b. Los dos reinos: El periodo de la dinastía de
Omri.
1) Acab, rey de Israel.
a) Introducción al reinado de Acab.
Estos versículos se leen como el resumen establecido, en este caso del reinado de Acab, pero sin la fórmula con la que generalmente concluye. De hecho, el autor se guarda la fórmula de cierre hasta 1 Reyes 22.39-40. En medio tenemos una cantidad insólita de largas historias todas con el reinado de Acab como fondo. Algunas de estas tienen que ver con Elías, mientras que otras tratan las guerras de Acab con Ben-hadad o las palabras de otros profetas.
El resumen que vemos aquí funciona de introducción al relato más extenso. Nos cuenta que Acab era peor que Omri porque causó en Israel un rápido y horrendo descenso a la idolatría que en comparación hizo que el pecado de Jeroboam pareciera de poca importancia. Se conecta su adoración del dios Baal a su casamiento con Jezabel la hija de Etbaal, el sucesor de Hiram, rey de Tiro. Esto sugiere que la deidad en cuestión era el dios patrón de Tiro, Baal-melcart. El hecho de que Acab edificó un Templo a Baal en la nueva capital da por concedido que quiso hacer del culto a Baal la religión oficial de Israel, y esto se confirma por sus intentos de destruir a los profetas de Adonay. La imagen de Asera que él estableció fue acompañada por nuevos profetas de Asera junto a profetas de Baal.
El anuncio acerca de la reconstrucción de Jericó parece hacer más que contarnos que las palabras de Josué se cumplieron después de muchos siglos[1]. A lo mejor quiere decir que los dos hijos de Hiel murieron como sacrificios humanos al comienzo y al final de la obra. Si ese es el caso, esto destaca aun más hasta qué punto se enredó Israel en prácticas idólatras durante el reinado de Acab.
i. Elías en el exilio.
Las prácticas horrorosas del reinado de Acab recibieron su desafío profético. Elías, quien se destaca en el resto del relato del reinado de Acab, entra de repente en la historia. Sin que nos diga que es un profeta ni que la palabra del Señor había venido a él lo encontramos confrontando a Acab con un mensaje de mal pronóstico. Es por el estilo del mensaje que nos damos cuenta de que Elías es un hombre que actúa y habla con la autoridad divina. Las palabras de Elías son introducidas y reforzadas con un juramento que sirve para identificarlo: Este es un siervo de Adonay, el Dios de Israel. Las palabras también indican qué es lo que estaba en cuestión. En contra de lo que Acab aparentemente creía, Adonay era el Dios de Israel, y no Baal. El retener la lluvia no fue solo el castigo divino sino también la primera movida en una contienda que terminaría mostrando la fuerza de Adonay y la impotencia de Baal.
La huida de Elías a un barranco aislado sugiere que su vida estaba en peligro, pero es hasta 1 Reyes 18.4 que descubrimos qué clase de peligro es: Jezabel se había propuesto exterminar sistemáticamente a todos los profetas de Adonay. El lugar donde Elías se escondió quedaba en el territorio de Israel al este del Jordán, una región que se supone que Elías conocía bien, dado que él era de Galaad. La segunda parte de 1 Reyes 17.4 se podría leer de esta manera: “… yo he mandado a los árabes que te sustenten allí”. Eso sería consecuente con la mujer fenicia que cuidó de Elías más adelante en el capítulo. Sin embargo, puede ser que cuervos sea la expresión adecuada porque un tema a través de la narrativa es que Dios controla todos los aspectos de la naturaleza.
Cuando el arroyo de Elías se secó Dios le dio más instrucciones y lo envió completamente fuera del territorio de Israel, a Sarepta, una aldea fenicia. La viuda que conoció estaba dispuesta a alcanzarle un vaso de agua, pero cuando por encima de eso le pidió pan, ella tuvo que admitir la pobreza en la que vivía y cuánta hambre pasaba. Parece que ella se dio cuenta de que él era un profeta del Dios de Israel. Elías le aseguró que ella estaba en condiciones de ofrecerle hospitalidad porque Dios había prometido que los escasos víveres que le quedaban, harina y aceite, le durarían hasta que se acabara la sequía[2]. La mujer le confió y obedeció, quizá porque reconoció que el extranjero era un profeta, y la verdad de las palabras de Elías se realizó.
Un poco después, el hijo de la viuda enfermó gravemente y parecía que iba a morir; si en realidad murió o no, no está muy claro. La primera reacción de la viuda fue pensar que Elías, el hombre de Dios, había causado esta tragedia como castigo por sus pecados. Era una suposición corriente relacionar de esta manera el sufrimiento con el pecado. Los amigos de Job dedujeron que tendría que haber pecado para estar sufriendo así[3] y los discípulos de Jesús saltaron a la conclusión de que la ceguera de un hombre era el resultado de su pecado[4]. Debemos recordar que el libro de Job rechaza la manera de pensar de los amigos de Job, que Jesús rechazó la lógica de sus discípulos y que la viuda en la historia actual estaba equivocada. La Biblia no presume que haya una conexión inevitable de causa y efecto entre el pecado y el sufrimiento o entre rectitud y bendición, sino que deja lugar para el sufrimiento que no se merece y que, desde el punto de vista humano, no se puede explicar. El mismo Elías no tenía idea por qué había venido esta tragedia. Su oración en 1 Reyes 17.20 muestra cuán desconcertado y enojado estaba. Luego oró para que el joven fuese restaurado. No es clara la razón por la cual se tendió sobre él; quizás estaba tratando simplemente de compartir el calor de su cuerpo con el del niño para animarlo a que volviera a la vida. Pero la restauración del joven fue la acción de Dios, en respuesta a la oración de Elías.
La exclamación de la viuda en 1 Reyes 17.24 contiene una exquisita ironía: Una mujer fenicia se dio cuenta de que Elías hablaba la palabra de Adonay mientras que el rey israelita, adorando a sus dioses fenicios, se negaba a reconocerlo. Jesús mencionó la historia de Elías en Sarepta para respaldar su comentario de que al profeta no lo aceptan en su propia tierra, para mucho disgusto de los que lo escuchaban[5].
ii. El retorno de Elías.
Al tercer año de la sequía Dios mandó a Elías que volviera a Samaria para enfrentar nuevamente a Acab. Sin embargo, primero se presentó ante Abdías, el administrador principal del palacio. Este hombre, temeroso de Adonay desde su juventud, había permanecido leal a su Dios. Su fidelidad fue demostrada en el gran riesgo que corrió al esconder y alimentar a 100 profetas fieles durante la campaña para destruirlos que dirigía Jezabel. Es un personaje desafiante, expresando su fe en el centro mismo de una nación apóstata. Pero también es un personaje muy humano, con gran temor de que Elías se esfumara de nuevo antes de que se pudiera arreglar una reunión con Acab, y también de que lo hicieran responsable y lo ejecutaran. Elías lo tranquilizó, utilizando nuevamente un juramento para subrayar sus palabras, diciendo que se presentaría ante Acab antes de que el día se terminara.
Acab y Elías se encontraron e intercambiaron insultos. Al abandonar a Adonay para seguir a los Baales[6] ha transformado al rey de Israel en el trastornador de Israel. Elías arrojó el guante y demandó una asamblea de los profetas extranjeros en el monte Carmelo. El hecho que estos profetas comen de la mesa de Jezabel indica que ella era la que promovía esta nueva religión del Estado.
iii. Elías en el monte Carmelo.
El monte Carmelo no es una montaña solamente sino una cadena montañosa que corre desde la bahía de Acre hacia el interior en dirección sudeste por aproximadamente 20 kilómetros. Es imposible saber con exactitud dónde se juntaron. El único indicio que nos da es que el lugar no estaba lejos de una posición ventajosa con vista al Mediterráneo. Hay evidencia de que el monte Carmelo solía ser un lugar tradicional para el culto de Baal. Si ese es el caso, Elías les estaba dando a los profetas de Baal la ventaja de pelear en su propio terreno.
