Capítulo 16
1. Derbe y
Listra: Timoteo es circuncidado.
16.1-5 Ahora el relato deja de lado a Bernabé y se dedica casi con exclusividad a Pablo y a sus colaboradores. Al parecer Lucas no se había unido aún a Pablo ya que habla de ellos en tercera persona.
Pablo y Silas llegan a Listra y luego pasan a Derbe; en donde encuentran a Timoteo, nombre que significa “El que Honra a Dios” o “Temeroso de Dios”, “El que adora a Dios”. Era hijo de una mujer judía llamada Eunice y de un griego cuyo nombre no aparece en las Escrituras. Desde muy joven, Timoteo había sido instruido en “los santos escritos” por su madre y, probablemente, por su abuela Loida[1]. No se sabe con exactitud cuándo abrazó el cristianismo. Sin embargo, a finales de 49 o principios de 50 d.C., cuando el apóstol Pablo llegó a Listra, donde al parecer vivía Timoteo, en el transcurso de su segundo viaje misionero, “los hermanos de Listra y de Iconio daban buenos informes” acerca del discípulo Timoteo, que para entonces estaría en la adolescencia o tendría poco más de veinte años[2], aunque algunos creen que pasajes como 1 Corintios 4.17 y 1 Timoteo 1.2 indicarían que Pablo sirvió para la conversión del joven, quizá durante el primer viaje misionero de Pablo, junto con Eunice y Loida. Puede que en este tiempo, como resultado del funcionamiento del Espíritu de Dios, se expresasen ciertas profecías o predicciones concernientes a Timoteo. Después que el Espíritu Santo indicó de esta manera el futuro de Timoteo, los ancianos de la congregación se unieron al apóstol Pablo en imponer las manos sobre Timoteo, apartándolo, por lo tanto, para un servicio en particular con relación a la congregación cristiana. Pablo escogió a Timoteo como compañero de viaje, y, a fin de no ser una causa de tropiezo para los judíos, lo circuncidó. Esto fue una concesión a las ideas judías tradicionales, a causa de las circunstancias, por cuanto se podía alegar la ascendencia judía de Timoteo, pero no se implicaba con ello el abandono del principio de la libertad cristiana.
Timoteo participó con Pablo en actividades cristianas en Filipos, Tesalónica y Berea. Cuando el apóstol Pablo tuvo que partir de Berea debido a la oposición que levantaron judíos fanáticos, dejó a Silas y a Timoteo atrás para que cuidaran del nuevo grupo de creyentes que había allí. Parece ser que, posteriormente, Pablo aconsejó a Timoteo, que aún estaba en Berea, que visitase a los hermanos de Tesalónica para estimularlos a permanecer fieles a pesar de la tribulación. Cuando Timoteo se reunió con Pablo, probablemente en Corinto, llevó buenas nuevas acerca de la fidelidad y amor de los cristianos tesalonicenses. En la carta que Pablo envió a continuación a los tesalonicenses, incluyó los nombres de Silvano y Timoteo en el saludo, como también hizo en su segunda carta.
Timoteo volvió a acompañar a Pablo durante el tercer viaje misionero de este cerca del 52-56 d.C. Estando en Éfeso, Pablo escribió en su primera carta a los Corintios: “Les envío a Timoteo, puesto que él es mi hijo amado y fiel en el Señor; y él les recordará mis métodos relacionados con Cristo Jesús, así como yo estoy enseñando en todas partes en toda congregación”[3]. No obstante, hacia la conclusión de su carta, Pablo indicó que había la posibilidad de que Timoteo no pudiese ir a Corinto: “Si llega Timoteo, vean que quede libre de temor entre ustedes, porque él está haciendo la obra de Dios, así como yo”[4]. Si Timoteo llegó a visitar Corinto, debió haber sido antes de que él y Erasto saliesen de Éfeso en dirección a Macedonia, puesto que Timoteo y Pablo estaban juntos en Macedonia cuando se escribió la segunda carta a los Corintios, basada en el informe de Tito, no de Timoteo[5]. Quizás la visita que Timoteo quería hacer no se materializó. Esto parece indicarse en la segunda carta de Pablo a los cristianos de Corinto, pues en esta no se hace mención alguna de que Timoteo les haya visitado, salvo en compañía del propio Pablo[6]. Más tarde, cuando Pablo escribió a los Romanos, al parecer desde Corinto, en la casa de Gayo, Timoteo estaba con él[7].
El texto no dice si Pablo subió a Jerusalén con su hijo espiritual. Tampoco se le menciona en relación con el encarcelamiento de Pablo en Cesarea ni con el viaje de Pablo a Roma. El nombre de Timoteo está incluido en los saludos de las cartas escritas por Pablo a los Filipenses, Colosenses y Filemón, durante el primer encarcelamiento del apóstol en Roma. Parece ser que Timoteo también estuvo encarcelado en Roma durante algún tiempo entre la escritura de la carta a los Filipenses y la carta a los Hebreos[8].
Después que Pablo fue liberado, Timoteo volvió a participar con el apóstol en el ministerio, permaneciendo en Éfeso bajo su dirección. Puede que para ese tiempo, cerca del 61-64 d.C., Timoteo tuviese unos treinta años. Pablo lo describe como un siervo de Dios en el evangelio con algún prestigio entre los apóstoles[9]. Poseía autoridad para nombrar superintendentes y siervos ministeriales en la congregación[10]. Allí tenía que refutar la falsa ciencia de ciertos doctores, nombrar cargos, organizar y disciplinar la Iglesia como delegado de Pablo, que poco antes de morir le escribió una segunda epístola, considerada como su testamento espiritual. Timoteo estaba plenamente capacitado para encargarse de esas pesadas responsabilidades, como había demostrado al trabajar codo a codo con el apóstol Pablo durante once años o más. Pablo pudo decir con respecto a él: “Porque no tengo a ningún otro de disposición como la de él, que genuinamente cuide de las cosas que tienen que ver con ustedes. ...Ustedes saben la prueba que él dio de sí mismo, que, cual hijo con su padre, sirvió como esclavo conmigo en el adelanto de las buenas nuevas”[11]. Y a Timoteo le escribió: “Nunca ceso de acordarme de ti en mis ruegos, y noche y día anhelo verte, pues recuerdo tus lágrimas, para llenarme de gozo. Porque recuerdo la fe que hay en ti sin hipocresía alguna”[12].
Aunque Timoteo estaba enfermo con frecuencia debido a problemas estomacales, gustosamente se gastó a favor de otros. Debido a sus excelentes cualidades, se hizo querer por el apóstol Pablo, quien deseó vivamente su compañía cuando vio que la muerte era inminente, aunque no sabemos si esta visita se llevó a cabo. Puede que Timoteo haya sido tímido y haya titubeado en hacer valer su autoridad debido a su relativa juventud, por lo que necesitaba las amonestaciones personales de Pablo. Esto muestra que no era orgulloso, sino que reconocía sus limitaciones y ninguno de los compañeros de Pablo recibió de este tan ardientes elogios por su lealtad. No se sabe nada de los años posteriores de Timoteo. Una antigua tradición afirma que siguió dirigiendo la iglesia en Éfeso, y que sufrió el martirio bajo Domiciano o Nerva[13].
2. Troas: Llamado macedónico.
16.6-10 Los misioneros viajaron por Frigia, que era una antigua región de Asia Menor que ocupaba la mayor parte de la península de Anatolia, en el territorio que actualmente corresponde a Turquía. Estaba rodeado por las fuentes del río Sakarya y situada entre las provincias modernas de Afyon, Eskişehir y Ankara.
Fue conquistado después de la llegada de los indoeuropeos occidentales, que vinieron a Europa sobre el 1200 a.C., y que dejaron su propia marca cultural como expertos artesanos. Era una región rica, de numerosas ciudades como Cibira o Apamea, que estaba situada en las rutas comerciales de Lidia y Caria, que iban hacia el Este. Frigia poseía un gran potencial en agricultura, gracias a que el agua de las lluvias, que eran muy intensas en las montañas, descendía a la ciudad. Este potencial permitió que Frigia desarrollara un gran reino al comienzo de la época arcaica griega. Sus límites fueron un campo de batalla para los persas y los lidios, los romanos y los galos, los árabes y los romanos, los cruzados y los seljuks, los otomanos y los mongoles y para los bizantinos y los turcos. Los monumentos y ruinas abundan en Sakarya.
Como invasores de Tracia, los frigios desempeñaron un papel decisivo en la destrucción del reino hitita y de la caída de Troya. El reino frigio del siglo VIII y VII a.C., mantuvo cerca sus contactos con los arios en el este y los griegos en el oeste. Su historia es solo narrada brevemente por Heródoto, contando el suicidio del pasado rey Midas en Gordión cuando cayó ante los cimerios en el 676 a.C. Con el establecimiento de los galos en Frigia del este, el culto de Cibeles, la diosa madre, se extendió entre los habitantes de la ciudad[14].
