacía; imponer la uniformidad religiosa, que, de hecho, quería decir protestantizar el país.
Lo primero que hace es sustituir a los obispos marianos con obispos de su confianza. Hace aprobar la nueva ley de Supremacía[48] que proclamaba a la reina “supremo gobernador” en los asuntos espirituales y eclesiásticos, aunque no cabeza. Debía ser aceptado con un juramento, que era difícil de eludir y que constituyó el nacimiento de la verdadera Iglesia anglicana de Estado. Sobre 16 obispos, 15 refutaron el juramento y fueron removidos.
Después, con el Acto de Uniformidad, fueron impuestos los parámetros católicos, pero fue omitida la “rúbrica negra”, según la cual los fieles debían confesarse de pie. Fueron dejadas las imágenes, conservada la jerarquía y restaurado el “Libro de Oración” de 1552.
El 9 de diciembre de 1559 fue consagrado el nuevo arzobispo de Cantérbury, Matthew Parker, por el obispo de Chichester, William Barlow, abriendo la cuestión de las ordenaciones anglicanas. Más que la cuestión de la validez de la consagración de Barlow, el problema viene del tipo de rito de la consagración, que habría excluido la capacidad de ofrecer un sacrificio.
Con los 39 artículos se definió el rostro de la iglesia anglicana, una iglesia con liturgia cercana al catolicismo, pero con una doctrina muy protestante: “Sola Scriptura; sola fides”, su fruto con las obras; predestinación; doctrina contra el purgatorio, contra las indulgencias y contra el culto a las imágenes; solo se reconocen dos sacramentos: Bautismo y Cena.
Los puntos teológicos de la Iglesia Anglicana se encuentran en los “Treinta y nueve artículos de religión”, y la liturgia en el Libro de Oración Común. La iglesia tiene como cabeza al rey o reina inglés, en este momento Isabel II y a su muerte, Carlos; pero es el arzobispo de Canterbury el presidente de la Comunión Anglicana, compuesta por iglesias anglicanas y episcopales. Su jerarquía consiste en tres órdenes: Obispos, presbíteros y diáconos. A su vez, la Iglesia se divide en “alas”: El “Ala baja” está compuesta por cristianos de tendencia marcadamente protestante e incluso por evangélicos conservadores; en el “Ala alta” están los llamados “anglocatólicos” y en el “Ala amplia” se encuentran los “sectores liberales”.
4. John Knox y la Iglesia Presbiteriana.
En Escocia, el Cardenal Beaton y la reina regente, María de Guise, gobernaban en nombre de María, reina de Escocia, de tal manera que la Reforma tenía las puertas cerradas. Pero cuando el Cardenal fue asesinado y la reina regente murió, John Knox pudo iniciar el movimiento reformador en 1559.
Knox nació en Haddington, en la Baja Escocia, en 1505 y estudió en la Universidad de Saint Andrews, en Glasgow durante ocho años, para recibir su licenciatura en artes, aunque todos esperaban que fuera sacerdote, pero antes de ser ordenado prefirió ser maestro de filosofía, aunque ocupó diversos cargos en la curia de Saint Andrews, después de aprender latín y griego. Muy poco se conoce sobre sus padres, aparte de que el padre era hijo de un terrateniente respetable y rico; de modo que John no se crió en un hogar pobre. Asimismo, el hecho de que haya recibido excelente educación, indica que sus padres eran personas inteligentes y acomodadas. Ambos eran católicos. Siendo John todavía muy pequeño falleció su madre, y el padre se volvió a casar.
Pronto se sintió inquieto en cuanto a su nuevo cargo. Anhelaba profundizarse más en la teología. Empezaba a ver cuán corrupta era, en realidad, la iglesia Romana en Escocia. Mientras más estudiaba los escritos de San Jerónimo y San Agustín, más lo conducían estos a las Escrituras. Al acudir al Nuevo Testamento, y al estudiar cuidadosa y detalladamente las verdades contenidas en él, fue confirmado como ciertas sus sospechas en cuanto a la iglesia Romana. Esto ocurrió más o menos por el año de 1535, pero tardo siete años antes de decidirse a renunciar a la iglesia de Roma y declararse como reformador.
Knox sabía que le sería totalmente inútil quejarse acerca de la corrupción que observaba en la iglesia. También sabía que si acaso decía algo en contra de la iglesia, lo tacharían de hereje, y quizá hasta tratarían de darle muerte. Al mismo tiempo, tenía que reconocer que la iglesia a la cual pertenecía estaba profundamente comprometida. Como consecuencia, empezó a estudiar, a reflexionar, a orar, y a pedirle a Dios que le indicara lo que debía hacer.
Influenciado por los primeros reformadores como George Wishart, asesinado en la hoguera, en 1547 se unió al movimiento reformista de la Iglesia escocesa. Se convirtió en criado y ayudante de dicho pastor, y en todo tiempo llevaba una espada, listo para proteger a su patrón. Cuando Wishart fue arrestado, le pidió a Knox que se separara de él, diciéndole que sería perseguido, sin duda alguna, y que no era necesario que ambos murieran como mártires. Knox, al principio, se opuso, pero al fin siguió el consejo de su amigo. Knox nunca más le volvió a ver, pues Wishart entregó su vida como un mártir del Señor Jesucristo.
A causa de sus creencias, Knox se vio forzado a huir de un lugar a otro, con el fin de evitar que lo tomaran preso. Pensaba ir a Alemania, pero sus amigos le convencieron a que se refugiara en un castillo. De este modo, en la primavera de 1547, se mudó al castillo, llevando consigo a los alumnos. Antes de esto, había trabajado para dos familias como tutor, y en parte también como sacerdote. Sin embargo, sabiendo que sus amigos lo buscaban, se sentía inseguro en el castillo; por lo tanto, junto con sus alumnos, pronto se trasladó a la población de Saint Andrews; en Escocia, en donde daba clases en una capilla todos los días.
El pastor de la iglesia era John Rough, aunque sentía que no era esa su verdadera posición. Un día en la iglesia Rough predicó sobre la elección de pastores y la responsabilidad que tiene la congregación en esta elección. Insistió en lo peligroso que es para cualquiera que tenga los dones apropiados rechazar el llamado de Dios que le viene por decisión unánime del pueblo de Dios. Luego en pleno culto se dirigió a Knox, diciéndole: “Hermano… en el nombre de Dios y de su Hijo Jesucristo, y en nombre de los aquí presentes quienes te llaman por mi boca, te mando que no rehúses esta santa vocación”. Dirigiéndose a la congregación, le dijo: “¿No fue éste su encargo para mí? ¿Y aprueban esta vocación?” Todos le contestaron que sí. Entonces Knox irrumpió en lágrimas, y corrió fuera de la capilla hasta su cuarto donde permaneció varios días en oración y agonía espiritual. Finalmente aceptó la voluntad del Señor, convirtiéndose como Moisés en líder espiritual de una nación entera.
Escocia era y es un país pequeño sin mucha influencia política o económica. En ese tiempo había sufrido siglos de cautiverio, oprimido por sus caciques políticos y religiosos. La corrupción e ignorancia del clero eran notables. La riqueza de la Iglesia contrastaba con la extrema pobreza del pueblo.
Y los pocos destellos de luz que aparecieron en los siglos XIV, XV y XVI fueron rápidamente sofocados mediante la destitución de bienes, la excomulgación, el encarcelamiento y la muerte. Seguidores del inglés John Wycliffe, conocidos como lolardos; seguidores del checo Jean Hus, quemado vivo en el Concilio de Constanza en 1415; hombres hasta de familias nobles como George Wishart y Patrick Hamilton, influenciados por las doctrinas de Lutero, todos pagaron con sus vidas su proclamación de la verdad del Evangelio.
A pesar de la persecución y el dominio político y religioso de la Francia católicorromana, las primeras décadas del siglo XVI vieron el surgimiento de grupos de estudio bíblico, y la celebración de cultos religiosos según la práctica reformada. Estos grupos solían reunirse en casas particulares, sobre todo de familias aristocráticas que simpatizaban con las idea de Lutero.
Pronto la fama de Knox se extendió y otras personas acudieron para escucharle, y con el tiempo Knox sintió que Dios lo estaba llamando a predicarles el evangelio. Así lo hizo, manifestando a la gente el pecado del pueblo escocés, y hablándoles de la santidad de Dios.
Se acercaba entonces a los cuarenta años, y el interiormente tímido Knox, súbitamente se convirtió en un predicador intrépido. No procuraba presentar mensajes bellos, más bien decía al pueblo que había venido como un profeta enviado de Dios, y que nos le traía palabras dulces y agradables, sino palabras duras. A pesar de los problemas y las persecuciones en el país, John Knox perseveró mostrando a al pueblo pecaminosidad de sus corazones. Les decía que Dios derramaría Su ira sobre ellos si no se arrepentían.
Knox fue hecho prisionero junto a otros partidarios de la Reforma, relacionados con la muerte del Cardenal Beaton en 1546 y la intervención de la regente de Escocia, María de Guise. Un día trajeron una pintura de la Virgen, y se les ordenó a los presos que le besaran. Knox rehusó hacerlo, y eso hizo que uno de los guardias le pegara en la cara con el cuadro. En vez de besar la imagen, Knox lanzó la pintura al agua, exclamando: “¡Que nuestra señora se salve así misma! No pesa mucho. Que aprenda a nadar”. Lo hizo así para indicar que en su corazón estaba de parte del protestantismo; pues había puesto su fe en Dios y en su Hijo, el Señor Jesucristo, y no en la iglesia Romana. Aunque este incidente pude parecer de poca importancia, no obstante, desde aquel día, y en adelante, ya no se le exigió a los demás miembros del grupo que participaran en algo que era contrario a sus propias creencias, y se le trató con más respeto.
Se le mandó a las galeras francesas durante un año y medio, en donde fue tenido como esclavo, pero liberado por los ingleses estuvo al servicio de Eduardo VI en 1549, y comenzó a predicar en muchos puntos del país. La predicación de Knox cerca de la frontera escocesa atrajo a tantos escoceses que el gobierno inglés se puso nervioso.
Teniendo ahora más de cuarenta años, Knox llegó a conocer a Marjorie Bowes, y se enamoró de ella. La madre de la joven concedió su permiso para que se casaran, pero el padre no quiso consentir, puesto que simpatizaba con la iglesia Romana. Después de esperar por tres años, confiando en que él iba a ceder, finalmente se casaron.
Por un tiempo, todo parecía irle bien. Ya no sufría la oposición que había soportado anteriormente, y la vida le parecía un poco más fácil. No obstante, ese mismo hecho le molestaba. Sabía que no debía debilitarse en su manera de predicar. No podía pedirle a Dios Su divina dirección si no le era fiel en proclamar la verdad. Knox decidió que no le temería a nadie.
En diciembre de 1551 fue elegido para ser uno de los seis capellanes reales. Como resultado de ello, no solo predicaba en la corte del joven rey Eduardo VI, el cual pronto llego a ser su amigo íntimo, sino que también tuvo la oportunidad de visitar iglesias en todas partes del país. Esto fue muy cansador para Knox, pero él siguió predicando fielmente. Apenas tres años atrás había sido un esclavo en una galera francesa. Ahora era uno de los representantes de Inglaterra, predicando en todas partes del reino, e inclusive dando sugerencias en cuanto a cambios en el orden del culto en las iglesias. En julio de 1533, el joven rey de Inglaterra murió, a los dieciséis años. Su trono pasó a María Tudor[49], católica y mujer de Felipe II, conocida en la historia como “Maria la Sangrienta”. Al poco tiempo, toda la ley que favorecía al protestantismo fue revocada. Todo cambió entonces para Juan Knox. Su sueldo fue suspendido. Sus buenos amigos estaban muriendo como mártires.
Knox sabía que su ministerio ya no podría continuar siendo efectivo en Inglaterra y estuvo por algún tiempo dudando sobre si procedía morir pronto en la hoguera o huir del país. Sabía que tendría que dejar a su esposa, y a la familia de ella, y huir a Francia. Por fin, decidió huir a Francia, siguió su camino hacia Suiza, en donde fue recibido calurosamente por los ministros y las iglesias protestantes. Después de dos meses regresó a Francia. Se sintió feliz al hallar allí varias cartas. Una de ellas le informaba que su esposa y su suegra estaban seguras. Sin embargo, la persecución iba en aumento, de modo que no era prudente regresar.
Apesadumbrado regresó a Suiza. Un grupo de refugiados protestantes había formado una iglesia en Francfort, Alemania, y por petición expresa de Jean Calvino, le pidieron a Knox que fuera su pastor. Sirvió allí durante más o menos un año.
Mientras tanto, algunos cambios políticos habían ocurrido en Escocia; y a los protestantes se les concedió más libertad.
Para 1555 estando en Ginebra, recibió una petición urgente, rogándole que regresara a su patria. Así lo hizo, pasando primero por Inglaterra, en donde encontró a su esposa sana y segura. Luego fue a Escocia por un breve tiempo, donde tuvo la suerte de librarse de una acusación de herejía. Al volver de nuevo a su patria, Knox observó que parecía haber una nueva actitud en la generación reciente. Esto no solo lo sorprendió, sino que también lo puso muy contento. La última vez que había estado en Escocia había predicado ásperamente en contra de la iglesia Romana, la misa, y los métodos empleados por los líderes de tal iglesia. Ahora sentía que debía predicar un mensaje más positivo. Todavía creía firmemente que la gente debía salir de la iniquidad de la iglesia Romana, pero ahora sentía que tenía también que conducirles a dar un paso más hacia delante. Konx les enseñó a celebrar la Cena del Señor semanalmente, a estudiar la Palabra de Dios y a reconocer que formaban parte de la Iglesia de Jesucristo.
La reina María, y también los obispos de Escocia, llegaron a enterarse de la predicación sin rodeos de Knox. Conociendo el carácter de dicho predicador, le ordenaron comparecer ante ellos el 15 de mayo de 1556. Para su sorpresa, cuando apareció en Edimburgo no se encontraba solo. Lo acompañaba una inmensa multitud, lista para actuar sí acaso alguien osaba levantar la mano en contra de su pastor. De inmediato los obispos retiraron la citación; y desde entonces se le permitió predicar abiertamente y a congregaciones más numerosas que antes.
Poco después de esto, recibió un llamado de parte de su iglesia en Suiza. Regresó de inmediato. Por primera vez pudo establecer un hogar en Ginebra. Durante los tres años siguientes le nacieron dos hijos, Natanael y Eliécer. Aun cuando Knox y su familia estaban felizmente radicados en Suiza, él todavía ardía en deseos de evangelizar al pueblo de Escocia.
John Knox era además de un religioso, un visionario. Él sostenía que la única posibilidad de que los escoceses se libren de la dominación francesa era que los protestantes de Escocia e Inglaterra se unan en un frente común y escribió su tratado “El primer toque de trompeta” contra el régimen monstruoso de las mujeres[50], una denuncia contra el gobierno de las mujeres, dirigida claramente contra la regente católica de Escocia, María de Guisa, que gobernaba en nombre de la reina, su hija María.
En 1559, los acontecimientos se precipitaron en Escocia. El pueblo escocés se alzó contra la Regente y la dominación francesa; se produjeron graves desórdenes y las tropas del gobierno se lanzaron contra las fuerzas protestantes poniéndoles en grave aprieto. Knox fue invitado otra vez por los ministros reformados de Escocia, y así, en mayo de 1559, regresó nuevamente a su tierra y apoyó la rebelión protestante contra la regencia. Sus sermones en Perth y Saint Andrews consiguieron que estas ciudades defendieran su causa, y sus esfuerzos en Edimburgo estimularon el desarrollo de un partido antigubernamental fuerte. Los reformadores protestantes, sin embargo, no podían luchar solos y con éxito contra la regente, a quien apoyaban las tropas francesas. Pronto toda la nación era protestante a pesar de que la reina María era católica.
Fue entonces cuando Inglaterra, ya bajo la protestante Elizabeth I, y Knox la convenció a intervenir con un potente ejército. Las tropas francesas fueron sitiadas en Leith y tuvieron que capitular en 1560, con lo que la influencia gala llegó a su fin. Con la ayuda inglesa, favorecido por la muerte de María de Guise y la retirada de las tropas francesas, el partido protestante se hizo con el control del gobierno escocés. Ese mismo año, John Knox, junto a otros reformadores de su tiempo fundaron la Iglesia Reformada. Como consecuencia de esto, Knox tuvo que buscar protección en el castillo de Saint Andrews. Ese mismo año falleció su esposa. Le quedaban dos hijos pequeños, y su suegra, de la cual también tenía que cuidar. Ambos hijos recibieron una buena educación, en preparación para el ministerio. Sin embargo. Los dos murieron muy jóvenes, y sin hijos.
El 17 de agosto de 1560, la confesión de fe de los reformadores protestantes, escrita sobre todo por Knox, fue adoptada por los estamentos y el Parlamento escocés y se convirtió en el credo durante dos siglos. El Parlamento escocés decretó el 24 de agosto de 1560 que “el obispo de Roma no tiene jurisdicción ni autoridad en este reino”, y anuló todas las leyes de los anteriores parlamentos que eran contrarias a la Confesión de Fe preparada por John Knox y otros cinco colegas pastores. No era para menos la alegría del pueblo de Dios en Escocia por su liberación de la esclavitud espiritual, por más que el pueblo escocés de hoy desprecie y se mofe de su gran herencia espiritual.
La vuelta a Escocia de la reina católica María, al año siguiente, revivió todas las viejas rencillas y provocó otras nuevas. Como ministro de la catedral de Saint Giles de Edimburgo, Knox condenó en público la conducta personal y la política del gobierno de María. Un sermón en esta catedral produjo la primera de una serie de entrevistas personales entre María y Knox, cuyo registro constituye una gran parte de su obra póstuma “Historia de la Reforma en Escocia”[51]. La violenta oposición de Knox a María le alejó de uno de sus principales partidarios, James Stwart, conde de Moray, hermanastro de María y uno de sus principales consejeros; pero el matrimonio en 1565 de María con el católico Henry Stewart, lord Darnley, volvió a unirlos, ante lo que ambos consideraban una amenaza para el nuevo protestantismo.
Cuatro años después de la muerte de su esposa Marjorie, Knox se volvió a casar; esta vez con Margarita Stwart Ochiltree, una jovencita de diecisiete años. Juan Knox tenía ya cincuenta años, de modo que su casamiento ocasionó bastante habladuría. No obstante, Margarita resultó ser una cónyuge digna y congenial para Knox; y vivieron felices hasta que él murió. De este matrimonio nacieron tres hijas. Después de sus segunda nupcias, Knox participó muy poco en la vida política y pública. Siguió predicando, pero más reposadamente.
Los acontecimientos de los dos años siguientes, el asesinato de Darnley, el matrimonio de María con James Hepburn, cuarto conde de Bothwell, y su huida a Inglaterra, devolvieron el control al partido protestante. Moray se convirtió en regente, y las leyes de 1560 en favor de la religión reformada fueron ratificadas por el Parlamento escocés.
Para 1567, los franceses habían sido expulsados totalmente de Escocia. El triunfo del protestantismo en quedó asegurado cuando María Estuardo abdicó en 1567. La influencia de Knox siguió siendo considerable, y sus sermones en la coronación de Jacobo VI de Escocia, el niño de María, futuro Jacobo I, rey de Inglaterra, quien fue educado en el protestantismo durante la regencia de Lord James Stewart, conde de Moray y también protestante y en la apertura del parlamento escocés tuvieron la categoría de manifiestos públicos. De esta manera la Reforma Protestante se consolidaba de manera definitiva en el país.
A fines de 1570, pocos años después de haberse casado con Margarita, Knox sufrió una leve embolia, que le dejó sin habla por un breve tiempo. No podía caminar ni escribir; todo el mundo creía que le había llegado su fin. Sin embargo, a la semana siguiente estaba de nuevo en el púlpito, predicando como de costumbre.
En 1572 se retiró a Saint Andrews, donde terminó de escribir su último libro, “Respuesta a un jesuita escocés”. En noviembre, cayó otra vez enfermo, y esto le debilito en extremo. El día de su muerte se preocupa por pagar los salarios de sus siervos, dándoles algo extra porque será la última vez y luego se pasó escuchando a su esposa y a otras personas, a las cuales había pedido que leyeran algunos pasajes bíblicos. Leyeron durante varias horas seguidas; y luego, siendo las once de la noche, se arrodillaron para orar a Dios. John Knox murió en paz, y se fue para estar con el Señor, a quien había amado y servido hasta el 24 de noviembre de 1572.
Quiero destacar cuatro áreas donde nos desafía John Knox:
a. Una voz bíblica.
Knox compartía plenamente la Sola Scriptura de la Reforma. Por más de 1000 años se habían acumulado tradiciones cada vez menos bíblicas en la Iglesia Cristiana. Para ellas se buscaba apoyo el el llamado “consenso unánime de los Padres”, pero estos se contradecían. Con Lutero y Calvino y los demás Reformadores se escuchó la verdadera seña cristiana: “¿Qué dice la Escritura?” Un bello ejemplo de esto se encuentra en la Confesión Escocesa, donde en el prefacio Knox y sus colegas dicen: “Afirmamos que si alguien encuentra en nuestra Confesión un artículo o una frase contrarios a la santa Palabra de Dios, se sirva tener la bondad en el amor cristiano de avisarnos de lo mismo por escrito; y nosotros por la gracia de Dios nos comprometemos con toda fidelidad a satisfacerle de la boca de Dios, o sea de sus santas Escrituras, o sino, la correción de lo que él demuestre ser erróneo. Pues Dios es nuestro testigo que de todo corazón aborrecemos toda secta herética y a todo maestro de doctrinas falsas; y que con toda humildad abrazamos la pureza del Evangelio de Cristo, el cual es el único alimento de nuestras almas, y por consiguiente tan precioso que estamos resueltos a sufrir los peligros más extremos antes de permitir que se nos defraude del Evangelio”.
Como todo Reformador, Knox en sus prédicas exponía la Escritura, explicando su significado original y luego aplicándola a situación actual. Por ejemplo, después de serias derrotas sufridas por los amigos escoceses de la Reforma a manos de las tropas francesas, predicó sobre el Salmo 80, donde Asaf ora por la restauración de Israel atribulado y derrotado. Expuso el Salmo entero en tres oportunidades: Las dos primeras en Edimburgo y la tercera en Stirling. Explicó el contexto original, luego lo comparó con la situación en Escocia, recalcando la necesidad de reconocer su pecado y tener confianza en Dios:
“Cuando eramos pocos en comparación con nuestros enemigos, cuando no teníamos condes ni duques, salvo unos pocos, que nos animaran, clamamos a Dios, lo tomamos a él como nuestro protector, nuestra defensa, nuestro único refugio. No se escuchaba entre nosotros jactancia por nuestra cantidad de gente, nuestra fuerza o nuestra política; sólo le rogamos a Dios que viera la justicia de nuestra causa y la opresión cruel del enemigo tiránico. Pero desde que Su Excelencia el Príncipe y sus amigos se han juntado con nosotros, no se oye nada sino: “El Princípe nos traerá cien hombres armados; o, este otro tiene suficiente prestigio para convencer todo el país; o, si este gran Duque está con nosotros, nadie nos va a molestar”. Y de esta manera hasta los mejores entre nosotros, quienes antes sentían que la mano poderosa de Dios era nuestra defensa, ahora están confiando en el brazo del hombre”.
En otra oportunidad, derrotados por los franceses y sin la ayuda inglesa prometida, “los loores de la congregación” se acercaron a Knox, “en nuestra más honda desesperación, quien nos predicó un sermón muy animador sobre Juan 6, La tempestad en el mar”. “No debemos desfallecer”, dijo, “sino que debemos seguir remando contra estas tormentas hostiles, hasta que venga Jesucristo, ya que estoy tan convencido que Dios nos librará de este trance agudo, como lo estoy de que este es el Evangelio de Jesucristo que hoy les predico. No ha llegado aún la cuarta vigilia de la noche, esperen un poco, se salvará la embarcación, y Pedro quien ha salido del barco no se ahogará.”
Con tales prédicas bíblicas, siempre exponiendo el texto y siempre actualizándolo, mereció el elogio del embajador inglés, Randolph: “Os aseguro que la voz de un solo hombre es capaz de poner más vida en nosotros que quinientas trompetas que simultáneamente sonaran en nuestros oídos”.
b. Una voz profética.
En el Antiguo Testamento tenía el profeta una doble función: Predecir eventos futuros y proclamar el mensaje de Dios para su propia generación, mensaje que frecuentemente incluía denuncias fuertes del pecado. Este segundo aspecto se ve claramente en Knox: Exponía y condenaba las faltas de todos a la luz de la Palabra. Por eso se le considera duro e inhumano, sobre todo en su trato con la joven reina María Estuardo, hermosa, encantadora, siempre fascinante para los hombres. La verdad es que Knox comprendió su duplicidad, sobre todo por su crianza en la corte francesa dominada por la familia Guise. Knox no sabía que ella había firmado un tratado con cláusulas secretas donde los reyes de Francia y España prometieron aplastar el protestantismo en toda Europa, pero leía lo suficientemente bien su carácter como para decir: “La verdad es que todos sus procederes demuestran que las lecciones de su tío, el cardenal de Lorena, están tan adentradas en su corazón que parece que tanto la verdad interna como externa se mueren conjuntamente. Me gustaría estar equivocado, pero me temo que no lo estoy. En mi comunicación con ella he observado tal arte como nunca lo he encontrado en personas de su edad.” Knox no iba a ser uno de los muchos hombres que entraron en amores con María Estuardo.
Knox nunca buscó una entrevista, nunca se acercó a la corte sin ser llamado, se mostró siempre deferente, hablando con vehemencia solo cuando se quería callar su voz de predicador del Evangelio. Basta un ejemplo de sus conversaciones. Knox había denunciado desde el púlpito de Saint Giles toda inmoralidad, incluso la de la reina. Entre sollozos femeninos y sonrisas acariciadoras María le preguntó autoritariamente a Knox: “¿Qué tenéis que ver con mi casamiento? ¿O qué sois vosotros en esta nación?” La noble respuesta de Knox: “Un súbdito nacido en ella, señora. Y aunque no soy conde ni gran señor ni barón en ella, sin embargo Dios me ha hecho, por abyecto que sea ante vuestros ojos, persona de bien en ella”. No es de sorprenderse que en los funerales de Knox en 1572 el Regente de Escocia, el Conde Morton, amigo de Knox, haya dicho: “Aquí yace un hombre que nunca temió ni halagó carne alguna. ¿Por qué no? Porque para él el temor del Señor era el principio de la sabiduría”.
c. Una voz patriótica.
Knox sirvió a la iglesia en muchos países durante su exilio de Escocia: En Alemania donde ejerció un pastorado muy fructífero en Frankfurt; en Francia donde pasó varios meses predicando en Dieppe; en Ginebra que calificó como “la mejor escuela de Cristo que se haya visto desde los días de los apóstoles”; y en Inglaterra donde se le apreció mucho durante el reinado del Rey Eduardo VI y se le ofreció un obispado anglicano, oferta que Knox rechazó. Así que no era ningún nacionalista incapaz de ver lo bueno en otros países y lo malo en el suyo propio. Pero toda su vida le consumía una pasión santa: La de ver establecido el reino de Jesucristo en Escocia, y a sus compatriotas confiando en él y demostrando los frutos de la justicia cristiana.
Durante su cautiverio en las galeras Knox sufrío mucho. En una oportunidad el barco pasó cerca de la ciudad de San Andrés, pero Knox estaba tan debilitado que ni podía levantar la cabeza para mirar. Un compañero prisionero le preguntó si conocía aquel lugar, y recibió la siguiente respuesta: “Sí, lo conozco bien, pues veo la torre de aquel sitio donde Dios primero abrió mi boca en público para su gloria, y estoy plenamente convencido, por débil que parezca ahora, que no dejaré esta vida hasta que mi lengua glorifique su santo nombre en ese mismo lugar.”
Knox era hombre de oración que nunca dejaba de implorar a Dios que bendijera su patria. A la vez era hombre de acción que siempre luchaba por el bien espiritual y material de su tierra natal. En los meses críticos antes de la victoria final y el establecimiento de la religión reformada en el país, predicó una serie de sermones sobre la construcción del Templo como se relata en la libro de Ageo. Denominó esta exposición “una doctrina adecuada para la época”. Su ferviente deseo era que se construyera el Templo de Jesucristo en todo el reino escocés. Dios escuchó sus oraciones y respondió a su fe, de tal modo que Calvino le escribió de Ginebra: “Al maravillarnos por el increíble éxito en tan corto tiempo, damos también profundas gracias a Dios, cuya especial bendición vemos resplandecer”.
La visión de Knox y sus amigos abarcó todo aspecto de la vida nacional. Después de que el Parlamento escocés destituyera la religión católicorromana, Knox propuso que las ingentes riquezas de la iglesia medieval se dividieran en tres partes: Una para el sostenimiento de pastores; la segunda para el establecimiento de una escuela en cada parroquía y el desarrollo de un sistema nacional de educación primaria, secundaria y superior; y la tercera parte para sufragar las necesidades de los pobres. A causa de la codicia de los aristócratas que detentaban el poder político y querían adueñarse de los tesoros de la Iglesia, los proyectos de Knox nunca pudieron plasmarse en realidad. Escocia fue grandemente bendecida por la Reforma, pero ¡cuánta mayor habría sido la bendición de haberse escuchado y practicado los consejos de Knox y de la Palabra de Dios!
d. Una voz pastoral.
Knox vivió en tiempos difíciles, tiempos que precisaban de un hombre de coraje y de convicciones inflexibles. Sin duda compartía algunas de la características de un Elías o un Juan Bautista, pero no por ello dejaba de tener un corazón amoroso y un cuidado pastoral por toda la grey de Dios, hasta los más humildes e insignificantes. Las multitudes escuchaban sus sermones y salían, según nunerosos testimonios contemporáneos, “muy reconfortados”. Y sobre todo en sus cartas encontramos esta ternura de espíritu, propia de un creyente que camina con el Señor. En medio de repetidas crisis nacionales, Knox seguía escribiendo a personas que pedían consejos espirituales; por ejemplo, a una tal señora Locke le escribe así: “Ud me escribe que anhela verme. Querida hermana, si yo le dijera cuán grande es la sed que tengo por su presencia, parecería demasiado exagerado mi lenguaje… su presencia es tan querida para mí que si no tuviera la responsabilidad del pequeño rebaño congregado aquí en nombre de Cristo, yo mismo llegaría a Ud. antes que mi carta.”
Otro hombre importante fue su sucesor Andrew Melville, a quien algunos llaman el “padre del presbiterianismo”.
La teología histórica del presbiterianismo es el calvinismo, aunque reformado.
En el siglo XIX se produjeron varios cismas y se organizaron la Iglesia Libre de Escocia, la Iglesia Libre Unida de Escocia, la Iglesia Presbiteriana Unida de Escocia y otros grupos más pequeños y más conservadores. De Escocia se expandieron a Irlanda, sobre todo a Ulster, durante el régimen de Oliverio Cromwell. Son predominantes en Irlanda del Norte. También se extendieron a las colonias inglesas de Norteamérica.
La iglesia local es pastoreada por un ministro considerado como “anciano” o presbítero, que se encarga de la predicación y los sacramentos, el bautismo y cena, pero es gobernada por los “ancianos gobernantes” o “ancianos diaconales” que se diferencian de los laicos y diáconos, que contribuyen a la obra de la iglesia, pero no la gobiernan.
Las iglesias locales son integradas por presbiterios, sínodos, asambleas, etc., en donde los presbíteros con rango de ministros de la Palabra y los sacramentos y los presbíteros generalmente conocidos como “ancianos” están representados. Su gobierno es democrático representativo.
Han hecho un énfasis marcado en la educación y el progreso. Existe un sector conservador que se identifica como ortodoxo. En América Latina, se ha establecido en la mayoría de las naciones y ha contribuido a la vida de esos países con excelentes escuelas.
El presbiterianismo se conoce como Iglesia Presbiteriana Reformada desde 1968, pero su actividad se inició en 1890 y una unificación con los Discípulos de Cristo y los congregacionalistas culminó en 1917–1918 con la formación de la Iglesia Presbiteriana de Cuba.
[1] Se cree que fue trasportada por manos de ángeles de Jerusalén a Roma.
[2] 1343.
[3] 27 de junio–18 de julio de 1519.
[4] 1519.
[5] Junio 1520.
[6] Aquellas efectuadas por encima de los términos de la simple obligación.
[7] Agosto 1520.
[8] Publicado el 20 de noviembre de 1520.
[9] 1524-1525.
[10] 1525.
[11] 1526.
[12] 1527-1529.
[13] 1528.
[14] 1529.
[15] 1 Corintios 11.29.
[16] Un ejército organizado por los príncipes en defensa del protestantismo.
[17] 1529.
[18] 1531.
[19] 1506.
[20] 1512-1515.
[21] Primera Disputación de Zürich.
[22] De la verdadera y la falsa religión.
[23] Conocida como Disputa de Marburgo.
[24] Marcos 16.16.
[25] Mateo 18.2-4.
[26] La muerte por asfixia en agua.
[27] 1496-1561.
[28] 1509-1553.
[29] 1549.
[30] El término Hugonote es el antiguo nombre otorgado a los protestantes franceses de doctrina calvinista durante las guerras de religión. A partir del siglo XVII, los hugonotes serían denominados frecuentemente Religionnaires, ya que los decretos reales y otros documentos oficiales, empleaban el desdeñoso “pretendida religión reformada” para designar al protestantismo.
[31] Apodo provocativo con que se conocía a los miembros de la iglesia reformada francesa.
[32] 1562 a 1594.
[33] 23 al 24 de agosto de 1572.
[34] 13 de abril de 1598.
[35] 1455-1485.
[36] 1485-1509.
[37] 1491-1547.
[38] 22 de abril de 1509.
[39] 11 de junio de 1509.
[40] 1518.
[41] 24 de febrero de 1525.
[42] Levítico 18.16.
[43] Levítico 20.20.
[44] Octubre de 1529.
[45] 8 de enero de 1536.
[46] 19 de mayo de 1536.
[47] 1554.
[48] Entre 1558 y 1559.
[49] 1553.
[50] 1558.
[51] Publicado en 1581 y 1664.
A. Tiempo para la Reforma.
1. El Renacimiento.
El Renacimiento es uno de los grandes momentos de la historia universal que marcó el paso de mundo Medieval al mundo Moderno. Es un fenómeno muy complejo que impregnó todos los ámbitos yendo por tanto, más allá de lo puramente artístico como ha querido verse.
Para muchos autores empieza en 1453 con la conquista turca de Constantinopla. Según otros es un nuevo periodo que surge desde el descubrimiento de la imprenta, e incluso se considera que no se produce hasta que Copérnico descubre el sistema heliocéntrico; pero la fecha tope es 1492, con el descubrimiento de América.
El término Renacimiento deriva de la expresión italiana rinascita, vocablo usado por primera vez por el literato Petrarca y revalorada por el arquitecto y teórico Giorgio Vasari, que la delimita en el mismo momento histórico en que tuvo lugar este movimiento cultural. Vasari lo acuña en su obra Vidas de los más ilustres artistas para referirse a un movimiento que hace resucitar en el arte y la cultura los valores espirituales de la antiguedad clásica. El término no empieza a utilizarse hasta el siglo XVI, pero no será consagrado en sentido histórico, social y cultural hasta mediados del siglo XIX.
Será a partir de este momento cuando ya cobrará fuerza el redescubrimiento del hombre como individuo, el redescubrimiento del mundo como armonía y realidad que rodea al hombre liberado de todas las preocupaciones religiosas. El Renacimiento es ante todo, un espíritu que transforma no solo las artes, sino también las ciencias, las letras y formas de pensamiento. En su conjunto se ha visto una clara reacción al espíritu teológico de la Edad Media, sin embargo la ruptura no se produce de manera violenta porque no pocas de las concepciones que se van a desarrollar tuvieron su origen durante el medievo, y esto es claramente apreciable en el terreno artístico.
Este movimiento surge en Italia a fines del siglo XIV y principios del XV, expandiéndose con fuerza a Europa a mediados del siglo XV, y desde mediados del siglo XVI al mundo hispanoamericano. Es un movimiento universal pero que adopta las características y modos propios del pasado de las naciones a través de un proceso de asimilación. El que su origen sea italiano es porque Italia es fundamental por su pasado histórico que ahora se quiere recuperar e impulsar. Además hay otro factor relevante y es que en Italia nunca hubo un arraigo total y fuerte de lo medieval como ocurrió en Europa, precisamente porque aún estaba latente el espíritu clásico.
Políticamente Italia se organizó en torno a ciudades-estado que obtuvieron un gran auge artístico y político encabezadas por Florencia. Tras la muerte de Juan Galeazzo Visconti en 1402 los intentos por hacer de italia un reino unido bajo el mando de un solo gobernante, excedieron sus posibilidades reales. En el Renacimiento la historia de Italia es la de sus cinco estados principales: Florencia, Milán, Nápoles, Venecia y el Papado. Las constantes luchas por ampliar las fronteras hicieron posible la creación de un nuevo grupo social: Los Condottierieran, personajes especializados en la guerra, grandes estrategas que estaban generalmente al mando de una compañia, aunque, en última instancia, su suerte la decidían el poder, las necesidades, los objetivos y los recursos del príncipe o Estado al que servía. Las guerras entre los estados italianos se hacían mediante contratos, por tanto a través de los condottiero, durante casi dos siglos. Esta tradición pseudo-mercenaria se hizo presente en europa desde el siglo XIII, gracias en parte al desarrollo económico de las ciudades, el crecimiento demográfico y la tradición de las Cruzadas, haciendo posible que parte de la clase de terratenientes se aúnen para producir un gran excedente de grupos armados fuertemente cualificados.
Desde finales del siglo XV los condottieri fueron personajes para los que la guerra era una empresa esporádica más que una actividad permanente; la clave de este sistema se basaba en la condotta, contrato en el que se especificaban las condiciones de los servicios prestados por el capitan y sus soldados y su retribución por ellos. Este tipo de contrato se utilizó en otros ámbitos, gracias al nacimiento de una fuerte burguesía próspera que buscaba su propio beneficio. Nace ahora la clientela, debido a que la economía se va liberando y van tomando autonomía los pequeños comerciantes y banqueros que, con su mecenazgo, van a impulsar relaciones comerciales a nivel nacional e internacional. Pero este movimiento de capital no estaba controlado por un Estado fuerte que promoviera dichas iniciativas, sino que generalmente funcionaban como empresas privadas, gestionadas a menudo sobre una base familiar, subordinándose a la iniciativa de un linaje o clase social acomodada. Generalmente se trataba de aristrócratas que no eran miembros de la nobleza ni pretendían serlo, y, sin embargo, eran reconocidos como personajes de alto prestigio en la sociedad renacentista. Se mantenían al margen de la corte, valiéndose de la situación de que el príncipe o monarca no conocían los mecanismos financieros, abriéndose para ellos un campo extraordinario de oportunidades como operadores económicos o intermediarios entre ellos financiando algunos de los gastos extraordinarios de la corte. Pero aun sin pertenecer a la clase nobiliaria y eclesiástica, gracias a su capital rivalizaron con ellos.
