Capítulo 5
1. Ananías
y Safira mienten.
5.1-11 Ahora viene la historia contrastante con la de Bernabé. Aquel había hecho las cosas con un corazón sincero, cuando tuvo el dinero en sus manos, no lo contempló como una ganancia, sino que estuvo dispuesto a hacer lo que se había propuesto a sí mismo.
Este es el primer pecado que se registra cometido por un miembro de la Iglesia. Quizá Ananías junto con su mujer, quiso imitar lo bueno, o quizá actuaron simplemente guiados por la envidia ya que es probable que los primeros en hacer algo semejante fueran elogiados y ellos también deseaban figurar. Lo cierto del caso es que cuando tuvieron el dinero en sus manos se arrepintieron de haber propuesto en su corazón dar todo a la Iglesia y decidieron dejarse una parte. Era un complot entre ambos y aquella que debía ser ayuda idónea, se convirtió en complice de la maldad.
El pecado de estos dos no consiste en haber vendido la propiedad, tampoco es por haberse quedado con una parte. Si cuando él llegó a donde Pedro le hubiese dicho: Mira Pedro, vendí mi propiedad, pero como tengo que hacer otras cosas, no voy a dar todo a la Iglesia, pero quiero dar el 50%, ó el 20%, ó el 5%, y su acto hubiese sido elogiado y quizá en el capítulo 4, al final diría: “Pero los que no podían dar todo, daban una parte del precio de lo vendido, como hizo Ananías”. ¡Pero no! Ellos decidieron mentir para recibir el aplauso de los hombres.
El corazón de Ananías se llenó completamente por el Adversario, no porque Ananías estuviese podeído por un demonio, sino porque él decidió pecar. Esto nos lleva a preguntar: ¿Decidimos pecar o Satanás no obliga a pecar?
Ya en el Antiguo Testamento se da la idea de la decisión propia de pecar, por eso vemos a Moisés diciéndole al pueblo: “Habéis cometido un gran pecado. Yo voy a subir ahora donde Adonay; acaso pueda obtener la expiación de vuestro pecado”[1]. Así, Dios mismo utiliza el principio al decir a Moisés: “Habla a los israelitas: Si un hombre o una mujer comete cualquier pecado en perjuicio de otro, ofendiendo a Adonay, el tal será reo de delito”[2]. Notemos que la responsabilidad es de quien “comete”, del que actúa y por lo tanto las consecuencias serán contra él mismo: “No morirán los padres por culpa de los hijos ni los hijos por culpa de los padres. Cada cual morirá por su propio pecado”[3].
En el Nuevo Testamento se mantiene el mismo principio; Jesús así lo dijo: “En verdad les digo que todo el que comete pecado es esclavo del pecado”[4]. Y el Espíritu Santo dice por medio de Pablo: “Por tanto, tal como el pecado entró en el mundo por medio de un hombre, y por medio del pecado la muerte, así también la muerte se extendió a todos los hombres, porque todos pecaron”[5]. Así que no podemos decir: “Es que Satanás o fulano me obligaron a pecar”, porque lo cierto es que pecamos porque queremos.
¿Cuál es entonces el papel de Satanás y los demonios en el pecado nuestro? Simplemente lo que hacen es presentarnos la oportunidad para pecar, guiados por nuestra propia debilidad. Ananías y Safira eran personas avaras y orgullosas, pero necesitaban un gatillo que les detonara su debilidad. Mientras ellos no habían visto que se elogiara a nadie en la Iglesia, se sentían tranquilos, quizá hasta eran buenos cristianos; pero en el momento en que vieron que a Bernabé se le reconoció por lo que había hecho, su orgullo les llevó a tratar de imitarlo, no porque deseaban el bienestar para los necesitados, sino porque querían ser reconocidos. Pero además del orgullo, su otra debilidad les traicionó, ya que cuando vieron la cantidad de dinero, se sintieron obligados a dejarse una parte, pero su orgullo les decía que no podían publicar que no estaban entregando todo, tratando de engañar a la Iglesia. Voluntariamente pecaron, en lugar de resistir la tentación[6].
¡Cuántos piensan que pueden engañar a Dios! Lo hemos visto una y otra vez. Muchos concideran que es fácil burlarse de Dios, por lo que hay en los púlpitos quienes mienten porque dicen una cosa mientras ellos viven lo contrario. Se hacen pasar por piadosos, cuando viven en pecado. Algunos hasta han llegado al colmo de preparar “milagros” y “señales” para impresionar a los presentes con su poder.
Ananías miente al Espíritu Santo, que no se deja engañar porque conoce hasta lo más profundo del corazón. Y aquí necesitamos preguntar a los russellistas: Si ellos aseguran que el Espíritu Santo es una fuerza, ¿cómo se le puede mentir a una fuerza? Yo puedo decir que la fuerza eléctrica es de mala calidad y no pasa nada, pero no es posible decir que el Espíritu Santo es malo sin recibir castigo por ese pecado. Ananías cometió el pecado y recibió las consecuencias.
Algunos comentaristas han tratado de ver un mal acto en este episodio, atribuyéndole a Pedro la muerte de Ananías, pero se equivocan ya que no fue el apóstol quien le mató, sino que fue un juicio de parte de Dios. No sabemos si lo que le dio a Ananías fue un infarto, un derrame o ambos, lo cierto es que Ananías murió de manera sobrenatural y prueba de eso es la muerte de su esposa tres horas más tarde.
El acto de Ananías y su muerte eran negativos, pecaminosos, por lo que no hay dolor en la congregación y se le sepulta rápidamente, sin ceremonias ni duelo, es más, no se toman la molestia de ir a avisar a su esposa Safira, la cual se presentó pasadas tres horas, probablemente a la adoración y quizá pensando que al llegar se le reconocería entre la Iglesia por su donación.
Aún no había evidencia en la Iglesia de la complicidad de Ananías y Safira, por lo que Pedro debe preguntar a la mujer, que sigue el plan tramado con su marido. Si cuando Pedro preguntó, la mujer hubiese dicho: “Pedro, Ananías y yo habíamos pensado dejárnos una parte del dinero sin decir nada, pero la verdad es que lo he pensado mejor y creo que estábamos equivocados y debo decir la verdad”, ella no hubiera muerto, pero al igual que su marido, ella pensó que podía engañar a Dios y sufrió las consecuencias.
Ellos quisieron poner a prueba al Espíritu Santo, tal vez pensando que los apóstoles no iban a saberlo, ignorando que ellos eran inspirados por Él. Son muchos los que piensan que es fácil engañar a los demás y no toman en cuenta lo escrito en el Nuevo Testamento, tratando de hacer sus pensamientos antibíblicos y para justificarse cambian los términos. Así, cuando le llamé la atención a un predicador porque de las ofrendas le dan una mensualidad a una viuda joven violando lo que enseña 1 Timoteo 5.9, trató de justificarse diciendo que ella no estaba en ninguna lista, porque de hecho no tenían lista; pero lo cierto es que al darle una ayuda mensual fija, ya la tenían en la lista. La verdad es que ignoran lo escrito en la Palabra de Dios y tratan de engañar al Espíritu Santo.
Esta disciplina tan fuerte produjo gran temor, no solo sobre la Iglesia, sino en todos los que se dieron cuenta de este suceso. Hay quienes se oponen a la disciplina en la Iglesia y hasta dicen que nadie tiene derecho de llamara a nadie la atención porque todos tenemos errores, lo cual es cierto, pero si dejamos de corregir las cosas que están equivocadas, tendremos precisamente lo que vemos: Predicadores y miembros homosexuales, adúlteros, fornicarios, mentirosos, ladrones, falsos, infames, que nada más hacen lo que su carne les ordena, introduciendo en la adoración prácticas mundanas como lo es la música bailable y acompañada de instrumentos, adoración a hombres y desobediencia directa a la Palabra.