No solo los profetas extranjeros sino que la gente de todo Israel se congregaron en el monte Carmelo. Elías no acusa directamente al pueblo de ser apóstata sino de vacilar entre dos opiniones. Esto sugiere que lo que trataban de hacer era adorar a los dos, Baal y Adonay, para obtener las ventajas máximas. Baal era mayormente un dios del clima y por lo tanto responsable por la cosecha; por el otro lado, puede ser que hayan considerado a Adonay como un dios de las regiones desiertas de Sinaí[7]. O quizá, como los sirios en 1 Reyes 20, consideraban a Adonay “…es un dios de los montes, pero no es un dios de los valles…”[8]. De cualquier manera, es probable que a la gente de entonces le parecería que Adonay estaba fuera de su elemento en el área de la agricultura, de modo que tenía sentido adorar también a Baal el experto en estos asuntos. Elías trató de destruir completamente ese pensamiento sincretista. El pueblo debe decidir: Adonay o Baal.
El verbo que se utiliza para describir el vacilar del pueblo también significa “cojear”. Otra forma del mismo verbo aparece en 1 Reyes 18.26 para describir cómo danzaban los profetas de Baal. El doble significado tiene su apoyo. Elías le estaba diciendo a la gente que tratar de conseguir lo mejor de ambos mundos los iba a dejar cojos.
Elías se jacta de ser el único profeta del Señor que ha sobrevivido, lo cual nos sorprende dadas las palabras de Abdías. Luego dio instrucciones para que se preparase un holocausto quemado, pero sin prender el fuego. El Dios verdadero sería el que trajera su propio fuego para quemar el holocausto. El pueblo, que hasta entonces no había dicho nada, juzgó que la contienda era justa.
A los profetas de Baal les tocó el primer turno. Elías les cedió la mejor parte del día, desde la mañana hasta la hora de ofrecer la ofrenda vegetal. Al mediodía Elías alivió el tedio poniéndoles en ridículo al llamar a Baal un “dios” y al mismo tiempo sugerir que la falta de respuesta se debía a razones muy humanas. La frase traducida “se habrá desviado”[9] es una que literalmente significa “se habrá retirado” y es probable que Elías la utilizara para querer decir que Baal estaba haciendo sus necesidades. El baile de los profetas de Baal se intensificó durante la tarde, pero las tres partículas negativas al final de 1 Reyes 18.29 acentúan que todo fue en vano.
Elías preparó su propio holocausto desde el principio con otro toro. Tomando 12 piedras para simbolizar la unidad original de Israel reparó un altar de Adonay que estaba arruinado, quizás uno de los lugares altos que suele condenar en circunstancias normales. Pero en este caso las circunstancias no eran normales porque lo que estaba por decidirse era si el culto de Adonay en Israel iba a sobrevivir y no solo eso sino si el mismo Israel iba a sobrevivir. El asunto ya no era dónde se podía adorar a Adonay sino si Israel continuaría adorándole, es decir, si Israel continuaría existiendo como Israel.
Elías se aseguró de que todo pareciera estar en contra de él: Empapó el holocausto y la madera con tanta agua que rebalsaba hasta que llenó la zanja que rodeaba el altar. Después de tres años de sequía el agua debe haber estado muy escasa de modo que derramar varios cántaros de agua sobre el holocausto constituyó un doble acto de fe. Elías confiaba en que Dios mandaría tanto lluvia como fuego.
Su oración muestra su gran fe en este momento crucial en la historia de Israel: Es el principio de esa historia que Elías les hace recordar al nombrar a Adonay Dios de los antepasados de Israel. La oración también revela las prioridades de Elías: El ruega que se le reconozca como siervo de Adonay, pero ruega dos veces que se reconozca a Adonay como el Dios verdadero de Israel.
La respuesta fue dramática y completa. Adonay hizo lo que Baal, el supuesto señor del cielo y el clima, no pudo hacer: Que salieran relámpagos del cielo sin nubes. Finalmente el pueblo decidió, tal como Elías le había instado a hacer en 1 Reyes 18.21 entre Adonay y Baal. Sus palabras sirven más que para declarar que Adonay era el Dios con poder en Israel. La frase hebrea “El SEÑOR, Él es Dios”[10], literalmente lo proclamaba como único Dios. Al darse cuenta de que los profetas de Baal promovían una mentira, a la señal de Elías los mataron a todos.
El autor relata la masacre sin comentario, pero más tarde Elías recibe una reprimenda por la manera muy fanática de pensar[11], de modo que la matanza completa de los profetas de Baal se podría considerar el producto de su tendencia fanática. Acab, que no había sido mencionado desde 1 Reyes 18.20, aparece nuevamente pero ahora es un personaje insignificante ya que el foco del capítulo ha sido el pueblo. Tanto aquí como en 1 Reyes 18.20 él recibe órdenes de Elías, quien se ha transformado en el líder verdadero del pueblo. Desafortunadamente Acab siguió siendo débil ante Jezabel y ni trató de frenarla cuando ella intentó matar a Elías.
La oración de Elías en la que pide lluvia contiene algunos detalles desconcertantes, pero el significado del incidente está claro. El viento, las nubes y la lluvia no quedan fuera del control de Adonay porque es el Dios creador quien tiene poder sobre todo lo que ha hecho. También demuestra una vez más que Elías era el agente de Dios porque cumplió su anuncio de que no volvería a llover hasta que él diera la palabra.
iv. Elías en el monte Horeb.
Aquí vemos otro aspecto del carácter de Elías, un aspecto más humano, frágil y falible. Le tuvo tanto terror a Jezabel que huyó al desierto ubicado al sur de Beerseba, que no solo quedaba fuera de la frontera de Israel sino más allá del límite sureño con Judá. Allí, en profunda depresión y desconsuelo, oró que se le dejara morir. No hay ninguna indicación de que hubiera pensado viajar más que hasta allí. La jornada que emprendió luego se hizo posible gracias a un ángel quien vino a ministrarle. El fin de la jornada era el monte Horeb, el mismo lugar donde Dios había comisionado a Moisés[12] y luego apareció en densa nube, en fuego y en trueno para darle los Diez Mandamientos a Israel[13].
En el monte Carmelo vimos a Elías, el gran líder espiritual, salvando a Israel con su fe y fidelidad. En el monte Horeb lo vemos débil, equivocado y con la necesidad de ser disciplinado. La primera pregunta de Dios muestra que aunque el mismo mensajero de Dios le ayudó a hacer el viaje, en verdad, Elías no debería haber ido. La respuesta de Elías desvalora completamente lo que aconteció en el monte Carmelo. Él ignoró la victoria de Dios sobre Baal como si no hubiera logrado nada; y lo que implica es que el pueblo no valía la pena debido a su falta de fe. Prefirió olvidarse del fiel Abdías y de la posibilidad de que hubiera muchos otros como él. Tal vez interpretó la posición de Abdías en el palacio real como señal de debilidad y tolerancia al pecado. Una vez más declaró que era el único profeta de Adonay que quedaba vivo, y de esa manera desvaloraba a los 100 profetas que él sabía que Abdías había escondido en cuevas. Se supone que dado que no salieron en su defensa se les podía ignorar por ser totalmente inútiles. Lo irónico del caso es que Elías está ahora resguardándose en una cueva, y convenientemente pasa por alto el hecho que él mismo vivió escondiéndose por tres años y ya había mostrado su propia debilidad al huir.
Mientras Elías estaba de pie a la entrada de la cueva, Dios pasaba. Viento, terremoto y fuego se manifestaron en sucesión, pero se dice que Dios no estaba en ninguno de ellos. Después sucedió un fenómeno distinto. La traducción un sonido apacible y delicado no hace justicia a la expresión hebrea enigmática que tal vez se debería traducir “un corto sonido de silencio”. Aunque el texto no lo dice explícitamente, sí sugiere que al fin Dios pasaba en el silencio que seguía a la tormenta.
Estos acontecimientos demuestran vívidamente que Dios no siempre trabaja en manera visible y dramática; puede elegir estar presente silenciosamente. Esto pone en tela de juicio el diagnóstico de la situación que Elías había dejado, porque Dios puede obrar en maneras que ni sus siervos pueden detectar.
