8. Distribución de la tierra.
Se había repartido tierra a algunas de las tribus[1] antes de tomar posesión de ella. El remanente de la tierra presentaba un reto continuo a la fe de estas tribus que todavía no se habían establecido.
Aunque todo Israel había luchado concertadamente para establecerse en la tierra prometida, las tribus tomaron posesión de sus territorios en varias maneras, tiempos diferentes y con grados variables de éxito. Las dos y media tribus del oriente pidieron y recibieron de Moisés el área oriental del río. Al occidente del río, Judá, Efraín y Manasés, habían tomado tierra para ellos y luego hicieron que Josué se las asignara[2]. Sin embargo, las siete tribus restantes no tuvieron este éxito. En su caso, Josué hizo que se explorara la tierra, la dividió en siete áreas geográficas apropiadas y luego echó suertes para su distribución[3]. Era entonces asunto de cada tribu reclamar su porción.
9. Tierra todavía por conquistar.
El libro de Josué presenta dos perspectivas de la naturaleza y alcance de la ocupación de Canaán por Israel: Batallas relámpago y espectacularmente exitosas en la conquista de toda la tierra[4], y una serie de muchas batallas durante un tiempo largo con grandes áreas de territorio del que poco a poco tendrían que tomar posesión luego de la conquista. La tensión se puede disipar haciendo ver dos factores:
a. Los historiadores bíblicos presentan su material de acuerdo con esquemas teológicos.
A veces, como en el caso de los libros de Reyes y Crónicas y de los Evangelios, los diferentes autores presentan la misma historia desde ángulos diferentes. Para enfatizar sus puntos, seleccionan material con cuidado, organizándolo por temas y no necesariamente en orden cronológico, y editándolo como sea necesario. Escriben una historia para provocar la memoria e inspirar la visión, no solamente como crónica de eventos. Nuestro narrador celebra que, cuando terminan las asombrosas campañas de Josué, se acaba la resistencia cananea. Por la “tierra”, él implica tanto el territorio como sus habitantes. Ahora que los pueblos de la tierra han sido vencidos, puede decirse que toda la tierra, en su sentido geográfico, ha sido tomada. Esa memoria ayudó a Israel para darle fuerza y establecerse en la tierra que faltaba.
b. La ampliación.
La posesión de la tierra por parte de Israel y el resto que sucedió, son temas ampliados, porque la tierra fue tomada “poco a poco”[5], pero nunca totalmente[6]. Las generaciones futuras debían desempeñar su parte[7]. El autor de Crónicas usó Jueces 3.1–4 para presentar a David como mayor que Josué porque “derrotó a los filisteos, y los humilló, y tomó a Gat y sus villas de mano de los filisteos. También derrotó a Moab, y los moabitas fueron siervos de David, trayéndole presentes. Asimismo derrotó David a Hadad-ezer rey de Soba, en Hamat, yendo éste a asegurar su dominio junto al río Éufrates” [8]. Isaías vio el cumplimiento de estas fronteras nacionales ideales en la era mesiánica[9]. En cualquier punto dado durante el proceso de posesión de la tierra, puede decirse que Dios cumplió su promesa. Además, cada cumplimiento individual fue parte del cumplimiento último y podía reconocerse como tal.
Las tierras que quedaban, eran:
a. El territorio que se convirtió en Filistea, desde el río Nilo hasta Ecrón. Aunque más tarde gobernada por los filisteos esta tierra era parte del territorio cananeo prometido a Israel. Los aveos vivieron en las cercanías de Gaza.
b. El territorio de los cananeos desde Araj, un sitio no ubicado, de los sidonios hasta Afec, al sudeste de Biblos, y los amorreos, probablemente el reino de Amurru en la región del Líbano.
c. El territorio de los gebalitas, es decir, el área de Biblos y todo el Líbano al oriente de Baal-gad al pie del monte Hermón a la entrada de Hamat.
d. Otras áreas todavía quedaban por ser tomadas: Ciudades estratégicas en el valle de Jezreel-Meguido, Taanac, Ibleam, Endor y Bet-seán. La llanura costera, Afec, Gezer y Dor. La ciudad de Jerusalén y los territorios de Gesur y Maaca.
Estos comentarios muestran que Israel cinceló su territorio en las montañas de Palestina, mientras las poblaciones nativas permanecieron en las llanuras porque intimidaron a Israel con sus carros de hierro[10].
10. Distribución de la tierra al oriente del Jordán.
El capítulo 13 trata de dar una idea total de la tierra al oriente del Jordán que Moisés distribuyó. La distribución se vincula con 12.1–5. La media tribu de Manasés se menciona primero para vincularla con Josué 13.7, no porque fuera más importante.
a. Rubén, Gad y Manasés oriental.
1) La tribu de Leví.
Josué 13.14 y 33 hacen la función de un marco para una relación más detallada de la distribución de la tierra a las tribus orientales. En esta forma, la herencia de los levitas, el Señor y sus ofrendas, se enfatiza tanto como se distingue. La mejor herencia era el compañerismo con el Señor mismo, accesible a todos los que la desean, mostrando que la herencia no estaba vinculada confusamente con la tierra misma.
2) La tribu de Rubén.
Esta sección registra primero 12 ciudades capturadas y luego la historia de la conquista de la tierra al oriente del Jordán. Todo el reino de Sijón debe ser restringido, porque en el Josué 13.27 parte de él le correspondió a Gad. Aquí se tiene en vista la parte que se extendía sobre la meseta. Se menciona la derrota de Sijón, rey de los amorreos añadiendo la de los jefes de Madián y de Balaam el adivino, para subrayar el cambio político y espiritual de administración que Moisés, el legislador, había llevado a cabo en la tierra.
3) La tribu de Gad.
Josué 13.25 da un panorama y fija un límite al oriente, en tanto que Josué 13.26 fija límite al sur y al norte y Josué 13.27 hace una lista de los reclamos en el valle del Jordán. La fórmula introductoria significa que nada menos que Moisés les dio este patrimonio. Incluía todas las ciudades de Galaad cercanas a Jazer en Galaad del sur. La mitad del territorio de los hijos de Amón se refiere a la parte occidental, entre el Arnón y el Jaboc, no la oriental.
4) La media tribu de Manasés.
La frontera más al sur para la tribu descendiente de Maquir, hijo de Manasés, se dice ser Majanayim, pero no se hace ningún intento para definir en forma precisa sus fronteras. Estas difícilmente encajan con la descripción en Deuteronomio 3.4.
Manasés, como primogénito de Jacob, era excepcional por el hecho que recibió dos porciones, a pesar de la preferencia expresada por Jacob en Génesis 48.
11. Distribución de la tierra al occidente del Jordán.
La introducción a la distribución del territorio al occidente del Jordán, menciona por nombre la tierra, los administradores, el método, las tribus y la garantía legal. Los egipcios se referían a esta tierra como “Canaán”.
El Señor dirigió la distribución por medio de sorteo[11] mientras que Eleazar el sacerdote, Josué y los jefes de las casas paternas de las tribus intervenían en la decisión y la administraban. A Eleazar se le menciona primero porque Josué se puso frente a él a la entrada del tabernáculo de reunión y le pidió que consultara el Urim y el Tumim, instrumentos que daban respuestas de “sí” o “no” a preguntas específicas.
Aquí están en mira las nueve tribus y media del occidente, no las dos tribus y media del oriente. En Israel, los primogénitos recibían una doble bendición[12]. Sin embargo, Jacob, el padre de todas las tribus, hizo una excepción. Pasó sobre Rubén, el primogénito que tuvo con Lea, la esposa que no amaba[13] y en su lugar dio la doble porción a José, el primogénito de su amada Raquel. Lo hizo elevando a los dos hijos de José, Manasés y Efraín, a la posición de tribus completas junto con sus propios hijos Rubén y Simeón[14]. Más adelante la ley mosaica rechazó esta práctica. Se volvió a excluir a los levitas. En Josué 13.14 se enfatiza su herencia espiritual; aquí se satisfacen sus necesidades prácticas[15]. Nada menos que Moisés, a quien se llama “siervo del Señor”[16] y “hombre de Dios”[17], aprobó este procedimiento. Como las tribus siguieron a perfección la legislación de Moisés, sus reclamos fueron válidos.
a. Primeros repartos en Gilgal: Judá y José.
1) Judá.
El nombre Caleb significa “perro” y puede reflejar la posición honrosa de este fiel y humilde “siervo” del Señor[18]. En las cartas de Amarna y de Laquis, los vasallos usan el término para ellos mismos para expresar su lealtad a los reyes. El narrador se refiere a él como un quenezeo por razón de su padre[19]. Su porción excepcional se le da primero por causa de su dedicación íntegra al Señor, que se repite tres veces para poner énfasis[20], y ejemplificaba la forma en que las tribus iban a reclamar su tierra aun en contra de enemigos formidables[21]. Con esa clase de fe, la tierra reposó de la guerra.
Después de una introducción, la historia de Caleb tiene tres partes:
a) Su derecho legal basado en la fe y la palabra de Dios[22],
b) Su derecho de reclamarla por fe y guerra[23], y
c) La concesión de Josué[24].
El reclamo de Caleb se basó en la promesa de Dios de darle a él y a Josué la tierra en conexión con su fidelidad en el reconocimiento desde Cades[25]. La convicción de Caleb de no socavar la moral del pueblo, le ganó vida y una herencia[26]. La tierra sobre la cual había caminado en aquella ocasión no era la ciudad de Hebrón o las tierras de pastoreo inmediatas, sino los campos y las aldeas alrededor.
La promesa de Dios aseguraba que la heredad de Caleb no debía determinarse por sorteo. Probablemente los hombres de Judá lo acompañaron para apoyar su petición. Su demanda ejemplifica la naturaleza del pacto con Dios. A él se le concedió el derecho a la tierra, en primer lugar, por razón de su fe, pero ahora debía poseerla reclamándola y arrojando fuera a los poderosos anaquitas. Los cristianos heredan su salvación por medio de Cristo[27]. Los anaquitas, símbolos de los enemigos formidables de Israel, se mencionan al final de las batallas de Josué[28] y ahora al principio de la distribución y la determinación de Caleb de echarlos fuera. Para que Caleb pudiera gozar plenamente su herencia, Dios le permitió no envejecer durante sus 38 años en el desierto cruel[29]. Los cuerpos de los creyentes envejecen, pero no sus espíritus, y sus cuerpos serán levantados[30].
Los santos que tienen la fe valiente de Caleb y Rahab son recompensados, y el narrador se empeña en puntualizarlo. “Bendecir” significa hacer potente para reproducir y prevalecer[31]. Josué, quien también era anciano, ¡estaba haciendo potente a su compatriota de 85 años![32]
El narrador dice claramente por qué define las herencias de las tribus con tanto detalle: Para mostrar que Dios cumple sus promesas[33]. Estas definiciones precisas de las herencias de las tribus son un claro recordatorio de que Dios cumplió sus promesas de dar al pueblo de su pacto la tierra digna de reyes.
Primero, se delimitan sus fronteras: Al sur, al oriente, al norte y al poniente. Como un presagio de la futura grandeza y liderazgo de Judá[34], se menciona primero su parte al occidente del Jordán[35].
Luego se menciona la heredad de Caleb, enfatizando una vez más cómo desposeyó a los antiguos habitantes para tomar posesión del don como un ejemplo para otros. Caleb mismo desalojó a los anaquitas de Hebrón y prometió su hija en matrimonio al hombre de fe semejante que tomara Debir. Otoniel, su sobrino, ganó tanto la tierra prometida como la novia, como hizo Cristo[36]. Pidiendo audazmente a su padre, la hija de Caleb ganó fuentes de agua codiciadas.
Finalmente, se registraron las ciudades cananeas incluidas en la distribución, una por una[37], de acuerdo con la geografía de Judá. Primero el Neguev[38], luego las colinas del occidente[39] y las costas habitadas por los filisteos[40]. Luego por la región montañosa entre Jerusalén y Hebrón[41] y el desierto hacia el mar Muerto[42]. Estas regiones se dividieron más adelante en 11 distritos.
