Capítulo 3
D. Explicación del Evangelio de la Gracia y la justificación por la fe.
1. El Espíritu es dado por la fe.
3.1-5 Pablo llama la atención a los gálatas de manera dramática. Les dice “insensatos”, faltos de sentido, porque habiendo comenzado por lo mejor, terminan por lo peor. El buscar obedecer la Ley es negar a Cristo, por lo que el argumento de los mesiánicos es ilógico, según las Escrituras, ya que ellos pretenden obedecer la Ley mientras se declaran cristianos. ¡O estamos bajo la Ley o bajo la Gracia!
Pablo enfrenta a los gálatas, ellos sabían que tenían al Espíritu en su ser, pero estaban sometiéndose a la Ley, con esto estaban oponiéndose a la Voluntad de Dios. Estaban hipnotizados con la falsa doctrina de los judaizantes. Hoy hay muchos, la mayoría de los que dicen ser cristianos, hipnotizados con las falsas doctrinas: “Teología de la Prosperidad”, “Sanidades”, “Milagros”, “Nuevas profecías y hasta personalizadas”, etc. Pero no toman en cuenta que al seguir estas cosas se esclavizan a la mentira y se olvidan de Cristo.
Los gálatas se encontraban adormecidos, no podían pensar, al igual que hoy muchos que se dejan hipnotizar por los engañadores; pero Pablo quería, con esta carta, despertarlos. Pablo no les dice malcriados o mal educados, porque si nos fijamos, la mayoría de las personas cultas son insensatos en lo que se refiere a lo espiritual.
Pongamos atención a la pregunta de Pablo: “¿quién los hechizó?” Los hechiceros son personas que con ritos, conocimientos y poderes sobrenaturales, pretenden ayudar o hacer daño, y Pablo compara a los judaizantes con hechiceros porque ellos habían pervertido el Evangelio, tratando de mezclarlo con la Ley, tal como hacen muchos hoy que tratan de jugar con los dos Testamentos, cobrando el diezmo, usando instrumentos musicales, danzas y otros ritos del judaísmo sin entender la alegoría por lo que estos fueron utilizados en su momento.
El hechizo que habían utilizado no permitía que los gálatas pudiesen ver a Jesús, es decir, no lograban entender la obra salvífica de la sangre del Señor y por eso caían en desobediencia a la verdad de Dios. Me da tristeza los creyentes que consideran que por haber bajado a las aguas y siendo sumergidos ya son salvos y por ello no serán condenados, pero se olvidan que hay un sexto requisito para obtener la salvación: La santidad.
Pablo interroga a los gálatas: ¿Cuándo recibieron el Espíritu Santo, al obedecer la Ley o cuando creyeron con fe? Todos sabían cuál era la respuesta. Hoy hay quienes enseñan que para recibir al Espíritu Santo hay que esperar un tiempo después de haber sido sumergido en agua y quien lo recibe debe hablar lenguas extáticas, pero la enseñanza bíblica es que cuando un creyente baja a las aguas y es sumergido, recibe el don del Espíritu Santo; no los dones milagrosos, sino que el Espíritu Santo viene a vivir en su corazón.
Pero los gálatas actuaban tontamente, porque habiendo empezado por lo mejor, ahora se inclinaban para lo inferior. Ocurre mucho en la Iglesia, personas que llegan buscando la verdad de Dios, terminan obedeciendo a los engaños de un hombre que los hechiza con su personalidad, aunque no conozca nada de la Palabra de Dios.
Ya los gálatas habían padecido por Cristo, pero ahora estaban dejando a Cristo y por lo tanto todo su sufrimiento era en vano. Cuando era católico dejaba de comer carne en tiempo de cuaresma, luego dejé el catolicismo, y ¿de qué me sirvió todo el sacrificio que había hecho? Pero Pablo aún tenía esperanza con los gálatas, si ellos eran impactados con esta carta.
De nuevo les pregunta: El Señor hizo milagros entre ustedes, ¿para confirmar la Ley o el Evangelio?
E. Abraham fue justificado por la fe.
3.6-9 Hay muchas personas que creen en Dios, pero realmente son muy pocas las que pueden decir: “¡Yo le creo a Dios!” Abraham fue una de estas personas y como recompensa le fue contado por justicia, fue justificado delante de los ojos de Dios. Pero, ¿qué es creerle a Dios? Cuando Dios le ordenó a Abraham sacrificar a Isaac, él, como le creía en todo, aunque las cosas no estuviesen siempre a su favor, obedeció[1]. Cada cosa que Dios le decía a Abraham, él le creía. No quiere decir que no tenía dudas o que todo le pareciera bien, sino que él simplemente creía, aunque no entendiera. ¿Hacemos nosotros lo mismo? ¡No! Cuando se nos presenta el plan de salvación, muchos decimos. “¿Cómo va a ser tan sencillo?”; cuando se nos dice que Dios no pide que usemos instrumentos musicales en el culto, decimos: “¿Pero se oye más bonito con instrumentos musicales?”; cuando conocemos los requisitos para ser pastores, decimos: “¿Y por qué no podemos nombrar a otros que aunque no cumplan los requisitos nos caen bien?”; etc. Aunque Abraham no tenía hijos, creyó a Dios y fue padre de Isaac y luego de una gran multitud, porque le creyó a Dios. ¡Qué gran reto! ¿Creer en Dios o creerle a Dios?
La fe de Abraham le valió para ser aceptado por Dios, para ser justificado. El hecho de que Abraham fuese justificado por la fe no quiere decir que todos los hombres lo seremos igual. Así como tampoco debemos pensar que debemos dejar nuestra tierra y parientes e irnos buscando una tierra que Dios nos mostrará. Hay seis requisitos para ser salvos: Oír, creer, arrepentirse, confesar, bajar a las aguas y perseverar en santidad, así que los que enseñan que solamente es necesario creer, están pervirtiendo el Evangelio y por lo tanto no le creen a Dios.
Los que enseñan que solo es necesaria la fe para ser salvos, además de que no le creen a Dios, tampoco entienden las Escrituras cuando dice: “Confió Abraham a Dios y le contado para justicia y fue llamado amigo de Dios”[2], y más adelante dice: “Están viendo que por las obras el hombre está siendo declarado justo y no solamente por la fe”[3]. ¿Cuáles obras? ¿Acaso la salvación se gana al comportarme bien con mis padres y las demás personas? ¿Seré salvo por ayudar a un orfanato o un asilo de ancianos? ¡No! Soy salvo cuando obedezco a Dios, cuando hago lo que Él me ordena en Su Palabra.
De nuevo, cuando habla de los que creen, no solamente se refiere a los que creen en Dios, sino a los que le creen a Dios; no solamente a los que creen que la Palabra de Dios contiene la verdad, sino a los que creemos que la Palabra de Dios es La Verdad; no solo los que creen que hay que obedecer algunas cosas de la Palabra de Dios, sino los que creemos que hay que obedecer la Palabra de Dios.
Ser hijo de Abraham no es haber nacido de la simiente de Abraham, no es andar buscando si somos judíos sefarditas, como lo hacen los mesiánicos, sino ser imitadores de Abraham al creerle a Dios y obedecerle.