Estas muertes tuvieron dos consecuencias: Por un lado el temor se apodero de la gente, no solo los miembros de la Iglesia, sino los de fuera, por lo que si alguien estaba pensando en unirse a la Iglesia para aprovechar alguna circunstancia, esto lo haría pensarlo dos veces; y por otro, si alguien tenía dudas de que los enviados actuaban guiados por el Espíritu Santo, esto quitaría toda duda.
Llama la atención que este pecado cometido por Ananías y Safira tiene parecido con el de los hijos de Aarón, Nadab y Abiú, quienes creyeron que lo importante era llevar una ofrenda, sin importar cómo. Hoy día ocurre lo mismo. Entre los que se hacen llamar cristianos hay un pensamiento de que a Dios no le interesa cómo es nuestra adoración, siempre y cuando la hagamos, por ello encontramos tantísimo desorden entre los que se hacen decir adoradores: Hablan cosas que no dice la Biblia como verdaderas; se presentan delante de la congregación cargados de pecado, la santidad es un tema en peligro de extinción; cantan lo que se les venga en gana y al ritmo que les guste a ellos sin importar lo que sea presentable ante Dios, por ello escuchamos cantos en donde se exhalta la ciudad de Jerusalén, se canta a Judas, hay cantos que no se sabe si van dirigidos a Dios o a los hombres, se usan ritmos que fueron considerados pecaminosos por el mismo mundo como el tango, la cumbia, la salsa, el rock, reguee y reguetón, con lo que se ha atraído a una gran cantidad de cantantes que se sienten felices porque pueden tener un lugar importante en la Iglesia y al mismo tiempo seguir con su vida “normal”. La Biblia no nos enseña que podemos dar a Dios lo que nos gusta o interesa a nosotros, sino lo que Él quiere y demanda.
Hay quienes dicen tener el poder de hacer milagros, pero estos son solo de “hablar en lenguas” o “sanar a los enfermos”, pero en ningún momento sabemos de alguien que cae muerto porque vino a la Iglesia con una mentira, aunque si sabemos que los que se dicen tener estos poderes milagrosos en muchas ocasiones son los intérpretes de las mentiras y pecados terribles, para luego ir e internarse en una clínica por unos días y luego salen con más fuera a seguir con su relajo como si nada hubiese ocurrido.
2. Milagros apostólicos.
5.12-16 La actividad apostólica aumentó porque a pesar de que había temor, también había más confianza y la gente se animaba a actuar, pensando en que Dios podía obrar por medio de la mano de los apóstoles. Esto es un efecto de la disciplina eclesial. Hoy no se ve algo semejante y más bien los líderes se han vuelto complacientes para evitar que los miembros se les vayan. ¡No hay diferencia entre un cristiano y un pagano! Se visten, hablan y actúan igual, van a ver las mismas películas e incluso cuando hacen una fiesta actúan igual.
Llama la atención que a pesar de que se había amenazado a Pedro y Juan para que no hablaran más sobre Jesús, la Iglesia se reunía en la columnata de Salomón, en donde se realizaban muchos milagros, y quizá, por el temor al pueblo, los sacerdotes preferían no intervenir.
El testimonio que los cristianos tenía en ese momento era muy bueno, lo que provocaba que el pueblo los alabase, aunque hay quienes, a pesar de reconocer que ellos tenían la verdad, preferían no unirse a ellos, probablemente porque habían visto lo ocurrido con Ananías y Safira.
Hay un deseo muy grande entre los líderes de la Iglesia en atraer a muchos, pero han olvidado que la mejor manera de atraer a los perdidos es con un testimonio de santidad. Cuando los de dentro vivimos santamente, los de fuera, aunque nos odien, van a respetarnos.
Si bien es cierto que muchos tenían temor, también muchos eran atraídos a la Iglesia, tanto hombres como mujeres. Estas personas conocían de la disciplina que habían recibido Ananías y Safira, y aún así estaban dispuestas a añadirse, porque tenían temor de Dios. ¡Qué triste es cuando se prefiere aceptar el pecado en la Iglesia antes de aplicar la disciplina por temor a que los miembros se vayan! Si se van porque no les gusta la disciplina, que se vayan. Debemos ser valientes como Josúe y retar al pueblo diciendo: “Pero si os parece mal servir a Adonay, escogeos hoy a quién sirváis: si a los dioses a los cuales servían vuestros padres cuando estaban al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis. Pero yo y mi casa serviremos a Adonay”[7].
La confianza en que los enviados actuaban de acuerdo a la Voluntad de Dios era tanta que esperaban que tocaran, o al menos su sombra cayese sobre los enfermos para que sanaran. No que ellos tuvieran algún poder inherente, sino que Dios actuaba por medio de ellos.
La fama de los cristianos crecía de tal manera que en las demás ciudades se comentaba lo que estaba ocurriendo en Jerusalén y las personas hacían grandes sacrificios para viajar a la capital, llevando a los enfermos, pero también a los que eran atormentados por los demonios.
Hoy hay quienes se dedican a hacer creer a los simples que ellos sacan demonios y montan todo un circo por medio de esto. Realmente si hay personas endemoniadas el día de hoy, pero lo están porque ellos mismos decidieron rendirse a las fuerzas del mal siguiendo sus propios deseos carnales. No es como en el pasado que los demonios cegaban, enmudecían o dañaban a las personas. ¿Es necesario hacer exorcismos hoy? Tomemos en cuenta lo dicho en la Palabra: “Pedro les dijo: Cambien de disposición mental y cada uno de ustedes sea sumergido en agua, en el nombre de Jesús, el Ungido, que les libra de los pecados y recibirían la dádiva gratuita del Espíritu Santo”[8]. “Sin embargo, ustedes no están en la carne sino en el Espíritu, si en verdad el Espíritu de Dios habita en ustedes. Pero si alguien no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de El”[9]. “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales son hijos de Dios”[10]. “¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?”[11] Observemos entonces:
a. Los demonios solo pueden entrar en una persona que se los permita viviendo de acuerdo a sus deseos carnales.
b. Dios y los demonios no pueden estar habitando juntos.
c. Si una persona tiene a Dios, no puede tener demonios y viceversa.
d. Si una persona tiene demonios y ya no los quiere en él, debe rendir su voluntad a Dios.
e. Para rendir la voluntad nuestra a Dios es necesario que oigamos la Palabra, la creamos, nos arrepintamos de nuestros pecados, confesemos a Jesús como Señor y bajemos a ser sumergidos en agua para luego vivir en santidad.
Entonces, la respuesta a la pregunta ¿es necesario hacer exorcismos hoy?, es un rotundo ¡No! Cuando alguien se entrega a Cristo, los demonios que vivían en él salen huyendo. Si negamos esta verdad, estamos negando el efecto salvador de la sangre de Cristo.
¿Y qué de los que dicen sacar fuera demonios y sanar a los enfermos? Todos ellos son unos mentirosos, y la prueba estriba en las palabras εθεραπευοντο απαντες, “y todos estaban siendo sanados”. He estado presente en “campañas de sanidad” de muchos de los autoproclamados sanadores y siempre he visto personas que entran en sillas de ruedas o en muletas y salen en sillas de ruedas y muletas, y al preguntar a los dis que sanadores sobre esto, dicen que a esas personas les faltó fe, pero a los enfermos del siglo I nunca se les envió enfermos a sus casas, sino que todos fueron sanados.
3. Persecución.
5.17-42 El sumo sacerdote estaba rodeado de los saduceos, de quienes se refiere Josefo por primera vez en Antigüedades XIII.10.5-7, donde describe la decisión de Hircano[12] de aliarse con ellos. De allí se ve que la secta existía antes de dicho reinado.