El nacimiento del mecenazgo impulsó también planteamientos gremiales, siendo la propia ciudad la que generosamente propició con los fondos de sus arcas el engrandecimiento de las ciudades. Así, por ejemplo, el Hospital de los Inocentes de Florencia fue costeado por el gremio del arte de la seda.
Ya hemos dicho antes que el Renacimiento surgió en Italia, pero además, el Renacimiento del siglo XV se da solo en este país. Se puede decir que en Francia, España y Alemania hacia 1450 y 1500 ya se conoce este movimiento, pero no se desarrolla plenamente hasta el siglo XVI. El renacer de Italia estuvo ligado a la idea de la recuperación de la grandeza de Roma, que tras la caída del Imperio Romano, y un periodo de anarquía y confusión, desde el quattrocento se trata de romper con esa etapa bárbara para volver a esa idea de grandeza latina. La pérdida de poder de la iglesia hizo que se propagaran las “herejías”, que finalmente darán a fines del siglo XVI la Reforma Protestante.
El estudio de las lenguas clásicas, el griego y el latín; el arte que dejaba de estar relacionado con temas religiosos y los primeros pasos de la ciencia moderna, fueron temas que lideraban personas ajenas a la religión y que tenían una mente más escéptica e investigativa. A pesar de tener enclavada en Roma la capital del mundo religioso, los italianos se distinguían más por su cultura que por su fe, mientras que el nuevo despertar en Alemania, Francia e Inglaterra iba más hacia el estudio de las Escrituras, a las lenguas griega y hebrea y a la investigación de los fundamentos de la fe, quitando la base de los dogmas católicos.
En 1455, Gütemberg inventó la imprenta, que vendría a evolucionar el mundo. Los libros dejarían de ser algo que estaba limitado al bolsillo de los millonarios, para convertirse en la escuela de los pobres. El que la Biblia fuese el primer libro impreso trajo como consecuencia que se buscara traducir a las lenguas vernáculas, que a su vez, hizo que muchos de los que leían el Nuevo Testamento comprendieran que la Iglesia Católica estaba mal ante los ojos de Dios.
En esta época, el Imperio Bizantino se tambaleaba por los Turcos; la economía Europea estaba en crísis y las revueltas se propagaban. Esta etapa de crísis afectó al pensamiento: El escolasticismo de la Edad Media cae en un escepticismo radical. Los primeros pensadores cristianos concedían una primacía al espiritualismo sobre lo material, existía una visión providencialista, el poder de los Papas sobrepasaba al de los Príncipes y esto dio lugar a inicios del Renacimiento a enfrentamientos entre ambos poderes.
Teorías de inicios del Renacimiento proponen que el gobierno es una institución terrenal pero de origen divino. Surgen entonces nuevos pensadores que renuevan la teoría política, exigiendo la separación de poderes: El gobierno es una institución terrenal de invención humana que no tiene nada que ver con la divinidad. Uno de los primeros teóricos en afirmar esta otra teoría fue Dante, que, en su obra “De Monarquia” defiende la autoridad civil sobre la eclesiástica. Otros tantos pensadores proponen esta división como Marsilio de Padua y Guillermo de Occam entre otros. La teoría política de este periodo llega a su culminación con Maquiavelo, pensador que influirá posteriormente en el pensamiento del Barroco. Este autor propone por primera vezla total separación de poderes entre la Iglesia y Estado, pero incluso fue más allá: En su obra “Discursos” afirmó que el objetivo de un buen gobernante debía ser el bienestar de su comunidad, por tanto el soberano podía saltarse cualquier cuestión moral, ética o religiosa.
La polémica estaba servida en los núcleos eclesiásticos, culminando con la Reforma. Todas estas ideas fueron posibles también gracias a los avances científicos de este periodo. La ciencia cobrará un fuerte desarrollo gracias al humanismo y a inquietud intelectual. El Humanismo tiene sus antecedentes en plena Edad Media, en la modernidad del pensamiento de Abelardo, filósofo francés del siglo XII, que propugno una filosofía individualista ensalzando la grandeza humana, en un momento en que domina la idea de Dios sobre lo terrenal. Un poco más adelante otro antecedente aislado fue la corriente humanista desarrollada en el siglo XIII en la Universidad de Charyres, donde se animaba a profundizar y conocer el mundo clásico. Este brote aislado francés se da en Italia en términos similares en los círculos cultos de Florencia, en la Academia Neoplatónica costeada por los Médici. El término “Humanismo” fue acuñado en 1808 por el alemán Netharmer, refiriéndose al valor formativo en la educación de los clásicos grecolatinos. El humanista del Renacimiento era por definición un erudito, un hombre culto, enamorado de la antigüedad y preocupado por el estudio de todas las disciplinas en el campo del saber. Se siente atraído por la filosofía de Platón. Los dos máximos defensores de las concepciones platónicas fueron Marsilio Ficcino y Piccolo della Mirandolla, que fueron quienes fundaron la Academia Neoplatónica de Florencia.
En teoría defendían el pensamiento platónico adaptándolo al concepto cristiano. En la Academia se promovió el estudio y la traducción de la cultura latina, destacando Pietro Bracciolini que descubrió el Tratado de Arquitectura de Vitrubio, que será el modelo tratadístico de los siglos XV y XVI; también es importante la figura de Poliziano que recuperó el interés por la mitología, haciendo resurgir el paganismo en el arte cristiano.
El espíritu nacionalista también estaba tomando fuerza por toda Europa y los pueblos mostraban su inconformidad de que las iglesias nacionales tuviesen que sujetarse a una iglesia extranjera en donde un hombre que en realidad era un desconocido para el pueblo, fuese el que nombrase a los obispos, abades y otros dignatarios. El llamado “óbolo de San Pedro”, que era un impuesto que había que pagar a la Iglesia Católica, llegó a ser una gran molestia para el pueblo que pasaba hambre mientras que con su dinero, en Roma, el Papa y los Cardenales vivían a sus anchas con lujosos edificios.
A partir del siglo XVI los nuevos conocimientos comienzan a difundirse por toda Europa, pero antes de terminar esta brevísima introducción al Renacimiento hay que mencionar un hecho importante que marcó el paso de este periodo al Barroco, y que conocemos como “la crisis Manierista”. En 1527 los ejércitos del emperador Carlos V tomaron Roma y la sometieron a un brutal saqueo donde fueron hechos prisioneros el Papado y el Sacro Colegio Cardenalicio. Durante nueve meses toda la cristiandad estuvo sin guía, augurando ya el cambio con la Reforma que desde Alemania se pedía con fervor. Un cambio que defraudó a muchos en su esperanza por la renovación de la iglesia porque no llegó a culminar hasta varios años después y sin cuajar en Roma. Pero, como indica André Chastel en su obra “El Saco de Roma” desde esta fecha ya nada fue igual: Esta crisis no solo supuso un trágico ejemplo de la guerra, sino que dio lugar a la difusión de una nueva mentalidad que afectó tanto a las artes como a las letras más allá de Italia. Así surge el manierismo, término que deriva del vocablo italiano Manieray que se refiere a los distintos modos gramaticales de diverso significado. El significado más parecido sería estilo, aunque la maniera era considerada un atributo inherente al arte. La llegada del Manierismo está relacionada con la creación y práctica de un tipo completamente distinto en su personalidad, dotado de facultades individuales propias, esto suponía una liberalización en parte de las reglas estéticas que se promovieron desde las Academias del Renacimiento.
El Manierismo surge en un periodo de crísis como una transición no solo debida a un antihumanismo, como se ha intentado ver, sino que se suman una serie de factores que, de manera inherente, hacen que aparezca la ruptura: El saqueo de Roma, la preparación del Concilio de Trento, la nueva orientación de las rutas comerciales, la revolución económica en toda Europa y la crisis econímica en el ámbito mediterráneo, que hacen realidad la crisis y también en parte la disolución del humanismo en Italia, en favor de una mentalidad que es por un lado racionalista hasta el límite, y por otro lado radicalmente antiintelectualista. Esta crisis comenzó con la duda de si eran concordantes las necesidades espirituales y corporales con las creencias religiosas y la salvación, dando lugar a un arte donde lo espiritual no era representado como algo que se consumía en las formas materiales, sino que podía ser sugerido más allá de los límites de las formas. De esta manera el manierismo como antihumanismo, como filosofía de vida y como nueva dirección por sus tendencias opuestas al Renacimiento, podría designarse como Contrarrenacimiento. El Manierismo es por tanto, una manifestación de crisis, la necesidad de nuevos horizontes para ser explorados que se produce, sobre todo en el ámbito del arte, y que augura el nacimiento de un nuevo periodo: El Barroco.
2. Martín Lutero.
Reinaba en Roma el papa León X, cuando un humilde monje agustino y doctor en Sagrada Escritura, Martín Lutero, que había nacido en Eisleben el 10 de noviembre de 1483, con el nombre Martin Luder, después cambiado a Martin Luther, como es conocido en alemán. Hijo de un minero Hans y Margarette Lutero, que con grandes esfuerzos lo enviaron a la Universidad de Ergurt, inició una reforma religiosa en Alemania. Martin fue dedicado a Dios un día después de haber nacido y bautizado el día que se celebraba la festividad de San Martín de Tours, siete días después de su nacimiento.
En 1484 su familia se trasladó a Mansfeld, donde su padre dirigía varias minas de cobre. Habiéndose criado en un medio campesino, Hans Lutero ansiaba que su hijo llegara a ser funcionario civil para darle más honores a la familia. Con este fin, envió al joven Martín a varias escuelas en Mansfeld, Magdeburgo y Eisenach.
En 1501, a los 17 años, Lutero ingresó en la Universidad de Érfurt, donde tocaba el laúd y recibió el apodo de “El filósofo”. El joven estudiante recibió el grado de bachiller en 1502 y una maestría en 1505, como el segundo de 17 candidatos. Siguiendo los deseos de su padre, se inscribió en la Facultad de Derecho de esta universidad. Pero todo cambió durante una tormenta eléctrica en 1505. Un rayo cayó cerca de él mientras se encontraba de regreso de una visita a la casa de sus padres. Aterrorizado, gritó: “¡Ayuda Santa Ana! ¡Me haré monje!”. Salió con vida y abandonó la carrera de Derecho, vendió sus libros con excepción de los de Virgilio y entró en el monasterio agustino de Erfurt el 17 de julio de 1505.
El joven Lutero se dedicó por completo a la vida del monasterio, empeñándose en realizar buenas obras con el fin de complacer a Dios y servir a otros mediante la oración por sus almas. Se dedicó con mucha intensidad al ayuno, a las flagelaciones, a largas horas en oración, al peregrinaje y a la confesión constante. Cuanto más intentaba agradar a Dios, más se daba cuenta de sus pecados.
Johann von Staupitz, el superior de Lutero, concluyó que el joven necesitaba más trabajo para distraerse de su excesiva reflexión, y ordenó al monje que comenzara una carrera académica. En 1507 Lutero fue ordenado sacerdote, y en 1508 comenzó a enseñar Teología en la Universidad de Wittenberg. Lutero recibió su grado de bachiller en Estudios Bíblicos el 9 de marzo de 1508. Dos años después realizó una visita a Roma, y se dice que cuando la divisó a lo lejos se arrodilló y dijo: “Mis ojos pueden ver el cielo en la tierra”; él había esperado encontrar en el Papa y su corte, modales de la vida cristiana, y quedó sorprendido y horrorizado al contemplar la corrupción que existía en los lugares que creía verdaderamente santos. Sin embargo, consideró necesario seguir las costumbres de los peregrinos a Roma, y así, entre otras cosas, subió la “escalera santa”[1], de rodillas y diciendo un Padrenuestro en cada escalón. Repentinamente recordó la declaración del profeta Habacuc, citado después por el apóstol Pablo: “El justo vivirá por su fe” y le ocurrió que todas aquellas penitencias y todos estos rezos forzados, no valían absolutamente nada. Esto unido al desorden civil y moral en que se encontraba la ciudad del Papa y de los Cardenales, en donde la mitad de la población eran prostitutas, Lutero, escandalizado dijo: “Si existe el infierno, no puede ser otro lugar más que Roma”.
Sin embargo no pensó de sí sino como fiel hijo de la Iglesia Romana, y al regresar a su convento, el 19 de octubre de 1512, Martín Lutero recibió el grado de Doctor en Teología y el 21 de octubre de 1512 fue recibido en el Senado de la Facultad de Teología, dándole el título de Doctor en Biblia. En 1515 fue nombrado vicario de su orden, quedando bajo su cargo once monasterios.
Durante esta época estudió el griego y el hebreo para profundizar en el significado y los matices de las palabras utilizadas en las Escrituras, conocimientos que luego utilizaría para la traducción de la Biblia judía.
Las ansias de obtener grados académicos llevaron a Martín Lutero a estudiar las Escrituras en profundidad. Influenciado por la vocación humanista de ir a las fuentes, se sumergió en el estudio de la Biblia y de la Iglesia primitiva. Debido a esto, términos como la penitencia y la probidad tomaron un nuevo significado para Lutero, convencido ahora de que la Iglesia había perdido la visión de varias verdades centrales que el cristianismo enseñaba en las Escrituras, siendo una de las más importantes de ellas la doctrina de la justificación solo por la fe. Lutero empezó a enseñar que la salvación es un regalo exclusivamente de Dios, dado por la gracia a través de Cristo y recibido solamente por la fe.
Más tarde, Lutero definió y reintrodujo el principio de la distinción propia entre la Ley de Moisés y los Evangelios que reforzaban su teología de la gracia. Como consecuencia, Lutero creía que su principio de interpretación era un punto inicial esencial en el estudio de las Escrituras. Notó que la falta de claridad al distinguir la Ley Mosaica de los Evangelios era la causa de la incorrecta comprensión del Evangelio de Jesús en la Iglesia de su época, institución a la que responsabilizaba de haber creado y fomentado muchos errores teológicos fundamentales.
Además de sus deberes como profesor, Martín Lutero sirvió como predicador y confesor en la Iglesia de Santa María de la ciudad. También predicaba habitualmente en la Iglesia del Palacio, llamada también “de Todos los Santos”, debido a que tenía una colección de reliquias donde había sido establecida una fundación por Federico III de Sajonia. Fue durante este periodo cuando el joven sacerdote se dio cuenta de los efectos de ofrecer indulgencias a los feligreses.
Una indulgencia es el perdón, parcial o total, del castigo temporal, que aún se mantiene, por los pecados después de que la culpa ha sido eliminada por absolución. En aquella época, cualquier persona podía comprar una indulgencia, ya fuera para sí misma o para sus parientes muertos que permanecían en el Purgatorio. El fraile dominico Johann Tetzel había sido reclutado para viajar por los territorios episcopales de Alberto de Brandeburgo, Arzobispo de Maguncia, vendiendo indulgencias, con el objetivo de financiar la edificación de la Basílica de San Pedro en Roma, Italia, y en la compra por parte de Alberto de Hohenzollern de un obispado. Tetzel afirmaba que cada vez que se oía sonar el dinero al caer en la caja de recaudación, se libraba un alma del purgatorio. El pueblo entendió que se compraba no solo el perdón de los pecados pasados sino aún el derecho de pecar durante unos días futuros, doctrina que soltó todos los lazos de la moralidad.
Lutero vio este tráfico de indulgencias como un abuso que podría confundir a la gente y llevarla a confiar solamente en las indulgencias, dejando de lado la confesión y el arrepentimiento verdadero. Lutero predicó tres sermones contra las indulgencias en 1516 y 1517. Pero su enojo siguió creciendo y, según la tradición, el 31 de octubre de 1517 fueron clavadas las “Noventa y cinco tesis” en la puerta de la capilla de la Universidad de Wittenberg, en donde atacaba la autoridad del Papa y de los sacerdotes como una invitación abierta a debatirlas. Las tesis condenaban la avaricia y el paganismo en la Iglesia como un abuso, y pedían una disputa teológica en lo que las indulgencias podían dar. Sin embargo, en ellas no cuestionaba directamente la autoridad del Papa para conceder indulgencias.
En las tesis, sostuvo que el Papa no puede absolver sino de los castigos que el mismo hubiera impuesto, y que estos no se extienden más allá de la muerte; que la absolución se debe a todos los penitentes y que esta no es indispensable. Más valen las obras de piedad y de misericordia. Pregunta por qué el Papa no libra a todas las almas de una vez del purgatorio, si es que de veras tiene este poder, movido de compasión por sus sufrimientos, en lugar de sacarlas poco a poco por dinero.
Las 95 tesis de Martin Lutero fueron traducidas rápidamente al alemán y ampliamente copiadas e impresas. Al cabo de dos semanas se habían difundido por toda Alemania y, pasados dos meses, por toda Europa. Este fue uno de los primeros casos de la Historia en los que la imprenta tuvo un papel importante, pues facilitaba una distribución más sencilla y amplia de cualquier documento.
Después de hacer caso omiso a Lutero diciendo que era un “borracho alemán quien escribió las tesis” y afirmando que “cuando esté sobrio, cambiará de parecer”, el Papa León X ordenó en 1518 al profesor dominico de teología Silvestre Mazzolini investigar el tema. Este denunció que Lutero se oponía de manera implícita a la autoridad del Pontífice, al mostrar desacuerdo con una de sus bulas, por lo que declaró a Lutero hereje y escribió una refutación académica de sus tesis. En ella mantuvo la autoridad papal sobre la Iglesia y condenó cada desviación como una apostasía. Lutero replicó de igual manera y se desarrolló una controversia.
Mientras tanto Lutero tomó parte en la convención agustina en Heidelberg, donde presentó una tesis sobre la esclavitud del hombre al pecado y la gracia divina. En el curso de la controversia por las indulgencias, el debate se elevó hasta el punto de dudar del poder absoluto y de la autoridad del Papa, debido a que las doctrinas de “Tesorería de la Iglesia” y la “Tesorería de los Méritos”, que servían para reforzar la doctrina y práctica de las indulgencias, se basaban en la bula Unigenitus[2] del Papa Clemente VI. En vista de su oposición a esa doctrina, Lutero fue calificado de hereje, y el Papa, decidido a suprimir sus puntos de vista, ordenó llamarlo a Roma, viaje que no se realizó por problemas políticos.
Lutero, que antes profesaba obediencia implícita a la Iglesia, negaba ahora abiertamente la autoridad papal y apelaba a que se efectuara un Concilio. También declaraba que el papado no formaba parte de la inmutable esencia de la Iglesia original.
Deseando mantenerse en términos amistosos con el protector de Lutero, Federico el Sabio, el Papa realizó un intento final de alcanzar una solución pacífica al conflicto. Una conferencia con el chambelán papal Karl von Miltitz en Altenburgo, en enero de 1519, llevó a Lutero a decidir guardar silencio en tanto así lo hicieran sus oponentes, escribir una humilde carta al Papa y componer un tratado demostrando sus respetos a la Iglesia católica. La carta escrita nunca fue enviada, debido a que no contenía retractación alguna. En el tratado que compuso más tarde, Lutero negó cualquier efecto de las indulgencias en el purgatorio.
Cuando Johann Eck retó a Carlstadt, un colega de Lutero, a un debate en Leipzig, Lutero se unió a este debate[3], en el curso del cual negó el derecho divino del solio papal y la autoridad de poseer el “poder de las llaves”, que según él había sido otorgado a la Iglesia como congregación de fe. Negó que la pertenencia a la Iglesia católica occidental bajo la autoridad del Papa fuera necesaria para la salvación, manteniendo la validez de la Iglesia Ortodoxa de Oriente. Después del debate, Johann Eck aseguró que había forzado a Lutero a admitir la similitud de su propia doctrina con la de Jan Hus, quien había sido quemado en la hoguera.
De esta forma, no había esperanzas de paz. Los escritos de Lutero circulaban ampliamente por Francia, Inglaterra e Italia en 1519, y los estudiantes se dirigían a Wittenberg para escuchar a Lutero, quien publicaba ahora sus comentarios sobre la Epístola a los Gálatas y su “Trabajo en los Salmos”.
Las controversias generadas por sus escritos llevaron a Lutero a desarrollar sus doctrinas más a fondo, y su “Sermón en el Sacramento Bendecido del Verdadero y Santo Cuerpo de Cristo, y sus Hermandades” extendió el significado de la eucaristía para el perdón de los pecados y el fortalecimiento de la fe en aquellos quienes la reciben, apoyando además a que se realizara un concilio para restituir la comunión.
La controversia en Leipzig[4] hizo que Lutero tomara contacto con los humanistas, particularmente Melanchthon, Reuchlin y Erasmo de Rotterdam, y que mantuviera relaciones con el caballero Ulrich von Hutten, quien a su vez influyó al caballero Franz von Sickingen. Von Sickingen y Silvestre de Schauenburg querían mantener a Lutero bajo su protección, invitándolo a su fortaleza en la eventualidad de que no se sintiera seguro en Sajonia a causa de la proscripción papal.
El Papa advirtió a Martín Lutero el 15 de junio de 1520 con la bula papal “Exsurge Domine” que se arriesgaba a la excomunión, a menos que en un plazo de sesenta días repudiara 41 puntos de su doctrina seleccionados de sus escritos.
El concepto luterano de “Iglesia” fue desarrollado en su “En el Papado de Roma”, una respuesta al ataque del franciscano Augustín von Alveld en Leipzig[5]; mientras que su “Sermon de Buenas Obras”, publicado en la primavera de 1520, era contrario a la doctrina católica de las buenas obras y obras de supererogación[6], mantenía que las obras del creyente son verdaderamente buenas en cualquier llamado secular o vocación, ordenado por Dios.
Bajo estas circunstancias de crisis y confrontando a los nobles alemanes, Lutero redactó “A la Nobleza Cristiana de la Nación Alemana”[7], donde encomendó al laicado, como un sacerdote espiritual, la reforma requerida por Dios pero abandonada por el Papa y el clero. Por primera vez, Lutero se refirió públicamente al Papa como el Anticristo. Las reformas que Lutero proponía no solo se referían a cuestiones doctrinales, sino también a abusos eclesiásticos: La disminución del número de cardenales y demandas de la corte papal; la abolición de los ingresos del Papa; el reconocimiento del gobierno secular; la renuncia del papado al poder temporal; la abolición de los interdictos y abusos relacionados con la excomunión; la abolición del peregrinaje dañino; la eliminación del excesivo número de días santos; la supresión de los conventos de monjas, de la mendicidad y de la suntuosidad; la reforma de las universidades; la abrogación del celibato del clero; la reunificación con los bohemios y una reforma general de la moral pública.
Mientras tanto, se había rumoreado en agosto que Eck había arribado a Meissen con una prohibición papal, la cual se pronunció realmente el 21 de septiembre. En octubre de 1520 Lutero envió su escrito “En la Libertad de un Cristiano” al Papa, añadiendo la frase significativa: “Yo no me someto a leyes al interpretar la Palabra de Dios”.
Lutero escribió polémicas doctrinales en el “Preludio en el Cautiverio Babilónico de la Iglesia”, especialmente con respecto a los sacramentos.
En lo que se refiere a la eucaristía, apoyaba que se devolviera el cáliz al laicado; en la llamada cuestión del dogma de la transustanciación, afirmaba la presencia real del cuerpo y la sangre de Cristo en la eucaristía, pero rechazaba la enseñanza de que la eucaristía era el sacrificio ofrecido a Dios.
Con respecto al bautismo, enseñó que traía la justificación solo si se combinaba con la fe salvadora en el receptor. Sin embargo, mantenía el principio de la salvación incluso para aquellos que más tarde cayeran y se reivindicasen.
Sobre la penitencia, afirmó que su esencia consiste en las palabras de la promesa de exculpación recibidas por la fe. Para él, sólo estos tres sacramentos podían ser considerados como tales, debido a su institución divina y a la promesa divina de salvación conectada con ellos. Estrictamente hablando, solo el bautismo y la eucaristía son sacramentos, dado que sólo ellos tienen un “signo visible divinamente instituido”: El agua en el bautismo y el pan y el vino en la eucaristía. Lutero negó en su documento que la confirmación, el matrimonio, la ordenación sacerdotal y la extrema unción fueran sacramentos.
De manera similar, el completo desarrollo de la doctrina de Lutero sobre la salvación y la vida cristiana se expuso en su libro “En la libertad de un Cristiano”[8], donde exigió una completa unión con Cristo mediante la Palabra a través de la Fe, la entera libertad de un cristiano como sacerdote y rey sobre todas las cosas externas, y un perfecto amor al prójimo.
El 10 de Diciembre del mismo año, Lutero reunió a los profesores de la Universidad, a los estudiantes y al pueblo y quemó lo que él llamó “la bula execrable del Anticristo”, junto con los cánones establecidos por las autoridades romanas. Esta bula tomaba efecto en un plazo de 120 días, y el decreto papal en Wittenberg, defendiéndose en su “Warum des Papstes und seiner Jünger Bücher verbrannt sind” y su “Assertio omnium articulorum”. El Papa León X excomulgó a Lutero el 3 de enero de 1521 mediante la bula “Decet Romanum Pontificem”.
La ejecución de la prohibición, sin embargo, fue evitada por la relación del Papa con Federico III de Sajonia y por el nuevo emperador Carlos V quien, viendo la actitud papal hacia él y la posición de la Dieta, encontró contraindicado apoyar las medidas contra Lutero. Este fue a Worms diciendo que “Hus ha sido quemado pero no la verdad con él. Iría allí aunque hubiese tantos demonios como tejas en los tejados”.
El emperador Carlos V inauguró la Dieta imperial de Worms el 22 de enero de 1521. Lutero fue llamado a renunciar o reafirmar su doctrina y le fue otorgado un salvoconducto para garantizar su seguridad.
El 18 de Abril de 1521, con la promesa del emperador Carlos V de que no correría ningún peligro, Lutero, compareció ante la Dieta de Worms, en donde fue exhortado por el mismo Emperador a que se arrepintiera de lo dicho y hecho, pero el reformador respondió que no podía ir en contra de las Escrituras. Johann Eck, un asistente del Arzobispo de Tréveris, presentó a Lutero una mesa llena de copias de sus escritos. Le preguntó a Lutero si los libros eran suyos y si todavía creía en lo que esas obras enseñaban. Lutero pidió un tiempo para pensar su respuesta, el cual le fue concedido. Lutero oró, consultó con sus amigos y mediadores y se presentó ante la Dieta al día siguiente. Cuando se trató el asunto en la Dieta, el consejero Eck le pidió a Lutero que respondiera explícitamente: “Lutero, ¿rechaza sus libros y los errores que en ellos se contiene?”, a lo que Lutero respondió: “Que se me convenza mediante testimonios de la Escritura y claros argumentos de la razón, porque no le creo ni al Papa ni a los Concilios, ya que está demostrado que a menudo han errado, contradiciéndose a sí mismos, por los textos de la Sagrada Escritura que he citado, estoy sometido a mi conciencia y ligado a la palabra de Dios. Por eso no puedo ni quiero retractarme de nada, porque hacer algo en contra de la conciencia no es seguro ni saludable”. De acuerdo a la tradición, Lutero entonces dijo estas palabras: “¡No puedo hacer otra cosa; esta es mi postura! ¡Que Dios me ayude!”
En los siguientes días se hicieron conferencias privadas para determinar el destino de Lutero. Antes de que la decisión fuese tomada, Lutero abandonó Worms. Carlos había cumplido su palabra y Lutero salió de Worms en paz.
El emperador redactó el Edicto de Worms el 25 de mayo de 1521, declarando a Martín Lutero prófugo y hereje, y prohibiendo sus obras.
Cuando iba de camino, Lutero fue secuestrado por los soldados de Federico y llevado al castillo de Wartzburgo en Turinga, en donde estuvo un año, allí le creció una amplia y brillante barba, tomó el atuendo de un caballero y se asignó el pseudónimo de Caballero Jorge. La estancia de Lutero en Wartzburgo fue el comienzo de un periodo constructivo de su carrera como reformador. En su “desierto” o “Patmos” de Wartzburgo, como le llamaba en sus cartas, empezó a traducir la Biblia, para lo que utilizó una edición griega de Erasmo, texto que más tarde fue llamado “Textus Receptus”. Durante la traducción hizo visitas a los pueblos y mercados cercanos para escuchar a la gente hablar y así poder escribir la traducción en un lenguaje coloquial. Esta traducción se imprimiría en septiembre de 1522. Pero Lutero tenía una mala apreciación de los libros de Ester, Hebreos, Santiago, Judas y del Apocalipsis. Llamaba a la epístola de Santiago una “epístola de paja”, encontrando que era muy poco lo que apuntaba a Cristo y su obra salvadora. También tenía duras palabras para el Apocalipsis, del que decía que no podía “de ninguna forma detectar que el Espíritu Santo lo haya producido”. Tenía razones al cuestionar la apostolicidad de estos libros, debido a que la iglesia primitiva los catalogaba como antilegomena, lo que significaba que no eran aceptados sin reservas, al contrario que los canónicos. Aun así Lutero no los eliminó de su edición de las Escrituras. Lutero incluyó como apócrifos aquellos pasajes que, encontrándose en la Septuaginta griega, no lo estaban en los textos Masoréticos disponibles en aquel entonces. Estos fueron incluidos en las primeras traducciones, pero luego omitidos y calificados como “de buena lectura”, pero no como Palabra inspirada por Dios. La exclusión de estos textos fue adoptada desde un comienzo por casi todos los evangélicos.
La primera traducción completa al alemán, inclusive el Antiguo Testamento, se publicó en 1534 en seis tomos y fue producto del esfuerzo común de Lutero, Johannes Bugenhagen, Justus Jonas, Caspar Creuziger, Philipp Melanchthon, Matthäus Aurogallus y George Rörer. Lutero continuó refinando su traducción durante el resto de su vida, trabajo que fue tomado como referencia para la edición de 1546, el año de su muerte. Como se ha mencionado anteriormente, el trabajo de traducción de Lutero ayudó a estandarizar el alemán del Sacro Imperio, desde el cual se construiría la nación alemana, en el siglo XIX, y es considerado como uno de los pilares de la literatura alemana.
Además de otros escritos, preparó la primera parte de su guía para párrocos y su “Sobre la confesión”, en la que niega la confesión obligatoria y admite la sanidad de las confesiones privadas voluntarias. También escribió en contra del arzobispo Albrecht, a quien obligó a desistir de reiniciar la venta de indulgencias.
En sus ataques a Jacobus Latomus, avanzó en su visión de la relación entre la gracia y la ley, así como en la naturaleza comunicada por Cristo, distinguiendo el objetivo de la gracia de Dios para el pecador, quien, al creer, es justificado por Dios debido a la justicia de Cristo, de la gracia salvadora que mora dentro del hombre pecador. Al mismo tiempo puso énfasis en la insuficiencia del “principio de justificación”, en la persistencia del pecado después del bautismo y en la inherencia del pecado en cada buena obra.
Lutero a menudo escribía cartas a sus amigos y aliados respondiendo o preguntándoles por sus puntos de vista o por consejos. Por ejemplo, Philipp Melanchthon le escribió preguntándole cómo responder a la acusación de que los reformistas renegaban del peregrinaje, del ayuno y de otras formas tradicionales de piedad. Lutero le respondió el 1 de agosto de 1521: “Si eres un predicador de la misericordia, no predicas una misericordia imaginaria, sino una verdadera. Si la misericordia es verdadera, debes padecer el pecado verdadero, no imaginario. Dios no salva a aquellos que son sólo pecadores imaginarios. Sé un pecador y deja que tus pecados sean fuertes, pero deja que tu confianza en Cristo sea más fuerte, y regocíjate en Cristo, quien es el vencedor sobre el pecado, la muerte y el mundo. Cometeremos pecados mientras estemos aquí, porque en esta vida no hay un lugar donde la justicia resida. Nosotros, sin embargo, dice Pedro (2 Pedro 3.13), estamos buscando más allá un nuevo cielo y una nueva tierra donde reine la justicia”.
Mientras tanto, algunos sacerdotes sajones habían renunciado al voto del celibato, en tanto que otros atacaron la validez de los votos monásticos. Lutero en su “Sobre los votos monásticos” aconsejó tener más cautela, aceptando en el fondo que los votos eran generalmente tomados “con la intención de la salvación o la búsqueda de justificación”. Con la aprobación de Lutero en su “Sobre la abrogación de la misa privada”, pero en contra de la oposición firme de su prior, los agustinos de Wittenberg realizaron cambios en las formas de adoración y suprimieron las misas. Su violencia e intolerancia, sin embargo, desagradaron a Lutero, que a principios de diciembre pasó unos días entre ellos. Al regresar a Wartzburgo, escribió “Una sincera amonestación por Martín Lutero a todos los cristianos para guardarse de la insurrección y rebelión”. Aun así, Carlstadt y el ex-agustino Gabriel Zwilling demandaron en Wittenberg la abolición de la misa privada y de la comunión bajo las dos especies, así como la eliminación de las imágenes de las iglesias y la abrogación del magisterio.
Lutero tuvo noticias de unos desórdenes promovidos por sus mismos partidarios, quienes en su celo por la Reforma habían empezado a romper imágenes y destruir altares. Al saber esto decidió salir del Wartzburgo para ir a corregir estos desmanes y predicar una reforma más transigente. Manifestó su decisión a su ilustre huésped y este le hizo ver lo arriesgado de su empresa, pues estando bajo el bando del imperio era un deber de cada fiel súbdito del emperador matarlo. Lutero contestó que si cayera sería con Cristo y que él preferiría caer con Cristo que estar en pié con César. La salida no le fue impedida y con pocas predicaciones logró calmar los ánimos de los iconoclastas. El tiempo que siguió, lo empleó en escribir tratados en defensa de la fe evangélica. En menos de un año había escrito 183 folletos y obras religiosas.
Una de sus principales controversias fue contra Enrique VIII de Inglaterra, quien había escrito contra Lutero repitiendo las declaraciones de Concilios y Papas, sin ninguna solidez filosófica y que le había al monarca el título de “Defensor de la Fe” otorgado por el Papa, aunque él mismo, para seguir sus deseos carnales, más tarde llegó a romper con la Iglesia. Lutero pulverizó todos sus argumentos y llegó al extremo de llamarle “un asno coronado”.
Una lucha parecida sostuvo contra Erasmo. Este era uno de los más notables hombres de su época por su ilustración. También deseaba la Reforma de la Iglesia, pero no se atrevió a separarse de Roma. El Papa le obligó que atacara a Lutero, y lo hizo, dirigiéndose contra la doctrina luterana de la Predestinación. Pero era más bien una controversia de personalismos en que Lutero echó en cara a Erasmo su falta de sinceridad y Erasmo trató a Lutero de grosero y fanático campesino. Los príncipes alemanes fueron fieles a la Reforma y rehusaron entregar a Lutero al Papa, como este les exigía en 1522 y también en 1524.
El 8 de abril de 1523, Lutero le escribe a Wenceslaus: “Ayer recibí a nueve monjas de su cautiverio en el convento de Nimbschen”. Lutero había decidido ayudar a escapar a doce monjas del monasterio cisterciense en Nimbschen, cerca de Grimma en Sajonia, sacándolas del convento dentro de barriles. Tres de ellas se marcharon con sus parientes, mientras que las otras nueve fueron llevadas a Wittenberg. En este último grupo se encontraba Catalina de Bora. Entre mayo y junio de 1523 se pensó que la mujer se casaría con un estudiante de la Universidad de Wittenberg, Jerome Paumgartner, aunque probablemente su familia se lo negó. El Dr. Caspar Glatz era el siguiente pretendiente, pero Catalina no sentía “ni deseo ni amor” por él. Se supo que se quería casar con Lutero o con Nicolás von Amsdorf. Lutero sentía que no era un buen marido, ya que había sido excomulgado por el Papa y era perseguido por el Emperador. En mayo o a principios de junio de 1525 se conoció en el círculo íntimo de Lutero su intención de casarse con Catalina. Para evitar cualquier objeción por parte de sus amigos, actuó rápidamente: En la mañana del martes 13 de junio de 1525 se casó legalmente con Catalina, a quien afectuosamente llamaba “Katy”. Ella se mudó a la casa de su marido, el antiguo monasterio agustino en Wittenberg, y comenzaron a vivir en familia. Su matrimonio con Catalina Bora el 13 de junio de 1525 inició un movimiento de apoyo al matrimonio sacerdotal dentro de muchas corrientes cristianas.
Los Lutero tuvieron tres hijos y tres hijas: Johannes, nacido el 7 de junio de 1526, quien posteriormente estudiaría leyes y llegaría a ser oficial de la corte, falleciendo en 1575; Elizabeth, nacida el 10 de diciembre de 1527, murió prematuramente el 3 de agosto de 1528; Magdalena, nacida el 5 de mayo de 1529, murió en los brazos de su padre el 20 de septiembre de 1542, su muerte fue muy dura para Lutero y Catalina; Martín, hijo, nacido el 9 de noviembre de 1531, estudió Teología pero nunca tuvo un llamado pastoral regular antes de su muerte en 1565; Paul, nacido el 28 de enero de 1533, fue médico, padre de seis hijos y murió el 8 de marzo de 1593, continuando la línea masculina de la familia de Lutero mediante Juan Ernesto, que se extinguiría en 1759; Margaretha, nacida el 17 de diciembre de 1534, casada con el noble prusiano George von Kunheim, pero falleció en 1570 a la edad de 36 años; es el único linaje de Lutero que se mantiene hasta la actualidad.
Lutero tuvo especial interés por la educación. En sus diálogos con George Spalatin en 1524 se planeó un sistema escolar, declarando que era deber de las autoridades civiles el proveer escuelas y el velar por que los padres enviaran a sus hijos a ellas. También apoyaba el establecimiento de escuelas primarias para la educación femenina.
La Guerra de los campesinos[9] fue una respuesta de la prédica de Lutero y otros reformadores. Las revueltas del campesinado habían existido en pequeña escala desde el siglo XIV, pero ahora muchos campesinos creían erróneamente que el ataque de Lutero a la Iglesia y la jerarquía de la misma significaba que los reformadores les ayudarían en su ataque a las clases dominantes. Dado que los sublevados veían lazos profundos entre los príncipes seculares y los príncipes de la Iglesia, interpretaban equivocadamente que Lutero, al condenar a los segundos, condenaba también a los primeros. Las revueltas comenzaron en Suabia, Franconia y Turingia en 1524, obteniendo apoyo entre los campesinos y nobles afectados, muchos de los cuales poseían deudas en ese periodo. Cuando Thomas Müntzer llegó a ser líder del movimiento, las revueltas desembocaron en una guerra, que jugó un papel importante en la fundación del movimiento anabaptista. Inicialmente Lutero parecía apoyar a los campesinos, condenando las prácticas opresivas de la nobleza que habían incitado a muchos campesinos. Lutero dependía del apoyo y la protección de los príncipes y la nobleza, tenía miedo de indisponerlos en su contra. En “Contra las Hordas Asesinas y Ladronas del Campesinado”[10] incentivaba a la nobleza a que castigara rápida y sangrientamente a los campesinos. Muchos de los revolucionarios consideraron las palabras de Lutero como una traición. Otros desistieron al darse cuenta de que no había apoyo ni de la Iglesia ni de su oponente principal. La guerra en Alemania terminó en 1525, cuando las fuerzas rebeldes fueron masacradas por los ejércitos de Felipe I de Hesse y de Jorge de Sajonia en la batalla de Frankenhausen, en la que seis mil sublevados perdieron la vida. En total perecieron durante todo el conflicto entre cien mil y ciento treinta mil sublevados según diferentes estimaciones.
