Éxodo
III. El Éxodo.
“Éxodo” significa “salida”, es el libro de la “liberación” del Pueblo de Dios de la esclavitud egipcia, y el nacimiento de Israel como nación que quiere obedecer a Dios, en la Ley, y adorarle en el Tabernáculo.
El título original es “We'elleh Shemoth”, “Estos son los nombres”, son las primeras palabras del Éxodo, como continuación del Génesis, aunque el poder libertador del Éxodo fue lo primero que conoció de Dios el Pueblo; el conocer su poder creador eterno vino después, aunque en la Biblia es lo primero, en el Génesis.
Al final del Génesis eran 70 personas las que fueron a Egipto, la familia de Israel[1]. En Éxodo, después de 430 años, eran 3 millones de personas. El Pueblo de Dios, que estaba esclavizado por los egipcios[2].
A. Egipto.
1. Egipto en los Tiempos Bíblicos.
En la Tabla de las Naciones, como algunos comentaristas prefieren llamar al capítulo 10 del Génesis, se menciona el origen entre otros, del mismo Egipto. Dos de los descendientes de Cam, hijo de Noé y sobreviviente del diluvio, fueron Mizraim y Patrusim. Uno pobló la zona del delta, el otro la tierra más cercana a las misteriosas fuentes del “canal”, del hebreo “Sheor”, “corriente”, como los antiguos se referían al Nilo; esto es, que desde antiguo se reconocía la dualidad en el Bajo y el Alto Egipto.
Algunos han querido ver en Mizraim al “Faraón Menes” fundador de la Primera Dinastía, mencionado por Manetón, pero dicha identificación es incierta. Sin embargo, es notable que hasta el día de hoy los árabes conozcan a la tierra del Nilo como “Misr” o “la tierra de Cam el Negro”. Lo curioso es que los mismos habitantes de Egipto hablaran de su tierra como “Kemet”, “la Negra” o “Tauy”, “las Dos Tierras”.
Abraham hizo, en algunas oportunidades, visitas al país; por los registros bíblicos parece que tuvo relaciones comerciales, ya que adquirió una sierva egipcia llamada “Agar”[3]. Si bien no hay ninguna evidencia arqueológica de estos episodios, la situación reinante en Palestina con relación a sus enlaces y sus respectivas rutas comerciales o a los movimientos migratorios semitas, coinciden con los registros egipcios del viaje de Sinuhe y con las descripciones del Papiro Anastasi I.
Tiempo después, José es vendido como esclavo a Egipto por comerciantes ismaelitas a un hombre importante llamado Potifar, cuya esposa intentó seducirlo mientras ministraba en el interior de la casa. Es relevante la evidencia documentaria de mujeres ricas en busca de aventuras extramaritales, como lo muestra el Papiro Westcar.
En consecuencia, el hebreo es encerrado en prisión y finalmente alcanza un puesto de primer ministro ante la corte del Faraón por el arte de interpretar sueños y predecir siete años de abundancia y otros siete de hambre en el país bien amado. Existe evidencia de siete años de escasez en una inscripción sobre un bloque de granito en la isla de Sehail, que data de la Época Ptolemaica aunque la leyenda seguramente es mucho más antigua.
La historia de José, tal como la leemos en el Génesis, concuerda a grandes rasgos con las costumbres egipcias, las viviendas, el funcionamiento penitenciario, el cargo de segundo en el reino, coinciden con lo que hoy se sabe del período en cuestión.
2. Historia del Antiguo Egipto.
Los primeros pobladores de Egipto alcanzaron las riberas del Río Nilo, por entonces un conglomerado de pantanos y foco de paludismo, escapando de la desecación del desierto del Sahara. Las primeras comunidades hicieron habitable el país, y se estructuraron en torno a aldeas llamadas nomos. Andando el tiempo, los nomos se hicieron la guerra hasta reunirse en dos naciones, el Alto Egipto y el Bajo Egipto, para quedar finalmente unificados por Menes hacia el año 3100 a.C., transformándose este en el primer Faraón.
La Historia del Antiguo Egipto se divide convencionalmente en 30 Dinastías, según la narración del historiador antiguo Beroso. La primera etapa es llamada el Reino Antiguo Egipcio. Inicialmente la capital estuvo en Tinis, pero fue trasladada a Menfis durante la III Dinastía. En ella comenzó también la obsesión por construir pirámides, gracias al Faraón Zóser o Djoser, pero fue en la IV Dinastía, con Keops, Kefrén y Micerinos, con quienes se construyeron las pirámides más altas. Sin embargo, el esfuerzo económico invertido en ellas determinó que durante el gobierno de Pepi II, el Estado se hundiera sobre sí mismo y cayera en una suerte de anarquía feudal.
Hacia el año 1750 a.C., los guerreros de la ciudad de Tebas unificaron Egipto por las armas, fundando el Reino Medio Egipcio. En éste, Egipto vivió una época de paz y armonía, aunque su espíritu inicial, presidido por el concepto de ma'at, se vio quebrado.
El Reino Nuevo prosperó bajo varios Faraones competentes, pero cuando asumió el poder Amenofis IV (1377-1358 a.C.), éste tomó el nombre de Ekhnatón o Akenatón, que significa “el que agrada a Atón”, e intentó promover una reforma religiosa en torno a un nuevo culto, monoteísta, el Atonismo, en torno a un dios-Sol llamado Atón. Atón se simboliza con un gran disco solar alado. Erigió la ciudad Aket-Atón, después El-Amarna, consagrada al dios Atón, a donde se retiró para adorar a su dios. Hizo construir templos con grandes patios, ya que el culto solar debía hacerse al aire libre. Junto a Akenatón, reina como gran visir “Irso sirio”. Algunos historiadores lo han identificado con el José del Génesis, lo cual explicaría la irrupción del monoteísmo en Egipto, por influencia hebrea. Coincide asimismo con la prohibición de los sacrificios en los templos, embargo de la propiedad durante los siete años de hambre suministrando trigo a cambio de la propiedad, quedando todo el país en manos del faraón, que después alquila el terreno a cambio de la quinta parte de la cosecha. El enfrentamiento de Akenatón con las clases sacerdotales degeneró en una sangrienta guerra civil. Durante su reinado, Egipto perdió Palestina y Siria, que pasaron a manos de amorreos e hititas.
Tras el breve reinado de su yerno Sakare, subió al poder otro de sus yernos: Tutankhatón, que significa “la vida de Atón ya es perfecta”. Abandona el culto a Atón y se reconcilia con los sacerdotes de Amón, cambiando el nombre por el de Tutankhamón, restituyendo el culto tradicional politeísta. Murió cuando tenía unos 20 años de edad, tras nueve años de reinado (1358-1349 a.C.). Le sucede Aï (Aya) un antiguo cortesano de la corte del fallecido Akenatón. Gobernó durante cinco años (1349-1345 a.C.).
El general Haremhab (1345-1318 a.C.), reorganiza el ejército. Luego de él, Paramsés, bajo el nombre de Ramsés I, que significa “Ra le dio la vida” reinó año y medio (1318-1317 a.C.). Procedía de una prestigiosa familia militar, del entorno de la ciudad hicsa de Tanis-Avaris. Su hijo, Sethi I, cuyo nombre hacía honor al dios Seth, mantiene sin embargo como dios principal a Amón, sobre los dioses Ra, Ptah y Seth. Reconquista Palestina, Líbano y Kadesh, no pudiendo llegar hasta el río Éufrates debido a la oposición de los hititas.
Un Faraón algo posterior, Ramsés II, intentó levantar nuevamente el poderío egipcio, pero debió llegar a un acuerdo con el Imperio Hitita, al tiempo que arruinaba a su país llenándolo de templos.
Según las inscripciones de Medinet-Habú, cerca de Tebas, los filisteos formaban parte de los Pueblos del Mar que Ramsés III derrotó en torno al año 8 de su reinado, aproximadamente en 1175 a.C. Los relieves reflejan una batalla tanto en tierra como naval. Algunos autores sostienen que es la primera batalla marítima de la historia, pero sabemos que hubo una expedición naval en tiempos de Sargón de Acad (2334-2279 a.C.) a la Isla de Dilmún o lo que es la actual Manama, en el Golfo Pérsico.
3. La invasión de los Hicsos.
El Reino Medio se hundió por obra de invasores extranjeros venidos de Siria, los hicsos. Estos dominaron el Delta del Nilo, es decir, el norte del país, durante unos cien años, y trataron a los reinos del sur como simples vasallos o tributarios suyos. Finalmente, bajo la guía de Amosis, fundador de la dinastía XVIII, los egipcios se sublevaron y enviaron a los hicsos de regreso al Medio Oriente, donde los cercaron y exterminaron por completo (1580 a.C.). Surgió así el Reino Nuevo Egipcio, que por primera vez abandonó su política aislacionista para involucrarse en los eventos políticos de Medio Oriente.
Un dato que no podemos pasar por alto es lo que menciona Génesis 41.43, sobre el nombre que recibió José en su ascenso: “Avrekj”. Esta expresión es una transliteración y no se sabe a ciencia cierta su verdadero significado, pero la versión siríaca de la Biblia lo traduce como: “Padre gobernante” y la Vulgata de Jerónimo como: “que toda rodilla se doble ante él”. El hecho de que así fuera llamado cuando montaba en el carro triunfal del Faraón y de que haya recibido el anillo del sello, posiblemente con el emblema del escarabajo, al producirse la invasión de los Hicsos, algunos de sus faraones, cuyos amuletos eran escarabajos, llevaban nombres semitas con el elemento de la divinidad, concuerda con lo que dice la obra de Manetón, hoy desaparecida. Esta es rescatada por el historiador judío Flavio Josefo en el siglo I d.C., donde relaciona a los israelitas con los llamados Hicsos, que significa “gobernantes de los países extranjeros”. Es dudosa su procedencia, por lo que se sabe fue una invasión asiática, que según se cree, sucedió entre las dinastías XIII y XVII y que gobernaron durante unos doscientos años; otros prefieren fecharlos entre las dinastías XV y XVI.
