d. Implicaciones morales de la resurrección de
Cristo.
15.29-34 Ahora bien, Pablo va a presentar otro argumento para que los corintios vean lo ilógico de ellos, si es que lo que él ha enseñado no es así.
Los falsos maestros habían introducido una enseñanza en la que hacían que se sumergieran en agua para “salvar” a los que habían muerto, pero al mismo tiempo negaban la resurrección. Esto es una incongruencia, como lo es lo que hacen los mormones de nuestros días, que siguen las enseñanzas de los falsos maestros de Corinto como si fuesen enseñanzas ortodoxas. La enseñanza es muy clara, para poder recibir la sumersión, la persona necesitaba oír, creer, arrepentirse y confesar, así que no podía alguien hacerlo por otra persona, mucho menos estando muerta, ya que la muerte sella el destino de las personas. Se sumergió vivo, bien; nunca quiso hacerlo, mal[1].
Esta falsa enseñanza va en contra de la verdad que cada cual es responsable de sus actos, porque si otra persona puede tomar la decisión de ser sumergida para salvarme a mí, bien podría decirse que otra persona puede pecar por mí y de esta manera me condena.
Aunque también, y es más probable, que Pablo se esté refiriendo aquí no a los muertos físicos, sino a los espirituales, ya que los corintios practicaban el sumergir de manera ortodoxa. Así que bien puede ser que Pablo esté preguntando ¿si no hay esperanza de resurrección, para que nos sumergimos? Porque sería una pérdida de tiempo. Además del peligro que conllevaba ser declarado cristiano.
¡Qué expresión más fuerte la que usa Pablo! Él se sentía orgulloso de la Iglesia en Corinto, había dedicado mucho esfuerzo por ellos y esto lo condujo a estar en mucho peligro, y aún seguía sufriéndolo. A pesar de todo esto, algunos estaban negando la resurrección, haciendo que pareciera que el trabajo hecho por Pablo no había sido efectivo. Si no creían en la resurrección, no creían en el Evangelio.
Ahora usa una nueva ilustración para hacer ver cuánto lo afectaba lo ocurrido. Ya no dice solo como creyente, sino como un hombre más, porque se toma mucha importancia a los esfuerzos que cualquiera haga por algo que considera correcto. Hay que recordar que Pablo tuvo mucha presión en Éfeso, así que si la resurrección no es real, todo fue hecho como un simple hombre.
No hay ninguna anotación en algún documento que nos haga pensar que Pablo luchó literalmente con alguna bestia en Éfeso, eso es solo una ilustración. Más bien Pablo se refiere a los hombres malvados de esa ciudad. Así que si la resurrección es una mentira, todo lo que pasó Pablo era sin ningún provecho.
Usa Pablo el pensamiento de los hedonistas, que era el nombre dado al grupo de sistemas éticos que sostienen, con diferentes modificaciones, que los sentimientos de placer o alegría son los fines últimos y más elevados de la conducta; que, consecuentemente, aquellas acciones que incrementan la cantidad de placer son por lo tanto correctas, e inversamente, las que incrementan el dolor son incorrectas.
El padre del Hedonismo fue Aristipo de Cirene. Él enseñaba que el placer es el objetivo universal y fundamental del esfuerzo. Por placer no solo quería decir el placer sensual sino también las formas más elevadas de gozo, placeres mentales, amor doméstico, amistad, y satisfacción moral. Sus seguidores, sin embargo, redujeron el sistema a una defensa de la auto-complacencia.
A la Cirenaica sucedió la Escuela de Epicuro, quien enfatizó la superioridad de los placeres sociales e intelectuales sobre los de los sentidos. También confirió mayor dignidad a la doctrina hedonística combinándola con la teoría atómica de la materia; y esta síntesis encuentra su expresión refinada en el determinismo materialista del poeta romano Lucrecio. Epicuro enseñaba que el dolor y el autocontrol tienen un valor hedonístico; porque el dolor es a veces un medio necesario para la salud y el placer; mientras el autocontrol y el ascetismo prudente son indispensables si quisiéramos asegurarnos el máximo de placer. Con el decaimiento de los viejos ideales romanos y el ascenso del imperialismo la filosofía epicúrea floreció en Roma. Ella aceleró la destrucción de las creencias religiosas paganas, y, al mismo tiempo, estuvo entre las fuerzas que resistieron al Cristianismo.
