La Santidad
Introducción.
Cuando las personas llegamos a ser cristianas, se nos aconseja que nos congreguemos en una Iglesia en donde se predique la Biblia, que leamos las Escrituras, que oremos y que hablemos a muchos acerca de lo que Dios ha hecho en nosotros. Todo eso está bien y hay que hacerlo, pero son tan raras las ocasiones en que a los cristianos se nos da un curso de “Formación”, que cuando se nos habla de algo así, no tenemos idea de qué se trata.
Para poder ser un buen escritor, el aspirante debe llevar cursos no solo de ortografía y gramática, sino de análisis, ya que debe leer mucho; de métodos de estudio; de métodos lingüísticos, etc. De la misma manera, para poder ser un buen cristiano, debemos llevar cursos de Formación, en donde se nos enseñe lo que Dios espera de nosotros, no solo en lo externo, sino en el interior de nuestra vida, en lo más profundo y secreto.
En este curso, estaremos tratando tres puntos esenciales: 1. La Santidad, 2. La Ética y 3. La Vida Espiritual del Creyente. Esperamos que al finalizar, los estudiantes sean capaces no solo de anhelar la santidad, sino de vivir en santidad y de acuerdo a la ética, no de este mundo, sino de aquella que corresponde a los santos.
I. La Santidad.
A. ¿Qué es la Santidad?
Policarpo, obispo de Esmirna, murió como mártir cerca del año 155 d.C. Su nombre fue impreso con tinta imborrable en las páginas de la historia como un ejemplo de que una vida santa puede preparar al cristiano para una muerte santa.
Las siguientes palabras son parte del dialogo que Policarpo sostuvo con el procónsul poco antes de ser llevado al poste en que fue quemado. Lo habían arrestado y llevado ante el concilio, en donde muchos habían tratado de persuadirlo para que se volviera atrás:
-“¿Qué hay de malo en llamar “Señor” a César, ofrecerle incienso y todo lo demás, con tal de que salves tu propia vida?”, le dijo alguien. Pero el obispo no aceptó tal sugerencia.
El procónsul se acercó y le dijo: -“Respeta tu edad, jura por el genio de César, jura y yo te dejaré en libertad. Maldice a Cristo”.
-“Por ochenta y seis años le he servido”-dijo Policarpo– “y nunca me ha hecho ningún mal; ¿cómo, pues, he de blasfemar contra mi rey, quien me ha salvado?”
-“Persuade al pueblo”- le insinuó el procónsul.
-“No considero digna a esta turba de que yo me defienda ante ella” - contestó el fiel anciano.
-“Tengo fieras allí encerradas” -le dijo el procónsul– “Si no te retractas, mandaré que las saquen y te arrojen a ellas. Pues si no les tienes miedo a las fieras”-prosiguió– “mandaré que seas consumido por el fuego; a menos que te arrepientas”.
-“Tú te atemorizas por el fuego que arde por una hora y luego se apaga”, -respondió Policarpo-, “porque no sabes del fuego del infierno, reservado para los impíos. Pero ¿por qué te demoras? Haz lo que quieras”.
Las epístolas de Pedro fueron escritas casi cien años antes de la muerte de Policarpo. Pedro escribió durante la persecución de Nerón, poco después del incendio de Roma. Quizá las palabras de aliento de Pedro hayan dado esperanza al anciano obispo de Esmirna. Esas mismas palabras siguen produciendo aliento y fe hasta el día de hoy.
Nosotros hemos sido creados para conocer a Dios, amarle y servirle en esta vida y para disfrutar su Presencia en la vida eterna. “Sed santos” no es tan solo una frase, es un mandato de Dios.
A menos que busquemos a Dios, nuestras vidas siempre tendrán un vacío que será nuestra miseria e infelicidad. La verdadera felicidad y el gozo solo se pueden encontrar cuando nosotros encontramos a Dios.
Fallamos a encontrarle porque Él está siempre con nosotros pero nosotros no estamos con Él. El pecado nos separa de Dios tal como una nube impide que el sol brille sobre nosotros, por eso el pecado nos priva de la Luz de Dios que es la vida del alma.
Jesús es la luz del mundo, Él es la luz de cada hombre que ha venido a la existencia porque Él es el Hijo del Dios Vivo, por eso el Padre Celestial le ha concedido todo poder y autoridad a Él quien es también nuestro Señor y Salvador.
Tenemos que vivir una vida en imitación de Cristo para poder hacer la voluntad de Dios el Padre.
Puesto que la Majestad, Poder, Sabiduría y Gloria divinas están mas allá de nuestro entendimiento limitado, Dios se ha revelado a nosotros a través de su Hijo Nuestro Señor Jesucristo, para que todo el que crea en Él, sea salvo. Él ha enviado Su Espíritu Santo para que viva en nuestros corazones, para que así nosotros podamos conocerle y sentir inquietud por Él.
Para poder comprender lo que es la Santidad, debemos recordar que en Isaías 6 se nos enseña que Dios es “santo, santo, santo”. No es simplemente santo, o santo, santo. Él es santo, santo, santo. Las Escrituras no dicen que Dios es amor, amor, amor o misericordia, misericordia, misericordia o ira, ira, ira o justicia, justicia, justicia. Pero si dicen que es SANTO, SANTO, SANTO.
El término “santo”, con frecuencia se comprende más bien en su uso contemporáneo más que en el verdadero significado, según las Escrituras. Teresita de Lesieux decía: “La santidad consiste en una disposición del corazón que nos hace humildes y pequeños en los brazos de Dios, y confiados, aun con nuestro cuerpo, en su bondad paternal”.
Por esta razón, nuestro estudio debe comenzar con la revisión de varias dimensiones de la definición de santidad:
1. Ser santo es ser distinto, separado en la categoría de uno mismo. Viene de la antigua palabra cuyo significado era: “Cortar” o “separar”. Tal vez la frase “cortar sobre algo”, sería más apropiado. Esto significa que quien es santo, es santo en sí mismo, sin rivales o competencia. En el Antiguo Testamento el hebreo Kadosch, santo, significaba estar separado de lo secular o profano y dedicado al servicio de Dios. El pueblo de Israel se conocía como santo por ser el pueblo de Dios.
Cuando la Biblia dice que Dios es santo, básicamente significa que Dios está trascendentalmente separado. Está tan por encima y tan lejos de nosotros, que pareciera que fuera totalmente extraño para nosotros. Ser santo es ser “otro”, ser diferente de una forma especial. Este mismo significado básico se usa cuando la palabra santo se aplica a las cosas terrenales. La santidad de las criaturas es subjetiva, objetiva o ambas. Es subjetiva en esencia, por la posesión de la gracia divina y moralmente por la práctica de la virtud. La santidad objetiva en las criaturas denota su consagración exclusiva al servicio de Dios. Por el bautismo todos somos llamados a la santidad y en la Iglesia recibimos los dones necesarios que proceden de Jesucristo. Todos, sin embargo, debemos utilizar esos dones para lograr la santidad.
“Nadie es santo como el Señor; no hay roca como nuestro Dios. ¡No hay nadie como él!”[1]. “No hay, Señor, entre los dioses otro como tú, ni hay obras semejantes a las tuyas. Todas las naciones que has creado vendrán, Señor, y ante ti se postrarán y glorificarán tu nombre. Porque tú eres grande y haces maravillas; ¡sólo tú eres Dios!”[2].
2. Ser santo es ser moralmente puro.
Cuando las cosas son hechas santas, cuando son consagradas, se apartan en pureza. Son para ser usadas de una forma pura. Deben reflejar tanto pureza como el hecho de estar apartadas. La pureza no se excluye de la idea de lo santo; esta contenida en ello. Pero lo que debemos recordar es la idea que lo santo nunca es sobrepasado por la idea de la pureza. Incluye la pureza; pero es mucho más que eso. Es pureza y fruto. Es una pureza superior.
“¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en su lugar santo? Solo el de manos limpias y corazón puro, el que no adora ídolos vanos ni jura por dioses falsos. Quien es así recibe bendiciones del Señor; Dios su Salvador le hará justicia”[3]. “Y se decían el uno al otro: “Santo, santo, santo es el Señor Todopoderoso; toda la tierra está llena de su gloria.” Al sonido de sus voces, se estremecieron los umbrales de las puertas y el templo se llenó de humo. Entonces grité: “¡Ay de mí, que estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros y vivo en medio de un pueblo de labios blasfemos, ¡y no obstante mis ojos han visto al Rey, al Señor Todopoderoso!””[4]. “Son tan puros tus ojos que no puedes ver el mal”[5].
3. Para Dios, ser santo es serlo en relación con cada uno de los aspectos de su naturaleza y carácter: Cuando usamos la palabra santo para describir a Dios, nos enfrentamos con otro problema. A menudo describimos a Dios, con una lista de cualidades o características a las que llamamos atributos. Decimos que Dios es Espíritu, que Él lo sabe todo, que Él es amor, Justo, Misericordioso, que tiene gracia, etc. Tenemos la tendencia de agregar la santidad a esta larga lista de atributos, como uno más entre muchos. Pero cuando la palabra santo es aplicada a Dios, no significa un atributo. Por el contrario, Dios es llamado santo en un sentido general. La palabra es usada como un sinónimo de Su Deidad. Es decir, la palabra Deidad va dirigida a todo lo que es Dios. Nos recuerda que Su amor es santo, que Su justicia es una justicia santa, que Su misericordia es una misericordia santa, que Su conocimiento es un conocimiento santo, que Su Espíritu es un Espíritu Santo.
4. Entonces podemos asegurar que ser santo es participar de la santidad de Dios. Jesucristo es el Santo de los santos y el Espíritu Santo es el Santificador.
Todos fuimos creados por Dios para ser santos, tanto en la tierra como también en la eternidad en el cielo. Perdimos la vida de gracia por el pecado, pero Jesucristo nos reconcilió con el Padre por medio de la Cruz. Por el bautismo recibimos el don de Cristo y somos liberados del pecado e injertados en Cristo para ser Hijos de Dios y participar de su santidad. Pablo usa la palabra “santos” para referirse a los fieles[6].
Quien persevera en la santidad se salvará para la vida eterna. Dios quiere que todos se salven[7], pero no todos se abren a la gracia que santifica. Para salvarse es necesario renunciar al pecado y seguir a Cristo con fe. Por eso el escritor nos exhorta: “Buscad la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor”[8]. La única verdadera desgracia es no ser santos.
B. La Santidad en la Biblia.
La santidad de Dios no es solamente un tema teológico apropiado para estudiosos con interés y ánimo para comprenderla. En realidad, la santidad de Dios es un tema de gran importancia para todas las almas vivientes. El cristiano debe preocuparse en forma especial de la santidad de Dios. Muchos incidentes en el Nuevo Testamento, subrayan la importancia de la santidad, a los creyentes. Estos ejemplos son solo algunos de los tantos que aparecen en las Escrituras, relacionados con la santidad de Dios y su impacto sobre los santos.
1. Moisés y la Santidad de Dios.
Toda la comunidad israelita llegó al desierto de Zin el mes primero, y acampó en Cades… Como hubo una gran escasez de agua, los israelitas se amotinaron contra Moisés y Aarón, y le reclamaron a Moisés: “¡Ojalá el Señor nos hubiera dejado morir junto con nuestros hermanos!... ¿Para qué nos sacaste de Egipto y nos metiste en este horrible lugar? Aquí no hay semillas, ni higueras, ni viñas, ni granados, ¡y ni siquiera hay agua!”… y el Señor le dijo a Moisés:… ordenaréis a la roca que dé agua. Así haréis que de ella brote agua… Tal como el Señor se lo había ordenado, Moisés tomó la vara que estaba ante el Señor… Dicho esto, levantó la mano y dos veces golpeó la roca con la vara, ¡y brotó agua en abundancia, de la cual bebieron la asamblea y su ganado! El Señor les dijo a Moisés y a Aarón: “Por no haber confiado en mí, ni haber reconocido mi santidad en presencia de los israelitas, no seréis vosotros los que llevéis a esta comunidad a la tierra que les he dado”. A estas aguas se les conoce como la fuente de Meribá, porque fue allí donde los israelitas le hicieron reclamaciones al Señor, y donde él manifestó su santidad”[9].
“El Señor le dijo a Moisés:-Sube al monte Abarín y contempla desde allí la tierra que les he dado a los israelitas. Después de que la hayas contemplado, partirás de este mundo para reunirte con tus antepasados, como tu hermano Aarón. En el desierto de Zin, cuando la comunidad se puso a reclamar, vosotros dos me desobedecisteis, pues al sacar agua de la roca no reconocisteis ante el pueblo mi santidad. Esas aguas de Meribá están en Cades, en el desierto de Zin”[10].
Moisés tenía una buena razón para estar enojado con los israelitas. Eran en realidad “un pueblo duro de cerviz”, tal como Dios mismo lo dijo[11]. Los israelitas llegaron a Cades, un lugar cuyo nombre significa “santo”. Allí, María murió y fue sepultada. En Cades no había agua para que el pueblo bebiera. El pueblo se comportaba de manera hostil y una multitud contendió con Moisés y con Aarón, deseando estar muertos, o incluso mejor, que lo estuvieran Moisés y Aarón. Protestaron que no habían sido “conducidos” por Moisés, sino que “mal llevados” por él a una tierra muy distinta a la que se les había prometido. Y el hecho que allí no hubiera agua, era lo último que les podía suceder.
Moisés y Aarón se dirigieron a la puerta del tabernáculo de reunión y allí la gloria de Jehová se les apareció. Entonces Dios le ordenó a Moisés que tomara su vara y le hablara a la roca, de la cual manaría agua para el pueblo. Moisés estaba furioso con ellos mientras los reunía delante de la roca. Más tarde, Pablo identificaría “la roca espiritual”, con Cristo[12]. En lugar de hablarle tan solo a la roca, como se le había ordenado, en su ira, Moisés la golpeó dos veces. Las consecuencias fueron realmente graves.
¿Quién no ha perdido su temperamento y hecho cosas peores que golpear dos veces una roca con una vara? Pero esta acción fue tan seria a los ojos de Dios, que le prohibió a Moisés entrar a la tierra prometida. ¿Por qué? Dios le dijo y lo registró para nosotros: “Por no haber confiado en mí, ni haber reconocido mi santidad en presencia de los israelitas”[13]. Y al tratar Dios severamente a Moisés por su pecado, se dice que Dios “manifestó su santidad”[14].
En un momento de ira, Moisés pecó y por ese pecado se le negó la entrada a la tierra prometida. La causa, haber golpeado la roca. Pero fue mucho más que eso. Golpear la roca fue un acto de desobediencia, no siguió las instrucciones de Dios. Aún más, Dios lo consideró como un acto de incredulidad: “Por no haber confiado en mí”[15].
Normalmente pensamos que el pecado de Moisés fue simplemente golpear la roca, que de alguna manera, como la zarza ardiente de años anteriores[16], era una manifestación de la presencia de Dios. La raíz del pecado fue la irreverencia y ésta la causa de la desobediencia de Moisés al haber golpeado la roca. La ira de Moisés con el pueblo, sobrepasó su temor de Dios. El temor de Dios debió haber superado su ira con los israelitas. Dios consideró la irreverencia de Moisés, como algo muy grave.
