Los pastores, administradores de Dios
A. Las funciones del verdadero
ministro.
Wilfredo Calderón habla de un cuadrilátero ministerial como algo indispensable para la Iglesia de hoy. Bueno, de hecho no es una idea original de Calderón. La Biblia presenta en 1 Timoteo 3 y en Tito 1 los requisitos para ser obispo, anciano o pastor, como usted quiera llamarle.
“De verdad les digo: Si alguno desea ser obispo, un trabajo honroso desea. Es necesario que el obispo sea intachable, que tenga una sola esposa, prudente, que se domine a sí mismo, ordenado, que ame a los demás, que sea un maestro, que no sea un borracho, ni buscapleitos, ni codicioso, sino gentil, pacífico, sin avaricia, que dirija bien su casa, teniendo hijos obedientes y honestos, porque si alguien no sabe cuidar su casa, ¿cómo puede cuidar la iglesia de Dios? No un novato que se pueda llenar de orgullo y ser atrapado en la condenación de Satanás. Es necesario que tenga un buen concepto de los de fuera, a fin de que no caiga en descrédito y en la trampa del diablo”[1].
Tito dice algo similar, por lo que nos ocuparemos en este pasaje para ver las características que no debe tener solo el pastor, estas deben acompañar a todo cristiano, pero especialmente a los administradores. “Desarmemos” el pasaje:
1. Intachable.
Alguien de quien no se puede hablar ninguna cosa negativa. No estamos hablando de alguien que no cometa ningún error, sino de una persona que no es considerada invivible, alguien de quien muchos se quejan. Estamos conscientes de que habrá siempre personas que nos critiquen por alguna cosa de nuestra vida, especialmente hablan de los pastores, pero que estas acusaciones no sean ciertas.
2. Fiel.
En primer lugar, fiel al Señor, pero también a la Iglesia, a su esposa y a su familia.
3. Prudente.
No alguien que hable o actúe sin pensar.
4. Auto dominado.
Que sepa limitarse, que no busque las deudas ni los problemas.
5. Ordenado.
No alguien que de mal aspecto, ni en su hablar, vestir, andar, etc.
6. Amoroso.
No tan solo con su familia, sino con todos los miembros de la congregación.
7. Maestro.
Que sepa enseñar, sin exasperarse.
8. Sobrio.
No alguien que por cualquier cosa caiga en estado de pánico.
9. Pacífico.
No un busca pleitos.
10. Honrado.
Alguien en quien se pueda confiar, sabiendo que responderá bien.
11. Gentil.
Amigable, que tenga buen testimonio.
12. Generoso.
No un avaro.
13. Buen administrador.
No alguien que siempre esté buscando prestado porque no le alcanza su salario.
14. Veterano.
Que sea alguien que ha batallado en los caminos de la fe. No un principiante.
15. De buen testimonio.
Casi es el mismo requisito que el primero. Que incluso los inconversos hablen bien de él.
Calderón lo resume en un cuadrilátero porque bien podemos poner estos 15 puntos en cuatro categorías:
1. Predicador: Prudente, Auto dominado, Pacífico.
2. Educador: Maestro.
3. Pastor: Amoroso, Sobrio, Gentil, Generoso.
4. Administrador: Intachable, Fiel, Ordenado, Honrado, Bueno, Veterano, De buen testimonio.
Como vemos, los verdaderos ministros entonces, deben cumplir todos estos requisitos. O ¿acaso aceptaríamos ser operados por un médico que falló en alguna de sus clases por más sencilla que esta sea?
Ya pasó el tiempo en que se creía que la Iglesia era un sitio en donde se acudía el día domingo para escuchar un sermón para recargar “baterías” para hacerle frente a la semana que venía. Así como pasó la época en que se tomaba a la Iglesia en un sitio en donde los cristianos acudían a que se les diera una “ayudita” para salir adelante.
Si seguimos la idea de Calderón, debemos aceptar en la cuádruple función de la Iglesia. Es decir, los cristianos debemos dedicarnos a:
1. Predicar:
a. “Predicar el Evangelio es exponer cada doctrina contenida en la Palabra de Dios, y dar a cada verdad su propia importancia”[2]. Es posible que las personas prediquen solo una parte del Evangelio. Algunos se limitan a anunciar tan solo una doctrina, así conozco a muchos, que pareciera que se quedaron pegados en una enseñanza y no pueden tocar más temas. Fui miembro en una congregación en donde se enseñaba que la mujer no debía usar pantalones; después de cerca de diez años de haber salido de ahí, una noche quise visitarles y el predicador comenzó hablando sobre la levadura de los fariseos, fueron unos seis o siete minutos muy interesantes, pero después cambió el tema para dirigirse a las mujeres y hablar contra el uso de los pantalones. ¡25 minutos hablando sobre esto!