Aunque Josué había matado al rey de Jerusalén[43], los judíos no pudieron desalojar a los jebuseos de Jerusalén. De hecho, sin embargo, la frontera norte de Judá corría a lo largo de la ladera sur de Jebús, la antigua Jerusalén, y por lo tanto no incluía a la ciudad misma que pertenecía a Benjamín.
2) José.
La presentación de la porción de José consiste de una vista de su frontera sur[44], el territorio de Efraín[45], el territorio de Manasés[46] y la queja de estas tribus sobre el tamaño de su heredad[47].
Aunque Efraín y Manasés fueron reconocidas como dos tribus, ellos sacaron una sola parte, aunque no sin protesta[48]: Efraín en el sur, Manasés en el norte. La frontera norte de Manasés se define en su relación con Aser e Isacar, aunque retuvo las ciudades dentro de esas dos áreas tribales.
La heredad de Efraín se menciona antes de la de Manasés porque Jacob lo puso primero[49]. La presentación de la heredad de Efraín consiste de una delimitación de sus fronteras, una referencia a las ciudades y aldeas que heredó dentro de Manasés y una nota de fracaso. Josué derrotó a los jezeritas pero no tomó su ciudad.
Maquir era el primogénito de Manasés[50]. El texto dice que era un gran guerrero y así había heredado ya Galaad, que recibió el nombre por su hijo, y Basán al oriente del Jordán[51]. Galaad también tenía siete descendientes varones que heredaron tierra al occidente del Jordán[52].
Zelofejad, un nieto de Galaad, no tuvo hijos varones porque murió en el desierto, pero le sobrevivieron cinco hijas. Para asegurar la sobrevivencia de las familias israelitas sin descendencia de varones, aun a pecadores como Zelofejad, el Señor prometió que los derechos del padre se dieran a sus hijas[53]. Como resultado, la heredad de Manasés se dividió entre diez familias: los cinco hermanos vivos de Zelofejad y sus cinco hijas. Como Caleb, estas hijas apelaron por fe en la promesa del Señor, a quienes administraban la distribución de la tierra para que les entregaran lo que les correspondía.
La incapacidad de Manasés y Efraín para desalojar a los cananeos, sirve como una transición a la sección siguiente. La falta de obediencia de fe socavó el compromiso espiritual de Israel y condujo a Israel a relacionarse en matrimonio con los cananeos y a su ruina[54].
La petición y el fracaso del pueblo de José al final de la sección sobre los primeros repartos[55], contrasta vivamente con la petición y el éxito de Caleb de Judá al principio[56]. La gente de José se quejó de que su porción era demasiado pequeña; Josué respondió que su fe era demasiado pequeña. A la luz del interés de este libro por la unidad de todo Israel, uno podría añadir también que sus intereses eran demasiado egoístas.
Desde un punto de vista legal, su queja de que se les había dado una sola “suerte” parece tener alguna justificación, porque eran reconocidas como dos tribus grandes. Sin embargo, el Señor mandó la suerte y tanto a Efraín como a Manasés les había sido dada tierra por separado. Manasés era el segundo al occidente del Jordán solamente después de Judá, y a la media tribu de Manasés le fue dada una gran porción de tierra al oriente del Jordán también.
Josué usó su reclamo: “Si son un pueblo tan numeroso”[57], contra ellos. Si eran “grandes”, debían deforestar las colinas y no solo contentarse con las ciudades que los cananeos habían construido y los pastos que habían limpiado. La región montañosa de Efraín puede haber incluido las áreas boscosas a ambos lados del Jordán. El término se usa así en 2 Samuel 18.6 y los habitantes de esta área, los ferezeos y refaítas, se dice que vivían respectivamente a ambos lados del río. Esto explica la afirmación de Josué que Efraín y Manasés no tendría solo una parte. Su reclamo de que no nos bastará a nosotros esa región montañosa. Además todos los cananeos que habitan en la tierra del valle tienen carros de hierro puso al descubierto su fracaso espiritual: pereza, timidez y falta de visión.
Josué respondió con la confianza de la fe: “La montaña les pertenece: corten los árboles ya que es un bosque y será de ustedes en toda su extensión. Aunque el cananeo sea fuerte y tenga carros de hierro, ustedes tomarán posesión de ella”[58].
b. Reparto para el resto de las tribus en Silo.
Josué movió su campamento de Gilgal a Silo, en el corazón de Efraín, donde estaba instalado el tabernáculo de reunión del Señor[59]. Silo estaba en el centro de la tierra prometida y su paisaje encierra un anfiteatro natural. Distribuyendo la tierra en la presencia del Señor, se ponen de manifiesto la significación teológica de la conquista de la tierra y su distribución: era la tierra del Señor, para ser santificada por él. Siguiendo su perspectiva teológica, el narrador repite que Israel había sometido la tierra pero por fe todavía debía ser poseída.
Josué reprendió a las siete tribus restantes por su fracaso en cumplir las obligaciones de su pacto. La versión Nacar-Colunga traduce de manera apropiada el sentido del original cuando dice: “¿Hasta cuándo vais a ser negligentes en apoderaros de la tierra…?”: Dios les había dado la tierra, pero ellos habían fallado para penetrar y poseerla por fe. Para estimularlos a obedecer en fe, Josué envió 21 hombres, tres de cada tribu, para inspeccionar la tierra restante, escribir una descripción de ella, ciudad por ciudad, con vista a asignarla, y traerle un informe. Luego de que las tribus mismas la habían dividido en siete partes, Josué, a través de Eleazar el sacerdote y con los jefes de familias, echó las suertes delante del Señor. Les recordó que este modo de distribuir la tierra no se aplicó a Judá en el sur y a José al norte; a los levitas o a las tribus orientales. Los 21 hombres eran exploradores, no espías.
El primer sorteo le tocó a Benjamín, el segundo hijo de Raquel, después de José. Josué 18.11–20 enumera los límites de esta área y Josué 18.22–24 las ciudades incluidas dentro de esos límites: Doce en el distrito oriental, seco y sin atractivo, y catorce apiñados sobre la deseable vertiente al norte y occidente de Jerusalén.
El segundo sorteo le tocó a Simeón, el segundo hijo de Jacob con Lea[60]. Al hacer los mapas de la tierra, se decidió que la porción de Judá, aunque designada por suerte, era más grande de lo que necesitaba y así se le dio a Simeón tierra dentro de la porción de Judá. Esto cumplió la maldición de Jacob sobre Simeón de que estaría disperso en Israel[61]. Al tomar posesión de la tierra, Judá y Simeón combatieron uno al lado del otro[62]. Las ciudades de Simeón se concentraron en las cercanías de Beerseba y al nordeste del Neguev, en donde los oasis no son numerosos y los pozos profundos son esenciales para un continuo establecimiento.
El tercer sorteo le tocó a Zabulón, el hijo menor de Lea[63].
El cuarto sorteo le tocó a Isacar, el quinto hijo de Jacob con Lea[64]. Sus ciudades y fronteras no se trazaron más allá de tres puntos de referencia ciertos, Jezreel, monte Tabor y el río Jordán.
El quinto sorteo le tocó a Aser, el segundo hijo de Jacob con la sierva de Lea, Zilpa[65].
El sexto sorteo le tocó a Neftalí, el hijo menor de Jacob con la sierva de Raquel, Bilha[66]. Su tierra incluía montañas atractivas, densamente arboladas y áreas bajas bastante fértiles. A través de esta tierra fértil de Galilea, corría la mayor ruta de comercio entre Jezreel y puntos del norte.
El sétimo sorteo le tocó a Dan, el hijo mayor de Jacob con Bilha[67]. Aunque solo se dan sus ciudades, se pueden inferir sus linderos de los de los territorios vecinos de Judá y Efraín. Los amorreos forzaron hacia el norte a esta tribu tímida y perezosa[68]. La historia completa de la conquista posterior de los de Dan en Lais, se narra en Jueces 18. Dan representa el clímax del fracaso para poseer la tierra que el Señor había dado a Israel. En su caso, los amorreos prevalecieron.
La conclusión consiste de dos partes: La herencia de Josué[69] y un informe final sobre los administradores del sorteo, el lugar donde se llevó a cabo y la distribución completa de la tierra. El pueblo unificado bajo la dirección de Dios, dio a Josué la ciudad de Timnat-séraj y él ejemplificó para ellos la obediencia de fe solicitándola como su herencia, poseyéndola y reconstruyéndola. Su ejemplo al final de la sección sobre la distribución de la tierra al occidente del Jordán, complementa la fe de Caleb al principio. Al echarse la suerte a la entrada del tabernáculo del Señor, se hacía claro que esta era la tierra del Señor, un regalo a Israel, para ser tomado por fe. Aunque las tribus que fallaron dieron excusas, no tenían ninguna.
12. Ciudades de refugio
Como una medida práctica para asegurar justicia, Dios instruyó a Moisés para que Israel ubicara seis ciudades, tres a cada lado del Jordán, donde cualquiera que hubiere matado a una persona accidentalmente y sin premeditación, pudiera huir y encontrar asilo del vengador de la sangre. Después de la conquista de la tierra al oriente del Jordán, Moisés estipuló con prontitud las tres ciudades allí[70].
La sangre inocente, como la maldición, debe encontrar satisfacción. El Señor examina sobre y demanda la sangre inocente que clama por venganza[71]. La sangre homicida profana la tierra[72], contamina las manos[73] y pone de manifiesto el juicio del Señor[74] y del protector de familia que está obligado a buscar justicia, no venganza, para su familia. La sangre inocente es expiada ya sea por la muerte del asesino[75] o por expiación[76]. De otra manera trae sobre la tierra la ira del Señor y desastre[77]. En este concepto, el propiciatorio en el Antiguo Testamento no ha sido examinado aquí pero al leer Salmos 51.14, uno ve la importancia de establecer en tribunales justos si la muerte fue deliberada o accidental. Si el acto fue deliberado, o sea asesinato, entonces la justicia demandaba sentencia de muerte; si fue accidental o no premeditado, entonces al culpable se le permitía vivir una vida normal en la ciudad de refugio.
Cuando el supuesto asesino llegaba a una ciudad de refugio, los ancianos, todos los levitas que eran responsables de enseñar la ley, le hacían un juicio preliminar a la puerta de la ciudad, en donde se asentaba el tribunal en el antiguo Israel. Si se le encontraba inocente, le daban asilo del protector de familia y lo enviaban a presentarse a juicio ante la asamblea, un tipo de parlamento pre-monárquico investido de poderes representativos y judiciales. Si esta asamblea de jefes o varones adultos lo encontraba culpable, lo entregaban al protector de familia para su ejecución. Si lo encontraban inocente, lo enviaban de vuelta a la ciudad de refugio donde tenía que permanecer hasta la muerte del sumo sacerdote en funciones en ese tiempo. Permanecía allí para protegerlo a él y al protector de familia de una venganza como represalia. Quizá la muerte del sumo sacerdote, el representante principal de Israel ante Dios, podría decirse que simboliza la muerte expiatoria de Jesucristo, quien ofreció satisfacción por todos los pecados, tanto intencionales como no intencionales.
13. Ciudades levíticas.
Aunque los levitas tenían al Señor como su heredad[78], necesitaban ciudades para vivir y tierras de pastoreo para sostenerse. Ahora se estaba proveyendo para esas necesidades.
A semejanza de Josué y Caleb, y a diferencia de las siete tribus perezosas y miedosas que necesitaron del impulso de Josué, las cabezas de las tres ramas de levitas[79] tomaron la iniciativa y se acercaron a los administradores de la porción sagrada en Silo, reclamando la promesa de Dios a través de Moisés para darles 48 ciudades con sus tierras de pastoreo alrededor, incluyendo las seis ciudades de refugio[80]. A las tribus como Judá, que tenía muchas ciudades, les dio más territorio que a aquellas otras tribus como Neftalí que solamente tenía unas pocas[81].
