Capítulo 3
III. La advertencia de Pablo para la Iglesia (3.1-15).
A. Esperando pacientemente a Cristo
3.1-5 Pablo era un hombre de oración e inculcaba en sus discípulos esta práctica, por ello siempre está solicitando a los demás que oren por ellos. Y es que la oración tiene varios propósitos, en este caso Pablo desea que esta sea dirigida a darles fortaleza para seguir predicando el Evangelio y que este sea recibido, tal y como había ocurrido entre los tesalonicenses; pero también tenía el propósito de que ellos fueran librados de todos los enemigos del Evangelio, aquellos que tratan de estorbar la Obra por diversos medios, incluso infiltrándose en la Iglesia y llevando a otros a la apostasía.
El Señor es digno de confianza, en realidad es el Único digno de confianza, y por ello podemos tener seguridad de que Él nos fortalece para que podamos seguir adelante con la fe para que podamos estar presentes delante del Señor.
La manera en que ellos habían actuado en la fe, mueve a Pablo a sentir confianza de que ellos están actuando y seguirán actuando de acuerdo a las enseñanzas que les habían transmitido.
Sigue Pablo presentando su oración al Señor, lo que nos hace pensar que el pasaje comienza más bien en 2.16 hasta 3.5.
Los creyentes debemos buscar cada día el amor de Dios y mantenernos con la paciencia de Cristo, hasta su pronta venida.
B. El problema de los desordenados
3.6-15 Pablo es firme cuando debe dar órdenes, tomando en cuenta que estas no eran antojadizas sino que provenían directamente de Dios. Aquí habla en tono militar, porque había cristianos que estaban tomando la fe como un medio para satisfacer sus propias necesidades sin ocuparse en lo correcto, tal y como ocurre hoy también que hay quienes desean sacar provecho del cristianismo.
Es probable, de acuerdo al tema que toca Pablo en las dos epístolas a los tesalonicenses, que estos hermanos, por estar creyendo que la venida del Señor era algo inminente, se habían dedicado a no hacer nada, dejando sus labores, y a falta de hacer algo productivo, luego se dedicaron a holgazanear.
Hay quienes consideran que la ociosidad no es un pecado, pero la enseñanza dada aquí, nos demuestra lo contrario. El no trabajar es sinónimo de andar desordenadamente, y en algunos países, como en Costa Rica, hasta hace unos pocos años, era un delito y se podía ir a la cárcel. Decía la Ley sobre la Vagancia: “Son vagos: Los que sin ejercer oficio ni poseer bienes ni renta alguna, viven sin que puedan justificar los medios lícitos de que subsisten. Los que con bienes o renta no tiene otra ocupación conocida que la habitual compañía de hombres vagos, o criminales, o la frecuentación de tabernas o casa de juego o de mujeres públicas. Los que, fuera de la iglesia u otro lugar destinado al culto público religioso, piden públicamente limosna para sí o para otro, o para alguna imagen, iglesia o establecimiento sin la licencia necesaria. El artesano o aprendiz de algún oficio y el jornalero, que sin tener otro medio legítimo de subsistencia que su trabajo, no lo ejercitan en la mayor parte de la semana. Las prostitutas o mujeres públicas, rameras en el sentido propio de la palabra y conocidas como tales, que no justifiquen requeridas que sean por la autoridad, que se ocupan de algún oficio honesto bastante para proporcionarse la subsistencia, o que posean recursos suficientes también honestos para vivir. Los mayores de catorce años y menores de veintiuno que no sirvan en sus casas ni en el público, sino de escandalizar por sus malas costumbres y poco respeto a sus padres o guardadores, sin manifestar aplicación a la carrera a que ellos los destinen, o que habiendo emprendido la de estudios, viven sin sujeción a sus respectivos superiores, faltando a sus obligaciones escolares y entregados a la ociosidad. Los muchachos forasteros de cualquier edad, que anden en los pueblos, prófugos, errantes o sin destino, y los mayores de siete años que sirven de lazarillo o guía los mendigos. Los vagos mayores de edad serán entregados por el tiempo de seis a doce meses a alguna autoridad que pueda, retribuyéndoles completamente, ocuparlos en algún oficio o trabajo que se haga de cuenta del público, o a empresarios que quieran tomarlos para el servicio de su respectiva casa, finca o establecimiento, mediante un sueldo mensual convenido entre la autoridad y el patrono a beneficio del entregado. El que por no servir con la debida subordinación, honradez y diligencia a su patrón, fuere devuelto por este, será irremisiblemente entregado por igual tiempo, sin abono del transcurrido, para algún trabajo u oficio público de los determinados anteriormente, bajo salario y disciplina de las Ordenanzas y Reglamentos respectivos…”, y ahí sigue la ley señalando las penas que deben sufrir los culpables de vagancia. Y si para el hombre sin temor a Dios la vagancia es algo que debe ser castigado, ¿por qué entre los creyentes debe ser tomado de una manera distinta? Definitivamente la vagancia es pecado ante los ojos de Dios, y ¡qué tristeza saber que muchos que reciben un sostenimiento de alguna congregación foránea viven cual vagos, metidos en sus casas, sin salir a evangelizar, sin estudiar seriamente la Palabra y sin cumplir la misión que se les encomendó!