No vamos a decir que un predicador que hable de los milagros de Jesús no está predicando el Evangelio. Ahí vamos a encontrarlos. Pero cuando aquel predicador solo habla de esto, aunque lo podemos considerar como ministro del evangelio, ¡no está predicando el evangelio completo!
Algunos hay que se niegan a predicar ciertas verdades bíblicas de manera intencional. ¡Esto es arrogancia! Cuando el Señor nos envía a predicar el Evangelio lo hace con la finalidad de que los pecadores escuchen las buenas nuevas de salvación, pero también la predicación tiene como finalidad animar, exhortar y edificar al pueblo de Dios. Si Dios dice: “¡Consolad, consolad a mi pueblo!”[3], si la elección consuela al pueblo de Dios, entonces debo de predicarla.
¿Debemos los predicadores hablar acerca del amor tan inmenso de Dios que nos tiene preparado un Cielo en donde pasaremos la eternidad, pero callaremos de ese mismo amor que hizo que creara un infierno para que los malvados pasen esa misma eternidad? Lo mismo podemos hablar de muchas otras enseñanzas. Algunos han considerado que hay cosas que el resto del pueblo no debe conocer y que debe quedar tan solo en el conocimiento de los teólogos, pero, ¿cómo podemos saber qué enseñanzas son buenas para el grueso de la Iglesia y cuáles no puede asimilar? ¿Quién nos ha autorizado para algo semejante? ¿Acaso no es esta una de las críticas que le hemos hecho a la Iglesia Católica? Todo lo que está escrito en la Biblia debe ser parte del conocimiento del pueblo. Ninguna verdad debe ser ocultada.
Hay grupos denominacionales que se han limitado a hablar solo de unos cuantos tópicos, y lo vemos constantemente en los tele-evangelistas, que solo pueden hablar de la doctrina de la prosperidad. ¿No habla la Biblia de los pobres? ¿Acaso no encontramos en la Biblia que en ciertas oportunidades los cristianos nos enfermamos sin necesidad de haber pecado? Si usted quisiera aventurarse a entrar en sus congregaciones, no escuchará otra cosa que no sea alrededor de este tópico y si usted hablara de otro asunto, sería considerado como una persona de fe débil o incluso hereje. Ellos se han aislado y cualquiera que enseñe algo diferente a lo que ellos dicen está errado. Si es así, digamos con Spurgeon: “¡Dios bendiga a los herejes! Señor, ¡envíanos más herejes!”[4]
Cualquier enseñanza que deba predicarse, llámenla con el nombre que quieran, la Biblia, toda la Biblia y nada mas que la Biblia, es la norma del verdadero cristiano. Estamos conscientes de que es imposible que alguien hable toda la verdad en un solo discurso, ya que es verdad que Noé fue salvado en un arca del diluvio, y es verdad que David pecó con Betsabé, así como es verdad que Jeremías fue encarcelado y que Jesús murió y resucitó; pero no vamos a predicar de todas estas verdades en el mismo momento, pero lo que decimos debe estar de acuerdo al relato o la enseñanza bíblica y que en diferentes oportunidades que nos escuchen, podamos hablar de las diferentes verdades que hayamos en las Escrituras. Pero no nos neguemos a hablar de toda la verdad del Evangelio. El que quiera predicar el Evangelio debe de predicar todo el Evangelio. Quien quiera ser considerado un ministro fiel, no debe hacer a un lado ningún aspecto del Evangelio.