2. Uza y la Santidad de Dios.
“Una vez más, David reunió los treinta batallones de soldados escogidos de Israel… para trasladar de allí el arca de Dios… Colocaron el arca de Dios en una carreta nueva y se la llevaron de la casa de Abinadab… Al llegar a la parcela de Nacón, los bueyes tropezaron; pero Uza, extendiendo las manos, sostuvo el arca de Dios. Con todo, la ira del Señor se encendió contra Uza por su atrevimiento y lo hirió de muerte ahí mismo, de modo que Uza cayó fulminado junto al arca... Aquel día David se sintió temeroso del Señor y exclamó: “¡Es mejor que no me lleve el arca del Señor!”[17].
Los filisteos habían capturado el arca de Dios y pensaron dejárselo como trofeo de guerra. Pronto se les hizo evidente que el arca era la fuente de muchos sufrimientos para ellos. La hicieron circular y finalmente, decidieron deshacerse del ella devolviéndola a Israel. La transportaron de la forma en que los sacerdotes y adivinos filisteos lo recomendaron. Pusieron sobre ella una ofrenda de oro de expiación por sus faltas y la colocaron en un carro nuevo tirado por dos vacas recién separadas de sus terneros[18]. Si los filisteos no pudieron estar en la presencia del Dios Santo de Israel, tampoco lo podía hacer el pueblo de Bet-semes, donde llegó el arca: “Algunos hombres de ese lugar se atrevieron a mirar dentro del arca del Señor, y Dios los mató. Fueron setenta los que perecieron. El pueblo hizo duelo por el terrible castigo que el Señor había enviado, y los habitantes de Bet Semes dijeron: “El Señor es un Dios santo. ¿Quién podrá presentarse ante él? ¿Y a dónde podremos enviar el arca para que no se quede entre nosotros?” Así que mandaron este mensaje a los habitantes de Quiriat Yearín: “Los filisteos han devuelto el arca del Señor; venid y lleváosla”[19].
Los hombres de Quiriat-jearim vinieron y tomaron el arca de Adonay y la condujeron a la casa de Abinadab y consagraron a su hijo Eleazar para que la cuidara, donde permaneció durante 20 años[20]. Finalmente, David, acompañado por 30 000 israelitas fueron a Quiriat-jearim para llevar el arca a Jerusalén.
El arca era el símbolo de la presencia de Dios, un objeto muy santo[21], que debía estar escondida en el lugar más santo del tabernáculo, en “el Lugar Santísimo”. De acuerdo a las instrucciones de Dios, debía ser transportada por los hijos de Coat, quienes la llevaron sosteniéndola sobre varas insertados en anillos[22]. Nadie debía mirar dentro del arca o morirían.
El día en que el arca fue transportada a Jerusalén, fue de gran gozo y alegría. Pero habían olvidado cuán santa era el arca, porque era el lugar donde habitaba la presencia de Dios. En lugar de transportar el arca de acuerdo a lo que la ley instruía, esta fue ubicada en un carro nuevo tirado por bueyes. Era una procesión llena de júbilo. ¡Qué momento tan feliz! Pero cuando los bueyes tropezaron y parecía que el carro se daría vuelta, Uza se acercó para afirmarla. En forma instantánea, fue muerto por Dios.
La primera respuesta de David fue frustración e ira en contra de Dios. ¿Por qué Dios había sido tan severo con Uza? Al parecer, David había olvidado las instrucciones dadas por Dios en la Ley con respecto a cómo debía transportarse el arca. También parece que olvidó cuántos más habían muerto previamente al no haber demostrado la reverencia necesaria en la presencia de Dios. Él había arruinado la celebración y David se disgustó. Solo después de haber reflexionado, David consideró la gravedad del error. Y con relación a Uza, Dios le hizo morir debido a su irreverencia[23].
La irreverencia es una enfermedad peligrosa. Incluso cuando nuestros motivos son sinceros y nos vemos activamente involucrados en la adoración a Dios, debemos recordar constantemente Su santidad y ser reverentes hacia Él, lo que se manifiesta por medio de la obediencia a Sus instrucciones y mandamientos.
3. Isaías y la Santidad de Dios.
“El año de la muerte del rey Uzías vi al Señor excelso y sublime, sentado en un trono; las orlas de su manto llenaban el templo. Por encima de él había serafines, cada uno de los cuales tenía seis alas: con dos de ellas se cubrían el rostro, con dos se cubrían los pies, y con dos volaban. Y se decían el uno al otro: “Santo, santo, santo es el Señor Todopoderoso; toda la tierra está llena de su gloria”… Entonces grité: “¡Ay de mí, que estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros y vivo en medio de un pueblo de labios blasfemos, ¡y no obstante mis ojos han visto al Rey, al Señor Todopoderoso!” En ese momento voló hacia mí uno de los serafines. Traía en la mano una brasa que, con unas tenazas, había tomado del altar. Con ella me tocó los labios y me dijo: “Mira, esto ha tocado tus labios; tu maldad ha sido borrada, y tu pecado, perdonado…”[24].
Parece ser que la muerte de Uzías marcó el fin de una era dorada para Judá. Los “buenos tiempos”, se acabaron y estaban por iniciarse los “tiempos difíciles”, como lo indican los versículos 9 y 10. El ministerio de Isaías se inicia desde el punto de vista humano, en la peor época posible. Su ministerio no sería considerado exitoso, como lo fueron muchos de los demás profetas de la antigüedad. Se vio envuelto en esto, con una recepción fría. Él y su mensaje serían rechazados. ¿Qué necesitó Isaías para tener una perspectiva apropiada y resistencia para perseverar en tan duros momentos? La respuesta: Una visión de la santidad de Dios.
Esto es precisamente lo que Dios le dio a Isaías: Una revelación dramática de Su santidad. Él vio al Señor sentado en Su trono, en lo alto, mientras era exaltado. Los ángeles que estaban bajo Él, eran magníficos y hablaban los unos con los otros, diciendo: “Santo, santo, santo es el Señor Todopoderoso; toda la tierra está llena de su gloria”[25]. La tierra tembló y el Templo fue lleno de humo. Fue una visión dramática de Dios y de Su santidad, tal como desearíamos verla.
La respuesta de Isaías, está lejos de lo que oímos en nuestros días de muchos que dicen enseñar la verdad bíblica. No se dejó impresionar por lo que él “representaba”. Su “autoestima” no fue realzada. Sucedió todo lo contrario. La visión de la santidad de Dios, le hizo ver su pecado al máximo y lamentarse de ello. Si Dios es Santo, Isaías tomó plena conciencia que él no lo era. Isaías confesó su propia impiedad y la de su pueblo.
Lo más importante es que Isaías ve su maldad, y la de su pueblo, evidenciada en sus “labios”. Isaías confesó que era un hombre “de labios impuros” y que vivía entre un pueblo con el mismo mal. ¿Cómo fue capaz Isaías de estar tan consciente de su pecado incluso en su forma de hablar? Otros textos de las Escrituras dicen mucho acerca de la lengua y de la forma en que el pecado se hace evidente en nuestro hablar[26].
Observen que la maldad que Isaías reconoció estaba en sus labios y hacia ellos fue dirigida la curación. Uno de los serafines tocó la boca de Isaías con un carbón encendido, limpiando simbólicamente su boca y a él mismo. ¿Qué intenta Dios para cumplir con la vida de Isaías en esta visión? Dios quería que la visión de Su santidad, tuviera un gran impacto en lo que Isaías diría y en cómo lo haría.
El mensaje y significado de Isaías 6, es mucho más fácil de comprender a la luz de las enseñanzas de Pablo en 1 Corintios 1-3 y 2 Corintios 2-6. Al parecer, Pablo fue acusado de haber sido torpe al hablar, mientras que otros, especialmente los falsos apóstoles que buscaban seguidores entre los corintios, como dice en 2 Corintios 11.12-33, fascinaban a la gente empleando técnicas persuasivas y entretenidas. Pero la intención de Pablo era complacer a Dios y no a los hombres[27]. Prefirió hablar la verdad en los términos más simples y claros, de manera que los hombres de convencieran y convirtieran en forma natural, más que persuadirlos con la inteligencia humana[28].
Al comienzo de la revelación dada al apóstol Juan, él vio una visión del Señor exaltado y santo. Esta visión precedió el mandato de registrar lo que había visto: “Escribe, pues, lo que has visto, lo que sucede ahora y lo que sucederá después”[29].
No nos ha de extrañar que al final de este último libro de la Biblia, encontremos estas palabras recalcando la importancia de perseverar en este registro, tal como había sido revelado: “A todo el que escuche las palabras del mensaje profético de este libro le advierto esto: Si alguno añade algo, Dios le añadirá a él las plagas descritas en este libro. Y si alguno quita palabras de este libro de profecía, Dios le quitará su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa, descritos en este libro”[30].
Isaías debía servir como profeta, en un día en que su mensaje sería rechazado y resistido. La disposición del hombre al pecado, es evitar el dolor y la persecución y así, alterar si es posible, el mensaje y el método de Dios manifestado a Isaías en Su santidad para motivarlo a ser fiel a su llamado y al menaje que se le iba a entregar. Isaías nunca perdió la visión de Aquel a quien servía y a quien debía tanto temer como agradar.
La gloria de su mensaje y de su ministerio, estaba en Aquel quien se los dio, Aquel a quien servía. En alguna medida, Pablo tuvo una experiencia similar al inicio de su ministerio: En su conversión, él vio la gloria de Dios y nunca la olvidó. La gloria de su mensaje y de su ministerio, le sostuvo incluso en medio de sufrimientos, adversidad y rechazo. Pablo fue fiel a su llamado y al mensaje que se le dio para ser entregado, incluso hasta la muerte[31].
4. La Santidad de Jesucristo.
Las promesas de la venida del Mesías en el Antiguo Testamento, se fueron haciendo cada vez más específicas hasta que se hizo evidente que este no solo sería un ser humano, sino que además un ser divino[32]. Como tal, debía ser santo. Y así, cuando el ángel le dijo a María del niño que milagrosamente nacería de ella, una virgen, dijo: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios”[33].
A través de la vida y del ministerio del Señor en la tierra, se hizo muy evidente que no era un hombre ordinario, sino que Él era más que un profeta y más que un simple hombre. Era el Hijo de Dios. Incluso los demonios tuvieron que reconocerlo como “el Santo de Dios”[34]. Las cosas que Jesús dijo e hizo, le marcaron como Aquel cuya cabeza y hombros sobrepasaban a cualquier otro ser humano. Pedro era un pescador profesional; pero cuando obedecía las instrucciones del Señor Jesús, los resultados eran asombrosos. La respuesta de Pedro fue adecuada: “Al ver esto, Simón Pedro cayó de rodillas delante de Jesús y le dijo:-¡Apártate de mí, Señor; soy un pecador!”[35]
Cuando Jesús sano al hombre mudo que estaba poseído por un demonio, las multitudes maravilladas, dijeron: “Jamás se ha visto nada igual en Israel”[36].
Cuando Jesús le dijo al paralítico que sus pecados habían sido perdonados y después procedió a sanarle, la gente no pudo resistir hacer comentarios: “…Estaban sentados allí algunos maestros de la ley, que pensaban: “¿Por qué habla éste así? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar pecados sino solo Dios?» En ese mismo instante supo Jesús en su espíritu que esto era lo que estaban pensando. -¿Por qué razonáis así?-les dijo-¿Qué es más fácil, decirle al paralítico: “Tus pecados son perdonados”, o decirle: “Levántate, toma tu camilla y anda”? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados… Ellos se quedaron asombrados y comenzaron a alabar a Dios.-Jamás habíamos visto cosa igual-decían”[37].
Los milagros y señales llevados a cabo por Jesús en la primera etapa de Su ministerio en la tierra, indicaron Su santidad como asimismo los eventos ocurridos alrededor de Su muerte. La oscuridad sobrenatural que se produjo durante tres horas y la rasgadura del velo del Templo[38] junto con otros factores, provocaron que la multitud se alejara sobrecogida por lo que habían visto y oído[39]. Uno de los criminales crucificado al lado de Jesús, dio testimonio de Su inocencia en los últimos momentos de su vida y le pidió a Jesús que le recordara cuando Él entrara en Su Reino[40]. Uno de los soldados al pie de la cruz, dio testimonio de la singularidad de Jesús, ¿debiéramos decir de la “santidad” de Jesús?[41]
5. La Santidad de Dios y la Iglesia.
La historia de Ananías y Safira, es familiar para los cristianos. En los primeros días de la Iglesia, existía una gran preocupación por los pobres. Cuando surgía la necesidad, los santos vendían algunas de sus posesiones y llevaban el producto de estas ventas a los pies de los apóstoles, para su distribución[42]. Ananías y Safira así lo hicieron; pero con un corazón dividido y en una forma engañosa. Vendieron una parte de su propiedad; pero se dejaron para ellos una parte del producto de la venta. Dieron una parte del dinero a los apóstoles, como si fuera todo lo que habían percibido de aquella venta. Cuando su pecado quedó expuesto frente a Pedro, este los confrontó y ambos murieron. Gran temor sobrevino en toda la Iglesia, sin mencionar el que tuvo el resto de la comunidad.
Muchas veces pensamos que el pecado de esta pareja fue la mentira. Pero en el contexto del estudio de la santidad de Dios, pareciera más importante dos detalles: Primero, ambos mintieron al Espíritu Santo. Su engaño fue una ofensa a la santidad de Dios. También fue un acto que pudiera haber tenido sobre la iglesia, un efecto de imitación[43]. Del mismo modo que la generosidad de Bernabé estimuló a otros a dar de la misma forma, la acción engañosa y de corazón dividido de Ananías y su mujer, podría haber afectado desfavorablemente a otros en la Iglesia, animándoles a hacer lo mismo. Recordemos que ahora es la Iglesia el lugar donde mora Dios en la tierra. Dios es Santo y por lo tanto Su Iglesia debe ser santa también. El pecado de Ananías y Safira fue una afrenta a la santidad de Dios y a Su Iglesia.
Aún más, Lucas incluye un comentario sobre el efecto que la muerte de Ananías y Safira tuvo sobre la Iglesia y la comunidad. Un gran temor sobrevino sobre toda la Iglesia y sobre todos quienes oyeron de esto[44]. Los no creyentes temerosos, prefirieron mantenerse alejados de la Iglesia y los santos fueron motivados a mantener distancia del mundo, en lo que se refiere a sus pecados.
El temor es la respuesta de los hombres a la santidad de Dios. Así, el pecado de Ananías y de su mujer, fue un pecado de irreverencia, un pecado en contra de la santidad de Dios. Pero el arrebato de ira de la santidad de Dios que se manifestó en la muerte de esta pareja, también originó temor en aquellos que habían oído de este incidente.
En 1 Corintios 11, encontramos un texto relacionado, donde Pablo reprende y amonesta a la Iglesia por la mala conducta que algunos de ellos manifestaron durante la Cena del Señor. La Iglesia recordaba al Señor, con una comunión como parte de una comida, tal como vemos la Última Cena descrita en los Evangelios. Algunos tenían la posibilidad de llevar mucha comida y vino a esta cena, mientras que otros podían llevar muy poco o nada. Algunos podían darse el lujo de llegar muy temprano y otros tenían que llegar más tarde. Aquellos que traían mucho y que llegaban temprano, no deseaban esperar o compartir con el resto, por lo que comían y bebían en exceso. En el proceso, algunos se emborrachaban y hacían desorden, por lo que la conmemoración de la muerte del Señor era vergonzosa, muy parecida a las celebraciones paganas de sus vecinos en Corinto.