Algunos comentaristas sitúan la entrada de José con el período de los hicsos ya que, según Génesis 47.20, José llego a ser dueño de casi todo Egipto a excepción de los bienes del Faraón y de sus sacerdotes. No hay ninguna evidencia bíblica acerca de que grupos asiáticos estuviesen instalados en el delta antes de la llegada de Israel[4].
Según los textos hebraicos, la corte real estaba compuesta solo por egipcios, Potifar era uno de ellos. Además, José tuvo que servirles la comida a sus hermanos en una mesa aparte, “porque los egipcios no soportan comer con los hebreos, cosa detestable para ellos”[5]. Esto no hubiera sido necesario si los habitantes del palacio hubiesen sido semitas.
Algunos comentaristas creen que había tres grupos: Los Israelitas, los egipcios y las hordas invasoras de los hicsos. Para su exposición utilizan el relato de Éxodo 1.8 que menciona lo que sucedió después de la muerte de José. Allí dice: “Se alzó en Egipto un nuevo rey, que nada sabía de José”. Este nuevo rey, sin duda era de otra dinastía, bien podría ser un gobernante hicso, ya que no reconocía al pueblo del difunto José ni el cargo que ocupó. Él “dijo a su pueblo: "Mirad, los israelitas son un pueblo más numeroso y fuerte que nosotros”[6]. Es improbable que los israelitas hubieran sido más numerosos que todos los habitantes de los nomos de Egipto, en cambio, si hubieran sido unas dinastías invasoras evidentemente eran un grupo más reducido: “Tomemos precauciones contra él para que no siga multiplicándose, no sea que en caso de guerra se una también él a nuestros enemigos para luchar contra nosotros y salir del país”[7]. Es posible que si era una dinastía de hicsos temieran que los hebreos se unieran a los egipcios en una posible guerra. Pero desgraciadamente es una etapa muy oscura y la invasión de estos extranjeros no se entiende con claridad. Las inscripciones de las tumbas nos silencian el hecho.
Existen algunas excepciones, como la estela descubierta por A. Mariette en Tanis, en 1863. Al parecer habla de los hicsos y su supuesto dios Set. Asimismo, la Tablilla Carnarvon habla de la derrota de este pueblo semita. Además, hay mucha incertidumbre en cuanto a las dinastías que presenciaron los acontecimientos.
4. El Éxodo Bíblico en los Textos Egipcios.
Las relaciones entre el Antiguo Testamento y el país del Nilo siguen representando un gran misterio histórico para los egiptólogos y biblistas. Los datos recogidos aquí no pretenden ser originales, pues han sido abordados por un buen número de especialistas, más sí su enfoque. Tal vez en el pensamiento mágico-religioso se hallen las claves para su mejor comprensión en el marco de la mentalidad mítica de los pueblos de Oriente.
Reconstruir el éxodo bíblico a partir de las fuentes egipcias es una tarea muy complicada. Los testimonios provenientes del antiguo Egipto con relación a la existencia de los israelitas son nulos en la primera mitad del segundo milenio antes de Cristo, con excepción del papiro Anastasi I, donde únicamente encontramos una descripción geográfica.
Hasta el momento, la primera mención que se hace en una inscripción egipcia a la existencia de Israel como pueblo, es en la estela del Faraón Merneptah, hijo de Ramsés II[8], piedra de basalto negro que data del siglo XIII a.C., donde se lee: “Israel ha sido arrasado y su descendencia no existe”.
Es cierto que muchos han relacionado a los hebreos con él termino âpiru (‘pr.w), como aparece con anterioridad en los textos de Amarna[9], refiriéndose a un hostil pueblo hurrita; pero esto es dudoso. Sin embargo, la Biblia desde los primeros capítulos hace alusión a Egipto más de setecientas veces, ya sean citas directas o referencias simbólicas.
Por lo tanto, para facilitar nuestro estudio, hemos recurrido en parte a la metodología inversa que creemos es inevitable para nuestros objetivos; a saber, ver a Egipto en el Imperio Antiguo y Medio a partir de las menciones testamentarias y tratar de secuenciarlas con las pruebas documentarias disponibles.
a. Egipto en el Antiguo Testamento.
Los problemas que plantea abordar este tema desde estas dos perspectivas se deben a razones bien delineadas. En primer lugar, si el origen del pueblo hebreo como sociedad autónoma y organizada se lo debe a un espectacular escape hacia Canaán, es hasta cierto punto lógico que esté ausente de los registros egipcios. Una derrota tal a su orden político y religioso seguramente fue borrada deliberadamente de sus anales en resguardo de sus divinidades; siendo en consecuencia recordada detalladamente en la memoria hebrea y descripta en el Pentateuco como un acto salvador de su Dios.
En segundo lugar, los testimonios arqueológicos son en buena medida fragmentarios, lo que dificulta la reconstrucción de la historia antigua y datación cronológica de Oriente desde un método sistemático.
El principal canal que ha conservado a través del tiempo, es decir, sin interrupción, una memoria “histórica” de este período es sin duda el Antiguo Testamento. Esto, por un lado refleja una ventaja, la de seguir la historia egipcia a partir de las narraciones del libro de Génesis y del Éxodo pero, por el otro, plantea una dificultad, ya que el motivo que los reviste es religioso y este es siempre subjetivo. La tarea de conservación bíblica se efectuó por razones mayormente de orden sagrado y, al igual que los textos egipcios, bajo la supervisión de una clase sacerdotal. Como veremos, en el relato de la esclavitud y escape de Egipto prevaleció el elemento de supremacías de dioses; es decir, Adonay en aumento de los dioses egipcios.
b. El origen de Egipto según el Génesis.
Solo es posible entender si se dejan definidos dos asuntos: Por un lado, el problema cronológico y la dificultad de armonizar los hechos arqueológicos y epigráficos con la historia tal como la registra el Pentateuco; y por el otro, las profundas cuestiones religiosas que estuvieron enraizadas en las mentalidades de ambos pueblos.
1) El problema de las fechas.
No existen dudas en cuanto a la estancia de los israelitas en Egipto; la presencia semita está bien atestiguada y, por lo tanto, es un tipo de conclusión que debemos aceptar. No es el tipo de tradición que un pueblo inventaría: La esclavitud es un recuerdo humillante para cualquier nación. El problema aquí no es de orden histórico, es decir, si ocurrió o no, sino de orden estructural, es decir, cómo ocurrieron los acontecimientos y cuándo.
El tema de las fechas es un asunto delicado y por eso debemos abordarlo con cautela. Mientras que la cronología bíblica sitúa el éxodo en el siglo XV a.C., la datación que sugiere el registro arqueológico es alrededor del siglo XIII a.C. La razón de esta diferencia se debe a dos factores:
a) Es imposible armonizar los trabajos de campo debido a que los investigadores de Palestina se manejan con herramientas muy diferentes a las que utilizan los egiptólogos, ya sea por la naturaleza de las fuentes escritas como por los materiales a estudiar; y
b) Los registros de Israel no mencionan el nombre de ningún Faraón hasta el período monárquico; por lo tanto, no es factible establecer ninguna concordancia con las dinastías conocidas.
2) La dificultad de armonizar ambas cronologías con los trabajos de campo.
Mientras que la cronología hebrea se basa en los cómputos de tiempo que da el Antiguo Testamento y en períodos generacionales de cuarenta años, se puede sumar desde que Abraham entró en la tierra prometida 430 años, de los cuales solo 215 años estuvieron en tierra extranjera; esto nos llevaría al año 1513 a.C., para la salida de los israelitas de Egipto. Josefo habla del día trece del mes lunar Jántico, pero dice que el período de 430 se debe contar desde que entraron al país del Nilo[10].
Como sea, muchos dudan que estas generaciones de 40 años sean literales, lo que dificulta el asunto, además de contradecir las pruebas arqueológicas. En ausencia de una tradición escrita se ha notado que muchos pueblos han utilizado el número cuarenta.
Por otro lado, la cronología egipcia está apoyada en evidencia fragmentaria. Los historiadores se basan en la Piedra de Palermo, que está incompleta, donde se presenta lo que se consideran las cinco primeras dinastías. El papiro Turín, que está compuesto de muchos fragmentos, que proporcionaría la lista de reyes desde el Reino Antiguo hasta el Nuevo. Y, finalmente, se coordinan con los textos de Manetón, que habla de treinta dinastías, ayudados por cálculos astronómicos. Pero las dudas que arrojan tales fuentes son múltiples. La obra de Manetón usada para ordenar el rompecabezas que presentan las pruebas arqueológicas está perdida y solo se recuperó de citas de otros escritores antiguos como Josefo[11], Sexto Julio Africano, unos 500 años después, y Sincelo[12].
Es muy difícil saber con seguridad lo que es auténtico o lo que es adulterado en Manetón. Es formidable que reyes y hasta dinastías enteras hayan gobernado al mismo tiempo, lo que reduciría la cuenta del tiempo asignado de manera considerable. Definitivamente los egiptólogos han depositado demasiada confianza en las inscripciones antiguas, pero la integridad moral de los escribas egipcios es con seguridad muy cuestionable.