El resurgimiento de los principios hedonísticos en nuestros propios tiempos puede tener su origen en una línea de filósofos ingleses Hobbes, Hartley, Bentham, James Mill, John Stuart Mill, los dos Austin, y más recientemente, Alexander Bain, que popularmente son conocidos como utilitaristas. Herbert Spencer adoptó en su teoría de ética evolutiva, el principio de que la norma discriminante entre el bien y el mal es placer y dolor, si bien él sustituyó el final hedonista por el progreso de la vida.
Los hedonistas contemporáneos son a veces clasificados en egoístas y altruistas. La clasificación, sin embargo, no es bastante satisfactoria cuando se aplica a los escritores; pues muchos hedonistas combinan el principio egoísta con el altruista. La distinción, sin embargo, puede ser convenientemente aceptada en relación con los principios que sustentan las diversas formas de la doctrina. La declaración de que la felicidad es el propósito de la conducta de una vez produce la pregunta: ¿La felicidad de quién? A esto el egoísmo responde: La felicidad del agente; mientras el hedonismo altruista replica: La felicidad de todos los implicados, o, para usar una frase que es clásica en la literatura de esta escuela, “la mayor felicidad del mayor número”. Tal vez el único hedonista egoísta auténtico es Thomas Hobbes, si bien en muchos lugares Benthman también, se proclama a sí mismo apóstol intransigente del egoísmo, mientras que en otras partes, así como J. S. Mill, se expande en el altruismo. Las dificultades interiores en la tarea de construir un código adecuado de moral sobre el principio egoísta, junto con la crítica destructiva que tales intentos encontraron, condujo a los hedonistas a sustituir la felicidad de todos los implicados por la felicidad del individuo. El tránsito de una a la otra se trata de realizar a través de un análisis psicológico que mostraría que, por la operación de la ley de asociación de ideas, nosotros llegamos a amar por su propio bien objetos que en primera instancia amamos por un motivo egoísta. Esto es verdad en cierto grado, pero los casos en los que puede ocurrir caen muy cerca del campo que el principio tendría que cubrir para justificar la teoría. Además, adoptando la felicidad de otros como el objetivo, el hedonista pierde la única apariencia de prueba que tenía para ofrecer en apoyo de su primera discusión, que la felicidad es el fin, esto es, que todo hombre desea felicidad y no puede desear nada más; por desgracia es evidente que no todo el mundo desea la felicidad de todos los demás. Otra modificación fue introducida para dar respuesta a la crítica de que, si el placer es el estándar del bien y el mal, la complacencia sensual es justo tan buena como la forma más noble de auto-sacrificio. Los hedonistas, o por lo menos algunos de ellos, respondieron que no solamente debe tenerse en cuenta la cantidad de placer sino también la calidad. Hay placeres superiores y placeres inferiores; y los superiores son más deseables que los inferiores; por lo tanto, el comportamiento que aspira a lo superior es el mejor. Pero si los placeres han de dividirse así en superiores e inferiores, sin tener en cuenta la cantidad, la norma hedonística es, por el mismo hecho, desplazada, y alguna otra escala superior de evaluación moral se requiere o se sobreentiende. La norma subjetiva, sentimiento placentero, es mandada a retirarse a favor de alguna norma objetiva anónima que dicte lo que el agente debe perseguir. Este es el suicidio del hedonismo. Otros defensores del sistema, contrario a su principio inicial, han introducido un impulso altruista primario, coordinado con y controlando al egoísta como un resorte de acción.
Los errores fundamentales del hedonismo y las principales objeciones incontestables a la teoría pueden resumirse brevemente como sigue:
1. Se apoya en un falso análisis psicológico; tendencia, apetito, propósito, y bien están fijos en la naturaleza con anterioridad al sentimiento placentero. El placer depende de la obtención de algún bien que es anterior a, y causante de, el placer resultante de su adquisición. La alegría o placer que acompañan al buen comportamiento es una consecuencia, no un constituyente, de la calidad moral de la acción.
2. Falsamente supone que el placer es el único motivo de la acción. Esta opinión se sustenta en la falacia de que lo placentero y lo deseable son términos intercambiables.
3. Aún si se admitiera que el placer y el dolor constituyen el estándar del bien y del mal, este estándar sería completamente impracticable. Los placeres no son comparables unos con otros, ni con los dolores; además ninguna mente humana puede calcular la cantidad de placer y dolor que resultarían de una actividad determinada. Esta tarea es imposible aún cuando solamente vaya a ser tenido en cuenta el placer del agente. Cuando se van a medir el placer y el dolor de “todos los implicados” el propósito se convierte en un disparate.