También pasaron por Galacia, que es una antigua región del Asia Menor, actualmente Turquía, donde asentaron algunas tribus migratorias de galos procedentes de las tierras germanas a principios del siglo III a.C. La región tomó su nombre de estos galos y sus habitantes se llamaron gálatas.
Para los geógrafos de la antigüedad, la “tierra céltica” era aquella extensión que lindaba con los Pirineos y los Alpes y otras tierras fuera del mundo clásico. Siempre que el geógrafo Estrabón quería referirse a estas tierras las llamaba keltai. La palabra celta no definía una etnia, sino un concepto geográfico. Sin embargo, los romanos no los denominaban así; para ellos los habitantes de estas tierras eran galos, independientemente del lugar geográfico donde se encontraran, más allá de los Alpes, cerca de los ligures en Italia, más allá las columnas de Hércules en el sur de España, o Asia Menor. La Galia o las Galias era por antonomasia el territorio europeo, lo que hoy es Francia, aproximadamente, y Galacia era el territorio de Anatolia, en Asia Menor. Sus habitantes, los de un sitio y otro eran llamados siempre galos.
En el año 279 a.C., algunas tribus de aquellos galos o celtas, se dirigieron desde más allá de los Alpes hacia Provenza y la península Itálica; un tercer grupo llegó hasta Grecia y en Delfos amenazaron con destruir el santuario de Apolo. Pero aquel ataque fue un fracaso y no precisamente por la acción del contingente humano, sino por la ayuda del dios Apolo que invocó a la Naturaleza, que se puso de parte de los griegos, según cuenta el historiador y geógrafo griego del siglo II, Pausanias. Al parecer hubo un gran terremoto, tormenta con rayos y truenos, noches con heladas y nevadas y desprendimiento de rocas de las montañas cercanas. Breno, el jefe de los gálatas resultó gravemente herido y adelantó su muerte bebiendo “una gran cantidad de vino puro”, según palabras del historiador. Hay que tener en cuenta que en esta época el vino se bebía diluido en agua, de ahí que el hecho llamara la atención del escritor. También describe la valentía y la bravura de aquellas gentes.
Aquellos galos derrotados y rechazados iniciaron su camino hacia el norte y el noreste y se fueron desperdigando al llegar a Asia Menor. Por entonces reinaba en Pérgamo el rey Eumenes I, que les rechazó ayudado por su gran ejército de mercenarios. Poco después llegaron nuevos destacamentos desde las selvas de Germania y volvieron a atacar, pero de nuevo fueron repelidos en Pérgamo y en las grandes ciudades de la costa de Asia Menor, por el sucesor de Eumenes, el rey Átalo I. Los historiadores piensan que estos rechazos fueron beneficiosos para la trayectoria de la cultura helenística, que quizás de otro modo se habría truncado.
Después de estas derrotas, los grupos de galos se desperdigaron por otros lugares de la Anatolia y se fueron asentando en las cuencas de los actuales ríos Kizil Irmak y Delice Irmak. Allí crearon una región propia que se llegó a llamar Galacia, cuya capital fue Ancyra o Ankara. Desde allí se fueron adueñando de las poblaciones de la costa egea.
A partir del 189 a.C., esta región junto con otras adyacentes fue gobernada directamente por Roma, hasta que en el 25 a.C., se convirtió en provincia romana con el nombre de Galatia.
En el siglo I, esta zona fue visitada por Pablo, quien entregó una epístola a sus habitantes, los gálatas, en las distintas iglesias cristianas que ya existían. En el siglo XI, Galacia cayó en poder de los selyúcidas[15].
De ahí viajaron a Misia. Misia es una antigua región situada en la parte noroccidental de la península de Anatolia. Tenía salida a la costa del Mar de Mármara y a la del Mar Egeo. Limitaba con la Tróade al noroeste, Frigia y Bitinia al este y Lidia al sur. Las ciudades más importante de la región eran Pérgamo, Cícico, Lámpsaco y Nicomedia. El río Caicos, actual Ar-su o Bokhair, es el principal río que atraviesa la región, de este a oeste. Su territorio se corresponde aproximadamente con la actual provincia de Balikesir, en la actual Turquía.
Misia es mencionada por Homero en la Ilíada como una de las regiones participantes en la guerra de Troya como aliada de los troyanos:
De los misios era jefe Crómide y el augur Énnomo;
pero no se defendió con augurios de la negra parca,
pues sucumbió a manos del velocípedo Eácida
en el río, justo donde aniquiló también a otros troyanos[16].
En otros poemas, se da noticia de que la expedición de los aqueos, la primera vez que partió de Áulide rumbo a Troya, se equivocó de rumbo y llegó a las costas de Misia. Allí Télefo, hijo de Heracles y rey de la región, combatió a los aqueos con sus tropas y mató a uno de sus caudillos, Tersandro, hijo de Polinices, pero el propio Télefo fue luego herido por Aquiles. La tradición situaba la tumba de Tersandro en la ciudad de Elea, en la llanura del río Caicos. Posteriormente Aquiles curó a Télefo y éste indicó a los aqueos el rumbo correcto a Troya.
Sin embargo, Eurípilo, hijo de Télefo, también participó en la guerra de Troya como aliado de los troyanos. Se presenta a Eurípilo como un guerrero formidable, que acabó, entre otros, con la vida de Macaón. Fue muerto en batalla por Neoptólemo, hijo de Aquiles.
En el mito del viaje de los argonautas también aparece Misia como uno de los lugares por donde pasó el Argo, aunque en este caso por la costa del Mar de Marmara en lugar de la del Egeo.
Los Argonautas llegaron a las tierras de rey Cízico, que reinaba sobre una tribu llamada de los doliones. Fueron recibidos amistosamente pero tras partir de la ciudad, vientos adversos llevaron por la noche de nuevo a los argonautas a las tierras de Cízico. Estos no se habían dado cuenta del lugar a donde habían regresado por la confusión producida en la oscuridad, se entabló una batalla entre los doliones y los argonautas donde murió Cízico. Posteriormente los argonautas se lamentaron de su error y rindieron honores fúnebres al rey.
Después de este suceso continuaron por la costa de Misia:
“Alcanzaron ellos los parajes poblados de la tierra Ciánida, junto al monte Argantoneo y la desembocadura del Cío. A su llegada en son de amistad hospitalariamente los acogieron los misios, que habitan aquella región”[17].
En aquella región fue donde Hilas, el protegido de Heracles, fue raptado por las ninfas a causa de su belleza. Heracles y Polifemo abandonaron en ese momento la expedición puesto que partieron busca de Hilas pero mientras tanto el Argo partió sin ellos. Lico, hijo de Dáscilo y nieto de Tántalo, era el rey de los mariandinos, una tribu de Misia, y acogió a los argonautas. Fue ayudado por éstos en su guerra contra los bébrices.
En la edad de bronce Misia formaba parte del territorio que los hititas llamaban Assuwa, aunque hay controversia sobre si el que los hititas conocían como país del río Seha corresponde al territorio de Misia, puesto que se discute si el Seha era el posteriormente conocido como Caicos o, en cambio, el Hermos, que está situado más al sur, en Lidia.
También se discute si Misia es la región que era aliada de los hititas y que estos conocían con el nombre de Mesa. Por otro lado, los egipcios conocían desde el siglo XIV a.C., por el nombre de meshwesh a un pueblo que posteriormente formó parte de los denominados Pueblos del Mar. Además, otra tribu que está documentada en fuentes egipcias durante el reinado de Ramsés III se llamaba keykesh. Aunque los eruditos sitúan ambas tribus en Libia, algunos investigadores han relacionado el nombre de meshwesh con la región de Misia y el de keykesh con el río Caicos, por lo que se ha supuesto que existieron relaciones culturales entre la región de Misia y los libios.
En la época de la Grecia arcaica, fueron fundadas colonias en su territorio por inmigrantes de Mileto.
Desde principios del siglo VI a.C., Misia estuvo bajo dominio del imperio Persa. La región de Misia participó en la llamada revuelta jónica contra los persas un siglo después, pero tras sofocar la rebelión, las ciudades de Misia fueron castigadas.
Alejandro Magno venció a los persas en 334 a.C., tras cruzar el Helesponto y pasó a controlar la región. Tras su muerte, Misia fue territorio controlado por los seléucidas.
A mediados del siglo III a.C., estuvo en su territorio el reino de Pérgamo. Durante el reinado de Átalo I, los macedonios y las gálatas fueron derrotados. Luego, tras el reinado de Átalo III, en 133 a. C., Misia pasó a formar parte del Imperio romano[18].
De ahí quisieron ir a Bitinia. Bitinia era un territorio al noroeste de Asia Menor y al suroeste del mar Negro que desde la península de Calcedonia llegó a extenderse hasta Heraclea Póntica y Paflagonia, Misia y la Propóntide, actual mar de Mármara.
Sus principales ciudades fueron Nicomedia, Nicea y Bursa. Nicomedia fue fundada en el año 264 a.C., por Nicomedes I y era la capital del territorio.
