VIII. La
Salvación (Doctrina de la Soterología): La salvación es, sin duda, el tema más importante de toda la Biblia.
Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento están centrados en la concepción de
la “salvación”, basada sobre el hecho
de que el hombre, totalmente arruinado por la caída, y por ello mismo destinado
a la muerte y a la perdición eternas, tiene necesidad de ser rescatado y
salvado mediante la intervención de un Salvador divino. El hombre y la misión
del Señor se centran objetivamente en salvar. De ahí la importancia que sepamos
cómo, dónde, cuándo y por qué se da este trascendental hecho. Esto culminaría,
si no fuera por la redención que ofrece Cristo, en la muerte[1]. Así, el mensaje
bíblico se distingue claramente de una mera moral religiosa que dé al hombre
consejos de buena conducta o que preconice la mejora del hombre mediante sus
propios esfuerzos. También se halla a una inmensa distancia de un frío deísmo,
en el que la lejana divinidad se mantenga indiferente a la suerte de sus
criaturas.
A. ¿Qué es la salvación?
La idea básica del término “salvación” es rescatar y preservar de un peligro inminente; implica dar salud y seguridad. En su sentido más profundo, sin embargo, es un término cuyo significado está limitado cada vez más a la expresión del milagro divino de la libertad espiritual del hombre del dominio y culpa del pecado y la muerte, y al goce de una vida eterna de comunión renovada con Dios.
La palabra hebrea que significa salvación es yesûa, cuyo significado básico es “encajar en un contexto extenso” y en griego soteria que tiene el sentido figurado de “libertad de toda restricción” y los medios para llegar a ella; es decir liberación de los factores que obligan y confinan.
En la gran mayoría de las referencias Dios es el autor de la salvación. Así, Dios salva a su rebaño[2]; rescata a su pueblo[3] y solo Él puede salvarlos[4]; no hay otro Salvador aparte de Él[5]. Salvó a los padres en Egipto[6], y a sus hijos de Babilonia[7]. Él es el refugio y el salvador de su pueblo[8]. Salva al pobre y al necesitado cuando no tienen otro que los ayude[9]. En las palabras de Moisés, “y veréis la salvación que Adonay os otorgará en este día[10], tenemos la esencia misma del concepto antiguo testamentario de la salvación.
Así, conocer a Dios en alguna medida es conocerlo como Dios Salvador[11], de modo que las palabras “Dios” y “Salvador” son virtualmente idénticas en el Antiguo Testamento. El gran ejemplo normativo de la divina liberación salvadora es el éxodo[12]. La redención de la esclavitud egipcia mediante la intervención de Dios en el mar Rojo fue determinante de toda la subsiguiente reflexión de Israel acerca de la naturaleza y la actividad de Dios. El éxodo fue el molde al cual se incorporó toda la siguiente interpretación del drama de la historia de Israel. Se lo expresaba con el canto en el culto[13], se lo refería[14], se lo representaba en el ritual[15]. De manera que la noción de la salvación surgió del éxodo, estampada indeleblemente con la dimensión de los poderosos actos de liberación divina en la historia.
Este elemento profundamente significativo sirvió de base, a su vez, para una contribución antiguo testamentaria aun mayor a la idea de la salvación cual es la escatología. La experiencia que tuvo Israel en cuanto a Dios como Salvador en el pasado le permitió proyectar su fe hacia adelante, hacia la expectativa de su salvación plena y definitiva en el futuro. Precisamente porque Adonay se ha hecho conocer como Señor de todos, creador y sustentador de toda la tierra, y porque es un Dios justo y fiel, un día hará efectiva su total victoria sobre sus enemigos y salvará a su pueblo de todos sus males[16]. En el período primitivo esta esperanza de salvación se centra más en la intervención histórica inmediata para la reivindicación de Israel[17]. En el período profético encuentra expresión en función de un “día de Adonay” en el cual el juicio habrá de combinarse con la liberación[18]. La experiencia del exilio proporcionó tanto una imagen concreta como un marco concreto para la expresión de esta esperanza como un nuevo éxodo[19]; pero los desalentadores y limitados resultados de la restauración proyectaron la esperanza hacia adelante nuevamente, y la convirtieron en lo que se ha denominado la escatológica-trascendental[20], la esperanza del nuevo mundo al final de la era presente, en el que el gobierno soberano y el carácter justo de Dios se manifestarán en todas las naciones.
Finalmente notamos que la actividad salvadora de Dios en el Antiguo Testamento se amplía y se profundiza en función de un instrumento particular de esa salvación, el Mesías-Siervo. La salvación envuelve un agente, o salvador, aunque no necesariamente distinto de Adonay mismo. En general aunque Adonay puede emplear agentes humanos particulares, o salvadores, en momentos históricos determinados[21], solo Él es el Salvador de su pueblo[22]. Esta afirmación general, empero, requiere aclaración en el contexto del desarrollo de la esperanza de la salvación en el Antiguo Testamento, donde en los cánticos del Siervo encontramos una encarnación personal de la salvación moral de Adonay, aun cuando nunca se hace referencia al Siervo como salvador en forma directa. La configuración corporativa está claramente presente aquí, pero la personificación del ministerio del Siervo está clara en el texto, y a la luz del cumplimiento neo testamentario no requiere defensas adicionales. En el cántico de Isaías 49.1–6 aparece como instrumento de la salvación universal preparada por Dios. El cántico final de Isaías 52.13–53.12, no contiene el término, pero el concepto de la salvación está presente en todas partes en función de una liberación del pecado y sus consecuencias. Así, el Antiguo Testamento nos ayuda a comprender, finalmente, que Dios salva a su pueblo mediante su Mesías-Salvador.
En el Nuevo Testamento comenzamos con la observación general de que, en buena medida, el uso “religioso” de una liberación moral espiritual se vuelve totalmente dominante en lo que respecta al concepto de la salvación. En el uso no religioso se limita virtualmente a salvar ante graves peligros de muerte[23].
1. Los evangelios sinópticos.
Jesús menciona la palabra salvación una sola vez[24], donde puede referirse ya sea a sí mismo como personificación de la salvación, impartiendo perdón a Zaqueo, o a aquello que se evidencia por la conducta transformada del publicano. Nuestro Señor usó la palabra “salvar” y otras afines para indicar primero lo que vino a hacer[25], y segundo, lo que se le exige al hombre[26]. Lucas 18.26, y el contexto, muestra que la salvación exige un corazón arrepentido, impotencia como de la de un niño, dispuesta a recibir, y la renuncia a todas las cosas por amor a Cristo, condiciones todas que el hombre no puede cumplir por sí solo.
El testimonio de otros acerca de la actividad salvadora de nuestro Señor es tanto indirecta[27] como directa[28]. Está también el testimonio de su propio nombre[29]. Estos variados usos sugieren en conjunto que la salvación estaba presente en la persona y el ministerio de Cristo, y especialmente en su muerte.
2. El cuarto evangelio.
Esta doble verdad la subraya el cuarto evangelio, en el que cada capítulo sugiere diferentes aspectos de la salvación. Así, en Juan 1.12 los hombres se convierten en hijos de Dios al confiar en Cristo; en Juan 2.5 la situación se soluciona al hacer “todo lo que os dijere”; en Juan 3.5 el nuevo nacimiento por el Espíritu es esencial para entrar en el reino, pero Juan 3.14, 17 deja en claro que esa nueva vida no es posible aparte de la fe en la muerte de Cristo, sin la cual los hombres ya están sujetos a condenación[30]; en Juan 4.22 la salvación es de los judíos, por revelación históricamente canalizada por medio del pueblo de Dios, y es un regalo que interiormente transforma y capacita a los hombres para la adoración.
En Juan 5.14 el que ha sido sanado no debe volver a pecar, no sea que le ocurra algo peor; en Juan 5.39 las Escrituras dan testimonio de que hay vida en el Hijo, a quien le han sido encomendados la vida y el juicio; en Juan 5.24 los creyentes ya han pasado de muerte a vida; en Juan 6.35 Jesús declara que Él es el pan de vida, a quien únicamente deben acudir los hombres[31] en busca de las vivificantes palabras de vida eterna; en Juan 7.39 el agua es símbolo de la vida salvadora del Espíritu que había de venir después que Jesús fuese glorificado.
En Juan 8.12 el evangelista indica la seguridad que ofrece la guía de la luz y en los versículos 32, 36 la libertad que se adquiere por medio de la verdad que reside en el Hijo; en Juan 9.25, 37, 39 la salvación es visión espiritual; en Juan 10.10 el ingreso en el disfrute de la seguridad y la vida abundante del redil y del Padre es por medio de Cristo; en Juan 11.25 la vida de resurrección pertenece al creyente; en Juan 11.50 el propósito salvador de su muerte se describe inconscientemente; en Juan 12.32 Cristo, levantado en su muerte, atrae a los hombres hacia sí; en Juan 13.10 el lavado inicial del Señor significa salvación; en Juan 14.6 Cristo es el camino vivo y verdadero a las moradas del Padre; en Juan 15.5 el permanecer en Él, la Vid, es el secreto de los recursos vitales; en Juan 16.7–15 por amor a Cristo el Espíritu se hará cargo de los obstáculos a la salvación y hará los preparativos para su realización; en Juan 17.2–3.12 el Señor guarda y cuida a los que tienen conocimiento del Dios verdadero y de su Hijo; en Juan 19.30 se lleva a cabo la salvación; en Juan 20.21–23 las palabras de paz y perdón acompañan la entrega del don del Espíritu; en Juan 21.15–18 su amor reconciliador vuelve a inyectar amor en su seguidor y lo rehabilita para el servicio.
En 1 Juan el lenguaje de los sacrificios en Hebreos es adecuado. Cristo es nuestra salvación al ser la propiciación por nuestros pecados, como manifestación del amor de Dios. Es Dios en su amor, manifestado en la sangre derramada de Cristo, el que cubre nuestros pecados y nos purifica. Como en el cuarto evangelio, la salvación se concibe en función del hecho de nacer de Dios, de conocer a Dios, de poseer vida eterna en Cristo, de vivir en la luz y la verdad de Dios, de morar en Dios y saber que Él mora en nosotros mediante el amor por su Espíritu[32].
Tercera Juan tiene una significativa oración en la que pide prosperidad y salud corporal generales para acompañar la prosperidad del alma[33].
3. Los Hechos.
Hechos traza la proclamación[34] de la salvación en el impacto que produce, primero en las multitudes que escuchan la exhortación a que sean “salvos de esta perversa generación”[35] mediante el arrepentimiento[36], la remisión de pecados, y la recepción del Espíritu Santo; luego en un individuo enfermo, ignorante de su verdadera necesidad, que es sanado por el nombre de Jesús, el único nombre en el que podemos ser salvos; y tercero, en la familia de aquel que preguntó “¿qué debo hacer para ser salvo?”[37].
4. Las cartas paulinas.
Pablo sostiene que las Escrituras “te pueden dar la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús”[38] y que proporcionan los ingredientes esenciales para el disfrute de una salvación plena. Ampliando y aplicando el concepto antiguo testamentario de la justicia divina, que ya anticipaba la justicia salvadora del Nuevo Testamento, Pablo demuestra que no hay salvación alguna por medio de la ley, ya que ella solo podía indicar la presencia, y causar la actividad retrógrada, del pecado y cerrarle la boca a los hombres dada su culpabilidad ante Dios[39]. La salvación se proporciona como libre don del justo Dios obrando en gracia para con el indigno pecador que, por el don de la fe, confía en la justicia de Cristo, que lo ha redimido por medio de su muerte y lo ha justificado con su resurrección. Dios, por amor a Cristo, justifica al pecador, perdona su pecado, lo reconcilia consigo mismo en y mediante Cristo, “haciendo la paz mediante la sangre que derramó en la cruz”[40], lo adopta como miembro de su familia[41], poniendo el sello, las arras, las primicias de su Espíritu en su corazón, y de este modo haciendo de él una nueva creación. Por el mismo Espíritu los subsiguientes recursos de la salvación lo capacitan para andar en novedad de vida, atormentando progresivamente los hechos de la carne[42], hasta que en última instancia es conformado a Cristo[43] y su salvación es consumada en la gloria[44].
5. Hebreos.
La “gran” salvación de Hebreos trasciende los anuncios antiguo testamentarios sobre la salvación. En el Nuevo Testamento la salvación se describe con el lenguaje de los sacrificios; las tantas veces repetidas ofrendas del ritual antiguo testamentario que se ocupaban principalmente de los pecados no premeditados y solo proporcionaban una salvación superficial son remplazadas por el sacrificio único de Cristo, siendo Él mismo tanto el Sacerdote de nuestra salvación como la ofrenda salvadora[45]. El derramamiento de su sangre vital en la muerte efectúa la expiación, de modo que en lo sucesivo el hombre, con la conciencia purificada, puede entrar en la presencia de Dios en las condiciones del nuevo pacto, ratificado por Dios mediante su Mediador[46]. Hebreos, que tanto recalca la forma en que Cristo enfrenta la cuestión del pecado mediante su sufrimiento y su muerte a fin de proporcionar la salvación eterna, anticipa su segunda venida, no ya para ocuparse del pecado, sino para consumar la salvación de su pueblo y, presuntamente, la gloria consiguiente que les corresponde[47].
6. Santiago.
Santiago enseña que la salvación no es por “fe” solamente sino también por “obras”[48]. Su intención es desilusionar a todo el que se apoya para su salvación en el mero reconocimiento intelectual de la existencia de Dios, sin un cambio de corazón que de por resultado obras de justicia. No descuenta la verdadera fe, sino que pide que su presencia la evidencie una conducta que a su vez ponga de manifiesto las energías salvadoras de la verdadera religión obrando por medio de la Palabra de Dios implantada en la persona. Le preocupa tanto como el que más el hacer volver al pecador del error de su camino y salvar su alma de la muerte[49].
7. Pedro.
Primera de Pedro destaca, en forma semejante a Hebreos, lo costoso de la salvación[50], que fue buscada y predicha por los profetas pero es ahora realidad presente para los que, como ovejas extraviadas, han vuelto al Pastor de sus almas[51]. Su aspecto futuro es conocido por los que “confían en Dios, y por eso él los protege con su poder, para que puedan ser salvados tal y como está planeado para los últimos tiempos”[52].
En 2 Pedro la salvación comprende el escapar de la corrupción que existe en el mundo por la lascivia, haciéndonos partícipes de la naturaleza divina[53]. En el contexto del pecado el creyente ansía los Nuevos Cielos y la Nueva Tierra en los que mora la justicia, pero reconoce que la postergación del retorno de Jesús se debe a la paciencia del Señor, paciencia que forma parte, ella misma, de la salvación[54].
8. Judas.
Judas 3, al referirse a la “común salvación”[55], está pensando en algo semejante a la “fe común”[56] de Tito 1.4, y la vincula con la “fe”[57] por la que tienen que contender los creyentes. Esta salvación comprende los privilegios, verdades, demandas y experiencias salvíficos comunes a sus muy diversos lectores. En el versículo 22 insta a hacer conocer urgentemente esta salvación a diversos grupos de personas que tienen dudas, que se encuentran en grave peligro, y que están sumergidas en la degradación.
9. Revelación.
Revelación insiste en el tema de 1 Juan de la salvación como liberación o limpieza del pecado en justicia de la sangre de Cristo, y la constitución de los creyentes en sacerdotes reales[58]. De un modo que recuerda al Salmista, el vidente, en actitud de adoración, atribuye la salvación en toda su amplitud a Dios[59]. Los últimos capítulos del libro pintan la salvación en función de las hojas del árbol de la vida que son para la sanidad de las naciones, árbol al cual, como en el caso de la ciudad de la salvación, se concede admisión únicamente a aquellos cuyos nombres están escritos en el libro de la vida.
B. ¿Dónde se da la salvación?
La Biblia es clara en cuanto a esta pregunta. Dios ha determinado salvar el ser tripartito del hombre. Resucitando el espíritu[60], regenerando el alma[61], y transformando el cuerpo.
C. ¿De qué somos salvos?
De la ira de Dios[62] y de una generación perversa[63].
Hay muchos cristianos anunciando a los inconversos a huir de las ataduras del diablo. Mientras que hay muy pocos declarando esta verdad sobre la salvación.
La pregunta es ¿de qué debemos ser salvos? La respuesta es: De la ira de Dios y de esta generación perversa.
D. ¿Cómo se obtiene la salvación?
Aquí es donde hay mucha discrepancia en los diferentes grupos religiosos, tanto cristianos como no. Todos tienen sus diferentes versiones acerca del obtener la salvación, e incluso los cristianos difieren a pesar de tener la misma Biblia. Veamos algunas diferentes teorías antes de incursionar en lo que dice la Biblia:
1. Los esenios.
Se le ha prestado considerable atención a partir del descubrimiento de los rollos del mar Muerto en 1947 a este movimiento monástico dentro del judaísmo, y se han hecho diversos intentos de evaluar su contribución a los orígenes neo testamentarios.
Los esenios de Qumrán compartían el sentido bíblico de la pecaminosidad interior del hombre aparte de Dios. El “Himno de acción de gracias” se aproxima mucho a la doctrina neo testamentaria de la salvación en el sentido de absolución por la acción de la justicia de Dios, de la salvación mediante la confianza total en la gracia y misericordia de Dios. Sin embargo, esto no debe resultar enteramente sorprendente, teniendo en cuenta la deuda de los integrantes de Qumrán para con el salterio y los grandes profetas antiguo testamentarios. Sería un error destacar excesivamente los puntos de correspondencia; en otros puntos el paralelo con la enseñanza neo testamentaria es mucho más sutil. El universalismo del evangelio cristiano falta totalmente; la salvación no es por cierto para la masa común de los pecadores. Lo que entendía Qumrán en cuanto al Siervo sufriente de Isaías 53 es tema de discusión, pero parecería que la profecía se consideraba cumplida en el consejo interno de la comunidad. Tampoco se puede eludir enteramente el simple hecho de que no hay una sola referencia clara a los esenios en todo el Nuevo Testamento.
2. El gnosticismo.
No hay acuerdo sobre la fecha precisa de la enseñanza gnóstica, y el intento de demostrar la dependencia cristiana con respecto a las ideas gnósticas constituye hoy una empresa claramente dudosa. No obstante, hay indicaciones en el Nuevo Testamento de que la iglesia primitiva tuvo que distinguir su doctrina de la salvación de las nociones que aparecían incorporadas en doctrinas gnósticas posteriores. En esencia el gnóstico proclamaba la salvación por un conocimiento inmediato de Dios. Este conocimiento era intelectual, por oposición al conocimiento moral, y oculto en cuanto a que estaba limitado al círculo elitista de los iniciados. El gnosticismo también enseñaba un dualismo de alma y cuerpo, en el que solo lo primero resultaba significativo para la salvación; y una jerarquía de intermediarios espirituales y angélicos entre Dios y el hombre. La salvación era la vía de escape del predominio de fuerzas astrológicas y pasiones humanas extrañas mediante el “conocimiento”, en respuesta a un “llamado” del mundo divino expresado en el titulado “mito gnóstico-redentor”, la leyenda del hombre de los cielos que bajó del mundo de la luz celestial para “salvar” a los hombres “caídos” impartiéndoles este conocimiento secreto.
Como ya se ha sugerido, el intento de ubicar una perspectiva de esta naturaleza en el período pre cristiano y en consecuencia considerar que ella subyace a las nociones salvíficas del Nuevo Testamento está lejos de poder demostrarse. Las evidencias son mucho más compatibles con el punto de vista de que, en la atmósfera religiosa sincretista de la época, ciertas tendencias gnósticas latentes fueron unidas en los siglos II y III a los motivos salvadores cristianos para producir las doctrinas de las sectas gnósticas que hemos bosquejado arriba, y acerca de las cuales nos enteramos por escritores tales como Ireneo en el período posterior neo testamentario. Por oposición a formas iniciales de tales nociones sobre la salvación los escritores bíblicos recalcan el alcance universal de la oferta de salvación que hace Dios, su carácter esencialmente moral, la verdadera humanidad y deidad del Mediador, y la centralización de la salvación en los actos históricos de Dios en torno al nacimiento, la vida, la muerte, y la resurrección de Jesucristo.
3. Las religiones de misterio.
Otro punto en el que los escritores neo testamentarios tuvieron que distinguir su doctrina de la salvación de las ideas corrientes es en relación con los cultos de misterio. Este fenómeno del siglo I era una combinación de elementos helenísticos y orientales que tuvieron su origen en antiguos ritos de fertilidad. Pretendían ofrecer “salvación” del destino o la suerte, y una vida más allá de la tumba libre de las condiciones insatisfactorias y opresivas del presente. La salvación se lograba mediante la meticulosa realización de ciertos rituales cúlticos. En algunos puntos aparece un lenguaje similar al del Nuevo Testamento. A los iniciados se les podía llamar “nacidos de nuevo para la vida eterna”. Algunas deidades cúlticas tales como Dionisos adquirieron el título de “Señor y Salvador”. Se ha alegado vínculos con la teología cristiana, particularmente en nivel sacramental, por cuanto se conocían las ilustraciones sagradas, o ceremonias de purificación, y la idea de la unión con los dioses en una comida solemne. No obstante, incluso con un examen superficial las diferencias con el mensaje cristiano y la vida de las comunidades cristianas primitivas son claras y obvias. En las religiones de misterio la salvación era esencialmente no moral. Del fiel “salvo” no se esperaba que fuese mejor que su vecino pagano, y tampoco lo era en la mayoría de los casos. El elemento racional ocupaba un lugar mínimo; no había grandes actos salvadores, y por consiguiente tampoco grandes afirmaciones teológicas sostenidas en común.