Pablo reprendió a los corintios, no debido a que tomaban la comunión en un estado indigno, sino por hacerlo en una forma que no correspondía. “Indigno”, tal como aparece en la versión Reina Valera 60, en la versión NVI, se señala “en una forma indigna”. Ambas versiones son una representación precisa del adverbio empleado en el texto original, no es un adjetivo. La mayor parte de los cristianos, supone que Pablo reprende a los corintios por compartir el pan y el vino como aquellos que son “indignos”, adjetivo, más que considerar que está prohibiéndoles compartir el pan y el vino de una forma impropia “indigna”, un adverbio. Nadie es digno del cuerpo y de la sangre de nuestro Señor; pero podemos recordarlo de una forma que sea digna y adecuada.
Más adelante, Pablo dice que cuando los corintios comieron el pan y bebieron de la copa “en forma indigna”, fueron culpables tanto del cuerpo como de la sangre del Señor[45] y al hacerlo, “sin discernir el cuerpo”[46]. Continúa explicando que esta clase de conducta en la mesa del Señor, ha causado enfermedades en unos y muerte en otros[47].
De acuerdo a como lo podemos ver, el pecado de los corintios en la mesa del Señor, fue irreverencia. El cuerpo de nuestro Señor, Su cuerpo físico y Su sangre, son santos. Él hizo un sacrificio sin tener pecado al morir por nosotros. El cuerpo de nuestro Señor, también es la Iglesia por lo que ella también es santa. Al comportarse la Iglesia en forma indebida, con exceso de vino y desordenadamente en la mesa del Señor, demostró tener un descuido por el cuerpo físico y espiritual de Cristo; es decir, la Iglesia. La irreverencia ofendió a Dios en tal manera, que Él provocó enfermedades en algunos y muerte en otros. La irreverencia en la adoración es tanto un fracaso en la comprensión de la santidad de Dios como una afrenta a Su santidad. La irreverencia es un pecado de gran magnitud, con consecuencias espantosas. La santidad de Dios requiere que tomemos la adoración muy en serio y que no participemos de ella con ligereza. Esto no significa que nuestra adoración no se haga con gozo, solemne o sombría. Simplemente significa que debemos observar seriamente la presencia de Dios y ser muy cautos en no ofender Su presencia con nuestra irreverencia.
C. La Santidad en la Historia.
Después del periodo apostólico, han surgido momentos en la historia del cristianismo en los que se ha hecho patente un sentimiento más fuerte de lo que es el cristianismo. Siglos como el VII, XVI y XVIII han sido parte de esos momentos. Ante esos momentos de cambio hay dos formas de reaccionar, o nos acomodamos o resistimos los cambios. No vamos en este curso a examinar todos los cambios que se han dado ya que para eso estudiaremos luego la Historia de la Iglesia, pero si nos interesa lo ocurrido en el siglo XVIII.
1. El Siglo XVIII.
El siglo XVII fue uno de fuertes controversias después del fuerte remezón espiritual ocurrido en el siglo XVI con la Reforma Protestante y las revoluciones religiosas de las que se aprovecharon los políticos y gobernantes de la época. El impacto adicional que estaba por venir ya se asomaba por el horizonte.
En 1703, se fundó la Compañía Británica de la India Oriental, lo que llevaría más adelante a que la India fuera incorporada al Imperio Británico. En España, dos años antes, había estallado la Guerra de la Sucesión, mientras que en las Colonias Americanas había estallado la Guerra de la Reina Ana. En Rusia, Pedro el Grande estaba causando cambios que afectarían todo el futuro de ese país.
La Guerra del Reina Ana acabó en 1713 con el Tratado de la Paz de Utrecht, que permitía al Imperio Británico convertirse en amo y señor de los mares y principal fuerza colonizadora. Inglaterra y Francia se enfrascaron en una guerra que duró casi todo el siglo, y para 1752 se tomó la decisión de cambiar el calendario, con lo que los años comenzaron a contarse a partir del mes de Enero.
William Pitt se convirtió en primer ministro inglés y guió al Imperio a victoria tras victoria. Inglaterra estuvo en guerra con España en 1762 y en 1763, Francia pierde todo Canadá ante los ingleses. Mientras tanto, Clive, en la India, puso las bases para que en 1765 se firmara el Tratado de Allahabad, con el que ese país se sometía a la Corona Inglesa. Para 1775 estalla la Revolución de las Colonias Americanas y se extiende hasta 1783.
Pero la Revolución que llegaría a cambiar al mundo fue la francesa. Se rindió culto a la diosa razón en la Catedral de Notre Dame en París en 1793.
a. La Revolución Industrial.
Esta revolución llevó a Europa a un cambio drástico, tanto en la economía agrícola como en la industrial, provocando que los europeos se convirtiesen en los amos de todo el mundo. Surge el sistema capitalista que produce un gran mejoramiento económico, aunque la brecha entre ricos y pobres se hace más grande. También nace la llamada “clase media”. Con la invención de la máquina de vapor, el sistema industrial comienza a convertirse en el monstruo que es hoy. Pero no solo la industria mejoraría, sino el transporte, tanto terrestre como marítimo. Los artesanos se convirtieron en obreros industriales.
Es en ese mundo en donde Wesley y Whitefield, los fundadores del movimiento metodista, deben comenzar a desenvolverse. Acudían a las minas desde horas bien tempranas para predicarles a los mineros antes de que se sumergieran en las terribles cavernas que costarían la vida de muchos. Como los obreros no asistían a las reuniones religiosas, decidieron llevarlas a los obreros. La Iglesia Anglicana se había convertido en una iglesia para los ricos, mientras que los obreros eran dejados en el olvido, así que los metodistas encontraron entre ellos todo un semillero de almas que ansiaban conocer del Salvador y ahí fue a predicar Juan Wesley.
b. La Revolución Intelectual.
Además de la política y la industrial, surgió la revolución intelectual. El llamado Siglo de las Luces estaba haciendo su trabajo en Alemania, mientras que en Francia se desarrollaba la Era de la Razón. En 1793, en Inglaterra, Collins escribió el tratado “El libre pensamiento”, en tanto que Wolfe escribía el libro “Religión Natural”. Por otro lado, Tyndale enseñaba que el cristianismo es tan antiguo como la creación misma. A la mitad del siglo, David Hume, escribía sus artículos impíos, con títulos tan llamativos como “Milagros”, “Providencia” y “Religión Natural”, en donde atacaba todo sistema religioso. La Alta Crítica dispara sus cañones contra la Creación del Génesis en 1753 con la publicación hecha por el parisino Jean Astruc.
En el otro lado de la calle, Juan Wesley se refiere a David Hume como el “más insolente tergiversador de la verdad y la virtud que jamás haya existido en el mundo”, en su obra “Una apelación seria a hombres de razón y religión”.
c. La Revolución Espiritual.
El avivamiento religioso tenía que darse en Inglaterra. Era algo incontenible. Juan Wesley era el cabecilla de aquel grupo que buscaba la perfección y que era seguido por un testimonio de victoria y gozo. Según Lutero, el cristiano debía buscar estar bien con Dios, aunque su vida no fuera correcta y la salvación no la consideraba tanto la libertad del pecado, sino la liberación de la ira y la condenación. Pero Wesley consideraba que lo más importante era el amor de Dios. Estaba de acuerdo con los Reformadores en que el hombre es un ser depravado, pero alimentaba la doctrina de que la gracia de Dios es suficiente para reconciliar a un Dios santo con un hombre pecador. Su enseñanza recalcaba que la única manera de poder cumplir la Ley y ser salvo en realidad es cuando el Espíritu posee al cristiano.
Durante la Edad Media el catolicismo había enseñado la “justicia infundida”, es decir, la justicia no se logra por una vida santa, sino por observar los sacramentos y la penitencia. El protestantismo enseñaba la “justicia imputada”, es decir, una justicia que Dios daba a los creyentes sin necesidad de algún cambio en su vida. Por su parte, la enseñanza wesleyana era de la “justicia impartida”, es decir, la que necesita de la fe en Cristo pero al mismo tiempo un cambio de naturaleza. Wesley fue anglicano hasta su muerte y la enseñanza católica del amor de Dios afectó su vida, pero al mismo tiempo fue afectado por la enseñanza protestante sobre la fe, y es por eso que debe ser mencionado en este estudio, ya que las enseñanzas wesleyanas sobre la santidad son sumamente profundas.
Wesley enseñaba de forma diferente a los protestantes sobre la perfección cristiana porque él creía que es posible obtenerla en esta vida, tal y como creemos los cristianos ortodoxos. Enseñaba diferente a los católicos porque creía que no solo los monjes y monjas son capaces de obtenerla. Esta enseñanza estaba abriendo la puerta de la religión a las masas que se habían visto sin esperanza.
Las revoluciones política, industrial, económica e intelectual afectaba en su propio campo, pero la revolución religiosa también afectó el campo intelectual cuando Wesley pidió a sus predicadores que distribuyeran libros y folletos, provocando que la Escuela Dominical se convirtiera en una poderosa arma para educar a los adultos. Pero también la parte sociológica se vio afectada cuando Wesley comienza a usar predicadores laicos, convirtiéndolos en parte activa del desarrollo de la Iglesia. No debemos olvidar que en ese momento solo los predicadores ordenados por la iglesia anglicana podían ejercer, algo con lo que también tuvo que luchar Thomás Campbell más adelante. Las masas estaban dispuestas a escuchar a los suyos.
2. El Siglo XIX.
Hacia principios del siglo XIX, el resurgimiento calvinista y wesleano conocido como el Gran Despertar había puesto en juego a las iglesias congregacionalistas, presbiterianas, bautistas y a las nuevas congregaciones metodistas que pugnaban por ganar influencia en los nacientes Estados Unidos. Sin embargo, una vez que ese gran “resurgimiento religioso” empezó a decaer, una nueva etapa de secularismo comenzó a revertir los logros que las iglesias evangélicas habían obtenido en la sociedad. Además, este nuevo resurgir había fomentado la difusión de una fuerte creencia de que la religión evangélica estaba debilitada y dividida, principalmente por una lealtad poco razonable hacia los distintos credos y doctrinas que hacían que la salvación y la unidad entre los cristianos pareciera más inalcanzable que nunca.
El Segundo Gran Despertar se abrió paso por los territorios de la frontera occidental estadounidense, impulsado por la aspiración de dar preeminencia a Dios en la vida de la nueva nación americana, exaltada por una creciente actitud proclive a aceptar interpretaciones novedosas de las escrituras, y por un celo renovado por una auténtica espiritualidad. A medida que estas tendencias iban extendiéndose, ganaban conversos para los movimientos religiosos protestantes de la época. Sin embargo, el resurgimiento tuvo un alcance que traspasó las fronteras entre denominaciones religiosas, dando lugar a resultados idénticos dentro de distintos grupos protestantes y yendo aún más lejos al disolver las lealtades que mantenían ligados a los fieles a sus distintas iglesias. Por tanto, estuvieron acompañados por una insatisfacción cada vez mayor hacia las iglesias evangélicas, especialmente respecto a la doctrina del calvinismo, que era normalmente aceptada, o al menos tolerada, en la mayoría de estos cultos.
Los restauracionistas buscaban el restablecimiento y la renovación de toda la iglesia cristiana de acuerdo al modelo establecido en el Nuevo Testamento. Daban poco valor a los credos nacidos con el tiempo en el catolicismo y el protestantismo, a los que atribuirían la responsabilidad de haber dividido al cristianismo. Algunos incluso consideraban que la Biblia también había sucumbido a una corrupción antigua o mal interpretaciones debidas a un número indeterminado de traducciones, necesitando así ser corregida.
La Reforma Protestante poseyó cierto impulso restauracionista que trataba de corregir la marcha de la iglesia y devolverla a la obediencia original. Pero los movimientos protestantes de reforma, incluyendo a los puritanos, aceptaron la idea de que la historia tiene cierta “jurisdicción”. Los protestantes creían que debían respetar la historia cuando ésta se interpretaba mediante la fe. Incluso Juan Calvino sostuvo que el pasado es un “magisterio vivo”. Por el contrario, los restauracionistas aspiraban a ir más allá de la historia, rebelándose contra la “jurisdicción” de los logros del pasado, para ser libres de abrazar el modelo divino revelado en un principio a los apóstoles de Cristo, esto es, el Reino de Dios.
Entre las organizaciones restauracionistas de alrededor del siglo XIX se cuentan, los Hermanos de Plymouth, Discípulos de Cristo, las Iglesias de Cristo, los Mormones, las iglesias Adventistas, los Cristadelfianos, los Testigos de Jehová y otros como los anabaptistas del siglo XVI. Son grupos muy dispares que en apariencia parecen tener pocos puntos en común, sin embargo, cuando se los observa a la luz de la temática restauracionista, se hace visible su relación. Todas estas denominaciones surgieron a partir de la creencia de que la verdadera religión cristiana había muerto muchos años atrás y era recuperada mediante sus iglesias. Algunos creen que ellos encarnan esa restauración de forma exclusiva. Otros consideran formar parte de un redescubrimiento de la práctica primitiva del cristianismo que en la actualidad puede encontrarse en muchas iglesias, incluyendo las iglesias a las que ellos pertenecen.
El restauracionismo llama la atención sobre la existencia de lo que suele conocerse como la Gran Apostasía, o el estado corrupto del cristianismo tradicional. Debido a su divisionismo, sus errores y sus compromisos con el mundo, la iglesia se apartó de la línea trazada por la Iglesia fundada por Jesucristo. No habría necesidad de Restauración si no existiese una apostasía a gran escala y si hubiere una Iglesia que estuviese en el modelo verdadero y legítimo del cristianismo. De este modo, los restauracionistas pueden distinguirse como grupo en su convicción de que ha habido una apostasía que ellos tratan de corregir.
En algunos casos, estos grupos creen que la ruptura de la esencia del cristianismo provocada por la Gran Apostasía fue tan desastrosa y total como para considerar fútil cualquier intento de recuperación del cristianismo sobre las bases existentes, siendo necesaria una restauración de tal manera radical que el único punto en común con el cristianismo tradicional sería el uso del nombre de Jesucristo.
De los movimientos de alrededor del siglo XIX, el más optimista con respecto al estado del cristianismo de su época fue el Movimiento de Restauración de Stone y Campbell. Aglutinaron a muchos miembros procedentes de las iglesias bautista, congregacionalista, presbiteriana y metodista, así como a otros cristianos de un amplio espectro de denominaciones evangélicas y del cristianismo unitario, con un éxito inicial sobrecogedor. Sin embargo, a medida que el movimiento iba progresando, se fueron consolidando asimismo elementos distintivos propios irrenunciables a los que de modo desaprobatorio se hacía referencia como credos no escritos, que dieron lugar por fractura a tres grupos, cada uno de los cuales se convertiría en una denominación reconocible. Quizás no existe otro movimiento que tipifique de mejor forma el Segundo Gran Despertar que el movimiento antidenominacional, el Movimiento de Restauración[48].
