Capítulo 8
El pasaje que va desde Juan
7.53 a 8.11 no se encuentra en los manuscritos más antiguos. Lo incluimos aquí
porque aparece en la mayoría de las versiones y no va en contra del espíritu
del comportamiento de Jesús, aunque no omitimos decir que Jerónimo, el erudito que vivió entre 346 a 420 d.C., que
tradujo la Biblia al latín, asegura que fue en su tiempo cuando apareció este
relato en muchos manuscritos griegos y latinos. Aunque al leer la historia con
cuidado, podemos apreciar que la aprensión de esta mujer, la actitud de los
escribas y fariseos, la manera en que Jesús les responde y su actitud hacia la
mujer, la confusión de los fariseos y la liberación de la mujer, tienen todo el
indicio de ser verdaderas. Agustín decía que este texto se había borrado de
algunos manuscritos por temor a que las mujeres impúdicas fueran animadas a
usarlo como pretexto para no reconocer lo grave de su pecado.
1. 8.1 No es sorprendente que Jesús se apartara a la montaña de los Olivos para orar, es más, parece que era uno de sus lugares preferidos.
2. 8.2 Una vez más encontramos una división natural en el texto en donde el escritor se vale del cambio de tiempo.
Aún no había salido el sol y ya Jesús llegaba al Templo a dar la clase matutina, y a esa hora temprana, ya había mucha gente que, con hambre espiritual, se acercaban a escuchar al Maestro. Nótese que Jesús usa el método de la época en donde, para enseñar, se sienta.
3. 8.3-5 La paz del momento fue interrumpida por un grupo que se acercó en un alboroto. Iban liderados por un grupo de escribas, que en esta única ocasión son mencionados por Juan, y los fariseos.
Los escribas eran personas cuya profesión era estudiar detalladamente las Escrituras. Originalmente el escriba era una persona que llevaba registros escritos. Pero durante el cautiverio cambió radicalmente el carácter de la religión de Israel y los escribas llegaron a tener mayor importancia. Antes del cautiverio el centro de la religión de Israel era el Templo, con su ritual y sus sacrificios. Durante el cautiverio, puesto que no era posible acudir a él, que en todo caso lo habían destruido, el pueblo tendió a estudiar asiduamente el texto de la Ley y los antiguos relatos del éxodo y la conquista.
Estos escritos, a falta del Templo, le dieron coherencia al pueblo cautivo, pero necesitaron estudio, interpretación y diseminación, tarea que los escribas cumplieron cabalmente. Recopilaron los materiales dispersos que a la larga vinieron a formar el Antiguo Testamento; los copiaron repetidas veces para asegurarse de que los textos sagrados llegaran a las nuevas generaciones con la mayor pureza posible. Tal fue la importancia de los escribas durante el cautiverio, que cuando Israel regresó a Palestina, la figura preponderante de la nueva época era el escriba Esdras.
Si bien los escribas en un principio descendían de sacerdotes, pronto llegaron a formar una clase aparte y comenzaron a chocar con aquellos. Este conflicto se agudizó durante la época de los Macabeos, cuando los escribas se oponían a la tendencia de los sacerdotes de colaborar con las presiones helenizantes del exterior. Por tanto, los escribas eran vistos como paladines de la obediencia a la Ley y de la integridad de la cultura hebrea. Elaboraron el culto de la sinagoga y algunos servían en el Sanedrín.
Por otra parte, en sus intentos por hacer la Ley claramente aplicable a problemas cotidianos, de allí su nombre “legistas” o “doctores de la ley”, los escribas cayeron a menudo en un legalismo extremo. Entonces se dedicaban a discutir si era lícito comerse un huevo que una gallina pusiera un sábado y otras cuestiones del mismo tenor. En esta tendencia coincidían con los fariseos, a cuyo partido parece haber pertenecido la mayoría de los escribas. Hay, sin embargo, algunos indicios de que no todos eran fariseos; se discute si había escribas saduceos también.
En el Nuevo Testamento, los escribas aparecen a veces como villanos cuyo interés es probar a Jesús planteándole preguntas comprometedoras. Pero algunos escribas eran dignos de admiración y al menos uno quiso seguir a Jesús[1].