Antes se pensaba que el nombre se había derivado del sacerdote Sadoc, contemporáneo de David y Salomón[13], cuyos descendientes eran considerados como la línea pura[14] y los conservadores del sacerdocio hasta la rebelión de los macabeos. Sin embargo, varias dificultades filológicas e históricas obligan a buscar otra explicación. T.W. Manson propone que la derivación del nombre debería encontrarse en la palabra griega, syndikoi, que significaba “autoridades fiscales” en el estado de Atenas desde el siglo IV a.C. En Israel también los saduceos controlaban los impuestos.
Al principio los saduceos no eran un grupo religioso, pero con el tiempo, para defender sus intereses, apoyaron al sumo sacerdote. Hasta la mitad del siglo I d.C., controlaban el Sanedrín. Después, al serles quitado el poder secular, primero por los Zelotes y después por los romanos, desaparecieron del judaísmo.
La mayoría de los sacerdotes pertenecían a esta secta, aunque no todos los saduceos eran sacerdotes. Por lo general constituían un núcleo de personas altamente privilegiadas, por ejemplo, comerciantes ricos y funcionarios gubernamentales. Su actitud hacia las tradiciones de los padres se centró en el mantenimiento del culto en el Templo. Su interpretación de la Ley[15] giraba alrededor de la ley ritual. Su actitud negativa hacia ciertas doctrinas del Antiguo Testamento se debía, en parte, a la tensión entre ellos y los fariseos, quienes las afirmaban.
Acerca de su doctrina, Josefo[16] afirma que “los saduceos enseñan que el alma perece con el cuerpo”; “niegan la continuidad del alma después de la muerte”. El Nuevo Testamento es más preciso: Señala que los saduceos negaban la resurrección del cuerpo[17], y también la existencia de mediadores espirituales entre Dios y el hombre[18]. Además, para los saduceos, Dios era casi un “dios ausente” dado que “no puede ni hacer ni prevenir el mal”. En cambio el hombre ejerce su libre albedrío para hacer el bien y el mal[19].
Su ideal político era el estado teocrático encabezado por el sumo sacerdote. Por eso veían con sospecha la esperanza mesiánica que amenazaba con derrotar el orden social y político existente. La mayoría del pueblo común los odiaba porque colaboraban con los romanos y sus reyes títeres, porque introdujeron y permitieron algunas costumbres que no eran judías y porque se comportaban entre el pueblo con arrogancia[20].
En El Nuevo Testamento varias veces se aliaron con los fariseos en oposición a Jesucristo[21]. Sin embargo, el conflicto de Jesús con los saduceos se agudizó mayormente en la última semana de su ministerio, cuando su popularidad entre el pueblo[22] parecía amenazar la paz de Jerusalén. En cambio el conflicto entre Jesús y los fariseos, debido a la influencia de estos entre el pueblo común, se advierte desde el principio de su ministerio.
Los cristianos culparon a los saduceos y a los fariseos de la muerte de Jesús[23]. Fueron ellos los que más intentaron detener el creciente movimiento de la iglesia primitiva[24]; [25].
Para los saduceos era necesario negar a toda costa la resurrección de Jesús, ya que propuesta estaba sustentada en que no existía tal cosa como la resurrección. Esto, aunado al éxito que tenían los enviados por medio de su predicación, los convertía en los mayores enemigos de la Iglesia recién nacida.
La situación no podía ser mejor para los saduceos: Habían logrado capturar a los cabecillas de la Iglesia y los tenían encadenados en la cárcel. Ellos estaban llenos de celos, mientras los enviados estaban llenos del Espíritu Santo. Los saduceos eran odiados por el pueblo porque ellos apoyaban a los romanos, mientras que los enviados eran apoyados por el pueblo porque estaban recibiendo las bendiciones de Dios. Los enviados estaban anunciando la resurrección de Jesús, mientras los saduceos negaban esto.
La situación, humanamente hablando, no era cómoda para los enviados. Estaban en prisión y todo parecía señalar su fin. Ahora, los sacerdotes y saduceos debían encontrar la manera de matarles “legalmente”, tal y como se había hecho con Jesús.
“Pero”, aquí ocurrió lo que nadie esperaba, incluyendo a los enviados. Cuando el mal parece que va a triunfar, la intervención de Dios llegaba. Un enviado de Dios, un ángel, se presenta en la cárcel, no dice cómo entró, pero si dice cómo salió: Abrió las puertas de la cárcel y sacó a los enviados. ¿Qué pasó con la guardia? No se nos dice si se quedaron dormidos o si simplemente no logaron ver a los hombres saliendo.
De nuevo la enseñanza saducea es derribada; ellos afirmaban que no existen los ángeles, pero uno de esos seres que “no existen”, sacó a los enviados de la cárcel y los guardias no se dieron cuenta de nada.
El ángel no les dice que huyan o se escondan, sino más bien los manda a ponerse a la vista de todos, los envía al Templo. La idea que tienen los Menonitas Amish de mantenerse escondidos, alejados de la sociedad es completamente errada. Los cristianos debemos darnos a conocer, no por nosotros, sino anunciando el Evangelio.
Los enviados no nombraron una comisión para analizar si lo que les había mandado el ángel era conveniente o no; ellos cumplieron el mandato de forma inmediata. Había que aprovechar que en la mente del pueblo las cosas estaban frescas y ellos se encontraban entusiasmados al ver la mano de Dios moviéndose a su favor.
Los sacerdotes y saduceos estaban ignorantes de lo que había ocurrido, porque ni siquiera los mismos guardianes que estaban fuera de la cárcel, en la puerta, sabían lo que había ocurrido en su presencia.
Aquí, el testimonio de los alguaciles es muy importante. Ellos aseguran que al llegar las puertas de la cárcel estaban cerradas con la mayor seguridad y los guardianes estaban en su puesto, lo que quiere decir que no había manera que los prisioneros pudieran escapar; pero no había nadie dentro. Esto elimina por completo la idea que presentan algunos que los enviados fueron sacados por alguien más, que no fuera un ángel.
La reacción de los sacerdotes es muy interesante y nos da a entender que el orgullo de estos hombres era tanto que si Dios mismo hubiese abierto el cielo y les mostrara Su rostro y les hablara, ellos no hubiesen creído: Hacía unas pocas semanas habían confabulado la muerte de Jesús, a pesar que ellos mismos eran testigos de las grandes cosas que Él hacía; cuando resucitó, fueron capaces de sobornar a los guardias para que dijeran que los discípulos de Jesús habían robado el cuerpo[26]; fueron testigos de uno y otro milagro, pero su reacción , en lugar de arrepentirse, fue encarcelar a los enviados; y ahora, tras otro milagro, en lugar de caer de rodillas suplicando el perdón de Dios, se preguntan en qué va a terminar este asunto, preocupados por cómo minará su poder el que el pueblo vaya tras las enseñanzas cristianas.
Pronto les llega la noticia de que los enviados están de nuevo en el Templo enseñando y el jefe de la guardia se apresura a ir a buscarles, pero la actuación ahora es muy diferente: Ya no hay empujones ni violencia. Ellos no están interesados en saber cómo se habían salido de la cárcel, puesto que es posible que ya lo hubiesen descifrado, por lo que ni siquiera buscan saber si los enviados tenían cómplices entre los guardias que les hubiesen ayudado. Ahora van y hacen una invitación a los enviados y así también evitan que el pueblo, un poco más sensible al actuar de Dios, vaya a violentarse contra ellos, ya que ¡temen al pueblo y no a Dios!
Cuando los llevaron ante los sacerdotes, el jefe de ellos no pregunta tampoco cómo salieron, sino que les dice: “Les dimos a ustedes la instrucción de no estar enseñando este nombre “, mostrando cuánto odiaba a Jesús, de quien ni siquiera quería mencionar su nombre.
Acusan a los enviados de dos cosas: Han desobedecido a lo mandado por el Sanedrín, y han hablado contra este al culparle de la muerte de un inocente. Así actúan los pecadores, cuando se les confronta con su pecado, tratan de empequeñecer el asunto hablando de ellos no como pecados, sino como “errores”, o simplemente lo niegan.
