INTRODUCCIÓN.
Aunque en el Capítulo II estuvimos hablando sobre actitudes éticas que debe guardar todo creyente, es importante que en esta última unidad, estudiemos de otras características que deben ser parte de la vida espiritual del creyente o disciplinas espirituales, que se dividen en:
1. Disciplinas internas: Meditación, oración, estudio y ayuno;
2. Disciplinas externas: Sencillez, retiro, sumisión y servicio; y
3. Disciplinas colectivas: Confesión, alabanza, gozo y consejería.
La razón para estudiar estos otros temas en este curso se debe a que si el cristiano se limita a ser solamente ético, será una buena persona; pero si a una conducta ética correcta le inyecta estas otras disciplinas, entonces podrá ser llamado “cristiano”, es decir, un imitador de Cristo.
A. Las Disciplinas Espirituales.
Uno de los grandes males de nuestro tiempo es la vida superficial. Somos testigos de una teología de la satisfacción inmediata, que carcome lo más profundo de la vida espiritual y se piensa erróneamente que si en la Iglesia hay muchas personas profesionales, con muchos estudios y talentos, hay éxito espiritual; pero no se toma en cuenta que lo que necesitamos en las congregaciones es gente que tenga una vida espiritual profunda.
Para lograr una vida espiritual profunda es necesario que practiquemos las disciplinas espirituales más básicas. Estas nos llevan a las mismas raíces del Reino de los Cielos, pero al mismo tiempo nos convierten en la respuesta que tanto busca este mundo superficial y vano.
Si usted ha pensado que las disciplinas espirituales son solo para los que se ha considerado que son “gigantes espirituales”, está equivocado. Ellos llegaron a ser “gigantes espirituales” porque practican las disciplinas espirituales. Las administradoras del hogar, oficinistas, aseadores, profesionales, teólogos, mecánicos, etc., son los invitados a practicar las disciplinas espirituales básicas y convertirlas en parte de su vida cotidiana. Si estas disciplinas van a producir algún cambio transformador, es necesario que sean aplicadas en todo lo que hagamos. Nadie que quiera adelgazar, compra una máquina para hacer ejercicio y la guarda en una bodega y ni siquiera la saca de la caja, sino que la pone en un lugar apropiado y cada día la utiliza hasta que haga efecto.
No es correcto pensar que las disciplinas básicas cristianas son una insípida práctica monótona que tiene como fin el apagar la sonrisa de la gente y transformar la cara del creyente en semejanza a la de los monjes que se enclaustraban durante la Edad Media, olvidándose de todo lo que les rodeaba. El propósito de estas disciplinas es liberar al hombre de la sofocante esclavitud que encadena al hombre al egoísmo y el temor.
1. Las Disciplinas Internas.
a. La Disciplina de la Meditación.
Hay tres cosas en la sociedad de hoy que son básicas: El ruido, la prisa y las multitudes. Estas son las verdaderas herramientas que usa Satanás para mantenernos alejados de la comunión con Dios. Casi estamos de acuerdo con el siquiatra C. G. Jung cuando dijo: “La prisa no es del diablo; es el mismo diablo”.
Si queremos alejarnos de la vida superficial, especialmente de la espiritual, tenemos que estar dispuestos a estar en el mundo interno de la contemplación. Los maestros de la meditación se esfuerzan por despertarnos a la comprensión del hecho de que el universo es mucho más grande que lo que conocemos; que hay inmensas regiones internas no exploradas que son tan reales como el mundo físico que “conocemos”. Nos hablan acerca de emocionantes posibilidades de nueva vida y nueva libertad. Nos hacen un llamado a la aventura, a ser pioneros en esta frontera del espíritu. Aunque esto pueda sonar extraño a los oídos modernos, sin ninguna vergüenza debiéramos inscribirnos como estudiantes de la escuela de la oración contemplativa.
1) Conceptos erróneos comprensibles.
Con frecuencia nos preguntamos si se puede hablar de la meditación como algo cristiano o si es más bien algo exclusivo de las religiones orientales. Quizá estemos pensando que los únicos que deben ocuparse de la meditación son los miembros del grupo que se hace llamar “Meditación Trascendental”, o que vamos a utilizar una palabra secreta para recitar mientras meditamos.
Como la meditación es algo extraño a la mayoría de los occidentales, no debe parecernos increíble que los cristianos tengamos vidas tan superficiales. Si revisamos la historia del cristianismo nos encontraremos que la meditación ha sido siempre una parte clásica y fundamental de la devoción cristiana, una preparación decisiva para la oración y una obra conjunta con ella. Sin duda alguna, parte de la ola de interés en la meditación oriental se debe a que la Iglesia ha abandonado este campo. Es sumamente deprimente que un estudiante universitario que busca conocer la enseñanza cristiana sobre la meditación, descubra que son pocos los maestros vivientes de la oración contemplativa, y que casi todos los escritos serios sobre este tema son de hace siete siglos o más. No es raro que el estudiante se vuelva al Zen, o al Yoga o a la Meditación Trascendental.
La meditación no fue extraña a los autores de la Biblia: “Y había salido Isaac a meditar al campo, a la hora de la tarde”[1]; “Cuando me acuerde de ti en mi lecho, cuando medite en ti en las vigilias de la noche”[2]. Estas eran personas que estaban cerca del corazón de Dios. Dios no les habló por cuanto tenían capacidades especiales, sino porque estaban dispuestos a oír.
Los salmos cantan virtualmente las meditaciones del pueblo de Dios en la ley de Dios. “Se anticiparon mis ojos a las vigilias de la noche, para meditar en tus mandatos”[3]. El salmo que sirve de presentación para todo el Salterio, llama al pueblo a imitar al varón “bienaventurado” que “…en la ley de Adonay está su delicia, y en su ley medita de día y de noche”[4].
Los escritores cristianos, a través de los siglos, han hablado acerca de una manera de oír a Dios, de comunicarse con el Creador del cielo y de la tierra, de experimentar al Amante eterno del mundo. Pensadores magníficos como Agustín, Francisco de Asís, Francois Fénelon, Madame Guyon, Bernardo de Clairvaux, Francisco de Sales, Juliana de Norwich, Hermano Lawrence, George Fox, John Woolman, Evelyn Underhill, Thomas Merton, Frank Laubach, Thomas Kelly y muchos otros hablaron acerca de este camino más excelente.
La Biblia nos dice que Juan “estaba en el Espíritu en el día del Señor”[5], cuando recibió la visión apocalíptica. Es decir, se encontraba en un plano superior, estaba meditando.
Los cristianos, los que decimos ser imitadores de Cristo, los que muchas veces criticamos y juzgamos a David por sus debilidades, deberíamos aprender a hacer las cosas buenas que él hacía, como lo afirma en Salmos 119.78: “Pero yo meditaré en tus mandamientos”.
La dificultad se presenta cuando pensamos que meditar es sinónimo del concepto que tienen las religiones orientales. En ellas, lo que se intenta es solamente desocupar la mente. Que todos los pensamientos sean eliminados para recibir la iluminación. En la meditación cristiana, la idea es desocupar la mente de los asuntos carnales y materiales, para llenarla con la Palabra de Dios.
Las formas de meditación oriental insiste en la necesidad de despegarse del mundo, de perder la personalidad para fusionarse en una mente cósmica. Lo que se busca es ser liberado de las cargas y dolores de la vida para ser absorbido en el “Nirvana”. Es tan solo un escape de la miserable existencia, sin que exista un Dios en el cual descansar. En la Meditación Trascendental no es necesario creer en el reino espiritual; en realidad es solo un método para controlar las ondas cerebrales a fin de mejorar el bienestar físico y emocional. Las formas de meditación trascendental más avanzadas envuelven la naturaleza espiritual, y entonces toman exactamente las mismas características de las demás religiones orientales.
La meditación cristiana va mucho más allá de la idea del desprendimiento. Hay necesidad de desprendimiento. El desprendimiento de la confusión que está alrededor de nosotros es para tener solidaridad, más fuerte a Dios y a los demás seres humanos. La meditación cristiana nos conduce a una integridad interna, necesaria para entregarnos a Dios libremente; y a la percepción espiritual, necesaria para atacar los males sociales. En este sentido, es la más práctica de todas las disciplinas.
Hay un peligro al pensar solo en la función del desprendimiento, como lo indicó Jesús en su relato acerca del hombre que había quedado vacío de lo malo, pero que no se llenó de lo bueno, “Cuando el espíritu inmundo sale del hombre...va, y toma otros siete espíritus peores que él; y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero”[6].
Algunos creen que la meditación puede ser algo demasiado difícil, complicado. Tal vez sea mejor dejársela al profesional que tiene más tiempo para explorar las regiones internas. Pero se equivocan. Los “gigantes espirituales” pensaron que al meditar estaban haciendo una actividad tan natural e importante como la respiración. Ellos pueden decirnos que no necesitamos ningún don especial, ni facultades síquicas, sino solamente disciplinar y ejercitar las facultades ocultas que hay dentro de nosotros.
Sin embargo, no debemos extraviarnos pensando que hay tener alguna conexión cósmica misteriosa y peligrosa. Nadie debe emprender la meditación por simple diversión o porque otros la practican. Debemos tener conciencia de la importancia que hay en ella, así como de su dificultad al iniciar, aunque cuando ya la hacemos parte de nuestra vida, será algo tan difícil, pero al mismo tiempo tan fácil, como lo es el respirar o el que nuestro corazón bombee la sangre. No se debe pensar que el “esperar en Dios” es pérdida de tiempo o señal de ocio, sino que es un trabajo que va a afectar no solamente nuestra vida, sino la del Universo.
Tampoco caigamos en el error de creer que la meditación se encuentra fuera del contexto del siglo XXI y que nos lleve a comportarnos como muchos de los “fariseos” que han plagado la historia de la humanidad, tratando de apartarnos del mundo y amargando nuestro ser por esa repulsión a lo que consideramos incorrecto, pero que al mismo tiempo nuestro corazón desea tanto que somos como aquel enamorado que al verse constantemente rechazado por su amada, decide asesinarla para que nadie más pueda gozarla.
Más bien, la meditación debe tomar el control del timón de nuestro ser, de tal modo que podamos hacer frente con éxito a la vida. Ni tampoco podemos creer que la meditación nos debe alejar de la realidad que nos rodea, sino más bien debemos pensar como lo hace Meister Eckhart, autor cuáquero, el grupo más contemplativo que existe, cuando dice: “Aun si un hombre fuera arrebatado hasta el tercer cielo como San Pablo, y en esta condición supiera que otro hombre tiene necesidad de alimento, sería mejor que le diera de comer, y no que permaneciera en éxtasis”.
El concepto erróneo más común de todos es que la meditación es una forma religiosa de manipulación sicológica. Puede tener valor como medio para bajar la presión sanguínea o para aliviar la tensión. Incluso, puede ofrecernos algunos discernimientos significativos al ayudarnos a ponernos en contacto con nuestra mente subconsciente. Pero la idea de un contacto real y de comunión con la esfera de existencia espiritual suena como algo anticientífico y vagamente irrazonable. Si piensa que vivimos en un universo puramente físico, considerará la meditación como una buena manera para obtener un patrón de onda cerebral alpha, que es lo que busca hacer la Meditación Trascendental, haciéndola muy atractiva para el mundo secular. Pero si cree que vivimos en un universo creado por el Dios infinito y personal que se deleita en que nosotros tengamos comunión con él, entenderá la meditación como una comunicación entre el Amante y el ser amado.
Estos dos conceptos de meditación están completamente opuestos. Uno nos confina a una experiencia totalmente humana; el otro nos lanza a un encuentro de lo divino con lo humano. Uno habla acerca de la exploración del subconsciente; el otro se refiere a “reposar en Aquél a quien hemos hallado, quien nos ama, nos oye, viene a nosotros y nos acerca a él”.
Los dos pueden parecer religiosos y aun usar el vocabulario religioso, pero el primero, no puede hallar lugar para la realidad espiritual.
La fe ciega no debe ser la guía de los que buscan la experiencia de la meditación. La realidad interna del mundo espiritual está disponible para todos los que estén dispuestos a buscarla. Con frecuencia descubrimos que aquellos que con tanta libertad desprestigian el mundo espiritual, nunca se han tomado ni siquiera diez minutos para investigar si tal mundo existe realmente o no. Como en cualquier otro empeño científico, nos formamos una hipótesis y experimentamos con ella para ver si es verdadera o no. Si nuestro primer experimento falla, no desesperemos, ni califiquemos todo el asunto de fraudulento. Volvamos a examinar nuestro procedimiento, y tal vez ajustemos la hipótesis y volvamos a hacer el experimento. Por lo menos, debiéramos tener la sinceridad de perseverar en este trabajo hasta el mismo punto en que lo haríamos en cualquier campo de la ciencia. El hecho de que muchísimos no estén dispuestos a hacer eso, no traiciona su inteligencia, sino su prejuicio.
2) Deseando oír la voz de Dios.
La mayoría de las personas, pero especialmente los cristianos, hablamos de lo delicioso que es estar a solas con Dios. Pero la realidad es que la mayoría tenemos la tendencia a esperar que sea otra la persona que hable con Dios acerca de nuestros problemas. Estamos conformes con recibir el mensaje de Dios de segunda mano. Así lo hizo el pueblo de Israel al pie del monte Sinaí, cuando clamó a Moisés: “Habla tú con nosotros, que [nosotros] oiremos; y no hable Dios con nosotros, para que no muramos”[7]. Más tarde, cuando era Dios el que reinaba sobre Israel, el pueblo insistió en tener un rey humano[8]. Al analizar la historia de la religión, veremos que es una lucha casi desesperada por tener un rey, un mediador, un sacerdote, un intermediario. Así se nos quita la responsabilidad de acudir a Dios personalmente. ¿No ha sido usted blanco de ciertas personas que siempre están pidiéndole que presente los problemas de ellos ante Dios? ¿Por qué no oran ellos? La razón es que de esta manera nos libramos de la responsabilidad de cambiar, porque estar en la presencia de Dios significa cambiar. Además, si actuamos de esta manera, tendremos una “respetabilidad” religiosa, pero sin que exista una transformación moral. Por ello, cuando se nos habla de meditación, vemos alguna especie de amenaza para nuestra forma de vida. Esta nos está pidiendo que entremos de modo personal en la presencia viviente de Dios. Esto nos lleva a que tomemos la responsabilidad dada por el mismo Señor de que cada cristiano es un sacerdote ante Dios.
3) Preparándonos a meditar.
Así como es imposible dar un curso sobre aprender a pensar, también lo es dar uno sobre aprender a meditar. Para aprender a meditar, hay que meditar. Pero si tenemos una pocas sugerencias que le pueden ayudar a practicar la meditación, aunque no lo tome como si fuera una receta mágica para poder hacerlo.
Conforme su vida espiritual avance, la práctica de la meditación le será más fácil. Es importante que usted dedique algunos minutos cada día en la meditación formal. Quizá usted es de las personas que dedican algunos minutos del día para ejercitarse o para alguna disciplina que quiere mejorar, así que eso debe motivarle también para que dedique un poco de tiempo para meditar.
En el momento en que llegamos a la convicción de que necesitamos separar tiempo para meditar, también debemos comprender que no debemos practicar ciertos ritos religiosos que para algunos significa que estamos meditando. El meditar es, como la oración, una actividad que ocupa toda nuestra vida, pero al mismo tiempo nuestra mente debe estar ejercitada a que e determinado momento del día, todo lo que vivimos, será material para ser analizado en el instante de la meditación, sin que esto implique que frenesí de la vida nos va a estorbar en nuestro tiempo de silencio con Dios.
Una mente atormentada por los asuntos de la vida material no está preparada para la meditación. Los “Padres de la Iglesia” hablaron en varias ocasiones sobre el “ocio santo”. Esto es, un sentido de equilibrio en la vida; la capacidad de estar tranquilo en medio de las actividades cotidianas para disfrutar de la belleza que nos rodea, un tiempo para descansar y regular nuestros pasos.
Uno de los consejos que podemos dar para meditar sanamente es el buscar un lugar donde podamos estar tranquilos, sin interrupciones; sin teléfono; si es posible, que tenga una vista hacia plantas, montañas o playas. No debemos estar cambiando de lugar, sino las bellezas de nuevos sitios nos quitarán la atención de lo que nos ocupa.
La postura no establece ninguna diferencia, así como la hora. En la Biblia encontramos gente orando en las más diversas posturas. En las religiones orientales se asume que para meditar hay que tomar la postura que llaman “flor de loto”, pero eso es una de las tantas posiciones que puede tomar el cuerpo. Lo mejor es tomar la postura más cómoda y la que permita menos distracción. Quizá la postura más cómoda sea la sentada, porque por lo general, se puede durar más de esta manera. En veces es mejor mantener los ojos cerrados para quitar toda distracción para poder centrarnos en el Cristo vivo.
4) Los primeros pasos para meditar.
Para meditar es necesario utilizar la imaginación. No apreciamos mucho la imaginación en nuestra sociedad occidental. Hay que tomar en cuenta que la imaginación es más fuerte que la voluntad. En Occidente le damos mucha importancia al racionalismo y dejamos de lado la imaginación, pero ¿será lo correcto?
Jesús acostumbró a enseñar con el uso de la imaginación y los sentidos. Al usar la imaginación nuestra mente queda limitada a lo que estamos meditando, para que no vague de aquí para allá. Algunos consideran que es mejor usar solo la fe y concebir el tema de una manera completamente mental y espiritual o imaginar que las cosas ocurren dentro de su propia alma.
Nosotros debemos convencernos de la importancia de pensar y experimentar por medio de imágenes. Esa era la manera en que lo hacíamos cuando niños, pero conforme fuimos creciendo, se nos enseñó que eso era malo. Pero así como los niños necesitan aprender a pensar lógicamente, los adultos debemos de aprender a usar la imaginación.
Si usted quiere aprenderse las historias bíblicas, represéntelas mentalmente. De seguro que para usted es más fácil recordar una historia que vio en una película, que si usted solamente ha leído el libro.
2. La Disciplina de la Oración.
La oración nos lanza a la frontera de la vida espiritual. Es una investigación original en un territorio no explorado. La meditación nos introduce en la vida profunda, pero la disciplina de la oración nos lleva a la obra más profunda y más elevada del espíritu humano. La verdadera oración crea la vida y la transforma. William Carey escribió: “La oración secreta, ferviente y de fe, está en la raíz de toda santidad personal”.
Orar es cambiar. La oración es la avenida principal que Dios usa para transformarnos. Si no estamos dispuestos a cambiar, abandonaremos la oración como característica notable de nuestra vida. Cuánto más cerca lleguemos al corazón de Dios tanto más comprenderemos nuestra necesidad y desearemos parecernos a Cristo.
Dice Santiago 4.3: “Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites”. Pedir correctamente involucra una transformación de las emociones, una total renovación. En la oración real comenzamos a pensar como Dios piensa; a desear lo que Él desea; a amar lo que Él ama. Más adelante, se nos enseña a ver las cosas desde su punto de vista.
Todos los que han andado con Dios han considerado la oración como la principal tarea de la vida. Marcos 1.35 dice: “Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba”. Es interesante que se comente esto de Jesús. Él es Dios, no necesita nada, todo lo tiene y puede; pero aun así, se levantaba de madrugada a orar. El deseo que David tenía de Dios rompió las cadenas complacientes del sueño: “... De madrugada te buscaré…”[9]. Cuando los apóstoles se sintieron tentados a emplear sus energías en otras tareas importantes y necesarias, determinaron entregarse continuamente a la oración y al ministerio de la palabra[10].
Martín Lutero decía: “Tengo tanto que hacer, que no puedo continuar sin pasar tres horas diariamente en oración”, además decía: “El que ha orado bien, ha estudiado bien”. Por su parte, Juan Wesley decía: “Dios no hace nada que no sea en respuesta a la oración”, y para respaldar su dicho, oraba dos horas diarias.
William Penn decía de George Fox: “Por encima de todo, sobresalió en la oración;…tengo que decir que él alcanzó en la oración la estatura más impresionante, viviente y digna de reverencia que yo jamás haya experimentado o visto”.
Muchos, en vez de sentirnos desafiados por tales ejemplos, nos sentimos desanimados. Esos “gigantes de la fe” están tan lejos de cualquier cosa que nosotros hayamos experimentado, que nos sentimos tentados a desesperar. Pero debemos recordar que Dios siempre nos busca donde estamos y nos lleva hacia las cosas más profundas. Los que trotan ocasionalmente no entran de repente en la carrera olímpica. Se preparan y entrenan durante un período, y así debemos hacer nosotros. Cuando progresamos así, podemos esperar orar con más autoridad y buen éxito espiritual dentro de un año que ahora.
Es muy fácil que nos sintamos derrotados, ya que se nos ha enseñado que todo en el Universo ya está establecido, de modo que las cosas no pueden cambiarse. Pero eso no es lo que la Biblia enseña. Ahí se nos dice que los que oraban lo hacían con la convicción de que sus oraciones podían producir una diferencia objetiva. Pablo enseñaba que somos “colaboradores de Dios”[11], es decir, estamos trabajando al lado de Dios para ver resultados. Son los estoicos los que enseñan que el Universo es cerrado, la Biblia no. Los que piensan de esa manera, son más seguidores de Epicteto que de Cristo.
Moisés fue osado para orar, por cuanto creyó que podía cambiar las cosas, incluso la mente de Dios. De hecho, la Biblia destaca tan enérgicamente la apertura del Universo que, mediante un antropomorfismo difícil de entender para los oídos modernos, habla de que Dios cambia constantemente su manera de pensar en conformidad con su inmutable amor[12].
¡Estamos trabajando con Dios para determinar lo futuro! Ocurrirán ciertas cosas en la historia si oramos correctamente. Debemos cambiar el mundo por medio de la oración. ¿Qué otra motivación necesitamos para aprender que este ejercicio humano es el más grande de todos?
La oración es un tema tan amplio, que instantáneamente reconocemos la imposibilidad de siquiera tocarlo levemente en todos sus aspectos en una sola unidad. Se ha escrito gran cantidad de libros genuinamente buenos acerca de la oración, pero ninguno de ellos contiene todo lo que se puede hablar de este tema.
Ahora vamos a dedicarnos a aprender a orar con éxito espiritual a favor de otras personas. Tanto las mujeres como los hombres modernos necesitan desesperadamente de la ayuda que les podamos dar; así que, nuestras mejores energías debieran dedicarse a esta tarea.
a. Aprendiendo a orar.
La oración es algo que se aprende. He visto con tristeza que muchos se conforman con predicar y no enseñan a sus ovejas ejercicios tan necesarios como el de la oración, aunque el tema de sus mensajes sea este. Los discípulos se acercaron a Jesús y le pidieron: “Enséñanos a orar”[13]. Como judíos ellos habían recibido la enseñanza de los rabinos acerca de la oración, pero vieron que cuando Jesús oraba, algo ocurría. Si la oración de ellos debía producir algo, entonces debían aprender cómo hacerlo.
Cuando comprendemos que la oración es un proceso, recibimos liberación. Cuando aprendemos, podemos preguntar, experimentar y aun fracasar. Quizá tenemos años de orar, pero no hay victoria. Si es así, debemos aprender a hacer las cosas de manera diferente. Quizá debe abrir los Evangelios y buscar todos los pasajes que hablen de la oración; luego debe leerlas de una sola sentada. ¡Se dará cuenta de cosas tremendas! Le aseguro que podrá ver que muchas de las cosas que usted ha aprendido por años de la oración, ¡no son bíblicas!
Quizá deba aprender a orar de acuerdo a lo que enseña Jesús. Y una de las cosas más sorprendentes cosas de la oración de Jesús es que cuando oraba a favor de otros, no decía “si es tu voluntad”. Tampoco vemos esto en los otros ejemplos de oraciones a favor de otros. Parece que cuando estas personas oraban por otros, ya sabían cuál era la voluntad de Dios. Estaban tan cautivados por el Espíritu Santo, que cuando se encontraban en alguna situación, sabían exactamente qué había que hacer. Su oración era tan positiva, que en ocasiones más bien parecía mandato: “Anda”, “Sé sano”, “Levántate”. Cuando oramos por los demás, no hay tiempo para indecisiones.
Mientras usted estudia acerca de la oración, comience a orar por otros con la esperanza de que algo ocurra. No se espere hasta saber todo acerca de la oración, o a ser perfecto, o cuando haya arreglado todas las cosas. ¡Comience a orar!
Conforme avance verá que cada fracaso encierra una lección. Deje que Jesús mismo le enseñe, para que llegue a creer Juan 15.7: “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho”.
Si entendemos que la obra de la oración tiene que ver con un proceso de aprendizaje, nos salva de desecharla por considerarla falsa o irreal. Es como si encendiéramos nuestro televisor, pero no funciona. No vamos a decir por esto que no existen las ondas de televisión que viajan por el aire. Si el aparato encendió, pero no funciona, nos fijaremos en la antena o cambiaremos de emisora, e investigaremos por qué no podemos tener recepción. Así ocurre con la oración. Si nuestra oración no da frutos, algo anda mal y debemos buscar qué es. Tal vez nuestra oración está siendo equivocada, hay algo en nosotros que debe ser cambiado, puede ser que hay principios de la oración que no hemos comprendido, puede ser que necesitamos paciencia y persistencia o tal vez la respuesta de Dios a nuestra oración es “¡NO!”.
Las oraciones por intercesión muchas veces no son escuchadas por Dios por una simple razón: ¡Nosotros no estamos escuchando a Dios primero! En el momento en que escuchamos el apacible trueno del Señor de los ejércitos es cuando debemos orar, de otra manera, nuestra oración es tan solo aire caliente. La oración no es solo hablar, sino saber escuchar.
De esto podemos establecer que antes de entrar en la oración de intercesión, necesitamos primeramente meditar. Tenemos que oír, conocer y obedecer la voluntad de Dios antes de pedir que se cumpla en la vida de otros.
Entonces, lo primero que hay que hacer para aprender a orar por otros es escuchar la dirección del Señor. Al inicio es mejor dejar de lado la artritis de nuestra tía de 80 años, para primero escuchar a Dios en la meditación, para aprender cómo funciona el poder del Señor.
También debemos dejar de lado los temores. Algunas personas consideran que hay temas por los cuales ellos no pueden orar y creen que solo el pastor o el evangelista están capacitados para hacerlo. Si nuestra fe es del tamaño de un grano de mostaza, ¡esperemos que las montañas se muevan!
Con frecuencia las oraciones no surten efecto porque lo que nos hace falta es “compasión”. Sabemos de alguien que está enfermo y oramos por esta persona, pero no tomamos tiempo para visitarla. Jesús siempre demostró compasión por la gente y ese es el rasgo evidente en todos los actos de sanidad que ocurrieron en el Nuevo Testamento. Cuando oramos por la gente, ¡no oramos por cosas! Estamos orando por personas con sentimientos y emociones. Si tenemos compasión por ellas, oraremos más fervientemente y veremos más fácil la gloria de Dios.
b. ¿En qué consiste la oración?
Nunca debiéramos complicar demasiado la oración. Tenemos la inclinación a hacer esto tan pronto como entendemos que la oración es algo que tenemos que aprender. También es fácil rendirnos a esta tentación, pues cuanto más compliquemos la oración tanto más las personas dependerán de nosotros para aprender a orar. Pero Jesús nos enseñó a acudir como niños al Padre. Franqueza, honestidad y confianza caracterizan la comunicación del niño con su padre. Hay una intimidad entre el padre y el hijo que da lugar tanto a la seriedad como a la risa.
Jesús nos enseñó a orar por el pan de cada día. El niño pide pan para el desayuno con la absoluta confianza de que se le proveerá. Él no necesita guardar en un lugar secreto los panes de hoy por temor a que mañana no habrá nada. Desde el punto de vista de él, hay una interminable provisión de panes. Al niño no le parece difícil ni complicado hablarle a su padre, ni le parece vergonzoso hablarle sobre la más simple necesidad.
Todo cristiano necesita estar empapado de oración. Pablo oró por su pueblo y pidió a su pueblo que orara por él. C. H. Spurgeon atribuyó su éxito a las oraciones de su congregación. Frank Laubach decía a sus auditorios: “Soy muy sensible, y sé si ustedes están orando por mí. Si alguno de ustedes me deja abandonado, yo lo siento. Cuando ustedes están orando por mí, yo siento un extraño poder. Cuando todas las personas de la congregación oran intensamente mientras el pastor está predicando, ocurre un milagro”. Satura los servicios de adoración con tus oraciones. Imagínate al Señor en su trono alto y sublime y que llena el santuario con su presencia[14].
Se puede orar por la persona que tiene desviaciones sexuales, con la seguridad de que puede ocurrir un cambio real y duradero. Lo sexual es como un río: Es bueno y es una bendición maravillosa cuando se mantiene dentro de su propio canal. Cuando el río se desborda se vuelve peligroso, y así son también las tendencias sexuales pervertidas. ¿Cuáles son los límites creados por Dios para lo sexual? Se expresan de la siguiente manera: Que un hombre se una con una mujer en matrimonio de por vida. Se siente gozo al orar por individuos que tienen problemas sexuales; uno se representa mentalmente un río desbordado e invita al Señor para que lo vuelva a su cauce natural.
Tus propios hijos pueden y deben cambiar por medio de la oración. Durante el día ora por ellos y con ellos. Ora por ellos de noche mientras están dormidos. Como sacerdote de Cristo, puedes realizar un maravilloso servicio al tomar a tus hijos en los brazos y bendecirlos. Según la Biblia, los padres no le presentaron los niños a Jesús para que él jugara con ellos ni siquiera para que los enseñara; sino para que pusiera las manos sobre ellos y los bendijera[15]. Él te dio la capacidad de hacer lo mismo. ¡Bienaventurado el niño que es bendecido por adultos que saben bendecir!
No debemos esperar hasta sentir el deseo de orar por otros. La oración es como cualquier trabajo: Tal vez no sintamos el deseo de hacerlo, pero tan pronto como hayamos estado un rato realizándolo, comenzamos a sentir el deseo de trabajar. Tal vez no tengamos el deseo de practicar ejercicios, pero tan pronto como comenzamos, sentimos el deseo de seguir haciéndolo. De la misma manera, los músculos de nuestra oración necesitan hacer ejercicios preliminares durante un rato, y tan pronto como comienza el fluir sanguíneo de la intercesión, descubriremos que tenemos el deseo de orar.
No tenemos que preocuparnos en el sentido de que este trabajo nos tomará demasiado tiempo, porque “No toma tiempo, sino que ocupa todo el tiempo”. El asunto no consiste en agregar oración al trabajo, sino en orar simultáneamente con el trabajo. Ore antes del trabajo, envuelva su trabajo en oración y ore después del trabajo. La oración y el trabajo se unen.
Aún nos queda mucho por aprender. Ciertamente, al anhelo de nuestros corazones se sumó al de Archibald Campbell Tait cuando dijo: “Quiero una vida de oración más grande, más profunda, más verdadera”.
3. La Disciplina del Estudio.
El propósito de las disciplinas espirituales es la transformación total de la persona. Su meta es la de reemplazar los antiguos hábitos destructivos de pensar por unos nuevos hábitos que producen vida. En ninguna parte este propósito se ve más claramente que en la disciplina del estudio.
El apóstol Pablo nos dice que la manera de ser transformados es por medio de la renovación de la mente[16]. El entendimiento se renueva al aplicarle aquellas cosas que lo transformarán: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo…todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad”[17]. La disciplina del estudio es el primer vehículo que nos lleva a cumplir con el precepto: “En esto pensad”. Por tanto, debiéramos regocijarnos por el hecho de que no quedamos entregados a nuestras propias habilidades, sino que se nos han dado los medios de gracia de parte de Dios para la transformación de nuestro espíritu.
Muchos cristianos permanecen como esclavos de los temores y de los afanes, simplemente porque no aprovechan la disciplina del estudio. Pueden ser fieles en cuanto a asistir a la Iglesia y sinceros en cuanto a cumplir sus deberes religiosos, pero aun así no han cambiado. Aquí no me refiero solamente a los que se someten a fórmulas religiosas, sino a aquellos que genuinamente buscan adorar y obedecer al Señor Jesucristo como Señor y Maestro. Estos pueden cantar con gusto, orar en el Espíritu, vivir de una manera tan obediente hasta donde sus conocimientos les permiten, y sin embargo, su vida permanece sin cambio. ¿Por qué? Porque nunca han tomado uno de los métodos fundamentales que Dios usa para cambiarnos: El estudio. Jesús declaró inequívocamente que el conocimiento de la verdad es lo que nos hará libres: “…y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”[18]. Los buenos sentimientos no nos harán libres. Las experiencias extáticas no nos harán libres. El hecho de fascinarnos con Jesús tampoco nos libertará. Sin el conocimiento de la verdad no seremos libres. Este principio es verdadero en todo aspecto de la conducta humana. Es cierto en biología y en matemáticas. Es cierto en las relaciones matrimoniales y en las otras relaciones. Pero es especialmente cierto en lo que se refiere a la vida espiritual. Muchos son los que tienen grandes obstáculos y viven confundidos en la vida espiritual por el simple hecho de que ignoran la verdad. Peor aun, muchos han sido llevados a una esclavitud sumamente cruel por las falsas enseñanzas: “…recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y una vez hecho, le hacéis dos veces más hijo del infierno que vosotros”[19]. Por tanto, ocupémonos en aprender lo que constituye la disciplina espiritual del estudio, a identificar sus complicaciones ocultas, a practicarla con gozo y a experimentar la liberación que produce.
a. ¿Qué es el estudio?
El estudio es una clase específica de experiencia en la cual, a través de la cuidadosa observación de estructuras objetivas, hacemos que nuestro proceso de pensamiento se mueva en determinada manera. Tal vez estudiemos un árbol o un libro. Lo vemos, lo sentimos. Al hacerlo, nuestro proceso de pensamiento adopta un orden en conformidad con el orden que hay en el árbol o en el libro. Cuando esto se hace con concentración, percepción y repetición, se forman en nosotros hábitos arraigados de pensamiento.
En el Antiguo Testamento se dieron instrucciones para que las leyes se escribieran en las puertas y en los postes de las casas, de tal modo que fueran “por frontales entre vuestros ojos”[20]. El propósito de esa instrucción era dirigir la mente repetida y regularmente hacia cierto modo de pensamiento con respecto a Dios y a las relaciones humanas. Por supuesto, el Nuevo Testamento reemplaza las leyes escritas en los postes por leyes escritas en el corazón y nos conduce hacia Jesús nuestro Maestro interno, siempre presente.
Una vez más tenemos que insistir en que los hábitos de pensamiento, que están formados, se conformen al orden de aquello que se está estudiando. Lo que estudiamos determina la clase de hábito que se ha de formar. Esa fue la razón por la que Pablo nos insta a concentrar nuestros pensamientos en todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable y de buen nombre.
El proceso que ocurre en el estudio debe distinguirse del de la meditación. La meditación es devota; el estudio es analítico. La meditación saboreará una palabra; el estudio la explicará.
Aunque la meditación y el estudio con frecuencia se entrelazan, constituyen dos experiencias distintas. El estudio ofrece cierta estructura objetiva dentro de la cual la meditación puede funcionar con éxito.
En el estudio hay dos clases de “libros” que se han de estudiar; los escritos y los no escritos. Los libros y las conferencias, por tanto, solo constituyen la mitad del campo del estudio, tal vez menos. El mundo de la naturaleza y, aun más importante, la cuidadosa observación de los eventos y de las acciones son los campos principales de estudio que no están escritos.
La tarea principal del estudio es la percepción de la realidad de una determinada situación, determinado encuentro, o de un determinado libro.
b. Cuatro pasos del estudio.
El estudio envuelve cuatro pasos:
1) La repetición.
La repetición es una manera de concentrar regularmente la mente en una dirección específica, para arraigar así los hábitos de pensamiento. La repetición ha recibido cierta mala reputación hoy. Sin embargo, es importante entender que la repetición por sí sola, sin siquiera entender lo que se está repitiendo, afecta la mente interna. Los arraigados hábitos de pensamiento pueden formarse con solo la repetición, con lo cual se cambia así la conducta.
Esa es la razón por la cual el asunto de la programación para la televisión es muy importante. Si en el programa de televisión de mayor audiencia se informa sobre los innumerables crímenes que se cometen cada noche, la sola repetición preparará la mente interna para que adopte patrones destructivos de pensamiento.
2) La concentración.
Si además de dedicar la mente repetidamente al tema, la persona se concentra en lo que está estudiando, el aprendizaje aumenta inmensamente. La concentración enfoca la mente. La atención se enfoca en lo que se está estudiando. La mente humana tiene una capacidad increíble para concentrarse. Constantemente está recibiendo millares de estímulos, cada uno de los cuales ella puede almacenarlos en su banco de memoria mientras se enfoca solo en unos pocos. Esta capacidad natural del cerebro se intensifica cuando con singularidad de propósito concentramos nuestra atención en el objeto de estudio que deseamos.
Cuando no solo canalizamos de manera repetida la mente hacia una dirección en particular, y concentramos la atención en el tema, sino que también entendemos lo que estamos estudiando, llegamos a un nuevo nivel. La comprensión nos conduce a la penetración y al discernimiento. Nos ofrece la base para la verdadera percepción de la realidad.
3) La reflexión.
Aunque la comprensión define lo que estamos estudiando, la reflexión define su significado. El hecho de reflexionar, de rumiar los eventos de nuestro tiempo, nos conducirá a la realidad interna de ellos. La reflexión nos lleva a ver las cosas desde el punto de vista de Dios. En la reflexión no sólo llegamos a entender nuestro tema de estudio, sino a entendernos a nosotros mismos. Jesús habló con frecuencia acerca de oídos que no oyen y de ojos que no ven. Cuando ensalzamos el significado de lo que estudiamos, llegamos a oír y ver las cosas de una nueva manera.
4) La humildad.
Pronto se hace obvio que el estudio demanda humildad. El estudio no puede ocurrir mientras no estemos dispuestos a someternos al tema. Tenemos que someternos al sistema. Tenemos que acudir como estudiantes, no como maestros. Y el estudio no solo depende directamente de la humildad, sino que también conduce a ella. La arrogancia y el espíritu educable se excluyen mutuamente.
Todos conocemos a individuos que han tomado algún curso de estudio, o que han obtenido algún grado académico, y que exhiben la información que han obtenido de una manera ofensiva. Debemos sentir una profunda compasión por tales personas. No entienden la disciplina espiritual del estudio. Ellos han confundido la acumulación de información con el conocimiento. Han establecido una ecuación entre el chorro de palabras y la sabiduría. ¡Qué trágico! El apóstol Juan definió la vida eterna como el conocimiento de Dios: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a tí, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”[21]. Aun un toque de este conocimiento experimental es suficiente para darnos un profundo sentido de humildad. Habiendo colocado el fundamento, movámonos ahora a la ejecución práctica de la disciplina del estudio.
c. El estudio de libros.