Pablo se dirige a ellos y les ordena y exhorta a que se pongan a trabajar, siguiendo el ejemplo que ellos habían dado antes, cuando estuvieron con ellos, pues aunque tenían el derecho de ser sostenidos puesto que estaban haciendo el trabajo en la Obra de Dios, no se aprovecharon de ese derecho, sino que se dedicaron a trabajar, probablemente en el trabajo de Pablo que era fabricando tiendas.
Pablo fue estricto al ordenar que el que no quisiera trabajar, tampoco tenía derecho a comer. Esto es una lección también para los que somos padres; es bueno mantener a nuestros hijos mientras ellos estudian, pero cuando acaba ese tiempo los muchachos deben salir a buscar trabajo, y no solo que trabajen, sino que aporten económicamente al hogar, aunque no haga falta, para que se acostumbren a colaborar.
Hoy es frecuente que le llamen a uno a la puerta de la casa para solicitar dinero para una u otra causa. Un día que estaba libre, conté a 21 personas que pasaron por mi puerta pidiendo ayuda, y la mayoría eran personas jóvenes que pueden estar trabajando, y de todos ellos solo ayudé a una mujer que en lugar de venir a pedirme que le regalara, traía uno lápices para vender y así alimentar a su niña pequeña. ¿Debemos ayudar económicamente a todos los que vienen a nuestra puerta? Si lo hacemos, pronto estaremos nosotros solicitando ayuda también. Además, debemos ser buenos mayordomos con lo que Dios nos confió, entre esto el salario de nuestro trabajo, y como no podemos estar haciendo trabajo social para investigar si es cierto que alguien necesita ayuda, lo mejor es colaborar con alguna institución del Gobierno o con el comité de benevolencia de la Iglesia, y que sean ellos los que se encarguen de llevar la ayuda a los desamparados.
Llama la atención que Jesús llamó a los Enviados de entre hombres trabajadores, todos tenían un oficio. Pablo también era un trabajador. Así que el que no trabaja está en contra de Dios. Por eso no es correcto estar ayudando a los mendigos.
No debemos desalentarnos de hacer cosas buenas. ¿Puede uno desalentarse de hacer lo bueno? ¡Sí! Y esto porque el hombre es tan malagradecido que muchas veces nos preguntamos: “¿Debo seguir en esto cuando nadie lo agradece? Y es que parece que mientras más bien queremos hacer, más críticas llueven sobre nosotros.
Hay líderes que parece que andan con el hacha del verdugo en el hombro, y eso lo reprobamos; pero también hay líderes que son tan suaves que cualquiera puede cometer el pecado más grave delante de su rostro y se quedará callado. Pablo enseña que hay que exhortar al infiel, al que no quiere obedecer la Palabra, para ver si siente vergüenza y cambia de actitud. ¡Hay tanta falta de parte del liderazgo en este sentido, que la Iglesia está llena de pecado!
También encontramos a algunos líderes que lo que hacen es cortar de comunión a todos, incluso no por haber pecado, sino por no estar de acuerdo con ellos, y les separan completamente de la congregación, hasta que aquel hermano ya ni se acuerda que una vez fue parte de la Iglesia. Esto lo hacen contrario a la enseñanza paulina de que no se le debe tener como enemigo, sino que hay que amonestarlo, hay que estar buscándolo para que regrese arrepentido, aunque no hay que estar compartiendo con él, no sea que él más bien sea quien nos arrastre fuera de la Iglesia.
IV. Conclusión.
3.16-18 Pablo termina esta corta epístola con una última bendición para los hermanos en Tesalónica y nos deja una pista que determinará si una carta es suya o no.