Los pretendidos paralelos con la enseñanza bautismal y la comunión cristianas tampoco tienen fundamento, como se ha demostrado con bastante claridad; las evidencias indican más bien la deuda del Enviado para con la historia bíblica de la salvación centrada en el portentoso acto redentor de Dios en Jesucristo.
4. El culto imperial.
El antiquísimo espejismo de la salvación por medio del poder y la organización políticos se reflejaba en el siglo I en el culto imperial. El mito de un Rey-Dios que fuera salvador y benefactor de su pueblo aparece muy difundido en diversas formas en el mundo antiguo, particularmente en Oriente. En Roma el ímpetu dado a los cultos oficiales surgió de la carrera de Augusto, quien después de Accio en el 31 a.C., estableció la “Pax Romana”, una edad de oro de paz tras décadas de matanzas sangrientas. Comúnmente se lo nombraba como soter, “Salvador del mundo”, y por su vínculo con Julio César, “Hijo de Dios”. Aun en el caso de Augusto, sin embargo, se impone cierto grado de precaución, por cuanto está demostrado que el título soter de ningún modo estaba limitado al emperador, y tampoco estuvo siempre investido de plenas inferencias orientales. Los sucesivos emperadores del siglo I evidenciaron variados grados de entusiasmo por lo que se afirmaba con respecto a ellos en el culto oficial. Calígula, Nerón, y Domiciano por cierto que tomaban en serio su “status divino”, y este hecho puede hasta cierto punto explicar algunas instancias en que se usa el título en relación con Jesucristo y el Padre en el Nuevo Testamento[64].
5. Pelagianismo.
Pelagio fue un monje romano-británico que aproximadamente en el año 390 se trasladó a Roma y predicó que no era necesaria la gracia divina y la redención de Cristo. También negó la existencia del pecado original, la necesidad de “bautizar” niños y la necesidad de la gracia para la salvación del hombre. Argumentaba que la corrupción de la naturaleza humana no es innata, sino que se debe a malos ejemplos y hábitos, y a que las facultades naturales de la humanidad no se habían visto afectadas de forma perjudicial por la caída de Adán. Decía que los seres humanos pueden llevar vidas de rectitud moral y, por esta razón, merecen el cielo por sus propios méritos. Afirmó que la verdadera gracia subyace en los dones naturales de la humanidad, incluyendo el libre albedrío, la razón y la conciencia. También predicaba lo que llamaba gracias externas, como la ley mosaica y la enseñanza y ejemplo de Cristo, que estimulan la voluntad “desde fuera”, pero no tenían un poder divino implícito. Para él, la fe y el dogma casi no importaban, porque la esencia de la religión para él era la acción moral. Su creencia en la perfección moral se debía a las influencias que había recibido del estoicismo. Este derivaba de una escuela de filosofía occidental, fundada en la antigua Grecia. La filosofía estoica se desarrolló a partir de la de los cínicos, cuyo fundador griego, Antístenes, fue discípulo de Sócrates.
El estoicismo fue la filosofía más influyente en el Imperio Romano durante el periodo anterior al ascenso del cristianismo, cuando este era pagano. Los estoicos, como los epicúreos, ponían el énfasis en la ética considerada como el principal ámbito de conocimiento. Para Pelagio, influenciado por estas corrientes filosóficas, la salvación era puramente “por obras”. El hombre podía ganarse el cielo por sus propios méritos y haciendo exclusivo uso de su libre albedrío, con el cual podía siempre perseverar en bien.
6. Catolicismo.
Para la Iglesia Católica, la salvación no es solo una liberación negativa del pecado y sus efectos: Dios salva no solo de algo si no por algo. La acción de Dios es una liberación positiva que eleva los seres humanos a un estado sobrenatural, a la vida eterna, en un plano espiritual superior a la vida terrenal, para unirse en un solo cuerpo místico con Cristo, una de las tres Personas de la Trinidad, y acceder a la dignidad de hijos de Dios, para verle “tal como es”[65], en comunión de vida y amor con la Trinidad y todos los santos[66].
Estas bendiciones nunca son otorgadas por mérito personal. De hecho, estrictamente, el hombre no merece nada de Dios: La criatura lo recibe todo, incluso potencias y habilidades, del Creador. La posibilidad de merecer algo a ojos de Dios deriva totalmente de un don gratuito de Dios.
La salvación o justificación no pueden ser merecidas, pero una vez que Dios ha justificado, mediante la gracia santificante del Espíritu Santo, entonces se pueden obtener dones útiles para esa santificación, para el incremento de gracia y amor y para alcanzar la vida eterna a la cual Dios tiene destinadas a sus criaturas. Se pueden incluso merecer bienes materiales, como la salud, la amistad o la dicha personal[67].
Los cristianos reciben incluso en esta vida, por fe y de forma anticipada, bendiciones de la salvación que serán confirmadas total y definitivamente en la vida después de la muerte. Esto debido a que la Iglesia Católica ve la salvación, incluso la del individuo, como algo útil y beneficioso en todo tiempo: Pasado, presente y futuro, conceptos que, por supuesto, se aplican solo al hombre: Para Dios, pasado, presente y futuro son todos uno.
a. “Más cuando apareció la bondad y el amor hacia los hombres de Dios, nuestro Salvador, no por las obras justas que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, nos salvó mediante el baño de regeneración y renovación del Espíritu Santo, que abundantemente derramó sobre nosotros por Jesucristo, nuestro Salvador, a fin de que, justificados por su gracia, seamos herederos, según nuestra esperanza, de la vida eterna”[68].
b. El proceso de salvación continúa dentro de la obra de Dios en aquellos que reciben el Evangelio. Pablo usa el tiempo presente en esta frase: “…porque la doctrina de la cruz de Cristo es necedad para los que se pierden, pero es poder de Dios para los que se salvan”[69].
c. Solo al completar la vida terrenal llegará la salvación a su estado final. No hay fórmula mágica ni experiencias emocionales que definitivamente impidan, a criaturas a las que Dios ha dado libre albedrío, de rechazar, alguna vez, la oferta de salvación. Incluso el apóstol Pablo consideró esta eventualidad para sí mismo, considerando que, después de haber predicado a otros, pudiera ser rechazado él mismo[70].
d. Pero en realidad, esta salvación no tiene una seguridad, por lo que es necesaria la intervención de los que sobrevivan al cristiano mediante ruegos a Dios, a María y a los santos el proveerle la oportunidad al alma del difunto.
7. Protestantismo.
En el cristianismo occidental la doctrina de la salvación involucra asuntos como la expiación, reconciliación, gracia, justificación, soberanía de Dios y el libre albedrío del ser humano. Varios conceptos distintos pueden ser encontrados en el catolicismo y el protestantismo.
Para Martín Lutero la salvación es una gracia de Dios que se recibía únicamente por la fe. Las buenas obras para él eran un producto natural de la fe, y hacía énfasis en que no eran necesarias para salvarse. Predicaba que como la salvación es “gracia” que se recibe por medio de la fe, ya no hacía falta nada más, y ya el hombre podía tener una seguridad total de ser salvado. Para él era incompatible decir que si la salvación era “gracia”, eran también necesarias las obras. En sus encendidos sermones, predicaba que podía fornicar 24 veces al día, sin que esto afectara en nada su salvación, afirmaba que esta “no dependía de él”, ya Cristo la había ganado para él, y así como no hizo nada para recibirla, ya una vez salvo, no podía hacer nada para perderla. Lutero argumentaba que su posición estaba sustentada en la Escritura, en Romanos 3.28 y Romanos 4.3.
Dentro del protestantismo, esto se ve en la diferencia teológica entre el calvinismo y el arminianismo. Para los primeros, la salvación solo es alcanzable para los que fueron predestinados por Dios para salvarse, por lo que una persona no predestinada, a pesar de todos sus esfuerzos y deseos de agradar a Dios, jamás podrá alcanzar esta salvación, mientras que una persona predestinada, a pesar de lo malo que haya sido, aunque sea en el último momento de su vida se arrepentirá y será salva; incluso, una persona que ha aceptado la salvación y vive en pecado, por el mero hecho de ser predestinado, siempre será salvo. Los segundos, por el contrario, creen que la salvación se alcanza por medio de la fe, y que todo el que posea un poquito de fe en Jesucristo es salvo, pero esto no es garantía ya que si se aparta de los principios cristianos y no se arrepiente, será condenado al fin.
Entre los cristianos evangélicos, la salvación significa que todos han pecado y que se encuentran justamente bajo la condenación de Dios. La expiación o reconciliación con Dios es posible para cualquiera, pero solo a través de Jesucristo, quien vivió una vida perfecta y murió como un sacrificio perfecto en lugar de la muerte que merece toda la humanidad, mediante la confesión del pecado y la fe en Cristo como Señor y Salvador. La consecuencia de la salvación es que los pecados del pecador son perdonados y este es nacido de nuevo como una nueva persona, un cristiano, un creyente, un hijo de Dios, y está sellado por el Espíritu Santo. También creen que no todos los individuos obtienen salvación, porque no todos confiarán en Jesucristo.
Otro punto de vista, del concepto de salvación universal, ha existido durante toda la historia del cristianismo y goza de creciente popularidad en Estados Unidos y otros países protestantes modernos, con el desarrollo del racionalismo y modernismo desde fines del siglo XVII. Este punto de vista afirma que todos, independientemente de credo o religión, se salvarán e “irán al Cielo”, siendo este el tema central del universalismo. En términos más coloquiales se dice a menudo que Dios “es demasiado amoroso como para condenar a nadie”. Algunos cristianos tradicionales consideran este punto de vista una herejía porque implica que las religiones no-cristianas son igualmente válidas al cristianismo y que hay otros caminos a la salvación en reemplazo de la gracia de Cristo. Pero otras formas de universalismo cristiano aseguran que el cristianismo es la única religión completamente verdadera, y que la salvación universal solo es accesible a través de Cristo: Cristo y su resurrección redimen a todos. Este es un concepto clave en el protestantismo liberal.
8. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
Para los mormones, el plan que Dios tiene para la salvación de cada ser humano es una de las enseñanzas más informativas para cada persona. Este plan consiste en los pasos que Dios ha ordenado para el progreso eterno de sus hijos espirituales, para que se pueda obtener la vida eterna con una plenitud de gozo:
a. Dejar la presencia de Dios, es decir, la vida pre-mortal o la pre-existencia, para ser probados en esta tierra, “para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare”[71].
b. Recibir un cuerpo físico que es sujeto a dolor y a tentaciones físicas y espirituales.
c. Tener la oportunidad de ejercer albedrío, elegir entre el bien y el mal, y arrepentirse por medio de la expiación de Jesucristo, para llegar a ser limpio y perfecto y regresar a la presencia de Dios y de Jesucristo.
d. Los niños inocentes que se mueran antes de la edad de ocho años recibirán la vida eterna por medio de la expiación de Jesucristo.
e. Tener la oportunidad de recibir las ordenanzas, como el bautismo, y los convenios del evangelio, y recibir el don del Espíritu Santo para ayudarles en hacer lo recto, en enseñar a sus hijos, y en perseverar en esperanza y amor por Dios hasta el fin[72].
f. Pasar por el mundo de los espíritus después de la muerte, donde se puede aprender más conocimiento, lo cual nos ayuda en el progreso eterno.
g. Recibir una resurrección física con un cuerpo perfecto, después de ser “juzgados según sus obras”[73] por Jesucristo.
Los mormones enseñan que este plan fue presentado por Dios el Padre a todos nosotros, los hijos espirituales de Dios, en la pre-existencia, y lo aceptamos. Satanás no lo aceptó, porque no quiso ser probado y no quiso seguir al Padre ni a Jesucristo, sin embargo quería su poder eterno. Dios lo expulsó y le permitió venir a la tierra, donde “el diablo tienta a los hijos de los hombres, de otra manera éstos no podrían ser sus propios agentes”[74].
El Libro de Mormón enseña sobre este tema:
a. “Así pues, los hombres son libres según la carne; y les son dadas todas las cosas que para ellos son propias. Y son libres para escoger la libertad y la vida eterna, por medio del gran Mediador de todos los hombres, o escoger la cautividad y la muerte, según la cautividad y el poder del diablo; pues él busca que todos los hombres sean miserables como él”[75].
b. “Así que esta vida llegó a ser un estado de probación; un tiempo de preparación para presentarse ante Dios; un tiempo de prepararse para ese estado sin fin del cual hemos hablado, que viene después de la resurrección de los muertos”[76].
c. "Y ahora bien, hermanos míos, quisiera que plantaseis esta palabra en vuestros corazones, y al empezar a hincharse, nutridla con vuestra fe. Y he aquí, llegará a ser un árbol que crecerá en vosotros para vida eterna. Y entonces Dios os conceda que sean ligeras vuestras cargas mediante el gozo de su Hijo. Y todo esto lo podéis hacer si queréis”[77].
Los mormones enseñan que el plan de salvación y de exaltación es algo que no se entiende completamente sin estudiar las Escrituras y recibir enseñanzas de profetas modernos quienes han amplificado nuestro conocimiento por medio de revelaciones importantes, dadas por Dios para el beneficio de todos los seres humanos que las reciban. No obstante, hay glorias y bendiciones reservadas para cada persona que guarde los mandamientos de Dios, cualquier religión o creencia, si hace obras buenas en sus hechos para con sus semejantes.
9. La salvación bíblica.
a. La salvación es un hecho histórico.
La perspectiva antiguo testamentaria de la salvación como producto de la intervención divina en la historia recibe pleno apoyo en el Nuevo Testamento. A diferencia del gnosticismo, el hombre no se salva mediante la sabiduría; a diferencia del judaísmo, el hombre no se salva haciendo mérito en lo moral y lo religioso; a diferencia de los cultos helenísticos de misterio, el hombre no se salva mediante la adquisición de técnicas para la realización de prácticas religiosas; a diferencia de Roma, la salvación no ha de ser equiparada con el orden político o la libertad política.
El hombre se salva mediante la acción de Dios en la historia en la persona de Jesucristo[78]. Si bien el nacimiento, la vida, y el ministerio de Jesús no dejan de tener su importancia, lo que se destaca es su muerte y resurrección[79]; somos salvos por la sangre de su cruz[80]. En la medida en que se proclama dicho mensaje y los hombres lo oyen y responden con fe, la salvación de Dios les es anunciada[81].
b. La salvación tiene carácter moral y espiritual.
La salvación tiene relación con la liberación del pecado y sus consecuencias y, por consiguiente, de la conciencia de culpa[82], de la ley y su maldición[83], de la muerte[84], del juicio[85]; también del temor[86], y la esclavitud[87].
Es importante indicar las consecuencias negativas de esto, es decir lo que la salvación cristiana no incluye. La salvación no incluye necesariamente la prosperidad material ni el éxito mundano[88], como tampoco promete salud física ni bienestar. Es preciso tener cuidado de no exagerar justamente este aspecto negativo, ya que ha habido y hay actualmente curaciones realmente notables[89], pero no en todos los casos se producen las curaciones, y por lo tanto no constituye en ningún sentido un “derecho” de la persona que es salva[90]. Más aun, la salvación no inmuniza contra penurias y peligros físicos[91], ni tampoco, quizá, contra hechos aparentemente trágicos[92]. No significa que el creyente se verá libre de injusticias sociales y malos tratos[93].
c. La salvación es escatológica.
Existe el peligro de definir el sentido de la salvación en forma demasiado negativa. Es cierto que la salvación no fue el tema central de la enseñanza de Jesús. La categoría central de Jesús era el Reino de Dios, la manifestación del gobierno soberano de Dios. En Revelación 12.10, sin embargo, la salvación y el Reino virtualmente se equiparan. Para el autor de Revelación, como también para Jesús, la salvación es equivalente a la vida sujeta al reinado de Dios, o, como aparece en el testimonio del cuarto Evangelio, la vida eterna. Por lo tanto, la salvación reúne en sí todo el contenido del Evangelio. Ella incluye la liberación del pecado y todas sus consecuencias y, en lo positivo, el otorgamiento de toda bendición espiritual en Cristo[94], el don del Espíritu Santo, y la vida de bendición en la era futura. Esta perspectiva futura es crucial[95]. Todo lo que se sabe acerca de la salvación ahora no es más que preliminar, anticipo de la plenitud de la salvación que está a la espera de la plenitud del reino en el momento del regreso del Señor.
d. Requisitos para recibir la salvación.
Son muchos los que enseñan que solo es necesario la fe para ser salvo, o bien, lo importante es haber nacido en una denominación o hacerse parte de una en especial. La Biblia, por su parte nos enseña seis requisitos básicos para la salvación:
1) Oír.
No es tan solo el hecho de escuchar cualquier mensaje, ya que hay mensajes que conducen a tener fe en otras cosas aparte del Señor, sino más bien la fe es producto del “mensaje cristiano”[96], es decir “el mensaje acerca de Jesucristo”[97], o dicho en palabras sencillas: “Porque la fe viene cuando se escucha con atención el mensaje que predicamos acerca de Jesucristo”[98].
2) Arrepentirse.
El arrepentimiento es una sensación que se experimenta tras darse cuenta de que se ha cometido un error. Este sentimiento puede causar distintas emociones, tales como la culpa, la vergüenza o el remordimiento.
El término griego que se traduce arrepentimiento en la Biblia implica tanto un cambio de mente como de conducta de una persona cuando reconoce la verdad de que solo en Cristo hay salvación[99]. El arrepentimiento es dar media vuelta. Arrepentimiento y remordimiento parecen, en principio, lo mismo. Se pueden ejemplificar en las actitudes de Judas y de Pedro respecto a Jesús. Judas lo traicionó pero se sintió mal por sus acciones y devolvió el dinero que le dieron, tuvo remordimiento de conciencia y como resultado se ahorcó. Pedro negó a Jesús, y aún maldijo. Él se sintió mal y seguramente se arrepintió, porque cuando Jesús resucitó, el ángel les dijo a las mujeres que fueron a la tumba vacía que anunciaran a los discípulos que había resucitado, pero menciona especialmente a Pedro. Remordimiento es sentirse mal y atacarse a uno mismo mientras que arrepentimiento es sentirse mal y pedirle perdón al ofendido. Uno de los mayores ejemplos del arrepentimiento se encuentra el día que Zaqueo recibió la visita de Jesús en su casa, cuando la gente criticaba porque el señor cenaba con un pecador. Y Zaqueo dijo: “Señor, voy a dar a los pobres la mitad de todo lo que tengo. Y si he robado algo, devolveré cuatro veces esa cantidad”[100]. Esto era parte esencial del mensaje apostólico y continúa siéndolo para hoy.
En cuanto al hecho del arrepentimiento como uno de los requisitos para la salvación, Pedro dio en su primer sermón: “Arrepiéntanse, y que cada uno de ustedes se haga bautizar en el Nombre de Jesús, el Mesías, para que sus pecados sean perdonados. Entonces recibirán el don del Espíritu Santo”[101], y de una manera más sencilla de expresarlo: “Pídanle perdón a Dios, vuelvan a obedecerlo, y dejen que nosotros los bauticemos en el nombre de Jesucristo. Así Dios los perdonará y les dará el Espíritu Santo”[102], o bien: “Cambien su manera de pensar y de vivir, y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo. Así Dios les perdonará sus pecados y recibirán el Espíritu Santo como regalo”[103].
3) Creer.
En el Antiguo Testamento “arrepentirse”, o algún equivalente, es invariablemente la traducción de dos términos: naµh, que significa “lamentar, cambiar de idea” y sûuÆb en el sentido de “volverse, retornar”.
No es frecuente el uso de nahpara para el hombre[104], pero se aplica regularmente a Dios, cuando a menudo se dice que Dios “se arrepiente del mal”. Este lenguaje vigoroso proviene de la comprensión israelita de la actitud de Dios hacia el hombre en función de una relación personal. Este lenguaje no significaba, naturalmente, que Dios fuera inconstante o arbitrario sino simplemente que la relación era cambiante. En particular, cuando el hombre se aleja voluntariamente de la dirección y el cuidado de Dios descubre que la consecuencia, determinada por Dios, de su mal proceder es un mal aun mayor[105].
Pero la persona que se arrepiente, la persona que se vuelve a Dios, encuentra a un Dios de misericordia y amor, y no de juicio[106]. De modo que aunque no se pone en tela de juicio la firmeza del juicio de Dios en contra del pecado[107], una y otra vez se ha mostrado como un Dios benevolente, fiel a su pueblo aun cuando este le haya sido infiel; un Dios, en otras palabras, “que se arrepiente del mal”[108].
El llamado al arrepentimiento es, en lo que respecta al hombre, un llamado para que vuelva a colocarse bajo la dependencia de Dios, a la que se debe por su carácter de criatura. Estos llamados eran particularmente frecuentes en los profetas pre-exílicos. Amós 4.6–11 muestra claramente que el mal determinado por Dios como consecuencia del pecado de Israel no es rencoroso ni vengativo, sino que más bien está destinado a hacer que Israel se arrepienta. El que hace el mal se da con un mal mayor determinado por Dios. Pero el que se arrepiente de su maldad encuentra un Dios que también se arrepiente de su mal. Una de las súplicas más elocuentes tocante al arrepentimiento aparece en Oseas 6.1–3 y 14.1–2 es de una súplica en la que alternan la esperanza y la desesperanza[109], siendo particularmente conmovedor 11.1–11. Igualmente conmovedoras son las esperanzas de Isaías expresadas en el nombre de su hijo Sear-jasub, “un remanente volverá”,[110] y las súplicas de Jeremías[111]; en ambos casos vemos una mezcla de presagios y desesperanza[112].
Otras expresiones vigorosas están en Deuteronomio 30.1–10; 1 Reyes 8.33–40, 46–53; 2 Crónicas 7.14; Isaías 55.6–7; Ezequiel 18.21–24, 30–32; 33.11–16; Joel 2.12–14. El ejemplo clásico de arrepentimiento nacional fue el que encabezó Josías[113].