3. Siglos XX y el XXI.
El post-milenialismo y el evangelio social eran las ideas representativas del siglo XIX. La teología liberal reforzaba la seguridad y el optimismo del progreso del hombre. Pero sin que nadie lo esperara, como un gran terremoto, la sociedad y el mundo en general se vio afectado por la “Gran Guerra”. Europa se vio afectada como nunca antes y el mundo entero luchaba por su sobre-vivencia.
En 1918, al finalizar la Guerra, con la creación de la Liga de las Naciones y la Prohibición Americana de Bebidas Alcohólicas, el optimismo de un mejor mañana volvió a sonreír. Parecía como que la humanidad había aprendido al fin y las naciones aceptarían un modelo de vida cristiana. Pero llegaron los “escandalosos años veinte”, que a ritmo de jazz y de balaceras provocadas por famosos “gansters”, convulsionaron la paz. La Depresión de los años treinta afectó no solo a los Estados Unidos, sino que todo el planeta cayó en un sentimiento de inseguridad que vendría a confirmarse cuando en 1939 Alemania invade Polonia, iniciando de esa manera la “Segunda Guerra Mundial”. Acabando esta nueva ola de muerte, en donde 50 millones de personas murieron en Europa, la bota del Comunismo ateo se levanta contra los pueblos chino y eslavos. El clamor y el grito de odio contra lo divino se levantan, al punto de que muchos dirán junto con Nietzsche: “Dios está muerto”. Desde el siglo XIII, cuando los mahometanos se levantaron contra el cristianismo, ninguna otra fuerza se había opuesto de forma tan cruel a la adoración al Hijo de Dios como el comunismo.
La revolución tecnológica comenzó a finales del siglo XIX. El motor de combustión interna desplazó al de vapor; los cielos fueron conquistados con grandes máquinas voladoras; el tubo electrónico vino a mejorar el invento de la radio y luego la televisión; en 1945, el mundo interior es conquistado cuando se descubre el poder del átomo; inicia la carrera espacial; se inventa el transistor que pocos años después sería relevado por el circuito integrado, que llevaría a que el mundo se computarizara y las fronteras culturales comenzaran a caer al iniciar el proceso de la globalización.
Al lado de esta revolución tecnológica surge la revolución social. El comunismo cae cuando desaparece la Unión de Repúblicas Socialísticas Soviéticas y el Muro de Berlín es derribado. Las naciones latinoamericanas poco a poco se van deshaciendo de los gobiernos militarizados y el capitalismo va ganando terreno al punto de que ya no importa lo que eres sino lo que tienes.
Los historiadores citan muchas veces la degeneración de los siglos pasados, pero ¿ha habido en la historia una sociedad más corrupta que la actual? Hoy, lo malo es llamado bueno y lo bueno malo. La disciplina física de los niños, contrario a lo que enseña la Biblia, está prohibida en muchos países; la maternidad infantil es un problema serio, así como el uso de drogas ilegales, el Sida, la prostitución, familias desintegradas, inmoralidad sexual, etc., dejando a los que son mencionados en Romanos 1.24-28 como personas normales.
En los años ochenta, se creía que la “megalomanía”[49], era cosa del pasado. Figuras como Hitler, Mussolini, Stalin o Tito se veían como eliminadas. El mundo entero se manifestaba contra Iddi Amín Dada, Khaddafi o Somoza. Pero hoy, recién comenzando el siglo XXI sabemos que aun existen hombres que no tienen temor de matar inocentes con tal de obtener el control de la humanidad.
Los líderes en todo el mundo se preguntan cómo los mensajes de Jesús, Pablo, Lutero, Wesley o Campbell pueden afectar a este mundo hoy. Esta pregunta debe ser parte de nuestro pensamiento cotidiano. Los cristianos primitivos lograron sobreponerse a sus adversarios y lograron adaptarse a los cambios de su época. Los cristianos del siglo XXI debemos disponernos a imitarlos para que la Iglesia no se convierta en algo pasado de moda.
¿Cuál es el papel de los cristianos de hoy? Los profetas bíblicos eran “barómetros” espirituales. Se identificaban con la época en la que vivían, pero al mismo tiempo se mantenían sujetos a la mente Divina. Lograron interpretar los hechos de su generación y exhortaron al pueblo a vivir dependiendo de Dios. Los primeros cristianos vivieron en un mundo convulsionado y lograron la victoria. Los cristianos iniciales se dedicaron a renovar la Iglesia y la nación. Nosotros somos herederos de tal misión. ¿Qué podemos hacer para “servir a esta presente generación”?
a. Santidad y Sociedad.
¿Cuál es la posición de los cristianos ante los desafíos que nos presenta la vida actual? ¿Es más importante desarrollar nuestra congregación sin interesarnos por la comunidad en la que vivimos? Se cuenta de un predicador al que se le invitó a participar en una cruzada contra el alcoholismo en su ciudad, pero el se excusó diciendo que estaba muy ocupado ganando almas para su congregación. Muchas veces queremos sacar los “troncos del fuego”, pero no estamos interesados en “apagar el fuego”.
b. Santidad y Relaciones Humanas.
¿Está la Iglesia de Cristo interesada en solo una de las capas sociales? ¿Queremos solo alcanzar a los ricos, a la clase media o solo a los pobres? ¿Nos interesan las minorías? ¿Estamos haciendo algo por los emigrantes que vienen de sus países muchas veces cargados de problemas y sin nadie conocido que los respalde? ¿Nos duelen en el corazón los problemas actuales? ¿Somos partícipes de los debates y otras actividades para el desarrollo de la comunidad y del país en general? ¿Estamos dispuestos a dar el punto de vista bíblico sobre la problemática que envuelve al país?
c. Santidad y Desarrollo Social.
La mayoría de los grupos religiosos construyen edificios hermosos en las zonas donde hay más recursos económicos y edificios modestos en donde no hay tanto dinero. ¿Afecta el entorno en que vivimos a nuestras aspiraciones? Sí. ¿Por qué solo en donde hay gente de la clase media alta o alta se construyen grandes edificios con canchas de básquetbol? ¿Quizá una cancha puede ser la respuesta para esos jóvenes que al no tener nada en que entretenerse se deciden a usar drogas? ¿Estamos interesados en cambiar el ambiente negativo de muchos de nuestros barrios? ¿Tenemos comedores y dormitorios para los necesitados o esperamos que el Ejército de Salvación o el Gobierno haga ese trabajo? ¿Estará fuera del orden bíblico hacer una campaña de reforestación?
D. Fuentes de la “Teología de la Santidad”.
Durante años he estado luchando con respecto a la “Teología de la Santidad”. He pasado más de 30 años escuchando predicaciones y leyendo las Escrituras y otra literatura que tenga que ver con este tema. Puedo decir que cuando tenía 16 años, pensando seriamente en dedicar mi vida a ser sacerdote franciscano, quedé convencido de la necesidad de vivir santamente.
En esta búsqueda de la santidad pensé que era necesario obtener los “dones del Espíritu Santo” y de predicar el Evangelio a los perdidos, pero no fue hasta que tuve contacto con la Iglesia de Cristo que no comprendí que yo mismo estaba perdido porque aunque creía en Dios y en Cristo, no había obedecido el Evangelio.
No necesité de ningún calentamiento en mi corazón, como dicen que sintió Juan Wesley, pero si llegué a comprender que mientras no obedeciera fielmente las Escrituras, nada de lo que hacía tenía valor delante de Dios, por lo que tomé la decisión de obedecer: Había oído la Palabra, la creía, me arrepentí de mis pecados, confesaba que Jesús es mi Señor y Salvador, pero necesitaba ser sumergido en las aguas para el perdón de mis pecados.
¡Hasta ahí todo bien! Pero no fue hasta que leí los estudios de Juan Wesley que comprendí la necesidad de un paso más que se deja de lado: La vida en santidad. Comprender que la salvación es un don, no una recompensa. Aprender que es posible vivir sin pecar, ser libre del pecado. ¡Ser regenerado y perfeccionado en Cristo!
¡Si la santidad no se convierte en el principio del cristiano, aunque se le deje una hora bajo el agua, de nada le va a servir!
¿Cómo puedo alcanzar esa perfección cristiana? Tengamos presente que es la Biblia la que ocupa el lugar principal de la revelación teológica y espiritual de Dios al hombre, pero la experiencia cristiana y la comunión, son parte de las herramientas de Dios para revelar su Voluntad.
a. Las Escrituras.
Los cristianos debemos ser seres de un solo libro, pero esto no quiere decir que no debemos leer más que la Biblia. Debemos ser amantes del conocimiento. Pero creamos que la Biblia “es la Palabra de Dios”. Incluso aquellas porciones en donde se menciona una mentira, o donde sea Satanás el que habla, la Biblia es la Palabra de Dios. Es la revelación única, final y actual de parte de Dios.
b. La Experiencia.
La interpretación de las Escrituras no solo debe ser con la razón, sino con la experiencia. Ambas cosas son necesarias. Para esto contamos con un precedente del Nuevo Testamento. Los apóstoles aceptaron a los gentiles en la Iglesia por la experiencia de Pedro en la casa de Cornelio y en la experiencia de Pablo y Bernabé con los gentiles[50].
c. La Comunión.
La comunión con otros creyentes tiene mucho valor. Pero no hablo de una comunión con cualquiera que se diga ser creyente, sino con los verdaderos creyentes, quienes estén dispuestos no solo a reunirse el domingo en la mañana, sino los que anhelen vivir y que podamos debatir la Escrituras.
E. La Santidad Cristiana y mi Persona.
La Biblia es clara en cuanto a la santidad como parte de la vivencia de ser cristiano:
“Dios empezó el buen trabajo en ustedes, y estoy seguro de que lo irá perfeccionando hasta el día en que Jesucristo vuelva”[51]. “Pero después de que ustedes hayan sufrido por un poco de tiempo, Dios hará que todo vuelva a estar bien y que ustedes nunca dejen de confiar en él; les dará fuerzas para que no se desanimen, y hará que siempre estén seguros de lo que creen. Recuerden que Dios nos ha elegido por medio de Jesucristo, para que formemos parte de su maravilloso reino”[52].
“Cuando Abram tenía noventa y nueve años, el SEÑOR se le apareció, y le dijo: Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí, y sé perfecto”[53].
Pero no hay expresión más clara en la Biblia que las palabras de Dios en Levítico 11.44: “…sed santos, porque yo soy santo”. Esto explica claramente que nuestro modelo de santidad no es otra persona sino Dios. Una de las peores actitudes de los cristianos es compararse con otros. Para empeorar las cosas, todos buscan los peores, no los mejores ejemplos. Dios no nos juzgará basado en lo que otros hicieron o dijeron. Él dijo claramente que su propia santidad es el modelo nuestro. Cualquier modelo humano es imperfecto.
La santidad no es algo irreal. No es una “nube mística” fuera de lo real. La santidad se practica cada día de la vida. Ser santo es vivir como vive Dios. Santidad es la voluntad de Dios para cada Cristiano. Cristo debe manifestarse siempre en nuestros actos, nuestros sentimientos y nuestras actitudes. Esto solo es posible cuando nos dejamos guiar por las enseñanzas de la Palabra de Dios y el impulso poderoso del Espíritu Santo. Dios nos ha dado al Espíritu como nuestro Guía inseparable.
Con frecuencia se usa la expresión “aceptación incondicional”. Parece ser que este término, es aplicado primero a Dios y después a los santos. Se piensa: “Dios nos acepta incondicionalmente, por lo que nosotros debemos aceptar a los demás incondicionalmente”. La dificultad que presenta esto es que no es una expresión bíblica. Aun peor, no es un concepto bíblico. Dios no nos acepta “sin tomar en cuenta lo que hagamos”. Observemos a la nación de Israel. Debido a su pecado repetido, Dios dijo que ya no eran Su pueblo[54]. Dios no aceptó a Caín ni a su ofrenda[55]. Dios solo nos acepta a través de la sangre derramada de Jesucristo, de manera que incluso los cristianos no son aceptados incondicionalmente, sin considerar sus actitudes y acciones. La santidad de Dios indica que Él no acepta lo que no es santo. En realidad, todo lo que Dios acepta de nosotros es lo que Él produce en y por medio nuestro. Hablar en una forma demasiado irreflexiva, al parecer estimula una vida descuidada y desobediente. La iglesia no puede “aceptar” a aquellos que profesan ser cristianos; pero que viven como paganos[56]. Debemos disciplinar y echar a quienes se rehúsan vivir como cristianos. La iglesia debe ser santa y esto significa que debe eliminar la “levadura” que hay en ella.
La única manera en que puedo ser santo, entonces, es ser consciente de que Jesús es santo y que solo seré un cristiano verdadero si soy un imitador completo de Cristo, tal y como dice Pablo: “Imitadme a mí, como yo imito a Cristo”[57].
[1] 1 Samuel 2.2. BAD.
[2] Salmos 86.8-10. Ibid.
[3] Salmos 24:3-5. Ibid.
[4] Isaías 6:3-5. Ibid.
[5] Habacuc 1:13a.
[6] 2 Corintios 13.12; Efesios 1.1.
[7] 1 Timoteo 2.4.
[8] Hebreos 12.14. BAD.
[9] Números 20.1-13. BAD.
[10] Números 27.12-14. Ibid.
[11] Éxodo 33.5.
[12] 1 Corintios 10.4.
[13] Números 20.12. BAD.
[14] Números 20.13. BAD.
[15] Números 20.12. BAD.
[16] Éxodo 3.
[17] 2 Samuel 6:1-11. BAD.
[18] 1 Samuel 6.
[19] 1 Samuel 6:19-21.
[20] 1 Samuel 7.1-2.
[21] 2 Samuel 6.2.
[22] Éxodo 25.10-22; Números 4.1-20.
[23] 2 Samuel 6.7.
[24] Isaías 6.1-10.
[25] Isaías 6.3. BAD.
[26] Mateo 12.32-37; Romanos 3.10-14; Santiago 3.1-12.
[27] 2 Corintios 2.15-16; 4.1-2.
[28] 1 Corintios 2.1-5.
[29] Revelación 1.19.
[30] Revelación 22.18-19.
[31] 2 Corintios 3-6.
[32] Isaías 9.6-7; Miqueas 5.2.
[33] Lucas 1.35.
[34] Marcos 1.24; Lucas 4.34.
[35] Lucas 5.8.
[36] Mateo 9.33b.
[37] Marcos 2.5-12.
[38] Lucas 23.44-45.
[39] Lucas 23.46-48.
[40] Lucas 23.36-43.
[41] Mateo 27.50-54.
[42] Hechos 2.44-45; 4.34-37.
[43] 1 Corintios 5.6-7.
[44] Hechos 5.11, 13.
[45] 1 Corintios 11.27.
[46] 1 Corintios 11.29. BAD.
[47] 1 Corintios 11.30.
[48] Wikipedia. Restauracionismo.
[49] La locura por el poder.
[50] Hechos 15.
[51] Filipenses 1.6. BAD.
[52] 1 Pedro 5.10. BAD.
[53] Génesis 17.1. BAD.
[54] Oseas 1.
[55] Génesis 4.5.
[56] 1 Corintios 5.1-13.
[57] 1 Corintios 11.1.