A. Esperando pacientemente a Cristo
3.1-5 Pablo era un hombre de oración e inculcaba en sus discípulos esta práctica, por ello siempre está solicitando a los demás que oren por ellos. Y es que la oración tiene varios propósitos, en este caso Pablo desea que esta sea dirigida a darles fortaleza para seguir predicando el Evangelio y que este sea recibido, tal y como había ocurrido entre los tesalonicenses; pero también tenía el propósito de que ellos fueran librados de todos los enemigos del Evangelio, aquellos que tratan de estorbar la Obra por diversos medios, incluso infiltrándose en la Iglesia y llevando a otros a la apostasía.
El Señor es digno de confianza, en realidad es el Único digno de confianza, y por ello podemos tener seguridad de que Él nos fortalece para que podamos seguir adelante con la fe para que podamos estar presentes delante del Señor.
La manera en que ellos habían actuado en la fe, mueve a Pablo a sentir confianza de que ellos están actuando y seguirán actuando de acuerdo a las enseñanzas que les habían transmitido.
Sigue Pablo presentando su oración al Señor, lo que nos hace pensar que el pasaje comienza más bien en 2.16 hasta 3.5.
Los creyentes debemos buscar cada día el amor de Dios y mantenernos con la paciencia de Cristo, hasta su pronta venida.
B. El problema de los desordenados
3.6-15 Pablo es firme cuando debe dar órdenes, tomando en cuenta que estas no eran antojadizas sino que provenían directamente de Dios. Aquí habla en tono militar, porque había cristianos que estaban tomando la fe como un medio para satisfacer sus propias necesidades sin ocuparse en lo correcto, tal y como ocurre hoy también que hay quienes desean sacar provecho del cristianismo.
Es probable, de acuerdo al tema que toca Pablo en las dos epístolas a los tesalonicenses, que estos hermanos, por estar creyendo que la venida del Señor era algo inminente, se habían dedicado a no hacer nada, dejando sus labores, y a falta de hacer algo productivo, luego se dedicaron a holgazanear.
Hay quienes consideran que la ociosidad no es un pecado, pero la enseñanza dada aquí, nos demuestra lo contrario. El no trabajar es sinónimo de andar desordenadamente, y en algunos países, como en Costa Rica, hasta hace unos pocos años, era un delito y se podía ir a la cárcel. Decía la Ley sobre la Vagancia: “Son vagos: Los que sin ejercer oficio ni poseer bienes ni renta alguna, viven sin que puedan justificar los medios lícitos de que subsisten. Los que con bienes o renta no tiene otra ocupación conocida que la habitual compañía de hombres vagos, o criminales, o la frecuentación de tabernas o casa de juego o de mujeres públicas. Los que, fuera de la iglesia u otro lugar destinado al culto público religioso, piden públicamente limosna para sí o para otro, o para alguna imagen, iglesia o establecimiento sin la licencia necesaria. El artesano o aprendiz de algún oficio y el jornalero, que sin tener otro medio legítimo de subsistencia que su trabajo, no lo ejercitan en la mayor parte de la semana. Las prostitutas o mujeres públicas, rameras en el sentido propio de la palabra y conocidas como tales, que no justifiquen requeridas que sean por la autoridad, que se ocupan de algún oficio honesto bastante para proporcionarse la subsistencia, o que posean recursos suficientes también honestos para vivir. Los mayores de catorce años y menores de veintiuno que no sirvan en sus casas ni en el público, sino de escandalizar por sus malas costumbres y poco respeto a sus padres o guardadores, sin manifestar aplicación a la carrera a que ellos los destinen, o que habiendo emprendido la de estudios, viven sin sujeción a sus respectivos superiores, faltando a sus obligaciones escolares y entregados a la ociosidad. Los muchachos forasteros de cualquier edad, que anden en los pueblos, prófugos, errantes o sin destino, y los mayores de siete años que sirven de lazarillo o guía los mendigos. Los vagos mayores de edad serán entregados por el tiempo de seis a doce meses a alguna autoridad que pueda, retribuyéndoles completamente, ocuparlos en algún oficio o trabajo que se haga de cuenta del público, o a empresarios que quieran tomarlos para el servicio de su respectiva casa, finca o establecimiento, mediante un sueldo mensual convenido entre la autoridad y el patrono a beneficio del entregado. El que por no servir con la debida subordinación, honradez y diligencia a su patrón, fuere devuelto por este, será irremisiblemente entregado por igual tiempo, sin abono del transcurrido, para algún trabajo u oficio público de los determinados anteriormente, bajo salario y disciplina de las Ordenanzas y Reglamentos respectivos…”, y ahí sigue la ley señalando las penas que deben sufrir los culpables de vagancia. Y si para el hombre sin temor a Dios la vagancia es algo que debe ser castigado, ¿por qué entre los creyentes debe ser tomado de una manera distinta? Definitivamente la vagancia es pecado ante los ojos de Dios, y ¡qué tristeza saber que muchos que reciben un sostenimiento de alguna congregación foránea viven cual vagos, metidos en sus casas, sin salir a evangelizar, sin estudiar seriamente la Palabra y sin cumplir la misión que se les encomendó!