Los israelitas accedieron a la petición de los levitas y dieron a esta tribu, semejante a peregrina, esparcida por toda la tierra, ciudades de su propia heredad. Al dar este tipo de “diezmo”, se bendecían a sí mismos, porque los levitas esparcidos en su medio les enseñaban la ley que los santificaba, bendecía y aseguraba en la tierra[82].
La distribución de las ciudades levíticas se hizo de acuerdo con las tres ramas de Leví. En la revisión, se da primero la secuencia del sorteo, luego el número de ciudades dado a cada rama y la tribu en cuya área se localizaban las ciudades.
El narrador repite dieron varias veces, para poner énfasis en que era el Señor quien asignaba estas ciudades. A juzgar por el primer sorteo, la asignación salió de acuerdo con la importancia y el tamaño de la rama. En forma apropiada, la suerte le tocó primero a los cohatitas, porque Aarón y la línea sacerdotal pertenecían a esa rama. Dios dio a los sacerdotes ciudades desde Judá, Simeón y Benjamín, esto es, aquellas áreas más cercanas a Jerusalén, donde se localizaría el Templo. De manera sorpresiva y significativa, no les dieron Jerusalén a los sacerdotes; el Señor reservó ese galardón para la casa de David, protectores del Templo. Al resto de los cohatitas, los “sacerdotes menores”, les fueron asignadas ciudades en las áreas de las tribus que seguían en proximidad a Jerusalén, Efraín, Dan y la media tribu de Manasés, al occidente del Jordán.
A los gersonitas les fueron asignadas ciudades en el extremo norte, en Isacar, Aser, Neftalí y la media tribu de Manasés en Basán, y a los meraritas les dieron ciudades al sur de ellos, en el territorio de Zabulón al occidente del Jordán, y de Gad y Rubén al oriente del Jordán.
Al tiempo que se distribuyeron estas ciudades, algunas como Gezer y Taanac, todavía estaban en manos de los cananeos. Los levitas tenían que poseerlas mediante obediencia por fe.
14. Reteniendo la tierra.
El narrador ahora relata tres episodios para mostrar que Israel debía retener la tierra en la misma forma que la poseyó. Después de haber sido exhortados por Josué a retener la lealtad al pacto, la noble milicia oriental, reconociendo que el Señor les había dado sus tierras, edificaron un altar en su camino a casa como testimonio de su unidad con el Señor de Israel[83]. En su discurso de despedida, Josué dio énfasis a la lealtad al pacto para permanecer en la tierra[84] y solemnizó el pacto de Israel renovándolo en Siquem[85].
a. El altar de testimonio de las tribus orientales.
1) Despedida de Josué a las tribus orientales.
La generosa despedida de Josué a las tribus orientales forma un eslabón con los mandamientos en el capítulo 1. Los elogió por haber cumplido escrupulosamente su encomienda de no abandonar a sus hermanos sino ayudarlos hasta que las tribus occidentales tuvieran reposo de los ataques de los cananeos. Habían desplegado resistencia en la fe al realizar esta misión durante largo tiempo y terminado su carrera. A ellos se pudo haber dicho: “Bien, siervo bueno y fiel”[86]. La reflexión de Josué sobre el reposo mira atrás, y su exhortación de guardar la ley de Moisés, cuya esencia se resume en un mandamiento, amar a Dios de todo corazón y repite la exhortación del Señor en el prólogo del libro. “El amor” era la estipulación básica en los tratados antiguos del Cercano Oriente. Ninguna ley puede lograr su meta si se tolera de mala gana. Debe estar fundada en asentimiento interior. Corazón y alma no especifican distintas esferas de la vida sino que refuerzan la devoción total a Dios.
Como líder carismático de Israel, Josué medió en la bendición de Dios sobre los hombres de la milicia oriental. Al enviarlos a un espléndido retorno al hogar con el botín que habían ganado, los exhorta en las mejores tradiciones de la guerra santa a compartir con aquellos que se habían quedado atrás para proteger sus hogares. Todos entraron a su reposo totalmente recompensados.
2) El altar.
Estos fieles hombres de la milicia realizaron un acto final de lealtad al Señor, antes de reunirse con sus familias. Para que las futuras generaciones al occidente de Israel no impidieran a las tribus orientales venir a adorar al Señor al occidente del Jordán donde él había hecho morar su nombre, edificaron un altar imponente cerca del Jordán, como testimonio de que el Señor los había elegido también a ellos para ser su pueblo.
Desafortunadamente, su acto visionario y creativo de fe fue malinterpretado por los occidentales como un altar rival al Señor. Las tribus del oriente y el occidente no estaban en desacuerdo en su interpretación de la ley en Deuteronomio 12.4–14; ambos lados asumían que la ley prescribía que Israel adorara únicamente en el santuario central. Sin embargo, los occidentales pensaron que los orientales pretendían adorar al Señor de acuerdo con su propia voluntad, y no la suya. Observando la forma en que los dos grupos reconciliaron sus diferencias, podemos sacar principios sanos para resolver nuestras diferencias doctrinales.
Las tribus occidentales, como la parte ofendida, comenzaron a componer la grieta en la siguiente forma:
a) Se pusieron enseguida a tratar con al problema y no lo barrieron debajo de la alfombra.
b) Tomaban tan en serio la apostasía, que pusieron la pureza sobre sus propias vidas, no comprando la paz a cualquier precio.
c) Enviaron a sus dirigentes más capaces, el sacerdote Finees, que había mostrado celo por el Señor en el episodio de Baal de Peor[87] y diez jefes representando a todas las tribus, para investigar el asunto y posiblemente restaurar a los ofensores, no actuando impetuosamente.
d) Enfocaron la ofensa percibida en forma objetiva como una prevaricación, un acto de rebeldía contra Dios, y no subjetivamente como un golpe a sus propios egos.
e) Argumentaron su caso sobre la convicción de que Dios castiga el pecado como se desplegó en Baal de Peor, o sea, los dejó con las semillas de la culpa histórica y la plaga del Señor, no en la conveniencia.
f) También argumentaron sobre la convicción de que el pecado de algunos afecta a todos, como en el caso de Baal de Peor y en el caso de Acán y que tal culpa colectiva no era algo ligero para ellos.
g) Respetaron las conciencias y convicciones de sus hermanos, es decir, que el Israel oriental estaba inmundo porque carecía del santuario santo de Dios, no negando la realidad y validez de sus débiles conciencias.
h) Estaban dispuestos a sacrificar algunas de sus posesiones para restaurar a sus hermanos a una limpia conciencia y adoración apropiada, sin insistir en su propia interpretación de la ley.
i) Habiendo sido corregidos por los ofensores, accedieron a su expresión creativa de fe, no estorbando expresiones de fe nuevas y apropiadas, consistentes con la palabra de Dios.
j) Finalmente, los representantes informaron a toda la asamblea para su aprobación, no excediendo su autoridad.
Las tribus orientales, los ofensores, respondieron corrigiendo el malentendido mediante la presentación de los hechos en forma solemne, devota y vigorosa. Convinieron en tomar acción decisiva contra la apostasía, estando dispuestos a morir para impedirla y luego explicaron clara y cabalmente su motivación. Dijeron que necesitaban un monumento apropiado, como esta reproducción de altar, para superar la barrera natural del Jordán, como un testimonio a las futuras generaciones de que sus hijos tenían igual derecho en la adoración a Dios. No era la intención usarlo para sacrificios, y por lo tanto, no era una apostasía.
Como resultado de estos procedimientos saludables, los hermanos se separaron reconciliados unos con otros y alabando a Dios. Si la ausencia de apostasía es una causa para alabar a Dios por su presencia con su pueblo, luego su presencia debe impulsar a los creyentes a investigar las posibles causas de su desaprobación.
b. Discurso de despedida de Josué.
Las “últimas palabras” de Josué lo colocan en la compañía distinguida de Moisés[88], Samuel[89] y David[90], cuyas últimas palabras pusieron énfasis en la fidelidad al pacto. El discurso se dio poco después que Josué había repartido la tierra. Ambos, Moisés y Josué, fundadores de la teocracia, mantuvieron la fe hasta su muerte y fueron modelos del dirigente ideal, enseñando a la generación siguiente a mantener el pacto.
1) Prólogo histórico.
En tanto que Moisés validaba la fidelidad del pacto de Dios haciendo un recuento de su conquista de la tierra al oriente del Jordán[91], Josué la verificó repasando la destrucción que Dios hizo de los cananeos al occidente del Jordán y su reparto de las naciones conquistadas que quedaron. El pueblo lo había visto con sus propios ojos. Sin embargo, hoy el Espíritu inspira fe a través de la proclamación de las palabras de fe[92].
2) Obligaciones del pacto.
Dios se había comprometido a continuar sacando a los cananeos, e Israel se había comprometido a ser fuerte en la fe y a guardar la ley. Prometieron no ser seducidos a la adoración de las deidades cananeas que hacían tan pocas demandas morales[93] y dieron su palabra de continuar uniéndose exclusivamente a Dios. Como en su despedida a las tribus orientales, Josué tomó su vocabulario directamente del libro de Deuteronomio.
3) Experiencia del pacto.
La generación de Josué se había unido al Señor y experimentado las promesas de su pacto. Conforme la promesa, nadie les hizo frente. En este punto podemos discernir el esquema teológico del narrador impuesto sobre la información. El pasa revista a las victorias de fe de Israel sobre naciones grandes y fuertes y no menciona sus fracasos de incredulidad. Esa experiencia positiva era suficiente motivación para amar al Señor vuestro Dios.
4) Maldiciones del pacto.
El antiguo pacto de Israel contenía tanto promesas de bendiciones por guardarlo como amenazas de castigo extremo por violarlo[94]. Al manifestar las obligaciones del pacto, Josué subraya la separación religiosa de los cananeos y los previene contra todo contacto social con ellos, asumiendo que su contaminación religiosa y ética era contagiosa y traería la ira de Dios sobre Israel como sobre ellos[95]. Si Israel se aliara con estas naciones, ellas serían usadas en contra de Israel para infligir las maldiciones del pacto sobre los infieles. En la batalla entre el reino de Dios y los reinos de este mundo, uno no puede ser neutral[96]. Ya sea el santo o el pecador, uno debe prevalecer. El que no es por Cristo es contra él[97]. Los que no están comprometidos serán destruidos[98], pero el Espíritu dentro de los santos es mayor que las fuerzas espirituales puestas en batalla en contra de ellos. Quienes profesan una relación de pacto con Dios, deben perseverar en su fe para permanecer en la tierra de bendición[99], como lo enseña dolorosamente la trágica historia de Israel[100].
La generación de Israel que conquistó la tierra sabía por experiencia que Dios cumple sus promesas. Josué había validado esa verdad a través de su vida. La fidelidad de Dios al guardar las promesas de su pacto alienta a los santos a la fidelidad, los fortalece en la adversidad y los refrena en la tentación. Dios no es caprichoso, de modo que su pueblo no tiene que vivir en ansiedad. El habla claramente tanto las promesas para inspirar amor, como las amenazas para provocar temor. Dios edificó a Israel en una gran nación en la buena tierra para santificarla mediante su ley. Si su pueblo falla en su misión, Él lo destruirá[101].
c. Renovación del pacto en Siquem.
Los ancianos de Israel, quienes fueron testigos oculares de los asombrosos actos de Dios en la fundación de la nación, ratificaron y renovaron su pacto con Él cuatro veces. Originalmente en Sinaí, después del maravilloso éxodo[102]; en Moab, después que Dios los había preservado milagrosamente en el desierto y habían conquistado la tierra al oriente del Jordán[103]; en el monte Ebal después de las victorias en Jericó y Hai; y finalmente aquí en Siquem, después de los sorprendentes triunfos sobre las coaliciones cananeas. Las primeras dos fueron mediadas a través de Moisés, las últimas dos a través de Josué. Aquí está uno de los vínculos más fuertes entre Moisés y Josué: ambos mediaron el pacto del Señor. Los ancianos en estas ocasiones representaban a toda la nación.
Josué reunió al pueblo en Siquem delante de Dios, o sea, ante el arca, para renovar el pacto, al mismo tiempo de su discurso de despedida o en una ocasión por separado. Evidentemente, el santuario portátil y el arca habían sido llevados a este sitio sagrado[104].