He aquí una pregunta importante: ¿Cuándo Abraham fue justificado, era judío o gentil? ¡No existían los judíos! Cuando Abraham fue justificado era un incircunciso, igual que todos los gentiles. ¡Dios llamó a Abraham siendo un incircunciso, no un judío! Por eso Juan pudo decirle a los judíos: “y no piensen en ustedes mismos, diciendo: “Tenemos a Abraham por padre”. Les estoy diciendo a ustedes que Dios es capaz de levantar hijos a Abraham de estas piedras”[4], y luego Jesús mismo les dijo: “Si son hijos de Abraham, las obras de Abraham harían”[5]. Aunque ellos decían ser hijos de Abraham, en realidad eran hijos de Satanás porque no querían obedecer a la Palabra de Dios. ¿Serán cristianos todos aquellos que dicen serlo?
Nuestro Dios, sabiendo de antemano todas las cosas, le cuenta a Abraham de las Buenas Nuevas, y de cómo por su medio, todas las naciones serían benditas. ¿Por qué los judíos no querían aceptar lo que las Escrituras dicen? Por la misma razón que los legalistas quieren ver al pueblo sujeto a las cadenas de la Ley, ellos no creen realmente que la sangre de Jesús sea suficiente sacrificio y por ello piensan que es neceario poner nuevas ataduras a los cristianos.
Los de la fe somos todos aquellos que, desde el principio del mundo hasta el final, le creemos a Dios y no nos limitamos a tan solo creer en Dios. Somos los hijos de Dios, su Iglesia verdadera. No solamente los que se esconden detrás de un rótulo que dice “Aquí se reúne la Iglesia de Cristo”, sino los que de verdad creemos cada palabra que ha salido de la boca de Dios.
F. La Justificación por la fe.
3.10–4.11 La Palabra de Dios habla de una dependencia, y no es que esta sea mala, el problema es de quién dependemos. Depender de la Ley es dejar de depender de Dios, por lo que no es posible aferrarnos a ambos. Depender de la Ley es estar malditos porque hay que cumplirla toda, cosa imposible. El que quiere depender de la Ley está confiando en su propio ego, no en la misericordia de Dios.
Los “judíos mesiánicos” son malditos porque no pueden cumplir toda la Ley, y pretender arrastrar consigo a los demás.
Dice Habacuc 2.4: “El insolente no tiene el alma recta, pero el justo vivirá por su fe”[6], ¡viviendo bajo la Ley! A pesar de que existía la Ley, Dios no inspira al profeta a decir: “pero el justo vivirá por la Ley”, sino por la fe. Los fieles son bendecidos por Dios, y eso nadie lo puede negar, ni los mesiánicos.
¿Qué es ser justo? El justo no puede justificarse a sí mismo, sino que debe ser declarado justo por alguien superior a él, este es Dios. Abraham fue justificado por la fe delante de Dios, es decir, Dios declaró que los pecados de Abraham no serían tomados en cuenta contra él porque había puesto toda su fe en Dios. ¿Cuál fue el problema de los israelitas? Ellos creyeron que como su padre Abraham había sido justificado, ellos heredaban esa justificación sin necesidad de obrar justamente. Entonces, ¿necesita la fe a la acción? ¡Claro que sí! Al leer Hebreos 11 vemos que todos los “héroes” de la fe fueron personas de acción. Creían en Dios pero estaban dispuestos a poner en acción lo que creían. La fe no es inactividad, no es sentarse a esperar en Dios. Ese es un pensamiento sectario madurado por los monjes medievales que imitaban a sus pares asiáticos.
Pero la Ley no participa de la fe porque ella limita y nos dice que debemos o no debemos hacer. Veámoslo así: Vamos manejando un auto por un camino donde no hay ningún tipo de señalización y vemos a un grupo de niños caminando al lado del camino, por lo que bajamos la velocidad y pasamos lentamente por donde ellos van. Esa es la fe, nos mueve a actuar correctamente aunque nadie nos lo ordene. Pero la Ley me pone un rótulo cerca de cada escuela que dice que debo reducir la velocidad, así que si no hay una señalización, de acuerdo a la Ley, no es necesario que cuando veo a esos niños al lado del camino tenga que bajar la velocidad.
La Ley requiere una orden y un castigo, por lo que quieren vivir bajo ella en realidad no tienen fe porque actúan solo haciendo lo que se les ordena y no pueden ir más allá, mientras la fe nos pide ir siempre más adelante. Por eso, los que se dicen ser cristianos y se esconden tras un rótulo pensando que eso los convierte en mejores pero no están dispuestos en ir más allá, no saben lo que es la fe.
Pablo asegura que la Ley tiene una maldición, ser colgados en un madero. La crucifixión no era parte del castigo que daban los israelitas a los criminales, sino que estos le apedreaban y luego le colgaban en un árbol para que todos vieran el castigo a la maldad[7], pero el cuerpo no podía permanecer en la noche colgado del árbol, sino que debía ser enterrado ya que estaba maldito. Cuando Cristo es crucificado, sin tener culpa, está tomando nuestro lugar, comprando nuestra libertad.
¿Qué hizo Jesús en la cruz? A través de su sufrimiento estaba alcanzando a todas las naciones, tanto judíos como gentiles, para que por la fe en Cristo Jesús la promesa que había sido hecha a Abraham nos cubriera también y viniera sobre nosotros el Espíritu de Dios.
La ley de los hombres no permite que un testamento que ha sido aprobado sea variado, a no ser que lo haga el testador, pero si un tercero quisiera hacerlo sería considerado un delito. Dios confirmó un pacto con Abraham y con su semilla, con su hijo, pero nótese que no está hablando de Isaac o Ismael, y mucho menos de los siguientes descendientes físicos del patriarca, sino de la semilla espiritual. Entonces, Pablo se refiere aquí a que las promesas que se hicieron a Abraham no son cumplidas sino hasta que llega Cristo.
El Pacto fue aprobado antes de la Ley, por lo que al llegar esta, no podía invalidarlo. Los judaizantes insistían que había que cuidar más la Ley que la promesa, pues ellos enseñaban que para que los gentiles pudieran recibir la promesa, primero debían cumplir la Ley, pero Pablo demuestra que la promesa es superior a la Ley.
La Ley no podía ser parte de la herencia, porque por la Ley las cosas se ganan de acuerdo al esfuerzo de cada uno, y eso no es promesa. Dios había hecho una sola promesa a Abraham, no podía venir esta en dos partes, además, una Ley puede ser abolida, mientras que las promesas de Dios son eternas.
Pablo hace la misma pregunta que nos hemos hecho muchos: ¿Para qué sirve la Ley? La Ley vino a ser un complemento temporal de la promesa, no era necesaria para cumplir la promesa, pero debido a la debilidad del hombre, fue necesaria. Los pecados de los padres hizo necesaria la Ley, no porque ella pudiera justificar o invalidar la promesa, sino que era necesaria para que los judíos reconocieran su posición de pecadores y que necesitaban escuchar el Evangelio para obtener el perdón. Con la Ley se crea un límite a las transgresiones de la carne y separa al pueblo de donde vendría el Salvador de los pueblos gentiles entregados a satisfacer su carne.
No es que el pecado viniera por causa de la Ley. La Ley, al ser enviada por Dios, es buena, pero la naturaleza pecaminosa del hombre caído le lleva a buscar violar la Ley, para así sentirse superior a Dios e independiente de Él.
¿Hasta cuándo debía fungir la Ley? Hasta que viniera el cumplimiento de la promesa, es decir, hasta que viniera la semilla: Cristo. Pero sería revelada por medio de los mensajeros celestiales, por medio de la revelación que Dios dio a Moisés, los profetas y a través de Jesús.
¿Qué es un mediador? Es quien está entre las dos partes de un pacto, quien cuida que las dos partes cumplan las promesas hechas en el pacto, ya que si uno de los incumple, el pacto queda inválido. Esto fue lo que pasó con la Ley, los judíos no pudieron cumplirlo y por eso fue acabado[8].