Sumado a todo esto, los trabajos de campo difieren en la metodología y en la tarea interpretativa. Mientras que en Palestina, por la naturaleza de sus sitios y de sus fuentes escritas, que están relativamente intactas, se reconstruye una secuencia de acontecimientos en forma ininterrumpida y se les asignan fechas muy bajas; no sucede igual con los sitios egipcios. Estos han sido depredados por los llamados “padres de la Egiptología” e incluso antes de la invasión napoleónica, asignándoles fechas muy altas.
3) El enigma del Faraón.
Este tema ha sido fuente de controversia ¿Por qué la Biblia niega el nombre de los soberanos pero a cambio da el nombre de las parteras que asistieron al nacimiento, entre otros, del niño Moisés?
Una de las razones es que quizá haya habido implicaciones de orden religioso. El Faraón, “Gran Casa”, era para su teología un dios encarnado en la tierra. El halcón Horus, el amanecer, símbolo de la resurrección, era la unión entre el cielo y la tierra. Toda su actividad cívica era vista como un rito que protegía a Maât, la justicia y la verdad. Es posible que exista alguna relación entre la función sagrada del Faraón y el enigmático jeroglífico hallado en un papiro en Abidos llamado “la Casa de la Vida”. En consecuencia, el nombre de los faraones llevaba implícito, ya sea en su escritura como en su simbolismo, el nombre de alguna divinidad; lo que mencionarla bien podía significar reconocer su misma existencia y los israelitas no reconocían la existencia de ningún Dios vivo a excepción de Adonay, las demás divinidades eran inertes, dioses de palo y piedra. Esto se hace evidente en el nombre egipcio de algunos personajes bíblicos, como el mismo Moisés, que tiene la misma terminación de Ra-mesés, o Tut-mosis por ejemplo, pero en el que está ausente el elemento concerniente al nombre de la divinidad.
Cabe agregar, a propósito de lo dicho, que el encontrar nombres egipcios en los personajes del Éxodo, como Ofní, Fineás o Merarí, predominantemente en la tribu de Leví, es una prueba contundente de la relación que hubo entre los semitas y los egipcios. Mientras que Fúa y Sifra, las parteras en Éxodo 1.15, son de procedencia hebrea y por lo tanto de una grafía muy antigua.
Por todo lo antes dicho, no es posible hasta el momento relacionar a los monarcas egipcios que menciona el Génesis ni al Faraón que vivió en la época de Moisés con ningún nombre mencionado en las inscripciones.
4) Ramsés II.
Éxodo 1.11, habla que los israelitas fueron obligados a trabajar en la construcción de dos emplazamientos, Piton, “Casa de Atum”, identificada tentativamente con Tell Rettaba, y Ramesés, “Casa de Ramsés”; San el-Hagar o Avaris, capital de los Hicsos, conocida en los textos griegos como Tanis.
Este hecho ha animado a muchos egiptólogos a relacionar el nombre de esta construcción con el Faraón Ramsés II[13], basándose en las inscripciones del mismo faraón en la que afirma haber edificado una ciudad que lleva su nombre: Per-Ramsés, con mano de obra de esclavos. Sin embargo, esta identificación es sumamente dudosa, el sitio mencionado por los registros hebreos era un depósito mientras que el que menciona las inscripciones egipcias era la capital misma. Por otra parte, aunque el faraón que protagonizó el éxodo hubiera sido Ramsés II, la prueba sigue siendo irrelevante, ya que el sitio que menciona la Biblia fue edificado antes del nacimiento de Moisés[14].
En consecuencia, parece que lo único que tuvieron en común el sitio bíblico y la capital de Per-Ramesu, Per-Ramsés, fue solamente el nombre.
Exodo 12.37, dice que Israel partió desde este sitio rumbo al Sinaí. Sin embargo, Josefo identifica a Per-Ramesés con Letópolis, una localidad cerca de Menfis. Esto es apoyado por Estrabón quien la sitúa un poco más arriba del Viejo Cairo[15].
5) El duelo de los dioses.
Los egipcios eran dados a borrar registros de personas o acontecimientos que no les eran favorables. El mismo Tutmosis III hizo desaparecer el nombre de la reina Hashepsut de los bajorrelieves. En una inscripción acerca de un consejo del rey Jeti III (2120-2050) a su hijo, decía que si no gobernaba con sabiduría “los pueblos borraran tu recuerdo y el de tus ancestros”. Vale decir, que no nos extraña que el relato bíblico no tenga una correspondencia en la historia de Egipto. En cambio, lo que sí está reconocido por los testimonios es la penetración de grupos semitas en el delta oriental, y que constituyeron una verdadera amenaza. A mediados del Imperio Medio, Amenemhet I como protección contra las incursiones nómadas levantó “La muralla del príncipe” de la que nos habla Sinuhé. Un sistema defensivo de fortificaciones en los límites del delta oriental.
Por otra parte, el registro bíblico, no nos ayuda demasiado en cuanto a una reconstrucción de orden histórica. La naturaleza del mensaje que quiere describir, es la supremacía de su Dios “uno y verdadero” sobre los “falsos dioses de Egipto”.
Podemos observar el carácter teológico que reviste al relato de Éxodo y cuál fue el interés principal del cronista, razón por la cual poco importó mencionar los detalles que hoy intentamos explicar:
a) La lucha de las serpientes:
Cuando Moisés se presenta ante el Faraón, convierte su vara en serpiente para demostrar sus credenciales divinas. La serpiente en Egipto, era símbolo de sabiduría que poseía el mismo rey en su corona. Ahora ésta desafía a su capacidad de gobernar, por ello sus magos también convierten dos varas en reptiles, emblema de los dos reinos, pero la serpiente de Moisés resulta más poderosa que el Alto y el Bajo Egipto, devorando a las otras.
b) Las plagas:
i. El Nilo se convierte en sangre:
El carácter divino del río está bien atestiguado. Para los egipcios era el dios Hapy. Diodoro Sículo[16], habla de su crecida como algo maravilloso. Mientras que todos los demás ríos comienzan a decrecer en el solsticio de verano, este es el único que empieza a aumentar su cauce en ese momento, de manera tal que inunda gran parte del país. Por lo tanto, se celebraba el ritual de la crecida y su relación con el dios Sol. Más que un dios específico era un espíritu hermafrodita, aquel que orientaba y ordenaba las caóticas aguas primordiales en virtud de la conservación de la vida humana. Era el símbolo de la vida.
Para los hebreos, la vida residía en la sangre, Adonay salvaba mediante el derramamiento de ella en la tierra. En consecuencia, convertir el río sagrado en sangre era una bofetada al centro de la teología egipcia.
ii. Las ranas, los tábanos y los mosquitos:
La diosa rana Hegt y los dioses de la magia Ptah y Thot no pudieron hacer nada al respecto. Maestros de la brujería, eran vistos como deidades que mantenían el orden del cosmos.
iii. Peste al ganado y a los hombres:
Los egipcios despreciaban a los pastores, eran ganaderos por excelencia. El que sus animales fueran muertos por una peste no solo fue un golpe a su economía, sino también a los dioses Hator y Apis. Tampoco Isis, la diosa de la sanidad, que es simbolizada por las fases lunares, como el ojo y en el mobiliario de los templos tiene correspondencia con instrumentos quirúrgicos, tampoco pudo curar a sus adoradores.
iv. Tormenta con granizo y fuego:
Set, dios de la tormenta y el relámpago, era visto como una divinidad negativa enemiga de Osiris. Según los escritores antiguos era el dios de los hicsos, compatible con las divinidades semitas, como Baal, el dios del rayo. Reshpú, el controlador del fuego, no pudo ayudar a su pueblo, como tampoco Thot, el regulador del tiempo y los ciclos estacionales.
v. Plaga de langostas:
Esto fue un atentado a los ciclos de las cosechas y a los dioses de la fertilidad. El dios Min, relacionado con la fecundidad de la tierra negra, se lo representa bajo el símbolo del toro. En Grecia era asociado con Pan, el que rapta a las mujeres o el que fecunda a su propia madre.
vi. Período de oscuridad en la tierra:
Esto atentó contra el poder de las divinidades solares, símbolo de lo masculino, la salud y el orden. Atacó la dualidad Amón-Ra y a la triple manifestación de Horus, Isis y Osiris, funcionando como la voluntad poderosa, el soplo vital y fenómeno brillante.
vii. El golpe contra la dinastía del faraón al dar muerte a su primogénito:
El hijo del faraón era Horus, el disco solar alado, el astro naciente. Isis nada pudo hacer por su hijo-esposo. Tampoco Osiris pudo detener la llegada del ángel destructor de Adonay. Hasta Anubis, el señor de la necrópolis estuvo inerte.
c) Muerte del mismo Faraón en el Mar Rojo.
Los mares que circundaban el país, el mar Mediterráneo y Rojo o el Mar Grande (Uadye uer) y el Mar de Juncos (she iaru), como se conocía en la antigüedad, eran vistos como la sustancia primordial donde nacían y morían las demás formas. El agua era entendida como la vida. En los Textos de las Pirámides se puede leer un himno a las aguas divinas.
Es interesante notar que el ideograma del agua corriente VVV, este formado por el signo del agua V, de la luna V y de la mujer V, como símbolo vital. Thot, el controlador del orden del mundo y Amón, protector de la monarquía, se mostraron incompetentes ante el poder de Adonay sobre esta fuerza que asimiló al mismo Faraón o dios en la tierra.