Sin embargo, cuando Dios repitió la primera pregunta, Elías respondió de la misma manera. Dios no repitió la lección sino que le dio a Elías instrucciones de ungir a tres personas quienes, en diferentes maneras, llevarían a cabo la obra de purificar a Israel. Las instrucciones concluyeron con la información que Dios tenía no menos de 7.000 seguidores fieles en Israel. La lección del silencio se impuso por la reprimenda final. Elías había desechado la fe de todos excepto la de él mismo; no había querido apreciar la manera en que Dios estaba obrando. Esta es una actitud que frecuentemente lleva a una arrogancia divisiva y aun fanatismo entre el pueblo de Dios en la actualidad.
Con frecuencia se sugiere que Elías sufría de depresión. La depresión puede tener varias causas distintas, desde la ira reprimida hasta una deficiencia de vitaminas, y no debemos asumir que cuando estamos deprimidos nuestro problema es el mismo que el de Elías, o que el de él es el mismo que el nuestro. En su caso, la depresión y el desánimo parecen haberse originado en la perspectiva errada que tenía. Él subestimó sus propios éxitos y también menospreció la contribución de los demás. La solución, al menos en parte, fue que él pudiera vislumbrar la situación desde el punto de vista de Dios. Lo mismo vale para nosotros cuando enfrentamos desalientos en la vida cristiana.
v. El llamado de Eliseo.
Aunque Elías no ungió a Eliseo literalmente, este incidente cumplió con la tercera instrucción de 1 Reyes 19.15-16. Eliseo interpretó la dádiva del manto de Elías como un llamado para seguirle, y le pidió tiempo para despedirse de su familia. La breve respuesta de Elías es bastante oscura, pero parece que le otorgó lo que pidió. El banquete de despedida que Eliseo dio a toda la familia debe haber tomado bastante tiempo en prepararse y comerse.
b) El asedio y la salvación de Samaria.
Este capítulo nos presenta dos aspectos opuestos de Acab. Al principio lo vemos como líder valiente obedeciendo a los profetas de Dios y ganando victorias, pero al fin del capítulo su desobediencia subyacente emerge nuevamente.
El estado norteño de Siria entra de nuevo en la historia, y todavía lo gobierna un rey llamado Ben-hadad. Probablemente era Ben-hadad II, el hijo y sucesor del rey previo del mismo nombre. Al asediar a Samaria aumentó sus demandas hasta que Acab, aconsejado por los ancianos de la ciudad, no quiso ceder más. Entonces Ben-hadad lo amenazó con la destrucción tan completa de Samaria que no quedaría suficiente polvo para que cada uno de sus seguidores tomase un puñado. Acab le advirtió de no cantara victoria antes de tiempo. No está muy claro si las palabras de Acab reflejan una confianza genuina o si solo estaba fanfarroneando.
Un profeta anónimo anunció victoria para Acab, dándole instrucciones específicas sobre quién debería dirigir las tropas y comenzar la batalla. Se le otorgaría la victoria para que Acab reconozca que yo soy Adonay. Acab obedeció, los sirios tuvieron que retirarse y el asedio se acabó. Sin embargo, no se nos dice si Acab reconoció el papel que tuvo Dios en salvar la ciudad.
i. La victoria en Afec.
Otra vez el profeta anónimo instruye al rey, advirtiéndole que Ben-hadad iba a volver. La verdad de esta advertencia se vio cuando los ejércitos de los sirios se reforzaron. Cuando los enemigos se vieron frente a frente en Afec los israelitas estaban en gran desventaja numérica. Sin embargo, los sirios habían calculado mal. Aunque no dudaban de la existencia del Dios de Israel, asumieron que era un dios de las montañas; no un dios de los valles, de manera que no les podría ayudar si batallaran en el llano. El profeta anunció la derrota de los sirios; ellos habrían de descubrir que el Dios de Israel no tiene limitaciones, y Acab también reconocería que “yo soy Adonay”.
Los ejércitos de Ben-hadad fueron derrotados tan completamente que se dio por vencido e imploró un trato misericordioso de manos de Acab. Después de todo, su padre había formado una alianza con Baasa, antes de que Asa lo persuadiera a romperla; y había logrado un trato comercial con Omri. En el idioma de la diplomacia internacional, Ben-hadad se refirió a sí mismo como un vasallo de Acab, pero Acab inmediatamente se refirió a Ben-hadad como su hermano, como si ya fuesen aliados en vez de enemigos. La facilidad con la que aceptó la alianza sugiere que le pareció que era la mejor garantía para la futura seguridad de Israel. Por segunda vez Acab no quiso reconocer a Dios como protector de Israel.
ii. Acab es reprendido.
La manera profunda en que Acab rechazó a Dios sale a la luz en la rara historia que sigue. Una vez más, un profeta anónimo está involucrado, pero probablemente no es el mismo que vimos antes.
Para poder comunicar su mensaje a Acab el profeta tenía que ser herido. Una persona que rehusó herirle fue muerta por un león; el profeta mismo predijo su muerte como castigo por su desobediencia. Este incidente extraordinario y sorprendente se parece a la historia en el capítulo 13, donde otro profeta desobediente es muerto por un león. Una vez más se nos muestra la necesidad de obedecer estrictamente la palabra divina y cuán inevitable es la manera en que obra. El incidente, sin embargo, indica hacia adelante tanto como hacia atrás, presagiando cómo el profeta va a desenmascarar la desobediencia de Acab y la sentencia que se pronunciará.
Después de ser herido por alguien más dispuesto a obedecer, el profeta se hizo pasar por un soldado que recién volvía de la batalla en Afec. Le contó a Acab que había dejado escapar a un prisionero sirio y el rey estuvo de acuerdo en que se dispensara el castigo establecido. No está claro lo que significaba el quitarse la venda en 1 Reyes 20.41. Seguro que no era el mismo profeta que se menciona en 1 Reyes 20.13–28, porque Acab lo reconoció como uno de los profetas, pero no como “el profeta”.
La manera en que el profeta desenmascaró el pecado de Acab se parece mucho a lo que hizo Natán en el caso de David en 2 Samuel 12. En ambos casos el rey era culpable de un pecado que rápidamente condenó en otras personas. Ben-hadad debería haber sido ejecutado, no librado. En vez de responder con remordimiento y arrepentimiento, Acab se fue a su casa decaído y enfadado.
c) La viña de Nabot.
El incidente bien conocido de la viña de Nabot ocurrió en Jezreel donde Acab y Jezabel tenían otro palacio. La oferta de comprar la viña que Acab hizo fue bastante razonable, pero Nabot tenía buenas razones para rechazarla. Salvo el hecho de que una viña representaba una inversión enorme de tiempo y esfuerzo, vender el terreno iba en contra de lo básico de la ley del Antiguo Testamento. En la sociedad israelita se entendía que la familia y la parcela de terreno que heredaba eran inseparables[14]. Esto explica la convicción con la cual Nabot pudo rehusar la oferta en 1 Reyes 21.3.
Acab se enfadó pero aceptó la situación, en cambio Jezabel no. Ella no entendía por qué el rey de Israel no podía obtener lo que quería. Aquí vemos el choque inevitable entre dos opiniones de lo que significa ser rey. Los reyes de Israel tenían la obligación de obedecer la ley del Señor tanto como cualquiera de sus súbditos[15], pero a Jezabel, la hija de un monarca fenicio, le parecía ridículo que los deseos de su esposo pudieran ser frustrados por uno de sus súbditos al que se le ocurrió atenerse a una costumbre antigua. Sin embargo, no atacó públicamente los valores religiosos y tradicionales de Israel, sino que hizo lo necesario para que Nabot fuera falsamente acusado y ejecutado de manera que Acab pudiera confiscar su viña. Nabot enfrentaba cargos inventados de romper el mandamiento de Éxodo 22.28, pero en realidad, Acab y Jezabel habían desobedecido los mandamientos en contra de codiciar la propiedad del prójimo, cometer homicidio, robar y dar falso testimonio en este incidente sórdido[16].
d) Elías predice la caída de la dinastía.