Quizá, al escuchar la palabra “estudio” lo primero que nos trae a la mente son libros o escritos. Los libros son claramente importantes porque constituyen la mitad del material de estudio. Desdichadamente, la mayoría de las personas piensan que estudiar un libro es cosa sencilla. De ahí se desprende que son muchos los que exhiben pésimos hábitos de estudio. Así como para cualquier arte, el estudiar un libro requiere de mucha práctica, de tal manera que pueda dominar los mil y un detalles necesarios.
El principal obstáculo que existe en que una persona se convenza de que el estudio de un libro no es fácil es que tiene que aceptar que debe aprender a estudiar. La mayoría de las personas creen que porque saben leer palabras, saben estudiar. Por eso es que aunque se venden millones de libros, hay mucha ignorancia en casi todos los temas de la vida.
Hay tres leyes esenciales y tres leyes no esenciales para poder tener éxito en el estudio de un libro. Al principio, las leyes esenciales nos van a pedir hacer tres lecturas separadas del material. La primera incluye el entendimiento del libro, lo que el autor quiere decirnos. La segunda incluye entender el libro, lo que el autor quiere que entendamos. La tercera incluye la evaluación del libro, si el autor tiene razón o no. La mayoría de las personas hacen simplemente la tercera lectura y ninguna de las otras dos. En ocasiones juzgamos el libro por la ilustración que trae en la portada, o si esta es satinada o mate. Por algo Salomón dice en Eclesiastés que hay tiempo para todo, incluso para juzgar un libro.
Pero estas leyes no son adecuadas si no tomamos en cuenta las leyes no esenciales, que son: La experiencia, los otros libros y la discusión.
La experiencia es lo que nos permite interpretar y relacionar lo que leemos. Es necesario que entendamos y reflexionemos de acuerdo a la experiencia que hemos tenido. También requerimos de otros libros como son diccionarios, comentarios y otros libros de ayuda o referencia. Pero no olvidemos los libros que fueron escritos antes y los que fueron escritos después del que estudiamos. Con frecuencia, los libros solo tienen un significado si se toma en cuenta otros. Por ejemplo, si uno no conoce el Antiguo Testamento, le será muy difícil entender las cartas a los Romanos y Hebreos.
El primer libro y el más importante que debemos estudiar es la Biblia. El salmista preguntó: “¿Con qué limpiará el joven su camino?” Luego respondió a su propia pregunta: “Con guardar tu palabra”. Y agregó: “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti”[22]. Aunque el salmista se refería principalmente a la Ley, los cristianos a través de los siglos hemos descubierto que esto es cierto en el estudio de toda la Escritura: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”[23]. Fíjese que el propósito básico no es la pureza doctrinal, aunque sin duda eso está incluido, sino la transformación interna. Cuando acudimos a la Escritura no acudimos a acumular información, sino a ser cambiados.
Tenemos que entender, sin embargo, que existe una inmensa diferencia entre el estudio de la Escritura y la lectura devota de ella. En el estudio de la Escritura se le concede una alta prioridad a la interpretación: Lo que significa. En la lectura bíblica devota se concede una alta prioridad a la aplicación: lo que significa para mí. En el estudio no buscamos el éxtasis espiritual; de hecho, el éxtasis podría ser un obstáculo. Cuando estudiamos un libro de la Biblia buscamos estar dominados por la intención del autor. Estamos determinados a oír lo que él dice, no lo que nos gustaría que dijera. Estamos dispuestos a pagar el precio de pasar días difíciles hasta que el significado sea claro. Este proceso revoluciona nuestra vida.
El apóstol Pedro halló algunas cosas en las epístolas de “nuestro amado hermano Pablo” que eran “difíciles de entender”[24]. Si a Pedro le pareció así, a nosotros también.
La lectura devota diaria ciertamente es recomendable, pero eso no es estudio. Cualquiera que esté buscando “una palabrita de Dios para hoy” no está interesado en la disciplina del estudio.
El promedio de clases de escuela dominical para adultos es demasiado poco, muy dedicado a lo devoto, por lo que no nos ayuda en el estudio bíblico; aunque algunas iglesias no creen suficientemente en el estudio como para ofrecer cursos bíblicos en serio.
Pero la experiencia nos enseña que muchas de las verdades más profundas las encontramos cuando dedicamos tiempo al estudio privado. Cuando tomamos varios días para analizar un tema. Quizá para la mayoría no es posible sacar varios días para estar dedicado solo en el estudio de un tema bíblico, pero existe la gran posibilidad de hacerlo en ratos. Lo mejor es hacerlo bien de mañana, antes de que nadie más se levante en casa, cuando aun está oscuro y hay paz. ¡Hágalo! Dedique una hora diaria de su sueño a estudiar la Palabra, con un tema en particular. Se va a dar cuenta de cuán provechoso es y pronto querrá dejarlo dentro de su rutina.
¿Qué debo estudiar? Eso depende de la necesidad. Todos tenemos necesidades diferentes, pero quizá una de las más grandes entre los cristianos de hoy es simplemente la de leer grandes porciones de la Biblia. Gran parte de nuestra lectura bíblica es fragmentaria y esporádica.
En el Instituto Bíblico tuve compañeros que tuvieron que recibir un curso básico de la Biblia porque no sabían cómo estaba compuesta y jamás habían leído siquiera uno de sus libros, ¡y así calificaron como estudiantes para ser predicadores y teólogos!
Quizá debemos escoger un libro largo de la Biblia como Génesis o Jeremías, y leerlo por completo. Analizar la estructura y el desarrollo del libro. Ver los aspectos difíciles y volver a ellos más tarde. Apuntar pensamientos e impresiones. Algunas veces es conveniente combinar el estudio de la Biblia con el estudio de alguno de los grandes clásicos devocionales. Tales experiencias de retiro pueden transformar tu vida.
Otro método para el estudio de la Biblia consiste en escoger un libro más pequeño, como Efesios ó 1 Juan, y leerlo por completo todos los días durante un mes. Más que cualquier otro esfuerzo particular, este colocará la estructura del libro en la mente. Léalo sin tratar de adaptarlo a categorías establecidas. Espere oír nuevas cosas de nuevas maneras. Lleve un diario de lo que vaya descubriendo. En el transcurso de estos estudios, obviamente querrá usar el mejor material secundario de apoyo que tenga a su disposición.
Además del estudio de la Biblia, no descuide el estudio de alguno de los clásicos de la literatura cristiana. Tampoco debemos olvidar la cantidad de literatura escrita por individuos de muchas disciplinas. Muchos de estos pensadores tienen extraordinarias percepciones de la situación humana. Entre éstos están algunos escritores orientales como Lao-Tse, de China; Zoroastro, de Persia; y otros como Shakespeare y Milton, Cervantes y Dante, Tolstoy y Dostoevski.
No se sienta abrumado ni desanimado a causa de todos los libros que no ha leído. Recuerde que la clave de la disciplina del estudio no consiste en leer muchos libros, sino en experimentar lo que leemos.
d. Estudio de lo que no está escrito.
Hay un campo de estudio poco reconocido, pero tal vez el más importante: La observación de la realidad en las cosas, los eventos y las acciones. Podemos comenzar con la naturaleza. No podemos negar que el orden de la creación tiene algo que enseñarnos. Isaías nos dice: “…los montes y los collados levantarán canción delante de vosotros, y todos los árboles del campo darán palmadas de aplauso”[25]. La obra del Creador nos habla y enseña, si escuchamos.
El estudio de la naturaleza lo comenzamos poniendo atención. Vemos las flores o los pájaros. Los observamos detenidamente y en oración. Un hecho que para muchos puede ser sencillo y hasta despreciable como una mariposa saliendo de su crisálida, nos puede llenar de asombro y de una actitud de adoración. Si tenemos una actitud de reverente observación, sin llegar a caer en el panteísmo, una hoja puede hablarnos del orden y la variedad, así como de la complejidad y la simetría.
Además de la naturaleza, podemos observar las relaciones que existen entre los seres humanos, cuántas de nuestras palabras tienen por objeto justificar nuestras acciones. ¿Por qué sentimos ese deseo de dejar todo en claro? Quizá el orgullo y el temor tengan mucho que ver. Puede observar esto en todos los que se ganan la vida hablando: Vendedores, pastores, escritores, profesores, políticos, etc. Muchas veces nos recuerdan a uno de los hombres que subió a orar y decía: “Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres…”[26].
Esté atento a las relaciones cotidianas en todo lugar a donde vaya: En el hogar, trabajo, escuela, etc. Note las cosas que dominan a las personas. Pero recuerde: ¡Usted no es juez de nadie! Esto es solo un ejercicio de observación. Al hacer todo esto, no estamos tratando de llegar a ser sicólogos o sociólogos aficionados. Estudiamos estos asuntos con un espíritu de humildad y con el reconocimiento de que necesitamos una gran dosis de gracia.
Haríamos bien en estudiar las instituciones y las culturas y las fuerzas que les dan forma. También debiéramos reflexionar en los eventos de nuestro tiempo y notar qué es lo que nuestra cultura considera un “gran evento”, y qué es lo que no considera como tal. Eche una mirada a los sistemas de valores de una cultura: No a lo qué las personas dicen que son, sino a lo que realmente son. Y una de las maneras más claras de ver los valores de la cultura consiste en observar los comerciales de televisión. Pregunte: ¿Cuáles son las ventajas y desventajas de nuestra sociedad tecnológica? ¿Qué efecto ha producido la industria de alimentos de preparación rápida en la tradición familiar de reunirse a la hora de comer? ¿Por qué en nuestra cultura nos parece difícil apartar tiempo para desarrollar las relaciones? ¿El individualismo occidental es valioso o destructivo? ¿Qué de nuestra cultura está de acuerdo con el evangelio y qué no?
Una de las funciones más importantes de los cristianos de nuestro día es la capacidad para percibir las consecuencias de diversos inventos y de otras fuerzas de nuestra cultura, y hacer juicios de valor sobre ellos.
El estudio produce regocijo. Quizá nos parecerá un trabajo duro al principio. Pero cuanto más sea nuestro aprovechamiento, mayor será nuestro gozo.
4. La Disciplina del Ayuno.
En una cultura en donde el paisaje está salpicado de altares a los arcos de oro de McDonald's y a cierta clase de templos de Pizza Hut, el ayuno parece estar fuera de lugar, fuera de moda. De hecho, el ayuno ha sido materia de controversia tanto dentro como fuera de la Iglesia durante muchos años.
¿Qué explicaría este rechazo casi total de un tema que se menciona tantas veces en la Biblia y fue tan ardientemente practicado por los cristianos a través de los siglos? Hay dos cosas:
a. El ayuno consiguió mala reputación como resultado de las excesivas prácticas ascéticas de la Edad Media. Con el declive de la realidad interna de la fe cristiana, se desarrolló una creciente tendencia a hacer énfasis solo en lo que quedaba: La forma externa. Y cada vez que hay una forma desprovista de poder espiritual, la ley ocupa el puesto, ya que la ley siempre tiene consigo un sentido de poder manipulador. De ahí que el ayuno fuera sometido a los más rígidos reglamentos y practicado con extrema mortificación y flagelación. La cultura moderna ha reaccionado vigorosamente contra esos excesos y ha tendido a confundir el ayuno con la mortificación.
b. El ayuno pasó por épocas difíciles el siglo XIX. La constante propaganda que nos insiste sobre la alimentación hoy, nos ha convencido de que si no tomamos las debidas comidas al día y aun más, estamos al borde de morir de hambre. Esto, unido a la creencia de que satisfacer todo apetito humano es algo positivo, ha hecho que el ayuno parezca obsoleto. A cualquiera que intente en serio ayunar, se lo bombardea con objeciones. Aunque el cuerpo humano solo puede sobrevivir un corto tiempo sin aire o agua, puede permanecer durante muchos días, generalmente cerca de cuarenta, antes que comience el síndrome clínico del hambre, si es una persona saludable, aunque no estamos sugiriendo que se hagan ayunos muy largos.
No vamos a caer en el juego de algunos grupos religiosos que tratan el ayuno como un súper poder, pero no vamos a negar tampoco que el ayuno puede producir efectos físicos beneficiosos, cuando se practica en forma correcta.
La Biblia dice mucho acerca del ayuno. Haríamos bien en echar de nuevo una mirada a esta antigua disciplina. La lista de los personajes bíblicos que ayunaron llega a ser un informe sobre “Quién es quién” en la Escritura: Moisés, el legislador; David, el rey; Elías, el profeta; Ester, la reina; Daniel, el vidente; Ana, la profetisa; Pablo, el apóstol; Jesucristo, el Hijo encarnado. Muchos de los grandes cristianos a través de la historia de la iglesia ayunaron y dieron testimonio del valor del ayuno; entre ellos podemos mencionar a Martín Lutero, Juan Calvino, Juan Knox, John Wesley, Jonatán Edwards, David Brainerd, Charles Finney y el pastor Hsi, de China.
El ayuno no es una disciplina exclusivamente cristiana; todas las religiones principales del mundo reconocen su mérito. Zoroastro practicó el ayuno, también Confucio, los Yogis de la India, Platón, Sócrates y Aristóteles ayunaron. Hasta Hipócrates, el padre de la medicina moderna, creyó en el ayuno. Ahora bien, el hecho de que todos estos individuos, dentro y fuera de la Escritura, tuvieran el ayuno en alta estima no hace que sea bueno, ni siquiera deseable; pero debiera obligarnos a hacer una pausa suficiente para estar dispuestos a reevaluar las suposiciones populares de nuestro día con respecto a la disciplina del ayuno.
c. El ayuno en la Biblia.
En toda la Biblia, el ayuno se refiere a abstenerse de alimentos con propósitos espirituales. Se distingue de la huelga de hambre, cuyo propósito es el de lograr el poder político o el de atraer la atención hacia una buena causa. También se distingue de la dieta para la salud, que se hace con propósitos físicos y no espirituales.
A causa de la secularización de la sociedad moderna, el “ayuno”, en caso de que se haga alguno, está motivado por la vanidad o por el deseo de poder. Este no es el propósito del ayuno del que habla la Biblia. El ayuno bíblico siempre se centra en propósitos espirituales.
Según la Escritura, la manera normal de ayunar consistía en abstenerse de toda clase de alimento, sólido y líquido, pero no de agua. En el ayuno de cuarenta días que hizo Jesús, se nos dice que “no comió nada”, y que al final del ayuno “tuvo hambre”, y que Satanás lo tentó a comer y en la tentación indicó la abstención del alimento, pero no del agua[27]. Desde el punto de vista físico, esto es lo que generalmente implica el ayuno.
Algunas veces se describe lo que pudiéramos considerar como un ayuno parcial; es decir, hay restricción de la dieta, pero no abstención total. Aunque Daniel parece que tenía la costumbre de ayunar normalmente, se menciona una ocasión en que, durante tres semanas no comió manjares ni carne, ni vino y aun tampoco usó aceite para ungirse, según la costumbre oriental con la que se protegen la piel del sol y el calor[28]. No dice la razón por la cual se apartó de su práctica normal de ayunar. Tal vez sus tareas de gobierno se lo impedían.
Hay también varios ejemplos en la Biblia de lo que correctamente se ha llamado un “ayuno absoluto”, es decir, una abstención total tanto de alimento así como de agua. Parece haber sido una medida desesperada para hacer frente a una emergencia: Ester, al saber que a ella y a su pueblo les esperaba la ejecución, le dio las siguientes instrucciones a Mardoqueo: “Vé y reúne a todos los judíos…, y ayunad por mí, y no comáis ni bebáis en tres días, noche y día; yo también con mis doncellas ayunaré igualmente…”[29].
Pablo, después de su encuentro con Cristo, se dedicó a un ayuno absoluto de tres días[30]. Puesto que el cuerpo humano no puede permanecer sin agua por más de tres días, tanto Moisés como Elías se empeñaron en ayunos que deben considerarse sobrenaturales de cuarenta días[31]. Tiene que destacarse que el ayuno absoluto fue excepcional.
En la mayoría de los casos, el ayuno es un asunto privado entre el individuo y Dios. Hay, sin embargo, ocasiones en que hubo ayunos de grupo o públicos. El único ayuno público anual que exigía la Ley de Moisés era el del día de la expiación[32]. Ese debía ser el día del calendario judío en que el pueblo debía entristecerse y afligirse como expiación por sus pecados. Gradualmente se agregaron otros días de ayuno hasta que llegó el día en que había más de veinte.
Además, se convocaba a ayunos en tiempos en que había emergencias de grupos o a nivel nacional. “Tocad trompeta en Sión, proclamad ayuno, convocad asamblea”[33]. Cuando Judá fue invadido, el rey Josafat convocó a la nación al ayuno[34]. En respuesta a la predicación de Jonás, toda la ciudad de Nínive, incluso los animales, involuntariamente, ayunó. Antes de regresar Esdras a Jerusalén, hizo que los exiliados ayunaran y oraran por la seguridad en el viaje por un camino infestado de bandidos[35].
El ayuno en grupo puede ser algo maravilloso y poderoso siempre que haya un pueblo preparado que esté unánime en estos asuntos. La Iglesia u otros grupos que tengan problemas serios, pudieran resolverlos sustancialmente por medio de un grupo unificado en oración y ayuno. Cuando un número suficiente de personas entienden correctamente lo que implican la oración y el ayuno, un llamado nacional a orar y a ayunar pudiera también dar resultados beneficiosos. En 1756, el rey de Inglaterra convocó a un solemne día de oración y ayuno por causa de que los franceses amenazaban con una invasión. John Wesley registró en su diario el 6 de febrero: “El día de ayuno fue un día glorioso, como raras veces lo ha visto Londres desde la restauración. Todas las iglesias de la ciudad estaban más que llenas, y en los rostros había una solemne seriedad. Ciertamente Dios oye la oración, y habrá aún una prolongación de nuestra tranquilidad”. En una nota marginal él escribió: “La humildad se tornó en regocijo nacional, pues la amenaza de invasión por parte de los franceses fue desviada”.
A través de la historia también se desarrollaron lo que pudiera llamarse ayunos regulares. En el tiempo de Zacarías, se habían desarrollado cuatro ayunos regulares[36]. La jactancia del fariseo, en la parábola de Jesús, evidentemente indica la práctica de su tiempo: “…ayuno dos veces a la semana”[37]. La Didaché instaba a observar dos ayunos semanales: Uno el miércoles y otro el viernes. En el Segundo Concilio de Orleáns, en el siglo VI, se estableció obligatorio el ayuno regular. John Wesley trató de revivir la enseñanza de la Didaché e instó a los primeros metodistas a ayunar los miércoles y los viernes. Él tenía un sentimiento tan fuerte sobre esta materia que, de hecho, se negaba a ordenar para el ministerio metodista a cualquiera que no observara estos dos días de ayuno. El ayuno regular o semanal ha producido tan profundo efecto en la vida de algunos, que ellos han tratado de hallar alguna base bíblica para poderlo promover insistentemente entre todos los cristianos. La investigación ha sido en vano. Simplemente, no hay normas bíblicas que establezcan el ayuno regular.
Nuestra libertad en el evangelio, sin embargo, no significa libertinaje, sino oportunidad. Puesto que no hay leyes que nos obliguen, estamos libres para ayunar cualquier día. Para el apóstol Pablo, la libertad significó que se dedicó a “muchos ayunos”[38]. Siempre debemos tener en mente el consejo apostólico: “…no uséis la libertad como ocasión para la carne…”[39].
d. ¿Es el ayuno un mandamiento?
Son muchos los que viven preocupados por saber si hay obligación bíblica para que los cristianos practiquen el ayuno. También son muchas y variadas las respuestas. Thomas Cartwriht en 1580 trató de defender la tesis afirmativa basándose en Mateo 6.16, en donde se deja entrever que una de las costumbres del pueblo era ayunar, aunque necesitaba una instrucción correcta. Pero también debemos comprender que esas palabras de Jesús no constituyen un mandamiento. Jesús estaba instruyendo apropiadamente lo que se debía hacer en una práctica común de su tiempo. No dijo si esta práctica debía estar presente para siempre.
En otra ocasión, los discípulos de Juan se sentían admirados de que ellos debían ayunar, mientras que los de Jesús no. La respuesta de Jesús es clara: “¿Acaso pueden los que están de bodas tener luto entre tanto que el esposo está con ellos? Pero vendrán días cuando el esposo les será quitado, y entonces ayunarán”[40]. Quizá esta es la declaración más importante que se halla en el Nuevo Testamento sobre si los cristianos deben ayunar hoy día. Con la venida de Jesús había llegado un nuevo día. El reino de Dios había llegado a estar entre los discípulos. El Esposo estaba en medio de ellos; era un tiempo para alegrarse y no para ayunar. Sin embargo, llegaría un tiempo en que sus discípulos ayunarían, aunque no de acuerdo con el legalismo del antiguo orden.
Lo más natural es interpretar que los días en que los discípulos de Jesús ayunarían corresponden a la era de la Iglesia, en vista de la íntima relación que esto tiene con la declaración de Jesús sobre los días del Reino de Dios, la cual viene inmediatamente[41]. Así parece que lo entendieron los mismos discípulos porque fue en ese momento en que ayunaron[42].
No hay manera de escapar de la fuerza que Jesús imprimió a sus palabras en dicho pasaje. Dijo claramente que esperaba que sus discípulos ayunaran cuando Él se marchara. Aunque las palabras no se expresaron en forma de mandamiento, eso solo se debió a un tecnicismo semántico. De este pasaje se desprende claramente que Cristo apoyó la disciplina del ayuno, y que previó que sus seguidores ayunarían.
Tal vez sea mejor evitar el término mandamiento, puesto que en el sentido más estricto, Jesús no mandó ayunar. Pero es obvio que procedió basado en el principio de que los hijos del Reino de Dios ayunarían. Para la persona que anhela un andar más íntimo con Dios, estas declaraciones de Jesús son atractivas.
Quizá en nuestra sociedad en que se destaca la abundancia, el ayuno represente un sacrificio mayor que el dar dinero.
e. El propósito del ayuno.
Es un hecho solemne el comprender que en la primera declaración que Jesús hizo acerca del ayuno se refirió al motivo[43]. El uso de las cosas buenas para nuestros propios fines es siempre la señal de la religión falsa. ¡Qué fácil es tomar algo como el ayuno y tratar de usarlo para obligar a Dios a hacer lo que nosotros queremos! A veces se hace tanto énfasis en las bendiciones y en los beneficios del ayuno, que nos sentimos tentados a creer que con un poco de ayuno pudiéramos tener al mundo e incluso a Dios, comiendo de lo que les demos con nuestra propia mano. El ayuno tiene que centrarse perdurablemente en Dios. Tiene que ser iniciado por Dios y ser ordenado por Él. Como la profetisa Ana, necesitamos estar “sirviendo…con ayunos”[44]. Cualquier otro propósito tiene que estar subordinado a Dios. Como ocurrió con el grupo apostólico de Antioquía, los términos “ministrando” y “orando” deben decirse en el mismo lapso de respiración[45].
C. H. Spurgeon escribió: “Los tiempos oportunos de ayuno y oración que tenemos en el Tabernáculo han sido verdaderamente sublimes; las puertas del cielo nunca antes han estado tan abiertas; nunca antes nuestros corazones ha estado más cerca de la gloria central”.
En los días de Zacarías, Dios preguntó al pueblo: “Cuando ayunasteis... ¿habéis ayunado para mí?”[46]. Si nuestro ayuno no es para Dios, hemos fracasado. Los beneficios físicos, el éxito en la oración, etc., nunca deben reemplazar a Dios como centro de nuestro ayuno. El ayuno debe hacerse con los ojos puestos en el Señor y que nuestra única intención sea glorificar al Padre celestial. Es el único modo como nos salvaremos de amar la bendición más que a Quién la da.
Tan pronto como el propósito fundamental está firmemente fijado en nuestros corazones, quedamos en libertad de entender que también hay propósitos secundarios en el ayuno. Más que cualquier otra disciplina, el ayuno pone de manifiesto las cosas que nos dominan. Este es un maravilloso beneficio para el verdadero discípulo que anhela ser transformado a la imagen de Jesucristo. Nosotros cubrimos lo que tenemos adentro con alimento y otras cosas buenas, pero en el ayuno estas cosas salen a la superficie. Si el orgullo nos domina, se manifestará casi de inmediato. David dijo: “Lloré afligiendo con ayuno mi alma”[47]. Si dentro de nosotros hay ira, amargura, envidia, rivalidad, temor; estas cosas saldrán a la superficie durante el ayuno. Al principio pensaremos que nuestra ira se debe a que tenemos hambre; luego comprenderemos que tenemos ira por cuanto la disposición de la ira está dentro de nosotros. Podemos regocijarnos por saber esto por cuanto entendemos que la sanidad está a nuestra disposición por medio del poder de Cristo.
La oración nos ayuda a mantener el equilibrio en la vida. ¡Con cuánta facilidad permitimos que las cosas no esenciales tomen prioridad en nuestra vida! ¡Con qué rapidez anhelamos cosas que no necesitamos hasta que nos esclavizan! Pablo escribió: “…todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna”[48]. Nuestros anhelos y deseos humanos son como un río que tiende a desbordarse; el ayuno ayuda a mantenerlos en su propio canal. Pablo dijo: “…golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre…”[49]. De igual modo, David escribió: “Afligí con ayuno mi alma…”[50]. Esto no es ascetismo, es disciplina; y la disciplina trae libertad.
Son numerosas las personas que han escrito sobre muchos otros valores del ayuno, tales como el aumento de la eficacia en la oración de intercesión, la ayuda de Dios en las decisiones, el aumento de la concentración, la liberación de los que se hallan en esclavitud, etc. En esto, como en todas las cosas, podemos esperar que Dios recompense a los que con diligencia lo buscan.
f. La práctica del ayuno.
La gente hoy, ignora muchos de los aspectos prácticos del ayuno. Los que desean ayunar necesitan familiarizarse con esta información.
Como ocurre con todas las disciplinas, debe observarse un desarrollo progresivo; es prudente aprender primero a andar para luego correr. Comience con un ayuno parcial de 24 horas. Muchos han descubierto que el mejor lapso para hacer esto es el que transcurre entre almuerzo y almuerzo. Esto significaría que suspenderá dos comidas. El jugo de frutas frescas es excelente. Intente esto una vez por semana durante varias semanas. Al principio, quedará fascinado por los aspectos físicos de esta práctica; pero lo más importante que tiene que verificar es la actitud interna de adoración. Externamente, estará realizando los deberes regulares del día, pero internamente estará en oración y adoración, rindiendo culto y alabanza al Señor. Termine el ayuno con una comida liviana de frutas frescas y verduras y mucho regocijo interno.
Después de dos o tres semanas, ya está preparado para intentar un ayuno normal de 24 horas. En esta oportunidad, tome solo agua pura en buenas cantidades. Si el sabor del agua no le gusta, agréguele una cucharadita de jugo de limón. Probablemente sienta algunos dolores por causa del hambre, o incomodidad antes que termine su período de ayuno. Eso no es hambre real; su estómago se ha entrenado a través de años de acondicionamiento a dar señales de hambre a ciertas horas. En ciertos sentidos el estómago es como los niños malcriados. No es necesario complacerlo; lo que necesita es disciplina. Martín Lutero dijo: “…la carne estaba habituada a refunfuñar terriblemente”. No tiene que rendirse ante estos “refunfuños”. En corto tiempo pasará el hambre. Si no le pasa, tómese otro vaso de agua, y su estómago quedará satisfecho. Tiene que ser señor y no esclavo de su propio estómago. Recuerde: La idea no es aguantar hambre, ahora dedique el tiempo en que normalmente comería a la meditación y a la oración.
No es necesario decir que debe seguir el consejo de Jesús en el sentido de guardarse de llamar la atención hacia lo que está haciendo. Los únicos que deben saber que está ayunando son los que tienen que saberlo. Si llama la atención al hecho de que está ayunando, la gente se impresionará por ello y, como Jesús lo dijo, esa será su recompensa.
Después de haber logrado ayunar varias veces las 24 horas, puede pasar a un ayuno de 36 horas. Hay personas que gustan ayunar más tiempo. Si usted siente que quiere hacerlo, no se olvide primero de consultar a un médico, no sea que la bendición que puede lograrse con el ayuno, se convierta en una grave enfermedad. Ningún atleta serio se lanza a correr un maratón si antes no consulta al médico.
Es bueno saber el proceso por el cual pasa su cuerpo en el transcurso de un ayuno más prolongado. Los primeros tres días son por lo general los más difíciles en lo que se refiere a la incomodidad física y a los dolores por causa del hambre. El cuerpo comienza a librarse de las toxinas que se han acumulado a través de los años en que se ha tenido malos hábitos alimenticios. Ese proceso no es agradable. Esta es la razón por qué se forma una capa de “sarro” sobre la lengua y se produce el mal aliento. No se perturbe por esto; más bien de gracias por el mejoramiento de la salud y el bienestar que le vendrán como resultado. Durante este tiempo, puede que experimente dolores de cabeza, especialmente si está acostumbrado a tomar café o té. Esos son leves síntomas de retiro, que pasarán, aunque podrían ser muy desagradables por algún tiempo.
Hacia el cuarto día, los dolores por causa del hambre comienzan a ceder, aunque sentirá debilidad y desvanecimientos ocasionales. Estos vértigos son solo temporales y los producen los cambios repentinos de posición. Muévase más lentamente y no tendrá dificultades. La debilidad puede llegar al punto en que la tarea más simple exige un gran esfuerzo. El mejor remedio es descansar.
Hacia el sexto o sétimo día, comenzará a sentirte más fuerte y despierto. Los dolores por causa del hambre continuarán disminuyendo hasta que hacia el noveno o el décimo día, sentirá solo una irritación menor. El cuerpo habrá eliminado el volumen de toxinas y se sentirá bien. Se intensificará su capacidad de concentración y sentirá que podría continuar ayunando indefinidamente. Desde el punto de vista físico, esta es la parte del ayuno que más se disfruta.
En cualquier momento entre los 21 días y los 40, o antes, lo cual depende de cada individuo, vuelven los dolores a causa del hambre. Esta es la primera etapa del síndrome clínico del hambre e indica que el cuerpo ha agotado todas las reservas que tenía en exceso y está comenzando a recurrir al tejido vivo. Es tiempo de terminar el ayuno.
La pérdida de peso durante el ayuno varía grandemente según el individuo. Es normal perder al principio un kilogramo por día, lo cual va reduciéndose a medida que avanza el ayuno hasta llegar a medio kilogramo diario. Durante el ayuno sentirá más frío, simplemente por el hecho de que el metabolismo del cuerpo no produce la acostumbrada cantidad de calor. Si uno tiene el cuidado de permanecer abrigado, esto no causa dificultad alguna.
Es obvio que algunas personas definitivamente no deben ayunar. Los diabéticos, las mujeres embarazadas, quien padece de úlceras gástricas o gastritis y los pacientes del corazón no deben ayunar. Insistimos, antes de iniciar un ayuno, es mejor consultar al médico.
Antes de comenzar un ayuno prolongado, algunos se sienten tentados a ingerir una buena comida para “almacenar”. Eso es incorrecto. De hecho, es mejor comer algo más liviano que lo normal durante uno o dos días antes de comenzar el ayuno. Sería un buen consejo abstenerse de tomar té o café durante tres o cuatro días antes de iniciar un ayuno prolongado. Si la última comida que queda en el estómago es de frutas frescas y verduras, no debe tener ninguna dificultad con el estreñimiento.
La primera comida después de un ayuno prolongado debe ser jugo de frutas o verduras. Al principio se deben tomar pequeñas cantidades. Recuerde que el estómago se ha contraído considerablemente y que todo el sistema digestivo ha entrado en cierta clase de hibernación. El segundo día, después de haber terminado el ayuno, debe comer frutas y yogurt. Luego puede comer ensaladas frescas y vegetales cocidos. Evite en la ensalada todos los aderezos y todo lo que tenga grasa o almidón. Debe tenerse un extremo cuidado de no comer mucho. En este tiempo es bueno pensar en la dieta futura y en los hábitos de comer, para ver si debe ser más disciplinado y tener dominio de su apetito.
Aunque los aspectos físicos del ayuno nos intrigan, nunca debemos olvidar que el principal propósito del ayuno bíblico está en el área del espíritu. Lo que ocurre espiritualmente tiene consecuencias mucho más importantes que lo que sucede corporalmente. Estará en una batalla espiritual para la cual necesitará todas las armas que nos habla Efesios 6. Uno de los períodos espiritualmente más críticos ocurre cuando acaba el ayuno físico; es cuando nos viene la tendencia natural de relajarnos. Pero no piense que todo ayuno es una fuerte lucha espiritual. También hay “…justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo”[51].
El ayuno puede traer bendiciones en la vida espiritual que nunca pudieran obtenerse de ninguna otra manera. Es un medio de la gracia de Dios y una bendición que no debiera descuidarse por más tiempo. No solo por conocimiento es que el Pueblo de Dios ha sido dirigido al ayuno en toda la historia como un medio, sino que ha sido enseñado sobre esto por el mismo Dios, mediante revelaciones claras y expresas de Su Voluntad. Ahora bien, cualquiera que haya sido las razones que movieron a los de tiempos atrás para el ardiente y constante cumplimiento de este deber, esas razones deben ser de igual valor para estimularnos a nosotros hoy.
B. Las Disciplinas Externas.
1. La Disciplina de la Sencillez.
El diccionario define la sencillez como lo que carece de ostentación y adornos. Por otra parte, uno de los antónimos de la sencillez, es la soberbia u orgullo. Y es que la sencillez es libertad, mientras que el orgullo es esclavitud; la sencillez nos trae gozo y equilibrio, mientras que el orgullo nos trae temor. Salomón escribió: “Cuando vino la soberbia, vino también la deshonra; mas con los humildes es la sabiduría”[52].
La disciplina cristiana de la sencillez es una realidad interna que da como resultado de un estilo de vida externo. No podemos tratar de engañarnos pensando en que podemos ser sencillos y humildes, cuando pasamos la vida henchidos de orgullo. Solo un hombre tonto puede decir: “Estoy orgulloso de mi humildad”.
Si tratamos de arreglar el exterior de nuestra vida, sin que nuestra realidad interna haya cambiado, estaremos en la vía hacia el legalismo mortal. La sencillez comienza en lo más profundo de nuestro corazón. Cuando experimentamos la realidad interna de la sencillez, nuestro exterior se verá liberado. Se acabará aquel deseo de ser el centro del universo, no necesitaremos de la extravagancia y pompa del mundo para saber que somos importantes, ya que sabremos que somos importantes para Dios y Él es lo más importante. Las cosas materiales no nos van a atar y si se nos llevara a un desierto donde no hay comodidades, seríamos felices.
La cultura occidental moderna es una de adquisiciones y gastos superficiales. No valemos por lo que somos sino por lo que tenemos. El hombre moderno está fracturado y fragmentado internamente. Cuando salimos para la Iglesia, no podemos alabar libremente porque estamos preocupados por las posesiones que dejamos solas en nuestra casa. Estamos atrapados en un laberinto de compromisos que compiten entre sí. Vivimos atormentados por el qué dirán y nos convertimos en sicóticos consumistas, anhelando cosas que no necesitamos y que aun no tenemos tiempo para disfrutar. Compramos cosas para impresionar a personas a las que en nuestro interior odiamos y como queremos que ardan de envidia, se las paseamos por la cara. Vivimos de acuerdo a la moda y desechamos en la basura cosas que hace solo unos días compramos porque ya son “obsoletas”. Nos sentimos avergonzados de nuestra ropa si ya no se encuentra en los aparadores de las tiendas y si podemos cambiaremos nuestro auto del año pasado por el de este, aunque casi tenemos que alquilar un globo cada vez que tenemos que pagar las cuotas en el banco porque nuestras deudas están por las nubes. Los medios de comunicación nos han convencido de que si no estamos con la moda, no vivimos de acuerdo a la realidad.
Ya es hora que los cristianos despertemos de el embrujo de la sociedad moderna y enferma. Si no comprendemos que una sociedad que a lo bueno llaman malo y a lo malo bueno está trastornada, estaremos tan trastornados como ella y no podremos desear la sencillez cristiana.
Este mundo psicótico nos dice que la heroína es la muchacha pobre de campo que llega a la ciudad y se casa con el hijo de la familia a la que llegó a servir y así se convierte ella en una gran dama, mientras deja en el olvido a hombres ricos que renunciaron a los placeres materiales para servir al prójimo. A la codicia se le llama “ambición”. A la avaricia, “prudencia” o “industria”. Se ha llegado a creer que el estilo de vida superficial es un mejoramiento de la sociedad. Al abrir el diario y ver la programación de la televisión, podemos contar por lo menos cinco o seis programas que dedican tiempo y dinero a investigar las intimidades del mundillo farandulero. El que una “actriz” que salió en una película de segunda categoría por cinco segundos llegue a casarse en una de las playas de nuestro país, es motivo para que se pase la “noticia” en tres de los telenoticieros en todas sus ediciones.
La cultura contraproducente en la que vivimos es un reflejo de los peores rasgos de la antigua sociedad enferma. La revolución no es legalizar el uso de las drogas o el aborto o las bodas entre homosexuales, sino que son parte de la perversión del antiguo orden y una expresión de muerte.
La sencillez cristiana nos impulsa a que nos opongamos a la psicosis reinante. Los cristianos debemos ser osados y debemos aprender a decir ¡no! a todas las expresiones de muerte de la sociedad moderna. La disciplina de la sencillez cristiana no es un sueño perdido o utópico, sino es más bien una visión recurrente a través de la historia que puede ser recapturada hoy mismo.
a. La Biblia y la sencillez.
Para poder recapturar la disciplina de la sencillez cristiana, debemos destruir la idea de que la Biblia es anticuada y no sirve para responder a asuntos importantes como la economía. A menudo se cree que nuestra respuesta a la riqueza es un asunto individual. Se dice que esto es un asunto de interpretación privada y en algunos grupos religiosos se enseña que solo los exitosos en asuntos económicos son los verdaderos cristianos. La Biblia no enseña nada de esto. La Biblia desafía todos los conceptos de la economía de la sociedad consumista moderna. En el Antiguo Testamento se niega el concepto de la propiedad privada. La tierra pertenece a Dios y por ello nadie podía poseerla a perpetuidad y por ello en el año del jubileo, todos los que habían comprado un terreno, debían devolverlo a quien se lo vendió. ¿No es interesante que Toro Sentado, el jefe indígena norteamericano pensara lo mismo sin haber leído jamás la Biblia?
Si Israel hubiera cumplido fielmente con el año del jubileo, nunca hubiera habido pobreza en esa nación y no serían los israelitas los que controlaran la economía mundial el día de hoy.