Como se habrá podido observar, todo el relato está plagado de un mensaje religioso, y según se cree pertenecen a una tradición muy antigua, en donde se presenta a Adonay como el único Dios vivo y verdadero y los iconos egipcios no son nada más que la personificación de las fuerzas naturales creada por el mismo Dios hebreo.
Los milagros de la Biblia casi siempre ocurrieron dentro del marco de la historia nacional del pueblo hebreo. Pero en el caso del Éxodo es diferente. Esta fuente sitúa como testigo del regreso del pueblo de Moisés a la Tierra Prometida a la primera potencia mundial de la historia antigua: Egipto.
Reconstruir el éxodo bíblico a partir de las fuentes egipcias, es una tarea muy complicada. Los testimonios provenientes del antiguo país del Nilo con relación a la existencia de los israelitas son nulos en la primera mitad del segundo milenio a.C.
i. Hasta el momento, la primera mención que se hace en una inscripción egipcia de la existencia de Israel como nación, es en la estela del Faraón Merneptah[17], piedra de basalto negro que data del siglo XIII a.C.
ii. Es cierto que muchos han relacionado a los hebreos con él termino Avirú, como aparece con anterioridad en los textos de Amarna[18], refiriéndose a un hostil pueblo hurrita; pero esto es dudoso. Sin embargo, la Biblia desde los primeros capítulos hace alusión a Egipto más de setecientas veces, ya sean citas directas o referencias simbólicas.
6) El Panteón egipcio.
A pesar de que muchos han llegado a creer que los egipcios siempre fueron pueblo de muchos dioses, debemos retroceder cerca del 1375 a.C., cuando sube al trono el joven Faraón que pasaría a la Historia con el nombre de Akenatón. Durante los diecisiete años que duró su reinado impuso a todo el imperio una nueva religión monoteísta de adoración al Dios Supremo, Atón, cuyo símbolo visible era el disco solar, como fuente de radiación de la energía y de la luz. Hay algunos versos de Akenatón a su dios Universal que nos recuerdan a los salmos de los profetas judíos y más tarde, al Corán de Mahoma: "¡Oh Tú, Dios Único! ¡No hay otro Dios sino Tú!"
Más adelante, Atón fue suplantado por “Ra”, que era descrito como el "dios Universal”, el "señor de Todo" o simplemente era dios, como si no hubiera ningún otro. Ra fue conocido ciertamente en Mesopotamia con el nombre de Marduk, pero no fue allí un dios principal durante el Imperio Antiguo.
Sin embargo, hacia el final del Imperio Antiguo, Mesopotamia empezó a experimentar las mismas condiciones de sequía que habían afectado a Egipto durante mucho tiempo. Cuando Mesopotamia fue afligida progresivamente con la enfermedad del hambre y el exceso de población, Ninurta, el dios de la pestilencia y la destrucción, ganó en importancia. Ninurta era el dios de Sargón en Lagash, en donde se le llamó Ningirsu-kiag, “Amado del Señor Girsu”.
La adoración de Ninurta no trajo el consuelo para Acad y Sumeria dominadas por la sequía, por consiguiente Sargón recurrió a una medida aún más extrema. Después de que Sargón fundara la nueva ciudad de Agade, decidió restablecer el culto de Marduk-Ra. Esto fue considerado después como un pecado y un sacrilegio. Se dijo que el error de Sargón estuvo no en honrar a Marduk, sino en descuidar su ciudad tradicional de Babilonia. En otras palabras, no era la idea de reintroducir a Marduk lo que estaba equivocado, sino como fue implantado. En lugar de reconstruir el templo, el Esagil, y el zigurat, el Etemenanki de Marduk, Sargón restó importancia a Babilonia y construyó una “nueva Babilonia” en el recinto de Agade. Retrospectivamente, esto se convirtió más tarde en la explicación de los problemas de Sargón en su reinado, y también fue utilizado para justificar la definitiva destrucción, abandono y maldición de la gloriosa Agade. No sería hasta los tiempos de Hammurabi de la I Dinastía de Babilonia cuando los antediluvianos templo y zigurat, la “Torre de Babel” de Marduk-Ra fueron finalmente reconstruidos.
Los faraones de principios del Imperio Medio egipcio vivieron en tiempos en los que todo estaba patas arriba, no solo en términos de política sino también a lo referente al tiempo. El clima tradicionalmente moderado de Mesopotamia estaba secándose. Sin embargo, en Egipto, los beneficiosos diluvios regresaban después de 150 años de cosechas pobres. En respuesta, la Dinastía de Sargón empezó a restaurar en Egipto el culto del panteón completo. Los nombres egipcios asumidos por los faraones de la XI Dinastía indican claramente un cambio en el dios patrón. No honraban al dios sol Ra, sino al dios de las aguas, Ptah[19]. También honraron a Montu, el cual reflejaba los vientos políticos predominantes de caos y conflicto. La iniciativa de Sargón de renovar el culto de Marduk-Ra en una Mesopotamia sedienta de agua fue juzgada como mal aconsejada. Fue abortada por el cuarto rey de la dinastía, Gudea, junto con la nueva ciudad de Agade. Por otro lado, el retorno de todos los dioses a Egipto fue coronado con un éxito inmediato y duradero. Esto tomó forma no solo en la reanimación de los cultos individuales, sino especialmente en un nuevo culto llamado Amón. Amón se convirtió en el dios de cuatro prominentes faraones de la XII Dinastía.
En un himno a Amón fechado en la XVIII Dinastía egipcia se lee: “Los Ocho dioses fueron tu primera forma, hasta que tú los completaste, siendo Uno..."
Durante la XVIII Dinastía, los ocho dioses de Egipto eran:
a) Atum-Ra (Marduk), el dios solar que se creó a sí mismo.
b) Ptah (Ea/Enki), el hábil modelador y salvador de la humanidad.
c) Shu (Enlil), señor del aire, figura autoritaria y disciplinaria.
d) Geb (Ninurta), dios de la tierra y la vegetación, conocido como "el heredero".
e) Montu (Seth/Baal), el dios guerrero, y astrónomo del cielo nocturno.
f) Osiris (Dumuzi), dios del vino, el dios muerto y resucitado.
g) Horus el Viejo (Ishkur/Adad), el dios de las montañas y del rayo.
h) Thoth (Utu/Nabu/Ningishzidda), el dios de la escritura, la sabiduría, la meditación, la curación, la momificación, y el último guardián de las Pirámides.
El obelisco era principalmente un símbolo solar y se utilizaba para hacer medidas solares. Amón era un dios solar después de Atum-Ra. Hatshepsut y otros monarcas orgullosamente erigieron obeliscos al Templo principal de Amón, en Karnak. Como Ra Marduk, Amón era el dios de la "montaña pura", o la pirámide. También, al igual que[20], se consideraba que Amón se creó a sí mismo. Él era su propio padre y su propia madre. Esta cualidad de Atum, había sido antes un atributo de Ptah.
El culto recientemente formado de Amón no era exclusivo, sino exhaustivo. Amón poseía originalmente las naturalezas masculina y femenina[21]. El culto incluía todos los principales dioses y diosas.
Sargón y sus sucesores fueron especialmente devotos de la diosa Isis. Después de que “las cuatro regiones del mundo” fuesen dominadas una vez más, Montu dejó de ser un dios de los reyes de Egipto. El popular nombre de Montu-hotep, “Montu está en plenitud”, fue reemplazado por el de Senu-sret, “hombre de Sret”. Sret era una forma de Isis como una “diosa de la Tierra” o más específicamente, diosa de las minas en donde se encontraban metales preciosos y joyas. La nueva casta de reyes prefirió ser considerada no como merodeadores, sino como constructores, artesanos, pastores y amantes. En la XII Dinastía, el nombre del rey Senusret fue el segundo más popular después que el de Amón.
Hacia el final de la Era de los Dioses, Thoth asumió el papel del retirado Ptah como dios que se creó a sí mismo. La Octoada de Khmenu fue asociada a Thoth en vez de a Ptah. Como dioses de la fertilidad, Ptah y Thoth fueron adorados en la forma de Min-Kamutef, esto es, “Min, el Toro de su Madre”. El incesto entre madre e hijo era practicado por los dioses, y continuaba siendo un aspecto divino venerado en el culto de Amón. En Mesopotamia, Ptah fue llamado Enki, el Toro de Eridu. En Egipto, el toro sagrado de Ptah fue denominado Apis. Este atributo de fertilidad de Min fue asimilado al culto de Amón, el cual fue asimismo llamado Amón-Kamutef. Amón fue descrito como un joven viril, y a veces con el pene erecto como Min.
[1] Éxodo 1.5.
[2] Éxodo 1; 12.40, Números 1.46.
[3] Génesis 12-13.
[4] Génesis 46.5-6.
[5] Génesis 43.32. Ibid
[6] Éxodo 1.9. Ibid
[7] Éxodo 1.10. Ibid
[8] 1224-1204 a.C., Dinastía XIX.
[9] Dinastía XVIII.
[10] Antigüedades Judías, Libro II; 318
[11] Siglo I d.C.
[12] Siglo VIII o IX d.C.
[13] Dinastía XIX.
[14] Génesis 47.11.
[15] Estrabón XVII, 807
[16] Libro I: 36.7-12
[17] Dinastía XIX.
[18] Dinastía XVIII.
[19] Ea/Yo.
[20] Atum-Ra.
