Capítulo 1.18-4.21
C. Razones para las divisiones (1.18-4.21).
1. Malinterpretación del mensaje del evangelio
1.18-3.4 La conexión de este pasaje que estudiaremos a continuación con el anterior es evidente, siguiendo el mismo tema de la malinterpretación del Evangelio y de las divisiones.
La palabra de la cruz, el Evangelio, había llegado a ser causa de muchas discusiones entre los religiosos y filósofos de ese tiempo, tal y como ahora. Los griegos consideraban que ellos poseían la sabiduría necesaria, ellos tenían el pensamiento de hombres como Pitágoras, Sócrates, Platón, Aristóteles, Anaxímenes, Heráclito, Anexágoras, etc., y consideraban ser los más sabios del mundo, pero ahora venía este judío, miembro de un pueblo despreciado, tratando de que entiendan cómo poder presentarse delante de Dios y de cómo vivir con los hombres. La palabra de la cruz era algo que a ellos ciertamente debía parecer locura, ya que se les estaba diciendo que debían poner su confianza en un hombre judío, en primer lugar; que había muerto en una cruz, una de las muertes más denigrantes que podía infringir el Imperio Romano; y que, según este predicador, había regresado de la muerte y había subido al cielo. ¿Cómo podían estos pensadores creer que poniendo su fe en este tipo de historia alcanzarían la salvación?
Pero el problema es que esto es una cuestión de fe. Los griegos no podían aceptar esta historia, aunque si podían creer en Zeus, y en un montón de cuentos fantásticos de dioses, titanes y héroes.
¡Tratar de considerar el Evangelio por medio de la sabiduría humana es realmente una locura! Entonces, los que no pueden creer en el Evangelio, definitivamente están perdidos. Y el problema que se presentaba en Corinto era que algunos de los miembros de esta Iglesia querían seguir actuando como el resto de la gente de la ciudad.
Hay quienes piensan que al final Dios va a salvarnos a todos, ya que Él es solo amor. Pero Pablo aclara que hay dos grupos, uno va a perderse, mientras el otro va a salvarse. ¿Quiénes se salvarán? Aquellos que no teman creer a esta locura de predicación. No a cualquier predicación, porque son muchos los que van enseñando que el hombre de por sí es bueno, sino a los que creemos que solo por medio del sacrificio de Jesús en la cruz podremos obtener la salvación.
Este era el gran poder del que hablaba Pablo. No eran los dones milagrosos, como quieren creer los pentecostales, ni las palabras elocuentes, sino el poder que tiene la sangre de Jesús sobre el pecado.
Cita luego un texto de Isaías[1], quien se refería a los malos consejos que habían dado los políticos al rey Ezequías, sobre que debía apoyarse en los egipcios para combatir a Asiria, en lugar de confiar en Dios, por lo que el Señor tuvo que destruir la sabiduría de ellos venciendo de manera milagrosa a Senaquerib, para demostrar que Él es quien tiene todo el poder. Así también, la sabiduría humana debe postrarse ante el Señor, quien escogió salvarnos a través de una ignominiosa cruz, con su Hijo sufriendo en ella.
La sabiduría humana dice: “Aunque las coas están mal, no debemos preocuparnos, si hay un Dios, Él es todo amor, por lo tanto, no podrá castigarnos ya que iría contra su propia naturaleza”. De esta manera, trata de ocultar su mal proceder, pone en evidencia su falta de fe y ridiculiza a Dios. Pero la historia habla claro de que cuando el hombre busca sostenerse por su sabiduría, cae. Pongámonos a pensar solo en un punto de la sabiduría humana: El hombre dice: “Dios no existe, somos producto de la evolución, siendo que surgíos de un ser unicelular que fue avanzando a través de los siglos hasta convertirse en un hombre”. Según ellos, esto es ciencia, no fe, pero, ¿no se necesita más fe para creer esto que para creer en Dios? Si la evolución es una realidad, ¿por qué no hay seres que aún estén en el proceso de la evolución?, ¿por qué el esqueleto un hombre de la época de la prehistoria es igual a uno del siglo XXI? Los simios han sido simios desde que Dios los hizo, y el hombre ha sido hombre también, pero el hombre en su limitada sabiduría quiere decir al Creador: “Tu eres una fantasía de mi imaginación, la verdad es que yo provengo de ese simio”.
No vamos a negar que el hombre con sus esfuerzos y sabiduría limitada haya logrado hacer muchos descubrimientos importantes, pero muchos de ellos, no todos ya que los hombres más inteligentes del siglo XX reconocieron que Dios es una realidad, entre ellos Albert Einstein, niegan la verdad de Dios. Los corintios, al igual que los demás griegos, consideraban que la inteligencia humana era lo más importante, y se desviaron porque en lugar de glorificar el Creador lo hicieron con las criaturas. Y no entendieron el mensaje que nos traen las criaturas, que nos hablan precisamente, a través de todas esas cosas que nos dejan sin aliento, de la existencia del Creador.
Así que como el hombre no logró ver a Dios por medio de la creación, Dios decidió, en su propósito eterno, revelarse por medio de la locura de la predicación. El hombre guiado por su propia sabiduría considera el Evangelio como una necedad, pero es por medio de escuchar este que puede llegar al conocimiento de Dios y así logrará ser salvado del castigo eterno.