La respuesta de los enviados también es de destacar, ellos no buscaron entablar algún acuerdo para que los dos grupos religiosos pudieran mantenerse en concordia. No dijeron: Respetémonos, ustedes trabajen con los suyos y nosotros con los nuestros, y tampoco pensaron en un arreglo ecuménico.
La respuesta aparece en la boca de Pedro que les dispara una bola directa que ningún religioso, llámese como se llame, podrá jamás negar: No podemos poner los mandatos de los hombres por encima de los mandatos de Dios. Es por ello que el mandato del silencio que quisieron imponer ellos no tiene sentido.
En cuanto a que ellos eran culpables de la muerte de Jesús, no tienen tampoco excusa. Su memoria era tan corta que habían olvidado que en los esfuerzos de Pilato para dejar a Jesús en libertad les había dicho: “¡Qué yo sea hallado inocente de la sangre de este hombre! ¡Qué sea culpa de ustedes! Y ellos respondieron: ¡Qué su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!”[27] Ahora quieren negar sus palabras, ¿por qué? Tal vez es que estaban seguros que Jesús había resucitado, lo cual los convertiría en asesinos de un inocente, algo que sí había reconocido Judas[28]. Hoy hay quienes nigan la culpa de los judíos en la muerte de Jesús, porque todavía los consideran el pueblo de Dios, pero ellos, al igual que todos los pueblos de la tierra, necesitan, no solo deben ya que es un mandamiento no un consejo, arrepentirse de sus pecados y obedecer la Palabra de Dios para poder ser salvos.
Pedro no teme en hablar el Evangelio directamente delante de los sacerdotes y de encararlos con los hechos. Dios levantó a Jesús, tal y como lo había dicho Moisés[29], pero los judíos, en lugar de reconocerle como el Profeta esperado, lo crucificaron, convirtiéndo la Bendición en maldición[30]. Pero la historia no termina ahí, sino que Dios lo resucitó y lo ha glorificado poniéndolo a su derecha, ya que Él es el Gobernante y Salvador de todo pueblo, el único que puede dar perdón de los pecados.
Al escuchar esto, en lugar de dolerse por su mal comportamiento, se enojan de tal manera que literalmente traducimos “deseaban tomarlos y partirlos en dos”, estaban furiosos y querían matarlos y lo hubieran hecho de no ser que la ley romana se los prohibía.
No podemos decir que todos estos hombres eran malvados o que actuaban irracionalmente, porque entre ellos surgen personas como Nicodemo, José de Arimatea o en este caso, Gamaliel.
Gamaliel era hijo de Simón y nieto de Hillel. Su nombre significa “Recompensa de Dios” o “Camello de Dios”. Célebre fariseo, doctor de la Ley y miembro del sanedrín durante el siglo I. Representante de los liberales en el fariseísmo, que era la escuela de Hillel era opuesta a la de Shammai. Por su sabiduría y tolerancia notables, fue considerado uno de los fariseos más nobles. Fue el primero en llevar el título “Rabbán”, que significa, nuestro maestro, en vez de “Rabí”, que significa, mi maestro. El apóstol Pablo consideró un gran honor el haber sido uno de sus discípulos[31]. El Talmud dice que con la muerte de Gamaliel “cesó la gloria de la Ley y la pureza y la abstinencia murieron juntamente con él”[32]. Una tradición católica consigna la conversión de Gamaliel[33], y según Focio fue sumergido en agua por Pedro y Juan, pero esta es irreconciliable con la estima y el respeto que los rabinos profesaron a este maestro aun en tiempos posteriores[34]. En Pisa, Italia, se tiene un cuerpo que según la tradición católica es de Gamaliel.
Gamaliel hace sacar a los enviados y les hace ver a los demás miembros del Sanedrín el peligro de cometer un crímen contra Dios, para eso hace mención de Teudas, un nacionalista judío, que reunió cuatrocientos partidarios y que tenían como un “mesías”, pero perdió la vida y sus seguidores fueron dispersados y aniquilados. No poseemos datos más amplios sobre su persona ni su movimiento. Josefo habla de un Teudas[35] que era mago y que durante el gobierno de Cuspio Fado[36] encabezó una rebelión. Pero ya que de quien habla Gamaliel fue anterior a Judas y al censo[37], no puede ser el mismo que mencionó Josefo[38]. También menciona a Judas el Galileo, que fomentó una rebelión contra los romanos cuando asaltó la guarnición romana en Séforis, a 7 kilómetros de Nazaret, entonces la capital de Galilea. Josefo dice que nació en Gamala[39], y que fundó, junto al fariseo Zadoq, el movimiento de los zelotes, que él considera la cuarta secta del judaísmo del siglo I y ubica la rebelión en el 6 d.C.; Cirenio derrotó a los rebeldes y Judas fue muerto[40]. Estos acontecimientos son relatados por Flavio Josefo en La guerra de los judíos[41] y en las Antigüedades de los Judíos[42]. Josefo culpa a los zelotes de la Gran Revuelta Judía y de la destrucción del Segundo Templo de Jerusalén. Los zelotes predicaban que solo Dios era el verdadero gobernante de Israel, y se negaban a pagar impuestos a los romanos. Josefo no menciona la muerte de Judas, pero informa de que sus hijos Iago y Simón fueron ejecutados por el procurador Alejandro hacia el año 46, varios años después de la afirmación de Gamaliel.
Se podría decir que en cuanto a los falsos maestros, el consejo de Gamaliel no es bueno, pero probablemente, sin que él supiera, Dios lo estaba utilizando para librar a los enviados de una muerte segura.
Su consejo fue seguido, aunque no sin antes dar unos azotes a los enviados, que era un severo castigo, pero que a los enviados pareció llenarles de gozo, siendo esta la primera vez que los discípulos sufrían en su cuerpo el dolor de ser cristianos.
[1] Éxodo 32.30. Toráh.
[2] Números 5.6. Toráh.
[3] Deuteronomio 24.16. Toráh.
[4] Juan 8.34. NBLH.
[5] Romanos 5.12. NBLH.
[6] Santiago 4.7.
[7] Josué 24.15.
[8] Hechos 2.38.
[9] Romanos 8.9. NBLH.
[10] Romanos 8.14. NBLH.
[11] 1 Corintios 3.16. NBLH.
[12] Rey macabeo de los judíos, 135-105 a.C.
[13] 2 Samuel 15.27; 19.11; 1 Reyes 1.8.
[14] Ezequiel 44.15; 48.11.
[15] Aceptaban solo el Pentateuco como autoritativo.
[16] Antigüedades XVIII.1. 4.
[17] Marcos 12.18, 26; Hechos 23.8.
[18] Hechos 23.8.
[19] Josefo. Guerras II.11.14.
[20] Antigüedades XX.10.1; Salmos de Salomón 4.2.
[21] Marcos 11.18, 27; 14.43; 15.1; Lucas 9.22.
[22] Marcos 12.12.
[23] Juan 11.49; 18.3, 19.
[24] Hechos 4 y 5; 22.5.
[25] Diccionario Nelson. Saduceos.
[26] Mateo 28.11-15.
[27] Mateo 27.24-25.
[28] Mateo 27.4.
[29] Deuteronomio 18.15.
[30] Deuteronomio 21.23.
[31] Hechos 22.3.
[32] Sot 9.15.
[33] Reconocimiento de Clemente, I, 65-66.
[34] Diccionario Nelson; Diccionario Certeza; Wikipedia. Gamaliel.
[35] Josefo, Antigüedades de los judíos 20.5.1.
[36] 44-46 d.C.
[37] 6 a.C.
[38] Diccionario Nelson; Diccionario Fredy; Diccionario Certeza; . Teudas.
[39] Josefo, Antigüedades de los judíos 18.3
[40] Diccionario Certeza; Diccionario Nelson; Wikipedia. Judas el Galileo.
[41] Libro II, Capítulo 8.