En el Nuevo Testamento las voces traducidas como “arrepentimiento” son metanoeo y metamelomai. En griego generalmente significan “cambiar de pensamiento” y también “lamentar, sentir remordimiento”. Encontramos esta nota de remordimiento en la parábola del publicano[114], probablemente en Mateo 21.29, 32; 27.3 y Lucas 17.4, y más explícitamente en 2 Corintios 7.8–10. Pero el uso neo testamentario se ve influido en mayor medida por la voz antiguo testamentaria sûuÆb; o sea que el arrepentirse no es simplemente lamentar o cambiar de pensamiento sino hacer un vuelco completo, producir una completa y total alteración de la motivación básica y la dirección de la vida del individuo. Por ello, la mejor traducción, traducido de metanoeo es a menudo “convertirse”, o sea “volverse”. También nos ayuda a explicar por qué Juan el Bautista exigía el sumergir en agua como expresión de este arrepentimiento, no solo para los “pecadores” evidentes sino también para los judíos “justos”: El sumergir en agua como acto decisivo de volverse de la antigua forma de vida y entregarse a la misericordia de aquel que ha de venir[115].
El llamado de Jesús al arrepentimiento se menciona poco explícitamente en Marcos[116] y Mateo[117]; mientras que Lucas se encarga de destacarlo[118]. Sin embargo, otros dichos e incidentes en los tres evangelios mencionados expresan muy claramente el carácter del arrepentimiento que exigió Jesús a lo largo de todo su ministerio. Su naturaleza radical, como un vuelco y un retorno completos, se pone de manifiesto en la parábola del hijo pródigo[119]. Su carácter incondicional surge de la parábola del fariseo y el publicano; el arrepentimiento significa reconocer que uno no tiene absolutamente ningún derecho ante Dios, y entregarse sin excusas o intentos de justificación a la misericordia de Dios[120]. El acto de dar las espaldas a los valores y el estilo de vida anteriores queda evidenciado en el encuentro con el joven rico[121] y con Zaqueo[122]. Por sobre todas las cosas, Mateo 18.3 aclara muy bien que convertirse significa llegar a ser como un niño, es decir, reconocer la propia inmadurez y la incapacidad de vivir alejado de Dios, y aceptar una total dependencia de él.
El llamado al arrepentimiento y la promesa del perdón es un rasgo constante del relato que hace Lucas de la predicación de los primeros cristianos[123]. Aquí el término metanoeo se complementa con epistrefo, que significa “darse vuelta, retornar”[124], donde metanoeo significa más bien alejarse del pecado, y epistrefo volverse hacia Dios[125], aunque los dos términos pueden incluir ambos sentidos[126].
Según Hechos 5.31 y 11.18, resulta claro que no hubo dificultad en describir el arrepentimiento como un don de Dios y al mismo tiempo como responsabilidad del hombre. Al mismo tiempo se cita varias veces Isaías 6.9–10 como explicación de la razón por la cual los hombres no se convierten[127].
El autor de la Carta a los Hebreos también indica la importancia del arrepentimiento inicial[128], pero si bien cuestiona la posibilidad de un segundo arrepentimiento[129], otros son aun más categóricos en su creencia de que los cristianos pueden y necesitan arrepentirse[130].
Hay pocas referencias adicionales al arrepentimiento en el Nuevo Testamento[131]. No debemos dar por supuesto que el tema del arrepentimiento y el perdón surgían invariablemente en la predicación primitiva. Pablo en particular raramente usa estos dos conceptos, y no aparecen para nada en el Evangelio y las epístolas de Juan, mientras que ambos recalcan fuertemente que la vida cristiana comienza con una entrega decisiva en un acto de fe.
4) Confesar.
Tanto en hebreo como en griego el término “confesar” tiene, como en castellano, una doble referencia. Hay confesión de fe y confesión de pecado. Por un lado, confesar significa declarar públicamente una relación personal y de obediencia para con Dios. Es un acto de plena y gozosa decisión de entrega a Dios en presencia del mundo, por medio del cual una persona o una congregación se obligan a la lealtad a Dios o a Jesucristo. Es una afirmación de fe que puede tener consecuencias escatológicas eternas. Por otro lado, significa reconocer el pecado y la culpa a la luz de la revelación divina, y es generalmente por ello un signo externo de arrepentimiento y fe. Puede o no ser seguido de perdón[132].
El uso bíblico de esta palabra parece reflejar el lenguaje de los antiguos tratados en los que el vasallo aceptaba los términos del pacto propuestos por su señor y se obligaba, por medio de un juramento, a serle leal. De la misma manera, del contexto legal de la confesión de culpa ante un tribunal de justicia, el término se transfiere a la confesión del pecado a Dios.
a) En el Antiguo Testamento.
En el Antiguo Testamento la confesión frecuentemente tiene el carácter de alabanza, en la que el creyente por gratitud declara lo que Dios ha hecho redentoramente por Israel o por su propia alma. El sustantivo puede así significar confesión, acción de gracias, alabanza, o aun emplearse para un grupo de personas que cantan canciones de alabanza. Tal reconocimiento de los poderosos actos de misericordia y salvación de Dios, se relaciona, en consecuencia, con la confesión de pecado. Ambos aspectos de la confesión forman parte integral de la oración y la verdadera adoración[133]. La confesión puede inducir al creyente a consagrarse nuevamente a Dios, a cantar himnos de alabanza, a ofrecer sacrificios jubilosamente, como también darle deseos de hablar a otros sobre la misericordia de Dios, y a identificarse con la congregación que adora en la casa de Dios en Jerusalén.
La confesión no solo es personal e individual; tiene también una relación ritual en la que, como en el día de expiación, en un contexto tanto de expiación como de intercesión, el sumo sacerdote confiesa vicariamente los pecados del pueblo, colocando sus manos sobre la cabeza de un macho cabrío vivo que simbólicamente se lleva los pecados de la comunidad que vive bajo el pacto[134]. En forma similar Moisés ruega vicariamente por Israel[135].
b) En el Nuevo Testamento
En el Nuevo Testamento la palabra griega equivalente a “confesar” tiene el significado genérico de reconocer que algo es así, estando de acuerdo con otros; primariamente se emplea con referencia a la fe en Cristo. Reúne del Antiguo Testamento los aspectos de acción de gracias y alabanza jubilosa, como también de sumisión voluntaria, como en Mateo 11.25; Romanos 15.9 y Hebreos 13.15.
Confesar a Jesucristo es reconocerlo como el Mesías[136], como el Hijo de Dios[137], reconocer que vino en carne[138], y que él es Señor, especialmente sobre la base de su resurrección y ascensión[139].
El acto de confesar a Jesucristo está íntimamente relacionado con la confesión de los pecados. Confesar a Cristo es confesar que él “murió por nuestros pecados”, e, inversamente, confesar los pecados con verdadero arrepentimiento es acudir a Cristo en busca de perdón[140]. Como preparación para la venida de Cristo, Juan el Bautista llamaba a la gente para que confesara sus pecados, y la confesión fue un elemento constante en el ministerio de nuestro Señor, como también en el de los apóstoles[141].
Aunque se dirigía a Dios, la confesión de fe en Jesucristo debía hacerse abiertamente, “delante de los hombres”[142], en forma oral[143], y podía resultar costosa[144].
Confesar a Jesucristo es obra del Espíritu Santo, y como tal es la marca de la verdadera Iglesia, el cuerpo de Cristo[145]. Es por ello que acompaña al sumergir en agua[146], práctica de la cual surgieron algunos de los credos y confesiones primitivos de la Iglesia, que adquirieron significación adicional con la proliferación de errores y doctrinas falsas[147].
El mismo Señor Jesucristo nos ofrece el modelo perfecto de confesión al dar buen testimonio ante Poncio Pilatos[148]. Confesó que Él mismo era el Cristo[149], y que es Rey[150]. Hizo su confesión ante los hombres, a diferencia del falso testimonio de sus enemigos[151] y la negación de un discípulo[152], y fue una confesión infinitamente costosa, con consecuencias eternas para todos los hombres.
En el Nuevo Testamento la confesión tiene una perspectiva escatológica, y lleva ya sea al juicio o a la salvación, debido a que es la manifestación exterior de fe o de la falta de ella. Llegará el día en que Cristo confesará delante del Padre a los que le confiesan hoy, y negará a aquellos que le niegan[153]. La confesión con la boca se hace para salvación[154], y nuestras confesiones actuales constituyen un anticipo de las confesiones de la Iglesia en el día postrero, cuando toda lengua confesará que Jesucristo es el Señor[155].
5) Sumergirse.
La acción de sumergir se expresa en el Nuevo Testamento con el verbo griego baptédzo, que es el intensivo de bápto, y sus derivados, que significa introducir en el agua o lavar con agua. “Baptizõ” es la forma intensiva de “baptein”, y tiene un sentido más amplio que este. En Hebreos 9.10 “baptismos”, referido a los diversos lavamientos rituales ordenados en el Antiguo Testamento con referencia a los ritos del tabernáculo, se traduce “abluciones”; sin ningún género de dudas, se refiere a los lavamientos ordenados en Levíticos 6.27, 28; 8.6; 11; 13; 14; 15; 16; 17; 22.6; Números 8.7, 21; 19.
En el sumergir, la idea expresada es la unión a alguien o a algo. Refiriéndose a los israelitas, se dice en las Escrituras: “Podría decirse de ellos que, guiados por Moisés, fueron bautizados en la nube y en el mar”[156]. Así el sumergir cristiano es la identificación con Cristo en la esfera de Su autoridad y señorío y como puerta de entrada a la comunidad del Nuevo Pacto, que permite a los que pasan por ella experimentar los beneficios de dicho pacto. Como señal inicial para el miembro agregado al Pueblo del Nuevo Pacto, el sumergir reemplazó a la circuncisión[157] y llegó a implicar tanto los requisitos como los beneficios del pacto.
El sumergir cristiano vino a señalar un segundo beneficio básico: El don del Espíritu Santo y su poder regenerador[158]. Al igual que la circuncisión[159], al sumergir le precede la fe[160]. Cristo lo instituyó en obligatorio para todos sus discípulos[161].
a) Origen.
Los baños y lavamientos sagrados eran comunes en las religiones vecinas a Israel antes de Cristo, pero el sumergir del Nuevo Testamento tiene sus antecedentes inmediatos en el Antiguo Testamento y el judaísmo intertestamentario. La Ley prescribía varios lavamientos con agua[162], y también los profetas hablaron de lavamientos presentes[163] y futuros[164]. El sumergir en agua se prescribió a los prosélitos, quizás antes de Cristo, para incorporar a los gentiles en la comunidad judaica. También lo practicaron los esenios.
Cualquiera sea su correspondiente trasfondo, el sumergir en agua ha sido parte integral del cristianismo desde sus comienzos. Los primeros convertidos eran sumergidos[165]. Pablo, convertido dentro de los dos o tres años después de la resurrección, da por sentado que el sumergir en agua marca el comienzo de la vida cristiana. Y no sabemos de ningún cristiano en el Nuevo Testamento que no haya sido sumergido.
A diferencia del sumergir en agua de Juan, el sumergir en agua cristiano se administró desde el principio “en el nombre de Jesús”[166]. Esta frase probablemente indica ya sea que el que sumergía se veía como representante del Jesús exaltado, o que el que se sumergía veía su inmersión como su acto de entrega al discipulado de Jesús[167]. Es muy probable que se entendiera que dicha frase abarcaba ambos aspectos.
Es evidente, por lo tanto, que desde el primer momento el sumergir en el nombre de Jesús se realizaba como el ingreso o iniciación a la nueva “secta” de aquellos que invocaban el nombre de Jesús[168]. Algunas veces se hacía con el agregado de la imposición de manos, y debe haber servido también para expresar en forma gráfica la aceptación del que se sumergís por parte de la comunidad de aquellos que como él creían en Jesús[169].
b) El sumergir en aguas cristiano.
El sumergir cristiano implica la confesión de Cristo como Señor, constituyendo la identificación externa con Su muerte, y por ende el salirse o bien del terreno judío, culpable del rechazo de Cristo como Su Mesías, o del terreno gentil, sin Dios ni esperanza en este mundo[170]. Este sumergir es “en nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”[171], y “en el nombre de Jesucristo”. Las Escrituras no dan una enseñanza concreta acerca del modo del sumergir en agua. El gran tema del sumergir es a quién somos sumergidos[172], pero la idea dada por la palabra es la de lavamiento como con los sacerdotes de antaño[173] más bien que un rociamiento, como con los levitas[174].
c) El sumergir en las cartas paulinas.
Las únicas referencias ciertas al sumergir en agua en Pablo se encuentran en Romanos 6.4; 1 Corintios 1.13–17; 15.29; Efesios 4.5; y Colosenses 2.12. La más clara de ellas es 1 Corintios 1.13–17, donde es obvio que Pablo da por sentado que el sumergir se realizaba “en el nombre de Jesús”. Aquí utiliza probablemente una fórmula conocida en contabilidad en aquella época, cuando “en nombre de” significaba “a cuenta de”. Vale decir, el sumergir se consideraba como un contrato de transferencia, un acto por el cual el que se sumergía se entregaba para constituirse en propiedad o discípulo de aquel que se nombraba. El problema en Corinto era que había muchas personas que obraban como si se hubiesen hecho discípulos de Pablo o Cefas o Apolos, es decir, como si hubiesen sido sumergidos en el nombre de ellos más bien que en el nombre de Jesús.
De las otras referencias, Efesios 4.5 confirma que el sumergir era una de las piedras fundamentales de la comunidad cristiana. Y 1 Corintios 15.29 probablemente se refiera a alguna práctica de inmersión vicaria, por el cual un cristiano se sumergía en lugar de alguna persona ya fallecida, aunque esto no es correcto debido a que es necesario cumplir con todos los demás requisitos para poder obtener la salvación.
Sumamente intrigantes resultan los pasajes de Romanos 6.4 y Colosenses 2.12, que hablan del sumergir como un medio o instrumento para ser sepultado con Cristo, o como el contexto en el cual el que había de hacerse cristiano era sepultado con Cristo. En este pasaje Pablo está claramente evocando el poderoso simbolismo del sumergir como un sepultar la vieja vida. Debemos recordar también que Pablo considera el morir con Cristo no como un acontecimiento único del pasado; la identificación con Cristo en sus sufrimientos y su muerte es un acontecer que dura toda la vida[175]. De modo que podría ser que Pablo considerara al sumergir en agua como el símbolo constante de este aspecto de la existencia cristiana, mientras que el Espíritu denotaba la nueva vida en Cristo[176].
Se han propuesto muchas otras referencias al sumergir en agua en las epístolas paulinas. La mayoría de los eruditos sostiene que la frase “sumergidos en Cristo Jesús” se refiere directamente al sumergir en agua[177]. Una opinión que se sostiene con firmeza aquí es que “en Cristo” constituye una abreviatura de “en el nombre de Cristo”. Si es así, luego Pablo consideraba que el acto de la inmersión era rico en eficacia y significado.
Otros pasajes muy mencionados como referencias al sumergir son los que hablan de lavamiento en 1 Corintios 6.11; Efesios 5.26; y Tito 3.5, y los que hablan del sello del Espíritu en 2 Corintios 1.22 y Efesios 1.13; 4.30. Es posible que Pablo haya entendido que el lavamiento tenía carácter directamente espiritual y no sacramental[178]. Cuando recordamos el carácter visible de la presencia del Espíritu en el cristianismo de los primeros tiempos, resulta innecesario vincular el “sello del Espíritu” a cualquier cosa que no sea el don del Espíritu en sí mismo.
Pablo utilizó los requisitos y beneficios del sumergir en agua para combatir varios problemas de las nuevas iglesias. En Gálatas combatió el legalismo afirmando que el entendimiento del sumergir en agua era señal de la justificación por la fe[179]. En Romanos, al condenar el libertinaje, insistió en que una recta comprensión del sumergir en agua excluía el abuso de la abundante gracia de Dios y exigía la más dura lucha contra los deseos pecaminosos[180]. En Romanos 6 también se destaca que mediante el sumergir en agua se identifica el creyente con Cristo, tanto en su muerte como también en su resurrección.
A las divisiones carnales de los corintios el apóstol opone el sumergir como señal de la unidad cristiana[181]. Cuando a los colosenses los atrajo un tipo de gnosticismo que les prometía salvación por un conocimiento secreto, Pablo les recordó el sumergir en agua que les unió a Cristo, fuente de la plenitud de la sabiduría de Dios. También se refirió al sumergir en su consejo matrimonial[182] y para promover el celo en hacer buenas obras[183].
d) El sumergir en los escritos juaninos.
Resulta difícil determinar la concepción de Juan respecto al bautismo, desde el momento en que el rico simbolismo del Evangelio se presta a distintas interpretaciones.
En Juan 3.5 se considera que el comienzo de una nueva vida en Cristo surge ya sea del sumergir en agua y el don del Espíritu; o del poder purificador y renovador del Espíritu[184]; o que posiblemente requiera el nacimiento del Espíritu[185] además del nacimiento natural[186].
En otros pasajes de Juan el vocablo “agua” probablemente simboliza ya sea el Espíritu Santo dado por Jesús[187], o la era antigua en contraste con la nueva[188]. En 1 Juan 5.6–8 “agua” se refiere al bautismo de Jesús mismo como testimonio permanente de la realidad de su encarnación.
e) El sumergir en los escritos de Pedro.
Pedro menciona el sumergir en agua con respecto al problema de las conciencias intranquilas a causa de la persecución[189] y el autor de Hebreos para estimular a la oración[190].
f) El sumergir en agua a niños.
No hay ninguna referencia directa al sumergir en agua de párvulos en el Nuevo Testamento. El Nuevo Testamento no menciona la inmersión de niños como tal; en las conversiones de Lidia, del carcelero de Filipos, y de Estéfanas[191], se afirma que con ellos se sumergió “toda su casa”, lo cual incluye en el término griego a todos aquellos que estaban sometidos a la autoridad del cabeza de familia, menores y esclavos. Se aduce que en el caso de la casa del carcelero de Filipos toda su casa se regocijó. Pero también es un hecho que el verbo creyó está en el original en masculino y singular, pudiéndose aplicar solamente al carcelero[192]. Todo esto conduce a la conclusión de que con respecto al modo y receptores del sumergir en agua sería imprudente llegar a conclusiones dogmáticas. Con respecto a la naturaleza del sumergir, es un acto externo que se refiere al terreno de confesión, testimonio, en identificación pública con la muerte de Cristo para andar en novedad de vida[193]. La posición de que el sumergir en agua da el nuevo nacimiento sostenida por la iglesia de Roma en base a Juan 3.5 es una mala interpretación del simbolismo de las Escrituras, que el apóstol Pablo, en cambio comprendió muy bien: “...la purificó, lavándola con agua mediante la palabra”[194]. Así, lo que tenemos en Juan 3.5 no es sumergir en agua, sino la Palabra de Dios hecha eficaz por el Espíritu. En resumen, cuanto más se entienda al sumergir como la expresión de la fe del que se sumerge, tanto menos se puede aceptar el sumergir niños. De cualquier manera, los cristianos deben cuidarse de dar más importancia de lo debido al sumergir en agua, para no caer en el error de los judaizantes que daban indebida importancia a la circuncisión.
6) Perseverar.
Probablemente no exista religión que no distinga entre lo santo y lo profano, y en la mayor parte, si no en todas, el hombre religioso es aquel para el cual algo es santo. Dos cualidades comunes se destacan: La de separación o distinción y la de poder. Lo santo despierta reverencia y temor, a la vez que acatamiento y dependencia.
Las palabras bíblicas principales son en hebreo “qadash” en el Antiguo Testamento y en griego “hagios” en el Nuevo Testamento, ambas de derivación incierta. Si la raíz principal “qdsû” se deriva de la raíz sencilla “qd”, con el significado de cortar o separar, denota entonces apartamiento, y de allí la separación de una cosa o persona de su uso común o profano para uso divino. La terminología neo testamentaria sugiere una distinción entre la santidad que es el propio ser de Dios y la santidad que pone de manifiesto el carácter de su pueblo. Los términos “semnos”, que es aquello que invoca reverencia[195], “hieros”, sagrado, y que tiene relación con la deidad[196], y “hagnos”, lo que es puro o casto[197], se utilizan con referencia al pueblo de Dios, mientras que los términos “hosios”[198] y “hagios”[199] se aplican en primera instancia a Dios, como indicación de un carácter que está en total antítesis con el del mundo.
Encontramos la idea de Santiago en todo el Antiguo Testamento, pero no hay duda de que los profetas la profundizaron, y le dieron un carácter más personal y ético. En el Nuevo Testamento este aspecto predomina, ya que en el Dios santo se manifiesta en la persona de Jesucristo, quien personifica en sí mismo el significado de la santidad.
a) La santidad como separación y pureza ética.