El pacto era similar a los tratados del antiguo Cercano Oriente, en el cual una superpotencia entraba en relación con una nación más débil. Esta clase de acuerdo, conocido como un “tratado de vasallaje”, tenía típicamente seis partes:
1) Un preámbulo identificando al gran rey.
Josué habló como un profeta, como un mensajero de la corte celestial. El gran Rey en persona estaba siempre representado como el autor del pacto. El cambio de “yo” a “él” con referencia a un autor, como en Josué 24.7, no es excepcional en la literatura antigua.
2) Un prólogo histórico relatando las bondades del rey hacia el vasallo.
Típicamente, el gran Rey relataba la historia de su relación con su vasallo para inspirarle un sentido de confianza y obligación. Un reino perdurable debe establecerse sobre base de consentimiento interior, no sobre la fuerza.
El Señor emprendió su relación única con Israel cuando redimió a Abraham de su familia pagana encabezada por Taré. Las familias bendecidas de Israel circuncidaban a sus hijos para mostrar su nueva fe. El resto de la historia sagrada es bien conocido desde el Pentateuco y el libro de Josué excepto por la adición: Los señores de Jericó combatieron contra vosotros. Se señalan especialmente siete naciones para denotar totalidad. La avispa[105] es probablemente una imagen de pánico y confusión por la cual Dios ayudó a Israel a conquistar. Lo que se enfatiza es que la victoria fue ganada no por la fuerza de las armas sino por la intervención milagrosa de Dios. Los dos reyes de los amorreos son Sijón rey de los amorreos y Og rey de Basán[106]. Si bien Israel pudo haber usado espada y arco al tomar la tierra prometida, no pueden atribuir su victoria a ellas[107].
3) Estipulaciones, siendo la básica servir solamente al rey y a su reino.
Los antiguos tratados de vasallaje esencialmente estipulaban lealtad exclusiva al gran Rey. Un tratado heteo ordena: “¡No vuelvan sus ojos a nadie más!” Aquí es igual. Temed a Adonay impone ondear una bandera blanca de rendición ante la ley del Señor, de sometimiento de uno mismo a sus mandamientos. Uno no puede “temerle” y al mismo tiempo servir a otros dioses[108]; estos ídolos deben ser arrojados[109]. El Dios celoso de Israel no tolera rival. Tampoco Jesús[110]. La referencia a Egipto añade al Pentateuco que la redención de Israel de Egipto fue espiritual, no solo política[111]. Dios demanda que el pueblo escoja dónde descansa su lealtad, si con los antiguos dioses de Taré, los nuevos dioses de Canaán, o con Él[112], un ofrecimiento de opciones que asume la libertad de Israel ante Dios.
Entrar en el pacto era asunto que tenía que decidir cada familia en lo individual, como puede verse en la famosa resolución de Josué. Aunque Israel funcionaba como una nación, el pacto era esencialmente un asunto de familia, y todavía lo es. Como testigos oculares de los actos narrados en el prólogo y por lo tanto capaces de confirmar su exactitud, esa generación apropiadamente formó el fundamento para la relación del antiguo pacto con Dios. Después de esto, el pacto será transmitido por la boca de una generación y recibido en el corazón de la siguiente[113]. Así también la comunidad del nuevo pacto se edifica sobre los apóstoles quienes fueron testigos oculares de la vida de Jesucristo, especialmente su resurrección[114] y después de eso la boca lo confiesa y el corazón lo recibe[115].
4) Maldiciones y bendiciones.
Josué sabía por la revelación divina y por la experiencia, que el pueblo era incapaz de guardar el antiguo pacto[116]. Juiciosamente advirtió que romper el pacto con el Dios santo y celoso, que no soportará vuestras rebeliones ni vuestros pecados, o sea, desistir de las maldiciones del pacto, conduciría a las sanciones desastrosas de las maldiciones del pacto. Precisamente porque el carácter de Dios no cambia, su actitud hacia el pueblo cambia cuando se vuelve a él o en contra de él; en esta forma él recompensa el bien y castiga la maldad[117]. Su única esperanza está en la sangre expiatoria de Cristo[118]. A través del fracaso del antiguo pacto, debido a la inconstancia humana, Israel aprenderá siglos más tarde la necesidad del nuevo pacto y un caminar en el Espíritu, como aun Pablo tuvo que aprender[119]. Los caminos de Dios en la historia están llenos con el misterio de su propia gloria[120].
La generación fundadora esencialmente guardó el pacto, aunque Josué tuvo que exhortar a ciertas familias a quitar sus antiguos dioses.
5) Testigos del pacto y depósito de la ley.
Moisés enseñó al pueblo un canto como un testimonio contra ellos[121]. Josué llamó al pueblo a ser testigos contra ellos mismos. Con su resolución, sabia por su conocimiento de la fidelidad de Dios pero al mismo tiempo insensata por su ignorancia de la inconstancia humana, Josué renovó el pacto, redactando su contenido de acuerdo con las estipulaciones y registrándolas en un cierto libro de la Ley de Dios que no se ha conservado aparte de esta mención. La gran piedra que erigió como testimonio adicional en contra de ellos, posiblemente fue un pilar conteniendo el pacto[122].
Un tratado individual podía variar de este esquema, pero se percibía el patrón básico[123].
d. Disolución de la asamblea.
Habiendo concluido su labor, la tierra poseída y el pacto renovado, Josué despidió al pueblo por última vez.
e. Menciones sobre la sepultura de Josué.
El narrador concluye su libro con la sepultura de Josué[124], José[125] y Eleazar[126], en el resto de la tierra prometida, porque ellos simbolizan su tema dominante: A esa generación fiel, Dios dio reposo en la tierra que había prometido a sus padres. Josué es finalmente recompensado con el título honorífico que había ganado: siervo de Adonay. Otro y más grande, mediará el nuevo pacto[127].
Josué murió a la edad de ciento diez años, tal como José, tras la epopeya de la conquista y de la división de la tierra prometida, y fue sepultado en Timná Séraj, en las colinas de Efraín, en el territorio que le habían asignado los hijos de Israel. La versión septuaginta añade aquí una observación curiosa: “Y sepultáronle a los confines de su heredad, en Tamnat-Saré, en el monte de Efraín, al septentrión del monte de Gaás; allí pusieron, con él, en el sepulcro, en que le sepultaron allí, las cuchillas las de piedra en que circuncidó a los hijos de Israel, en Galgal, cuando les sacó de Egipto; según que les ordenó el Señor; y allí están hasta este día”[128]
[1] Josué 13.1-7.
[2] Josué 15.1–17.18.
[3] Josué 18.1-19.51.
[4] Josué 11.16–23; 21.43–45.
[5] Éxodo 23.30.
[6] Hebreos 4.1–14.
[7] Jueces 3.1–4.
[8] 1 Crónicas 18.1-3. RV60
[9] Isaías 11.12–16.
[10] Josué 17.16; Jueces 1.19.
[11] Josué 13.6.
[12] Deuteronomio 21.15–17.
[13] Génesis 29.31-32.
[14] Génesis 48.1–9.
[15] Números 18.21–32.
[16] Josué 13.8. BAD
[17] Josué 14.6. Ibid
[18] Números 14.23. La Toráh
[19] 1 Crónicas 4.13–15.
[20] Josué 14.8-9, 14.
[21] Josué 14.1–7.
[22] Josué 14.6-9.
[23] Josué 14.10-12.
[24] Josué 14.13-15.
[25] Números 14.24, 30.
[26] Números 13.
[27] Efesios 1.14; Colosenses 3.24; Hebreos 9.15.
[28] Josué 11.21–31.
[29] Josué 14.11.
[30] 2 Corintios 4.7–18.
[31] Génesis 22.17-18.
[32] Josué 14.13.
[33] Josué 21.43-45.
[34] Génesis 49.10; Jueces 1.1-2; 20.18.
[35] Josué 15.2–12.
[36] Efesios 5.25; Hebreos 4.1–14.
[37] Deuteronomio 6.10-11.
[38] Josué 15.21-32.
[39] Josué 15.32-34.
[40] Josué 15.45-47.
[41] Josué 15.48-60.
[42] Josué 15.61-62.
[43] Josué 10.1, 22-27.
[44] Josué 16.1-4.
[45] Josué 16.5-10.
[46] Josué 17.1-13.
[47] Josué 17.14-18.
[48] Josué 17.14.
[49] Génesis 48.17–20.
[50] Génesis 50.23; Números 26.29.
[51] Números 26.30-31.
[52] Números 26.30–32.
[53] Números 26.33; 27.1–11.
[54] Deuteronomio 7.1–6; 12.29–31; Jueces 3.1–6.
[55] Josué 17.14-18.
[56] Josué 14.6–15; Jueces 1.27-28.
[57] Josué 17.15. BL95
[58] Josué 17.18-19. Ibid
[59] Éxodo 33.7; Números 11.16; Deuteronomio 31.14.
[60] Génesis 29.33.
[61] Génesis 49.7.
[62] Jueces 1.3.
[63] Génesis 30.19-20; 49.13.
[64] Génesis 30.14–17; 49.14.
[65] Génesis 30.12–13; 49.20.
[66] Génesis 30.7; 49.21.
[67] Génesis 30.1–6; 49.16-17.
[68] Jueces 1.34.
[69] Josué 19.49-50.
[70] Deuteronomio 4.41–43; 19.1–13.
[71] Génesis 4.10; 9.5-6; 2 Samuel 16.7-8.
[72] Números 35.33.
[73] Isaías 59.3.
[74] 1 Reyes 2.31.
[75] Números 35.33; Deuteronomio 19.13.
[76] Deuteronomio 21.7–9.
[77] 2 Samuel 21; 1 Reyes 2.31–33; 2 Reyes 24.4.
[78] Josué 13.14, 33.
[79] Números 3.17.
[80] Números 35.1-5.
[81] Números 35.7-8.
[82] Deuteronomio 33.8–11.
[83] Josué 22.1-34.
[84] Josué 23.1-16.
[85] Josué 24.1-27.
[86] Mateo 25.21. NBLH
[87] Números 25.7.
[88] Deuteronomio 31.1–13.
[89] 1 Samuel 12.1–24.
[90] 1 Reyes 2.1–9.
[91] Deuteronomio 31.4.
[92] Romanos 10.6–13.
[93] Deuteronomio 5.9; 8.19.
[94] Levítico 26; Deuteronomio 28.
[95] Deuteronomio 7.2–4.
[96] Efesios 6.10–18.
[97] Mateo 12.30.
[98] Proverbios 24:30–34
[99] 2 Crónicas 7:19–22; Heb. 6:4–7; 10:26–31
[100] 2 Reyes 17:7, 8; 24:20
[101] Marcos 12:1–12
[102] Éxodo 24.
[103] Deuteronomio 29:1
[104] Génesis 33:18–20
[105] Deuteronomio 7.20.
[106] Josué 12.2-5.
[107] Salmos 44.1–3.
[108] 2 Reyes 17.32–34.
[109] Génesis 35.2–4.
[110] Mateo 6.24; Lucas 14.26.
[111] Ezequiel 20.5–10; 23.1–4.
[112] 1 Reyes 18:21; Revelación 3.16.
[113] Deuteronomio 31:11–14.
[114] Hechos 1.21-22; 1 Corintios 15.58.
[115] Romanos 10.6–10.
[116] Deuteronomio 31.14–32.47.
[117] Jeremías 18.5–10.
[118] Salmos 32.1-2; 130:3-4; Lucas 22.20; Romanos 3.21–26.
[119] Romanos 7.7–8.4.
[120] Romanos 11.33–36.
[121] Deuteronomio 31.9–32.44.
[122] Jueces 9.6; Génesis 28.18; 31.45–50; 1 Samuel 7.12.
[123] Éxodo 19–24; 1 Samuel 12.
[124] Josué 24.29-30.
[125] Josué 24.32.
[126] Josué 24.33.
[127] Isaías 42.6; 49.8.