[21] Amonet.
“Éxodo” significa “salida”, es el libro de la “liberación” del Pueblo de Dios de la esclavitud egipcia, y el nacimiento de Israel como nación que quiere obedecer a Dios, en la Ley, y adorarle en el Tabernáculo.
El título original es “We'elleh Shemoth”, “Estos son los nombres”, son las primeras palabras del Éxodo, como continuación del Génesis, aunque el poder libertador del Éxodo fue lo primero que conoció de Dios el Pueblo; el conocer su poder creador eterno vino después, aunque en la Biblia es lo primero, en el Génesis.
Al final del Génesis eran 70 personas las que fueron a Egipto, la familia de Israel[1]. En Éxodo, después de 430 años, eran 3 millones de personas. El Pueblo de Dios, que estaba esclavizado por los egipcios[2].
A. Egipto.
1. Egipto en los Tiempos Bíblicos.
En la Tabla de las Naciones, como algunos comentaristas prefieren llamar al capítulo 10 del Génesis, se menciona el origen entre otros, del mismo Egipto. Dos de los descendientes de Cam, hijo de Noé y sobreviviente del diluvio, fueron Mizraim y Patrusim. Uno pobló la zona del delta, el otro la tierra más cercana a las misteriosas fuentes del “canal”, del hebreo “Sheor”, “corriente”, como los antiguos se referían al Nilo; esto es, que desde antiguo se reconocía la dualidad en el Bajo y el Alto Egipto.
Algunos han querido ver en Mizraim al “Faraón Menes” fundador de la Primera Dinastía, mencionado por Manetón, pero dicha identificación es incierta. Sin embargo, es notable que hasta el día de hoy los árabes conozcan a la tierra del Nilo como “Misr” o “la tierra de Cam el Negro”. Lo curioso es que los mismos habitantes de Egipto hablaran de su tierra como “Kemet”, “la Negra” o “Tauy”, “las Dos Tierras”.
Abraham hizo, en algunas oportunidades, visitas al país; por los registros bíblicos parece que tuvo relaciones comerciales, ya que adquirió una sierva egipcia llamada “Agar”[3]. Si bien no hay ninguna evidencia arqueológica de estos episodios, la situación reinante en Palestina con relación a sus enlaces y sus respectivas rutas comerciales o a los movimientos migratorios semitas, coinciden con los registros egipcios del viaje de Sinuhe y con las descripciones del Papiro Anastasi I.
Tiempo después, José es vendido como esclavo a Egipto por comerciantes ismaelitas a un hombre importante llamado Potifar, cuya esposa intentó seducirlo mientras ministraba en el interior de la casa. Es relevante la evidencia documentaria de mujeres ricas en busca de aventuras extramaritales, como lo muestra el Papiro Westcar.
En consecuencia, el hebreo es encerrado en prisión y finalmente alcanza un puesto de primer ministro ante la corte del Faraón por el arte de interpretar sueños y predecir siete años de abundancia y otros siete de hambre en el país bien amado. Existe evidencia de siete años de escasez en una inscripción sobre un bloque de granito en la isla de Sehail, que data de la Época Ptolemaica aunque la leyenda seguramente es mucho más antigua.
La historia de José, tal como la leemos en el Génesis, concuerda a grandes rasgos con las costumbres egipcias, las viviendas, el funcionamiento penitenciario, el cargo de segundo en el reino, coinciden con lo que hoy se sabe del período en cuestión.
2. Historia del Antiguo Egipto.
Los primeros pobladores de Egipto alcanzaron las riberas del Río Nilo, por entonces un conglomerado de pantanos y foco de paludismo, escapando de la desecación del desierto del Sahara. Las primeras comunidades hicieron habitable el país, y se estructuraron en torno a aldeas llamadas nomos. Andando el tiempo, los nomos se hicieron la guerra hasta reunirse en dos naciones, el Alto Egipto y el Bajo Egipto, para quedar finalmente unificados por Menes hacia el año 3100 a.C., transformándose este en el primer Faraón.
La Historia del Antiguo Egipto se divide convencionalmente en 30 Dinastías, según la narración del historiador antiguo Beroso. La primera etapa es llamada el Reino Antiguo Egipcio. Inicialmente la capital estuvo en Tinis, pero fue trasladada a Menfis durante la III Dinastía. En ella comenzó también la obsesión por construir pirámides, gracias al Faraón Zóser o Djoser, pero fue en la IV Dinastía, con Keops, Kefrén y Micerinos, con quienes se construyeron las pirámides más altas. Sin embargo, el esfuerzo económico invertido en ellas determinó que durante el gobierno de Pepi II, el Estado se hundiera sobre sí mismo y cayera en una suerte de anarquía feudal.
Hacia el año 1750 a.C., los guerreros de la ciudad de Tebas unificaron Egipto por las armas, fundando el Reino Medio Egipcio. En éste, Egipto vivió una época de paz y armonía, aunque su espíritu inicial, presidido por el concepto de ma'at, se vio quebrado.
El Reino Nuevo prosperó bajo varios Faraones competentes, pero cuando asumió el poder Amenofis IV (1377-1358 a.C.), éste tomó el nombre de Ekhnatón o Akenatón, que significa “el que agrada a Atón”, e intentó promover una reforma religiosa en torno a un nuevo culto, monoteísta, el Atonismo, en torno a un dios-Sol llamado Atón. Atón se simboliza con un gran disco solar alado. Erigió la ciudad Aket-Atón, después El-Amarna, consagrada al dios Atón, a donde se retiró para adorar a su dios. Hizo construir templos con grandes patios, ya que el culto solar debía hacerse al aire libre. Junto a Akenatón, reina como gran visir “Irso sirio”. Algunos historiadores lo han identificado con el José del Génesis, lo cual explicaría la irrupción del monoteísmo en Egipto, por influencia hebrea. Coincide asimismo con la prohibición de los sacrificios en los templos, embargo de la propiedad durante los siete años de hambre suministrando trigo a cambio de la propiedad, quedando todo el país en manos del faraón, que después alquila el terreno a cambio de la quinta parte de la cosecha. El enfrentamiento de Akenatón con las clases sacerdotales degeneró en una sangrienta guerra civil. Durante su reinado, Egipto perdió Palestina y Siria, que pasaron a manos de amorreos e hititas.
Tras el breve reinado de su yerno Sakare, subió al poder otro de sus yernos: Tutankhatón, que significa “la vida de Atón ya es perfecta”. Abandona el culto a Atón y se reconcilia con los sacerdotes de Amón, cambiando el nombre por el de Tutankhamón, restituyendo el culto tradicional politeísta. Murió cuando tenía unos 20 años de edad, tras nueve años de reinado (1358-1349 a.C.). Le sucede Aï (Aya) un antiguo cortesano de la corte del fallecido Akenatón. Gobernó durante cinco años (1349-1345 a.C.).
El general Haremhab (1345-1318 a.C.), reorganiza el ejército. Luego de él, Paramsés, bajo el nombre de Ramsés I, que significa “Ra le dio la vida” reinó año y medio (1318-1317 a.C.). Procedía de una prestigiosa familia militar, del entorno de la ciudad hicsa de Tanis-Avaris. Su hijo, Sethi I, cuyo nombre hacía honor al dios Seth, mantiene sin embargo como dios principal a Amón, sobre los dioses Ra, Ptah y Seth. Reconquista Palestina, Líbano y Kadesh, no pudiendo llegar hasta el río Éufrates debido a la oposición de los hititas.
Un Faraón algo posterior, Ramsés II, intentó levantar nuevamente el poderío egipcio, pero debió llegar a un acuerdo con el Imperio Hitita, al tiempo que arruinaba a su país llenándolo de templos.
Según las inscripciones de Medinet-Habú, cerca de Tebas, los filisteos formaban parte de los Pueblos del Mar que Ramsés III derrotó en torno al año 8 de su reinado, aproximadamente en 1175 a.C. Los relieves reflejan una batalla tanto en tierra como naval. Algunos autores sostienen que es la primera batalla marítima de la historia, pero sabemos que hubo una expedición naval en tiempos de Sargón de Acad (2334-2279 a.C.) a la Isla de Dilmún o lo que es la actual Manama, en el Golfo Pérsico.
3. La invasión de los Hicsos.
El Reino Medio se hundió por obra de invasores extranjeros venidos de Siria, los hicsos. Estos dominaron el Delta del Nilo, es decir, el norte del país, durante unos cien años, y trataron a los reinos del sur como simples vasallos o tributarios suyos. Finalmente, bajo la guía de Amosis, fundador de la dinastía XVIII, los egipcios se sublevaron y enviaron a los hicsos de regreso al Medio Oriente, donde los cercaron y exterminaron por completo (1580 a.C.). Surgió así el Reino Nuevo Egipcio, que por primera vez abandonó su política aislacionista para involucrarse en los eventos políticos de Medio Oriente.
Un dato que no podemos pasar por alto es lo que menciona Génesis 41.43, sobre el nombre que recibió José en su ascenso: “Avrekj”. Esta expresión es una transliteración y no se sabe a ciencia cierta su verdadero significado, pero la versión siríaca de la Biblia lo traduce como: “Padre gobernante” y la Vulgata de Jerónimo como: “que toda rodilla se doble ante él”. El hecho de que así fuera llamado cuando montaba en el carro triunfal del Faraón y de que haya recibido el anillo del sello, posiblemente con el emblema del escarabajo, al producirse la invasión de los Hicsos, algunos de sus faraones, cuyos amuletos eran escarabajos, llevaban nombres semitas con el elemento de la divinidad, concuerda con lo que dice la obra de Manetón, hoy desaparecida. Esta es rescatada por el historiador judío Flavio Josefo en el siglo I d.C., donde relaciona a los israelitas con los llamados Hicsos, que significa “gobernantes de los países extranjeros”. Es dudosa su procedencia, por lo que se sabe fue una invasión asiática, que según se cree, sucedió entre las dinastías XIII y XVII y que gobernaron durante unos doscientos años; otros prefieren fecharlos entre las dinastías XV y XVI.
