E. Marcha a Sinaí.
Los versículos finales del capítulo 15 introducen la marcha por el desierto. El pueblo liberado de la servidumbre, que ha experimentado las maravillas, las obras grandes del Señor, inicia su camino hacia la Tierra prometida. Pero antes de llegar a ella está el camino por el desierto. Camino largo, duro, difícil.
1. Quejas de Israel en el desierto:
a. Terror por el ataque de Faraón (Éxodo 14).
b. El agua estaba amarga (Éxodo 15).
c. No tenían pan (Éxodo 16).
d. No tenían carne (Éxodo 16).
e. No tenían agua (Éxodo 17).
f. Fueron atacados por los amalecitas (Éxodo 17).
2. La respuesta de Dios a las quejas de Israel:
a. Los egipcios murieron en el mar (Éxodo 14).
b. Dios sanó el agua (Éxodo 15).
c. Dios les dio maná (Éxodo 16).
d. Les envió codornices (Éxodo 16).
e. Les dio agua de la roca (Éxodo 17).
f. Dios los libra con Josué como capitán del ejército de Israel (Éxodo 17).
F. Israel en Sinaí.
En realidad, aquí está el centro y el corazón de todo el libro. La liberación estaba en función del encuentro de Dios con su pueblo y del pacto o alianza entre ambos. “Ya habéis visto... Cómo os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mí”[1]. Todo está en función de esta alianza, de este pacto de amor, de esta comunión entre Dios y su pueblo. Ahora Israel será “propiedad personal” del Señor (19.5), es decir, especialmente querido y ligado a Él. Y será “pueblo santo” y “reino de sacerdotes”[2]. Todo ello a condición de “escuchar su voz” y “guardar su alianza”[3] (19.5).
Dios se manifiesta de manera perceptible y a la vez velada, estrepitosa y secreta (19.16-24; 20.18-21). Desciende “a la vista de todo el pueblo”[4] y sin embargo hay que “mantener las distancias” (19.12): Dios es cercano e inaccesible a la vez; se revela, pero permanece en su misterio.
Finalmente, se sella la alianza (24.1-18). La iniciativa es totalmente de Adonay (24.3), pero el pueblo debe comprometerse, asintiendo libremente a la propuesta divina: “Cumpliremos todas las palabras que ha dicho Adonay”[5]. La alianza es una comunión entre personas, y una comunión de vida: por eso se sella con la sangre, símbolo de la vida, rociada a las dos partes, al altar que representa a Dios y al pueblo reunido (24.6 y 8). Es la “sangre de la alianza”.
1. La Alianza.
Como respuesta a esta alianza de vida, a este pacto de amor, cobran sentido todas las leyes y normas que aparecen en estos capítulos; no sólo el decálogo (20.1-17), sino todo el Código de la alianza (20.22-23.33) e incluso las normas sobre el culto (25-35). Cada minúsculo detalle no es una norma impersonal, sino expresión de la voluntad amorosa de Adonay para el pueblo que ha liberado de la esclavitud y al que se ha unido en alianza.
Del mismo modo, el cumplimiento de esas normas por parte de los israelitas no es algo mecánico y rutinario, sino adhesión libre y responsable y entrega de amor que ratifica la alianza y conduce a una comunión cada vez más viva y personal con el Dios de la alianza y con su voluntad: “Obedeceremos y haremos todo cuanto ha dicho Adonay”[6].
Mediante estas leyes y normas, la alianza impregna toda la vida de la comunidad y de cada uno de sus miembros, protegiendo ante todo la vida humana y defendiendo los derechos de los pobres y los derechos de Dios. Las normas sobre el culto (25-31), en particular, están indicando que la liturgia es el servicio más alto que los hombres libres pueden ofrecer a su Dios; lejos de ser ritos vacíos y formalistas, constituyen el lugar y el momento de comunión con el Dios vivo con el que han entrado en alianza; en ellos se adora al Dios liberador y se le agradece el don de la liberación, a la vez que, por la comunión con Él, se crece en la verdadera libertad.
a. Una Ley de Libertad.
Puede parecer paradójico que el Dios que ha liberado a su pueblo de la esclavitud le imponga ahora toda una serie de cláusulas que parecen constreñir su libertad.