Pablo se dirige a ellos y les ordena y exhorta a que se pongan a trabajar, siguiendo el ejemplo que ellos habían dado antes, cuando estuvieron con ellos, pues aunque tenían el derecho de ser sostenidos puesto que estaban haciendo el trabajo en la Obra de Dios, no se aprovecharon de ese derecho, sino que se dedicaron a trabajar, probablemente en el trabajo de Pablo que era fabricando tiendas.
Pablo fue estricto al ordenar que el que no quisiera trabajar, tampoco tenía derecho a comer. Esto es una lección también para los que somos padres; es bueno mantener a nuestros hijos mientras ellos estudian, pero cuando acaba ese tiempo los muchachos deben salir a buscar trabajo, y no solo que trabajen, sino que aporten económicamente al hogar, aunque no haga falta, para que se acostumbren a colaborar.
Hoy es frecuente que le llamen a uno a la puerta de la casa para solicitar dinero para una u otra causa. Un día que estaba libre, conté a 21 personas que pasaron por mi puerta pidiendo ayuda, y la mayoría eran personas jóvenes que pueden estar trabajando, y de todos ellos solo ayudé a una mujer que en lugar de venir a pedirme que le regalara, traía uno lápices para vender y así alimentar a su niña pequeña. ¿Debemos ayudar económicamente a todos los que vienen a nuestra puerta? Si lo hacemos, pronto estaremos nosotros solicitando ayuda también. Además, debemos ser buenos mayordomos con lo que Dios nos confió, entre esto el salario de nuestro trabajo, y como no podemos estar haciendo trabajo social para investigar si es cierto que alguien necesita ayuda, lo mejor es colaborar con alguna institución del Gobierno o con el comité de benevolencia de la Iglesia, y que sean ellos los que se encarguen de llevar la ayuda a los desamparados.
Llama la atención que Jesús llamó a los Enviados de entre hombres trabajadores, todos tenían un oficio. Pablo también era un trabajador. Así que el que no trabaja está en contra de Dios. Por eso no es correcto estar ayudando a los mendigos.
No debemos desalentarnos de hacer cosas buenas. ¿Puede uno desalentarse de hacer lo bueno? ¡Sí! Y esto porque el hombre es tan malagradecido que muchas veces nos preguntamos: “¿Debo seguir en esto cuando nadie lo agradece? Y es que parece que mientras más bien queremos hacer, más críticas llueven sobre nosotros.
Hay líderes que parece que andan con el hacha del verdugo en el hombro, y eso lo reprobamos; pero también hay líderes que son tan suaves que cualquiera puede cometer el pecado más grave delante de su rostro y se quedará callado. Pablo enseña que hay que exhortar al infiel, al que no quiere obedecer la Palabra, para ver si siente vergüenza y cambia de actitud. ¡Hay tanta falta de parte del liderazgo en este sentido, que la Iglesia está llena de pecado!
También encontramos a algunos líderes que lo que hacen es cortar de comunión a todos, incluso no por haber pecado, sino por no estar de acuerdo con ellos, y les separan completamente de la congregación, hasta que aquel hermano ya ni se acuerda que una vez fue parte de la Iglesia. Esto lo hacen contrario a la enseñanza paulina de que no se le debe tener como enemigo, sino que hay que amonestarlo, hay que estar buscándolo para que regrese arrepentido, aunque no hay que estar compartiendo con él, no sea que él más bien sea quien nos arrastre fuera de la Iglesia.
IV. Conclusión.
3.16-18 Pablo termina esta corta epístola con una última bendición para los hermanos en Tesalónica y nos deja una pista que determinará si una carta es suya o no.