4. El hedonismo egoísta reduce toda benevolencia, auto-sacrificio, y amor del bien a simple egoísmo. Es imposible que el hedonismo altruista evada la misma consumación excepto a costo de la coherencia.
5. Ningún código general de moralidad podría establecerse sobre la base del placer. El placer es esencialmente sentimiento subjetivo, y solamente el individuo es el juez competente de cuánto placer o dolor le proporciona una forma de actuar. Lo que es más placentero para uno puede serlo menos para otro. Por lo tanto, en terrenos hedonísticos, es evidente que no podría existir permanente y universalmente una línea divisoria válida entre el bien y el mal.
6. El hedonismo no tiene terreno para la obligación moral, ni sanción por responsabilidad. Si yo debo buscar mi propia felicidad, y si el comportamiento que lleva a la felicidad está correcto, el peor reproche que se me puede hacer, sin importar en qué pueda basarse mi conducta, es que yo he hecho una elección imprudente.
Los hedonistas se han apropiado del término felicidad como un equivalente a la totalidad del sentimiento placentero o agradable. La misma palabra se emplea como la traducción inglesa del término latino beatitudo y del griego eudaimonía, que significan un concepto bastante diferente del hedonista. La idea aristoteliana es traducida más correctamente al inglés por el término bien-estar. Este significa el estado de perfección en que se constituye el hombre cuando ejercita su facultad más elevada, en su función más elevada, sobre su bien más elevado. A causa de que fallan para dar la debida atención a esta distinción, algunos escritores incluyen eudæonism entre los sistemas hedonistas. El hedonismo algunas veces reclama el crédito de mucho esfuerzo benéfico en la reforma social en Inglaterra que ha sido promovida por utilitaristas declarados; y en todas partes los movimientos popularmente designados como altruismo son señalados como monumentos al valor práctico del principio hedonista “el mayor bien del mayor número”. Pero debe observarse que este principio puede tener otra génesis y otro papel qué jugar en la ética diferentes a las atribuidas por el hedonismo. Además, como señalaba Green, los utilitaristas lo anexaron ilógicamente, y los frutos que trajo en su actividad política deben acreditársele en su carácter democrático antes que en el hedonístico[2].
Si todo termina al morir, entonces nada es importante, todo es vano. ¿Para qué esforzarse viviendo rectamente? ¿No reciben lo mejor los que actúan sin tomar en cuenta a los demás y solo se preocupan por su beneficio?
Viene ahora una advertencia: “No estén siendo extraviados”. Es la misma advertencia que le hacemos los padres a nuestros hijos, si los amamos. Pablo con su corazón de padre lo dirige a los corintios. Ahí estaban los mentirosos que querían engañar a los creyentes haciéndoles creer que la resurrección era un mito. Ellos actuaban de manera incorrecta, y lo sabían, trayendo consecuencias adversas contra los creyentes, ya que además de las buenas costumbres estaba en juego la salvación de los cristianos corintios.
¿Qué ocurre con la Iglesia hoy? Por muchos años he visto como personas que se dicen ser cristianos se acercan a la Iglesia con enseñanzas ajenas a las Escrituras, y como son ensalzados y se les brinda todo el apoyo, aunque lo que enseñan viene de las mismas profundidades del infierno. ¿Oponerse a ellos? Ese es un grave error, a no ser que usted quiera ser ridiculizado y tomado como un loco. Y lo peor es que cuando aquellos se quitan la máscara de falsedad que les encubre, los líderes, aunque quizá decidan apartarse de la mentira, jamás buscarán a los hermanos afectados.
Los corintios se habían emborrachado con la mentira, y por ello era necesario que recobraran la cordura, por eso Pablo les llama a despertar y a alejarse del pecado, que se alejen de la mentira y que vuelvan a la sana doctrina.
Algunos de los que ignoran a Dios son los que negaban la resurrección. Sabían hacer muy buenas hipótesis, pero hasta ahí llegaba su sabiduría ya que ignoraban la Voluntad de Dios e iban tras la apostasía.
Esto Pablo lo decía para que los corintios tuviesen vergüenza y volvieran a la verdad, ya que conocían la sana doctrina. Hay quienes consideran que la doctrina no es importante, y por ello consideran que son cosas que no hay que prestarles tanta atención, porque lo que importa, según ellos, es ver en qué puntos estamos de acuerdo. Pablo no concordaba con ellos, sino que los reprendía.
[1] Hebreos 9.27.