Sin embargo, si nos fijamos con atención, es todo lo contrario. En realidad, los mandamientos vienen a poner en guardia al pueblo que acaba de estrenar la libertad contra la ilusión de que, por el hecho de haber escapado de la opresión de Egipto, ya son plena y definitivamente libres. En efecto, existe el riesgo de permanecer esclavos o volver a serlo sirviendo a dioses falsos, dejándose llevar por la avaricia, haciéndose daño unos a otros. En realidad, los mandamientos son dados para conquistar la verdadera libertad y para preservarla de todo engaño. En realidad tienen un sentido totalmente positivo, son una ley de libertad.
Esto se pone de relieve claramente en el encabezamiento: “Yo, Adonay, soy tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de la servidumbre”[7]. Estas palabras fundan el derecho del Señor a imponer esta ley a su pueblo: puesto que ha rescatado a un pueblo esclavo, este pueblo le pertenece. Pero a la vez indican el sentido más profundo del decálogo: el Dios que ha arrancado a su pueblo de la esclavitud siempre actuará en el mismo sentido y de la misma manera, y los mandamientos que impone ahora son liberadores; lejos de constreñir la libertad, los mandamientos hacen verdaderamente libre, son una ley de libertad.
Precisamente por esto la mayor parte de los mandamientos están formulados de manera negativa: “no harás...” En realidad, la formulación negativa es más positiva de lo que parece, pues pone en guardia frente al camino falso que conduce a la ruina y cierra el paso a las tendencias malas y a las debilidades del hombre. Además, si se dice “toma este camino”, los demás quedan prohibidos; mientras si se dice “no tomes este camino”, todos los demás quedan permitidos; más aún, la formulación negativa es más precisa, decir “sé honesto” es vago, pero no lo es decir “no robes, no mientas”, y por consiguiente deja menos margen a la posibilidad de equivocarse.
b. Una ley de comunidad.
Sin dejar de lado el carácter personal de los mandamientos, es cierto al mismo tiempo que no se dirigen a cada uno aisladamente. Los mandamientos son la ley de la comunidad de la alianza, de esta comunidad que se reúne para dar culto al Señor y que permanece unida entre sí precisamente en virtud de esta alianza.
El cumplimiento de los mandamientos constituye una de las claves de la identidad de esta comunidad. Aglutinado por la fe en el único Dios y por el servicio al Señor que les ha liberado, el pueblo de Dios se une también por la fidelidad a los mismos mandamientos.
Por otra parte, son ley de la comunidad también en el sentido de que los mandamientos protegen la vida y el bien de todos y cada uno de los miembros de esta comunidad. En efecto, los mandamientos referidos al prójimo, que son la mayor parte, antes que ser una prohibición son una afirmación: por ejemplo, al decir “no matarás” se esta defendiendo la vida humana de todos y cada uno; al decir “no robarás” se protegen los bienes materiales de los diversos miembros de la comunidad; al decir “no cometerás adulterio” se tutela el matrimonio y la familia, etc. Por tanto, al afirmar los deberes de cada uno se ponen de relieve los derechos de todos y se protege la dignidad de cada persona y el bien de toda la comunidad.
2. El Decálogo.
a. Una ley de alianza.
Para su interpretación nos ayuda antes que nada considerar el contexto en que está situado. En efecto, las “Diez Palabras”, se encuentran en el corazón mismo de la revelación de la alianza. Situado entre el anuncio de la alianza (capítulo 19) y su celebración (capítulo 24), el decálogo se nos presenta como la ley de la alianza. Además, antes de enumerar los mandamientos el Señor se presenta: “Yo, Adonay, soy tu Dios”: Se trata de la formula típica de la alianza que expresa la vinculación mutua, la pertenencia recíproca entre Dios y su pueblo en virtud del pacto establecido: “os haré mi pueblo, y seré vuestro Di-s”[8]. Por un lado, los mandamientos son promulgados por el Dios de la alianza que se ha vinculado irrevocablemente a su pueblo por amor; por otro lado, el cumplimiento de los mandamientos es el modo como el pueblo guarda “la alianza”[9], es decir, responde a la elección de que ha sido objeto y se adhiere a su Dios en la fidelidad de la vida. Al darle a conocer sus mandamientos, Dios ofrece a su pueblo el medio de entrar en comunión con su voluntad, de responder a su iniciativa y, por tanto, de amarle.