Los judíos se caracterizaban por estar solicitando señales, ellos querían pruebas milagrosas, pero creían solo lo que les convenía, porque a pesar de haber visto pruebas indubitables hechas por Jesús y sus Enviados, aún no creían. Mientras tanto los griegos buscaban la sabiduría, se satisfacían en las huecas filosofías de sus grandes pensadores; pero vino Pablo, no enseñando nuevos pensamientos humanos, sino contándoles del sacrificio de Jesús en la cruz, algo que chocaba contra todo lo que ellos tenían como lógico en sus conceptos.
Este mensaje era la causa de caída para los judíos porque ellos esperaban un Mesías guerrero, uno que formara un ejército y derrotara a los romanos y los pusiera a ellos como gobernantes del mundo. Strong dice que la palabra skandalon que se usa aquí habla de una rama para trampa, de esas que se doblan y se les pone un cebo para que cuando el animal se acerca y toca el gatillo, la rama vuelva a su posición original y atrapa a la víctima. Así los judíos encontraban problema con Cristo porque ellos mantenían en su mente la imagen de David triunfando sobre sus enemigos y dándole forma a la tierra de Israel. Y cuando llegó Jesús hablando de amor y paz, para ellos fue un choque con lo que esperaban.
Para las naciones, es decir, los gentiles, esto era una necedad porque ellos se habían vuelto a las criaturas y abandonado al Creador y desconocían el Dios de amor.
Pero a los llamados, es decir, los cristianos, sin importar su procedencia; y aquí Pablo divide a la humanidad en dos: Cristianos y no cristianos. Los cristianos somos los salvos, mientras que los no cristianos son los que se pierden. Los judíos dividían al mundo entre judíos y gentiles, los romanos lo hacían entre romanos y bárbaros. El Ungido es poder de Dios y sabiduría de Dios. Todos quieren poder, los políticos se desesperan por ocupar un puesto público desde donde ejercitar el poder sobre los demás, ya sea para bien o para mal; los materialistas buscan poseer mucho dinero para controlar a los demás con sus caprichos y riquezas; los pentecostales y otros parecidos buscan poderes milagrosos para demostrar que ellos están respaldados por Dios, pero el único poder que disponemos los cristianos es el Evangelio que nos habla de Cristo y nos lleva directamente a Dios.
Luego usa Pablo una figura literaria para mencionar un imposible para hacer un contraste: “Porque lo necio de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres”, ya que Dios no tiene nada necio ni débil, pero el hombre sin Dios se considera superior a Dios cuando se niega a humillarse ante Él. El hombre considera que es creador de Dios, pero se olvida que Dios lo creó a él.
Pablo hace ahora una especie de conclusión, como diría un abogado, un por tanto. Después de haber estado hablando de la sabiduría del mundo, ahora dice: “Pero ustedes no son muy sabios según la sabiduría de los hombres”, no eran personas, la mayoría, con educación superior, ni gente con influencia, ni gente famosa. Al trabajar con clientes, siempre me han dejado admirado las personas que consideran que por poseer dinero, o un apellido con fama, tienen prioridad sobre los demás y llegan a uno con aire de superioridad exigiendo que se les de lo mejor y rápido. Más no es así con los creyentes en Corinto, aunque en la historia vemos que si se dio este triste espectáculo dentro de la Iglesia, y hoy sigue dándose. Y no es que no hubiese personas destacadas en la Iglesia del siglo I, pero eran los menos, y estas actuaban como los demás.
Hay quienes han llegado a pensar que la Iglesia y la salvación no son para los ricos, pero aunque es más difícil que una persona con dinero busque de Dios, ellos tienen tanta necesidad como los pobres, quienes, precisamente por su pobreza, son más inclinados a buscar la ayuda de Dios.
También hay quienes han llegado a creer que la Iglesia es un ente que debe manejar mucho dinero y que sus miembros, por ser “hijos de Dios” deben poseer riquezas materiales y estar siempre de primeros, citando el pasaje que dice: “Te pondrá el Señor, tu Dios, por cabeza y no por cola”[2]. Estos olvidan que la Iglesia es una organización sencilla cuyo fin debe ser adorar a Dios y atraer por medio del Evangelio a las almas perdidas. ¡Todas las organizaciones que se hacen llamar “la Iglesia” pero que viven en opulencia se han olvidado de la sencillez de Cristo!
Durante más de tres décadas he visto gente que se dice ser la Iglesia del Señor, pero se inflan cual pavos reales humillando a los demás, comportándose más como empresarios que como cristianos, seguidores del humilde carpintero de Nazaret.
Lo débil, lo necio, lo que el mundo desprecia, fue lo que Dios decidió usar para poner en vergüenza a lo que se cree sabio. Hay quienes me han dicho: “No es posible que sea tan fácil ser salvos, debe haber algo más”; pero están olvidando que fue Dios el que dispuso cuál, cómo y cuándo se pondría en operación el plan de salvación. La mente natural no puede aceptar que el Hijo de Dios se hubiese encarnado para venir a morir por estos miserables pecadores, y al hacer esto rechaza de plano la Voluntad de Dios, queriendo erguirse él mismo como dios.
“Las cosas que no son”, se refiere a las cosas que el mundo considera insignificantes. Estas son las herramientas de Dios, no el poder de Dios, solo las herramientas que Él utiliza para mostrarle al mundo su gloria.
Debe quedar en claro que el Evangelio no es producto de la invención de los hombres, en contraste con las religiones inventadas por los mercaderes de las almas, que lo que buscan es sacar provecho material del dolor ajeno.