b. Predicar el Evangelio es exaltar a Jesucristo. Esta es la mejor definición que podemos dar acerca de predicar. Pero muchos cristianos, incluso predicadores de años, no comprenden lo que es el Evangelio. Es tan frecuente encontrar gente acongojada con sus problemas y que buscan la ayuda en los siervos de Dios para recibir tan solo el consejo de ir a casa y dedicarse a orar, o leer la Biblia, o asistir al culto, pero no se les enseña el Evangelio de salvación. No estoy diciendo que orar, o leer la Biblia o asistir al culto sean cosas malas o incorrectas, pero que triste es encontrar con que los siervos de Dios no sepan cómo utilizar el Evangelio. Las personas, en primer lugar, necesitan obtener la salvación, luego necesitan nuestra oración y el consejo de la Palabra, y después, necesitan del actuar de los demás cristianos, cuando es necesario, para salir de sus problemas.
c. Predicar el Evangelio es dar a los diferentes tipos de personas lo que requieren. Y podemos estar seguros que lo primero que las personas requieren es la Palabra de Dios que le dice: “No temas”. El pecador no arrepentido necesita escuchar el mensaje que le dice que a pesar de estar perdido, hay una manera en que puede salvarse, por medio de Jesucristo; pero además, el cristiano debe escuchar el consuelo del Señor. Así que no podemos pensar que el único lugar en donde debemos predicar es en los edificios de la Iglesia, sino incluso, sobre una tumba en un cementerio.
Cada persona debe de recibir lo suyo. El que predica únicamente a los cristianos y no a los perdidos, no predica el Evangelio completo; el que predica únicamente a los pecadores y no a los cristianos, no predica el Evangelio completo.
d. “Predicar el Evangelio no es predicar ciertas verdades acerca del Evangelio, no es predicar acerca de la gente, sino predicar a la gente” [5]. Cuando hablamos del Evangelio, lo hacemos no basándonos en nuestro conocimiento, sino con el poder del Espíritu Santo. Al predicar, derramamos nuestro corazón delante de los hombres para hacerles ver el amor de Dios, es hablar con una lengua que es abrazada con las verdades de la Palabra y que nos urge comunicar para que los hombres se vuelvan a Dios, ya que de lo contrario, seríamos consumidos nosotros mismos.
2. Educar:
Gabriel Celaya escribió un lindo poema que dice:
"Educar es lo mismo
que poner un motor a una barca...
hay que medir, pensar, equilibrar...
... y poner todo en marcha.
Pero para eso,
uno tiene que llevar en el alma
un poco de marino...
un poco de pirata...
un poco de poeta...
y un kilo y medio de paciencia concentrada.
Pero es consolador soñar
mientras uno trabaja,
que ese barco, ese niño
irá muy lejos por el agua.
Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia puertos distantes, hacia islas lejanas.
Soñar que cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos seguirá
nuestra bandera enarbolada”[6].
Lo que conocemos como “La Gran Comisión” es un pasaje que está cargado de enseñanza y para ir a impartir enseñanza: “Viajen por el mundo, enseñen a la gente, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles que hagan todas las cosas que les mandé a ustedes, y yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo”[7]. La orden era la de impartir enseñanza de todas las cosas que Cristo había mandado. Por eso también uno de los requisitos para los pastores es que sean personas capacitadas en la enseñanza[8].
3. Pastorear:
En los inicios de nuestra cultura es demasiado persistente la imagen de un hombre apacentando hombres, como para concluirla sin más como una metáfora. Algo más hay. Homero llama a los reyes Poiménes laón, pastores de pueblos. Es posible que poimén = pastor, proceda de póimne = rebaño; es decir que primero fue el rebaño que el pastor. Si no hubiese habido rebaño, no habría habido pastor. Es posible incluso que el sustantivo Poiménes haya derivado del verbo poimáino = apacentar, ser pastor, en pasiva, ser apacentado. Es el rebaño el que hace al pastor, no el pastor al rebaño. ¿A dónde nos lleva esto? A la conclusión de que el hombre estaba organizado ya en rebaños antes de que le sobreviniese un pastor.
Admitamos incluso que el pastor es en origen un producto natural del rebaño, es decir que todo rebaño cría un pastor.[9]
La figura bíblica del pastor, nace de la observación y la experiencia. Durante mucho tiempo, Israel fue un pueblo de pastores, y los textos del Antiguo Testamento confirman la tradición de la época de los patriarcas y de las generaciones sucesivas. El pastor, que cuida atentamente el rebaño y lo conduce a fértiles praderas, se ha convertido en la imagen del hombre que guía y está al frente de una nación, siempre solícito de lo que le atañe. Así se representa al pastor de Israel en el Antiguo Testamento.