Todo esto tiene una gran importancia, pues presenta tanto el don de los mandamientos por parte de Dios como su cumplimiento por parte del hombre como un pacto de amor. Aunque el contenido de los mandamientos coincide con lo que se suele llamar “Ley Natural”, es decir, los principios morales básicos inscritos en el corazón de todo hombre, el autor sagrado subraya su carácter personal. No se trata de un código frío e impersonal. Los mandamientos han sido dados por el Dios vivo y personal que se ha revelado en la historia y que ha elegido a su pueblo, entrando en comunión de alianza con él. Por tanto, el cumplimiento de los mandamientos solo puede entenderse en clave también personal: es la respuesta personal de cada miembro de este pueblo, que sabiéndose elegido, ratifica personalmente ese pacto de amor con la fidelidad a los mandamientos. Cumplir los mandamientos es decir “sí” a Dios.
b. Una ley de libertad.
1. “No tendrás otros dioses...” Dios es absoluto y celoso[10].
2. “No te harás escultura ni imagen Dios no puede ser limitado ni alguna" imitado por ninguna imagen.
3. “No tomarás en falso el nombre Dios no se somete al hombre.
del Señor..."
4. “Recuerda el día del Sábado Dios es dueño del tiempo.
para santificarlo"
5. “Honra a tu padre y a tu madre” Los padres son un instrumento
de Dios.
6. “No matarás” El hombre es la imagen de
Dios.
7. “No cometerás adulterio” El matrimonio es el reflejo de la
alianza de Dios con el
hombre.
8. “No robarás” Dios es el dueño de todo, así
que si robamos, lo hacemos a
Dios.
9. “No darás testimonio falso” La mentira destruye la base
de la alianza.
10. “No codiciarás…” La codicia pervierte la meta de
adorar a Dios.
3. Los tres códigos.
La Ley de Moisés contiene tres secciones básicas:
a. El código moral: Los Diez Mandamientos que ya vimos (Éxodo 20.3-17; Deuteronomio 5.7-21).
b. El código espiritual: Ordenanzas que prefiguran a Cristo y la salvación, incluyendo las fiestas levíticas, ofrendas, etc. (Éxodo 35-40).
c. El código social: Trata de los juicios y leyes para el establecimiento que Dios prepara para Israel, incluyendo normas sanitarias, de alimentación, servicio militar, etc.
4. El becerro de oro (Éxodo 32).
Durante los últimos días del primer encuentro de 40 días de Moisés con Dios en el Sinaí, los israelitas demandaron a Aarón que les hiciera un “dios” para adorar. Aarón aceptó la demanda y les hizo un becerro de oro. Después de haberlo adorado, la multitud se lanzó en una orgía de inmoralidad sexual.
En el monte, Dios informa a Moisés lo que ocurre abajo y de cómo va a destruir a los infieles. Moisés debate respetuosamente con el Señor y suplica a Dios que no los destruya por dos razones:
a. A causa de sus enemigos (32.12).
b. A causa de sus amigos (32.13).
5. Nadab y Abiú.
Levítico 10 narra uno de los tristes casos bíblicos. El pueblo había estado celebrando la dedicación del Tabernáculo, que era el edificio más importante que jamás se había construido en la tierra, pero después de la celebración, quizá bajo los efectos del alcohol, los hijos de Aarón, Nadab y Abiú, que también eran sacerdotes, ofrecieron “fuego extraño”, es decir, llevaron un sacrificio que Dios no había pedido, lo que les causó la muerte.
[1] Éxodo 19.4. Ibid
[2] Éxodo 19.6. Ibid
[3] Éxodo 19.5. Ibid
[4] Éxodo 19.11. Ibid
[5] Éxodo 24.3. Ibid
[6] Éxodo 24.7. Ibid
[7] Éxodo 20.2. Ibid
[8] Éxodo 6.7. Ibid
[9] Éxodo 19.5. Ibid
[10] Ezequiel 34.14
Los versículos finales del capítulo 15 introducen la marcha por el desierto. El pueblo liberado de la servidumbre, que ha experimentado las maravillas, las obras grandes del Señor, inicia su camino hacia la Tierra prometida. Pero antes de llegar a ella está el camino por el desierto. Camino largo, duro, difícil.