Como fue Dios quien escogió, el hombre no puede jactarse, no puede enorgullecerse de nada, ya que no ha hecho nada en el plan de salvación. ¡Cuánto anhelamos la gloria de los hombres! Los artistas dicen: “Vivimos de los aplausos”, y hasta cierto punto es cierto, ellos alimentan su ego cada vez que la gente les aplaude, y curiosamente la palabra artista viene del griego jupokrités, que también se traduce “hipócrita”, que es una persona con doble cara, alguien que por salir ganando algo es capaz de actuar de una manera contraria a su naturaleza. Eso es lo que hacen los falsos religiosos, quienes presentan una cara ante la sociedad, pero la verdad es que su vida es muy diferente.
Solo por la misericordia de Dios es que nosotros podemos estar en Cristo; él es la única fuente de salvación, el hombre, aunque quiera, no puede encontrar la salvación por sí mismo. Todas las grandes cosas sabias que ha hecho el hombre son nada delante de Dios, y lo único que puede hacer el hombre para ser salvo es humillarse y obedecer a lo que dice el Evangelio.
Jesús, al proceder de Dios, es sabiduría, porque cumple el plan perfecto del Señor; él es el medio por el cual el hombre puede comprender el plan de salvación.
La rectitud o la justificación, como traducen otras versiones, es la única manera de poder presentarse delante de Dios, y esta se logra solo por medio de la muerte expiatoria de Jesús. Así, al convertirnos en cristianos, somos perdonados de nuestros pecados y somos justificados delante de Dios, y ya no se nos toma en cuenta ninguno de nuestros pecados.
Todos quieren ser salvos, pero quieren hacerlo a su manera. Dios no quiere que ninguno se pierda, pero como Él es justo, no puede hacerlo de la manera en que el hombre quiere, así que da una solución: Envía a su Hijo, sin pecado, para que muera por nosotros. ¡Esta es la sabiduría y la misericordia de Dios!
La santificación es el estado perfecto del cristiano, es donde él vive separado del mundo para gozar con Jesús cada día. El creyente fue liberado del peso del pecado, y viviendo cada día en santidad puede seguir en ese estado, de lo contrario corre el riesgo de caer de la gracia de Dios.
La liberación es el estado que necesita toda alma. Toda persona que no ha sido redimida por la sangre de Jesús se encuentra en esclavitud, no tiene derechos, no tiene opciones, no tiene voz ni voto sobre su vida. El precio para la liberación es de sangre, pero no cualquier sangre, solo la sangre del Cordero sin pecado puede redimir al pecador, ese fue el rescate.
Pablo parafrasea Jeremías 9.23-24 para dar a entender que el hombre no puede gloriarse para nada en sus obras, sino que solo puede hacerlo en la Obra que Dios hace en él. Todas las bendiciones vienen de parte de Dios, de ningún otro lugar, y por ello el hombre debe glorificarle constantemente.
En este momento, en nuestros ejemplares de la Biblia tenemos un cambio de capítulo, pero el “Y yo” nos engancha con lo que sigue, por lo que podemos suponer que la división está mal hecha.
Pablo no estaba de vacaciones en Corinto, él iba a esa ciudad con una misión: Porclamar el misterio de Dios. No iba con una nueva filosofía, ni con preparación humana. Si Pablo hubiese sido uno más de los tantos maestros de su tiempo se hubiera presentado con grandes muestras que impactaran a los oyentes que lo reconocerían como hombre sabio, pero él llegó sin mostrarse superior a ninguno, lo hizo con humildad.
No es que Pablo fuera un hombre inculto, al contrario, era un maestro con una educación excelente, pero él no llegó tratando de impresionar a nadie con su sabiduría. Él no presentó sus credenciales como predicador titulado, sino que lo que hizo fue predicar a Cristo.
El mensaje de Pablo se limitó a hablar del sacrificio de Cristo. He escuchado “predicas” en donde se tocan temas absurdos, políticos y humanistas. He visto a predicadores hablar durante más de media hora y no abrir ni citar la Biblia ni una sola vez, pero sin dejar de hablar. Pablo se limitó a proclamar lo que Jesús había hecho para salvarnos, el Evangelio puro.
Los maestros del siglo I, igual que los de hoy, se jactaban de su sabiduría y se presentaban con mucha ostentación, pero Pablo llegó a Corinto de manera humilde, con temor, porque sabía que él por sí solo no podía hacer nada, y es por eso que el mismo Señor debe reconfortarle en la noche[3].
Si bien es cierto que los predicadores deben prepararse para presentar de la mejor manera el mensaje, la eficacia de este no depende de esta preparación, sino de la Obra del Espíritu Santo. ¡Cómo me hacen reír los predicadores “internacionales” que se andan pavoneando como si fueran ellos los que convierten a las almas! En una ocasión, estando predicando una señora se me acercó a la tarima y al preguntarle qué necesitaba me dijo: “Quiero ser salva, necesito que me sumerjan en agua”. ¡Yo no había terminado de exponer mi discurso, pero el Señor ya había obrado en ella y en quince personas más que esa noche decidieron obedecer! No es el expositor, ni el bosquejo, ni los ademanes, ni el tono de la voz. ¡Es el mover del Espíritu Santo!
Cuando Pablo estuvo en Corinto se dieron manifestaciones milagrosas, y estas tenían un propósito: “para que la fe de ustedes no sea en sabiduría de hombres, sino en poder de Dios”, ellos necesitaban de esto para ser convertidos, pero llegó un momento en que los milagros acabaron porque ya se había demostrado que el Evangelio procedía de Dios. El día de hoy nuestra fe se basa también en el poder de Dios, pero no porque tengamos manifestaciones milagrosas, sino porque lo podemos leer en las Escrituras. Si creemos que la Biblia es la Palabra de Dios sabemos que ella no miente, por lo que no nos será difícil aceptar que todos los milagros que se dieron en los tiempos bíblicos son verdaderos y estos nos deben convencer del poder de Dios. ¡No necesitamos ver demostraciones nuevas!