Cuando las personas llegamos a ser cristianas, se nos aconseja que nos congreguemos en una Iglesia en donde se predique la Biblia, que leamos las Escrituras, que oremos y que hablemos a muchos acerca de lo que Dios ha hecho en nosotros. Todo eso está bien y hay que hacerlo, pero son tan raras las ocasiones en que a los cristianos se nos da un curso de “Formación”, que cuando se nos habla de algo así, no tenemos idea de qué se trata.
Para poder ser un buen escritor, el aspirante debe llevar cursos no solo de ortografía y gramática, sino de análisis, ya que debe leer mucho; de métodos de estudio; de métodos lingüísticos, etc. De la misma manera, para poder ser un buen cristiano, debemos llevar cursos de Formación, en donde se nos enseñe lo que Dios espera de nosotros, no solo en lo externo, sino en el interior de nuestra vida, en lo más profundo y secreto.
En este curso, estaremos tratando tres puntos esenciales: 1. La Santidad, 2. La Ética y 3. La Vida Espiritual del Creyente. Esperamos que al finalizar, los estudiantes sean capaces no solo de anhelar la santidad, sino de vivir en santidad y de acuerdo a la ética, no de este mundo, sino de aquella que corresponde a los santos.
I. La Santidad.
A. ¿Qué es la Santidad?
Policarpo, obispo de Esmirna, murió como mártir cerca del año 155 d.C. Su nombre fue impreso con tinta imborrable en las páginas de la historia como un ejemplo de que una vida santa puede preparar al cristiano para una muerte santa.
Las siguientes palabras son parte del dialogo que Policarpo sostuvo con el procónsul poco antes de ser llevado al poste en que fue quemado. Lo habían arrestado y llevado ante el concilio, en donde muchos habían tratado de persuadirlo para que se volviera atrás:
-“¿Qué hay de malo en llamar “Señor” a César, ofrecerle incienso y todo lo demás, con tal de que salves tu propia vida?”, le dijo alguien. Pero el obispo no aceptó tal sugerencia.
El procónsul se acercó y le dijo: -“Respeta tu edad, jura por el genio de César, jura y yo te dejaré en libertad. Maldice a Cristo”.
-“Por ochenta y seis años le he servido”-dijo Policarpo– “y nunca me ha hecho ningún mal; ¿cómo, pues, he de blasfemar contra mi rey, quien me ha salvado?”
-“Persuade al pueblo”- le insinuó el procónsul.
-“No considero digna a esta turba de que yo me defienda ante ella” - contestó el fiel anciano.
-“Tengo fieras allí encerradas” -le dijo el procónsul– “Si no te retractas, mandaré que las saquen y te arrojen a ellas. Pues si no les tienes miedo a las fieras”-prosiguió– “mandaré que seas consumido por el fuego; a menos que te arrepientas”.
-“Tú te atemorizas por el fuego que arde por una hora y luego se apaga”, -respondió Policarpo-, “porque no sabes del fuego del infierno, reservado para los impíos. Pero ¿por qué te demoras? Haz lo que quieras”.
Las epístolas de Pedro fueron escritas casi cien años antes de la muerte de Policarpo. Pedro escribió durante la persecución de Nerón, poco después del incendio de Roma. Quizá las palabras de aliento de Pedro hayan dado esperanza al anciano obispo de Esmirna. Esas mismas palabras siguen produciendo aliento y fe hasta el día de hoy.
Nosotros hemos sido creados para conocer a Dios, amarle y servirle en esta vida y para disfrutar su Presencia en la vida eterna. “Sed santos” no es tan solo una frase, es un mandato de Dios.
A menos que busquemos a Dios, nuestras vidas siempre tendrán un vacío que será nuestra miseria e infelicidad. La verdadera felicidad y el gozo solo se pueden encontrar cuando nosotros encontramos a Dios.
Fallamos a encontrarle porque Él está siempre con nosotros pero nosotros no estamos con Él. El pecado nos separa de Dios tal como una nube impide que el sol brille sobre nosotros, por eso el pecado nos priva de la Luz de Dios que es la vida del alma.
Jesús es la luz del mundo, Él es la luz de cada hombre que ha venido a la existencia porque Él es el Hijo del Dios Vivo, por eso el Padre Celestial le ha concedido todo poder y autoridad a Él quien es también nuestro Señor y Salvador.
Tenemos que vivir una vida en imitación de Cristo para poder hacer la voluntad de Dios el Padre.
Puesto que la Majestad, Poder, Sabiduría y Gloria divinas están mas allá de nuestro entendimiento limitado, Dios se ha revelado a nosotros a través de su Hijo Nuestro Señor Jesucristo, para que todo el que crea en Él, sea salvo. Él ha enviado Su Espíritu Santo para que viva en nuestros corazones, para que así nosotros podamos conocerle y sentir inquietud por Él.
Para poder comprender lo que es la Santidad, debemos recordar que en Isaías 6 se nos enseña que Dios es “santo, santo, santo”. No es simplemente santo, o santo, santo. Él es santo, santo, santo. Las Escrituras no dicen que Dios es amor, amor, amor o misericordia, misericordia, misericordia o ira, ira, ira o justicia, justicia, justicia. Pero si dicen que es SANTO, SANTO, SANTO.
El término “santo”, con frecuencia se comprende más bien en su uso contemporáneo más que en el verdadero significado, según las Escrituras. Teresita de Lesieux decía: “La santidad consiste en una disposición del corazón que nos hace humildes y pequeños en los brazos de Dios, y confiados, aun con nuestro cuerpo, en su bondad paternal”.
Por esta razón, nuestro estudio debe comenzar con la revisión de varias dimensiones de la definición de santidad:
1. Ser santo es ser distinto, separado en la categoría de uno mismo. Viene de la antigua palabra cuyo significado era: “Cortar” o “separar”. Tal vez la frase “cortar sobre algo”, sería más apropiado. Esto significa que quien es santo, es santo en sí mismo, sin rivales o competencia. En el Antiguo Testamento el hebreo Kadosch, santo, significaba estar separado de lo secular o profano y dedicado al servicio de Dios. El pueblo de Israel se conocía como santo por ser el pueblo de Dios.
Cuando la Biblia dice que Dios es santo, básicamente significa que Dios está trascendentalmente separado. Está tan por encima y tan lejos de nosotros, que pareciera que fuera totalmente extraño para nosotros. Ser santo es ser “otro”, ser diferente de una forma especial. Este mismo significado básico se usa cuando la palabra santo se aplica a las cosas terrenales. La santidad de las criaturas es subjetiva, objetiva o ambas. Es subjetiva en esencia, por la posesión de la gracia divina y moralmente por la práctica de la virtud. La santidad objetiva en las criaturas denota su consagración exclusiva al servicio de Dios. Por el bautismo todos somos llamados a la santidad y en la Iglesia recibimos los dones necesarios que proceden de Jesucristo. Todos, sin embargo, debemos utilizar esos dones para lograr la santidad.
“Nadie es santo como el Señor; no hay roca como nuestro Dios. ¡No hay nadie como él!”[1]. “No hay, Señor, entre los dioses otro como tú, ni hay obras semejantes a las tuyas. Todas las naciones que has creado vendrán, Señor, y ante ti se postrarán y glorificarán tu nombre. Porque tú eres grande y haces maravillas; ¡sólo tú eres Dios!”[2].
2. Ser santo es ser moralmente puro.
Cuando las cosas son hechas santas, cuando son consagradas, se apartan en pureza. Son para ser usadas de una forma pura. Deben reflejar tanto pureza como el hecho de estar apartadas. La pureza no se excluye de la idea de lo santo; esta contenida en ello. Pero lo que debemos recordar es la idea que lo santo nunca es sobrepasado por la idea de la pureza. Incluye la pureza; pero es mucho más que eso. Es pureza y fruto. Es una pureza superior.
“¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en su lugar santo? Solo el de manos limpias y corazón puro, el que no adora ídolos vanos ni jura por dioses falsos. Quien es así recibe bendiciones del Señor; Dios su Salvador le hará justicia”[3]. “Y se decían el uno al otro: “Santo, santo, santo es el Señor Todopoderoso; toda la tierra está llena de su gloria.” Al sonido de sus voces, se estremecieron los umbrales de las puertas y el templo se llenó de humo. Entonces grité: “¡Ay de mí, que estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros y vivo en medio de un pueblo de labios blasfemos, ¡y no obstante mis ojos han visto al Rey, al Señor Todopoderoso!””[4]. “Son tan puros tus ojos que no puedes ver el mal”[5].
3. Para Dios, ser santo es serlo en relación con cada uno de los aspectos de su naturaleza y carácter: Cuando usamos la palabra santo para describir a Dios, nos enfrentamos con otro problema. A menudo describimos a Dios, con una lista de cualidades o características a las que llamamos atributos. Decimos que Dios es Espíritu, que Él lo sabe todo, que Él es amor, Justo, Misericordioso, que tiene gracia, etc. Tenemos la tendencia de agregar la santidad a esta larga lista de atributos, como uno más entre muchos. Pero cuando la palabra santo es aplicada a Dios, no significa un atributo. Por el contrario, Dios es llamado santo en un sentido general. La palabra es usada como un sinónimo de Su Deidad. Es decir, la palabra Deidad va dirigida a todo lo que es Dios. Nos recuerda que Su amor es santo, que Su justicia es una justicia santa, que Su misericordia es una misericordia santa, que Su conocimiento es un conocimiento santo, que Su Espíritu es un Espíritu Santo.
4. Entonces podemos asegurar que ser santo es participar de la santidad de Dios. Jesucristo es el Santo de los santos y el Espíritu Santo es el Santificador.
Todos fuimos creados por Dios para ser santos, tanto en la tierra como también en la eternidad en el cielo. Perdimos la vida de gracia por el pecado, pero Jesucristo nos reconcilió con el Padre por medio de la Cruz. Por el bautismo recibimos el don de Cristo y somos liberados del pecado e injertados en Cristo para ser Hijos de Dios y participar de su santidad. Pablo usa la palabra “santos” para referirse a los fieles[6].
Quien persevera en la santidad se salvará para la vida eterna. Dios quiere que todos se salven[7], pero no todos se abren a la gracia que santifica. Para salvarse es necesario renunciar al pecado y seguir a Cristo con fe. Por eso el escritor nos exhorta: “Buscad la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor”[8]. La única verdadera desgracia es no ser santos.
B. La Santidad en la Biblia.
La santidad de Dios no es solamente un tema teológico apropiado para estudiosos con interés y ánimo para comprenderla. En realidad, la santidad de Dios es un tema de gran importancia para todas las almas vivientes. El cristiano debe preocuparse en forma especial de la santidad de Dios. Muchos incidentes en el Nuevo Testamento, subrayan la importancia de la santidad, a los creyentes. Estos ejemplos son solo algunos de los tantos que aparecen en las Escrituras, relacionados con la santidad de Dios y su impacto sobre los santos.
1. Moisés y la Santidad de Dios.
Toda la comunidad israelita llegó al desierto de Zin el mes primero, y acampó en Cades… Como hubo una gran escasez de agua, los israelitas se amotinaron contra Moisés y Aarón, y le reclamaron a Moisés: “¡Ojalá el Señor nos hubiera dejado morir junto con nuestros hermanos!... ¿Para qué nos sacaste de Egipto y nos metiste en este horrible lugar? Aquí no hay semillas, ni higueras, ni viñas, ni granados, ¡y ni siquiera hay agua!”… y el Señor le dijo a Moisés:… ordenaréis a la roca que dé agua. Así haréis que de ella brote agua… Tal como el Señor se lo había ordenado, Moisés tomó la vara que estaba ante el Señor… Dicho esto, levantó la mano y dos veces golpeó la roca con la vara, ¡y brotó agua en abundancia, de la cual bebieron la asamblea y su ganado! El Señor les dijo a Moisés y a Aarón: “Por no haber confiado en mí, ni haber reconocido mi santidad en presencia de los israelitas, no seréis vosotros los que llevéis a esta comunidad a la tierra que les he dado”. A estas aguas se les conoce como la fuente de Meribá, porque fue allí donde los israelitas le hicieron reclamaciones al Señor, y donde él manifestó su santidad”[9].
“El Señor le dijo a Moisés:-Sube al monte Abarín y contempla desde allí la tierra que les he dado a los israelitas. Después de que la hayas contemplado, partirás de este mundo para reunirte con tus antepasados, como tu hermano Aarón. En el desierto de Zin, cuando la comunidad se puso a reclamar, vosotros dos me desobedecisteis, pues al sacar agua de la roca no reconocisteis ante el pueblo mi santidad. Esas aguas de Meribá están en Cades, en el desierto de Zin”[10].
Moisés tenía una buena razón para estar enojado con los israelitas. Eran en realidad “un pueblo duro de cerviz”, tal como Dios mismo lo dijo[11]. Los israelitas llegaron a Cades, un lugar cuyo nombre significa “santo”. Allí, María murió y fue sepultada. En Cades no había agua para que el pueblo bebiera. El pueblo se comportaba de manera hostil y una multitud contendió con Moisés y con Aarón, deseando estar muertos, o incluso mejor, que lo estuvieran Moisés y Aarón. Protestaron que no habían sido “conducidos” por Moisés, sino que “mal llevados” por él a una tierra muy distinta a la que se les había prometido. Y el hecho que allí no hubiera agua, era lo último que les podía suceder.
Moisés y Aarón se dirigieron a la puerta del tabernáculo de reunión y allí la gloria de Jehová se les apareció. Entonces Dios le ordenó a Moisés que tomara su vara y le hablara a la roca, de la cual manaría agua para el pueblo. Moisés estaba furioso con ellos mientras los reunía delante de la roca. Más tarde, Pablo identificaría “la roca espiritual”, con Cristo[12]. En lugar de hablarle tan solo a la roca, como se le había ordenado, en su ira, Moisés la golpeó dos veces. Las consecuencias fueron realmente graves.
¿Quién no ha perdido su temperamento y hecho cosas peores que golpear dos veces una roca con una vara? Pero esta acción fue tan seria a los ojos de Dios, que le prohibió a Moisés entrar a la tierra prometida. ¿Por qué? Dios le dijo y lo registró para nosotros: “Por no haber confiado en mí, ni haber reconocido mi santidad en presencia de los israelitas”[13]. Y al tratar Dios severamente a Moisés por su pecado, se dice que Dios “manifestó su santidad”[14].
En un momento de ira, Moisés pecó y por ese pecado se le negó la entrada a la tierra prometida. La causa, haber golpeado la roca. Pero fue mucho más que eso. Golpear la roca fue un acto de desobediencia, no siguió las instrucciones de Dios. Aún más, Dios lo consideró como un acto de incredulidad: “Por no haber confiado en mí”[15].
Normalmente pensamos que el pecado de Moisés fue simplemente golpear la roca, que de alguna manera, como la zarza ardiente de años anteriores[16], era una manifestación de la presencia de Dios. La raíz del pecado fue la irreverencia y ésta la causa de la desobediencia de Moisés al haber golpeado la roca. La ira de Moisés con el pueblo, sobrepasó su temor de Dios. El temor de Dios debió haber superado su ira con los israelitas. Dios consideró la irreverencia de Moisés, como algo muy grave.