Después de la guerra de campesinos en 1525, reprobada por Lutero, el reformador promovía la formación de una Iglesia Evangélica territorial con regulaciones eclesiales. En mayo de 1525 tuvo lugar en Wittenberg la primera ordenación evangélica. Lutero había rechazado la visión católica romana de la ordenación como un sacramento. Un servicio de ordenación, con la imposición de manos junto con una oración en un servicio congregacional solemne, era considerado suficiente.
Para suplir la falta de altas autoridades eclesiásticas debida a que muy pocos obispos adoptaron la doctrina reformadora en tierras alemanas, Lutero sostuvo a partir de 1525 que las autoridades seculares deberían tomar parte en la administración de la iglesia. Estas tareas no eran necesariamente exclusivas de las autoridades seculares, y Lutero hubiera preferido que recayeran en manos de un episcopado evangélico. Declaró en 1542 que los príncipes evangélicos solo serían “obispos de urgencia” y exaltó que los poderes eclesiásticos pudieran ser ostentados por congregaciones cristianas, si bien decidió esperar el curso de los acontecimientos y ver qué hacían los párrocos y estudiosos para que descubrieran por sí mismos cuáles eran las personas apropiadas.
Lutero revisó la liturgia en su “Misa Alemana” de 1526, estipulando cómo debían ser los cultos diarios y la catequesis. Aun así, se oponía a una nueva ley de formas e instó a que se mantuvieran las otras liturgias. Aunque Lutero apoyaba la libertad cristiana en estas materias, también estaba a favor de mantener y establecer uniformidad litúrgica entre aquellos que compartían la misma fe en un área dada. Vio en la uniformidad litúrgica una expresión física de unidad en la fe, mientras que la variación litúrgica era un posible indicador de variación doctrinal. No consideraba una virtud el cambio litúrgico, especialmente cuando era hecho por personas o congregaciones, pues la complacía conservar y reformar lo que la iglesia había heredado del pasado. Conservó el bautismo de infantes, por tradición, en contra de la oposición anabaptista la cual solo admitía el bautismo de adultos, por lo que condenó a sus miembros. La transformación gradual de la administración del bautismo se realizó en el “Cuadernillo Bautismal”[11].
Los resultados de su viaje a Sajonia[12] le hicieron ver que los párrocos y estudiosos no estaban preparados para tal responsabilidad, siendo necesario que se mantuvieran las estructuras eclesiásticas tal y como fueran diseñadas al principio de la Reforma.
Mientras tanto, las iglesias luteranas en Escandinavia y muchos estados bálticos mantuvieron el Episcopado Apostólico y la sucesión apostólica, incluso aquellas que habían adoptado la teología antipapista de Lutero.
La naturaleza de la eucaristía se convirtió en un tema importante en la vida de Lutero. Rechazaba la doctrina católica romana de la transubstanciación, pero mantenía la presencia real del cuerpo y la sangre de Cristo bajo el pan y vino sacramental. Apoyaba el significado literal de las palabras “Este es mi cuerpo, Esta es mi sangre”. Sintetizó sus creencias sobre el tema en su Catecismo Menor al escribir: “¿Qué es el Sacramento del Altar? Es el verdadero cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo en el pan y el vino, entregado a nosotros cristianos para comer y beber, instituido por Cristo mismo”. Rehusando definir el misterio de la Eucaristía con conceptos como la consubstanciación, Lutero utilizó la analogía patrística de la doctrina de la Unión Personal de dos naturalezas en Jesucristo para ilustrar su doctrina eucarística “por analogía del hierro puesto en el fuego donde ambos, fuego y hierro, unidos en el hierro al rojo vivo, se mantienen a pesar de todo sin cambio”, un concepto que él llamó “Unión Sacramental”.
La doctrina de Lutero se diferenciaba de la de Carlstadt, Zwinglio, Leo Jud y Ecolampadio, quienes rechazaban la presencia real. Carlstadt, Zwinglio y Ecolampadio daban diferentes interpretaciones a lo estipulado por Cristo: Carlstadt interpretaba el “Esto” de “Esto es mi cuerpo” como la acción de Cristo apuntándose a sí mismo. Zwinglio interpretaba el “es” como “significa” y Ecolampadio interpretaba “mi cuerpo” como “un signo de mi cuerpo”. En la controversia que se suscitó, Lutero le responde a Ecolampadio en el prefacio de “Escritos Suabos”, exponiendo sus puntos de vista en el “Sermón en el Sacramento…Contra los Espíritus Fanáticos” y en “Estas Palabras...Todavía se Mantienen Firmes”, y más exhaustivamente en “Confesión con respecto a la Cena del Señor”[13].
Federico III pidió a Lutero en 1528 que visitara las iglesias locales para determinar la calidad de la educación cristiana que recibía el campesinado. Lutero escribió en el prefacio del Catecismo Menor, “¡Piedad! ¡Buen Dios! ¡Qué miseria tan abundante he observado! La gente común, especialmente en las villas, no tiene conocimiento de ninguna doctrina cristiana, y muchos pastores unidos son incapaces e incompetentes para enseñar”. Como respuesta, Lutero preparó los Catecismos Menor y Mayor. Se trata de materiales de instrucción y devoción que Lutero consideraba como los fundamentos de la fe cristiana, entre los que se encontraban los Diez Mandamientos, el Credo apostólico, el Padrenuestro, bautismo, confesión y absolución, la eucaristía y oraciones. El Catecismo Menor iba dirigido a la gente sencilla, mientras que el Mayor a los pastores.
Debido a los peligros de las medidas de la Segunda Dieta de Espira en 1529 contra el protestantismo, y a la coalición del Emperador con Francia y el Papa, el Landgrave Felipe deseaba una unión de todos los reformistas, pero Lutero se declaró opuesto a cualquier alianza que ayudara a la herejía, aunque aceptó la invitación del Landgrave a asistir a una conferencia en Marburgo[14] para resolver las materias en controversia. En dicha dieta el 19 de abril de dicho año 19 delegados, 5 príncipes y 14 ciudades protestaron contra la derogación de la tregua de tolerancia acordada en la Dieta de Worms y por eso se les llamó “protestantes” a los partidarios de Lutero. En Marburgo, Lutero se enfrentó a Ecolampadius, mientras que Melanchthon fue antagonista de Zwinglio. Aunque establecieron una armonía no esperada en otros aspectos, no se pudo alcanzar un acuerdo en la Eucaristía. Lutero rehusó llamar a sus oponentes “hermanos”, aunque les deseaba paz y amor. Lutero estaba convencido de que Dios había cegado los ojos de Zwinglio, por lo que no podía ver la doctrina verdadera de la Cena del Señor. Con su habitual estilo polémico, Lutero denunció a Zwinglio y sus seguidores llamándolos “fanáticos” y “demonios”.
Los mismos príncipes habían suscrito los Artículos de Schwabach, respaldados por Lutero como una condición para la alianza con él. Las bases de Lutero en materia de doctrina eucarística partían del entendimiento simple y directo de las palabras de Cristo, si bien daba importancia al sacrificio corporal de Cristo y al hecho de ofrecer ese mismo cuerpo a los comulgantes en la Eucaristía. Cuando Zwinglio excluyó la posibilidad de la presencia real por la incapacidad de la naturaleza humana de Cristo para estar en otra parte que no fuera un lugar concreto, Lutero reafirmó la integridad de la unión hipostática: “Cristo no está dividido y dondequiera que esté es Dios, incluso como hombre”. Lutero citaba como evidencia los tres modos de la presencia según Guillermo de Ockham: “Local, circunscrita”, estando en un lugar a la vez, ocupando espacio y teniendo peso, “definitiva”, desligado del espacio pero estando donde se precise y “repletiva”, llenando todos los espacios a la vez, para introducir la probabilidad de que el cuerpo y la sangre de Cristo estén realmente presentes en la Eucaristía.
Lutero sostuvo que la sola recepción de la comunión es inútil sin fe. Insistió en que los impíos e incluso las bestias que toman y beben los elementos consagrados, comen y beben la sangre y el cuerpo de Cristo, pero el beber y comer “indignamente” les sería juzgado[15]. Aunque no compartía la visión de que la Eucaristía fuese sólo una simple conmemoración, reconoció la existencia de una dimensión conmemorativa. En cuanto al efecto del sacramento en los creyentes, recordaba con fervor las palabras “fue entregado por todos vosotros”, poniendo así énfasis en la expiación y en el perdón mediante la muerte de Jesucristo.
La aparición de un enemigo común a todo el Sacro Imperio, el ejército turco, cambió el escenario político: Ahora Carlos V buscaba la unidad para poder hacer frente a la nueva amenaza, para lo cual se convocó en 1530 la Dieta de Augsburgo, con el fin de aclarar de forma definitiva la relación del Imperio con el protestantismo. Lutero, prófugo del Imperio, permanecía a salvo en Coburgo, inspirando desde allí el discurso de Melanchthon ante el Emperador. Si bien Martín Lutero se abstuvo de mantener una actitud autoritaria, no le agradó la delicadeza y la cautela de Melanchthon, porque este no llegó a plantear cambios doctrinales, salvo el de la abolición del Papado. El Emperador, forzado por la guerra contra los turcos y contra la Liga de Esmalcalda[16], consiguió asegurar la unidad mediante la Paz de Nuremberg de 1532, que retrasaba la solución definitiva del problema hasta que se celebrara un Concilio General. Desde la Dieta de Espira[17], el problema se había transformado en algo de suma importancia. La cuestión radicaba en que la Dieta de Espira había decidido en 1526 que de ninguna manera aceptaría la imposición del Edicto de Worms, que permitía matar a Lutero sin miedo a sanciones. Esa misma Dieta consagraba la tolerancia religiosa bajo el lema “A cada región la religión de su Señor”. Nuevamente en la Dieta de Espira de 1529, y ante la intención de los católicos de anular la tolerancia adoptada en 1526, los reformistas emitieron una airada queja de protesta, motivo por el cual se les llama desde entonces “Protestantes”. Ahora la Paz de Nuremberg establecía la aceptación de los reformistas en el seno del Imperio. Esta situación se vio forzada por la situación política del momento, ya que si el Emperador se oponía a la paz, los príncipes se verían legitimados para realizar o apoyar una resistencia armada contra Carlos V, cuyo poder empezaba a estar seriamente amenazado por los turcos.
Este contexto político tuvo su dimensión teológica en la llamada cuestión de la desobediencia civil. Hasta ese instante Lutero sostenía que de ningún modo desobedecería al Emperador, incluso si su decisión era equivocada. De esa manera se opuso a cualquier alianza entre los príncipes, ya fuera ofensiva o defensiva. Martín Lutero mantuvo esta actitud incluso ante la Liga de Esmalcalda. Pero su posición fue cambiando poco a poco al escuchar la opinión de juristas que aseguraban que, en los casos de notoria injusticia pública, las propias leyes imperiales otorgaban derecho de resistencia. Fue en 1531 cuando aceptó la posibilidad de adoptar la desobediencia civil en su escrito Warnung an die lieben Deutschen[18], siempre y cuando se efectuara “por las causas correctas”. Más tarde, en cartas escritas en 1539, se retractaría de tales afirmaciones.
Las opiniones de Lutero sobre los judíos han sido descritas como antisemitismo racial o religioso o como antijudaísmo. En los inicios de su carrera pensaba que los judíos no habían creído en Jesús a causa de los errores de los cristianos y de la proclamación de lo que para él era un Evangelio impuro. Sugería que responderían favorablemente al mensaje evangélico si se les presentaba de la forma adecuada. Cuando descubrió que no era así, atacó con furia a los judíos.
En su “Sobre los judíos y sus mentiras”, publicado en 1543, escribió que debían realizarse contra los judíos acciones como quemar las sinagogas, destruir sus libros de oración, prohibir predicar a los rabinos, aplastar y destruir sus casas, incautarse de sus propiedades, confiscar su dinero y obligar a esos “gusanos venenosos” a realizar trabajos forzados o expulsarlos para siempre. Aún así, a favor de Lutero, vale mencionar que su mejor discípulo y amigo, el que lo ayudó en la traducción de la Biblia, era judío: Philipp Melanchton.
Lutero compartía la creencia medieval de que la brujería existía y era opuesta al cristianismo. Es por ello que las brujas y los hechiceros fueron perseguidos tanto en los territorios protestantes como en los católicos. Lutero compartía algunas de las supersticiones sobre la brujería que eran comunes en su tiempo. Aseguraba incluso que las brujas, con la ayuda del demonio, podían robar leche simplemente al pensar en una vaca. En su Catecismo Menor Lutero enseña que la brujería era un pecado contra el segundo mandamiento.
El número de libros atribuidos a Martín Lutero es bastante alto. Sin embargo, algunos estudiosos de Lutero creen que muchas de tales obras fueron al menos esbozadas por algunos de sus amigos, como Melanchthon. La fama de Lutero les daba una audiencia potencial mayor que la que hubieran obtenido de ser publicados bajo los nombres de sus verdaderos autores.
La más completa colección de los voluminosos escritos de Lutero es la Edición de Weimar, que consta de 101 volúmenes, aunque solo una fracción de estos escritos ha sido traducida. Algunos de sus libros explican cómo se establecieron las epístolas con su canonicidad, hermenéutica, exégesis y exposición, y muestran cómo se integran los libros de la Biblia entre sí. Destacan entre ellos los escritos sobre la Epístola a los Gálatas, en los cuales se compara a sí mismo al Apóstol Pablo en su defensa del Evangelio. Lutero también escribió sobre la administración civil y eclesiástica y sobre el hogar cristiano.
El estilo literario de Lutero era polémico, en parte porque cuando le apasionaba un tema llegaba a insultar a sus oponentes. Al igual que otros reformadores era muy intolerante con otras creencias y con los puntos de vista opuestos al suyo y esto puede haber puesto fuera de sí la Reforma protestante en Alemania.
El último viaje de Lutero a Mansfeld lo realizó debido a su preocupación por las familias de sus hermanos y hermanas, quienes continuaban en la mina de cobre de Hans Lutero, que estaba amenazada por las intenciones del Conde Albrecht de Mansfeld de controlar esa industria para su beneficio personal. La controversia involucró a los cuatro condes de Mansfeld: Albrecht, Philip, John George y Gerhard. Lutero viajó dos veces hacia fines del año 1545 con el objetivo de participar en las negociaciones para llegar a un acuerdo. Fue necesaria una tercera visita a principios de 1546 para completar las negociaciones. El 23 de enero Lutero dejó Wittenberg acompañado por sus tres hijos. Las negociaciones concluyeron con éxito el 17 de febrero. Pasadas las 8 de la noche de ese día, Lutero sufrió dolores en el pecho. Al irse a la cama oró diciendo: “En tus manos encomiendo mi espíritu; me has redimido, oh Señor, fiel Dios”, tal y como se oraba habitualmente cuando llegaba la hora de la muerte. A la una de la madrugada despertó con un agudo dolor de pecho y fue envuelto con toallas calientes.
Sabiendo que su muerte era inminente, le agradeció a Dios por haberle revelado a su Hijo, en quien él había creído. Sus compañeros Justus Jonás y Michael Coelius gritaron: “Reverendo padre, ¿está listo para morir confiando en su Señor Jesucristo y confesando la doctrina que enseñó en su nombre?” Un distintivo “sí” fue la respuesta de Lutero. Murió a las 2:45 del 18 de febrero de 1546 en Eisleben, la ciudad donde nació, cuando tenía setenta y tres años. Fue enterrado en la Iglesia del Palacio de Wittenberg, cerca del púlpito desde el cual había transformado al cristianismo.
En ese mismo año, la guerra que estaba latente entre protestantes y católicos estalló en una realidad desconsoladora. Los protestantes perdieron primero y el emperador dictó leyes provisionales que no gustaron ni a los unos ni a los otros; pero en 1552 los protestantes ganaron una campaña contra el emperador, lo cual le obligó a convocar al fin la dieta de Augsburgo en 1555, en la cual se hizo la paz por la famosa sentencia: “Cujus regio ejius religio”, lo cual quería decir que cada príncipe en el imperio alemán tenía que escoger entre el catolicismo y el protestantismo y que sus súbditos tenían que adoptar la religión de sus respectivos príncipes. Mientras esto pasaba en Alemania, Calvino estaba sentando la base de la forma calvinista del protestantismo, en Ginebra, ciudad que sirvió como centro para la propaganda reformista en Europa. La rebelión contra Roma, comenzada en Inglaterra en el reinado de Enrique VIII vino a ser bajo Eduardo VI un movimiento abiertamente protestante en sus doctrinas y prácticas.
Martín Lutero fue el principal artífice de la Reforma protestante, en la que tuvo un papel mucho más destacado que otros reformadores. Gracias a la imprenta, sus escritos se leyeron en toda Alemania y ejercieron influencia sobre otros muchos reformadores y pensadores, dando origen a diversas tradiciones protestantes en Europa y en el resto del mundo.
Lutero no había objetado el bautismo de los niños, cosa que sí haría Menno Simons, luego los anabaptistas como Hubmaier y finalmente los bautistas como Roger Williams. Tampoco renegó del uso de la vestimenta sacerdotal romana entre otras cosas y aún tenía en mente una Iglesia unificada con un líder único.
Tanto la Reforma protestante como la consecuente reacción católica, la “Contrarreforma”, supusieron un importante desarrollo intelectual en Europa, por ejemplo, mediante el pensamiento escolástico de los jesuitas en el caso del catolicismo. Por su traducción de la Biblia, Lutero es considerado además uno de los fundadores de la literatura en alemán.
Para conseguir su objetivo, Lutero inventó una suerte de mezcla entre las características común de los dialectos que por entonces se hablaban en Alemania y el latín y así creó el llamado “alemán puro”, un idioma artificial que es la base de la actual lengua alemana. Lutero fue el primero en potenciar el invento de Gutemberg. Lutero publicó su Biblia apenas 60 años después de la invención de la imprenta y con ello se transformó en el primer libro de circulación masiva de la historia y también marcó el inicio de otra revolución: la lectura masiva.
Hasta 1534 solo circulaban traducciones al latín de la Sagrada Escritura, cuya lectura y estudio estaban destinadas a sacerdotes y eruditos. La traducción de Lutero intentó poner la Biblia al alcance de la población, siguiendo su idea de que cada lector y no la iglesia es responsable de la interpretación de la Biblia.
En los territorios luteranos disminuyo grandemente el poder absoluto de los reyes. Católicos y protestantes sostuvieron entre sí terribles guerras religiosas. Un siglo después de las protestas de Lutero, una revuelta en Bohemia provocó la Guerra de los Treinta Años, un conflicto entre católicos y protestantes que arrasó gran parte de Alemania y acabó con la vida de cerca de un tercio de la población.
La doctrina del luteranismo se encarna en el Libro de Concordia, publicado en 1580, en donde encontramos los credos ecuménicos de la Iglesia Antigua, de la Confesión de Augsburgo y su Apología, los Catecismos Breve y Grande de Lutero y la Fórmula de Concordia. Lutero enfatizó la justificación por fe, la gracia suficiente de Dios y la autoridad de la Biblia como única fuente de revelación divina.
Entre los luteranos, cada iglesia elige su sistema de gobierno, el cual puede estar relacionado en materia temporal con el Estado. Aceptan dos sacramentos: Bautismo y comunión. Pero en la comunión hablan de la “consubstanciación”, es decir, Cristo está presente únicamente por la fe en el pan y el vino durante el momento de la ceremonia, pero no al terminar la misma.
Martín Lutero, fue un hombre que sincero y entregado a Dios tuvo el privilegio de dar forma al trabajo de muchos antecesores reformadores, algunos laicos y otros sacerdotes, quienes solieran pagar con precio de sangre su visión.
Lutero abrió la puerta a través de la cual comenzó a filtrar la luz de la Gracia para todo el mundo que la aceptase. A Martín Lutero le fue concedido por la historia el honor de ser llamado el Padre de la Reforma.
En cuanto a Francia, la propaganda de la Reforma se desarrollaba, a pesar de las persecuciones rigurosas de que era objeto. En Italia y en España, también habían aparecido unos destellos de la nueva luz, pero pronto fueron apagados por la Iglesia, antes de que alcanzaran grandes proporciones.
Así pues, Lutero tuvo la dicha de ver a más de media Europa conmovida por la Reforma de que él había sido tan importante y elocuente medio; y el éxito alcanzado para la restauración de la verdad evangélica se debe, después de Dios, a su valor, fe y perseverancia.
3. Ulrico Zwinglio.
De manera independiente a la Reforma Alemana, en Suiza, otro monje, Ulrico Zwinglio, atacó en 1517 la “remisión de pecados” por medio de las peregrinaciones a la Virgen de Einsieldn. Para 1522 había roto completamente con Roma. Esta Reforma se dio primeramente en Zürich, pero llegó a ser más radical que la alemana, aunque su progreso fue frenado por la guerra que se dio entre los cantones católicos contra los protestantes, en donde murió Zwinglio en 1531.
Nacido en Wildhaus, Suiza, a unos 50 kilómetros al sur de San Gall, en un valle del condado de Toggenburg, en el seno de una familia acomodada el 1 de Enero de 1484. Tiene nueve o diez hermanos de los que por lo menos dos mueren relativamente jóvenes; dos de sus hermanas toman el hábito. Estudió la educación básica en Weesen, bajo la tutela de su tío Bartolomeo, y luego en Viena y Basilea. Pero antes de ir a la Universidad de Viena, cursó algunos estudios en Berna. Llegó a Viena en 1498 y se inscribió en la Universidad de Basilea, donde hizo un posgrado en 1504 y un doctorado en 1506. Su maestro más importante en Basilea es Tomás Wyttenbach.
Zwinglio se convirtió en presbítero en Glarus, tras graduarse como doctor en teología[19], desempeña el cargo de capellán del ejército suizo. Desde temprano, Zwinglio había tomado posición en un asunto político situado en el contexto de las tropas mercenarias, comunes en esa época en la Confederación Helvética. El negocio mercenario es lucrativo para las ciudades: Si ponen una parte de sus jóvenes a disposición de estos ejércitos, reciben sumas considerables para las arcas municipales. Alrededor de 1506, en la ciudad de Glaris se delibera sobre el destino de los mercenarios locales: Habsburgo, Francia o el Papa son alternativas posibles. Zwinglio toma partido por el Papa; para él, los soldados son el arma del crucificado contra los enemigos de la Iglesia, se trata de una especie de Guerra Santa.
En 1513, Zwinglio acompaña como capellán castrense a unos 500 soldados de Glaris que forman parte del ejército papal. Sin embargo, la experiencia de la guerra lo hace reflexionar. En 1515, el ejército papista sufre una derrota, y en Glaris las simpatías cambian hacia los franceses victoriosos. Esto es un serio problema para Zwinglio, quien es leal al Papa. Como venganza ante su actitud, ciertos oficiales de la localidad conspiraron contra él, lo que le puso en una situación incómoda, por lo que en 1516, es vicario del santuario de Einsiedeln, población situada en el sureste de Zürich. Allí estudió griego y hebreo, leyó la versión latina del Nuevo Testamento que Desiderio Erasmo de Róterdam había realizado a partir del original griego, por lo que dedicó su esfuerzo a estudiar el Nuevo Testamento, que memorizó al pie de la letra, y la Patrística, y llegó a la conclusión de que muchas de las doctrinas de la Iglesia estaban en contradicción con las enseñanzas del Nuevo Testamento. Admiraba a Platón, Aristóteles, Píndaro, Séneca y Cicerón.
Zwinglio se opuso a las campañas de la ciudad contra el Papa Julio II, una guerra en la que participaban mercenarios suizos. La ciudad luchaba al lado de los franceses en Lombardía[20]. En aquella época se contrataban mercenarios suizos a las órdenes del Papa para luchar en las guerras. Zwinglio fue llamado al servicio militar en varias ocasiones, en muchas de las cuales se negó, lo que le valió ser nombrado párroco en 1518, donde consiguió crear en el pueblo en sentimiento de empatía hacia los franceses. Gracias a lo cual percibiría una pensión de 50 florines anuales del Papa.
El 31 de Octubre de 1517 Martín Lutero publicó en la Catedral de Wittenberg sus 95 tesis sobre la religión cristiana, en que atacaba profundamente a la Iglesia Católica.
Poco antes, en 1516, Diebold de Geroldseck le llamó para predicar en el monasterio de Maria-Einsiedeln, con lo que Zwinglio entra en contacto con uno de los centros más activos de peregrinación y también de supersticiones. Comienza así su predicación contra estas prácticas y contra el negociante de indulgencias Bernardin Samson, que había llegado a Suiza a instancias del Papa en 1518. El hecho de basar sus afirmaciones en las Escrituras le proporcionó un respaldo popular muy importante, por lo que el 1 de enero de 1519 fue nombrado predicador de la colegiata de Zürich.
Predica asimismo contra la costumbre de los suizos de alistarse como mercenarios a las órdenes del Papa, lo que le proporcionó el cargo de predicador en Zürich, cuyo gobierno estaba enfrentado con la autoridad romana. Enfermó de peste desde 1519, parece que la dolencia le marca de manera profunda. El 1 de enero de 1519 comienza su actividad en Zürich, donde con su discurso claro y directo va explicando a los feligreses los Evangelios.
Zürich era un importante núcleo humanístico, con una tradicional limitación de ingerencia del Estado en el poder temporal de la Iglesia. Zwinglio atrajo muy pronto importantes audiencias a la catedral para escuchar su explicación de las Sagradas Escrituras a partir de los textos originales, hebreo y griego, análisis que él realizaba libro a libro, capítulo por capítulo, partiendo del Evangelio de Mateo. Esta versión oral de las Escrituras chocaba de modo rotundo con la tradición eclesiástica, ya que los sacerdotes habían basado sus sermones en las interpretaciones de la Vulgata y en los escritos de los Padres de la Iglesia. En 1519, un seguidor suyo puso a su disposición una imprenta, lo que permitió que sus ideas se difundieran más allá de la ciudad.
Ese mismo año Zwinglio conoció y estudió los escritos de su contemporáneo Martín Lutero. Animado por la actitud de Lutero frente a la jerarquía eclesiástica alemana, convenció al Consejo de Zürich para que prohibiera toda enseñanza religiosa que no estuviera basada en las Escrituras. Entre estas enseñanzas se encontraba la prohibición de la Iglesia de comer carne durante la Cuaresma.
A causa de una controversia con el obispo de Constanza, afirma que la Iglesia no debe ser administradora de la Gracia divina y contradice la afirmación católica según la cual la misa supone la renovación del sacrificio de Cristo en la cruz. El gobierno de la ciudad decide apoyar las nuevas enseñanzas y dispone en 1520 que todos los predicadores actúen siguiendo las pautas de Zwinglio.
Como por su formación no podía separar la Iglesia del Estado, se convirtió en el inspirador de la política de la ciudad llegando a organizar una reforma militar y una campaña contra los cantones católicos.
Hasta 1522 Zwinglio ha profundizado bastante su conocimiento de las Escrituras. Un contenido de sus prédicas es la resistencia contra el negocio mercenario. Y tiene éxito: En el mismo año, el Concejo de la Ciudad de Zürich lo prohibe. Ese año Zwinglio publica su primera obra reformadora, dirigida contra el ayuno propugnado por la Iglesia de Roma. El 9 de marzo, se realiza una demostrativa cena con longanizas en la casa del tipógrafo Cristóbal Froschauer, demostrativa porque la cecina es consumida en tiempo de cuaresma. Durante esta cena, dos grandes longanizas ahumadas son repartidas entre la gente. Zwinglio participa sin comer. A este primer quebrantamiento del ayuno le siguen varios más en los días siguientes. Rápidamente se sabe lo que está pasando; el Concejo de Zürich interviene e inicia pasos legales.
Solo dos semanas después de la “cena de longanizas”, Zwinglio tematiza el problema del ayuno en un sermón que se publica en abril de 1522 bajo el título: Sobre la elección de los alimentos y la libertad de tomarlos. En este sermón, Zwinglio habla a favor de una comprensión evangélica de la libertad: Los cristianos son libres de todas las órdenes dictadas por el hombre, no hay que ser incondicionalmente obediente a estas órdenes. La orden de la abstinencia es justamente un reglamento humano, eclesiástico. Como no tiene autoridad divina, vale decir, no tiene la autoridad de la Biblia, no es necesario obedecer esta orden. Al mismo tiempo, los cristianos tienen la libertad de no usarla excesivamente, porque no es la libertad de que viven.
Este hecho originó su detención, lo cual justifica Zwinglio con el argumento de que el ayuno va contra la fe cristiana. De la misma época es un escrito enviado por él y diez de sus compañeros al obispo de Constanza, en el que afirmaban su disposición a seguir predicando según los Evangelios y pedían la supresión del celibato. El Papa Adriano VI intenta convencerle de que no emprenda nuevas acciones que atenten contra la sustancia de la teología romana y le prohibió predicar, pidiendo al Consejo de Zürich que le condenara como hereje.
Ante la acusación de los dominicos de que Zwinglio propagaba la herejía, el Gran Consejo de la ciudad de Zürich convocó para el 29 de enero de 1523 a un elevado número de teólogos a un debate público[21], en la que se debía discutir sobre las tesis defendidas por Zwinglio. A ella acudieron 600 personas entre clérigos y laicos y Zwinglio reivindicó la supremacía de las Sagradas Escrituras sobre el dogma de la Iglesia, proponiendo sus 67 tesis a base de las Escrituras y puesto que los enviados del obispo solo pudieron hacer valer en su favor la tradición y las disposiciones de los concilios, el Consejo, después de deliberar, decidió adjudicar a Zwinglio la victoria lógica y decidió la independencia del cantón de Zürich con respecto a la jurisdicción del obispo de Constanza, al tiempo que mantenía en vigor la prohibición de realizar cualquier predicación que no estuviera basada en las Sagradas Escrituras. La adopción de estas medidas supuso la adopción oficial de la Reforma por parte del Consejo.
En agosto de 1522, Zwinglio renuncia a su membresía en la iglesia católica, porque, como dice, esta se fundamenta solamente en leyes humanas. Erasmo está consternado frente a palabras tan tajantes.
Entre el 26 y el 29 de octubre de 1523 se ventila, en presencia de 900 asistentes, la necesidad de suprimir las imágenes de las iglesias, decisión que se acaba adoptando y que se pondrá en práctica de una manera paulatina. Desde Constanza llega una delegación guiada por Juan Faber. Se supone que éste no participe en el debate, sino que viene a protestar y a observar. El punto central del debate es el problema de la autoridad: ¿Quién tiene la autoridad máxima en la tierra? Ya al medidodía, el Concejo ha escuchado lo suficiente y razona que nadie puede condenar a Zwinglio por herejía. Asimismo, entre el 13 y el 14 de enero de 1524 el tema tratado fue la misa y su posible supresión, lo que finalmente se establece. Exige a las órdenes mendicantes que en el futuro basen sus prédicas únicamente en la Biblia y proteger a Martín Lutero quien se encuentra bajo proscripción imperial. Zwinglio se opone al rol de María como mediadora de la salvación.
Ese mismo año Zwinglio se casa con la viuda Anna Reinhardt-Meyer, viuda con la que vivía de manera marital desde hacía algún tiempo. Los dos tienen cuatro hijos. También, Zwinglio publicó “El Pastor”, uno de los primeros trabajos que tratan sobre el rol del pastor evangélico.
Zürich, bajo la nueva regulación reformista, se convirtió en una teocracia regida por Zwinglio y una magistratura cristiana. Se establecieron reformas radicales, como la conversión de los monasterios en hospitales. Con el tiempo, Zwinglio llegaría a defender que los cristianos devotos no requerían ni de un Papa ni de una Iglesia.
La Reforma en Zürich no afectó, sin embargo, solamente a la religión, sino que, al igual que en otros movimientos reformistas de la época, se trató de una serie de medidas de regulación social con las que el Consejo pretendía organizar el sistema escolar, el matrimonio, las costumbres, etc. El papel de Zwinglio es capital en este proceso, pues si bien no asume ningún cargo orgánico, su carisma y su predicamiento entre el pueblo le convierten en una figura determinante del proceso.
Zwinglio publica en 1525 su confesión de fe[22]. Su teología, coincidente con la de Lutero en muchos aspectos básicos, opera de una manera más radical en otros, como puede ser la cuestión de la eucaristía, al rechazar Zwinglio la presencial real de Cristo en la comunión. A partir de 1525, la Reforma en Zürich se completa:
a. Se administra la Eucaristía bajo las dos especies el 13 de abril de 1525, en sustitución de la misa tradicional católica.
b. Se suprime la misa.
c. Se eliminan las imágenes de las iglesias.
d. Se decreta la supresión del celibato sacerdotal.
e. Se establece y regula una beneficencia para los pobres, financiada con los fondos obtenidos de la secularización de bienes eclesiásticos.
Zwinglio defendía que Dios había salvado a los prudentes que vivieron antes de la revelación. Por ello la justificación por la fe no era esencial, lo que verdaderamente importaba era la predestinación por la que Dios separaba a sus elegidos y les daba el medio de obedecer su ley.
Ese año de 1525 se funda asimismo en Grossmünster una escuela para teólogos, donde podrán aprender exégesis bíblica, que luego utilizarán en sus sermones al pueblo.
Importante en la teología de Zwinglio es también su concepción de las relaciones entre el poder laico y el religioso, pues mientras, por un lado, considera que es derecho y obligación del poder terrenal organizar la Iglesia y la sociedad, admite por otro lado la posibilidad de derrocar al grupo gobernante si éste no se comporta de manera apropiada a las enseñanzas del Evangelio.
Los anabaptistas, grupo protestante muy radical, amenazaron en 1525 el poder de Zwinglio en Zürich. No obstante, en el curso de una controversia mantenida el 2 de enero de 1526 ante el consejo de su ciudad, Zwinglio los derrotó, lo que precipitó la expulsión de Zürich de todos los dirigentes anabaptistas.
Amigos de Martín Lutero y de Zwinglio, preocupados por las diferencias doctrinales y políticas existentes entre ambos. Estas diferencias son claramente insuperables en el intento más importante que se hace de aunar posiciones, cuando en octubre de 1529 el landgrave Felipe de Hesse, Felipe I, invita a Zwinglio y Lutero a una discusión teológica[23]. La reunión resultó un fracaso, ya que estas dos personalidades no lograron ponerse de acuerdo en numerosas cuestiones, entre las que destacan los problemas teológicos de la consubstanciación y de la transustanciación.
La situación política en la Suiza del siglo XVI resulta sin duda determinante para el ulterior desarrollo de la reforma zwingliana. Zwinglio intentaba difundir sus creencias entre otros cantones. Seis de ellos siguieron sus pasos, mientras que los otros cinco, los cantones montañeses de Uri, Schwyz, Unterwalden, Lucerna y Zug, se mantuvieron fieles al catolicismo. La hostilidad entre los cantones desembocó en 1529 en un conflicto armado que se saldó con la victoria de los cantones montañeses en Kappel y la firma de un compromiso. A pesar de la Primera Paz de Kappel de 1529, las tensiones entre Zürich y Berna, que había sido ganada por Zwinglio para su movimiento, por un lado, y los cantones que permanecían católicos, por otro, no podía menos que estallar en un conflicto político y finalmente, también armado. La opción de Zwinglio era en este sentido clara: Usar las armas para extender la verdad del Evangelio era una obligación de todo buen cristiano.
No obstante, en 1531, en el mismo lugar, se zanjó un nuevo conflicto con la derrota de los reformistas y con la muerte de Zwinglio el 11 de octubre de 1531 quien cayó en el campo de batalla, cerca de Kappel. Su desaparición puso fin a cualquier otra posible difusión de su doctrina en Suiza, país que en nuestros días sigue siendo católico y protestante a partes iguales.
Como traductor de la Biblia, Ulrico Zwinglio el grande trabajó en estrecha colaboración con Leo Jud. La traducción se conoce hoy en día como “La Biblia de Zürich”.
La Reforma de Zwinglio, a pesar de sus evidentes puntos de conexión con Lutero, presenta también características propias. Mientras el fin de Lutero era criticar aquellos aspectos de la Iglesia que no consideraba apropiados, Zwinglio solo acepta como Iglesia aquello que aparece en las Escrituras. De ahí que las iglesias reformadas sean en gran modo iglesias de la Palabra, del Verbo, donde no encontramos decoración alguna, fuera de textos bíblicos, una liturgia reducida e inicialmente tampoco música alguna.
La diferencia fundamental que impidió un entendimiento entre ambas reformas fue, como hemos dicho, la disputa eucarística, esto es, la cuestión de si Cristo era presencia real, como decía Lutero, o solo simbólica, como decía Zwinglio, en la hostia y el vino consagrados.
Continuará su pensamiento y obra Heinrich Bullinger, quien en 1566 redactará la “Segunda confesión helvética”, que aúna a calvinistas y seguidores de Zwinglio, lo que convertirá a este y a su doctrina en básica para el desarrollo posterior del calvinismo. En materia teológica, se basa en la consideración del pecado como una enfermedad y declara el valor único y universal de la Biblia, rechazando todo aquello que no contiene. Así, salvo el bautismo y la eucaristía, considera que no los sacramentos no tienen validez, y que las imágenes, ceremoniales y demás actos del ritual católico deben ser abolidos, pues hacen primar la emoción sobre la reflexión. La palabra y la voluntad de Dios solo se han de transmitir al pueblo mediante la predicación, por lo que esta es la base sobre la que asienta el culto. La salvación del hombre está asegurada mediante el sacrificio original de Cristo en la cruz.
4. Los Anabautistas.
a. El Origen.
Una de las más tristes historias del protestantismo, sin duda la interpretaron los seguidores de Zwinglio y los “anabautistas”. Ellos tienen su origen en seguidores de la reforma de Ulrico Zwinglio en Zürich y en 1523 comienzan a tomar forma el anabautismo bajo la dirección de Conrado Grebel y Félix Manz, entre otros. Las ideas de estos cristianos llegaron al sur de Alemania por el trabajo de Baltasar Hubmaier y Hans Denck y a Moravia por Jacobo Hutter. En el norte de Alemania y Holanda fueron organizados por Menno Simons, de quien sus enemigos tomaron el nombre y quedaron aceptados como “Menonitas”.
El nombre anabaptista o anabautista proviene del idioma griego y se refiere a “rebautizar” o “bautizar de nuevo”. Dicho nombre les fue impuesto a los Anabapistas por sus calumniadores, pues estos consideraron inválido el bautismo infantil. Los anabaptistas abogan por el bautismo de creyentes[24], adultos, pues por una parte consideran que los niños son salvos[25] y por otra parte consideran al bautismo como símbolo de fe, la cual no manifiesta un bebé.
Como anabaptistas fueron denominados los cristianos que después del siglo IV se opusieron a la imposición del bautismo de niños e inclusive el Código de Justiniano estableció la pena de muerte contra ellos, la cual se aplicó en variadas ocasiones durante la Edad Media y luego en la época de la Reforma protestante, cuando en la Dieta de Espira, en 1529, católicos y protestantes se pusieron de acuerdo en perseguir a los anabaptistas.