Algunos comentaristas sitúan la entrada de José con el período de los hicsos ya que, según Génesis 47.20, José llego a ser dueño de casi todo Egipto a excepción de los bienes del Faraón y de sus sacerdotes. No hay ninguna evidencia bíblica acerca de que grupos asiáticos estuviesen instalados en el delta antes de la llegada de Israel[4].
Según los textos hebraicos, la corte real estaba compuesta solo por egipcios, Potifar era uno de ellos. Además, José tuvo que servirles la comida a sus hermanos en una mesa aparte, “porque los egipcios no soportan comer con los hebreos, cosa detestable para ellos”[5]. Esto no hubiera sido necesario si los habitantes del palacio hubiesen sido semitas.
Algunos comentaristas creen que había tres grupos: Los Israelitas, los egipcios y las hordas invasoras de los hicsos. Para su exposición utilizan el relato de Éxodo 1.8 que menciona lo que sucedió después de la muerte de José. Allí dice: “Se alzó en Egipto un nuevo rey, que nada sabía de José”. Este nuevo rey, sin duda era de otra dinastía, bien podría ser un gobernante hicso, ya que no reconocía al pueblo del difunto José ni el cargo que ocupó. Él “dijo a su pueblo: "Mirad, los israelitas son un pueblo más numeroso y fuerte que nosotros”[6]. Es improbable que los israelitas hubieran sido más numerosos que todos los habitantes de los nomos de Egipto, en cambio, si hubieran sido unas dinastías invasoras evidentemente eran un grupo más reducido: “Tomemos precauciones contra él para que no siga multiplicándose, no sea que en caso de guerra se una también él a nuestros enemigos para luchar contra nosotros y salir del país”[7]. Es posible que si era una dinastía de hicsos temieran que los hebreos se unieran a los egipcios en una posible guerra. Pero desgraciadamente es una etapa muy oscura y la invasión de estos extranjeros no se entiende con claridad. Las inscripciones de las tumbas nos silencian el hecho.
Existen algunas excepciones, como la estela descubierta por A. Mariette en Tanis, en 1863. Al parecer habla de los hicsos y su supuesto dios Set. Asimismo, la Tablilla Carnarvon habla de la derrota de este pueblo semita. Además, hay mucha incertidumbre en cuanto a las dinastías que presenciaron los acontecimientos.
4. El Éxodo Bíblico en los Textos Egipcios.
Las relaciones entre el Antiguo Testamento y el país del Nilo siguen representando un gran misterio histórico para los egiptólogos y biblistas. Los datos recogidos aquí no pretenden ser originales, pues han sido abordados por un buen número de especialistas, más sí su enfoque. Tal vez en el pensamiento mágico-religioso se hallen las claves para su mejor comprensión en el marco de la mentalidad mítica de los pueblos de Oriente.
Reconstruir el éxodo bíblico a partir de las fuentes egipcias es una tarea muy complicada. Los testimonios provenientes del antiguo Egipto con relación a la existencia de los israelitas son nulos en la primera mitad del segundo milenio antes de Cristo, con excepción del papiro Anastasi I, donde únicamente encontramos una descripción geográfica.
Hasta el momento, la primera mención que se hace en una inscripción egipcia a la existencia de Israel como pueblo, es en la estela del Faraón Merneptah, hijo de Ramsés II[8], piedra de basalto negro que data del siglo XIII a.C., donde se lee: “Israel ha sido arrasado y su descendencia no existe”.
Es cierto que muchos han relacionado a los hebreos con él termino âpiru (‘pr.w), como aparece con anterioridad en los textos de Amarna[9], refiriéndose a un hostil pueblo hurrita; pero esto es dudoso. Sin embargo, la Biblia desde los primeros capítulos hace alusión a Egipto más de setecientas veces, ya sean citas directas o referencias simbólicas.
Por lo tanto, para facilitar nuestro estudio, hemos recurrido en parte a la metodología inversa que creemos es inevitable para nuestros objetivos; a saber, ver a Egipto en el Imperio Antiguo y Medio a partir de las menciones testamentarias y tratar de secuenciarlas con las pruebas documentarias disponibles.
a. Egipto en el Antiguo Testamento.
Los problemas que plantea abordar este tema desde estas dos perspectivas se deben a razones bien delineadas. En primer lugar, si el origen del pueblo hebreo como sociedad autónoma y organizada se lo debe a un espectacular escape hacia Canaán, es hasta cierto punto lógico que esté ausente de los registros egipcios. Una derrota tal a su orden político y religioso seguramente fue borrada deliberadamente de sus anales en resguardo de sus divinidades; siendo en consecuencia recordada detalladamente en la memoria hebrea y descripta en el Pentateuco como un acto salvador de su Dios.
En segundo lugar, los testimonios arqueológicos son en buena medida fragmentarios, lo que dificulta la reconstrucción de la historia antigua y datación cronológica de Oriente desde un método sistemático.
El principal canal que ha conservado a través del tiempo, es decir, sin interrupción, una memoria “histórica” de este período es sin duda el Antiguo Testamento. Esto, por un lado refleja una ventaja, la de seguir la historia egipcia a partir de las narraciones del libro de Génesis y del Éxodo pero, por el otro, plantea una dificultad, ya que el motivo que los reviste es religioso y este es siempre subjetivo. La tarea de conservación bíblica se efectuó por razones mayormente de orden sagrado y, al igual que los textos egipcios, bajo la supervisión de una clase sacerdotal. Como veremos, en el relato de la esclavitud y escape de Egipto prevaleció el elemento de supremacías de dioses; es decir, Adonay en aumento de los dioses egipcios.
b. El origen de Egipto según el Génesis.
Solo es posible entender si se dejan definidos dos asuntos: Por un lado, el problema cronológico y la dificultad de armonizar los hechos arqueológicos y epigráficos con la historia tal como la registra el Pentateuco; y por el otro, las profundas cuestiones religiosas que estuvieron enraizadas en las mentalidades de ambos pueblos.
1) El problema de las fechas.
No existen dudas en cuanto a la estancia de los israelitas en Egipto; la presencia semita está bien atestiguada y, por lo tanto, es un tipo de conclusión que debemos aceptar. No es el tipo de tradición que un pueblo inventaría: La esclavitud es un recuerdo humillante para cualquier nación. El problema aquí no es de orden histórico, es decir, si ocurrió o no, sino de orden estructural, es decir, cómo ocurrieron los acontecimientos y cuándo.
El tema de las fechas es un asunto delicado y por eso debemos abordarlo con cautela. Mientras que la cronología bíblica sitúa el éxodo en el siglo XV a.C., la datación que sugiere el registro arqueológico es alrededor del siglo XIII a.C. La razón de esta diferencia se debe a dos factores:
a) Es imposible armonizar los trabajos de campo debido a que los investigadores de Palestina se manejan con herramientas muy diferentes a las que utilizan los egiptólogos, ya sea por la naturaleza de las fuentes escritas como por los materiales a estudiar; y
b) Los registros de Israel no mencionan el nombre de ningún Faraón hasta el período monárquico; por lo tanto, no es factible establecer ninguna concordancia con las dinastías conocidas.
2) La dificultad de armonizar ambas cronologías con los trabajos de campo.
Mientras que la cronología hebrea se basa en los cómputos de tiempo que da el Antiguo Testamento y en períodos generacionales de cuarenta años, se puede sumar desde que Abraham entró en la tierra prometida 430 años, de los cuales solo 215 años estuvieron en tierra extranjera; esto nos llevaría al año 1513 a.C., para la salida de los israelitas de Egipto. Josefo habla del día trece del mes lunar Jántico, pero dice que el período de 430 se debe contar desde que entraron al país del Nilo[10].
Como sea, muchos dudan que estas generaciones de 40 años sean literales, lo que dificulta el asunto, además de contradecir las pruebas arqueológicas. En ausencia de una tradición escrita se ha notado que muchos pueblos han utilizado el número cuarenta.
Por otro lado, la cronología egipcia está apoyada en evidencia fragmentaria. Los historiadores se basan en la Piedra de Palermo, que está incompleta, donde se presenta lo que se consideran las cinco primeras dinastías. El papiro Turín, que está compuesto de muchos fragmentos, que proporcionaría la lista de reyes desde el Reino Antiguo hasta el Nuevo. Y, finalmente, se coordinan con los textos de Manetón, que habla de treinta dinastías, ayudados por cálculos astronómicos. Pero las dudas que arrojan tales fuentes son múltiples. La obra de Manetón usada para ordenar el rompecabezas que presentan las pruebas arqueológicas está perdida y solo se recuperó de citas de otros escritores antiguos como Josefo[11], Sexto Julio Africano, unos 500 años después, y Sincelo[12].
Es muy difícil saber con seguridad lo que es auténtico o lo que es adulterado en Manetón. Es formidable que reyes y hasta dinastías enteras hayan gobernado al mismo tiempo, lo que reduciría la cuenta del tiempo asignado de manera considerable. Definitivamente los egiptólogos han depositado demasiada confianza en las inscripciones antiguas, pero la integridad moral de los escribas egipcios es con seguridad muy cuestionable.