Alejandro Magno, durante la conquista de Persia y tras la Batalla del Gránico, consiguió que se sometieran todas las ciudades griegas de la satrapía de Sparda, antiguo reino de Lidia. En esta región es donde se emplazarían los futuros reinos de Pérgamo y de Bitinia. Posteriormente, en el año 323 a.C., Alejandro murió y se inició la Primera Guerra de los Diádocos, durante la cual Bas conseguiría la independencia de Bitinia. Su hijo Cipetes sería el primer rey de Bitinia.
Cipetes participó en las luchas entre Lisímaco y Seleuco, que eran generales de Alejandro Magno, llegando a enfrentarse victoriosamente a Antíoco, iniciando una política independiente de los diádocos y sus sucesores, política que siguieron sus descendientes en el trono Nicomedes I, Prusias I y Prusias II. Estos dos últimos reyes vieron su territorio reducido en beneficio de Pérgamo.
Con la intervención de Roma en los asuntos de Asia Menor, la expansión territorial de Bitinia pretendida por Nicomedes II y Nicomedes III nunca fue conseguida, sufriendo, incluso, alguna reducción con las conquistas de Mitrídates VI, rey del Ponto. Nicomedes IV legó su reino a Roma a su muerte, en el año 74 a.C., pasando a integrarse en las provincias del Ponto y Bitinia, que fue organizada por Pompeyo y la unió al Ponto. Plinio el Joven fue gobernador de Bitinia, quien dijo que había muchos cristianos en la provincia en las cartas informativas que mandaba al emperador Trajano, en el año 111.
Según la mitología griega, Idmón, hijo de Apolo y Asteria, era un adivino, que tuvo la premonición que moriría si se unía a los Argonautas. Pese a esto lo hizo y tal como anticipó en sus visiones murió en la comarca de Bitinia por la mordedura de una serpiente. Aproximadamente en 559 a.C., los fundadores de la ciudad de Heraclea Póntica construyeron un templo sobre el punto donde fue enterrado este héroe, en su honor.
Como curiosidad resalta el hecho de que hacia el año 40 d.C., el emperador romano Calígula, nombró cónsul de esta ciudad a Incitatus, su caballo personal.
Por qué el Espíritu Santo no les permitió ir a estos lugares a predicar será un misterio por siempre. Pero de ahí viajaron a Troas, que originalmente, era el nombre de un distrito ubicado al este del Helesponto, en la Misia occidental, donde se encontraba la famosa Troya de La IIíada de Homero.
La Troas del Nuevo Testamento fue una ciudad fundada por Antígono, uno de los generales de Alejandro, era el principal puerto marítimo del Noroeste de Asia Menor, que se encontraba a unos 20 kilómetros al Sursudoeste del lugar de la antigua Troya, y a la que se le dio el nombre de Antigonia. Hallábase frente a la isla de Tenedos. La región circunvecina, incluyendo toda la costa al sur del Helesponto, se llamaba también Troas o Tróade. Después de su muerte, Lisímaco, su oponente y rey de Tracia, le cambió ese nombre por el de Alejandría. Pero para evitar confusiones con la Alejandría de Egipto, su nombre oficial pasó a ser Alejandría Troas, y Troas se convirtió en designación corriente de la ciudad cuando Augusto la transformó en colonia romana.
Gracias a su buen puerto, Julio César, César Augusto y especialmente Constantino pensaron seriamente establecer allí la capital del Imperio. La ciudad creció rápidamente alrededor de las dársenas portuarias artificiales, las que proporcionaban la protección necesaria de los vientos del norte, en un punto central de reunión de las rutas marítimas, cerca de la desembocadura del Helesponto. Augusto la convirtió en colonia y los sucesivos emperadores la embellecieron con magníficos edificios. Muchísimas ruinas, entre las cuales hay baños, un teatro, un acueducto y un templo, siguen testimoniando de su gloria pasada.
Si bien raras veces se la menciona en la literatura secular, cumplía una función estratégica en el sistema de comunicación romano, y su importancia surge claramente de las referencias incidentales tanto en Hechos como en las epístolas.
En este puerto, ubicado en la ruta principal entre el Asia Occidental y Macedonia, Pablo, en su primera visita a la ciudad en ocasión de su segundo viaje misionero, recibió el llamado divino para trabajar en Europa. Quizá este hecho señale también la reunión de Pablo con Lucas, porque los pasajes en primera persona del plural comienzan en Hechos 16.10.
Pablo pasó dos veces por ella en su tercer viaje misionero[19]. En la segunda oportunidad se quedó una semana con los miembros de la Iglesia de Troas, de la cual tal vez fue el fundador. La visitó de nuevo después de su primer encarcelamiento en Roma, y es posible que fuera arrestado allí, porque aparentemente dejó la ciudad con tanta prisa que no tuvo tiempo de tomar consigo su capa y sus libros[20]. Ignacio, también, después de enviar tres epístolas desde Troas tuvo que embarcarse con premura para Neápolis, como prisionero con destino a Roma[21], cuando se lo permitieron las condiciones climáticas.
El sitio de Troas en Daylan está desierto en la actualidad, pero hay restos del puerto, los baños, el estadio y otros edificios, y puede constatarse todavía la existencia de varios kilómetros de muros[22].
Estando descansando en Troas, Pablo recibe la visión del varón macedónico de que pase a ayudarles, lo que les pone de inmediato en marcha a la puerta de Europa.
3. Filipos: Extenso ministerio.
16.11-40 De Troas viajaron a Samotracia, que es una pequeña isla montañosa situada al norte del mar Egeo, unos 32 kilómetros al sur de la costa de Tracia. Debido a la altura de uno de sus picos, Samotracia servía de guía a los marineros. Pero su renombre se debía especialmente a la celebración de los misterios de Ceres y Proserpina y de las deidades llamadas Los Cabiri. Por eso se consideraba sagrada y a ella acudían muchos peregrinos; los fugitivos llegaban a ella en busca de asilo. También fue famosa como centro del culto de misterio de los Kabeiroi, antiguas deidades de la fertilidad que, se suponía, protegían a los que enfrentaban peligros, especialmente en el mar.
La ciudad de Samotracia estaba en el lado norte de la isla, y durante la noche proporcionaba abrigo contra el viento sudoriental. Por esta razón Pablo se apresuró a navegar de Troas a Neápolis en su primer viaje misionero. Es probable que en la primavera del año 50 d.C., el barco en el que viajaba Pablo durante su segundo viaje misionero llegara “con rumbo directo” a la isla de Samotracia desde Troas, sin embargo, no hay ningún indicio de que desembarcase allí. En la actualidad esta isla carece de un buen puerto, aunque ofrece bastantes lugares para un anclaje seguro[23].
De esa isla partieron al día siguiente para Neápolis. Este es el nombre de varias ciudades del mundo antiguo, que en griego significa “ciudad nueva”. A la que se refiere en este pasaje es al puerto de mar en Filipos, Macedonia, sobre el Golfo Estrimoniano, a unos 16 kilómetros al sudeste de esta ciudad. Puesto que Neápolis se hallaba en una península angosta, con una bahía a cada lado, realmente tenía dos puertos. En este lugar llegaba al mar la carretera llamada Vía lgnacia después de cruzar Macedonia de oeste a este; hoy el sitio se llama Kavalla. Se piensa que originalmente se llamaba Datón; ocupaba una posición en una franja de territorio entre dos bahías, lo cual le proporcionaba un útil puerto a cada lado. Fue el primer punto que tocó Pablo en Europa. Desembarcó allí en su segundo viaje misionero en camino a Macedonia en respuesta a la visión que había tenido en Troas. Que no se quedara en Neápolis, sino que siguiese derecho a Filipos, se debió probablemente a la ausencia de una comunidad judía en ella, porque su costumbre era comenzar su labor en una región nueva primero entre los judíos antes de ir a los gentiles. Es posible que Pablo la haya visitado durante su tercer viaje también[24].
Desde ahí viajaron a Filipos. Para este tiempo esta era “la ciudad principal del distrito de Macedonia”, aunque no parece que fuese su capital. Estaba situada sobre la vía Egnatia en la parte oriental del distrito, en el extremo Norte del mar Egeo, no lejos del distrito de Tracia. Pablo venía en barco desde Troas, desembarcó en Neápolis, el puerto marítimo de Filipos, y viajó unos 15 kilómetros hacia el Noroeste a lo largo de la vía Egnatia, la gran ruta comercial y militar que iba desde Asia a Roma, a través de un paso de montaña a unos 500 metros sobre el nivel del mar, y descendía por la explanada de Filipos.
La ciudad estaba situada en una colina que se elevaba sobre la explanada, cerca del río Gangites. Al Sur se extendía una gran marisma. La acrópolis de Filipos se alzaba sobre una gran formación rocosa que estaba en la parte Noreste de la ciudad. Las excavaciones de sus ruinas indican que la vía Egnatia discurría por el centro de la ciudad y que una enorme tribuna se extendía junto a ella. Es posible que la capital del distrito fuese Anfípolis, a unos 50 kilómetros al Suroeste, la ciudad adonde Pablo viajó después de dejar Filipos. Desde Anfípolis Pablo se dirigió a Apolonia, aproximadamente a unos 50 kilómetros al Sur, y desde allí se encaminó a Tesalónica, que estaba a unos 60 kilómetros al Oeste, donde permaneció por tres semanas antes de ir hacia el Suroeste pasando por Berea para tomar un barco que lo llevara a Atenas.