Pero el nuevo Pacto es mejor porque ya no va a depender de la intervención humana, sino que todo depende de Dios. Un pacto necesita de dos, una promesa depende de uno, y en este caso fue Dios quien hizo la promesa y Él la cumplió.
Pablo aclara que la Ley necesitaba de un mediador porque su naturaleza era provisional, había requisitos que debían cumplir ambas partes y este pacto podía ser anulado, era condicional. El Pacto que Dios hizo con Abraham no es condicional, no depende del hombre, está basado en el amor de Dios para con el hombre y ofrece la salvación a toda la humanidad.
La Ley fue anulada porque una de las partes no pudo cumplir, pero la promesa de Dios no puede ser invalidada porque fue hecha por Dios y Él no puede fallar.
La promesa de Dios no es contraria a la Ley de Dios. Es como cuando un padre le dice a su hijo pequeño que le comprará un juguete para su cumpleaños, pero el día anterior a este el niño hace una travesura y el padre le ordena que se quede dos horas en su dormitorio castigado. ¿Anuló la orden de quedarse en el dormitorio la promesa del regalo? No, simplemente hubo que aplicar una disciplina distinta. ¿Es el castigo aplicado de esta manera malo? ¡Para nada! ¿Dejó el padre de amar a su hijo por haberlo castigado? ¡Jamás!
La Ley estaba limitada y no podía dar vida al pecador, pero su propósito nunca fue ese, por lo que nunca estuvo en oposición a la promesa. La Ley era buena porque evitaba que el pueblo siguiera las malas costumbres de los demás pueblos de la tierra, pero no podía dar vida.
Al ser limitante, la Ley encierra a todos bajo pecado, nos condena, esto con la finalidad de que por medio del Evangelio podamos recibir la justificación por medio de la fe en la sangre de Jesús.
Antes de que llegara la revelación de Cristo la Ley nos limitaba, nos encerraba y por eso necesitábamos liberación. Tenía doble función, era el guardián y el guía. Tenía la misma función del guía de niños o pedagogo, que entre los antiguos griegos era el esclavo encargado de cuidar y enseñar a los niños pequeños hasta que cumplían dieciséis años, teniendo bajo su responsabilidad la disciplina moral y física.
Al venir el Evangelio, al morir Cristo por nosotros y cumplir su obra redentora, no hay más necesidad de que el ayo esté velando por nosotros, ya no estamos más bajo la Ley de Moisés. Es como cuando la empleada doméstica lleva a nuestros hijos a la escuela; ella los deja en el portón y se retira, ya no tiene nada que hacer ahí, ahora viene la labor de los maestros. Pero, ¿qué pensaríamos de un niño que se niega en dejar ir a la empleada porque prefiere que ella lo esté cuidando, enseñando y disciplinando? Así son muchos, se niegan a dejar la Ley porque consideran que es más clara y justa que la Gracia.
Para muchos, los cristianos no estamos sometidos a ninguna ley y hasta se burlan de quienes mencionan la Ley de Cristo, la Ley de la fe, el Evangelio[9]. Esta es una Ley perfecta[10] que nos libre del pecado y de la muerte[11]. Al no haber ninguna ley, lo que hay es desorden, caos, depravación, en síntesis, esclavitud, porque el hombre se entrega completamente a los deseos de la carne.
La Ley de Moisés no podía producir hijos, sino esclavos, mientras que la Ley de Cristo nos convierte a todos, judíos y gentiles, en hijos de Dios. La Ley de Cristo nos sumerge en Cristo, somos sepultados en Él, produciendo unión y comunión espirituales con Cristo, por lo que dejamos de ser nuestros para convertirnos uno en Cristo, somos investidos de Cristo y por ello podemos ser llamados “Cristianos”, ya que así participamos del martirio, de la muerte, sepultura y resurrección de Cristo mismo.
Cuándo andamos en la calle, ¿cómo podemos saber quién es un policía para pedirle algún tipo de ayuda? O al llegar a un hospital y necesitamos que una enfermera nos atienda, ¿cómo la diferenciamos? ¡Por su uniforme! En casi todas las empresas se usa uniforme o por lo menos una identificación visible para poder distinguir quién es quién. En cuanto a la fe, es necesario que el creyente esté “uniformado” de Cristo, que sea una persona que imite a Jesús en todo.
En mi trabajo secular yo uso uniforme, y cuando los clientes llegan buscan a quienes usamos el uniforme sin importar nuestra altura, preparación académica, etc., porque ellos suponen que al tener el uniforme cualquiera de nosotros le atenderá de la misma manera. ¡Todos somos iguales a causa de un uniforme! En Cristo no hay judío ni griego, no es necesario circuncidarse para mostrar que se es salvo.
En el tiempo en que Pablo escribe esta carta había unos 70 millones de esclavos en el Imperio romano, y muchos de estos esclavos eran cristianos, pero en Cristo todos eran iguales, por lo que no era raro que un esclavo fuera anciano o diácono en una congregación mientras que su amo era un miembro más.
Para los griegos la mujer no era más que una molestia que había que soportar, un ser inferior, o como decía Platón: “Un animal de cabello largo e ideas cortas”. Los judíos tenían una oración que rezaba: “Gracias te doy Dios porque no nací gentil, esclavo ni mujer”. Pero en Cristo la mujer toma su posición como una hija de Dios, beneficiaria igual que todo hombre de las promesas de Dios, teniendo un lugar de privilegio en la Iglesia, al igual que todos los varones salvos, teniendo un papel que cumplir[12].
El hecho de ser de Cristo, aunque no seamos judíos, nos convierte en hijos de Abraham, hijos de la promesa. ¡No tenemos que ser circuncidados ni guardando la Ley de Moisés! Somos herederos de la promesa.
Pablo sigue utilizando la comparación puesta en el capítulo anterior para explicar el papel de la Ley con respecto a los cristianos. Es cierto que Dios tuvo hijos, un pueblo especial, pero estos eran niños que no podían manejarse solos y por ello necesitaban quien les guiara, necesitaban un tutor, porque de otra manera no hubiesen podido saber qué hacer con la libertad y la hubiesen transformado en libertinaje. Así, aunque eran señores de todo, estaban sometidos a la Ley que les guiaba como si fueran bebés.
¿Iban a estar para siempre bajo la Ley? ¡No! Había un tiempo señalado por el Padre para que los hijos pudiesen ser independientes de esa Ley. Este tiempo era el momento en que viniera el Evangelio. De la misma manera, cuando somos niños irresponsables debemos estar sujetos a personas mayores que nos limitan en nuestros desafueros, pero llega un momento en que se nos declara mayores de edad y somos responsables de nuestros actos; la mayoría actuamos correctamente y vivimos tranquilos en la sociedad, pero otros violan la ley y deben ser castigados.
“Así también nosotros, cuando éramos bebés”, se refiere a la condición que tenían los judíos antes de que llegara la Gracia, ya que estaban bajo la Ley, por lo que aún eran unos bebés que debían estar sujetos por el instructor de niños. Al estar en esta condición se encontraban esclavizados bajo los rudimentos de la religión vacía.
El cumplimiento del tiempo es el que ya los profetas habían visto de antemano[13]. Era el tiempo en que se iba a cumplir la promesa que Dios había hecho a Abraham, se cumplía la Escritura[14]. Era el tiempo aceptable, el tiempo del día de salvación[15].