[128] Josué 24.30. Septuaginta
Se había repartido tierra a algunas de las tribus[1] antes de tomar posesión de ella. El remanente de la tierra presentaba un reto continuo a la fe de estas tribus que todavía no se habían establecido.
Aunque todo Israel había luchado concertadamente para establecerse en la tierra prometida, las tribus tomaron posesión de sus territorios en varias maneras, tiempos diferentes y con grados variables de éxito. Las dos y media tribus del oriente pidieron y recibieron de Moisés el área oriental del río. Al occidente del río, Judá, Efraín y Manasés, habían tomado tierra para ellos y luego hicieron que Josué se las asignara[2]. Sin embargo, las siete tribus restantes no tuvieron este éxito. En su caso, Josué hizo que se explorara la tierra, la dividió en siete áreas geográficas apropiadas y luego echó suertes para su distribución[3]. Era entonces asunto de cada tribu reclamar su porción.
9. Tierra todavía por conquistar.
El libro de Josué presenta dos perspectivas de la naturaleza y alcance de la ocupación de Canaán por Israel: Batallas relámpago y espectacularmente exitosas en la conquista de toda la tierra[4], y una serie de muchas batallas durante un tiempo largo con grandes áreas de territorio del que poco a poco tendrían que tomar posesión luego de la conquista. La tensión se puede disipar haciendo ver dos factores:
a. Los historiadores bíblicos presentan su material de acuerdo con esquemas teológicos.
A veces, como en el caso de los libros de Reyes y Crónicas y de los Evangelios, los diferentes autores presentan la misma historia desde ángulos diferentes. Para enfatizar sus puntos, seleccionan material con cuidado, organizándolo por temas y no necesariamente en orden cronológico, y editándolo como sea necesario. Escriben una historia para provocar la memoria e inspirar la visión, no solamente como crónica de eventos. Nuestro narrador celebra que, cuando terminan las asombrosas campañas de Josué, se acaba la resistencia cananea. Por la “tierra”, él implica tanto el territorio como sus habitantes. Ahora que los pueblos de la tierra han sido vencidos, puede decirse que toda la tierra, en su sentido geográfico, ha sido tomada. Esa memoria ayudó a Israel para darle fuerza y establecerse en la tierra que faltaba.
b. La ampliación.
La posesión de la tierra por parte de Israel y el resto que sucedió, son temas ampliados, porque la tierra fue tomada “poco a poco”[5], pero nunca totalmente[6]. Las generaciones futuras debían desempeñar su parte[7]. El autor de Crónicas usó Jueces 3.1–4 para presentar a David como mayor que Josué porque “derrotó a los filisteos, y los humilló, y tomó a Gat y sus villas de mano de los filisteos. También derrotó a Moab, y los moabitas fueron siervos de David, trayéndole presentes. Asimismo derrotó David a Hadad-ezer rey de Soba, en Hamat, yendo éste a asegurar su dominio junto al río Éufrates” [8]. Isaías vio el cumplimiento de estas fronteras nacionales ideales en la era mesiánica[9]. En cualquier punto dado durante el proceso de posesión de la tierra, puede decirse que Dios cumplió su promesa. Además, cada cumplimiento individual fue parte del cumplimiento último y podía reconocerse como tal.
Las tierras que quedaban, eran:
a. El territorio que se convirtió en Filistea, desde el río Nilo hasta Ecrón. Aunque más tarde gobernada por los filisteos esta tierra era parte del territorio cananeo prometido a Israel. Los aveos vivieron en las cercanías de Gaza.
b. El territorio de los cananeos desde Araj, un sitio no ubicado, de los sidonios hasta Afec, al sudeste de Biblos, y los amorreos, probablemente el reino de Amurru en la región del Líbano.
c. El territorio de los gebalitas, es decir, el área de Biblos y todo el Líbano al oriente de Baal-gad al pie del monte Hermón a la entrada de Hamat.
d. Otras áreas todavía quedaban por ser tomadas: Ciudades estratégicas en el valle de Jezreel-Meguido, Taanac, Ibleam, Endor y Bet-seán. La llanura costera, Afec, Gezer y Dor. La ciudad de Jerusalén y los territorios de Gesur y Maaca.
Estos comentarios muestran que Israel cinceló su territorio en las montañas de Palestina, mientras las poblaciones nativas permanecieron en las llanuras porque intimidaron a Israel con sus carros de hierro[10].
10. Distribución de la tierra al oriente del Jordán.
El capítulo 13 trata de dar una idea total de la tierra al oriente del Jordán que Moisés distribuyó. La distribución se vincula con 12.1–5. La media tribu de Manasés se menciona primero para vincularla con Josué 13.7, no porque fuera más importante.
a. Rubén, Gad y Manasés oriental.
1) La tribu de Leví.
Josué 13.14 y 33 hacen la función de un marco para una relación más detallada de la distribución de la tierra a las tribus orientales. En esta forma, la herencia de los levitas, el Señor y sus ofrendas, se enfatiza tanto como se distingue. La mejor herencia era el compañerismo con el Señor mismo, accesible a todos los que la desean, mostrando que la herencia no estaba vinculada confusamente con la tierra misma.
2) La tribu de Rubén.
Esta sección registra primero 12 ciudades capturadas y luego la historia de la conquista de la tierra al oriente del Jordán. Todo el reino de Sijón debe ser restringido, porque en el Josué 13.27 parte de él le correspondió a Gad. Aquí se tiene en vista la parte que se extendía sobre la meseta. Se menciona la derrota de Sijón, rey de los amorreos añadiendo la de los jefes de Madián y de Balaam el adivino, para subrayar el cambio político y espiritual de administración que Moisés, el legislador, había llevado a cabo en la tierra.
3) La tribu de Gad.
Josué 13.25 da un panorama y fija un límite al oriente, en tanto que Josué 13.26 fija límite al sur y al norte y Josué 13.27 hace una lista de los reclamos en el valle del Jordán. La fórmula introductoria significa que nada menos que Moisés les dio este patrimonio. Incluía todas las ciudades de Galaad cercanas a Jazer en Galaad del sur. La mitad del territorio de los hijos de Amón se refiere a la parte occidental, entre el Arnón y el Jaboc, no la oriental.
4) La media tribu de Manasés.
La frontera más al sur para la tribu descendiente de Maquir, hijo de Manasés, se dice ser Majanayim, pero no se hace ningún intento para definir en forma precisa sus fronteras. Estas difícilmente encajan con la descripción en Deuteronomio 3.4.
Manasés, como primogénito de Jacob, era excepcional por el hecho que recibió dos porciones, a pesar de la preferencia expresada por Jacob en Génesis 48.
11. Distribución de la tierra al occidente del Jordán.
La introducción a la distribución del territorio al occidente del Jordán, menciona por nombre la tierra, los administradores, el método, las tribus y la garantía legal. Los egipcios se referían a esta tierra como “Canaán”.
El Señor dirigió la distribución por medio de sorteo[11] mientras que Eleazar el sacerdote, Josué y los jefes de las casas paternas de las tribus intervenían en la decisión y la administraban. A Eleazar se le menciona primero porque Josué se puso frente a él a la entrada del tabernáculo de reunión y le pidió que consultara el Urim y el Tumim, instrumentos que daban respuestas de “sí” o “no” a preguntas específicas.
Aquí están en mira las nueve tribus y media del occidente, no las dos tribus y media del oriente. En Israel, los primogénitos recibían una doble bendición[12]. Sin embargo, Jacob, el padre de todas las tribus, hizo una excepción. Pasó sobre Rubén, el primogénito que tuvo con Lea, la esposa que no amaba[13] y en su lugar dio la doble porción a José, el primogénito de su amada Raquel. Lo hizo elevando a los dos hijos de José, Manasés y Efraín, a la posición de tribus completas junto con sus propios hijos Rubén y Simeón[14]. Más adelante la ley mosaica rechazó esta práctica. Se volvió a excluir a los levitas. En Josué 13.14 se enfatiza su herencia espiritual; aquí se satisfacen sus necesidades prácticas[15]. Nada menos que Moisés, a quien se llama “siervo del Señor”[16] y “hombre de Dios”[17], aprobó este procedimiento. Como las tribus siguieron a perfección la legislación de Moisés, sus reclamos fueron válidos.
a. Primeros repartos en Gilgal: Judá y José.
1) Judá.
El nombre Caleb significa “perro” y puede reflejar la posición honrosa de este fiel y humilde “siervo” del Señor[18]. En las cartas de Amarna y de Laquis, los vasallos usan el término para ellos mismos para expresar su lealtad a los reyes. El narrador se refiere a él como un quenezeo por razón de su padre[19]. Su porción excepcional se le da primero por causa de su dedicación íntegra al Señor, que se repite tres veces para poner énfasis[20], y ejemplificaba la forma en que las tribus iban a reclamar su tierra aun en contra de enemigos formidables[21]. Con esa clase de fe, la tierra reposó de la guerra.
Después de una introducción, la historia de Caleb tiene tres partes:
a) Su derecho legal basado en la fe y la palabra de Dios[22],
b) Su derecho de reclamarla por fe y guerra[23], y
c) La concesión de Josué[24].
El reclamo de Caleb se basó en la promesa de Dios de darle a él y a Josué la tierra en conexión con su fidelidad en el reconocimiento desde Cades[25]. La convicción de Caleb de no socavar la moral del pueblo, le ganó vida y una herencia[26]. La tierra sobre la cual había caminado en aquella ocasión no era la ciudad de Hebrón o las tierras de pastoreo inmediatas, sino los campos y las aldeas alrededor.
La promesa de Dios aseguraba que la heredad de Caleb no debía determinarse por sorteo. Probablemente los hombres de Judá lo acompañaron para apoyar su petición. Su demanda ejemplifica la naturaleza del pacto con Dios. A él se le concedió el derecho a la tierra, en primer lugar, por razón de su fe, pero ahora debía poseerla reclamándola y arrojando fuera a los poderosos anaquitas. Los cristianos heredan su salvación por medio de Cristo[27]. Los anaquitas, símbolos de los enemigos formidables de Israel, se mencionan al final de las batallas de Josué[28] y ahora al principio de la distribución y la determinación de Caleb de echarlos fuera. Para que Caleb pudiera gozar plenamente su herencia, Dios le permitió no envejecer durante sus 38 años en el desierto cruel[29]. Los cuerpos de los creyentes envejecen, pero no sus espíritus, y sus cuerpos serán levantados[30].
Los santos que tienen la fe valiente de Caleb y Rahab son recompensados, y el narrador se empeña en puntualizarlo. “Bendecir” significa hacer potente para reproducir y prevalecer[31]. Josué, quien también era anciano, ¡estaba haciendo potente a su compatriota de 85 años![32]
El narrador dice claramente por qué define las herencias de las tribus con tanto detalle: Para mostrar que Dios cumple sus promesas[33]. Estas definiciones precisas de las herencias de las tribus son un claro recordatorio de que Dios cumplió sus promesas de dar al pueblo de su pacto la tierra digna de reyes.
Primero, se delimitan sus fronteras: Al sur, al oriente, al norte y al poniente. Como un presagio de la futura grandeza y liderazgo de Judá[34], se menciona primero su parte al occidente del Jordán[35].
Luego se menciona la heredad de Caleb, enfatizando una vez más cómo desposeyó a los antiguos habitantes para tomar posesión del don como un ejemplo para otros. Caleb mismo desalojó a los anaquitas de Hebrón y prometió su hija en matrimonio al hombre de fe semejante que tomara Debir. Otoniel, su sobrino, ganó tanto la tierra prometida como la novia, como hizo Cristo[36]. Pidiendo audazmente a su padre, la hija de Caleb ganó fuentes de agua codiciadas.
Finalmente, se registraron las ciudades cananeas incluidas en la distribución, una por una[37], de acuerdo con la geografía de Judá. Primero el Neguev[38], luego las colinas del occidente[39] y las costas habitadas por los filisteos[40]. Luego por la región montañosa entre Jerusalén y Hebrón[41] y el desierto hacia el mar Muerto[42]. Estas regiones se dividieron más adelante en 11 distritos.