En su predicación, Jesús recurre a esa imagen, pero introduce un elemento del todo nuevo: Pastor es el que da la vida por sus ovejas[10]. Atribuye esta característica al pastor bueno, distinguiéndolo de quien, por el contrario, es un asalariado y, por tanto, no se preocupa por su rebaño. Más aún, se presenta a sí mismo como el prototipo del buen pastor, capaz de dar la vida por su rebaño. El Padre lo mandó al mundo no solo para que fuera el pastor de Israel, sino también de la humanidad entera.[11]
Pastorear es alimentar, confortar, guiar, acompañar y “ungir”. Esto último lo hace el pastor, porque su cuerno está lleno de aceite.[12]
Pastorear es quizá la función más noble que alguien pueda hacer. El pastor toma sobre sus hombros la gran responsabilidad no solo de dar un sermón cada domingo, sino que adopta una posición paternal hacia las personas que conforman su congregación. Él es quien debe preocuparse por el bienestar, especialmente espiritual, de sus “ovejas”.
4. Administrar:
La iglesia tiene no solo la función de ser el punto de reunión de los salvos, sino también la de ganar a los perdidos para Cristo. El ministro de Dios debe saber administrar entonces las herramientas adquiridas para suplir la enseñanza, la consolidación de los cristianos recién convertidos, etc. Pero no solo la administración de los asuntos espirituales, sino de los materiales y de organización.
B. Tipos de Gobierno en la Iglesia.
Mucho cansa ya el escuchar a los miembros de las Iglesia que aseguran que ellos no tienen más que un gobierno teocrático. Es verdad que la Iglesia es gobernada por el Señor, pero en cuanto a la administración es necesario definir bajo que régimen de gobierno se regirá la congregación de la que somos miembros. A saber hay tres tipos:
1. Congregacional:
La forma Congregacional de gobierno eclesiástico tomó gran simpatía en las iglesias de Norteamérica ya que apela a nuestro sentido de la democracia. Básicamente, la asamblea general decide todo en estas congregaciones, votando sobre asuntos de importancia y asignando comités de entre sus miembros para llevar a cabo la operación cotidiana de la Iglesia. La congregación vota para nombrar a sus pastores, acerca de cómo gastar el dinero, y sobre cualquier otra cosa de importancia. Aunque a la gente democrática les gusta esta idea, la forma Congregacional de gobierno eclesiástico a menudo termina, en el mejor de los casos, causando que los pastores sean dirigidos, y reduciendo a los pastores a hacer lo que dice el miembro más influyente en la congregación. La base escritural para este tipo de gobierno lo encontramos en Mateo 18.17, 27; Hechos 1.26; 6.3-6; 20.7; 1 Corintios 16.2; 2 Corintios 3.1; Filipenses 1.1; 1 Timoteo 5.9; Hebreos 10.25.
2. Presbiteriano:
La forma presbiteriana de gobierno eclesiástico, es aquel en que la congregación es gobernada por una jerarquía que puede llamarse de diferentes maneras. Básicamente, hay un obispo, o alguien de carácter similar aunque llamado por otro título, que supervisa a la congregación, escoge pastores para los púlpitos, determina política, y guía la visión de la congregación.
3. Episcopal:
En la forma de gobierno episcopal, la Iglesia es dirigida por obispos o supervisores. En ocasiones, estos obispos forman consejos y eligen un obispo que preside sobre los otros. La base escritural para este tipo de gobierno lo encontramos en Hechos 15.36, 41; 1 Corintios 16.1-2; 5.3-5; 11.23-26; Tito 1.5.[13]
[1] 1 Timoteo 3.1-7.
[2] Spurgeon, Charles Haddon. Predicar el Evangelio. Sermón predicado el domingo 5 de agosto, 1855 en la Capilla New Park Street. www.spurgeon.com.
[3] Isaías 40.1.
[4] Spurgeon. Op. Cit.
[5] Ibid.
[6] Celaya, Gabriel. www.revistainfancia.org
[7] Mateo 28.19-20.
[8] 1 Timoteo 3.2.
[9] Mariano Arnal. Pastor. www.elalmanaque.com
[10] Juan 10.11-18.
[11] Juan Pablo II. El Buen Pastor. www.vatican.va. 1998.
[12] Calderón, Wilfredo. Op. Cit. P. 17.