Los actuales anabaptistas surgieron como vertiente del cristianismo de la Reforma en el siglo XVI, en Suiza, Austria, Alemania y Holanda.
En esa época había distintas expresiones del anabaptismo:
1) Una revolucionaria, originada en la predicación y bautismos de adultos realizados por el tejedor Nicolás Storch y sus compañeros Tomás Dreshel y Marcos Stübner; tuvo como defensor absoluto y destacado a Thomas Müntzer, que participó en la lucha de los campesinos contra los terratenientes feudales.
2) Otra extremista, que protagonizó el levantamiento en la ciudad de Münster, encabezada por Jan Matthys y Juan de Leiden y propiciada por la predicación de Melchior Hofman.
3) La unitaria, representada por la personalidad de Miguel Servet; por los seguidores de Simón Budny y Gregorio Paulo en Polonia; Ferenc Dávid y las iglesias unitarias de Hungría y Transilvania.
4) La pacifista trinitaria, que surgió primero en 1525 en Zürich, bajo el liderazgo de Conrad Grebel en oposición a Zwinglio, se extendió luego a Austria, Alemania, Holanda y Polonia, donde otros líderes como Michael Sattler, Pilgram Marbeck, Baltasar Hubmaier, Hans Denk, Jacob Hutter, Ulrich Stadler, Dirck Philips y Menno Simons lograron consolidar pequeñas iglesias siempre sometidas a intensa persecución, tanto por católicos, como por protestantes y anglicanos.
Aparte de compartir las principales doctrinas de la Reforma como la definición de la Biblia como única regla infalible de fe, inspirada indudablemente por el Espíritu Santo; la aceptación de Jesucristo como único mediador; el sacerdocio de todos los creyentes y la presencia del Espíritu Santo y sus dones en cada cristiano; y el rechazo de la creencia en la transubstanciación durante la misa y de esta como sacrificio; defienden la idea de que los cristianos convencidos, bautizados, deben vivir libres de la esclavitud del mundo, amar a los enemigos y abstenerse de toda violencia, solidarizarse materialmente con los pobres, sin apelar a las relaciones con el Estado para conseguir beneficios. Insisten en la importancia de la comunidad de fe para la oración, la mutua corrección fraterna, mutua ayuda material, ser una comunidad establecida voluntariamente y el Cuerpo de Cristo que se celebra en la Eucaristía.
Rechazan enérgicamente las persecuciones y guerras religiosas y consideran un crimen la ejecución de cualquier persona por sus creencias. Su norma fue y sigue siendo: “Libertad religiosa para todos los hombres para vivir la fe de su elección o ninguna”.
La investigación sobre los orígenes de los anabaptistas se ha viciado tanto por los intentos de sus enemigos a la calumnia y los intentos de sus amigos para que ellos se reivindiquen. Se encerró al movimiento a pensar que todos los anabaptistas son Munsterites o radicales relacionados con la Zwickau Profetas, Jan Matthys, John of Leiden, Bockelson van Leiden, Jan de Leyden, y Thomas Müntzer. Aquellos que desean corregir este error tiende a sobre corregir y negar todas las conexiones entre los ellos.
Aunque hay un gran número de teorías que se refiere a los orígenes, las tres principales ideas que son:
1) El movimiento se inició en una sola expresión en Zürich para propagarse desde allí.
2) El movimiento se inició a través de varios movimientos independientes.
3) El movimiento es una continuación del cristianismo del Nuevo Testamento.
Nosotros seguiremos en este curso la primera tesis, con lo que diremos que en noviembre de 1521, se incorporó al grupo seguidor de las enseñanzas de Zwinglio un joven erudito trotamundos llamado Conrad Grebel, cuyo padre era miembro del gran concilio de la ciudad de Zürich. Esta nueva asociación proporcionó a Grebel la oportunidad de continuar sus estudios de la lengua y la literatura griega que habla iniciado pocos años antes en París.
Caracterizaba a los jóvenes humanistas el deseo de aprender y la admiración hacia Erasmo. Conociendo esto, pronto les introdujo Zwinglio al Nuevo Testamento griego. En 1522 también ellos se habían convertido ya en celosos reformadores, particularmente Grebel. Pero menos de tres años después sus convicciones les habían conducido más allá de Zwinglio. El público rompimiento entre Zwinglio y sus antiguos discípulos se dio finalmente en el funesto debate de enero de 1525. El Concilio proclamó vencedor a Zwinglio y denunció a los radicales. Las alternativas eran completamente claras. El pequeño grupo tendría que, o bien someterse, o abandonar Zürich, o hacer frente a la prisión. Escogió lo último.
Unos cuantos días más tarde, el 21 de enero de 1525, cerca de una docena de hombres caminaba trabajosamente por la nieve. Callada, pero resueltamente, solos o por parejas, llegaron de noche a la casa de Felix Manz, cerca de Grossmunster, la gran catedral. Lo áspero del viento invernal que soplaba desde el lago no se igualaba a lo rudo del desengaño que sobrecogía al pequeño grupo esa noche nefasta.
Sucedió que estaban juntos hasta sentir ansiedad, de tal manera tenían oprimidos los corazones. Comenzaron a doblar sus rodillas ante el Dios Altísimo denominándole el Conocedor de los Corazones y oraban pidiendo que les mostrase su divina voluntad y les diera de su misericordia. La carne y la sangre no les guia, puesto que bien sabían ellos que tendrían que sufrir las consecuencias.
Después de la oración se levantó George y pidió a Conrad Grebel que, por amor a Dios, le bautizase con el verdadero bautismo cristiano, sobre la base de su fe y de su conocimiento. Y arrodillándose con tal solicitud y deseo, le bautizó Conrad, puesto que en aquel entonces no había ministro ordenado todavía para realizar tal labor.
Después del bautismo de manos de Grebel, Blaurock procedió a bautizar a todos los presentes. Entonces, los recién bautizados se comprometieron a ser verdaderos discípulos de Cristo para vivir vidas separadas del mundo, enseñar el Evangelio y conservar la fe.
Había nacido el anabautismo. Con este primer bautismo se constituyó la primera iglesia de los hermanos suizos. Está claro que fue ésta la acción más revolucionaria de la Reforma. Ningún otro suceso simbolizó tan completamente el rompimiento con Roma. Aquí, y por primera vez durante la Reforma, un grupo de cristianos se atrevió a formar una iglesia según se pensaba que era el modelo del Nuevo Testamento. Los hermanos acentuaban la absoluta necesidad de una entrega personal a Cristo como algo esencial para la salvación y prerequisito del bautismo.
La iniciación de la práctica del bautismo de creyentes no era algo inconsciente. A pesar del carácter revolucionario que podría haber amedrentado los corazones de los congregados en aquella noche de Enero, no era una decisión momentánea. Por el contrario, era la culminación de una ardiente búsqueda en las Escrituras y una correspondiente insatisfacción con Zwinglio y con su programa de reforma sostenido por el Estado.
Ya en Diciembre de 1523 existe evidencia de que la insatisfacción había progresado entre algunos de los más cercanos seguidores de Zwinglio. No hay posibilidad de error en el tono de la carta que escribió Conrad Grebel el 18 de Diciembre. Iba dirigida a su cuñado Vadian, también su primer maestro, y pastor de la iglesia reformada de Saint Gall. Entre otras cosas, afirmaba que había perdido la confianza en Zwinglio y que auguraba un futuro sombrío para la Reforma en Zürich. En un debate celebrado en Octubre se había opuesto a la apelación hecha por Zwinglio al Concilio para convenir cuestiones concernientes a la misa y a las imágenes. Evidentemente, esto le habla colocado en mala posición en los ojos de Zwinglio. Escribía a Vadian si podía creer en una persona que estaba bajo sospecha como él. Cinco días después de la carta de Grebel, el 23 de Diciembre, Simon Stumpf fue desterrado de Zürich. Junto con Grebel, había tenido parte activa en la discusión de Octubre y había continuado la agitación contra la misa.
En dos meses las relaciones entre Zwinglio y Grebel se habían deteriorado rápidamente. Sin embargo, no es difícil descubrir la causa. Parece ser que Grebel y Stumpf mantuvieron una postura más avanzada que Zwinglio en el debate de Octubre. Según lo registrado, Zwinglio estaba de acuerdo en que era la Palabra de Dios y no el Concilio de Zürich la que debía determinar la índole de la misa y el uso de las imágenes. Pero después de la discusión parece ser que Zwinglio se habla sometido a la decisión del Concilio. No estaba dispuesto a alterar la observación de la Cena del Señor ajustándola a las Escrituras y a sus primeras promesas. Este fue el punto de fricción entre él y Grebel.
El primer día del debate, el 26 de Octubre, se discutió y denunció claramente por todos los participantes el uso de las imágenes. En el segundo día se describió repetidamente a la misa como abominación ante Dios. En esta coyuntura de la controversia Grebel, Stumpf y posiblemente otros, habían esperado de Zwinglio algunas instrucciones explícitas al Concilio para la abolición de la misa. Previo al debate, Zwinglio y sus jóvenes discípulos hablan llegado en apariencia a un acuerdo para seguir exclusivamente a la Biblia en un programa de reforma. A lo largo del debate de Octubre, el común clamor de los predicadores había sido la Palabra de Dios. Indudablemente, Zwinglio y sus seguidores habían osado esperar que la controversia preparara el camino para transformar la misa en una observación de la Cena del Señor. Pero al cerrarse el debate sobre la misa no se había seguido ninguna de las instrucciones pedidas para abolirla.
Ya había anunciado el burgomaestre que la discusión del próximo día, programada para considerar más extensamente la misa, versaría sobre el purgatorio. Entonces se levantó Grebel para pedir que no se debatiera este asunto hasta que no se hubieran discutido otros abusos de la misa y se dieran instrucciones tendientes a su abolición. A esta sugerencia replicó Zwinglio: “Mis señores decidirán cualquier regulación que tenga que ser adoptada en el futuro concerniente a la misa”. Esta inesperada y brusca declaración de Zwinglio provocó la siguiente exclamación de Simon Stumpf: “Maestro UIrico, no tienes derecho a dejar la decisión de esta materia en manos de mis señores, porque la decisión ya ha sido tomada, es el Espíritu de Dios quien decide”.
Inmediatamente Zwinglio habló de la diferencia entre la verdad determinada por el estudio de las Escrituras y la fijada por el Concilio. Stumpf se levantó para indicar que no era prerrogativa del Concilio prescribir lo que estaba tan claramente expresado en el Nuevo Testamento. Dijo: “Si mis señores adoptan y deciden cosa contraria a la decisión de Dios, demandaré al Espíritu de Cristo y predicaré y actuaré contra ello”.
En seguida respondió Zwinglio a la declaración de Stumpf con una retumbante afirmación: “También yo predicaré y actuaré contra aquello si deciden de otra manera. No estoy poniendo la resolución en sus manos. Ellos no están por encima de la Palabra de Dios, y no digo esto solamente para ellos sino para todo el mundo”. Luego, Zwinglio diferenció una vez más las diversas funciones del debate y la instrumentación de sus juicios por el Concilio.
Aparentemente, las manifestadas intenciones de Zwinglio satisficieron a Grebel aunque es obvio que no a Stumpf. Al menos Grebel nada dijo en contra en aquella ocasión. Nada escribió revelando el creciente distanciamiento entre él y Zwinglio hasta la carta que envió a su cuñado Vadian en Diciembre, dos meses más tarde. Según Grebel, Zwinglio había abandonado su confesada postura de no comprometerse con nadie allí donde hablara la Palabra de Dios. Pero ahora se habla doblegado abiertamente a la voluntad del Concilio y dejado sus planes de abolir la misa, que había anunciado previamente, en la Navidad de 1523. Volviendo a la controversia de Octubre, Grebel señaló a esta ocasión como la histórica división entre él y Zwinglio. Los sucesos del debate fueron revividos con la publicación de los detalles alrededor del 8 de Diciembre. Dos días más tarde, nuevas erupciones contra la misa y las imágenes afirmaron el popular descontento con la lentitud de la reforma zwingliana.
Pero estas demostraciones no tuvieron los efectos deseados. El 19 de Diciembre Zwinglio había capitulado completamente a las opiniones y a la autoridad del Concilio. Para Grebel, Zwinglio sostenía una postura imposible. A los ojos de los hermanos, Zwinglio había comprometido la verdad revelada por deferencia a la constituida autoridad política. Había sido sacrificada la autoridad de la Palabra de Dios sobre el altar de la conveniencia humana. Los hermanos se sentían traicionados.
Harold Bender detecta en el rompimiento entre Zwinglio y sus jóvenes críticos el comienzo del movimiento de la iglesia libre. La decisión de Conrad Grebel de no aceptar la jurisdicción del Concilio de Zürich sobre la iglesia de Zürich es uno de los grandes momentos de la historia, porque a pesar de su indecisión, señalaba el principio del moderno movimiento de la “iglesia libre”.
El año siguiente fue de gran importancia para el incipiente movimiento anabautista. Grebel se constituyó dirigente e interlocutor del grupo de jóvenes radicales que incluía a Simon Stumpf y Felix Manz. Al finalizar el año el número ascendía a siete personas. Stumpf, Manz y Grebel intentaron muchas veces presentar a Zwinglio y a Leo Jud un programa de reforma más bíblico, pero no tuvieron éxito. Habiendo fracasado en su última tentativa de ganar a los reformadores zuriqueses a su causa, los radicales comenzaron a reunirse calladamente en las casas de los amigos simpatizantes. Uno de los sitios favoritos de reunión era la casa de Felix Manz, enclavada en una calle llamada Neustadt. Los estudios bíblicos incluían exposiciones que se encargaban de dar Manz y Hottinger. La correspondencia con Lutero, Muntzer, Carlstadt y otros, así como la distribución de los folletos de Carlstadt, consumieron tiempo y energía de los últimos meses de 1524.
Dentro del movimiento pronto progresó la seria cuestión de la validez del bautismo infantil. Parece ser que el primero de los hermanos suizos que predicó en contra del bautismo infantil fue Wilhelm Reublin, pastor de Wytikon, pueblecito vecino a Zürich. Dentro de aquel mismo año, tres padres de Zollikon, con la aprobación de un anciano sacerdote, Johannes Brotli, rehusaron bautizar a sus hijos. La represalia no se hizo esperar. Reublin fue hecho prisionero en Agosto y no mucho después se vio forzado a abandonar Zürich. Sin duda fue la insistencia de Reublin, Brotli, Grebel y otros, sobre el bautismo de creyentes, lo que precipitó la crisis que condujo a la controversia de enero de 1525.
A pesar de que en Zürich no se inició el bautismo de creyentes solo hasta Enero de 1525, como año y medio antes ya habla oído algo Grebel acerca de las exigencias de algunos de no bautizar a los niños. Mas no se estimuló hasta que Reublin y otros se sublevaron. Pero una vez sublevado se entregó completamente a la causa. Su postura primitiva le habla llevado inevitablemente a este sendero. Además, sabía muy bien que Zwinglio había predicado en ocasiones contra el bautismo infantil, como asimismo lo atestiguaban algunos de sus contemporáneos.
Además de Zwinglio, Eocolampadius, Jud, Grossman y otros habían expresado sus dudas acerca de la validez del bautismo infantil. Y desde luego estaba fuera de duda que los profetas de Zwickau habían debatido ya, en 1521, lo bíblico de la práctica. La diferencia en estas tempranas dudas y protestas contra el bautismo infantil radica en que solo los hermanos suizos fueron más allá, yendo de la oposición contra el bautismo de los niños a la práctica del bautismo de creyentes. Este hecho les sitúa por tanto aparte de los grupos contemporáneos que se confunden frecuentemente con los anabautistas. Con el nacimiento del anabautismo pues, un nuevo y dinámico movimiento encontró expresión en Europa.
El descuido al distinguir entre anabautistas, inspiracionistas y racionalistas ha conducido a una grave falta de comprensión de la entera Reforma Radical. El anabautismo tenía mucho en común con los otros dos grupos, pero eso no quiere decir que no hubiera profundas e irreconciliables diferencias. Los tres grupos componían lo que se llamaba “Reforma Radical”. Los tres eran antipaidobautistas. Pero a partir de aquí cesa toda similitud.
Una de las mayores líneas de demarcación que diferencia al uno de los otros grupos de los radicales es la actitud respecto a la autoridad para la vida del cristiano. Para los anabautistas, la autoridad era el Nuevo Testamento. Como ha demostrado Bender, eran biblicistas. Cada confesión de fe anabautista, desde Hubmaier hasta Ries, abunda en referencias bíblicas. La base de la autoridad es la misma que para Lutero, Zwinglio y Calvino, es decir, la Biblia.
Para los inspiracionistas en cambio, el Espíritu tiene preferencia sobre la Biblia. De esta forma, la inmediata iluminación por el Espíritu se transformó en la norma del programa reformador de los inspiracionistas. Los profetas de Zwickau, Nicolaus Storch y Thomas Muntzer pretendieron poseer revelación especial, al igual que más tarde hicieron los inspiracionistas. En principio, los inspiracionistas no estaban interesados en la iglesia visible. Como a los anabautistas, también a ellos les resultaba antipática la reforma realizada mediante la autoridad civil o por el Papa. Sin embargo, no participaban del punto de vista anabautista en el hincapié sobre la restauración del bautismo de creyentes practicado por la Iglesia del Nuevo Testamento.
Como indica el término, los racionalistas por su parte pusieron el acento sobre la interpretación de las Escrituras a través de la razón. La mayor parte de los racionalistas eran antitrinitarios. Pero eran antitrinitarios porque eran racionalistas y no al contrario. Por eso la razón y no la Escritura o la revelación especial fue para ellos la fuente de la autoridad última. Dirigentes tan dispares como Miguel Servet, Juan de Valdés, Sebastian Castellio, George Biandrata y Faustus Socinus, tienen que ser incluidos en esta categoría. Algunos permanecieron dentro de la iglesia católica y otros intentaron una restauración de lo que ellos consideraban que era el cristianismo del Nuevo Testamento en iglesias separadas. Todos ellos eran mucho más evangélicos de como se les ha presentado.
Que se esbozan las grandes diferencias que existían entre los anabautistas, los inspiracionistas y los racionalistas no quiere decir que no hubiera una integración de los diversos tipos de radicales, ni tampoco que algunas personas no gravitaran incluso de uno a otro grupo. Ambos fenómenos eran ciertos. En Polonia existía una estrecha y mutua relación efectiva de los socinianos y anabautistas. En Munster no se distinguía el inspiracionismo puro, a pesar de que predominaba este elemento, ni tampoco era reconocible el anabautismo. Ambos estaban presentes.
Es indudable que los anabautistas tenían mucho en común con los hermanos bohemios, los valdenses, los místicos medievales y otros grupos evangélicos, antipapales, de origen medieval. Históricamente, sin embargo, la conexión es vaga. Lo que si es mucho más evidente es la influencia de las Escrituras sobre aquellos que fueron llamados anabautistas. Parece ser que las Escrituras fueron más importantes para señalar el origen de los anabautistas que los valdenses, los humanistas evangélicos o los franciscanos espirituales, todos juntos o por separado. El testimonio que estos dejaron, al menos, constituye un capitulo indeleble en el comentario de la historia sobre las Escrituras.
No siempre la cosecha que recogían los anabautistas era proporcional a la semilla sembrada. Al igual que en la Iglesia primitiva, la persecución acompañaba hasta la muerte al testigo anabautista. La tenebrosidad de la época puede ser una de las explicaciones del por qué del tratamiento que recibieron los anabautistas de los católicos, luteranos y reformados. El siglo dieciséis fue oscuro a causa de los siglos anteriores. La civilización se había olvidado cada vez más del sufrimiento humano y del valor del individuo. La piedad se evaluaba de acuerdo con la suma de los actos externos. La señal de la época era la hipocresía. En la oscuridad, los anabautistas brillaban como muchos meteoros en la noche.
En las áreas católicas y protestante se consideraban como indivisibles a la iglesia y al Estado. Cualquier variación de las iglesias establecidas era vista como crimen de traición. Se trataban como penas de traición, sin discriminar entre ellos, al rebautismo, la sedición, la anarquía, la blasfemia, el sacrilegio y la hipocresía. Con frecuencia no había el más leve signo de justicia en el tratamiento del acusado. Y la acusación de anabautismo equivalía a la condena. La muerte seguía normalmente a la prisión y a la tortura. Para exterminar al odiado movimiento se usaba generalmente el ahogo por agua, la espada y la estaca.
El predicador Eberli Bolt fue el primer anabautista que murió a causa de su fe, el cual fue quemado por las autoridades católicas de Schyz, Suiza, el 29 de mayo de 1525. Con la muerte de Bolt principió un período de martirio para los anabautistas que continuó, con más o menos intensidad, durante tres siglos o más. Nunca se sabrá totalmente el número de los ejecutados. En algunos países no se conservaron los registros y en otros son incompletos. Sin embargo, existe abundante material procedente de los diversos juicios, de los relatos de los testigos y de los mismos anabautistas.
b. Conrad Grebel.
Poco más de un año después de haber instituido el bautismo de creyentes entre los hermanos suizos, murió Conrad Grebel. En realidad, su ministerio como predicador anabautista no sobrepasó el año y ocho meses. A pesar de los largos períodos de prisión y de su pobre salud, hay que considerar el breve ministerio de Grebel como poco menos que formidable. El erudito humanista trotamundos se había transformado en un llameante evangelista, y se hallaba poseído de un celo que no conoció el descanso hasta su muerte. Nunca había estado Grebel tan inquieto.
Conrad era uno de los dos hijos varones de los seis que les nacieron a Jacob y Dorothea Fries Grebel. Los Grebel constituían una prominente y saludable familia suiza. Junker Jacob Grebel era magistrado de Gruningen, al este de Zürich, durante la infancia de Conrad. Más tarde fue miembro del Concilio de Zürich. A esta circunstancia debió Conrad su aventajada educación.
Después de asistir durante seis años a la escuela latina de Zürich, Conrad fue uno de los ochenta y un estudiantes de la Universidad de Basilea durante el invierno de 1514. En Basilea vivía bajo la dirección de un avanzado erudito humanista de aquella laciudad, Heinrich Loriti, más conocido con el nombre de Glarean. Fue aquí que el apetito intelectual de Grebel fue estimulado por su primer contacto con el pensamiento humanista. El humanismo de Basilea no era la pagana licencia italiana con su exagerado culto de la forma en la literatura y en el arte. Era más bien un tipo de humanismo erasmiano. El humanismo evangélico de Erasmo encontró en Glarean a un campeón. A pesar de ser en ocasiones rudo y vanidoso, Glarean infundía a sus estudiantes mediante la erudición que poseía altas metas morales y el discipulado de Cristo en vez del de Catullus o Porphyry.
Se desconoce la razón por la que Conrad acompañó al año siguiente a la Universidad de Viena a tres jóvenes zuriqueses. En Viena ya era muy conocido el humanista suizo Joachim von Watt o Vadian de Siant Gall. Quizás fuera por eso por lo que Grebel y los otros se dirigieron a Viena. En la Universidad de la capital austriaca Grebel abandonó la influencia de Glarean, debido más que nada al aprecio personal que sentía por Vadian. Se nota ésto en una carta a Zwinglio escrita el 8 de setiembre de 1517: “Supongo que querrás saber cómo me va. Vadian, a quien tengo como maestro, es un hombre merecedor de todos los honores; me quiere como a un hermano y yo le quiero también, le aprecio y le respeto como al más consagrado padre”.
Este fue el comienzo de una larga amistad cuya evidencia se preserva en cincuenta y siete extensas cartas de Grebel a Vadian. Durante tres años Grebel estuvo asociado a Vadian en Viena. Hablaba de otros maestros con mucho cariño; pero Vadian excedía a todos los demás. Vadian se casó con una hermana de Grebel en 1519.
El curriculum base en todas las universidades medievales consistía en el Trivium y en el Quadrivium para alcanzar el grado de bachiller. Sin embargo, el interés de Grebel no coincidía con dicho curriculum. Le gustaban los clásicos latinos y le intrigaba en particular la nueva geografía. El humanismo de moda en Viena pertenecía a la variedad italiana con escaso acento en el renacimiento del cristianismo y nada en absoluto en cuanto a moral. Grebel estudió tres años en la Universidad de Viena pero no recibió título alguno. Sin embargo, durante ese tiempo se absorbió en el humanismo de la Italia renacentista.
La misma Viena era una ciudad hermosa, pero inmoral. La presencia de los cinco mil estudiantes de la Universidad no contribuyó a mejorar la situación moral. Eran escandalosas las borracheras de los estudiantes, frecuentes las riñas, y común la promiscuidad sexual. Precisamente dos de las actividades extras de Grebel, aparte de los estudios, eran las peleas y las mujeres. De una disputa habla salido dolorosamente herido en una mano. A sus relaciones inmorales con mujeres atribuía después una enfermedad que tuvo que sufrir el resto de sus días. ”Merecido lo tengo”, escribía, “por haber estado tantas veces con mujeres”. Intelectualmente, pues, Viena constituyó una experiencia estimulante para Grebel, pero espiritual y moralmente fue empobrecedora. No es sorprendente entonces que saliera de Viena sin haber conseguido ningún título.
El 30 de setiembre de 1518 encontramos a Grebel camino de París en compañía de otros dos estudiantes. El chasco que se había llevado al no permitírsele volver a Viena fue en parte mitigado por la reanudación de los estudios con Glarean, su amigo y maestro en los días de Basilea. Con este propósito le había preparado su padre una pensión pecuniaria más que suficiente, con el fin de financiar sus estudios en París. Grebel, por tanto, se dirigía a París para intentar por última vez un formal estudio universitario.
Cualquier ilusión, de las muchas que se hizo Grebel al pensar en estudiar de nuevo con su antiguo maestro, duró poco tiempo. Glarean no había cambiado, pero sí Grebel. Sus escapadas fueron tan frecuentes que en menos de tres meses se vio despedido. Las riñas internacionales eran la más popular diversión en la que intervenían los estudiantes de la universidad. Las cosas, pues, iban de mal en peor. Grebel se vio envuelto en una pelea que causó la muerte de dos franceses. Como consecuencia, tuvo que sufrir las severas reprimendas y censuras de su padre, así como de sus amigos Vadian y Myconius.
Grebel tenía también otros problemas, uno de ellos era su salud. A veces se encontraba tan enfermo a causa de su “antiguo problema” que se desesperaba. Al estado de la enfermedad había que añadir el de la ansiedad. Asimismo, la Sorbona era cualquier cosa menos una comunidad de eruditos. Valentín Tschudi, en una carta a Zwinglio, calificaba a los profesores de “bárbaros”, “bestias salvajes vacías de naturaleza humana” y “los más estúpidos de todos los hombres”.
Los veinte meses que estuvo Grebel en París fueron vanos. Su padre le había acortado la pensión dejándosela en dos tercios. Debido a esto y a sus deseos indisciplinados, pronto se encontró sin un franco. Los pretextos que esgrimía para pedir dinero no recibían más que censura. Finalmente, llegó un enviado con un ultimátum de su padre amenazándole a volver a casa. Un día de julio de 1520 volvía por fin el pródigo a la casa del padre.
Después de un año y ocho meses que parecían haber aumentado únicamente la frustración y el desespero de Grebel, solo había perfeccionado el dominio de las lenguas. En París había principiado a estudiar el griego y probablemente el hebreo. Hay evidencias de que asistió a las clases de los más destacados profesores de la universidad. Sin embargo, no se sabe por qué nunca se matriculó. Quizás es que no lo intentó jamás. Pero en realidad fue un joven humanista sobresaliente que no habla empezado a saber todavía de Cristo y que regresó a la patria en un caluroso día de julio de 1520.
Los dos años siguientes fueron los más significativos de la vida de Grebel. Durante meses, sin embargo, no hizo nada. Mientras decidía si iba a Pisa debido a la insistencia de un legado papal o volver a Basilea con la intención de estudiar más, pasó horas angustiosas. Volvió a Basilea, pero no por mucho tiempo. A las diez semanas estaba otra vez en su casa, habiendo encontrado en la erudición de Zwinglio y otros de la misma mentalidad, tales como Simon Stumpf y George Binder, aquello que había esperado hallar en Viena, Paris o Basilea.
Bajo la dirección de Zwinglio, Grebel y otros empezaron a estudiar a los Clásicos griegos. En noviembre de 1521 ya leían a Platón Por esa fecha dos antiguos amigos de Grebel, Valentin Tschudi y J. J. Animann, se incorporaron al grupo. Al principio su interés no era primariamente religioso sino cultural. No obstante, estudiaban juntos los lenguajes bíblicos, o sea, el griego y el hebreo. Este era el sistema que utilizaba Zwinglio para atraerse a jóvenes capaces para formar la base de su programa de reforma.
Estas reuniones se convirtieron en “reuniones de profecía”, en las cuales uno de los componentes del grupo traía un sermón expositivo y un pasaje seleccionado de las Escrituras. Estas fueron estudiadas primeramente en la Vulgata, luego en un lenguaje bíblico apropiado. Después de traducir el pasaje en alemán clásico, uno de los discípulos de Zwinglio predicaba entonces sobre el texto en suizo alemán.
El año 1522 fue un año de crisis para Grebel. En febrero del año anterior todavía era un joven frustrado en todos los sentidos. Temporalmente al menos, fue un hombre feliz con el amor de una joven a la que él llamaba su “mundo entero”. Escribiendo desde Basilea a su cuñado Vadian decía: “Al fin ha sido capturado el corazón de vuestro pobre Grebel, por eso si me amáis alegráos conmigo”. Había ido a Basilea buscando trabajo de impresor y esta fue una más de la larga serie de decepcionantes experiencias. Las finanzas que él había esperado conseguir para fundar un hogar resultaban insuficientes para sus planes y su escasa salud. Después de dos meses ya estaba de vuelta en Zürich, decidido a no salir nunca más de allí. A pesar de las menguadas finanzas y de la desaprobación de sus padres, el matrimonio no podía esperar. Así aprovechando la ausencia de su padre, Conrad se unió en matrimonio con su “Holokosme” el 6 de febrero de 1522, oficiando la ceremonia Heinriéh Enart, sacerdote de la parroquia de Fraumunster.
El matrimonio tuvo sus problemas. La novia procedía de una clase social más baja que la de Grebel. Y por esta y otras razones los padres de él rechazaron la reconciliación con este nuevo estado de cosas. La madre de Conrad lloraba incesantemente. La tensión crecía. “Contra mí ella es impía y contra mi mujer se enfurece”, confesaba a Vadian en una carta meses más tarde. La situación se hizo aún más explosiva al incrementarse las deudas. Parecía que el matrimonio, en lugar de resolver sus problemas, había añadido muchos más.
Lo que no había logrado el matrimonio, lo consiguió la conversión. No se conocen los detalles de esta experiencia de Grebel, pero no existen dudas de lo que sucedió. La vida posterior de Grebel señala con irresistible certeza a una transformación interior. En sus cartas no se aludía ya a los griegos paganos ni a los dioses romanos. En su lugar abundaban las referencias a Cristo, a la Palabra de Dios y a las amonestaciones bíblicas. La florida eloquencia del humanista fue sustituida por un estilo cuyas características eran simplicidad, propósito e integridad. No le desaparecieron los problemas, pero ahora estaba por encima de ellos. A sus hijos les puso nombres bíblicos. En julio de 1522 defendió públicamente el Evangelio e incluso llegó a manifestar el deseo de llegar a ser un ministro de él; eso quiere decir que se había convertido antes de esa fecha. El débil y vacilante joven humanista se había transformado en un discípulo de la cruz. La Palabra de Dios fue desde entonces su hoja de ruta.
La predicación y la enseñanza de Zwinglio eran efectivas. Pronto se clasificaron como reformadores los nombres de Heinrich Engelhart, Simon Stumpf y Felix Manz, así como Grebel. Pero su lealtad a la Palabra de Dios tuvo preferencia sobre su lealtad a Ulrico Zwinglio. A este le debían mucho, pero más a la Biblia. No hubo fricción entre estas dos lealtades hasta el final del año 1523.
No fue Grebel el primero en romper con Zwinglio, como tampoco lo fue en poner en duda el bautismo infantil en el área de Zollikon Zürich. Pero en 1524 se vio claramente que Zwinglio y él seguían caminos opuestos. Fue Grebel el primero que inició el bautismo de creyentes en aquella histórica noche de enero de 1525. Así, junto con Blaurock y Manz, Conrad Grebel se transformo en uno de los campeones de la Reforma anabautista.
Solo un año y ocho meses le fueron concedidos a Grebel como predicador anabautista. A pesar de sus numerosos encarcelamientos y su creciente mala salud, los resultados de esos últimos veinte meses fueron poco menos que fenomenales.
En febrero de aquel 1525 encontramos a Grebel y Manz yendo de casa en casa testificando, bautizando y dando la Cena del Señor de acuerdo con el nuevo orden de los Hermanos Suizos. En ese mismo mes Grebel bautizó a Gabriel Giger, de Saint Gall, en la casa de Felix Manz. Probablemente, también bautizó a Anna Manz. Uno de los días de ese mes de febrero bautizó por inmersión en el río Rin a Wolfgang Ulimann, un exfraile, cerca de Scheuffhausen, Suiza. Antes de bautizarse, Ulimann había asimilado las convicciones anabautistas que le condujeron a solicitar el bautismo de manos de Grebel, aunque no un bautismo de pila. Kessler relata el suceso diciendo que bajaron resueltamente al río Rin donde Grebel “sumergió a Ulimann bajo las aguas del río cubriéndole éstas totalmente”.
Dos meses permanecieron en Schauffhausen intentando hacer progresar la causa de los hermanos entre los predicadores dirigentes de la ciudad. Wilhelm Reublin, Johannes Brotli y Grebel tuvieron aquí reuniones con bastante éxito. Grebel siguió trabajando en esta ciudad hasta que volvió a Zürich antes del 21 de marzo.
Entretanto, dos de los convertidos por Grebel, Ulimann y Giger incorporaron a su causa a Lorenz Hochrutiner, quien había sido expulsado de Zürich en 1523. Comenzaron a testificar en la ciudad y por los alrededores de Saint Gall con marcado éxito. Los fructíferos trabajos de Giger y en especial de Ulimann condujeron a Grebel a incorporárseles. Confiaba en ganar para su causa a su cuñado y amigo querido, Vadian. En Saint Gall predicó a una congregación responsable que estaba preparada por los celosos esfuerzos de Ulimann para recibir el mensaje anabautista. Día grande fue el 9 de abril de 1525, cuando Grebel bautizó a una abarrotada multitud en el río Sitter. Se ha dicho que los Hermanos bautizaron en Saint Gall durante los inicios del movimiento como a unas quinientas personas. De vuelta a Zürich, Grebel preparó con el favor de los Hermanos una campaña por medio de escritos. Primero escribió al concilio de la ciudad y luego a los hermanos y a Vadian, pero sus intentos resultaron vanos. Y Saint Gall, siguiendo el ejemplo de Zürich, tomó medidas para reprimir al incipiente movimiento.
Grebel tuvo que esconderse desde los últimos días de abril hasta junio. Temiendo que Zwinglio le encarcelara, extremó las precauciones en sus movimientos. Se mantenía en contacto con los Hermanos a través de la correspondencia, osando reunirse con ellos solo muy ocasionalmente. Durante su ocultamiento le asediaron sus dos antiguos enemigos, la pobreza y la enfermedad. Su pobreza llegó a tal extremo que tuvo que pensar incluso en vender su biblioteca. Después, y de forma completamente inesperada, volvió a encabezar el movimiento encontrancó imposible el estar inactivo por más tiempo.
Gruninger, el pueblo de la niñez de Grebel, se hallaba al este de Zürich. Allí habla estado su padre ocupando el puesto de magistrado durante doce años. Y en ese pueblo fue donde Grebel alcanzó su más victorio y el juicio más riguroso. Trabajó allí con extraordinario éxito desde el final de junio hasta su arresto el 8 de octubre de 1525. Durante la mayor parte de los cuatro meses, Grebel visitó casa por casa, testificando a individuos o predicando a pequeños grupos. Sus mensajes acentuaban la necesidad del arrepentimiento y de la fe, basados en la autoridad de las Escrituras. El punto de partida del orden establecido parecía ser siempre cumplir la ordenanza del bautismo. Los hermanos de Zollikon, Chur y Waldshut trabajaban juntos con frecuencia en un intenso esfuerzo de extender el anabautismo. El día 8 de octubre sucedió algo especial. Mientras que Grebel, Blaurock y Manz se preparaban para un culto en un lugar cercano, los dos primeros fueron arrestados por el magistrado Berger y encarcelados en el castillo de Gruningen. Tres semanas más tarde Manz, quien habla escapado de las garras de dicho magistrado el día 8, fue encarcelado en la misma prisión.
Después de estar confinados más de un mes, Grebel y Blaurock fueron conducidos finalmente a juicio y se les sentenció, junto con Manz, el 18 de noviembre de 1525 a prisión indefinida. Se les condenó “a causa de su anabautismo y de su indecorosa conducta, a estar en la torre a pan y agua; no se le permitía a nadie visitarles, con la excepción de sus guardianes”.
Los cargos contra los anabautistas eran extremadamente débiles. Sobre una evidencia más bien incierta, Zwinglio acusó a los Hermanos de sedición. En realidad las acusaciones se basaban en denuncias que hacían aparecer pervertida la enseñanza de los Hermanos. Por ejemplo, un tal doctor Hofmeister habla acusado a Felix Manz de negar la magistratura, cuando lo que había dicho el dirigente anabautista era esto: “Ningún cristiano podía ser magistrado, ni tampoco usar la espada para castigar o para matar a otro, porque no existe base bíblica para tales cosas”.
Los Hermanos rechazaban que ellos enseñasen a la comunidad de bienes como sistema de vida cristiana, pero insistían en que un cristiano tenía que ayudar a los necesitados. Manz y Grebel aseguraban que era un error bautizar a los niños, al mismo tiempo que afirmaban la convicción de que el bautismo de creyentes era el signo de membresía de la verdadera iglesia.
Muchos otros anabautistas fueron encarcelados. Durante el largo invierno, la torre de Zürich vibró con los cánticos y las oraciones de los indomables prisioneros. Grebel aprovechó el tiempo preparando un manuscrito sobre el bautismo de acuerdo con la promesa que hizo a sus seguidores de Gruningen. Uno de los testigos confirmó la declaración de Grebel antes de su encarcelamiento diciendo que “si le permitían imprimir su escrito, entonces estarla preparado para la controversia con su maestro Zwinglio; y que si ganaba Zwinglio, Conrad estaría dispuesto a ir a la hoguera, mientras que si era al revés y triunfaba Conrad, éste no exigirla que Zwinglio fuera a la hoquera”.
Después de cinco meses de cárcel, el intrépido Grebel pidió permiso para imprimir el manuscrito que escribió en la prisión. Esta exasperante audacia provocó una airada repulsa. La negativa a la solicitud de Grebel se produjo en un segundo juicio celebrado los días 5 y 6 de marzo de 1526. El día siguiente, y contra todos los esfuerzos de los defensores, se le sentenció a prisión perpetua. El mismo día se declaró el acto del bautismo como crimen merecedor de la pena de muerte. Pero la cadena perpetua duró poco. Catorce días después unos benefactores cuya identidad desconocemos ayudaron a escapar a los prisioneros.