Resulta claro que, en general en las Escrituras, santidad significa separación, y se emplea el término con referencia a personas y cosas que han sido separadas o apartadas para Dios y su servicio. Así tenemos en Éxodo la mención de tierra santa[200], santa convocación[201], santo día de reposo[202], gente santa[203], y lugar santo[204], para mencionar solo unas cuantas. En estos casos y en otros similares el término no entraña directamente atributos éticos, sino principalmente consagración al Señor y a su servicio, y en consecuencia apartamiento de la esfera común. Es Dios quien provoca esta separación, y así transmite la santidad que entraña la separación. Por ejemplo, se designó santo el séptimo día, en lo negativo porque se lo había separado de los otros seis días de la semana, y en lo positivo debido a que estaba dedicado al servicio de Dios. Cuando se aplica el término a un lugar determinado, se procede así debido a una asociación divina con dicho lugar. Moisés recibió en Horeb, ante la zarza ardiente, el siguiente mandato: “…quita las sandalias de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra sagrada”[205]. La tierra era santa porque era en ese momento el lugar de una revelación divina. En forma similar, Dios santificó al pueblo de Israel separándolo de todas las naciones de la tierra y pactando con Él, pero esto comprendía el acto de proporcionarles cierto conocimiento de la ley divina, tanto moral como ceremonial. Así se imparte lo ético. Generalmente están presentes estos dos aspectos de la santidad, ya que se entendía que ser santo significaba no solamente vivir una vida separada, sino tener un carácter diferente al del hombre ordinario. Fue así como el término adquirió una significación claramente ética. En consecuencia, se reconoce que la santidad pertenece a lo que ha sido elegido y apartado por Dios, dándosele, a la vez, un carácter que se ajusta a las leyes de Dios.
b) La santidad del carácter de Dios.
De lo que se ha dicho antes resulta claro que la santidad no es tanto una relación de la criatura para con el Creador, sino del Creador para con la criatura. En otras palabras, es la santidad de Dios la que pone de manifiesto esa vida de separación y ese carácter distintivo que identifican al pueblo de Dios. Esto da sentido a la distinción que hiciéramos anteriormente, la de que se aplican diferentes términos a la santidad de Dios y a la de su pueblo. La santidad pertenece a Dios porque es divina, y sin ella no sería Dios. En este sentido “No hay Dios santo como Adonay”[206]. La cualidad ética de la santidad es el aspecto que más comúnmente aflora en esta palabra cuando se aplica a Dios. Se trata básicamente de un término para destacar la excelencia moral de Dios, y el hecho de que está libre de toda limitación en su perfección moral[207]. Es en este sentido que solamente Dios es santo y que sirve de modelo de pureza ética para sus criaturas.
Como la santidad comprende todos los atributos característicos de la Deidad, podemos concebirla como el resplandor de todo lo que es Dios. Así como los rayos del sol, que combinan todos los colores del espectro, se unen en el brillo del sol y forman la luz, así también todos los atributos divinos aparecen reunidos y amalgamados en su santidad cuando Dios se manifiesta a sí mismo. Concebir el ser y el carácter de Dios simplemente como una síntesis de perfecciones abstractas es privar a Dios de toda realidad. En el Dios de la Biblia todas estas perfecciones viven y se desenvuelven en santidad. Es por ello que podemos comprender por qué en la Escritura se atribuye santidad a las personas de la deidad en forma individual y expresa: Al Padre[208], al Hijo[209], y especialmente al Espíritu por ser el que manifiesta y comunica la santidad de Dios a sus criaturas.
c) La santidad de Dios en relación con su pueblo.
En el Antiguo Testamento Dios es Santo[210] o Santo es su nombre[211]. La santidad de todas las demás cosas o personas que puedan ser llamadas santas deriva de Él y dependen de su voluntad. Se aplica la palabra “santo” a los seres humanos en virtud de su consagración a fines religiosos, por ejemplo a los sacerdotes consagrados por medio de ceremonias especiales, y a toda la nación de Israel, incluso, como pueblo separado de las naciones y consagrado a Dios. En consecuencia, fue su relación con Dios lo que hizo que Israel fuese un pueblo santo, y en este sentido la santidad fue la más alta expresión de la relación basada en el pacto. Este concepto no está totalmente ausente del Nuevo Testamento, como puede comprobarse en el pasaje de 1 Corintios 7.14, donde se santifica al marido no creyente en virtud de su relación con la esposa creyente, y viceversa.
Pero a medida que avanzó el concepto de la santidad, junto con la progresiva revelación de Dios, de afuera hacia adentro, de lo ceremonial a la realidad, también adquirió fuerte significación ética, y esta es su connotación principal, y prácticamente exclusiva, en el Nuevo Testamento. Los profetas antiguo testamentarios la proclamaron como lo más característico de la auto revelación divina, como el testimonio que Dios ofrece de sí mismo, y como el aspecto bajo el cual quiere que sus criaturas lo conozcan. Además, los profetas declararon que Dios resolvió expresamente comunicar su santidad a sus criaturas, y que, a su vez, les exige santidad. Así como “yo soy santo” es la afirmación divina que pone a Dios por encima de sus criaturas, “sed santos” es el llamamiento divino a que sus criaturas compartan su santidad[212]. Este impartir de la santidad divina es lo que se produce en el alma humana con la regeneración y se convierte en fuente y fundamento del carácter santo.
Con su vida y su carácter Cristo es el ejemplo supremo de la santidad divina. En él la santidad consistió en algo más que mera impecabilidad: Consistió en una total consagración a la voluntad y el propósito de Dios, y con este fin Jesús se santificó a sí mismo[213]. La santidad de Cristo es tanto la norma para el carácter cristiano como su garantía: “…de este modo el que comunicaba la santidad se identificaría con aquellos a los que santificaba”[214].
En el Nuevo Testamento la designación apostólica para los cristianos es la de santos, “hagioi”, y esta designación continuó usándose en sentido general por lo menos hasta los días de Ireneo y Tertuliano, aunque posteriormente se degeneró en el uso eclesiástico hasta convertirse en título honorífico. Aunque su significado primario era relacional, también servía para describir el carácter, y más especialmente el carácter semejante al de Cristo. En todo el Nuevo Testamento se hace hincapié en la naturaleza ética de la santidad en contraste con toda suerte de impureza. Se la representa como la suprema vocación cristiana y como meta de su existencia. En la evaluación final del destino humano las dos categorías que reconoce la Escritura son los justos y los malvados.
Dios nos ha separado a los cristianos para santificación, no para impureza[215] y como santos somos llamados a realizar buenas obras[216]. Los cristianos que conforman la Iglesia son llamados la “nación santa”[217] del nuevo pacto. Los cristianos son llamados a santificar a Cristo como Señor en sus corazones[218].
En el cristiano, la santificación sigue a la Justificación. En la justificación, nuestros pecados son completamente perdonados en Cristo. A esto le sigue la santificación, que es un proceso por el cual el Espíritu Santo nos guía para parecernos cada vez más a Cristo en lo que pensamos, deseamos, decimos y hacemos. La verdadera santificación sería imposible sin la obra expiatoria de Cristo en la cruz, pues es imprescindible que nuestros pecados sean perdonados para que podamos andar en el camino de una vida santa.
d) Significación escatológica de la santidad.
La Escritura destaca la permanencia del carácter moral[219]. También hace hincapié en el aspecto retributivo de la santidad divina. Expone al mundo a juicio. Dada una necesidad moral en Dios, la vida está ordenada de manera que en la santidad está la buenaventura, y en el pecado la perdición. Como la santidad divina no podía crear un universo en el que el mal finalmente prosperara, la cualidad retributiva se hace perfectamente evidente en el gobierno divino. Pero la retribución no es el fin; la santidad de Dios nos asegura que habrá una restauración final, un renacimiento, que traerá como consecuencia una regeneración del universo moral. La escatología de la Biblia contiene la promesa de que la santidad de Dios limpiará todo el universo y creará nuevos cielos y nueva tierra en las que morará la justicia[220].
En resumen, el acto de la salvación no es tan simple como algunos quieren hacer pensar, diciendo que solo es necesario levantar la mano o tener fe. Son necesarios estos seis requisitos, sin faltar ninguno, especialmente el último, ya que sin santidad “…nadie vera a Adonay”[221]
E. ¿Por qué debemos se salvos?
Porque al pecar fuimos destituidos de la gloria de Dios[222]. “Antes, ustedes estaban muertos para Dios, pues hacían el mal y vivían en pecado”[223]. Nuestro único destino era la muerte segunda. Más Dios quiso rescatarnos y presentarnos el plan de salvación. Aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos, nos dio vida juntamente con Cristo[224].
F. ¿Quiénes quiere Dios que sean salvos?
La Biblia dice que es la voluntad de Dios que todos los hombres sean salvos[225]. Juan declaró que de tal manera amó Dios al mundo que envió a su único hijo[226]. Al observar estos dos pasajes notamos que la voluntad y la intención del Señor es la salvación para todos sin excepción.
Resumen: Toda persona necesita recibir la salvación con la finalidad de restablecer su comunión con Dios. La única manera de hacerlo es a través del sacrificio vicario de Jesucristo. Para obtener esa salvación debe oír el Evangelio, creerlo, arrepentirse de sus pecados, confesar a Jesucristo como Señor, sumergirse en agua o bautizarse y vivir en santidad.
Si aun usted, querido lector no ha recibido esa salvación, es necesario que lo haga lo antes posible, para que no vaya a sufrir eternamente en el infierno, preparado para Satanás y sus legiones.
[1] Santiago 1.15; Juan 3.14.
[2] Ezequiel 34.22.
[3] Oseas 1.7.
[4] Oseas 13.10–14.
[5] Isaías 43.11.
[6] Salmos 106.7–10.
[7] Jeremías 30.10.
[8] 2 Samuel 22.3.
[9] Salmos 34.6; Job 5.15.
[10] Éxodo 14.13. La Toráh
[11] Oseas 13.4.
[12] Éxodo 12.40–14.31.
[13] Salmos 66.1–7.
[14] Deuteronomio 6.20–24.
[15] Éxodo 13.3–16.
[16] Isaías 43.11–21; Deuteronomio 9.4–6; Ezequiel 36.22–23.
[17] Génesis 49; Deuteronomio 33; Números 23.
[18] Isaías 24.19; 25.6–8; Joel 2.1, 28–32; Amós 5.18; 9.11.
[19] Isaías 43.14–16; 48.20; 51.9; Jeremías 31.31–34; Ezequiel 37.21–28; Zacarías 8.7–13.
[20] Isaías 64.1; 65.17; 66.22.
[21] Génesis 45.7; Jueces 3.9, 15; 2 Reyes 13.5; Nehemías 9.27.
[22] Isaías 43.11; 45.21; Oseas 13.4.
[23] Hechos 27.20, 31; Marcos 15.30; Hebreos 5.7.
[24] Lucas 19.9.
[25] Marcos 3.4; Lucas 4.18; Mateo 18.11; 20.28; Lucas 9.56.
[26] Mateos 10.22; Marcos 8.35; Lucas 7.50; 8.12; 13.24.
[27] Marcos 15.31.
[28] Mateo 8.17.
[29] Mateo 1.21, 23.
[30] Juan 3.17.
[31] Juan 6.68.
[32] 1 Juan 3.9; 4.6, 13; 5.11.
[33] 3 Juan 1.2.
[34] Hechos 16.17.
[35] Hechos 2.40. LBLA
[36] Hechos 11.18.
[37] Hechos 16.30.
[38] 2 Timoteo 3.15. Ibid
[39] Romanos 3.19; Gálatas 2.16.
[40] Colosenses 1.20.
[41] Gálatas 4.5; Efesios 1.13; 2 Corintios 1.22.
[42] Romanos 8.13.
[43] Romanos 8.29.
[44] Filipenses 3.21.
[45] Hebreos 9.26; 10.12.
[46] Hebreos 9.15; 12.24.
[47] Hebreos 9.28.
[48] Santiago 2.24
[49] Santiago 5.20
[50] 1 Pedro 1.19.
[51] 1 Pedro 2.24.
[52] 1 Pedro 1.5. BLS
[53] 2 Pedro 1.4.
[54] 2 Pedro 3.13, 15.
[55] PDT
[56] Ibid
[57] Efesios 4.5.
[58] Revelación 1.5-6.
[59] Revelación 7.10.
[60] 1 Corintios 5.5.
[61] 1 Pedro 1.9.
[62] Romanos 5.9.
[63] Hechos 2.40.
[64] 1 Timoteo 1.1; 4.10; Tito 1.3; 3.4; 1 Juan 4.14; Judas 25; Revelación 7.10; 12.10; 19.1.
[65] 1 Juan 3.2. BAD
[66] Catecismo de la Iglesia Católica, 1023-1025, 1243, 1265-1270, 2009. Wikipedia
[67] Ibid 2006-2011).
[68] Tito 3.4-7. NC
[69] 1 Corintios 1.18. Ibid
[70] I Corintios 9.27.
[71] Abraham 3.25. Perla de Gran Precio
[72] 2 Nefi 31.18-20. El Libro de Mormón.
[73] Alma 11.41-44. Ibid
[74] Sección 29.39. Doctrina y Convenios
[75] 2 Nefi 2.27
[76] Alma 12.24
[77] Alma 33.22-23.
[78] Romanos 4.25; 5.10; 2 Corintios 4.10; Filipenses 2.6; 1 Timoteo 1.15; 1 Juan 4.9–10, 14.
[79] 1 Corintios 15.5.
[80] Hechos 20.28; Romanos 3.25; 5.9; Efesios 1.7; Colosenses 1.20; Hebreos 9.12; 12.24; 13.12; 1 Juan 1.7; Revelación 1.5; 5.9.
[81] Romanos 10.8, 14; 1 Corintios 1.18–25; 15.11; 1 Tesalonicenses 1.4.
[82] Romanos 5.1; Hebreos 10.22.
[83] Gálatas 3.13; Colosenses 2.14.
[84] 1 Pedro 1.3–5; 1 Corintios 15.51–56.
[85] Romanos 5.9; Hebreos 9.28.
[86] Hebreos 2.15; 2 Timoteo 1.7, 9.
[87] Tito 2.11–3.6; Gálatas 5.1.
[88] Hechos 3.6; 2 Corintios 6.10.
[89] Hechos 3.9; 9.34; 20.9.
[90] 1 Timoteo 5.23; 2 Timoteo 4.20; Filipenses 2.25-26; 2 Corintios 12.7–9.
[91] 1 Corintios 4.9–13; 2 Corintios 11.23–28.
[92] Mateo 5.45.
[93] 1 Corintios 7.20–24; 1 Pedro 2.18–25.
[94] Efesios 1.3.
[95] Romanos 8.24; 13.11; 1 Corintios 3.5; Filipenses 3.20; Hebreos 1.14; 9.28; 1 Pedro 1.5, 9.
[96] Romanos 10.17. BL95
[97] Ibid. BLS
[98] Ibid CST-IBS
[99] 1 Timoteo 1.4-5.
[100] Lucas 19.8. BLS
[101] Hechos 2.38. BL95
[102] Ibid. BLS
[103] Ibid. PDT
[104] Éxodo 13.17; Job 42.6; Jeremías 8.6; 31.19.
[105] Génesis 6.6; 1 Samuel 15.11, 35; 2 Samuel 24.16; Jeremías 18.10.
[106] Jeremías 18.8; 26.3, 13, 19; Jonás 3.9.
[107] Números 23.19; 1 Samuel 15.29; Salmos 110.4; Jeremías 4.28; Ezequiel 24.14; Zacarías 8.14.
[108] Éxodo 32.14; Deuteronomio 32.36; Jueces 2.18; 1 Crónicas 21.5; Salmos 106.45; 135.14; Jeremías 42.10; Joel 2.13; Jonás 4.2.
[109] Oseas 3.5; 5.4; 7.10.
[110] Oseas 7.3; 10.21; 30.15; 19.22.
[111] Jeremías 3.1–4.4; 8.4–7; 14.1–22; 15.15–21.
[112] Isaías 6.10; 9.13; Jeremías 13.23.
[113] 2 Reyes 22–23; 2 Crónicas 34–35.
[114] Lucas 18.13.
[115] Mateo 3.2, 11; Marcos 1.4; Lucas 3.3, 8; Hechos 13.24; 19.4.
[116] Marcos 1.15; 6.12.
[117] Mateo 4.17; 11.20; 12.41.
[118] Lucas 5.32; 10.13; 11.32; 13.3, 5; 15.7, 10; 16.30; 17.3; 24.47.
[119] Lucas 15.11–24.
[120] Lucas 18.13.
[121] Marcos 10.17–22.
[122] Lucas 19.8.
[123] Hechos 2.38; 3.19; 8.22; 17.30; 20.21; 26.20.
[124] Hechos 3.19; 9.35; 11.21; 14.15; 15.19; 26.18, 20; 28.27.
[125] Hechos 3.19; 26.20.
[126] Hechos 11.18; 1 Tesalonicenses 1.9.
[127] Mateo 13.14; Marcos 4.12; Juan 12.40; Hechos 28.26.
[128] Hebreos 6.1.
[129] Hebreos 6.4–6; 12.17.
[130] 2 Corintios 7.9; 12.21; Santiago 5.19; 1 Juan 1.5–2.2; Revelaciones 2.5, 16, 21; 3.3, 19.
[131] Romanos 2.4; 2 Timoteo 2.25; 2 Pedro 3.9; Revelaciones 9.20; 16.9, 11.
[132] Josué 7.19; Levítico 26.40; Salmos 32.5; Mateo 27.4; 1 Juan 1.9.
[133] Génesis 32.9–11; 1 Reyes 8.35; 2 Crónicas 6.26; Nehemías 1.4–11; 9; Job 33.26–28; Salmos 22; 32; 51; 116; Daniel 9.
[134] Levítico 16.21.
[135] Éxodo 32.32; Nehemías 1.6; Job 1.5; Daniel 9.4.
[136] Mateo 16.16; Marcos 8.29; Juan 1.41; 9.22.
[137] Mateo 8.29; Juan 1.34, 49; 1 Juan 4.15.
[138] 1 Juan 4.2; 2 Juan 7.
[139] Romanos 10.9; 1 Corintios 12.3; Filipenses 2.11.
[140] 1 Juan 1.5–10.
[141] Mateo 3.6; 6.12; Lucas 5.8; 15.21; 18.13; 19.8; Juan 20.23; Santiago 5.16.
[142] Mateo 10.32; Lucas 12.8; 1 Timoteo 6.12.
[143] Romanos 10.9; Filipenses 2.11.
[144] Mateo 10.32–39; Juan 9.22; 12.42.
[145] Mateo 10.20; 16.16–19; 1 Corintios 12.3.
[146] Hechos 8.37; 10.44–48.
[147] 1 Juan 4.2; 2 Juan 7.
[148] 1 Timoteo 6.12–13.
[149] Marcos 14.62.
[150] Juan 18.36.
[151] Marcos 14.56.
[152] Marcos 14.68.
[153] Mateo 10.32–33; Lucas 12.8; 2 Timoteo 2.11–13.
[154] Romanos 10.9–10, 13; 2 Corintios 4.13–14.
[155] Romanos 14.11–12; Filipenses 2.11; Revelación 4.11; 5.12; 7.10.
[156] 1 Corintios 10.2. CTS-IBS
[157] Colosenses 2.11-12.
[158] Marcos 1.8; Hechos 1.5; 2.38; 10.47; Juan 3.5; Tito 3.5.
[159] Romanos 4.11.
[160] Hechos 8.12-13; 16.31-34; 18.
[161] Mateo 28.19.
[162] Éxodo 29.4; 30.20; 40.12; Levíticos 15; 16.26, 28; 17.15; 22.4, 6; Números 19.8.
[163] Isaías 1.16; Salmos 51.2, 7.
[164] Isaías 52.15; Ezequiel 36.25, 26; Joel 2.23, 28; Zacarías 13.1.
[165] Hechos 2.38, 41.
[166] Hechos 2.38; 8.16; 10.48; 19.5.
[167] 1 Corintios 1.12–16.
[168] Hechos 2.21, 41; 22.16; Romanos 10.10–14; 1 Corintios 1.2.
[169] Hechos 8.14–17; 10.47; 19.6; Hebreos 6.2.
[170] Romanos 6.3; Hechos 2.38, 40; Efesios 2.12.
[171] Mateo 28.19.
[172] Hechos 19.3.
[173] Éxodo 29.4.
[174] Números 8.7.
[175] Romanos 6.5; 3.17; 2 Corintios 1.5; 4.10; Gálatas 2.20; 6.14; Filipenses 3.10.
[176] Romanos 8.2, 6, 10, 13; 1 Corintios 15.45; 2 Corintios 3.3, 6; Gálatas 5.25; 6.8.
[177] Romanos 6.3; 1 Corintios 10.2; 12.13; Gálatas 3.27.
[178] Hechos 15.9; Tito 2.14; Hebreos 9.14; 10.22; 1 Juan 1.7, 9.
[179] Gálatas 3.24-27.
[180] Romanos 6.1-14; Marcos 1.12-13.
[181] 1 Corintios 1.13-17; 12.13; Efesios 4.5 y Gálatas 3.27-28.
[182] Efesios 5.26.
[183] Tito 3.5.
[184] Isaías 44.3–5; Ezequiel 36.25–27.
[185] Juan 3.3, 6–8.
[186] Juan 3.4.
[187] Juan 4.10–14; 7.37–39; 19.34.
[188] Juan 1.26, 31, 33; 2.6; 3.23–36; 5.2–9.
[189] 1 Pedro 3.21.
[190] Hebreos 10.22.
[191] Hechos 16.15, 33; 1 Corintios 1.16.
[192] Hechos 16.34.
[193] Romanos 6.3-4.
[194] Efesios 5.26. BAD
[195] 1 Timoteo 3.8.
[196] 2 Timoteo 3.15.
[197] 2 Corintios 11.2.
[198] Revelación 15.4.
[199] Juan 17.11.
[200] Éxodo 3.5.
[201] Éxodo 12.16.
[202] Éxodo 16.23.
[203] Éxodo 19.6.
[204] Éxodo 29.31.
[205] Éxodo 3.5. La Toráh
[206] 1 Samuel 2.2. PDT
[207] Habacuc 1.13.
[208] Juan 17.11
[209] Hechos 4.30.
[210] Salmos 99.9.
[211] Salmos 99.3; 111.9.
[212] Hebreos 12.10.
[213] Juan 17.19.