1. Quejas de Israel en el desierto:
a. Terror por el ataque de Faraón (Éxodo 14).
b. El agua estaba amarga (Éxodo 15).
c. No tenían pan (Éxodo 16).
d. No tenían carne (Éxodo 16).
e. No tenían agua (Éxodo 17).
f. Fueron atacados por los amalecitas (Éxodo 17).
2. La respuesta de Dios a las quejas de Israel:
a. Los egipcios murieron en el mar (Éxodo 14).
b. Dios sanó el agua (Éxodo 15).
c. Dios les dio maná (Éxodo 16).
d. Les envió codornices (Éxodo 16).
e. Les dio agua de la roca (Éxodo 17).
f. Dios los libra con Josué como capitán del ejército de Israel (Éxodo 17).
F. Israel en Sinaí.
En realidad, aquí está el centro y el corazón de todo el libro. La liberación estaba en función del encuentro de Dios con su pueblo y del pacto o alianza entre ambos. “Ya habéis visto... Cómo os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mí”[1]. Todo está en función de esta alianza, de este pacto de amor, de esta comunión entre Dios y su pueblo. Ahora Israel será “propiedad personal” del Señor (19.5), es decir, especialmente querido y ligado a Él. Y será “pueblo santo” y “reino de sacerdotes”[2]. Todo ello a condición de “escuchar su voz” y “guardar su alianza”[3] (19.5).
Dios se manifiesta de manera perceptible y a la vez velada, estrepitosa y secreta (19.16-24; 20.18-21). Desciende “a la vista de todo el pueblo”[4] y sin embargo hay que “mantener las distancias” (19.12): Dios es cercano e inaccesible a la vez; se revela, pero permanece en su misterio.
Finalmente, se sella la alianza (24.1-18). La iniciativa es totalmente de Adonay (24.3), pero el pueblo debe comprometerse, asintiendo libremente a la propuesta divina: “Cumpliremos todas las palabras que ha dicho Adonay”[5]. La alianza es una comunión entre personas, y una comunión de vida: por eso se sella con la sangre, símbolo de la vida, rociada a las dos partes, al altar que representa a Dios y al pueblo reunido (24.6 y 8). Es la “sangre de la alianza”.
1. La Alianza.
Como respuesta a esta alianza de vida, a este pacto de amor, cobran sentido todas las leyes y normas que aparecen en estos capítulos; no sólo el decálogo (20.1-17), sino todo el Código de la alianza (20.22-23.33) e incluso las normas sobre el culto (25-35). Cada minúsculo detalle no es una norma impersonal, sino expresión de la voluntad amorosa de Adonay para el pueblo que ha liberado de la esclavitud y al que se ha unido en alianza.
Del mismo modo, el cumplimiento de esas normas por parte de los israelitas no es algo mecánico y rutinario, sino adhesión libre y responsable y entrega de amor que ratifica la alianza y conduce a una comunión cada vez más viva y personal con el Dios de la alianza y con su voluntad: “Obedeceremos y haremos todo cuanto ha dicho Adonay”[6].
Mediante estas leyes y normas, la alianza impregna toda la vida de la comunidad y de cada uno de sus miembros, protegiendo ante todo la vida humana y defendiendo los derechos de los pobres y los derechos de Dios. Las normas sobre el culto (25-31), en particular, están indicando que la liturgia es el servicio más alto que los hombres libres pueden ofrecer a su Dios; lejos de ser ritos vacíos y formalistas, constituyen el lugar y el momento de comunión con el Dios vivo con el que han entrado en alianza; en ellos se adora al Dios liberador y se le agradece el don de la liberación, a la vez que, por la comunión con Él, se crece en la verdadera libertad.
a. Una Ley de Libertad.
Puede parecer paradójico que el Dios que ha liberado a su pueblo de la esclavitud le imponga ahora toda una serie de cláusulas que parecen constreñir su libertad.