2. Uza y la Santidad de Dios.
“Una vez más, David reunió los treinta batallones de soldados escogidos de Israel… para trasladar de allí el arca de Dios… Colocaron el arca de Dios en una carreta nueva y se la llevaron de la casa de Abinadab… Al llegar a la parcela de Nacón, los bueyes tropezaron; pero Uza, extendiendo las manos, sostuvo el arca de Dios. Con todo, la ira del Señor se encendió contra Uza por su atrevimiento y lo hirió de muerte ahí mismo, de modo que Uza cayó fulminado junto al arca... Aquel día David se sintió temeroso del Señor y exclamó: “¡Es mejor que no me lleve el arca del Señor!”[17].
Los filisteos habían capturado el arca de Dios y pensaron dejárselo como trofeo de guerra. Pronto se les hizo evidente que el arca era la fuente de muchos sufrimientos para ellos. La hicieron circular y finalmente, decidieron deshacerse del ella devolviéndola a Israel. La transportaron de la forma en que los sacerdotes y adivinos filisteos lo recomendaron. Pusieron sobre ella una ofrenda de oro de expiación por sus faltas y la colocaron en un carro nuevo tirado por dos vacas recién separadas de sus terneros[18]. Si los filisteos no pudieron estar en la presencia del Dios Santo de Israel, tampoco lo podía hacer el pueblo de Bet-semes, donde llegó el arca: “Algunos hombres de ese lugar se atrevieron a mirar dentro del arca del Señor, y Dios los mató. Fueron setenta los que perecieron. El pueblo hizo duelo por el terrible castigo que el Señor había enviado, y los habitantes de Bet Semes dijeron: “El Señor es un Dios santo. ¿Quién podrá presentarse ante él? ¿Y a dónde podremos enviar el arca para que no se quede entre nosotros?” Así que mandaron este mensaje a los habitantes de Quiriat Yearín: “Los filisteos han devuelto el arca del Señor; venid y lleváosla”[19].
Los hombres de Quiriat-jearim vinieron y tomaron el arca de Adonay y la condujeron a la casa de Abinadab y consagraron a su hijo Eleazar para que la cuidara, donde permaneció durante 20 años[20]. Finalmente, David, acompañado por 30 000 israelitas fueron a Quiriat-jearim para llevar el arca a Jerusalén.
El arca era el símbolo de la presencia de Dios, un objeto muy santo[21], que debía estar escondida en el lugar más santo del tabernáculo, en “el Lugar Santísimo”. De acuerdo a las instrucciones de Dios, debía ser transportada por los hijos de Coat, quienes la llevaron sosteniéndola sobre varas insertados en anillos[22]. Nadie debía mirar dentro del arca o morirían.
El día en que el arca fue transportada a Jerusalén, fue de gran gozo y alegría. Pero habían olvidado cuán santa era el arca, porque era el lugar donde habitaba la presencia de Dios. En lugar de transportar el arca de acuerdo a lo que la ley instruía, esta fue ubicada en un carro nuevo tirado por bueyes. Era una procesión llena de júbilo. ¡Qué momento tan feliz! Pero cuando los bueyes tropezaron y parecía que el carro se daría vuelta, Uza se acercó para afirmarla. En forma instantánea, fue muerto por Dios.
La primera respuesta de David fue frustración e ira en contra de Dios. ¿Por qué Dios había sido tan severo con Uza? Al parecer, David había olvidado las instrucciones dadas por Dios en la Ley con respecto a cómo debía transportarse el arca. También parece que olvidó cuántos más habían muerto previamente al no haber demostrado la reverencia necesaria en la presencia de Dios. Él había arruinado la celebración y David se disgustó. Solo después de haber reflexionado, David consideró la gravedad del error. Y con relación a Uza, Dios le hizo morir debido a su irreverencia[23].
La irreverencia es una enfermedad peligrosa. Incluso cuando nuestros motivos son sinceros y nos vemos activamente involucrados en la adoración a Dios, debemos recordar constantemente Su santidad y ser reverentes hacia Él, lo que se manifiesta por medio de la obediencia a Sus instrucciones y mandamientos.
3. Isaías y la Santidad de Dios.
“El año de la muerte del rey Uzías vi al Señor excelso y sublime, sentado en un trono; las orlas de su manto llenaban el templo. Por encima de él había serafines, cada uno de los cuales tenía seis alas: con dos de ellas se cubrían el rostro, con dos se cubrían los pies, y con dos volaban. Y se decían el uno al otro: “Santo, santo, santo es el Señor Todopoderoso; toda la tierra está llena de su gloria”… Entonces grité: “¡Ay de mí, que estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros y vivo en medio de un pueblo de labios blasfemos, ¡y no obstante mis ojos han visto al Rey, al Señor Todopoderoso!” En ese momento voló hacia mí uno de los serafines. Traía en la mano una brasa que, con unas tenazas, había tomado del altar. Con ella me tocó los labios y me dijo: “Mira, esto ha tocado tus labios; tu maldad ha sido borrada, y tu pecado, perdonado…”[24].
Parece ser que la muerte de Uzías marcó el fin de una era dorada para Judá. Los “buenos tiempos”, se acabaron y estaban por iniciarse los “tiempos difíciles”, como lo indican los versículos 9 y 10. El ministerio de Isaías se inicia desde el punto de vista humano, en la peor época posible. Su ministerio no sería considerado exitoso, como lo fueron muchos de los demás profetas de la antigüedad. Se vio envuelto en esto, con una recepción fría. Él y su mensaje serían rechazados. ¿Qué necesitó Isaías para tener una perspectiva apropiada y resistencia para perseverar en tan duros momentos? La respuesta: Una visión de la santidad de Dios.
Esto es precisamente lo que Dios le dio a Isaías: Una revelación dramática de Su santidad. Él vio al Señor sentado en Su trono, en lo alto, mientras era exaltado. Los ángeles que estaban bajo Él, eran magníficos y hablaban los unos con los otros, diciendo: “Santo, santo, santo es el Señor Todopoderoso; toda la tierra está llena de su gloria”[25]. La tierra tembló y el Templo fue lleno de humo. Fue una visión dramática de Dios y de Su santidad, tal como desearíamos verla.
La respuesta de Isaías, está lejos de lo que oímos en nuestros días de muchos que dicen enseñar la verdad bíblica. No se dejó impresionar por lo que él “representaba”. Su “autoestima” no fue realzada. Sucedió todo lo contrario. La visión de la santidad de Dios, le hizo ver su pecado al máximo y lamentarse de ello. Si Dios es Santo, Isaías tomó plena conciencia que él no lo era. Isaías confesó su propia impiedad y la de su pueblo.
Lo más importante es que Isaías ve su maldad, y la de su pueblo, evidenciada en sus “labios”. Isaías confesó que era un hombre “de labios impuros” y que vivía entre un pueblo con el mismo mal. ¿Cómo fue capaz Isaías de estar tan consciente de su pecado incluso en su forma de hablar? Otros textos de las Escrituras dicen mucho acerca de la lengua y de la forma en que el pecado se hace evidente en nuestro hablar[26].
Observen que la maldad que Isaías reconoció estaba en sus labios y hacia ellos fue dirigida la curación. Uno de los serafines tocó la boca de Isaías con un carbón encendido, limpiando simbólicamente su boca y a él mismo. ¿Qué intenta Dios para cumplir con la vida de Isaías en esta visión? Dios quería que la visión de Su santidad, tuviera un gran impacto en lo que Isaías diría y en cómo lo haría.
El mensaje y significado de Isaías 6, es mucho más fácil de comprender a la luz de las enseñanzas de Pablo en 1 Corintios 1-3 y 2 Corintios 2-6. Al parecer, Pablo fue acusado de haber sido torpe al hablar, mientras que otros, especialmente los falsos apóstoles que buscaban seguidores entre los corintios, como dice en 2 Corintios 11.12-33, fascinaban a la gente empleando técnicas persuasivas y entretenidas. Pero la intención de Pablo era complacer a Dios y no a los hombres[27]. Prefirió hablar la verdad en los términos más simples y claros, de manera que los hombres de convencieran y convirtieran en forma natural, más que persuadirlos con la inteligencia humana[28].
Al comienzo de la revelación dada al apóstol Juan, él vio una visión del Señor exaltado y santo. Esta visión precedió el mandato de registrar lo que había visto: “Escribe, pues, lo que has visto, lo que sucede ahora y lo que sucederá después”[29].
No nos ha de extrañar que al final de este último libro de la Biblia, encontremos estas palabras recalcando la importancia de perseverar en este registro, tal como había sido revelado: “A todo el que escuche las palabras del mensaje profético de este libro le advierto esto: Si alguno añade algo, Dios le añadirá a él las plagas descritas en este libro. Y si alguno quita palabras de este libro de profecía, Dios le quitará su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa, descritos en este libro”[30].
Isaías debía servir como profeta, en un día en que su mensaje sería rechazado y resistido. La disposición del hombre al pecado, es evitar el dolor y la persecución y así, alterar si es posible, el mensaje y el método de Dios manifestado a Isaías en Su santidad para motivarlo a ser fiel a su llamado y al menaje que se le iba a entregar. Isaías nunca perdió la visión de Aquel a quien servía y a quien debía tanto temer como agradar.
La gloria de su mensaje y de su ministerio, estaba en Aquel quien se los dio, Aquel a quien servía. En alguna medida, Pablo tuvo una experiencia similar al inicio de su ministerio: En su conversión, él vio la gloria de Dios y nunca la olvidó. La gloria de su mensaje y de su ministerio, le sostuvo incluso en medio de sufrimientos, adversidad y rechazo. Pablo fue fiel a su llamado y al mensaje que se le dio para ser entregado, incluso hasta la muerte[31].
4. La Santidad de Jesucristo.
Las promesas de la venida del Mesías en el Antiguo Testamento, se fueron haciendo cada vez más específicas hasta que se hizo evidente que este no solo sería un ser humano, sino que además un ser divino[32]. Como tal, debía ser santo. Y así, cuando el ángel le dijo a María del niño que milagrosamente nacería de ella, una virgen, dijo: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios”[33].
A través de la vida y del ministerio del Señor en la tierra, se hizo muy evidente que no era un hombre ordinario, sino que Él era más que un profeta y más que un simple hombre. Era el Hijo de Dios. Incluso los demonios tuvieron que reconocerlo como “el Santo de Dios”[34]. Las cosas que Jesús dijo e hizo, le marcaron como Aquel cuya cabeza y hombros sobrepasaban a cualquier otro ser humano. Pedro era un pescador profesional; pero cuando obedecía las instrucciones del Señor Jesús, los resultados eran asombrosos. La respuesta de Pedro fue adecuada: “Al ver esto, Simón Pedro cayó de rodillas delante de Jesús y le dijo:-¡Apártate de mí, Señor; soy un pecador!”[35]
Cuando Jesús sano al hombre mudo que estaba poseído por un demonio, las multitudes maravilladas, dijeron: “Jamás se ha visto nada igual en Israel”[36].
Cuando Jesús le dijo al paralítico que sus pecados habían sido perdonados y después procedió a sanarle, la gente no pudo resistir hacer comentarios: “…Estaban sentados allí algunos maestros de la ley, que pensaban: “¿Por qué habla éste así? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar pecados sino solo Dios?» En ese mismo instante supo Jesús en su espíritu que esto era lo que estaban pensando. -¿Por qué razonáis así?-les dijo-¿Qué es más fácil, decirle al paralítico: “Tus pecados son perdonados”, o decirle: “Levántate, toma tu camilla y anda”? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados… Ellos se quedaron asombrados y comenzaron a alabar a Dios.-Jamás habíamos visto cosa igual-decían”[37].
Los milagros y señales llevados a cabo por Jesús en la primera etapa de Su ministerio en la tierra, indicaron Su santidad como asimismo los eventos ocurridos alrededor de Su muerte. La oscuridad sobrenatural que se produjo durante tres horas y la rasgadura del velo del Templo[38] junto con otros factores, provocaron que la multitud se alejara sobrecogida por lo que habían visto y oído[39]. Uno de los criminales crucificado al lado de Jesús, dio testimonio de Su inocencia en los últimos momentos de su vida y le pidió a Jesús que le recordara cuando Él entrara en Su Reino[40]. Uno de los soldados al pie de la cruz, dio testimonio de la singularidad de Jesús, ¿debiéramos decir de la “santidad” de Jesús?[41]
5. La Santidad de Dios y la Iglesia.
La historia de Ananías y Safira, es familiar para los cristianos. En los primeros días de la Iglesia, existía una gran preocupación por los pobres. Cuando surgía la necesidad, los santos vendían algunas de sus posesiones y llevaban el producto de estas ventas a los pies de los apóstoles, para su distribución[42]. Ananías y Safira así lo hicieron; pero con un corazón dividido y en una forma engañosa. Vendieron una parte de su propiedad; pero se dejaron para ellos una parte del producto de la venta. Dieron una parte del dinero a los apóstoles, como si fuera todo lo que habían percibido de aquella venta. Cuando su pecado quedó expuesto frente a Pedro, este los confrontó y ambos murieron. Gran temor sobrevino en toda la Iglesia, sin mencionar el que tuvo el resto de la comunidad.
Muchas veces pensamos que el pecado de esta pareja fue la mentira. Pero en el contexto del estudio de la santidad de Dios, pareciera más importante dos detalles: Primero, ambos mintieron al Espíritu Santo. Su engaño fue una ofensa a la santidad de Dios. También fue un acto que pudiera haber tenido sobre la iglesia, un efecto de imitación[43]. Del mismo modo que la generosidad de Bernabé estimuló a otros a dar de la misma forma, la acción engañosa y de corazón dividido de Ananías y su mujer, podría haber afectado desfavorablemente a otros en la Iglesia, animándoles a hacer lo mismo. Recordemos que ahora es la Iglesia el lugar donde mora Dios en la tierra. Dios es Santo y por lo tanto Su Iglesia debe ser santa también. El pecado de Ananías y Safira fue una afrenta a la santidad de Dios y a Su Iglesia.
Aún más, Lucas incluye un comentario sobre el efecto que la muerte de Ananías y Safira tuvo sobre la Iglesia y la comunidad. Un gran temor sobrevino sobre toda la Iglesia y sobre todos quienes oyeron de esto[44]. Los no creyentes temerosos, prefirieron mantenerse alejados de la Iglesia y los santos fueron motivados a mantener distancia del mundo, en lo que se refiere a sus pecados.
El temor es la respuesta de los hombres a la santidad de Dios. Así, el pecado de Ananías y de su mujer, fue un pecado de irreverencia, un pecado en contra de la santidad de Dios. Pero el arrebato de ira de la santidad de Dios que se manifestó en la muerte de esta pareja, también originó temor en aquellos que habían oído de este incidente.
En 1 Corintios 11, encontramos un texto relacionado, donde Pablo reprende y amonesta a la Iglesia por la mala conducta que algunos de ellos manifestaron durante la Cena del Señor. La Iglesia recordaba al Señor, con una comunión como parte de una comida, tal como vemos la Última Cena descrita en los Evangelios. Algunos tenían la posibilidad de llevar mucha comida y vino a esta cena, mientras que otros podían llevar muy poco o nada. Algunos podían darse el lujo de llegar muy temprano y otros tenían que llegar más tarde. Aquellos que traían mucho y que llegaban temprano, no deseaban esperar o compartir con el resto, por lo que comían y bebían en exceso. En el proceso, algunos se emborrachaban y hacían desorden, por lo que la conmemoración de la muerte del Señor era vergonzosa, muy parecida a las celebraciones paganas de sus vecinos en Corinto.