[214] Hebreos 2.11. BL95
[215] 1 Tesalonicenses 4.7.
[216] Efesios 2.10.
[217] 1 Pedro 2.9. RV60
[218] 1 Pedro 3.15.
[219] Revelación 22.11.
[220] 2 Pedro 3.13.
[221] Hebreos 12.14. Brit Xadasha 1999
[222] Romanos 3.23.
[223] Efesios 2.1. BLS
[224] Efesios 2.5.
[225] 1 Timoteo 2.4.
[226] Juan 3.16.
A. ¿Qué es la salvación?
La idea básica del término “salvación” es rescatar y preservar de un peligro inminente; implica dar salud y seguridad. En su sentido más profundo, sin embargo, es un término cuyo significado está limitado cada vez más a la expresión del milagro divino de la libertad espiritual del hombre del dominio y culpa del pecado y la muerte, y al goce de una vida eterna de comunión renovada con Dios.
La palabra hebrea que significa salvación es yesûa, cuyo significado básico es “encajar en un contexto extenso” y en griego soteria que tiene el sentido figurado de “libertad de toda restricción” y los medios para llegar a ella; es decir liberación de los factores que obligan y confinan.
En la gran mayoría de las referencias Dios es el autor de la salvación. Así, Dios salva a su rebaño[2]; rescata a su pueblo[3] y solo Él puede salvarlos[4]; no hay otro Salvador aparte de Él[5]. Salvó a los padres en Egipto[6], y a sus hijos de Babilonia[7]. Él es el refugio y el salvador de su pueblo[8]. Salva al pobre y al necesitado cuando no tienen otro que los ayude[9]. En las palabras de Moisés, “y veréis la salvación que Adonay os otorgará en este día[10], tenemos la esencia misma del concepto antiguo testamentario de la salvación.
Así, conocer a Dios en alguna medida es conocerlo como Dios Salvador[11], de modo que las palabras “Dios” y “Salvador” son virtualmente idénticas en el Antiguo Testamento. El gran ejemplo normativo de la divina liberación salvadora es el éxodo[12]. La redención de la esclavitud egipcia mediante la intervención de Dios en el mar Rojo fue determinante de toda la subsiguiente reflexión de Israel acerca de la naturaleza y la actividad de Dios. El éxodo fue el molde al cual se incorporó toda la siguiente interpretación del drama de la historia de Israel. Se lo expresaba con el canto en el culto[13], se lo refería[14], se lo representaba en el ritual[15]. De manera que la noción de la salvación surgió del éxodo, estampada indeleblemente con la dimensión de los poderosos actos de liberación divina en la historia.
Este elemento profundamente significativo sirvió de base, a su vez, para una contribución antiguo testamentaria aun mayor a la idea de la salvación cual es la escatología. La experiencia que tuvo Israel en cuanto a Dios como Salvador en el pasado le permitió proyectar su fe hacia adelante, hacia la expectativa de su salvación plena y definitiva en el futuro. Precisamente porque Adonay se ha hecho conocer como Señor de todos, creador y sustentador de toda la tierra, y porque es un Dios justo y fiel, un día hará efectiva su total victoria sobre sus enemigos y salvará a su pueblo de todos sus males[16]. En el período primitivo esta esperanza de salvación se centra más en la intervención histórica inmediata para la reivindicación de Israel[17]. En el período profético encuentra expresión en función de un “día de Adonay” en el cual el juicio habrá de combinarse con la liberación[18]. La experiencia del exilio proporcionó tanto una imagen concreta como un marco concreto para la expresión de esta esperanza como un nuevo éxodo[19]; pero los desalentadores y limitados resultados de la restauración proyectaron la esperanza hacia adelante nuevamente, y la convirtieron en lo que se ha denominado la escatológica-trascendental[20], la esperanza del nuevo mundo al final de la era presente, en el que el gobierno soberano y el carácter justo de Dios se manifestarán en todas las naciones.
Finalmente notamos que la actividad salvadora de Dios en el Antiguo Testamento se amplía y se profundiza en función de un instrumento particular de esa salvación, el Mesías-Siervo. La salvación envuelve un agente, o salvador, aunque no necesariamente distinto de Adonay mismo. En general aunque Adonay puede emplear agentes humanos particulares, o salvadores, en momentos históricos determinados[21], solo Él es el Salvador de su pueblo[22]. Esta afirmación general, empero, requiere aclaración en el contexto del desarrollo de la esperanza de la salvación en el Antiguo Testamento, donde en los cánticos del Siervo encontramos una encarnación personal de la salvación moral de Adonay, aun cuando nunca se hace referencia al Siervo como salvador en forma directa. La configuración corporativa está claramente presente aquí, pero la personificación del ministerio del Siervo está clara en el texto, y a la luz del cumplimiento neo testamentario no requiere defensas adicionales. En el cántico de Isaías 49.1–6 aparece como instrumento de la salvación universal preparada por Dios. El cántico final de Isaías 52.13–53.12, no contiene el término, pero el concepto de la salvación está presente en todas partes en función de una liberación del pecado y sus consecuencias. Así, el Antiguo Testamento nos ayuda a comprender, finalmente, que Dios salva a su pueblo mediante su Mesías-Salvador.
En el Nuevo Testamento comenzamos con la observación general de que, en buena medida, el uso “religioso” de una liberación moral espiritual se vuelve totalmente dominante en lo que respecta al concepto de la salvación. En el uso no religioso se limita virtualmente a salvar ante graves peligros de muerte[23].
1. Los evangelios sinópticos.
Jesús menciona la palabra salvación una sola vez[24], donde puede referirse ya sea a sí mismo como personificación de la salvación, impartiendo perdón a Zaqueo, o a aquello que se evidencia por la conducta transformada del publicano. Nuestro Señor usó la palabra “salvar” y otras afines para indicar primero lo que vino a hacer[25], y segundo, lo que se le exige al hombre[26]. Lucas 18.26, y el contexto, muestra que la salvación exige un corazón arrepentido, impotencia como de la de un niño, dispuesta a recibir, y la renuncia a todas las cosas por amor a Cristo, condiciones todas que el hombre no puede cumplir por sí solo.
El testimonio de otros acerca de la actividad salvadora de nuestro Señor es tanto indirecta[27] como directa[28]. Está también el testimonio de su propio nombre[29]. Estos variados usos sugieren en conjunto que la salvación estaba presente en la persona y el ministerio de Cristo, y especialmente en su muerte.
2. El cuarto evangelio.
Esta doble verdad la subraya el cuarto evangelio, en el que cada capítulo sugiere diferentes aspectos de la salvación. Así, en Juan 1.12 los hombres se convierten en hijos de Dios al confiar en Cristo; en Juan 2.5 la situación se soluciona al hacer “todo lo que os dijere”; en Juan 3.5 el nuevo nacimiento por el Espíritu es esencial para entrar en el reino, pero Juan 3.14, 17 deja en claro que esa nueva vida no es posible aparte de la fe en la muerte de Cristo, sin la cual los hombres ya están sujetos a condenación[30]; en Juan 4.22 la salvación es de los judíos, por revelación históricamente canalizada por medio del pueblo de Dios, y es un regalo que interiormente transforma y capacita a los hombres para la adoración.
En Juan 5.14 el que ha sido sanado no debe volver a pecar, no sea que le ocurra algo peor; en Juan 5.39 las Escrituras dan testimonio de que hay vida en el Hijo, a quien le han sido encomendados la vida y el juicio; en Juan 5.24 los creyentes ya han pasado de muerte a vida; en Juan 6.35 Jesús declara que Él es el pan de vida, a quien únicamente deben acudir los hombres[31] en busca de las vivificantes palabras de vida eterna; en Juan 7.39 el agua es símbolo de la vida salvadora del Espíritu que había de venir después que Jesús fuese glorificado.
En Juan 8.12 el evangelista indica la seguridad que ofrece la guía de la luz y en los versículos 32, 36 la libertad que se adquiere por medio de la verdad que reside en el Hijo; en Juan 9.25, 37, 39 la salvación es visión espiritual; en Juan 10.10 el ingreso en el disfrute de la seguridad y la vida abundante del redil y del Padre es por medio de Cristo; en Juan 11.25 la vida de resurrección pertenece al creyente; en Juan 11.50 el propósito salvador de su muerte se describe inconscientemente; en Juan 12.32 Cristo, levantado en su muerte, atrae a los hombres hacia sí; en Juan 13.10 el lavado inicial del Señor significa salvación; en Juan 14.6 Cristo es el camino vivo y verdadero a las moradas del Padre; en Juan 15.5 el permanecer en Él, la Vid, es el secreto de los recursos vitales; en Juan 16.7–15 por amor a Cristo el Espíritu se hará cargo de los obstáculos a la salvación y hará los preparativos para su realización; en Juan 17.2–3.12 el Señor guarda y cuida a los que tienen conocimiento del Dios verdadero y de su Hijo; en Juan 19.30 se lleva a cabo la salvación; en Juan 20.21–23 las palabras de paz y perdón acompañan la entrega del don del Espíritu; en Juan 21.15–18 su amor reconciliador vuelve a inyectar amor en su seguidor y lo rehabilita para el servicio.
En 1 Juan el lenguaje de los sacrificios en Hebreos es adecuado. Cristo es nuestra salvación al ser la propiciación por nuestros pecados, como manifestación del amor de Dios. Es Dios en su amor, manifestado en la sangre derramada de Cristo, el que cubre nuestros pecados y nos purifica. Como en el cuarto evangelio, la salvación se concibe en función del hecho de nacer de Dios, de conocer a Dios, de poseer vida eterna en Cristo, de vivir en la luz y la verdad de Dios, de morar en Dios y saber que Él mora en nosotros mediante el amor por su Espíritu[32].
Tercera Juan tiene una significativa oración en la que pide prosperidad y salud corporal generales para acompañar la prosperidad del alma[33].
3. Los Hechos.
Hechos traza la proclamación[34] de la salvación en el impacto que produce, primero en las multitudes que escuchan la exhortación a que sean “salvos de esta perversa generación”[35] mediante el arrepentimiento[36], la remisión de pecados, y la recepción del Espíritu Santo; luego en un individuo enfermo, ignorante de su verdadera necesidad, que es sanado por el nombre de Jesús, el único nombre en el que podemos ser salvos; y tercero, en la familia de aquel que preguntó “¿qué debo hacer para ser salvo?”[37].
4. Las cartas paulinas.
Pablo sostiene que las Escrituras “te pueden dar la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús”[38] y que proporcionan los ingredientes esenciales para el disfrute de una salvación plena. Ampliando y aplicando el concepto antiguo testamentario de la justicia divina, que ya anticipaba la justicia salvadora del Nuevo Testamento, Pablo demuestra que no hay salvación alguna por medio de la ley, ya que ella solo podía indicar la presencia, y causar la actividad retrógrada, del pecado y cerrarle la boca a los hombres dada su culpabilidad ante Dios[39]. La salvación se proporciona como libre don del justo Dios obrando en gracia para con el indigno pecador que, por el don de la fe, confía en la justicia de Cristo, que lo ha redimido por medio de su muerte y lo ha justificado con su resurrección. Dios, por amor a Cristo, justifica al pecador, perdona su pecado, lo reconcilia consigo mismo en y mediante Cristo, “haciendo la paz mediante la sangre que derramó en la cruz”[40], lo adopta como miembro de su familia[41], poniendo el sello, las arras, las primicias de su Espíritu en su corazón, y de este modo haciendo de él una nueva creación. Por el mismo Espíritu los subsiguientes recursos de la salvación lo capacitan para andar en novedad de vida, atormentando progresivamente los hechos de la carne[42], hasta que en última instancia es conformado a Cristo[43] y su salvación es consumada en la gloria[44].
5. Hebreos.
La “gran” salvación de Hebreos trasciende los anuncios antiguo testamentarios sobre la salvación. En el Nuevo Testamento la salvación se describe con el lenguaje de los sacrificios; las tantas veces repetidas ofrendas del ritual antiguo testamentario que se ocupaban principalmente de los pecados no premeditados y solo proporcionaban una salvación superficial son remplazadas por el sacrificio único de Cristo, siendo Él mismo tanto el Sacerdote de nuestra salvación como la ofrenda salvadora[45]. El derramamiento de su sangre vital en la muerte efectúa la expiación, de modo que en lo sucesivo el hombre, con la conciencia purificada, puede entrar en la presencia de Dios en las condiciones del nuevo pacto, ratificado por Dios mediante su Mediador[46]. Hebreos, que tanto recalca la forma en que Cristo enfrenta la cuestión del pecado mediante su sufrimiento y su muerte a fin de proporcionar la salvación eterna, anticipa su segunda venida, no ya para ocuparse del pecado, sino para consumar la salvación de su pueblo y, presuntamente, la gloria consiguiente que les corresponde[47].
6. Santiago.
Santiago enseña que la salvación no es por “fe” solamente sino también por “obras”[48]. Su intención es desilusionar a todo el que se apoya para su salvación en el mero reconocimiento intelectual de la existencia de Dios, sin un cambio de corazón que de por resultado obras de justicia. No descuenta la verdadera fe, sino que pide que su presencia la evidencie una conducta que a su vez ponga de manifiesto las energías salvadoras de la verdadera religión obrando por medio de la Palabra de Dios implantada en la persona. Le preocupa tanto como el que más el hacer volver al pecador del error de su camino y salvar su alma de la muerte[49].
7. Pedro.
Primera de Pedro destaca, en forma semejante a Hebreos, lo costoso de la salvación[50], que fue buscada y predicha por los profetas pero es ahora realidad presente para los que, como ovejas extraviadas, han vuelto al Pastor de sus almas[51]. Su aspecto futuro es conocido por los que “confían en Dios, y por eso él los protege con su poder, para que puedan ser salvados tal y como está planeado para los últimos tiempos”[52].
En 2 Pedro la salvación comprende el escapar de la corrupción que existe en el mundo por la lascivia, haciéndonos partícipes de la naturaleza divina[53]. En el contexto del pecado el creyente ansía los Nuevos Cielos y la Nueva Tierra en los que mora la justicia, pero reconoce que la postergación del retorno de Jesús se debe a la paciencia del Señor, paciencia que forma parte, ella misma, de la salvación[54].
8. Judas.
Judas 3, al referirse a la “común salvación”[55], está pensando en algo semejante a la “fe común”[56] de Tito 1.4, y la vincula con la “fe”[57] por la que tienen que contender los creyentes. Esta salvación comprende los privilegios, verdades, demandas y experiencias salvíficos comunes a sus muy diversos lectores. En el versículo 22 insta a hacer conocer urgentemente esta salvación a diversos grupos de personas que tienen dudas, que se encuentran en grave peligro, y que están sumergidas en la degradación.
9. Revelación.
Revelación insiste en el tema de 1 Juan de la salvación como liberación o limpieza del pecado en justicia de la sangre de Cristo, y la constitución de los creyentes en sacerdotes reales[58]. De un modo que recuerda al Salmista, el vidente, en actitud de adoración, atribuye la salvación en toda su amplitud a Dios[59]. Los últimos capítulos del libro pintan la salvación en función de las hojas del árbol de la vida que son para la sanidad de las naciones, árbol al cual, como en el caso de la ciudad de la salvación, se concede admisión únicamente a aquellos cuyos nombres están escritos en el libro de la vida.
B. ¿Dónde se da la salvación?
La Biblia es clara en cuanto a esta pregunta. Dios ha determinado salvar el ser tripartito del hombre. Resucitando el espíritu[60], regenerando el alma[61], y transformando el cuerpo.
C. ¿De qué somos salvos?
De la ira de Dios[62] y de una generación perversa[63].
Hay muchos cristianos anunciando a los inconversos a huir de las ataduras del diablo. Mientras que hay muy pocos declarando esta verdad sobre la salvación.
La pregunta es ¿de qué debemos ser salvos? La respuesta es: De la ira de Dios y de esta generación perversa.
D. ¿Cómo se obtiene la salvación?
Aquí es donde hay mucha discrepancia en los diferentes grupos religiosos, tanto cristianos como no. Todos tienen sus diferentes versiones acerca del obtener la salvación, e incluso los cristianos difieren a pesar de tener la misma Biblia. Veamos algunas diferentes teorías antes de incursionar en lo que dice la Biblia:
1. Los esenios.
Se le ha prestado considerable atención a partir del descubrimiento de los rollos del mar Muerto en 1947 a este movimiento monástico dentro del judaísmo, y se han hecho diversos intentos de evaluar su contribución a los orígenes neo testamentarios.
Los esenios de Qumrán compartían el sentido bíblico de la pecaminosidad interior del hombre aparte de Dios. El “Himno de acción de gracias” se aproxima mucho a la doctrina neo testamentaria de la salvación en el sentido de absolución por la acción de la justicia de Dios, de la salvación mediante la confianza total en la gracia y misericordia de Dios. Sin embargo, esto no debe resultar enteramente sorprendente, teniendo en cuenta la deuda de los integrantes de Qumrán para con el salterio y los grandes profetas antiguo testamentarios. Sería un error destacar excesivamente los puntos de correspondencia; en otros puntos el paralelo con la enseñanza neo testamentaria es mucho más sutil. El universalismo del evangelio cristiano falta totalmente; la salvación no es por cierto para la masa común de los pecadores. Lo que entendía Qumrán en cuanto al Siervo sufriente de Isaías 53 es tema de discusión, pero parecería que la profecía se consideraba cumplida en el consejo interno de la comunidad. Tampoco se puede eludir enteramente el simple hecho de que no hay una sola referencia clara a los esenios en todo el Nuevo Testamento.
2. El gnosticismo.
No hay acuerdo sobre la fecha precisa de la enseñanza gnóstica, y el intento de demostrar la dependencia cristiana con respecto a las ideas gnósticas constituye hoy una empresa claramente dudosa. No obstante, hay indicaciones en el Nuevo Testamento de que la iglesia primitiva tuvo que distinguir su doctrina de la salvación de las nociones que aparecían incorporadas en doctrinas gnósticas posteriores. En esencia el gnóstico proclamaba la salvación por un conocimiento inmediato de Dios. Este conocimiento era intelectual, por oposición al conocimiento moral, y oculto en cuanto a que estaba limitado al círculo elitista de los iniciados. El gnosticismo también enseñaba un dualismo de alma y cuerpo, en el que solo lo primero resultaba significativo para la salvación; y una jerarquía de intermediarios espirituales y angélicos entre Dios y el hombre. La salvación era la vía de escape del predominio de fuerzas astrológicas y pasiones humanas extrañas mediante el “conocimiento”, en respuesta a un “llamado” del mundo divino expresado en el titulado “mito gnóstico-redentor”, la leyenda del hombre de los cielos que bajó del mundo de la luz celestial para “salvar” a los hombres “caídos” impartiéndoles este conocimiento secreto.
Como ya se ha sugerido, el intento de ubicar una perspectiva de esta naturaleza en el período pre cristiano y en consecuencia considerar que ella subyace a las nociones salvíficas del Nuevo Testamento está lejos de poder demostrarse. Las evidencias son mucho más compatibles con el punto de vista de que, en la atmósfera religiosa sincretista de la época, ciertas tendencias gnósticas latentes fueron unidas en los siglos II y III a los motivos salvadores cristianos para producir las doctrinas de las sectas gnósticas que hemos bosquejado arriba, y acerca de las cuales nos enteramos por escritores tales como Ireneo en el período posterior neo testamentario. Por oposición a formas iniciales de tales nociones sobre la salvación los escritores bíblicos recalcan el alcance universal de la oferta de salvación que hace Dios, su carácter esencialmente moral, la verdadera humanidad y deidad del Mediador, y la centralización de la salvación en los actos históricos de Dios en torno al nacimiento, la vida, la muerte, y la resurrección de Jesucristo.
3. Las religiones de misterio.
Otro punto en el que los escritores neo testamentarios tuvieron que distinguir su doctrina de la salvación de las ideas corrientes es en relación con los cultos de misterio. Este fenómeno del siglo I era una combinación de elementos helenísticos y orientales que tuvieron su origen en antiguos ritos de fertilidad. Pretendían ofrecer “salvación” del destino o la suerte, y una vida más allá de la tumba libre de las condiciones insatisfactorias y opresivas del presente. La salvación se lograba mediante la meticulosa realización de ciertos rituales cúlticos. En algunos puntos aparece un lenguaje similar al del Nuevo Testamento. A los iniciados se les podía llamar “nacidos de nuevo para la vida eterna”. Algunas deidades cúlticas tales como Dionisos adquirieron el título de “Señor y Salvador”. Se ha alegado vínculos con la teología cristiana, particularmente en nivel sacramental, por cuanto se conocían las ilustraciones sagradas, o ceremonias de purificación, y la idea de la unión con los dioses en una comida solemne. No obstante, incluso con un examen superficial las diferencias con el mensaje cristiano y la vida de las comunidades cristianas primitivas son claras y obvias. En las religiones de misterio la salvación era esencialmente no moral. Del fiel “salvo” no se esperaba que fuese mejor que su vecino pagano, y tampoco lo era en la mayoría de los casos. El elemento racional ocupaba un lugar mínimo; no había grandes actos salvadores, y por consiguiente tampoco grandes afirmaciones teológicas sostenidas en común.
Los pretendidos paralelos con la enseñanza bautismal y la comunión cristianas tampoco tienen fundamento, como se ha demostrado con bastante claridad; las evidencias indican más bien la deuda del Enviado para con la historia bíblica de la salvación centrada en el portentoso acto redentor de Dios en Jesucristo.