[42] Libro XVIII.
5.1-11 Ahora viene la historia contrastante con la de Bernabé. Aquel había hecho las cosas con un corazón sincero, cuando tuvo el dinero en sus manos, no lo contempló como una ganancia, sino que estuvo dispuesto a hacer lo que se había propuesto a sí mismo.
Este es el primer pecado que se registra cometido por un miembro de la Iglesia. Quizá Ananías junto con su mujer, quiso imitar lo bueno, o quizá actuaron simplemente guiados por la envidia ya que es probable que los primeros en hacer algo semejante fueran elogiados y ellos también deseaban figurar. Lo cierto del caso es que cuando tuvieron el dinero en sus manos se arrepintieron de haber propuesto en su corazón dar todo a la Iglesia y decidieron dejarse una parte. Era un complot entre ambos y aquella que debía ser ayuda idónea, se convirtió en complice de la maldad.
El pecado de estos dos no consiste en haber vendido la propiedad, tampoco es por haberse quedado con una parte. Si cuando él llegó a donde Pedro le hubiese dicho: Mira Pedro, vendí mi propiedad, pero como tengo que hacer otras cosas, no voy a dar todo a la Iglesia, pero quiero dar el 50%, ó el 20%, ó el 5%, y su acto hubiese sido elogiado y quizá en el capítulo 4, al final diría: “Pero los que no podían dar todo, daban una parte del precio de lo vendido, como hizo Ananías”. ¡Pero no! Ellos decidieron mentir para recibir el aplauso de los hombres.
El corazón de Ananías se llenó completamente por el Adversario, no porque Ananías estuviese podeído por un demonio, sino porque él decidió pecar. Esto nos lleva a preguntar: ¿Decidimos pecar o Satanás no obliga a pecar?
Ya en el Antiguo Testamento se da la idea de la decisión propia de pecar, por eso vemos a Moisés diciéndole al pueblo: “Habéis cometido un gran pecado. Yo voy a subir ahora donde Adonay; acaso pueda obtener la expiación de vuestro pecado”[1]. Así, Dios mismo utiliza el principio al decir a Moisés: “Habla a los israelitas: Si un hombre o una mujer comete cualquier pecado en perjuicio de otro, ofendiendo a Adonay, el tal será reo de delito”[2]. Notemos que la responsabilidad es de quien “comete”, del que actúa y por lo tanto las consecuencias serán contra él mismo: “No morirán los padres por culpa de los hijos ni los hijos por culpa de los padres. Cada cual morirá por su propio pecado”[3].
En el Nuevo Testamento se mantiene el mismo principio; Jesús así lo dijo: “En verdad les digo que todo el que comete pecado es esclavo del pecado”[4]. Y el Espíritu Santo dice por medio de Pablo: “Por tanto, tal como el pecado entró en el mundo por medio de un hombre, y por medio del pecado la muerte, así también la muerte se extendió a todos los hombres, porque todos pecaron”[5]. Así que no podemos decir: “Es que Satanás o fulano me obligaron a pecar”, porque lo cierto es que pecamos porque queremos.
¿Cuál es entonces el papel de Satanás y los demonios en el pecado nuestro? Simplemente lo que hacen es presentarnos la oportunidad para pecar, guiados por nuestra propia debilidad. Ananías y Safira eran personas avaras y orgullosas, pero necesitaban un gatillo que les detonara su debilidad. Mientras ellos no habían visto que se elogiara a nadie en la Iglesia, se sentían tranquilos, quizá hasta eran buenos cristianos; pero en el momento en que vieron que a Bernabé se le reconoció por lo que había hecho, su orgullo les llevó a tratar de imitarlo, no porque deseaban el bienestar para los necesitados, sino porque querían ser reconocidos. Pero además del orgullo, su otra debilidad les traicionó, ya que cuando vieron la cantidad de dinero, se sintieron obligados a dejarse una parte, pero su orgullo les decía que no podían publicar que no estaban entregando todo, tratando de engañar a la Iglesia. Voluntariamente pecaron, en lugar de resistir la tentación[6].
¡Cuántos piensan que pueden engañar a Dios! Lo hemos visto una y otra vez. Muchos concideran que es fácil burlarse de Dios, por lo que hay en los púlpitos quienes mienten porque dicen una cosa mientras ellos viven lo contrario. Se hacen pasar por piadosos, cuando viven en pecado. Algunos hasta han llegado al colmo de preparar “milagros” y “señales” para impresionar a los presentes con su poder.
Ananías miente al Espíritu Santo, que no se deja engañar porque conoce hasta lo más profundo del corazón. Y aquí necesitamos preguntar a los russellistas: Si ellos aseguran que el Espíritu Santo es una fuerza, ¿cómo se le puede mentir a una fuerza? Yo puedo decir que la fuerza eléctrica es de mala calidad y no pasa nada, pero no es posible decir que el Espíritu Santo es malo sin recibir castigo por ese pecado. Ananías cometió el pecado y recibió las consecuencias.
Algunos comentaristas han tratado de ver un mal acto en este episodio, atribuyéndole a Pedro la muerte de Ananías, pero se equivocan ya que no fue el apóstol quien le mató, sino que fue un juicio de parte de Dios. No sabemos si lo que le dio a Ananías fue un infarto, un derrame o ambos, lo cierto es que Ananías murió de manera sobrenatural y prueba de eso es la muerte de su esposa tres horas más tarde.
El acto de Ananías y su muerte eran negativos, pecaminosos, por lo que no hay dolor en la congregación y se le sepulta rápidamente, sin ceremonias ni duelo, es más, no se toman la molestia de ir a avisar a su esposa Safira, la cual se presentó pasadas tres horas, probablemente a la adoración y quizá pensando que al llegar se le reconocería entre la Iglesia por su donación.
Aún no había evidencia en la Iglesia de la complicidad de Ananías y Safira, por lo que Pedro debe preguntar a la mujer, que sigue el plan tramado con su marido. Si cuando Pedro preguntó, la mujer hubiese dicho: “Pedro, Ananías y yo habíamos pensado dejárnos una parte del dinero sin decir nada, pero la verdad es que lo he pensado mejor y creo que estábamos equivocados y debo decir la verdad”, ella no hubiera muerto, pero al igual que su marido, ella pensó que podía engañar a Dios y sufrió las consecuencias.
Ellos quisieron poner a prueba al Espíritu Santo, tal vez pensando que los apóstoles no iban a saberlo, ignorando que ellos eran inspirados por Él. Son muchos los que piensan que es fácil engañar a los demás y no toman en cuenta lo escrito en el Nuevo Testamento, tratando de hacer sus pensamientos antibíblicos y para justificarse cambian los términos. Así, cuando le llamé la atención a un predicador porque de las ofrendas le dan una mensualidad a una viuda joven violando lo que enseña 1 Timoteo 5.9, trató de justificarse diciendo que ella no estaba en ninguna lista, porque de hecho no tenían lista; pero lo cierto es que al darle una ayuda mensual fija, ya la tenían en la lista. La verdad es que ignoran lo escrito en la Palabra de Dios y tratan de engañar al Espíritu Santo.
Esta disciplina tan fuerte produjo gran temor, no solo sobre la Iglesia, sino en todos los que se dieron cuenta de este suceso. Hay quienes se oponen a la disciplina en la Iglesia y hasta dicen que nadie tiene derecho de llamara a nadie la atención porque todos tenemos errores, lo cual es cierto, pero si dejamos de corregir las cosas que están equivocadas, tendremos precisamente lo que vemos: Predicadores y miembros homosexuales, adúlteros, fornicarios, mentirosos, ladrones, falsos, infames, que nada más hacen lo que su carne les ordena, introduciendo en la adoración prácticas mundanas como lo es la música bailable y acompañada de instrumentos, adoración a hombres y desobediencia directa a la Palabra.