Ellos vinieron a Jesús, no para escuchar sus enseñanzas, sino para buscar una manera de acusarle delante del pueblo, tratando de hacerle ver como un falso maestro. Ellos le trajeron una mujer a Jesús, supuestamente para que se hiciera justicia, para lo que se refieren a la Ley de Moisés, pero de forma injusta, no traen también al hombre. Ahora bien, si el deseo de ellos era que se hiciera justicia, debían acudir al Sanedrín, no a Jesús. La verdad es que estos escribas y fariseos solamente buscaban ocasión contra Jesús, pero aquí está en medio una persona, un ser humano. Además del odio contra Jesús, estos líderes desfavorecían a la mujer.
Ellos hacen referencia a Deuteronomio 22:22: “Si se sorprende a un hombre acostado con una mujer casada, morirán los dos: el hombre que se acostó con la mujer y la mujer misma. Así harás desaparecer de Israel el mal”.
Trataban de hacer ver su conocimiento de la Ley que sacaban a la luz su ignorancia. Traen a la mujer, pero olvidan que el pasaje es claro: “sorprende a un hombre”…” morirán los dos: el hombre”. ¿Dónde estaba el hombre en este caso? La verdad es que lo único que les interesaba era ver si Jesús caía en su trampa. Si Jesús defendía directmente a la mujer, le acusarían de no respetar la Ley de Moisés; y si decía que le apedrearan, le acusarían de no respetar la ley romana que prohibía a los judíos ejecutar a los adúlteros.
4. 8.6 Quizá los escribas y fariseos se frotaban sus manos, pensando que al fin habían puesto a Jesús contra la espada y la pared; pero en lugar de alterarse, Jesús se inclinó y se puso a escribir en el polvo. ¿Qué escribía? Algunos dicen que escribía los diez mandamientos, otros que escribía los pecados de los acusadores y para otros lo que hacía no era más que un gesto de indiferencia a lo que ellos decían.
5. 8.7 Ellos seguían buscando hacer caer en su trampa a Jesús, pero la respuesta que les dio no era la esperada. Les cita las Escrituras y ellos no pueden replicar nada. Sus palabras eran un juicio que les deja aturdidos. No les prohíbe aplicar la Ley, pero les condiciona a que lo hagan después de haber analizado su conciencia. Si ellos querían aplicar la justicia, tenían que ser justos, y Jesús y ellos sabían que todos los ahí presentes, excepto Jesús, eran pecadores.
6. 8.8-9 Pensaron que harían caer a Jesús en su trampa y ellos fueron los atrapados. La voz de su conciencia era demasiado fuerte como para poder acallarla; esta les acusó al punto que dejaron a la mujer tranquila, al lado de Jesús.
7. 8.10-11 Los acusadores, los diablos, se habían ido, y Jesús le hace ver esto a la mujer. Jesús no iba a condenar a la mujer porque Él no había estado en el momento de encontrarla en su pecado, aunque sabía que era culpable, pero en Su misericordia la iba a dejar ir, le iba a dar una oportunidad. ¡Qué contraste con muchos cristianos hoy, que no dan oportunidades a los que caen! Pero tengamos cuidado. No quiere decir que Jesús está dando largas para que cometamos pecados con la idea que seremos perdonados siempre, como enseñan los falsos maestros de la secta “Creciendo en Gracia”.
Jesús no está tolerando el adulterio, sino que está viendo el corazón de la mujer y puede ver que ella está arrepentida de lo que hizo. Él está dispuesto a darle una segunda oportunidad.
8. 8.12 “Otra vez”, nos da una indicación de que lo que sigue ocurrió no inmediatamente al episodio anterior, sino que fue en otro momento, quizá unas horas después.
En Juan hay una colección de versículos “Yo soy”:
a. “Yo soy el pan de vida”[2].
b. “Yo soy la luz del mundo”[3].
c. “Yo soy la puerta”[4].
d. “Yo soy el buen pastor”[5].
e. “Yo soy la resurrección y la vida”[6].
f. “Yo soy el camino, la verdad y la vida”[7].
g. “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos”[8].
Estas siete afirmaciones de Jesús solo podían significar dos cosas: Jesús era un demente o realmente era el Hijo de Dios. Un demente se manifiesta de diversas maneras, así también, el Mesías iba a manifestarse, y los mismos enemigos tenían que decir: “Nunca otro hombre habló así”.