[2] Enciclopedia Católica. Hedonismo.
15.29-34 Ahora bien, Pablo va a presentar otro argumento para que los corintios vean lo ilógico de ellos, si es que lo que él ha enseñado no es así.
Los falsos maestros habían introducido una enseñanza en la que hacían que se sumergieran en agua para “salvar” a los que habían muerto, pero al mismo tiempo negaban la resurrección. Esto es una incongruencia, como lo es lo que hacen los mormones de nuestros días, que siguen las enseñanzas de los falsos maestros de Corinto como si fuesen enseñanzas ortodoxas. La enseñanza es muy clara, para poder recibir la sumersión, la persona necesitaba oír, creer, arrepentirse y confesar, así que no podía alguien hacerlo por otra persona, mucho menos estando muerta, ya que la muerte sella el destino de las personas. Se sumergió vivo, bien; nunca quiso hacerlo, mal[1].
Esta falsa enseñanza va en contra de la verdad que cada cual es responsable de sus actos, porque si otra persona puede tomar la decisión de ser sumergida para salvarme a mí, bien podría decirse que otra persona puede pecar por mí y de esta manera me condena.
Aunque también, y es más probable, que Pablo se esté refiriendo aquí no a los muertos físicos, sino a los espirituales, ya que los corintios practicaban el sumergir de manera ortodoxa. Así que bien puede ser que Pablo esté preguntando ¿si no hay esperanza de resurrección, para que nos sumergimos? Porque sería una pérdida de tiempo. Además del peligro que conllevaba ser declarado cristiano.
¡Qué expresión más fuerte la que usa Pablo! Él se sentía orgulloso de la Iglesia en Corinto, había dedicado mucho esfuerzo por ellos y esto lo condujo a estar en mucho peligro, y aún seguía sufriéndolo. A pesar de todo esto, algunos estaban negando la resurrección, haciendo que pareciera que el trabajo hecho por Pablo no había sido efectivo. Si no creían en la resurrección, no creían en el Evangelio.
Ahora usa una nueva ilustración para hacer ver cuánto lo afectaba lo ocurrido. Ya no dice solo como creyente, sino como un hombre más, porque se toma mucha importancia a los esfuerzos que cualquiera haga por algo que considera correcto. Hay que recordar que Pablo tuvo mucha presión en Éfeso, así que si la resurrección no es real, todo fue hecho como un simple hombre.
No hay ninguna anotación en algún documento que nos haga pensar que Pablo luchó literalmente con alguna bestia en Éfeso, eso es solo una ilustración. Más bien Pablo se refiere a los hombres malvados de esa ciudad. Así que si la resurrección es una mentira, todo lo que pasó Pablo era sin ningún provecho.
Usa Pablo el pensamiento de los hedonistas, que era el nombre dado al grupo de sistemas éticos que sostienen, con diferentes modificaciones, que los sentimientos de placer o alegría son los fines últimos y más elevados de la conducta; que, consecuentemente, aquellas acciones que incrementan la cantidad de placer son por lo tanto correctas, e inversamente, las que incrementan el dolor son incorrectas.
El padre del Hedonismo fue Aristipo de Cirene. Él enseñaba que el placer es el objetivo universal y fundamental del esfuerzo. Por placer no solo quería decir el placer sensual sino también las formas más elevadas de gozo, placeres mentales, amor doméstico, amistad, y satisfacción moral. Sus seguidores, sin embargo, redujeron el sistema a una defensa de la auto-complacencia.
A la Cirenaica sucedió la Escuela de Epicuro, quien enfatizó la superioridad de los placeres sociales e intelectuales sobre los de los sentidos. También confirió mayor dignidad a la doctrina hedonística combinándola con la teoría atómica de la materia; y esta síntesis encuentra su expresión refinada en el determinismo materialista del poeta romano Lucrecio. Epicuro enseñaba que el dolor y el autocontrol tienen un valor hedonístico; porque el dolor es a veces un medio necesario para la salud y el placer; mientras el autocontrol y el ascetismo prudente son indispensables si quisiéramos asegurarnos el máximo de placer. Con el decaimiento de los viejos ideales romanos y el ascenso del imperialismo la filosofía epicúrea floreció en Roma. Ella aceleró la destrucción de las creencias religiosas paganas, y, al mismo tiempo, estuvo entre las fuerzas que resistieron al Cristianismo.