Pablo, al contrario de los rusellistas, acepta la deidad de Jesús al afirmar que es el Hijo de Dios, afirmando también su preexistencia[16]. Pero también afirma su humanidad al decir que nació de mujer, cumpliendo la promesa de Génesis 3.15. Acepta que nació bajo la Ley y se mantuvo sujeto a ella, pero no como lo hacían los judíos, sino comprendiendo el espíritu de ella. Él debía nacer bajo la Ley para tomar el lugar de los que nacieron bajo ella, así que se humilló poniéndose en el lugar de los bebés, llevando el yugo de la Ley[17], para poder comprarnos y adoptarnos como hijos de Dios, y hacernos herederos de Dios. Y al ser hijos, nos da al Espíritu para que venga a morar a nuestro corazón, permitiendo que los que hemos recibido la salvación tengamos una parte de Dios en nosotros, a diferencia de los que no son hijos.
Este Espíritu nos comunica con el Padre al mismo nivel que un niño se comunica con su progenitor, permitiéndonos poder decirle “¡Abba!” Abba es la expresión aramea con la que el niño identifica a su papá. Teológicamente, es de suma importancia porque se remonta a Jesús de Nazaret, que, con esta expresión, se dirigía a Dios y enseñaba a hacer lo mismo a sus discípulos. En la historia de las religiones se encuentra fácilmente el apelativo “Padre” para dirigirse a la divinidad: Existe particularmente esta tradición en Egipto: El faraón, en el momento de su entronización, se convierte en hijo del dios Sol y es igualmente dios. También el Antiguo Testamento, que estuvo históricamente muy ligado con Egipto, adoptó esta misma perspectiva. En los relatos del Éxodo se crea varias veces un paralelismo entre la filiación de 1srael y la de los egipcios para contraponer sus diferencias étnico-religiosas[18]. Por temor a que se le interpretara indebidamente en sentido mítico, Israel usará con prudencia este título aplicado a Dios. En diversas épocas históricas hubo varios personajes calificados con el título de “hijo” de Dios: En primer lugar, el pueblo; luego, los ángeles que constituyen su corte; finalmente, algunos hombres concretos que mantuvieron pura y sólida su fe.
De todas formas, fue sobre todo el Rey-Mesías el que mantuvo el privilegio de una relación particular con Dios[19]. Por primera y única vez en toda la historia de Israel se le aplicó la expresión: “Tú eres mi hijo: yo te he engendrado hoy”[20]. Es evidente que, debido a su fuerte caracterización monoteísta, Israel se interesaba solo y exclusivamente por una filiación del rey en sentido adoptivo. De todas formas, nunca se atreve el israelita en el Antiguo Testamento a pronunciar una oración dirigiéndose a Dios con el vocativo “Abba”. A la prudencia del Antiguo Testamento se opone el uso abundante de esta palabra en el Nuevo Testamento.
La expresión aparece más de 250 veces, hasta el punto de que se identifica con la fórmula típica con que los cristianos se dirigen a Dios. El fundamento de esta costumbre es la actuación misma de Jesús. Desde las capas más primitivas y arcaicas de la tradición. Es posible ver en el “Abba” el lenguaje peculiar con que él se dirigía a Adonay, demostrando así que tenía con Dios una relación de filiación natural[21]. En varios textos se advierte el uso peculiar que hacía Jesús de esta palabra: No solo en la invocación “Abba” que Marcos se siente en la obligación de trasladar literalmente del arameo, añadiendo inmediatamente después su traducción griega[22], sino también en la calificación de “Padre mío”. Esta relación filial es única, hasta el punto de que se utiliza también la fórmula diferente “Padre vuestro” dirigida a los discípulos[23]. El uso de “Padre nuestro”, por su parte, es solo para los discípulos, ya que se trata de una oración que les enseña Jesús[24]. Así pues, “Abba” encierra las notas de intimidad, de confianza y de amor, pero expresa también claramente el motivo de la condenación de Jesús: “Acerca de una obra excelente no te apedreamos a ti, sino por el insulto injurioso y porque tú, siendo hombre, te estás haciendo a ti mismo Dios”[25]; esta pretensión era tan absurda para sus contemporáneos que jamás habrían podido concebir la relación con Dios en estos términos[26].
Había una gran diferencia entre un esclavo y entre un hijo, aunque los dos vivían bajo un mismo techo. El esclavo podía ser vendido sin su consentimiento, el hijo no; el esclavo no era tomado en cuenta, mientras el hijo debía ser tomado en cuenta en todo; el esclavo no podía llamar al amo con la palabra “abba”, mientras que esa era la usada por el hijo; el esclavo no heredaría nada ya que más bien él era parte de la herencia, el hijo era el heredero de todo.
Es verdad que los gentiles no habían tenido que pasar por la etapa de vivir bajo la Ley, pero habían estado esclavizados de una manera degradante ya que ellos adoraban a los ídolos, toda su vida se movía por augurios, dependiendo de lo que los sacerdotes y sacerdotisas les dijeran que eran los deseos de sus dioses.
Pero ahora la situación cambió, los gentiles habían llegado al conocimiento de la verdad, y por ende, Dios los había conocido ya no como criaturas dignas de condenación, sino como a hijos suyos. Es por eso que Pablo no puede aceptar que tan fácilmente ellos quieran volverse a la esclavitud, esta vez no de los ídolos, sino a la flaca Ley. En lugar de querer estar con su Padre, preferían ir con el esclavo. No estaban tomando en cuenta que la Ley ya no tenía más poder sobre ellos. La Ley había sido clavada en la cruz[27] y ya no servía como medio para acercarse a Dios, porque solo por medio de Jesús podemos ir a Dios[28]. Por eso pecan todos los que pretenden que los cristianos vivamos bajo las regulaciones de ella de comidas, vestidos, ayunos o días de guardar.
Pablo se sentía temeroso de que los gentiles, los gálatas, fueran a tratar de hacer una mezcla entre el judaísmo y el cristianismo, cosa que hoy vemos en casi todas las sectas. Estaban, como algunos cristianos hoy, muy preocupados por los días, por las cosas menos importantes, mientras dejaban de lado la verdad del Evangelio.
También presenta una contradicción con la enseñanza errada de los calvinistas que dicen que es imposible que un cristiano caiga de la Gracia, por lo que el trabajo del predicador no es en vano jamás, pero al leer a Pablo, nos encontramos con que ya varios gálatas habían caído. No es que ellos no fueran salvos, como tratan de enredar los calvinistas, de otra manera a Pablo no le hubiese tenido tan preocupado el actuar ambivalente de los gálatas; ellos eran salvos y estaban en peligro de caer por culpa de los religiosos.
[1] Génesis 22.1-12.
[2] Santiago 2.23.
[3] Santiago 2.24.
[4] Mateo 3.9.
[5] Juan 8.39.
[6] NVI.
[7] Deuteronomio 21.21-22.
[8] Jeremías 31.31-34.
[9] 1 Corintios 9.21.
[10] Santiago 1.25; 2.12.
[11] Romanos 8.2.
[12] 1 Corintios 11.3; 14.33-35; 1 Timoteo 2.11-12.
[13] Génesis 49.10; Miqueas 5.2
[14] Lucas 4.21.
[15] 2 Corintios 6.2.
[16] Juan 1.1-2, 14.
[17] Hechos 15.10.
[18] Éxodo 4.22.
[19] 2 Samuel 7.14.
[20] Salmos 2.7.
[21] Marcos 13.32.
[22] Marcos 16.36.
[23] Lucas 11.13.
[24] Mateo 6.9.
[25] Juan 10.34.
[26] Diccionario de Teología. Abba.