Aunque Josué había matado al rey de Jerusalén[43], los judíos no pudieron desalojar a los jebuseos de Jerusalén. De hecho, sin embargo, la frontera norte de Judá corría a lo largo de la ladera sur de Jebús, la antigua Jerusalén, y por lo tanto no incluía a la ciudad misma que pertenecía a Benjamín.
2) José.
La presentación de la porción de José consiste de una vista de su frontera sur[44], el territorio de Efraín[45], el territorio de Manasés[46] y la queja de estas tribus sobre el tamaño de su heredad[47].
Aunque Efraín y Manasés fueron reconocidas como dos tribus, ellos sacaron una sola parte, aunque no sin protesta[48]: Efraín en el sur, Manasés en el norte. La frontera norte de Manasés se define en su relación con Aser e Isacar, aunque retuvo las ciudades dentro de esas dos áreas tribales.
La heredad de Efraín se menciona antes de la de Manasés porque Jacob lo puso primero[49]. La presentación de la heredad de Efraín consiste de una delimitación de sus fronteras, una referencia a las ciudades y aldeas que heredó dentro de Manasés y una nota de fracaso. Josué derrotó a los jezeritas pero no tomó su ciudad.
Maquir era el primogénito de Manasés[50]. El texto dice que era un gran guerrero y así había heredado ya Galaad, que recibió el nombre por su hijo, y Basán al oriente del Jordán[51]. Galaad también tenía siete descendientes varones que heredaron tierra al occidente del Jordán[52].
Zelofejad, un nieto de Galaad, no tuvo hijos varones porque murió en el desierto, pero le sobrevivieron cinco hijas. Para asegurar la sobrevivencia de las familias israelitas sin descendencia de varones, aun a pecadores como Zelofejad, el Señor prometió que los derechos del padre se dieran a sus hijas[53]. Como resultado, la heredad de Manasés se dividió entre diez familias: los cinco hermanos vivos de Zelofejad y sus cinco hijas. Como Caleb, estas hijas apelaron por fe en la promesa del Señor, a quienes administraban la distribución de la tierra para que les entregaran lo que les correspondía.
La incapacidad de Manasés y Efraín para desalojar a los cananeos, sirve como una transición a la sección siguiente. La falta de obediencia de fe socavó el compromiso espiritual de Israel y condujo a Israel a relacionarse en matrimonio con los cananeos y a su ruina[54].
La petición y el fracaso del pueblo de José al final de la sección sobre los primeros repartos[55], contrasta vivamente con la petición y el éxito de Caleb de Judá al principio[56]. La gente de José se quejó de que su porción era demasiado pequeña; Josué respondió que su fe era demasiado pequeña. A la luz del interés de este libro por la unidad de todo Israel, uno podría añadir también que sus intereses eran demasiado egoístas.
Desde un punto de vista legal, su queja de que se les había dado una sola “suerte” parece tener alguna justificación, porque eran reconocidas como dos tribus grandes. Sin embargo, el Señor mandó la suerte y tanto a Efraín como a Manasés les había sido dada tierra por separado. Manasés era el segundo al occidente del Jordán solamente después de Judá, y a la media tribu de Manasés le fue dada una gran porción de tierra al oriente del Jordán también.
Josué usó su reclamo: “Si son un pueblo tan numeroso”[57], contra ellos. Si eran “grandes”, debían deforestar las colinas y no solo contentarse con las ciudades que los cananeos habían construido y los pastos que habían limpiado. La región montañosa de Efraín puede haber incluido las áreas boscosas a ambos lados del Jordán. El término se usa así en 2 Samuel 18.6 y los habitantes de esta área, los ferezeos y refaítas, se dice que vivían respectivamente a ambos lados del río. Esto explica la afirmación de Josué que Efraín y Manasés no tendría solo una parte. Su reclamo de que no nos bastará a nosotros esa región montañosa. Además todos los cananeos que habitan en la tierra del valle tienen carros de hierro puso al descubierto su fracaso espiritual: pereza, timidez y falta de visión.
Josué respondió con la confianza de la fe: “La montaña les pertenece: corten los árboles ya que es un bosque y será de ustedes en toda su extensión. Aunque el cananeo sea fuerte y tenga carros de hierro, ustedes tomarán posesión de ella”[58].
b. Reparto para el resto de las tribus en Silo.
Josué movió su campamento de Gilgal a Silo, en el corazón de Efraín, donde estaba instalado el tabernáculo de reunión del Señor[59]. Silo estaba en el centro de la tierra prometida y su paisaje encierra un anfiteatro natural. Distribuyendo la tierra en la presencia del Señor, se ponen de manifiesto la significación teológica de la conquista de la tierra y su distribución: era la tierra del Señor, para ser santificada por él. Siguiendo su perspectiva teológica, el narrador repite que Israel había sometido la tierra pero por fe todavía debía ser poseída.
Josué reprendió a las siete tribus restantes por su fracaso en cumplir las obligaciones de su pacto. La versión Nacar-Colunga traduce de manera apropiada el sentido del original cuando dice: “¿Hasta cuándo vais a ser negligentes en apoderaros de la tierra…?”: Dios les había dado la tierra, pero ellos habían fallado para penetrar y poseerla por fe. Para estimularlos a obedecer en fe, Josué envió 21 hombres, tres de cada tribu, para inspeccionar la tierra restante, escribir una descripción de ella, ciudad por ciudad, con vista a asignarla, y traerle un informe. Luego de que las tribus mismas la habían dividido en siete partes, Josué, a través de Eleazar el sacerdote y con los jefes de familias, echó las suertes delante del Señor. Les recordó que este modo de distribuir la tierra no se aplicó a Judá en el sur y a José al norte; a los levitas o a las tribus orientales. Los 21 hombres eran exploradores, no espías.
El primer sorteo le tocó a Benjamín, el segundo hijo de Raquel, después de José. Josué 18.11–20 enumera los límites de esta área y Josué 18.22–24 las ciudades incluidas dentro de esos límites: Doce en el distrito oriental, seco y sin atractivo, y catorce apiñados sobre la deseable vertiente al norte y occidente de Jerusalén.
El segundo sorteo le tocó a Simeón, el segundo hijo de Jacob con Lea[60]. Al hacer los mapas de la tierra, se decidió que la porción de Judá, aunque designada por suerte, era más grande de lo que necesitaba y así se le dio a Simeón tierra dentro de la porción de Judá. Esto cumplió la maldición de Jacob sobre Simeón de que estaría disperso en Israel[61]. Al tomar posesión de la tierra, Judá y Simeón combatieron uno al lado del otro[62]. Las ciudades de Simeón se concentraron en las cercanías de Beerseba y al nordeste del Neguev, en donde los oasis no son numerosos y los pozos profundos son esenciales para un continuo establecimiento.
El tercer sorteo le tocó a Zabulón, el hijo menor de Lea[63].
El cuarto sorteo le tocó a Isacar, el quinto hijo de Jacob con Lea[64]. Sus ciudades y fronteras no se trazaron más allá de tres puntos de referencia ciertos, Jezreel, monte Tabor y el río Jordán.
El quinto sorteo le tocó a Aser, el segundo hijo de Jacob con la sierva de Lea, Zilpa[65].
El sexto sorteo le tocó a Neftalí, el hijo menor de Jacob con la sierva de Raquel, Bilha[66]. Su tierra incluía montañas atractivas, densamente arboladas y áreas bajas bastante fértiles. A través de esta tierra fértil de Galilea, corría la mayor ruta de comercio entre Jezreel y puntos del norte.
El sétimo sorteo le tocó a Dan, el hijo mayor de Jacob con Bilha[67]. Aunque solo se dan sus ciudades, se pueden inferir sus linderos de los de los territorios vecinos de Judá y Efraín. Los amorreos forzaron hacia el norte a esta tribu tímida y perezosa[68]. La historia completa de la conquista posterior de los de Dan en Lais, se narra en Jueces 18. Dan representa el clímax del fracaso para poseer la tierra que el Señor había dado a Israel. En su caso, los amorreos prevalecieron.
La conclusión consiste de dos partes: La herencia de Josué[69] y un informe final sobre los administradores del sorteo, el lugar donde se llevó a cabo y la distribución completa de la tierra. El pueblo unificado bajo la dirección de Dios, dio a Josué la ciudad de Timnat-séraj y él ejemplificó para ellos la obediencia de fe solicitándola como su herencia, poseyéndola y reconstruyéndola. Su ejemplo al final de la sección sobre la distribución de la tierra al occidente del Jordán, complementa la fe de Caleb al principio. Al echarse la suerte a la entrada del tabernáculo del Señor, se hacía claro que esta era la tierra del Señor, un regalo a Israel, para ser tomado por fe. Aunque las tribus que fallaron dieron excusas, no tenían ninguna.
12. Ciudades de refugio
Como una medida práctica para asegurar justicia, Dios instruyó a Moisés para que Israel ubicara seis ciudades, tres a cada lado del Jordán, donde cualquiera que hubiere matado a una persona accidentalmente y sin premeditación, pudiera huir y encontrar asilo del vengador de la sangre. Después de la conquista de la tierra al oriente del Jordán, Moisés estipuló con prontitud las tres ciudades allí[70].
La sangre inocente, como la maldición, debe encontrar satisfacción. El Señor examina sobre y demanda la sangre inocente que clama por venganza[71]. La sangre homicida profana la tierra[72], contamina las manos[73] y pone de manifiesto el juicio del Señor[74] y del protector de familia que está obligado a buscar justicia, no venganza, para su familia. La sangre inocente es expiada ya sea por la muerte del asesino[75] o por expiación[76]. De otra manera trae sobre la tierra la ira del Señor y desastre[77]. En este concepto, el propiciatorio en el Antiguo Testamento no ha sido examinado aquí pero al leer Salmos 51.14, uno ve la importancia de establecer en tribunales justos si la muerte fue deliberada o accidental. Si el acto fue deliberado, o sea asesinato, entonces la justicia demandaba sentencia de muerte; si fue accidental o no premeditado, entonces al culpable se le permitía vivir una vida normal en la ciudad de refugio.
Cuando el supuesto asesino llegaba a una ciudad de refugio, los ancianos, todos los levitas que eran responsables de enseñar la ley, le hacían un juicio preliminar a la puerta de la ciudad, en donde se asentaba el tribunal en el antiguo Israel. Si se le encontraba inocente, le daban asilo del protector de familia y lo enviaban a presentarse a juicio ante la asamblea, un tipo de parlamento pre-monárquico investido de poderes representativos y judiciales. Si esta asamblea de jefes o varones adultos lo encontraba culpable, lo entregaban al protector de familia para su ejecución. Si lo encontraban inocente, lo enviaban de vuelta a la ciudad de refugio donde tenía que permanecer hasta la muerte del sumo sacerdote en funciones en ese tiempo. Permanecía allí para protegerlo a él y al protector de familia de una venganza como represalia. Quizá la muerte del sumo sacerdote, el representante principal de Israel ante Dios, podría decirse que simboliza la muerte expiatoria de Jesucristo, quien ofreció satisfacción por todos los pecados, tanto intencionales como no intencionales.
13. Ciudades levíticas.
Aunque los levitas tenían al Señor como su heredad[78], necesitaban ciudades para vivir y tierras de pastoreo para sostenerse. Ahora se estaba proveyendo para esas necesidades.
A semejanza de Josué y Caleb, y a diferencia de las siete tribus perezosas y miedosas que necesitaron del impulso de Josué, las cabezas de las tres ramas de levitas[79] tomaron la iniciativa y se acercaron a los administradores de la porción sagrada en Silo, reclamando la promesa de Dios a través de Moisés para darles 48 ciudades con sus tierras de pastoreo alrededor, incluyendo las seis ciudades de refugio[80]. A las tribus como Judá, que tenía muchas ciudades, les dio más territorio que a aquellas otras tribus como Neftalí que solamente tenía unas pocas[81].