Sin embargo, si nos fijamos con atención, es todo lo contrario. En realidad, los mandamientos vienen a poner en guardia al pueblo que acaba de estrenar la libertad contra la ilusión de que, por el hecho de haber escapado de la opresión de Egipto, ya son plena y definitivamente libres. En efecto, existe el riesgo de permanecer esclavos o volver a serlo sirviendo a dioses falsos, dejándose llevar por la avaricia, haciéndose daño unos a otros. En realidad, los mandamientos son dados para conquistar la verdadera libertad y para preservarla de todo engaño. En realidad tienen un sentido totalmente positivo, son una ley de libertad.
Esto se pone de relieve claramente en el encabezamiento: “Yo, Adonay, soy tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de la servidumbre”[7]. Estas palabras fundan el derecho del Señor a imponer esta ley a su pueblo: puesto que ha rescatado a un pueblo esclavo, este pueblo le pertenece. Pero a la vez indican el sentido más profundo del decálogo: el Dios que ha arrancado a su pueblo de la esclavitud siempre actuará en el mismo sentido y de la misma manera, y los mandamientos que impone ahora son liberadores; lejos de constreñir la libertad, los mandamientos hacen verdaderamente libre, son una ley de libertad.
Precisamente por esto la mayor parte de los mandamientos están formulados de manera negativa: “no harás...” En realidad, la formulación negativa es más positiva de lo que parece, pues pone en guardia frente al camino falso que conduce a la ruina y cierra el paso a las tendencias malas y a las debilidades del hombre. Además, si se dice “toma este camino”, los demás quedan prohibidos; mientras si se dice “no tomes este camino”, todos los demás quedan permitidos; más aún, la formulación negativa es más precisa, decir “sé honesto” es vago, pero no lo es decir “no robes, no mientas”, y por consiguiente deja menos margen a la posibilidad de equivocarse.
b. Una ley de comunidad.
Sin dejar de lado el carácter personal de los mandamientos, es cierto al mismo tiempo que no se dirigen a cada uno aisladamente. Los mandamientos son la ley de la comunidad de la alianza, de esta comunidad que se reúne para dar culto al Señor y que permanece unida entre sí precisamente en virtud de esta alianza.
El cumplimiento de los mandamientos constituye una de las claves de la identidad de esta comunidad. Aglutinado por la fe en el único Dios y por el servicio al Señor que les ha liberado, el pueblo de Dios se une también por la fidelidad a los mismos mandamientos.
Por otra parte, son ley de la comunidad también en el sentido de que los mandamientos protegen la vida y el bien de todos y cada uno de los miembros de esta comunidad. En efecto, los mandamientos referidos al prójimo, que son la mayor parte, antes que ser una prohibición son una afirmación: por ejemplo, al decir “no matarás” se esta defendiendo la vida humana de todos y cada uno; al decir “no robarás” se protegen los bienes materiales de los diversos miembros de la comunidad; al decir “no cometerás adulterio” se tutela el matrimonio y la familia, etc. Por tanto, al afirmar los deberes de cada uno se ponen de relieve los derechos de todos y se protege la dignidad de cada persona y el bien de toda la comunidad.
2. El Decálogo.
a. Una ley de alianza.
Para su interpretación nos ayuda antes que nada considerar el contexto en que está situado. En efecto, las “Diez Palabras”, se encuentran en el corazón mismo de la revelación de la alianza. Situado entre el anuncio de la alianza (capítulo 19) y su celebración (capítulo 24), el decálogo se nos presenta como la ley de la alianza. Además, antes de enumerar los mandamientos el Señor se presenta: “Yo, Adonay, soy tu Dios”: Se trata de la formula típica de la alianza que expresa la vinculación mutua, la pertenencia recíproca entre Dios y su pueblo en virtud del pacto establecido: “os haré mi pueblo, y seré vuestro Di-s”[8]. Por un lado, los mandamientos son promulgados por el Dios de la alianza que se ha vinculado irrevocablemente a su pueblo por amor; por otro lado, el cumplimiento de los mandamientos es el modo como el pueblo guarda “la alianza”[9], es decir, responde a la elección de que ha sido objeto y se adhiere a su Dios en la fidelidad de la vida. Al darle a conocer sus mandamientos, Dios ofrece a su pueblo el medio de entrar en comunión con su voluntad, de responder a su iniciativa y, por tanto, de amarle.