La Biblia condena el apego a las riquezas. “Si se aumentan las riquezas, no pongáis el corazón en ellas”[53]. El décimo mandamiento de la Ley se dirige contra la codicia, ese apasionado deseo de tener, que conduce al robo, asesinato y opresión. Jesús mismo condenó a “mammón”, el término arameo que se traduce como “riqueza”. También dijo: “Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o se allegará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas”[54]. Jesús manifestó que para un rico era más difícil entrar al Reino de Dios y les advirtió que ya habían recibido el consuelo que querían[55]. Él vio las garras de la riqueza alrededor del cuello de quien las posee y manifestó: “…donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”[56]; por ello pidió a sus discípulos que no se hicieran tesoros en la tierra[57]. Él no está diciendo que un cristiano no puede tener riquezas, sino que su confianza no debe estar en esas riquezas.
Jesús habló sobre la cuestión de la economía más que de cualquier otro asunto social. Si nuestro Señor hizo énfasis en los peligros espirituales de la riqueza, en una sociedad tan sencilla coma la del siglo I, cuánto más nosotros que vivimos en una sociedad sumamente rica debiéramos tener en serio la cuestión económica.
Pablo también se ocupo en este sentido. “Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición”[58]. El obispo debe ser “no avaro”[59]. Los diáconos no deben ser “codiciosos de ganancias deshonestas”[60]. El escritor de Hebreos dijo: “Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré”[61]. Santiago echó la culpa de las muertes y de las guerras a la pasión por tener posesiones: “Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis…”[62]. Pablo llamó a la avaricia “idolatría”, y ordenó a la iglesia de Corinto que ejerciera una severa disciplina contra cualquier avaro[63]. Él enumeró la avaricia junto con el adulterio y el robo y declaró que los que viven en esas cosas no heredarán el Reino de Dios. Aconsejó, además, que los ricos no confíen en sus riquezas, sino en Dios, y a que compartan generosamente sus riquezas con los demás[64].
Pero de nuevo aclaramos que no es que Dios quiere que los cristianos vivamos en la pobreza. Toda la creación es buena y fue hecha para que la disfrutáramos, pero los ascéticos enseñan que lo material es malo y por lo tanto solo hay que ocuparse en lo espiritual. El ascetismo y la sencillez se oponen entre sí. No se deje engañar: Una persona no es sencilla porque sea pobre. Hay pobres que enorgullecen de su condición y jamás salen de ella, porque creen que el mundo les debe. El ascetismo renuncia a las posesiones, la sencillez pone a las posesiones en perspectiva. El ascetismo no puede ver las bendiciones de Dios para sus hijos, la sencillez se regocija tanto en la estrechez como en la abundancia[65]. La sencillez es lo único que puede reorientar suficientemente nuestra vida, de tal modo que disfrutemos genuinamente de nuestras posesiones sin destruirnos. Sin la sencillez, las riquezas nos posesionarán o caeremos en el ascetismo legalista anticristiano. Los dos conducen a la idolatría, uno a las riquezas y el otro al “orgullo de ser humildes”.
b. Apoyados correctamente.
Arquímedes dijo: “Denme un punto de apoyo y moveré la tierra”. Esto es necesario también en cualquier disciplina, especialmente en la de la sencillez, ya que ella es la más visible y expuesta a la corrupción.
La mayoría de los cristianos no nos ocupamos de la sencillez y pasamos por alto lo que Jesús enseñó sobre ella porque desafía los intereses de nuestra vida, además que nos libera de tentaciones hacia el legalismo. Si no tomamos en cuenta la sencillez, no hay problema en la ropa que usamos o en las cosas que hacemos, porque estamos viviendo de acuerdo a la corriente del mundo.
Jesús enseñó: “No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta, ¿no valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: No trabajan, ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, se viste así, ¿no hará más a vosotros, hombres de poca fe? No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos o qué beberemos o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe de qué tenéis necesidad de todas estas cosas. Más buscad primeramente el reino de Dios y su justicia y todas estas cosas os serán añadidas”[66].
Lo más importante para la disciplina de la sencillez consiste en buscar el Reino de los Cielos y su justicia. Para Jesús era muy importante que se mantuvieran las “primeras cosas” como primeras. Nada es más importante que el Reino de los Cielos, ni siquiera la sencillez, ya que esta podría convertirse en idolatría, cuando esta es más importante que el buscar el Reino de los Cielos.
Para poder ser ciudadanos del Reino de los Cielos necesitamos ser libres de los afanes, incluso el afán por vivir sencillamente; y esta libertad se caracteriza por tres actitudes internas:
1) Aceptar que lo que tenemos es un don de Dios. Él está al cuidado de nosotros y nos da lo que necesitamos, por lo que no es correcto que nos apeguemos a las cosas que Él da de acuerdo a Su misericordia. Es cierto, trabajamos para adquirir nuestras finanzas, pero si Dios no nos da salud, perderemos la oportunidad de trabajar. No tenemos trabajo porque somos muy capaces, sino por la gracia de Dios. El aire, el sol y el agua son bendiciones de parte de Dios.
2) Aceptar que el cuidado de lo que tenemos es asunto de Dios y no nuestro. Dios protege lo que tenemos. Podemos confiar en Él. Esto no significa que usted va a dejar las llaves de su auto en la ignición o que la puerta de la casa puede quedarse abierta cuando toda la familia sale o que dejaremos de pagar el seguro contra incendios. Pero estamos conscientes que no es la cerradura o las rejas de la ventana lo que está protegiendo nuestro hogar. El sentido común nos dice que debemos ser precavidos, pero eso no quiere decir que debemos estar afanados. No existe una precaución a prueba de ladrones, ellos entran a robar incluso a los bancos que están súper protegidos. Estas cosas no solo se limitan a las posesiones, sino que incluye nuestra reputación y el empleo.
3) Las bendiciones que Dios nos da deben estar a disposición de los demás. Lutero dijo: “Si nuestros bienes no están a disposición de la comunidad, son bienes robados”. El temor al futuro hace que temamos a esta frase, pero si aprendemos a creer lo que nos dice la Escritura, el temor no va a gobernarnos.
c. La sencillez manifestada externamente.
La sencillez no puede limitarse a lo interno. Si algo interno no tiene una manifestación externa, es falso. Claro, se corre el riesgo de que cuando aplicamos la sencillez a lo externo, estamos expuestos a caer en el legalismo. Pero es un riesgo que hay que correr.
Vamos a enumerar diez principios que controlan la manifestación externa de la sencillez; pero no los consideremos como leyes, sino como un intento por incorporar el significado de la sencillez en la vida del siglo XXI:
1) Compre cosas por la utilidad y no por el nivel social que van a manifestar. No piense cómo va a impresionar a los demás. Si usted tiene una familia de cuatro, ¿para qué necesita una casa de diez dormitorios? ¿Para qué pagar cierta cantidad de dinero por unos tenis de marca si puede comprar por menos de la mitad otros de una marca no tan conocida? No se deje guiar por lo que dicen las revistas de modas. Los artículos que ahí se escriben son pagados por los dueños de las industrias que los fabrican, a quienes les interesa solamente que usted compre, aunque no lo necesite. No impresione a las personas con lo que tiene, sino con la manera en que vive.
2) Rechace cualquier cosa que le produzca vicio. Aprenda a distinguir entre una necesidad y una adicción. Elimine las bebidas gaseosas ya que están cargadas de azúcar, el cual es disimulado con el gas, así como cualquier otra que lo aprisione. Si no puede vivir con el televisor apagado, es mejor desecharlo. Si el dinero es su vicio, comience a ayudar a los necesitados y viva con lo necesario.
3) Regale cosas. El dar produce gozo. Hay personas que tienen su ropero lleno y cuando pasa un mendigo pidiendo ayuda, le dicen que no tienen nada que dar. Cuando tenga la oportunidad, invite a un indigente a almorzar en un restaurante. Nunca va a olvidar el gesto de admiración y agradecimiento que recibirá de esa persona. Deje de acumular cosas en su casa; dentro de un tiempo le serán estorbosas y verá que están dañadas por falta de uso, así que tendrá que tirarlas a la basura, mejor regálelas antes.
4) No crea en todos los comerciales que ve en la televisión. Lo que se inventó para ahorrar tiempo, casi nunca lo logra. La mayoría de estos aparatos son de poca vida productiva. Hoy existe una plaga en la industria de fabricar cuerpos esbeltos y musculosos. Todos los días se anuncian muchos artículos para hacer perder peso que van desde pastillas hasta aparatos complicadísimos y caros, y ¡el nuevo hace todo lo que hacían los demás, pero mejor! Las niñas son bombardeadas con “nuevas muñecas”, la que se sienta, la que llora, la enfermera, la maestra, la que va a la playa, etc.; y si usted le quita la ropa a todas, ¡verá que son la misma! ¿Ha visto usted que el 25 de Diciembre en toda casa donde hay niños se escuchan sirenas y pitoretas de los autos de juguete, pero que para el 1 de Enero todas se han apagado? Déle a sus niños juguetes educativos. Si pusiéramos algo de esfuerzo en tratar de conservar el medio ambiente, dejaríamos de comprar tantas cosas para el hogar: Microondas, ollas arroceras, freidoras, calentadores, enfriadores, saca polvo, purificadores, etc. ¿Sabe diferente el hielo porque un cubito es sacado de una vieja refrigeradora y el otro sale de una nueva con “ice maker”?
5) Aprenda a disfrutar de las cosas sin poseerlas. Nuestra cultura, que por lo general nos han inyectado por la televisión, nos dice que debemos tratar de ser los dueños del mundo, pero ¿qué nos llevaremos cuando muramos? Usted puede disfrutar de la playa sin necesidad de comprarla, o de un atardecer, o del viento fresco.
6) Aprecie más la creación. Acérquese a la tierra. Deje a un lado su automóvil y camine. Escuche el canto de las aves, disfrute del olor de la tierra cuando llueve. Admire la gama de colores que hay en la naturaleza, recuerde que “de Adonay es la tierra y su plenitud”[67].
7) Procure no comprar al crédito. En la Biblia, el hecho de la usura es considerado una explotación inhumana y una negación del cristianismo. Es cierto que hay artículos que es muy difícil comprar al contado, como una casa o un vehículo, pero ¿para qué se va a meter en una deuda por comprar un televisor? ¿Por qué no guarda mejor algo de dinero cada quincena y compra lo que quiere cuando ya tenga lo suficiente? Le aseguro que le saldrá más barato y le librará de muchos pesares. Si usa una tarjeta de crédito, úsela sabiamente, puede pagar con su salario quincenal la deuda de la tarjeta y comprar con ella, eso le generará puntos o premios y no le cobrarán intereses.
8) Procure hablar de forma sencilla. Jesús dijo: “Pero sea vuestro hablar sí, sí, o no, no; porque lo que es más que esto, del mal procede”[68]. Si se comprometió a hacer algo, hágalo. No use elogios para su jefe o patrón. A nadie le caen bien los lisonjeros. No utilice vocabulario de doble sentido ni vulgar. No porque la mayoría lo dice o aun, porque una palabra aparece el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, es correcta.
9) Nunca oprima a los demás. No hagamos con nuestros hechos que otros se empobrezcan ni permitamos que otros hagan los trabajos que son de nuestra responsabilidad. Hay padres que están deseando que sus hijos crezcan para mandarlos a trabajar y que los mantengan. Los hijos no tienen obligación de mantener a sus padres a no ser que estén muy viejos y enfermos. Los prejuicios raciales y sexuales jamás deben estar en la mente de un cristiano. Una persona no es más o menos porque su piel es más clara u oscura o porque haya nacido en tal o cual país. Una mujer que desempeña un trabajo similar al de un hombre, debe recibir igual salario.
10) Evite cualquier cosa que lo distraiga de su meta principal. No se involucre en los negocios del mundo. No trabaje horas extra cuando debía estar en la reunión de la Iglesia. No ponga en primer lugar las “grandes responsabilidades” de la vida sobre las responsabilidades con Dios, la familia y la iglesia. Recordemos que Jesús nos exhorta: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia…”
2. La Disciplina del Retiro.
La mayoría de los seres humanos fuimos criados con la idea de que siempre debemos estar acompañados. Creemos que cuando una persona no está acompañada, no “está en ambiente”. Hemos llegado a considerar que un anciano solo en el asilo, está sufriendo, aunque no vamos a decir que es bueno dejarlos abandonados.
Como estamos tan deseosos de estar acompañados, dejamos que el ruido y las multitudes nos absorban. Queremos estar enterados de las novedades y que nuestro vocabulario sea igual al de nuestros contemporáneos. Debemos estar a la moda. Debemos andar con radios que nos dicen que no estamos solos, condenados al silencio.
Aunque hay momentos en que es bueno estar con otros, como cuando nos reunimos en la Iglesia; no siempre debemos estar acompañados. Debemos aprender a cultivar el retiro y el silencio. Pero aclaremos. El retiro no es un lugar. El retiro es un estado mental. La presencia de la multitud o su ausencia, tiene muy poca relación con el retiro interno. Usted puede irse a vivir al desierto en una cueva y nunca encontrar la paz del retiro. Pero si tenemos un retiro interno, nunca nos sentiremos solos. El ruido y la confusión no van a alterar nuestro retiro.
El retiro interno también se manifestará externamente. Podemos estar a solas, no para estar retirados de la gente, sino para oír mejor a Dios. Jesús se retiró por 40 días al inicio de su ministerio (Mateo 4.1-11). Antes de escoger a los doce Enviados, pasó la noche en el desierto (Lucas 6.12). Cuando Juan el Bautista murió, Jesús “se apartó de alí en una barca a un lugar desierto y apartado…” (Mateo 14.13). Después de alimentar a la multitud, “subió al monte a orar aparte…” (Mateo 14.23). En otra ocasión, “levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba” (Marcos 1.35). Al regresar los discípulos de su misión, les dijo: “Venid vosotros aparte a un lugar desierto…” (Marcos 6.31). Y así podemos continuar buscando pasajes que hablan de los momentos en que Jesús y sus discípulos se retiraron aparte.
Necesitamos buscar la tranquilidad recreativa del retiro, si queremos estar con otras personas de manera significativa. Tenemos que buscar el compañerismo y confiar en la responsabilidad de otros, si queremos estar a solas con seguridad. Tenemos que cultivar las dos cosas si queremos vivir obedientemente.
a. El retiro y el silencio.
Estamos acostumbrados al bullicio de cada día, tanto que cuando llegamos a un lugar silencioso, nos extrañamos, pero sin silencio no hay retiro. Aunque el silencio envuelve algunas veces la ausencia de palabras, siempre envuelve el acto de oír. El solo hecho de no hablar, sin que el corazón esté oyendo a Dios, no es silencio.
Un día lleno de bullicio puede ser un día de silencio, si los ruidos se convierten para nosotros en un eco de la presencia de Dios; si las voces son mensajes de Dios. Cuando hablamos de nosotros mismos y estamos llenos de nuestro ego, dejamos el silencio. Cuando repetimos las íntimas palabras que Dios ha dejado dentro de nosotros, el silencio permanece intacto.
Tenemos que entender la relación que hay entre el retiro interno y el silencio interno. Los dos son inseparables. Todos los maestros de la vida interna hablan de los dos en el mismo sentido.
Hay un antiguo proverbio que dice: “El hombre que abre su boca, cierra sus ojos”. El propósito del silencio y del retiro es poder ver y oír. La clave del silencio no es la ausencia de ruido, sino el control de este. El hermano del Señor sabía que quien puede gobernar su lengua es perfecto[69]. Al introducirnos en la disciplina del retiro, aprendemos cuándo hablar y cuándo callar. Hay personas que se han equivocado en esto y se proponen no hablar por cierto tiempo, pero lo que están haciendo es confundiendo la disciplina con una ley. Por algo decía Tomás de Kempis: “Es más fácil estar completamente en silencio que hablar con moderación”. Y Salomón escribe que hay “tiempo de callar, y tiempo de hablar”[70].
La persona disciplinada es la que puede hacer lo que es necesario hacer cuando es necesario hacerlo. Lo que distingue al equipo campeón de baloncesto es que puede anotar los puntos cuando sea necesarios. La mayoría podemos meter la bola en el aro de vez en cuando, pero quizás no lo podamos hacer cuando sea necesario. De igual manera, la persona que se ha sometido a la disciplina del silencio puede decir lo que es necesario que se diga cuando sea necesario decirlo. “Manzana de oro con figuras de plata es la palabra dicha como conviene”[71]. Si guardamos silencio cuando debemos hablar, no estamos practicando la disciplina del silencio. Si hablamos cuando debemos callar, de nuevo estamos equivocados.
b. El sacrificio de los necios.
“…acércate más para oír que para ofrecer el sacrificio de los necios. No te des prisa con tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra delante de Dios; porque Dios está en el cielo, y tú sobre la tierra; por tanto, sean pocas tus palabras”[72]. El sacrificio de los necios es la conversación religiosa iniciada humanamente.
Cuando Jesús tomó a Pedro, Jacobo y Juan, y los llevó al monte y se transfiguró delante de ellos, aparecieron Moisés y Elías, y sostuvieron una conversación con Jesús. El texto continúa: “Entonces Pedro dijo a Jesús:…si quieres, hagamos aquí tres enramadas…”[73]. Este hecho es revelador. Nadie estaba hablando con Pedro. Él estaba ofreciendo el sacrificio de los necios.
Muchas veces no logramos permanecer en silencio y hablamos, para luego darnos cuenta de que cometimos graves errores. Hablamos porque nos sentimos indefensos. Estamos acostumbrados a confiar en que las palabras controlen a los demás. Si callamos, ¿quién tomará el control? Le aseguro que ¡Dios lo hará! Pero mientras no confiemos en Él, esto no ocurrirá. La lengua es un arma poderosa para manipular a nuestros semejantes. Mire a los políticos. Ellos, con su lengua, manipulan la mente de las personas y llevan a la mayoría a hacer lo que es un bienestar, por lo general, para la minoría. Cuando hacemos algo incorrecto, buscamos con palabras, manipular el pensamiento de los demás para que aprueben lo que hicimos. El silencio es una disciplina que hace que todo esto se detenga.
El silencio produce libertad para permitir que nuestra justificación descanse por completo en la mano de Dios. El silencio nos liberta del “espíritu de esclavitud” por medio del que muchos están sujetos a la voluntad de otros seres humanos.
La lengua es un termómetro que indica nuestra temperatura espiritual y al mismo tiempo un termostato para controlar esa temperatura. En el retiro es donde llegamos a experimentar el “silencio de Dios” y a recibir el silencio interno en nuestro corazón.
c. La tenebrosa noche del alma.
Juan de la Cruz habló de una “tenebrosa noche del alma” que es algún punto de nuestra vida, que no es malo ni bueno, sino que es como una persona enferma aceptaría una intervención quirúrgica. Esta noche de tinieblas no quiere hacernos daño, sino libertarnos, guiarnos.
Entramos en esa tenebrosa noche por un sentido de sequedad, de depresión o de perdición. Nos quita la dependencia de la vida emocional. Muchos cristianos desean vivir en paz, consuelo, gozo y júbilo, dejando ver cuán superficial es su vida espiritual. Pero cuando entramos en la noche tenebrosa, Dios nos lleva al silencio, a la calma, en donde Él se mueve y ahí es donde nos transforma.
¿Cómo podemos llegar a la noche tenebrosa? Lea la maravillosa historia de Elías, quien se encontró en un momento de gloria cuando Dios le respondió contra los profetas de Baal, pero luego, cuando tuvo que huir al desierto y se escondió de Jezabel, clamó a Dios incluso para que lo matara. Y vino un fuerte viento y luego un terremoto y después un fuego, pero Dios no estaba en estas cosas tan impresionantes. Más cuando se escuchó un silbo apacible y suave, el profeta pudo sentir la presencia de Dios y su ministerio y misión fueron restaurados[74].
3. La Disciplina de la Sumisión.
Quizá esta es la disciplina cristiana de la cual se ha abusado más a lo largo de toda la historia de la Iglesia. Por algo Engels y Marx decían que la religión es el opio de los pueblos. Son muchos los que se han aprovechado de someter a las masas con el pretexto de la religión.
Hay que tomar en cuenta que toda disciplina tiene su libertad. Si nos gusta usar la disciplina de la retórica, podemos pronunciar libremente un discurso conmovedor en el momento adecuado, pero eso no nos obliga a que siempre hablemos de esa forma. Nuestra meta es la libertad, no la disciplina.
Por sí solas, las disciplinas no valen nada. Solo tienen valor cuando las usamos como medio para ser útiles en la Obra de Dios y esto produzca libertad. La disciplina no es la respuesta, sino que nos conduce a ella.
a. Libres en la Sumisión.
Aunque parece una contradicción, podemos ser libres al estar sumisos. Se nos alienta a tratar de salirnos siempre con nuestros deseos. Somos como bebés berrinchosos que buscamos que siempre se nos ponga atención y como no siempre podemos salirnos con la nuestra, nos llenamos de “estrés” y de úlceras estomacales.
Al practicar la disciplina de la sumisión, quedamos libres para dejar todas las cosas de lado y olvidarlas. La verdad es que la mayoría de las cosas en la vida no son tan importantes. Lo que hoy parece de vida o muerte, mañana ni siquiera lo recordaremos.
En casi todas las congregaciones, en realidad en todas, se producen pleitos y divisiones. Se pelea por el color de las cortinas, la forma del cesto de las ofrendas, la velocidad de los cantos, la versión de la Biblia, el largo del cabello, el tamaño y número de las copas de la Santa Cena, si usamos vino o jugo de uvas, etc. Lo que ocurre es que nos negamos a rendir nuestra voluntad a la de los demás. Insistimos en que la marca del jugo de uvas es algo crítico y un principio sagrado. Solo la sumisión nos capacita para distinguir entre lo vital y lo superficial. Si comprendemos que no todo en la vida es fundamental, podemos vivir con moderación.
No estamos diciendo que debemos aceptar todo lo que los demás quieran imponer, sino que debemos saber distinguir entre la importancia de las cosas, en si hay un mandato directo en las Escrituras o más bien quedamos en libertad para escoger como hacer o usar las cosas. Por ejemplo: La Biblia no dice si el jugo de uva de la Santa Cena debe ser repartido en muchas copitas o se debe usar una sola copa, así que eso no es relevante; pero la Biblia si dice que el matrimonio debe estar compuesto por un hombre y una mujer, así que si queremos salirnos de estos límites estaríamos pecando.
Con la sumisión quedamos libres para evaluar, no juzgar, a otras personas. Sus sueños y planes se vuelven importantes para nosotros. Hemos entrado en una libertad nueva, maravillosa y gloriosa, la libertad de renunciar a nuestros propios derechos por el bien de los demás. Por primera vez podemos amar a las personas incondicionalmente. Renunciamos al derecho de que ellas nos devuelvan el amor. Ya no sentimos que tenemos que ser tratados de cierta manera. Podemos regocijarnos por el éxito de ellas. Sentimos tristeza verdadera cuando fracasan.
Al practicar la disciplina de la sumisión descubrimos que es mucho mejor servir a nuestro prójimo que lograr nuestros caprichos. Quedamos libres de la ira y la amargura porque los demás no hacen lo que decimos. Se cumple el mandato de Jesús: “Amad a vuestros enemigos…y orad por los que os ultrajan y os persiguen”[75].
b. La base bíblica.
Todo lo que hacemos los cristianos debe tener una base bíblica innegable. Para afirmar la disciplina de la sumisión, podemos usar Marcos 8.34: “Y llamando a la gente y a sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”. La verdad es que estamos más cómodos con frases como “satisfacción personal”, “nuestra realización” o “nuestros derechos”, que con “renunciar”. La negación produce en nosotros imágenes de servilismo y aborrecimiento personal. Nos vemos en una actitud de auto mortificación.
Jesús habló de auto negación sin necesidad de aborrecimiento. Negarse a uno mismo es llegar a entender que no tiene que hacerse nuestra voluntad. La felicidad no depende de lo que queremos. Negarnos no es sinónimo de perder la identidad, sino todo lo contrario, ahí la encontramos.
Auto negación no es lo mismo que desprecio. Este significa afirmar que no tenemos valor alguno, pero negarnos es declarar que somos de valor infinito. El desprecio niega lo bueno de la creación, mientras que negarnos es declarar esa bondad. Jesús dijo que debíamos amarnos a nosotros mismos para poder amar a los demás[76], y esto no contradice el negarse a uno mismo[77].
Renunciar significa la libertad para dar lugar a otros. Significa poner los intereses de los demás por encima de los propios. Nos libra de la auto compasión.
Cuando leemos las palabras de Jesús en Marcos 8.34: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”, causa un extraño sentimiento ya que no entendemos que el cristianismo consiste en negar la auto satisfacción. Salvar la vida es perderla.
c. La sumisión según Jesús.
En Occidente se ha llegado a pensar que el cristianismo es la religión de este hemisferio y se le distingue de las otras religiones, llamando a aquellas “religiones orientales”. La verdad es que el cristianismo es originario, no de Oriente, sino de Dios. Aunque los occidentales le dimos nuestro toque característico cambiando la idea de la sumisión por una de grandeza. No aceptamos que el líder es el siervo y se nos olvida que Jesús “se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”[78]. Pero él no solo murió en la cruz, sino que llevó una “vida de cruz”. Jesús vivió en sumisión a los seres humanos, siendo siervo de todos. Rechazó los títulos culturales, aunque era el Maestro, no quiso que le llamaran “Rabí”[79]. Contrario a lo acostumbrado, tomó en serio a las mujeres y dedicó tiempo a los niños. Estuvo dispuesto a lavar los pies de los discípulos y prefirió la corona de espinas que la del rey.
La vida de Jesús nos habla de la renuncia a los privilegios, de un cambio en el concepto del liderazgo. Él dijo: “Si alguno quiere ser el primero, será el postrero de todos, y el servidor de todos”[80]. La vida de cruz es la vida de la sumisión voluntaria. La vida de cruz es la vida que libremente acepta la servidumbre.
d. La sumisión según las epístolas.
El apóstol Pablo es claro en cuanto a la sumisión cuando dice: “estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo”, teniendo en mente que Jesús se despojó a sí mismo y tomó forma de siervo[81]. Pedro no se queda atrás cuando escribe: “Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas;…quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente”[82].
Esta disciplina ha sido explotada por unos. La sumisión es un tema ético que encontramos por todo el Nuevo Testamento. Es una posición obligatoria del cristiano: Hombres, mujeres, hijos, amos y esclavos, recibimos el mandato a vivir sujetos.
La única razón de la negación es que Jesús la practicó y nosotros queremos imitarlo en todo.
Las epístolas del Nuevo Testamento llaman primero a la subordinación a aquellos que, en virtud de tener determinada cultura, ya están subordinados. “Casadas, estad sujetas a vuestros maridos,…Hijos, obedeced a vuestros padres en todo,… Siervos, obedeced en todo a vuestros amos terrenales…”[83]. Lo revolucionario de esto es que se dirige a personas a quienes la cultura del primer siglo no les ofrecía ninguna clase de alternativa, como si fueran libres agentes morales. Dios les concedió responsabilidad moral a aquellos que no tenían condición legal ni moral en su cultura. Él hace que decidan aquellas personas a quienes se les prohibía tomar decisiones.
Luego, el Nuevo Testamento se vuelve al individuo culturalmente dominante de la relación, y también lo llama a la vida de cruz de Jesús. El mandato a la sujeción es para ambos: “Maridos, amad a vuestras mujeres,…Padres, no exasperéis a vuestros hijos,…Amos, haced lo que es justo y recto con vuestros siervos…”[84]. Tal vez la ilustración más perfecta de la sumisión voluntaria sea la epístola a Filemón. Onésimo, un esclavo de Filemón que se había escapado, se convirtió a Cristo. Voluntariamente iba de regreso a casa de Filemón. Pablo instó a Filemón a que recibiera a Onésimo, “no ya como esclavo, sino como más que esclavo, como hermano amado”[85]. Casi podríamos decir que de forma muy diplomática, Pablo pide a Filemón que le conceda la libertad a Onésimo, que a su vez se sometería a Filemón, y este a él[86].
Aunque no encontramos en el Nuevo Testamento un mandato o una oposición directa a la esclavitud, el mandamiento de la sumisión hace que los cristianos busquen vivir en un nuevo orden, en donde no se necesita de la esclavitud porque todos estamos sujetos a los demás.
e. ¿Hasta dónde alcanza la sumisión?
Cuando la sumisión comienza a afectar nuestra vida de tal manera que sentimos que nos está destruyendo, es cuando hemos llegado al límite de la sumisión. Algunos han querido someter a otros por la fuerza o por temor, pero eso viola la ley del amor[87].
Pedro habló de una sumisión a “toda institución humana, ya sea al rey, como a superior, ya los gobernadores…”[88]. Pero cuando el gobierno quiso prohibir a Pedro que anunciara a Cristo, él respondió: “juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído”[89]. Más adelante dijo: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres”[90]. También Pablo le dice a los romanos “Sométase toda persona a las autoridades superiores”[91], pero cuando se encontró que los gobernadores no estaban haciendo lo justo, protestó[92].
Los Enviados no estaban contradiciendo lo manifestado, sino que comprendieron que había ciertos límites en donde si se pasa, la sumisión puede ser destructiva. Pablo aconseja a las esposas que se sometan a sus maridos, pero si un esposo hace violencia contra su esposa, ¿debe ella seguir sometiéndose o acusarlo ante las autoridades? No hay pecado si lo acusa, ya que ella podría estar exponiéndose incluso a la muerte con ese hombre.
Con frecuencia es sumamente difícil definir cuáles son los límites de la sumisión. ¿Qué diremos del profesor que califica injustamente al estudiante? ¿Se somete el estudiante, o resiste? ¿Qué diremos del patrón que promueve a sus empleados basado en el favoritismo y en los intereses creados? ¿Qué hace el empleado que es despojado de su ascenso correspondiente, especialmente si este ascenso es necesario para el bien de su familia?
Estas son preguntas sumamente complicadas por el hecho de que las relaciones humanas son complicadas. Son preguntas que no exigen respuestas simplistas. No existe nada que se llame la ley de la sumisión, que cubra toda situación.
No es una evasión del asunto decir que al definir los límites de la sumisión tenemos que depender profundamente del Espíritu Santo. Que es un agudo discernidor de los pensamientos y de las intenciones del corazón, tanto en las demás personas como en nosotros.
f. Los actos de la sumisión.
La sumisión y el servicio funcionan juntos, sin embargo hay siete actos de sumisión que debemos comentar brevemente:
1) A Dios. Al iniciar nuestro día esperamos delante del Señor, rindiendo nuestro cuerpo, mente y espíritu a Sus propósitos. Pasamos el resto del día sometidos a Él, dando muestras de nuestra rendición y en la noche, antes de ir a dormir, nos entregamos de nuevo a Él.
2) A la Biblia. Al aceptar la Biblia como la Palabra de Dios, oyéndola, recibiéndola y obedeciéndola, permitimos al Espíritu Santo que fructifique en nuestra vida.
3) A la familia. Si obedecemos las benditas palabras de Filipenses 2.4: “No mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros”, nuestra familia será un remanso de paz, pudiendo compartir todas las bendiciones de Dios.
4) A los que nos rodean. Con una vida sencilla y bondadosa nos sometemos a ellos. Brindando nuestra ayuda cuando es necesario, al saludarlos sinceramente y manifestarles cortesía, compartiendo con ellos algo de las bendiciones que el Señor nos regala, etc.
5) A la Iglesia. No solo debemos reunirnos con la congregación, sino que debemos compartir con ellos en las diferentes tareas que hay que realizar, ya sea en la parte material, como lo es el arreglo del edificio, como lo es en la parte espiritual como salir a evangelizar.
6) A los quebrantados y despreciados. En toda sociedad hay “viudas y huérfanos”, personas desvalidas, indefensas[93], a quienes debemos brindar nuestra mano de amor.
7) Al mundo. La comunidad en la que nos movemos no es independiente, sino interdependiente. No podemos encerrarnos en una burbuja y olvidarnos que el resto de la gente existe. Tenemos responsabilidades con la biodiversidad. Cada cosa que daña al resto del mundo nos afecta a nosotros de forma indirecta, así que es nuestra responsabilidad atacar esas cosas dañinas de forma directa para salir beneficiados de forma indirecta.
4. La Disciplina del Servicio.
La costumbre en cuanto a reuniones especiales en la tierra de Israel en el siglo I decía que los pies debían ser lavados por el siervo más insignificante de la casa. Los discípulos ya habían discutiendo sobre quién de ellos sería el menor[94], lo que indicaba que alguno tendría que ser el menor. Quizá no nos importe tanto no ser el más importante, pero nadie quiere ser el menos importante.
Al estar reunidos para la Pascua, como nadie quería ser el menor, todos se postraron en la mesa con los pies sucios. A pesar de que todos conocían la costumbre, ninguno estaba dispuesto a discutir nada. Jesús tomó una toalla y una vasija de agua porque iba a redefinir la grandeza. Él había venido como siervo y llama a sus discípulos a una vida de servicio: “Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis”[95].
Tal vez no se nos hace tan difícil entender el llamado de Jesús acerca de dejar a los padres, la casa y las propiedades para seguirlo a Él. Pero qué complicado lo es el asunto de lavar los pies de los demás. Si nos vamos como misioneros a evangelizar a los indígenas del Amazonas queda la posibilidad, si es necesario, de morir como mártires y héroes; pero inclinarnos a lavar los pies de los hermanos es algo demasiado profano y ordinario.
En la disciplina del servicio hay también gran libertad. El servicio nos ayuda a decir “no” a los juegos de promoción y autoridad del mundo. Elimina nuestra necesidad de una “ley del más fuerte”. Los que hablan de esa “ley” se parecen a ¡las gallinas! En el gallinero hay un gran alboroto hasta que se defina quién es mayor y quién menor. Un grupo de personas no puede reunirse en paz hasta que se establezca quién manda.
No estamos diciendo que no debe haber líderes, esto es imposible. Aun entre Jesús y su grupo había un liderazgo. Pero Jesús enseña que el liderazgo no está en manos del que más levanta la voz, sino del que más hace por el bienestar del grupo, del que está dispuesto a servir[96].
a. ¿Fariseos o siervos?
Pero no debemos confundirnos, ya que hay quienes sirven de forma farisaica, es decir, los que se desgastan a sí mismos haciendo cálculos de las ganancias que le pueden resultar. El servicio farisaico se impresiona con lo grande. Se preocupa por que lo que ha hecho se anuncie a toda voz. Es como el político que en su campaña electorera llama a la prensa para que hagan un artículo de él cuando estaba recogiendo una bolsa de basura. El siervo verdadero hace lo que debe y si nadie lo vio, se siente mejor. Lo que él quiere es servir.
El servicio farisaico necesita de las cosas externas. Necesita que lo reconozcan. Se vuelve fanático de los resultados y se molesta cuando estos no son efectivos. El servicio verdadero se contenta con servir, incluso a los que lo odian, mientras que el fariseo escoge a quién servir y por ello busca hacerlo a los poderosos o delante de ellos.
El que sirve de la manera farisaica se siente motivado o no por las disposiciones de ánimo y los caprichos. Solo puede servir cuando “siente el deseo de servir”, o como dicen algunos “movido por el Espíritu”. El verdadero siervo lo hace cuando ve la necesidad. El fariseo sirve de manera temporal; el verdadero siervo hace del servicio un estilo de vida, tiene principios de servicio que hacen que ayude espontáneamente.
El fariseo es insensible, solo quiere cubrir una necesidad, aunque haga daño. Él exige la oportunidad de ayudar. El siervo de Dios sabe esperar antes de actuar.
b. El servicio y la humildad.
Cuando servimos nos llenamos de la gracia de la humildad, que es una de las virtudes que llega sin que la busquemos. Cuanto más queramos ser humildes, más lejos estaremos de la humildad. Si pensamos que somos humildes, somos orgullosos. Pero hay que hacer algo para que la humildad llegue a nosotros.
Si usted cree que la humildad le caerá un día sobre su cabeza, está equivocado. La disciplina del servicio nos conducirá a la humildad. Cuando trabajamos en el servicio a los demás, tendremos un cambio profundo en nuestro ser. Al servir, la carne se disciplina. La carne se queja cuando hay que servir, ella solo quiere el honor y el reconocimiento. Tratará de llamar la atención hacia lo que hace; pero si no le hacemos caso, la estamos crucificando y con ella el orgullo y la arrogancia. Para mantener a raya las pasiones carnales, se necesita la más estricta disciplina diaria. La carne tiene que aprender la dolorosa lección de que no tiene derechos propios. El resultado de la disciplina diaria de la carne será el surgimiento de la gracia de la humildad. Penetrará en nosotros inadvertidamente. Aunque no sintamos su presencia, estaremos conscientes de un fresco deleite y de un gozo en la vida. Es entonces cuando nos admiramos del nuevo sentido de confianza que tienen nuestras actividades. Aunque las demandas de la vida son tan grandes como siempre, vivimos con un nuevo sentido de una paz sin prisas. Aquellos a quienes una vez envidiábamos, ahora los vemos con compasión, ya que ahora vemos su dolor. Ahora son agradables.
Pero pasa algo más dentro de nosotros, estamos conscientes de un amor y gozo más profundo en Dios. Nuestro día se realizan con expresiones de alabanza y adoración. Un regocijado servicio oculto a los demás es una oración representada de acción de gracias. Pareciera que estuviéramos dirigidos por un nuevo centro de control; y en realidad lo estamos.
c. La indecisión.
Cualquier estudio serio que hagamos sobre el servicio nos invitará a la indecisión. Esta, hasta cierto punto, es buena porque calculamos el costo antes de involucrarnos en algo que debe ser de por vida. El temor se presenta porque nos da miedo de que los demás se aprovechen de nosotros y nos pisoteen.
También es importante saber diferenciar entre decidir servir y decidir ser un siervo. Cuando decidimos servir, tenemos la libertad de servir cuando queramos y a quién, tenemos la dirección. Pero cuando decidimos ser siervos, renunciamos a todos los derechos. Nadie puede aprovecharse de nosotros porque ya no tenemos voluntad. Llegamos a ser disponibles y vulnerables. No hay temor a ser pisoteados porque ahora hemos decidido aceptarlo libremente.
Todo esto es algo que nos puede sonar extraño en un mundo que nos dice que lo más importante es que a nosotros se nos sirva. La nueva teología dice que el cristiano debe estar a la cabeza, nunca en la cola; que el cristiano debe ser prosperado en todo, nunca debe ser ese personaje casi invisible. Y por supuesto, los “siervos de Dios”, los pastores, evangelistas y profetas, deben ser vistos como grandes señores, nunca como servidores de los demás.
Por eso es tan difícil pensar en que nosotros podemos dar el paso al servicio de los demás.
d. La importancia de nuestro servicio.