Los israelitas accedieron a la petición de los levitas y dieron a esta tribu, semejante a peregrina, esparcida por toda la tierra, ciudades de su propia heredad. Al dar este tipo de “diezmo”, se bendecían a sí mismos, porque los levitas esparcidos en su medio les enseñaban la ley que los santificaba, bendecía y aseguraba en la tierra[82].
La distribución de las ciudades levíticas se hizo de acuerdo con las tres ramas de Leví. En la revisión, se da primero la secuencia del sorteo, luego el número de ciudades dado a cada rama y la tribu en cuya área se localizaban las ciudades.
El narrador repite dieron varias veces, para poner énfasis en que era el Señor quien asignaba estas ciudades. A juzgar por el primer sorteo, la asignación salió de acuerdo con la importancia y el tamaño de la rama. En forma apropiada, la suerte le tocó primero a los cohatitas, porque Aarón y la línea sacerdotal pertenecían a esa rama. Dios dio a los sacerdotes ciudades desde Judá, Simeón y Benjamín, esto es, aquellas áreas más cercanas a Jerusalén, donde se localizaría el Templo. De manera sorpresiva y significativa, no les dieron Jerusalén a los sacerdotes; el Señor reservó ese galardón para la casa de David, protectores del Templo. Al resto de los cohatitas, los “sacerdotes menores”, les fueron asignadas ciudades en las áreas de las tribus que seguían en proximidad a Jerusalén, Efraín, Dan y la media tribu de Manasés, al occidente del Jordán.
A los gersonitas les fueron asignadas ciudades en el extremo norte, en Isacar, Aser, Neftalí y la media tribu de Manasés en Basán, y a los meraritas les dieron ciudades al sur de ellos, en el territorio de Zabulón al occidente del Jordán, y de Gad y Rubén al oriente del Jordán.
Al tiempo que se distribuyeron estas ciudades, algunas como Gezer y Taanac, todavía estaban en manos de los cananeos. Los levitas tenían que poseerlas mediante obediencia por fe.
14. Reteniendo la tierra.
El narrador ahora relata tres episodios para mostrar que Israel debía retener la tierra en la misma forma que la poseyó. Después de haber sido exhortados por Josué a retener la lealtad al pacto, la noble milicia oriental, reconociendo que el Señor les había dado sus tierras, edificaron un altar en su camino a casa como testimonio de su unidad con el Señor de Israel[83]. En su discurso de despedida, Josué dio énfasis a la lealtad al pacto para permanecer en la tierra[84] y solemnizó el pacto de Israel renovándolo en Siquem[85].
a. El altar de testimonio de las tribus orientales.
1) Despedida de Josué a las tribus orientales.
La generosa despedida de Josué a las tribus orientales forma un eslabón con los mandamientos en el capítulo 1. Los elogió por haber cumplido escrupulosamente su encomienda de no abandonar a sus hermanos sino ayudarlos hasta que las tribus occidentales tuvieran reposo de los ataques de los cananeos. Habían desplegado resistencia en la fe al realizar esta misión durante largo tiempo y terminado su carrera. A ellos se pudo haber dicho: “Bien, siervo bueno y fiel”[86]. La reflexión de Josué sobre el reposo mira atrás, y su exhortación de guardar la ley de Moisés, cuya esencia se resume en un mandamiento, amar a Dios de todo corazón y repite la exhortación del Señor en el prólogo del libro. “El amor” era la estipulación básica en los tratados antiguos del Cercano Oriente. Ninguna ley puede lograr su meta si se tolera de mala gana. Debe estar fundada en asentimiento interior. Corazón y alma no especifican distintas esferas de la vida sino que refuerzan la devoción total a Dios.
Como líder carismático de Israel, Josué medió en la bendición de Dios sobre los hombres de la milicia oriental. Al enviarlos a un espléndido retorno al hogar con el botín que habían ganado, los exhorta en las mejores tradiciones de la guerra santa a compartir con aquellos que se habían quedado atrás para proteger sus hogares. Todos entraron a su reposo totalmente recompensados.
2) El altar.
Estos fieles hombres de la milicia realizaron un acto final de lealtad al Señor, antes de reunirse con sus familias. Para que las futuras generaciones al occidente de Israel no impidieran a las tribus orientales venir a adorar al Señor al occidente del Jordán donde él había hecho morar su nombre, edificaron un altar imponente cerca del Jordán, como testimonio de que el Señor los había elegido también a ellos para ser su pueblo.
Desafortunadamente, su acto visionario y creativo de fe fue malinterpretado por los occidentales como un altar rival al Señor. Las tribus del oriente y el occidente no estaban en desacuerdo en su interpretación de la ley en Deuteronomio 12.4–14; ambos lados asumían que la ley prescribía que Israel adorara únicamente en el santuario central. Sin embargo, los occidentales pensaron que los orientales pretendían adorar al Señor de acuerdo con su propia voluntad, y no la suya. Observando la forma en que los dos grupos reconciliaron sus diferencias, podemos sacar principios sanos para resolver nuestras diferencias doctrinales.
Las tribus occidentales, como la parte ofendida, comenzaron a componer la grieta en la siguiente forma:
a) Se pusieron enseguida a tratar con al problema y no lo barrieron debajo de la alfombra.
b) Tomaban tan en serio la apostasía, que pusieron la pureza sobre sus propias vidas, no comprando la paz a cualquier precio.
c) Enviaron a sus dirigentes más capaces, el sacerdote Finees, que había mostrado celo por el Señor en el episodio de Baal de Peor[87] y diez jefes representando a todas las tribus, para investigar el asunto y posiblemente restaurar a los ofensores, no actuando impetuosamente.
d) Enfocaron la ofensa percibida en forma objetiva como una prevaricación, un acto de rebeldía contra Dios, y no subjetivamente como un golpe a sus propios egos.
e) Argumentaron su caso sobre la convicción de que Dios castiga el pecado como se desplegó en Baal de Peor, o sea, los dejó con las semillas de la culpa histórica y la plaga del Señor, no en la conveniencia.
f) También argumentaron sobre la convicción de que el pecado de algunos afecta a todos, como en el caso de Baal de Peor y en el caso de Acán y que tal culpa colectiva no era algo ligero para ellos.
g) Respetaron las conciencias y convicciones de sus hermanos, es decir, que el Israel oriental estaba inmundo porque carecía del santuario santo de Dios, no negando la realidad y validez de sus débiles conciencias.
h) Estaban dispuestos a sacrificar algunas de sus posesiones para restaurar a sus hermanos a una limpia conciencia y adoración apropiada, sin insistir en su propia interpretación de la ley.
i) Habiendo sido corregidos por los ofensores, accedieron a su expresión creativa de fe, no estorbando expresiones de fe nuevas y apropiadas, consistentes con la palabra de Dios.
j) Finalmente, los representantes informaron a toda la asamblea para su aprobación, no excediendo su autoridad.
Las tribus orientales, los ofensores, respondieron corrigiendo el malentendido mediante la presentación de los hechos en forma solemne, devota y vigorosa. Convinieron en tomar acción decisiva contra la apostasía, estando dispuestos a morir para impedirla y luego explicaron clara y cabalmente su motivación. Dijeron que necesitaban un monumento apropiado, como esta reproducción de altar, para superar la barrera natural del Jordán, como un testimonio a las futuras generaciones de que sus hijos tenían igual derecho en la adoración a Dios. No era la intención usarlo para sacrificios, y por lo tanto, no era una apostasía.
Como resultado de estos procedimientos saludables, los hermanos se separaron reconciliados unos con otros y alabando a Dios. Si la ausencia de apostasía es una causa para alabar a Dios por su presencia con su pueblo, luego su presencia debe impulsar a los creyentes a investigar las posibles causas de su desaprobación.
b. Discurso de despedida de Josué.
Las “últimas palabras” de Josué lo colocan en la compañía distinguida de Moisés[88], Samuel[89] y David[90], cuyas últimas palabras pusieron énfasis en la fidelidad al pacto. El discurso se dio poco después que Josué había repartido la tierra. Ambos, Moisés y Josué, fundadores de la teocracia, mantuvieron la fe hasta su muerte y fueron modelos del dirigente ideal, enseñando a la generación siguiente a mantener el pacto.
1) Prólogo histórico.
En tanto que Moisés validaba la fidelidad del pacto de Dios haciendo un recuento de su conquista de la tierra al oriente del Jordán[91], Josué la verificó repasando la destrucción que Dios hizo de los cananeos al occidente del Jordán y su reparto de las naciones conquistadas que quedaron. El pueblo lo había visto con sus propios ojos. Sin embargo, hoy el Espíritu inspira fe a través de la proclamación de las palabras de fe[92].
2) Obligaciones del pacto.
Dios se había comprometido a continuar sacando a los cananeos, e Israel se había comprometido a ser fuerte en la fe y a guardar la ley. Prometieron no ser seducidos a la adoración de las deidades cananeas que hacían tan pocas demandas morales[93] y dieron su palabra de continuar uniéndose exclusivamente a Dios. Como en su despedida a las tribus orientales, Josué tomó su vocabulario directamente del libro de Deuteronomio.
3) Experiencia del pacto.
La generación de Josué se había unido al Señor y experimentado las promesas de su pacto. Conforme la promesa, nadie les hizo frente. En este punto podemos discernir el esquema teológico del narrador impuesto sobre la información. El pasa revista a las victorias de fe de Israel sobre naciones grandes y fuertes y no menciona sus fracasos de incredulidad. Esa experiencia positiva era suficiente motivación para amar al Señor vuestro Dios.
4) Maldiciones del pacto.
El antiguo pacto de Israel contenía tanto promesas de bendiciones por guardarlo como amenazas de castigo extremo por violarlo[94]. Al manifestar las obligaciones del pacto, Josué subraya la separación religiosa de los cananeos y los previene contra todo contacto social con ellos, asumiendo que su contaminación religiosa y ética era contagiosa y traería la ira de Dios sobre Israel como sobre ellos[95]. Si Israel se aliara con estas naciones, ellas serían usadas en contra de Israel para infligir las maldiciones del pacto sobre los infieles. En la batalla entre el reino de Dios y los reinos de este mundo, uno no puede ser neutral[96]. Ya sea el santo o el pecador, uno debe prevalecer. El que no es por Cristo es contra él[97]. Los que no están comprometidos serán destruidos[98], pero el Espíritu dentro de los santos es mayor que las fuerzas espirituales puestas en batalla en contra de ellos. Quienes profesan una relación de pacto con Dios, deben perseverar en su fe para permanecer en la tierra de bendición[99], como lo enseña dolorosamente la trágica historia de Israel[100].
La generación de Israel que conquistó la tierra sabía por experiencia que Dios cumple sus promesas. Josué había validado esa verdad a través de su vida. La fidelidad de Dios al guardar las promesas de su pacto alienta a los santos a la fidelidad, los fortalece en la adversidad y los refrena en la tentación. Dios no es caprichoso, de modo que su pueblo no tiene que vivir en ansiedad. El habla claramente tanto las promesas para inspirar amor, como las amenazas para provocar temor. Dios edificó a Israel en una gran nación en la buena tierra para santificarla mediante su ley. Si su pueblo falla en su misión, Él lo destruirá[101].
c. Renovación del pacto en Siquem.
Los ancianos de Israel, quienes fueron testigos oculares de los asombrosos actos de Dios en la fundación de la nación, ratificaron y renovaron su pacto con Él cuatro veces. Originalmente en Sinaí, después del maravilloso éxodo[102]; en Moab, después que Dios los había preservado milagrosamente en el desierto y habían conquistado la tierra al oriente del Jordán[103]; en el monte Ebal después de las victorias en Jericó y Hai; y finalmente aquí en Siquem, después de los sorprendentes triunfos sobre las coaliciones cananeas. Las primeras dos fueron mediadas a través de Moisés, las últimas dos a través de Josué. Aquí está uno de los vínculos más fuertes entre Moisés y Josué: ambos mediaron el pacto del Señor. Los ancianos en estas ocasiones representaban a toda la nación.
Josué reunió al pueblo en Siquem delante de Dios, o sea, ante el arca, para renovar el pacto, al mismo tiempo de su discurso de despedida o en una ocasión por separado. Evidentemente, el santuario portátil y el arca habían sido llevados a este sitio sagrado[104].