Poco se sabe de las actividades de Grebel durante los meses que siguieron a su huída. No obstante, conocemos con certeza que al fin consiguió imprimir el manuscrito sobre el bautismo. Se fecha en 1527 la primera vez que vio Zwinglio una copia de este manuscrito. Fue una de las últimas obras de Grebel.
Poco después de esto se desvanece para nosotros la figura de Grebel, renaciendo a ráfagas en Appenzell y Graubunden junto con Felix Manz. Le vemos después solo yendo hacia Maienfíeld, en la Oberland, donde murió a consecuencia de la peste. Grebel, nunca fue físicamente fuerte, fue una víctima más de la peste, muriendo en el verano de 1526, probablemente en Agosto. Un año y ocho meses, o menos, comprenden todo el ministerio de Conrad Grebel como predicador anabautista.
Unos pocos sermones, numerosas cartas, un panfleto, unos cuantos bautismos, mucha cárcel, mucha pobreza, incomprensión en su casa y deshonra en el cantón nativo, jalonan la trágicamente breve trayectoria del gran reformador. Pero su vida continúa todavía influyendo en el movimiento del cual fue él parte fundamental.
c. Felix Manz.
Si Grebel era el “caudillo de los anabautistas” según sostenía Zwinglio, Manz era el “Apolo”' y Blaurock el “Hércules”. Siguiendo a Grebel en importancia en el reciente movimiento anabautista, Manz le sobrepasó sin embargo en elocuencia y popularidad. Manz fue el primer mártir anabautista que murió a manos de los protestantes y el primero en morir en Zürich.
Felix Manz nació en Zürich, probablemente en 1498. Como Erasmo, Leo Jud y Heinrich Bullinger, también Manz era hijo ilegítimo de un sacerdote católico. Es evidente que Manz disfrutó de la aventajada educación de las clases privilegiadas, siendo experto en latín, griego y hebreo. Pronto fue reconocido como una autoridad en el hebreo. En 1522 se incorporó al grupo de los jóvenes eruditos griegos que estudiaban entusiastamente el Nuevo Testamento con Zwinglio. Más tarde lo mismo que a Grebel, se le contó entre los convertidos de Zwinglio.
No obstante, posiblemente en el verano de 1523 y con toda seguridad después del debate de octubre de ese mismo año, Manz se sentía insatisfecho con el programa reformador de Zwinglio. Su descontento aumentó más el año siguiente. Zwinglio refería dos años después, que Manz, Grebel y Stumpf le habían presentado por separado un variado programa de reforma. Está claro que a Manz se le contó entre los dirigentes del partido de la oposición desde el primer momento. Su nombre figura junto al de Castelberger en la carta de Grebel a Thomas Muntzer el día 5 de setiembre de 1524. Algún tiempo antes la pequeña partida de esforzados cristianos se había empezado a reunir regularmente en la casa de Felix Manz, en la calle de Neustadt, cerca de la Grossmunster. Manz tenía una participación importante en estas asambleas, enseñando las Escrituras del mismo hebreo. Aquí fue donde, en 1525, se administró el primer bautismo de creyentes entre los Hermanos.
Inmediatamente después de formarse la primera iglesia anabautista, los Hermanos comenzaron en Zürich y Zollikon a visitar casa por casa. Eran frecuentes los bautismos y se observaba asiduamente la Cena del Señor en su forma más simple. Manz y Blaurock encabezaban el esfuerzo evangelístico en el área de Zürich. En los primeros días del movimiento Grebel intentó llevar el mensaje anabautista a los dirigentes de la Reforma en Schaffhausen. Mientras tanto Manz y Blaurock continuaron sus esfuerzos entre los campesinos y artesanos. Esto no quiere decir que hubiese una rigidez extremada en la división del trabajo. Por ejemplo, sabemos que Manz trató de ganar en una ocasión al doctor Hofteister, según este mismo testificó en el juicio de 1526. Mientras Grebel dirigía la atención hacia Gruningen, Manz y Blaurock estaban trabajando en Chur y Appenzell.
No obstante, Manz y Blaurock estaban con Grebel el 8 de octubre de 1525 en Hinwill, en el área de Gruningen, cuando Blaurock y Grebel fueron arrestados y encarcelados. Fue precisamente cuando Manz consiguió escapar, aunque fue apresado unos días más tarde, el 31. Fue encarcelado con Grebel y Blaurock en el castillo de Gruningen, más tarde trasladados los tres a la Torre de la Bruja en Zürich.
Se nos dice que catorce días después de su huída de la Torre de la Bruja, Manz bautizó a una mujer en Embrach. Dos meses más tarde Manz y Blaurock, esta vez sin Grebel, volvían a Gruningen. Casi en el mismo aniversario de su arresto en Gruningen el año anterior, Manz fue arrestado en Saint Gall el 12 de Octubre, pero se le puso en libertad en seguida. Sin embargo, dos meses más tarde fue apresado en un bosque de Gruningen junto con Blaurock. Este iba a ser su último encarcelamiento. Difícilmente habría una prisión en la cercanía de las actividades de Manz que escapara de ser honrada por su presencia.
El 5 de enero de 1527 fue sentenciado a muerte “porque contrariamente al orden y la costumbre cristianos se había envuelto en el anabautismo...porque confesó haber dicho que deseaba juntar a todos aquellos que querían aceptar y seguir a Cristo, y unirse a ellos por el bautismo...separándose así él y sus seguidores de la iglesia cristiana, levantando y preparando una secta según lo que ellos creen...porque había condenado la pena capital...puesto que tal doctrina es dañina a la unificada costumbre de toda la cristiandad y conduce a la ofensa, la insurrección y la sedición contra el gobierno...Manz será entregado al verdugo, el cual le atará las manos, le pondrá en una barca, la trasladará a una de las cabañas más bajas del río y allí le tirará de las manos atadas hasta más abajo de las rodillas...colocará un palo entre las rodillas y los brazos y lo arrojará así al agua, dejándole allí perecer; de esta manera satisfará la ley y la justicia...Mis señores confiscarán también sus propiedades”.
Una vez muerto Grebel, Manz era el dirigente más importante de los hermanos suizos. Su noble vida, elocuencia, educación y entusiasmo le hicieron extremadamente popular entre las masas. Para Zwinglio fue tan peligroso como Grebel. Una de sus premisas definitivas fue que si la Reforma suiza seguía dentro del contexto de una iglesia del estado él, Manz, la abandonaría. La orden pidiendo la muerte de los rebautizadores había sido emitida en Marzo, pero todavía no había sido cumplida. Había llegado el día de la prueba crucial y la primera víctima era Felix Manz.
De acuerdo con la sentencia, Manz fue conducido atado desde la prisión de Wellenberg hasta la barca, pasando el mercado de pescado. Durante todo el camino testificó a las personas que iban en la lúgubre procesión y a los de las orillas del río Limmat. La voz de su madre se alzaba sobre el murmullo de las aguas, instándole a permanecer fiel a Cristo en la hora de la prueba. Cuando le ataban juntos los brazos y las rodillas, cantó con fuerte voz: “En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu”. Unos minutos después las frías aguas del río se cerraban sobre la cabeza de Felix Manz.
A pesar de que Manz escribió poco, dejó impreso un testimonio de su fe y un cántico de 18 estrofas. En estos trabajos vibra todavía su mensaje.
d. George Blaurock.
George Blaurock, el Hércules de los anabautistas, superó a Grebel y Manz en la extensión y efectividad de su ministerio. Gravemente apaleado con vara el mismo día que murió Felix Manz, extendió la fe anabautista durante los dos años y medio que le quedaron de vida. Fue quemado en la estaca en el Tirol.
Nacido en 1491 en Bonaduz, pueblo de los Grisones de Suiza, fue educado en la Universidad de Leipzig. Fue vicario de Trins, en la diócesis de Chur, desde 1516 a 1518. En el segundo debate anabautista Zwinglio se refirió a él como monje. Pero no existe base para creer que hubiera tomado los votos monásticos. Antes de su conversión a la fe evangélica era sacerdote de la iglesia católica.
Blaurock ya estaba casado cuando llegó a Zürich. Se le describe como una “alta y poderosa figura de ojos fieros, pelo negro con una pequeña calvicie”. Su agresividad le granjeó el sobrenombre de “el duro George”. Zwinglio le denominó como “un estúpido que por su pedantería no consideraba hijo de Dios a nadie a menos que fuera un loco como él”. No obstante, el apodo que prevaleció fue el de “Chaqueta azul”.
Blaurock no impresionaba a nadie con su sabiduría, pero sí a todos con su celo. Con su ardor característico se unió a una peregrinación a Zürich, el centro de la Reforma Suiza. Dicha peregrinación solicitaba una entrevista con los más celosos dirigentes de la Reforma. Al saber Zwinglio que había gente más entusiasta que él, les recibió inmediatamente. Una vez satisfecho su deseo, Blaurock se unió al manojo de los jóvenes radicales suizos, excediéndoles a todos en entusiasmo. Fue él quien pidió y recibió el bautismo de manos de Grebel y quien luego bautizó a los demás en aquella noche de enero de 1525.
De la misma manera que les pasó a los primeros cuáqueros ingleses, el celo de Blaurock excedió en ocasiones a su juicio. Interrumpía incluso los cultos de las iglesias reformadas. Algo aconteció el primer domingo de febrero en una iglesia de Zollikon que tipifica los métodos de Blaurock. Cuando el ministro se dirigía al púlpito, George le preguntó qué iba a hacer. “Predicar la Palabra de Dios”, respondió el ministro. “No eres tú, sino yo, el enviado a predicar” declaró Blaurock. Se subió enseguida al púlpito y predicó.
El 7 de febrero de 1525 Manz, Blaurock y todos aquellos que habían sido bautizados, un total de veinticuatro personas, fueron apresadas. El monasterio agustino de Zürich se convirtió en la prisión. Después de libertado y guiado por un sentimiento de urgencia, aceleró sus actividades.
Manz y Blaurock trabajaron juntos, estrechamente, hasta que el primero fue ahogado el día 5 de enero de 1527. El mismo día Manock fue severamente azotado y apaleado. Expulsado de la ciudad el indomable profeta anabautista abandonó Zürich para no volver nunca más. Sacudió el polvo de sus ropas y zapatos sobre la ciudad, en una despedida de apostólico desdén.
Blaurock se dirigió de Zürich a Berna. Se sostenía entonces en esta ciudad un debate. Zwinglio se tuvo que enfrentar también al desterrado Blaurock y a los anabautistas berneses en un intento de convencerles de su error. Los sabios doctores de la iglesia reformada fracasaron en su misión en Berna, como igualmente le había sucedido a Zwinglio en Zürich. Como consecuencia, Blaurock y todos los demás, con la excepción de uno que se retractó de sus creencias, fueron expulsados. De Berna marcharon a Biel, donde una gran comunidad de anabautistas que debían su origen al trabajo de Blaurock, mantuvieron servicios de culto durante algún tiempo; arrojado por las autoridades de Biel, Blaurock trabajó por algún tiempo en los Grisones y en Appenzell. Fue arrestado y posteriormente desterrado el 21 de abril. Después de cuatro destierros en otros tantos meses, Blaurock abandonó Suiza para siempre.
Volvió al Tirol donde el esforzado discípulo anabautista principió lo que iba a ser su último y más fructífero ministerio. Una iglesia anabautista en el valle Adige había perdido en la pira a su pastor el 2 de junio de 1529, un tal Michael Kurscher. En respuesta a la solicitud de ayuda de la huérfana congregación, Blaurock aceptó el pastorado. En el entretanto, desde Mausen a Neumarkt, grandes multitudes asistían a sus predicaciones. Se bautizaba a los creyentes y se formaban nuevas congregaciones. La comunidad se incrementaba constantemente. Cada día era más difícil mantener el secreto.
El 14 de agosto de 1529 Blaurock y Hans Langegger fueron arrestados por las autoridades de Innsbruck. Queriendo informarse del número de anabautistas de aquella área y de la importancia de sus cautivos, las autoridades les torturaron cruelmente. Tres semanas más tarde, el 6 de septiembre de 1529, Blaurock y Langegger fueron quemados en la estaca cerca de Klausen. La sentencia de muerte de Blaurock se basó en los siguientes cargos: Porque había abandonado el oficio de sacerdote papista; porque no habla mantenido el bautismo de los niños y porque había predicado un nuevo bautismo a la gente; porque habla rechazado la misa y la confesión como instituidas por los sacerdotes; porque no permitía que se invocara o se adorara a la madre de Cristo. Fue ejecutado por estas razones, y él les entregó la vida como un soldado y un héroe de la fe. Camino del lugar de la ejecución, se dirigía encarecidamente a la gente y les remitía a las Escrituras.
La última voluntad y testamento de Blaurock quedaron reflejados en forma de carta escrita desde la prisión, un breve sermón y dos cánticos. La carta y su admonición final llegaron desde la celda de Guffidaun.
Blaurock no se contentó con dejar únicamente una carta devociónal para la edificación de los hermanos. Dejó también una breve amonestación, escrita en forma de sermón, en la que domina el elemento escatológico. A pesar de su mucho sufrimiento y de su muerte inminente, su fe permanecía inamovible en el juicio final de Dios. Blaurock advierte al impío, a la luz de este juicio inevitable, que se vuelva a Dios en arrepentimiento y fe mientras todavía hay tiempo.
Dos cánticos se han preservado de Blaurock. El primero, Gott Fuerht ein recht Gericht, tiene treinta y tres estrofas; y el segundo, Gott, dich will ich loben, trece. El primer cántico manifiesta las condiciones de la salvación, acentuando lo inevitable del juicio y la senda de la esperanza. El segundo es un hermoso canto que revela, en términos personales, la fe en Dios que posee el autor.
e. Michael Sattler.
El martirio se convirtió en una de las características de los anabautistas. Entre los que murieron por la fe a manos de las autoridades hubo innumerables testimonios de mérito, unos ignorados, otros inolvidables. No obstante, ninguno sobrepasó a la hora de la muerte a Michael Sattler. Su testimonio excepcional se transformó en símbolo de la fidelidad anabautista a la vista del siglo XVI, dondequiera que hallaba auditorio la historia de su heroico martirio.
Un día de mayo de 1527 Michael Sattler fue sentenciado a muerte en la ciudad imperial de Rottenburgo. La condena decía: “Michael Satler será entregado al verdugo, el cual le cortará en la plaza primeramente la lengua, luego le atará a un carromato y allí con unas tenazas al rojo vivo le desgarará el cuerpo dos veces, haciendo lo mismo yendo hacia el lugar de la ejecución durante cinco veces. En el lugar designado, quemará su cuerpo hasta reducirlo a cenizas por ser un archihereje”.
Michael Sattler nació en Stauffen, cerca de Friburgo, Alemania, alrededor de 1490. En su juventud ingresó en el monasterio benedictino de Saint Peter en Friburgo. Probablemente fue aquí donde consiguió su aventajada educación, teniendo oportunidad de asistir a las clases de la universidad local. En alguna parte obtuvo un amplio conocimiento de las lenguas griega y hebrea. Cuando salió del monasterio había alcanzado el grado de prior. Durante su estadía en el monasterio había comenzado a estudiar las epístolas paulinas, lo cual acrecentó su insatisfacción con el vicio y la hipocresía de sus compañeros los monjes. La nueva fe evangélica de Sattler originó una crisis que finalizó con la rotura de todos los lazos que le ligaban al monasterio y a la iglesia de Roma.
Después de dejar el monasterio se casó con una beguina. Su seriedad moral y su fidelidad la caracterizaron como una digna compañera de su marido. Por abrazar las doctrinas luteranas, Sattler fue forzado a abandonar Austria en 1525 a causa de la política de exterminación de los herejes del rey Fernando. Suiza estaba al margen de la tiranía de Fernando. En consecuencia, volvió a Zürich donde, bajo la influencia de Wilhelm Reublin, se convirtió al anabautismo. Inmediatamente se puso a la cabeza del nuevo movimiento. Se unió al ministerio evangelístico de Muntprat, de Constanza y de Konrad Winkler, de Wasserburg, quienes tenían reuniones clandestinas en los bosques. Pronto se transformó en el más importante de los tres. Las reuniones fueron descubiertas y Sattler expulsado del cantón. Después del destierro de Zürich, el 18 de noviembre de 1525, a su ciudad natal, viéndose forzado a abandonaría otra vez luego de una breve estancia en ella.
Al igual que muchos otros antes y después de él, Sattler fue a Strassburgo que era en aquel momento la ciudad más liberal de Europa. Allí se granjeo el respeto de Bucero y Capito, pero fracasó en la tentativa de ganarles para la causa. Sin embargo, no fueron vanos sus esfuerzos. Durante el fracasado intento de ganar para el anabautismo a los reformadores de Strassburgo, aún se definió más la propia postura de Sattler. Ahora se encontraba lo suficientemente preparado para afrontar su próxima misión, la cual resultó ser el trabajo más importante de su trágica y breve existencia.
Contestando a la invitación de Reublin volvió a Alemania donde principió a trabajar en el norte de Rottenburgo, siendo su centro de actividades la ciudad de Horb. Horb y sus alrededores respondieron fructíferamente a los esfuerzos de Sattler. La importancia de su influencia se aprecia en el hecho de que tuvo que predicar en una conferencia de anabautistas reunidos en Schleitheim el 24 de febrero de 1527. Desde esta reunión quedó aprobada la llamada Confesión de Schleitheim. Probablemente fue SattIer quien la bosquejó y la hizo circular entre los anabautistas alemanes y suizos antes de presentarla en la asamblea. Dicho documento constituye un testimonio de su habilidad y celo administrativos. Las primeras iglesias suizas y alemanas deben su estabilidad doctrinal y organizacional a la labor de Sattler.
No se pretendía que la Confesión de Schleitheim fuera una formulación doctrinal. No contiene estrictos conceptos teológicos. No se discuten tópicos tales como Dios, el hombre, la Biblia, la salvación, la iglesia, la escatología. Sus artículos tienen que ver con el orden y la disciplina dentro de las congregaciones. La atención se centra en el bautismo, la excomunión, la Cena del Señor, la separación del mundo, los pastores, el estado y los juramentos. Su articulado se presenta como un manual de la iglesia, igual que la Didaché del siglo II.
Naturalmente, hay una teología implícita en esta Confesión. Existe tal claridad de pensamiento al considerar el bautismo y la Cena del Señor, que desafía a cualquier interpretación sacramental. Los artículos que tienen que ver con la disciplina, el estado y el juramento indican una fundamental fidelidad a la fe y práctica de los hermanos suizos. La precaria existencia de las pequeñas congregaciones anabautistas desparramadas a lo largo de todo el sur de Alemania, se refleja en la siguiente selección sobre los pastores:
“El pastor de la congregación debe ser aquel que tenga buen testimonio de aquellos que son ajenos a nuestra fe. Su oficio tiene que ver con todas aquellas cosas que conciernen al cuerpo de Cristo para cuidar de cómo tiene este que sustentarse e incrementarse para que sea honrado y alabado el nombre de Dios a través nuestro, y calle la boca de la blasfemia. Pero sabed que su sostenimiento, si es que, lo necesita, debe ser sufragado por la iglesia que le elige. Y a un pastor que es desterrado o conducido a la presencia del Señor por la muerte, debe sustituirle inmediatamente otro, a fin de que no se disgregue sino que se preserve la manada de Dios por la exhortación y de que tengan consuelo”.
Mientras continuaba la asamblea de Schleitheim, los anabautistas fueron descubiertos por las autoridades de Rottenburgo, cerca del río Neckar. De vuelta a Horb fueron apresados Sattler y su mujer, la esposa de Reublin, Matthias Hiller, Veit Veringer, de Rottenburgo, y un numeroso grupo de hombres y mujeres de la ciudad de Horb. Los oficiales gubernamentales tuvieron inmediata conciencia de la importancia de Sattler. Le hallaron en posesión de la Confesión de Schleitheim y de algunos documentos concernientes a la fuerza y actividades de los anabautistas. Debido a este hecho y a la presencia de muchos anabautistas y simpatizantes en la ciudad, los prisioneros fueron trasladados de Horb a Binsdorf.
Desde la torre de Binsdorf Sattler escribió una conmovedora carta de consuelo a su amada congregación de Horb. Esta nota es ejemplo de las cartas anabautistas escritas en prisión y abunda en referencias a las Escrituras, acentúa el amor a todos los hombres y está completamente exenta de amargura. Sattler encabeza la carta con una salutación trinitaria: “Amados compañeros en el Señor; la gracia y la misericordia de Dios nuestro Padre celestial, que nos vienen por Jesucristo nuestro Señor, y el poder de su Espíritu, sean con vosotros, hermanos y hermanas, amados de Dios”.
El hincapié sobre el amor como máxima motivación de la vida cristiana, encuentra en la amonestación de Sattler una pronunciada característica.
De la misma forma que un pastor fiel cuya primera consideración a pesar de la perspectiva de la muerte es el bienestar de las ovejas, Sattler trata de preparar a sus seguidores para lo inevitable en los últimos párrafos de su carta.
Esta sospecha que sentían los prisioneros estaba completamente justificada. Iban a ejecutarlos. Se encontraban en manos de las autoridades austriacas, las cuales tenían la jurisdicción de Rottenburgo. Fernando, el rey católico de Austria, habla declarado que el mejor antídoto contra el anabautismo era “el tercer bautismo”[26]. Debido a la importancia de Sattler para el movimiento anabautista, Fernando sugirió que fuera ahogado inmediatamente. Las autoridades encabezadas por el Conde Joachim, sin embargo, quisieron dar a este “caso eclesiástico” alguna apariencia de justicia. La demora en asegurar la presencia de representantes teológicos de las universidades católicas hizo necesario posponer la vista hasta el 15 de mayo. Finalmente, dos doctores de la universidad acordaron participar en el juicio. No eran doctores en derecho como se había solicitado, sino en arte. Vinieron también dos representantes de Ensisheim, ciudad notable por su mal gobierno y los juicios contra herejes.
El 15 de mayo se reunió la corte con veinticuatro jueces. El presidente de este imponente cuerpo era el Landeshauptiman, Conde Joachim de Zollern. El defensor era el Mayor de Rottenburgo, Jacob Halbmayer, un abogado antipático. Sattler hizo responsable a Halbmayer de la marcha y sentencia del juicio.
La causa comenzó realmente el 17 de mayo. Catorce reos había en el banco de los acusados. Al principio se les concedió la oportunidad de elegir a sus defensores. Sattler, quien era el interlocutor del grupo, declinó el ofrecimiento alegando que no se trataba de una cuestión legal. Según la Palabra de Dios, dijo, no tenían derecho a apelar a la ley en asuntos religiosos. Su alegato fue cortés pero definitivo. En su respuesta, Sattler se dirigió sabiamente a los jueces como siervos de Dios, reconociendo su autoridad pero negándoles la jurisdicción. Asimismo dudó de la competencia de la corte.
Después, el Conde Joachim procedió a leer los cargos contra los acusados. Los siete primeros eran contra todos los reos y contra Sattler hubieron dos más:
1) Él y sus seguidores actuaban contrariamente al decreto del emperador.
2) Sattler enseñaba, creía y sostenía que el cuerpo y la sangre de Cristo no estaban presentes en el sacramento.
3) Enseñaba y creía que el bautismo infantil no proporcionaba la salvación.
4) Rechazaban el sacramento de la extremaunción.
5) Despreciaban e injuriaban a la Madre de Dios, y condenaban a los santos.
6) Sattler declaraba que los hombres no debían jurar ante el magistrado.
7) Ha promovido una nueva costumbre para tomar la Cena del Señor, colocando pan y vino en plato y comiendo y bebiendo ambos.
8) Contrariamente a la norma, se ha casado.
9) Dijo que si los turcos invadían el país no debían oponerles resistencia, y que si él aprobaba la guerra y tenía que tomar partido contra alguno de los bandos, lo haría contra los cristianos en vez de contra los turcos. Importa pues, saber, cuáles son los enemigos de nuestra fe.
Todas estas acusaciones revelan una enorme incomprensión de las creencias anabautistas y ninguna simpatía por las enseñanzas que eran claras de entender. La quinta acusación es claramente una caricatura del concepto anabautista y la séptima uno de los muchos rumores sin fundamento. La acusación primera, sexta y novena tenían que ver con casos civiles. La primera se basaba en la premisa de que “el emperador es el protector de la iglesia, premisa y conclusión de la iglesia medieval y la iglesia no es otra que la católica romana. La iglesia, su doctrina, su organización, su ley, eran únicamente válidas en terreno austriaco”. El cargo noveno fue el más perjudicial. A nadie temían tanto los austriacos como a los turcos. Conscientes o no de la mal explicada postura de Sattler, las autoridades utilizaron esta acusación como el golpe de gracia para condenarle ante el mundo.
Después de leer y discutir los cargos, Sattler pidió que se le volvieran a leer. En este punto el secretario que procedía de Ensisheim, se mofó sarcásticamente de él: “Se ha jactado de poseer el Espíritu Santo. Me parece que si esa presunción fuera cierta, seria innecesario concederle lo que pide; porque si tiene el Espíritu Santo, como él dice, lo relatará todo cuanto aquí se ha hecho”. Imperturbable, Sattler repitió su solicitud, la cual le fue concedida al fin a regañadientes.
La defensa de Sattler fue hábil y brava. En respuesta a la primera acusación señaló que los mandatos imperiales eran contra los luteranos. Decían que no debían seguirse las doctrinas y errores luteranos, sino el Evangelio y la Palabra de Dios. “Hemos observado esto”, dijo, “porque no estoy enterado de que nosotros hayamos actuado contra el Evangelio y la Palabra de Dios; para ello apelo a la Palabra de Cristo”.
Aceptó como válida la segunda acusación, defendiendo la postura anabautista con numerosas referencias bíblicas. No negó el tercer cargo, pero aprovechó la ocasión para afirmar la creencia del bautismo de los creyentes. Al hablar de la cuarta acusación, Sattler distinguió entre el aceite creado por Dios que es bueno y el aceite de la extremaunción que no es mejor. “Lo que ha hecho Dios es bueno, y no se debe rechazar; pero negamos lo que pretenden haber hecho mejor el Papa con sus obispos, monjes y sacerdotes; porque el Papa no ha hecho nunca nada bueno”.
En cuanto a la Virgen María, dijo: “Nunca injuriamos a la madre de Dios ni a los santos; al contrario, creemos que la madre de Cristo debe ser apreciada sobre todas las mujeres; porque ella tuvo la merced de dar a luz a nuestro Redentor”.
A pesar de que sus detractores no podían rebatir la defensa de Sattler, fueron condenados a la muerte él y sus compañeros por asfixia en el agua, conviertiéndose en otro número de los innumerables mártires que tuvo el movimiento anabautista.
f. Anabautistas radicales.
Las diferentes situaciones que se vivieron en esa época causaron también que se dieran distintas formas de vivir las enseñanzas del movimiento anabautista, algunos de estos se volvieron al extremo y es lo que ha llamado “radicales”, entre los que tenemos:
1) Biblicistas Radicales.
Este grupo recientemente ha sido llamado “los anabautistas propiamente dicho”, por buenas razones, ya que ellos demandaban fe personal antes del bautismo como un elemento básico de su religión. Había radicales en el sentido de que ellos eliminaban toda la tradición en favor de la autoridad bíblica, que ellos consideraban la fuente de sus ideas acerca del bautismo de los creyentes, la separación de la Iglesia y el Estado, la eliminación de la gracia sacramental y sacerdotal, la centralidad de la iglesia unida, la restauración del primitivo espíritu cristiano de amor y de la norma neotestamentaria de organización, y la santidad de vida como resultado de una experiencia de regeneración mediante el Espíritu de Dios.
Debe recordarse que en su reforma en Zürich, Ulrico Zwinglio apoyaba el concepto de que solo las Escrituras deben constituir la base de fe y práctica. En 1523 en conferencias con Zwinglio, Baltazar Hubmaier, Félix Manz y otros, discutieron con él la necesidad de rechazar el bautismo infantil. Zwinglio al principio pareció ver favorablemente la doctrina del bautismo de los creyentes, puesto que seguía su reconocido principio de seguir solamente enseñanzas escriturarias, y puesto que ya su elaboración de sus Sesenta y Siete Artículos había señalado la primitiva práctica de bautizar solo después de la fe y la confesión.
Sin embargo, su teoría de la relación del cristianismo con la sociedad finalmente lo apartó de esta posición. Zwinglio pensaba que debía tener el apoyo de las autoridades civiles en Zürich para llevar a cabo su reforma. La negación del bautismo infantil hubiera significado el apoyo civil, porque el mismo Concilio de la ciudad, del cual dependía para ayuda, hubiera quedado fuera de la Iglesia. Consecuentemente, el 17 de enero de 1525, en una disputa en Zürich, Zwinglio negó el principio del bautismo de los creyentes. Se le opusieron muchos de sus antiguos asociados, hombres valientes como el capaz y respetado Conrado Grebel. El Concilio de la ciudad, actuando como juez, decretó la victoria de Zwinglio en el debate y dio la orden de que todos los niños fueran bautizados. Los anabautistas debían ser desterrados o hechos prisioneros. Una segunda disputa en noviembre terminó similarmente. En marzo de 1526 se ordenó ahogar a los anabautistas si persistían en su herejía, y Félix Manz, Jacobo Faulic, y Enrique Riemon fueron las primeras víctimas de esta sentencia.
El movimiento anabautista ganó multitudes de adherentes en Suiza entre 1525 y 1529. Después de ser desterrados de Zürich, dirigentes anabautistas como Jorge Blaurock, Guillermo Reublin, Hans Brotil, y Andrés Castlebcrg, fueron a todas partes predicando. Grandes cantidades fueron bautizadas en Schaffhausen, San Gallen, Appenzell, Basilea, Berna y Grunigen. No solo se formaron numerosas iglesias anabautistas, sino que el movimiento ayudó a purificar a otros grupos de ministros indignos, cuyas vidas malvadas eran rigurosamente atacadas por los predicadores anabautistas.
Para 1529 el movimiento anabautista suizo había declinado grandemente, pero no había muerto. Hombres como Pilgrim Marbeck trabajaron ampliamente en Suiza y después en el sur de Alemania. Particularmente en Berna las congregaciones anabautistas continuaron su lucha. Como otros movimientos perseguidos, el anabautismo se volvió secreto, y su influencia no puede juzgarse.
Una de las razones de la declinación de la actividad anabautista en Suiza fue el llamado de un país adyacente. El anabautismo se había esparcido en áreas contiguas como Austria y Moravia. Fue a este último país que muchos dirigentes anabautistas se abrieron camino. Moravia había sido sembrada de semilla radical por las revueltas husitas y taboritas. En junio de 1526, Baltazar Hubmaier huyó a Nickolsburgo, Moravia, después de ser perseguido en Austria y Suiza. Allí tuvo un éxito instantáneo, habiendo bautizado entre seis y doce mil en un año. También pudo publicar varias excelentes obras apologéticas en defensa de la posición anabautista. Su obra en Nickolsburgo, sin embargo, fue socavada por Jacobo Wiedemann y otros, que abogaban por un fuerte pacifismo, no solo negándose a meterse en la guerra sino declinando pagar impuestos que mantuvieran a los que peleaban, y un compartimiento comunal de los bienes personales. Tal vez la amargura de esta controversia pueda haber despojado a Hubmaier de amigos lo suficiente para que las autoridades austriacas pudieran aprehenderlo y quemarlo en marzo de 1528. Así murió uno de los anabautistas más grandes y sabios.
El partido pacifista y comunista creció rápidamente en Moravia. Jacobo Huter asumió la dirección, y una gran comunidad que practicaba la economía comunal se convirtió en refugio anabautista para refugiados de toda Europa. Pese a la casi ininterrumpida persecución en los siguientes dos siglos, los anabautistas moravos aumentaron y prosperaron. Su gobierno eclesiástico era muy similar al de los antiguos valdenses de esta área. El crecimiento del grupo en el cercano Tirol y en Austria fue rápido al principio, pero por causa de la severa persecución el movimiento fue drásticamente reducido.
El tercer grupo principal que defendía un rígido biblicismo eran los menonitas, que tomaron su nombre de Menno Simons[27]. Menno nació y creció en los Países Bajos, recibió una buena educación y fue ordenado sacerdote en la Iglesia Católica Romana en 1524. La atmósfera de la reforma lo llevó a un cuidadoso estudio de la Biblia, especialmente después de la ejecución de un anabautista cerca de su casa. Los fanáticos radicales de Münster, lo rechazaron entre 1533 y 1535, pero también lo empujaron a dejar la Iglesia Romana bajo la presión de la convicción. En 1536 él recibió el nuevo bautismo y se convirtió al ministerio anabautista. Con Obbe y Dietrich Philips, Menno se reunió y organizó los biblicistas de la grey anabautista dispersa. Pasó el resto de su vida como fugitivo de los católicos así como de los protestantes. Viajando y escribiendo extensamente, Menno preservó la herencia de los anabautistas bíblicos.
Es digno de notarse que Menno Simons, indudablemente por su intensa repugnancia a los fanáticos de Münster, desconocía cualquier conexión histórica con los anabautistas primitivos, pero trazaba una sucesión de su movimiento a través de los valdenses hasta los días apostólicos. También seguía la norma valdense en varias doctrinas claves.
2) Los Milenarios Radicales.
El ala milenaria del movimiento radical volteó la espalda al ideal de restablecer la norma primitiva en congregaciones unidas. En vez de eso, tornando su texto de escritos apocalípticos, consiguió preparación e inspiración de los fuegos fanáticos primitivos que todavía ardían en Bohemia, y considerándose a sí mismos primeros actores en el drama de Dios de restablecer un reino milenario, estos hombres procuraban traer el cielo a la tierra por medio de la espada y la coerción.
Las ideas valdenses y taboritas que cubrían Bohemia fueron reproducidas con mucho detalle en la obra de Nicolás Storch. Influido por sus primeros contactos en Bohemia, Storch mostró un fiero espíritu denunciador hacia los que disentían de él. En 1520 se alió con Tomás Müntzer, un pastor luterano de Zwickau, altamente educado, que como Lutero atacaba el establecimiento sacerdotal y monástico del sistema romano. Storch estableció un tipo distintivo de organización eclesiástica siguiendo el modelo de las iglesias taboritas que había conocido en Bohemia. El siguiente año Müntzer se volvió a Praga. Aparentemente la instrucción que había recibido aquí lo puso en el partido de los radicales irrecuperables.
Storch, mientras tanto, que parecía haber ínfluido en Müntzer los principios y la política bohemia, permaneció en Zwickau, donde casi volvió radicales a varios de la facultad de Wittenberg, pese a que estaba sosteniendo errores “bohemios”. Carlstadt, Celario, y hasta Melanchton, se impresionaron grandemente con Storch.
El último confesó estar muy perplejo sobre cómo contestar los argumentos de Storch contra el bautismo infantil. Después de regresar de Bohemia, Müntzer se estableció como pastor en Alstedt. Aquí su predicación revolucionaria contra las injusticias sociales y religiosas hizo mucho para preparar el camino a la revuelta de los campesinos. Expulsado de Alstedt en 1524 por las autoridades, se apresuró a Mühlhausen, donde su doctrina de revolución social, mezclada con agitación popular apocalíptica y fanática, precipitó la guerra de los campesinos. Aquí estaba un radical que nunca fue anabautista. Aunque Müntzer fue matado poco después, su influencia no murió con él. Otros dos dirigentes, Hans Hut y Melchor Rinck, atraídos por las ideas milenarias de Müntzer, predicaron ideas milenarias a lo largo y lo ancho de los estados alemanes.
El sucesor de Müntzer, un hombre que se parecía a él en muchos sentidos, era Melchor Hoffmann. Es muy posible que algunas de las ideas milenarias de Hoffmann fueran obtenidas en Estrasburgo de Nicolás Storch, el maestro de Müntzer. Después del desastre de la guerra de los campesinos, muchos de los radicales se abrieron paso hasta Estrasburgo en el sur de Alemania, donde prevalecía una medida de tolerancia. Los dirigentes como Storch, Jacobo Gross, Hans Denk, y Miguel Sattler, le habían dado un aire milenario a los radicales de Estrasburgo. En 1529, después de un revoltoso ministerio en Suecia y Dinamarca, Hoffmann regresó a Estrasburgo y tal vez fue bautizado allí en 1530. Ahora Hoffmann fijaba osadamente el año 1533 como la fecha del principio del reino milenario de Cristo y llamaba a Estrasburgo “la nueva Jerusalén”. Él ordenó que el bautismo fuera suspendido por dos años para prepararse para el evento. La mayor parte de los dos años viajó por los Países Bajos, haciendo mientras tanto un discípulo de Juan Matthys, quien superaría a su maestro en el fanatismo milenario. Hoffmann fue echado a la cárcel en mayo de 1533, en Estrasburgo, donde murió diez años después. Matthys anunció en 1533 que era el profeta Enoc que habla sido prometido por Hoffmann, y asumió la dirección del partido fanático.
Fue Matthys quien puso el escenario para el fracaso de Münster. El pueblo de Münster, una ciudad del norte de Alemania, había reaccionado favorablemente a la predicación evangélica de Bernardo Rothmann entre 1529 y 1532. Muchos radicales invadieron la ciudad, y en 1534 Juan de Leyden y Gert Tom Closter, representando a Matthys, llegaron para hacerse cargo. El mismo Matthys anunció entonces que Münster, y no Estrasburgo, iba a ser “la nueva Jerusalén”. La toma de la ciudad por los radicales hizo que vinieran las tropas del obispo católico romano. En el asedio la guerra que siguieron, Juan de Leyden, que se convirtió en jefe cuando Matthys fue matado, introdujo la poligamia y ordenó el bautismo o el destierro. La ciudad aguantó por un año. Los pocos dirigentes que fueron capturados fueron torturados y luego alzados en una jaula a la torre de la iglesia principal de Münster. Sus huesos permanecieron allí por siglos, un constante recordatorio de los deplorables efectos del movimiento radical.
3) Místicos Radicales.
El extremado énfasis sobre las observancias sacramentales, y la fría teología escolástica y estrictamente intelectual produjeron una reacción de los que buscaban dentro de sí mismos el testimonio y la iluminación del Espíritu. Moviéndose en una atmósfera que despreciaba tanto los sistemas sacramentales católicos romanos como los protestantes, estos místicos con frecuencia se veían atraídos por los anabautistas no sacramentales y sus doctrinas radicales.
Uno de estos era Hans Denk, un erudito humanista y reformador asociado con Zwinglio por un tiempo. En 1525 organizó una iglesia anabautista en Augsburgo, pero sucesivamente fue echado a Estrasburgo, Worms y Basilea, donde murió de la peste en 1527. Sus escritos lo vinculan con los místicos primitivos. Su amigo, Ludwig Hetzer, tuvo una experiencia un tanto similar con sus perseguidores antes de su ejecución en 1529. Sebastián Franck se cambió del romanismo al calvinismo y fue acusado de cambiarse al anabautismo. Su pronunciado misticismo y su desafiante admiración por los herejes que se habían atrevido a seguir la verdad hacen difícil clasificarlo bajo una sola categoría. El indudablemente influyó en Gaspar Schwenkfeld, que se cambió igualmente del luteranismo, aunque las doctrinas de Schwenkfeld permanecieron más cerca de la ortodoxia que las de Franck.