[13] Jiménez, Pablo. El Gobierno en la Iglesia Cristiana. www.obrahispana.org
Wilfredo Calderón habla de un cuadrilátero ministerial como algo indispensable para la Iglesia de hoy. Bueno, de hecho no es una idea original de Calderón. La Biblia presenta en 1 Timoteo 3 y en Tito 1 los requisitos para ser obispo, anciano o pastor, como usted quiera llamarle.
“De verdad les digo: Si alguno desea ser obispo, un trabajo honroso desea. Es necesario que el obispo sea intachable, que tenga una sola esposa, prudente, que se domine a sí mismo, ordenado, que ame a los demás, que sea un maestro, que no sea un borracho, ni buscapleitos, ni codicioso, sino gentil, pacífico, sin avaricia, que dirija bien su casa, teniendo hijos obedientes y honestos, porque si alguien no sabe cuidar su casa, ¿cómo puede cuidar la iglesia de Dios? No un novato que se pueda llenar de orgullo y ser atrapado en la condenación de Satanás. Es necesario que tenga un buen concepto de los de fuera, a fin de que no caiga en descrédito y en la trampa del diablo”[1].
Tito dice algo similar, por lo que nos ocuparemos en este pasaje para ver las características que no debe tener solo el pastor, estas deben acompañar a todo cristiano, pero especialmente a los administradores. “Desarmemos” el pasaje:
1. Intachable.
Alguien de quien no se puede hablar ninguna cosa negativa. No estamos hablando de alguien que no cometa ningún error, sino de una persona que no es considerada invivible, alguien de quien muchos se quejan. Estamos conscientes de que habrá siempre personas que nos critiquen por alguna cosa de nuestra vida, especialmente hablan de los pastores, pero que estas acusaciones no sean ciertas.
2. Fiel.
En primer lugar, fiel al Señor, pero también a la Iglesia, a su esposa y a su familia.
3. Prudente.
No alguien que hable o actúe sin pensar.
4. Auto dominado.
Que sepa limitarse, que no busque las deudas ni los problemas.
5. Ordenado.
No alguien que de mal aspecto, ni en su hablar, vestir, andar, etc.
6. Amoroso.
No tan solo con su familia, sino con todos los miembros de la congregación.
7. Maestro.
Que sepa enseñar, sin exasperarse.
8. Sobrio.
No alguien que por cualquier cosa caiga en estado de pánico.
9. Pacífico.
No un busca pleitos.
10. Honrado.
Alguien en quien se pueda confiar, sabiendo que responderá bien.
11. Gentil.
Amigable, que tenga buen testimonio.
12. Generoso.
No un avaro.
13. Buen administrador.
No alguien que siempre esté buscando prestado porque no le alcanza su salario.
14. Veterano.
Que sea alguien que ha batallado en los caminos de la fe. No un principiante.
15. De buen testimonio.
Casi es el mismo requisito que el primero. Que incluso los inconversos hablen bien de él.
Calderón lo resume en un cuadrilátero porque bien podemos poner estos 15 puntos en cuatro categorías:
1. Predicador: Prudente, Auto dominado, Pacífico.
2. Educador: Maestro.
3. Pastor: Amoroso, Sobrio, Gentil, Generoso.
4. Administrador: Intachable, Fiel, Ordenado, Honrado, Bueno, Veterano, De buen testimonio.
Como vemos, los verdaderos ministros entonces, deben cumplir todos estos requisitos. O ¿acaso aceptaríamos ser operados por un médico que falló en alguna de sus clases por más sencilla que esta sea?
Ya pasó el tiempo en que se creía que la Iglesia era un sitio en donde se acudía el día domingo para escuchar un sermón para recargar “baterías” para hacerle frente a la semana que venía. Así como pasó la época en que se tomaba a la Iglesia en un sitio en donde los cristianos acudían a que se les diera una “ayudita” para salir adelante.
Si seguimos la idea de Calderón, debemos aceptar en la cuádruple función de la Iglesia. Es decir, los cristianos debemos dedicarnos a:
1. Predicar:
a. “Predicar el Evangelio es exponer cada doctrina contenida en la Palabra de Dios, y dar a cada verdad su propia importancia”[2]. Es posible que las personas prediquen solo una parte del Evangelio. Algunos se limitan a anunciar tan solo una doctrina, así conozco a muchos, que pareciera que se quedaron pegados en una enseñanza y no pueden tocar más temas. Fui miembro en una congregación en donde se enseñaba que la mujer no debía usar pantalones; después de cerca de diez años de haber salido de ahí, una noche quise visitarles y el predicador comenzó hablando sobre la levadura de los fariseos, fueron unos seis o siete minutos muy interesantes, pero después cambió el tema para dirigirse a las mujeres y hablar contra el uso de los pantalones. ¡25 minutos hablando sobre esto!