[27] Colosenses 2.14.
[28] Juan 14.6.
1. El Espíritu es dado por la fe.
3.1-5 Pablo llama la atención a los gálatas de manera dramática. Les dice “insensatos”, faltos de sentido, porque habiendo comenzado por lo mejor, terminan por lo peor. El buscar obedecer la Ley es negar a Cristo, por lo que el argumento de los mesiánicos es ilógico, según las Escrituras, ya que ellos pretenden obedecer la Ley mientras se declaran cristianos. ¡O estamos bajo la Ley o bajo la Gracia!
Pablo enfrenta a los gálatas, ellos sabían que tenían al Espíritu en su ser, pero estaban sometiéndose a la Ley, con esto estaban oponiéndose a la Voluntad de Dios. Estaban hipnotizados con la falsa doctrina de los judaizantes. Hoy hay muchos, la mayoría de los que dicen ser cristianos, hipnotizados con las falsas doctrinas: “Teología de la Prosperidad”, “Sanidades”, “Milagros”, “Nuevas profecías y hasta personalizadas”, etc. Pero no toman en cuenta que al seguir estas cosas se esclavizan a la mentira y se olvidan de Cristo.
Los gálatas se encontraban adormecidos, no podían pensar, al igual que hoy muchos que se dejan hipnotizar por los engañadores; pero Pablo quería, con esta carta, despertarlos. Pablo no les dice malcriados o mal educados, porque si nos fijamos, la mayoría de las personas cultas son insensatos en lo que se refiere a lo espiritual.
Pongamos atención a la pregunta de Pablo: “¿quién los hechizó?” Los hechiceros son personas que con ritos, conocimientos y poderes sobrenaturales, pretenden ayudar o hacer daño, y Pablo compara a los judaizantes con hechiceros porque ellos habían pervertido el Evangelio, tratando de mezclarlo con la Ley, tal como hacen muchos hoy que tratan de jugar con los dos Testamentos, cobrando el diezmo, usando instrumentos musicales, danzas y otros ritos del judaísmo sin entender la alegoría por lo que estos fueron utilizados en su momento.
El hechizo que habían utilizado no permitía que los gálatas pudiesen ver a Jesús, es decir, no lograban entender la obra salvífica de la sangre del Señor y por eso caían en desobediencia a la verdad de Dios. Me da tristeza los creyentes que consideran que por haber bajado a las aguas y siendo sumergidos ya son salvos y por ello no serán condenados, pero se olvidan que hay un sexto requisito para obtener la salvación: La santidad.
Pablo interroga a los gálatas: ¿Cuándo recibieron el Espíritu Santo, al obedecer la Ley o cuando creyeron con fe? Todos sabían cuál era la respuesta. Hoy hay quienes enseñan que para recibir al Espíritu Santo hay que esperar un tiempo después de haber sido sumergido en agua y quien lo recibe debe hablar lenguas extáticas, pero la enseñanza bíblica es que cuando un creyente baja a las aguas y es sumergido, recibe el don del Espíritu Santo; no los dones milagrosos, sino que el Espíritu Santo viene a vivir en su corazón.
Pero los gálatas actuaban tontamente, porque habiendo empezado por lo mejor, ahora se inclinaban para lo inferior. Ocurre mucho en la Iglesia, personas que llegan buscando la verdad de Dios, terminan obedeciendo a los engaños de un hombre que los hechiza con su personalidad, aunque no conozca nada de la Palabra de Dios.
Ya los gálatas habían padecido por Cristo, pero ahora estaban dejando a Cristo y por lo tanto todo su sufrimiento era en vano. Cuando era católico dejaba de comer carne en tiempo de cuaresma, luego dejé el catolicismo, y ¿de qué me sirvió todo el sacrificio que había hecho? Pero Pablo aún tenía esperanza con los gálatas, si ellos eran impactados con esta carta.
De nuevo les pregunta: El Señor hizo milagros entre ustedes, ¿para confirmar la Ley o el Evangelio?
E. Abraham fue justificado por la fe.
3.6-9 Hay muchas personas que creen en Dios, pero realmente son muy pocas las que pueden decir: “¡Yo le creo a Dios!” Abraham fue una de estas personas y como recompensa le fue contado por justicia, fue justificado delante de los ojos de Dios. Pero, ¿qué es creerle a Dios? Cuando Dios le ordenó a Abraham sacrificar a Isaac, él, como le creía en todo, aunque las cosas no estuviesen siempre a su favor, obedeció[1]. Cada cosa que Dios le decía a Abraham, él le creía. No quiere decir que no tenía dudas o que todo le pareciera bien, sino que él simplemente creía, aunque no entendiera. ¿Hacemos nosotros lo mismo? ¡No! Cuando se nos presenta el plan de salvación, muchos decimos. “¿Cómo va a ser tan sencillo?”; cuando se nos dice que Dios no pide que usemos instrumentos musicales en el culto, decimos: “¿Pero se oye más bonito con instrumentos musicales?”; cuando conocemos los requisitos para ser pastores, decimos: “¿Y por qué no podemos nombrar a otros que aunque no cumplan los requisitos nos caen bien?”; etc. Aunque Abraham no tenía hijos, creyó a Dios y fue padre de Isaac y luego de una gran multitud, porque le creyó a Dios. ¡Qué gran reto! ¿Creer en Dios o creerle a Dios?
La fe de Abraham le valió para ser aceptado por Dios, para ser justificado. El hecho de que Abraham fuese justificado por la fe no quiere decir que todos los hombres lo seremos igual. Así como tampoco debemos pensar que debemos dejar nuestra tierra y parientes e irnos buscando una tierra que Dios nos mostrará. Hay seis requisitos para ser salvos: Oír, creer, arrepentirse, confesar, bajar a las aguas y perseverar en santidad, así que los que enseñan que solamente es necesario creer, están pervirtiendo el Evangelio y por lo tanto no le creen a Dios.
Los que enseñan que solo es necesaria la fe para ser salvos, además de que no le creen a Dios, tampoco entienden las Escrituras cuando dice: “Confió Abraham a Dios y le contado para justicia y fue llamado amigo de Dios”[2], y más adelante dice: “Están viendo que por las obras el hombre está siendo declarado justo y no solamente por la fe”[3]. ¿Cuáles obras? ¿Acaso la salvación se gana al comportarme bien con mis padres y las demás personas? ¿Seré salvo por ayudar a un orfanato o un asilo de ancianos? ¡No! Soy salvo cuando obedezco a Dios, cuando hago lo que Él me ordena en Su Palabra.
De nuevo, cuando habla de los que creen, no solamente se refiere a los que creen en Dios, sino a los que le creen a Dios; no solamente a los que creen que la Palabra de Dios contiene la verdad, sino a los que creemos que la Palabra de Dios es La Verdad; no solo los que creen que hay que obedecer algunas cosas de la Palabra de Dios, sino los que creemos que hay que obedecer la Palabra de Dios.
Ser hijo de Abraham no es haber nacido de la simiente de Abraham, no es andar buscando si somos judíos sefarditas, como lo hacen los mesiánicos, sino ser imitadores de Abraham al creerle a Dios y obedecerle.
He aquí una pregunta importante: ¿Cuándo Abraham fue justificado, era judío o gentil? ¡No existían los judíos! Cuando Abraham fue justificado era un incircunciso, igual que todos los gentiles. ¡Dios llamó a Abraham siendo un incircunciso, no un judío! Por eso Juan pudo decirle a los judíos: “y no piensen en ustedes mismos, diciendo: “Tenemos a Abraham por padre”. Les estoy diciendo a ustedes que Dios es capaz de levantar hijos a Abraham de estas piedras”[4], y luego Jesús mismo les dijo: “Si son hijos de Abraham, las obras de Abraham harían”[5]. Aunque ellos decían ser hijos de Abraham, en realidad eran hijos de Satanás porque no querían obedecer a la Palabra de Dios. ¿Serán cristianos todos aquellos que dicen serlo?