4. El culto imperial.
El antiquísimo espejismo de la salvación por medio del poder y la organización políticos se reflejaba en el siglo I en el culto imperial. El mito de un Rey-Dios que fuera salvador y benefactor de su pueblo aparece muy difundido en diversas formas en el mundo antiguo, particularmente en Oriente. En Roma el ímpetu dado a los cultos oficiales surgió de la carrera de Augusto, quien después de Accio en el 31 a.C., estableció la “Pax Romana”, una edad de oro de paz tras décadas de matanzas sangrientas. Comúnmente se lo nombraba como soter, “Salvador del mundo”, y por su vínculo con Julio César, “Hijo de Dios”. Aun en el caso de Augusto, sin embargo, se impone cierto grado de precaución, por cuanto está demostrado que el título soter de ningún modo estaba limitado al emperador, y tampoco estuvo siempre investido de plenas inferencias orientales. Los sucesivos emperadores del siglo I evidenciaron variados grados de entusiasmo por lo que se afirmaba con respecto a ellos en el culto oficial. Calígula, Nerón, y Domiciano por cierto que tomaban en serio su “status divino”, y este hecho puede hasta cierto punto explicar algunas instancias en que se usa el título en relación con Jesucristo y el Padre en el Nuevo Testamento[64].
5. Pelagianismo.
Pelagio fue un monje romano-británico que aproximadamente en el año 390 se trasladó a Roma y predicó que no era necesaria la gracia divina y la redención de Cristo. También negó la existencia del pecado original, la necesidad de “bautizar” niños y la necesidad de la gracia para la salvación del hombre. Argumentaba que la corrupción de la naturaleza humana no es innata, sino que se debe a malos ejemplos y hábitos, y a que las facultades naturales de la humanidad no se habían visto afectadas de forma perjudicial por la caída de Adán. Decía que los seres humanos pueden llevar vidas de rectitud moral y, por esta razón, merecen el cielo por sus propios méritos. Afirmó que la verdadera gracia subyace en los dones naturales de la humanidad, incluyendo el libre albedrío, la razón y la conciencia. También predicaba lo que llamaba gracias externas, como la ley mosaica y la enseñanza y ejemplo de Cristo, que estimulan la voluntad “desde fuera”, pero no tenían un poder divino implícito. Para él, la fe y el dogma casi no importaban, porque la esencia de la religión para él era la acción moral. Su creencia en la perfección moral se debía a las influencias que había recibido del estoicismo. Este derivaba de una escuela de filosofía occidental, fundada en la antigua Grecia. La filosofía estoica se desarrolló a partir de la de los cínicos, cuyo fundador griego, Antístenes, fue discípulo de Sócrates.
El estoicismo fue la filosofía más influyente en el Imperio Romano durante el periodo anterior al ascenso del cristianismo, cuando este era pagano. Los estoicos, como los epicúreos, ponían el énfasis en la ética considerada como el principal ámbito de conocimiento. Para Pelagio, influenciado por estas corrientes filosóficas, la salvación era puramente “por obras”. El hombre podía ganarse el cielo por sus propios méritos y haciendo exclusivo uso de su libre albedrío, con el cual podía siempre perseverar en bien.
6. Catolicismo.
Para la Iglesia Católica, la salvación no es solo una liberación negativa del pecado y sus efectos: Dios salva no solo de algo si no por algo. La acción de Dios es una liberación positiva que eleva los seres humanos a un estado sobrenatural, a la vida eterna, en un plano espiritual superior a la vida terrenal, para unirse en un solo cuerpo místico con Cristo, una de las tres Personas de la Trinidad, y acceder a la dignidad de hijos de Dios, para verle “tal como es”[65], en comunión de vida y amor con la Trinidad y todos los santos[66].
Estas bendiciones nunca son otorgadas por mérito personal. De hecho, estrictamente, el hombre no merece nada de Dios: La criatura lo recibe todo, incluso potencias y habilidades, del Creador. La posibilidad de merecer algo a ojos de Dios deriva totalmente de un don gratuito de Dios.
La salvación o justificación no pueden ser merecidas, pero una vez que Dios ha justificado, mediante la gracia santificante del Espíritu Santo, entonces se pueden obtener dones útiles para esa santificación, para el incremento de gracia y amor y para alcanzar la vida eterna a la cual Dios tiene destinadas a sus criaturas. Se pueden incluso merecer bienes materiales, como la salud, la amistad o la dicha personal[67].
Los cristianos reciben incluso en esta vida, por fe y de forma anticipada, bendiciones de la salvación que serán confirmadas total y definitivamente en la vida después de la muerte. Esto debido a que la Iglesia Católica ve la salvación, incluso la del individuo, como algo útil y beneficioso en todo tiempo: Pasado, presente y futuro, conceptos que, por supuesto, se aplican solo al hombre: Para Dios, pasado, presente y futuro son todos uno.
a. “Más cuando apareció la bondad y el amor hacia los hombres de Dios, nuestro Salvador, no por las obras justas que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, nos salvó mediante el baño de regeneración y renovación del Espíritu Santo, que abundantemente derramó sobre nosotros por Jesucristo, nuestro Salvador, a fin de que, justificados por su gracia, seamos herederos, según nuestra esperanza, de la vida eterna”[68].
b. El proceso de salvación continúa dentro de la obra de Dios en aquellos que reciben el Evangelio. Pablo usa el tiempo presente en esta frase: “…porque la doctrina de la cruz de Cristo es necedad para los que se pierden, pero es poder de Dios para los que se salvan”[69].
c. Solo al completar la vida terrenal llegará la salvación a su estado final. No hay fórmula mágica ni experiencias emocionales que definitivamente impidan, a criaturas a las que Dios ha dado libre albedrío, de rechazar, alguna vez, la oferta de salvación. Incluso el apóstol Pablo consideró esta eventualidad para sí mismo, considerando que, después de haber predicado a otros, pudiera ser rechazado él mismo[70].
d. Pero en realidad, esta salvación no tiene una seguridad, por lo que es necesaria la intervención de los que sobrevivan al cristiano mediante ruegos a Dios, a María y a los santos el proveerle la oportunidad al alma del difunto.
7. Protestantismo.
En el cristianismo occidental la doctrina de la salvación involucra asuntos como la expiación, reconciliación, gracia, justificación, soberanía de Dios y el libre albedrío del ser humano. Varios conceptos distintos pueden ser encontrados en el catolicismo y el protestantismo.
Para Martín Lutero la salvación es una gracia de Dios que se recibía únicamente por la fe. Las buenas obras para él eran un producto natural de la fe, y hacía énfasis en que no eran necesarias para salvarse. Predicaba que como la salvación es “gracia” que se recibe por medio de la fe, ya no hacía falta nada más, y ya el hombre podía tener una seguridad total de ser salvado. Para él era incompatible decir que si la salvación era “gracia”, eran también necesarias las obras. En sus encendidos sermones, predicaba que podía fornicar 24 veces al día, sin que esto afectara en nada su salvación, afirmaba que esta “no dependía de él”, ya Cristo la había ganado para él, y así como no hizo nada para recibirla, ya una vez salvo, no podía hacer nada para perderla. Lutero argumentaba que su posición estaba sustentada en la Escritura, en Romanos 3.28 y Romanos 4.3.
Dentro del protestantismo, esto se ve en la diferencia teológica entre el calvinismo y el arminianismo. Para los primeros, la salvación solo es alcanzable para los que fueron predestinados por Dios para salvarse, por lo que una persona no predestinada, a pesar de todos sus esfuerzos y deseos de agradar a Dios, jamás podrá alcanzar esta salvación, mientras que una persona predestinada, a pesar de lo malo que haya sido, aunque sea en el último momento de su vida se arrepentirá y será salva; incluso, una persona que ha aceptado la salvación y vive en pecado, por el mero hecho de ser predestinado, siempre será salvo. Los segundos, por el contrario, creen que la salvación se alcanza por medio de la fe, y que todo el que posea un poquito de fe en Jesucristo es salvo, pero esto no es garantía ya que si se aparta de los principios cristianos y no se arrepiente, será condenado al fin.
Entre los cristianos evangélicos, la salvación significa que todos han pecado y que se encuentran justamente bajo la condenación de Dios. La expiación o reconciliación con Dios es posible para cualquiera, pero solo a través de Jesucristo, quien vivió una vida perfecta y murió como un sacrificio perfecto en lugar de la muerte que merece toda la humanidad, mediante la confesión del pecado y la fe en Cristo como Señor y Salvador. La consecuencia de la salvación es que los pecados del pecador son perdonados y este es nacido de nuevo como una nueva persona, un cristiano, un creyente, un hijo de Dios, y está sellado por el Espíritu Santo. También creen que no todos los individuos obtienen salvación, porque no todos confiarán en Jesucristo.
Otro punto de vista, del concepto de salvación universal, ha existido durante toda la historia del cristianismo y goza de creciente popularidad en Estados Unidos y otros países protestantes modernos, con el desarrollo del racionalismo y modernismo desde fines del siglo XVII. Este punto de vista afirma que todos, independientemente de credo o religión, se salvarán e “irán al Cielo”, siendo este el tema central del universalismo. En términos más coloquiales se dice a menudo que Dios “es demasiado amoroso como para condenar a nadie”. Algunos cristianos tradicionales consideran este punto de vista una herejía porque implica que las religiones no-cristianas son igualmente válidas al cristianismo y que hay otros caminos a la salvación en reemplazo de la gracia de Cristo. Pero otras formas de universalismo cristiano aseguran que el cristianismo es la única religión completamente verdadera, y que la salvación universal solo es accesible a través de Cristo: Cristo y su resurrección redimen a todos. Este es un concepto clave en el protestantismo liberal.
8. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
Para los mormones, el plan que Dios tiene para la salvación de cada ser humano es una de las enseñanzas más informativas para cada persona. Este plan consiste en los pasos que Dios ha ordenado para el progreso eterno de sus hijos espirituales, para que se pueda obtener la vida eterna con una plenitud de gozo:
a. Dejar la presencia de Dios, es decir, la vida pre-mortal o la pre-existencia, para ser probados en esta tierra, “para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare”[71].
b. Recibir un cuerpo físico que es sujeto a dolor y a tentaciones físicas y espirituales.
c. Tener la oportunidad de ejercer albedrío, elegir entre el bien y el mal, y arrepentirse por medio de la expiación de Jesucristo, para llegar a ser limpio y perfecto y regresar a la presencia de Dios y de Jesucristo.
d. Los niños inocentes que se mueran antes de la edad de ocho años recibirán la vida eterna por medio de la expiación de Jesucristo.
e. Tener la oportunidad de recibir las ordenanzas, como el bautismo, y los convenios del evangelio, y recibir el don del Espíritu Santo para ayudarles en hacer lo recto, en enseñar a sus hijos, y en perseverar en esperanza y amor por Dios hasta el fin[72].
f. Pasar por el mundo de los espíritus después de la muerte, donde se puede aprender más conocimiento, lo cual nos ayuda en el progreso eterno.
g. Recibir una resurrección física con un cuerpo perfecto, después de ser “juzgados según sus obras”[73] por Jesucristo.
Los mormones enseñan que este plan fue presentado por Dios el Padre a todos nosotros, los hijos espirituales de Dios, en la pre-existencia, y lo aceptamos. Satanás no lo aceptó, porque no quiso ser probado y no quiso seguir al Padre ni a Jesucristo, sin embargo quería su poder eterno. Dios lo expulsó y le permitió venir a la tierra, donde “el diablo tienta a los hijos de los hombres, de otra manera éstos no podrían ser sus propios agentes”[74].
El Libro de Mormón enseña sobre este tema:
a. “Así pues, los hombres son libres según la carne; y les son dadas todas las cosas que para ellos son propias. Y son libres para escoger la libertad y la vida eterna, por medio del gran Mediador de todos los hombres, o escoger la cautividad y la muerte, según la cautividad y el poder del diablo; pues él busca que todos los hombres sean miserables como él”[75].
b. “Así que esta vida llegó a ser un estado de probación; un tiempo de preparación para presentarse ante Dios; un tiempo de prepararse para ese estado sin fin del cual hemos hablado, que viene después de la resurrección de los muertos”[76].
c. "Y ahora bien, hermanos míos, quisiera que plantaseis esta palabra en vuestros corazones, y al empezar a hincharse, nutridla con vuestra fe. Y he aquí, llegará a ser un árbol que crecerá en vosotros para vida eterna. Y entonces Dios os conceda que sean ligeras vuestras cargas mediante el gozo de su Hijo. Y todo esto lo podéis hacer si queréis”[77].
Los mormones enseñan que el plan de salvación y de exaltación es algo que no se entiende completamente sin estudiar las Escrituras y recibir enseñanzas de profetas modernos quienes han amplificado nuestro conocimiento por medio de revelaciones importantes, dadas por Dios para el beneficio de todos los seres humanos que las reciban. No obstante, hay glorias y bendiciones reservadas para cada persona que guarde los mandamientos de Dios, cualquier religión o creencia, si hace obras buenas en sus hechos para con sus semejantes.
9. La salvación bíblica.
a. La salvación es un hecho histórico.
La perspectiva antiguo testamentaria de la salvación como producto de la intervención divina en la historia recibe pleno apoyo en el Nuevo Testamento. A diferencia del gnosticismo, el hombre no se salva mediante la sabiduría; a diferencia del judaísmo, el hombre no se salva haciendo mérito en lo moral y lo religioso; a diferencia de los cultos helenísticos de misterio, el hombre no se salva mediante la adquisición de técnicas para la realización de prácticas religiosas; a diferencia de Roma, la salvación no ha de ser equiparada con el orden político o la libertad política.
El hombre se salva mediante la acción de Dios en la historia en la persona de Jesucristo[78]. Si bien el nacimiento, la vida, y el ministerio de Jesús no dejan de tener su importancia, lo que se destaca es su muerte y resurrección[79]; somos salvos por la sangre de su cruz[80]. En la medida en que se proclama dicho mensaje y los hombres lo oyen y responden con fe, la salvación de Dios les es anunciada[81].
b. La salvación tiene carácter moral y espiritual.
La salvación tiene relación con la liberación del pecado y sus consecuencias y, por consiguiente, de la conciencia de culpa[82], de la ley y su maldición[83], de la muerte[84], del juicio[85]; también del temor[86], y la esclavitud[87].
Es importante indicar las consecuencias negativas de esto, es decir lo que la salvación cristiana no incluye. La salvación no incluye necesariamente la prosperidad material ni el éxito mundano[88], como tampoco promete salud física ni bienestar. Es preciso tener cuidado de no exagerar justamente este aspecto negativo, ya que ha habido y hay actualmente curaciones realmente notables[89], pero no en todos los casos se producen las curaciones, y por lo tanto no constituye en ningún sentido un “derecho” de la persona que es salva[90]. Más aun, la salvación no inmuniza contra penurias y peligros físicos[91], ni tampoco, quizá, contra hechos aparentemente trágicos[92]. No significa que el creyente se verá libre de injusticias sociales y malos tratos[93].
c. La salvación es escatológica.
Existe el peligro de definir el sentido de la salvación en forma demasiado negativa. Es cierto que la salvación no fue el tema central de la enseñanza de Jesús. La categoría central de Jesús era el Reino de Dios, la manifestación del gobierno soberano de Dios. En Revelación 12.10, sin embargo, la salvación y el Reino virtualmente se equiparan. Para el autor de Revelación, como también para Jesús, la salvación es equivalente a la vida sujeta al reinado de Dios, o, como aparece en el testimonio del cuarto Evangelio, la vida eterna. Por lo tanto, la salvación reúne en sí todo el contenido del Evangelio. Ella incluye la liberación del pecado y todas sus consecuencias y, en lo positivo, el otorgamiento de toda bendición espiritual en Cristo[94], el don del Espíritu Santo, y la vida de bendición en la era futura. Esta perspectiva futura es crucial[95]. Todo lo que se sabe acerca de la salvación ahora no es más que preliminar, anticipo de la plenitud de la salvación que está a la espera de la plenitud del reino en el momento del regreso del Señor.
d. Requisitos para recibir la salvación.
Son muchos los que enseñan que solo es necesario la fe para ser salvo, o bien, lo importante es haber nacido en una denominación o hacerse parte de una en especial. La Biblia, por su parte nos enseña seis requisitos básicos para la salvación:
1) Oír.
No es tan solo el hecho de escuchar cualquier mensaje, ya que hay mensajes que conducen a tener fe en otras cosas aparte del Señor, sino más bien la fe es producto del “mensaje cristiano”[96], es decir “el mensaje acerca de Jesucristo”[97], o dicho en palabras sencillas: “Porque la fe viene cuando se escucha con atención el mensaje que predicamos acerca de Jesucristo”[98].
2) Arrepentirse.
El arrepentimiento es una sensación que se experimenta tras darse cuenta de que se ha cometido un error. Este sentimiento puede causar distintas emociones, tales como la culpa, la vergüenza o el remordimiento.
El término griego que se traduce arrepentimiento en la Biblia implica tanto un cambio de mente como de conducta de una persona cuando reconoce la verdad de que solo en Cristo hay salvación[99]. El arrepentimiento es dar media vuelta. Arrepentimiento y remordimiento parecen, en principio, lo mismo. Se pueden ejemplificar en las actitudes de Judas y de Pedro respecto a Jesús. Judas lo traicionó pero se sintió mal por sus acciones y devolvió el dinero que le dieron, tuvo remordimiento de conciencia y como resultado se ahorcó. Pedro negó a Jesús, y aún maldijo. Él se sintió mal y seguramente se arrepintió, porque cuando Jesús resucitó, el ángel les dijo a las mujeres que fueron a la tumba vacía que anunciaran a los discípulos que había resucitado, pero menciona especialmente a Pedro. Remordimiento es sentirse mal y atacarse a uno mismo mientras que arrepentimiento es sentirse mal y pedirle perdón al ofendido. Uno de los mayores ejemplos del arrepentimiento se encuentra el día que Zaqueo recibió la visita de Jesús en su casa, cuando la gente criticaba porque el señor cenaba con un pecador. Y Zaqueo dijo: “Señor, voy a dar a los pobres la mitad de todo lo que tengo. Y si he robado algo, devolveré cuatro veces esa cantidad”[100]. Esto era parte esencial del mensaje apostólico y continúa siéndolo para hoy.
En cuanto al hecho del arrepentimiento como uno de los requisitos para la salvación, Pedro dio en su primer sermón: “Arrepiéntanse, y que cada uno de ustedes se haga bautizar en el Nombre de Jesús, el Mesías, para que sus pecados sean perdonados. Entonces recibirán el don del Espíritu Santo”[101], y de una manera más sencilla de expresarlo: “Pídanle perdón a Dios, vuelvan a obedecerlo, y dejen que nosotros los bauticemos en el nombre de Jesucristo. Así Dios los perdonará y les dará el Espíritu Santo”[102], o bien: “Cambien su manera de pensar y de vivir, y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo. Así Dios les perdonará sus pecados y recibirán el Espíritu Santo como regalo”[103].
3) Creer.
En el Antiguo Testamento “arrepentirse”, o algún equivalente, es invariablemente la traducción de dos términos: naµh, que significa “lamentar, cambiar de idea” y sûuÆb en el sentido de “volverse, retornar”.
No es frecuente el uso de nahpara para el hombre[104], pero se aplica regularmente a Dios, cuando a menudo se dice que Dios “se arrepiente del mal”. Este lenguaje vigoroso proviene de la comprensión israelita de la actitud de Dios hacia el hombre en función de una relación personal. Este lenguaje no significaba, naturalmente, que Dios fuera inconstante o arbitrario sino simplemente que la relación era cambiante. En particular, cuando el hombre se aleja voluntariamente de la dirección y el cuidado de Dios descubre que la consecuencia, determinada por Dios, de su mal proceder es un mal aun mayor[105].
Pero la persona que se arrepiente, la persona que se vuelve a Dios, encuentra a un Dios de misericordia y amor, y no de juicio[106]. De modo que aunque no se pone en tela de juicio la firmeza del juicio de Dios en contra del pecado[107], una y otra vez se ha mostrado como un Dios benevolente, fiel a su pueblo aun cuando este le haya sido infiel; un Dios, en otras palabras, “que se arrepiente del mal”[108].
El llamado al arrepentimiento es, en lo que respecta al hombre, un llamado para que vuelva a colocarse bajo la dependencia de Dios, a la que se debe por su carácter de criatura. Estos llamados eran particularmente frecuentes en los profetas pre-exílicos. Amós 4.6–11 muestra claramente que el mal determinado por Dios como consecuencia del pecado de Israel no es rencoroso ni vengativo, sino que más bien está destinado a hacer que Israel se arrepienta. El que hace el mal se da con un mal mayor determinado por Dios. Pero el que se arrepiente de su maldad encuentra un Dios que también se arrepiente de su mal. Una de las súplicas más elocuentes tocante al arrepentimiento aparece en Oseas 6.1–3 y 14.1–2 es de una súplica en la que alternan la esperanza y la desesperanza[109], siendo particularmente conmovedor 11.1–11. Igualmente conmovedoras son las esperanzas de Isaías expresadas en el nombre de su hijo Sear-jasub, “un remanente volverá”,[110] y las súplicas de Jeremías[111]; en ambos casos vemos una mezcla de presagios y desesperanza[112].
Otras expresiones vigorosas están en Deuteronomio 30.1–10; 1 Reyes 8.33–40, 46–53; 2 Crónicas 7.14; Isaías 55.6–7; Ezequiel 18.21–24, 30–32; 33.11–16; Joel 2.12–14. El ejemplo clásico de arrepentimiento nacional fue el que encabezó Josías[113].