No vamos a decir que un predicador que hable de los milagros de Jesús no está predicando el Evangelio. Ahí vamos a encontrarlos. Pero cuando aquel predicador solo habla de esto, aunque lo podemos considerar como ministro del evangelio, ¡no está predicando el evangelio completo!
Algunos hay que se niegan a predicar ciertas verdades bíblicas de manera intencional. ¡Esto es arrogancia! Cuando el Señor nos envía a predicar el Evangelio lo hace con la finalidad de que los pecadores escuchen las buenas nuevas de salvación, pero también la predicación tiene como finalidad animar, exhortar y edificar al pueblo de Dios. Si Dios dice: “¡Consolad, consolad a mi pueblo!”[3], si la elección consuela al pueblo de Dios, entonces debo de predicarla.
¿Debemos los predicadores hablar acerca del amor tan inmenso de Dios que nos tiene preparado un Cielo en donde pasaremos la eternidad, pero callaremos de ese mismo amor que hizo que creara un infierno para que los malvados pasen esa misma eternidad? Lo mismo podemos hablar de muchas otras enseñanzas. Algunos han considerado que hay cosas que el resto del pueblo no debe conocer y que debe quedar tan solo en el conocimiento de los teólogos, pero, ¿cómo podemos saber qué enseñanzas son buenas para el grueso de la Iglesia y cuáles no puede asimilar? ¿Quién nos ha autorizado para algo semejante? ¿Acaso no es esta una de las críticas que le hemos hecho a la Iglesia Católica? Todo lo que está escrito en la Biblia debe ser parte del conocimiento del pueblo. Ninguna verdad debe ser ocultada.
Hay grupos denominacionales que se han limitado a hablar solo de unos cuantos tópicos, y lo vemos constantemente en los tele-evangelistas, que solo pueden hablar de la doctrina de la prosperidad. ¿No habla la Biblia de los pobres? ¿Acaso no encontramos en la Biblia que en ciertas oportunidades los cristianos nos enfermamos sin necesidad de haber pecado? Si usted quisiera aventurarse a entrar en sus congregaciones, no escuchará otra cosa que no sea alrededor de este tópico y si usted hablara de otro asunto, sería considerado como una persona de fe débil o incluso hereje. Ellos se han aislado y cualquiera que enseñe algo diferente a lo que ellos dicen está errado. Si es así, digamos con Spurgeon: “¡Dios bendiga a los herejes! Señor, ¡envíanos más herejes!”[4]
Cualquier enseñanza que deba predicarse, llámenla con el nombre que quieran, la Biblia, toda la Biblia y nada mas que la Biblia, es la norma del verdadero cristiano. Estamos conscientes de que es imposible que alguien hable toda la verdad en un solo discurso, ya que es verdad que Noé fue salvado en un arca del diluvio, y es verdad que David pecó con Betsabé, así como es verdad que Jeremías fue encarcelado y que Jesús murió y resucitó; pero no vamos a predicar de todas estas verdades en el mismo momento, pero lo que decimos debe estar de acuerdo al relato o la enseñanza bíblica y que en diferentes oportunidades que nos escuchen, podamos hablar de las diferentes verdades que hayamos en las Escrituras. Pero no nos neguemos a hablar de toda la verdad del Evangelio. El que quiera predicar el Evangelio debe de predicar todo el Evangelio. Quien quiera ser considerado un ministro fiel, no debe hacer a un lado ningún aspecto del Evangelio.
b. Predicar el Evangelio es exaltar a Jesucristo. Esta es la mejor definición que podemos dar acerca de predicar. Pero muchos cristianos, incluso predicadores de años, no comprenden lo que es el Evangelio. Es tan frecuente encontrar gente acongojada con sus problemas y que buscan la ayuda en los siervos de Dios para recibir tan solo el consejo de ir a casa y dedicarse a orar, o leer la Biblia, o asistir al culto, pero no se les enseña el Evangelio de salvación. No estoy diciendo que orar, o leer la Biblia o asistir al culto sean cosas malas o incorrectas, pero que triste es encontrar con que los siervos de Dios no sepan cómo utilizar el Evangelio. Las personas, en primer lugar, necesitan obtener la salvación, luego necesitan nuestra oración y el consejo de la Palabra, y después, necesitan del actuar de los demás cristianos, cuando es necesario, para salir de sus problemas.