Nuestro Dios, sabiendo de antemano todas las cosas, le cuenta a Abraham de las Buenas Nuevas, y de cómo por su medio, todas las naciones serían benditas. ¿Por qué los judíos no querían aceptar lo que las Escrituras dicen? Por la misma razón que los legalistas quieren ver al pueblo sujeto a las cadenas de la Ley, ellos no creen realmente que la sangre de Jesús sea suficiente sacrificio y por ello piensan que es neceario poner nuevas ataduras a los cristianos.
Los de la fe somos todos aquellos que, desde el principio del mundo hasta el final, le creemos a Dios y no nos limitamos a tan solo creer en Dios. Somos los hijos de Dios, su Iglesia verdadera. No solamente los que se esconden detrás de un rótulo que dice “Aquí se reúne la Iglesia de Cristo”, sino los que de verdad creemos cada palabra que ha salido de la boca de Dios.
F. La Justificación por la fe.
3.10–4.11 La Palabra de Dios habla de una dependencia, y no es que esta sea mala, el problema es de quién dependemos. Depender de la Ley es dejar de depender de Dios, por lo que no es posible aferrarnos a ambos. Depender de la Ley es estar malditos porque hay que cumplirla toda, cosa imposible. El que quiere depender de la Ley está confiando en su propio ego, no en la misericordia de Dios.
Los “judíos mesiánicos” son malditos porque no pueden cumplir toda la Ley, y pretender arrastrar consigo a los demás.
Dice Habacuc 2.4: “El insolente no tiene el alma recta, pero el justo vivirá por su fe”[6], ¡viviendo bajo la Ley! A pesar de que existía la Ley, Dios no inspira al profeta a decir: “pero el justo vivirá por la Ley”, sino por la fe. Los fieles son bendecidos por Dios, y eso nadie lo puede negar, ni los mesiánicos.
¿Qué es ser justo? El justo no puede justificarse a sí mismo, sino que debe ser declarado justo por alguien superior a él, este es Dios. Abraham fue justificado por la fe delante de Dios, es decir, Dios declaró que los pecados de Abraham no serían tomados en cuenta contra él porque había puesto toda su fe en Dios. ¿Cuál fue el problema de los israelitas? Ellos creyeron que como su padre Abraham había sido justificado, ellos heredaban esa justificación sin necesidad de obrar justamente. Entonces, ¿necesita la fe a la acción? ¡Claro que sí! Al leer Hebreos 11 vemos que todos los “héroes” de la fe fueron personas de acción. Creían en Dios pero estaban dispuestos a poner en acción lo que creían. La fe no es inactividad, no es sentarse a esperar en Dios. Ese es un pensamiento sectario madurado por los monjes medievales que imitaban a sus pares asiáticos.
Pero la Ley no participa de la fe porque ella limita y nos dice que debemos o no debemos hacer. Veámoslo así: Vamos manejando un auto por un camino donde no hay ningún tipo de señalización y vemos a un grupo de niños caminando al lado del camino, por lo que bajamos la velocidad y pasamos lentamente por donde ellos van. Esa es la fe, nos mueve a actuar correctamente aunque nadie nos lo ordene. Pero la Ley me pone un rótulo cerca de cada escuela que dice que debo reducir la velocidad, así que si no hay una señalización, de acuerdo a la Ley, no es necesario que cuando veo a esos niños al lado del camino tenga que bajar la velocidad.
La Ley requiere una orden y un castigo, por lo que quieren vivir bajo ella en realidad no tienen fe porque actúan solo haciendo lo que se les ordena y no pueden ir más allá, mientras la fe nos pide ir siempre más adelante. Por eso, los que se dicen ser cristianos y se esconden tras un rótulo pensando que eso los convierte en mejores pero no están dispuestos en ir más allá, no saben lo que es la fe.
Pablo asegura que la Ley tiene una maldición, ser colgados en un madero. La crucifixión no era parte del castigo que daban los israelitas a los criminales, sino que estos le apedreaban y luego le colgaban en un árbol para que todos vieran el castigo a la maldad[7], pero el cuerpo no podía permanecer en la noche colgado del árbol, sino que debía ser enterrado ya que estaba maldito. Cuando Cristo es crucificado, sin tener culpa, está tomando nuestro lugar, comprando nuestra libertad.
¿Qué hizo Jesús en la cruz? A través de su sufrimiento estaba alcanzando a todas las naciones, tanto judíos como gentiles, para que por la fe en Cristo Jesús la promesa que había sido hecha a Abraham nos cubriera también y viniera sobre nosotros el Espíritu de Dios.
La ley de los hombres no permite que un testamento que ha sido aprobado sea variado, a no ser que lo haga el testador, pero si un tercero quisiera hacerlo sería considerado un delito. Dios confirmó un pacto con Abraham y con su semilla, con su hijo, pero nótese que no está hablando de Isaac o Ismael, y mucho menos de los siguientes descendientes físicos del patriarca, sino de la semilla espiritual. Entonces, Pablo se refiere aquí a que las promesas que se hicieron a Abraham no son cumplidas sino hasta que llega Cristo.
El Pacto fue aprobado antes de la Ley, por lo que al llegar esta, no podía invalidarlo. Los judaizantes insistían que había que cuidar más la Ley que la promesa, pues ellos enseñaban que para que los gentiles pudieran recibir la promesa, primero debían cumplir la Ley, pero Pablo demuestra que la promesa es superior a la Ley.
La Ley no podía ser parte de la herencia, porque por la Ley las cosas se ganan de acuerdo al esfuerzo de cada uno, y eso no es promesa. Dios había hecho una sola promesa a Abraham, no podía venir esta en dos partes, además, una Ley puede ser abolida, mientras que las promesas de Dios son eternas.
Pablo hace la misma pregunta que nos hemos hecho muchos: ¿Para qué sirve la Ley? La Ley vino a ser un complemento temporal de la promesa, no era necesaria para cumplir la promesa, pero debido a la debilidad del hombre, fue necesaria. Los pecados de los padres hizo necesaria la Ley, no porque ella pudiera justificar o invalidar la promesa, sino que era necesaria para que los judíos reconocieran su posición de pecadores y que necesitaban escuchar el Evangelio para obtener el perdón. Con la Ley se crea un límite a las transgresiones de la carne y separa al pueblo de donde vendría el Salvador de los pueblos gentiles entregados a satisfacer su carne.
No es que el pecado viniera por causa de la Ley. La Ley, al ser enviada por Dios, es buena, pero la naturaleza pecaminosa del hombre caído le lleva a buscar violar la Ley, para así sentirse superior a Dios e independiente de Él.
¿Hasta cuándo debía fungir la Ley? Hasta que viniera el cumplimiento de la promesa, es decir, hasta que viniera la semilla: Cristo. Pero sería revelada por medio de los mensajeros celestiales, por medio de la revelación que Dios dio a Moisés, los profetas y a través de Jesús.
¿Qué es un mediador? Es quien está entre las dos partes de un pacto, quien cuida que las dos partes cumplan las promesas hechas en el pacto, ya que si uno de los incumple, el pacto queda inválido. Esto fue lo que pasó con la Ley, los judíos no pudieron cumplirlo y por eso fue acabado[8].