Filipos se llamaba originalmente Krenides, por los manantiales de agua que alimentan el río cercano, el Antiges y su pantano próximo; pero a mediados del siglo IV a.C., Filipo II de Macedonia, el padre de Alejandro Magno, conquistó la ciudad a los tracios y le dio su nombre; echó fuera o reforzó a los habitantes, la ensanchó y la fortificó. En la región había importantes minas de oro, las que diligentemente trabajó, sacando como 1000 talentos anualmente y se acuñaron monedas con el nombre de Filipo. La muralla que Felipe construyó alrededor de la ciudad y sobre la acrópolis puede aún notarse. Las ruinas del teatro griego construido por Felipe están aún en la falda de la montaña. En el 335 a.C., Alejandro pasó a través de Filipos en su viaje de Amfípolis a Tracia.
Muy poco se oye de ella por tres siglos, solamente que pasó a manos romanas después de la batalla de Pidna, en el año 168 a.C., cuando el cónsul romano Lucio Emilio Paulo derrotó a Perseo, el último rey macedonio, y tomó Filipos y sus alrededores. En 146 a.C., toda Macedonia fue constituida una sola provincia romana. La batalla en la que Octavio y Marco Antonio derrotaron a los ejércitos de Bruto y Cayo Casio Longino, asesinos de Julio César, se peleó en la explanada de Filipos el año 42 a.C. Después, como conmemoración de su gran victoria, Augusto convirtió Filipos en “colonia” romana. Unos años más tarde, cuando Octavio fue proclamado César Augusto por el senado romano, llamó a esta ciudad Colonia Augusta Julia Philippensis.
Su designación como colonia romana libró a la ciudad de impuestos y le supuso otros privilegios, que tal vez incluyesen una clase secundaria de ciudadanía romana. Por lo tanto, los ciudadanos tenían un apego y afecto más fuertes a Roma del que hubieran tenido de otra manera. Esto puede explicar por qué los amos de la muchacha de quien el apóstol Pablo exorcizó un demonio de adivinación hicieron destacar el hecho de que “somos romanos” en sus acusaciones contra Pablo y Silas ante los magistrados. También entenderían muy bien los cristianos de Filipos la posterior exhortación de Pablo a “portarse como ciudadanos”, de una manera digna de las buenas nuevas acerca de Cristo, y su recordatorio de que “nuestra ciudadanía existe en los cielos”, pues la ciudadanía romana mundana era algo muy apreciado en Filipos, algo de lo que jactarse[25].
Filipos tuvo el privilegio de ser la primera ciudad de Europa que escuchó a Pablo predicar las buenas nuevas, alrededor del año 50 d.C., durante su segunda gira misionera. Él fue allí en obediencia a una visión que tuvo por la noche en Troas, en la que un macedonio le suplicó: “Pasa a Macedonia y ayúdanos”.
Aproximadamente a 2 kilómetros al occidente de Filipos están las ruinas de un arco romano, más allá del cual está el río Gangites. La erección de tal arco a menudo acompañaba la fundación de una colonia. Este simbolizaba la dignidad de la ciudad y podía marcar el pomerium, una línea que encierra un espacio vacío fuera de la muralla de la ciudad dentro de la cual los edificios o entierros estaban prohibidos y los cultos extraños no podían introducirse. Puede ser que a los judíos se les requería reunirse más allá del arco, a causa de que su religión era considerada extraña por fundadores de la ciudad de Filipos. El arco bien pudo haber estado allí cuando Pablo visitó Filipos. Pablo y sus compañeros, entre quienes debía estar el cronista Lucas, se quedaron allí varios días, y el sábado salieron “fuera de la puerta junto a un río”, donde, según relata Lucas, “pensábamos que había un lugar de oración”. Hay quien cree que no había ninguna sinagoga en Filipos debido al carácter militar de la ciudad, y que a los judíos probablemente se les prohibió reunirse dentro de la ciudad para adorar. De todas formas, Pablo habló a las mujeres que había reunidas, y halló una, de nombre Lidia, una adoradora de Dios, a quien “le abrió el corazón ampliamente para que prestara atención a las cosas que Pablo estaba hablando”. Ella y los de su casa se sumergieron, y su aprecio y hospitalidad eran tan grandes que “sencillamente obligó” a Pablo y a sus compañeros a quedarse en su casa.
Después de responder al llamamiento para ir a Macedonia, Pablo se enfrentó a persecución ya en la primera ciudad, Filipos, no obstante esta vez no procedente de los judíos, como había sucedido en Galacia. Los magistrados de la ciudad se guiaron de las falsas acusaciones de los dueños de la muchacha endemoniada, que habían perdido sus ingresos debido a que ya no podía continuar con su práctica de predicción, de la que habían sacado mucha ganancia. Pablo y Silas fueron golpeados con varas, se les echó en prisión y se les aseguraron los pies en el cepo.
Sin embargo, a la mitad de la noche, mientras oraban y alababan a Dios con himnos a oídos de los demás prisioneros, ocurrió un milagro. Un terremoto soltó las cadenas de los prisioneros y dejó las puertas abiertas. El carcelero, sabiendo que se enfrentaba a la pena de muerte por la pérdida de los prisioneros que se le habían encomendado, estaba a punto de quitarse la vida cuando Pablo clamó: “¡No te hagas ningún daño, porque todos estamos aquí!”. Luego el carcelero y su casa escucharon a Pablo y a Silas, les lavaron sus heridas y llegaron a ser creyentes bautizados.
A la mañana siguiente, posiblemente cuando llegó a sus oídos el milagroso acontecimiento, los magistrados civiles ordenaron al carcelero que libertase a Pablo. Pero Pablo estaba interesado en vindicar, defender y establecer legalmente las buenas nuevas más que en una liberación inmediata. No se iba a conformar con ser liberado en secreto por alguna “puerta trasera” para que los magistrados salvaran las apariencias. ¡De ninguna manera! Llamó la atención a su propia ciudadanía romana y al hecho de que le habían golpeado públicamente a él y a Silas sin haber sido condenados. Tenían que reconocer abiertamente que eran ellos, no los cristianos, quienes habían actuado ilegalmente. Al oír que Pablo y Silas eran romanos, los magistrados tuvieron temor, fueron a ellos personalmente, “les suplicaron”, les soltaron y les solicitaron que partiesen de la ciudad.
No obstante, Pablo había fundado una buena congregación en Filipos, por la que siempre tuvo mucho cariño. Los filipenses se desvivieron por él y atendieron sus necesidades, aun cuando estaba en otros lugares, demostrando el amor que le tenían[26]. Pablo volvió a visitar Filipos durante su tercera gira misionera, y posiblemente lo hizo una tercera vez después de ser liberado de su primera estancia en prisión en Roma.
Al principio del segundo siglo, Ignacio, obispo de Antioquía, pasó por Filipos en camino a Roma para ser echado a las bestias, y los cristianos filipenses mostraron bondad hacia él, se interesaron en él, y tuvieron correspondencia con la Iglesia de Antioquía. De esto se descubre que la iglesia de Filipos estaba en ese tiempo probablemente en una condición satisfactoria. Tuvieron varios obispos en Filipos. De la destrucción de Filipos no sabemos nada. No hay nada ahora en este sitio[27].
[1] Hechos 16.1; 2 Timoteo 1.5; 3.15.
[2] Hechos 16.2.
[3] 1 Corintios 4.17.
[4] 1 Corintios 16.10.
[5] Hechos 19.22; 2 Corintios 1.1; 2.13; 7.5-7.
[6] 2 Corintios 1.19.
[7] Romanos 16.21, 23; 1 Corintios 1.14.
[8] Filipenses 2.19; Hebreos 13.23.
[9] 1 Tesalonicenses 2.6; 3.2.
[10] 1 Timoteo 5.22.
[11] Filipenses 2.20-22.
[12] 2 Timoteo 1.3-5.
[13] Perspicacia para entender las Escrituras; Diccionario 1; Nelson; Vila; Timoteo.
[14] Wikipedia. Frigia.
[15] Wikipedia. Galacia.
[16] Homero. Ilíada, ii, 858.
[17] Apolonio de Rodas. Argonáuticas i, 1178.
[18] Wikipedia. Misia.
[19] 2 Corintios 2.12; Hechos 20.5-6.
[20] 2 Timoteo 4.13.
[21] Epístola a Policarpo 8.
[22] Diccionario Biblico AD; Certeza; Nelson. Troas.
[23] Nelson; Perspicacia para comprender las Ecrituras; Certeza. Samotracia.
[24] Diccionario Bíblico; Certeza; Nelson. Neápolis.
[25] Filipenses 1.27; 3.20.
[26] Filipenses 4.16.
[27] Perspicacia para entender las Escrituras; Diccionario Arqueológico Pfeiffer; Diccionario de Geografía Bíblica. Filipos.