En veces pensamos que el servicio es una lista de cosas que hay que hacer, un código al cual seguir. Pero servir, así como adorar, es un estilo de vida. No es lo mismo hacer algunas cosas para servir a los demás, que tener una vida de servicio. Cuando necesitamos algo, buscamos al especialista en eso y él nos sirve, pero cuando acaba su trabajo, le pagamos y se va. Pero cuando servimos, nuestro trabajo nunca acaba, no podemos irnos.
El servicio, para que sea tal, tiene que formarse y configurarse en el mundo en que vivimos, por lo que necesitamos comprender la importancia de nuestro servicio. Hay varias clases de servicio:
1) El servicio oculto. Incluso los líderes públicos pueden servir en secreto a otros. El servicio que efectuamos delante de todos, tiene su recompensa. Hay que contentarse con la falta de alabanza, esto es un duro golpe a la carne. El servicio oculto no solo afectará a la persona directamente beneficiada, sino que a otros de quienes nunca sabremos nada.
2) El servicio en cosas pequeñas. Es el trabajo que hacía Dorcas. Encontramos la manera de hacer “túnicas y vestidos” para las viudas[97]. Es ayudar en cosas sencillas, como abrir una puerta, cederle nuestro asiento a un anciano en el bus, ayudarle a alguien a cargar sus compras en el supermercado, etc., lo cotidiano. Las grandes tareas requieren gran sacrificio por un momento, las tareas pequeñas requieren sacrificio constante. Hay una canción infantil de Luis Aguilé que dice: “Supermán, Supermán, si eres tan valiente, trae un trozo de pan. El héroe es mi papá, porque sale a trabajar, la heroína es mi mamá, porque me sabe a mi cuidar”.
3) Servir cuidando la reputación de otro. Es un servicio de caridad que nos mantiene lejos de la murmuración y el chisme. Aunque digamos que “no es una crítica, sino una opinión”, caemos en ese horrible pecado. Las calumnias son un cáncer que afecta a nuestra moderna sociedad.
4) Permitir que otros sirvan. Pedro se opuso al principio cuando vio a Jesús sirviendo. Esto no era humildad, sino orgullo. Cuando permitimos que otros nos sirvan, somos sumisos. Agradecemos el servicio sin estar obligados a devolverlo.
5) La cortesía. Como con las cosas pequeñas, este es un servicio que parece más extraño cada día. Una sonrisa, un “buenos días” a alguien que nos encontramos en el camino o al conductor del autobús, un “muchas gracias” al vendedor de periódicos, etc. Pablo dice que los cristianos debemos ser “amables, mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres”[98]. Las reglas de cortesía reconocen a los demás y afirman su valor. Hoy, aunque se habla de la “era de la comunicación”, es más que nunca necesario que los cristianos mostremos la cortesía con nuestros semejantes ya que cada cual está sumergido en su propio mundo y el hombre está viajando solo.
6) El servicio de la hospitalidad. Pedro nos insta: “Hospedaos los unos a los otros sin murmuraciones”[99]. Pablo hace lo mismo y establece la hospitalidad como uno de los requisitos para el oficio de obispo[100]. Nos hemos vuelto desconfiados y vivimos tras barrotes, alejándonos de los demás. La antigua idea de “casas de huéspedes” se ha vuelto obsoleta a causa de la proliferación de modernos hoteles y restaurantes; pero pudiéramos preguntarnos en serio si este cambio ha representado un progreso. Es lamentable que en ocasiones nos invitan a predicar a alguna congregación lejos de nuestro hogar y en vez de hospedarnos en la casa del pastor o de alguno de los hermanos, nos alquilan un cuarto en un hotel, o incluso, en congregaciones cercanas, en lugar de invitarnos a almorzar en la casa, se nos envía a un restaurante donde la iglesia ya ha contratado los alimentos. ¡Cómo si fuera más importante la dádiva que la comunión!
7) El servicio de escuchar. Escuchar y oír son cosas diferentes. Siempre estamos rodeados de sonidos que oímos, pero escuchar es concentrarnos en lo que oímos. Los sicólogos modernos están haciendo su “agosto” porque ya nadie quiere escuchar, aunque todos queremos que se nos escuche. Para este servicio es necesario que nos llenemos de compasión y paciencia. Quizá no tengamos las respuestas necesarias, pero en la mayoría de los casos no importa. Ponga atención en lo que hace un psicólogo: Él dice al paciente: “Hábleme con libertad”, luego de escuchar, pregunta al paciente: “¿Y por qué cree usted que ocurre eso”. Cuando el paciente responde, él pregunta: “¿Cómo puede solucionarse este problema?” Si usted presta cuidado, el paciente es en realidad el que da las soluciones ¡no el psicólogo! El hecho de oír a otros aquieta y disciplina la mente para oír a Dios. Crea una obra interna en el corazón que transforma los afectos, aun las prioridades, de la vida. Cuando nos volvemos tardos para oír a Dios, haríamos bien en oír en silencio a los demás porque quizá de esa manera volveremos a escuchar a Dios.
8) Llevar las cargas de los demás. Pablo escribe: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo”[101]. ¿Cuál “Ley de Cristo”? ¿No era que ya no estábamos bajo la “Ley”? La “Ley real” de la que habla Santiago 2.8 es la “Ley del amor”, que se cumple no cuando le decimos a los demás cuánto los amamos, sino cuando sobrellevamos sus heridas, sus sufrimientos, cuando lloramos con ellos.
9) Compartir la Palabra. Nadie puede decir que ha escuchado todo lo que Dios querías decir al hombre. Necesitamos de los demás para comprender las profundas verdades de la Palabra. El miembro más sencillo de la congregación, puede encontrarse con una verdad que tal vez nosotros no hemos visto a pesar de los muchos años de estudiar la Escritura.
Recuerde, el servicio que está motivado por la obligación, hiede a mortandad. Jesús nos llama al “ministerio de la toalla”. Tal vez usted quiera comenzar su trabajo en este ministerio con una oración para que Dios le dirija cómo y dónde debe servir.
C. Las Disciplinas Colectivas.
1. La Disciplina de la Confesión.
Dios siempre ha deseado perdonar y bendecir. Por eso utilizó la cruz como la culminación de todo el proceso redentor, confirmándolo con la resurrección. Muchas personas creen que Dios es un ser vengativo, que necesitaba que golpear a alguien por la maldad del hombre y por ello mandó a Jesús para que recibiera ese castigo.
¡Eso no es cierto! Lo que Jesús hizo en la cruz fue un acto de amor. En el Gólgota no se manifestó la ira de Dios, sino Su gran amor. Jesús absorbió todo el mal de la humanidad para poder sanarla y perdonarla. Por ello, cuando le ofrecieron hiel con vinagre, que era un calmante para el dolor, lo rechazó. Él quería estar consciente durante todo el proceso de redención. Pero no solo estaba actuando en el presente, porque como Él es Dios, vive en el eterno ahora, y de esta manera podía actuar en el pasado, presente y futuro.
La cruz no fue un momento de derrota, al contrario, Jesús estaba obteniendo la gran victoria de Dios. Él se identificó completamente con la humanidad, siendo Dios, se convirtió a sí mismo en pecado[102].
Este proceso de redención es un gran misterio escondido en el corazón de Dios. Pero sabemos que es verdadero. Lo sabemos no solo porque la Biblia lo dice, sino porque aun vemos sus efectos en muchas personas, entre las cuales estamos nosotros.
Basados en esto, podemos saber que la confesión y el perdón de los pecados son realidades que transforman. Sin la cruz, la disciplina de la confesión solo sería una terapia psicológica. Pero ella envuelve un cambio objetivo en nuestra relación con Dios y un cambio subjetivo en nosotros. Es un medio de sanidad y transformación para el espíritu. La cruz no solo nos habla de la salvación, sino que nos habla de perdón. La salvación es un proceso constante, como dice Filipenses 2.12: “…ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor".
Los cristianos necesitamos entrar en la gracia perdonadora de Dios. Esta gracia incluye la disciplina de la confesión, que ayuda al creyente a llegar a ser “un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”[103].
La confesión es una gracia y al mismo tiempo una disciplina. Si Dios no da la gracia, no podemos confesar genuinamente; pero es una disciplina porque hay cosas que tenemos que hacer.
La confesión es una disciplina colectiva porque aunque es algo individual, debe ser incluida la persona ofendida. Dice Santiago 5.16: “Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros…”
La confesión es una disciplina muy difícil para nosotros; porque consideramos que la comunidad cristiana es una confraternidad de santos, en vez de considerarla como una confraternidad de pecadores. Llegamos a pensar que todos los demás han avanzado tanto en la santidad, que estamos aislados y solos en nuestro pecado. No seríamos capaces de manifestar nuestros fracasos y faltas a los demás. Imaginamos que somos los únicos que no hemos encontrado la ruta para llegar al cielo. Por eso, nos escondemos y practicamos una vida de mentiras e hipocresía.
Pero si aceptamos que el pueblo de Dios en primer lugar es una comunidad de pecadores, quedamos en libertad para oír el llamado incondicional del amor de Dios, y para confesar abiertamente nuestra necesidad ante nuestros hermanos en Cristo. Sabemos que no estamos solos en nuestro pecado. El temor y el orgullo, que se nos pegan como garrapatas, también se pegan a los demás. Somos pecadores en conjunto. En actos de mutua confesión se pone en movimiento el poder que nos sana. No se niega nuestra humanidad, sino que es transformada.
a. Autorizados para perdonar.
Los cristianos tenemos la autoridad para recibir la confesión y perdonar. Juan 20.23 dice: “A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos”.
No nos confundamos. El pecador debe pedir perdón a la persona que ofendió, y esa persona no solo tiene la autoridad, sino el deber de perdonar al pecador arrepentido. Es una maravillosa oportunidad de abrirles la puerta a los demás para que se acerquen a la cruz. Esa es una llamada de trompeta que anuncia la libertad a los cautivos de un sistema eclesiástico confesional.
Dios nos perdona a través de la confesión privada. Por ella podemos recibir el gozo de la liberación del pecado. Pero también hay personas que además de eso, necesitan ayuda para recibir el perdón. No logran experimentar el gozo y el alivio de haber sido perdonados, se sienten confundidos y desesperados y sienten que Dios no les ha escuchado, aun no han sido curados. Es entonces cuando es necesaria la intervención de otro cristiano, de un sacerdote del Dios altísimo que nos apoye, que nos ayude a sentir el perdón de Dios de tal manera que sea una realidad para nuestra vida.
Las Escrituras nos hablan del sacerdocio de los creyentes en 1 Pedro 2.9. Aunque los cristianos reconocemos que el sacrificio final fue hecho por Cristo y que al mismo tiempo se convirtió en nuestro Sumo Sacerdote, Él nos deja a nosotros como el real sacerdocio, no para presentar sacrificios, sino para ministrar en Su nombre y es por ello que los creyentes podemos dar el aliento del perdón a los demás, recordando que “si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”[104].
b. Confesando nuestros pecados.
Para hacer una buena confesión, necesitamos tres cosas:
1) Examen de conciencia.
Es el tiempo en que permitimos que nuestra alma se ponga bajo la lupa de la Palabra de Dios. Siempre estamos bajo la mirada de Dios, pero en este tiempo nos abrimos voluntariamente a su examen, haciendo que nuestra culpa real no pueda evadirse. En el examen de conciencia, el orgullo, la avaricia, la ira, el temor, la pereza, la glotonería, los deseos desordenados, etc., quedan expuestos.
2) La tristeza.
En este caso no estamos hablando solamente de la emoción que nos viene cuando algo malo afecta nuestra vida, sino que es un aborrecimiento por haber cometido el pecado, por haber ofendido a Dios. Esta es una tristeza que tiene que ver con la voluntad, que es una manera de tomarla en serio.
3) La determinación a evitar el pecado.
Al confesarnos, pedimos a Dios que nos de la fortaleza y el anhelo de vivir santamente. Si tuviésemos un centenar de predicadores que no le temieran a nada, sino solo a Dios, con eso sacudiríamos las puertas del infierno y propagaríamos el Reino de Dios por toda la tierra. Lo que buscamos de Dios cuando nos confesamos, es la fortaleza para no volver a pecar. Tenemos que desear ser vencidos por Dios y que nos domine.
Aunque estas cosas parecen complicadas, le aseguramos que es más fácil la práctica que la teoría. Recordemos que Dios es amante y Él se arriesga cual pastor que va tras la oveja perdida. No necesitamos convencer a Dios que nos perdone, Él está dispuesto, pero somos nosotros los que muchas veces nos negamos a recibir Su perdón.
Tenga presente, que aunque comenzamos la confesión con tristeza, la terminamos con gozo.
2. La Disciplina de la Alabanza.
Muchas veces confundimos “adoración” con “alabanza”. Adorar es experimentar la realidad, tocar la Vida. Es un estilo de vida, tanto que Jesús mismo declaró: “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren”[105]. La adoración es entonces una característica de todos los verdaderos cristianos, es algo que llegamos a hacer tal como la respiración, que es parte de nuestro diario vivir, aunque podríamos suspenderla, lo cual nos traería la muerte. Así también, si el cristiano deja de adorar, se muere espiritualmente.
Por otro lado está la alabanza. En ella el cristiano conoce, siente, experimenta a Cristo resucitado en medio de la congregación de los santos. Es cuando penetramos en la “gloria” de Dios, o mejor aún, la gloria de Dios lo llena a uno.
La alabanza a Dios es la respuesta del humano redimido a la acción de Dios, que desde siempre ha querido comunión con sus criaturas. Con ella respondemos al amor de Dios y es la manera que nuestro espíritu se une al Espíritu de Dios. Es el momento en que recibimos el “toque de Dios” que nos liberta. La oración, el canto, la ofrenda, el estudio de la Palabra, la celebración de la Cena, son manifestaciones de la alabanza, pero esta va más allá, porque necesitamos que el “fuego de Dios” esté encendido en nuestro corazón.
a. El objeto de nuestra alabanza.
El único Dios verdadero es quien merece nuestra alabanza. El Dios al que Cristo vino a revelar y quien dijo: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”[106].
Necesitamos urgentemente comprender quién es Dios: Leer lo relacionado con la revelación que Él hizo de Sí mismo a Su pueblo Israel; meditar en sus atributos; fijar la mirada en la revelación de su naturaleza a través de Jesucristo. Cuando nosotros vemos al Señor de los ejércitos “alto y sublime”, pensamos en su infinita sabiduría y en su conocimiento, nos maravillamos de su insondable misericordia y amor, no podemos menos que alabarle.
Al enfrentarnos con la grandeza del Señor, no queda otra cosa más que confesar. Pensemos en la reacción de Isaías cuando se encontró con la gloria de Dios y como exclamó: “¡Ay de mí! que soy muerto; que siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, el SEÑOR de los ejércitos”[107]. El pecado del hombre se manifiesta de manera tremenda cuando se contrasta con la santidad de Dios. Entender Su gracia es entender nuestra culpa.
La alabanza sale de nuestros labios no solo por lo que Dios es, sino por lo que hizo. Algunos han querido creer que Dios no actúa sino que está solo como un espectador, pero Su bondad, fidelidad, justicia y misericordia, son palpables cada día. Él es la única respuesta razonable para nuestro culto y adoración[108].
b. La importancia de la alabanza.
Ya dijimos que la adoración es el estilo de vida del cristiano, pero además de que todos nuestros actos deben ser de adoración, la alabanza debe tener prioridad en nuestro diario vivir. Cuando Jesús manda: “…amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas…”[109], nos coloca en una posición tal que nos muestra qué es lo que tiene que ser más importante para el hijo de Dios. En algunas congregaciones tienen un rótulo que dice: “Entramos para adorar, salimos para servir”. Este es el orden de nuestras prioridades: Primero es el servicio a Dios y luego viene el servicio a nuestros semejantes. El verdadero servicio fluye de nuestra alabanza a Dios. Cuando ponemos en primer lugar el servicio a los semejantes, caemos en el pecado de idolatría. El Señor les muestra a los sacerdotes lo que Él quiere que ellos hagan cuando dice: “…ellos se acercarán a mí para ministrarme, y delante de mí estarán para ofrecerme…”[110]. Esto refleja de forma clara lo que el Señor espera, no solo de los sacerdotes del antiguo Pacto, sino que de los del nuevo también.
c. Preparándonos para alabar.
Una y otra vez encontramos en la Biblia al pueblo presentándose delante de Dios. Ellos esperaban escuchar la voz de Dios. Reconocían que los sacerdotes, al ingresar al Tabernáculo, estaban en la presencia de Dios. Esto mismo ocurrió con la iglesia del siglo I. Los hechos que hoy nos sorprenden relatados por Lucas y que ocurrieron al inicio de la Iglesia, eran para ellos algo normal porque entendían que Dios estaba con ellos. Cuando el velo del Templo se rompió, los creyentes llegaron a entender que era el tiempo en que cada cristiano entrara directamente hasta el trono de la gracia de Dios.
Los cristianos del siglo XXI debemos cultivar también esta santa expectación que invadía los corazones de los creyentes del siglo I. Para poder ingresar en una alabanza que llegue hasta la gloria de Dios, es necesario que esta esté primero en nuestro corazón. Si somos adoradores en espíritu y en verdad, nuestro espíritu y voluntad estarán dispuestos a rendir alabanza al Señor que merece todo. Así como podemos vivir en una constante adoración, podemos de la misma manera, hacer que nuestro espíritu convierta cada actividad en alabanza al Dios vivo.
Una de las cosas que debemos aprender es que la creación entera canta alabanzas a Dios y que cada unos de nosotros, como creación de Dios, debemos estar alabando a Dios siempre. Quizá al principio no sea fácil, pero conforme lo vayamos practicando encontraremos que se convertirá en parte de nuestra naturaleza.
Si queremos que la alabanza en las reuniones de la iglesia sea más avivada, sigamos los siguientes consejos:
1) Vivamos cada día como un heredero del Reino, oyendo la voz de Dios y obedeciendo Su Palabra.
2) Lleguemos al culto con bastante tiempo de anticipación.
3) Elevemos nuestro corazón al Rey de la gloria, contemplando Su majestad revelada a través de Cristo.
4) Permitamos que el Espíritu Santo nos lleve hasta la presencia del Señor.
5) Participemos con todos los hermanos unánimemente en todos los actos del culto, cantando con alegría y sencillez de corazón, orando con fervor, dando con alegría y escuchando la enseñanza con sed genuina.
3. La Disciplina del Gozo.
Durante mucho tiempo se creyó que el ser cristiano era sinónimo de ser serio, aburrido, sin alegría; y de hecho, algunos grupos religiosos en la historia, han exigido a sus miembros que se abstengan de reír o gozar. Pero cuando vemos la Biblia, nos encontramos que el gozo está en el corazón del camino de Cristo. El entró en el mundo con una alta nota de júbilo: “…os doy nuevas de gran gozo (exclamó el ángel), que será para todo el pueblo”[111]. Cuando dejó este mundo dijo a sus discípulos: “Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido”[112]. El inicio del ministerio de Jesús nos habla de una proclama de gozo[113] y los cristianos somos llamados a vivir en completo gozo, siendo este el segundo fruto del Espíritu[114].
En el Antiguo Testamento, todas las estipulaciones sociales del año de jubileo: La anulación de todas las deudas, la libertad de los esclavos, el hecho de no planificar cosechas, la devolución de las posesiones a su propietario original; constituían un júbilo por la bondadosa provisión de Dios. Se podía confiar en que Dios proveería lo necesario. Él había declarado: “…yo os enviaré mi bendición…”[115]. La libertad de los afanes y preocupaciones constituyen la base del júbilo. Por el hecho de que sabemos que Él nos cuida, podemos echar toda nuestra ansiedad en Él.
En la sociedad moderna no existe el espíritu libre de cuidados y de gozosa festividad. La apatía y aun la melancolía, dominan en nuestros tiempos. Y cuando quieren festejar, lo hacen con “carnavales”, con fiestas carnales que a lo único que llevan es al pecado.
a. El gozo fortalece la vida.
El gozo nos hace fuertes. Nehemías 8.10 nos dice que “…el gozo del SEÑOR es vuestra fortaleza…” Podemos tratar de aprender a tocar un instrumento musical a fuerza de la voluntad, pero sin gozo, no podemos recibir la enseñanza por mucho tiempo. Si no estamos gozosos en lo que hacemos, de nada sirve.
Toda disciplina espiritual debe estar sazonada con el gozo, de lo contrario se volverá monótono y farisaico. El gozo es el motor que mantiene en marcha todo lo demás. Si las demás disciplinas no están cargadas con el gozo, pronto las abandonaremos.
b. El camino al gozo.
La única manera de obtener gozo es el obedecer. Por algo el himnólogo nos aconseja: “Obedecer, cumple a nuestro deber, si queréis ser felices, debéis obedecer”[116]. Jesús mismo enseñaba acerca de la obediencia como parte de la felicidad[117].
Definitivamente, el gozo viene por la obediencia que nosotros demostremos a la Palabra de Dios. Sin la obediencia, el gozo es falso, rápidamente se pierde, porque no tiene raíces. Es por ello que vemos a personas que viven en su casa como perros y gatos, y luego asisten a la iglesia y cantan con la esperanza de que el Espíritu Santo les llene de gozo para poder pasar la semana, sin ningún éxito. Ellos quieren una especie de “transfusión celestial” que ignore su vida cotidiana y los llene de gozo, pero el deseo de Dios no es pasar por encima de nuestros problemas, sino transformar nuestra vida.
c. Siempre gozosos.
Cuando Pablo escribe a los Filipenses: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!”[118], nos da la impresión de que no tenía problemas. La verdad es que el apóstol casi siempre estuvo rodeado de dificultades. Entonces, ¿cuál era su secreto? Pablo creía fielmente sus palabras cuando dice: “Por nada estéis afanosos”. Esto ya lo había dicho antes Jesús en Mateo 6.25. El afán es un sentimiento que nos roba el gozo. Es algo contradictorio, la sociedad nos incita a vivir preocupados desde nuestra más tierna infancia, pero el cristianismo nos dice: “No se preocupe”. ¿Cuál tiene la razón?
Si aprendemos a no afanarnos, podemos confiar en Dios plenamente. El año del Jubileo significaba eso precisamente: Confía en Dios. ¡Nadie que desconfiara de Dios pasaría todo un año sin cultivar sus tierras!
Al dejar de lado el afán, podemos dedicarnos a la oración, obedeciendo la Palabra que nos dice: “…sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias”. La oración es el medio por el cual depositamos toda nuestra ansiedad en las manos de Dios y en donde encontramos descanso.
Pero el consejo bíblico no acaba ahí, sino que nos invita a fijar nuestra mente en todas las cosas verdaderas de la vida, las honestas, justas, puras, amables y de buen nombre. Si nuestra mente está ocupada en estas cosas, no tendremos tiempo para el afán y seremos felices. Si el gozo consistiera solo en cantar y orar, nos desilusionaríamos, pero al llenar la vida con las cosas sencillas y buenas, dando gracias a Dios por ellas, disfrutaremos del gozo, y aunque los problemas seguirán llegando, estos quedan escondidos en Cristo.
La decisión de poner la mente en las cosas más elevadas de la vida es un acto de la voluntad. Por esta razón el júbilo es una disciplina. No es algo que cae sobre nuestra cabeza. Es el resultado de un modo de pensar y de vivir que elegimos conscientemente. Cuando elegimos ese camino, el gozo será un resultado inevitable.
Una de las cosas importantes del gozo es que evita que nos tomemos demasiado en serio. Por mucho tiempo, los cristianos querían practicar las disciplinas espirituales, pero no tomaban en cuenta el gozo, lo que les volvía aburridas, serias y hasta repulsivas. Los cristianos, más que ninguno, debemos ser personas llenas de alegría. De seguro que usted no puede imaginarse a Jesús como un hombre amargado. Él era tan alegre y jovial que los niños querían estar cerca de él y algunos llegaron hasta acusarlo de “comilón y bebedor”. No queremos decir que vamos a participar del pecado, sino que expresemos el gozo que da la libertad de él.
Los cristianos hemos sido llamados a ser la luz del mundo y sal de la tierra. Quiere usted ver a las demás personas sonriendo, sonríales primero; salúdelas cordialmente, si son de su confianza, déles un buen apretón de manos o un abrazo; hable claramente y con entusiasmo y luego nos cuenta los resultados.
El gozo hace que lleguemos a reírnos incluso de nuestras locuras. Nos damos cuenta de que sin Dios, somos seres amargos, pero con Dios, las cosas nos resultan más sencillas. Tanto, los que se creen poderosos, como los que se ven a sí mismos pequeños, son vistos en la realidad en que están. El rico y el pobre conocen que lo único que tienen es lo que Dios ha querido prestarles, así que no deben sino gozarse en Él. Y una de las grandes cualidades del gozo es que nos libera del espíritu crítico.
4. La Disciplina de la Consejería.
Nunca antes el mundo entero ha estado tan ansioso de escuchar el consejo. Lo vemos en las campañas políticas, como la gente se deja guiar por uno u otro candidato por la cantidad de promesas de cambios que hacen. El siglo XX fue uno que estuvo lleno de líderes que sabían mover a las masas, desde Lenín en la desaparecida U.R.S.S., pasando por Mao, Hitler, Mussollini, Roosevelt, Kennedy, Castro, etc., hasta terminar con líderes religioso-políticos como Malcom X, Martin Luther King, Billy Graham y Juan Pablo II.
Hoy sigue esperando que un pueblo guiado por el poder del Espíritu Santo, surja y aconseje cómo deben hacerse las cosas. Este debe ser un pueblo disciplinado, que se una libremente y que experimente la verdadera vida en Cristo. Ya ha ocurrido en otro tiempo y puede repetirse la historia.
Este pueblo no surgirá mientras no haya una experiencia más profunda con Dios. El Espíritu Santo está esperando que ese pueblo quiera someterse a su guía, pero esa guía no va a salir de pronto con voz de trompeta desde el cielo, sino que tiene que venir al reconocer la consejería colectiva, sin que estemos hablando de una consejería en el sentido de organización, sino en el sentido orgánico y funcional.
La enseñanza acerca de la dirección divina a sido completamente deficiente en el aspecto colectivo. Tenemos excelentes enseñanzas sobre cómo Dios nos dirige por medio de la Biblia, las circunstancias y el mover del Espíritu Santo; pero casi no sabemos nada de cómo Dios nos guía por medio de Su pueblo, el Cuerpo de Cristo, la Iglesia.
Dios hace un pacto individual, cada persona que acepta el sacrificio vicario de Jesús, es parte de ese pacto, pero también guía a grupos de personas y se mueve en la experiencia del grupo.
De nuevo tenemos problemas con nuestra cultura occidental que nos enseña a desarrollarnos de forma individual, pero al leer la Biblia, nos vamos a encontrar que en la Iglesia del siglo I y en el Israel del Antiguo Testamento, no fue así.
Dios podía haber levantado una gran nación de Moisés, como lo había hecho con Abraham, pero prefirió sacar al pueblo hebreo de Egipto en donde estaban esclavizados. Todos veían la nube y la columna de fuego. No se movían como un grupo de individuos que la casualidad los había reunido para ir a tal lugar juntos, como ocurre cuando nos montamos en el autobús. Ellos estaban fusionados como un solo pueblo que estaba bajo un gobierno teocrático que los cubría a manera de incubadora.
Pero llegó un momento en que el pueblo se dio cuenta de que estar bajo la presencia de Dios de forma directa era demasiado terrible y gloriosa, por lo que suplican a Moisés: “…no hable Dios con nosotros, para que no muramos”[119]. De esta forma Moisés se constituye en una especie de mediador entre Dios y los hombres y es así como surge el ministerio profético que tiene la labor de recibir la Palabra de Dios y transmitirla al pueblo.
Ese fue el primer paso de alejamiento que dio el pueblo, oponiéndose a la dirección colectiva del Espíritu Santo, aunque todavía mantenían la idea de ser un pueblo bajo el gobierno de Dios. Pero llegó el momento en que se rechaza incluso al profeta, y con él a Dios, prefiriendo un rey. A partir de ese momento, el profeta se convierte en un extraño, en la voz solitaria que clama en el desierto a quien en ocasiones se le hacía caso, pero la mayoría no, por lo que para acallarlo, había que proceder al asesinato.
Aun así, Dios continuó con Su plan y cuando vino el cumplimiento del tiempo, envió a su Hijo, Jesús. Con él comienza un nuevo día. De nuevo el pueblo que deseaba vivir bajo el gobierno teocrático guiado por el Espíritu Santo, se reunía. Jesús enseñó cómo vivir en respuesta al amor de Dios y de cómo la voz del ser humano podría ser escuchada de nuevo en la gloria del Padre: “…si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”[120]. Estas palabras infundieron seguridad y confianza en los discípulos. Había una seguridad de que cuando el pueblo se une en Su nombre, podría comprender Su voluntad. El Espíritu Santo coordinaría los latidos del corazón de los creyentes con los del corazón del Padre.
Es cierto que Jesús fue rechazado por la mayoría de los suyos, pero los que creyeron eran “…de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común. Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección…”[121], convirtiéndose en una contagiosa banda de testigos que iban por doquier enseñando que Dios vive y que desea que le obedezcamos.
Puede ser que lo más impresionante de esta comunidad de fe fuera su sentido de consejería colectiva. No fue sino hasta que el Espíritu Santo aconsejó a la comunidad para que Bernabé y Saulo fueran apartados, que comenzó la verdadera misión cristiana en el mundo y que llegaría a cambiar la historia para siempre[122]. Hay que notar que el llamamiento de ellos se produjo cuando un grupo de personas habían estado reunidas durante cierto tiempo en donde incluyeron disciplinas como el ayuno y la oración.
Las iglesias hoy se preocupan mucho en la motivación para que las personas hagan trabajo misionero, se dan cursos y talleres de cómo hacer la obra, etc.; pero la mayoría de veces se deja de lado el modelo que vemos en Antioquía. Pero no solo para el asunto misionero, sino para enfrentar las crisis que atacan a la Iglesia en diferentes momentos, como ocurriera en Hechos 15. Si la Iglesia escucha el Consejo de Dios, los problemas tendrían soluciones más efectivas. En aquel momento, los creyentes pudieron decir “…ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros…”[123].
Tal vez alguien pueda sentirse tentado a pensar que Pablo obtuvo una gran victoria en esa situación, pero la victoria en realidad fue del método usado para resolver problemas. Si algo así se presentara en algunas denominaciones, probablemente se nombraría un comité para que estudie el asunto y pasarían los meses y habría algunas expulsiones y cortes de comunión y los “ganadores” podrían inflarse muy satisfechos. Pero la Iglesia es el pueblo que decidió vivir bajo la guía y el consejo del Espíritu Santo. Los cristianos del siglo I rechazaron el totalitarismo humano, no hacían “votaciones” para que Dios “hablara” por la mayoría y todo esto funcionó.
De seguro, estas experiencias de comprender la voluntad de Dios en la comunidad contribuyeron mucho a la teología paulina acerca del Cuerpo de Cristo. Pablo comprendió que los dones del Espíritu Santo fueron dados a la Iglesia de tal manera que se garantizaba una interdependencia. Nadie poseía todos los dones. Incluso, las personas más sencillas en la congregación, tienen algo con lo cual contribuir. Nadie puede decir que todo el consejo divino le ha sido revelado a él solamente.
Tristemente debemos aceptar que para el final del siglo I, la comunidad de los creyentes comenzaban a enfriarse. Para los primeros años del siglo III, la Iglesia estaba dispuesta a aceptar un rey humano. Pero la visión no murió. A pesar de todo, siempre ha habido un grupo por aquí y otro por allá que sigue buscando el Consejo de Dios bajo la dirección del Espíritu Santo.
a. El director espiritual.
Tratar de ingresar en un viaje interno sin director espiritual sería tan peligroso como querer visitar alguna de esas cavernas que tienen su fondo a cientos de metros. Somos conscientes de que este es un término que la mayoría de los cristianos modernos no entienden, quizá solo entre los monjes católicos.
La historia nos relata de los “Padres” que fueron los primeros directores espirituales y que eran tenidos en gran estima por su capacidad de discernimiento. Muchos eran los que no temían viajar grandes distancias por el desierto para escuchar unas pocas palabras de consejería que les ayudara a vencer la situación en la que estaban. El “Apophthegmata” o “Los Dichos de los Padres”, son un testimonio fiel de la sencillez y profundidad de este tipo de Consejería Espiritual.
El director espiritual es el encargado de guiar a las almas por el camino de Dios, no según su pensamiento o capricho. Su función es pura, dirigiendo con la fuerza de su propia santidad personal. No es superior, sino un amigo que aprende junto con su aconsejado.
La dirección espiritual se relaciona con la persona en toda su integridad y en todas las relaciones de la vida. La dirección espiritual toma las experiencias concretas diarias de nuestra vida y les da un significado sagrado, como diría el Enviado: “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”[124]. Nace de las relaciones naturales espontáneas.
El director espiritual tiene que ser un individuo que haya desarrollado una agradable aceptación de sí mismo. Es decir, una madurez genuina tiene que impregnar toda la vida de dicha persona. A tales personas no les afectan los cambios de los tiempos. Ellos absorben el egoísmo, la mediocridad y la apatía que les rodean y los transforman en cosas positivas. Deben tener compasión y dedicación, tal como Pablo, que pensaba de Timoteo como su “amado hijo”, sin tolerar el pecado caprichoso. El conocimiento de la psicología es necesario en estas personas, para que no refuercen las necesidades infantiles e inconscientes de autoritarismo.
Como el director también es una persona que busca el camino a la perfección, debe estar dispuesto a compartir sus propias luchas y dudas, buscando con su alumno la respuesta de Dios en oración.
b. Límites de la consejería colectiva.
Existen límites en la consejería colectiva, así como en la búsqueda personal de la dirección divina. Es muy peligroso caer en la manipulación, de la cual muchas mentes débiles son víctimas. El profeta Isaías, al referirse a Cristo dijo que él no quebraría “…la caña cascada, ni apagará el pabilo que humeare”[125]. Jesús nunca buscó controlar a nadie, ni apagó las esperanzas, aunque fueran pequeñas.
Otro peligro que se corre con la consejería colectiva es que llegue a separarse de las normas bíblicas. La Escritura tiene que impregnar y penetrar todos nuestros pensamientos y acciones. El Espíritu Santo nunca nos guiará de manera contraria a la Palabra escrita que Él inspiró. Siempre tiene que haber la autoridad bíblica externa así como también la autoridad interna del Espíritu Santo. De hecho, la misma Biblia es una forma de consejo colectivo. Es una manera como Dios habla a través de la experiencia de su pueblo.
[1] Génesis 24.63.
[2] Salmos 63.6.
[3] Salmos 119.148.
[4] Salmos 1.2.
[5] Revelación 1.10.
[6] Lucas 11.24-26.
[7] Éxodo 20.19.
[8] 1 Samuel 8.
[9] Salmos 63.1.
[10] Hechos 6.4.
[11] 1 Corintios 3.9.
[12] Éxodo 32.14; Jonás 3.10.
[13] Lucas 11.1.
[14] Isaías 6.1.
[15] Marcos 10.13-16.
[16] Romanos 12.2.
[17] Filipenses 4.8.
[18] Juan 8.32. RV1960
[19] Mateo 23.15. RV1960.
[20] Deuteronomio 11.18.
[21] Juan 17.3.
[22] Salmos 119.9, 11.
[23] 2 Timoteo 3.16-17.
[24] 2 Pedro 3.15-16.
[25] Isaías 55.12.
[26] Lucas 18.11.
[27] Lucas 4.2- 13.
[28] Daniel 10.3.
[29] Ester 4.16.
[30] Hechos 9.9.
[31] Deuteronomio 9.9; 1 Reyes 19.8.
[32] Levítico 23.27.
[33] Joel 2.15.
[34] 2 Crónicas 20.1-4.
[35] Esdras 8.21-23.
[36] Zacarías 8.19.
[37] Lucas 18.12.
[38] 2 Corintios 11.27.
[39] Gálatas 5.13.
[40] Mateo 9.15.
[41] Mateo 9.16-17.
[42] Hechos 13.2-3.
[43] Mateo 6.16-18.
[44] Lucas 2.37.
[45] Hechos 13.2.
[46] Zacarías 7.5.
[47] Salmos 69.10.
[48] 1 Corintios 6.12.
[49] 1 Corintios 9.27.
[50] Salmos 35.13.
[51] Romanos 14.17
[52] Proverbios 11.2.RV2000.
[53] Salmos 62.10.
[54] Lucas 16.13.
[55] Lucas 6.20, 24.
[56] Mateo 6.21.
[57] Mateo 6.19.
[58] 1 Timoteo 6.9.
[59] 1 Timoteo 3.3.
[60] 1 Timoteo 3.8.
[61] Hebreos 13.5.
[62] Santiago 4.1-2.
[63] Efesios 5.5; 1 Corintios 5.11.
[64] 1 Timoteo 6.17-19.
[65] Filipenses 4.12.
[66] Mateo 6.25-33.
[67] Salmos 24.1.
[68] Mateo 5.37.
[69] Santiago 3.1-1.
[70] Eclesiastés 3.7.
[71] Proverbios 25.11.
[72] Eclesiastés 5.1-2.
[73] Mateo 17.4.
[74] 1 Reyes 18-19.
[75] Mateo 6.44.
[76] Mateo 22.39.
[77] Mateo 10.39.
[78] Filipenses 2.8
[79] Mateo 23.8-10.
[80] Marcos 9.35.
[81] Filipenses 2.4-7.
[82] 1 Pedro 2.21-23.
[83] Colosenses 3.18-22.
[84] Colosenses 3.19-4.1.
[85] Filemón 16.
[86] Efesios 5.21.
[87] Mateo 22.37-39.
[88] 1 Pedro 2.13-14.
[89] Hechos 4.19-20.
[90] Hechos 5.29.
[91] Romanos 13.1.
[92] Hechos 16.37.
[93] Santiago 1.27.
[94] Lucas 9.46.
[95] Juan 13.14-15.
[96] Mateo 20.25-28
[97] Hechos 9.39.
[98] Tito 3.2.
[99] 1 Pedro 4.9.
[100] Romanos 12.13; 1 Timoteo 3.2; Tito 1.8.
[101] Gálatas 6.2.
[102] 2 Corintios 5.21.
[103] Efesios 4.13.
[104] 1 Juan 1.9.
[105] Juan 4.23.
[106] Éxodo 20.3.
[107] Isaías 6.5.
[108] Romanos 12.1.
[109] Marcos 12.30.
[110] Ezequiel 44.15.
[111] Lucas 2.10.
[112] Juan 15.11.
[113] Lucas 4.18-19
[114] Gálatas 5.22.
[115] Levítico 25.21.
[116] P. Grado; D.B. Tower. Cuando Andemos con Dios.
[117] Lucas 11.27-28.
[118] Filipenses 4.4.
[119] Éxodo 20.19.
[120] Mateo 18.19-20.
[121] Hechos 4.32-33.
[122] Hechos 13.1-3.
[123] Hechos 15.28.
[124] 1 Corintios 10.31.