Pero el nuevo Pacto es mejor porque ya no va a depender de la intervención humana, sino que todo depende de Dios. Un pacto necesita de dos, una promesa depende de uno, y en este caso fue Dios quien hizo la promesa y Él la cumplió.
Pablo aclara que la Ley necesitaba de un mediador porque su naturaleza era provisional, había requisitos que debían cumplir ambas partes y este pacto podía ser anulado, era condicional. El Pacto que Dios hizo con Abraham no es condicional, no depende del hombre, está basado en el amor de Dios para con el hombre y ofrece la salvación a toda la humanidad.
La Ley fue anulada porque una de las partes no pudo cumplir, pero la promesa de Dios no puede ser invalidada porque fue hecha por Dios y Él no puede fallar.
La promesa de Dios no es contraria a la Ley de Dios. Es como cuando un padre le dice a su hijo pequeño que le comprará un juguete para su cumpleaños, pero el día anterior a este el niño hace una travesura y el padre le ordena que se quede dos horas en su dormitorio castigado. ¿Anuló la orden de quedarse en el dormitorio la promesa del regalo? No, simplemente hubo que aplicar una disciplina distinta. ¿Es el castigo aplicado de esta manera malo? ¡Para nada! ¿Dejó el padre de amar a su hijo por haberlo castigado? ¡Jamás!
La Ley estaba limitada y no podía dar vida al pecador, pero su propósito nunca fue ese, por lo que nunca estuvo en oposición a la promesa. La Ley era buena porque evitaba que el pueblo siguiera las malas costumbres de los demás pueblos de la tierra, pero no podía dar vida.
Al ser limitante, la Ley encierra a todos bajo pecado, nos condena, esto con la finalidad de que por medio del Evangelio podamos recibir la justificación por medio de la fe en la sangre de Jesús.
Antes de que llegara la revelación de Cristo la Ley nos limitaba, nos encerraba y por eso necesitábamos liberación. Tenía doble función, era el guardián y el guía. Tenía la misma función del guía de niños o pedagogo, que entre los antiguos griegos era el esclavo encargado de cuidar y enseñar a los niños pequeños hasta que cumplían dieciséis años, teniendo bajo su responsabilidad la disciplina moral y física.
Al venir el Evangelio, al morir Cristo por nosotros y cumplir su obra redentora, no hay más necesidad de que el ayo esté velando por nosotros, ya no estamos más bajo la Ley de Moisés. Es como cuando la empleada doméstica lleva a nuestros hijos a la escuela; ella los deja en el portón y se retira, ya no tiene nada que hacer ahí, ahora viene la labor de los maestros. Pero, ¿qué pensaríamos de un niño que se niega en dejar ir a la empleada porque prefiere que ella lo esté cuidando, enseñando y disciplinando? Así son muchos, se niegan a dejar la Ley porque consideran que es más clara y justa que la Gracia.
Para muchos, los cristianos no estamos sometidos a ninguna ley y hasta se burlan de quienes mencionan la Ley de Cristo, la Ley de la fe, el Evangelio[9]. Esta es una Ley perfecta[10] que nos libre del pecado y de la muerte[11]. Al no haber ninguna ley, lo que hay es desorden, caos, depravación, en síntesis, esclavitud, porque el hombre se entrega completamente a los deseos de la carne.
La Ley de Moisés no podía producir hijos, sino esclavos, mientras que la Ley de Cristo nos convierte a todos, judíos y gentiles, en hijos de Dios. La Ley de Cristo nos sumerge en Cristo, somos sepultados en Él, produciendo unión y comunión espirituales con Cristo, por lo que dejamos de ser nuestros para convertirnos uno en Cristo, somos investidos de Cristo y por ello podemos ser llamados “Cristianos”, ya que así participamos del martirio, de la muerte, sepultura y resurrección de Cristo mismo.
Cuándo andamos en la calle, ¿cómo podemos saber quién es un policía para pedirle algún tipo de ayuda? O al llegar a un hospital y necesitamos que una enfermera nos atienda, ¿cómo la diferenciamos? ¡Por su uniforme! En casi todas las empresas se usa uniforme o por lo menos una identificación visible para poder distinguir quién es quién. En cuanto a la fe, es necesario que el creyente esté “uniformado” de Cristo, que sea una persona que imite a Jesús en todo.
En mi trabajo secular yo uso uniforme, y cuando los clientes llegan buscan a quienes usamos el uniforme sin importar nuestra altura, preparación académica, etc., porque ellos suponen que al tener el uniforme cualquiera de nosotros le atenderá de la misma manera. ¡Todos somos iguales a causa de un uniforme! En Cristo no hay judío ni griego, no es necesario circuncidarse para mostrar que se es salvo.
En el tiempo en que Pablo escribe esta carta había unos 70 millones de esclavos en el Imperio romano, y muchos de estos esclavos eran cristianos, pero en Cristo todos eran iguales, por lo que no era raro que un esclavo fuera anciano o diácono en una congregación mientras que su amo era un miembro más.
Para los griegos la mujer no era más que una molestia que había que soportar, un ser inferior, o como decía Platón: “Un animal de cabello largo e ideas cortas”. Los judíos tenían una oración que rezaba: “Gracias te doy Dios porque no nací gentil, esclavo ni mujer”. Pero en Cristo la mujer toma su posición como una hija de Dios, beneficiaria igual que todo hombre de las promesas de Dios, teniendo un lugar de privilegio en la Iglesia, al igual que todos los varones salvos, teniendo un papel que cumplir[12].
El hecho de ser de Cristo, aunque no seamos judíos, nos convierte en hijos de Abraham, hijos de la promesa. ¡No tenemos que ser circuncidados ni guardando la Ley de Moisés! Somos herederos de la promesa.
Pablo sigue utilizando la comparación puesta en el capítulo anterior para explicar el papel de la Ley con respecto a los cristianos. Es cierto que Dios tuvo hijos, un pueblo especial, pero estos eran niños que no podían manejarse solos y por ello necesitaban quien les guiara, necesitaban un tutor, porque de otra manera no hubiesen podido saber qué hacer con la libertad y la hubiesen transformado en libertinaje. Así, aunque eran señores de todo, estaban sometidos a la Ley que les guiaba como si fueran bebés.
¿Iban a estar para siempre bajo la Ley? ¡No! Había un tiempo señalado por el Padre para que los hijos pudiesen ser independientes de esa Ley. Este tiempo era el momento en que viniera el Evangelio. De la misma manera, cuando somos niños irresponsables debemos estar sujetos a personas mayores que nos limitan en nuestros desafueros, pero llega un momento en que se nos declara mayores de edad y somos responsables de nuestros actos; la mayoría actuamos correctamente y vivimos tranquilos en la sociedad, pero otros violan la ley y deben ser castigados.
“Así también nosotros, cuando éramos bebés”, se refiere a la condición que tenían los judíos antes de que llegara la Gracia, ya que estaban bajo la Ley, por lo que aún eran unos bebés que debían estar sujetos por el instructor de niños. Al estar en esta condición se encontraban esclavizados bajo los rudimentos de la religión vacía.
El cumplimiento del tiempo es el que ya los profetas habían visto de antemano[13]. Era el tiempo en que se iba a cumplir la promesa que Dios había hecho a Abraham, se cumplía la Escritura[14]. Era el tiempo aceptable, el tiempo del día de salvación[15].