Todo esto tiene una gran importancia, pues presenta tanto el don de los mandamientos por parte de Dios como su cumplimiento por parte del hombre como un pacto de amor. Aunque el contenido de los mandamientos coincide con lo que se suele llamar “Ley Natural”, es decir, los principios morales básicos inscritos en el corazón de todo hombre, el autor sagrado subraya su carácter personal. No se trata de un código frío e impersonal. Los mandamientos han sido dados por el Dios vivo y personal que se ha revelado en la historia y que ha elegido a su pueblo, entrando en comunión de alianza con él. Por tanto, el cumplimiento de los mandamientos solo puede entenderse en clave también personal: es la respuesta personal de cada miembro de este pueblo, que sabiéndose elegido, ratifica personalmente ese pacto de amor con la fidelidad a los mandamientos. Cumplir los mandamientos es decir “sí” a Dios.
b. Una ley de libertad.
1. “No tendrás otros dioses...” Dios es absoluto y celoso[10].
2. “No te harás escultura ni imagen Dios no puede ser limitado ni alguna" imitado por ninguna imagen.
3. “No tomarás en falso el nombre Dios no se somete al hombre.
del Señor..."
4. “Recuerda el día del Sábado Dios es dueño del tiempo.
para santificarlo"
5. “Honra a tu padre y a tu madre” Los padres son un instrumento
de Dios.
6. “No matarás” El hombre es la imagen de
Dios.
7. “No cometerás adulterio” El matrimonio es el reflejo de la
alianza de Dios con el
hombre.
8. “No robarás” Dios es el dueño de todo, así
que si robamos, lo hacemos a
Dios.
9. “No darás testimonio falso” La mentira destruye la base
de la alianza.
10. “No codiciarás…” La codicia pervierte la meta de
adorar a Dios.
3. Los tres códigos.
La Ley de Moisés contiene tres secciones básicas:
a. El código moral: Los Diez Mandamientos que ya vimos (Éxodo 20.3-17; Deuteronomio 5.7-21).
b. El código espiritual: Ordenanzas que prefiguran a Cristo y la salvación, incluyendo las fiestas levíticas, ofrendas, etc. (Éxodo 35-40).
c. El código social: Trata de los juicios y leyes para el establecimiento que Dios prepara para Israel, incluyendo normas sanitarias, de alimentación, servicio militar, etc.
4. El becerro de oro (Éxodo 32).
Durante los últimos días del primer encuentro de 40 días de Moisés con Dios en el Sinaí, los israelitas demandaron a Aarón que les hiciera un “dios” para adorar. Aarón aceptó la demanda y les hizo un becerro de oro. Después de haberlo adorado, la multitud se lanzó en una orgía de inmoralidad sexual.
En el monte, Dios informa a Moisés lo que ocurre abajo y de cómo va a destruir a los infieles. Moisés debate respetuosamente con el Señor y suplica a Dios que no los destruya por dos razones:
a. A causa de sus enemigos (32.12).
b. A causa de sus amigos (32.13).
5. Nadab y Abiú.
Levítico 10 narra uno de los tristes casos bíblicos. El pueblo había estado celebrando la dedicación del Tabernáculo, que era el edificio más importante que jamás se había construido en la tierra, pero después de la celebración, quizá bajo los efectos del alcohol, los hijos de Aarón, Nadab y Abiú, que también eran sacerdotes, ofrecieron “fuego extraño”, es decir, llevaron un sacrificio que Dios no había pedido, lo que les causó la muerte.
[1] Éxodo 19.4. Ibid
[2] Éxodo 19.6. Ibid
[3] Éxodo 19.5. Ibid
[4] Éxodo 19.11. Ibid
[5] Éxodo 24.3. Ibid
[6] Éxodo 24.7. Ibid
[7] Éxodo 20.2. Ibid
[8] Éxodo 6.7. Ibid
[9] Éxodo 19.5. Ibid
[10] Ezequiel 34.14