Jacobo Kautz y Juan Bunderlin deben ser clasificados entre estos místicos; tal vez hasta Enrique Niclaes, el fundador de “la Casa de Amor” o “los familistas”, debe ser incluido. Niclaes pasó del catolicismo romano al luteranismo, sin encontrar en ninguno lo que deseaba. Su naturaleza mística fue excitada por David Joris, y parece que pensaba que había recibido una revelación divina más allá de lo que ningún hombre había conocido. Pasó mucho tiempo en Inglaterra, y la influencia de su movimiento todavía podía encontrarse allí el siguiente siglo.
4) Racionalistas Radicales.
Tanto católicos como protestantes en el período de la reforma aborrecían a los racionalistas radicales, cuyo razonamiento no solo los había sacado de las iglesias ortodoxas sino también había desarrollado aberraciones doctrinales que los habían puesto “fuera de límites”. De hecho, todo tipo de radicales, bíblicos, milenarios, místicos, y racionalistas, eran enemigos de los símbolos y credos ortodoxos. Los místicos en particular con frecuencia seguían herejías reconocibles en sus doctrinas acerca de la iglesia, de la salvación y de Cristo. Hombres como Franck, Hetzer, Denk, Kautz, y Bunderlin, se acercaban a los conceptos de los racionalistas, y en algunos casos iban más allá de ellos en su radicalismo, pero sus métodos y curso de acción eran diferentes. Un racionalista bien conocido era Juan Campano. Influido por Erasmo y por la atmósfera de los radicales en el ducado de Julich, Campano se cambió de los conceptos católicos y luteranos y finalmente cayó en el anti-trinitarianismo. Su influencia se generalizó en Julich, y muchos siguieron sus ideas antipaidobautistas. Fue encarcelado en el año 1555 y murió así, veinte años después.
El más conocido de los radicales racionalistas fue Miguel Servet[28], un español brillante pero errático. En 1534 conoció a Jean Calvino en la Universidad de París, empezando una larga relación de desconfianza y disgustos mutuos. Desde 1546 hasta su muerte, Servet irritó grandemente a Calvino con su correspondencia provocativa y su crítica áspera. En el año de su muerte Servet publicó su Christianismi Restitutio, que defendía el antitrinitarianismo y otras doctrinas que aborrecían Calvino y el resto del mundo ortodoxo. Fue aprehendido en Ginebra por Calvino y después de un juicio eclesiástico, fue quemado.
Su influencia puede haber sobrevivido en la obra de Lelio Socino y Fausto Socino. El primero era un abogado italiano cuyo gran escepticismo de la ortodoxia contemporánea no fue completamente conocida hasta después de su muerte. En 1547 dejó Italia, sospechoso ya de herejía. Viajó ampliamente y fue un atento observador del juicio de Servet en Ginebra en 1553. A su muerte en 1562 dejó sus manuscritos y su escepticismo a su sobrino Fausto, que se convirtió en un sobresaliente propagador de las doctrinas anti-trinitarias. En 1579 Fausto Socino se mudó a Polonia, refugio de pensadores liberales, donde encontró hombres de ideas similares como Pedro Gonesio, Jorge Biandrata, y Gregorio Paulo. Aquí fundó un colegio y diseminó conceptos racionalistas en una gran área, hasta su muerte en 1604.
Debe mencionarse algo del fuerte movimiento anti-trinitario de Italia que fue apagado por la inquisición católica romana. Figuras tales como Renato y Tiziano caracterizan a estos radicales, que parecen haber tomado ideas evangélicas en general, pero sostenían una cristología adopcionista, con sus consecuentes débiles nociones del pecado y la expiación.
5) Otros Radicales.
El principal propósito en esta discusión ha sido proporcionar un bosquejo viable de los radicales y nombrar algunas figuras principales. Hay muchos otros radicales de este período que no han sido mencionados y algunos importantes dirigentes que difícilmente pueden clasificarse. Por ejemplo, Sebastián Castello, Pedro Pablo Vergerio, y Bernardino Ochino son típicos de los que se encontraron en desacuerdo en su tiempo. Algunos continuaron su peregrinación de búsqueda toda su vida.
B. La Reforma Continúa.
1. Jean Calvino.
Jean Calvino llevó a cabo una segunda Reforma. Sus intenciones y sus esfuerzos se encaminaron a reunificar las diversas tendencias protestantes, y logró atraer a los seguidores de Ulrico Zwinglio en el Consensus tigurinus[29]; sin embargo, consumó de hecho la ruptura con el luteranismo, y dio lugar, en paralelo con este y con el anglicanismo, al tercer gran grupo dentro del protestantismo. En Europa, las iglesias calvinistas reciben por lo general el nombre de reformadas, mientras que en el resto del mundo se conocen como presbiterianas.
El 10 de Julio de 1509 nació en Loyón, en Picardía, Francia, Jean Calvino, cuyo nombre original era Jean Cauvin, latinizado según la costumbre de la época como Calvinus. Sus padres fueron Jeanne Le Franc, nombrada como “bella y devota”, y el abogado Gerard Cavin.
Por parte paterna, sus ancestros eran marineros. Su abuelo se estableció en Pont l´Evêque cerca de París, y tuvo dos hijos que se convirtieron en cerrajeros; el tercero, Gerardo, se convirtió en procurador en Noyon y allí nacieron sus cuatro hijos y dos hijas. Residía en el Place au Blé. Noyon, una sede episcopal, había sido desde hacía mucho tiempo un feudo de los Hangest, una poderosa y antigua familia que lo manejaba como si fuera de su propiedad personal. Mas una disputa que venía de antiguo, en la que la ciudad tomó parte, se prolongó entre el obispo y el cabildo. Carlos de Hangest, sobrino del sobradamente conocido Jorge d´Amboise, arzobispo de Rouen, rindió su obispado en 1525 a su propio sobrino, Juan, convirtiéndose en su vicario general. Juan continuó la batalla con sus canónigos hasta que el parlamento de París intervino, debido a lo cual él marchó a Roma y murió finalmente en París en 1577. Este prelado tenía parientes protestantes; se le responsabiliza de haber fomentado la herejía que en aquellos años comenzaba a aparecer entre los franceses.
Los cuatro hijos de Gerard se convirtieron en sacerdotes y se les asignó a una parroquia a una edad muy temprana. A Jean se le asignó una a la edad de doce años, en la que se convirtió en párroco de San Martín de Marteville en Vermandois en 1527, y en 1529 de Pont l´Evêque. Tres de los hijos asistieron al Colegio de los Capetos de la localidad, donde Jean demostró ser un alumno aventajado. Pero su familia tenía amistad con gente de alcurnia, los Montmor, una rama de la familia Hangest, lo que ocasionó que acompañara a algunos de sus hijos a París en 1523, cuando su madre probablemente ya estaba muerta y su padre se había vuelto a casar. Este último murió en 1531, bajo excomunión por el cabildo por no haber enviado sus cuentas. La causa de esto fue, según se cree, la enfermedad del anciano y no su falta de honradez. Sin embargo, su hijo Carlos, irritado por esta censura, se acercó a la doctrina protestante. En 1534 fue acusado de negar el dogma católico de la Eucaristía, y murió fuera de la Iglesia en 1536; su cuerpo fue expuesto públicamente en la horca como el de un renegado.
Hacia 1527, cuando no contaba más de dieciocho años, la formación de Calvino se había completado en sus líneas maestras. Había aprendido a ser un humanista y un reformador. La repentina conversión a una vida espiritual a la que él se refiere no debe ser interpretado literalmente. Nunca había sido un católico ferviente; pero las historias que circularon en un tiempo sobre su comportamiento disipado no tienen ningún fundamento; y por un proceso muy natural él se inclinó hacia el bando por el que su familia había tomado partido. En 1528 se inscribió como estudiante de Derecho en Orleans, trabó amistad con Francis Daniel y luego marchó a Bourges donde permaneció un año y empezó a predicar en privado. Margarita de Angulema, hermana de Francisco I y duquesa de Berry residía allí, rodeada de numerosos alemanes heterodoxos.
En 1531 se encuentra de nuevo en París. Wolmar le había enseñado griego en Bourges; aprendió hebreo de Vatable y mantuvo alguna relación con el erudito Budaeus. Francisco I estaba, sin duda, tratando a los protestantes con dureza, y Calvino, que ya era doctor en Derecho en Orleans compuso, según cuenta la leyenda, un discurso sobre la filosofía cristiana que Nicholas Cop leyó el día de Todos los Santos de 1532, por el que tanto el escritor como el orador tuvieron que huir precipitadamente perseguidos por los inquisidores reales. Esta leyenda ha sido desautorizada por los críticos modernos. Calvino pasó algún tiempo con el Canónigo de Tillet en Angulema bajo una designación falsa. En mayo de 1534 marchó a Noyon, renunció a su cargo y se dice que fue apresado. Sin embargo, escapó a Nerac, en Bearn, la residencia de la duquesa Margarita, y allí se encontró de nuevo con Le Fèvre, cuya Biblia en francés había sido condenada a la hoguera por la Sorbona. Su siguiente visita a París ocurrió durante una violenta campaña de los luteranos contra la Misa, lo que ocasionó represalias, Etienne de la Forge y otros fueron quemados en la plaza de Grève; y Calvino acompañado por Tillet escapó, aunque no sin tropiezos, a Metz y Estrasburgo. En esta última ciudad Bucero tenía autoridad absoluta. Los líderes reformistas dictaban leyes desde el púlpito a sus partidarios, y este viaje resultó decisivo para el humanista francés, quien, aunque de naturaleza tímida e introvertida, se dedicó a una guerra sobre por escrito contra su propio soberano. La famosa carta de Francisco I está fechada el 23 de agosto de 1535. Sirvió como prólogo a los “Institutos”, cuya primera edición se publicó en marzo de 1536, no en francés sino en latín. La disculpa de Calvino para dar lecciones a su rey se basaba en que se habían distribuido por todo el reino bandos que denunciaban a los reformistas como rebeldes. Francisco I no llegó a leer estas páginas, pero si lo hubiera hecho hubiera hallado en ellas una petición no de tolerancia, algo que el reformista despreciaba por completo, sino de renuncia al Catolicismo en favor del Evangelio. Solo podía haber una Iglesia verdadera, afirmaba el joven teólogo, por lo tanto los reyes deberían poner fin al papismo.
Durante su paso por los claustros universitarios tomó contacto con las ideas humanistas y reformadas.
En abril de 1532, cuando Calvino contaba con 22 años de edad, publicó un comentario sobre el “De Clementia” de Séneca, trabajo que puso en evidencia sus dotes como pensador.
En 1535 tuvo una experiencia personal que marcaría su destino. Había comprendido el Plan de Salvación y se acogió a él. Para ese tiempo, había entablado amistad con Nicolás Cop, quien acababa de ser elegido rector de la Universidad de París. Entre tanto, el joven Jean estaba atravesando sus propias dificultades en la Universidad de París, donde su decano, Noel Bédier, se había enfrentado a Erasmo y hacía sentir su autoridad sobre Le Fèvre d´Etaples, famoso por su traducción de la Biblia al francés. Calvino, un rigorista en el Colegio de la Marche, trabó conocimiento con este hombre y es posible que haya hojeado su comentario sobre San Pablo en latín, fechado en 1512, el cual es considerado por Doumergue como el primer libro protestante escrito por un autor francés. Otra influencia en la misma dirección fue la de Corderius, el tutor de Calvino, a quien le dedicó posteriormente su anotación sobre la Primera Epístola a los Tesalonicenses, afirmando “si algo hay de bueno en lo que he publicado, te lo debo a ti”. Corderius poseía un excelente dominio y estilo del latín, su vida era austera, y sus “Coloquios” le ganaron una fama duradera. Mas cayo bajo la sospecha de herejía, y mediante la ayuda de Calvino se refugió en Ginebra, donde murió en setiembre de 1564. Un tercer heraldo de las “nuevas enseñanzas” fue Jorge Cop, médico de Francisco I, en cuya casa Calvino encontró acogida y pudo escuchar las discusiones religiosas que Cop alentaba. Y el cuarto fue Pedro-Roberto d´Olivet de Noyon, que también tradujo las Escrituras, nuestro joven hombre de letras, su sobrino, escribió en 1535 un prefacio en latín del Antiguo Testamento y uno en francés del Nuevo Testamento.
Jean Calvino ya dominaba el latín y el griego, y estaba avanzado en el aprendizaje del idioma hebreo. Centró sus estudios de acuerdo a un enfoque bibliocéntrico, tomando a las Escrituras como principio rector de todas las actividades del hombre. Partiendo de esta concepción profundizó en el análisis bíblico y de cuestiones sociales.
Inició su tarea evangelizadora a través de varias ciudades de Europa, en parte motivado por sus ideas misioneras, pero también debido a la implacable persecución por parte del clero católico que no le permitía afincarse en un lugar. Mientras tanto iba escribiendo sus pensamientos y descubrimientos teológicos.
En 1536 publicó la primera edición de “Institución de la Religión Cristiana”, que llegarían a ser las reglas de la doctrina protestante, en donde plasmó los aspectos fundamentales de su visión. Este trabajo, corregido y ampliado por el mismo Calvino, se distribuyó a lo largo y a lo ancho de todo el continente europeo, llegando incluso a España en una versión traducida por Casiodoro de Reina. La segunda edición es de 1539; la primera traducción francesa, de 1541; la definitiva en latín, revisada por su autor, es de 1559; pero la que se utiliza normalmente, de 1560, tiene partes añadidas por sus discípulos. “Fue más una obra de Dios que mía”, dijo Calvino, y en alusión al cambio que había experimentado en 1529 asumió como emblema una mano saliendo de un corazón en llamas.
Ese mismo año, Calvino visitó Ginebra, de camino a la ciudad de Estrasburgo. Guillermo Farel, líder del la Reforma local lo invitó a participar en el movimiento protestante de la ciudad. Durante este tiempo trabajó incansablemente contribuyendo a la expansión de la Reforma en la región.
Un capítulo muy controvertido de la biografía de Calvino es la visita que durante mucho tiempo se pensó que había hecho a la duquesa Renée, hija de Luis XII, en Ferraro. Se contaron muchas historias relativas a este viaje que han sido desmentidas por los escritores mejor informados. Todo lo que sabemos con certeza es que el reformador, después de poner en orden sus asuntos familiares y convertir a dos de sus hermanos y hermanas a las ideas que apoyaba decidió, a causa de la guerra entre Carlos V y Francisco I, llegar a Bale vía Ginebra, en Julio de 1536. En Ginebra, el predicador suizo Farel, que estaba por entonces buscando ayuda para que le apoyaran en su propaganda, le suplicó con tal vehemencia que se quedara y enseñara teología que, como cuenta el mismo Calvino, le aterrorizó hasta que accedió. No estamos acostumbrados a imaginar al profeta austero asustarse con facilidad. Mas como estudiante y solitario sin experiencia en responsabilidades públicas, bien podría haber dudado antes de meterse en las aguas revueltas de Ginebra, por entonces en su etapa más tormentosa.
No se conserva ningún retrato de él perteneciente a esta época. Más tarde se le ha representado de mediana altura, hombros cargados, ojos penetrantes y amplia frente; su cabello era de un tono castaño cobrizo. El estudio y el ayuno le provocaron fuertes dolores de cabeza que sufrió continuamente. En su vida privada era alegre aunque susceptible, por no decir despótico, sus amigos siempre le trataron con delicado respeto. Sus hábitos eran sencillos; no le preocupaban nada las riquezas y nunca se tomó vacaciones. Su correspondencia, de la que se conservan 4271 cartas, trata fundamentalmente sobre temas doctrinales. Sin embargo, su carácter fuerte y reservado se revelaba enseguida a todos aquellos con los que trataba; Ginebra se sometió a su mandato teocrático y las Iglesias Reformadas aceptaron sus enseñanzas como infalibles.
Este era el extraño que Farel recomendó a sus compañeros protestantes, este “francés” elegido para enseñar la Biblia en una ciudad con divisiones internas. Ginebra tenía alrededor de 15 000 habitantes. Su obispo había sido, desde antiguo, su príncipe, aunque limitado por privilegios populares. El alcalde era el conde de Saboya, y su familia consideraba el obispado como una propiedad que, desde 1450, habían confiado a su hijo menor. Juan de Saboya, hijo ilegítimo del anterior obispo, vendió sus derechos al duque, que era el cabeza de familia, y murió en 1519 en Pignerol. Jean de la Baume, el último de sus príncipes eclesiásticos, abandonó la ciudad, que recibió profesores protestantes de Berna en 1519 y de Friburgo en 1526. En 1527 las armas de la casa de Saboya fueron arrancadas de sus muros; en 1530 el partido católico sufrió una derrota y Ginebra se proclamó independiente. Tenía dos consejos pero el veredicto final sobre medidas públicas era decidido por el pueblo. Este designó a Farel, un converso seguidor de Le Fèvre, como su predicador en 1534. Una discusión entre las dos Iglesias, desde el 30 de mayo hasta el 24 de junio de 1535 concluyó con una victoria de los protestantes. Los altares fueron profanados, las imágenes sagradas destrozadas, la Misa abolida. Las tropas de Berna entraron en la ciudad y el Evangelio fue aceptado el 21 de mayo de 1536. Esto implicaba la persecución de los católicos por los consejos, que actuaron al mismo tiempo como Iglesia y como Estado. Los sacerdotes fueron encarcelados; los ciudadanos multados por no asistir a los sermones. En Zürich, Basilea y Berna se establecieron las mismas leyes. La tolerancia no formaba parte de las ideas de la época.
Más, aunque Calvino no había sido el introductor de estas leyes, fue principalmente debido a su influencia que, en junio de 1537, se votaron los “artículos” que hacían hincapié en la comunión cuatro veces al año, el espionaje a los delincuentes, el establecimiento de una censura moral y el castigo de los insubordinados con la excomunión. Se confeccionó un catecismo infantil, que él compuso y que figura entre sus mejores escritos. La ciudad se dividió entonces entre los que “juraban” y los que “no juraban”, ya que muchos se negaron a acatar los “artículos”; de hecho, nunca llegaron a ser aceptados por completo. Habían surgido una serie de interrogantes en los que Berna había tocado algunos puntos que Calvino juzgó irrelevantes. Se convirtió en una figura popular en los debates de Lausana defendiendo la independencia de Ginebra. Pero los desórdenes sobrevinieron en la ciudad donde, sin embargo, se había extendido el rechazo de los católicos a las medidas impuestas; en 1538 el consejo desterró a Farel, a Calvino y al evangelista ciego Couraud.
El Reformista marchó a Estrasburgo, donde se convirtió en huésped de Bucero y Capito, y en 1539 explicaba el Nuevo Testamento a refugiados franceses por 52 florines al año. El cardenal Sadolet había dirigido una carta abierta a los ginebrinos a la que respondió entonces el desterrado. Sadolet insistía en que el cisma era un crimen; Calvino replicaba que la Iglesia Romana estaba corrompida. Se ganó aplausos por su aguda facultad para el debate en Hagenau, Worms y Ratisbona. Sin embargo, él se queja de su pobreza y mala salud, que no le impidieron casarse en esa época con Idelette de Bure, la viuda de un anabaptista a la que él había convertido. Nada más se sabe de ella, salvo que tuvieron un hijo que murió poco después de nacer en 1542 y que ella a su vez murió en 1549. Fue en Estrasburgo que Calvino habría de publicar el primero de sus numerosos libros de comentarios sobre la Biblia.
Mientras tanto, Ginebra se debatía entre el caos interior y la amenaza católica externa, y en 1542 volvió a llamar a Calvino. Fue aquí donde se establecería definitivamente y desarrollaría la plenitud de su pensamiento. Su entrada fue considerablemente modesta. Aunque recibió casa y un sueldo estatal, llevó una vida austera y no tuvo ningún nombramiento oficial. La constitución de la iglesia admitía ahora “pastores, doctores, mayores y diáconos” pero el poder supremo lo ostentaba un magistrado. Los ministros disponían del arma espiritual de la Palabra de Dios; el consistorio, como tal, nunca ejerció el poder seglar. Los predicadores, liderados por Calvino, y los concejales, instigados por sus oponentes, se enfrentaron a menudo. Sin embargo, se mantuvieron las ordenanzas de 1541; el clero, ayudado por ancianos seglares, gobernó despótica y minuciosamente las acciones de cada ciudadano. En Ginebra se podía contemplar una Esparta presbiteriana; se convirtió en un modelo para los puritanos que vivieron después y que hicieron cuanto estaba en sus manos para imitar su disciplina. Se tomó como patrón el Antiguo Testamento, aunque se suponía que los cristianos disfrutaban de la libertad del Evangelio. En noviembre de 1552 el consejo declaró que las “Instituciones” de Calvino constituían “una doctrina sagrada a la que nadie debía contradecir”. Así, el Estado proclamaba decretos dogmáticos, cuya fuerza ya se había puesto en práctica, como cuando Jacques Gouet fue encarcelado bajo la acusación de impiedad en junio de 1547 y, después de fuertes torturas, fue decapitado en Julio. Algunas de las acusaciones que se esgrimieron contra el desgraciado joven eran frívolas, otras dudosas. La parte que le correspondió a Calvino en este juicio, de haberla, es difícil de determinar. Sin embargo, la ejecución fue decisión suya; ha ocasionado una ofensa mayor que el destierro de Castiello o los castigos infligidos a Bolsec, personas moderadas, contrarias a los puntos de vista radicales en disciplina y en doctrina, y que fueron sospechosas de reaccionarias. El Reformista no retrocedió ante la tarea que se había impuesto. En cinco años se dictaron en Ginebra cincuenta y ocho sentencias de muerte y setenta y seis de destierro, además de numerosos autos de prisión de ciudadanos muy destacados. No podían liberarse de aquel yugo de hierro.
A partir de 1550 se dedicó sobre todo a apoyar a otros grupos protestantes afines a sus tesis y a proporcionar coherencia a su doctrina. En 1555 se intentó una especie de rebelión bajo la dirección de Ami Perrin. No se produjo derramamiento de sangre, pero Perrin fue derrotado y la “teocracia” de Calvino triunfó.
En 1559, luego de diecisiete años de residencia, se hizo ciudadano de Ginebra. Mientras vivió allí tuvo importante injerencia en la vida comunitaria de la ciudad, no solo en cuestiones estrictamente religiosas, sino en todo asunto secular que tuviera que ver con las ideas de Calvino sobre un mejor estilo de vida, tal cual se desprendía de su propia perspectiva teológica.
Aportó el borrador para diversas ordenanzas de orden público e incluso muchas de sus ideas se incorporaron a la Constitución ginebrina. Mostró interés particular por la educación popular apoyando el acceso gratuito para todos los niños. Impulsó la creación de niveles secundarios e incluso llegó a inaugurar una academia de nivel superior de la que Theodore Beza fue su primer rector, y que más tarde se transformaría en una universidad.
Promovió la creación de hospitales, orfanatos, refugios para pobres y enfermos, además de diversas obras públicas para mejorar las condiciones de vida del ciudadano de Ginebra, como alcantarillados y otras.
Participó en el diseño de medidas de gobierno que favorecían el desarrollo de actividades industriales y promovió la difusión de la lengua francesa y la alfabetización masiva. A través de su influencia sobre los consistorios favoreció medidas moralizadoras.
En lo que respecta a su actividad religiosa, promovió con pasión y firmeza las ideas de la Reforma. Publicó gran cantidad de trabajos sobre Teología, compuso himnos e impulsó a otros laicos a hacer lo mismo. Entre otros himnólogos impulsados por Calvino se destacó Luis Bourgeois.
Jean Calvino nunca gozó de buena salud. Sufría de una enfermedad pulmonar obstructiva crónica que le provocaba frecuentes recaídas con catarros severos y crisis de disnea. En cuanto a algunos aspectos que tienen que ver con su carácter, la figura de Calvino ha sido objeto de infinidad de descalificativos que lo hacen ver como intolerante y despiadado. Sin embargo, estas apreciaciones que surgen de la opinión de sus enemigos y detractores, no son congruentes con la documentación existente. Además de las pruebas testimoniales, Calvino dejó cerca de cuatro mil cartas a través de las cuales es posible acceder a su pensamiento más íntimo. En ellas se ve a un hombre sensible y compasivo, comprometido con el necesitado, físico o espiritual, presto a la palabra de ánimo y la exhortación.
La mayoría de las alusiones bibliográficas sobre el caso, presentan a Jean Calvino como el responsable de instigar e incluso ordenar la ejecución en la hoguera del médico español Miguel Servet, en 1553. Este hecho ha sido levantado por los detractores del Calvinismo como un símbolo de su intolerancia.
Al respecto, el historiador Daniel Pisoni, realizó una profunda investigación que concluye en una versión de los hechos absolutamente diferente. Si bien Miguel Servet sostenía, desde el punto de vista de Calvino, una doctrina de herética y definitivamente anticristiana, no fue él quien ordenó la muerte de Servet, antes bien abogó por cierta clemencia.
Ante la proximidad de su muerte, Calvino redactó su testamento, diciendo: “Doy testimonio de que vivo y me propongo morir en esta fe que Dios me ha dado por medio de Su Evangelio, y que no dependo de nada más para la salvación que la libre elección que Él ha hecho de mí. De todo corazón abrazo Su misericordia, por medio de la cual todos mis pecados quedan cubiertos, por causa de Cristo, y por causa de Su muerte y padecimientos. Según la medida de la gracia que me ha sido dada, he enseñado esta Palabra pura y sencilla, mediante sermones, acciones y exposiciones de esta Escritura. En todas mis batallas con los enemigos de la verdad no he empleado sofismas, sino que he luchado la buena batalla de manera frontal y directa”.
Dispuso que su lugar en Ginebra fuera ocupado por Teodoro de Beza, su más fiel seguidor y quien se destacó contra Castellion.
Calvino mantuvo su salario de cien coronas y rehusó aceptar más. Después de vivir 55 años, solo dejó 300 coronas a sus herederos, incluyendo el valor de su biblioteca, que se vendió a gran precio. Cuando Calvino abandonó Estrasburgo para volverse a Ginebra, quisieron darle los privilegios de ciudadano libre de su ciudad y el salario de un prebendado, que le había sido asignado. Aceptó lo primero, pero rehusó rotundamente lo segundo. Llevó consigo a uno de sus hermanos a Ginebra, pero jamás se esforzó por que se le diera un puesto honorífico, como hubiera hecho cualquiera que poseyera su posición. Desde luego, se cuidó de la honra de la familia de su hermano, consiguiéndole la libertad de una mujer adúltera y licencia para que pudiera volverse a casar. Pero incluso sus enemigos cuentan que le hizo aprender el oficio de encuadernador de libros, en lo que trabajó luego toda su vida.
Calvino murió el 27 de mayo de 1564 y fue enterrado en una sepultura anónima en Ginebra.
A pesar de su doctrina inflexible, el calvinismo se extendió con rapidez y se convirtió en una de las principales formas del protestantismo.
Para Calvino, todo asunto, ya sea de naturaleza teológica o social, puede ser analizado y explicado a partir de las Escrituras. En “Institución de la Religión Cristiana”, la obra maestra de Calvino y que por lo menos revisó cinco veces entre 1536 y 1559, se propuso la articulación de la teología bíblica de una manera razonable, siguiendo los artículos del credo apostólico. Los cuatro libros de la edición definitiva se centran en los artículos “Padre”, “Hijo”, “Espíritu Santo”, e “Iglesia”.
a. Sobre el Padre.
El conocimiento de Dios está relacionado con la conciencia de uno mismo. En el mundo y en la conciencia humana se manifiestan las demandas espirituales. Dios creó el mundo y lo hizo bueno. Pero desde la caída original la humanidad, por sus propios poderes solo ha podido comprender a Dios de modo excepcional e imperfecto. Por sí solos, los seres humanos nunca pueden alcanzar una auténtica vida religiosa basada en el conocimiento de Dios. Sin embargo, por la gracia de Dios, transmitida por Jesucristo, como se dice en la Biblia, el Creador resolvió este destructivo dilema y permitió a la humanidad obtener una clara visión de la revelación. Estas personas que aprenden la verdad sobre la depravación humana, que incluso las mejores acciones están corrompidas y ninguna es pura, pueden arrepentirse y confiar su salvación en Dios Padre.
b. Sobre el Hijo.
El pecado humano, heredado desde Adán y Eva, produce en cada persona una “fábrica de ídolos”. Todos los individuos merecen destrucción, pero Jesucristo ejerció como profeta, sacerdote y rey para llamar a los elegidos a la vida eterna con Dios. Cristo convoca a los elegidos a una nueva vida, intercediendo por ellos en su expiación, y se halla a la diestra de Dios. Calvino hizo grandes esfuerzos para poner de manifiesto la continuidad de sus doctrinas con la ortodoxia cristiana como aparece expresada en los credos de Nicea y Caledonia.
c. Sobre el Espíritu.
El Espíritu Santo de Dios, la tercera persona de la Deidad, concede poder a los escritos y a la lectura de la Escritura, a la vida devocional de los creyentes, y al desarrollo cristiano en Cristo, la santificación. También permite la confianza en que la resurrección de Dios de los muertos traerá a los salvados a la perfección a la presencia de Dios. Toda seguridad de elección a la gracia es dada por el Espíritu, e incluso la condenación de los réprobos según la justicia de Dios se rige por el poder del Espíritu.
d. Sobre la Iglesia.
La Iglesia de Dios y los sacramentos son también otorgados por la gracia divina para edificación moral de los elegidos y el bien del mundo. La Iglesia, una a través del tiempo, puede ser conocida por la oración, por escuchar la Palabra de Dios y por la administración de los sacramentos. Aunque la verdadera Iglesia sea conocida sólo por Dios, la Iglesia visible está por completo relacionada con Él en la Tierra. Dignatarios y jefes de la Iglesia serían aquellos individuos que intentan con rigor mantenerse en la disciplina cristiana, aunque su autoridad no puede depender de su rectitud. Los cargos deben ser aquellos designados en el Nuevo Testamento.
e. Doctrina de la Predestinación.
Una de los aspectos fundamentales de su visión teológica fue su propuesta de la doctrina de la predestinación.
Al igual que Lutero, Calvino sostenía que el hombre podía acceder a la Gracia a través de la Fe, pero que Dios ya había elegido a quienes habían de ser salvos desde ates de la fundación del mundo.
Lutero y Bucero habían debilitado la creencia en la predestinación fundándola en la presciencia divina: Dios conoce el porvenir y sabe lo que ocurrirá a cada individuo; en consecuencia presciencia y predestinación coinciden. Pero así parece que se establece un vínculo de causa a efecto entre presciencia y predestinación. Parece que Dios esté obligado a hacer lo que ha previsto; en consecuencia, no es exactamente Todopoderoso. Ello es intolerable para un amor ardiente y delicado. Para Calvino, Dios es libre y lo que él prevé no se confunde con lo que desea de toda eternidad. La gracia es irresistible y el hombre no la puede repeler; se manifiesta en la vida del elegido por el gusto hacia la doctrina y las obras de fe.
Calvino redujo los sacramentos a solo dos: El bautismo y la comunión, la cual solo aceptó en un sentido conmemorativo, y suprimió todos los ritos del culto, el crucifijo, el altar y las jerarquías sacerdotales. Los lugares destinados al culto fueron desprovistos de adornos y todo tipo de imágenes.
Instituyó un clero laico y democrático. Los líderes constituidos se denominaron ministros y pastores, ancianos y diáconos. Los primeros tenían incumbencia en asuntos estrictamente profesionales mientras que los segundos se encargaban de los asuntos materiales y costumbristas.
Su legado llega hasta nuestros días en forma directa a través de sus sermones, libros y cartas; e indirectamente a través de los miles de reformadores y cultores del cristianismo reformado que asimilaron sus ideas a lo largo de casi cinco siglos.
Sus herederos espirituales directos han constituido la Iglesia Presbiteriana, pero no existe denominación protestante que no haya recibido la influencia del pensamiento y obra del gran reformador francés.
Su legado ha trascendido lo religioso y su aporte, sumado al de otros padres de la Reforma, ha contribuido de manera decisiva a la idiosincrasia de gran parte de la civilización occidental, consolidándose en los países protestantes de Europa y luego extendiéndose hacia Estados Unidos, Australia y por todo lugar adonde haya prendido la semilla del Evangelio.
2. Los Hugonetes.
Cristiano II, rey de Escandinavia, favoreció el luteranismo, lo que llevó a que Dinamarca, Suecia y Noruega abrazaran la fe reformada fácilmente. Cosa contraria ocurría en Francia, en donde los católicos estaban bien atrincherados, aun así, en 1512, cinco años antes que Lutero, Jacobo Lefevre, predicaba la doctrina de la “justificación por fe”. Los reformadores, a quienes se les llamó “Hugonetes”[30], llamados así por los católicos que decían que estos eran súbditos del fallecido rey Hugo, a quien el pueblo tenía por un espíritu y como los fantasmas, únicamente podían salir de noche; aunque también se cree que ese mote deriva de la torre de Hugón, torre francesa donde se reunían en ocasiones los protestantes galos; e incluso se piensa que la palabra deriba de “hugenot”, una pequeña moneda de la época de Hugo Capeto, pues las mujeres de alrededeores de Amboise insultaban a los protestantes diciendoles que eran unas pobres gentes que no valían ni un “huguenot”; pero es más probable que surja del verbo flamenco “heghenen”, pronunciado “huguenen”, que significa “purificar”.
El movimiento hugonote francés se remonta hasta la publicación en París de la obra de Jacobus Faber Stapulensis: “Sancti Pauli Epistolae XIV ex Vulgat: adiecta intelligentia ex Graeco, cum commentariis”, en 1512, en la cual se enseñaba claramente la doctrina de la justificación por la sola fe. Posteriormente, católicos galeses y reformados, como Jacques Lefèvre d’Étaples, se adherirían también a estas creencias, prosiguiendo el movimiento iniciado por Martín Lutero en Sajonia. No obstante, el verdadero organizador de los reformados franceses sería Jean Calvino, quien, incluso después de haber tenido que huir de Francia hacia 1534, dedicó su obra “La Institución de la Religión Cristiana” al rey Francisco I de Francia en 1536. Calvino, establecido en Ginebra, ayudó a organizar las Iglesias reformadas de Francia, denominadas desdeñosamente pretendida religión reformada en los textos oficiales.
El llamado Grupo de Meaux, grupo de índole humanista formado en esa ciudad episcopal gracias al apoyo del obispo Guillermo Briçonnet. Uno de los miembros de este grupo, Jacques Lefèvre d´Etaples, afirmó años antes que Lutero el principio de la justificación por la fe. Enunció esta verdad en su “Comentario a las epístolas de San Pablo”. Quizá este haya sido uno de los hitos más importantes de los inicios de una Iglesia Reformada que tuvo gran poder en algunos momentos pero que también sufrió una de las mayores persecuciones de la Historia por motivos religiosos. Hay autores que no dudan en afirmar que ni aún en los primitivos tiempos de la Iglesia fueron tan numerosos los martirios ni las persecuciones tan continuadas y persistentes.
En toda la dialéctica de la Francia moderna, desde Francisco I hasta Luis XIV tuvieron gran importancia las políticas anti-protestantes, no sólo por parte de la corona, que vio en muchos momentos peligrar su autoridad, sino también por parte de grupos contrarios tanto a la corona como a la Reforma: La Santa Liga.
Francisco I, uno de los grandes reyes de Francia, se mantuvo bastante tolerante con la divulgación de las nuevas ideas, o al menos no dio muestras de hostilidad sistemática. Muchos de sus consejeros se habían inclinado hacia la Reforma, y su hermana Margarita de Angulema influyó también en esta tolerancia. No obstante durante su reinado ya hubo algunas persecuciones, como las motivadas por el incidente de los “pasquines”. Consistió este incidente en la aparición de panfletos que proclamaban algunas verdades luteranas incluso en el castillo en que el rey moraba. Los primeros martirios se verificaron en 1523 en Meaux y en París, generalizándose posteriormente por todo el país. La Iglesia de Meaux resultó diezmada por la persecución. El primer mártir francés, Jean Vallière, murió en la hoguera en París en Agosto de 1523.
Con Enrique II la persecución se hizo más sistemática y violenta. Una “cámara ardiente”, creada en Octubre de 1547 en el Parlamento de París, dictó en solo 3 años más de 500 sentencias contra los “herejes”. Las ejecuciones de Hugonotes terminaron por ser llevadas a cabo sin juicio previo. Un consejero del rey, Anne du Bourg, que había protestado contra estas medidas, fue detenido por ello y quemado 7 meses después, ya fallecido el monarca.
Enrique II murió en un accidente acaecido durante un torneo, sin que estén muy claras las circunstancias que envolvieron los hechos. El trono pasa a manos de Francisco II, un muchacho de 15 años incapaz de superar los odios religiosos que cada vez iban más en aumento, mezclados con el ansia de poder de algunos grupos. Los Guisa, familia católica de grandes aspiraciones políticas, vieron reforzada su influencia al convertirse una pariente suya, María Estuardo, en reina de Francia gracias a su matrimonio con Francisco II. Este hecho, sumado a la ejecución de Anne du Bourg, alarmó a los protestantes. El príncipe de Condé, uno de los líderes del partido hugonote, preparó dos sublevaciones que no tuvieron éxito.
Ninguno de los tres hijos de Enrique II que le sucedieron en el trono, Francisco II, Carlos IX y Enrique III, tuvieron una personalidad fuerte que les ayudara a salvar el grave problema religioso. Según Enrique de Navarra, el único hombre de la familia era Catalina de Medici, la reina madre. Esta florentina, viuda de Enrique II, ha pasado a la historia como una hábil diplomática demasiado aficionada a pócimas y venenos. Su postura hacia los Hugonotes se fue recrudeciendo con los años, y si bien primero era partidaria del diálogo para buscar una solución más o menos consensuada, acabó recurriendo a la violencia para impedir que el poder se le escapase de las manos.
Francisco II tuvo una vida breve, y a su muerte es proclamado rey su hermano Carlos IX. El protestantismo ganaba terreno poco a poco. En 1561 la reina de Navarra, Juana de Albret, hija de Margarita de Angulema, que profesaba la religión reformada, fue recibida en París por 15.000 correligionarios. Se celebró un culto público. Este auge del protestantismo no hubiera sido tan amenazador para la corona si no fuera por que amparándose en las nuevas ideas reformadas subyacían importantes aspiraciones políticas. En 1559 Giovanni Michiel, embajador veneciano en Francia, escribió a la Serenísima que “estas guerras han nacido del deseo del Cardenal de Lorena de que nadie sea su igual y, asimismo, de que el Almirante Coligny y la Casa de Montmorency no quieren tener superior”. El Cardenal de Lorena es uno de los baluartes de la Santa Liga, mientras que Coligny y los Montmorency son los adalides del partido protestante.
El Edicto de Enero de 1562 permitió por primera vez la celebración de culto protestante fuera de las ciudades, a la par que permitía algunos derechos a los “desorejados”[31]. Esta medida de pacificación fue la causante del desencadenamiento de las 8 guerras civiles que asolaron el Estado francés durante 36 años.