Si bien es cierto que la predicación de Pablo no estaba sazonada con la sabiduría de los hombres, si lo estaba con la sabiduría de Dios, la cual no pueden entender todos, sino los que están llenos de esa misma sabiduría, los santos y los que buscan la santidad, lo que tienen hambre espiritual, no como la sabiduría de los griegos, que andaban de día en día buscando escuchar novedades vanas.
Contrario a la sabiduría de los hombres que podía ser puesta en duda y rebatida, la sabiduría que predicaba Pablo tiene como fuente al mismo Dios, la sabiduría que era un misterio para los hombres pero que ahora se revelaba por medio del Evangelio.
Usa Pablo aquí al decir “la sabiduría escondida”, un tiempo perfecto del participio que viene a significar que aunque había estado escondida a los hombres, ahora ya se había dado a conocer, pero no por medios humanos, sino porque Dios, desde antes de la fundación del mundo, siendo Omnisciente, la predeterminó para ese tiempo, y cosa curiosa, dice que es para nuestra gloria, porque es por medio de esta sabiduría, por el conocimiento del Evangelio, que nosotros podemos alcanzar la salvación.
Pablo se refiera, al hablar de los gobernantes de este tiempo, a los sacerdotes judíos, quienes rechazaron la verdad del Evangelio, y quienes se negaron a aceptar a Jesús como el Mesías, y por ello decidieron asesinarle.
Pablo hace una paráfrasis de Isaías 64.4 y 65.17 para hacer notar que a pesar de toda la sabiduría del hombre, este no es capaz de descubrir las verdades de Dios si Él no se las revela.
Dios quiso declararnos su sabiduría escondida por medio del Espíritu Santo, una de las tres personas de la Deidad, que tiene la capacidad para investigar, escudriñar, revelar; capacidades que solo puede tener un ente, mientras que una fuerza no las tiene.
El Espíritu Santo nos revela lo profundo de Dios, es decir, lo que hay en el corazón del Señor. El espíritu es quien conoce las cosas más profundas de nuestro ser. Si pensamos algo, pero no lo comunicamos a los demás, nadie lo sabrá; de la misma manera, si Dios no comunica Su Voluntad, nadie puede conocerla. Eso es prueba de que el Evangelio es Obra del Espíritu Santo, quien nos reveló los misterios de Dios, ya que el hombre, por sí solo, no es suficientemente capaz de entender esta sabiduría.
El espíritu del mundo no se refiere a un espíritu inmundo, sino más bien a la mentalidad humana común. La guía de los Enviados era el Espíritu Santo, no alguna enseñanza recibida en una escuela.
El Espíritu que viene de Dios es el Espíritu Santo, quien guía a los cristianos para que hagamos la Voluntad del Padre, las cosas que Él nos da por su gracia, es decir, porque a Dios le ha placido, es decir, el Evangelio, que es lo que enseñaron los Enviados, quienes lo recibieron directamente del Espíritu.
Aunque todo juicio ha sido dado al Señor y los hombres no debemos emitir juicios, si se nos pone a juzgar lo espiritual con lo espiritual, es decir, debemos analizar que las cosas del mundo no vayan a mezclarse con lo espiritual. Ese es uno de los grandes problemas de lo que se ha llamado la “cristiandad”, porque en lugar de acomodar las cosas espirituales con las espirituales, han hecho mezclas que afectaron a todo el mundo religioso, de tal forma que ya no hay un límite entre lo espiritual y lo que no lo es, y entonces nos encontramos a hombres que supuestamente debieran estar en los púlpitos sentados en escaños políticos y ocupando puestos públicos, pensando que esa es su misión.
El hombre “físico” o como dice en la mayoría de las versiones, “natural”, es el que razona de acuerdo a sus cinco sentidos, no puede recibir las cosas del Espíritu porque todo lo mide de acuerdo a lo material, así que puede desechar las cosas espirituales porque las considera tontería, mientras que gasta sus fuerzas y dinero en la búsqueda de ovnis, pies grande, etc. Él no puede entender las cosas del Espíritu porque estas solo se comprenden por medio de la revelación de Dios, no por conocimiento intelectual y el hombre físico ha cerrado sus “sentidos” espirituales a la voz de Dios.
A diferencia del hombre físico encontramos al espiritual, quien escudriña, estudia todas las cosas, porque busca la mano de Dios en todo y se complace en eso, así se puede admirar de la anatomía de una pequeña hormiga como de la constitución de los astros en el universo. Por estas cosas, él no puede ser juzgado por nadie, sino solo por Dios.
“Porque”, después de lo que se ha dicho viene un razonamiento haciendo dos preguntas: “¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le guiará?” Antes se había dicho que solo el Espíritu podía examinar la mente de Dios, así que solo el Espíritu Santo conoce el plan de Dios. Ahora bien, Dios se ha revelado al hombre por medio del Evangelio, así que el hombre natural no puede juzgar al espiritual porque este lo que busca es obedecer la Palabra de Dios.
Lastimosamente el hombre actual se ha levantado como su propio dios, glorificando sus propias obras y rechazando la Voz de Dios. Por el contrario, los cristianos buscamos comprender la Voluntad de Dios y obedecerla, por eso podemos decir que tenemos la mente de Dios.
[1] Isaías 29.14.
[2] Deuteronomio 28.13. Jünemann.