Estas muertes tuvieron dos consecuencias: Por un lado el temor se apodero de la gente, no solo los miembros de la Iglesia, sino los de fuera, por lo que si alguien estaba pensando en unirse a la Iglesia para aprovechar alguna circunstancia, esto lo haría pensarlo dos veces; y por otro, si alguien tenía dudas de que los enviados actuaban guiados por el Espíritu Santo, esto quitaría toda duda.
Llama la atención que este pecado cometido por Ananías y Safira tiene parecido con el de los hijos de Aarón, Nadab y Abiú, quienes creyeron que lo importante era llevar una ofrenda, sin importar cómo. Hoy día ocurre lo mismo. Entre los que se hacen llamar cristianos hay un pensamiento de que a Dios no le interesa cómo es nuestra adoración, siempre y cuando la hagamos, por ello encontramos tantísimo desorden entre los que se hacen decir adoradores: Hablan cosas que no dice la Biblia como verdaderas; se presentan delante de la congregación cargados de pecado, la santidad es un tema en peligro de extinción; cantan lo que se les venga en gana y al ritmo que les guste a ellos sin importar lo que sea presentable ante Dios, por ello escuchamos cantos en donde se exhalta la ciudad de Jerusalén, se canta a Judas, hay cantos que no se sabe si van dirigidos a Dios o a los hombres, se usan ritmos que fueron considerados pecaminosos por el mismo mundo como el tango, la cumbia, la salsa, el rock, reguee y reguetón, con lo que se ha atraído a una gran cantidad de cantantes que se sienten felices porque pueden tener un lugar importante en la Iglesia y al mismo tiempo seguir con su vida “normal”. La Biblia no nos enseña que podemos dar a Dios lo que nos gusta o interesa a nosotros, sino lo que Él quiere y demanda.
Hay quienes dicen tener el poder de hacer milagros, pero estos son solo de “hablar en lenguas” o “sanar a los enfermos”, pero en ningún momento sabemos de alguien que cae muerto porque vino a la Iglesia con una mentira, aunque si sabemos que los que se dicen tener estos poderes milagrosos en muchas ocasiones son los intérpretes de las mentiras y pecados terribles, para luego ir e internarse en una clínica por unos días y luego salen con más fuera a seguir con su relajo como si nada hubiese ocurrido.
2. Milagros apostólicos.
5.12-16 La actividad apostólica aumentó porque a pesar de que había temor, también había más confianza y la gente se animaba a actuar, pensando en que Dios podía obrar por medio de la mano de los apóstoles. Esto es un efecto de la disciplina eclesial. Hoy no se ve algo semejante y más bien los líderes se han vuelto complacientes para evitar que los miembros se les vayan. ¡No hay diferencia entre un cristiano y un pagano! Se visten, hablan y actúan igual, van a ver las mismas películas e incluso cuando hacen una fiesta actúan igual.
Llama la atención que a pesar de que se había amenazado a Pedro y Juan para que no hablaran más sobre Jesús, la Iglesia se reunía en la columnata de Salomón, en donde se realizaban muchos milagros, y quizá, por el temor al pueblo, los sacerdotes preferían no intervenir.
El testimonio que los cristianos tenía en ese momento era muy bueno, lo que provocaba que el pueblo los alabase, aunque hay quienes, a pesar de reconocer que ellos tenían la verdad, preferían no unirse a ellos, probablemente porque habían visto lo ocurrido con Ananías y Safira.
Hay un deseo muy grande entre los líderes de la Iglesia en atraer a muchos, pero han olvidado que la mejor manera de atraer a los perdidos es con un testimonio de santidad. Cuando los de dentro vivimos santamente, los de fuera, aunque nos odien, van a respetarnos.
Si bien es cierto que muchos tenían temor, también muchos eran atraídos a la Iglesia, tanto hombres como mujeres. Estas personas conocían de la disciplina que habían recibido Ananías y Safira, y aún así estaban dispuestas a añadirse, porque tenían temor de Dios. ¡Qué triste es cuando se prefiere aceptar el pecado en la Iglesia antes de aplicar la disciplina por temor a que los miembros se vayan! Si se van porque no les gusta la disciplina, que se vayan. Debemos ser valientes como Josúe y retar al pueblo diciendo: “Pero si os parece mal servir a Adonay, escogeos hoy a quién sirváis: si a los dioses a los cuales servían vuestros padres cuando estaban al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis. Pero yo y mi casa serviremos a Adonay”[7].
La confianza en que los enviados actuaban de acuerdo a la Voluntad de Dios era tanta que esperaban que tocaran, o al menos su sombra cayese sobre los enfermos para que sanaran. No que ellos tuvieran algún poder inherente, sino que Dios actuaba por medio de ellos.
La fama de los cristianos crecía de tal manera que en las demás ciudades se comentaba lo que estaba ocurriendo en Jerusalén y las personas hacían grandes sacrificios para viajar a la capital, llevando a los enfermos, pero también a los que eran atormentados por los demonios.
Hoy hay quienes se dedican a hacer creer a los simples que ellos sacan demonios y montan todo un circo por medio de esto. Realmente si hay personas endemoniadas el día de hoy, pero lo están porque ellos mismos decidieron rendirse a las fuerzas del mal siguiendo sus propios deseos carnales. No es como en el pasado que los demonios cegaban, enmudecían o dañaban a las personas. ¿Es necesario hacer exorcismos hoy? Tomemos en cuenta lo dicho en la Palabra: “Pedro les dijo: Cambien de disposición mental y cada uno de ustedes sea sumergido en agua, en el nombre de Jesús, el Ungido, que les libra de los pecados y recibirían la dádiva gratuita del Espíritu Santo”[8]. “Sin embargo, ustedes no están en la carne sino en el Espíritu, si en verdad el Espíritu de Dios habita en ustedes. Pero si alguien no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de El”[9]. “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales son hijos de Dios”[10]. “¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?”[11] Observemos entonces:
a. Los demonios solo pueden entrar en una persona que se los permita viviendo de acuerdo a sus deseos carnales.
b. Dios y los demonios no pueden estar habitando juntos.
c. Si una persona tiene a Dios, no puede tener demonios y viceversa.
d. Si una persona tiene demonios y ya no los quiere en él, debe rendir su voluntad a Dios.
e. Para rendir la voluntad nuestra a Dios es necesario que oigamos la Palabra, la creamos, nos arrepintamos de nuestros pecados, confesemos a Jesús como Señor y bajemos a ser sumergidos en agua para luego vivir en santidad.
Entonces, la respuesta a la pregunta ¿es necesario hacer exorcismos hoy?, es un rotundo ¡No! Cuando alguien se entrega a Cristo, los demonios que vivían en él salen huyendo. Si negamos esta verdad, estamos negando el efecto salvador de la sangre de Cristo.
¿Y qué de los que dicen sacar fuera demonios y sanar a los enfermos? Todos ellos son unos mentirosos, y la prueba estriba en las palabras εθεραπευοντο απαντες, “y todos estaban siendo sanados”. He estado presente en “campañas de sanidad” de muchos de los autoproclamados sanadores y siempre he visto personas que entran en sillas de ruedas o en muletas y salen en sillas de ruedas y muletas, y al preguntar a los dis que sanadores sobre esto, dicen que a esas personas les faltó fe, pero a los enfermos del siglo I nunca se les envió enfermos a sus casas, sino que todos fueron sanados.
3. Persecución.
5.17-42 El sumo sacerdote estaba rodeado de los saduceos, de quienes se refiere Josefo por primera vez en Antigüedades XIII.10.5-7, donde describe la decisión de Hircano[12] de aliarse con ellos. De allí se ve que la secta existía antes de dicho reinado.