Sumado a todo esto, los trabajos de campo difieren en la metodología y en la tarea interpretativa. Mientras que en Palestina, por la naturaleza de sus sitios y de sus fuentes escritas, que están relativamente intactas, se reconstruye una secuencia de acontecimientos en forma ininterrumpida y se les asignan fechas muy bajas; no sucede igual con los sitios egipcios. Estos han sido depredados por los llamados “padres de la Egiptología” e incluso antes de la invasión napoleónica, asignándoles fechas muy altas.
3) El enigma del Faraón.
Este tema ha sido fuente de controversia ¿Por qué la Biblia niega el nombre de los soberanos pero a cambio da el nombre de las parteras que asistieron al nacimiento, entre otros, del niño Moisés?
Una de las razones es que quizá haya habido implicaciones de orden religioso. El Faraón, “Gran Casa”, era para su teología un dios encarnado en la tierra. El halcón Horus, el amanecer, símbolo de la resurrección, era la unión entre el cielo y la tierra. Toda su actividad cívica era vista como un rito que protegía a Maât, la justicia y la verdad. Es posible que exista alguna relación entre la función sagrada del Faraón y el enigmático jeroglífico hallado en un papiro en Abidos llamado “la Casa de la Vida”. En consecuencia, el nombre de los faraones llevaba implícito, ya sea en su escritura como en su simbolismo, el nombre de alguna divinidad; lo que mencionarla bien podía significar reconocer su misma existencia y los israelitas no reconocían la existencia de ningún Dios vivo a excepción de Adonay, las demás divinidades eran inertes, dioses de palo y piedra. Esto se hace evidente en el nombre egipcio de algunos personajes bíblicos, como el mismo Moisés, que tiene la misma terminación de Ra-mesés, o Tut-mosis por ejemplo, pero en el que está ausente el elemento concerniente al nombre de la divinidad.
Cabe agregar, a propósito de lo dicho, que el encontrar nombres egipcios en los personajes del Éxodo, como Ofní, Fineás o Merarí, predominantemente en la tribu de Leví, es una prueba contundente de la relación que hubo entre los semitas y los egipcios. Mientras que Fúa y Sifra, las parteras en Éxodo 1.15, son de procedencia hebrea y por lo tanto de una grafía muy antigua.
Por todo lo antes dicho, no es posible hasta el momento relacionar a los monarcas egipcios que menciona el Génesis ni al Faraón que vivió en la época de Moisés con ningún nombre mencionado en las inscripciones.
4) Ramsés II.
Éxodo 1.11, habla que los israelitas fueron obligados a trabajar en la construcción de dos emplazamientos, Piton, “Casa de Atum”, identificada tentativamente con Tell Rettaba, y Ramesés, “Casa de Ramsés”; San el-Hagar o Avaris, capital de los Hicsos, conocida en los textos griegos como Tanis.
Este hecho ha animado a muchos egiptólogos a relacionar el nombre de esta construcción con el Faraón Ramsés II[13], basándose en las inscripciones del mismo faraón en la que afirma haber edificado una ciudad que lleva su nombre: Per-Ramsés, con mano de obra de esclavos. Sin embargo, esta identificación es sumamente dudosa, el sitio mencionado por los registros hebreos era un depósito mientras que el que menciona las inscripciones egipcias era la capital misma. Por otra parte, aunque el faraón que protagonizó el éxodo hubiera sido Ramsés II, la prueba sigue siendo irrelevante, ya que el sitio que menciona la Biblia fue edificado antes del nacimiento de Moisés[14].
En consecuencia, parece que lo único que tuvieron en común el sitio bíblico y la capital de Per-Ramesu, Per-Ramsés, fue solamente el nombre.
Exodo 12.37, dice que Israel partió desde este sitio rumbo al Sinaí. Sin embargo, Josefo identifica a Per-Ramesés con Letópolis, una localidad cerca de Menfis. Esto es apoyado por Estrabón quien la sitúa un poco más arriba del Viejo Cairo[15].
5) El duelo de los dioses.
Los egipcios eran dados a borrar registros de personas o acontecimientos que no les eran favorables. El mismo Tutmosis III hizo desaparecer el nombre de la reina Hashepsut de los bajorrelieves. En una inscripción acerca de un consejo del rey Jeti III (2120-2050) a su hijo, decía que si no gobernaba con sabiduría “los pueblos borraran tu recuerdo y el de tus ancestros”. Vale decir, que no nos extraña que el relato bíblico no tenga una correspondencia en la historia de Egipto. En cambio, lo que sí está reconocido por los testimonios es la penetración de grupos semitas en el delta oriental, y que constituyeron una verdadera amenaza. A mediados del Imperio Medio, Amenemhet I como protección contra las incursiones nómadas levantó “La muralla del príncipe” de la que nos habla Sinuhé. Un sistema defensivo de fortificaciones en los límites del delta oriental.
Por otra parte, el registro bíblico, no nos ayuda demasiado en cuanto a una reconstrucción de orden histórica. La naturaleza del mensaje que quiere describir, es la supremacía de su Dios “uno y verdadero” sobre los “falsos dioses de Egipto”.
Podemos observar el carácter teológico que reviste al relato de Éxodo y cuál fue el interés principal del cronista, razón por la cual poco importó mencionar los detalles que hoy intentamos explicar:
a) La lucha de las serpientes:
Cuando Moisés se presenta ante el Faraón, convierte su vara en serpiente para demostrar sus credenciales divinas. La serpiente en Egipto, era símbolo de sabiduría que poseía el mismo rey en su corona. Ahora ésta desafía a su capacidad de gobernar, por ello sus magos también convierten dos varas en reptiles, emblema de los dos reinos, pero la serpiente de Moisés resulta más poderosa que el Alto y el Bajo Egipto, devorando a las otras.
b) Las plagas:
i. El Nilo se convierte en sangre:
El carácter divino del río está bien atestiguado. Para los egipcios era el dios Hapy. Diodoro Sículo[16], habla de su crecida como algo maravilloso. Mientras que todos los demás ríos comienzan a decrecer en el solsticio de verano, este es el único que empieza a aumentar su cauce en ese momento, de manera tal que inunda gran parte del país. Por lo tanto, se celebraba el ritual de la crecida y su relación con el dios Sol. Más que un dios específico era un espíritu hermafrodita, aquel que orientaba y ordenaba las caóticas aguas primordiales en virtud de la conservación de la vida humana. Era el símbolo de la vida.
Para los hebreos, la vida residía en la sangre, Adonay salvaba mediante el derramamiento de ella en la tierra. En consecuencia, convertir el río sagrado en sangre era una bofetada al centro de la teología egipcia.
ii. Las ranas, los tábanos y los mosquitos:
La diosa rana Hegt y los dioses de la magia Ptah y Thot no pudieron hacer nada al respecto. Maestros de la brujería, eran vistos como deidades que mantenían el orden del cosmos.
iii. Peste al ganado y a los hombres:
Los egipcios despreciaban a los pastores, eran ganaderos por excelencia. El que sus animales fueran muertos por una peste no solo fue un golpe a su economía, sino también a los dioses Hator y Apis. Tampoco Isis, la diosa de la sanidad, que es simbolizada por las fases lunares, como el ojo y en el mobiliario de los templos tiene correspondencia con instrumentos quirúrgicos, tampoco pudo curar a sus adoradores.
iv. Tormenta con granizo y fuego:
Set, dios de la tormenta y el relámpago, era visto como una divinidad negativa enemiga de Osiris. Según los escritores antiguos era el dios de los hicsos, compatible con las divinidades semitas, como Baal, el dios del rayo. Reshpú, el controlador del fuego, no pudo ayudar a su pueblo, como tampoco Thot, el regulador del tiempo y los ciclos estacionales.
v. Plaga de langostas:
Esto fue un atentado a los ciclos de las cosechas y a los dioses de la fertilidad. El dios Min, relacionado con la fecundidad de la tierra negra, se lo representa bajo el símbolo del toro. En Grecia era asociado con Pan, el que rapta a las mujeres o el que fecunda a su propia madre.
vi. Período de oscuridad en la tierra:
Esto atentó contra el poder de las divinidades solares, símbolo de lo masculino, la salud y el orden. Atacó la dualidad Amón-Ra y a la triple manifestación de Horus, Isis y Osiris, funcionando como la voluntad poderosa, el soplo vital y fenómeno brillante.
vii. El golpe contra la dinastía del faraón al dar muerte a su primogénito:
El hijo del faraón era Horus, el disco solar alado, el astro naciente. Isis nada pudo hacer por su hijo-esposo. Tampoco Osiris pudo detener la llegada del ángel destructor de Adonay. Hasta Anubis, el señor de la necrópolis estuvo inerte.
c) Muerte del mismo Faraón en el Mar Rojo.
Los mares que circundaban el país, el mar Mediterráneo y Rojo o el Mar Grande (Uadye uer) y el Mar de Juncos (she iaru), como se conocía en la antigüedad, eran vistos como la sustancia primordial donde nacían y morían las demás formas. El agua era entendida como la vida. En los Textos de las Pirámides se puede leer un himno a las aguas divinas.
Es interesante notar que el ideograma del agua corriente VVV, este formado por el signo del agua V, de la luna V y de la mujer V, como símbolo vital. Thot, el controlador del orden del mundo y Amón, protector de la monarquía, se mostraron incompetentes ante el poder de Adonay sobre esta fuerza que asimiló al mismo Faraón o dios en la tierra.