[3] Hechos 18.9-10.
1. Malinterpretación del mensaje del evangelio
1.18-3.4 La conexión de este pasaje que estudiaremos a continuación con el anterior es evidente, siguiendo el mismo tema de la malinterpretación del Evangelio y de las divisiones.
La palabra de la cruz, el Evangelio, había llegado a ser causa de muchas discusiones entre los religiosos y filósofos de ese tiempo, tal y como ahora. Los griegos consideraban que ellos poseían la sabiduría necesaria, ellos tenían el pensamiento de hombres como Pitágoras, Sócrates, Platón, Aristóteles, Anaxímenes, Heráclito, Anexágoras, etc., y consideraban ser los más sabios del mundo, pero ahora venía este judío, miembro de un pueblo despreciado, tratando de que entiendan cómo poder presentarse delante de Dios y de cómo vivir con los hombres. La palabra de la cruz era algo que a ellos ciertamente debía parecer locura, ya que se les estaba diciendo que debían poner su confianza en un hombre judío, en primer lugar; que había muerto en una cruz, una de las muertes más denigrantes que podía infringir el Imperio Romano; y que, según este predicador, había regresado de la muerte y había subido al cielo. ¿Cómo podían estos pensadores creer que poniendo su fe en este tipo de historia alcanzarían la salvación?
Pero el problema es que esto es una cuestión de fe. Los griegos no podían aceptar esta historia, aunque si podían creer en Zeus, y en un montón de cuentos fantásticos de dioses, titanes y héroes.
¡Tratar de considerar el Evangelio por medio de la sabiduría humana es realmente una locura! Entonces, los que no pueden creer en el Evangelio, definitivamente están perdidos. Y el problema que se presentaba en Corinto era que algunos de los miembros de esta Iglesia querían seguir actuando como el resto de la gente de la ciudad.
Hay quienes piensan que al final Dios va a salvarnos a todos, ya que Él es solo amor. Pero Pablo aclara que hay dos grupos, uno va a perderse, mientras el otro va a salvarse. ¿Quiénes se salvarán? Aquellos que no teman creer a esta locura de predicación. No a cualquier predicación, porque son muchos los que van enseñando que el hombre de por sí es bueno, sino a los que creemos que solo por medio del sacrificio de Jesús en la cruz podremos obtener la salvación.
Este era el gran poder del que hablaba Pablo. No eran los dones milagrosos, como quieren creer los pentecostales, ni las palabras elocuentes, sino el poder que tiene la sangre de Jesús sobre el pecado.
Cita luego un texto de Isaías[1], quien se refería a los malos consejos que habían dado los políticos al rey Ezequías, sobre que debía apoyarse en los egipcios para combatir a Asiria, en lugar de confiar en Dios, por lo que el Señor tuvo que destruir la sabiduría de ellos venciendo de manera milagrosa a Senaquerib, para demostrar que Él es quien tiene todo el poder. Así también, la sabiduría humana debe postrarse ante el Señor, quien escogió salvarnos a través de una ignominiosa cruz, con su Hijo sufriendo en ella.
La sabiduría humana dice: “Aunque las coas están mal, no debemos preocuparnos, si hay un Dios, Él es todo amor, por lo tanto, no podrá castigarnos ya que iría contra su propia naturaleza”. De esta manera, trata de ocultar su mal proceder, pone en evidencia su falta de fe y ridiculiza a Dios. Pero la historia habla claro de que cuando el hombre busca sostenerse por su sabiduría, cae. Pongámonos a pensar solo en un punto de la sabiduría humana: El hombre dice: “Dios no existe, somos producto de la evolución, siendo que surgíos de un ser unicelular que fue avanzando a través de los siglos hasta convertirse en un hombre”. Según ellos, esto es ciencia, no fe, pero, ¿no se necesita más fe para creer esto que para creer en Dios? Si la evolución es una realidad, ¿por qué no hay seres que aún estén en el proceso de la evolución?, ¿por qué el esqueleto un hombre de la época de la prehistoria es igual a uno del siglo XXI? Los simios han sido simios desde que Dios los hizo, y el hombre ha sido hombre también, pero el hombre en su limitada sabiduría quiere decir al Creador: “Tu eres una fantasía de mi imaginación, la verdad es que yo provengo de ese simio”.
No vamos a negar que el hombre con sus esfuerzos y sabiduría limitada haya logrado hacer muchos descubrimientos importantes, pero muchos de ellos, no todos ya que los hombres más inteligentes del siglo XX reconocieron que Dios es una realidad, entre ellos Albert Einstein, niegan la verdad de Dios. Los corintios, al igual que los demás griegos, consideraban que la inteligencia humana era lo más importante, y se desviaron porque en lugar de glorificar el Creador lo hicieron con las criaturas. Y no entendieron el mensaje que nos traen las criaturas, que nos hablan precisamente, a través de todas esas cosas que nos dejan sin aliento, de la existencia del Creador.
Así que como el hombre no logró ver a Dios por medio de la creación, Dios decidió, en su propósito eterno, revelarse por medio de la locura de la predicación. El hombre guiado por su propia sabiduría considera el Evangelio como una necedad, pero es por medio de escuchar este que puede llegar al conocimiento de Dios y así logrará ser salvado del castigo eterno.
Los judíos se caracterizaban por estar solicitando señales, ellos querían pruebas milagrosas, pero creían solo lo que les convenía, porque a pesar de haber visto pruebas indubitables hechas por Jesús y sus Enviados, aún no creían. Mientras tanto los griegos buscaban la sabiduría, se satisfacían en las huecas filosofías de sus grandes pensadores; pero vino Pablo, no enseñando nuevos pensamientos humanos, sino contándoles del sacrificio de Jesús en la cruz, algo que chocaba contra todo lo que ellos tenían como lógico en sus conceptos.