16.1-5 Ahora el relato deja de lado a Bernabé y se dedica casi con exclusividad a Pablo y a sus colaboradores. Al parecer Lucas no se había unido aún a Pablo ya que habla de ellos en tercera persona.
Pablo y Silas llegan a Listra y luego pasan a Derbe; en donde encuentran a Timoteo, nombre que significa “El que Honra a Dios” o “Temeroso de Dios”, “El que adora a Dios”. Era hijo de una mujer judía llamada Eunice y de un griego cuyo nombre no aparece en las Escrituras. Desde muy joven, Timoteo había sido instruido en “los santos escritos” por su madre y, probablemente, por su abuela Loida[1]. No se sabe con exactitud cuándo abrazó el cristianismo. Sin embargo, a finales de 49 o principios de 50 d.C., cuando el apóstol Pablo llegó a Listra, donde al parecer vivía Timoteo, en el transcurso de su segundo viaje misionero, “los hermanos de Listra y de Iconio daban buenos informes” acerca del discípulo Timoteo, que para entonces estaría en la adolescencia o tendría poco más de veinte años[2], aunque algunos creen que pasajes como 1 Corintios 4.17 y 1 Timoteo 1.2 indicarían que Pablo sirvió para la conversión del joven, quizá durante el primer viaje misionero de Pablo, junto con Eunice y Loida. Puede que en este tiempo, como resultado del funcionamiento del Espíritu de Dios, se expresasen ciertas profecías o predicciones concernientes a Timoteo. Después que el Espíritu Santo indicó de esta manera el futuro de Timoteo, los ancianos de la congregación se unieron al apóstol Pablo en imponer las manos sobre Timoteo, apartándolo, por lo tanto, para un servicio en particular con relación a la congregación cristiana. Pablo escogió a Timoteo como compañero de viaje, y, a fin de no ser una causa de tropiezo para los judíos, lo circuncidó. Esto fue una concesión a las ideas judías tradicionales, a causa de las circunstancias, por cuanto se podía alegar la ascendencia judía de Timoteo, pero no se implicaba con ello el abandono del principio de la libertad cristiana.
Timoteo participó con Pablo en actividades cristianas en Filipos, Tesalónica y Berea. Cuando el apóstol Pablo tuvo que partir de Berea debido a la oposición que levantaron judíos fanáticos, dejó a Silas y a Timoteo atrás para que cuidaran del nuevo grupo de creyentes que había allí. Parece ser que, posteriormente, Pablo aconsejó a Timoteo, que aún estaba en Berea, que visitase a los hermanos de Tesalónica para estimularlos a permanecer fieles a pesar de la tribulación. Cuando Timoteo se reunió con Pablo, probablemente en Corinto, llevó buenas nuevas acerca de la fidelidad y amor de los cristianos tesalonicenses. En la carta que Pablo envió a continuación a los tesalonicenses, incluyó los nombres de Silvano y Timoteo en el saludo, como también hizo en su segunda carta.
Timoteo volvió a acompañar a Pablo durante el tercer viaje misionero de este cerca del 52-56 d.C. Estando en Éfeso, Pablo escribió en su primera carta a los Corintios: “Les envío a Timoteo, puesto que él es mi hijo amado y fiel en el Señor; y él les recordará mis métodos relacionados con Cristo Jesús, así como yo estoy enseñando en todas partes en toda congregación”[3]. No obstante, hacia la conclusión de su carta, Pablo indicó que había la posibilidad de que Timoteo no pudiese ir a Corinto: “Si llega Timoteo, vean que quede libre de temor entre ustedes, porque él está haciendo la obra de Dios, así como yo”[4]. Si Timoteo llegó a visitar Corinto, debió haber sido antes de que él y Erasto saliesen de Éfeso en dirección a Macedonia, puesto que Timoteo y Pablo estaban juntos en Macedonia cuando se escribió la segunda carta a los Corintios, basada en el informe de Tito, no de Timoteo[5]. Quizás la visita que Timoteo quería hacer no se materializó. Esto parece indicarse en la segunda carta de Pablo a los cristianos de Corinto, pues en esta no se hace mención alguna de que Timoteo les haya visitado, salvo en compañía del propio Pablo[6]. Más tarde, cuando Pablo escribió a los Romanos, al parecer desde Corinto, en la casa de Gayo, Timoteo estaba con él[7].
El texto no dice si Pablo subió a Jerusalén con su hijo espiritual. Tampoco se le menciona en relación con el encarcelamiento de Pablo en Cesarea ni con el viaje de Pablo a Roma. El nombre de Timoteo está incluido en los saludos de las cartas escritas por Pablo a los Filipenses, Colosenses y Filemón, durante el primer encarcelamiento del apóstol en Roma. Parece ser que Timoteo también estuvo encarcelado en Roma durante algún tiempo entre la escritura de la carta a los Filipenses y la carta a los Hebreos[8].
Después que Pablo fue liberado, Timoteo volvió a participar con el apóstol en el ministerio, permaneciendo en Éfeso bajo su dirección. Puede que para ese tiempo, cerca del 61-64 d.C., Timoteo tuviese unos treinta años. Pablo lo describe como un siervo de Dios en el evangelio con algún prestigio entre los apóstoles[9]. Poseía autoridad para nombrar superintendentes y siervos ministeriales en la congregación[10]. Allí tenía que refutar la falsa ciencia de ciertos doctores, nombrar cargos, organizar y disciplinar la Iglesia como delegado de Pablo, que poco antes de morir le escribió una segunda epístola, considerada como su testamento espiritual. Timoteo estaba plenamente capacitado para encargarse de esas pesadas responsabilidades, como había demostrado al trabajar codo a codo con el apóstol Pablo durante once años o más. Pablo pudo decir con respecto a él: “Porque no tengo a ningún otro de disposición como la de él, que genuinamente cuide de las cosas que tienen que ver con ustedes. ...Ustedes saben la prueba que él dio de sí mismo, que, cual hijo con su padre, sirvió como esclavo conmigo en el adelanto de las buenas nuevas”[11]. Y a Timoteo le escribió: “Nunca ceso de acordarme de ti en mis ruegos, y noche y día anhelo verte, pues recuerdo tus lágrimas, para llenarme de gozo. Porque recuerdo la fe que hay en ti sin hipocresía alguna”[12].
Aunque Timoteo estaba enfermo con frecuencia debido a problemas estomacales, gustosamente se gastó a favor de otros. Debido a sus excelentes cualidades, se hizo querer por el apóstol Pablo, quien deseó vivamente su compañía cuando vio que la muerte era inminente, aunque no sabemos si esta visita se llevó a cabo. Puede que Timoteo haya sido tímido y haya titubeado en hacer valer su autoridad debido a su relativa juventud, por lo que necesitaba las amonestaciones personales de Pablo. Esto muestra que no era orgulloso, sino que reconocía sus limitaciones y ninguno de los compañeros de Pablo recibió de este tan ardientes elogios por su lealtad. No se sabe nada de los años posteriores de Timoteo. Una antigua tradición afirma que siguió dirigiendo la iglesia en Éfeso, y que sufrió el martirio bajo Domiciano o Nerva[13].
2. Troas: Llamado macedónico.
16.6-10 Los misioneros viajaron por Frigia, que era una antigua región de Asia Menor que ocupaba la mayor parte de la península de Anatolia, en el territorio que actualmente corresponde a Turquía. Estaba rodeado por las fuentes del río Sakarya y situada entre las provincias modernas de Afyon, Eskişehir y Ankara.
Fue conquistado después de la llegada de los indoeuropeos occidentales, que vinieron a Europa sobre el 1200 a.C., y que dejaron su propia marca cultural como expertos artesanos. Era una región rica, de numerosas ciudades como Cibira o Apamea, que estaba situada en las rutas comerciales de Lidia y Caria, que iban hacia el Este. Frigia poseía un gran potencial en agricultura, gracias a que el agua de las lluvias, que eran muy intensas en las montañas, descendía a la ciudad. Este potencial permitió que Frigia desarrollara un gran reino al comienzo de la época arcaica griega. Sus límites fueron un campo de batalla para los persas y los lidios, los romanos y los galos, los árabes y los romanos, los cruzados y los seljuks, los otomanos y los mongoles y para los bizantinos y los turcos. Los monumentos y ruinas abundan en Sakarya.
Como invasores de Tracia, los frigios desempeñaron un papel decisivo en la destrucción del reino hitita y de la caída de Troya. El reino frigio del siglo VIII y VII a.C., mantuvo cerca sus contactos con los arios en el este y los griegos en el oeste. Su historia es solo narrada brevemente por Heródoto, contando el suicidio del pasado rey Midas en Gordión cuando cayó ante los cimerios en el 676 a.C. Con el establecimiento de los galos en Frigia del este, el culto de Cibeles, la diosa madre, se extendió entre los habitantes de la ciudad[14].
También pasaron por Galacia, que es una antigua región del Asia Menor, actualmente Turquía, donde asentaron algunas tribus migratorias de galos procedentes de las tierras germanas a principios del siglo III a.C. La región tomó su nombre de estos galos y sus habitantes se llamaron gálatas.