Como se habrá podido observar, todo el relato está plagado de un mensaje religioso, y según se cree pertenecen a una tradición muy antigua, en donde se presenta a Adonay como el único Dios vivo y verdadero y los iconos egipcios no son nada más que la personificación de las fuerzas naturales creada por el mismo Dios hebreo.
Los milagros de la Biblia casi siempre ocurrieron dentro del marco de la historia nacional del pueblo hebreo. Pero en el caso del Éxodo es diferente. Esta fuente sitúa como testigo del regreso del pueblo de Moisés a la Tierra Prometida a la primera potencia mundial de la historia antigua: Egipto.
Reconstruir el éxodo bíblico a partir de las fuentes egipcias, es una tarea muy complicada. Los testimonios provenientes del antiguo país del Nilo con relación a la existencia de los israelitas son nulos en la primera mitad del segundo milenio a.C.
i. Hasta el momento, la primera mención que se hace en una inscripción egipcia de la existencia de Israel como nación, es en la estela del Faraón Merneptah[17], piedra de basalto negro que data del siglo XIII a.C.
ii. Es cierto que muchos han relacionado a los hebreos con él termino Avirú, como aparece con anterioridad en los textos de Amarna[18], refiriéndose a un hostil pueblo hurrita; pero esto es dudoso. Sin embargo, la Biblia desde los primeros capítulos hace alusión a Egipto más de setecientas veces, ya sean citas directas o referencias simbólicas.
6) El Panteón egipcio.
A pesar de que muchos han llegado a creer que los egipcios siempre fueron pueblo de muchos dioses, debemos retroceder cerca del 1375 a.C., cuando sube al trono el joven Faraón que pasaría a la Historia con el nombre de Akenatón. Durante los diecisiete años que duró su reinado impuso a todo el imperio una nueva religión monoteísta de adoración al Dios Supremo, Atón, cuyo símbolo visible era el disco solar, como fuente de radiación de la energía y de la luz. Hay algunos versos de Akenatón a su dios Universal que nos recuerdan a los salmos de los profetas judíos y más tarde, al Corán de Mahoma: "¡Oh Tú, Dios Único! ¡No hay otro Dios sino Tú!"
Más adelante, Atón fue suplantado por “Ra”, que era descrito como el "dios Universal”, el "señor de Todo" o simplemente era dios, como si no hubiera ningún otro. Ra fue conocido ciertamente en Mesopotamia con el nombre de Marduk, pero no fue allí un dios principal durante el Imperio Antiguo.
Sin embargo, hacia el final del Imperio Antiguo, Mesopotamia empezó a experimentar las mismas condiciones de sequía que habían afectado a Egipto durante mucho tiempo. Cuando Mesopotamia fue afligida progresivamente con la enfermedad del hambre y el exceso de población, Ninurta, el dios de la pestilencia y la destrucción, ganó en importancia. Ninurta era el dios de Sargón en Lagash, en donde se le llamó Ningirsu-kiag, “Amado del Señor Girsu”.
La adoración de Ninurta no trajo el consuelo para Acad y Sumeria dominadas por la sequía, por consiguiente Sargón recurrió a una medida aún más extrema. Después de que Sargón fundara la nueva ciudad de Agade, decidió restablecer el culto de Marduk-Ra. Esto fue considerado después como un pecado y un sacrilegio. Se dijo que el error de Sargón estuvo no en honrar a Marduk, sino en descuidar su ciudad tradicional de Babilonia. En otras palabras, no era la idea de reintroducir a Marduk lo que estaba equivocado, sino como fue implantado. En lugar de reconstruir el templo, el Esagil, y el zigurat, el Etemenanki de Marduk, Sargón restó importancia a Babilonia y construyó una “nueva Babilonia” en el recinto de Agade. Retrospectivamente, esto se convirtió más tarde en la explicación de los problemas de Sargón en su reinado, y también fue utilizado para justificar la definitiva destrucción, abandono y maldición de la gloriosa Agade. No sería hasta los tiempos de Hammurabi de la I Dinastía de Babilonia cuando los antediluvianos templo y zigurat, la “Torre de Babel” de Marduk-Ra fueron finalmente reconstruidos.
Los faraones de principios del Imperio Medio egipcio vivieron en tiempos en los que todo estaba patas arriba, no solo en términos de política sino también a lo referente al tiempo. El clima tradicionalmente moderado de Mesopotamia estaba secándose. Sin embargo, en Egipto, los beneficiosos diluvios regresaban después de 150 años de cosechas pobres. En respuesta, la Dinastía de Sargón empezó a restaurar en Egipto el culto del panteón completo. Los nombres egipcios asumidos por los faraones de la XI Dinastía indican claramente un cambio en el dios patrón. No honraban al dios sol Ra, sino al dios de las aguas, Ptah[19]. También honraron a Montu, el cual reflejaba los vientos políticos predominantes de caos y conflicto. La iniciativa de Sargón de renovar el culto de Marduk-Ra en una Mesopotamia sedienta de agua fue juzgada como mal aconsejada. Fue abortada por el cuarto rey de la dinastía, Gudea, junto con la nueva ciudad de Agade. Por otro lado, el retorno de todos los dioses a Egipto fue coronado con un éxito inmediato y duradero. Esto tomó forma no solo en la reanimación de los cultos individuales, sino especialmente en un nuevo culto llamado Amón. Amón se convirtió en el dios de cuatro prominentes faraones de la XII Dinastía.
En un himno a Amón fechado en la XVIII Dinastía egipcia se lee: “Los Ocho dioses fueron tu primera forma, hasta que tú los completaste, siendo Uno..."
Durante la XVIII Dinastía, los ocho dioses de Egipto eran:
a) Atum-Ra (Marduk), el dios solar que se creó a sí mismo.
b) Ptah (Ea/Enki), el hábil modelador y salvador de la humanidad.
c) Shu (Enlil), señor del aire, figura autoritaria y disciplinaria.
d) Geb (Ninurta), dios de la tierra y la vegetación, conocido como "el heredero".
e) Montu (Seth/Baal), el dios guerrero, y astrónomo del cielo nocturno.
f) Osiris (Dumuzi), dios del vino, el dios muerto y resucitado.
g) Horus el Viejo (Ishkur/Adad), el dios de las montañas y del rayo.
h) Thoth (Utu/Nabu/Ningishzidda), el dios de la escritura, la sabiduría, la meditación, la curación, la momificación, y el último guardián de las Pirámides.
El obelisco era principalmente un símbolo solar y se utilizaba para hacer medidas solares. Amón era un dios solar después de Atum-Ra. Hatshepsut y otros monarcas orgullosamente erigieron obeliscos al Templo principal de Amón, en Karnak. Como Ra Marduk, Amón era el dios de la "montaña pura", o la pirámide. También, al igual que[20], se consideraba que Amón se creó a sí mismo. Él era su propio padre y su propia madre. Esta cualidad de Atum, había sido antes un atributo de Ptah.
El culto recientemente formado de Amón no era exclusivo, sino exhaustivo. Amón poseía originalmente las naturalezas masculina y femenina[21]. El culto incluía todos los principales dioses y diosas.
Sargón y sus sucesores fueron especialmente devotos de la diosa Isis. Después de que “las cuatro regiones del mundo” fuesen dominadas una vez más, Montu dejó de ser un dios de los reyes de Egipto. El popular nombre de Montu-hotep, “Montu está en plenitud”, fue reemplazado por el de Senu-sret, “hombre de Sret”. Sret era una forma de Isis como una “diosa de la Tierra” o más específicamente, diosa de las minas en donde se encontraban metales preciosos y joyas. La nueva casta de reyes prefirió ser considerada no como merodeadores, sino como constructores, artesanos, pastores y amantes. En la XII Dinastía, el nombre del rey Senusret fue el segundo más popular después que el de Amón.
Hacia el final de la Era de los Dioses, Thoth asumió el papel del retirado Ptah como dios que se creó a sí mismo. La Octoada de Khmenu fue asociada a Thoth en vez de a Ptah. Como dioses de la fertilidad, Ptah y Thoth fueron adorados en la forma de Min-Kamutef, esto es, “Min, el Toro de su Madre”. El incesto entre madre e hijo era practicado por los dioses, y continuaba siendo un aspecto divino venerado en el culto de Amón. En Mesopotamia, Ptah fue llamado Enki, el Toro de Eridu. En Egipto, el toro sagrado de Ptah fue denominado Apis. Este atributo de fertilidad de Min fue asimilado al culto de Amón, el cual fue asimismo llamado Amón-Kamutef. Amón fue descrito como un joven viril, y a veces con el pene erecto como Min.
[1] Éxodo 1.5.
[2] Éxodo 1; 12.40, Números 1.46.
[3] Génesis 12-13.
[4] Génesis 46.5-6.
[5] Génesis 43.32. Ibid
[6] Éxodo 1.9. Ibid
[7] Éxodo 1.10. Ibid
[8] 1224-1204 a.C., Dinastía XIX.
[9] Dinastía XVIII.
[10] Antigüedades Judías, Libro II; 318
[11] Siglo I d.C.
[12] Siglo VIII o IX d.C.
[13] Dinastía XIX.
[14] Génesis 47.11.
[15] Estrabón XVII, 807
[16] Libro I: 36.7-12
[17] Dinastía XIX.
[18] Dinastía XVIII.
[19] Ea/Yo.
[20] Atum-Ra.
[21] Amonet.