Pablo reprendió a los corintios, no debido a que tomaban la comunión en un estado indigno, sino por hacerlo en una forma que no correspondía. “Indigno”, tal como aparece en la versión Reina Valera 60, en la versión NVI, se señala “en una forma indigna”. Ambas versiones son una representación precisa del adverbio empleado en el texto original, no es un adjetivo. La mayor parte de los cristianos, supone que Pablo reprende a los corintios por compartir el pan y el vino como aquellos que son “indignos”, adjetivo, más que considerar que está prohibiéndoles compartir el pan y el vino de una forma impropia “indigna”, un adverbio. Nadie es digno del cuerpo y de la sangre de nuestro Señor; pero podemos recordarlo de una forma que sea digna y adecuada.
Más adelante, Pablo dice que cuando los corintios comieron el pan y bebieron de la copa “en forma indigna”, fueron culpables tanto del cuerpo como de la sangre del Señor[45] y al hacerlo, “sin discernir el cuerpo”[46]. Continúa explicando que esta clase de conducta en la mesa del Señor, ha causado enfermedades en unos y muerte en otros[47].
De acuerdo a como lo podemos ver, el pecado de los corintios en la mesa del Señor, fue irreverencia. El cuerpo de nuestro Señor, Su cuerpo físico y Su sangre, son santos. Él hizo un sacrificio sin tener pecado al morir por nosotros. El cuerpo de nuestro Señor, también es la Iglesia por lo que ella también es santa. Al comportarse la Iglesia en forma indebida, con exceso de vino y desordenadamente en la mesa del Señor, demostró tener un descuido por el cuerpo físico y espiritual de Cristo; es decir, la Iglesia. La irreverencia ofendió a Dios en tal manera, que Él provocó enfermedades en algunos y muerte en otros. La irreverencia en la adoración es tanto un fracaso en la comprensión de la santidad de Dios como una afrenta a Su santidad. La irreverencia es un pecado de gran magnitud, con consecuencias espantosas. La santidad de Dios requiere que tomemos la adoración muy en serio y que no participemos de ella con ligereza. Esto no significa que nuestra adoración no se haga con gozo, solemne o sombría. Simplemente significa que debemos observar seriamente la presencia de Dios y ser muy cautos en no ofender Su presencia con nuestra irreverencia.
C. La Santidad en la Historia.
Después del periodo apostólico, han surgido momentos en la historia del cristianismo en los que se ha hecho patente un sentimiento más fuerte de lo que es el cristianismo. Siglos como el VII, XVI y XVIII han sido parte de esos momentos. Ante esos momentos de cambio hay dos formas de reaccionar, o nos acomodamos o resistimos los cambios. No vamos en este curso a examinar todos los cambios que se han dado ya que para eso estudiaremos luego la Historia de la Iglesia, pero si nos interesa lo ocurrido en el siglo XVIII.
1. El Siglo XVIII.
El siglo XVII fue uno de fuertes controversias después del fuerte remezón espiritual ocurrido en el siglo XVI con la Reforma Protestante y las revoluciones religiosas de las que se aprovecharon los políticos y gobernantes de la época. El impacto adicional que estaba por venir ya se asomaba por el horizonte.
En 1703, se fundó la Compañía Británica de la India Oriental, lo que llevaría más adelante a que la India fuera incorporada al Imperio Británico. En España, dos años antes, había estallado la Guerra de la Sucesión, mientras que en las Colonias Americanas había estallado la Guerra de la Reina Ana. En Rusia, Pedro el Grande estaba causando cambios que afectarían todo el futuro de ese país.
La Guerra del Reina Ana acabó en 1713 con el Tratado de la Paz de Utrecht, que permitía al Imperio Británico convertirse en amo y señor de los mares y principal fuerza colonizadora. Inglaterra y Francia se enfrascaron en una guerra que duró casi todo el siglo, y para 1752 se tomó la decisión de cambiar el calendario, con lo que los años comenzaron a contarse a partir del mes de Enero.
William Pitt se convirtió en primer ministro inglés y guió al Imperio a victoria tras victoria. Inglaterra estuvo en guerra con España en 1762 y en 1763, Francia pierde todo Canadá ante los ingleses. Mientras tanto, Clive, en la India, puso las bases para que en 1765 se firmara el Tratado de Allahabad, con el que ese país se sometía a la Corona Inglesa. Para 1775 estalla la Revolución de las Colonias Americanas y se extiende hasta 1783.
Pero la Revolución que llegaría a cambiar al mundo fue la francesa. Se rindió culto a la diosa razón en la Catedral de Notre Dame en París en 1793.
a. La Revolución Industrial.
Esta revolución llevó a Europa a un cambio drástico, tanto en la economía agrícola como en la industrial, provocando que los europeos se convirtiesen en los amos de todo el mundo. Surge el sistema capitalista que produce un gran mejoramiento económico, aunque la brecha entre ricos y pobres se hace más grande. También nace la llamada “clase media”. Con la invención de la máquina de vapor, el sistema industrial comienza a convertirse en el monstruo que es hoy. Pero no solo la industria mejoraría, sino el transporte, tanto terrestre como marítimo. Los artesanos se convirtieron en obreros industriales.
Es en ese mundo en donde Wesley y Whitefield, los fundadores del movimiento metodista, deben comenzar a desenvolverse. Acudían a las minas desde horas bien tempranas para predicarles a los mineros antes de que se sumergieran en las terribles cavernas que costarían la vida de muchos. Como los obreros no asistían a las reuniones religiosas, decidieron llevarlas a los obreros. La Iglesia Anglicana se había convertido en una iglesia para los ricos, mientras que los obreros eran dejados en el olvido, así que los metodistas encontraron entre ellos todo un semillero de almas que ansiaban conocer del Salvador y ahí fue a predicar Juan Wesley.
b. La Revolución Intelectual.
Además de la política y la industrial, surgió la revolución intelectual. El llamado Siglo de las Luces estaba haciendo su trabajo en Alemania, mientras que en Francia se desarrollaba la Era de la Razón. En 1793, en Inglaterra, Collins escribió el tratado “El libre pensamiento”, en tanto que Wolfe escribía el libro “Religión Natural”. Por otro lado, Tyndale enseñaba que el cristianismo es tan antiguo como la creación misma. A la mitad del siglo, David Hume, escribía sus artículos impíos, con títulos tan llamativos como “Milagros”, “Providencia” y “Religión Natural”, en donde atacaba todo sistema religioso. La Alta Crítica dispara sus cañones contra la Creación del Génesis en 1753 con la publicación hecha por el parisino Jean Astruc.
En el otro lado de la calle, Juan Wesley se refiere a David Hume como el “más insolente tergiversador de la verdad y la virtud que jamás haya existido en el mundo”, en su obra “Una apelación seria a hombres de razón y religión”.
c. La Revolución Espiritual.
El avivamiento religioso tenía que darse en Inglaterra. Era algo incontenible. Juan Wesley era el cabecilla de aquel grupo que buscaba la perfección y que era seguido por un testimonio de victoria y gozo. Según Lutero, el cristiano debía buscar estar bien con Dios, aunque su vida no fuera correcta y la salvación no la consideraba tanto la libertad del pecado, sino la liberación de la ira y la condenación. Pero Wesley consideraba que lo más importante era el amor de Dios. Estaba de acuerdo con los Reformadores en que el hombre es un ser depravado, pero alimentaba la doctrina de que la gracia de Dios es suficiente para reconciliar a un Dios santo con un hombre pecador. Su enseñanza recalcaba que la única manera de poder cumplir la Ley y ser salvo en realidad es cuando el Espíritu posee al cristiano.
Durante la Edad Media el catolicismo había enseñado la “justicia infundida”, es decir, la justicia no se logra por una vida santa, sino por observar los sacramentos y la penitencia. El protestantismo enseñaba la “justicia imputada”, es decir, una justicia que Dios daba a los creyentes sin necesidad de algún cambio en su vida. Por su parte, la enseñanza wesleyana era de la “justicia impartida”, es decir, la que necesita de la fe en Cristo pero al mismo tiempo un cambio de naturaleza. Wesley fue anglicano hasta su muerte y la enseñanza católica del amor de Dios afectó su vida, pero al mismo tiempo fue afectado por la enseñanza protestante sobre la fe, y es por eso que debe ser mencionado en este estudio, ya que las enseñanzas wesleyanas sobre la santidad son sumamente profundas.
Wesley enseñaba de forma diferente a los protestantes sobre la perfección cristiana porque él creía que es posible obtenerla en esta vida, tal y como creemos los cristianos ortodoxos. Enseñaba diferente a los católicos porque creía que no solo los monjes y monjas son capaces de obtenerla. Esta enseñanza estaba abriendo la puerta de la religión a las masas que se habían visto sin esperanza.
Las revoluciones política, industrial, económica e intelectual afectaba en su propio campo, pero la revolución religiosa también afectó el campo intelectual cuando Wesley pidió a sus predicadores que distribuyeran libros y folletos, provocando que la Escuela Dominical se convirtiera en una poderosa arma para educar a los adultos. Pero también la parte sociológica se vio afectada cuando Wesley comienza a usar predicadores laicos, convirtiéndolos en parte activa del desarrollo de la Iglesia. No debemos olvidar que en ese momento solo los predicadores ordenados por la iglesia anglicana podían ejercer, algo con lo que también tuvo que luchar Thomás Campbell más adelante. Las masas estaban dispuestas a escuchar a los suyos.
2. El Siglo XIX.
Hacia principios del siglo XIX, el resurgimiento calvinista y wesleano conocido como el Gran Despertar había puesto en juego a las iglesias congregacionalistas, presbiterianas, bautistas y a las nuevas congregaciones metodistas que pugnaban por ganar influencia en los nacientes Estados Unidos. Sin embargo, una vez que ese gran “resurgimiento religioso” empezó a decaer, una nueva etapa de secularismo comenzó a revertir los logros que las iglesias evangélicas habían obtenido en la sociedad. Además, este nuevo resurgir había fomentado la difusión de una fuerte creencia de que la religión evangélica estaba debilitada y dividida, principalmente por una lealtad poco razonable hacia los distintos credos y doctrinas que hacían que la salvación y la unidad entre los cristianos pareciera más inalcanzable que nunca.
El Segundo Gran Despertar se abrió paso por los territorios de la frontera occidental estadounidense, impulsado por la aspiración de dar preeminencia a Dios en la vida de la nueva nación americana, exaltada por una creciente actitud proclive a aceptar interpretaciones novedosas de las escrituras, y por un celo renovado por una auténtica espiritualidad. A medida que estas tendencias iban extendiéndose, ganaban conversos para los movimientos religiosos protestantes de la época. Sin embargo, el resurgimiento tuvo un alcance que traspasó las fronteras entre denominaciones religiosas, dando lugar a resultados idénticos dentro de distintos grupos protestantes y yendo aún más lejos al disolver las lealtades que mantenían ligados a los fieles a sus distintas iglesias. Por tanto, estuvieron acompañados por una insatisfacción cada vez mayor hacia las iglesias evangélicas, especialmente respecto a la doctrina del calvinismo, que era normalmente aceptada, o al menos tolerada, en la mayoría de estos cultos.
Los restauracionistas buscaban el restablecimiento y la renovación de toda la iglesia cristiana de acuerdo al modelo establecido en el Nuevo Testamento. Daban poco valor a los credos nacidos con el tiempo en el catolicismo y el protestantismo, a los que atribuirían la responsabilidad de haber dividido al cristianismo. Algunos incluso consideraban que la Biblia también había sucumbido a una corrupción antigua o mal interpretaciones debidas a un número indeterminado de traducciones, necesitando así ser corregida.
La Reforma Protestante poseyó cierto impulso restauracionista que trataba de corregir la marcha de la iglesia y devolverla a la obediencia original. Pero los movimientos protestantes de reforma, incluyendo a los puritanos, aceptaron la idea de que la historia tiene cierta “jurisdicción”. Los protestantes creían que debían respetar la historia cuando ésta se interpretaba mediante la fe. Incluso Juan Calvino sostuvo que el pasado es un “magisterio vivo”. Por el contrario, los restauracionistas aspiraban a ir más allá de la historia, rebelándose contra la “jurisdicción” de los logros del pasado, para ser libres de abrazar el modelo divino revelado en un principio a los apóstoles de Cristo, esto es, el Reino de Dios.
Entre las organizaciones restauracionistas de alrededor del siglo XIX se cuentan, los Hermanos de Plymouth, Discípulos de Cristo, las Iglesias de Cristo, los Mormones, las iglesias Adventistas, los Cristadelfianos, los Testigos de Jehová y otros como los anabaptistas del siglo XVI. Son grupos muy dispares que en apariencia parecen tener pocos puntos en común, sin embargo, cuando se los observa a la luz de la temática restauracionista, se hace visible su relación. Todas estas denominaciones surgieron a partir de la creencia de que la verdadera religión cristiana había muerto muchos años atrás y era recuperada mediante sus iglesias. Algunos creen que ellos encarnan esa restauración de forma exclusiva. Otros consideran formar parte de un redescubrimiento de la práctica primitiva del cristianismo que en la actualidad puede encontrarse en muchas iglesias, incluyendo las iglesias a las que ellos pertenecen.
El restauracionismo llama la atención sobre la existencia de lo que suele conocerse como la Gran Apostasía, o el estado corrupto del cristianismo tradicional. Debido a su divisionismo, sus errores y sus compromisos con el mundo, la iglesia se apartó de la línea trazada por la Iglesia fundada por Jesucristo. No habría necesidad de Restauración si no existiese una apostasía a gran escala y si hubiere una Iglesia que estuviese en el modelo verdadero y legítimo del cristianismo. De este modo, los restauracionistas pueden distinguirse como grupo en su convicción de que ha habido una apostasía que ellos tratan de corregir.
En algunos casos, estos grupos creen que la ruptura de la esencia del cristianismo provocada por la Gran Apostasía fue tan desastrosa y total como para considerar fútil cualquier intento de recuperación del cristianismo sobre las bases existentes, siendo necesaria una restauración de tal manera radical que el único punto en común con el cristianismo tradicional sería el uso del nombre de Jesucristo.
De los movimientos de alrededor del siglo XIX, el más optimista con respecto al estado del cristianismo de su época fue el Movimiento de Restauración de Stone y Campbell. Aglutinaron a muchos miembros procedentes de las iglesias bautista, congregacionalista, presbiteriana y metodista, así como a otros cristianos de un amplio espectro de denominaciones evangélicas y del cristianismo unitario, con un éxito inicial sobrecogedor. Sin embargo, a medida que el movimiento iba progresando, se fueron consolidando asimismo elementos distintivos propios irrenunciables a los que de modo desaprobatorio se hacía referencia como credos no escritos, que dieron lugar por fractura a tres grupos, cada uno de los cuales se convertiría en una denominación reconocible. Quizás no existe otro movimiento que tipifique de mejor forma el Segundo Gran Despertar que el movimiento antidenominacional, el Movimiento de Restauración[48].