Las siete afirmaciones de Jesús, sumándole el hecho de añadirle el nombre de Dios. “Yo soy”, no dejan de afirmar más que la deidad de Jesús. Él es quien sostiene toda la Creación; quien la alumbra no con luz ajena, sino la propia; es la única entrada al Reino de los Cielos; es quien nos guía y protege; es el que nos levanta de la muerte espiritual y llena de vida; es quien nos lleva por la senda correcta y el que nos sustenta.
9. 8.13 ¿Puede el hombre censurar o criticar a Dios? Si Jesús hubiese sido un hombre común, estas palabras hubieran tenido validez, pero lo que ellos decían era contrario a la naturaleza divina que habita en Cristo.
10. 8.14-18 Jesús tenía toda la razón de dar testimonio de sí mismo por el simple hecho de su divinidad. Ningún hombre sabe qué hay antes de su nacimiento ni sabe que vendrá después de su muerte, pero Jesús si lo sabe.
Los que escuchaban a Jesús le veían humanamente, solo de acuerdo a lo que podían ver; estaban limitados a sus sentidos carnales. Ellos condenaban a Jesús a pesar de que solo hacía el bien, pero Jesús no estaba juzgando a nadie porque ese no era su motivo para venir al mundo, sino para salvarle. Pero si Él juzgara, tenía todo el derecho de hacerlo, no solo por su divinidad, sino porque el Padre está con Él.
Pero no solo lo decía de sí mismo, sino que había algo que le respaldaba y que los judíos decían que ellos respetaban: La Ley. Según Deuteronomio 19.15, “Un solo testigo no es suficiente para convencer a un hombre de cualquier culpa o delito; sea cual fuere el delito que haya cometido, sólo por declaración de dos o tres testigos será firme la causa”[9]. Así que Jesús presentaba su testimonio, que era respaldado por el testimonio del Padre.
11. 8.19 Ellos están solicitando la presencia del otro testigo, pero no lo conocían porque su estado en su espíritu era la oscuridad total. En el momento en que rechazan a Jesús, rechazan al Padre.
12. 8.20 La tesorería era el lugar del Templo a donde más concurría la gente; era ahí donde se reunía el Sanedrín. Jesús nunca se escondió para enseñar, sino que lo hizo siempre en público.
[1] Diccionario Nelson. Escriba.
[2] Juan 6.35.
[3] Juan 8.12.
[4] Juan 10.9.
[5] Juan 10.11.
[6] Juan 11.25.
[7] Juan 14.6.
[8] Juan 15.5.
[9] La Toráh
1. 8.1 No es sorprendente que Jesús se apartara a la montaña de los Olivos para orar, es más, parece que era uno de sus lugares preferidos.
2. 8.2 Una vez más encontramos una división natural en el texto en donde el escritor se vale del cambio de tiempo.
Aún no había salido el sol y ya Jesús llegaba al Templo a dar la clase matutina, y a esa hora temprana, ya había mucha gente que, con hambre espiritual, se acercaban a escuchar al Maestro. Nótese que Jesús usa el método de la época en donde, para enseñar, se sienta.
3. 8.3-5 La paz del momento fue interrumpida por un grupo que se acercó en un alboroto. Iban liderados por un grupo de escribas, que en esta única ocasión son mencionados por Juan, y los fariseos.
Los escribas eran personas cuya profesión era estudiar detalladamente las Escrituras. Originalmente el escriba era una persona que llevaba registros escritos. Pero durante el cautiverio cambió radicalmente el carácter de la religión de Israel y los escribas llegaron a tener mayor importancia. Antes del cautiverio el centro de la religión de Israel era el Templo, con su ritual y sus sacrificios. Durante el cautiverio, puesto que no era posible acudir a él, que en todo caso lo habían destruido, el pueblo tendió a estudiar asiduamente el texto de la Ley y los antiguos relatos del éxodo y la conquista.
Estos escritos, a falta del Templo, le dieron coherencia al pueblo cautivo, pero necesitaron estudio, interpretación y diseminación, tarea que los escribas cumplieron cabalmente. Recopilaron los materiales dispersos que a la larga vinieron a formar el Antiguo Testamento; los copiaron repetidas veces para asegurarse de que los textos sagrados llegaran a las nuevas generaciones con la mayor pureza posible. Tal fue la importancia de los escribas durante el cautiverio, que cuando Israel regresó a Palestina, la figura preponderante de la nueva época era el escriba Esdras.