El Parlamento de París se negó a valorar este Edicto, tal era el odio que existía contra los hugonotes. En Vais se hizo caso omiso del Edicto, también llamado de Saint- Germanin, y fueron asesinados unos 70 protestantes. Además hubo matanzas en otros lugares, quedando prisioneros los líderes protestantes Condé y Montmorency. En Sens, los católicos degollaron y arrojaron al río a gran número de protestantes. En Tours fueron degollados o ahogados 200 hugonotes.
A partir de aquí la política de Catalina de Medici dejó radicalmente los intentos de pacificación dada la oposición de los sectores católicos ante cualquier concesión a los reformados. La reina madre hizo escribir en 1567 por Carlos IX a De Gordes las siguientes líneas: “Allí donde veáis que algunos se mueven, aunque solo sea para socorrer y ayudar a los de la nueva religión, les impediréis moverse por todos los medios posibles, y si juzgáis que son recalcitrantes, los hacéis pedazos y los descuartizáis; porque en cuanto más muertos, menos enemigos”.
En el Sínodo de París de 1559, los protestantes franceses decidieron en su gran mayoría aprobar una declaración doctrinal claramente calvinista, para presentarla ante el nuevo rey de Francia, Francisco II de Francia. Sin embargo, la influencia de la Casa de Guisa, enemiga declarada de la Reforma, desató en respuesta una política claramente represiva contra, ya en ese momento, la ya respetada minoría protestante. Las familias hugonotas serían perseguidas por todos los medios y por espacio de treinta años[32].
Tras la muerte del líder Condé la causa protestante se afirma con mayor claridad y compromiso religioso porque supuso el ascenso de Gaspard de Coligny a su liderazgo. La influencia que Coligny ejercía sobre Carlos IX era manifiesta. Catalina estaba dispuesta a eliminarlo y los Guisa eran los previsibles asesinos. Es imposible dudar de la inquebrantable sinceridad religiosa de Coligny, que perdería trágicamente la vida en la sangrienta jornada que ejemplifica la intolerancia y el odio irracional del catolicismo francés contra la Iglesia reformada: El Día de San Bartolomé.
El más célebre de los hugonotes fue, sin duda, Enrique de Navarra, hijo de Juana de Albret y futuro rey Enrique IV de Francia. Fue obligado a retractarse y convertirse al catolicismo, para salvar su vida durante lo que se ha llamado la “Matanza del Día de San Bartolomé”[33], cuando miles murieron a causa de su fe, ocupar la corona y después a dejar su trono en 1593.
Catalina de Medici y los Guisa comparten la máxima responsabilidad de esta masacre. Los protestantes, que habían acudido a París en gran número para asistir a la boda del líder hugonote Enrique de Navarra con Margarita de Valois, hija menor de Catalina, fueron degollados en masa. Las calles de París se tiñeron con la sangre de cientos de protestantes franceses, que sintieron en sus carnes la intolerancia religiosa propia del tiempo y lugar que les tocó vivir. Incluso el futuro Enrique IV, Enrique de Navarra, tuvo que retractarse para salvar su vida. La matanza se generalizó por el reino, y fueron asesinados más de 30.000 protestantes. Entre las víctimas se cuentan el filósofo Ramus y el músico Goudimel. Tan sangrienta fue la persecución, que incluso el pueblo francés se cansó de la misma.
Los excesos a los que se llegaron fueron consecuencia, en buena medida, del odio irracional del pueblo católico contra la iglesia reformada, pero la idea, en principio, puede considerarse como una “razón de Estado”. Claro que razón de Estado también fueron las persecuciones a los cristianos en tiempos de Roma o, incluso, la propia Inquisición.
Tras estos hechos, el calvinismo desarrolló una teoría contraria a la monarquía que había roto de tal modo sus promesas para con la religión reformada. Se identifica la tiranía como forma de gobierno que también es herética y susceptible de rebelarse contra ella, porque, según el reformista Beza, “un pueblo tiene tanto poder sobre un rey tirano como un Concilio sobre un Papa herético”.
En 1576, en Picardía, el partido católico, no del todo conforme con la “pasividad” de la corona con los protestantes, se había organizado en una Liga. Los Guisa estaban a la cabeza de la misma, y en muchas ocasiones estuvieron en abierta rebeldía contra el monarca.
En la Asamblea de Montauban de 1581, Enrique de Navarra, que había huido de la corte y vuelto al calvinismo, fue proclamado “protector” de todos los reformados de Francia. El entonces duque de Anjou, Francisco, hermano del rey Enrique III y supuesto heredero de la corona, murió en 1584, con lo que los derechos sucesorios pasaron a Enrique de Navarra, casado con la hermana del rey. Esto hace que los extremistas católicos radicalicen más aún sus posiciones, pues Francia estaba en serio peligro de caer en manos del partido reformado. Las ideas protestantes de rebeldía contra el tirano fueron llevadas a su cumplimiento, curiosamente, por el partido de los católicos encolerizados. El propio Enrique III fue asesinado en 1590. El asesino fue un fraile dominico, Jacobo Clemente, que pertenecía al sector de católicos intransigentes que consideraban que el rey estaba entregando Francia a los hugonotes.
Antes de morir designó sucesor a Enrique de Borbón o de Navarra, que promete convertirse al catolicismo. Es a este rey al que se atribuye la frase de “París bien vale una misa”. Muchos nobles y algunos eclesiásticos se dieron por satisfechos, formando el partido de los “Católicos reales”. Pero los miembros de la Liga, apoyados por el Papa y por el rey de España proclamaron un antirrey. París fue asediado por enrique de Borbón y liberado por la llegada de tropas españolas dirigidas por Alejandro Farnesio. Francisco II impulsaba la candidatura para el trono de su hija Isabel Clara Eugenia, nacida de su matrimonio con la princesa francesa Isabel de Valois. Así que Enrique de Borbón demanda la conversión al Papa Clemente VIII, y éste levanta la excomunión que pesaba sobre él. Con Enrique IV como rey, Francia se reconstruye en todos los sentidos.
Durante el reinado de Enrique, se restauró la paz civil en Francia con la firma del Edicto de Nantes[34] en que se garantizaba no solo la tolerancia religiosa, sino la igualdad civil y concedía determinadas plazas fuertes a los protestantes.
Tan grande se hizo su poder que obstaculizó el gobierno absolutista de Luis XIII y Richelieu, por lo que fueron instigadas nuevas persecuciones contra ellos y se produjeron más enfrentamientos. Con Enrique IV, los hugonotes se hicieron fuertes en Francia. Formaron, según palabras del cardenal Richelieu, un “Estado dentro del Estado”: Tenían Asambleas y plazas fuertes, negociaban por su cuenta con los cantones protestantes suizos, con los príncipes alemanes luteranos y hasta con la Inglaterra de los Estuardo, que apoyaba su independencia virtual a través del importante puerto de La Rochelle, principal plaza fuerte de los hugonotes. Richelieu provocó la caída política de los hugonotes con la toma de la plaza de La Rochelle, en 1628. Después, trató de conciliar a los protestantes mediante un Edicto de Gracia promulgado en Nîmes que les garantizaba la libertad de conciencia y de culto privado. Para el pragmatismo de Richelieu, lo importante no era acabar con el protestantismo como confesión religiosa, sino despojar a los hugonotes de las riquezas y privilegios que los habían convertido en un cuerpo separado del Estado.
Sin embargo, el 18 de octubre de 1685, Luis XIV, el “Rey Sol”, revocó el Edicto de Nantes. Buscaba conseguir la unidad del reino en todos los aspectos, incluido el religioso. Tardó en atreverse a atacar a los hugonotes, pues ello causaría descontento en Europa, especialmente en el Electorado de Brandemburgo. Pero finalmente se lanza a la acción, adoptando medidas preparatorias para que los hugonotes volviesen a la Iglesia católica. Los protestantes soportaron estas presiones con admirable paciencia. Se toman, entonces, medidas más intimidatorias. En el Poitou los católicos quedaron exentos de determinados impuestos, que son cargados sobre los protestantes; si un hugonote se “convertía” a la iglesia católica, era eximido de estos impuestos, y el pago de los mismos era repartido proporcionalmente entre sus ex-correligionarios.
Del tormento a la abujuración y de esta a la comunión no mediaban más de 24 horas, y los verdugos eran sus conductores y testigos. Casi todos los obispos se prestaron a esta práctica, y la mayor parte alentaron a los verdugos. El rey recibió los detalles y noticias de estas persecuciones. El rey se felicitaba de su poder y de su piedad.
Para evitar las posibles revueltas, se instituyeron las “dragonadas”: Los hugonotes tenían que alojar en sus casas a soldados de caballería. Estos podían en cualquier momento organizar una persecución contra su huésped y su familia. Se arrasaron las capillas y lugares de reunión protestantes. Además fueron prohibidos los cultos protestantes, castigándose con el destierro a los predicadores. Los hijos de los hugonotes eran bautizados y recluidos en monasterios católicos.
Estas persecuciones, consecuencia de la desaparición de la libertad religiosa, provocaron un enorme éxodo, persecución religiosa y confiscación de propiedades a los que permanecieron en el país, así como conversiones forzosas al catolicismo, utilizando, entre otras iniciativas, el infame “Batallón especial”, un grupo de soldados dedicados exclusivamente a la tarea de reprimir a los protestantes.
Numerosos hugonotes huyeron a los Países Bajos, Suiza, Inglaterra y a diversas ciudades evangélicas alemanas, como Kassel, Erlangen y Berlín, así como a Prusia. Otros muchos se instalarían en las colonias británicas del Cabo y la América británica y comenzarían sus propias iniciativas colonizadoras, cuyos descendientes contribuirían a la fundación de naciones modernas como Sudáfrica y las colonias inglesas en América del Norte, como Massachusetts, Nueva York y Carolina del Sur. Se estima que entre 400.000 y un millón de hugonotes lograron escapar, aunque en teoría tenían prohibido emigrar.
De los que quedaron en Francia, aproximadamente un millón, se cobijaron en la región montañosa de Cévennes, los llamados “camisardos”, permanecieron activos hasta 1706. Algunas cuevas del sur de Francia se conocen con el nombre de “cuevas de los hugonotes”, en las que se refugiaban los predicadores que iban de paso para evitar ser arrestados. Se rebelaron contra el rey Luis XIV, encabezados por el soldado francés Jean Cavalier. Desde sus fortalezas situadas en la montaña, llevaron a cabo diversas acciones guerrilleras contra las tropas reales. Recurrieron a la violencia, incendiando iglesias católicas y asesinando u obligando a huir a los sacerdotes. El Papa Clemente XI promulgó una bula papal censurándoles, y los católicos pasaron a la acción arrasando más de 450 poblaciones, cuyos habitantes fueron en su mayoría asesinados. Los enfrentamientos continuaron esporádicamente hasta la muerte del sucesor de Cavalier, Abraham Mazel.
Aunque durante Luis XV se declararon nulos los matrimonios y bautismos celebrados por pastores protestantes, este edicto fue anulado por Luis XVI, que les otorgó cierta tolerancia, en 1788 le devolvió los derechos civiles, pero no podían desempeñar cargos públicos y no fue sino hasta principios de la Revolución Francesa, cuando se les reconoció plenamente sus derechos que se reorganizó la Iglesia Reformada. Las libertades básicas de los protestantes en ese país, incluyendo el reconocimiento legal de sus matrimonios, es decir, de sus familias, fueron admitidas nuevamente por el Estado francés en 1802 y durante esta época los protestantes franceses fueron recuperando casi todos sus derechos.
Una de las características más peculiares de la iglesia reformada francesa fue dar extraordinaria importancia a la moral, más que implantar fórmulas o creencias. Quizá porque tuvo que soportar una persecución tan severa y vivir bajo una legislación tan represiva. La iglesia católica, que no se había renovado, no pudo impedir que las ideas de Lutero fuesen rápidamente propagadas por el reino. El éxito de las ideas reformistas se propagó por todas las capas sociales: Ricos y pobres, intelectuales y gentileshombres, burgueses y clérigos se unieron a la Reforma.
Cosa parecida ocurría en Holanda y Bélgica, en donde los protestantes eran perseguidos, lo que llevó a una guerra con España, de quien eran súbditos, guiada por Guillermo el Taciturno, en donde obtuvieron su independencia. Aunque Bélgica prefirió mantenerse católica, Holanda se hizo protestante.
3. La Reforma en Inglaterra.
En Inglaterra hubo épocas en que el protestantismo avanzaba y luego en otras retrocedía, de acuerdo al gobernador y a sus intereses. El cristianismo inglés tiene sus orígenes en el siglo I y alcanzó cierta importancia en el período de la llamada “iglesia celta” en la antigüedad y en la primera parte de la Edad Media. Aceptaron la jurisdicción papal en 597 bajo el liderazgo del misionero italiano Agustín, fundador de la sede primada de Canterbury en Inglaterra.
En el siglo XII, con Juan Wyclif, mostraron su inconformidad con muchas cosas relacionadas al catolicismo y en tiempos de Enrique VIII, que había sido declarado “Defensor de la Fe” por el Papa, se da una reforma en la que hombres como Tomás Moro, decidieron mantenerse en la fe católica, pero otros como Juan Tyndale, quien tradujo el Nuevo Testamento al inglés y que fue martirizado en 1536, decidieron optar por la fe evangélica.
Después de la guerra de las Dos Rosas[35] entre la casa de Lancaster, la Rosa Roja, y la de York, Rosa Blanca, Enrique Tudor, de Lancaster, tras haber derrotado a Ricardo III y casado con Isabel de York, es proclamado rey de Inglaterra con el nombre de Enrique VII[36]. Tuvo cuatro hijos: Arturo, príncipe de Gales, que casaría con Catalina de Aragón; Enrique[37]; Margarita, casada con Jaime IV de Escocia y abuela de María Estuardo; y María.
La tasa de alfabetización de la población era baja. La mayor parte de la población es campesina. Pocos estaban capacitados para acceder a los libros.
Desde el punto de vista eclesiástico, había dos provincias eclesiásticas, Cantérbury y York. Había cerca de 10 000 sacerdotes; los religiosos eran unos 12 000. Se ha escrito mucho sobre la calidad pastoral de los obispos. Muchos fueron promovidos a cargos pastorales después de una experiencia en la administración. Otros tenían encargos políticos. La devoción popular era sincera. El 50% de cuanto producían las imprentas era de carácter religioso, pero en Inglaterra no había aún una versión íntegra de la Biblia.
Existía ciertamente, sobre todo entre el laicado, un anticlericalismo y un anticurialismo. El Parlamento había aprobado en 1353 el estatuto Praemunire, el cual prohibía las provisiones papales y la apelación de los obispos a tribunales extranjeros. En el laicado aumentaba la conciencia de su propio papel y valor.
La difusión de las ideas luteranas partió de las universidades, pero no fue muy grande. En Cambridge, la taberna del White Horse fue llamada “la pequeña Alemania”. En 1521 hubo una quema de libros luteranos.
Arturo estaba enfermo y murió cuatro meses después de la boda con Catalina de Aragón. Ella era hija de Fernando II de Aragón y de Isabel de Castilla, los “Reyes Católicos”. Dado que los problemas por la herencia de la dote no eran pocos, se pensó en negociar la boda de Catalina con el segundo hijo, Enrique. Habría bastado una simple dispensa de pública honestidad, en cuanto, según las afirmaciones de Catalina, el matrimonio era “solo rato y no consumato”. Sin embargo, se consideró como más prudente, para evitar futuras contestaciones, pedir la dispensa por el impedimento de afinidad de primer grado colateral.
Muerto Enrique VII[38] le sucede Enrique VIII, el cual se casa con Catalina[39]. Durante el matrimonio esta tuvo seis partos: 4 niños y 2 niñas. Todos, a excepción de una niña, la futura reina María, nacieron muertos o murieron inmediatamente. Sabemos la mentalidad de la época, en que la muerte de un niño o su deformidad eran consideradas como un castigo de Dios, de lo cual se consideraba a la madre como responsable “por adulterio o incesto”.
El nuevo rey era un hombre fuerte, amante del lujo y de la guerra. Tenía una buena cultura, tanto humanística como teológica, pero era colérico, egoísta, cruel, hipócrita. Con tal de obtener lo que quería, no mantenía la palabra y pisoteaba todo afecto. Despótico por naturaleza, fue intolerante con el poder del Parlamento y lo tuvo cerrado por catorce años. No era amante de discutir, de mediar o de escuchar; prefería actuar. Por eso dejó el poder en manos de Thomas Wolsey. A cambio de su fiel servicio obtiene el obispado de Lincoln, el arzobispado de York, abundantes beneficios, el cardenalato y el título de legado al lado del Papa[40]. Era un hombre ambicioso. A la muerte de León X, Enrique lo propuso para la tiara. Lo mismo a la muerte de Adriano VI. En 1527, después del “sacco di Roma”, Wolsey pensó acercarse a Avigñón para obtener, en la hipótesis de que el Papa estuviese prisionero, una delegación para el gobierno de la Iglesia.
A Enrique VIII le había dejado su padre las arcas del Estado en buen estado. La idea del rey en política exterior era de retomar la iniciativa sobre el Continente, de modo particular contra el rey de Francia. Con Roma había total acuerdo, el cual venía apoyado por haber dado la paternidad a un libro en defensa de los sacramentos.
Desde el punto de vista dinástico era muy importante un heredero seguro y varón. Había, sin embargo, otros problemas.
Enrique se había desilusionado con la política de Carlos V, que después de la batalla de Pavía, en la que el rey de Francia había sido derrotado y hecho prisionero[41], esperaba un desmembramiento de Francia; pero Carlos no lo hizo.
Por otro lado, lo que desencadenó la Reforma Inglesa fue el deseo del rey Enrique VIII de obtener la anulación de su matrimonio, ya que no lograba tener un heredero con Catalina, que le llevó a pensar que Dios lo estaba castigando por haberse casado con su cuñada. Aunque también había un posible heredero varón, Henry Fizroy, duque de Richmond, que Enrique había tenido con Isabel Blount en 1519, en una de sus aventuras amorosas.
Enrique había sido amante también de María Bolena. En tal caso, el rey había contraído un impedimento de afinidad en el mismo grado de aquél que lamentaba de tener con Catalina. Entretanto, el rey comenzó su pasión por Ana Bolena, hermana de María. Ella no aceptó el papel de amante de como había sucedido a su hermana. Su resistencia hizo subir la fiebre al rey.
Enrique, habituado a tratar las cuestiones desde el punto de vista de su interés, pensó resolver el problema pidiendo la declaración de nulidad, por parte de la Iglesia, de su matrimonio con Catalina. Los argumentos aducidos eran:
a. La ley divina no es dispensable.
Para ello citaba dos pasajes de la Escritura: “No ofenderás a tus hermanos teniendo relaciones sexuales con tus cuñadas”[42]. “El que toma por esposa a la mujer de su hermano, hace una cosa horrible; ha ofendido gravemente a su hermano; no tendrán hijos”[43].
b. La bula de Julio II sobre el impedimento de afinidad era inválida, en cuanto contenía la cláusula “forsan consummatum” y, además, porque habría sido concedida por motivos políticos, para favorecer la paz entre Inglaterra y España.
El esfuerzo procesal de Enrique hizo fuerza sobre esta consumación. Catalina, bajo juramento, había afirmado lo contrario, además, Arturo, de tan solo 14 años, estaba enfermo y ya al final de su vida. La bula, según Enrique, habría sido inválida. En esta hipótesis fue, por otra parte, añadida otra bula posterior que eliminaba los errores eventuales. El rey pidió al Papa que la declarase falsa.
Fisher refutó los argumentos escriturísticos haciendo notar la contemporánea presencia de la ley del levirato en Deuteronomio 25.5-10: “Si dos hermanos viven juntos y uno de ellos muere sin hijos, la mujer del difunto no se casará de nuevo, si no es con alguien de la familia. Será su cuñado quien se case con ella cumpliendo así sus deberes legales de cuñado; el primogénito que ella dé a luz llevará el apellido del hermano muerto, para que su nombre no desaparezca de Israel. Pero si el hombre no quiere casarse con su cuñada, ésta se presentará ante los ancianos en la puerta de la ciudad y les dirá: “Mi cuñado se niega a perpetuar en Israel el apellido de su hermano; no quiere cumplir sus deberes de cuñado”. Entonces los ancianos de la ciudad lo llamarán y le pedirán explicaciones. Si se presenta y dice que no quiere casarse con ella, la cuñada se acercará a él y, en presencia de los ancianos, le quitará la sandalia del pie, lo escupirá en la cara y le responderá: “Así se hace con el hombre que no quiere reconstruir la casa de su hermano”. Y se le llamará en Israel “La casa del descalzo”.
Wolsey habría podido resolver con facilidad la cosa eligiendo jueces complacientes. Por miedo de contestaciones quiso asegurarse la sanción del Papa. Pero Clemente VII, hombre indeciso y acomodante, si bien no privado de sentido del honor, jamás habría permitido una solución escandalosa, y de agudeza política, considera el hecho de que Catalina era tía de Carlos V. Con el “sacco di Roma” pareció que la solución podría aligerarse: El Papa era hostil a Carlos V y estaba en situación de inferioridad; el rey inglés habría ofrecido al Papa la ayuda de 2000 hombres para su defensa.
El Papa, después de largas deliberaciones, delegó en los cardenales Wolsey y Lorenzo Campeggio juzgar la causa del rey de Inglaterra sin posibilidad de apelación. Firmó también un documento, destinado a permanecer en secreto, en el que, sin llegar a decidir sobre la cuestión, de competencia de sus delegados, acogía las instancias contra la bula de 1503. Entretanto, Catalina mostró un segundo breve de Julio II que sanaba la irregularidad de la bula. Enrique VIII pensó arreglar la cuestión pidiendo al Papa la declaración de falsedad de aquel breve.
Los ingleses comenzaron a agitar delante del Papa la amenaza de “pasar a Lutero y a su secta”. Lo mismo dice Wolsey a Campeggio: “Si el divorcio no viene concedido, terminará la autoridad de la Sede Apostólica en este reino”. Lorenzo Campeggio pensó resolver el problema sugiriendo el ingreso de Catalina en la vida religiosa. Fracasada esta tentativa, inició el proceso londinense. Catalina se apersonó el 18 de junio de 1529 e hizo apelación a Roma. En aquel momento la opinión pública era favorable a ella; Catalina, con mucha dignidad, prefirió el debate judicial a cualquier otro expediente.
En su defensa habló John Fisher, obispo de Rochester, el cual declaró que quería defender el matrimonio, incluso a costa de su vida, como Juan Bautista. Afirmó la validez del matrimonio desde el momento en que el Papa pudo dispensar de los impedimentos en cuestión. A favor del rey habló Stefano Gardiner, insistiendo sobre el hecho de la prohibición del matrimonio entre cuñados. Entretanto fueron consultados también los judíos, con la esperanza de obtener una confirmación sobre la convicción del rey; mas por toda respuesta, los hechos revelaron que justo en aquel tiempo se dieron dos matrimonios leviráticos en Bolonia y en Roma.
Thomas Cranmer, temiendo que la cuestión fuera para largo, sugirió al rey el poner la cuestión bajo el parecer de los teólogos, mejor que bajo los canonistas. Fueron interpeladas varias universidades europeas. Favorables al rey fueron las universidades inglesas, las de París, Orleans, Burgues, Toulouse, Bolonia, Padua, Ferrara. Favorables a Catalina eran, sin embargo, las universidades que estaban bajo la soberanía de Carlos V, como Lovaina, Salamanca, Alcalá, Sevilla. En Angers hubo un pronunciamiento a favor de Enrique por parte de la facultad de derecho; pero la facultad de teología fue de la opinión contraria.
Cayetano puso de relieve la potestad plena del Papa, la cual, sin embargo, su hermano de orden, Bartolomé Spina, contestó. Vitoria dio una respuesta clara, en la que subrayó el paso de la Ley antigua a la nueva, la cual era ley de libertad: El matrimonio con la viuda del hermano no iba contra la ley natural ni contra el Antiguo Testamento. Zwinglio, Ecolampadio, Lutero, Melanchthon y Bucero opinaron contra el rey inglés.
Del conjunto se pueden sacar las siguientes conclusiones: Fueron muy fuertes las presiones, incluso financieras, de los contendientes; la cuestión tenía fuertes implicaciones eclesiológicas, alargándose hacia el poder del Papa; el derecho canónico era demasiado complejo y se apoyaba sobre una teología de la ley arcaica y fundamentalista. Junto a todo este tipo de acciones, se intentó con gran empeño el uso de la imprenta.
Enrique VIII procede a un progresivo distanciamiento de Roma. Para ello utilizó al Parlamento e incitó el anticlericalismo contra el Papa. Podemos observar varios tipos de anticlericalismo:
a. Negativo.
Toleraba la aversión general contra el clero, por motivo de las excomuniones, los diezmos, las tasas curiales.
b. Positivo e idealista.
Sostiene la necesidad de una purificación radical ante la imposibilidad para la sociedad de soportar más los onerosos dispendios de una institución que absorbía tanta fuerza de trabajo, hacía improductiva tanta riqueza, tomaba tanto y restituía tan poco, como criticaba Cromwell.
c. Reformista.
Por amor a la Iglesia quería un cambio profundo para retornar a la forma ideal. Paladines de esta postura fueron Fisher y Moro.
Después de haber eliminado a Wolsey[44], acusado en base de haber sido representante de un poder extranjero, ocupa su lugar un laico: Thomas More. Después acusó a todo el clero de haber violado, reconociendo la autoridad de Wolsey, la ley del “Premunire”, que prohibía las apelaciones a Roma. Los obispos pensaron que se trataba de un pretexto para recabar dinero. Por ello ofrecieron 100 000 esterlinas. El rey no lo aceptó, a menos que presentasen una súplica con las siguientes cláusulas:
a. El rey será declarado el único protector y jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra.
b. La cura de las almas será confiada a Su Majestad.
c. El rey defenderá solo aquellos privilegios y aquellas libertades de la Iglesia que no deroguen su poder de rey y las leyes del reino.
El clero cedió al final, pero con una cláusula: “Reconocemos que Su Majestad es el jefe supremo de la Iglesia por cuanto la ley de Cristo lo permita”.
En 1533 Ana Bolena, que se había entregado al rey, queda encinta. Era necesario actuar rápidamente, a fin de que el hijo no naciese bastardo. Enrique fue afortunado. En aquellos días moría el arzobispo de Cantérbury, William Warham. El rey lo sustituye por Thomas Cranmer, que se había casado en secreto con la hija de Osiander, y pide al Papa las bulas. El nuevo arzobispo declaró la nulidad del matrimonio con Catalina y proclamó legítimo el matrimonio con Ana Bolena. Fue coronada el 1 de junio de 1533 y el 7 de setiembre dio a luz a Isabel. Fue inevitable la excomunión de Clemente VII.
Después de haber prohibido el pago de las tasas a Roma, Acto de limitación; de controlar el clero, Acto de sumisión; de rechazar el primado del Papa, Acto de herejía; Enrique VIII fue declarado jefe supremo de la Iglesia anglicana.
La teoría no fue improvisada. Su doctrina recuerda la de Marsilio de Padua, en su “Defensor pacis”, que Cranmer hizo traducir al inglés en 1535, las tesis de Guillermo de Ockham y Machiavello. Precisamente uno de los rasgos fundamentales del mundo moderno es el reforzamiento del absolutismo y del centralismo. En 1515 Enrique VIII había dicho: “Nos somos Rey de Inglaterra por la voluntad de Dios, y en los tiempos pasados los reyes de Inglaterra nunca han tenido más superior que Dios. Nos conservaremos los derechos de la corona como nuestros progenitores”. Estaba, pues, en la línea de reivindicar: El carácter estatal y no más patrimonial del reino; la no subordinación de la autoridad del príncipe respecto al Papa; ilustrar el significado del príncipe cristiano, que tiene deberes también hacia la Iglesia; y la posibilidad de exigir de la Iglesia contribuciones para los objetivos de la política del rey, la guerra. No debemos olvidar que el rey, en aquel momento, estaba preocupado por evitar ser convocado y juzgado en Roma, por lo que quería controlar al clero y sus bienes.
El documento del Acto de Supremacía dice: El rey es “imperator”, en el sentido de no depender de ningún otro soberano. El rey es “cabeza suprema en la tierra” de la Iglesia inglesa; tiene, pues, este título que había sido atribuido al Papa, pero limitado a la Iglesia anglicana. No se afirmaba, sin embargo, que el poder del rey fuese como el del Papa fuera de su jurisdicción. El rey no tiene poder de orden ni poder sobre estructuras fundamentales de la Iglesia “sacramentos, episcopado”.
Después del anuncio de la visita que debía ser hecha por Cromwell, un laico, los poderes de los obispos fueron suspendidos, y después restituidos, mas no sin una recomendación por parte del Parlamento. Así se puede deducir que los obispos, en tales perspectivas, se hacían funcionarios civiles con poderes limitados por la autoridad de los arzobispos y del vicerregente, es decir, del laico Cromwell. Por lo cual era fácil deducir que los poderes de los obispos pudiesen ser hechos derivar del rey. De hecho, el reino de Enrique VIII, no habiendo resuelto estos problemas, exponía el episcopado a una condición de incertidumbre y de duda. Tyndale había insistido sobre el deber de obedecer al rey, que, a su vez, debía obedecer a las Escrituras.
Ni en Roma ni en el continente se lo consideró como una marcha sin retorno. Francia estaba interesada en una alianza con Inglaterra. Carlos estaba irritado por el comportamiento de Enrique hacia su tía y María; sin embargo, estaba empeñado contra los turcos y quería asegurarse las espaldas. La excomunión habría sido una amenaza, pero no se habría seguido.
La desaparición de Catalina[45] y la condena a muerte de Ana Bolena[46] parecía resolver todo. Pero el rey estaba ya determinado a una lucha sin cuartel. Usó dos armas: La violencia y la propaganda.
En enero de 1535 Thomas Cromwell fue nombrado “vicario general” o “vicegerente en las cosas espirituales”. A los obispos se les impuso un juramento en el que se les obligaba a renunciar a la bula papal de nombramiento y a recibir la investidura por parte del rey, como delegados suyos. Se ordenó al clero exponer al pueblo el significado de la supremacía, así como atacar al Papa.
Si Cromwell fue el brazo, Cranmer fue la mente. Thomas Cranmer se dedicó al estudio de la teología. Educado en la escolástica, había descubierto la centralidad de la Biblia; se preguntó dónde se encontraba conferido al Papa, en la Biblia, un poder en la Iglesia. En 1532 fue enviado cerca de Carlos V en Alemania, donde se casó secretamente con la hija de Osiander. Vuelto a Inglaterra fue nombrado arzobispo de Canterbury, obteniendo la bula papal, previo un astuto juramento de no hacer nada contra la ley de Dios, las prerrogativas del rey y las leyes del reino. Declaró nulos tres matrimonios de Enrique VIII.
Se utilizó el moderno medio de la imprenta como instrumento de propaganda. Se produjeron muchos opúsculos propagandísticos. Entre las obras de mayor espesor están tres: “De vera differentia regiae potestatis et ecclesiasticae”, de Edward Foxe, quien se oponía a la interpretación tradicional del “Tu es Petrus”, afirmando que en la Iglesia primitiva la autoridad suprema la ostentaba el príncipe, “Oratio” de Richard Sampson, capellán de corte, quien partía de un dato irrefutable de ley divina: El cuarto mandamiento y, desde aquí justificaba los deberes de los súbditos hacia el rey, y “De vera obedientia” de Stephen Gardiner, libro con el que se formó a los defensores de la autoridad del rey. Según él los súbditos deben someterse al soberano en todo. El ámbito de los poderes del rey no se limita a lo temporal, siguiendo el ejemplo de Justiniano y su intervención en cuestiones teológicas. El primado de Pedro lo es solo honoríficamente, es decir, no da ningún poder de gobierno. El Papa sería como un capellán de familia, sometido al poder del patrón y pudiendo ser despedido si su comportamiento no era aceptable. Este último libro era la expresión del cesaropapismo y del erastianismo.
El divorcio real no fue aceptado por buena parte de la opinión pública. El 5 de mayo de 1534 fue ajusticiada Elisabeth Barton, una joven benedictina a la que se atribuían poderes taumatúrgicos, por haberse expresado contra el rey. Al mismo tiempo comenzaron las persecuciones contra las órdenes. El provincial de los observantes, William Peto, había amonestado públicamente al rey, tanto que fue desafiado por un capellán del rey a un enfrentamiento público. El provincial fue ajusticiado. También lo fue, en el fuego, el confesor de Catalina, por haber refutado la supremacía. Cerca de 50 frailes observantes murieron en las cárceles.
Las figuras de mayor distinción de la resistencia fueron Fisher y Moro. John Fisher fue confesor de la madre de Enrique VII, después Canciller. Fue abogado de Catalina y no escondió jamás su propia independencia. De 15 obispos fue el único que no juró el Acto de Supremacía. El 20 de mayo, Pablo III, con la esperanza de salvarlo, lo nombró cardenal. Muchos esperaban una pena simbólica, además de considerar su avanzada edad. Pero Enrique VIII reveló su naturaleza vengativa: “Llevará su capelo sobre las espaldas, porque no tendrá más cabeza sobre la cual llevarlo”. Fue decapitado el 22 de junio de 1535.
Tomás Moro, discípulo de Colet y Grocyn, abogado de éxito, espléndido humanista. Amigo de Erasmo, el cual le dedica en 1509 su “Elogio de la locura”, haciendo un juego de palabras con el nombre de Moro en griego, que significa “loco”. En 1515 fue a Bélgica por tratados comerciales y allí concibió el primer diseño de su “Utopia”, impresa en 1516. En 1523 fue nombrado “Speaker del Parlamento” y después, en 1529, Gran Canciller del reino, sustituyendo a Wolsey. En el asunto del divorcio recibió la promesa de no ser implicado, por lo que mantuvo silencio. Cuando a la cuestión del divorcio se añadió la de la autoridad del Papa, las cosas cambiaron. Viendo cómo se desarrollaban los acontecimientos, el 15 de mayo de 1532 renunció, con la esperanza de permanecer en la sombra. Intentaron implicarle en la causa de Elisabeth Barton, pero salió limpio. Poco después le pidieron el “juramento de sucesión”. Hábil abogado, respondió que no podía hacerlo, no porque condenase la ley ni a cuantos la habían firmado, sino por ciertas cláusulas que no podía aprobar. Fue recluido en la Torre de Londres, donde vivió como un monje y escribió obras de edificación. Cuando le impusieron firmar el Acto de Supremacía, respondió que ya no le preocupaban más las cosas terrenas. Condenado a muerte, subió al patíbulo el 6 de julio de 1535.
La mayor resistencia la había encontrado Enrique en los religiosos. Fueron suprimidos primeramente los monasterios pequeños, con rentas inferiores a las 200 esterlinas; después los restantes. La “peregrinación de gracia” nace espontáneamente para protestar contra la entrega de las tierras a los nobles y contra las confiscaciones de los monasterios, que habían posibilitado puestos de trabajo, centros de estudio y lugares de acogida para la gente pobre.
Hacia 1535 Enrique trata de negociar una alianza con la Liga de Esmalcalda en contra del Imperio. Los embajadores, Edward Foxe y Nicholas Heath hablaron con teólogos protestantes y recibieron de Melanchthon los artículos de fe “Artículos de Wittenberg”, los cuales el rey refuta por considerarlos excesivos. En su lugar redactó los “Diez artículos” en 1536. En ellos solo recuerda tres sacramentos; menciona la presencia real, pero sin entrar en la transustanciación; no habla de la justificación por la sola fe, sino que menciona las buenas obras como necesarias para la salvación; no habla del purgatorio, pero admite las misas por los difuntos; se mantiene el uso de las imágenes y las invocaciones a los santos. Prohibía severamente criticar el matrimonio del rey y las decisiones del Parlamento, así como el solo hecho de hablar del purgatorio, del matrimonio de los sacerdotes, de la justificación por la sola fe y de las peregrinaciones.
En 1537 Enrique queda viudo al morir Jane Seymour, que había dado a luz el varón deseado, futuro Eduardo VI. Entretanto la bula de excomunión fue publicada y se hacían proyectos de guerra o de insurrección. El rey, entonces, publicó la ley de los “Seis artículos”, llamada “El látigo de las seis cuerdas”. En ella se afirmaba la transustanciación, la comunión bajo una sola especie, el celibato de los sacerdotes, la validez de los votos religiosos, la legalidad de las misas privadas y la validez de las confesiones auriculares. Enrique quería quitar armas a los enemigos y por ello se comportaba de manera oportunista.
Inesperadamente Cromwell cae en desgracia, implicado en una conjura de palacio con Norfolk y Gardiner. Con él fueron ajusticiados tres católicos y tres herejes.
Para que las ideas religiosas y políticas del rey fueran entendidas por los súbditos, se publicó en 1543 el “Libro del Rey”. Era de orientación católica, aunque erastiano. El cuarto mandamiento obligaba a honrar ante todo al rey. Como consecuencia, quien no denunciaba a los conspiradores no observaba la voluntad de Dios. Se explicaba el Padre nuestro con estas palabras: “Si nuestro Señor el rey dijese a cualquiera de nosotros: Tómame por tu padre y llámame así, qué alegría...”.
Muerto católico, aunque mal católico, Enrique VIII, es sucedido por Eduardo VI, de nueve años, puesto bajo la tutela del duque de Somerset y Lord protector, Edward Seymour. Trató de asegurarse apoyos y popularidad concediendo a las grandes donaciones de tierras, sobre todo confiscadas a la Iglesia. Aumentó la corrupción.
Bajo su gobierno sucedieron varios tipos de crisis: Crisis financiera, se reduce el valor de la plata en la moneda; en 1551 el hundimiento del mercado de Amberes provoca siniestras repercusiones en Inglaterra; crisis social, aumenta la población, pero también la desocupación; se aprueba una ley para prohibir el mendicidad; y crisis sanitaria, hubo una peste en 1550, así como una epidemia de gripe al año siguiente.
En un primer momento se trató de actuar con prudencia. A falta de predicadores reformados se debían leer las homilías del Libro de las homilías, que reflejaba la teología de Cranmer. El Parlamento derogó la ley contra los herejes, así como las irreverencias hacia la Eucaristía. Una ley confirió a la Corona todos los colegios, capillas, fundaciones de caridad de todo tipo y los bienes de las cofradías. El pretexto era el de cortar los abusos, pero en realidad la Corona tenía necesidad de dinero para la guerra.
Después de algunas normas contradictorias, el 8 de marzo de 1548 fue publicado el “Order of Communion”, redactado inspirándose en la “Pia consultatio” de Bucero. Se afirmaba que el “Confiteor” de la misa servía como confesión sacramental. La comunión era mantenida los domingos y fiestas, mientras se prohibían las misas sin comunión, para hacer desaparecer las misas privadas. Sucesivamente se empezó a celebrar una misa en inglés sin canon, después se toleró por ley el matrimonio de los eclesiásticos.