Este mensaje era la causa de caída para los judíos porque ellos esperaban un Mesías guerrero, uno que formara un ejército y derrotara a los romanos y los pusiera a ellos como gobernantes del mundo. Strong dice que la palabra skandalon que se usa aquí habla de una rama para trampa, de esas que se doblan y se les pone un cebo para que cuando el animal se acerca y toca el gatillo, la rama vuelva a su posición original y atrapa a la víctima. Así los judíos encontraban problema con Cristo porque ellos mantenían en su mente la imagen de David triunfando sobre sus enemigos y dándole forma a la tierra de Israel. Y cuando llegó Jesús hablando de amor y paz, para ellos fue un choque con lo que esperaban.
Para las naciones, es decir, los gentiles, esto era una necedad porque ellos se habían vuelto a las criaturas y abandonado al Creador y desconocían el Dios de amor.
Pero a los llamados, es decir, los cristianos, sin importar su procedencia; y aquí Pablo divide a la humanidad en dos: Cristianos y no cristianos. Los cristianos somos los salvos, mientras que los no cristianos son los que se pierden. Los judíos dividían al mundo entre judíos y gentiles, los romanos lo hacían entre romanos y bárbaros. El Ungido es poder de Dios y sabiduría de Dios. Todos quieren poder, los políticos se desesperan por ocupar un puesto público desde donde ejercitar el poder sobre los demás, ya sea para bien o para mal; los materialistas buscan poseer mucho dinero para controlar a los demás con sus caprichos y riquezas; los pentecostales y otros parecidos buscan poderes milagrosos para demostrar que ellos están respaldados por Dios, pero el único poder que disponemos los cristianos es el Evangelio que nos habla de Cristo y nos lleva directamente a Dios.
Luego usa Pablo una figura literaria para mencionar un imposible para hacer un contraste: “Porque lo necio de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres”, ya que Dios no tiene nada necio ni débil, pero el hombre sin Dios se considera superior a Dios cuando se niega a humillarse ante Él. El hombre considera que es creador de Dios, pero se olvida que Dios lo creó a él.
Pablo hace ahora una especie de conclusión, como diría un abogado, un por tanto. Después de haber estado hablando de la sabiduría del mundo, ahora dice: “Pero ustedes no son muy sabios según la sabiduría de los hombres”, no eran personas, la mayoría, con educación superior, ni gente con influencia, ni gente famosa. Al trabajar con clientes, siempre me han dejado admirado las personas que consideran que por poseer dinero, o un apellido con fama, tienen prioridad sobre los demás y llegan a uno con aire de superioridad exigiendo que se les de lo mejor y rápido. Más no es así con los creyentes en Corinto, aunque en la historia vemos que si se dio este triste espectáculo dentro de la Iglesia, y hoy sigue dándose. Y no es que no hubiese personas destacadas en la Iglesia del siglo I, pero eran los menos, y estas actuaban como los demás.
Hay quienes han llegado a pensar que la Iglesia y la salvación no son para los ricos, pero aunque es más difícil que una persona con dinero busque de Dios, ellos tienen tanta necesidad como los pobres, quienes, precisamente por su pobreza, son más inclinados a buscar la ayuda de Dios.
También hay quienes han llegado a creer que la Iglesia es un ente que debe manejar mucho dinero y que sus miembros, por ser “hijos de Dios” deben poseer riquezas materiales y estar siempre de primeros, citando el pasaje que dice: “Te pondrá el Señor, tu Dios, por cabeza y no por cola”[2]. Estos olvidan que la Iglesia es una organización sencilla cuyo fin debe ser adorar a Dios y atraer por medio del Evangelio a las almas perdidas. ¡Todas las organizaciones que se hacen llamar “la Iglesia” pero que viven en opulencia se han olvidado de la sencillez de Cristo!
Durante más de tres décadas he visto gente que se dice ser la Iglesia del Señor, pero se inflan cual pavos reales humillando a los demás, comportándose más como empresarios que como cristianos, seguidores del humilde carpintero de Nazaret.
Lo débil, lo necio, lo que el mundo desprecia, fue lo que Dios decidió usar para poner en vergüenza a lo que se cree sabio. Hay quienes me han dicho: “No es posible que sea tan fácil ser salvos, debe haber algo más”; pero están olvidando que fue Dios el que dispuso cuál, cómo y cuándo se pondría en operación el plan de salvación. La mente natural no puede aceptar que el Hijo de Dios se hubiese encarnado para venir a morir por estos miserables pecadores, y al hacer esto rechaza de plano la Voluntad de Dios, queriendo erguirse él mismo como dios.
“Las cosas que no son”, se refiere a las cosas que el mundo considera insignificantes. Estas son las herramientas de Dios, no el poder de Dios, solo las herramientas que Él utiliza para mostrarle al mundo su gloria.
Debe quedar en claro que el Evangelio no es producto de la invención de los hombres, en contraste con las religiones inventadas por los mercaderes de las almas, que lo que buscan es sacar provecho material del dolor ajeno.