c. Predicar el Evangelio es dar a los diferentes tipos de personas lo que requieren. Y podemos estar seguros que lo primero que las personas requieren es la Palabra de Dios que le dice: “No temas”. El pecador no arrepentido necesita escuchar el mensaje que le dice que a pesar de estar perdido, hay una manera en que puede salvarse, por medio de Jesucristo; pero además, el cristiano debe escuchar el consuelo del Señor. Así que no podemos pensar que el único lugar en donde debemos predicar es en los edificios de la Iglesia, sino incluso, sobre una tumba en un cementerio.
Cada persona debe de recibir lo suyo. El que predica únicamente a los cristianos y no a los perdidos, no predica el Evangelio completo; el que predica únicamente a los pecadores y no a los cristianos, no predica el Evangelio completo.
d. “Predicar el Evangelio no es predicar ciertas verdades acerca del Evangelio, no es predicar acerca de la gente, sino predicar a la gente” [5]. Cuando hablamos del Evangelio, lo hacemos no basándonos en nuestro conocimiento, sino con el poder del Espíritu Santo. Al predicar, derramamos nuestro corazón delante de los hombres para hacerles ver el amor de Dios, es hablar con una lengua que es abrazada con las verdades de la Palabra y que nos urge comunicar para que los hombres se vuelvan a Dios, ya que de lo contrario, seríamos consumidos nosotros mismos.
2. Educar:
Gabriel Celaya escribió un lindo poema que dice:
"Educar es lo mismo
que poner un motor a una barca...
hay que medir, pensar, equilibrar...
... y poner todo en marcha.
Pero para eso,
uno tiene que llevar en el alma
un poco de marino...
un poco de pirata...
un poco de poeta...
y un kilo y medio de paciencia concentrada.
Pero es consolador soñar
mientras uno trabaja,
que ese barco, ese niño
irá muy lejos por el agua.
Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia puertos distantes, hacia islas lejanas.
Soñar que cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos seguirá
nuestra bandera enarbolada”[6].
Lo que conocemos como “La Gran Comisión” es un pasaje que está cargado de enseñanza y para ir a impartir enseñanza: “Viajen por el mundo, enseñen a la gente, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles que hagan todas las cosas que les mandé a ustedes, y yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo”[7]. La orden era la de impartir enseñanza de todas las cosas que Cristo había mandado. Por eso también uno de los requisitos para los pastores es que sean personas capacitadas en la enseñanza[8].
3. Pastorear:
En los inicios de nuestra cultura es demasiado persistente la imagen de un hombre apacentando hombres, como para concluirla sin más como una metáfora. Algo más hay. Homero llama a los reyes Poiménes laón, pastores de pueblos. Es posible que poimén = pastor, proceda de póimne = rebaño; es decir que primero fue el rebaño que el pastor. Si no hubiese habido rebaño, no habría habido pastor. Es posible incluso que el sustantivo Poiménes haya derivado del verbo poimáino = apacentar, ser pastor, en pasiva, ser apacentado. Es el rebaño el que hace al pastor, no el pastor al rebaño. ¿A dónde nos lleva esto? A la conclusión de que el hombre estaba organizado ya en rebaños antes de que le sobreviniese un pastor.
Admitamos incluso que el pastor es en origen un producto natural del rebaño, es decir que todo rebaño cría un pastor.[9]
La figura bíblica del pastor, nace de la observación y la experiencia. Durante mucho tiempo, Israel fue un pueblo de pastores, y los textos del Antiguo Testamento confirman la tradición de la época de los patriarcas y de las generaciones sucesivas. El pastor, que cuida atentamente el rebaño y lo conduce a fértiles praderas, se ha convertido en la imagen del hombre que guía y está al frente de una nación, siempre solícito de lo que le atañe. Así se representa al pastor de Israel en el Antiguo Testamento.