[125] Isaías 42.3.
Aunque en el Capítulo II estuvimos hablando sobre actitudes éticas que debe guardar todo creyente, es importante que en esta última unidad, estudiemos de otras características que deben ser parte de la vida espiritual del creyente o disciplinas espirituales, que se dividen en:
1. Disciplinas internas: Meditación, oración, estudio y ayuno;
2. Disciplinas externas: Sencillez, retiro, sumisión y servicio; y
3. Disciplinas colectivas: Confesión, alabanza, gozo y consejería.
La razón para estudiar estos otros temas en este curso se debe a que si el cristiano se limita a ser solamente ético, será una buena persona; pero si a una conducta ética correcta le inyecta estas otras disciplinas, entonces podrá ser llamado “cristiano”, es decir, un imitador de Cristo.
A. Las Disciplinas Espirituales.
Uno de los grandes males de nuestro tiempo es la vida superficial. Somos testigos de una teología de la satisfacción inmediata, que carcome lo más profundo de la vida espiritual y se piensa erróneamente que si en la Iglesia hay muchas personas profesionales, con muchos estudios y talentos, hay éxito espiritual; pero no se toma en cuenta que lo que necesitamos en las congregaciones es gente que tenga una vida espiritual profunda.
Para lograr una vida espiritual profunda es necesario que practiquemos las disciplinas espirituales más básicas. Estas nos llevan a las mismas raíces del Reino de los Cielos, pero al mismo tiempo nos convierten en la respuesta que tanto busca este mundo superficial y vano.
Si usted ha pensado que las disciplinas espirituales son solo para los que se ha considerado que son “gigantes espirituales”, está equivocado. Ellos llegaron a ser “gigantes espirituales” porque practican las disciplinas espirituales. Las administradoras del hogar, oficinistas, aseadores, profesionales, teólogos, mecánicos, etc., son los invitados a practicar las disciplinas espirituales básicas y convertirlas en parte de su vida cotidiana. Si estas disciplinas van a producir algún cambio transformador, es necesario que sean aplicadas en todo lo que hagamos. Nadie que quiera adelgazar, compra una máquina para hacer ejercicio y la guarda en una bodega y ni siquiera la saca de la caja, sino que la pone en un lugar apropiado y cada día la utiliza hasta que haga efecto.
No es correcto pensar que las disciplinas básicas cristianas son una insípida práctica monótona que tiene como fin el apagar la sonrisa de la gente y transformar la cara del creyente en semejanza a la de los monjes que se enclaustraban durante la Edad Media, olvidándose de todo lo que les rodeaba. El propósito de estas disciplinas es liberar al hombre de la sofocante esclavitud que encadena al hombre al egoísmo y el temor.
1. Las Disciplinas Internas.
a. La Disciplina de la Meditación.
Hay tres cosas en la sociedad de hoy que son básicas: El ruido, la prisa y las multitudes. Estas son las verdaderas herramientas que usa Satanás para mantenernos alejados de la comunión con Dios. Casi estamos de acuerdo con el siquiatra C. G. Jung cuando dijo: “La prisa no es del diablo; es el mismo diablo”.
Si queremos alejarnos de la vida superficial, especialmente de la espiritual, tenemos que estar dispuestos a estar en el mundo interno de la contemplación. Los maestros de la meditación se esfuerzan por despertarnos a la comprensión del hecho de que el universo es mucho más grande que lo que conocemos; que hay inmensas regiones internas no exploradas que son tan reales como el mundo físico que “conocemos”. Nos hablan acerca de emocionantes posibilidades de nueva vida y nueva libertad. Nos hacen un llamado a la aventura, a ser pioneros en esta frontera del espíritu. Aunque esto pueda sonar extraño a los oídos modernos, sin ninguna vergüenza debiéramos inscribirnos como estudiantes de la escuela de la oración contemplativa.
1) Conceptos erróneos comprensibles.
Con frecuencia nos preguntamos si se puede hablar de la meditación como algo cristiano o si es más bien algo exclusivo de las religiones orientales. Quizá estemos pensando que los únicos que deben ocuparse de la meditación son los miembros del grupo que se hace llamar “Meditación Trascendental”, o que vamos a utilizar una palabra secreta para recitar mientras meditamos.
Como la meditación es algo extraño a la mayoría de los occidentales, no debe parecernos increíble que los cristianos tengamos vidas tan superficiales. Si revisamos la historia del cristianismo nos encontraremos que la meditación ha sido siempre una parte clásica y fundamental de la devoción cristiana, una preparación decisiva para la oración y una obra conjunta con ella. Sin duda alguna, parte de la ola de interés en la meditación oriental se debe a que la Iglesia ha abandonado este campo. Es sumamente deprimente que un estudiante universitario que busca conocer la enseñanza cristiana sobre la meditación, descubra que son pocos los maestros vivientes de la oración contemplativa, y que casi todos los escritos serios sobre este tema son de hace siete siglos o más. No es raro que el estudiante se vuelva al Zen, o al Yoga o a la Meditación Trascendental.
La meditación no fue extraña a los autores de la Biblia: “Y había salido Isaac a meditar al campo, a la hora de la tarde”[1]; “Cuando me acuerde de ti en mi lecho, cuando medite en ti en las vigilias de la noche”[2]. Estas eran personas que estaban cerca del corazón de Dios. Dios no les habló por cuanto tenían capacidades especiales, sino porque estaban dispuestos a oír.
Los salmos cantan virtualmente las meditaciones del pueblo de Dios en la ley de Dios. “Se anticiparon mis ojos a las vigilias de la noche, para meditar en tus mandatos”[3]. El salmo que sirve de presentación para todo el Salterio, llama al pueblo a imitar al varón “bienaventurado” que “…en la ley de Adonay está su delicia, y en su ley medita de día y de noche”[4].
Los escritores cristianos, a través de los siglos, han hablado acerca de una manera de oír a Dios, de comunicarse con el Creador del cielo y de la tierra, de experimentar al Amante eterno del mundo. Pensadores magníficos como Agustín, Francisco de Asís, Francois Fénelon, Madame Guyon, Bernardo de Clairvaux, Francisco de Sales, Juliana de Norwich, Hermano Lawrence, George Fox, John Woolman, Evelyn Underhill, Thomas Merton, Frank Laubach, Thomas Kelly y muchos otros hablaron acerca de este camino más excelente.
La Biblia nos dice que Juan “estaba en el Espíritu en el día del Señor”[5], cuando recibió la visión apocalíptica. Es decir, se encontraba en un plano superior, estaba meditando.
Los cristianos, los que decimos ser imitadores de Cristo, los que muchas veces criticamos y juzgamos a David por sus debilidades, deberíamos aprender a hacer las cosas buenas que él hacía, como lo afirma en Salmos 119.78: “Pero yo meditaré en tus mandamientos”.
La dificultad se presenta cuando pensamos que meditar es sinónimo del concepto que tienen las religiones orientales. En ellas, lo que se intenta es solamente desocupar la mente. Que todos los pensamientos sean eliminados para recibir la iluminación. En la meditación cristiana, la idea es desocupar la mente de los asuntos carnales y materiales, para llenarla con la Palabra de Dios.
Las formas de meditación oriental insiste en la necesidad de despegarse del mundo, de perder la personalidad para fusionarse en una mente cósmica. Lo que se busca es ser liberado de las cargas y dolores de la vida para ser absorbido en el “Nirvana”. Es tan solo un escape de la miserable existencia, sin que exista un Dios en el cual descansar. En la Meditación Trascendental no es necesario creer en el reino espiritual; en realidad es solo un método para controlar las ondas cerebrales a fin de mejorar el bienestar físico y emocional. Las formas de meditación trascendental más avanzadas envuelven la naturaleza espiritual, y entonces toman exactamente las mismas características de las demás religiones orientales.
La meditación cristiana va mucho más allá de la idea del desprendimiento. Hay necesidad de desprendimiento. El desprendimiento de la confusión que está alrededor de nosotros es para tener solidaridad, más fuerte a Dios y a los demás seres humanos. La meditación cristiana nos conduce a una integridad interna, necesaria para entregarnos a Dios libremente; y a la percepción espiritual, necesaria para atacar los males sociales. En este sentido, es la más práctica de todas las disciplinas.
Hay un peligro al pensar solo en la función del desprendimiento, como lo indicó Jesús en su relato acerca del hombre que había quedado vacío de lo malo, pero que no se llenó de lo bueno, “Cuando el espíritu inmundo sale del hombre...va, y toma otros siete espíritus peores que él; y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero”[6].
Algunos creen que la meditación puede ser algo demasiado difícil, complicado. Tal vez sea mejor dejársela al profesional que tiene más tiempo para explorar las regiones internas. Pero se equivocan. Los “gigantes espirituales” pensaron que al meditar estaban haciendo una actividad tan natural e importante como la respiración. Ellos pueden decirnos que no necesitamos ningún don especial, ni facultades síquicas, sino solamente disciplinar y ejercitar las facultades ocultas que hay dentro de nosotros.
Sin embargo, no debemos extraviarnos pensando que hay tener alguna conexión cósmica misteriosa y peligrosa. Nadie debe emprender la meditación por simple diversión o porque otros la practican. Debemos tener conciencia de la importancia que hay en ella, así como de su dificultad al iniciar, aunque cuando ya la hacemos parte de nuestra vida, será algo tan difícil, pero al mismo tiempo tan fácil, como lo es el respirar o el que nuestro corazón bombee la sangre. No se debe pensar que el “esperar en Dios” es pérdida de tiempo o señal de ocio, sino que es un trabajo que va a afectar no solamente nuestra vida, sino la del Universo.
Tampoco caigamos en el error de creer que la meditación se encuentra fuera del contexto del siglo XXI y que nos lleve a comportarnos como muchos de los “fariseos” que han plagado la historia de la humanidad, tratando de apartarnos del mundo y amargando nuestro ser por esa repulsión a lo que consideramos incorrecto, pero que al mismo tiempo nuestro corazón desea tanto que somos como aquel enamorado que al verse constantemente rechazado por su amada, decide asesinarla para que nadie más pueda gozarla.
Más bien, la meditación debe tomar el control del timón de nuestro ser, de tal modo que podamos hacer frente con éxito a la vida. Ni tampoco podemos creer que la meditación nos debe alejar de la realidad que nos rodea, sino más bien debemos pensar como lo hace Meister Eckhart, autor cuáquero, el grupo más contemplativo que existe, cuando dice: “Aun si un hombre fuera arrebatado hasta el tercer cielo como San Pablo, y en esta condición supiera que otro hombre tiene necesidad de alimento, sería mejor que le diera de comer, y no que permaneciera en éxtasis”.
El concepto erróneo más común de todos es que la meditación es una forma religiosa de manipulación sicológica. Puede tener valor como medio para bajar la presión sanguínea o para aliviar la tensión. Incluso, puede ofrecernos algunos discernimientos significativos al ayudarnos a ponernos en contacto con nuestra mente subconsciente. Pero la idea de un contacto real y de comunión con la esfera de existencia espiritual suena como algo anticientífico y vagamente irrazonable. Si piensa que vivimos en un universo puramente físico, considerará la meditación como una buena manera para obtener un patrón de onda cerebral alpha, que es lo que busca hacer la Meditación Trascendental, haciéndola muy atractiva para el mundo secular. Pero si cree que vivimos en un universo creado por el Dios infinito y personal que se deleita en que nosotros tengamos comunión con él, entenderá la meditación como una comunicación entre el Amante y el ser amado.
Estos dos conceptos de meditación están completamente opuestos. Uno nos confina a una experiencia totalmente humana; el otro nos lanza a un encuentro de lo divino con lo humano. Uno habla acerca de la exploración del subconsciente; el otro se refiere a “reposar en Aquél a quien hemos hallado, quien nos ama, nos oye, viene a nosotros y nos acerca a él”.
Los dos pueden parecer religiosos y aun usar el vocabulario religioso, pero el primero, no puede hallar lugar para la realidad espiritual.
La fe ciega no debe ser la guía de los que buscan la experiencia de la meditación. La realidad interna del mundo espiritual está disponible para todos los que estén dispuestos a buscarla. Con frecuencia descubrimos que aquellos que con tanta libertad desprestigian el mundo espiritual, nunca se han tomado ni siquiera diez minutos para investigar si tal mundo existe realmente o no. Como en cualquier otro empeño científico, nos formamos una hipótesis y experimentamos con ella para ver si es verdadera o no. Si nuestro primer experimento falla, no desesperemos, ni califiquemos todo el asunto de fraudulento. Volvamos a examinar nuestro procedimiento, y tal vez ajustemos la hipótesis y volvamos a hacer el experimento. Por lo menos, debiéramos tener la sinceridad de perseverar en este trabajo hasta el mismo punto en que lo haríamos en cualquier campo de la ciencia. El hecho de que muchísimos no estén dispuestos a hacer eso, no traiciona su inteligencia, sino su prejuicio.
2) Deseando oír la voz de Dios.
La mayoría de las personas, pero especialmente los cristianos, hablamos de lo delicioso que es estar a solas con Dios. Pero la realidad es que la mayoría tenemos la tendencia a esperar que sea otra la persona que hable con Dios acerca de nuestros problemas. Estamos conformes con recibir el mensaje de Dios de segunda mano. Así lo hizo el pueblo de Israel al pie del monte Sinaí, cuando clamó a Moisés: “Habla tú con nosotros, que [nosotros] oiremos; y no hable Dios con nosotros, para que no muramos”[7]. Más tarde, cuando era Dios el que reinaba sobre Israel, el pueblo insistió en tener un rey humano[8]. Al analizar la historia de la religión, veremos que es una lucha casi desesperada por tener un rey, un mediador, un sacerdote, un intermediario. Así se nos quita la responsabilidad de acudir a Dios personalmente. ¿No ha sido usted blanco de ciertas personas que siempre están pidiéndole que presente los problemas de ellos ante Dios? ¿Por qué no oran ellos? La razón es que de esta manera nos libramos de la responsabilidad de cambiar, porque estar en la presencia de Dios significa cambiar. Además, si actuamos de esta manera, tendremos una “respetabilidad” religiosa, pero sin que exista una transformación moral. Por ello, cuando se nos habla de meditación, vemos alguna especie de amenaza para nuestra forma de vida. Esta nos está pidiendo que entremos de modo personal en la presencia viviente de Dios. Esto nos lleva a que tomemos la responsabilidad dada por el mismo Señor de que cada cristiano es un sacerdote ante Dios.
3) Preparándonos a meditar.
Así como es imposible dar un curso sobre aprender a pensar, también lo es dar uno sobre aprender a meditar. Para aprender a meditar, hay que meditar. Pero si tenemos una pocas sugerencias que le pueden ayudar a practicar la meditación, aunque no lo tome como si fuera una receta mágica para poder hacerlo.
Conforme su vida espiritual avance, la práctica de la meditación le será más fácil. Es importante que usted dedique algunos minutos cada día en la meditación formal. Quizá usted es de las personas que dedican algunos minutos del día para ejercitarse o para alguna disciplina que quiere mejorar, así que eso debe motivarle también para que dedique un poco de tiempo para meditar.
En el momento en que llegamos a la convicción de que necesitamos separar tiempo para meditar, también debemos comprender que no debemos practicar ciertos ritos religiosos que para algunos significa que estamos meditando. El meditar es, como la oración, una actividad que ocupa toda nuestra vida, pero al mismo tiempo nuestra mente debe estar ejercitada a que e determinado momento del día, todo lo que vivimos, será material para ser analizado en el instante de la meditación, sin que esto implique que frenesí de la vida nos va a estorbar en nuestro tiempo de silencio con Dios.
Una mente atormentada por los asuntos de la vida material no está preparada para la meditación. Los “Padres de la Iglesia” hablaron en varias ocasiones sobre el “ocio santo”. Esto es, un sentido de equilibrio en la vida; la capacidad de estar tranquilo en medio de las actividades cotidianas para disfrutar de la belleza que nos rodea, un tiempo para descansar y regular nuestros pasos.
Uno de los consejos que podemos dar para meditar sanamente es el buscar un lugar donde podamos estar tranquilos, sin interrupciones; sin teléfono; si es posible, que tenga una vista hacia plantas, montañas o playas. No debemos estar cambiando de lugar, sino las bellezas de nuevos sitios nos quitarán la atención de lo que nos ocupa.
La postura no establece ninguna diferencia, así como la hora. En la Biblia encontramos gente orando en las más diversas posturas. En las religiones orientales se asume que para meditar hay que tomar la postura que llaman “flor de loto”, pero eso es una de las tantas posiciones que puede tomar el cuerpo. Lo mejor es tomar la postura más cómoda y la que permita menos distracción. Quizá la postura más cómoda sea la sentada, porque por lo general, se puede durar más de esta manera. En veces es mejor mantener los ojos cerrados para quitar toda distracción para poder centrarnos en el Cristo vivo.
4) Los primeros pasos para meditar.
Para meditar es necesario utilizar la imaginación. No apreciamos mucho la imaginación en nuestra sociedad occidental. Hay que tomar en cuenta que la imaginación es más fuerte que la voluntad. En Occidente le damos mucha importancia al racionalismo y dejamos de lado la imaginación, pero ¿será lo correcto?
Jesús acostumbró a enseñar con el uso de la imaginación y los sentidos. Al usar la imaginación nuestra mente queda limitada a lo que estamos meditando, para que no vague de aquí para allá. Algunos consideran que es mejor usar solo la fe y concebir el tema de una manera completamente mental y espiritual o imaginar que las cosas ocurren dentro de su propia alma.
Nosotros debemos convencernos de la importancia de pensar y experimentar por medio de imágenes. Esa era la manera en que lo hacíamos cuando niños, pero conforme fuimos creciendo, se nos enseñó que eso era malo. Pero así como los niños necesitan aprender a pensar lógicamente, los adultos debemos de aprender a usar la imaginación.
Si usted quiere aprenderse las historias bíblicas, represéntelas mentalmente. De seguro que para usted es más fácil recordar una historia que vio en una película, que si usted solamente ha leído el libro.
2. La Disciplina de la Oración.
La oración nos lanza a la frontera de la vida espiritual. Es una investigación original en un territorio no explorado. La meditación nos introduce en la vida profunda, pero la disciplina de la oración nos lleva a la obra más profunda y más elevada del espíritu humano. La verdadera oración crea la vida y la transforma. William Carey escribió: “La oración secreta, ferviente y de fe, está en la raíz de toda santidad personal”.
Orar es cambiar. La oración es la avenida principal que Dios usa para transformarnos. Si no estamos dispuestos a cambiar, abandonaremos la oración como característica notable de nuestra vida. Cuánto más cerca lleguemos al corazón de Dios tanto más comprenderemos nuestra necesidad y desearemos parecernos a Cristo.
Dice Santiago 4.3: “Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites”. Pedir correctamente involucra una transformación de las emociones, una total renovación. En la oración real comenzamos a pensar como Dios piensa; a desear lo que Él desea; a amar lo que Él ama. Más adelante, se nos enseña a ver las cosas desde su punto de vista.
Todos los que han andado con Dios han considerado la oración como la principal tarea de la vida. Marcos 1.35 dice: “Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba”. Es interesante que se comente esto de Jesús. Él es Dios, no necesita nada, todo lo tiene y puede; pero aun así, se levantaba de madrugada a orar. El deseo que David tenía de Dios rompió las cadenas complacientes del sueño: “... De madrugada te buscaré…”[9]. Cuando los apóstoles se sintieron tentados a emplear sus energías en otras tareas importantes y necesarias, determinaron entregarse continuamente a la oración y al ministerio de la palabra[10].
Martín Lutero decía: “Tengo tanto que hacer, que no puedo continuar sin pasar tres horas diariamente en oración”, además decía: “El que ha orado bien, ha estudiado bien”. Por su parte, Juan Wesley decía: “Dios no hace nada que no sea en respuesta a la oración”, y para respaldar su dicho, oraba dos horas diarias.
William Penn decía de George Fox: “Por encima de todo, sobresalió en la oración;…tengo que decir que él alcanzó en la oración la estatura más impresionante, viviente y digna de reverencia que yo jamás haya experimentado o visto”.
Muchos, en vez de sentirnos desafiados por tales ejemplos, nos sentimos desanimados. Esos “gigantes de la fe” están tan lejos de cualquier cosa que nosotros hayamos experimentado, que nos sentimos tentados a desesperar. Pero debemos recordar que Dios siempre nos busca donde estamos y nos lleva hacia las cosas más profundas. Los que trotan ocasionalmente no entran de repente en la carrera olímpica. Se preparan y entrenan durante un período, y así debemos hacer nosotros. Cuando progresamos así, podemos esperar orar con más autoridad y buen éxito espiritual dentro de un año que ahora.
Es muy fácil que nos sintamos derrotados, ya que se nos ha enseñado que todo en el Universo ya está establecido, de modo que las cosas no pueden cambiarse. Pero eso no es lo que la Biblia enseña. Ahí se nos dice que los que oraban lo hacían con la convicción de que sus oraciones podían producir una diferencia objetiva. Pablo enseñaba que somos “colaboradores de Dios”[11], es decir, estamos trabajando al lado de Dios para ver resultados. Son los estoicos los que enseñan que el Universo es cerrado, la Biblia no. Los que piensan de esa manera, son más seguidores de Epicteto que de Cristo.
Moisés fue osado para orar, por cuanto creyó que podía cambiar las cosas, incluso la mente de Dios. De hecho, la Biblia destaca tan enérgicamente la apertura del Universo que, mediante un antropomorfismo difícil de entender para los oídos modernos, habla de que Dios cambia constantemente su manera de pensar en conformidad con su inmutable amor[12].
¡Estamos trabajando con Dios para determinar lo futuro! Ocurrirán ciertas cosas en la historia si oramos correctamente. Debemos cambiar el mundo por medio de la oración. ¿Qué otra motivación necesitamos para aprender que este ejercicio humano es el más grande de todos?
La oración es un tema tan amplio, que instantáneamente reconocemos la imposibilidad de siquiera tocarlo levemente en todos sus aspectos en una sola unidad. Se ha escrito gran cantidad de libros genuinamente buenos acerca de la oración, pero ninguno de ellos contiene todo lo que se puede hablar de este tema.
Ahora vamos a dedicarnos a aprender a orar con éxito espiritual a favor de otras personas. Tanto las mujeres como los hombres modernos necesitan desesperadamente de la ayuda que les podamos dar; así que, nuestras mejores energías debieran dedicarse a esta tarea.
a. Aprendiendo a orar.
La oración es algo que se aprende. He visto con tristeza que muchos se conforman con predicar y no enseñan a sus ovejas ejercicios tan necesarios como el de la oración, aunque el tema de sus mensajes sea este. Los discípulos se acercaron a Jesús y le pidieron: “Enséñanos a orar”[13]. Como judíos ellos habían recibido la enseñanza de los rabinos acerca de la oración, pero vieron que cuando Jesús oraba, algo ocurría. Si la oración de ellos debía producir algo, entonces debían aprender cómo hacerlo.
Cuando comprendemos que la oración es un proceso, recibimos liberación. Cuando aprendemos, podemos preguntar, experimentar y aun fracasar. Quizá tenemos años de orar, pero no hay victoria. Si es así, debemos aprender a hacer las cosas de manera diferente. Quizá debe abrir los Evangelios y buscar todos los pasajes que hablen de la oración; luego debe leerlas de una sola sentada. ¡Se dará cuenta de cosas tremendas! Le aseguro que podrá ver que muchas de las cosas que usted ha aprendido por años de la oración, ¡no son bíblicas!
Quizá deba aprender a orar de acuerdo a lo que enseña Jesús. Y una de las cosas más sorprendentes cosas de la oración de Jesús es que cuando oraba a favor de otros, no decía “si es tu voluntad”. Tampoco vemos esto en los otros ejemplos de oraciones a favor de otros. Parece que cuando estas personas oraban por otros, ya sabían cuál era la voluntad de Dios. Estaban tan cautivados por el Espíritu Santo, que cuando se encontraban en alguna situación, sabían exactamente qué había que hacer. Su oración era tan positiva, que en ocasiones más bien parecía mandato: “Anda”, “Sé sano”, “Levántate”. Cuando oramos por los demás, no hay tiempo para indecisiones.
Mientras usted estudia acerca de la oración, comience a orar por otros con la esperanza de que algo ocurra. No se espere hasta saber todo acerca de la oración, o a ser perfecto, o cuando haya arreglado todas las cosas. ¡Comience a orar!
Conforme avance verá que cada fracaso encierra una lección. Deje que Jesús mismo le enseñe, para que llegue a creer Juan 15.7: “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho”.
Si entendemos que la obra de la oración tiene que ver con un proceso de aprendizaje, nos salva de desecharla por considerarla falsa o irreal. Es como si encendiéramos nuestro televisor, pero no funciona. No vamos a decir por esto que no existen las ondas de televisión que viajan por el aire. Si el aparato encendió, pero no funciona, nos fijaremos en la antena o cambiaremos de emisora, e investigaremos por qué no podemos tener recepción. Así ocurre con la oración. Si nuestra oración no da frutos, algo anda mal y debemos buscar qué es. Tal vez nuestra oración está siendo equivocada, hay algo en nosotros que debe ser cambiado, puede ser que hay principios de la oración que no hemos comprendido, puede ser que necesitamos paciencia y persistencia o tal vez la respuesta de Dios a nuestra oración es “¡NO!”.
Las oraciones por intercesión muchas veces no son escuchadas por Dios por una simple razón: ¡Nosotros no estamos escuchando a Dios primero! En el momento en que escuchamos el apacible trueno del Señor de los ejércitos es cuando debemos orar, de otra manera, nuestra oración es tan solo aire caliente. La oración no es solo hablar, sino saber escuchar.
De esto podemos establecer que antes de entrar en la oración de intercesión, necesitamos primeramente meditar. Tenemos que oír, conocer y obedecer la voluntad de Dios antes de pedir que se cumpla en la vida de otros.
Entonces, lo primero que hay que hacer para aprender a orar por otros es escuchar la dirección del Señor. Al inicio es mejor dejar de lado la artritis de nuestra tía de 80 años, para primero escuchar a Dios en la meditación, para aprender cómo funciona el poder del Señor.
También debemos dejar de lado los temores. Algunas personas consideran que hay temas por los cuales ellos no pueden orar y creen que solo el pastor o el evangelista están capacitados para hacerlo. Si nuestra fe es del tamaño de un grano de mostaza, ¡esperemos que las montañas se muevan!
Con frecuencia las oraciones no surten efecto porque lo que nos hace falta es “compasión”. Sabemos de alguien que está enfermo y oramos por esta persona, pero no tomamos tiempo para visitarla. Jesús siempre demostró compasión por la gente y ese es el rasgo evidente en todos los actos de sanidad que ocurrieron en el Nuevo Testamento. Cuando oramos por la gente, ¡no oramos por cosas! Estamos orando por personas con sentimientos y emociones. Si tenemos compasión por ellas, oraremos más fervientemente y veremos más fácil la gloria de Dios.
b. ¿En qué consiste la oración?
Nunca debiéramos complicar demasiado la oración. Tenemos la inclinación a hacer esto tan pronto como entendemos que la oración es algo que tenemos que aprender. También es fácil rendirnos a esta tentación, pues cuanto más compliquemos la oración tanto más las personas dependerán de nosotros para aprender a orar. Pero Jesús nos enseñó a acudir como niños al Padre. Franqueza, honestidad y confianza caracterizan la comunicación del niño con su padre. Hay una intimidad entre el padre y el hijo que da lugar tanto a la seriedad como a la risa.
Jesús nos enseñó a orar por el pan de cada día. El niño pide pan para el desayuno con la absoluta confianza de que se le proveerá. Él no necesita guardar en un lugar secreto los panes de hoy por temor a que mañana no habrá nada. Desde el punto de vista de él, hay una interminable provisión de panes. Al niño no le parece difícil ni complicado hablarle a su padre, ni le parece vergonzoso hablarle sobre la más simple necesidad.
Todo cristiano necesita estar empapado de oración. Pablo oró por su pueblo y pidió a su pueblo que orara por él. C. H. Spurgeon atribuyó su éxito a las oraciones de su congregación. Frank Laubach decía a sus auditorios: “Soy muy sensible, y sé si ustedes están orando por mí. Si alguno de ustedes me deja abandonado, yo lo siento. Cuando ustedes están orando por mí, yo siento un extraño poder. Cuando todas las personas de la congregación oran intensamente mientras el pastor está predicando, ocurre un milagro”. Satura los servicios de adoración con tus oraciones. Imagínate al Señor en su trono alto y sublime y que llena el santuario con su presencia[14].
Se puede orar por la persona que tiene desviaciones sexuales, con la seguridad de que puede ocurrir un cambio real y duradero. Lo sexual es como un río: Es bueno y es una bendición maravillosa cuando se mantiene dentro de su propio canal. Cuando el río se desborda se vuelve peligroso, y así son también las tendencias sexuales pervertidas. ¿Cuáles son los límites creados por Dios para lo sexual? Se expresan de la siguiente manera: Que un hombre se una con una mujer en matrimonio de por vida. Se siente gozo al orar por individuos que tienen problemas sexuales; uno se representa mentalmente un río desbordado e invita al Señor para que lo vuelva a su cauce natural.
Tus propios hijos pueden y deben cambiar por medio de la oración. Durante el día ora por ellos y con ellos. Ora por ellos de noche mientras están dormidos. Como sacerdote de Cristo, puedes realizar un maravilloso servicio al tomar a tus hijos en los brazos y bendecirlos. Según la Biblia, los padres no le presentaron los niños a Jesús para que él jugara con ellos ni siquiera para que los enseñara; sino para que pusiera las manos sobre ellos y los bendijera[15]. Él te dio la capacidad de hacer lo mismo. ¡Bienaventurado el niño que es bendecido por adultos que saben bendecir!
No debemos esperar hasta sentir el deseo de orar por otros. La oración es como cualquier trabajo: Tal vez no sintamos el deseo de hacerlo, pero tan pronto como hayamos estado un rato realizándolo, comenzamos a sentir el deseo de trabajar. Tal vez no tengamos el deseo de practicar ejercicios, pero tan pronto como comenzamos, sentimos el deseo de seguir haciéndolo. De la misma manera, los músculos de nuestra oración necesitan hacer ejercicios preliminares durante un rato, y tan pronto como comienza el fluir sanguíneo de la intercesión, descubriremos que tenemos el deseo de orar.
No tenemos que preocuparnos en el sentido de que este trabajo nos tomará demasiado tiempo, porque “No toma tiempo, sino que ocupa todo el tiempo”. El asunto no consiste en agregar oración al trabajo, sino en orar simultáneamente con el trabajo. Ore antes del trabajo, envuelva su trabajo en oración y ore después del trabajo. La oración y el trabajo se unen.
Aún nos queda mucho por aprender. Ciertamente, al anhelo de nuestros corazones se sumó al de Archibald Campbell Tait cuando dijo: “Quiero una vida de oración más grande, más profunda, más verdadera”.
3. La Disciplina del Estudio.
El propósito de las disciplinas espirituales es la transformación total de la persona. Su meta es la de reemplazar los antiguos hábitos destructivos de pensar por unos nuevos hábitos que producen vida. En ninguna parte este propósito se ve más claramente que en la disciplina del estudio.
El apóstol Pablo nos dice que la manera de ser transformados es por medio de la renovación de la mente[16]. El entendimiento se renueva al aplicarle aquellas cosas que lo transformarán: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo…todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad”[17]. La disciplina del estudio es el primer vehículo que nos lleva a cumplir con el precepto: “En esto pensad”. Por tanto, debiéramos regocijarnos por el hecho de que no quedamos entregados a nuestras propias habilidades, sino que se nos han dado los medios de gracia de parte de Dios para la transformación de nuestro espíritu.
Muchos cristianos permanecen como esclavos de los temores y de los afanes, simplemente porque no aprovechan la disciplina del estudio. Pueden ser fieles en cuanto a asistir a la Iglesia y sinceros en cuanto a cumplir sus deberes religiosos, pero aun así no han cambiado. Aquí no me refiero solamente a los que se someten a fórmulas religiosas, sino a aquellos que genuinamente buscan adorar y obedecer al Señor Jesucristo como Señor y Maestro. Estos pueden cantar con gusto, orar en el Espíritu, vivir de una manera tan obediente hasta donde sus conocimientos les permiten, y sin embargo, su vida permanece sin cambio. ¿Por qué? Porque nunca han tomado uno de los métodos fundamentales que Dios usa para cambiarnos: El estudio. Jesús declaró inequívocamente que el conocimiento de la verdad es lo que nos hará libres: “…y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”[18]. Los buenos sentimientos no nos harán libres. Las experiencias extáticas no nos harán libres. El hecho de fascinarnos con Jesús tampoco nos libertará. Sin el conocimiento de la verdad no seremos libres. Este principio es verdadero en todo aspecto de la conducta humana. Es cierto en biología y en matemáticas. Es cierto en las relaciones matrimoniales y en las otras relaciones. Pero es especialmente cierto en lo que se refiere a la vida espiritual. Muchos son los que tienen grandes obstáculos y viven confundidos en la vida espiritual por el simple hecho de que ignoran la verdad. Peor aun, muchos han sido llevados a una esclavitud sumamente cruel por las falsas enseñanzas: “…recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y una vez hecho, le hacéis dos veces más hijo del infierno que vosotros”[19]. Por tanto, ocupémonos en aprender lo que constituye la disciplina espiritual del estudio, a identificar sus complicaciones ocultas, a practicarla con gozo y a experimentar la liberación que produce.
a. ¿Qué es el estudio?
El estudio es una clase específica de experiencia en la cual, a través de la cuidadosa observación de estructuras objetivas, hacemos que nuestro proceso de pensamiento se mueva en determinada manera. Tal vez estudiemos un árbol o un libro. Lo vemos, lo sentimos. Al hacerlo, nuestro proceso de pensamiento adopta un orden en conformidad con el orden que hay en el árbol o en el libro. Cuando esto se hace con concentración, percepción y repetición, se forman en nosotros hábitos arraigados de pensamiento.
En el Antiguo Testamento se dieron instrucciones para que las leyes se escribieran en las puertas y en los postes de las casas, de tal modo que fueran “por frontales entre vuestros ojos”[20]. El propósito de esa instrucción era dirigir la mente repetida y regularmente hacia cierto modo de pensamiento con respecto a Dios y a las relaciones humanas. Por supuesto, el Nuevo Testamento reemplaza las leyes escritas en los postes por leyes escritas en el corazón y nos conduce hacia Jesús nuestro Maestro interno, siempre presente.
Una vez más tenemos que insistir en que los hábitos de pensamiento, que están formados, se conformen al orden de aquello que se está estudiando. Lo que estudiamos determina la clase de hábito que se ha de formar. Esa fue la razón por la que Pablo nos insta a concentrar nuestros pensamientos en todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable y de buen nombre.
El proceso que ocurre en el estudio debe distinguirse del de la meditación. La meditación es devota; el estudio es analítico. La meditación saboreará una palabra; el estudio la explicará.
Aunque la meditación y el estudio con frecuencia se entrelazan, constituyen dos experiencias distintas. El estudio ofrece cierta estructura objetiva dentro de la cual la meditación puede funcionar con éxito.
En el estudio hay dos clases de “libros” que se han de estudiar; los escritos y los no escritos. Los libros y las conferencias, por tanto, solo constituyen la mitad del campo del estudio, tal vez menos. El mundo de la naturaleza y, aun más importante, la cuidadosa observación de los eventos y de las acciones son los campos principales de estudio que no están escritos.
La tarea principal del estudio es la percepción de la realidad de una determinada situación, determinado encuentro, o de un determinado libro.
b. Cuatro pasos del estudio.
El estudio envuelve cuatro pasos:
1) La repetición.
La repetición es una manera de concentrar regularmente la mente en una dirección específica, para arraigar así los hábitos de pensamiento. La repetición ha recibido cierta mala reputación hoy. Sin embargo, es importante entender que la repetición por sí sola, sin siquiera entender lo que se está repitiendo, afecta la mente interna. Los arraigados hábitos de pensamiento pueden formarse con solo la repetición, con lo cual se cambia así la conducta.
Esa es la razón por la cual el asunto de la programación para la televisión es muy importante. Si en el programa de televisión de mayor audiencia se informa sobre los innumerables crímenes que se cometen cada noche, la sola repetición preparará la mente interna para que adopte patrones destructivos de pensamiento.
2) La concentración.
Si además de dedicar la mente repetidamente al tema, la persona se concentra en lo que está estudiando, el aprendizaje aumenta inmensamente. La concentración enfoca la mente. La atención se enfoca en lo que se está estudiando. La mente humana tiene una capacidad increíble para concentrarse. Constantemente está recibiendo millares de estímulos, cada uno de los cuales ella puede almacenarlos en su banco de memoria mientras se enfoca solo en unos pocos. Esta capacidad natural del cerebro se intensifica cuando con singularidad de propósito concentramos nuestra atención en el objeto de estudio que deseamos.
Cuando no solo canalizamos de manera repetida la mente hacia una dirección en particular, y concentramos la atención en el tema, sino que también entendemos lo que estamos estudiando, llegamos a un nuevo nivel. La comprensión nos conduce a la penetración y al discernimiento. Nos ofrece la base para la verdadera percepción de la realidad.
3) La reflexión.
Aunque la comprensión define lo que estamos estudiando, la reflexión define su significado. El hecho de reflexionar, de rumiar los eventos de nuestro tiempo, nos conducirá a la realidad interna de ellos. La reflexión nos lleva a ver las cosas desde el punto de vista de Dios. En la reflexión no sólo llegamos a entender nuestro tema de estudio, sino a entendernos a nosotros mismos. Jesús habló con frecuencia acerca de oídos que no oyen y de ojos que no ven. Cuando ensalzamos el significado de lo que estudiamos, llegamos a oír y ver las cosas de una nueva manera.
4) La humildad.
Pronto se hace obvio que el estudio demanda humildad. El estudio no puede ocurrir mientras no estemos dispuestos a someternos al tema. Tenemos que someternos al sistema. Tenemos que acudir como estudiantes, no como maestros. Y el estudio no solo depende directamente de la humildad, sino que también conduce a ella. La arrogancia y el espíritu educable se excluyen mutuamente.
Todos conocemos a individuos que han tomado algún curso de estudio, o que han obtenido algún grado académico, y que exhiben la información que han obtenido de una manera ofensiva. Debemos sentir una profunda compasión por tales personas. No entienden la disciplina espiritual del estudio. Ellos han confundido la acumulación de información con el conocimiento. Han establecido una ecuación entre el chorro de palabras y la sabiduría. ¡Qué trágico! El apóstol Juan definió la vida eterna como el conocimiento de Dios: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a tí, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”[21]. Aun un toque de este conocimiento experimental es suficiente para darnos un profundo sentido de humildad. Habiendo colocado el fundamento, movámonos ahora a la ejecución práctica de la disciplina del estudio.
c. El estudio de libros.