Elías entra en la historia de nuevo cuando se le comisiona con la responsabilidad de profetizar la ruina de la casa de Acab. Aunque fue Jezabel la que realmente había organizado la muerte de Nabot, Acab había accedido a la acción. El no se molestó en preguntarle a Jezabel qué pensaba hacer cuando ella le prometió la viña, y se conformó con desaparecer de la escena hasta que Nabot apareció muerto. Ahora se le dice que había asesinado a un hombre y tomado posesión de su propiedad. Esta fue la razón inmediata de la profecía, pero en verdad era solo el pecado más reciente de Acab. El había hecho pecar a Israel, sin duda una referencia al hecho de que había ido tras los ídolos.
La profecía se parece mucho a las que dio Ahías a Jeroboam y Jehú a Baasa y hasta utilizan frases similares. Sin embargo, el papel que tuvo Jezabel no pasa desapercibido y ella también recibe su condenación.
Sorprendentemente, Acab, hasta ahora el peor de los reyes de Israel, demuestra el mayor arrepentimiento. En respuesta, Dios le dijo a Elías que el castigo no caería sobre Acab mismo sino sobre su hijo. La dinastía iba a sobrevivir por una generación más.
e) Micaías y la guerra con Siria.
En el tercer año del convenio de Acab con Ben-hadad las hostilidades comenzaron de nuevo. Parece que la iniciativa la tomó Acab, y la razón fue que deseaba controlar nuevamente a Ramot de Galaad, en las colinas al este del Jordán.
En primer lugar, formó una alianza con Josafat, rey de Judá. Josafat insistió en que se pidiera el consejo de Adonay antes de que se tomara ninguna acción, así que Acab reunió 400 profetas que contestaron al unísono que la campaña sería un gran éxito. Evidentemente Josafat sospechaba que estos profetas sumisos decían lo que Acab quería oír y preguntó directamente si no había algún profeta de Adonay en la corte de Acab.
Acab admitió que quedaba un profeta al que no había llamado porque tenía el hábito de decirle al rey lo que no le gustaba oír. El piadoso Josafat reprendió a Acab por su actitud y trajeron a Micaías. De ahora en adelante la historia da varios giros inesperados. Cuando los mensajeros del rey le instaron a que estuviera de acuerdo con los otros profetas, Micaías dijo que él solo podía decir lo que Dios le diera para hablar. Sorprendentemente sus palabras concordaron con las de los demás profetas de manera que parece que siempre habían tenido la razón. Pero lo que es más sorprendente es que Acab le manda que diga la verdad. Él estaba seguro de que una buena palabra de Micaías no podía ser genuina. Pero esta vez hay un giro irónico en la historia porque Acab, el rey que había resistido tanto la palabra de Adonay, reconoció la mentira rápidamente y demandó que se le diera una profecía verdadera. El resultado fue que Acab cayó en una trampa: Si ignoraba las palabras alentadoras de Micaías porque le parecían que eran mentira, también debía ignorar las palabras alentadoras de los otros 400 profetas.
Micaías respondió con una visión en la cual se indicaba claramente que Acab habría de morir en el campo de batalla. Si Acab rechazaba la profecía anterior, no tenía más alternativa que aceptar esta otra. Pero otra sorpresa sigue cuando Micaías procede a contar de la experiencia que tuvo al estar presente en el concilio de Adonay, una experiencia que en otras partes distingue al profeta verdadero de los que no lo son[17]. Reveló que las palabras de los otros 400 profetas, a los cuales llama sus, o sea profetas de Acab y no de Adonay, habían sido inspiradas por un espíritu de mentira enviado por Dios para atraer a Acab a su muerte sin que lo advirtiera. El resultado de las palabras de Micaías fue que confirmaron la conclusión a la que Acab había hecho llegar a Micaías: que la profecía con más esperanza era una mentira.
La intervención de Sedequías, portavoz de los 400, alude a una pregunta oscura. Probablemente esta fue una observación sarcástica con la intención de negar que Micaías hubiera recibido una palabra verdadera de Dios. La respuesta de Micaías fue que Sedequías descubriría la verdad cuando tuviera que esconderse para salvar el pellejo. Pero al negar la validez de las palabras de Micaías, Sedequías estaba volviendo al mismo problema sobre quién tenía la verdad, Micaías o Sedequías y sus socios. Acab tenía que elegir si creerle al profeta que odiaba, o creer las palabras que anteriormente había percibido, de forma indirecta, que eran una mentira.
Actuó de acuerdo con su odio personal por Micaías y su profundamente arraigado antagonismo a la palabra de Dios. Es paradójico que también actuó de acuerdo con la palabra que había decretado el mal con respecto a él.
Esta extraña historia deja la duda de si es posible saber si alguna profecía es verdadera o falsa, pero no hay una solución fácil a este problema. El criterio que Deuteronomio 18.22 ofrece solo se puede aplicar retrospectivamente. Otra alternativa se da en Deuteronomio 13.1–3, donde el énfasis está en si el profeta dirige al pueblo a servir al Dios verdadero o no, y no en si sus palabras se cumplen o no.
f) La muerte de Acab.
Acab salió a la batalla determinado a ganarle a la muerte con la ayuda de un disfraz. Pero no pudo escapar del fin que se había profetizado, y una flecha fortuita encontró una hendidura en su armadura y lo hirió de muerte. Incluso cuando trató de desafiar las palabras de Micaías, terminó haciéndolas realidad, porque los acontecimientos anunciados por los profetas de Adonay estaban en las manos del mismo Señor. Las palabras anteriores de Elías también se cumplieron cuando los perros lamieron la sangre de Acab afuera de Samaria de la misma manera de que otros perros habían lamido la sangre de Nabot afuera de Jezreel.
La fórmula final insinúa que el reino de Acab fue bastante próspero y menciona algunos de los muchos proyectos de construcción de su reinado de los cuales atestigua ampliamente la arqueología.
2) Josafat, rey de Judá.
El resumen del reinado de Josafat en Judá sirve como un breve intermedio en la narrativa de estos capítulos la cual está dominada por los acontecimientos en Israel. Después de la introducción esperada, se elogia a Josafat por haber seguido en el camino del piadoso Asa y completado sus reformas, aunque se nota que él también siguió tolerando los lugares altos. El hecho de que la referencia a su alianza con Acab viene directamente después de la nota acerca de los lugares altos sugiere que esta también se debe considerar una de sus fallas. Judá se iba a involucrar en los problemas de Israel en subsiguientes reinados y siempre con serias consecuencias. Una de las características del reinado de Salomón fueron las expediciones del mar Rojo; Josafat trató de revivirlas pero fracasó, lo cual representa el paradigma del declive de Judá desde la época de oro de Salomón.
3) Se introduce a Ocozías, rey de Israel.
Tal como en el caso de Acab, en el caso de su hijo Ocozías el resumen anticipado, pero sin la fórmula de cierre, se utiliza para introducir el reinado del nuevo rey. La fórmula final se pospone hasta después de relatar otra historia de Elías. De modo que el relato del reinado de Ocozías se parece mucho a una versión en miniatura del relato del reinado de Acab, reflejando el hecho de que su reinado fue en verdad un breve eco del de su padre.
[1] Josué 6.26.
[2] Así nos enteramos de que la sequía anunciada por Elías abarcaba no sólo a Israel sino hasta Fenicia.
[3] Job 8.4; 11.6.
[4] Juan 9.1–3.
[5] Lucas 4.24-30.
[6] Una expresión que se refiere al culto de varias deidades extranjeras.
[7] Habacuc 3.3-7.
[8] 1 Reyes 20.28. NBLH
[9] 1 Reyes 18.27. NBLH
[10] 1 Reyes 18.39. NBLH
[11] 1 Reyes 19.1-18.
[12] Éxodo 3.
[13] Éxodo 19-20.
[14] Levítico 25.25-28; Números 27.1-11; 36.7.
[15] Deuteronomio 17.18-20.
[16] Éxodo 20.13; 15-17.