Como fue Dios quien escogió, el hombre no puede jactarse, no puede enorgullecerse de nada, ya que no ha hecho nada en el plan de salvación. ¡Cuánto anhelamos la gloria de los hombres! Los artistas dicen: “Vivimos de los aplausos”, y hasta cierto punto es cierto, ellos alimentan su ego cada vez que la gente les aplaude, y curiosamente la palabra artista viene del griego jupokrités, que también se traduce “hipócrita”, que es una persona con doble cara, alguien que por salir ganando algo es capaz de actuar de una manera contraria a su naturaleza. Eso es lo que hacen los falsos religiosos, quienes presentan una cara ante la sociedad, pero la verdad es que su vida es muy diferente.
Solo por la misericordia de Dios es que nosotros podemos estar en Cristo; él es la única fuente de salvación, el hombre, aunque quiera, no puede encontrar la salvación por sí mismo. Todas las grandes cosas sabias que ha hecho el hombre son nada delante de Dios, y lo único que puede hacer el hombre para ser salvo es humillarse y obedecer a lo que dice el Evangelio.
Jesús, al proceder de Dios, es sabiduría, porque cumple el plan perfecto del Señor; él es el medio por el cual el hombre puede comprender el plan de salvación.
La rectitud o la justificación, como traducen otras versiones, es la única manera de poder presentarse delante de Dios, y esta se logra solo por medio de la muerte expiatoria de Jesús. Así, al convertirnos en cristianos, somos perdonados de nuestros pecados y somos justificados delante de Dios, y ya no se nos toma en cuenta ninguno de nuestros pecados.
Todos quieren ser salvos, pero quieren hacerlo a su manera. Dios no quiere que ninguno se pierda, pero como Él es justo, no puede hacerlo de la manera en que el hombre quiere, así que da una solución: Envía a su Hijo, sin pecado, para que muera por nosotros. ¡Esta es la sabiduría y la misericordia de Dios!
La santificación es el estado perfecto del cristiano, es donde él vive separado del mundo para gozar con Jesús cada día. El creyente fue liberado del peso del pecado, y viviendo cada día en santidad puede seguir en ese estado, de lo contrario corre el riesgo de caer de la gracia de Dios.
La liberación es el estado que necesita toda alma. Toda persona que no ha sido redimida por la sangre de Jesús se encuentra en esclavitud, no tiene derechos, no tiene opciones, no tiene voz ni voto sobre su vida. El precio para la liberación es de sangre, pero no cualquier sangre, solo la sangre del Cordero sin pecado puede redimir al pecador, ese fue el rescate.
Pablo parafrasea Jeremías 9.23-24 para dar a entender que el hombre no puede gloriarse para nada en sus obras, sino que solo puede hacerlo en la Obra que Dios hace en él. Todas las bendiciones vienen de parte de Dios, de ningún otro lugar, y por ello el hombre debe glorificarle constantemente.
En este momento, en nuestros ejemplares de la Biblia tenemos un cambio de capítulo, pero el “Y yo” nos engancha con lo que sigue, por lo que podemos suponer que la división está mal hecha.
Pablo no estaba de vacaciones en Corinto, él iba a esa ciudad con una misión: Porclamar el misterio de Dios. No iba con una nueva filosofía, ni con preparación humana. Si Pablo hubiese sido uno más de los tantos maestros de su tiempo se hubiera presentado con grandes muestras que impactaran a los oyentes que lo reconocerían como hombre sabio, pero él llegó sin mostrarse superior a ninguno, lo hizo con humildad.
No es que Pablo fuera un hombre inculto, al contrario, era un maestro con una educación excelente, pero él no llegó tratando de impresionar a nadie con su sabiduría. Él no presentó sus credenciales como predicador titulado, sino que lo que hizo fue predicar a Cristo.
El mensaje de Pablo se limitó a hablar del sacrificio de Cristo. He escuchado “predicas” en donde se tocan temas absurdos, políticos y humanistas. He visto a predicadores hablar durante más de media hora y no abrir ni citar la Biblia ni una sola vez, pero sin dejar de hablar. Pablo se limitó a proclamar lo que Jesús había hecho para salvarnos, el Evangelio puro.
Los maestros del siglo I, igual que los de hoy, se jactaban de su sabiduría y se presentaban con mucha ostentación, pero Pablo llegó a Corinto de manera humilde, con temor, porque sabía que él por sí solo no podía hacer nada, y es por eso que el mismo Señor debe reconfortarle en la noche[3].
Si bien es cierto que los predicadores deben prepararse para presentar de la mejor manera el mensaje, la eficacia de este no depende de esta preparación, sino de la Obra del Espíritu Santo. ¡Cómo me hacen reír los predicadores “internacionales” que se andan pavoneando como si fueran ellos los que convierten a las almas! En una ocasión, estando predicando una señora se me acercó a la tarima y al preguntarle qué necesitaba me dijo: “Quiero ser salva, necesito que me sumerjan en agua”. ¡Yo no había terminado de exponer mi discurso, pero el Señor ya había obrado en ella y en quince personas más que esa noche decidieron obedecer! No es el expositor, ni el bosquejo, ni los ademanes, ni el tono de la voz. ¡Es el mover del Espíritu Santo!
Cuando Pablo estuvo en Corinto se dieron manifestaciones milagrosas, y estas tenían un propósito: “para que la fe de ustedes no sea en sabiduría de hombres, sino en poder de Dios”, ellos necesitaban de esto para ser convertidos, pero llegó un momento en que los milagros acabaron porque ya se había demostrado que el Evangelio procedía de Dios. El día de hoy nuestra fe se basa también en el poder de Dios, pero no porque tengamos manifestaciones milagrosas, sino porque lo podemos leer en las Escrituras. Si creemos que la Biblia es la Palabra de Dios sabemos que ella no miente, por lo que no nos será difícil aceptar que todos los milagros que se dieron en los tiempos bíblicos son verdaderos y estos nos deben convencer del poder de Dios. ¡No necesitamos ver demostraciones nuevas!