El resurgimiento de los principios hedonísticos en nuestros propios tiempos puede tener su origen en una línea de filósofos ingleses Hobbes, Hartley, Bentham, James Mill, John Stuart Mill, los dos Austin, y más recientemente, Alexander Bain, que popularmente son conocidos como utilitaristas. Herbert Spencer adoptó en su teoría de ética evolutiva, el principio de que la norma discriminante entre el bien y el mal es placer y dolor, si bien él sustituyó el final hedonista por el progreso de la vida.
Los hedonistas contemporáneos son a veces clasificados en egoístas y altruistas. La clasificación, sin embargo, no es bastante satisfactoria cuando se aplica a los escritores; pues muchos hedonistas combinan el principio egoísta con el altruista. La distinción, sin embargo, puede ser convenientemente aceptada en relación con los principios que sustentan las diversas formas de la doctrina. La declaración de que la felicidad es el propósito de la conducta de una vez produce la pregunta: ¿La felicidad de quién? A esto el egoísmo responde: La felicidad del agente; mientras el hedonismo altruista replica: La felicidad de todos los implicados, o, para usar una frase que es clásica en la literatura de esta escuela, “la mayor felicidad del mayor número”. Tal vez el único hedonista egoísta auténtico es Thomas Hobbes, si bien en muchos lugares Benthman también, se proclama a sí mismo apóstol intransigente del egoísmo, mientras que en otras partes, así como J. S. Mill, se expande en el altruismo. Las dificultades interiores en la tarea de construir un código adecuado de moral sobre el principio egoísta, junto con la crítica destructiva que tales intentos encontraron, condujo a los hedonistas a sustituir la felicidad de todos los implicados por la felicidad del individuo. El tránsito de una a la otra se trata de realizar a través de un análisis psicológico que mostraría que, por la operación de la ley de asociación de ideas, nosotros llegamos a amar por su propio bien objetos que en primera instancia amamos por un motivo egoísta. Esto es verdad en cierto grado, pero los casos en los que puede ocurrir caen muy cerca del campo que el principio tendría que cubrir para justificar la teoría. Además, adoptando la felicidad de otros como el objetivo, el hedonista pierde la única apariencia de prueba que tenía para ofrecer en apoyo de su primera discusión, que la felicidad es el fin, esto es, que todo hombre desea felicidad y no puede desear nada más; por desgracia es evidente que no todo el mundo desea la felicidad de todos los demás. Otra modificación fue introducida para dar respuesta a la crítica de que, si el placer es el estándar del bien y el mal, la complacencia sensual es justo tan buena como la forma más noble de auto-sacrificio. Los hedonistas, o por lo menos algunos de ellos, respondieron que no solamente debe tenerse en cuenta la cantidad de placer sino también la calidad. Hay placeres superiores y placeres inferiores; y los superiores son más deseables que los inferiores; por lo tanto, el comportamiento que aspira a lo superior es el mejor. Pero si los placeres han de dividirse así en superiores e inferiores, sin tener en cuenta la cantidad, la norma hedonística es, por el mismo hecho, desplazada, y alguna otra escala superior de evaluación moral se requiere o se sobreentiende. La norma subjetiva, sentimiento placentero, es mandada a retirarse a favor de alguna norma objetiva anónima que dicte lo que el agente debe perseguir. Este es el suicidio del hedonismo. Otros defensores del sistema, contrario a su principio inicial, han introducido un impulso altruista primario, coordinado con y controlando al egoísta como un resorte de acción.
Los errores fundamentales del hedonismo y las principales objeciones incontestables a la teoría pueden resumirse brevemente como sigue:
1. Se apoya en un falso análisis psicológico; tendencia, apetito, propósito, y bien están fijos en la naturaleza con anterioridad al sentimiento placentero. El placer depende de la obtención de algún bien que es anterior a, y causante de, el placer resultante de su adquisición. La alegría o placer que acompañan al buen comportamiento es una consecuencia, no un constituyente, de la calidad moral de la acción.
2. Falsamente supone que el placer es el único motivo de la acción. Esta opinión se sustenta en la falacia de que lo placentero y lo deseable son términos intercambiables.
3. Aún si se admitiera que el placer y el dolor constituyen el estándar del bien y del mal, este estándar sería completamente impracticable. Los placeres no son comparables unos con otros, ni con los dolores; además ninguna mente humana puede calcular la cantidad de placer y dolor que resultarían de una actividad determinada. Esta tarea es imposible aún cuando solamente vaya a ser tenido en cuenta el placer del agente. Cuando se van a medir el placer y el dolor de “todos los implicados” el propósito se convierte en un disparate.