Quizá, al escuchar la palabra “estudio” lo primero que nos trae a la mente son libros o escritos. Los libros son claramente importantes porque constituyen la mitad del material de estudio. Desdichadamente, la mayoría de las personas piensan que estudiar un libro es cosa sencilla. De ahí se desprende que son muchos los que exhiben pésimos hábitos de estudio. Así como para cualquier arte, el estudiar un libro requiere de mucha práctica, de tal manera que pueda dominar los mil y un detalles necesarios.
El principal obstáculo que existe en que una persona se convenza de que el estudio de un libro no es fácil es que tiene que aceptar que debe aprender a estudiar. La mayoría de las personas creen que porque saben leer palabras, saben estudiar. Por eso es que aunque se venden millones de libros, hay mucha ignorancia en casi todos los temas de la vida.
Hay tres leyes esenciales y tres leyes no esenciales para poder tener éxito en el estudio de un libro. Al principio, las leyes esenciales nos van a pedir hacer tres lecturas separadas del material. La primera incluye el entendimiento del libro, lo que el autor quiere decirnos. La segunda incluye entender el libro, lo que el autor quiere que entendamos. La tercera incluye la evaluación del libro, si el autor tiene razón o no. La mayoría de las personas hacen simplemente la tercera lectura y ninguna de las otras dos. En ocasiones juzgamos el libro por la ilustración que trae en la portada, o si esta es satinada o mate. Por algo Salomón dice en Eclesiastés que hay tiempo para todo, incluso para juzgar un libro.
Pero estas leyes no son adecuadas si no tomamos en cuenta las leyes no esenciales, que son: La experiencia, los otros libros y la discusión.
La experiencia es lo que nos permite interpretar y relacionar lo que leemos. Es necesario que entendamos y reflexionemos de acuerdo a la experiencia que hemos tenido. También requerimos de otros libros como son diccionarios, comentarios y otros libros de ayuda o referencia. Pero no olvidemos los libros que fueron escritos antes y los que fueron escritos después del que estudiamos. Con frecuencia, los libros solo tienen un significado si se toma en cuenta otros. Por ejemplo, si uno no conoce el Antiguo Testamento, le será muy difícil entender las cartas a los Romanos y Hebreos.
El primer libro y el más importante que debemos estudiar es la Biblia. El salmista preguntó: “¿Con qué limpiará el joven su camino?” Luego respondió a su propia pregunta: “Con guardar tu palabra”. Y agregó: “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti”[22]. Aunque el salmista se refería principalmente a la Ley, los cristianos a través de los siglos hemos descubierto que esto es cierto en el estudio de toda la Escritura: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”[23]. Fíjese que el propósito básico no es la pureza doctrinal, aunque sin duda eso está incluido, sino la transformación interna. Cuando acudimos a la Escritura no acudimos a acumular información, sino a ser cambiados.
Tenemos que entender, sin embargo, que existe una inmensa diferencia entre el estudio de la Escritura y la lectura devota de ella. En el estudio de la Escritura se le concede una alta prioridad a la interpretación: Lo que significa. En la lectura bíblica devota se concede una alta prioridad a la aplicación: lo que significa para mí. En el estudio no buscamos el éxtasis espiritual; de hecho, el éxtasis podría ser un obstáculo. Cuando estudiamos un libro de la Biblia buscamos estar dominados por la intención del autor. Estamos determinados a oír lo que él dice, no lo que nos gustaría que dijera. Estamos dispuestos a pagar el precio de pasar días difíciles hasta que el significado sea claro. Este proceso revoluciona nuestra vida.
El apóstol Pedro halló algunas cosas en las epístolas de “nuestro amado hermano Pablo” que eran “difíciles de entender”[24]. Si a Pedro le pareció así, a nosotros también.
La lectura devota diaria ciertamente es recomendable, pero eso no es estudio. Cualquiera que esté buscando “una palabrita de Dios para hoy” no está interesado en la disciplina del estudio.
El promedio de clases de escuela dominical para adultos es demasiado poco, muy dedicado a lo devoto, por lo que no nos ayuda en el estudio bíblico; aunque algunas iglesias no creen suficientemente en el estudio como para ofrecer cursos bíblicos en serio.
Pero la experiencia nos enseña que muchas de las verdades más profundas las encontramos cuando dedicamos tiempo al estudio privado. Cuando tomamos varios días para analizar un tema. Quizá para la mayoría no es posible sacar varios días para estar dedicado solo en el estudio de un tema bíblico, pero existe la gran posibilidad de hacerlo en ratos. Lo mejor es hacerlo bien de mañana, antes de que nadie más se levante en casa, cuando aun está oscuro y hay paz. ¡Hágalo! Dedique una hora diaria de su sueño a estudiar la Palabra, con un tema en particular. Se va a dar cuenta de cuán provechoso es y pronto querrá dejarlo dentro de su rutina.
¿Qué debo estudiar? Eso depende de la necesidad. Todos tenemos necesidades diferentes, pero quizá una de las más grandes entre los cristianos de hoy es simplemente la de leer grandes porciones de la Biblia. Gran parte de nuestra lectura bíblica es fragmentaria y esporádica.
En el Instituto Bíblico tuve compañeros que tuvieron que recibir un curso básico de la Biblia porque no sabían cómo estaba compuesta y jamás habían leído siquiera uno de sus libros, ¡y así calificaron como estudiantes para ser predicadores y teólogos!
Quizá debemos escoger un libro largo de la Biblia como Génesis o Jeremías, y leerlo por completo. Analizar la estructura y el desarrollo del libro. Ver los aspectos difíciles y volver a ellos más tarde. Apuntar pensamientos e impresiones. Algunas veces es conveniente combinar el estudio de la Biblia con el estudio de alguno de los grandes clásicos devocionales. Tales experiencias de retiro pueden transformar tu vida.
Otro método para el estudio de la Biblia consiste en escoger un libro más pequeño, como Efesios ó 1 Juan, y leerlo por completo todos los días durante un mes. Más que cualquier otro esfuerzo particular, este colocará la estructura del libro en la mente. Léalo sin tratar de adaptarlo a categorías establecidas. Espere oír nuevas cosas de nuevas maneras. Lleve un diario de lo que vaya descubriendo. En el transcurso de estos estudios, obviamente querrá usar el mejor material secundario de apoyo que tenga a su disposición.
Además del estudio de la Biblia, no descuide el estudio de alguno de los clásicos de la literatura cristiana. Tampoco debemos olvidar la cantidad de literatura escrita por individuos de muchas disciplinas. Muchos de estos pensadores tienen extraordinarias percepciones de la situación humana. Entre éstos están algunos escritores orientales como Lao-Tse, de China; Zoroastro, de Persia; y otros como Shakespeare y Milton, Cervantes y Dante, Tolstoy y Dostoevski.
No se sienta abrumado ni desanimado a causa de todos los libros que no ha leído. Recuerde que la clave de la disciplina del estudio no consiste en leer muchos libros, sino en experimentar lo que leemos.
d. Estudio de lo que no está escrito.
Hay un campo de estudio poco reconocido, pero tal vez el más importante: La observación de la realidad en las cosas, los eventos y las acciones. Podemos comenzar con la naturaleza. No podemos negar que el orden de la creación tiene algo que enseñarnos. Isaías nos dice: “…los montes y los collados levantarán canción delante de vosotros, y todos los árboles del campo darán palmadas de aplauso”[25]. La obra del Creador nos habla y enseña, si escuchamos.
El estudio de la naturaleza lo comenzamos poniendo atención. Vemos las flores o los pájaros. Los observamos detenidamente y en oración. Un hecho que para muchos puede ser sencillo y hasta despreciable como una mariposa saliendo de su crisálida, nos puede llenar de asombro y de una actitud de adoración. Si tenemos una actitud de reverente observación, sin llegar a caer en el panteísmo, una hoja puede hablarnos del orden y la variedad, así como de la complejidad y la simetría.
Además de la naturaleza, podemos observar las relaciones que existen entre los seres humanos, cuántas de nuestras palabras tienen por objeto justificar nuestras acciones. ¿Por qué sentimos ese deseo de dejar todo en claro? Quizá el orgullo y el temor tengan mucho que ver. Puede observar esto en todos los que se ganan la vida hablando: Vendedores, pastores, escritores, profesores, políticos, etc. Muchas veces nos recuerdan a uno de los hombres que subió a orar y decía: “Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres…”[26].
Esté atento a las relaciones cotidianas en todo lugar a donde vaya: En el hogar, trabajo, escuela, etc. Note las cosas que dominan a las personas. Pero recuerde: ¡Usted no es juez de nadie! Esto es solo un ejercicio de observación. Al hacer todo esto, no estamos tratando de llegar a ser sicólogos o sociólogos aficionados. Estudiamos estos asuntos con un espíritu de humildad y con el reconocimiento de que necesitamos una gran dosis de gracia.
Haríamos bien en estudiar las instituciones y las culturas y las fuerzas que les dan forma. También debiéramos reflexionar en los eventos de nuestro tiempo y notar qué es lo que nuestra cultura considera un “gran evento”, y qué es lo que no considera como tal. Eche una mirada a los sistemas de valores de una cultura: No a lo qué las personas dicen que son, sino a lo que realmente son. Y una de las maneras más claras de ver los valores de la cultura consiste en observar los comerciales de televisión. Pregunte: ¿Cuáles son las ventajas y desventajas de nuestra sociedad tecnológica? ¿Qué efecto ha producido la industria de alimentos de preparación rápida en la tradición familiar de reunirse a la hora de comer? ¿Por qué en nuestra cultura nos parece difícil apartar tiempo para desarrollar las relaciones? ¿El individualismo occidental es valioso o destructivo? ¿Qué de nuestra cultura está de acuerdo con el evangelio y qué no?
Una de las funciones más importantes de los cristianos de nuestro día es la capacidad para percibir las consecuencias de diversos inventos y de otras fuerzas de nuestra cultura, y hacer juicios de valor sobre ellos.
El estudio produce regocijo. Quizá nos parecerá un trabajo duro al principio. Pero cuanto más sea nuestro aprovechamiento, mayor será nuestro gozo.
4. La Disciplina del Ayuno.
En una cultura en donde el paisaje está salpicado de altares a los arcos de oro de McDonald's y a cierta clase de templos de Pizza Hut, el ayuno parece estar fuera de lugar, fuera de moda. De hecho, el ayuno ha sido materia de controversia tanto dentro como fuera de la Iglesia durante muchos años.
¿Qué explicaría este rechazo casi total de un tema que se menciona tantas veces en la Biblia y fue tan ardientemente practicado por los cristianos a través de los siglos? Hay dos cosas:
a. El ayuno consiguió mala reputación como resultado de las excesivas prácticas ascéticas de la Edad Media. Con el declive de la realidad interna de la fe cristiana, se desarrolló una creciente tendencia a hacer énfasis solo en lo que quedaba: La forma externa. Y cada vez que hay una forma desprovista de poder espiritual, la ley ocupa el puesto, ya que la ley siempre tiene consigo un sentido de poder manipulador. De ahí que el ayuno fuera sometido a los más rígidos reglamentos y practicado con extrema mortificación y flagelación. La cultura moderna ha reaccionado vigorosamente contra esos excesos y ha tendido a confundir el ayuno con la mortificación.
b. El ayuno pasó por épocas difíciles el siglo XIX. La constante propaganda que nos insiste sobre la alimentación hoy, nos ha convencido de que si no tomamos las debidas comidas al día y aun más, estamos al borde de morir de hambre. Esto, unido a la creencia de que satisfacer todo apetito humano es algo positivo, ha hecho que el ayuno parezca obsoleto. A cualquiera que intente en serio ayunar, se lo bombardea con objeciones. Aunque el cuerpo humano solo puede sobrevivir un corto tiempo sin aire o agua, puede permanecer durante muchos días, generalmente cerca de cuarenta, antes que comience el síndrome clínico del hambre, si es una persona saludable, aunque no estamos sugiriendo que se hagan ayunos muy largos.
No vamos a caer en el juego de algunos grupos religiosos que tratan el ayuno como un súper poder, pero no vamos a negar tampoco que el ayuno puede producir efectos físicos beneficiosos, cuando se practica en forma correcta.
La Biblia dice mucho acerca del ayuno. Haríamos bien en echar de nuevo una mirada a esta antigua disciplina. La lista de los personajes bíblicos que ayunaron llega a ser un informe sobre “Quién es quién” en la Escritura: Moisés, el legislador; David, el rey; Elías, el profeta; Ester, la reina; Daniel, el vidente; Ana, la profetisa; Pablo, el apóstol; Jesucristo, el Hijo encarnado. Muchos de los grandes cristianos a través de la historia de la iglesia ayunaron y dieron testimonio del valor del ayuno; entre ellos podemos mencionar a Martín Lutero, Juan Calvino, Juan Knox, John Wesley, Jonatán Edwards, David Brainerd, Charles Finney y el pastor Hsi, de China.
El ayuno no es una disciplina exclusivamente cristiana; todas las religiones principales del mundo reconocen su mérito. Zoroastro practicó el ayuno, también Confucio, los Yogis de la India, Platón, Sócrates y Aristóteles ayunaron. Hasta Hipócrates, el padre de la medicina moderna, creyó en el ayuno. Ahora bien, el hecho de que todos estos individuos, dentro y fuera de la Escritura, tuvieran el ayuno en alta estima no hace que sea bueno, ni siquiera deseable; pero debiera obligarnos a hacer una pausa suficiente para estar dispuestos a reevaluar las suposiciones populares de nuestro día con respecto a la disciplina del ayuno.
c. El ayuno en la Biblia.
En toda la Biblia, el ayuno se refiere a abstenerse de alimentos con propósitos espirituales. Se distingue de la huelga de hambre, cuyo propósito es el de lograr el poder político o el de atraer la atención hacia una buena causa. También se distingue de la dieta para la salud, que se hace con propósitos físicos y no espirituales.
A causa de la secularización de la sociedad moderna, el “ayuno”, en caso de que se haga alguno, está motivado por la vanidad o por el deseo de poder. Este no es el propósito del ayuno del que habla la Biblia. El ayuno bíblico siempre se centra en propósitos espirituales.
Según la Escritura, la manera normal de ayunar consistía en abstenerse de toda clase de alimento, sólido y líquido, pero no de agua. En el ayuno de cuarenta días que hizo Jesús, se nos dice que “no comió nada”, y que al final del ayuno “tuvo hambre”, y que Satanás lo tentó a comer y en la tentación indicó la abstención del alimento, pero no del agua[27]. Desde el punto de vista físico, esto es lo que generalmente implica el ayuno.
Algunas veces se describe lo que pudiéramos considerar como un ayuno parcial; es decir, hay restricción de la dieta, pero no abstención total. Aunque Daniel parece que tenía la costumbre de ayunar normalmente, se menciona una ocasión en que, durante tres semanas no comió manjares ni carne, ni vino y aun tampoco usó aceite para ungirse, según la costumbre oriental con la que se protegen la piel del sol y el calor[28]. No dice la razón por la cual se apartó de su práctica normal de ayunar. Tal vez sus tareas de gobierno se lo impedían.
Hay también varios ejemplos en la Biblia de lo que correctamente se ha llamado un “ayuno absoluto”, es decir, una abstención total tanto de alimento así como de agua. Parece haber sido una medida desesperada para hacer frente a una emergencia: Ester, al saber que a ella y a su pueblo les esperaba la ejecución, le dio las siguientes instrucciones a Mardoqueo: “Vé y reúne a todos los judíos…, y ayunad por mí, y no comáis ni bebáis en tres días, noche y día; yo también con mis doncellas ayunaré igualmente…”[29].
Pablo, después de su encuentro con Cristo, se dedicó a un ayuno absoluto de tres días[30]. Puesto que el cuerpo humano no puede permanecer sin agua por más de tres días, tanto Moisés como Elías se empeñaron en ayunos que deben considerarse sobrenaturales de cuarenta días[31]. Tiene que destacarse que el ayuno absoluto fue excepcional.
En la mayoría de los casos, el ayuno es un asunto privado entre el individuo y Dios. Hay, sin embargo, ocasiones en que hubo ayunos de grupo o públicos. El único ayuno público anual que exigía la Ley de Moisés era el del día de la expiación[32]. Ese debía ser el día del calendario judío en que el pueblo debía entristecerse y afligirse como expiación por sus pecados. Gradualmente se agregaron otros días de ayuno hasta que llegó el día en que había más de veinte.
Además, se convocaba a ayunos en tiempos en que había emergencias de grupos o a nivel nacional. “Tocad trompeta en Sión, proclamad ayuno, convocad asamblea”[33]. Cuando Judá fue invadido, el rey Josafat convocó a la nación al ayuno[34]. En respuesta a la predicación de Jonás, toda la ciudad de Nínive, incluso los animales, involuntariamente, ayunó. Antes de regresar Esdras a Jerusalén, hizo que los exiliados ayunaran y oraran por la seguridad en el viaje por un camino infestado de bandidos[35].
El ayuno en grupo puede ser algo maravilloso y poderoso siempre que haya un pueblo preparado que esté unánime en estos asuntos. La Iglesia u otros grupos que tengan problemas serios, pudieran resolverlos sustancialmente por medio de un grupo unificado en oración y ayuno. Cuando un número suficiente de personas entienden correctamente lo que implican la oración y el ayuno, un llamado nacional a orar y a ayunar pudiera también dar resultados beneficiosos. En 1756, el rey de Inglaterra convocó a un solemne día de oración y ayuno por causa de que los franceses amenazaban con una invasión. John Wesley registró en su diario el 6 de febrero: “El día de ayuno fue un día glorioso, como raras veces lo ha visto Londres desde la restauración. Todas las iglesias de la ciudad estaban más que llenas, y en los rostros había una solemne seriedad. Ciertamente Dios oye la oración, y habrá aún una prolongación de nuestra tranquilidad”. En una nota marginal él escribió: “La humildad se tornó en regocijo nacional, pues la amenaza de invasión por parte de los franceses fue desviada”.
A través de la historia también se desarrollaron lo que pudiera llamarse ayunos regulares. En el tiempo de Zacarías, se habían desarrollado cuatro ayunos regulares[36]. La jactancia del fariseo, en la parábola de Jesús, evidentemente indica la práctica de su tiempo: “…ayuno dos veces a la semana”[37]. La Didaché instaba a observar dos ayunos semanales: Uno el miércoles y otro el viernes. En el Segundo Concilio de Orleáns, en el siglo VI, se estableció obligatorio el ayuno regular. John Wesley trató de revivir la enseñanza de la Didaché e instó a los primeros metodistas a ayunar los miércoles y los viernes. Él tenía un sentimiento tan fuerte sobre esta materia que, de hecho, se negaba a ordenar para el ministerio metodista a cualquiera que no observara estos dos días de ayuno. El ayuno regular o semanal ha producido tan profundo efecto en la vida de algunos, que ellos han tratado de hallar alguna base bíblica para poderlo promover insistentemente entre todos los cristianos. La investigación ha sido en vano. Simplemente, no hay normas bíblicas que establezcan el ayuno regular.
Nuestra libertad en el evangelio, sin embargo, no significa libertinaje, sino oportunidad. Puesto que no hay leyes que nos obliguen, estamos libres para ayunar cualquier día. Para el apóstol Pablo, la libertad significó que se dedicó a “muchos ayunos”[38]. Siempre debemos tener en mente el consejo apostólico: “…no uséis la libertad como ocasión para la carne…”[39].
d. ¿Es el ayuno un mandamiento?
Son muchos los que viven preocupados por saber si hay obligación bíblica para que los cristianos practiquen el ayuno. También son muchas y variadas las respuestas. Thomas Cartwriht en 1580 trató de defender la tesis afirmativa basándose en Mateo 6.16, en donde se deja entrever que una de las costumbres del pueblo era ayunar, aunque necesitaba una instrucción correcta. Pero también debemos comprender que esas palabras de Jesús no constituyen un mandamiento. Jesús estaba instruyendo apropiadamente lo que se debía hacer en una práctica común de su tiempo. No dijo si esta práctica debía estar presente para siempre.
En otra ocasión, los discípulos de Juan se sentían admirados de que ellos debían ayunar, mientras que los de Jesús no. La respuesta de Jesús es clara: “¿Acaso pueden los que están de bodas tener luto entre tanto que el esposo está con ellos? Pero vendrán días cuando el esposo les será quitado, y entonces ayunarán”[40]. Quizá esta es la declaración más importante que se halla en el Nuevo Testamento sobre si los cristianos deben ayunar hoy día. Con la venida de Jesús había llegado un nuevo día. El reino de Dios había llegado a estar entre los discípulos. El Esposo estaba en medio de ellos; era un tiempo para alegrarse y no para ayunar. Sin embargo, llegaría un tiempo en que sus discípulos ayunarían, aunque no de acuerdo con el legalismo del antiguo orden.
Lo más natural es interpretar que los días en que los discípulos de Jesús ayunarían corresponden a la era de la Iglesia, en vista de la íntima relación que esto tiene con la declaración de Jesús sobre los días del Reino de Dios, la cual viene inmediatamente[41]. Así parece que lo entendieron los mismos discípulos porque fue en ese momento en que ayunaron[42].
No hay manera de escapar de la fuerza que Jesús imprimió a sus palabras en dicho pasaje. Dijo claramente que esperaba que sus discípulos ayunaran cuando Él se marchara. Aunque las palabras no se expresaron en forma de mandamiento, eso solo se debió a un tecnicismo semántico. De este pasaje se desprende claramente que Cristo apoyó la disciplina del ayuno, y que previó que sus seguidores ayunarían.
Tal vez sea mejor evitar el término mandamiento, puesto que en el sentido más estricto, Jesús no mandó ayunar. Pero es obvio que procedió basado en el principio de que los hijos del Reino de Dios ayunarían. Para la persona que anhela un andar más íntimo con Dios, estas declaraciones de Jesús son atractivas.
Quizá en nuestra sociedad en que se destaca la abundancia, el ayuno represente un sacrificio mayor que el dar dinero.
e. El propósito del ayuno.
Es un hecho solemne el comprender que en la primera declaración que Jesús hizo acerca del ayuno se refirió al motivo[43]. El uso de las cosas buenas para nuestros propios fines es siempre la señal de la religión falsa. ¡Qué fácil es tomar algo como el ayuno y tratar de usarlo para obligar a Dios a hacer lo que nosotros queremos! A veces se hace tanto énfasis en las bendiciones y en los beneficios del ayuno, que nos sentimos tentados a creer que con un poco de ayuno pudiéramos tener al mundo e incluso a Dios, comiendo de lo que les demos con nuestra propia mano. El ayuno tiene que centrarse perdurablemente en Dios. Tiene que ser iniciado por Dios y ser ordenado por Él. Como la profetisa Ana, necesitamos estar “sirviendo…con ayunos”[44]. Cualquier otro propósito tiene que estar subordinado a Dios. Como ocurrió con el grupo apostólico de Antioquía, los términos “ministrando” y “orando” deben decirse en el mismo lapso de respiración[45].
C. H. Spurgeon escribió: “Los tiempos oportunos de ayuno y oración que tenemos en el Tabernáculo han sido verdaderamente sublimes; las puertas del cielo nunca antes han estado tan abiertas; nunca antes nuestros corazones ha estado más cerca de la gloria central”.
En los días de Zacarías, Dios preguntó al pueblo: “Cuando ayunasteis... ¿habéis ayunado para mí?”[46]. Si nuestro ayuno no es para Dios, hemos fracasado. Los beneficios físicos, el éxito en la oración, etc., nunca deben reemplazar a Dios como centro de nuestro ayuno. El ayuno debe hacerse con los ojos puestos en el Señor y que nuestra única intención sea glorificar al Padre celestial. Es el único modo como nos salvaremos de amar la bendición más que a Quién la da.
Tan pronto como el propósito fundamental está firmemente fijado en nuestros corazones, quedamos en libertad de entender que también hay propósitos secundarios en el ayuno. Más que cualquier otra disciplina, el ayuno pone de manifiesto las cosas que nos dominan. Este es un maravilloso beneficio para el verdadero discípulo que anhela ser transformado a la imagen de Jesucristo. Nosotros cubrimos lo que tenemos adentro con alimento y otras cosas buenas, pero en el ayuno estas cosas salen a la superficie. Si el orgullo nos domina, se manifestará casi de inmediato. David dijo: “Lloré afligiendo con ayuno mi alma”[47]. Si dentro de nosotros hay ira, amargura, envidia, rivalidad, temor; estas cosas saldrán a la superficie durante el ayuno. Al principio pensaremos que nuestra ira se debe a que tenemos hambre; luego comprenderemos que tenemos ira por cuanto la disposición de la ira está dentro de nosotros. Podemos regocijarnos por saber esto por cuanto entendemos que la sanidad está a nuestra disposición por medio del poder de Cristo.
La oración nos ayuda a mantener el equilibrio en la vida. ¡Con cuánta facilidad permitimos que las cosas no esenciales tomen prioridad en nuestra vida! ¡Con qué rapidez anhelamos cosas que no necesitamos hasta que nos esclavizan! Pablo escribió: “…todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna”[48]. Nuestros anhelos y deseos humanos son como un río que tiende a desbordarse; el ayuno ayuda a mantenerlos en su propio canal. Pablo dijo: “…golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre…”[49]. De igual modo, David escribió: “Afligí con ayuno mi alma…”[50]. Esto no es ascetismo, es disciplina; y la disciplina trae libertad.
Son numerosas las personas que han escrito sobre muchos otros valores del ayuno, tales como el aumento de la eficacia en la oración de intercesión, la ayuda de Dios en las decisiones, el aumento de la concentración, la liberación de los que se hallan en esclavitud, etc. En esto, como en todas las cosas, podemos esperar que Dios recompense a los que con diligencia lo buscan.
f. La práctica del ayuno.
La gente hoy, ignora muchos de los aspectos prácticos del ayuno. Los que desean ayunar necesitan familiarizarse con esta información.
Como ocurre con todas las disciplinas, debe observarse un desarrollo progresivo; es prudente aprender primero a andar para luego correr. Comience con un ayuno parcial de 24 horas. Muchos han descubierto que el mejor lapso para hacer esto es el que transcurre entre almuerzo y almuerzo. Esto significaría que suspenderá dos comidas. El jugo de frutas frescas es excelente. Intente esto una vez por semana durante varias semanas. Al principio, quedará fascinado por los aspectos físicos de esta práctica; pero lo más importante que tiene que verificar es la actitud interna de adoración. Externamente, estará realizando los deberes regulares del día, pero internamente estará en oración y adoración, rindiendo culto y alabanza al Señor. Termine el ayuno con una comida liviana de frutas frescas y verduras y mucho regocijo interno.
Después de dos o tres semanas, ya está preparado para intentar un ayuno normal de 24 horas. En esta oportunidad, tome solo agua pura en buenas cantidades. Si el sabor del agua no le gusta, agréguele una cucharadita de jugo de limón. Probablemente sienta algunos dolores por causa del hambre, o incomodidad antes que termine su período de ayuno. Eso no es hambre real; su estómago se ha entrenado a través de años de acondicionamiento a dar señales de hambre a ciertas horas. En ciertos sentidos el estómago es como los niños malcriados. No es necesario complacerlo; lo que necesita es disciplina. Martín Lutero dijo: “…la carne estaba habituada a refunfuñar terriblemente”. No tiene que rendirse ante estos “refunfuños”. En corto tiempo pasará el hambre. Si no le pasa, tómese otro vaso de agua, y su estómago quedará satisfecho. Tiene que ser señor y no esclavo de su propio estómago. Recuerde: La idea no es aguantar hambre, ahora dedique el tiempo en que normalmente comería a la meditación y a la oración.
No es necesario decir que debe seguir el consejo de Jesús en el sentido de guardarse de llamar la atención hacia lo que está haciendo. Los únicos que deben saber que está ayunando son los que tienen que saberlo. Si llama la atención al hecho de que está ayunando, la gente se impresionará por ello y, como Jesús lo dijo, esa será su recompensa.
Después de haber logrado ayunar varias veces las 24 horas, puede pasar a un ayuno de 36 horas. Hay personas que gustan ayunar más tiempo. Si usted siente que quiere hacerlo, no se olvide primero de consultar a un médico, no sea que la bendición que puede lograrse con el ayuno, se convierta en una grave enfermedad. Ningún atleta serio se lanza a correr un maratón si antes no consulta al médico.
Es bueno saber el proceso por el cual pasa su cuerpo en el transcurso de un ayuno más prolongado. Los primeros tres días son por lo general los más difíciles en lo que se refiere a la incomodidad física y a los dolores por causa del hambre. El cuerpo comienza a librarse de las toxinas que se han acumulado a través de los años en que se ha tenido malos hábitos alimenticios. Ese proceso no es agradable. Esta es la razón por qué se forma una capa de “sarro” sobre la lengua y se produce el mal aliento. No se perturbe por esto; más bien de gracias por el mejoramiento de la salud y el bienestar que le vendrán como resultado. Durante este tiempo, puede que experimente dolores de cabeza, especialmente si está acostumbrado a tomar café o té. Esos son leves síntomas de retiro, que pasarán, aunque podrían ser muy desagradables por algún tiempo.
Hacia el cuarto día, los dolores por causa del hambre comienzan a ceder, aunque sentirá debilidad y desvanecimientos ocasionales. Estos vértigos son solo temporales y los producen los cambios repentinos de posición. Muévase más lentamente y no tendrá dificultades. La debilidad puede llegar al punto en que la tarea más simple exige un gran esfuerzo. El mejor remedio es descansar.
Hacia el sexto o sétimo día, comenzará a sentirte más fuerte y despierto. Los dolores por causa del hambre continuarán disminuyendo hasta que hacia el noveno o el décimo día, sentirá solo una irritación menor. El cuerpo habrá eliminado el volumen de toxinas y se sentirá bien. Se intensificará su capacidad de concentración y sentirá que podría continuar ayunando indefinidamente. Desde el punto de vista físico, esta es la parte del ayuno que más se disfruta.
En cualquier momento entre los 21 días y los 40, o antes, lo cual depende de cada individuo, vuelven los dolores a causa del hambre. Esta es la primera etapa del síndrome clínico del hambre e indica que el cuerpo ha agotado todas las reservas que tenía en exceso y está comenzando a recurrir al tejido vivo. Es tiempo de terminar el ayuno.
La pérdida de peso durante el ayuno varía grandemente según el individuo. Es normal perder al principio un kilogramo por día, lo cual va reduciéndose a medida que avanza el ayuno hasta llegar a medio kilogramo diario. Durante el ayuno sentirá más frío, simplemente por el hecho de que el metabolismo del cuerpo no produce la acostumbrada cantidad de calor. Si uno tiene el cuidado de permanecer abrigado, esto no causa dificultad alguna.
Es obvio que algunas personas definitivamente no deben ayunar. Los diabéticos, las mujeres embarazadas, quien padece de úlceras gástricas o gastritis y los pacientes del corazón no deben ayunar. Insistimos, antes de iniciar un ayuno, es mejor consultar al médico.
Antes de comenzar un ayuno prolongado, algunos se sienten tentados a ingerir una buena comida para “almacenar”. Eso es incorrecto. De hecho, es mejor comer algo más liviano que lo normal durante uno o dos días antes de comenzar el ayuno. Sería un buen consejo abstenerse de tomar té o café durante tres o cuatro días antes de iniciar un ayuno prolongado. Si la última comida que queda en el estómago es de frutas frescas y verduras, no debe tener ninguna dificultad con el estreñimiento.
La primera comida después de un ayuno prolongado debe ser jugo de frutas o verduras. Al principio se deben tomar pequeñas cantidades. Recuerde que el estómago se ha contraído considerablemente y que todo el sistema digestivo ha entrado en cierta clase de hibernación. El segundo día, después de haber terminado el ayuno, debe comer frutas y yogurt. Luego puede comer ensaladas frescas y vegetales cocidos. Evite en la ensalada todos los aderezos y todo lo que tenga grasa o almidón. Debe tenerse un extremo cuidado de no comer mucho. En este tiempo es bueno pensar en la dieta futura y en los hábitos de comer, para ver si debe ser más disciplinado y tener dominio de su apetito.
Aunque los aspectos físicos del ayuno nos intrigan, nunca debemos olvidar que el principal propósito del ayuno bíblico está en el área del espíritu. Lo que ocurre espiritualmente tiene consecuencias mucho más importantes que lo que sucede corporalmente. Estará en una batalla espiritual para la cual necesitará todas las armas que nos habla Efesios 6. Uno de los períodos espiritualmente más críticos ocurre cuando acaba el ayuno físico; es cuando nos viene la tendencia natural de relajarnos. Pero no piense que todo ayuno es una fuerte lucha espiritual. También hay “…justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo”[51].
El ayuno puede traer bendiciones en la vida espiritual que nunca pudieran obtenerse de ninguna otra manera. Es un medio de la gracia de Dios y una bendición que no debiera descuidarse por más tiempo. No solo por conocimiento es que el Pueblo de Dios ha sido dirigido al ayuno en toda la historia como un medio, sino que ha sido enseñado sobre esto por el mismo Dios, mediante revelaciones claras y expresas de Su Voluntad. Ahora bien, cualquiera que haya sido las razones que movieron a los de tiempos atrás para el ardiente y constante cumplimiento de este deber, esas razones deben ser de igual valor para estimularnos a nosotros hoy.
B. Las Disciplinas Externas.
1. La Disciplina de la Sencillez.
El diccionario define la sencillez como lo que carece de ostentación y adornos. Por otra parte, uno de los antónimos de la sencillez, es la soberbia u orgullo. Y es que la sencillez es libertad, mientras que el orgullo es esclavitud; la sencillez nos trae gozo y equilibrio, mientras que el orgullo nos trae temor. Salomón escribió: “Cuando vino la soberbia, vino también la deshonra; mas con los humildes es la sabiduría”[52].
La disciplina cristiana de la sencillez es una realidad interna que da como resultado de un estilo de vida externo. No podemos tratar de engañarnos pensando en que podemos ser sencillos y humildes, cuando pasamos la vida henchidos de orgullo. Solo un hombre tonto puede decir: “Estoy orgulloso de mi humildad”.
Si tratamos de arreglar el exterior de nuestra vida, sin que nuestra realidad interna haya cambiado, estaremos en la vía hacia el legalismo mortal. La sencillez comienza en lo más profundo de nuestro corazón. Cuando experimentamos la realidad interna de la sencillez, nuestro exterior se verá liberado. Se acabará aquel deseo de ser el centro del universo, no necesitaremos de la extravagancia y pompa del mundo para saber que somos importantes, ya que sabremos que somos importantes para Dios y Él es lo más importante. Las cosas materiales no nos van a atar y si se nos llevara a un desierto donde no hay comodidades, seríamos felices.
La cultura occidental moderna es una de adquisiciones y gastos superficiales. No valemos por lo que somos sino por lo que tenemos. El hombre moderno está fracturado y fragmentado internamente. Cuando salimos para la Iglesia, no podemos alabar libremente porque estamos preocupados por las posesiones que dejamos solas en nuestra casa. Estamos atrapados en un laberinto de compromisos que compiten entre sí. Vivimos atormentados por el qué dirán y nos convertimos en sicóticos consumistas, anhelando cosas que no necesitamos y que aun no tenemos tiempo para disfrutar. Compramos cosas para impresionar a personas a las que en nuestro interior odiamos y como queremos que ardan de envidia, se las paseamos por la cara. Vivimos de acuerdo a la moda y desechamos en la basura cosas que hace solo unos días compramos porque ya son “obsoletas”. Nos sentimos avergonzados de nuestra ropa si ya no se encuentra en los aparadores de las tiendas y si podemos cambiaremos nuestro auto del año pasado por el de este, aunque casi tenemos que alquilar un globo cada vez que tenemos que pagar las cuotas en el banco porque nuestras deudas están por las nubes. Los medios de comunicación nos han convencido de que si no estamos con la moda, no vivimos de acuerdo a la realidad.
Ya es hora que los cristianos despertemos de el embrujo de la sociedad moderna y enferma. Si no comprendemos que una sociedad que a lo bueno llaman malo y a lo malo bueno está trastornada, estaremos tan trastornados como ella y no podremos desear la sencillez cristiana.
Este mundo psicótico nos dice que la heroína es la muchacha pobre de campo que llega a la ciudad y se casa con el hijo de la familia a la que llegó a servir y así se convierte ella en una gran dama, mientras deja en el olvido a hombres ricos que renunciaron a los placeres materiales para servir al prójimo. A la codicia se le llama “ambición”. A la avaricia, “prudencia” o “industria”. Se ha llegado a creer que el estilo de vida superficial es un mejoramiento de la sociedad. Al abrir el diario y ver la programación de la televisión, podemos contar por lo menos cinco o seis programas que dedican tiempo y dinero a investigar las intimidades del mundillo farandulero. El que una “actriz” que salió en una película de segunda categoría por cinco segundos llegue a casarse en una de las playas de nuestro país, es motivo para que se pase la “noticia” en tres de los telenoticieros en todas sus ediciones.
La cultura contraproducente en la que vivimos es un reflejo de los peores rasgos de la antigua sociedad enferma. La revolución no es legalizar el uso de las drogas o el aborto o las bodas entre homosexuales, sino que son parte de la perversión del antiguo orden y una expresión de muerte.
La sencillez cristiana nos impulsa a que nos opongamos a la psicosis reinante. Los cristianos debemos ser osados y debemos aprender a decir ¡no! a todas las expresiones de muerte de la sociedad moderna. La disciplina de la sencillez cristiana no es un sueño perdido o utópico, sino es más bien una visión recurrente a través de la historia que puede ser recapturada hoy mismo.
a. La Biblia y la sencillez.
Para poder recapturar la disciplina de la sencillez cristiana, debemos destruir la idea de que la Biblia es anticuada y no sirve para responder a asuntos importantes como la economía. A menudo se cree que nuestra respuesta a la riqueza es un asunto individual. Se dice que esto es un asunto de interpretación privada y en algunos grupos religiosos se enseña que solo los exitosos en asuntos económicos son los verdaderos cristianos. La Biblia no enseña nada de esto. La Biblia desafía todos los conceptos de la economía de la sociedad consumista moderna. En el Antiguo Testamento se niega el concepto de la propiedad privada. La tierra pertenece a Dios y por ello nadie podía poseerla a perpetuidad y por ello en el año del jubileo, todos los que habían comprado un terreno, debían devolverlo a quien se lo vendió. ¿No es interesante que Toro Sentado, el jefe indígena norteamericano pensara lo mismo sin haber leído jamás la Biblia?
Si Israel hubiera cumplido fielmente con el año del jubileo, nunca hubiera habido pobreza en esa nación y no serían los israelitas los que controlaran la economía mundial el día de hoy.