Si bien es cierto que la predicación de Pablo no estaba sazonada con la sabiduría de los hombres, si lo estaba con la sabiduría de Dios, la cual no pueden entender todos, sino los que están llenos de esa misma sabiduría, los santos y los que buscan la santidad, lo que tienen hambre espiritual, no como la sabiduría de los griegos, que andaban de día en día buscando escuchar novedades vanas.
Contrario a la sabiduría de los hombres que podía ser puesta en duda y rebatida, la sabiduría que predicaba Pablo tiene como fuente al mismo Dios, la sabiduría que era un misterio para los hombres pero que ahora se revelaba por medio del Evangelio.
Usa Pablo aquí al decir “la sabiduría escondida”, un tiempo perfecto del participio que viene a significar que aunque había estado escondida a los hombres, ahora ya se había dado a conocer, pero no por medios humanos, sino porque Dios, desde antes de la fundación del mundo, siendo Omnisciente, la predeterminó para ese tiempo, y cosa curiosa, dice que es para nuestra gloria, porque es por medio de esta sabiduría, por el conocimiento del Evangelio, que nosotros podemos alcanzar la salvación.
Pablo se refiera, al hablar de los gobernantes de este tiempo, a los sacerdotes judíos, quienes rechazaron la verdad del Evangelio, y quienes se negaron a aceptar a Jesús como el Mesías, y por ello decidieron asesinarle.
Pablo hace una paráfrasis de Isaías 64.4 y 65.17 para hacer notar que a pesar de toda la sabiduría del hombre, este no es capaz de descubrir las verdades de Dios si Él no se las revela.
Dios quiso declararnos su sabiduría escondida por medio del Espíritu Santo, una de las tres personas de la Deidad, que tiene la capacidad para investigar, escudriñar, revelar; capacidades que solo puede tener un ente, mientras que una fuerza no las tiene.
El Espíritu Santo nos revela lo profundo de Dios, es decir, lo que hay en el corazón del Señor. El espíritu es quien conoce las cosas más profundas de nuestro ser. Si pensamos algo, pero no lo comunicamos a los demás, nadie lo sabrá; de la misma manera, si Dios no comunica Su Voluntad, nadie puede conocerla. Eso es prueba de que el Evangelio es Obra del Espíritu Santo, quien nos reveló los misterios de Dios, ya que el hombre, por sí solo, no es suficientemente capaz de entender esta sabiduría.
El espíritu del mundo no se refiere a un espíritu inmundo, sino más bien a la mentalidad humana común. La guía de los Enviados era el Espíritu Santo, no alguna enseñanza recibida en una escuela.
El Espíritu que viene de Dios es el Espíritu Santo, quien guía a los cristianos para que hagamos la Voluntad del Padre, las cosas que Él nos da por su gracia, es decir, porque a Dios le ha placido, es decir, el Evangelio, que es lo que enseñaron los Enviados, quienes lo recibieron directamente del Espíritu.
Aunque todo juicio ha sido dado al Señor y los hombres no debemos emitir juicios, si se nos pone a juzgar lo espiritual con lo espiritual, es decir, debemos analizar que las cosas del mundo no vayan a mezclarse con lo espiritual. Ese es uno de los grandes problemas de lo que se ha llamado la “cristiandad”, porque en lugar de acomodar las cosas espirituales con las espirituales, han hecho mezclas que afectaron a todo el mundo religioso, de tal forma que ya no hay un límite entre lo espiritual y lo que no lo es, y entonces nos encontramos a hombres que supuestamente debieran estar en los púlpitos sentados en escaños políticos y ocupando puestos públicos, pensando que esa es su misión.
El hombre “físico” o como dice en la mayoría de las versiones, “natural”, es el que razona de acuerdo a sus cinco sentidos, no puede recibir las cosas del Espíritu porque todo lo mide de acuerdo a lo material, así que puede desechar las cosas espirituales porque las considera tontería, mientras que gasta sus fuerzas y dinero en la búsqueda de ovnis, pies grande, etc. Él no puede entender las cosas del Espíritu porque estas solo se comprenden por medio de la revelación de Dios, no por conocimiento intelectual y el hombre físico ha cerrado sus “sentidos” espirituales a la voz de Dios.
A diferencia del hombre físico encontramos al espiritual, quien escudriña, estudia todas las cosas, porque busca la mano de Dios en todo y se complace en eso, así se puede admirar de la anatomía de una pequeña hormiga como de la constitución de los astros en el universo. Por estas cosas, él no puede ser juzgado por nadie, sino solo por Dios.
“Porque”, después de lo que se ha dicho viene un razonamiento haciendo dos preguntas: “¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le guiará?” Antes se había dicho que solo el Espíritu podía examinar la mente de Dios, así que solo el Espíritu Santo conoce el plan de Dios. Ahora bien, Dios se ha revelado al hombre por medio del Evangelio, así que el hombre natural no puede juzgar al espiritual porque este lo que busca es obedecer la Palabra de Dios.
Lastimosamente el hombre actual se ha levantado como su propio dios, glorificando sus propias obras y rechazando la Voz de Dios. Por el contrario, los cristianos buscamos comprender la Voluntad de Dios y obedecerla, por eso podemos decir que tenemos la mente de Dios.
[1] Isaías 29.14.
[2] Deuteronomio 28.13. Jünemann.
[3] Hechos 18.9-10.