Las reformas no contentaron a los sectores más extremos del protestantismo. El sistema entraba en crisis cada vez que los predicadores desencadenaban la opinión pública. Para evitar todas estas cosas, se intenta una vía de compromiso, imponiendo por ley del Parlamento un libro de oraciones, el “Book of Common Prayer”, inspirado en fuentes católicas, ortodoxas y protestantes. Era, a la vez, breviario, manual y ritual. La misa era llamada la Cena del Señor. Se eliminaban todas las referencias al sacrificio. No había el ofrecimiento de la hostia, aunque sí la oración de los fieles; quedaba la consagración, pero no la elevación. Todo era en inglés.
Entretanto, Warwick asume la hegemonía del gobierno, expulsando y, posteriormente, ajusticiando a Somerset.
Muerto Eduardo, María se impone con gran facilidad, acogida por el entusiasmo de la población, incluso de los protestantes en un primer momento, pensaron que la muerte de Eduardo en tan corta edad se debía a un juicio divino. Su reinado no fue una simple reacción antiprotestante, una vuelta a una mera restauración del statu quo anterior.
Desde el punto de vista político y económico se hicieron reformas financieras, cambio de la moneda, reforma de los intereses, se reorganizó el ministerio de Hacienda, así como la Justicia en general. Se dictó la primera ley sobre el mantenimiento de las carreteras y fueron impuestos derechos sobre la importación de mercancías preciadas. La pérdida de Calais fue algo negativo, debido al desarrollo de la guerra franco-española.
Desde el punto de vista religioso, su reforma no solo sacó lecciones del pasado, sino que trató de utilizar algunos aspectos de la experiencia reformada. Con respecto al Papa, fue todo menos servil. De hecho, no abolió el Praemunire y mantuvo las prerrogativas de la Corona con gran rigor.
También los protestantes habían acogido a la nueva reina como la heredera legítima. La restauración del catolicismo se condujo con prudencia, de modo progresivo y de acuerdo con el Parlamento. Lo primero que se hizo fue pensar en el matrimonio, cuya última elección se hace sobre Felipe, hijo de Carlos V, lo cual disgustó a Gardiner y a la mayoría del Consejo. En el contrato de matrimonio se incluyeron algunas cláusulas significativas: Felipe no podría implicar a Inglaterra en la guerra contra Francia; no podría llevar fuera de Inglaterra barcos o joyas de la Corona sin el consentimiento de María; en los nombramientos de cargos oficiales, María no debía consultar a su marido; en su séquito Felipe debía tener ingleses; además gozaría del título de rey mientras María viviese, pero después no podría presentar ningún derecho al trono inglés. A pesar de tener grandes ventajas para los ingleses, el contrato suscitó poco después una revuelta[47], capitaneada por Thomas Wyatt, de signo antiespañol. Isabel, hermanastra de María, fue recluida en la Torre de Londres con sospecha de colaborar en la insurrección, pero sin probarse nada.
Una errónea percepción del significado del complot indujo a María a llevar una política persecutoria. En Diciembre de 1554 se desarrolló una acción anti protestante. Muchos fueron los exiliados y numerosos los condenados a la hoguera. Es un hecho que María se vio rodeada de un clero poco fiable. Muchos se habían casado, otros se conformaban con el buen vivir. No tenía mucho donde elegir. En todo caso, la propaganda adversa fue violenta, mientras faltó un soporte por parte de los católicos, poco formados y sin tipografías. La propaganda fue realizada por los exiliados, cerca de 800, que desde el exterior formaron una comunidad congregacionalista.
En positivo debemos hablar de cuanto intentó hacer Reinaldo Pole; llegado a Inglaterra, activó una acción de reforma. Se compuso un libro de homilías. Se simplificaron el breviario y el misal. Se hicieron votos de renovar la disciplina y reprimir los abusos. Importancia particular se dio a la formación del clero. Se ordenó la residencia a los eclesiásticos, se prohibió el cúmulo de beneficios. Los obispos debían predicar personalmente. Los prelados debían llevar una vida moderada y digna. Todos los años debían tener las visitas pastorales. De hecho, en poco tiempo hubo una tímida recuperación de la vida religiosa. Se realizó una visita a las dos universidades, renovando el cuerpo de profesores.
Tomás Cranmer, fue una de las víctimas de María “la sanguinaria”, ya que después de haber ayudado a que Inglaterra fuera protestante, se retractó ante la reina católica, para salvarse de la muerte, pero como fue condenado a morir en la hoguera, volvió a retractarse, diciendo las célebres palabras: “Hay un escrito contrario a la verdad que ha sido publicado y que ahora repudio porque fue escrito por mi mano contra la verdad que mi corazón conocía…y puesto que fue mi mano la que ofendió, al escribir contra mi corazón, mi mano será castigada primero. Cuando esté yo en la pira, será ella la que primero arderá.”
No obstante las voces de palacio, María elige como sucesora propia a su hermana Elizabeth. No está probada la sospecha de que ella fuese religiosamente indiferente u oportunista. Dotada de fuerte temperamento político, era sinceramente religiosa; la educación recibida era protestante. Estaba firmemente convencida de defender una vía intermedia entre catolicismo y calvinismo. Para llevarla a cabo, el arma más adaptada era el erastianismo. Procede con prudencia, también porque los católicos eran mayoría en el país y en la cámara de los Lord. Para contrarrestarlos, la reina intenta dos acciones: Retornar a la supremacía; imponer la uniformidad religiosa, que, de hecho, quería decir protestantizar el país.
Lo primero que hace es sustituir a los obispos marianos con obispos de su confianza. Hace aprobar la nueva ley de Supremacía[48] que proclamaba a la reina “supremo gobernador” en los asuntos espirituales y eclesiásticos, aunque no cabeza. Debía ser aceptado con un juramento, que era difícil de eludir y que constituyó el nacimiento de la verdadera Iglesia anglicana de Estado. Sobre 16 obispos, 15 refutaron el juramento y fueron removidos.
Después, con el Acto de Uniformidad, fueron impuestos los parámetros católicos, pero fue omitida la “rúbrica negra”, según la cual los fieles debían confesarse de pie. Fueron dejadas las imágenes, conservada la jerarquía y restaurado el “Libro de Oración” de 1552.
El 9 de diciembre de 1559 fue consagrado el nuevo arzobispo de Cantérbury, Matthew Parker, por el obispo de Chichester, William Barlow, abriendo la cuestión de las ordenaciones anglicanas. Más que la cuestión de la validez de la consagración de Barlow, el problema viene del tipo de rito de la consagración, que habría excluido la capacidad de ofrecer un sacrificio.
Con los 39 artículos se definió el rostro de la iglesia anglicana, una iglesia con liturgia cercana al catolicismo, pero con una doctrina muy protestante: “Sola Scriptura; sola fides”, su fruto con las obras; predestinación; doctrina contra el purgatorio, contra las indulgencias y contra el culto a las imágenes; solo se reconocen dos sacramentos: Bautismo y Cena.
Los puntos teológicos de la Iglesia Anglicana se encuentran en los “Treinta y nueve artículos de religión”, y la liturgia en el Libro de Oración Común. La iglesia tiene como cabeza al rey o reina inglés, en este momento Isabel II y a su muerte, Carlos; pero es el arzobispo de Canterbury el presidente de la Comunión Anglicana, compuesta por iglesias anglicanas y episcopales. Su jerarquía consiste en tres órdenes: Obispos, presbíteros y diáconos. A su vez, la Iglesia se divide en “alas”: El “Ala baja” está compuesta por cristianos de tendencia marcadamente protestante e incluso por evangélicos conservadores; en el “Ala alta” están los llamados “anglocatólicos” y en el “Ala amplia” se encuentran los “sectores liberales”.
4. John Knox y la Iglesia Presbiteriana.
En Escocia, el Cardenal Beaton y la reina regente, María de Guise, gobernaban en nombre de María, reina de Escocia, de tal manera que la Reforma tenía las puertas cerradas. Pero cuando el Cardenal fue asesinado y la reina regente murió, John Knox pudo iniciar el movimiento reformador en 1559.
Knox nació en Haddington, en la Baja Escocia, en 1505 y estudió en la Universidad de Saint Andrews, en Glasgow durante ocho años, para recibir su licenciatura en artes, aunque todos esperaban que fuera sacerdote, pero antes de ser ordenado prefirió ser maestro de filosofía, aunque ocupó diversos cargos en la curia de Saint Andrews, después de aprender latín y griego. Muy poco se conoce sobre sus padres, aparte de que el padre era hijo de un terrateniente respetable y rico; de modo que John no se crió en un hogar pobre. Asimismo, el hecho de que haya recibido excelente educación, indica que sus padres eran personas inteligentes y acomodadas. Ambos eran católicos. Siendo John todavía muy pequeño falleció su madre, y el padre se volvió a casar.
Pronto se sintió inquieto en cuanto a su nuevo cargo. Anhelaba profundizarse más en la teología. Empezaba a ver cuán corrupta era, en realidad, la iglesia Romana en Escocia. Mientras más estudiaba los escritos de San Jerónimo y San Agustín, más lo conducían estos a las Escrituras. Al acudir al Nuevo Testamento, y al estudiar cuidadosa y detalladamente las verdades contenidas en él, fue confirmado como ciertas sus sospechas en cuanto a la iglesia Romana. Esto ocurrió más o menos por el año de 1535, pero tardo siete años antes de decidirse a renunciar a la iglesia de Roma y declararse como reformador.
Knox sabía que le sería totalmente inútil quejarse acerca de la corrupción que observaba en la iglesia. También sabía que si acaso decía algo en contra de la iglesia, lo tacharían de hereje, y quizá hasta tratarían de darle muerte. Al mismo tiempo, tenía que reconocer que la iglesia a la cual pertenecía estaba profundamente comprometida. Como consecuencia, empezó a estudiar, a reflexionar, a orar, y a pedirle a Dios que le indicara lo que debía hacer.
Influenciado por los primeros reformadores como George Wishart, asesinado en la hoguera, en 1547 se unió al movimiento reformista de la Iglesia escocesa. Se convirtió en criado y ayudante de dicho pastor, y en todo tiempo llevaba una espada, listo para proteger a su patrón. Cuando Wishart fue arrestado, le pidió a Knox que se separara de él, diciéndole que sería perseguido, sin duda alguna, y que no era necesario que ambos murieran como mártires. Knox, al principio, se opuso, pero al fin siguió el consejo de su amigo. Knox nunca más le volvió a ver, pues Wishart entregó su vida como un mártir del Señor Jesucristo.
A causa de sus creencias, Knox se vio forzado a huir de un lugar a otro, con el fin de evitar que lo tomaran preso. Pensaba ir a Alemania, pero sus amigos le convencieron a que se refugiara en un castillo. De este modo, en la primavera de 1547, se mudó al castillo, llevando consigo a los alumnos. Antes de esto, había trabajado para dos familias como tutor, y en parte también como sacerdote. Sin embargo, sabiendo que sus amigos lo buscaban, se sentía inseguro en el castillo; por lo tanto, junto con sus alumnos, pronto se trasladó a la población de Saint Andrews; en Escocia, en donde daba clases en una capilla todos los días.
El pastor de la iglesia era John Rough, aunque sentía que no era esa su verdadera posición. Un día en la iglesia Rough predicó sobre la elección de pastores y la responsabilidad que tiene la congregación en esta elección. Insistió en lo peligroso que es para cualquiera que tenga los dones apropiados rechazar el llamado de Dios que le viene por decisión unánime del pueblo de Dios. Luego en pleno culto se dirigió a Knox, diciéndole: “Hermano… en el nombre de Dios y de su Hijo Jesucristo, y en nombre de los aquí presentes quienes te llaman por mi boca, te mando que no rehúses esta santa vocación”. Dirigiéndose a la congregación, le dijo: “¿No fue éste su encargo para mí? ¿Y aprueban esta vocación?” Todos le contestaron que sí. Entonces Knox irrumpió en lágrimas, y corrió fuera de la capilla hasta su cuarto donde permaneció varios días en oración y agonía espiritual. Finalmente aceptó la voluntad del Señor, convirtiéndose como Moisés en líder espiritual de una nación entera.
Escocia era y es un país pequeño sin mucha influencia política o económica. En ese tiempo había sufrido siglos de cautiverio, oprimido por sus caciques políticos y religiosos. La corrupción e ignorancia del clero eran notables. La riqueza de la Iglesia contrastaba con la extrema pobreza del pueblo.
Y los pocos destellos de luz que aparecieron en los siglos XIV, XV y XVI fueron rápidamente sofocados mediante la destitución de bienes, la excomulgación, el encarcelamiento y la muerte. Seguidores del inglés John Wycliffe, conocidos como lolardos; seguidores del checo Jean Hus, quemado vivo en el Concilio de Constanza en 1415; hombres hasta de familias nobles como George Wishart y Patrick Hamilton, influenciados por las doctrinas de Lutero, todos pagaron con sus vidas su proclamación de la verdad del Evangelio.
A pesar de la persecución y el dominio político y religioso de la Francia católicorromana, las primeras décadas del siglo XVI vieron el surgimiento de grupos de estudio bíblico, y la celebración de cultos religiosos según la práctica reformada. Estos grupos solían reunirse en casas particulares, sobre todo de familias aristocráticas que simpatizaban con las idea de Lutero.
Pronto la fama de Knox se extendió y otras personas acudieron para escucharle, y con el tiempo Knox sintió que Dios lo estaba llamando a predicarles el evangelio. Así lo hizo, manifestando a la gente el pecado del pueblo escocés, y hablándoles de la santidad de Dios.
Se acercaba entonces a los cuarenta años, y el interiormente tímido Knox, súbitamente se convirtió en un predicador intrépido. No procuraba presentar mensajes bellos, más bien decía al pueblo que había venido como un profeta enviado de Dios, y que nos le traía palabras dulces y agradables, sino palabras duras. A pesar de los problemas y las persecuciones en el país, John Knox perseveró mostrando a al pueblo pecaminosidad de sus corazones. Les decía que Dios derramaría Su ira sobre ellos si no se arrepentían.
Knox fue hecho prisionero junto a otros partidarios de la Reforma, relacionados con la muerte del Cardenal Beaton en 1546 y la intervención de la regente de Escocia, María de Guise. Un día trajeron una pintura de la Virgen, y se les ordenó a los presos que le besaran. Knox rehusó hacerlo, y eso hizo que uno de los guardias le pegara en la cara con el cuadro. En vez de besar la imagen, Knox lanzó la pintura al agua, exclamando: “¡Que nuestra señora se salve así misma! No pesa mucho. Que aprenda a nadar”. Lo hizo así para indicar que en su corazón estaba de parte del protestantismo; pues había puesto su fe en Dios y en su Hijo, el Señor Jesucristo, y no en la iglesia Romana. Aunque este incidente pude parecer de poca importancia, no obstante, desde aquel día, y en adelante, ya no se le exigió a los demás miembros del grupo que participaran en algo que era contrario a sus propias creencias, y se le trató con más respeto.
Se le mandó a las galeras francesas durante un año y medio, en donde fue tenido como esclavo, pero liberado por los ingleses estuvo al servicio de Eduardo VI en 1549, y comenzó a predicar en muchos puntos del país. La predicación de Knox cerca de la frontera escocesa atrajo a tantos escoceses que el gobierno inglés se puso nervioso.
Teniendo ahora más de cuarenta años, Knox llegó a conocer a Marjorie Bowes, y se enamoró de ella. La madre de la joven concedió su permiso para que se casaran, pero el padre no quiso consentir, puesto que simpatizaba con la iglesia Romana. Después de esperar por tres años, confiando en que él iba a ceder, finalmente se casaron.
Por un tiempo, todo parecía irle bien. Ya no sufría la oposición que había soportado anteriormente, y la vida le parecía un poco más fácil. No obstante, ese mismo hecho le molestaba. Sabía que no debía debilitarse en su manera de predicar. No podía pedirle a Dios Su divina dirección si no le era fiel en proclamar la verdad. Knox decidió que no le temería a nadie.
En diciembre de 1551 fue elegido para ser uno de los seis capellanes reales. Como resultado de ello, no solo predicaba en la corte del joven rey Eduardo VI, el cual pronto llego a ser su amigo íntimo, sino que también tuvo la oportunidad de visitar iglesias en todas partes del país. Esto fue muy cansador para Knox, pero él siguió predicando fielmente. Apenas tres años atrás había sido un esclavo en una galera francesa. Ahora era uno de los representantes de Inglaterra, predicando en todas partes del reino, e inclusive dando sugerencias en cuanto a cambios en el orden del culto en las iglesias. En julio de 1533, el joven rey de Inglaterra murió, a los dieciséis años. Su trono pasó a María Tudor[49], católica y mujer de Felipe II, conocida en la historia como “Maria la Sangrienta”. Al poco tiempo, toda la ley que favorecía al protestantismo fue revocada. Todo cambió entonces para Juan Knox. Su sueldo fue suspendido. Sus buenos amigos estaban muriendo como mártires.
Knox sabía que su ministerio ya no podría continuar siendo efectivo en Inglaterra y estuvo por algún tiempo dudando sobre si procedía morir pronto en la hoguera o huir del país. Sabía que tendría que dejar a su esposa, y a la familia de ella, y huir a Francia. Por fin, decidió huir a Francia, siguió su camino hacia Suiza, en donde fue recibido calurosamente por los ministros y las iglesias protestantes. Después de dos meses regresó a Francia. Se sintió feliz al hallar allí varias cartas. Una de ellas le informaba que su esposa y su suegra estaban seguras. Sin embargo, la persecución iba en aumento, de modo que no era prudente regresar.
Apesadumbrado regresó a Suiza. Un grupo de refugiados protestantes había formado una iglesia en Francfort, Alemania, y por petición expresa de Jean Calvino, le pidieron a Knox que fuera su pastor. Sirvió allí durante más o menos un año.
Mientras tanto, algunos cambios políticos habían ocurrido en Escocia; y a los protestantes se les concedió más libertad.
Para 1555 estando en Ginebra, recibió una petición urgente, rogándole que regresara a su patria. Así lo hizo, pasando primero por Inglaterra, en donde encontró a su esposa sana y segura. Luego fue a Escocia por un breve tiempo, donde tuvo la suerte de librarse de una acusación de herejía. Al volver de nuevo a su patria, Knox observó que parecía haber una nueva actitud en la generación reciente. Esto no solo lo sorprendió, sino que también lo puso muy contento. La última vez que había estado en Escocia había predicado ásperamente en contra de la iglesia Romana, la misa, y los métodos empleados por los líderes de tal iglesia. Ahora sentía que debía predicar un mensaje más positivo. Todavía creía firmemente que la gente debía salir de la iniquidad de la iglesia Romana, pero ahora sentía que tenía también que conducirles a dar un paso más hacia delante. Konx les enseñó a celebrar la Cena del Señor semanalmente, a estudiar la Palabra de Dios y a reconocer que formaban parte de la Iglesia de Jesucristo.
La reina María, y también los obispos de Escocia, llegaron a enterarse de la predicación sin rodeos de Knox. Conociendo el carácter de dicho predicador, le ordenaron comparecer ante ellos el 15 de mayo de 1556. Para su sorpresa, cuando apareció en Edimburgo no se encontraba solo. Lo acompañaba una inmensa multitud, lista para actuar sí acaso alguien osaba levantar la mano en contra de su pastor. De inmediato los obispos retiraron la citación; y desde entonces se le permitió predicar abiertamente y a congregaciones más numerosas que antes.
Poco después de esto, recibió un llamado de parte de su iglesia en Suiza. Regresó de inmediato. Por primera vez pudo establecer un hogar en Ginebra. Durante los tres años siguientes le nacieron dos hijos, Natanael y Eliécer. Aun cuando Knox y su familia estaban felizmente radicados en Suiza, él todavía ardía en deseos de evangelizar al pueblo de Escocia.
John Knox era además de un religioso, un visionario. Él sostenía que la única posibilidad de que los escoceses se libren de la dominación francesa era que los protestantes de Escocia e Inglaterra se unan en un frente común y escribió su tratado “El primer toque de trompeta” contra el régimen monstruoso de las mujeres[50], una denuncia contra el gobierno de las mujeres, dirigida claramente contra la regente católica de Escocia, María de Guisa, que gobernaba en nombre de la reina, su hija María.
En 1559, los acontecimientos se precipitaron en Escocia. El pueblo escocés se alzó contra la Regente y la dominación francesa; se produjeron graves desórdenes y las tropas del gobierno se lanzaron contra las fuerzas protestantes poniéndoles en grave aprieto. Knox fue invitado otra vez por los ministros reformados de Escocia, y así, en mayo de 1559, regresó nuevamente a su tierra y apoyó la rebelión protestante contra la regencia. Sus sermones en Perth y Saint Andrews consiguieron que estas ciudades defendieran su causa, y sus esfuerzos en Edimburgo estimularon el desarrollo de un partido antigubernamental fuerte. Los reformadores protestantes, sin embargo, no podían luchar solos y con éxito contra la regente, a quien apoyaban las tropas francesas. Pronto toda la nación era protestante a pesar de que la reina María era católica.
Fue entonces cuando Inglaterra, ya bajo la protestante Elizabeth I, y Knox la convenció a intervenir con un potente ejército. Las tropas francesas fueron sitiadas en Leith y tuvieron que capitular en 1560, con lo que la influencia gala llegó a su fin. Con la ayuda inglesa, favorecido por la muerte de María de Guise y la retirada de las tropas francesas, el partido protestante se hizo con el control del gobierno escocés. Ese mismo año, John Knox, junto a otros reformadores de su tiempo fundaron la Iglesia Reformada. Como consecuencia de esto, Knox tuvo que buscar protección en el castillo de Saint Andrews. Ese mismo año falleció su esposa. Le quedaban dos hijos pequeños, y su suegra, de la cual también tenía que cuidar. Ambos hijos recibieron una buena educación, en preparación para el ministerio. Sin embargo. Los dos murieron muy jóvenes, y sin hijos.
El 17 de agosto de 1560, la confesión de fe de los reformadores protestantes, escrita sobre todo por Knox, fue adoptada por los estamentos y el Parlamento escocés y se convirtió en el credo durante dos siglos. El Parlamento escocés decretó el 24 de agosto de 1560 que “el obispo de Roma no tiene jurisdicción ni autoridad en este reino”, y anuló todas las leyes de los anteriores parlamentos que eran contrarias a la Confesión de Fe preparada por John Knox y otros cinco colegas pastores. No era para menos la alegría del pueblo de Dios en Escocia por su liberación de la esclavitud espiritual, por más que el pueblo escocés de hoy desprecie y se mofe de su gran herencia espiritual.
La vuelta a Escocia de la reina católica María, al año siguiente, revivió todas las viejas rencillas y provocó otras nuevas. Como ministro de la catedral de Saint Giles de Edimburgo, Knox condenó en público la conducta personal y la política del gobierno de María. Un sermón en esta catedral produjo la primera de una serie de entrevistas personales entre María y Knox, cuyo registro constituye una gran parte de su obra póstuma “Historia de la Reforma en Escocia”[51]. La violenta oposición de Knox a María le alejó de uno de sus principales partidarios, James Stwart, conde de Moray, hermanastro de María y uno de sus principales consejeros; pero el matrimonio en 1565 de María con el católico Henry Stewart, lord Darnley, volvió a unirlos, ante lo que ambos consideraban una amenaza para el nuevo protestantismo.
Cuatro años después de la muerte de su esposa Marjorie, Knox se volvió a casar; esta vez con Margarita Stwart Ochiltree, una jovencita de diecisiete años. Juan Knox tenía ya cincuenta años, de modo que su casamiento ocasionó bastante habladuría. No obstante, Margarita resultó ser una cónyuge digna y congenial para Knox; y vivieron felices hasta que él murió. De este matrimonio nacieron tres hijas. Después de sus segunda nupcias, Knox participó muy poco en la vida política y pública. Siguió predicando, pero más reposadamente.
Los acontecimientos de los dos años siguientes, el asesinato de Darnley, el matrimonio de María con James Hepburn, cuarto conde de Bothwell, y su huida a Inglaterra, devolvieron el control al partido protestante. Moray se convirtió en regente, y las leyes de 1560 en favor de la religión reformada fueron ratificadas por el Parlamento escocés.
Para 1567, los franceses habían sido expulsados totalmente de Escocia. El triunfo del protestantismo en quedó asegurado cuando María Estuardo abdicó en 1567. La influencia de Knox siguió siendo considerable, y sus sermones en la coronación de Jacobo VI de Escocia, el niño de María, futuro Jacobo I, rey de Inglaterra, quien fue educado en el protestantismo durante la regencia de Lord James Stewart, conde de Moray y también protestante y en la apertura del parlamento escocés tuvieron la categoría de manifiestos públicos. De esta manera la Reforma Protestante se consolidaba de manera definitiva en el país.
A fines de 1570, pocos años después de haberse casado con Margarita, Knox sufrió una leve embolia, que le dejó sin habla por un breve tiempo. No podía caminar ni escribir; todo el mundo creía que le había llegado su fin. Sin embargo, a la semana siguiente estaba de nuevo en el púlpito, predicando como de costumbre.
En 1572 se retiró a Saint Andrews, donde terminó de escribir su último libro, “Respuesta a un jesuita escocés”. En noviembre, cayó otra vez enfermo, y esto le debilito en extremo. El día de su muerte se preocupa por pagar los salarios de sus siervos, dándoles algo extra porque será la última vez y luego se pasó escuchando a su esposa y a otras personas, a las cuales había pedido que leyeran algunos pasajes bíblicos. Leyeron durante varias horas seguidas; y luego, siendo las once de la noche, se arrodillaron para orar a Dios. John Knox murió en paz, y se fue para estar con el Señor, a quien había amado y servido hasta el 24 de noviembre de 1572.
Quiero destacar cuatro áreas donde nos desafía John Knox:
a. Una voz bíblica.
Knox compartía plenamente la Sola Scriptura de la Reforma. Por más de 1000 años se habían acumulado tradiciones cada vez menos bíblicas en la Iglesia Cristiana. Para ellas se buscaba apoyo el el llamado “consenso unánime de los Padres”, pero estos se contradecían. Con Lutero y Calvino y los demás Reformadores se escuchó la verdadera seña cristiana: “¿Qué dice la Escritura?” Un bello ejemplo de esto se encuentra en la Confesión Escocesa, donde en el prefacio Knox y sus colegas dicen: “Afirmamos que si alguien encuentra en nuestra Confesión un artículo o una frase contrarios a la santa Palabra de Dios, se sirva tener la bondad en el amor cristiano de avisarnos de lo mismo por escrito; y nosotros por la gracia de Dios nos comprometemos con toda fidelidad a satisfacerle de la boca de Dios, o sea de sus santas Escrituras, o sino, la correción de lo que él demuestre ser erróneo. Pues Dios es nuestro testigo que de todo corazón aborrecemos toda secta herética y a todo maestro de doctrinas falsas; y que con toda humildad abrazamos la pureza del Evangelio de Cristo, el cual es el único alimento de nuestras almas, y por consiguiente tan precioso que estamos resueltos a sufrir los peligros más extremos antes de permitir que se nos defraude del Evangelio”.
Como todo Reformador, Knox en sus prédicas exponía la Escritura, explicando su significado original y luego aplicándola a situación actual. Por ejemplo, después de serias derrotas sufridas por los amigos escoceses de la Reforma a manos de las tropas francesas, predicó sobre el Salmo 80, donde Asaf ora por la restauración de Israel atribulado y derrotado. Expuso el Salmo entero en tres oportunidades: Las dos primeras en Edimburgo y la tercera en Stirling. Explicó el contexto original, luego lo comparó con la situación en Escocia, recalcando la necesidad de reconocer su pecado y tener confianza en Dios:
“Cuando eramos pocos en comparación con nuestros enemigos, cuando no teníamos condes ni duques, salvo unos pocos, que nos animaran, clamamos a Dios, lo tomamos a él como nuestro protector, nuestra defensa, nuestro único refugio. No se escuchaba entre nosotros jactancia por nuestra cantidad de gente, nuestra fuerza o nuestra política; sólo le rogamos a Dios que viera la justicia de nuestra causa y la opresión cruel del enemigo tiránico. Pero desde que Su Excelencia el Príncipe y sus amigos se han juntado con nosotros, no se oye nada sino: “El Princípe nos traerá cien hombres armados; o, este otro tiene suficiente prestigio para convencer todo el país; o, si este gran Duque está con nosotros, nadie nos va a molestar”. Y de esta manera hasta los mejores entre nosotros, quienes antes sentían que la mano poderosa de Dios era nuestra defensa, ahora están confiando en el brazo del hombre”.
En otra oportunidad, derrotados por los franceses y sin la ayuda inglesa prometida, “los loores de la congregación” se acercaron a Knox, “en nuestra más honda desesperación, quien nos predicó un sermón muy animador sobre Juan 6, La tempestad en el mar”. “No debemos desfallecer”, dijo, “sino que debemos seguir remando contra estas tormentas hostiles, hasta que venga Jesucristo, ya que estoy tan convencido que Dios nos librará de este trance agudo, como lo estoy de que este es el Evangelio de Jesucristo que hoy les predico. No ha llegado aún la cuarta vigilia de la noche, esperen un poco, se salvará la embarcación, y Pedro quien ha salido del barco no se ahogará.”
Con tales prédicas bíblicas, siempre exponiendo el texto y siempre actualizándolo, mereció el elogio del embajador inglés, Randolph: “Os aseguro que la voz de un solo hombre es capaz de poner más vida en nosotros que quinientas trompetas que simultáneamente sonaran en nuestros oídos”.
b. Una voz profética.
En el Antiguo Testamento tenía el profeta una doble función: Predecir eventos futuros y proclamar el mensaje de Dios para su propia generación, mensaje que frecuentemente incluía denuncias fuertes del pecado. Este segundo aspecto se ve claramente en Knox: Exponía y condenaba las faltas de todos a la luz de la Palabra. Por eso se le considera duro e inhumano, sobre todo en su trato con la joven reina María Estuardo, hermosa, encantadora, siempre fascinante para los hombres. La verdad es que Knox comprendió su duplicidad, sobre todo por su crianza en la corte francesa dominada por la familia Guise. Knox no sabía que ella había firmado un tratado con cláusulas secretas donde los reyes de Francia y España prometieron aplastar el protestantismo en toda Europa, pero leía lo suficientemente bien su carácter como para decir: “La verdad es que todos sus procederes demuestran que las lecciones de su tío, el cardenal de Lorena, están tan adentradas en su corazón que parece que tanto la verdad interna como externa se mueren conjuntamente. Me gustaría estar equivocado, pero me temo que no lo estoy. En mi comunicación con ella he observado tal arte como nunca lo he encontrado en personas de su edad.” Knox no iba a ser uno de los muchos hombres que entraron en amores con María Estuardo.
Knox nunca buscó una entrevista, nunca se acercó a la corte sin ser llamado, se mostró siempre deferente, hablando con vehemencia solo cuando se quería callar su voz de predicador del Evangelio. Basta un ejemplo de sus conversaciones. Knox había denunciado desde el púlpito de Saint Giles toda inmoralidad, incluso la de la reina. Entre sollozos femeninos y sonrisas acariciadoras María le preguntó autoritariamente a Knox: “¿Qué tenéis que ver con mi casamiento? ¿O qué sois vosotros en esta nación?” La noble respuesta de Knox: “Un súbdito nacido en ella, señora. Y aunque no soy conde ni gran señor ni barón en ella, sin embargo Dios me ha hecho, por abyecto que sea ante vuestros ojos, persona de bien en ella”. No es de sorprenderse que en los funerales de Knox en 1572 el Regente de Escocia, el Conde Morton, amigo de Knox, haya dicho: “Aquí yace un hombre que nunca temió ni halagó carne alguna. ¿Por qué no? Porque para él el temor del Señor era el principio de la sabiduría”.
c. Una voz patriótica.
Knox sirvió a la iglesia en muchos países durante su exilio de Escocia: En Alemania donde ejerció un pastorado muy fructífero en Frankfurt; en Francia donde pasó varios meses predicando en Dieppe; en Ginebra que calificó como “la mejor escuela de Cristo que se haya visto desde los días de los apóstoles”; y en Inglaterra donde se le apreció mucho durante el reinado del Rey Eduardo VI y se le ofreció un obispado anglicano, oferta que Knox rechazó. Así que no era ningún nacionalista incapaz de ver lo bueno en otros países y lo malo en el suyo propio. Pero toda su vida le consumía una pasión santa: La de ver establecido el reino de Jesucristo en Escocia, y a sus compatriotas confiando en él y demostrando los frutos de la justicia cristiana.
Durante su cautiverio en las galeras Knox sufrío mucho. En una oportunidad el barco pasó cerca de la ciudad de San Andrés, pero Knox estaba tan debilitado que ni podía levantar la cabeza para mirar. Un compañero prisionero le preguntó si conocía aquel lugar, y recibió la siguiente respuesta: “Sí, lo conozco bien, pues veo la torre de aquel sitio donde Dios primero abrió mi boca en público para su gloria, y estoy plenamente convencido, por débil que parezca ahora, que no dejaré esta vida hasta que mi lengua glorifique su santo nombre en ese mismo lugar.”
Knox era hombre de oración que nunca dejaba de implorar a Dios que bendijera su patria. A la vez era hombre de acción que siempre luchaba por el bien espiritual y material de su tierra natal. En los meses críticos antes de la victoria final y el establecimiento de la religión reformada en el país, predicó una serie de sermones sobre la construcción del Templo como se relata en la libro de Ageo. Denominó esta exposición “una doctrina adecuada para la época”. Su ferviente deseo era que se construyera el Templo de Jesucristo en todo el reino escocés. Dios escuchó sus oraciones y respondió a su fe, de tal modo que Calvino le escribió de Ginebra: “Al maravillarnos por el increíble éxito en tan corto tiempo, damos también profundas gracias a Dios, cuya especial bendición vemos resplandecer”.
La visión de Knox y sus amigos abarcó todo aspecto de la vida nacional. Después de que el Parlamento escocés destituyera la religión católicorromana, Knox propuso que las ingentes riquezas de la iglesia medieval se dividieran en tres partes: Una para el sostenimiento de pastores; la segunda para el establecimiento de una escuela en cada parroquía y el desarrollo de un sistema nacional de educación primaria, secundaria y superior; y la tercera parte para sufragar las necesidades de los pobres. A causa de la codicia de los aristócratas que detentaban el poder político y querían adueñarse de los tesoros de la Iglesia, los proyectos de Knox nunca pudieron plasmarse en realidad. Escocia fue grandemente bendecida por la Reforma, pero ¡cuánta mayor habría sido la bendición de haberse escuchado y practicado los consejos de Knox y de la Palabra de Dios!
d. Una voz pastoral.
Knox vivió en tiempos difíciles, tiempos que precisaban de un hombre de coraje y de convicciones inflexibles. Sin duda compartía algunas de la características de un Elías o un Juan Bautista, pero no por ello dejaba de tener un corazón amoroso y un cuidado pastoral por toda la grey de Dios, hasta los más humildes e insignificantes. Las multitudes escuchaban sus sermones y salían, según nunerosos testimonios contemporáneos, “muy reconfortados”. Y sobre todo en sus cartas encontramos esta ternura de espíritu, propia de un creyente que camina con el Señor. En medio de repetidas crisis nacionales, Knox seguía escribiendo a personas que pedían consejos espirituales; por ejemplo, a una tal señora Locke le escribe así: “Ud me escribe que anhela verme. Querida hermana, si yo le dijera cuán grande es la sed que tengo por su presencia, parecería demasiado exagerado mi lenguaje… su presencia es tan querida para mí que si no tuviera la responsabilidad del pequeño rebaño congregado aquí en nombre de Cristo, yo mismo llegaría a Ud. antes que mi carta.”
Otro hombre importante fue su sucesor Andrew Melville, a quien algunos llaman el “padre del presbiterianismo”.
La teología histórica del presbiterianismo es el calvinismo, aunque reformado.
En el siglo XIX se produjeron varios cismas y se organizaron la Iglesia Libre de Escocia, la Iglesia Libre Unida de Escocia, la Iglesia Presbiteriana Unida de Escocia y otros grupos más pequeños y más conservadores. De Escocia se expandieron a Irlanda, sobre todo a Ulster, durante el régimen de Oliverio Cromwell. Son predominantes en Irlanda del Norte. También se extendieron a las colonias inglesas de Norteamérica.
La iglesia local es pastoreada por un ministro considerado como “anciano” o presbítero, que se encarga de la predicación y los sacramentos, el bautismo y cena, pero es gobernada por los “ancianos gobernantes” o “ancianos diaconales” que se diferencian de los laicos y diáconos, que contribuyen a la obra de la iglesia, pero no la gobiernan.
Las iglesias locales son integradas por presbiterios, sínodos, asambleas, etc., en donde los presbíteros con rango de ministros de la Palabra y los sacramentos y los presbíteros generalmente conocidos como “ancianos” están representados. Su gobierno es democrático representativo.
Han hecho un énfasis marcado en la educación y el progreso. Existe un sector conservador que se identifica como ortodoxo. En América Latina, se ha establecido en la mayoría de las naciones y ha contribuido a la vida de esos países con excelentes escuelas.
El presbiterianismo se conoce como Iglesia Presbiteriana Reformada desde 1968, pero su actividad se inició en 1890 y una unificación con los Discípulos de Cristo y los congregacionalistas culminó en 1917–1918 con la formación de la Iglesia Presbiteriana de Cuba.
[1] Se cree que fue trasportada por manos de ángeles de Jerusalén a Roma.
[2] 1343.
[3] 27 de junio–18 de julio de 1519.
[4] 1519.
[5] Junio 1520.
[6] Aquellas efectuadas por encima de los términos de la simple obligación.
[7] Agosto 1520.
[8] Publicado el 20 de noviembre de 1520.
[9] 1524-1525.
[10] 1525.
[11] 1526.
[12] 1527-1529.
[13] 1528.
[14] 1529.
[15] 1 Corintios 11.29.
[16] Un ejército organizado por los príncipes en defensa del protestantismo.
[17] 1529.
[18] 1531.
[19] 1506.
[20] 1512-1515.
[21] Primera Disputación de Zürich.
[22] De la verdadera y la falsa religión.
[23] Conocida como Disputa de Marburgo.
[24] Marcos 16.16.
[25] Mateo 18.2-4.
[26] La muerte por asfixia en agua.
[27] 1496-1561.
[28] 1509-1553.
[29] 1549.
[30] El término Hugonote es el antiguo nombre otorgado a los protestantes franceses de doctrina calvinista durante las guerras de religión. A partir del siglo XVII, los hugonotes serían denominados frecuentemente Religionnaires, ya que los decretos reales y otros documentos oficiales, empleaban el desdeñoso “pretendida religión reformada” para designar al protestantismo.
[31] Apodo provocativo con que se conocía a los miembros de la iglesia reformada francesa.
[32] 1562 a 1594.
[33] 23 al 24 de agosto de 1572.
[34] 13 de abril de 1598.
[35] 1455-1485.
[36] 1485-1509.
[37] 1491-1547.
[38] 22 de abril de 1509.
[39] 11 de junio de 1509.
[40] 1518.
[41] 24 de febrero de 1525.
[42] Levítico 18.16.
[43] Levítico 20.20.
[44] Octubre de 1529.
[45] 8 de enero de 1536.
[46] 19 de mayo de 1536.
[47] 1554.
[48] Entre 1558 y 1559.
[49] 1553.
[50] 1558.
[51] Publicado en 1581 y 1664.