La Biblia condena el apego a las riquezas. “Si se aumentan las riquezas, no pongáis el corazón en ellas”[53]. El décimo mandamiento de la Ley se dirige contra la codicia, ese apasionado deseo de tener, que conduce al robo, asesinato y opresión. Jesús mismo condenó a “mammón”, el término arameo que se traduce como “riqueza”. También dijo: “Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o se allegará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas”[54]. Jesús manifestó que para un rico era más difícil entrar al Reino de Dios y les advirtió que ya habían recibido el consuelo que querían[55]. Él vio las garras de la riqueza alrededor del cuello de quien las posee y manifestó: “…donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”[56]; por ello pidió a sus discípulos que no se hicieran tesoros en la tierra[57]. Él no está diciendo que un cristiano no puede tener riquezas, sino que su confianza no debe estar en esas riquezas.
Jesús habló sobre la cuestión de la economía más que de cualquier otro asunto social. Si nuestro Señor hizo énfasis en los peligros espirituales de la riqueza, en una sociedad tan sencilla coma la del siglo I, cuánto más nosotros que vivimos en una sociedad sumamente rica debiéramos tener en serio la cuestión económica.
Pablo también se ocupo en este sentido. “Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición”[58]. El obispo debe ser “no avaro”[59]. Los diáconos no deben ser “codiciosos de ganancias deshonestas”[60]. El escritor de Hebreos dijo: “Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré”[61]. Santiago echó la culpa de las muertes y de las guerras a la pasión por tener posesiones: “Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis…”[62]. Pablo llamó a la avaricia “idolatría”, y ordenó a la iglesia de Corinto que ejerciera una severa disciplina contra cualquier avaro[63]. Él enumeró la avaricia junto con el adulterio y el robo y declaró que los que viven en esas cosas no heredarán el Reino de Dios. Aconsejó, además, que los ricos no confíen en sus riquezas, sino en Dios, y a que compartan generosamente sus riquezas con los demás[64].
Pero de nuevo aclaramos que no es que Dios quiere que los cristianos vivamos en la pobreza. Toda la creación es buena y fue hecha para que la disfrutáramos, pero los ascéticos enseñan que lo material es malo y por lo tanto solo hay que ocuparse en lo espiritual. El ascetismo y la sencillez se oponen entre sí. No se deje engañar: Una persona no es sencilla porque sea pobre. Hay pobres que enorgullecen de su condición y jamás salen de ella, porque creen que el mundo les debe. El ascetismo renuncia a las posesiones, la sencillez pone a las posesiones en perspectiva. El ascetismo no puede ver las bendiciones de Dios para sus hijos, la sencillez se regocija tanto en la estrechez como en la abundancia[65]. La sencillez es lo único que puede reorientar suficientemente nuestra vida, de tal modo que disfrutemos genuinamente de nuestras posesiones sin destruirnos. Sin la sencillez, las riquezas nos posesionarán o caeremos en el ascetismo legalista anticristiano. Los dos conducen a la idolatría, uno a las riquezas y el otro al “orgullo de ser humildes”.
b. Apoyados correctamente.
Arquímedes dijo: “Denme un punto de apoyo y moveré la tierra”. Esto es necesario también en cualquier disciplina, especialmente en la de la sencillez, ya que ella es la más visible y expuesta a la corrupción.
La mayoría de los cristianos no nos ocupamos de la sencillez y pasamos por alto lo que Jesús enseñó sobre ella porque desafía los intereses de nuestra vida, además que nos libera de tentaciones hacia el legalismo. Si no tomamos en cuenta la sencillez, no hay problema en la ropa que usamos o en las cosas que hacemos, porque estamos viviendo de acuerdo a la corriente del mundo.
Jesús enseñó: “No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta, ¿no valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: No trabajan, ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, se viste así, ¿no hará más a vosotros, hombres de poca fe? No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos o qué beberemos o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe de qué tenéis necesidad de todas estas cosas. Más buscad primeramente el reino de Dios y su justicia y todas estas cosas os serán añadidas”[66].
Lo más importante para la disciplina de la sencillez consiste en buscar el Reino de los Cielos y su justicia. Para Jesús era muy importante que se mantuvieran las “primeras cosas” como primeras. Nada es más importante que el Reino de los Cielos, ni siquiera la sencillez, ya que esta podría convertirse en idolatría, cuando esta es más importante que el buscar el Reino de los Cielos.
Para poder ser ciudadanos del Reino de los Cielos necesitamos ser libres de los afanes, incluso el afán por vivir sencillamente; y esta libertad se caracteriza por tres actitudes internas:
1) Aceptar que lo que tenemos es un don de Dios. Él está al cuidado de nosotros y nos da lo que necesitamos, por lo que no es correcto que nos apeguemos a las cosas que Él da de acuerdo a Su misericordia. Es cierto, trabajamos para adquirir nuestras finanzas, pero si Dios no nos da salud, perderemos la oportunidad de trabajar. No tenemos trabajo porque somos muy capaces, sino por la gracia de Dios. El aire, el sol y el agua son bendiciones de parte de Dios.
2) Aceptar que el cuidado de lo que tenemos es asunto de Dios y no nuestro. Dios protege lo que tenemos. Podemos confiar en Él. Esto no significa que usted va a dejar las llaves de su auto en la ignición o que la puerta de la casa puede quedarse abierta cuando toda la familia sale o que dejaremos de pagar el seguro contra incendios. Pero estamos conscientes que no es la cerradura o las rejas de la ventana lo que está protegiendo nuestro hogar. El sentido común nos dice que debemos ser precavidos, pero eso no quiere decir que debemos estar afanados. No existe una precaución a prueba de ladrones, ellos entran a robar incluso a los bancos que están súper protegidos. Estas cosas no solo se limitan a las posesiones, sino que incluye nuestra reputación y el empleo.
3) Las bendiciones que Dios nos da deben estar a disposición de los demás. Lutero dijo: “Si nuestros bienes no están a disposición de la comunidad, son bienes robados”. El temor al futuro hace que temamos a esta frase, pero si aprendemos a creer lo que nos dice la Escritura, el temor no va a gobernarnos.
c. La sencillez manifestada externamente.
La sencillez no puede limitarse a lo interno. Si algo interno no tiene una manifestación externa, es falso. Claro, se corre el riesgo de que cuando aplicamos la sencillez a lo externo, estamos expuestos a caer en el legalismo. Pero es un riesgo que hay que correr.
Vamos a enumerar diez principios que controlan la manifestación externa de la sencillez; pero no los consideremos como leyes, sino como un intento por incorporar el significado de la sencillez en la vida del siglo XXI:
1) Compre cosas por la utilidad y no por el nivel social que van a manifestar. No piense cómo va a impresionar a los demás. Si usted tiene una familia de cuatro, ¿para qué necesita una casa de diez dormitorios? ¿Para qué pagar cierta cantidad de dinero por unos tenis de marca si puede comprar por menos de la mitad otros de una marca no tan conocida? No se deje guiar por lo que dicen las revistas de modas. Los artículos que ahí se escriben son pagados por los dueños de las industrias que los fabrican, a quienes les interesa solamente que usted compre, aunque no lo necesite. No impresione a las personas con lo que tiene, sino con la manera en que vive.
2) Rechace cualquier cosa que le produzca vicio. Aprenda a distinguir entre una necesidad y una adicción. Elimine las bebidas gaseosas ya que están cargadas de azúcar, el cual es disimulado con el gas, así como cualquier otra que lo aprisione. Si no puede vivir con el televisor apagado, es mejor desecharlo. Si el dinero es su vicio, comience a ayudar a los necesitados y viva con lo necesario.
3) Regale cosas. El dar produce gozo. Hay personas que tienen su ropero lleno y cuando pasa un mendigo pidiendo ayuda, le dicen que no tienen nada que dar. Cuando tenga la oportunidad, invite a un indigente a almorzar en un restaurante. Nunca va a olvidar el gesto de admiración y agradecimiento que recibirá de esa persona. Deje de acumular cosas en su casa; dentro de un tiempo le serán estorbosas y verá que están dañadas por falta de uso, así que tendrá que tirarlas a la basura, mejor regálelas antes.
4) No crea en todos los comerciales que ve en la televisión. Lo que se inventó para ahorrar tiempo, casi nunca lo logra. La mayoría de estos aparatos son de poca vida productiva. Hoy existe una plaga en la industria de fabricar cuerpos esbeltos y musculosos. Todos los días se anuncian muchos artículos para hacer perder peso que van desde pastillas hasta aparatos complicadísimos y caros, y ¡el nuevo hace todo lo que hacían los demás, pero mejor! Las niñas son bombardeadas con “nuevas muñecas”, la que se sienta, la que llora, la enfermera, la maestra, la que va a la playa, etc.; y si usted le quita la ropa a todas, ¡verá que son la misma! ¿Ha visto usted que el 25 de Diciembre en toda casa donde hay niños se escuchan sirenas y pitoretas de los autos de juguete, pero que para el 1 de Enero todas se han apagado? Déle a sus niños juguetes educativos. Si pusiéramos algo de esfuerzo en tratar de conservar el medio ambiente, dejaríamos de comprar tantas cosas para el hogar: Microondas, ollas arroceras, freidoras, calentadores, enfriadores, saca polvo, purificadores, etc. ¿Sabe diferente el hielo porque un cubito es sacado de una vieja refrigeradora y el otro sale de una nueva con “ice maker”?
5) Aprenda a disfrutar de las cosas sin poseerlas. Nuestra cultura, que por lo general nos han inyectado por la televisión, nos dice que debemos tratar de ser los dueños del mundo, pero ¿qué nos llevaremos cuando muramos? Usted puede disfrutar de la playa sin necesidad de comprarla, o de un atardecer, o del viento fresco.
6) Aprecie más la creación. Acérquese a la tierra. Deje a un lado su automóvil y camine. Escuche el canto de las aves, disfrute del olor de la tierra cuando llueve. Admire la gama de colores que hay en la naturaleza, recuerde que “de Adonay es la tierra y su plenitud”[67].
7) Procure no comprar al crédito. En la Biblia, el hecho de la usura es considerado una explotación inhumana y una negación del cristianismo. Es cierto que hay artículos que es muy difícil comprar al contado, como una casa o un vehículo, pero ¿para qué se va a meter en una deuda por comprar un televisor? ¿Por qué no guarda mejor algo de dinero cada quincena y compra lo que quiere cuando ya tenga lo suficiente? Le aseguro que le saldrá más barato y le librará de muchos pesares. Si usa una tarjeta de crédito, úsela sabiamente, puede pagar con su salario quincenal la deuda de la tarjeta y comprar con ella, eso le generará puntos o premios y no le cobrarán intereses.
8) Procure hablar de forma sencilla. Jesús dijo: “Pero sea vuestro hablar sí, sí, o no, no; porque lo que es más que esto, del mal procede”[68]. Si se comprometió a hacer algo, hágalo. No use elogios para su jefe o patrón. A nadie le caen bien los lisonjeros. No utilice vocabulario de doble sentido ni vulgar. No porque la mayoría lo dice o aun, porque una palabra aparece el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, es correcta.
9) Nunca oprima a los demás. No hagamos con nuestros hechos que otros se empobrezcan ni permitamos que otros hagan los trabajos que son de nuestra responsabilidad. Hay padres que están deseando que sus hijos crezcan para mandarlos a trabajar y que los mantengan. Los hijos no tienen obligación de mantener a sus padres a no ser que estén muy viejos y enfermos. Los prejuicios raciales y sexuales jamás deben estar en la mente de un cristiano. Una persona no es más o menos porque su piel es más clara u oscura o porque haya nacido en tal o cual país. Una mujer que desempeña un trabajo similar al de un hombre, debe recibir igual salario.
10) Evite cualquier cosa que lo distraiga de su meta principal. No se involucre en los negocios del mundo. No trabaje horas extra cuando debía estar en la reunión de la Iglesia. No ponga en primer lugar las “grandes responsabilidades” de la vida sobre las responsabilidades con Dios, la familia y la iglesia. Recordemos que Jesús nos exhorta: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia…”
2. La Disciplina del Retiro.
La mayoría de los seres humanos fuimos criados con la idea de que siempre debemos estar acompañados. Creemos que cuando una persona no está acompañada, no “está en ambiente”. Hemos llegado a considerar que un anciano solo en el asilo, está sufriendo, aunque no vamos a decir que es bueno dejarlos abandonados.
Como estamos tan deseosos de estar acompañados, dejamos que el ruido y las multitudes nos absorban. Queremos estar enterados de las novedades y que nuestro vocabulario sea igual al de nuestros contemporáneos. Debemos estar a la moda. Debemos andar con radios que nos dicen que no estamos solos, condenados al silencio.
Aunque hay momentos en que es bueno estar con otros, como cuando nos reunimos en la Iglesia; no siempre debemos estar acompañados. Debemos aprender a cultivar el retiro y el silencio. Pero aclaremos. El retiro no es un lugar. El retiro es un estado mental. La presencia de la multitud o su ausencia, tiene muy poca relación con el retiro interno. Usted puede irse a vivir al desierto en una cueva y nunca encontrar la paz del retiro. Pero si tenemos un retiro interno, nunca nos sentiremos solos. El ruido y la confusión no van a alterar nuestro retiro.
El retiro interno también se manifestará externamente. Podemos estar a solas, no para estar retirados de la gente, sino para oír mejor a Dios. Jesús se retiró por 40 días al inicio de su ministerio (Mateo 4.1-11). Antes de escoger a los doce Enviados, pasó la noche en el desierto (Lucas 6.12). Cuando Juan el Bautista murió, Jesús “se apartó de alí en una barca a un lugar desierto y apartado…” (Mateo 14.13). Después de alimentar a la multitud, “subió al monte a orar aparte…” (Mateo 14.23). En otra ocasión, “levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba” (Marcos 1.35). Al regresar los discípulos de su misión, les dijo: “Venid vosotros aparte a un lugar desierto…” (Marcos 6.31). Y así podemos continuar buscando pasajes que hablan de los momentos en que Jesús y sus discípulos se retiraron aparte.
Necesitamos buscar la tranquilidad recreativa del retiro, si queremos estar con otras personas de manera significativa. Tenemos que buscar el compañerismo y confiar en la responsabilidad de otros, si queremos estar a solas con seguridad. Tenemos que cultivar las dos cosas si queremos vivir obedientemente.
a. El retiro y el silencio.
Estamos acostumbrados al bullicio de cada día, tanto que cuando llegamos a un lugar silencioso, nos extrañamos, pero sin silencio no hay retiro. Aunque el silencio envuelve algunas veces la ausencia de palabras, siempre envuelve el acto de oír. El solo hecho de no hablar, sin que el corazón esté oyendo a Dios, no es silencio.
Un día lleno de bullicio puede ser un día de silencio, si los ruidos se convierten para nosotros en un eco de la presencia de Dios; si las voces son mensajes de Dios. Cuando hablamos de nosotros mismos y estamos llenos de nuestro ego, dejamos el silencio. Cuando repetimos las íntimas palabras que Dios ha dejado dentro de nosotros, el silencio permanece intacto.
Tenemos que entender la relación que hay entre el retiro interno y el silencio interno. Los dos son inseparables. Todos los maestros de la vida interna hablan de los dos en el mismo sentido.
Hay un antiguo proverbio que dice: “El hombre que abre su boca, cierra sus ojos”. El propósito del silencio y del retiro es poder ver y oír. La clave del silencio no es la ausencia de ruido, sino el control de este. El hermano del Señor sabía que quien puede gobernar su lengua es perfecto[69]. Al introducirnos en la disciplina del retiro, aprendemos cuándo hablar y cuándo callar. Hay personas que se han equivocado en esto y se proponen no hablar por cierto tiempo, pero lo que están haciendo es confundiendo la disciplina con una ley. Por algo decía Tomás de Kempis: “Es más fácil estar completamente en silencio que hablar con moderación”. Y Salomón escribe que hay “tiempo de callar, y tiempo de hablar”[70].
La persona disciplinada es la que puede hacer lo que es necesario hacer cuando es necesario hacerlo. Lo que distingue al equipo campeón de baloncesto es que puede anotar los puntos cuando sea necesarios. La mayoría podemos meter la bola en el aro de vez en cuando, pero quizás no lo podamos hacer cuando sea necesario. De igual manera, la persona que se ha sometido a la disciplina del silencio puede decir lo que es necesario que se diga cuando sea necesario decirlo. “Manzana de oro con figuras de plata es la palabra dicha como conviene”[71]. Si guardamos silencio cuando debemos hablar, no estamos practicando la disciplina del silencio. Si hablamos cuando debemos callar, de nuevo estamos equivocados.
b. El sacrificio de los necios.
“…acércate más para oír que para ofrecer el sacrificio de los necios. No te des prisa con tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra delante de Dios; porque Dios está en el cielo, y tú sobre la tierra; por tanto, sean pocas tus palabras”[72]. El sacrificio de los necios es la conversación religiosa iniciada humanamente.
Cuando Jesús tomó a Pedro, Jacobo y Juan, y los llevó al monte y se transfiguró delante de ellos, aparecieron Moisés y Elías, y sostuvieron una conversación con Jesús. El texto continúa: “Entonces Pedro dijo a Jesús:…si quieres, hagamos aquí tres enramadas…”[73]. Este hecho es revelador. Nadie estaba hablando con Pedro. Él estaba ofreciendo el sacrificio de los necios.
Muchas veces no logramos permanecer en silencio y hablamos, para luego darnos cuenta de que cometimos graves errores. Hablamos porque nos sentimos indefensos. Estamos acostumbrados a confiar en que las palabras controlen a los demás. Si callamos, ¿quién tomará el control? Le aseguro que ¡Dios lo hará! Pero mientras no confiemos en Él, esto no ocurrirá. La lengua es un arma poderosa para manipular a nuestros semejantes. Mire a los políticos. Ellos, con su lengua, manipulan la mente de las personas y llevan a la mayoría a hacer lo que es un bienestar, por lo general, para la minoría. Cuando hacemos algo incorrecto, buscamos con palabras, manipular el pensamiento de los demás para que aprueben lo que hicimos. El silencio es una disciplina que hace que todo esto se detenga.
El silencio produce libertad para permitir que nuestra justificación descanse por completo en la mano de Dios. El silencio nos liberta del “espíritu de esclavitud” por medio del que muchos están sujetos a la voluntad de otros seres humanos.
La lengua es un termómetro que indica nuestra temperatura espiritual y al mismo tiempo un termostato para controlar esa temperatura. En el retiro es donde llegamos a experimentar el “silencio de Dios” y a recibir el silencio interno en nuestro corazón.
c. La tenebrosa noche del alma.
Juan de la Cruz habló de una “tenebrosa noche del alma” que es algún punto de nuestra vida, que no es malo ni bueno, sino que es como una persona enferma aceptaría una intervención quirúrgica. Esta noche de tinieblas no quiere hacernos daño, sino libertarnos, guiarnos.
Entramos en esa tenebrosa noche por un sentido de sequedad, de depresión o de perdición. Nos quita la dependencia de la vida emocional. Muchos cristianos desean vivir en paz, consuelo, gozo y júbilo, dejando ver cuán superficial es su vida espiritual. Pero cuando entramos en la noche tenebrosa, Dios nos lleva al silencio, a la calma, en donde Él se mueve y ahí es donde nos transforma.
¿Cómo podemos llegar a la noche tenebrosa? Lea la maravillosa historia de Elías, quien se encontró en un momento de gloria cuando Dios le respondió contra los profetas de Baal, pero luego, cuando tuvo que huir al desierto y se escondió de Jezabel, clamó a Dios incluso para que lo matara. Y vino un fuerte viento y luego un terremoto y después un fuego, pero Dios no estaba en estas cosas tan impresionantes. Más cuando se escuchó un silbo apacible y suave, el profeta pudo sentir la presencia de Dios y su ministerio y misión fueron restaurados[74].
3. La Disciplina de la Sumisión.
Quizá esta es la disciplina cristiana de la cual se ha abusado más a lo largo de toda la historia de la Iglesia. Por algo Engels y Marx decían que la religión es el opio de los pueblos. Son muchos los que se han aprovechado de someter a las masas con el pretexto de la religión.
Hay que tomar en cuenta que toda disciplina tiene su libertad. Si nos gusta usar la disciplina de la retórica, podemos pronunciar libremente un discurso conmovedor en el momento adecuado, pero eso no nos obliga a que siempre hablemos de esa forma. Nuestra meta es la libertad, no la disciplina.
Por sí solas, las disciplinas no valen nada. Solo tienen valor cuando las usamos como medio para ser útiles en la Obra de Dios y esto produzca libertad. La disciplina no es la respuesta, sino que nos conduce a ella.
a. Libres en la Sumisión.
Aunque parece una contradicción, podemos ser libres al estar sumisos. Se nos alienta a tratar de salirnos siempre con nuestros deseos. Somos como bebés berrinchosos que buscamos que siempre se nos ponga atención y como no siempre podemos salirnos con la nuestra, nos llenamos de “estrés” y de úlceras estomacales.
Al practicar la disciplina de la sumisión, quedamos libres para dejar todas las cosas de lado y olvidarlas. La verdad es que la mayoría de las cosas en la vida no son tan importantes. Lo que hoy parece de vida o muerte, mañana ni siquiera lo recordaremos.
En casi todas las congregaciones, en realidad en todas, se producen pleitos y divisiones. Se pelea por el color de las cortinas, la forma del cesto de las ofrendas, la velocidad de los cantos, la versión de la Biblia, el largo del cabello, el tamaño y número de las copas de la Santa Cena, si usamos vino o jugo de uvas, etc. Lo que ocurre es que nos negamos a rendir nuestra voluntad a la de los demás. Insistimos en que la marca del jugo de uvas es algo crítico y un principio sagrado. Solo la sumisión nos capacita para distinguir entre lo vital y lo superficial. Si comprendemos que no todo en la vida es fundamental, podemos vivir con moderación.
No estamos diciendo que debemos aceptar todo lo que los demás quieran imponer, sino que debemos saber distinguir entre la importancia de las cosas, en si hay un mandato directo en las Escrituras o más bien quedamos en libertad para escoger como hacer o usar las cosas. Por ejemplo: La Biblia no dice si el jugo de uva de la Santa Cena debe ser repartido en muchas copitas o se debe usar una sola copa, así que eso no es relevante; pero la Biblia si dice que el matrimonio debe estar compuesto por un hombre y una mujer, así que si queremos salirnos de estos límites estaríamos pecando.
Con la sumisión quedamos libres para evaluar, no juzgar, a otras personas. Sus sueños y planes se vuelven importantes para nosotros. Hemos entrado en una libertad nueva, maravillosa y gloriosa, la libertad de renunciar a nuestros propios derechos por el bien de los demás. Por primera vez podemos amar a las personas incondicionalmente. Renunciamos al derecho de que ellas nos devuelvan el amor. Ya no sentimos que tenemos que ser tratados de cierta manera. Podemos regocijarnos por el éxito de ellas. Sentimos tristeza verdadera cuando fracasan.
Al practicar la disciplina de la sumisión descubrimos que es mucho mejor servir a nuestro prójimo que lograr nuestros caprichos. Quedamos libres de la ira y la amargura porque los demás no hacen lo que decimos. Se cumple el mandato de Jesús: “Amad a vuestros enemigos…y orad por los que os ultrajan y os persiguen”[75].
b. La base bíblica.
Todo lo que hacemos los cristianos debe tener una base bíblica innegable. Para afirmar la disciplina de la sumisión, podemos usar Marcos 8.34: “Y llamando a la gente y a sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”. La verdad es que estamos más cómodos con frases como “satisfacción personal”, “nuestra realización” o “nuestros derechos”, que con “renunciar”. La negación produce en nosotros imágenes de servilismo y aborrecimiento personal. Nos vemos en una actitud de auto mortificación.
Jesús habló de auto negación sin necesidad de aborrecimiento. Negarse a uno mismo es llegar a entender que no tiene que hacerse nuestra voluntad. La felicidad no depende de lo que queremos. Negarnos no es sinónimo de perder la identidad, sino todo lo contrario, ahí la encontramos.
Auto negación no es lo mismo que desprecio. Este significa afirmar que no tenemos valor alguno, pero negarnos es declarar que somos de valor infinito. El desprecio niega lo bueno de la creación, mientras que negarnos es declarar esa bondad. Jesús dijo que debíamos amarnos a nosotros mismos para poder amar a los demás[76], y esto no contradice el negarse a uno mismo[77].
Renunciar significa la libertad para dar lugar a otros. Significa poner los intereses de los demás por encima de los propios. Nos libra de la auto compasión.
Cuando leemos las palabras de Jesús en Marcos 8.34: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”, causa un extraño sentimiento ya que no entendemos que el cristianismo consiste en negar la auto satisfacción. Salvar la vida es perderla.
c. La sumisión según Jesús.
En Occidente se ha llegado a pensar que el cristianismo es la religión de este hemisferio y se le distingue de las otras religiones, llamando a aquellas “religiones orientales”. La verdad es que el cristianismo es originario, no de Oriente, sino de Dios. Aunque los occidentales le dimos nuestro toque característico cambiando la idea de la sumisión por una de grandeza. No aceptamos que el líder es el siervo y se nos olvida que Jesús “se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”[78]. Pero él no solo murió en la cruz, sino que llevó una “vida de cruz”. Jesús vivió en sumisión a los seres humanos, siendo siervo de todos. Rechazó los títulos culturales, aunque era el Maestro, no quiso que le llamaran “Rabí”[79]. Contrario a lo acostumbrado, tomó en serio a las mujeres y dedicó tiempo a los niños. Estuvo dispuesto a lavar los pies de los discípulos y prefirió la corona de espinas que la del rey.
La vida de Jesús nos habla de la renuncia a los privilegios, de un cambio en el concepto del liderazgo. Él dijo: “Si alguno quiere ser el primero, será el postrero de todos, y el servidor de todos”[80]. La vida de cruz es la vida de la sumisión voluntaria. La vida de cruz es la vida que libremente acepta la servidumbre.
d. La sumisión según las epístolas.
El apóstol Pablo es claro en cuanto a la sumisión cuando dice: “estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo”, teniendo en mente que Jesús se despojó a sí mismo y tomó forma de siervo[81]. Pedro no se queda atrás cuando escribe: “Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas;…quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente”[82].
Esta disciplina ha sido explotada por unos. La sumisión es un tema ético que encontramos por todo el Nuevo Testamento. Es una posición obligatoria del cristiano: Hombres, mujeres, hijos, amos y esclavos, recibimos el mandato a vivir sujetos.
La única razón de la negación es que Jesús la practicó y nosotros queremos imitarlo en todo.
Las epístolas del Nuevo Testamento llaman primero a la subordinación a aquellos que, en virtud de tener determinada cultura, ya están subordinados. “Casadas, estad sujetas a vuestros maridos,…Hijos, obedeced a vuestros padres en todo,… Siervos, obedeced en todo a vuestros amos terrenales…”[83]. Lo revolucionario de esto es que se dirige a personas a quienes la cultura del primer siglo no les ofrecía ninguna clase de alternativa, como si fueran libres agentes morales. Dios les concedió responsabilidad moral a aquellos que no tenían condición legal ni moral en su cultura. Él hace que decidan aquellas personas a quienes se les prohibía tomar decisiones.
Luego, el Nuevo Testamento se vuelve al individuo culturalmente dominante de la relación, y también lo llama a la vida de cruz de Jesús. El mandato a la sujeción es para ambos: “Maridos, amad a vuestras mujeres,…Padres, no exasperéis a vuestros hijos,…Amos, haced lo que es justo y recto con vuestros siervos…”[84]. Tal vez la ilustración más perfecta de la sumisión voluntaria sea la epístola a Filemón. Onésimo, un esclavo de Filemón que se había escapado, se convirtió a Cristo. Voluntariamente iba de regreso a casa de Filemón. Pablo instó a Filemón a que recibiera a Onésimo, “no ya como esclavo, sino como más que esclavo, como hermano amado”[85]. Casi podríamos decir que de forma muy diplomática, Pablo pide a Filemón que le conceda la libertad a Onésimo, que a su vez se sometería a Filemón, y este a él[86].
Aunque no encontramos en el Nuevo Testamento un mandato o una oposición directa a la esclavitud, el mandamiento de la sumisión hace que los cristianos busquen vivir en un nuevo orden, en donde no se necesita de la esclavitud porque todos estamos sujetos a los demás.
e. ¿Hasta dónde alcanza la sumisión?
Cuando la sumisión comienza a afectar nuestra vida de tal manera que sentimos que nos está destruyendo, es cuando hemos llegado al límite de la sumisión. Algunos han querido someter a otros por la fuerza o por temor, pero eso viola la ley del amor[87].
Pedro habló de una sumisión a “toda institución humana, ya sea al rey, como a superior, ya los gobernadores…”[88]. Pero cuando el gobierno quiso prohibir a Pedro que anunciara a Cristo, él respondió: “juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído”[89]. Más adelante dijo: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres”[90]. También Pablo le dice a los romanos “Sométase toda persona a las autoridades superiores”[91], pero cuando se encontró que los gobernadores no estaban haciendo lo justo, protestó[92].
Los Enviados no estaban contradiciendo lo manifestado, sino que comprendieron que había ciertos límites en donde si se pasa, la sumisión puede ser destructiva. Pablo aconseja a las esposas que se sometan a sus maridos, pero si un esposo hace violencia contra su esposa, ¿debe ella seguir sometiéndose o acusarlo ante las autoridades? No hay pecado si lo acusa, ya que ella podría estar exponiéndose incluso a la muerte con ese hombre.
Con frecuencia es sumamente difícil definir cuáles son los límites de la sumisión. ¿Qué diremos del profesor que califica injustamente al estudiante? ¿Se somete el estudiante, o resiste? ¿Qué diremos del patrón que promueve a sus empleados basado en el favoritismo y en los intereses creados? ¿Qué hace el empleado que es despojado de su ascenso correspondiente, especialmente si este ascenso es necesario para el bien de su familia?
Estas son preguntas sumamente complicadas por el hecho de que las relaciones humanas son complicadas. Son preguntas que no exigen respuestas simplistas. No existe nada que se llame la ley de la sumisión, que cubra toda situación.
No es una evasión del asunto decir que al definir los límites de la sumisión tenemos que depender profundamente del Espíritu Santo. Que es un agudo discernidor de los pensamientos y de las intenciones del corazón, tanto en las demás personas como en nosotros.
f. Los actos de la sumisión.
La sumisión y el servicio funcionan juntos, sin embargo hay siete actos de sumisión que debemos comentar brevemente:
1) A Dios. Al iniciar nuestro día esperamos delante del Señor, rindiendo nuestro cuerpo, mente y espíritu a Sus propósitos. Pasamos el resto del día sometidos a Él, dando muestras de nuestra rendición y en la noche, antes de ir a dormir, nos entregamos de nuevo a Él.
2) A la Biblia. Al aceptar la Biblia como la Palabra de Dios, oyéndola, recibiéndola y obedeciéndola, permitimos al Espíritu Santo que fructifique en nuestra vida.
3) A la familia. Si obedecemos las benditas palabras de Filipenses 2.4: “No mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros”, nuestra familia será un remanso de paz, pudiendo compartir todas las bendiciones de Dios.
4) A los que nos rodean. Con una vida sencilla y bondadosa nos sometemos a ellos. Brindando nuestra ayuda cuando es necesario, al saludarlos sinceramente y manifestarles cortesía, compartiendo con ellos algo de las bendiciones que el Señor nos regala, etc.
5) A la Iglesia. No solo debemos reunirnos con la congregación, sino que debemos compartir con ellos en las diferentes tareas que hay que realizar, ya sea en la parte material, como lo es el arreglo del edificio, como lo es en la parte espiritual como salir a evangelizar.
6) A los quebrantados y despreciados. En toda sociedad hay “viudas y huérfanos”, personas desvalidas, indefensas[93], a quienes debemos brindar nuestra mano de amor.
7) Al mundo. La comunidad en la que nos movemos no es independiente, sino interdependiente. No podemos encerrarnos en una burbuja y olvidarnos que el resto de la gente existe. Tenemos responsabilidades con la biodiversidad. Cada cosa que daña al resto del mundo nos afecta a nosotros de forma indirecta, así que es nuestra responsabilidad atacar esas cosas dañinas de forma directa para salir beneficiados de forma indirecta.
4. La Disciplina del Servicio.
La costumbre en cuanto a reuniones especiales en la tierra de Israel en el siglo I decía que los pies debían ser lavados por el siervo más insignificante de la casa. Los discípulos ya habían discutiendo sobre quién de ellos sería el menor[94], lo que indicaba que alguno tendría que ser el menor. Quizá no nos importe tanto no ser el más importante, pero nadie quiere ser el menos importante.
Al estar reunidos para la Pascua, como nadie quería ser el menor, todos se postraron en la mesa con los pies sucios. A pesar de que todos conocían la costumbre, ninguno estaba dispuesto a discutir nada. Jesús tomó una toalla y una vasija de agua porque iba a redefinir la grandeza. Él había venido como siervo y llama a sus discípulos a una vida de servicio: “Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis”[95].
Tal vez no se nos hace tan difícil entender el llamado de Jesús acerca de dejar a los padres, la casa y las propiedades para seguirlo a Él. Pero qué complicado lo es el asunto de lavar los pies de los demás. Si nos vamos como misioneros a evangelizar a los indígenas del Amazonas queda la posibilidad, si es necesario, de morir como mártires y héroes; pero inclinarnos a lavar los pies de los hermanos es algo demasiado profano y ordinario.
En la disciplina del servicio hay también gran libertad. El servicio nos ayuda a decir “no” a los juegos de promoción y autoridad del mundo. Elimina nuestra necesidad de una “ley del más fuerte”. Los que hablan de esa “ley” se parecen a ¡las gallinas! En el gallinero hay un gran alboroto hasta que se defina quién es mayor y quién menor. Un grupo de personas no puede reunirse en paz hasta que se establezca quién manda.
No estamos diciendo que no debe haber líderes, esto es imposible. Aun entre Jesús y su grupo había un liderazgo. Pero Jesús enseña que el liderazgo no está en manos del que más levanta la voz, sino del que más hace por el bienestar del grupo, del que está dispuesto a servir[96].
a. ¿Fariseos o siervos?
Pero no debemos confundirnos, ya que hay quienes sirven de forma farisaica, es decir, los que se desgastan a sí mismos haciendo cálculos de las ganancias que le pueden resultar. El servicio farisaico se impresiona con lo grande. Se preocupa por que lo que ha hecho se anuncie a toda voz. Es como el político que en su campaña electorera llama a la prensa para que hagan un artículo de él cuando estaba recogiendo una bolsa de basura. El siervo verdadero hace lo que debe y si nadie lo vio, se siente mejor. Lo que él quiere es servir.
El servicio farisaico necesita de las cosas externas. Necesita que lo reconozcan. Se vuelve fanático de los resultados y se molesta cuando estos no son efectivos. El servicio verdadero se contenta con servir, incluso a los que lo odian, mientras que el fariseo escoge a quién servir y por ello busca hacerlo a los poderosos o delante de ellos.
El que sirve de la manera farisaica se siente motivado o no por las disposiciones de ánimo y los caprichos. Solo puede servir cuando “siente el deseo de servir”, o como dicen algunos “movido por el Espíritu”. El verdadero siervo lo hace cuando ve la necesidad. El fariseo sirve de manera temporal; el verdadero siervo hace del servicio un estilo de vida, tiene principios de servicio que hacen que ayude espontáneamente.
El fariseo es insensible, solo quiere cubrir una necesidad, aunque haga daño. Él exige la oportunidad de ayudar. El siervo de Dios sabe esperar antes de actuar.
b. El servicio y la humildad.
Cuando servimos nos llenamos de la gracia de la humildad, que es una de las virtudes que llega sin que la busquemos. Cuanto más queramos ser humildes, más lejos estaremos de la humildad. Si pensamos que somos humildes, somos orgullosos. Pero hay que hacer algo para que la humildad llegue a nosotros.
Si usted cree que la humildad le caerá un día sobre su cabeza, está equivocado. La disciplina del servicio nos conducirá a la humildad. Cuando trabajamos en el servicio a los demás, tendremos un cambio profundo en nuestro ser. Al servir, la carne se disciplina. La carne se queja cuando hay que servir, ella solo quiere el honor y el reconocimiento. Tratará de llamar la atención hacia lo que hace; pero si no le hacemos caso, la estamos crucificando y con ella el orgullo y la arrogancia. Para mantener a raya las pasiones carnales, se necesita la más estricta disciplina diaria. La carne tiene que aprender la dolorosa lección de que no tiene derechos propios. El resultado de la disciplina diaria de la carne será el surgimiento de la gracia de la humildad. Penetrará en nosotros inadvertidamente. Aunque no sintamos su presencia, estaremos conscientes de un fresco deleite y de un gozo en la vida. Es entonces cuando nos admiramos del nuevo sentido de confianza que tienen nuestras actividades. Aunque las demandas de la vida son tan grandes como siempre, vivimos con un nuevo sentido de una paz sin prisas. Aquellos a quienes una vez envidiábamos, ahora los vemos con compasión, ya que ahora vemos su dolor. Ahora son agradables.
Pero pasa algo más dentro de nosotros, estamos conscientes de un amor y gozo más profundo en Dios. Nuestro día se realizan con expresiones de alabanza y adoración. Un regocijado servicio oculto a los demás es una oración representada de acción de gracias. Pareciera que estuviéramos dirigidos por un nuevo centro de control; y en realidad lo estamos.
c. La indecisión.
Cualquier estudio serio que hagamos sobre el servicio nos invitará a la indecisión. Esta, hasta cierto punto, es buena porque calculamos el costo antes de involucrarnos en algo que debe ser de por vida. El temor se presenta porque nos da miedo de que los demás se aprovechen de nosotros y nos pisoteen.
También es importante saber diferenciar entre decidir servir y decidir ser un siervo. Cuando decidimos servir, tenemos la libertad de servir cuando queramos y a quién, tenemos la dirección. Pero cuando decidimos ser siervos, renunciamos a todos los derechos. Nadie puede aprovecharse de nosotros porque ya no tenemos voluntad. Llegamos a ser disponibles y vulnerables. No hay temor a ser pisoteados porque ahora hemos decidido aceptarlo libremente.
Todo esto es algo que nos puede sonar extraño en un mundo que nos dice que lo más importante es que a nosotros se nos sirva. La nueva teología dice que el cristiano debe estar a la cabeza, nunca en la cola; que el cristiano debe ser prosperado en todo, nunca debe ser ese personaje casi invisible. Y por supuesto, los “siervos de Dios”, los pastores, evangelistas y profetas, deben ser vistos como grandes señores, nunca como servidores de los demás.
Por eso es tan difícil pensar en que nosotros podemos dar el paso al servicio de los demás.
d. La importancia de nuestro servicio.
En veces pensamos que el servicio es una lista de cosas que hay que hacer, un código al cual seguir. Pero servir, así como adorar, es un estilo de vida. No es lo mismo hacer algunas cosas para servir a los demás, que tener una vida de servicio. Cuando necesitamos algo, buscamos al especialista en eso y él nos sirve, pero cuando acaba su trabajo, le pagamos y se va. Pero cuando servimos, nuestro trabajo nunca acaba, no podemos irnos.