El pacto era similar a los tratados del antiguo Cercano Oriente, en el cual una superpotencia entraba en relación con una nación más débil. Esta clase de acuerdo, conocido como un “tratado de vasallaje”, tenía típicamente seis partes:
1) Un preámbulo identificando al gran rey.
Josué habló como un profeta, como un mensajero de la corte celestial. El gran Rey en persona estaba siempre representado como el autor del pacto. El cambio de “yo” a “él” con referencia a un autor, como en Josué 24.7, no es excepcional en la literatura antigua.
2) Un prólogo histórico relatando las bondades del rey hacia el vasallo.
Típicamente, el gran Rey relataba la historia de su relación con su vasallo para inspirarle un sentido de confianza y obligación. Un reino perdurable debe establecerse sobre base de consentimiento interior, no sobre la fuerza.
El Señor emprendió su relación única con Israel cuando redimió a Abraham de su familia pagana encabezada por Taré. Las familias bendecidas de Israel circuncidaban a sus hijos para mostrar su nueva fe. El resto de la historia sagrada es bien conocido desde el Pentateuco y el libro de Josué excepto por la adición: Los señores de Jericó combatieron contra vosotros. Se señalan especialmente siete naciones para denotar totalidad. La avispa[105] es probablemente una imagen de pánico y confusión por la cual Dios ayudó a Israel a conquistar. Lo que se enfatiza es que la victoria fue ganada no por la fuerza de las armas sino por la intervención milagrosa de Dios. Los dos reyes de los amorreos son Sijón rey de los amorreos y Og rey de Basán[106]. Si bien Israel pudo haber usado espada y arco al tomar la tierra prometida, no pueden atribuir su victoria a ellas[107].
3) Estipulaciones, siendo la básica servir solamente al rey y a su reino.
Los antiguos tratados de vasallaje esencialmente estipulaban lealtad exclusiva al gran Rey. Un tratado heteo ordena: “¡No vuelvan sus ojos a nadie más!” Aquí es igual. Temed a Adonay impone ondear una bandera blanca de rendición ante la ley del Señor, de sometimiento de uno mismo a sus mandamientos. Uno no puede “temerle” y al mismo tiempo servir a otros dioses[108]; estos ídolos deben ser arrojados[109]. El Dios celoso de Israel no tolera rival. Tampoco Jesús[110]. La referencia a Egipto añade al Pentateuco que la redención de Israel de Egipto fue espiritual, no solo política[111]. Dios demanda que el pueblo escoja dónde descansa su lealtad, si con los antiguos dioses de Taré, los nuevos dioses de Canaán, o con Él[112], un ofrecimiento de opciones que asume la libertad de Israel ante Dios.
Entrar en el pacto era asunto que tenía que decidir cada familia en lo individual, como puede verse en la famosa resolución de Josué. Aunque Israel funcionaba como una nación, el pacto era esencialmente un asunto de familia, y todavía lo es. Como testigos oculares de los actos narrados en el prólogo y por lo tanto capaces de confirmar su exactitud, esa generación apropiadamente formó el fundamento para la relación del antiguo pacto con Dios. Después de esto, el pacto será transmitido por la boca de una generación y recibido en el corazón de la siguiente[113]. Así también la comunidad del nuevo pacto se edifica sobre los apóstoles quienes fueron testigos oculares de la vida de Jesucristo, especialmente su resurrección[114] y después de eso la boca lo confiesa y el corazón lo recibe[115].
4) Maldiciones y bendiciones.
Josué sabía por la revelación divina y por la experiencia, que el pueblo era incapaz de guardar el antiguo pacto[116]. Juiciosamente advirtió que romper el pacto con el Dios santo y celoso, que no soportará vuestras rebeliones ni vuestros pecados, o sea, desistir de las maldiciones del pacto, conduciría a las sanciones desastrosas de las maldiciones del pacto. Precisamente porque el carácter de Dios no cambia, su actitud hacia el pueblo cambia cuando se vuelve a él o en contra de él; en esta forma él recompensa el bien y castiga la maldad[117]. Su única esperanza está en la sangre expiatoria de Cristo[118]. A través del fracaso del antiguo pacto, debido a la inconstancia humana, Israel aprenderá siglos más tarde la necesidad del nuevo pacto y un caminar en el Espíritu, como aun Pablo tuvo que aprender[119]. Los caminos de Dios en la historia están llenos con el misterio de su propia gloria[120].
La generación fundadora esencialmente guardó el pacto, aunque Josué tuvo que exhortar a ciertas familias a quitar sus antiguos dioses.
5) Testigos del pacto y depósito de la ley.
Moisés enseñó al pueblo un canto como un testimonio contra ellos[121]. Josué llamó al pueblo a ser testigos contra ellos mismos. Con su resolución, sabia por su conocimiento de la fidelidad de Dios pero al mismo tiempo insensata por su ignorancia de la inconstancia humana, Josué renovó el pacto, redactando su contenido de acuerdo con las estipulaciones y registrándolas en un cierto libro de la Ley de Dios que no se ha conservado aparte de esta mención. La gran piedra que erigió como testimonio adicional en contra de ellos, posiblemente fue un pilar conteniendo el pacto[122].
Un tratado individual podía variar de este esquema, pero se percibía el patrón básico[123].
d. Disolución de la asamblea.
Habiendo concluido su labor, la tierra poseída y el pacto renovado, Josué despidió al pueblo por última vez.
e. Menciones sobre la sepultura de Josué.
El narrador concluye su libro con la sepultura de Josué[124], José[125] y Eleazar[126], en el resto de la tierra prometida, porque ellos simbolizan su tema dominante: A esa generación fiel, Dios dio reposo en la tierra que había prometido a sus padres. Josué es finalmente recompensado con el título honorífico que había ganado: siervo de Adonay. Otro y más grande, mediará el nuevo pacto[127].
Josué murió a la edad de ciento diez años, tal como José, tras la epopeya de la conquista y de la división de la tierra prometida, y fue sepultado en Timná Séraj, en las colinas de Efraín, en el territorio que le habían asignado los hijos de Israel. La versión septuaginta añade aquí una observación curiosa: “Y sepultáronle a los confines de su heredad, en Tamnat-Saré, en el monte de Efraín, al septentrión del monte de Gaás; allí pusieron, con él, en el sepulcro, en que le sepultaron allí, las cuchillas las de piedra en que circuncidó a los hijos de Israel, en Galgal, cuando les sacó de Egipto; según que les ordenó el Señor; y allí están hasta este día”[128]
[1] Josué 13.1-7.
[2] Josué 15.1–17.18.
[3] Josué 18.1-19.51.
[4] Josué 11.16–23; 21.43–45.
[5] Éxodo 23.30.
[6] Hebreos 4.1–14.
[7] Jueces 3.1–4.
[8] 1 Crónicas 18.1-3. RV60
[9] Isaías 11.12–16.
[10] Josué 17.16; Jueces 1.19.
[11] Josué 13.6.
[12] Deuteronomio 21.15–17.
[13] Génesis 29.31-32.
[14] Génesis 48.1–9.
[15] Números 18.21–32.
[16] Josué 13.8. BAD
[17] Josué 14.6. Ibid
[18] Números 14.23. La Toráh
[19] 1 Crónicas 4.13–15.
[20] Josué 14.8-9, 14.
[21] Josué 14.1–7.
[22] Josué 14.6-9.
[23] Josué 14.10-12.
[24] Josué 14.13-15.
[25] Números 14.24, 30.
[26] Números 13.
[27] Efesios 1.14; Colosenses 3.24; Hebreos 9.15.
[28] Josué 11.21–31.
[29] Josué 14.11.
[30] 2 Corintios 4.7–18.
[31] Génesis 22.17-18.
[32] Josué 14.13.
[33] Josué 21.43-45.
[34] Génesis 49.10; Jueces 1.1-2; 20.18.
[35] Josué 15.2–12.
[36] Efesios 5.25; Hebreos 4.1–14.
[37] Deuteronomio 6.10-11.
[38] Josué 15.21-32.
[39] Josué 15.32-34.
[40] Josué 15.45-47.
[41] Josué 15.48-60.
[42] Josué 15.61-62.
[43] Josué 10.1, 22-27.
[44] Josué 16.1-4.
[45] Josué 16.5-10.
[46] Josué 17.1-13.
[47] Josué 17.14-18.
[48] Josué 17.14.
[49] Génesis 48.17–20.
[50] Génesis 50.23; Números 26.29.
[51] Números 26.30-31.
[52] Números 26.30–32.
[53] Números 26.33; 27.1–11.
[54] Deuteronomio 7.1–6; 12.29–31; Jueces 3.1–6.
[55] Josué 17.14-18.
[56] Josué 14.6–15; Jueces 1.27-28.
[57] Josué 17.15. BL95
[58] Josué 17.18-19. Ibid
[59] Éxodo 33.7; Números 11.16; Deuteronomio 31.14.
[60] Génesis 29.33.
[61] Génesis 49.7.
[62] Jueces 1.3.
[63] Génesis 30.19-20; 49.13.
[64] Génesis 30.14–17; 49.14.
[65] Génesis 30.12–13; 49.20.
[66] Génesis 30.7; 49.21.
[67] Génesis 30.1–6; 49.16-17.
[68] Jueces 1.34.
[69] Josué 19.49-50.
[70] Deuteronomio 4.41–43; 19.1–13.
[71] Génesis 4.10; 9.5-6; 2 Samuel 16.7-8.
[72] Números 35.33.
[73] Isaías 59.3.
[74] 1 Reyes 2.31.
[75] Números 35.33; Deuteronomio 19.13.
[76] Deuteronomio 21.7–9.
[77] 2 Samuel 21; 1 Reyes 2.31–33; 2 Reyes 24.4.
[78] Josué 13.14, 33.
[79] Números 3.17.
[80] Números 35.1-5.
[81] Números 35.7-8.
[82] Deuteronomio 33.8–11.
[83] Josué 22.1-34.
[84] Josué 23.1-16.
[85] Josué 24.1-27.
[86] Mateo 25.21. NBLH
[87] Números 25.7.
[88] Deuteronomio 31.1–13.
[89] 1 Samuel 12.1–24.
[90] 1 Reyes 2.1–9.
[91] Deuteronomio 31.4.
[92] Romanos 10.6–13.
[93] Deuteronomio 5.9; 8.19.
[94] Levítico 26; Deuteronomio 28.
[95] Deuteronomio 7.2–4.
[96] Efesios 6.10–18.
[97] Mateo 12.30.
[98] Proverbios 24:30–34
[99] 2 Crónicas 7:19–22; Heb. 6:4–7; 10:26–31
[100] 2 Reyes 17:7, 8; 24:20
[101] Marcos 12:1–12
[102] Éxodo 24.
[103] Deuteronomio 29:1
[104] Génesis 33:18–20
[105] Deuteronomio 7.20.
[106] Josué 12.2-5.
[107] Salmos 44.1–3.
[108] 2 Reyes 17.32–34.
[109] Génesis 35.2–4.
[110] Mateo 6.24; Lucas 14.26.
[111] Ezequiel 20.5–10; 23.1–4.
[112] 1 Reyes 18:21; Revelación 3.16.
[113] Deuteronomio 31:11–14.
[114] Hechos 1.21-22; 1 Corintios 15.58.
[115] Romanos 10.6–10.
[116] Deuteronomio 31.14–32.47.
[117] Jeremías 18.5–10.
[118] Salmos 32.1-2; 130:3-4; Lucas 22.20; Romanos 3.21–26.
[119] Romanos 7.7–8.4.
[120] Romanos 11.33–36.
[121] Deuteronomio 31.9–32.44.
[122] Jueces 9.6; Génesis 28.18; 31.45–50; 1 Samuel 7.12.
[123] Éxodo 19–24; 1 Samuel 12.
[124] Josué 24.29-30.
[125] Josué 24.32.
[126] Josué 24.33.
[127] Isaías 42.6; 49.8.
[128] Josué 24.30. Septuaginta