[17] Jeremías 23.17-18.
1) Acab, rey de Israel.
a) Introducción al reinado de Acab.
Estos versículos se leen como el resumen establecido, en este caso del reinado de Acab, pero sin la fórmula con la que generalmente concluye. De hecho, el autor se guarda la fórmula de cierre hasta 1 Reyes 22.39-40. En medio tenemos una cantidad insólita de largas historias todas con el reinado de Acab como fondo. Algunas de estas tienen que ver con Elías, mientras que otras tratan las guerras de Acab con Ben-hadad o las palabras de otros profetas.
El resumen que vemos aquí funciona de introducción al relato más extenso. Nos cuenta que Acab era peor que Omri porque causó en Israel un rápido y horrendo descenso a la idolatría que en comparación hizo que el pecado de Jeroboam pareciera de poca importancia. Se conecta su adoración del dios Baal a su casamiento con Jezabel la hija de Etbaal, el sucesor de Hiram, rey de Tiro. Esto sugiere que la deidad en cuestión era el dios patrón de Tiro, Baal-melcart. El hecho de que Acab edificó un Templo a Baal en la nueva capital da por concedido que quiso hacer del culto a Baal la religión oficial de Israel, y esto se confirma por sus intentos de destruir a los profetas de Adonay. La imagen de Asera que él estableció fue acompañada por nuevos profetas de Asera junto a profetas de Baal.
El anuncio acerca de la reconstrucción de Jericó parece hacer más que contarnos que las palabras de Josué se cumplieron después de muchos siglos[1]. A lo mejor quiere decir que los dos hijos de Hiel murieron como sacrificios humanos al comienzo y al final de la obra. Si ese es el caso, esto destaca aun más hasta qué punto se enredó Israel en prácticas idólatras durante el reinado de Acab.
i. Elías en el exilio.
Las prácticas horrorosas del reinado de Acab recibieron su desafío profético. Elías, quien se destaca en el resto del relato del reinado de Acab, entra de repente en la historia. Sin que nos diga que es un profeta ni que la palabra del Señor había venido a él lo encontramos confrontando a Acab con un mensaje de mal pronóstico. Es por el estilo del mensaje que nos damos cuenta de que Elías es un hombre que actúa y habla con la autoridad divina. Las palabras de Elías son introducidas y reforzadas con un juramento que sirve para identificarlo: Este es un siervo de Adonay, el Dios de Israel. Las palabras también indican qué es lo que estaba en cuestión. En contra de lo que Acab aparentemente creía, Adonay era el Dios de Israel, y no Baal. El retener la lluvia no fue solo el castigo divino sino también la primera movida en una contienda que terminaría mostrando la fuerza de Adonay y la impotencia de Baal.
La huida de Elías a un barranco aislado sugiere que su vida estaba en peligro, pero es hasta 1 Reyes 18.4 que descubrimos qué clase de peligro es: Jezabel se había propuesto exterminar sistemáticamente a todos los profetas de Adonay. El lugar donde Elías se escondió quedaba en el territorio de Israel al este del Jordán, una región que se supone que Elías conocía bien, dado que él era de Galaad. La segunda parte de 1 Reyes 17.4 se podría leer de esta manera: “… yo he mandado a los árabes que te sustenten allí”. Eso sería consecuente con la mujer fenicia que cuidó de Elías más adelante en el capítulo. Sin embargo, puede ser que cuervos sea la expresión adecuada porque un tema a través de la narrativa es que Dios controla todos los aspectos de la naturaleza.
Cuando el arroyo de Elías se secó Dios le dio más instrucciones y lo envió completamente fuera del territorio de Israel, a Sarepta, una aldea fenicia. La viuda que conoció estaba dispuesta a alcanzarle un vaso de agua, pero cuando por encima de eso le pidió pan, ella tuvo que admitir la pobreza en la que vivía y cuánta hambre pasaba. Parece que ella se dio cuenta de que él era un profeta del Dios de Israel. Elías le aseguró que ella estaba en condiciones de ofrecerle hospitalidad porque Dios había prometido que los escasos víveres que le quedaban, harina y aceite, le durarían hasta que se acabara la sequía[2]. La mujer le confió y obedeció, quizá porque reconoció que el extranjero era un profeta, y la verdad de las palabras de Elías se realizó.
Un poco después, el hijo de la viuda enfermó gravemente y parecía que iba a morir; si en realidad murió o no, no está muy claro. La primera reacción de la viuda fue pensar que Elías, el hombre de Dios, había causado esta tragedia como castigo por sus pecados. Era una suposición corriente relacionar de esta manera el sufrimiento con el pecado. Los amigos de Job dedujeron que tendría que haber pecado para estar sufriendo así[3] y los discípulos de Jesús saltaron a la conclusión de que la ceguera de un hombre era el resultado de su pecado[4]. Debemos recordar que el libro de Job rechaza la manera de pensar de los amigos de Job, que Jesús rechazó la lógica de sus discípulos y que la viuda en la historia actual estaba equivocada. La Biblia no presume que haya una conexión inevitable de causa y efecto entre el pecado y el sufrimiento o entre rectitud y bendición, sino que deja lugar para el sufrimiento que no se merece y que, desde el punto de vista humano, no se puede explicar. El mismo Elías no tenía idea por qué había venido esta tragedia. Su oración en 1 Reyes 17.20 muestra cuán desconcertado y enojado estaba. Luego oró para que el joven fuese restaurado. No es clara la razón por la cual se tendió sobre él; quizás estaba tratando simplemente de compartir el calor de su cuerpo con el del niño para animarlo a que volviera a la vida. Pero la restauración del joven fue la acción de Dios, en respuesta a la oración de Elías.
La exclamación de la viuda en 1 Reyes 17.24 contiene una exquisita ironía: Una mujer fenicia se dio cuenta de que Elías hablaba la palabra de Adonay mientras que el rey israelita, adorando a sus dioses fenicios, se negaba a reconocerlo. Jesús mencionó la historia de Elías en Sarepta para respaldar su comentario de que al profeta no lo aceptan en su propia tierra, para mucho disgusto de los que lo escuchaban[5].
ii. El retorno de Elías.
Al tercer año de la sequía Dios mandó a Elías que volviera a Samaria para enfrentar nuevamente a Acab. Sin embargo, primero se presentó ante Abdías, el administrador principal del palacio. Este hombre, temeroso de Adonay desde su juventud, había permanecido leal a su Dios. Su fidelidad fue demostrada en el gran riesgo que corrió al esconder y alimentar a 100 profetas fieles durante la campaña para destruirlos que dirigía Jezabel. Es un personaje desafiante, expresando su fe en el centro mismo de una nación apóstata. Pero también es un personaje muy humano, con gran temor de que Elías se esfumara de nuevo antes de que se pudiera arreglar una reunión con Acab, y también de que lo hicieran responsable y lo ejecutaran. Elías lo tranquilizó, utilizando nuevamente un juramento para subrayar sus palabras, diciendo que se presentaría ante Acab antes de que el día se terminara.
Acab y Elías se encontraron e intercambiaron insultos. Al abandonar a Adonay para seguir a los Baales[6] ha transformado al rey de Israel en el trastornador de Israel. Elías arrojó el guante y demandó una asamblea de los profetas extranjeros en el monte Carmelo. El hecho que estos profetas comen de la mesa de Jezabel indica que ella era la que promovía esta nueva religión del Estado.
iii. Elías en el monte Carmelo.
El monte Carmelo no es una montaña solamente sino una cadena montañosa que corre desde la bahía de Acre hacia el interior en dirección sudeste por aproximadamente 20 kilómetros. Es imposible saber con exactitud dónde se juntaron. El único indicio que nos da es que el lugar no estaba lejos de una posición ventajosa con vista al Mediterráneo. Hay evidencia de que el monte Carmelo solía ser un lugar tradicional para el culto de Baal. Si ese es el caso, Elías les estaba dando a los profetas de Baal la ventaja de pelear en su propio terreno.