El servicio, para que sea tal, tiene que formarse y configurarse en el mundo en que vivimos, por lo que necesitamos comprender la importancia de nuestro servicio. Hay varias clases de servicio:
1) El servicio oculto. Incluso los líderes públicos pueden servir en secreto a otros. El servicio que efectuamos delante de todos, tiene su recompensa. Hay que contentarse con la falta de alabanza, esto es un duro golpe a la carne. El servicio oculto no solo afectará a la persona directamente beneficiada, sino que a otros de quienes nunca sabremos nada.
2) El servicio en cosas pequeñas. Es el trabajo que hacía Dorcas. Encontramos la manera de hacer “túnicas y vestidos” para las viudas[97]. Es ayudar en cosas sencillas, como abrir una puerta, cederle nuestro asiento a un anciano en el bus, ayudarle a alguien a cargar sus compras en el supermercado, etc., lo cotidiano. Las grandes tareas requieren gran sacrificio por un momento, las tareas pequeñas requieren sacrificio constante. Hay una canción infantil de Luis Aguilé que dice: “Supermán, Supermán, si eres tan valiente, trae un trozo de pan. El héroe es mi papá, porque sale a trabajar, la heroína es mi mamá, porque me sabe a mi cuidar”.
3) Servir cuidando la reputación de otro. Es un servicio de caridad que nos mantiene lejos de la murmuración y el chisme. Aunque digamos que “no es una crítica, sino una opinión”, caemos en ese horrible pecado. Las calumnias son un cáncer que afecta a nuestra moderna sociedad.
4) Permitir que otros sirvan. Pedro se opuso al principio cuando vio a Jesús sirviendo. Esto no era humildad, sino orgullo. Cuando permitimos que otros nos sirvan, somos sumisos. Agradecemos el servicio sin estar obligados a devolverlo.
5) La cortesía. Como con las cosas pequeñas, este es un servicio que parece más extraño cada día. Una sonrisa, un “buenos días” a alguien que nos encontramos en el camino o al conductor del autobús, un “muchas gracias” al vendedor de periódicos, etc. Pablo dice que los cristianos debemos ser “amables, mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres”[98]. Las reglas de cortesía reconocen a los demás y afirman su valor. Hoy, aunque se habla de la “era de la comunicación”, es más que nunca necesario que los cristianos mostremos la cortesía con nuestros semejantes ya que cada cual está sumergido en su propio mundo y el hombre está viajando solo.
6) El servicio de la hospitalidad. Pedro nos insta: “Hospedaos los unos a los otros sin murmuraciones”[99]. Pablo hace lo mismo y establece la hospitalidad como uno de los requisitos para el oficio de obispo[100]. Nos hemos vuelto desconfiados y vivimos tras barrotes, alejándonos de los demás. La antigua idea de “casas de huéspedes” se ha vuelto obsoleta a causa de la proliferación de modernos hoteles y restaurantes; pero pudiéramos preguntarnos en serio si este cambio ha representado un progreso. Es lamentable que en ocasiones nos invitan a predicar a alguna congregación lejos de nuestro hogar y en vez de hospedarnos en la casa del pastor o de alguno de los hermanos, nos alquilan un cuarto en un hotel, o incluso, en congregaciones cercanas, en lugar de invitarnos a almorzar en la casa, se nos envía a un restaurante donde la iglesia ya ha contratado los alimentos. ¡Cómo si fuera más importante la dádiva que la comunión!
7) El servicio de escuchar. Escuchar y oír son cosas diferentes. Siempre estamos rodeados de sonidos que oímos, pero escuchar es concentrarnos en lo que oímos. Los sicólogos modernos están haciendo su “agosto” porque ya nadie quiere escuchar, aunque todos queremos que se nos escuche. Para este servicio es necesario que nos llenemos de compasión y paciencia. Quizá no tengamos las respuestas necesarias, pero en la mayoría de los casos no importa. Ponga atención en lo que hace un psicólogo: Él dice al paciente: “Hábleme con libertad”, luego de escuchar, pregunta al paciente: “¿Y por qué cree usted que ocurre eso”. Cuando el paciente responde, él pregunta: “¿Cómo puede solucionarse este problema?” Si usted presta cuidado, el paciente es en realidad el que da las soluciones ¡no el psicólogo! El hecho de oír a otros aquieta y disciplina la mente para oír a Dios. Crea una obra interna en el corazón que transforma los afectos, aun las prioridades, de la vida. Cuando nos volvemos tardos para oír a Dios, haríamos bien en oír en silencio a los demás porque quizá de esa manera volveremos a escuchar a Dios.
8) Llevar las cargas de los demás. Pablo escribe: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo”[101]. ¿Cuál “Ley de Cristo”? ¿No era que ya no estábamos bajo la “Ley”? La “Ley real” de la que habla Santiago 2.8 es la “Ley del amor”, que se cumple no cuando le decimos a los demás cuánto los amamos, sino cuando sobrellevamos sus heridas, sus sufrimientos, cuando lloramos con ellos.
9) Compartir la Palabra. Nadie puede decir que ha escuchado todo lo que Dios querías decir al hombre. Necesitamos de los demás para comprender las profundas verdades de la Palabra. El miembro más sencillo de la congregación, puede encontrarse con una verdad que tal vez nosotros no hemos visto a pesar de los muchos años de estudiar la Escritura.
Recuerde, el servicio que está motivado por la obligación, hiede a mortandad. Jesús nos llama al “ministerio de la toalla”. Tal vez usted quiera comenzar su trabajo en este ministerio con una oración para que Dios le dirija cómo y dónde debe servir.
C. Las Disciplinas Colectivas.
1. La Disciplina de la Confesión.
Dios siempre ha deseado perdonar y bendecir. Por eso utilizó la cruz como la culminación de todo el proceso redentor, confirmándolo con la resurrección. Muchas personas creen que Dios es un ser vengativo, que necesitaba que golpear a alguien por la maldad del hombre y por ello mandó a Jesús para que recibiera ese castigo.
¡Eso no es cierto! Lo que Jesús hizo en la cruz fue un acto de amor. En el Gólgota no se manifestó la ira de Dios, sino Su gran amor. Jesús absorbió todo el mal de la humanidad para poder sanarla y perdonarla. Por ello, cuando le ofrecieron hiel con vinagre, que era un calmante para el dolor, lo rechazó. Él quería estar consciente durante todo el proceso de redención. Pero no solo estaba actuando en el presente, porque como Él es Dios, vive en el eterno ahora, y de esta manera podía actuar en el pasado, presente y futuro.
La cruz no fue un momento de derrota, al contrario, Jesús estaba obteniendo la gran victoria de Dios. Él se identificó completamente con la humanidad, siendo Dios, se convirtió a sí mismo en pecado[102].
Este proceso de redención es un gran misterio escondido en el corazón de Dios. Pero sabemos que es verdadero. Lo sabemos no solo porque la Biblia lo dice, sino porque aun vemos sus efectos en muchas personas, entre las cuales estamos nosotros.
Basados en esto, podemos saber que la confesión y el perdón de los pecados son realidades que transforman. Sin la cruz, la disciplina de la confesión solo sería una terapia psicológica. Pero ella envuelve un cambio objetivo en nuestra relación con Dios y un cambio subjetivo en nosotros. Es un medio de sanidad y transformación para el espíritu. La cruz no solo nos habla de la salvación, sino que nos habla de perdón. La salvación es un proceso constante, como dice Filipenses 2.12: “…ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor".
Los cristianos necesitamos entrar en la gracia perdonadora de Dios. Esta gracia incluye la disciplina de la confesión, que ayuda al creyente a llegar a ser “un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”[103].
La confesión es una gracia y al mismo tiempo una disciplina. Si Dios no da la gracia, no podemos confesar genuinamente; pero es una disciplina porque hay cosas que tenemos que hacer.
La confesión es una disciplina colectiva porque aunque es algo individual, debe ser incluida la persona ofendida. Dice Santiago 5.16: “Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros…”
La confesión es una disciplina muy difícil para nosotros; porque consideramos que la comunidad cristiana es una confraternidad de santos, en vez de considerarla como una confraternidad de pecadores. Llegamos a pensar que todos los demás han avanzado tanto en la santidad, que estamos aislados y solos en nuestro pecado. No seríamos capaces de manifestar nuestros fracasos y faltas a los demás. Imaginamos que somos los únicos que no hemos encontrado la ruta para llegar al cielo. Por eso, nos escondemos y practicamos una vida de mentiras e hipocresía.
Pero si aceptamos que el pueblo de Dios en primer lugar es una comunidad de pecadores, quedamos en libertad para oír el llamado incondicional del amor de Dios, y para confesar abiertamente nuestra necesidad ante nuestros hermanos en Cristo. Sabemos que no estamos solos en nuestro pecado. El temor y el orgullo, que se nos pegan como garrapatas, también se pegan a los demás. Somos pecadores en conjunto. En actos de mutua confesión se pone en movimiento el poder que nos sana. No se niega nuestra humanidad, sino que es transformada.
a. Autorizados para perdonar.
Los cristianos tenemos la autoridad para recibir la confesión y perdonar. Juan 20.23 dice: “A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos”.
No nos confundamos. El pecador debe pedir perdón a la persona que ofendió, y esa persona no solo tiene la autoridad, sino el deber de perdonar al pecador arrepentido. Es una maravillosa oportunidad de abrirles la puerta a los demás para que se acerquen a la cruz. Esa es una llamada de trompeta que anuncia la libertad a los cautivos de un sistema eclesiástico confesional.
Dios nos perdona a través de la confesión privada. Por ella podemos recibir el gozo de la liberación del pecado. Pero también hay personas que además de eso, necesitan ayuda para recibir el perdón. No logran experimentar el gozo y el alivio de haber sido perdonados, se sienten confundidos y desesperados y sienten que Dios no les ha escuchado, aun no han sido curados. Es entonces cuando es necesaria la intervención de otro cristiano, de un sacerdote del Dios altísimo que nos apoye, que nos ayude a sentir el perdón de Dios de tal manera que sea una realidad para nuestra vida.
Las Escrituras nos hablan del sacerdocio de los creyentes en 1 Pedro 2.9. Aunque los cristianos reconocemos que el sacrificio final fue hecho por Cristo y que al mismo tiempo se convirtió en nuestro Sumo Sacerdote, Él nos deja a nosotros como el real sacerdocio, no para presentar sacrificios, sino para ministrar en Su nombre y es por ello que los creyentes podemos dar el aliento del perdón a los demás, recordando que “si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”[104].
b. Confesando nuestros pecados.
Para hacer una buena confesión, necesitamos tres cosas:
1) Examen de conciencia.
Es el tiempo en que permitimos que nuestra alma se ponga bajo la lupa de la Palabra de Dios. Siempre estamos bajo la mirada de Dios, pero en este tiempo nos abrimos voluntariamente a su examen, haciendo que nuestra culpa real no pueda evadirse. En el examen de conciencia, el orgullo, la avaricia, la ira, el temor, la pereza, la glotonería, los deseos desordenados, etc., quedan expuestos.
2) La tristeza.
En este caso no estamos hablando solamente de la emoción que nos viene cuando algo malo afecta nuestra vida, sino que es un aborrecimiento por haber cometido el pecado, por haber ofendido a Dios. Esta es una tristeza que tiene que ver con la voluntad, que es una manera de tomarla en serio.
3) La determinación a evitar el pecado.
Al confesarnos, pedimos a Dios que nos de la fortaleza y el anhelo de vivir santamente. Si tuviésemos un centenar de predicadores que no le temieran a nada, sino solo a Dios, con eso sacudiríamos las puertas del infierno y propagaríamos el Reino de Dios por toda la tierra. Lo que buscamos de Dios cuando nos confesamos, es la fortaleza para no volver a pecar. Tenemos que desear ser vencidos por Dios y que nos domine.
Aunque estas cosas parecen complicadas, le aseguramos que es más fácil la práctica que la teoría. Recordemos que Dios es amante y Él se arriesga cual pastor que va tras la oveja perdida. No necesitamos convencer a Dios que nos perdone, Él está dispuesto, pero somos nosotros los que muchas veces nos negamos a recibir Su perdón.
Tenga presente, que aunque comenzamos la confesión con tristeza, la terminamos con gozo.
2. La Disciplina de la Alabanza.
Muchas veces confundimos “adoración” con “alabanza”. Adorar es experimentar la realidad, tocar la Vida. Es un estilo de vida, tanto que Jesús mismo declaró: “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren”[105]. La adoración es entonces una característica de todos los verdaderos cristianos, es algo que llegamos a hacer tal como la respiración, que es parte de nuestro diario vivir, aunque podríamos suspenderla, lo cual nos traería la muerte. Así también, si el cristiano deja de adorar, se muere espiritualmente.
Por otro lado está la alabanza. En ella el cristiano conoce, siente, experimenta a Cristo resucitado en medio de la congregación de los santos. Es cuando penetramos en la “gloria” de Dios, o mejor aún, la gloria de Dios lo llena a uno.
La alabanza a Dios es la respuesta del humano redimido a la acción de Dios, que desde siempre ha querido comunión con sus criaturas. Con ella respondemos al amor de Dios y es la manera que nuestro espíritu se une al Espíritu de Dios. Es el momento en que recibimos el “toque de Dios” que nos liberta. La oración, el canto, la ofrenda, el estudio de la Palabra, la celebración de la Cena, son manifestaciones de la alabanza, pero esta va más allá, porque necesitamos que el “fuego de Dios” esté encendido en nuestro corazón.
a. El objeto de nuestra alabanza.
El único Dios verdadero es quien merece nuestra alabanza. El Dios al que Cristo vino a revelar y quien dijo: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”[106].
Necesitamos urgentemente comprender quién es Dios: Leer lo relacionado con la revelación que Él hizo de Sí mismo a Su pueblo Israel; meditar en sus atributos; fijar la mirada en la revelación de su naturaleza a través de Jesucristo. Cuando nosotros vemos al Señor de los ejércitos “alto y sublime”, pensamos en su infinita sabiduría y en su conocimiento, nos maravillamos de su insondable misericordia y amor, no podemos menos que alabarle.
Al enfrentarnos con la grandeza del Señor, no queda otra cosa más que confesar. Pensemos en la reacción de Isaías cuando se encontró con la gloria de Dios y como exclamó: “¡Ay de mí! que soy muerto; que siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, el SEÑOR de los ejércitos”[107]. El pecado del hombre se manifiesta de manera tremenda cuando se contrasta con la santidad de Dios. Entender Su gracia es entender nuestra culpa.
La alabanza sale de nuestros labios no solo por lo que Dios es, sino por lo que hizo. Algunos han querido creer que Dios no actúa sino que está solo como un espectador, pero Su bondad, fidelidad, justicia y misericordia, son palpables cada día. Él es la única respuesta razonable para nuestro culto y adoración[108].
b. La importancia de la alabanza.
Ya dijimos que la adoración es el estilo de vida del cristiano, pero además de que todos nuestros actos deben ser de adoración, la alabanza debe tener prioridad en nuestro diario vivir. Cuando Jesús manda: “…amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas…”[109], nos coloca en una posición tal que nos muestra qué es lo que tiene que ser más importante para el hijo de Dios. En algunas congregaciones tienen un rótulo que dice: “Entramos para adorar, salimos para servir”. Este es el orden de nuestras prioridades: Primero es el servicio a Dios y luego viene el servicio a nuestros semejantes. El verdadero servicio fluye de nuestra alabanza a Dios. Cuando ponemos en primer lugar el servicio a los semejantes, caemos en el pecado de idolatría. El Señor les muestra a los sacerdotes lo que Él quiere que ellos hagan cuando dice: “…ellos se acercarán a mí para ministrarme, y delante de mí estarán para ofrecerme…”[110]. Esto refleja de forma clara lo que el Señor espera, no solo de los sacerdotes del antiguo Pacto, sino que de los del nuevo también.
c. Preparándonos para alabar.
Una y otra vez encontramos en la Biblia al pueblo presentándose delante de Dios. Ellos esperaban escuchar la voz de Dios. Reconocían que los sacerdotes, al ingresar al Tabernáculo, estaban en la presencia de Dios. Esto mismo ocurrió con la iglesia del siglo I. Los hechos que hoy nos sorprenden relatados por Lucas y que ocurrieron al inicio de la Iglesia, eran para ellos algo normal porque entendían que Dios estaba con ellos. Cuando el velo del Templo se rompió, los creyentes llegaron a entender que era el tiempo en que cada cristiano entrara directamente hasta el trono de la gracia de Dios.
Los cristianos del siglo XXI debemos cultivar también esta santa expectación que invadía los corazones de los creyentes del siglo I. Para poder ingresar en una alabanza que llegue hasta la gloria de Dios, es necesario que esta esté primero en nuestro corazón. Si somos adoradores en espíritu y en verdad, nuestro espíritu y voluntad estarán dispuestos a rendir alabanza al Señor que merece todo. Así como podemos vivir en una constante adoración, podemos de la misma manera, hacer que nuestro espíritu convierta cada actividad en alabanza al Dios vivo.
Una de las cosas que debemos aprender es que la creación entera canta alabanzas a Dios y que cada unos de nosotros, como creación de Dios, debemos estar alabando a Dios siempre. Quizá al principio no sea fácil, pero conforme lo vayamos practicando encontraremos que se convertirá en parte de nuestra naturaleza.
Si queremos que la alabanza en las reuniones de la iglesia sea más avivada, sigamos los siguientes consejos:
1) Vivamos cada día como un heredero del Reino, oyendo la voz de Dios y obedeciendo Su Palabra.
2) Lleguemos al culto con bastante tiempo de anticipación.
3) Elevemos nuestro corazón al Rey de la gloria, contemplando Su majestad revelada a través de Cristo.
4) Permitamos que el Espíritu Santo nos lleve hasta la presencia del Señor.
5) Participemos con todos los hermanos unánimemente en todos los actos del culto, cantando con alegría y sencillez de corazón, orando con fervor, dando con alegría y escuchando la enseñanza con sed genuina.
3. La Disciplina del Gozo.
Durante mucho tiempo se creyó que el ser cristiano era sinónimo de ser serio, aburrido, sin alegría; y de hecho, algunos grupos religiosos en la historia, han exigido a sus miembros que se abstengan de reír o gozar. Pero cuando vemos la Biblia, nos encontramos que el gozo está en el corazón del camino de Cristo. El entró en el mundo con una alta nota de júbilo: “…os doy nuevas de gran gozo (exclamó el ángel), que será para todo el pueblo”[111]. Cuando dejó este mundo dijo a sus discípulos: “Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido”[112]. El inicio del ministerio de Jesús nos habla de una proclama de gozo[113] y los cristianos somos llamados a vivir en completo gozo, siendo este el segundo fruto del Espíritu[114].
En el Antiguo Testamento, todas las estipulaciones sociales del año de jubileo: La anulación de todas las deudas, la libertad de los esclavos, el hecho de no planificar cosechas, la devolución de las posesiones a su propietario original; constituían un júbilo por la bondadosa provisión de Dios. Se podía confiar en que Dios proveería lo necesario. Él había declarado: “…yo os enviaré mi bendición…”[115]. La libertad de los afanes y preocupaciones constituyen la base del júbilo. Por el hecho de que sabemos que Él nos cuida, podemos echar toda nuestra ansiedad en Él.
En la sociedad moderna no existe el espíritu libre de cuidados y de gozosa festividad. La apatía y aun la melancolía, dominan en nuestros tiempos. Y cuando quieren festejar, lo hacen con “carnavales”, con fiestas carnales que a lo único que llevan es al pecado.
a. El gozo fortalece la vida.
El gozo nos hace fuertes. Nehemías 8.10 nos dice que “…el gozo del SEÑOR es vuestra fortaleza…” Podemos tratar de aprender a tocar un instrumento musical a fuerza de la voluntad, pero sin gozo, no podemos recibir la enseñanza por mucho tiempo. Si no estamos gozosos en lo que hacemos, de nada sirve.
Toda disciplina espiritual debe estar sazonada con el gozo, de lo contrario se volverá monótono y farisaico. El gozo es el motor que mantiene en marcha todo lo demás. Si las demás disciplinas no están cargadas con el gozo, pronto las abandonaremos.
b. El camino al gozo.
La única manera de obtener gozo es el obedecer. Por algo el himnólogo nos aconseja: “Obedecer, cumple a nuestro deber, si queréis ser felices, debéis obedecer”[116]. Jesús mismo enseñaba acerca de la obediencia como parte de la felicidad[117].
Definitivamente, el gozo viene por la obediencia que nosotros demostremos a la Palabra de Dios. Sin la obediencia, el gozo es falso, rápidamente se pierde, porque no tiene raíces. Es por ello que vemos a personas que viven en su casa como perros y gatos, y luego asisten a la iglesia y cantan con la esperanza de que el Espíritu Santo les llene de gozo para poder pasar la semana, sin ningún éxito. Ellos quieren una especie de “transfusión celestial” que ignore su vida cotidiana y los llene de gozo, pero el deseo de Dios no es pasar por encima de nuestros problemas, sino transformar nuestra vida.
c. Siempre gozosos.
Cuando Pablo escribe a los Filipenses: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!”[118], nos da la impresión de que no tenía problemas. La verdad es que el apóstol casi siempre estuvo rodeado de dificultades. Entonces, ¿cuál era su secreto? Pablo creía fielmente sus palabras cuando dice: “Por nada estéis afanosos”. Esto ya lo había dicho antes Jesús en Mateo 6.25. El afán es un sentimiento que nos roba el gozo. Es algo contradictorio, la sociedad nos incita a vivir preocupados desde nuestra más tierna infancia, pero el cristianismo nos dice: “No se preocupe”. ¿Cuál tiene la razón?
Si aprendemos a no afanarnos, podemos confiar en Dios plenamente. El año del Jubileo significaba eso precisamente: Confía en Dios. ¡Nadie que desconfiara de Dios pasaría todo un año sin cultivar sus tierras!
Al dejar de lado el afán, podemos dedicarnos a la oración, obedeciendo la Palabra que nos dice: “…sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias”. La oración es el medio por el cual depositamos toda nuestra ansiedad en las manos de Dios y en donde encontramos descanso.
Pero el consejo bíblico no acaba ahí, sino que nos invita a fijar nuestra mente en todas las cosas verdaderas de la vida, las honestas, justas, puras, amables y de buen nombre. Si nuestra mente está ocupada en estas cosas, no tendremos tiempo para el afán y seremos felices. Si el gozo consistiera solo en cantar y orar, nos desilusionaríamos, pero al llenar la vida con las cosas sencillas y buenas, dando gracias a Dios por ellas, disfrutaremos del gozo, y aunque los problemas seguirán llegando, estos quedan escondidos en Cristo.
La decisión de poner la mente en las cosas más elevadas de la vida es un acto de la voluntad. Por esta razón el júbilo es una disciplina. No es algo que cae sobre nuestra cabeza. Es el resultado de un modo de pensar y de vivir que elegimos conscientemente. Cuando elegimos ese camino, el gozo será un resultado inevitable.
Una de las cosas importantes del gozo es que evita que nos tomemos demasiado en serio. Por mucho tiempo, los cristianos querían practicar las disciplinas espirituales, pero no tomaban en cuenta el gozo, lo que les volvía aburridas, serias y hasta repulsivas. Los cristianos, más que ninguno, debemos ser personas llenas de alegría. De seguro que usted no puede imaginarse a Jesús como un hombre amargado. Él era tan alegre y jovial que los niños querían estar cerca de él y algunos llegaron hasta acusarlo de “comilón y bebedor”. No queremos decir que vamos a participar del pecado, sino que expresemos el gozo que da la libertad de él.
Los cristianos hemos sido llamados a ser la luz del mundo y sal de la tierra. Quiere usted ver a las demás personas sonriendo, sonríales primero; salúdelas cordialmente, si son de su confianza, déles un buen apretón de manos o un abrazo; hable claramente y con entusiasmo y luego nos cuenta los resultados.
El gozo hace que lleguemos a reírnos incluso de nuestras locuras. Nos damos cuenta de que sin Dios, somos seres amargos, pero con Dios, las cosas nos resultan más sencillas. Tanto, los que se creen poderosos, como los que se ven a sí mismos pequeños, son vistos en la realidad en que están. El rico y el pobre conocen que lo único que tienen es lo que Dios ha querido prestarles, así que no deben sino gozarse en Él. Y una de las grandes cualidades del gozo es que nos libera del espíritu crítico.
4. La Disciplina de la Consejería.
Nunca antes el mundo entero ha estado tan ansioso de escuchar el consejo. Lo vemos en las campañas políticas, como la gente se deja guiar por uno u otro candidato por la cantidad de promesas de cambios que hacen. El siglo XX fue uno que estuvo lleno de líderes que sabían mover a las masas, desde Lenín en la desaparecida U.R.S.S., pasando por Mao, Hitler, Mussollini, Roosevelt, Kennedy, Castro, etc., hasta terminar con líderes religioso-políticos como Malcom X, Martin Luther King, Billy Graham y Juan Pablo II.
Hoy sigue esperando que un pueblo guiado por el poder del Espíritu Santo, surja y aconseje cómo deben hacerse las cosas. Este debe ser un pueblo disciplinado, que se una libremente y que experimente la verdadera vida en Cristo. Ya ha ocurrido en otro tiempo y puede repetirse la historia.
Este pueblo no surgirá mientras no haya una experiencia más profunda con Dios. El Espíritu Santo está esperando que ese pueblo quiera someterse a su guía, pero esa guía no va a salir de pronto con voz de trompeta desde el cielo, sino que tiene que venir al reconocer la consejería colectiva, sin que estemos hablando de una consejería en el sentido de organización, sino en el sentido orgánico y funcional.
La enseñanza acerca de la dirección divina a sido completamente deficiente en el aspecto colectivo. Tenemos excelentes enseñanzas sobre cómo Dios nos dirige por medio de la Biblia, las circunstancias y el mover del Espíritu Santo; pero casi no sabemos nada de cómo Dios nos guía por medio de Su pueblo, el Cuerpo de Cristo, la Iglesia.
Dios hace un pacto individual, cada persona que acepta el sacrificio vicario de Jesús, es parte de ese pacto, pero también guía a grupos de personas y se mueve en la experiencia del grupo.
De nuevo tenemos problemas con nuestra cultura occidental que nos enseña a desarrollarnos de forma individual, pero al leer la Biblia, nos vamos a encontrar que en la Iglesia del siglo I y en el Israel del Antiguo Testamento, no fue así.
Dios podía haber levantado una gran nación de Moisés, como lo había hecho con Abraham, pero prefirió sacar al pueblo hebreo de Egipto en donde estaban esclavizados. Todos veían la nube y la columna de fuego. No se movían como un grupo de individuos que la casualidad los había reunido para ir a tal lugar juntos, como ocurre cuando nos montamos en el autobús. Ellos estaban fusionados como un solo pueblo que estaba bajo un gobierno teocrático que los cubría a manera de incubadora.
Pero llegó un momento en que el pueblo se dio cuenta de que estar bajo la presencia de Dios de forma directa era demasiado terrible y gloriosa, por lo que suplican a Moisés: “…no hable Dios con nosotros, para que no muramos”[119]. De esta forma Moisés se constituye en una especie de mediador entre Dios y los hombres y es así como surge el ministerio profético que tiene la labor de recibir la Palabra de Dios y transmitirla al pueblo.
Ese fue el primer paso de alejamiento que dio el pueblo, oponiéndose a la dirección colectiva del Espíritu Santo, aunque todavía mantenían la idea de ser un pueblo bajo el gobierno de Dios. Pero llegó el momento en que se rechaza incluso al profeta, y con él a Dios, prefiriendo un rey. A partir de ese momento, el profeta se convierte en un extraño, en la voz solitaria que clama en el desierto a quien en ocasiones se le hacía caso, pero la mayoría no, por lo que para acallarlo, había que proceder al asesinato.
Aun así, Dios continuó con Su plan y cuando vino el cumplimiento del tiempo, envió a su Hijo, Jesús. Con él comienza un nuevo día. De nuevo el pueblo que deseaba vivir bajo el gobierno teocrático guiado por el Espíritu Santo, se reunía. Jesús enseñó cómo vivir en respuesta al amor de Dios y de cómo la voz del ser humano podría ser escuchada de nuevo en la gloria del Padre: “…si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”[120]. Estas palabras infundieron seguridad y confianza en los discípulos. Había una seguridad de que cuando el pueblo se une en Su nombre, podría comprender Su voluntad. El Espíritu Santo coordinaría los latidos del corazón de los creyentes con los del corazón del Padre.
Es cierto que Jesús fue rechazado por la mayoría de los suyos, pero los que creyeron eran “…de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común. Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección…”[121], convirtiéndose en una contagiosa banda de testigos que iban por doquier enseñando que Dios vive y que desea que le obedezcamos.
Puede ser que lo más impresionante de esta comunidad de fe fuera su sentido de consejería colectiva. No fue sino hasta que el Espíritu Santo aconsejó a la comunidad para que Bernabé y Saulo fueran apartados, que comenzó la verdadera misión cristiana en el mundo y que llegaría a cambiar la historia para siempre[122]. Hay que notar que el llamamiento de ellos se produjo cuando un grupo de personas habían estado reunidas durante cierto tiempo en donde incluyeron disciplinas como el ayuno y la oración.
Las iglesias hoy se preocupan mucho en la motivación para que las personas hagan trabajo misionero, se dan cursos y talleres de cómo hacer la obra, etc.; pero la mayoría de veces se deja de lado el modelo que vemos en Antioquía. Pero no solo para el asunto misionero, sino para enfrentar las crisis que atacan a la Iglesia en diferentes momentos, como ocurriera en Hechos 15. Si la Iglesia escucha el Consejo de Dios, los problemas tendrían soluciones más efectivas. En aquel momento, los creyentes pudieron decir “…ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros…”[123].
Tal vez alguien pueda sentirse tentado a pensar que Pablo obtuvo una gran victoria en esa situación, pero la victoria en realidad fue del método usado para resolver problemas. Si algo así se presentara en algunas denominaciones, probablemente se nombraría un comité para que estudie el asunto y pasarían los meses y habría algunas expulsiones y cortes de comunión y los “ganadores” podrían inflarse muy satisfechos. Pero la Iglesia es el pueblo que decidió vivir bajo la guía y el consejo del Espíritu Santo. Los cristianos del siglo I rechazaron el totalitarismo humano, no hacían “votaciones” para que Dios “hablara” por la mayoría y todo esto funcionó.
De seguro, estas experiencias de comprender la voluntad de Dios en la comunidad contribuyeron mucho a la teología paulina acerca del Cuerpo de Cristo. Pablo comprendió que los dones del Espíritu Santo fueron dados a la Iglesia de tal manera que se garantizaba una interdependencia. Nadie poseía todos los dones. Incluso, las personas más sencillas en la congregación, tienen algo con lo cual contribuir. Nadie puede decir que todo el consejo divino le ha sido revelado a él solamente.
Tristemente debemos aceptar que para el final del siglo I, la comunidad de los creyentes comenzaban a enfriarse. Para los primeros años del siglo III, la Iglesia estaba dispuesta a aceptar un rey humano. Pero la visión no murió. A pesar de todo, siempre ha habido un grupo por aquí y otro por allá que sigue buscando el Consejo de Dios bajo la dirección del Espíritu Santo.
a. El director espiritual.
Tratar de ingresar en un viaje interno sin director espiritual sería tan peligroso como querer visitar alguna de esas cavernas que tienen su fondo a cientos de metros. Somos conscientes de que este es un término que la mayoría de los cristianos modernos no entienden, quizá solo entre los monjes católicos.
La historia nos relata de los “Padres” que fueron los primeros directores espirituales y que eran tenidos en gran estima por su capacidad de discernimiento. Muchos eran los que no temían viajar grandes distancias por el desierto para escuchar unas pocas palabras de consejería que les ayudara a vencer la situación en la que estaban. El “Apophthegmata” o “Los Dichos de los Padres”, son un testimonio fiel de la sencillez y profundidad de este tipo de Consejería Espiritual.
El director espiritual es el encargado de guiar a las almas por el camino de Dios, no según su pensamiento o capricho. Su función es pura, dirigiendo con la fuerza de su propia santidad personal. No es superior, sino un amigo que aprende junto con su aconsejado.
La dirección espiritual se relaciona con la persona en toda su integridad y en todas las relaciones de la vida. La dirección espiritual toma las experiencias concretas diarias de nuestra vida y les da un significado sagrado, como diría el Enviado: “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”[124]. Nace de las relaciones naturales espontáneas.
El director espiritual tiene que ser un individuo que haya desarrollado una agradable aceptación de sí mismo. Es decir, una madurez genuina tiene que impregnar toda la vida de dicha persona. A tales personas no les afectan los cambios de los tiempos. Ellos absorben el egoísmo, la mediocridad y la apatía que les rodean y los transforman en cosas positivas. Deben tener compasión y dedicación, tal como Pablo, que pensaba de Timoteo como su “amado hijo”, sin tolerar el pecado caprichoso. El conocimiento de la psicología es necesario en estas personas, para que no refuercen las necesidades infantiles e inconscientes de autoritarismo.
Como el director también es una persona que busca el camino a la perfección, debe estar dispuesto a compartir sus propias luchas y dudas, buscando con su alumno la respuesta de Dios en oración.
b. Límites de la consejería colectiva.
Existen límites en la consejería colectiva, así como en la búsqueda personal de la dirección divina. Es muy peligroso caer en la manipulación, de la cual muchas mentes débiles son víctimas. El profeta Isaías, al referirse a Cristo dijo que él no quebraría “…la caña cascada, ni apagará el pabilo que humeare”[125]. Jesús nunca buscó controlar a nadie, ni apagó las esperanzas, aunque fueran pequeñas.
Otro peligro que se corre con la consejería colectiva es que llegue a separarse de las normas bíblicas. La Escritura tiene que impregnar y penetrar todos nuestros pensamientos y acciones. El Espíritu Santo nunca nos guiará de manera contraria a la Palabra escrita que Él inspiró. Siempre tiene que haber la autoridad bíblica externa así como también la autoridad interna del Espíritu Santo. De hecho, la misma Biblia es una forma de consejo colectivo. Es una manera como Dios habla a través de la experiencia de su pueblo.
[1] Génesis 24.63.
[2] Salmos 63.6.
[3] Salmos 119.148.
[4] Salmos 1.2.
[5] Revelación 1.10.
[6] Lucas 11.24-26.
[7] Éxodo 20.19.
[8] 1 Samuel 8.
[9] Salmos 63.1.
[10] Hechos 6.4.
[11] 1 Corintios 3.9.
[12] Éxodo 32.14; Jonás 3.10.
[13] Lucas 11.1.
[14] Isaías 6.1.
[15] Marcos 10.13-16.
[16] Romanos 12.2.
[17] Filipenses 4.8.
[18] Juan 8.32. RV1960
[19] Mateo 23.15. RV1960.
[20] Deuteronomio 11.18.
[21] Juan 17.3.
[22] Salmos 119.9, 11.
[23] 2 Timoteo 3.16-17.
[24] 2 Pedro 3.15-16.
[25] Isaías 55.12.
[26] Lucas 18.11.
[27] Lucas 4.2- 13.
[28] Daniel 10.3.
[29] Ester 4.16.
[30] Hechos 9.9.
[31] Deuteronomio 9.9; 1 Reyes 19.8.
[32] Levítico 23.27.
[33] Joel 2.15.
[34] 2 Crónicas 20.1-4.
[35] Esdras 8.21-23.
[36] Zacarías 8.19.
[37] Lucas 18.12.
[38] 2 Corintios 11.27.
[39] Gálatas 5.13.
[40] Mateo 9.15.
[41] Mateo 9.16-17.
[42] Hechos 13.2-3.
[43] Mateo 6.16-18.
[44] Lucas 2.37.
[45] Hechos 13.2.
[46] Zacarías 7.5.
[47] Salmos 69.10.
[48] 1 Corintios 6.12.
[49] 1 Corintios 9.27.
[50] Salmos 35.13.
[51] Romanos 14.17
[52] Proverbios 11.2.RV2000.
[53] Salmos 62.10.
[54] Lucas 16.13.
[55] Lucas 6.20, 24.
[56] Mateo 6.21.
[57] Mateo 6.19.
[58] 1 Timoteo 6.9.
[59] 1 Timoteo 3.3.
[60] 1 Timoteo 3.8.
[61] Hebreos 13.5.
[62] Santiago 4.1-2.
[63] Efesios 5.5; 1 Corintios 5.11.
[64] 1 Timoteo 6.17-19.
[65] Filipenses 4.12.
[66] Mateo 6.25-33.
[67] Salmos 24.1.
[68] Mateo 5.37.
[69] Santiago 3.1-1.
[70] Eclesiastés 3.7.
[71] Proverbios 25.11.
[72] Eclesiastés 5.1-2.
[73] Mateo 17.4.
[74] 1 Reyes 18-19.
[75] Mateo 6.44.
[76] Mateo 22.39.
[77] Mateo 10.39.
[78] Filipenses 2.8
[79] Mateo 23.8-10.
[80] Marcos 9.35.
[81] Filipenses 2.4-7.
[82] 1 Pedro 2.21-23.
[83] Colosenses 3.18-22.
[84] Colosenses 3.19-4.1.
[85] Filemón 16.
[86] Efesios 5.21.
[87] Mateo 22.37-39.
[88] 1 Pedro 2.13-14.
[89] Hechos 4.19-20.
[90] Hechos 5.29.
[91] Romanos 13.1.
[92] Hechos 16.37.
[93] Santiago 1.27.
[94] Lucas 9.46.
[95] Juan 13.14-15.
[96] Mateo 20.25-28
[97] Hechos 9.39.
[98] Tito 3.2.
[99] 1 Pedro 4.9.
[100] Romanos 12.13; 1 Timoteo 3.2; Tito 1.8.
[101] Gálatas 6.2.
[102] 2 Corintios 5.21.
[103] Efesios 4.13.
[104] 1 Juan 1.9.
[105] Juan 4.23.
[106] Éxodo 20.3.
[107] Isaías 6.5.
[108] Romanos 12.1.
[109] Marcos 12.30.
[110] Ezequiel 44.15.
[111] Lucas 2.10.
[112] Juan 15.11.
[113] Lucas 4.18-19
[114] Gálatas 5.22.
[115] Levítico 25.21.
[116] P. Grado; D.B. Tower. Cuando Andemos con Dios.
[117] Lucas 11.27-28.
[118] Filipenses 4.4.
[119] Éxodo 20.19.
[120] Mateo 18.19-20.
[121] Hechos 4.32-33.
[122] Hechos 13.1-3.
[123] Hechos 15.28.
[124] 1 Corintios 10.31.
[125] Isaías 42.3.