Para los geógrafos de la antigüedad, la “tierra céltica” era aquella extensión que lindaba con los Pirineos y los Alpes y otras tierras fuera del mundo clásico. Siempre que el geógrafo Estrabón quería referirse a estas tierras las llamaba keltai. La palabra celta no definía una etnia, sino un concepto geográfico. Sin embargo, los romanos no los denominaban así; para ellos los habitantes de estas tierras eran galos, independientemente del lugar geográfico donde se encontraran, más allá de los Alpes, cerca de los ligures en Italia, más allá las columnas de Hércules en el sur de España, o Asia Menor. La Galia o las Galias era por antonomasia el territorio europeo, lo que hoy es Francia, aproximadamente, y Galacia era el territorio de Anatolia, en Asia Menor. Sus habitantes, los de un sitio y otro eran llamados siempre galos.
En el año 279 a.C., algunas tribus de aquellos galos o celtas, se dirigieron desde más allá de los Alpes hacia Provenza y la península Itálica; un tercer grupo llegó hasta Grecia y en Delfos amenazaron con destruir el santuario de Apolo. Pero aquel ataque fue un fracaso y no precisamente por la acción del contingente humano, sino por la ayuda del dios Apolo que invocó a la Naturaleza, que se puso de parte de los griegos, según cuenta el historiador y geógrafo griego del siglo II, Pausanias. Al parecer hubo un gran terremoto, tormenta con rayos y truenos, noches con heladas y nevadas y desprendimiento de rocas de las montañas cercanas. Breno, el jefe de los gálatas resultó gravemente herido y adelantó su muerte bebiendo “una gran cantidad de vino puro”, según palabras del historiador. Hay que tener en cuenta que en esta época el vino se bebía diluido en agua, de ahí que el hecho llamara la atención del escritor. También describe la valentía y la bravura de aquellas gentes.
Aquellos galos derrotados y rechazados iniciaron su camino hacia el norte y el noreste y se fueron desperdigando al llegar a Asia Menor. Por entonces reinaba en Pérgamo el rey Eumenes I, que les rechazó ayudado por su gran ejército de mercenarios. Poco después llegaron nuevos destacamentos desde las selvas de Germania y volvieron a atacar, pero de nuevo fueron repelidos en Pérgamo y en las grandes ciudades de la costa de Asia Menor, por el sucesor de Eumenes, el rey Átalo I. Los historiadores piensan que estos rechazos fueron beneficiosos para la trayectoria de la cultura helenística, que quizás de otro modo se habría truncado.
Después de estas derrotas, los grupos de galos se desperdigaron por otros lugares de la Anatolia y se fueron asentando en las cuencas de los actuales ríos Kizil Irmak y Delice Irmak. Allí crearon una región propia que se llegó a llamar Galacia, cuya capital fue Ancyra o Ankara. Desde allí se fueron adueñando de las poblaciones de la costa egea.
A partir del 189 a.C., esta región junto con otras adyacentes fue gobernada directamente por Roma, hasta que en el 25 a.C., se convirtió en provincia romana con el nombre de Galatia.
En el siglo I, esta zona fue visitada por Pablo, quien entregó una epístola a sus habitantes, los gálatas, en las distintas iglesias cristianas que ya existían. En el siglo XI, Galacia cayó en poder de los selyúcidas[15].
De ahí viajaron a Misia. Misia es una antigua región situada en la parte noroccidental de la península de Anatolia. Tenía salida a la costa del Mar de Mármara y a la del Mar Egeo. Limitaba con la Tróade al noroeste, Frigia y Bitinia al este y Lidia al sur. Las ciudades más importante de la región eran Pérgamo, Cícico, Lámpsaco y Nicomedia. El río Caicos, actual Ar-su o Bokhair, es el principal río que atraviesa la región, de este a oeste. Su territorio se corresponde aproximadamente con la actual provincia de Balikesir, en la actual Turquía.
Misia es mencionada por Homero en la Ilíada como una de las regiones participantes en la guerra de Troya como aliada de los troyanos:
De los misios era jefe Crómide y el augur Énnomo;
pero no se defendió con augurios de la negra parca,
pues sucumbió a manos del velocípedo Eácida
en el río, justo donde aniquiló también a otros troyanos[16].
En otros poemas, se da noticia de que la expedición de los aqueos, la primera vez que partió de Áulide rumbo a Troya, se equivocó de rumbo y llegó a las costas de Misia. Allí Télefo, hijo de Heracles y rey de la región, combatió a los aqueos con sus tropas y mató a uno de sus caudillos, Tersandro, hijo de Polinices, pero el propio Télefo fue luego herido por Aquiles. La tradición situaba la tumba de Tersandro en la ciudad de Elea, en la llanura del río Caicos. Posteriormente Aquiles curó a Télefo y éste indicó a los aqueos el rumbo correcto a Troya.
Sin embargo, Eurípilo, hijo de Télefo, también participó en la guerra de Troya como aliado de los troyanos. Se presenta a Eurípilo como un guerrero formidable, que acabó, entre otros, con la vida de Macaón. Fue muerto en batalla por Neoptólemo, hijo de Aquiles.
En el mito del viaje de los argonautas también aparece Misia como uno de los lugares por donde pasó el Argo, aunque en este caso por la costa del Mar de Marmara en lugar de la del Egeo.
Los Argonautas llegaron a las tierras de rey Cízico, que reinaba sobre una tribu llamada de los doliones. Fueron recibidos amistosamente pero tras partir de la ciudad, vientos adversos llevaron por la noche de nuevo a los argonautas a las tierras de Cízico. Estos no se habían dado cuenta del lugar a donde habían regresado por la confusión producida en la oscuridad, se entabló una batalla entre los doliones y los argonautas donde murió Cízico. Posteriormente los argonautas se lamentaron de su error y rindieron honores fúnebres al rey.
Después de este suceso continuaron por la costa de Misia:
“Alcanzaron ellos los parajes poblados de la tierra Ciánida, junto al monte Argantoneo y la desembocadura del Cío. A su llegada en son de amistad hospitalariamente los acogieron los misios, que habitan aquella región”[17].
En aquella región fue donde Hilas, el protegido de Heracles, fue raptado por las ninfas a causa de su belleza. Heracles y Polifemo abandonaron en ese momento la expedición puesto que partieron busca de Hilas pero mientras tanto el Argo partió sin ellos. Lico, hijo de Dáscilo y nieto de Tántalo, era el rey de los mariandinos, una tribu de Misia, y acogió a los argonautas. Fue ayudado por éstos en su guerra contra los bébrices.
En la edad de bronce Misia formaba parte del territorio que los hititas llamaban Assuwa, aunque hay controversia sobre si el que los hititas conocían como país del río Seha corresponde al territorio de Misia, puesto que se discute si el Seha era el posteriormente conocido como Caicos o, en cambio, el Hermos, que está situado más al sur, en Lidia.
También se discute si Misia es la región que era aliada de los hititas y que estos conocían con el nombre de Mesa. Por otro lado, los egipcios conocían desde el siglo XIV a.C., por el nombre de meshwesh a un pueblo que posteriormente formó parte de los denominados Pueblos del Mar. Además, otra tribu que está documentada en fuentes egipcias durante el reinado de Ramsés III se llamaba keykesh. Aunque los eruditos sitúan ambas tribus en Libia, algunos investigadores han relacionado el nombre de meshwesh con la región de Misia y el de keykesh con el río Caicos, por lo que se ha supuesto que existieron relaciones culturales entre la región de Misia y los libios.
En la época de la Grecia arcaica, fueron fundadas colonias en su territorio por inmigrantes de Mileto.
Desde principios del siglo VI a.C., Misia estuvo bajo dominio del imperio Persa. La región de Misia participó en la llamada revuelta jónica contra los persas un siglo después, pero tras sofocar la rebelión, las ciudades de Misia fueron castigadas.
Alejandro Magno venció a los persas en 334 a.C., tras cruzar el Helesponto y pasó a controlar la región. Tras su muerte, Misia fue territorio controlado por los seléucidas.
A mediados del siglo III a.C., estuvo en su territorio el reino de Pérgamo. Durante el reinado de Átalo I, los macedonios y las gálatas fueron derrotados. Luego, tras el reinado de Átalo III, en 133 a. C., Misia pasó a formar parte del Imperio romano[18].
De ahí quisieron ir a Bitinia. Bitinia era un territorio al noroeste de Asia Menor y al suroeste del mar Negro que desde la península de Calcedonia llegó a extenderse hasta Heraclea Póntica y Paflagonia, Misia y la Propóntide, actual mar de Mármara.
Sus principales ciudades fueron Nicomedia, Nicea y Bursa. Nicomedia fue fundada en el año 264 a.C., por Nicomedes I y era la capital del territorio.