3. Siglos XX y el XXI.
El post-milenialismo y el evangelio social eran las ideas representativas del siglo XIX. La teología liberal reforzaba la seguridad y el optimismo del progreso del hombre. Pero sin que nadie lo esperara, como un gran terremoto, la sociedad y el mundo en general se vio afectado por la “Gran Guerra”. Europa se vio afectada como nunca antes y el mundo entero luchaba por su sobre-vivencia.
En 1918, al finalizar la Guerra, con la creación de la Liga de las Naciones y la Prohibición Americana de Bebidas Alcohólicas, el optimismo de un mejor mañana volvió a sonreír. Parecía como que la humanidad había aprendido al fin y las naciones aceptarían un modelo de vida cristiana. Pero llegaron los “escandalosos años veinte”, que a ritmo de jazz y de balaceras provocadas por famosos “gansters”, convulsionaron la paz. La Depresión de los años treinta afectó no solo a los Estados Unidos, sino que todo el planeta cayó en un sentimiento de inseguridad que vendría a confirmarse cuando en 1939 Alemania invade Polonia, iniciando de esa manera la “Segunda Guerra Mundial”. Acabando esta nueva ola de muerte, en donde 50 millones de personas murieron en Europa, la bota del Comunismo ateo se levanta contra los pueblos chino y eslavos. El clamor y el grito de odio contra lo divino se levantan, al punto de que muchos dirán junto con Nietzsche: “Dios está muerto”. Desde el siglo XIII, cuando los mahometanos se levantaron contra el cristianismo, ninguna otra fuerza se había opuesto de forma tan cruel a la adoración al Hijo de Dios como el comunismo.
La revolución tecnológica comenzó a finales del siglo XIX. El motor de combustión interna desplazó al de vapor; los cielos fueron conquistados con grandes máquinas voladoras; el tubo electrónico vino a mejorar el invento de la radio y luego la televisión; en 1945, el mundo interior es conquistado cuando se descubre el poder del átomo; inicia la carrera espacial; se inventa el transistor que pocos años después sería relevado por el circuito integrado, que llevaría a que el mundo se computarizara y las fronteras culturales comenzaran a caer al iniciar el proceso de la globalización.
Al lado de esta revolución tecnológica surge la revolución social. El comunismo cae cuando desaparece la Unión de Repúblicas Socialísticas Soviéticas y el Muro de Berlín es derribado. Las naciones latinoamericanas poco a poco se van deshaciendo de los gobiernos militarizados y el capitalismo va ganando terreno al punto de que ya no importa lo que eres sino lo que tienes.
Los historiadores citan muchas veces la degeneración de los siglos pasados, pero ¿ha habido en la historia una sociedad más corrupta que la actual? Hoy, lo malo es llamado bueno y lo bueno malo. La disciplina física de los niños, contrario a lo que enseña la Biblia, está prohibida en muchos países; la maternidad infantil es un problema serio, así como el uso de drogas ilegales, el Sida, la prostitución, familias desintegradas, inmoralidad sexual, etc., dejando a los que son mencionados en Romanos 1.24-28 como personas normales.
En los años ochenta, se creía que la “megalomanía”[49], era cosa del pasado. Figuras como Hitler, Mussolini, Stalin o Tito se veían como eliminadas. El mundo entero se manifestaba contra Iddi Amín Dada, Khaddafi o Somoza. Pero hoy, recién comenzando el siglo XXI sabemos que aun existen hombres que no tienen temor de matar inocentes con tal de obtener el control de la humanidad.
Los líderes en todo el mundo se preguntan cómo los mensajes de Jesús, Pablo, Lutero, Wesley o Campbell pueden afectar a este mundo hoy. Esta pregunta debe ser parte de nuestro pensamiento cotidiano. Los cristianos primitivos lograron sobreponerse a sus adversarios y lograron adaptarse a los cambios de su época. Los cristianos del siglo XXI debemos disponernos a imitarlos para que la Iglesia no se convierta en algo pasado de moda.
¿Cuál es el papel de los cristianos de hoy? Los profetas bíblicos eran “barómetros” espirituales. Se identificaban con la época en la que vivían, pero al mismo tiempo se mantenían sujetos a la mente Divina. Lograron interpretar los hechos de su generación y exhortaron al pueblo a vivir dependiendo de Dios. Los primeros cristianos vivieron en un mundo convulsionado y lograron la victoria. Los cristianos iniciales se dedicaron a renovar la Iglesia y la nación. Nosotros somos herederos de tal misión. ¿Qué podemos hacer para “servir a esta presente generación”?
a. Santidad y Sociedad.
¿Cuál es la posición de los cristianos ante los desafíos que nos presenta la vida actual? ¿Es más importante desarrollar nuestra congregación sin interesarnos por la comunidad en la que vivimos? Se cuenta de un predicador al que se le invitó a participar en una cruzada contra el alcoholismo en su ciudad, pero el se excusó diciendo que estaba muy ocupado ganando almas para su congregación. Muchas veces queremos sacar los “troncos del fuego”, pero no estamos interesados en “apagar el fuego”.
b. Santidad y Relaciones Humanas.
¿Está la Iglesia de Cristo interesada en solo una de las capas sociales? ¿Queremos solo alcanzar a los ricos, a la clase media o solo a los pobres? ¿Nos interesan las minorías? ¿Estamos haciendo algo por los emigrantes que vienen de sus países muchas veces cargados de problemas y sin nadie conocido que los respalde? ¿Nos duelen en el corazón los problemas actuales? ¿Somos partícipes de los debates y otras actividades para el desarrollo de la comunidad y del país en general? ¿Estamos dispuestos a dar el punto de vista bíblico sobre la problemática que envuelve al país?
c. Santidad y Desarrollo Social.
La mayoría de los grupos religiosos construyen edificios hermosos en las zonas donde hay más recursos económicos y edificios modestos en donde no hay tanto dinero. ¿Afecta el entorno en que vivimos a nuestras aspiraciones? Sí. ¿Por qué solo en donde hay gente de la clase media alta o alta se construyen grandes edificios con canchas de básquetbol? ¿Quizá una cancha puede ser la respuesta para esos jóvenes que al no tener nada en que entretenerse se deciden a usar drogas? ¿Estamos interesados en cambiar el ambiente negativo de muchos de nuestros barrios? ¿Tenemos comedores y dormitorios para los necesitados o esperamos que el Ejército de Salvación o el Gobierno haga ese trabajo? ¿Estará fuera del orden bíblico hacer una campaña de reforestación?
D. Fuentes de la “Teología de la Santidad”.
Durante años he estado luchando con respecto a la “Teología de la Santidad”. He pasado más de 30 años escuchando predicaciones y leyendo las Escrituras y otra literatura que tenga que ver con este tema. Puedo decir que cuando tenía 16 años, pensando seriamente en dedicar mi vida a ser sacerdote franciscano, quedé convencido de la necesidad de vivir santamente.
En esta búsqueda de la santidad pensé que era necesario obtener los “dones del Espíritu Santo” y de predicar el Evangelio a los perdidos, pero no fue hasta que tuve contacto con la Iglesia de Cristo que no comprendí que yo mismo estaba perdido porque aunque creía en Dios y en Cristo, no había obedecido el Evangelio.
No necesité de ningún calentamiento en mi corazón, como dicen que sintió Juan Wesley, pero si llegué a comprender que mientras no obedeciera fielmente las Escrituras, nada de lo que hacía tenía valor delante de Dios, por lo que tomé la decisión de obedecer: Había oído la Palabra, la creía, me arrepentí de mis pecados, confesaba que Jesús es mi Señor y Salvador, pero necesitaba ser sumergido en las aguas para el perdón de mis pecados.
¡Hasta ahí todo bien! Pero no fue hasta que leí los estudios de Juan Wesley que comprendí la necesidad de un paso más que se deja de lado: La vida en santidad. Comprender que la salvación es un don, no una recompensa. Aprender que es posible vivir sin pecar, ser libre del pecado. ¡Ser regenerado y perfeccionado en Cristo!
¡Si la santidad no se convierte en el principio del cristiano, aunque se le deje una hora bajo el agua, de nada le va a servir!
¿Cómo puedo alcanzar esa perfección cristiana? Tengamos presente que es la Biblia la que ocupa el lugar principal de la revelación teológica y espiritual de Dios al hombre, pero la experiencia cristiana y la comunión, son parte de las herramientas de Dios para revelar su Voluntad.
a. Las Escrituras.
Los cristianos debemos ser seres de un solo libro, pero esto no quiere decir que no debemos leer más que la Biblia. Debemos ser amantes del conocimiento. Pero creamos que la Biblia “es la Palabra de Dios”. Incluso aquellas porciones en donde se menciona una mentira, o donde sea Satanás el que habla, la Biblia es la Palabra de Dios. Es la revelación única, final y actual de parte de Dios.
b. La Experiencia.
La interpretación de las Escrituras no solo debe ser con la razón, sino con la experiencia. Ambas cosas son necesarias. Para esto contamos con un precedente del Nuevo Testamento. Los apóstoles aceptaron a los gentiles en la Iglesia por la experiencia de Pedro en la casa de Cornelio y en la experiencia de Pablo y Bernabé con los gentiles[50].
c. La Comunión.
La comunión con otros creyentes tiene mucho valor. Pero no hablo de una comunión con cualquiera que se diga ser creyente, sino con los verdaderos creyentes, quienes estén dispuestos no solo a reunirse el domingo en la mañana, sino los que anhelen vivir y que podamos debatir la Escrituras.
E. La Santidad Cristiana y mi Persona.
La Biblia es clara en cuanto a la santidad como parte de la vivencia de ser cristiano:
“Dios empezó el buen trabajo en ustedes, y estoy seguro de que lo irá perfeccionando hasta el día en que Jesucristo vuelva”[51]. “Pero después de que ustedes hayan sufrido por un poco de tiempo, Dios hará que todo vuelva a estar bien y que ustedes nunca dejen de confiar en él; les dará fuerzas para que no se desanimen, y hará que siempre estén seguros de lo que creen. Recuerden que Dios nos ha elegido por medio de Jesucristo, para que formemos parte de su maravilloso reino”[52].
“Cuando Abram tenía noventa y nueve años, el SEÑOR se le apareció, y le dijo: Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí, y sé perfecto”[53].
Pero no hay expresión más clara en la Biblia que las palabras de Dios en Levítico 11.44: “…sed santos, porque yo soy santo”. Esto explica claramente que nuestro modelo de santidad no es otra persona sino Dios. Una de las peores actitudes de los cristianos es compararse con otros. Para empeorar las cosas, todos buscan los peores, no los mejores ejemplos. Dios no nos juzgará basado en lo que otros hicieron o dijeron. Él dijo claramente que su propia santidad es el modelo nuestro. Cualquier modelo humano es imperfecto.
La santidad no es algo irreal. No es una “nube mística” fuera de lo real. La santidad se practica cada día de la vida. Ser santo es vivir como vive Dios. Santidad es la voluntad de Dios para cada Cristiano. Cristo debe manifestarse siempre en nuestros actos, nuestros sentimientos y nuestras actitudes. Esto solo es posible cuando nos dejamos guiar por las enseñanzas de la Palabra de Dios y el impulso poderoso del Espíritu Santo. Dios nos ha dado al Espíritu como nuestro Guía inseparable.
Con frecuencia se usa la expresión “aceptación incondicional”. Parece ser que este término, es aplicado primero a Dios y después a los santos. Se piensa: “Dios nos acepta incondicionalmente, por lo que nosotros debemos aceptar a los demás incondicionalmente”. La dificultad que presenta esto es que no es una expresión bíblica. Aun peor, no es un concepto bíblico. Dios no nos acepta “sin tomar en cuenta lo que hagamos”. Observemos a la nación de Israel. Debido a su pecado repetido, Dios dijo que ya no eran Su pueblo[54]. Dios no aceptó a Caín ni a su ofrenda[55]. Dios solo nos acepta a través de la sangre derramada de Jesucristo, de manera que incluso los cristianos no son aceptados incondicionalmente, sin considerar sus actitudes y acciones. La santidad de Dios indica que Él no acepta lo que no es santo. En realidad, todo lo que Dios acepta de nosotros es lo que Él produce en y por medio nuestro. Hablar en una forma demasiado irreflexiva, al parecer estimula una vida descuidada y desobediente. La iglesia no puede “aceptar” a aquellos que profesan ser cristianos; pero que viven como paganos[56]. Debemos disciplinar y echar a quienes se rehúsan vivir como cristianos. La iglesia debe ser santa y esto significa que debe eliminar la “levadura” que hay en ella.
La única manera en que puedo ser santo, entonces, es ser consciente de que Jesús es santo y que solo seré un cristiano verdadero si soy un imitador completo de Cristo, tal y como dice Pablo: “Imitadme a mí, como yo imito a Cristo”[57].
[1] 1 Samuel 2.2. BAD.
[2] Salmos 86.8-10. Ibid.
[3] Salmos 24:3-5. Ibid.
[4] Isaías 6:3-5. Ibid.
[5] Habacuc 1:13a.
[6] 2 Corintios 13.12; Efesios 1.1.
[7] 1 Timoteo 2.4.
[8] Hebreos 12.14. BAD.
[9] Números 20.1-13. BAD.
[10] Números 27.12-14. Ibid.
[11] Éxodo 33.5.
[12] 1 Corintios 10.4.
[13] Números 20.12. BAD.
[14] Números 20.13. BAD.
[15] Números 20.12. BAD.
[16] Éxodo 3.
[17] 2 Samuel 6:1-11. BAD.
[18] 1 Samuel 6.
[19] 1 Samuel 6:19-21.
[20] 1 Samuel 7.1-2.
[21] 2 Samuel 6.2.
[22] Éxodo 25.10-22; Números 4.1-20.
[23] 2 Samuel 6.7.
[24] Isaías 6.1-10.
[25] Isaías 6.3. BAD.
[26] Mateo 12.32-37; Romanos 3.10-14; Santiago 3.1-12.
[27] 2 Corintios 2.15-16; 4.1-2.
[28] 1 Corintios 2.1-5.
[29] Revelación 1.19.
[30] Revelación 22.18-19.
[31] 2 Corintios 3-6.
[32] Isaías 9.6-7; Miqueas 5.2.
[33] Lucas 1.35.
[34] Marcos 1.24; Lucas 4.34.
[35] Lucas 5.8.
[36] Mateo 9.33b.
[37] Marcos 2.5-12.
[38] Lucas 23.44-45.
[39] Lucas 23.46-48.
[40] Lucas 23.36-43.
[41] Mateo 27.50-54.
[42] Hechos 2.44-45; 4.34-37.
[43] 1 Corintios 5.6-7.
[44] Hechos 5.11, 13.
[45] 1 Corintios 11.27.
[46] 1 Corintios 11.29. BAD.
[47] 1 Corintios 11.30.
[48] Wikipedia. Restauracionismo.
[49] La locura por el poder.
[50] Hechos 15.
[51] Filipenses 1.6. BAD.
[52] 1 Pedro 5.10. BAD.
[53] Génesis 17.1. BAD.
[54] Oseas 1.
[55] Génesis 4.5.
[56] 1 Corintios 5.1-13.
[57] 1 Corintios 11.1.