Si bien los escribas en un principio descendían de sacerdotes, pronto llegaron a formar una clase aparte y comenzaron a chocar con aquellos. Este conflicto se agudizó durante la época de los Macabeos, cuando los escribas se oponían a la tendencia de los sacerdotes de colaborar con las presiones helenizantes del exterior. Por tanto, los escribas eran vistos como paladines de la obediencia a la Ley y de la integridad de la cultura hebrea. Elaboraron el culto de la sinagoga y algunos servían en el Sanedrín.
Por otra parte, en sus intentos por hacer la Ley claramente aplicable a problemas cotidianos, de allí su nombre “legistas” o “doctores de la ley”, los escribas cayeron a menudo en un legalismo extremo. Entonces se dedicaban a discutir si era lícito comerse un huevo que una gallina pusiera un sábado y otras cuestiones del mismo tenor. En esta tendencia coincidían con los fariseos, a cuyo partido parece haber pertenecido la mayoría de los escribas. Hay, sin embargo, algunos indicios de que no todos eran fariseos; se discute si había escribas saduceos también.
En el Nuevo Testamento, los escribas aparecen a veces como villanos cuyo interés es probar a Jesús planteándole preguntas comprometedoras. Pero algunos escribas eran dignos de admiración y al menos uno quiso seguir a Jesús[1].
Ellos vinieron a Jesús, no para escuchar sus enseñanzas, sino para buscar una manera de acusarle delante del pueblo, tratando de hacerle ver como un falso maestro. Ellos le trajeron una mujer a Jesús, supuestamente para que se hiciera justicia, para lo que se refieren a la Ley de Moisés, pero de forma injusta, no traen también al hombre. Ahora bien, si el deseo de ellos era que se hiciera justicia, debían acudir al Sanedrín, no a Jesús. La verdad es que estos escribas y fariseos solamente buscaban ocasión contra Jesús, pero aquí está en medio una persona, un ser humano. Además del odio contra Jesús, estos líderes desfavorecían a la mujer.
Ellos hacen referencia a Deuteronomio 22:22: “Si se sorprende a un hombre acostado con una mujer casada, morirán los dos: el hombre que se acostó con la mujer y la mujer misma. Así harás desaparecer de Israel el mal”.
Trataban de hacer ver su conocimiento de la Ley que sacaban a la luz su ignorancia. Traen a la mujer, pero olvidan que el pasaje es claro: “sorprende a un hombre”…” morirán los dos: el hombre”. ¿Dónde estaba el hombre en este caso? La verdad es que lo único que les interesaba era ver si Jesús caía en su trampa. Si Jesús defendía directmente a la mujer, le acusarían de no respetar la Ley de Moisés; y si decía que le apedrearan, le acusarían de no respetar la ley romana que prohibía a los judíos ejecutar a los adúlteros.
4. 8.6 Quizá los escribas y fariseos se frotaban sus manos, pensando que al fin habían puesto a Jesús contra la espada y la pared; pero en lugar de alterarse, Jesús se inclinó y se puso a escribir en el polvo. ¿Qué escribía? Algunos dicen que escribía los diez mandamientos, otros que escribía los pecados de los acusadores y para otros lo que hacía no era más que un gesto de indiferencia a lo que ellos decían.
5. 8.7 Ellos seguían buscando hacer caer en su trampa a Jesús, pero la respuesta que les dio no era la esperada. Les cita las Escrituras y ellos no pueden replicar nada. Sus palabras eran un juicio que les deja aturdidos. No les prohíbe aplicar la Ley, pero les condiciona a que lo hagan después de haber analizado su conciencia. Si ellos querían aplicar la justicia, tenían que ser justos, y Jesús y ellos sabían que todos los ahí presentes, excepto Jesús, eran pecadores.
6. 8.8-9 Pensaron que harían caer a Jesús en su trampa y ellos fueron los atrapados. La voz de su conciencia era demasiado fuerte como para poder acallarla; esta les acusó al punto que dejaron a la mujer tranquila, al lado de Jesús.