Alejandro Magno, durante la conquista de Persia y tras la Batalla del Gránico, consiguió que se sometieran todas las ciudades griegas de la satrapía de Sparda, antiguo reino de Lidia. En esta región es donde se emplazarían los futuros reinos de Pérgamo y de Bitinia. Posteriormente, en el año 323 a.C., Alejandro murió y se inició la Primera Guerra de los Diádocos, durante la cual Bas conseguiría la independencia de Bitinia. Su hijo Cipetes sería el primer rey de Bitinia.
Cipetes participó en las luchas entre Lisímaco y Seleuco, que eran generales de Alejandro Magno, llegando a enfrentarse victoriosamente a Antíoco, iniciando una política independiente de los diádocos y sus sucesores, política que siguieron sus descendientes en el trono Nicomedes I, Prusias I y Prusias II. Estos dos últimos reyes vieron su territorio reducido en beneficio de Pérgamo.
Con la intervención de Roma en los asuntos de Asia Menor, la expansión territorial de Bitinia pretendida por Nicomedes II y Nicomedes III nunca fue conseguida, sufriendo, incluso, alguna reducción con las conquistas de Mitrídates VI, rey del Ponto. Nicomedes IV legó su reino a Roma a su muerte, en el año 74 a.C., pasando a integrarse en las provincias del Ponto y Bitinia, que fue organizada por Pompeyo y la unió al Ponto. Plinio el Joven fue gobernador de Bitinia, quien dijo que había muchos cristianos en la provincia en las cartas informativas que mandaba al emperador Trajano, en el año 111.
Según la mitología griega, Idmón, hijo de Apolo y Asteria, era un adivino, que tuvo la premonición que moriría si se unía a los Argonautas. Pese a esto lo hizo y tal como anticipó en sus visiones murió en la comarca de Bitinia por la mordedura de una serpiente. Aproximadamente en 559 a.C., los fundadores de la ciudad de Heraclea Póntica construyeron un templo sobre el punto donde fue enterrado este héroe, en su honor.
Como curiosidad resalta el hecho de que hacia el año 40 d.C., el emperador romano Calígula, nombró cónsul de esta ciudad a Incitatus, su caballo personal.
Por qué el Espíritu Santo no les permitió ir a estos lugares a predicar será un misterio por siempre. Pero de ahí viajaron a Troas, que originalmente, era el nombre de un distrito ubicado al este del Helesponto, en la Misia occidental, donde se encontraba la famosa Troya de La IIíada de Homero.
La Troas del Nuevo Testamento fue una ciudad fundada por Antígono, uno de los generales de Alejandro, era el principal puerto marítimo del Noroeste de Asia Menor, que se encontraba a unos 20 kilómetros al Sursudoeste del lugar de la antigua Troya, y a la que se le dio el nombre de Antigonia. Hallábase frente a la isla de Tenedos. La región circunvecina, incluyendo toda la costa al sur del Helesponto, se llamaba también Troas o Tróade. Después de su muerte, Lisímaco, su oponente y rey de Tracia, le cambió ese nombre por el de Alejandría. Pero para evitar confusiones con la Alejandría de Egipto, su nombre oficial pasó a ser Alejandría Troas, y Troas se convirtió en designación corriente de la ciudad cuando Augusto la transformó en colonia romana.
Gracias a su buen puerto, Julio César, César Augusto y especialmente Constantino pensaron seriamente establecer allí la capital del Imperio. La ciudad creció rápidamente alrededor de las dársenas portuarias artificiales, las que proporcionaban la protección necesaria de los vientos del norte, en un punto central de reunión de las rutas marítimas, cerca de la desembocadura del Helesponto. Augusto la convirtió en colonia y los sucesivos emperadores la embellecieron con magníficos edificios. Muchísimas ruinas, entre las cuales hay baños, un teatro, un acueducto y un templo, siguen testimoniando de su gloria pasada.
Si bien raras veces se la menciona en la literatura secular, cumplía una función estratégica en el sistema de comunicación romano, y su importancia surge claramente de las referencias incidentales tanto en Hechos como en las epístolas.
En este puerto, ubicado en la ruta principal entre el Asia Occidental y Macedonia, Pablo, en su primera visita a la ciudad en ocasión de su segundo viaje misionero, recibió el llamado divino para trabajar en Europa. Quizá este hecho señale también la reunión de Pablo con Lucas, porque los pasajes en primera persona del plural comienzan en Hechos 16.10.
Pablo pasó dos veces por ella en su tercer viaje misionero[19]. En la segunda oportunidad se quedó una semana con los miembros de la Iglesia de Troas, de la cual tal vez fue el fundador. La visitó de nuevo después de su primer encarcelamiento en Roma, y es posible que fuera arrestado allí, porque aparentemente dejó la ciudad con tanta prisa que no tuvo tiempo de tomar consigo su capa y sus libros[20]. Ignacio, también, después de enviar tres epístolas desde Troas tuvo que embarcarse con premura para Neápolis, como prisionero con destino a Roma[21], cuando se lo permitieron las condiciones climáticas.
El sitio de Troas en Daylan está desierto en la actualidad, pero hay restos del puerto, los baños, el estadio y otros edificios, y puede constatarse todavía la existencia de varios kilómetros de muros[22].
Estando descansando en Troas, Pablo recibe la visión del varón macedónico de que pase a ayudarles, lo que les pone de inmediato en marcha a la puerta de Europa.
3. Filipos: Extenso ministerio.
16.11-40 De Troas viajaron a Samotracia, que es una pequeña isla montañosa situada al norte del mar Egeo, unos 32 kilómetros al sur de la costa de Tracia. Debido a la altura de uno de sus picos, Samotracia servía de guía a los marineros. Pero su renombre se debía especialmente a la celebración de los misterios de Ceres y Proserpina y de las deidades llamadas Los Cabiri. Por eso se consideraba sagrada y a ella acudían muchos peregrinos; los fugitivos llegaban a ella en busca de asilo. También fue famosa como centro del culto de misterio de los Kabeiroi, antiguas deidades de la fertilidad que, se suponía, protegían a los que enfrentaban peligros, especialmente en el mar.
La ciudad de Samotracia estaba en el lado norte de la isla, y durante la noche proporcionaba abrigo contra el viento sudoriental. Por esta razón Pablo se apresuró a navegar de Troas a Neápolis en su primer viaje misionero. Es probable que en la primavera del año 50 d.C., el barco en el que viajaba Pablo durante su segundo viaje misionero llegara “con rumbo directo” a la isla de Samotracia desde Troas, sin embargo, no hay ningún indicio de que desembarcase allí. En la actualidad esta isla carece de un buen puerto, aunque ofrece bastantes lugares para un anclaje seguro[23].
De esa isla partieron al día siguiente para Neápolis. Este es el nombre de varias ciudades del mundo antiguo, que en griego significa “ciudad nueva”. A la que se refiere en este pasaje es al puerto de mar en Filipos, Macedonia, sobre el Golfo Estrimoniano, a unos 16 kilómetros al sudeste de esta ciudad. Puesto que Neápolis se hallaba en una península angosta, con una bahía a cada lado, realmente tenía dos puertos. En este lugar llegaba al mar la carretera llamada Vía lgnacia después de cruzar Macedonia de oeste a este; hoy el sitio se llama Kavalla. Se piensa que originalmente se llamaba Datón; ocupaba una posición en una franja de territorio entre dos bahías, lo cual le proporcionaba un útil puerto a cada lado. Fue el primer punto que tocó Pablo en Europa. Desembarcó allí en su segundo viaje misionero en camino a Macedonia en respuesta a la visión que había tenido en Troas. Que no se quedara en Neápolis, sino que siguiese derecho a Filipos, se debió probablemente a la ausencia de una comunidad judía en ella, porque su costumbre era comenzar su labor en una región nueva primero entre los judíos antes de ir a los gentiles. Es posible que Pablo la haya visitado durante su tercer viaje también[24].
Desde ahí viajaron a Filipos. Para este tiempo esta era “la ciudad principal del distrito de Macedonia”, aunque no parece que fuese su capital. Estaba situada sobre la vía Egnatia en la parte oriental del distrito, en el extremo Norte del mar Egeo, no lejos del distrito de Tracia. Pablo venía en barco desde Troas, desembarcó en Neápolis, el puerto marítimo de Filipos, y viajó unos 15 kilómetros hacia el Noroeste a lo largo de la vía Egnatia, la gran ruta comercial y militar que iba desde Asia a Roma, a través de un paso de montaña a unos 500 metros sobre el nivel del mar, y descendía por la explanada de Filipos.
La ciudad estaba situada en una colina que se elevaba sobre la explanada, cerca del río Gangites. Al Sur se extendía una gran marisma. La acrópolis de Filipos se alzaba sobre una gran formación rocosa que estaba en la parte Noreste de la ciudad. Las excavaciones de sus ruinas indican que la vía Egnatia discurría por el centro de la ciudad y que una enorme tribuna se extendía junto a ella. Es posible que la capital del distrito fuese Anfípolis, a unos 50 kilómetros al Suroeste, la ciudad adonde Pablo viajó después de dejar Filipos. Desde Anfípolis Pablo se dirigió a Apolonia, aproximadamente a unos 50 kilómetros al Sur, y desde allí se encaminó a Tesalónica, que estaba a unos 60 kilómetros al Oeste, donde permaneció por tres semanas antes de ir hacia el Suroeste pasando por Berea para tomar un barco que lo llevara a Atenas.