4. El hedonismo egoísta reduce toda benevolencia, auto-sacrificio, y amor del bien a simple egoísmo. Es imposible que el hedonismo altruista evada la misma consumación excepto a costo de la coherencia.
5. Ningún código general de moralidad podría establecerse sobre la base del placer. El placer es esencialmente sentimiento subjetivo, y solamente el individuo es el juez competente de cuánto placer o dolor le proporciona una forma de actuar. Lo que es más placentero para uno puede serlo menos para otro. Por lo tanto, en terrenos hedonísticos, es evidente que no podría existir permanente y universalmente una línea divisoria válida entre el bien y el mal.
6. El hedonismo no tiene terreno para la obligación moral, ni sanción por responsabilidad. Si yo debo buscar mi propia felicidad, y si el comportamiento que lleva a la felicidad está correcto, el peor reproche que se me puede hacer, sin importar en qué pueda basarse mi conducta, es que yo he hecho una elección imprudente.
Los hedonistas se han apropiado del término felicidad como un equivalente a la totalidad del sentimiento placentero o agradable. La misma palabra se emplea como la traducción inglesa del término latino beatitudo y del griego eudaimonía, que significan un concepto bastante diferente del hedonista. La idea aristoteliana es traducida más correctamente al inglés por el término bien-estar. Este significa el estado de perfección en que se constituye el hombre cuando ejercita su facultad más elevada, en su función más elevada, sobre su bien más elevado. A causa de que fallan para dar la debida atención a esta distinción, algunos escritores incluyen eudæonism entre los sistemas hedonistas. El hedonismo algunas veces reclama el crédito de mucho esfuerzo benéfico en la reforma social en Inglaterra que ha sido promovida por utilitaristas declarados; y en todas partes los movimientos popularmente designados como altruismo son señalados como monumentos al valor práctico del principio hedonista “el mayor bien del mayor número”. Pero debe observarse que este principio puede tener otra génesis y otro papel qué jugar en la ética diferentes a las atribuidas por el hedonismo. Además, como señalaba Green, los utilitaristas lo anexaron ilógicamente, y los frutos que trajo en su actividad política deben acreditársele en su carácter democrático antes que en el hedonístico[2].
Si todo termina al morir, entonces nada es importante, todo es vano. ¿Para qué esforzarse viviendo rectamente? ¿No reciben lo mejor los que actúan sin tomar en cuenta a los demás y solo se preocupan por su beneficio?
Viene ahora una advertencia: “No estén siendo extraviados”. Es la misma advertencia que le hacemos los padres a nuestros hijos, si los amamos. Pablo con su corazón de padre lo dirige a los corintios. Ahí estaban los mentirosos que querían engañar a los creyentes haciéndoles creer que la resurrección era un mito. Ellos actuaban de manera incorrecta, y lo sabían, trayendo consecuencias adversas contra los creyentes, ya que además de las buenas costumbres estaba en juego la salvación de los cristianos corintios.
¿Qué ocurre con la Iglesia hoy? Por muchos años he visto como personas que se dicen ser cristianos se acercan a la Iglesia con enseñanzas ajenas a las Escrituras, y como son ensalzados y se les brinda todo el apoyo, aunque lo que enseñan viene de las mismas profundidades del infierno. ¿Oponerse a ellos? Ese es un grave error, a no ser que usted quiera ser ridiculizado y tomado como un loco. Y lo peor es que cuando aquellos se quitan la máscara de falsedad que les encubre, los líderes, aunque quizá decidan apartarse de la mentira, jamás buscarán a los hermanos afectados.
Los corintios se habían emborrachado con la mentira, y por ello era necesario que recobraran la cordura, por eso Pablo les llama a despertar y a alejarse del pecado, que se alejen de la mentira y que vuelvan a la sana doctrina.
Algunos de los que ignoran a Dios son los que negaban la resurrección. Sabían hacer muy buenas hipótesis, pero hasta ahí llegaba su sabiduría ya que ignoraban la Voluntad de Dios e iban tras la apostasía.
Esto Pablo lo decía para que los corintios tuviesen vergüenza y volvieran a la verdad, ya que conocían la sana doctrina. Hay quienes consideran que la doctrina no es importante, y por ello consideran que son cosas que no hay que prestarles tanta atención, porque lo que importa, según ellos, es ver en qué puntos estamos de acuerdo. Pablo no concordaba con ellos, sino que los reprendía.
[1] Hebreos 9.27.
[2] Enciclopedia Católica. Hedonismo.