En el Nuevo Testamento las voces traducidas como “arrepentimiento” son metanoeo y metamelomai. En griego generalmente significan “cambiar de pensamiento” y también “lamentar, sentir remordimiento”. Encontramos esta nota de remordimiento en la parábola del publicano[114], probablemente en Mateo 21.29, 32; 27.3 y Lucas 17.4, y más explícitamente en 2 Corintios 7.8–10. Pero el uso neo testamentario se ve influido en mayor medida por la voz antiguo testamentaria sûuÆb; o sea que el arrepentirse no es simplemente lamentar o cambiar de pensamiento sino hacer un vuelco completo, producir una completa y total alteración de la motivación básica y la dirección de la vida del individuo. Por ello, la mejor traducción, traducido de metanoeo es a menudo “convertirse”, o sea “volverse”. También nos ayuda a explicar por qué Juan el Bautista exigía el sumergir en agua como expresión de este arrepentimiento, no solo para los “pecadores” evidentes sino también para los judíos “justos”: El sumergir en agua como acto decisivo de volverse de la antigua forma de vida y entregarse a la misericordia de aquel que ha de venir[115].
El llamado de Jesús al arrepentimiento se menciona poco explícitamente en Marcos[116] y Mateo[117]; mientras que Lucas se encarga de destacarlo[118]. Sin embargo, otros dichos e incidentes en los tres evangelios mencionados expresan muy claramente el carácter del arrepentimiento que exigió Jesús a lo largo de todo su ministerio. Su naturaleza radical, como un vuelco y un retorno completos, se pone de manifiesto en la parábola del hijo pródigo[119]. Su carácter incondicional surge de la parábola del fariseo y el publicano; el arrepentimiento significa reconocer que uno no tiene absolutamente ningún derecho ante Dios, y entregarse sin excusas o intentos de justificación a la misericordia de Dios[120]. El acto de dar las espaldas a los valores y el estilo de vida anteriores queda evidenciado en el encuentro con el joven rico[121] y con Zaqueo[122]. Por sobre todas las cosas, Mateo 18.3 aclara muy bien que convertirse significa llegar a ser como un niño, es decir, reconocer la propia inmadurez y la incapacidad de vivir alejado de Dios, y aceptar una total dependencia de él.
El llamado al arrepentimiento y la promesa del perdón es un rasgo constante del relato que hace Lucas de la predicación de los primeros cristianos[123]. Aquí el término metanoeo se complementa con epistrefo, que significa “darse vuelta, retornar”[124], donde metanoeo significa más bien alejarse del pecado, y epistrefo volverse hacia Dios[125], aunque los dos términos pueden incluir ambos sentidos[126].
Según Hechos 5.31 y 11.18, resulta claro que no hubo dificultad en describir el arrepentimiento como un don de Dios y al mismo tiempo como responsabilidad del hombre. Al mismo tiempo se cita varias veces Isaías 6.9–10 como explicación de la razón por la cual los hombres no se convierten[127].
El autor de la Carta a los Hebreos también indica la importancia del arrepentimiento inicial[128], pero si bien cuestiona la posibilidad de un segundo arrepentimiento[129], otros son aun más categóricos en su creencia de que los cristianos pueden y necesitan arrepentirse[130].
Hay pocas referencias adicionales al arrepentimiento en el Nuevo Testamento[131]. No debemos dar por supuesto que el tema del arrepentimiento y el perdón surgían invariablemente en la predicación primitiva. Pablo en particular raramente usa estos dos conceptos, y no aparecen para nada en el Evangelio y las epístolas de Juan, mientras que ambos recalcan fuertemente que la vida cristiana comienza con una entrega decisiva en un acto de fe.
4) Confesar.
Tanto en hebreo como en griego el término “confesar” tiene, como en castellano, una doble referencia. Hay confesión de fe y confesión de pecado. Por un lado, confesar significa declarar públicamente una relación personal y de obediencia para con Dios. Es un acto de plena y gozosa decisión de entrega a Dios en presencia del mundo, por medio del cual una persona o una congregación se obligan a la lealtad a Dios o a Jesucristo. Es una afirmación de fe que puede tener consecuencias escatológicas eternas. Por otro lado, significa reconocer el pecado y la culpa a la luz de la revelación divina, y es generalmente por ello un signo externo de arrepentimiento y fe. Puede o no ser seguido de perdón[132].
El uso bíblico de esta palabra parece reflejar el lenguaje de los antiguos tratados en los que el vasallo aceptaba los términos del pacto propuestos por su señor y se obligaba, por medio de un juramento, a serle leal. De la misma manera, del contexto legal de la confesión de culpa ante un tribunal de justicia, el término se transfiere a la confesión del pecado a Dios.
a) En el Antiguo Testamento.
En el Antiguo Testamento la confesión frecuentemente tiene el carácter de alabanza, en la que el creyente por gratitud declara lo que Dios ha hecho redentoramente por Israel o por su propia alma. El sustantivo puede así significar confesión, acción de gracias, alabanza, o aun emplearse para un grupo de personas que cantan canciones de alabanza. Tal reconocimiento de los poderosos actos de misericordia y salvación de Dios, se relaciona, en consecuencia, con la confesión de pecado. Ambos aspectos de la confesión forman parte integral de la oración y la verdadera adoración[133]. La confesión puede inducir al creyente a consagrarse nuevamente a Dios, a cantar himnos de alabanza, a ofrecer sacrificios jubilosamente, como también darle deseos de hablar a otros sobre la misericordia de Dios, y a identificarse con la congregación que adora en la casa de Dios en Jerusalén.
La confesión no solo es personal e individual; tiene también una relación ritual en la que, como en el día de expiación, en un contexto tanto de expiación como de intercesión, el sumo sacerdote confiesa vicariamente los pecados del pueblo, colocando sus manos sobre la cabeza de un macho cabrío vivo que simbólicamente se lleva los pecados de la comunidad que vive bajo el pacto[134]. En forma similar Moisés ruega vicariamente por Israel[135].
b) En el Nuevo Testamento
En el Nuevo Testamento la palabra griega equivalente a “confesar” tiene el significado genérico de reconocer que algo es así, estando de acuerdo con otros; primariamente se emplea con referencia a la fe en Cristo. Reúne del Antiguo Testamento los aspectos de acción de gracias y alabanza jubilosa, como también de sumisión voluntaria, como en Mateo 11.25; Romanos 15.9 y Hebreos 13.15.
Confesar a Jesucristo es reconocerlo como el Mesías[136], como el Hijo de Dios[137], reconocer que vino en carne[138], y que él es Señor, especialmente sobre la base de su resurrección y ascensión[139].
El acto de confesar a Jesucristo está íntimamente relacionado con la confesión de los pecados. Confesar a Cristo es confesar que él “murió por nuestros pecados”, e, inversamente, confesar los pecados con verdadero arrepentimiento es acudir a Cristo en busca de perdón[140]. Como preparación para la venida de Cristo, Juan el Bautista llamaba a la gente para que confesara sus pecados, y la confesión fue un elemento constante en el ministerio de nuestro Señor, como también en el de los apóstoles[141].
Aunque se dirigía a Dios, la confesión de fe en Jesucristo debía hacerse abiertamente, “delante de los hombres”[142], en forma oral[143], y podía resultar costosa[144].
Confesar a Jesucristo es obra del Espíritu Santo, y como tal es la marca de la verdadera Iglesia, el cuerpo de Cristo[145]. Es por ello que acompaña al sumergir en agua[146], práctica de la cual surgieron algunos de los credos y confesiones primitivos de la Iglesia, que adquirieron significación adicional con la proliferación de errores y doctrinas falsas[147].
El mismo Señor Jesucristo nos ofrece el modelo perfecto de confesión al dar buen testimonio ante Poncio Pilatos[148]. Confesó que Él mismo era el Cristo[149], y que es Rey[150]. Hizo su confesión ante los hombres, a diferencia del falso testimonio de sus enemigos[151] y la negación de un discípulo[152], y fue una confesión infinitamente costosa, con consecuencias eternas para todos los hombres.
En el Nuevo Testamento la confesión tiene una perspectiva escatológica, y lleva ya sea al juicio o a la salvación, debido a que es la manifestación exterior de fe o de la falta de ella. Llegará el día en que Cristo confesará delante del Padre a los que le confiesan hoy, y negará a aquellos que le niegan[153]. La confesión con la boca se hace para salvación[154], y nuestras confesiones actuales constituyen un anticipo de las confesiones de la Iglesia en el día postrero, cuando toda lengua confesará que Jesucristo es el Señor[155].
5) Sumergirse.
La acción de sumergir se expresa en el Nuevo Testamento con el verbo griego baptédzo, que es el intensivo de bápto, y sus derivados, que significa introducir en el agua o lavar con agua. “Baptizõ” es la forma intensiva de “baptein”, y tiene un sentido más amplio que este. En Hebreos 9.10 “baptismos”, referido a los diversos lavamientos rituales ordenados en el Antiguo Testamento con referencia a los ritos del tabernáculo, se traduce “abluciones”; sin ningún género de dudas, se refiere a los lavamientos ordenados en Levíticos 6.27, 28; 8.6; 11; 13; 14; 15; 16; 17; 22.6; Números 8.7, 21; 19.
En el sumergir, la idea expresada es la unión a alguien o a algo. Refiriéndose a los israelitas, se dice en las Escrituras: “Podría decirse de ellos que, guiados por Moisés, fueron bautizados en la nube y en el mar”[156]. Así el sumergir cristiano es la identificación con Cristo en la esfera de Su autoridad y señorío y como puerta de entrada a la comunidad del Nuevo Pacto, que permite a los que pasan por ella experimentar los beneficios de dicho pacto. Como señal inicial para el miembro agregado al Pueblo del Nuevo Pacto, el sumergir reemplazó a la circuncisión[157] y llegó a implicar tanto los requisitos como los beneficios del pacto.
El sumergir cristiano vino a señalar un segundo beneficio básico: El don del Espíritu Santo y su poder regenerador[158]. Al igual que la circuncisión[159], al sumergir le precede la fe[160]. Cristo lo instituyó en obligatorio para todos sus discípulos[161].
a) Origen.
Los baños y lavamientos sagrados eran comunes en las religiones vecinas a Israel antes de Cristo, pero el sumergir del Nuevo Testamento tiene sus antecedentes inmediatos en el Antiguo Testamento y el judaísmo intertestamentario. La Ley prescribía varios lavamientos con agua[162], y también los profetas hablaron de lavamientos presentes[163] y futuros[164]. El sumergir en agua se prescribió a los prosélitos, quizás antes de Cristo, para incorporar a los gentiles en la comunidad judaica. También lo practicaron los esenios.
Cualquiera sea su correspondiente trasfondo, el sumergir en agua ha sido parte integral del cristianismo desde sus comienzos. Los primeros convertidos eran sumergidos[165]. Pablo, convertido dentro de los dos o tres años después de la resurrección, da por sentado que el sumergir en agua marca el comienzo de la vida cristiana. Y no sabemos de ningún cristiano en el Nuevo Testamento que no haya sido sumergido.
A diferencia del sumergir en agua de Juan, el sumergir en agua cristiano se administró desde el principio “en el nombre de Jesús”[166]. Esta frase probablemente indica ya sea que el que sumergía se veía como representante del Jesús exaltado, o que el que se sumergía veía su inmersión como su acto de entrega al discipulado de Jesús[167]. Es muy probable que se entendiera que dicha frase abarcaba ambos aspectos.
Es evidente, por lo tanto, que desde el primer momento el sumergir en el nombre de Jesús se realizaba como el ingreso o iniciación a la nueva “secta” de aquellos que invocaban el nombre de Jesús[168]. Algunas veces se hacía con el agregado de la imposición de manos, y debe haber servido también para expresar en forma gráfica la aceptación del que se sumergís por parte de la comunidad de aquellos que como él creían en Jesús[169].
b) El sumergir en aguas cristiano.
El sumergir cristiano implica la confesión de Cristo como Señor, constituyendo la identificación externa con Su muerte, y por ende el salirse o bien del terreno judío, culpable del rechazo de Cristo como Su Mesías, o del terreno gentil, sin Dios ni esperanza en este mundo[170]. Este sumergir es “en nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”[171], y “en el nombre de Jesucristo”. Las Escrituras no dan una enseñanza concreta acerca del modo del sumergir en agua. El gran tema del sumergir es a quién somos sumergidos[172], pero la idea dada por la palabra es la de lavamiento como con los sacerdotes de antaño[173] más bien que un rociamiento, como con los levitas[174].
c) El sumergir en las cartas paulinas.
Las únicas referencias ciertas al sumergir en agua en Pablo se encuentran en Romanos 6.4; 1 Corintios 1.13–17; 15.29; Efesios 4.5; y Colosenses 2.12. La más clara de ellas es 1 Corintios 1.13–17, donde es obvio que Pablo da por sentado que el sumergir se realizaba “en el nombre de Jesús”. Aquí utiliza probablemente una fórmula conocida en contabilidad en aquella época, cuando “en nombre de” significaba “a cuenta de”. Vale decir, el sumergir se consideraba como un contrato de transferencia, un acto por el cual el que se sumergía se entregaba para constituirse en propiedad o discípulo de aquel que se nombraba. El problema en Corinto era que había muchas personas que obraban como si se hubiesen hecho discípulos de Pablo o Cefas o Apolos, es decir, como si hubiesen sido sumergidos en el nombre de ellos más bien que en el nombre de Jesús.
De las otras referencias, Efesios 4.5 confirma que el sumergir era una de las piedras fundamentales de la comunidad cristiana. Y 1 Corintios 15.29 probablemente se refiera a alguna práctica de inmersión vicaria, por el cual un cristiano se sumergía en lugar de alguna persona ya fallecida, aunque esto no es correcto debido a que es necesario cumplir con todos los demás requisitos para poder obtener la salvación.
Sumamente intrigantes resultan los pasajes de Romanos 6.4 y Colosenses 2.12, que hablan del sumergir como un medio o instrumento para ser sepultado con Cristo, o como el contexto en el cual el que había de hacerse cristiano era sepultado con Cristo. En este pasaje Pablo está claramente evocando el poderoso simbolismo del sumergir como un sepultar la vieja vida. Debemos recordar también que Pablo considera el morir con Cristo no como un acontecimiento único del pasado; la identificación con Cristo en sus sufrimientos y su muerte es un acontecer que dura toda la vida[175]. De modo que podría ser que Pablo considerara al sumergir en agua como el símbolo constante de este aspecto de la existencia cristiana, mientras que el Espíritu denotaba la nueva vida en Cristo[176].
Se han propuesto muchas otras referencias al sumergir en agua en las epístolas paulinas. La mayoría de los eruditos sostiene que la frase “sumergidos en Cristo Jesús” se refiere directamente al sumergir en agua[177]. Una opinión que se sostiene con firmeza aquí es que “en Cristo” constituye una abreviatura de “en el nombre de Cristo”. Si es así, luego Pablo consideraba que el acto de la inmersión era rico en eficacia y significado.
Otros pasajes muy mencionados como referencias al sumergir son los que hablan de lavamiento en 1 Corintios 6.11; Efesios 5.26; y Tito 3.5, y los que hablan del sello del Espíritu en 2 Corintios 1.22 y Efesios 1.13; 4.30. Es posible que Pablo haya entendido que el lavamiento tenía carácter directamente espiritual y no sacramental[178]. Cuando recordamos el carácter visible de la presencia del Espíritu en el cristianismo de los primeros tiempos, resulta innecesario vincular el “sello del Espíritu” a cualquier cosa que no sea el don del Espíritu en sí mismo.
Pablo utilizó los requisitos y beneficios del sumergir en agua para combatir varios problemas de las nuevas iglesias. En Gálatas combatió el legalismo afirmando que el entendimiento del sumergir en agua era señal de la justificación por la fe[179]. En Romanos, al condenar el libertinaje, insistió en que una recta comprensión del sumergir en agua excluía el abuso de la abundante gracia de Dios y exigía la más dura lucha contra los deseos pecaminosos[180]. En Romanos 6 también se destaca que mediante el sumergir en agua se identifica el creyente con Cristo, tanto en su muerte como también en su resurrección.
A las divisiones carnales de los corintios el apóstol opone el sumergir como señal de la unidad cristiana[181]. Cuando a los colosenses los atrajo un tipo de gnosticismo que les prometía salvación por un conocimiento secreto, Pablo les recordó el sumergir en agua que les unió a Cristo, fuente de la plenitud de la sabiduría de Dios. También se refirió al sumergir en su consejo matrimonial[182] y para promover el celo en hacer buenas obras[183].
d) El sumergir en los escritos juaninos.
Resulta difícil determinar la concepción de Juan respecto al bautismo, desde el momento en que el rico simbolismo del Evangelio se presta a distintas interpretaciones.
En Juan 3.5 se considera que el comienzo de una nueva vida en Cristo surge ya sea del sumergir en agua y el don del Espíritu; o del poder purificador y renovador del Espíritu[184]; o que posiblemente requiera el nacimiento del Espíritu[185] además del nacimiento natural[186].
En otros pasajes de Juan el vocablo “agua” probablemente simboliza ya sea el Espíritu Santo dado por Jesús[187], o la era antigua en contraste con la nueva[188]. En 1 Juan 5.6–8 “agua” se refiere al bautismo de Jesús mismo como testimonio permanente de la realidad de su encarnación.
e) El sumergir en los escritos de Pedro.
Pedro menciona el sumergir en agua con respecto al problema de las conciencias intranquilas a causa de la persecución[189] y el autor de Hebreos para estimular a la oración[190].
f) El sumergir en agua a niños.
No hay ninguna referencia directa al sumergir en agua de párvulos en el Nuevo Testamento. El Nuevo Testamento no menciona la inmersión de niños como tal; en las conversiones de Lidia, del carcelero de Filipos, y de Estéfanas[191], se afirma que con ellos se sumergió “toda su casa”, lo cual incluye en el término griego a todos aquellos que estaban sometidos a la autoridad del cabeza de familia, menores y esclavos. Se aduce que en el caso de la casa del carcelero de Filipos toda su casa se regocijó. Pero también es un hecho que el verbo creyó está en el original en masculino y singular, pudiéndose aplicar solamente al carcelero[192]. Todo esto conduce a la conclusión de que con respecto al modo y receptores del sumergir en agua sería imprudente llegar a conclusiones dogmáticas. Con respecto a la naturaleza del sumergir, es un acto externo que se refiere al terreno de confesión, testimonio, en identificación pública con la muerte de Cristo para andar en novedad de vida[193]. La posición de que el sumergir en agua da el nuevo nacimiento sostenida por la iglesia de Roma en base a Juan 3.5 es una mala interpretación del simbolismo de las Escrituras, que el apóstol Pablo, en cambio comprendió muy bien: “...la purificó, lavándola con agua mediante la palabra”[194]. Así, lo que tenemos en Juan 3.5 no es sumergir en agua, sino la Palabra de Dios hecha eficaz por el Espíritu. En resumen, cuanto más se entienda al sumergir como la expresión de la fe del que se sumerge, tanto menos se puede aceptar el sumergir niños. De cualquier manera, los cristianos deben cuidarse de dar más importancia de lo debido al sumergir en agua, para no caer en el error de los judaizantes que daban indebida importancia a la circuncisión.
6) Perseverar.
Probablemente no exista religión que no distinga entre lo santo y lo profano, y en la mayor parte, si no en todas, el hombre religioso es aquel para el cual algo es santo. Dos cualidades comunes se destacan: La de separación o distinción y la de poder. Lo santo despierta reverencia y temor, a la vez que acatamiento y dependencia.
Las palabras bíblicas principales son en hebreo “qadash” en el Antiguo Testamento y en griego “hagios” en el Nuevo Testamento, ambas de derivación incierta. Si la raíz principal “qdsû” se deriva de la raíz sencilla “qd”, con el significado de cortar o separar, denota entonces apartamiento, y de allí la separación de una cosa o persona de su uso común o profano para uso divino. La terminología neo testamentaria sugiere una distinción entre la santidad que es el propio ser de Dios y la santidad que pone de manifiesto el carácter de su pueblo. Los términos “semnos”, que es aquello que invoca reverencia[195], “hieros”, sagrado, y que tiene relación con la deidad[196], y “hagnos”, lo que es puro o casto[197], se utilizan con referencia al pueblo de Dios, mientras que los términos “hosios”[198] y “hagios”[199] se aplican en primera instancia a Dios, como indicación de un carácter que está en total antítesis con el del mundo.
Encontramos la idea de Santiago en todo el Antiguo Testamento, pero no hay duda de que los profetas la profundizaron, y le dieron un carácter más personal y ético. En el Nuevo Testamento este aspecto predomina, ya que en el Dios santo se manifiesta en la persona de Jesucristo, quien personifica en sí mismo el significado de la santidad.
a) La santidad como separación y pureza ética.
Resulta claro que, en general en las Escrituras, santidad significa separación, y se emplea el término con referencia a personas y cosas que han sido separadas o apartadas para Dios y su servicio. Así tenemos en Éxodo la mención de tierra santa[200], santa convocación[201], santo día de reposo[202], gente santa[203], y lugar santo[204], para mencionar solo unas cuantas. En estos casos y en otros similares el término no entraña directamente atributos éticos, sino principalmente consagración al Señor y a su servicio, y en consecuencia apartamiento de la esfera común. Es Dios quien provoca esta separación, y así transmite la santidad que entraña la separación. Por ejemplo, se designó santo el séptimo día, en lo negativo porque se lo había separado de los otros seis días de la semana, y en lo positivo debido a que estaba dedicado al servicio de Dios. Cuando se aplica el término a un lugar determinado, se procede así debido a una asociación divina con dicho lugar. Moisés recibió en Horeb, ante la zarza ardiente, el siguiente mandato: “…quita las sandalias de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra sagrada”[205]. La tierra era santa porque era en ese momento el lugar de una revelación divina. En forma similar, Dios santificó al pueblo de Israel separándolo de todas las naciones de la tierra y pactando con Él, pero esto comprendía el acto de proporcionarles cierto conocimiento de la ley divina, tanto moral como ceremonial. Así se imparte lo ético. Generalmente están presentes estos dos aspectos de la santidad, ya que se entendía que ser santo significaba no solamente vivir una vida separada, sino tener un carácter diferente al del hombre ordinario. Fue así como el término adquirió una significación claramente ética. En consecuencia, se reconoce que la santidad pertenece a lo que ha sido elegido y apartado por Dios, dándosele, a la vez, un carácter que se ajusta a las leyes de Dios.
b) La santidad del carácter de Dios.