No solo los profetas extranjeros sino que la gente de todo Israel se congregaron en el monte Carmelo. Elías no acusa directamente al pueblo de ser apóstata sino de vacilar entre dos opiniones. Esto sugiere que lo que trataban de hacer era adorar a los dos, Baal y Adonay, para obtener las ventajas máximas. Baal era mayormente un dios del clima y por lo tanto responsable por la cosecha; por el otro lado, puede ser que hayan considerado a Adonay como un dios de las regiones desiertas de Sinaí[7]. O quizá, como los sirios en 1 Reyes 20, consideraban a Adonay “…es un dios de los montes, pero no es un dios de los valles…”[8]. De cualquier manera, es probable que a la gente de entonces le parecería que Adonay estaba fuera de su elemento en el área de la agricultura, de modo que tenía sentido adorar también a Baal el experto en estos asuntos. Elías trató de destruir completamente ese pensamiento sincretista. El pueblo debe decidir: Adonay o Baal.
El verbo que se utiliza para describir el vacilar del pueblo también significa “cojear”. Otra forma del mismo verbo aparece en 1 Reyes 18.26 para describir cómo danzaban los profetas de Baal. El doble significado tiene su apoyo. Elías le estaba diciendo a la gente que tratar de conseguir lo mejor de ambos mundos los iba a dejar cojos.
Elías se jacta de ser el único profeta del Señor que ha sobrevivido, lo cual nos sorprende dadas las palabras de Abdías. Luego dio instrucciones para que se preparase un holocausto quemado, pero sin prender el fuego. El Dios verdadero sería el que trajera su propio fuego para quemar el holocausto. El pueblo, que hasta entonces no había dicho nada, juzgó que la contienda era justa.
A los profetas de Baal les tocó el primer turno. Elías les cedió la mejor parte del día, desde la mañana hasta la hora de ofrecer la ofrenda vegetal. Al mediodía Elías alivió el tedio poniéndoles en ridículo al llamar a Baal un “dios” y al mismo tiempo sugerir que la falta de respuesta se debía a razones muy humanas. La frase traducida “se habrá desviado”[9] es una que literalmente significa “se habrá retirado” y es probable que Elías la utilizara para querer decir que Baal estaba haciendo sus necesidades. El baile de los profetas de Baal se intensificó durante la tarde, pero las tres partículas negativas al final de 1 Reyes 18.29 acentúan que todo fue en vano.
Elías preparó su propio holocausto desde el principio con otro toro. Tomando 12 piedras para simbolizar la unidad original de Israel reparó un altar de Adonay que estaba arruinado, quizás uno de los lugares altos que suele condenar en circunstancias normales. Pero en este caso las circunstancias no eran normales porque lo que estaba por decidirse era si el culto de Adonay en Israel iba a sobrevivir y no solo eso sino si el mismo Israel iba a sobrevivir. El asunto ya no era dónde se podía adorar a Adonay sino si Israel continuaría adorándole, es decir, si Israel continuaría existiendo como Israel.
Elías se aseguró de que todo pareciera estar en contra de él: Empapó el holocausto y la madera con tanta agua que rebalsaba hasta que llenó la zanja que rodeaba el altar. Después de tres años de sequía el agua debe haber estado muy escasa de modo que derramar varios cántaros de agua sobre el holocausto constituyó un doble acto de fe. Elías confiaba en que Dios mandaría tanto lluvia como fuego.
Su oración muestra su gran fe en este momento crucial en la historia de Israel: Es el principio de esa historia que Elías les hace recordar al nombrar a Adonay Dios de los antepasados de Israel. La oración también revela las prioridades de Elías: El ruega que se le reconozca como siervo de Adonay, pero ruega dos veces que se reconozca a Adonay como el Dios verdadero de Israel.
La respuesta fue dramática y completa. Adonay hizo lo que Baal, el supuesto señor del cielo y el clima, no pudo hacer: Que salieran relámpagos del cielo sin nubes. Finalmente el pueblo decidió, tal como Elías le había instado a hacer en 1 Reyes 18.21 entre Adonay y Baal. Sus palabras sirven más que para declarar que Adonay era el Dios con poder en Israel. La frase hebrea “El SEÑOR, Él es Dios”[10], literalmente lo proclamaba como único Dios. Al darse cuenta de que los profetas de Baal promovían una mentira, a la señal de Elías los mataron a todos.
El autor relata la masacre sin comentario, pero más tarde Elías recibe una reprimenda por la manera muy fanática de pensar[11], de modo que la matanza completa de los profetas de Baal se podría considerar el producto de su tendencia fanática. Acab, que no había sido mencionado desde 1 Reyes 18.20, aparece nuevamente pero ahora es un personaje insignificante ya que el foco del capítulo ha sido el pueblo. Tanto aquí como en 1 Reyes 18.20 él recibe órdenes de Elías, quien se ha transformado en el líder verdadero del pueblo. Desafortunadamente Acab siguió siendo débil ante Jezabel y ni trató de frenarla cuando ella intentó matar a Elías.
La oración de Elías en la que pide lluvia contiene algunos detalles desconcertantes, pero el significado del incidente está claro. El viento, las nubes y la lluvia no quedan fuera del control de Adonay porque es el Dios creador quien tiene poder sobre todo lo que ha hecho. También demuestra una vez más que Elías era el agente de Dios porque cumplió su anuncio de que no volvería a llover hasta que él diera la palabra.
iv. Elías en el monte Horeb.
Aquí vemos otro aspecto del carácter de Elías, un aspecto más humano, frágil y falible. Le tuvo tanto terror a Jezabel que huyó al desierto ubicado al sur de Beerseba, que no solo quedaba fuera de la frontera de Israel sino más allá del límite sureño con Judá. Allí, en profunda depresión y desconsuelo, oró que se le dejara morir. No hay ninguna indicación de que hubiera pensado viajar más que hasta allí. La jornada que emprendió luego se hizo posible gracias a un ángel quien vino a ministrarle. El fin de la jornada era el monte Horeb, el mismo lugar donde Dios había comisionado a Moisés[12] y luego apareció en densa nube, en fuego y en trueno para darle los Diez Mandamientos a Israel[13].
En el monte Carmelo vimos a Elías, el gran líder espiritual, salvando a Israel con su fe y fidelidad. En el monte Horeb lo vemos débil, equivocado y con la necesidad de ser disciplinado. La primera pregunta de Dios muestra que aunque el mismo mensajero de Dios le ayudó a hacer el viaje, en verdad, Elías no debería haber ido. La respuesta de Elías desvalora completamente lo que aconteció en el monte Carmelo. Él ignoró la victoria de Dios sobre Baal como si no hubiera logrado nada; y lo que implica es que el pueblo no valía la pena debido a su falta de fe. Prefirió olvidarse del fiel Abdías y de la posibilidad de que hubiera muchos otros como él. Tal vez interpretó la posición de Abdías en el palacio real como señal de debilidad y tolerancia al pecado. Una vez más declaró que era el único profeta de Adonay que quedaba vivo, y de esa manera desvaloraba a los 100 profetas que él sabía que Abdías había escondido en cuevas. Se supone que dado que no salieron en su defensa se les podía ignorar por ser totalmente inútiles. Lo irónico del caso es que Elías está ahora resguardándose en una cueva, y convenientemente pasa por alto el hecho que él mismo vivió escondiéndose por tres años y ya había mostrado su propia debilidad al huir.
Mientras Elías estaba de pie a la entrada de la cueva, Dios pasaba. Viento, terremoto y fuego se manifestaron en sucesión, pero se dice que Dios no estaba en ninguno de ellos. Después sucedió un fenómeno distinto. La traducción un sonido apacible y delicado no hace justicia a la expresión hebrea enigmática que tal vez se debería traducir “un corto sonido de silencio”. Aunque el texto no lo dice explícitamente, sí sugiere que al fin Dios pasaba en el silencio que seguía a la tormenta.
Estos acontecimientos demuestran vívidamente que Dios no siempre trabaja en manera visible y dramática; puede elegir estar presente silenciosamente. Esto pone en tela de juicio el diagnóstico de la situación que Elías había dejado, porque Dios puede obrar en maneras que ni sus siervos pueden detectar.