Filipos se llamaba originalmente Krenides, por los manantiales de agua que alimentan el río cercano, el Antiges y su pantano próximo; pero a mediados del siglo IV a.C., Filipo II de Macedonia, el padre de Alejandro Magno, conquistó la ciudad a los tracios y le dio su nombre; echó fuera o reforzó a los habitantes, la ensanchó y la fortificó. En la región había importantes minas de oro, las que diligentemente trabajó, sacando como 1000 talentos anualmente y se acuñaron monedas con el nombre de Filipo. La muralla que Felipe construyó alrededor de la ciudad y sobre la acrópolis puede aún notarse. Las ruinas del teatro griego construido por Felipe están aún en la falda de la montaña. En el 335 a.C., Alejandro pasó a través de Filipos en su viaje de Amfípolis a Tracia.
Muy poco se oye de ella por tres siglos, solamente que pasó a manos romanas después de la batalla de Pidna, en el año 168 a.C., cuando el cónsul romano Lucio Emilio Paulo derrotó a Perseo, el último rey macedonio, y tomó Filipos y sus alrededores. En 146 a.C., toda Macedonia fue constituida una sola provincia romana. La batalla en la que Octavio y Marco Antonio derrotaron a los ejércitos de Bruto y Cayo Casio Longino, asesinos de Julio César, se peleó en la explanada de Filipos el año 42 a.C. Después, como conmemoración de su gran victoria, Augusto convirtió Filipos en “colonia” romana. Unos años más tarde, cuando Octavio fue proclamado César Augusto por el senado romano, llamó a esta ciudad Colonia Augusta Julia Philippensis.
Su designación como colonia romana libró a la ciudad de impuestos y le supuso otros privilegios, que tal vez incluyesen una clase secundaria de ciudadanía romana. Por lo tanto, los ciudadanos tenían un apego y afecto más fuertes a Roma del que hubieran tenido de otra manera. Esto puede explicar por qué los amos de la muchacha de quien el apóstol Pablo exorcizó un demonio de adivinación hicieron destacar el hecho de que “somos romanos” en sus acusaciones contra Pablo y Silas ante los magistrados. También entenderían muy bien los cristianos de Filipos la posterior exhortación de Pablo a “portarse como ciudadanos”, de una manera digna de las buenas nuevas acerca de Cristo, y su recordatorio de que “nuestra ciudadanía existe en los cielos”, pues la ciudadanía romana mundana era algo muy apreciado en Filipos, algo de lo que jactarse[25].
Filipos tuvo el privilegio de ser la primera ciudad de Europa que escuchó a Pablo predicar las buenas nuevas, alrededor del año 50 d.C., durante su segunda gira misionera. Él fue allí en obediencia a una visión que tuvo por la noche en Troas, en la que un macedonio le suplicó: “Pasa a Macedonia y ayúdanos”.
Aproximadamente a 2 kilómetros al occidente de Filipos están las ruinas de un arco romano, más allá del cual está el río Gangites. La erección de tal arco a menudo acompañaba la fundación de una colonia. Este simbolizaba la dignidad de la ciudad y podía marcar el pomerium, una línea que encierra un espacio vacío fuera de la muralla de la ciudad dentro de la cual los edificios o entierros estaban prohibidos y los cultos extraños no podían introducirse. Puede ser que a los judíos se les requería reunirse más allá del arco, a causa de que su religión era considerada extraña por fundadores de la ciudad de Filipos. El arco bien pudo haber estado allí cuando Pablo visitó Filipos. Pablo y sus compañeros, entre quienes debía estar el cronista Lucas, se quedaron allí varios días, y el sábado salieron “fuera de la puerta junto a un río”, donde, según relata Lucas, “pensábamos que había un lugar de oración”. Hay quien cree que no había ninguna sinagoga en Filipos debido al carácter militar de la ciudad, y que a los judíos probablemente se les prohibió reunirse dentro de la ciudad para adorar. De todas formas, Pablo habló a las mujeres que había reunidas, y halló una, de nombre Lidia, una adoradora de Dios, a quien “le abrió el corazón ampliamente para que prestara atención a las cosas que Pablo estaba hablando”. Ella y los de su casa se sumergieron, y su aprecio y hospitalidad eran tan grandes que “sencillamente obligó” a Pablo y a sus compañeros a quedarse en su casa.
Después de responder al llamamiento para ir a Macedonia, Pablo se enfrentó a persecución ya en la primera ciudad, Filipos, no obstante esta vez no procedente de los judíos, como había sucedido en Galacia. Los magistrados de la ciudad se guiaron de las falsas acusaciones de los dueños de la muchacha endemoniada, que habían perdido sus ingresos debido a que ya no podía continuar con su práctica de predicción, de la que habían sacado mucha ganancia. Pablo y Silas fueron golpeados con varas, se les echó en prisión y se les aseguraron los pies en el cepo.
Sin embargo, a la mitad de la noche, mientras oraban y alababan a Dios con himnos a oídos de los demás prisioneros, ocurrió un milagro. Un terremoto soltó las cadenas de los prisioneros y dejó las puertas abiertas. El carcelero, sabiendo que se enfrentaba a la pena de muerte por la pérdida de los prisioneros que se le habían encomendado, estaba a punto de quitarse la vida cuando Pablo clamó: “¡No te hagas ningún daño, porque todos estamos aquí!”. Luego el carcelero y su casa escucharon a Pablo y a Silas, les lavaron sus heridas y llegaron a ser creyentes bautizados.
A la mañana siguiente, posiblemente cuando llegó a sus oídos el milagroso acontecimiento, los magistrados civiles ordenaron al carcelero que libertase a Pablo. Pero Pablo estaba interesado en vindicar, defender y establecer legalmente las buenas nuevas más que en una liberación inmediata. No se iba a conformar con ser liberado en secreto por alguna “puerta trasera” para que los magistrados salvaran las apariencias. ¡De ninguna manera! Llamó la atención a su propia ciudadanía romana y al hecho de que le habían golpeado públicamente a él y a Silas sin haber sido condenados. Tenían que reconocer abiertamente que eran ellos, no los cristianos, quienes habían actuado ilegalmente. Al oír que Pablo y Silas eran romanos, los magistrados tuvieron temor, fueron a ellos personalmente, “les suplicaron”, les soltaron y les solicitaron que partiesen de la ciudad.
No obstante, Pablo había fundado una buena congregación en Filipos, por la que siempre tuvo mucho cariño. Los filipenses se desvivieron por él y atendieron sus necesidades, aun cuando estaba en otros lugares, demostrando el amor que le tenían[26]. Pablo volvió a visitar Filipos durante su tercera gira misionera, y posiblemente lo hizo una tercera vez después de ser liberado de su primera estancia en prisión en Roma.
Al principio del segundo siglo, Ignacio, obispo de Antioquía, pasó por Filipos en camino a Roma para ser echado a las bestias, y los cristianos filipenses mostraron bondad hacia él, se interesaron en él, y tuvieron correspondencia con la Iglesia de Antioquía. De esto se descubre que la iglesia de Filipos estaba en ese tiempo probablemente en una condición satisfactoria. Tuvieron varios obispos en Filipos. De la destrucción de Filipos no sabemos nada. No hay nada ahora en este sitio[27].
[1] Hechos 16.1; 2 Timoteo 1.5; 3.15.
[2] Hechos 16.2.
[3] 1 Corintios 4.17.
[4] 1 Corintios 16.10.
[5] Hechos 19.22; 2 Corintios 1.1; 2.13; 7.5-7.
[6] 2 Corintios 1.19.
[7] Romanos 16.21, 23; 1 Corintios 1.14.
[8] Filipenses 2.19; Hebreos 13.23.
[9] 1 Tesalonicenses 2.6; 3.2.
[10] 1 Timoteo 5.22.
[11] Filipenses 2.20-22.
[12] 2 Timoteo 1.3-5.
[13] Perspicacia para entender las Escrituras; Diccionario 1; Nelson; Vila; Timoteo.
[14] Wikipedia. Frigia.
[15] Wikipedia. Galacia.
[16] Homero. Ilíada, ii, 858.
[17] Apolonio de Rodas. Argonáuticas i, 1178.
[18] Wikipedia. Misia.
[19] 2 Corintios 2.12; Hechos 20.5-6.
[20] 2 Timoteo 4.13.
[21] Epístola a Policarpo 8.
[22] Diccionario Biblico AD; Certeza; Nelson. Troas.
[23] Nelson; Perspicacia para comprender las Ecrituras; Certeza. Samotracia.
[24] Diccionario Bíblico; Certeza; Nelson. Neápolis.
[25] Filipenses 1.27; 3.20.
[26] Filipenses 4.16.
[27] Perspicacia para entender las Escrituras; Diccionario Arqueológico Pfeiffer; Diccionario de Geografía Bíblica. Filipos.