De lo que se ha dicho antes resulta claro que la santidad no es tanto una relación de la criatura para con el Creador, sino del Creador para con la criatura. En otras palabras, es la santidad de Dios la que pone de manifiesto esa vida de separación y ese carácter distintivo que identifican al pueblo de Dios. Esto da sentido a la distinción que hiciéramos anteriormente, la de que se aplican diferentes términos a la santidad de Dios y a la de su pueblo. La santidad pertenece a Dios porque es divina, y sin ella no sería Dios. En este sentido “No hay Dios santo como Adonay”[206]. La cualidad ética de la santidad es el aspecto que más comúnmente aflora en esta palabra cuando se aplica a Dios. Se trata básicamente de un término para destacar la excelencia moral de Dios, y el hecho de que está libre de toda limitación en su perfección moral[207]. Es en este sentido que solamente Dios es santo y que sirve de modelo de pureza ética para sus criaturas.
Como la santidad comprende todos los atributos característicos de la Deidad, podemos concebirla como el resplandor de todo lo que es Dios. Así como los rayos del sol, que combinan todos los colores del espectro, se unen en el brillo del sol y forman la luz, así también todos los atributos divinos aparecen reunidos y amalgamados en su santidad cuando Dios se manifiesta a sí mismo. Concebir el ser y el carácter de Dios simplemente como una síntesis de perfecciones abstractas es privar a Dios de toda realidad. En el Dios de la Biblia todas estas perfecciones viven y se desenvuelven en santidad. Es por ello que podemos comprender por qué en la Escritura se atribuye santidad a las personas de la deidad en forma individual y expresa: Al Padre[208], al Hijo[209], y especialmente al Espíritu por ser el que manifiesta y comunica la santidad de Dios a sus criaturas.
c) La santidad de Dios en relación con su pueblo.
En el Antiguo Testamento Dios es Santo[210] o Santo es su nombre[211]. La santidad de todas las demás cosas o personas que puedan ser llamadas santas deriva de Él y dependen de su voluntad. Se aplica la palabra “santo” a los seres humanos en virtud de su consagración a fines religiosos, por ejemplo a los sacerdotes consagrados por medio de ceremonias especiales, y a toda la nación de Israel, incluso, como pueblo separado de las naciones y consagrado a Dios. En consecuencia, fue su relación con Dios lo que hizo que Israel fuese un pueblo santo, y en este sentido la santidad fue la más alta expresión de la relación basada en el pacto. Este concepto no está totalmente ausente del Nuevo Testamento, como puede comprobarse en el pasaje de 1 Corintios 7.14, donde se santifica al marido no creyente en virtud de su relación con la esposa creyente, y viceversa.
Pero a medida que avanzó el concepto de la santidad, junto con la progresiva revelación de Dios, de afuera hacia adentro, de lo ceremonial a la realidad, también adquirió fuerte significación ética, y esta es su connotación principal, y prácticamente exclusiva, en el Nuevo Testamento. Los profetas antiguo testamentarios la proclamaron como lo más característico de la auto revelación divina, como el testimonio que Dios ofrece de sí mismo, y como el aspecto bajo el cual quiere que sus criaturas lo conozcan. Además, los profetas declararon que Dios resolvió expresamente comunicar su santidad a sus criaturas, y que, a su vez, les exige santidad. Así como “yo soy santo” es la afirmación divina que pone a Dios por encima de sus criaturas, “sed santos” es el llamamiento divino a que sus criaturas compartan su santidad[212]. Este impartir de la santidad divina es lo que se produce en el alma humana con la regeneración y se convierte en fuente y fundamento del carácter santo.
Con su vida y su carácter Cristo es el ejemplo supremo de la santidad divina. En él la santidad consistió en algo más que mera impecabilidad: Consistió en una total consagración a la voluntad y el propósito de Dios, y con este fin Jesús se santificó a sí mismo[213]. La santidad de Cristo es tanto la norma para el carácter cristiano como su garantía: “…de este modo el que comunicaba la santidad se identificaría con aquellos a los que santificaba”[214].
En el Nuevo Testamento la designación apostólica para los cristianos es la de santos, “hagioi”, y esta designación continuó usándose en sentido general por lo menos hasta los días de Ireneo y Tertuliano, aunque posteriormente se degeneró en el uso eclesiástico hasta convertirse en título honorífico. Aunque su significado primario era relacional, también servía para describir el carácter, y más especialmente el carácter semejante al de Cristo. En todo el Nuevo Testamento se hace hincapié en la naturaleza ética de la santidad en contraste con toda suerte de impureza. Se la representa como la suprema vocación cristiana y como meta de su existencia. En la evaluación final del destino humano las dos categorías que reconoce la Escritura son los justos y los malvados.
Dios nos ha separado a los cristianos para santificación, no para impureza[215] y como santos somos llamados a realizar buenas obras[216]. Los cristianos que conforman la Iglesia son llamados la “nación santa”[217] del nuevo pacto. Los cristianos son llamados a santificar a Cristo como Señor en sus corazones[218].
En el cristiano, la santificación sigue a la Justificación. En la justificación, nuestros pecados son completamente perdonados en Cristo. A esto le sigue la santificación, que es un proceso por el cual el Espíritu Santo nos guía para parecernos cada vez más a Cristo en lo que pensamos, deseamos, decimos y hacemos. La verdadera santificación sería imposible sin la obra expiatoria de Cristo en la cruz, pues es imprescindible que nuestros pecados sean perdonados para que podamos andar en el camino de una vida santa.
d) Significación escatológica de la santidad.
La Escritura destaca la permanencia del carácter moral[219]. También hace hincapié en el aspecto retributivo de la santidad divina. Expone al mundo a juicio. Dada una necesidad moral en Dios, la vida está ordenada de manera que en la santidad está la buenaventura, y en el pecado la perdición. Como la santidad divina no podía crear un universo en el que el mal finalmente prosperara, la cualidad retributiva se hace perfectamente evidente en el gobierno divino. Pero la retribución no es el fin; la santidad de Dios nos asegura que habrá una restauración final, un renacimiento, que traerá como consecuencia una regeneración del universo moral. La escatología de la Biblia contiene la promesa de que la santidad de Dios limpiará todo el universo y creará nuevos cielos y nueva tierra en las que morará la justicia[220].
En resumen, el acto de la salvación no es tan simple como algunos quieren hacer pensar, diciendo que solo es necesario levantar la mano o tener fe. Son necesarios estos seis requisitos, sin faltar ninguno, especialmente el último, ya que sin santidad “…nadie vera a Adonay”[221]
E. ¿Por qué debemos se salvos?
Porque al pecar fuimos destituidos de la gloria de Dios[222]. “Antes, ustedes estaban muertos para Dios, pues hacían el mal y vivían en pecado”[223]. Nuestro único destino era la muerte segunda. Más Dios quiso rescatarnos y presentarnos el plan de salvación. Aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos, nos dio vida juntamente con Cristo[224].
F. ¿Quiénes quiere Dios que sean salvos?
La Biblia dice que es la voluntad de Dios que todos los hombres sean salvos[225]. Juan declaró que de tal manera amó Dios al mundo que envió a su único hijo[226]. Al observar estos dos pasajes notamos que la voluntad y la intención del Señor es la salvación para todos sin excepción.
Resumen: Toda persona necesita recibir la salvación con la finalidad de restablecer su comunión con Dios. La única manera de hacerlo es a través del sacrificio vicario de Jesucristo. Para obtener esa salvación debe oír el Evangelio, creerlo, arrepentirse de sus pecados, confesar a Jesucristo como Señor, sumergirse en agua o bautizarse y vivir en santidad.
Si aun usted, querido lector no ha recibido esa salvación, es necesario que lo haga lo antes posible, para que no vaya a sufrir eternamente en el infierno, preparado para Satanás y sus legiones.
[1] Santiago 1.15; Juan 3.14.
[2] Ezequiel 34.22.
[3] Oseas 1.7.
[4] Oseas 13.10–14.
[5] Isaías 43.11.
[6] Salmos 106.7–10.
[7] Jeremías 30.10.
[8] 2 Samuel 22.3.
[9] Salmos 34.6; Job 5.15.
[10] Éxodo 14.13. La Toráh
[11] Oseas 13.4.
[12] Éxodo 12.40–14.31.
[13] Salmos 66.1–7.
[14] Deuteronomio 6.20–24.
[15] Éxodo 13.3–16.
[16] Isaías 43.11–21; Deuteronomio 9.4–6; Ezequiel 36.22–23.
[17] Génesis 49; Deuteronomio 33; Números 23.
[18] Isaías 24.19; 25.6–8; Joel 2.1, 28–32; Amós 5.18; 9.11.
[19] Isaías 43.14–16; 48.20; 51.9; Jeremías 31.31–34; Ezequiel 37.21–28; Zacarías 8.7–13.
[20] Isaías 64.1; 65.17; 66.22.
[21] Génesis 45.7; Jueces 3.9, 15; 2 Reyes 13.5; Nehemías 9.27.
[22] Isaías 43.11; 45.21; Oseas 13.4.
[23] Hechos 27.20, 31; Marcos 15.30; Hebreos 5.7.
[24] Lucas 19.9.
[25] Marcos 3.4; Lucas 4.18; Mateo 18.11; 20.28; Lucas 9.56.
[26] Mateos 10.22; Marcos 8.35; Lucas 7.50; 8.12; 13.24.
[27] Marcos 15.31.
[28] Mateo 8.17.
[29] Mateo 1.21, 23.
[30] Juan 3.17.
[31] Juan 6.68.
[32] 1 Juan 3.9; 4.6, 13; 5.11.
[33] 3 Juan 1.2.
[34] Hechos 16.17.
[35] Hechos 2.40. LBLA
[36] Hechos 11.18.
[37] Hechos 16.30.
[38] 2 Timoteo 3.15. Ibid
[39] Romanos 3.19; Gálatas 2.16.
[40] Colosenses 1.20.
[41] Gálatas 4.5; Efesios 1.13; 2 Corintios 1.22.
[42] Romanos 8.13.
[43] Romanos 8.29.
[44] Filipenses 3.21.
[45] Hebreos 9.26; 10.12.
[46] Hebreos 9.15; 12.24.
[47] Hebreos 9.28.
[48] Santiago 2.24
[49] Santiago 5.20
[50] 1 Pedro 1.19.
[51] 1 Pedro 2.24.
[52] 1 Pedro 1.5. BLS
[53] 2 Pedro 1.4.
[54] 2 Pedro 3.13, 15.
[55] PDT
[56] Ibid
[57] Efesios 4.5.
[58] Revelación 1.5-6.
[59] Revelación 7.10.
[60] 1 Corintios 5.5.
[61] 1 Pedro 1.9.
[62] Romanos 5.9.
[63] Hechos 2.40.
[64] 1 Timoteo 1.1; 4.10; Tito 1.3; 3.4; 1 Juan 4.14; Judas 25; Revelación 7.10; 12.10; 19.1.
[65] 1 Juan 3.2. BAD
[66] Catecismo de la Iglesia Católica, 1023-1025, 1243, 1265-1270, 2009. Wikipedia
[67] Ibid 2006-2011).
[68] Tito 3.4-7. NC
[69] 1 Corintios 1.18. Ibid
[70] I Corintios 9.27.
[71] Abraham 3.25. Perla de Gran Precio
[72] 2 Nefi 31.18-20. El Libro de Mormón.
[73] Alma 11.41-44. Ibid
[74] Sección 29.39. Doctrina y Convenios
[75] 2 Nefi 2.27
[76] Alma 12.24
[77] Alma 33.22-23.
[78] Romanos 4.25; 5.10; 2 Corintios 4.10; Filipenses 2.6; 1 Timoteo 1.15; 1 Juan 4.9–10, 14.
[79] 1 Corintios 15.5.
[80] Hechos 20.28; Romanos 3.25; 5.9; Efesios 1.7; Colosenses 1.20; Hebreos 9.12; 12.24; 13.12; 1 Juan 1.7; Revelación 1.5; 5.9.
[81] Romanos 10.8, 14; 1 Corintios 1.18–25; 15.11; 1 Tesalonicenses 1.4.
[82] Romanos 5.1; Hebreos 10.22.
[83] Gálatas 3.13; Colosenses 2.14.
[84] 1 Pedro 1.3–5; 1 Corintios 15.51–56.
[85] Romanos 5.9; Hebreos 9.28.
[86] Hebreos 2.15; 2 Timoteo 1.7, 9.
[87] Tito 2.11–3.6; Gálatas 5.1.
[88] Hechos 3.6; 2 Corintios 6.10.
[89] Hechos 3.9; 9.34; 20.9.
[90] 1 Timoteo 5.23; 2 Timoteo 4.20; Filipenses 2.25-26; 2 Corintios 12.7–9.
[91] 1 Corintios 4.9–13; 2 Corintios 11.23–28.
[92] Mateo 5.45.
[93] 1 Corintios 7.20–24; 1 Pedro 2.18–25.
[94] Efesios 1.3.
[95] Romanos 8.24; 13.11; 1 Corintios 3.5; Filipenses 3.20; Hebreos 1.14; 9.28; 1 Pedro 1.5, 9.
[96] Romanos 10.17. BL95
[97] Ibid. BLS
[98] Ibid CST-IBS
[99] 1 Timoteo 1.4-5.
[100] Lucas 19.8. BLS
[101] Hechos 2.38. BL95
[102] Ibid. BLS
[103] Ibid. PDT
[104] Éxodo 13.17; Job 42.6; Jeremías 8.6; 31.19.
[105] Génesis 6.6; 1 Samuel 15.11, 35; 2 Samuel 24.16; Jeremías 18.10.
[106] Jeremías 18.8; 26.3, 13, 19; Jonás 3.9.
[107] Números 23.19; 1 Samuel 15.29; Salmos 110.4; Jeremías 4.28; Ezequiel 24.14; Zacarías 8.14.
[108] Éxodo 32.14; Deuteronomio 32.36; Jueces 2.18; 1 Crónicas 21.5; Salmos 106.45; 135.14; Jeremías 42.10; Joel 2.13; Jonás 4.2.
[109] Oseas 3.5; 5.4; 7.10.
[110] Oseas 7.3; 10.21; 30.15; 19.22.
[111] Jeremías 3.1–4.4; 8.4–7; 14.1–22; 15.15–21.
[112] Isaías 6.10; 9.13; Jeremías 13.23.
[113] 2 Reyes 22–23; 2 Crónicas 34–35.
[114] Lucas 18.13.
[115] Mateo 3.2, 11; Marcos 1.4; Lucas 3.3, 8; Hechos 13.24; 19.4.
[116] Marcos 1.15; 6.12.
[117] Mateo 4.17; 11.20; 12.41.
[118] Lucas 5.32; 10.13; 11.32; 13.3, 5; 15.7, 10; 16.30; 17.3; 24.47.
[119] Lucas 15.11–24.
[120] Lucas 18.13.
[121] Marcos 10.17–22.
[122] Lucas 19.8.
[123] Hechos 2.38; 3.19; 8.22; 17.30; 20.21; 26.20.
[124] Hechos 3.19; 9.35; 11.21; 14.15; 15.19; 26.18, 20; 28.27.
[125] Hechos 3.19; 26.20.
[126] Hechos 11.18; 1 Tesalonicenses 1.9.
[127] Mateo 13.14; Marcos 4.12; Juan 12.40; Hechos 28.26.
[128] Hebreos 6.1.
[129] Hebreos 6.4–6; 12.17.
[130] 2 Corintios 7.9; 12.21; Santiago 5.19; 1 Juan 1.5–2.2; Revelaciones 2.5, 16, 21; 3.3, 19.
[131] Romanos 2.4; 2 Timoteo 2.25; 2 Pedro 3.9; Revelaciones 9.20; 16.9, 11.
[132] Josué 7.19; Levítico 26.40; Salmos 32.5; Mateo 27.4; 1 Juan 1.9.
[133] Génesis 32.9–11; 1 Reyes 8.35; 2 Crónicas 6.26; Nehemías 1.4–11; 9; Job 33.26–28; Salmos 22; 32; 51; 116; Daniel 9.
[134] Levítico 16.21.
[135] Éxodo 32.32; Nehemías 1.6; Job 1.5; Daniel 9.4.
[136] Mateo 16.16; Marcos 8.29; Juan 1.41; 9.22.
[137] Mateo 8.29; Juan 1.34, 49; 1 Juan 4.15.
[138] 1 Juan 4.2; 2 Juan 7.
[139] Romanos 10.9; 1 Corintios 12.3; Filipenses 2.11.
[140] 1 Juan 1.5–10.
[141] Mateo 3.6; 6.12; Lucas 5.8; 15.21; 18.13; 19.8; Juan 20.23; Santiago 5.16.
[142] Mateo 10.32; Lucas 12.8; 1 Timoteo 6.12.
[143] Romanos 10.9; Filipenses 2.11.
[144] Mateo 10.32–39; Juan 9.22; 12.42.
[145] Mateo 10.20; 16.16–19; 1 Corintios 12.3.
[146] Hechos 8.37; 10.44–48.
[147] 1 Juan 4.2; 2 Juan 7.
[148] 1 Timoteo 6.12–13.
[149] Marcos 14.62.
[150] Juan 18.36.
[151] Marcos 14.56.
[152] Marcos 14.68.
[153] Mateo 10.32–33; Lucas 12.8; 2 Timoteo 2.11–13.
[154] Romanos 10.9–10, 13; 2 Corintios 4.13–14.
[155] Romanos 14.11–12; Filipenses 2.11; Revelación 4.11; 5.12; 7.10.
[156] 1 Corintios 10.2. CTS-IBS
[157] Colosenses 2.11-12.
[158] Marcos 1.8; Hechos 1.5; 2.38; 10.47; Juan 3.5; Tito 3.5.
[159] Romanos 4.11.
[160] Hechos 8.12-13; 16.31-34; 18.
[161] Mateo 28.19.
[162] Éxodo 29.4; 30.20; 40.12; Levíticos 15; 16.26, 28; 17.15; 22.4, 6; Números 19.8.
[163] Isaías 1.16; Salmos 51.2, 7.
[164] Isaías 52.15; Ezequiel 36.25, 26; Joel 2.23, 28; Zacarías 13.1.
[165] Hechos 2.38, 41.
[166] Hechos 2.38; 8.16; 10.48; 19.5.
[167] 1 Corintios 1.12–16.
[168] Hechos 2.21, 41; 22.16; Romanos 10.10–14; 1 Corintios 1.2.
[169] Hechos 8.14–17; 10.47; 19.6; Hebreos 6.2.
[170] Romanos 6.3; Hechos 2.38, 40; Efesios 2.12.
[171] Mateo 28.19.
[172] Hechos 19.3.
[173] Éxodo 29.4.
[174] Números 8.7.
[175] Romanos 6.5; 3.17; 2 Corintios 1.5; 4.10; Gálatas 2.20; 6.14; Filipenses 3.10.
[176] Romanos 8.2, 6, 10, 13; 1 Corintios 15.45; 2 Corintios 3.3, 6; Gálatas 5.25; 6.8.
[177] Romanos 6.3; 1 Corintios 10.2; 12.13; Gálatas 3.27.
[178] Hechos 15.9; Tito 2.14; Hebreos 9.14; 10.22; 1 Juan 1.7, 9.
[179] Gálatas 3.24-27.
[180] Romanos 6.1-14; Marcos 1.12-13.
[181] 1 Corintios 1.13-17; 12.13; Efesios 4.5 y Gálatas 3.27-28.
[182] Efesios 5.26.
[183] Tito 3.5.
[184] Isaías 44.3–5; Ezequiel 36.25–27.
[185] Juan 3.3, 6–8.
[186] Juan 3.4.
[187] Juan 4.10–14; 7.37–39; 19.34.
[188] Juan 1.26, 31, 33; 2.6; 3.23–36; 5.2–9.
[189] 1 Pedro 3.21.
[190] Hebreos 10.22.
[191] Hechos 16.15, 33; 1 Corintios 1.16.
[192] Hechos 16.34.
[193] Romanos 6.3-4.
[194] Efesios 5.26. BAD
[195] 1 Timoteo 3.8.
[196] 2 Timoteo 3.15.
[197] 2 Corintios 11.2.
[198] Revelación 15.4.
[199] Juan 17.11.
[200] Éxodo 3.5.
[201] Éxodo 12.16.
[202] Éxodo 16.23.
[203] Éxodo 19.6.
[204] Éxodo 29.31.
[205] Éxodo 3.5. La Toráh
[206] 1 Samuel 2.2. PDT
[207] Habacuc 1.13.
[208] Juan 17.11
[209] Hechos 4.30.
[210] Salmos 99.9.
[211] Salmos 99.3; 111.9.
[212] Hebreos 12.10.
[213] Juan 17.19.
[214] Hebreos 2.11. BL95
[215] 1 Tesalonicenses 4.7.
[216] Efesios 2.10.
[217] 1 Pedro 2.9. RV60
[218] 1 Pedro 3.15.
[219] Revelación 22.11.
[220] 2 Pedro 3.13.
[221] Hebreos 12.14. Brit Xadasha 1999
[222] Romanos 3.23.
[223] Efesios 2.1. BLS
[224] Efesios 2.5.
[225] 1 Timoteo 2.4.
[226] Juan 3.16.