DEL PÁNICO ESCÉNICO
Cuando entró al auditorio, se puso pálido, las rodillas se
le doblaban, sudaba copiosamente y todas las palabras que había memorizado
huían asustadas como ese pobre actor.
Era su debut y no sabía como iba a poder continuar.
¡Miedo! Esa es la palabra. Muchas personas a la hora de pasar al frente a hablar, actuar, o simplemente ponerse de pie ante los demás, entran en ¡miedo! Esa sensación no les permite hacer nada. Se vuelven torpes, no recuerdan sus líneas e incluso se olvidan que llevaban notas para ayudarse.
Y es que el pánico escénico es una enfermedad mortal para todo aquel que quiera llevar un mensaje a la audiencia, especialmente si es el mensaje de Dios.
El auditorio siente el temor de la persona que está al frente y va a provocar que se burlen o le tengan lástima. Si se burlan, el mensaje no podrá ser entregado, mientras que si tienen lástima, el mensaje no llegara al corazón de los oyentes. Así que el mensaje nunca hará efecto.
No puedo olvidar la vez en que caí en el pánico escénico: Estaba en una congregación de unas 900 o más personas y pasé a dirigir los cantos. Había estado el frente del público dramatizando y predicando, pero jamás había dirigido un canto. En aquel momento, mis cuerdas vocales parecía que se habían pegado y todos los cantos que me sabía se confundieron. Eso afectó de tal manera mi vida, que incluso, a pesar de haber pertenecido al coro cuando estudiaba en el Instituto Bíblico, aun tengo problemas para dirigir cantos.
El pánico escénico cruza los “cables de nuestra mente” y hace que digamos cosas sin sentido. Creo que nunca olvidaré a mi compañero de Instituto que predicando en el devocional matutino, al querer adornar su sermón con alguna palabra en griego, escogió la palabra “Señor” (Kurios), pero cuando entró en pánico, decía Agapao, la palabra que significa “amor”, por lo que el resto del curso tuvo que aceptar las bromas de todos sus condiscípulos.
La mejor manera de eliminar el pánico escénico es cuando asimilamos que todos somos iguales, somos hermanos, ya sea por religión o por género humano. No conozco a alguna persona que tenga pánico de hablar con sus hermanos carnales, por lo que no debe importarnos hablar delante de cualquier persona.
Escuché a un orador decir que algo que él utilizaba era que fijaba su vista en un punto más allá del auditorio, pero no lo recomiendo porque puede parecer que no estamos tomando en cuenta a la audiencia, especialmente a los que están cerca, así que no hay que olvidar pasear la mirada por los rostros de todos y así lograremos mantener una buena comunicación visual.
Hay cuatro secretos que debemos practicar si queremos vencer el pánico escénico:
A. Hay que comenzar de una manera tenaz.
Si actuamos con temor, jamás lograremos vencer el pánico. Por eso, cuando nos disponemos a presentar un discurso, nuestro espíritu debe estar listo para lo que nos proponemos a hacer. Si atacamos con celeridad nuestro objetivo, no habrá nada que pueda detenernos.
El predicador debe pasar frente a la congregación con entusiasmo, feliz de poder volver a tomar la palabra, convencido de que lo que hace es un trabajo de vida o muerte.
Estoy convencido de que todo buen orador no cambiaría de lugar con el potentado más rico del mundo, cuando ve a sus oyentes hipnotizados con sus palabras.
Cuenta la historia que cuando Hernán Cortés llegó a América, mandó quemar sus barcos, a imitación de lo que hiciera Julio César siglos antes en Inglaterra. De esta manera se aseguraban que sus hombres no tendrían la tentación de devolverse. Así debe hacer el orador: dispuesto a quemar sus “naves”, de tal manera que lo único que pueda hacer es ir hacia adelante.
B. Hay que conocer plenamente el tema.
Para que el orador pueda pasar al frente a presentar su discurso, es necesario que haya meditado plenamente en lo que va a decir.
En mis más de treinta años de predicar he tenido que dirigirme a todo tipo de audiencias, algunas muy atentas, otras distraídas, en salones con aire acondicionado o debajo de un árbol a más de 40°C., y nunca me han hecho sentirme más incómodo cuando en una ocasión el predicador designado no llegó y unos minutos antes se me pidió a mí que lo cubriera. Aunque como buen orador y siervo de Dios, ando siempre preparado para una eventualidad semejante, pero siempre que eso ocurre, trato de librarme. Pero cuando se me informa con suficiente tiempo para que me prepare, creo que logrado llegar más fácilmente al corazón de mis oyentes.