Antes se pensaba que el nombre se había derivado del sacerdote Sadoc, contemporáneo de David y Salomón[13], cuyos descendientes eran considerados como la línea pura[14] y los conservadores del sacerdocio hasta la rebelión de los macabeos. Sin embargo, varias dificultades filológicas e históricas obligan a buscar otra explicación. T.W. Manson propone que la derivación del nombre debería encontrarse en la palabra griega, syndikoi, que significaba “autoridades fiscales” en el estado de Atenas desde el siglo IV a.C. En Israel también los saduceos controlaban los impuestos.
Al principio los saduceos no eran un grupo religioso, pero con el tiempo, para defender sus intereses, apoyaron al sumo sacerdote. Hasta la mitad del siglo I d.C., controlaban el Sanedrín. Después, al serles quitado el poder secular, primero por los Zelotes y después por los romanos, desaparecieron del judaísmo.
La mayoría de los sacerdotes pertenecían a esta secta, aunque no todos los saduceos eran sacerdotes. Por lo general constituían un núcleo de personas altamente privilegiadas, por ejemplo, comerciantes ricos y funcionarios gubernamentales. Su actitud hacia las tradiciones de los padres se centró en el mantenimiento del culto en el Templo. Su interpretación de la Ley[15] giraba alrededor de la ley ritual. Su actitud negativa hacia ciertas doctrinas del Antiguo Testamento se debía, en parte, a la tensión entre ellos y los fariseos, quienes las afirmaban.
Acerca de su doctrina, Josefo[16] afirma que “los saduceos enseñan que el alma perece con el cuerpo”; “niegan la continuidad del alma después de la muerte”. El Nuevo Testamento es más preciso: Señala que los saduceos negaban la resurrección del cuerpo[17], y también la existencia de mediadores espirituales entre Dios y el hombre[18]. Además, para los saduceos, Dios era casi un “dios ausente” dado que “no puede ni hacer ni prevenir el mal”. En cambio el hombre ejerce su libre albedrío para hacer el bien y el mal[19].
Su ideal político era el estado teocrático encabezado por el sumo sacerdote. Por eso veían con sospecha la esperanza mesiánica que amenazaba con derrotar el orden social y político existente. La mayoría del pueblo común los odiaba porque colaboraban con los romanos y sus reyes títeres, porque introdujeron y permitieron algunas costumbres que no eran judías y porque se comportaban entre el pueblo con arrogancia[20].
En El Nuevo Testamento varias veces se aliaron con los fariseos en oposición a Jesucristo[21]. Sin embargo, el conflicto de Jesús con los saduceos se agudizó mayormente en la última semana de su ministerio, cuando su popularidad entre el pueblo[22] parecía amenazar la paz de Jerusalén. En cambio el conflicto entre Jesús y los fariseos, debido a la influencia de estos entre el pueblo común, se advierte desde el principio de su ministerio.
Los cristianos culparon a los saduceos y a los fariseos de la muerte de Jesús[23]. Fueron ellos los que más intentaron detener el creciente movimiento de la iglesia primitiva[24]; [25].
Para los saduceos era necesario negar a toda costa la resurrección de Jesús, ya que propuesta estaba sustentada en que no existía tal cosa como la resurrección. Esto, aunado al éxito que tenían los enviados por medio de su predicación, los convertía en los mayores enemigos de la Iglesia recién nacida.
La situación no podía ser mejor para los saduceos: Habían logrado capturar a los cabecillas de la Iglesia y los tenían encadenados en la cárcel. Ellos estaban llenos de celos, mientras los enviados estaban llenos del Espíritu Santo. Los saduceos eran odiados por el pueblo porque ellos apoyaban a los romanos, mientras que los enviados eran apoyados por el pueblo porque estaban recibiendo las bendiciones de Dios. Los enviados estaban anunciando la resurrección de Jesús, mientras los saduceos negaban esto.
La situación, humanamente hablando, no era cómoda para los enviados. Estaban en prisión y todo parecía señalar su fin. Ahora, los sacerdotes y saduceos debían encontrar la manera de matarles “legalmente”, tal y como se había hecho con Jesús.
“Pero”, aquí ocurrió lo que nadie esperaba, incluyendo a los enviados. Cuando el mal parece que va a triunfar, la intervención de Dios llegaba. Un enviado de Dios, un ángel, se presenta en la cárcel, no dice cómo entró, pero si dice cómo salió: Abrió las puertas de la cárcel y sacó a los enviados. ¿Qué pasó con la guardia? No se nos dice si se quedaron dormidos o si simplemente no logaron ver a los hombres saliendo.
De nuevo la enseñanza saducea es derribada; ellos afirmaban que no existen los ángeles, pero uno de esos seres que “no existen”, sacó a los enviados de la cárcel y los guardias no se dieron cuenta de nada.
El ángel no les dice que huyan o se escondan, sino más bien los manda a ponerse a la vista de todos, los envía al Templo. La idea que tienen los Menonitas Amish de mantenerse escondidos, alejados de la sociedad es completamente errada. Los cristianos debemos darnos a conocer, no por nosotros, sino anunciando el Evangelio.
Los enviados no nombraron una comisión para analizar si lo que les había mandado el ángel era conveniente o no; ellos cumplieron el mandato de forma inmediata. Había que aprovechar que en la mente del pueblo las cosas estaban frescas y ellos se encontraban entusiasmados al ver la mano de Dios moviéndose a su favor.
Los sacerdotes y saduceos estaban ignorantes de lo que había ocurrido, porque ni siquiera los mismos guardianes que estaban fuera de la cárcel, en la puerta, sabían lo que había ocurrido en su presencia.
Aquí, el testimonio de los alguaciles es muy importante. Ellos aseguran que al llegar las puertas de la cárcel estaban cerradas con la mayor seguridad y los guardianes estaban en su puesto, lo que quiere decir que no había manera que los prisioneros pudieran escapar; pero no había nadie dentro. Esto elimina por completo la idea que presentan algunos que los enviados fueron sacados por alguien más, que no fuera un ángel.
La reacción de los sacerdotes es muy interesante y nos da a entender que el orgullo de estos hombres era tanto que si Dios mismo hubiese abierto el cielo y les mostrara Su rostro y les hablara, ellos no hubiesen creído: Hacía unas pocas semanas habían confabulado la muerte de Jesús, a pesar que ellos mismos eran testigos de las grandes cosas que Él hacía; cuando resucitó, fueron capaces de sobornar a los guardias para que dijeran que los discípulos de Jesús habían robado el cuerpo[26]; fueron testigos de uno y otro milagro, pero su reacción , en lugar de arrepentirse, fue encarcelar a los enviados; y ahora, tras otro milagro, en lugar de caer de rodillas suplicando el perdón de Dios, se preguntan en qué va a terminar este asunto, preocupados por cómo minará su poder el que el pueblo vaya tras las enseñanzas cristianas.
Pronto les llega la noticia de que los enviados están de nuevo en el Templo enseñando y el jefe de la guardia se apresura a ir a buscarles, pero la actuación ahora es muy diferente: Ya no hay empujones ni violencia. Ellos no están interesados en saber cómo se habían salido de la cárcel, puesto que es posible que ya lo hubiesen descifrado, por lo que ni siquiera buscan saber si los enviados tenían cómplices entre los guardias que les hubiesen ayudado. Ahora van y hacen una invitación a los enviados y así también evitan que el pueblo, un poco más sensible al actuar de Dios, vaya a violentarse contra ellos, ya que ¡temen al pueblo y no a Dios!
Cuando los llevaron ante los sacerdotes, el jefe de ellos no pregunta tampoco cómo salieron, sino que les dice: “Les dimos a ustedes la instrucción de no estar enseñando este nombre “, mostrando cuánto odiaba a Jesús, de quien ni siquiera quería mencionar su nombre.
Acusan a los enviados de dos cosas: Han desobedecido a lo mandado por el Sanedrín, y han hablado contra este al culparle de la muerte de un inocente. Así actúan los pecadores, cuando se les confronta con su pecado, tratan de empequeñecer el asunto hablando de ellos no como pecados, sino como “errores”, o simplemente lo niegan.