Sin embargo, cuando Dios repitió la primera pregunta, Elías respondió de la misma manera. Dios no repitió la lección sino que le dio a Elías instrucciones de ungir a tres personas quienes, en diferentes maneras, llevarían a cabo la obra de purificar a Israel. Las instrucciones concluyeron con la información que Dios tenía no menos de 7.000 seguidores fieles en Israel. La lección del silencio se impuso por la reprimenda final. Elías había desechado la fe de todos excepto la de él mismo; no había querido apreciar la manera en que Dios estaba obrando. Esta es una actitud que frecuentemente lleva a una arrogancia divisiva y aun fanatismo entre el pueblo de Dios en la actualidad.
Con frecuencia se sugiere que Elías sufría de depresión. La depresión puede tener varias causas distintas, desde la ira reprimida hasta una deficiencia de vitaminas, y no debemos asumir que cuando estamos deprimidos nuestro problema es el mismo que el de Elías, o que el de él es el mismo que el nuestro. En su caso, la depresión y el desánimo parecen haberse originado en la perspectiva errada que tenía. Él subestimó sus propios éxitos y también menospreció la contribución de los demás. La solución, al menos en parte, fue que él pudiera vislumbrar la situación desde el punto de vista de Dios. Lo mismo vale para nosotros cuando enfrentamos desalientos en la vida cristiana.
v. El llamado de Eliseo.
Aunque Elías no ungió a Eliseo literalmente, este incidente cumplió con la tercera instrucción de 1 Reyes 19.15-16. Eliseo interpretó la dádiva del manto de Elías como un llamado para seguirle, y le pidió tiempo para despedirse de su familia. La breve respuesta de Elías es bastante oscura, pero parece que le otorgó lo que pidió. El banquete de despedida que Eliseo dio a toda la familia debe haber tomado bastante tiempo en prepararse y comerse.
b) El asedio y la salvación de Samaria.
Este capítulo nos presenta dos aspectos opuestos de Acab. Al principio lo vemos como líder valiente obedeciendo a los profetas de Dios y ganando victorias, pero al fin del capítulo su desobediencia subyacente emerge nuevamente.
El estado norteño de Siria entra de nuevo en la historia, y todavía lo gobierna un rey llamado Ben-hadad. Probablemente era Ben-hadad II, el hijo y sucesor del rey previo del mismo nombre. Al asediar a Samaria aumentó sus demandas hasta que Acab, aconsejado por los ancianos de la ciudad, no quiso ceder más. Entonces Ben-hadad lo amenazó con la destrucción tan completa de Samaria que no quedaría suficiente polvo para que cada uno de sus seguidores tomase un puñado. Acab le advirtió de no cantara victoria antes de tiempo. No está muy claro si las palabras de Acab reflejan una confianza genuina o si solo estaba fanfarroneando.
Un profeta anónimo anunció victoria para Acab, dándole instrucciones específicas sobre quién debería dirigir las tropas y comenzar la batalla. Se le otorgaría la victoria para que Acab reconozca que yo soy Adonay. Acab obedeció, los sirios tuvieron que retirarse y el asedio se acabó. Sin embargo, no se nos dice si Acab reconoció el papel que tuvo Dios en salvar la ciudad.
i. La victoria en Afec.
Otra vez el profeta anónimo instruye al rey, advirtiéndole que Ben-hadad iba a volver. La verdad de esta advertencia se vio cuando los ejércitos de los sirios se reforzaron. Cuando los enemigos se vieron frente a frente en Afec los israelitas estaban en gran desventaja numérica. Sin embargo, los sirios habían calculado mal. Aunque no dudaban de la existencia del Dios de Israel, asumieron que era un dios de las montañas; no un dios de los valles, de manera que no les podría ayudar si batallaran en el llano. El profeta anunció la derrota de los sirios; ellos habrían de descubrir que el Dios de Israel no tiene limitaciones, y Acab también reconocería que “yo soy Adonay”.
Los ejércitos de Ben-hadad fueron derrotados tan completamente que se dio por vencido e imploró un trato misericordioso de manos de Acab. Después de todo, su padre había formado una alianza con Baasa, antes de que Asa lo persuadiera a romperla; y había logrado un trato comercial con Omri. En el idioma de la diplomacia internacional, Ben-hadad se refirió a sí mismo como un vasallo de Acab, pero Acab inmediatamente se refirió a Ben-hadad como su hermano, como si ya fuesen aliados en vez de enemigos. La facilidad con la que aceptó la alianza sugiere que le pareció que era la mejor garantía para la futura seguridad de Israel. Por segunda vez Acab no quiso reconocer a Dios como protector de Israel.
ii. Acab es reprendido.
La manera profunda en que Acab rechazó a Dios sale a la luz en la rara historia que sigue. Una vez más, un profeta anónimo está involucrado, pero probablemente no es el mismo que vimos antes.
Para poder comunicar su mensaje a Acab el profeta tenía que ser herido. Una persona que rehusó herirle fue muerta por un león; el profeta mismo predijo su muerte como castigo por su desobediencia. Este incidente extraordinario y sorprendente se parece a la historia en el capítulo 13, donde otro profeta desobediente es muerto por un león. Una vez más se nos muestra la necesidad de obedecer estrictamente la palabra divina y cuán inevitable es la manera en que obra. El incidente, sin embargo, indica hacia adelante tanto como hacia atrás, presagiando cómo el profeta va a desenmascarar la desobediencia de Acab y la sentencia que se pronunciará.
Después de ser herido por alguien más dispuesto a obedecer, el profeta se hizo pasar por un soldado que recién volvía de la batalla en Afec. Le contó a Acab que había dejado escapar a un prisionero sirio y el rey estuvo de acuerdo en que se dispensara el castigo establecido. No está claro lo que significaba el quitarse la venda en 1 Reyes 20.41. Seguro que no era el mismo profeta que se menciona en 1 Reyes 20.13–28, porque Acab lo reconoció como uno de los profetas, pero no como “el profeta”.
La manera en que el profeta desenmascaró el pecado de Acab se parece mucho a lo que hizo Natán en el caso de David en 2 Samuel 12. En ambos casos el rey era culpable de un pecado que rápidamente condenó en otras personas. Ben-hadad debería haber sido ejecutado, no librado. En vez de responder con remordimiento y arrepentimiento, Acab se fue a su casa decaído y enfadado.
c) La viña de Nabot.
El incidente bien conocido de la viña de Nabot ocurrió en Jezreel donde Acab y Jezabel tenían otro palacio. La oferta de comprar la viña que Acab hizo fue bastante razonable, pero Nabot tenía buenas razones para rechazarla. Salvo el hecho de que una viña representaba una inversión enorme de tiempo y esfuerzo, vender el terreno iba en contra de lo básico de la ley del Antiguo Testamento. En la sociedad israelita se entendía que la familia y la parcela de terreno que heredaba eran inseparables[14]. Esto explica la convicción con la cual Nabot pudo rehusar la oferta en 1 Reyes 21.3.
Acab se enfadó pero aceptó la situación, en cambio Jezabel no. Ella no entendía por qué el rey de Israel no podía obtener lo que quería. Aquí vemos el choque inevitable entre dos opiniones de lo que significa ser rey. Los reyes de Israel tenían la obligación de obedecer la ley del Señor tanto como cualquiera de sus súbditos[15], pero a Jezabel, la hija de un monarca fenicio, le parecía ridículo que los deseos de su esposo pudieran ser frustrados por uno de sus súbditos al que se le ocurrió atenerse a una costumbre antigua. Sin embargo, no atacó públicamente los valores religiosos y tradicionales de Israel, sino que hizo lo necesario para que Nabot fuera falsamente acusado y ejecutado de manera que Acab pudiera confiscar su viña. Nabot enfrentaba cargos inventados de romper el mandamiento de Éxodo 22.28, pero en realidad, Acab y Jezabel habían desobedecido los mandamientos en contra de codiciar la propiedad del prójimo, cometer homicidio, robar y dar falso testimonio en este incidente sórdido[16].
d) Elías predice la caída de la dinastía.