Pablo, al contrario de los rusellistas, acepta la deidad de Jesús al afirmar que es el Hijo de Dios, afirmando también su preexistencia[16]. Pero también afirma su humanidad al decir que nació de mujer, cumpliendo la promesa de Génesis 3.15. Acepta que nació bajo la Ley y se mantuvo sujeto a ella, pero no como lo hacían los judíos, sino comprendiendo el espíritu de ella. Él debía nacer bajo la Ley para tomar el lugar de los que nacieron bajo ella, así que se humilló poniéndose en el lugar de los bebés, llevando el yugo de la Ley[17], para poder comprarnos y adoptarnos como hijos de Dios, y hacernos herederos de Dios. Y al ser hijos, nos da al Espíritu para que venga a morar a nuestro corazón, permitiendo que los que hemos recibido la salvación tengamos una parte de Dios en nosotros, a diferencia de los que no son hijos.
Este Espíritu nos comunica con el Padre al mismo nivel que un niño se comunica con su progenitor, permitiéndonos poder decirle “¡Abba!” Abba es la expresión aramea con la que el niño identifica a su papá. Teológicamente, es de suma importancia porque se remonta a Jesús de Nazaret, que, con esta expresión, se dirigía a Dios y enseñaba a hacer lo mismo a sus discípulos. En la historia de las religiones se encuentra fácilmente el apelativo “Padre” para dirigirse a la divinidad: Existe particularmente esta tradición en Egipto: El faraón, en el momento de su entronización, se convierte en hijo del dios Sol y es igualmente dios. También el Antiguo Testamento, que estuvo históricamente muy ligado con Egipto, adoptó esta misma perspectiva. En los relatos del Éxodo se crea varias veces un paralelismo entre la filiación de 1srael y la de los egipcios para contraponer sus diferencias étnico-religiosas[18]. Por temor a que se le interpretara indebidamente en sentido mítico, Israel usará con prudencia este título aplicado a Dios. En diversas épocas históricas hubo varios personajes calificados con el título de “hijo” de Dios: En primer lugar, el pueblo; luego, los ángeles que constituyen su corte; finalmente, algunos hombres concretos que mantuvieron pura y sólida su fe.
De todas formas, fue sobre todo el Rey-Mesías el que mantuvo el privilegio de una relación particular con Dios[19]. Por primera y única vez en toda la historia de Israel se le aplicó la expresión: “Tú eres mi hijo: yo te he engendrado hoy”[20]. Es evidente que, debido a su fuerte caracterización monoteísta, Israel se interesaba solo y exclusivamente por una filiación del rey en sentido adoptivo. De todas formas, nunca se atreve el israelita en el Antiguo Testamento a pronunciar una oración dirigiéndose a Dios con el vocativo “Abba”. A la prudencia del Antiguo Testamento se opone el uso abundante de esta palabra en el Nuevo Testamento.
La expresión aparece más de 250 veces, hasta el punto de que se identifica con la fórmula típica con que los cristianos se dirigen a Dios. El fundamento de esta costumbre es la actuación misma de Jesús. Desde las capas más primitivas y arcaicas de la tradición. Es posible ver en el “Abba” el lenguaje peculiar con que él se dirigía a Adonay, demostrando así que tenía con Dios una relación de filiación natural[21]. En varios textos se advierte el uso peculiar que hacía Jesús de esta palabra: No solo en la invocación “Abba” que Marcos se siente en la obligación de trasladar literalmente del arameo, añadiendo inmediatamente después su traducción griega[22], sino también en la calificación de “Padre mío”. Esta relación filial es única, hasta el punto de que se utiliza también la fórmula diferente “Padre vuestro” dirigida a los discípulos[23]. El uso de “Padre nuestro”, por su parte, es solo para los discípulos, ya que se trata de una oración que les enseña Jesús[24]. Así pues, “Abba” encierra las notas de intimidad, de confianza y de amor, pero expresa también claramente el motivo de la condenación de Jesús: “Acerca de una obra excelente no te apedreamos a ti, sino por el insulto injurioso y porque tú, siendo hombre, te estás haciendo a ti mismo Dios”[25]; esta pretensión era tan absurda para sus contemporáneos que jamás habrían podido concebir la relación con Dios en estos términos[26].
Había una gran diferencia entre un esclavo y entre un hijo, aunque los dos vivían bajo un mismo techo. El esclavo podía ser vendido sin su consentimiento, el hijo no; el esclavo no era tomado en cuenta, mientras el hijo debía ser tomado en cuenta en todo; el esclavo no podía llamar al amo con la palabra “abba”, mientras que esa era la usada por el hijo; el esclavo no heredaría nada ya que más bien él era parte de la herencia, el hijo era el heredero de todo.
Es verdad que los gentiles no habían tenido que pasar por la etapa de vivir bajo la Ley, pero habían estado esclavizados de una manera degradante ya que ellos adoraban a los ídolos, toda su vida se movía por augurios, dependiendo de lo que los sacerdotes y sacerdotisas les dijeran que eran los deseos de sus dioses.
Pero ahora la situación cambió, los gentiles habían llegado al conocimiento de la verdad, y por ende, Dios los había conocido ya no como criaturas dignas de condenación, sino como a hijos suyos. Es por eso que Pablo no puede aceptar que tan fácilmente ellos quieran volverse a la esclavitud, esta vez no de los ídolos, sino a la flaca Ley. En lugar de querer estar con su Padre, preferían ir con el esclavo. No estaban tomando en cuenta que la Ley ya no tenía más poder sobre ellos. La Ley había sido clavada en la cruz[27] y ya no servía como medio para acercarse a Dios, porque solo por medio de Jesús podemos ir a Dios[28]. Por eso pecan todos los que pretenden que los cristianos vivamos bajo las regulaciones de ella de comidas, vestidos, ayunos o días de guardar.
Pablo se sentía temeroso de que los gentiles, los gálatas, fueran a tratar de hacer una mezcla entre el judaísmo y el cristianismo, cosa que hoy vemos en casi todas las sectas. Estaban, como algunos cristianos hoy, muy preocupados por los días, por las cosas menos importantes, mientras dejaban de lado la verdad del Evangelio.
También presenta una contradicción con la enseñanza errada de los calvinistas que dicen que es imposible que un cristiano caiga de la Gracia, por lo que el trabajo del predicador no es en vano jamás, pero al leer a Pablo, nos encontramos con que ya varios gálatas habían caído. No es que ellos no fueran salvos, como tratan de enredar los calvinistas, de otra manera a Pablo no le hubiese tenido tan preocupado el actuar ambivalente de los gálatas; ellos eran salvos y estaban en peligro de caer por culpa de los religiosos.
[1] Génesis 22.1-12.
[2] Santiago 2.23.
[3] Santiago 2.24.
[4] Mateo 3.9.
[5] Juan 8.39.
[6] NVI.
[7] Deuteronomio 21.21-22.
[8] Jeremías 31.31-34.
[9] 1 Corintios 9.21.
[10] Santiago 1.25; 2.12.
[11] Romanos 8.2.
[12] 1 Corintios 11.3; 14.33-35; 1 Timoteo 2.11-12.
[13] Génesis 49.10; Miqueas 5.2
[14] Lucas 4.21.
[15] 2 Corintios 6.2.
[16] Juan 1.1-2, 14.
[17] Hechos 15.10.
[18] Éxodo 4.22.
[19] 2 Samuel 7.14.
[20] Salmos 2.7.
[21] Marcos 13.32.
[22] Marcos 16.36.
[23] Lucas 11.13.
[24] Mateo 6.9.
[25] Juan 10.34.
[26] Diccionario de Teología. Abba.
[27] Colosenses 2.14.
[28] Juan 14.6.