La respuesta de los enviados también es de destacar, ellos no buscaron entablar algún acuerdo para que los dos grupos religiosos pudieran mantenerse en concordia. No dijeron: Respetémonos, ustedes trabajen con los suyos y nosotros con los nuestros, y tampoco pensaron en un arreglo ecuménico.
La respuesta aparece en la boca de Pedro que les dispara una bola directa que ningún religioso, llámese como se llame, podrá jamás negar: No podemos poner los mandatos de los hombres por encima de los mandatos de Dios. Es por ello que el mandato del silencio que quisieron imponer ellos no tiene sentido.
En cuanto a que ellos eran culpables de la muerte de Jesús, no tienen tampoco excusa. Su memoria era tan corta que habían olvidado que en los esfuerzos de Pilato para dejar a Jesús en libertad les había dicho: “¡Qué yo sea hallado inocente de la sangre de este hombre! ¡Qué sea culpa de ustedes! Y ellos respondieron: ¡Qué su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!”[27] Ahora quieren negar sus palabras, ¿por qué? Tal vez es que estaban seguros que Jesús había resucitado, lo cual los convertiría en asesinos de un inocente, algo que sí había reconocido Judas[28]. Hoy hay quienes nigan la culpa de los judíos en la muerte de Jesús, porque todavía los consideran el pueblo de Dios, pero ellos, al igual que todos los pueblos de la tierra, necesitan, no solo deben ya que es un mandamiento no un consejo, arrepentirse de sus pecados y obedecer la Palabra de Dios para poder ser salvos.
Pedro no teme en hablar el Evangelio directamente delante de los sacerdotes y de encararlos con los hechos. Dios levantó a Jesús, tal y como lo había dicho Moisés[29], pero los judíos, en lugar de reconocerle como el Profeta esperado, lo crucificaron, convirtiéndo la Bendición en maldición[30]. Pero la historia no termina ahí, sino que Dios lo resucitó y lo ha glorificado poniéndolo a su derecha, ya que Él es el Gobernante y Salvador de todo pueblo, el único que puede dar perdón de los pecados.
Al escuchar esto, en lugar de dolerse por su mal comportamiento, se enojan de tal manera que literalmente traducimos “deseaban tomarlos y partirlos en dos”, estaban furiosos y querían matarlos y lo hubieran hecho de no ser que la ley romana se los prohibía.
No podemos decir que todos estos hombres eran malvados o que actuaban irracionalmente, porque entre ellos surgen personas como Nicodemo, José de Arimatea o en este caso, Gamaliel.
Gamaliel era hijo de Simón y nieto de Hillel. Su nombre significa “Recompensa de Dios” o “Camello de Dios”. Célebre fariseo, doctor de la Ley y miembro del sanedrín durante el siglo I. Representante de los liberales en el fariseísmo, que era la escuela de Hillel era opuesta a la de Shammai. Por su sabiduría y tolerancia notables, fue considerado uno de los fariseos más nobles. Fue el primero en llevar el título “Rabbán”, que significa, nuestro maestro, en vez de “Rabí”, que significa, mi maestro. El apóstol Pablo consideró un gran honor el haber sido uno de sus discípulos[31]. El Talmud dice que con la muerte de Gamaliel “cesó la gloria de la Ley y la pureza y la abstinencia murieron juntamente con él”[32]. Una tradición católica consigna la conversión de Gamaliel[33], y según Focio fue sumergido en agua por Pedro y Juan, pero esta es irreconciliable con la estima y el respeto que los rabinos profesaron a este maestro aun en tiempos posteriores[34]. En Pisa, Italia, se tiene un cuerpo que según la tradición católica es de Gamaliel.
Gamaliel hace sacar a los enviados y les hace ver a los demás miembros del Sanedrín el peligro de cometer un crímen contra Dios, para eso hace mención de Teudas, un nacionalista judío, que reunió cuatrocientos partidarios y que tenían como un “mesías”, pero perdió la vida y sus seguidores fueron dispersados y aniquilados. No poseemos datos más amplios sobre su persona ni su movimiento. Josefo habla de un Teudas[35] que era mago y que durante el gobierno de Cuspio Fado[36] encabezó una rebelión. Pero ya que de quien habla Gamaliel fue anterior a Judas y al censo[37], no puede ser el mismo que mencionó Josefo[38]. También menciona a Judas el Galileo, que fomentó una rebelión contra los romanos cuando asaltó la guarnición romana en Séforis, a 7 kilómetros de Nazaret, entonces la capital de Galilea. Josefo dice que nació en Gamala[39], y que fundó, junto al fariseo Zadoq, el movimiento de los zelotes, que él considera la cuarta secta del judaísmo del siglo I y ubica la rebelión en el 6 d.C.; Cirenio derrotó a los rebeldes y Judas fue muerto[40]. Estos acontecimientos son relatados por Flavio Josefo en La guerra de los judíos[41] y en las Antigüedades de los Judíos[42]. Josefo culpa a los zelotes de la Gran Revuelta Judía y de la destrucción del Segundo Templo de Jerusalén. Los zelotes predicaban que solo Dios era el verdadero gobernante de Israel, y se negaban a pagar impuestos a los romanos. Josefo no menciona la muerte de Judas, pero informa de que sus hijos Iago y Simón fueron ejecutados por el procurador Alejandro hacia el año 46, varios años después de la afirmación de Gamaliel.
Se podría decir que en cuanto a los falsos maestros, el consejo de Gamaliel no es bueno, pero probablemente, sin que él supiera, Dios lo estaba utilizando para librar a los enviados de una muerte segura.
Su consejo fue seguido, aunque no sin antes dar unos azotes a los enviados, que era un severo castigo, pero que a los enviados pareció llenarles de gozo, siendo esta la primera vez que los discípulos sufrían en su cuerpo el dolor de ser cristianos.
[1] Éxodo 32.30. Toráh.
[2] Números 5.6. Toráh.
[3] Deuteronomio 24.16. Toráh.
[4] Juan 8.34. NBLH.
[5] Romanos 5.12. NBLH.
[6] Santiago 4.7.
[7] Josué 24.15.
[8] Hechos 2.38.
[9] Romanos 8.9. NBLH.
[10] Romanos 8.14. NBLH.
[11] 1 Corintios 3.16. NBLH.
[12] Rey macabeo de los judíos, 135-105 a.C.
[13] 2 Samuel 15.27; 19.11; 1 Reyes 1.8.
[14] Ezequiel 44.15; 48.11.
[15] Aceptaban solo el Pentateuco como autoritativo.
[16] Antigüedades XVIII.1. 4.
[17] Marcos 12.18, 26; Hechos 23.8.
[18] Hechos 23.8.
[19] Josefo. Guerras II.11.14.
[20] Antigüedades XX.10.1; Salmos de Salomón 4.2.
[21] Marcos 11.18, 27; 14.43; 15.1; Lucas 9.22.
[22] Marcos 12.12.
[23] Juan 11.49; 18.3, 19.
[24] Hechos 4 y 5; 22.5.
[25] Diccionario Nelson. Saduceos.
[26] Mateo 28.11-15.
[27] Mateo 27.24-25.
[28] Mateo 27.4.
[29] Deuteronomio 18.15.
[30] Deuteronomio 21.23.
[31] Hechos 22.3.
[32] Sot 9.15.
[33] Reconocimiento de Clemente, I, 65-66.
[34] Diccionario Nelson; Diccionario Certeza; Wikipedia. Gamaliel.
[35] Josefo, Antigüedades de los judíos 20.5.1.
[36] 44-46 d.C.
[37] 6 a.C.
[38] Diccionario Nelson; Diccionario Fredy; Diccionario Certeza; . Teudas.
[39] Josefo, Antigüedades de los judíos 18.3
[40] Diccionario Certeza; Diccionario Nelson; Wikipedia. Judas el Galileo.
[41] Libro II, Capítulo 8.
[42] Libro XVIII.