7. 8.10-11 Los acusadores, los diablos, se habían ido, y Jesús le hace ver esto a la mujer. Jesús no iba a condenar a la mujer porque Él no había estado en el momento de encontrarla en su pecado, aunque sabía que era culpable, pero en Su misericordia la iba a dejar ir, le iba a dar una oportunidad. ¡Qué contraste con muchos cristianos hoy, que no dan oportunidades a los que caen! Pero tengamos cuidado. No quiere decir que Jesús está dando largas para que cometamos pecados con la idea que seremos perdonados siempre, como enseñan los falsos maestros de la secta “Creciendo en Gracia”.
Jesús no está tolerando el adulterio, sino que está viendo el corazón de la mujer y puede ver que ella está arrepentida de lo que hizo. Él está dispuesto a darle una segunda oportunidad.
8. 8.12 “Otra vez”, nos da una indicación de que lo que sigue ocurrió no inmediatamente al episodio anterior, sino que fue en otro momento, quizá unas horas después.
En Juan hay una colección de versículos “Yo soy”:
a. “Yo soy el pan de vida”[2].
b. “Yo soy la luz del mundo”[3].
c. “Yo soy la puerta”[4].
d. “Yo soy el buen pastor”[5].
e. “Yo soy la resurrección y la vida”[6].
f. “Yo soy el camino, la verdad y la vida”[7].
g. “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos”[8].
Estas siete afirmaciones de Jesús solo podían significar dos cosas: Jesús era un demente o realmente era el Hijo de Dios. Un demente se manifiesta de diversas maneras, así también, el Mesías iba a manifestarse, y los mismos enemigos tenían que decir: “Nunca otro hombre habló así”.
Las siete afirmaciones de Jesús, sumándole el hecho de añadirle el nombre de Dios. “Yo soy”, no dejan de afirmar más que la deidad de Jesús. Él es quien sostiene toda la Creación; quien la alumbra no con luz ajena, sino la propia; es la única entrada al Reino de los Cielos; es quien nos guía y protege; es el que nos levanta de la muerte espiritual y llena de vida; es quien nos lleva por la senda correcta y el que nos sustenta.
9. 8.13 ¿Puede el hombre censurar o criticar a Dios? Si Jesús hubiese sido un hombre común, estas palabras hubieran tenido validez, pero lo que ellos decían era contrario a la naturaleza divina que habita en Cristo.
10. 8.14-18 Jesús tenía toda la razón de dar testimonio de sí mismo por el simple hecho de su divinidad. Ningún hombre sabe qué hay antes de su nacimiento ni sabe que vendrá después de su muerte, pero Jesús si lo sabe.
Los que escuchaban a Jesús le veían humanamente, solo de acuerdo a lo que podían ver; estaban limitados a sus sentidos carnales. Ellos condenaban a Jesús a pesar de que solo hacía el bien, pero Jesús no estaba juzgando a nadie porque ese no era su motivo para venir al mundo, sino para salvarle. Pero si Él juzgara, tenía todo el derecho de hacerlo, no solo por su divinidad, sino porque el Padre está con Él.
Pero no solo lo decía de sí mismo, sino que había algo que le respaldaba y que los judíos decían que ellos respetaban: La Ley. Según Deuteronomio 19.15, “Un solo testigo no es suficiente para convencer a un hombre de cualquier culpa o delito; sea cual fuere el delito que haya cometido, sólo por declaración de dos o tres testigos será firme la causa”[9]. Así que Jesús presentaba su testimonio, que era respaldado por el testimonio del Padre.
11. 8.19 Ellos están solicitando la presencia del otro testigo, pero no lo conocían porque su estado en su espíritu era la oscuridad total. En el momento en que rechazan a Jesús, rechazan al Padre.
12. 8.20 La tesorería era el lugar del Templo a donde más concurría la gente; era ahí donde se reunía el Sanedrín. Jesús nunca se escondió para enseñar, sino que lo hizo siempre en público.
[1] Diccionario Nelson. Escriba.
[2] Juan 6.35.
[3] Juan 8.12.
[4] Juan 10.9.
[5] Juan 10.11.
[6] Juan 11.25.
[7] Juan 14.6.
[8] Juan 15.5.
[9] La Toráh