Elías entra en la historia de nuevo cuando se le comisiona con la responsabilidad de profetizar la ruina de la casa de Acab. Aunque fue Jezabel la que realmente había organizado la muerte de Nabot, Acab había accedido a la acción. El no se molestó en preguntarle a Jezabel qué pensaba hacer cuando ella le prometió la viña, y se conformó con desaparecer de la escena hasta que Nabot apareció muerto. Ahora se le dice que había asesinado a un hombre y tomado posesión de su propiedad. Esta fue la razón inmediata de la profecía, pero en verdad era solo el pecado más reciente de Acab. El había hecho pecar a Israel, sin duda una referencia al hecho de que había ido tras los ídolos.
La profecía se parece mucho a las que dio Ahías a Jeroboam y Jehú a Baasa y hasta utilizan frases similares. Sin embargo, el papel que tuvo Jezabel no pasa desapercibido y ella también recibe su condenación.
Sorprendentemente, Acab, hasta ahora el peor de los reyes de Israel, demuestra el mayor arrepentimiento. En respuesta, Dios le dijo a Elías que el castigo no caería sobre Acab mismo sino sobre su hijo. La dinastía iba a sobrevivir por una generación más.
e) Micaías y la guerra con Siria.
En el tercer año del convenio de Acab con Ben-hadad las hostilidades comenzaron de nuevo. Parece que la iniciativa la tomó Acab, y la razón fue que deseaba controlar nuevamente a Ramot de Galaad, en las colinas al este del Jordán.
En primer lugar, formó una alianza con Josafat, rey de Judá. Josafat insistió en que se pidiera el consejo de Adonay antes de que se tomara ninguna acción, así que Acab reunió 400 profetas que contestaron al unísono que la campaña sería un gran éxito. Evidentemente Josafat sospechaba que estos profetas sumisos decían lo que Acab quería oír y preguntó directamente si no había algún profeta de Adonay en la corte de Acab.
Acab admitió que quedaba un profeta al que no había llamado porque tenía el hábito de decirle al rey lo que no le gustaba oír. El piadoso Josafat reprendió a Acab por su actitud y trajeron a Micaías. De ahora en adelante la historia da varios giros inesperados. Cuando los mensajeros del rey le instaron a que estuviera de acuerdo con los otros profetas, Micaías dijo que él solo podía decir lo que Dios le diera para hablar. Sorprendentemente sus palabras concordaron con las de los demás profetas de manera que parece que siempre habían tenido la razón. Pero lo que es más sorprendente es que Acab le manda que diga la verdad. Él estaba seguro de que una buena palabra de Micaías no podía ser genuina. Pero esta vez hay un giro irónico en la historia porque Acab, el rey que había resistido tanto la palabra de Adonay, reconoció la mentira rápidamente y demandó que se le diera una profecía verdadera. El resultado fue que Acab cayó en una trampa: Si ignoraba las palabras alentadoras de Micaías porque le parecían que eran mentira, también debía ignorar las palabras alentadoras de los otros 400 profetas.
Micaías respondió con una visión en la cual se indicaba claramente que Acab habría de morir en el campo de batalla. Si Acab rechazaba la profecía anterior, no tenía más alternativa que aceptar esta otra. Pero otra sorpresa sigue cuando Micaías procede a contar de la experiencia que tuvo al estar presente en el concilio de Adonay, una experiencia que en otras partes distingue al profeta verdadero de los que no lo son[17]. Reveló que las palabras de los otros 400 profetas, a los cuales llama sus, o sea profetas de Acab y no de Adonay, habían sido inspiradas por un espíritu de mentira enviado por Dios para atraer a Acab a su muerte sin que lo advirtiera. El resultado de las palabras de Micaías fue que confirmaron la conclusión a la que Acab había hecho llegar a Micaías: que la profecía con más esperanza era una mentira.
La intervención de Sedequías, portavoz de los 400, alude a una pregunta oscura. Probablemente esta fue una observación sarcástica con la intención de negar que Micaías hubiera recibido una palabra verdadera de Dios. La respuesta de Micaías fue que Sedequías descubriría la verdad cuando tuviera que esconderse para salvar el pellejo. Pero al negar la validez de las palabras de Micaías, Sedequías estaba volviendo al mismo problema sobre quién tenía la verdad, Micaías o Sedequías y sus socios. Acab tenía que elegir si creerle al profeta que odiaba, o creer las palabras que anteriormente había percibido, de forma indirecta, que eran una mentira.
Actuó de acuerdo con su odio personal por Micaías y su profundamente arraigado antagonismo a la palabra de Dios. Es paradójico que también actuó de acuerdo con la palabra que había decretado el mal con respecto a él.
Esta extraña historia deja la duda de si es posible saber si alguna profecía es verdadera o falsa, pero no hay una solución fácil a este problema. El criterio que Deuteronomio 18.22 ofrece solo se puede aplicar retrospectivamente. Otra alternativa se da en Deuteronomio 13.1–3, donde el énfasis está en si el profeta dirige al pueblo a servir al Dios verdadero o no, y no en si sus palabras se cumplen o no.
f) La muerte de Acab.
Acab salió a la batalla determinado a ganarle a la muerte con la ayuda de un disfraz. Pero no pudo escapar del fin que se había profetizado, y una flecha fortuita encontró una hendidura en su armadura y lo hirió de muerte. Incluso cuando trató de desafiar las palabras de Micaías, terminó haciéndolas realidad, porque los acontecimientos anunciados por los profetas de Adonay estaban en las manos del mismo Señor. Las palabras anteriores de Elías también se cumplieron cuando los perros lamieron la sangre de Acab afuera de Samaria de la misma manera de que otros perros habían lamido la sangre de Nabot afuera de Jezreel.
La fórmula final insinúa que el reino de Acab fue bastante próspero y menciona algunos de los muchos proyectos de construcción de su reinado de los cuales atestigua ampliamente la arqueología.
2) Josafat, rey de Judá.
El resumen del reinado de Josafat en Judá sirve como un breve intermedio en la narrativa de estos capítulos la cual está dominada por los acontecimientos en Israel. Después de la introducción esperada, se elogia a Josafat por haber seguido en el camino del piadoso Asa y completado sus reformas, aunque se nota que él también siguió tolerando los lugares altos. El hecho de que la referencia a su alianza con Acab viene directamente después de la nota acerca de los lugares altos sugiere que esta también se debe considerar una de sus fallas. Judá se iba a involucrar en los problemas de Israel en subsiguientes reinados y siempre con serias consecuencias. Una de las características del reinado de Salomón fueron las expediciones del mar Rojo; Josafat trató de revivirlas pero fracasó, lo cual representa el paradigma del declive de Judá desde la época de oro de Salomón.
3) Se introduce a Ocozías, rey de Israel.
Tal como en el caso de Acab, en el caso de su hijo Ocozías el resumen anticipado, pero sin la fórmula de cierre, se utiliza para introducir el reinado del nuevo rey. La fórmula final se pospone hasta después de relatar otra historia de Elías. De modo que el relato del reinado de Ocozías se parece mucho a una versión en miniatura del relato del reinado de Acab, reflejando el hecho de que su reinado fue en verdad un breve eco del de su padre.
[1] Josué 6.26.
[2] Así nos enteramos de que la sequía anunciada por Elías abarcaba no sólo a Israel sino hasta Fenicia.
[3] Job 8.4; 11.6.
[4] Juan 9.1–3.
[5] Lucas 4.24-30.
[6] Una expresión que se refiere al culto de varias deidades extranjeras.
[7] Habacuc 3.3-7.
[8] 1 Reyes 20.28. NBLH
[9] 1 Reyes 18.27. NBLH
[10] 1 Reyes 18.39. NBLH
[11] 1 Reyes 19.1-18.
[12] Éxodo 3.
[13] Éxodo 19-20.
[14] Levítico 25.25-28; Números 27.1-11; 36.7.
[15] Deuteronomio 17.18-20.
[16] Éxodo 20.13; 15-17.
[17] Jeremías 23.17-18.