En su predicación, Jesús recurre a esa imagen, pero introduce un elemento del todo nuevo: Pastor es el que da la vida por sus ovejas[10]. Atribuye esta característica al pastor bueno, distinguiéndolo de quien, por el contrario, es un asalariado y, por tanto, no se preocupa por su rebaño. Más aún, se presenta a sí mismo como el prototipo del buen pastor, capaz de dar la vida por su rebaño. El Padre lo mandó al mundo no solo para que fuera el pastor de Israel, sino también de la humanidad entera.[11]
Pastorear es alimentar, confortar, guiar, acompañar y “ungir”. Esto último lo hace el pastor, porque su cuerno está lleno de aceite.[12]
Pastorear es quizá la función más noble que alguien pueda hacer. El pastor toma sobre sus hombros la gran responsabilidad no solo de dar un sermón cada domingo, sino que adopta una posición paternal hacia las personas que conforman su congregación. Él es quien debe preocuparse por el bienestar, especialmente espiritual, de sus “ovejas”.
4. Administrar:
La iglesia tiene no solo la función de ser el punto de reunión de los salvos, sino también la de ganar a los perdidos para Cristo. El ministro de Dios debe saber administrar entonces las herramientas adquiridas para suplir la enseñanza, la consolidación de los cristianos recién convertidos, etc. Pero no solo la administración de los asuntos espirituales, sino de los materiales y de organización.
B. Tipos de Gobierno en la Iglesia.
Mucho cansa ya el escuchar a los miembros de las Iglesia que aseguran que ellos no tienen más que un gobierno teocrático. Es verdad que la Iglesia es gobernada por el Señor, pero en cuanto a la administración es necesario definir bajo que régimen de gobierno se regirá la congregación de la que somos miembros. A saber hay tres tipos:
1. Congregacional:
La forma Congregacional de gobierno eclesiástico tomó gran simpatía en las iglesias de Norteamérica ya que apela a nuestro sentido de la democracia. Básicamente, la asamblea general decide todo en estas congregaciones, votando sobre asuntos de importancia y asignando comités de entre sus miembros para llevar a cabo la operación cotidiana de la Iglesia. La congregación vota para nombrar a sus pastores, acerca de cómo gastar el dinero, y sobre cualquier otra cosa de importancia. Aunque a la gente democrática les gusta esta idea, la forma Congregacional de gobierno eclesiástico a menudo termina, en el mejor de los casos, causando que los pastores sean dirigidos, y reduciendo a los pastores a hacer lo que dice el miembro más influyente en la congregación. La base escritural para este tipo de gobierno lo encontramos en Mateo 18.17, 27; Hechos 1.26; 6.3-6; 20.7; 1 Corintios 16.2; 2 Corintios 3.1; Filipenses 1.1; 1 Timoteo 5.9; Hebreos 10.25.
2. Presbiteriano:
La forma presbiteriana de gobierno eclesiástico, es aquel en que la congregación es gobernada por una jerarquía que puede llamarse de diferentes maneras. Básicamente, hay un obispo, o alguien de carácter similar aunque llamado por otro título, que supervisa a la congregación, escoge pastores para los púlpitos, determina política, y guía la visión de la congregación.
3. Episcopal:
En la forma de gobierno episcopal, la Iglesia es dirigida por obispos o supervisores. En ocasiones, estos obispos forman consejos y eligen un obispo que preside sobre los otros. La base escritural para este tipo de gobierno lo encontramos en Hechos 15.36, 41; 1 Corintios 16.1-2; 5.3-5; 11.23-26; Tito 1.5.[13]
[1] 1 Timoteo 3.1-7.
[2] Spurgeon, Charles Haddon. Predicar el Evangelio. Sermón predicado el domingo 5 de agosto, 1855 en la Capilla New Park Street. www.spurgeon.com.
[3] Isaías 40.1.
[4] Spurgeon. Op. Cit.
[5] Ibid.
[6] Celaya, Gabriel. www.revistainfancia.org
[7] Mateo 28.19-20.
[8] 1 Timoteo 3.2.
[9] Mariano Arnal. Pastor. www.elalmanaque.com
[10] Juan 10.11-18.
[11] Juan Pablo II. El Buen Pastor. www.vatican.va. 1998.
[12] Calderón, Wilfredo. Op. Cit. P. 17.
[13] Jiménez, Pablo. El Gobierno en la Iglesia Cristiana. www.obrahispana.org