Bien decía el duque de Wellington: “No hables hasta que estés seguro de que tienes algo que decir, y sepas qué es; entonces dilo y luego siéntate”.
C. Hay que actuar con confianza.
Hay personas que antes de pasar al frente ya entran en pánico escénico, lo que causa mucha tristeza, así como cuando alguien sabe que va a entrar en él.
Cuando un orador va a pasar al frente, debe respirar profundamente e ir con resolución. Luego, al estar en la tribuna o púlpito, debe mirar a su auditorio a los ojos y entonces, enfrentarlo.
El valor ha sido elogiado a través de la historia de todos los grupos sociales hasta el día de hoy. Recuerdo a un niño de doce años que fue galardonado cuando al ver a sus padres que habían sido víctimas de una mina en la frontera entre Costa Rica y Nicaragua, tuvo el valor de cruzar por el campo minado y los sacó de ahí. También, en la entrada a Puntarenas, en Chacarita, usted puede apreciar el monumento a un joven que el 14 de setiembre de 1974 tuvo el valor de arrojarse al mar para rescatar a muchas personas de un autobús que había caído desde la carretera. Aunque este joven murió en su lucha, antes logró salvar a muchas personas que hoy le viven agradecidas. Nuestro héroe nacional en Costa Rica es Juan Santamaría, que en la campaña nacional contra los filibusteros de William Walker en 1856 trató de invadir el país. Él ofrendó su vida al prenderle fuego a la casa donde los norteamericanos se habían refugiado y hasta el día de hoy, cada 11 de abril lo dedicamos a su memoria.
Hay muchos ejemplos de heroísmo en todas las naciones y todos estos héroes son admirados. Más en cambio, son muy pocos los que tomaron una actitud cobarde y que puedan ser recordados. Algunos, que actuaron cobardemente son recordados no por ellos, sino porque su cobardía afectó la vida de alguien mejor, como el caso de Lee Harvey Oswald, asesino del presidente estadounidense John F. Kennedy, aunque él no actuó con miedo, sino que lo que hizo fue un acto infame, pero ¿quién recuerda a los cobardes que se escondieron de alguna batalla en cualquier guerra? ¿Existe un monumento a los cobardes? Le puedo asegurar que no.
Un militar expresó las inmortales palabras: “La mejor defensa es el ataque”. Así los predicadores de la Verdad debemos atacar las huestes de oscuridad anunciando el mensaje del Evangelio.
D. Hay que practicar constantemente.
Las primeras veces que tuve el privilegio de predicar, pasaba horas enteras memorizando el sermón, lo leía y releía hasta que cada palabra estaba grabada en mi mente, así que cuando estaba en el púlpito, lo podía repetir sin equivocarme.
Dice la sabiduría popular: “La práctica hace al maestro”. Si no practicamos, jamás podremos superar el temor a la audiencia.
Cuando aprendí a montar bicicleta tenía 19 años. En aquel tiempo practicaba constantemente, pero luego me ocupé en otras cosas, me engordé y nunca volví a montarme en una bicicleta hasta que años después mi cuñado llegó a casa montando la suya, así que la tomé para ir a dar la vuelta a la cuadra, pero cuando había recorrido 200 metros, avergonzado, tuve que bajarme y regresar caminando, ya que no logré superar el dolor por la falta de práctica.
Estando niño miré en televisión una película protagonizada por Spencer Tracy, en donde interpretaba a Tomás Alba Edison. El inventor estaba seguro que él podía hacer pasar corriente por una resistencia y así podría iluminar en la oscuridad, pero tuvo que pasar hora tras hora practicando con diferentes técnicas y materiales, hasta que al fin lo logró e inventó la bombilla eléctrica.
Alguien que me alienta y a quien admiro mucho es a Claudia Poll, la nadadora costarricense, que todos los días, no importa cuál sea, se levanta desde que era una niña pequeña, a las cuatro de la madrugada, para practicar. ¡Imagínese! Todos los días, de domingo a sábado, de enero a diciembre, sin feriados, sin días libres. El resultado de tanto sacrificio es el reconocimiento mundial como una de las mejores nadadoras de su época. Ella ha tenido la oportunidad de participar en diversos torneos y ha ganado muchas medallas de bronce, plata y oro. ¿Cómo lo logró? Practicando.
No conozco a alguien que haya logrado aprender a nadar quedándose cerca de la orilla, asido del borde y pataleando. Para poder aprender a nadar hay que ir a aguas profundas. Así lo es con el difícil arte de predicar. Solo el orador que se dispone a pasar al frente, venciendo todo temor, toda angustia, podrá regresar satisfecho, sabiendo que ha vencido al enemigo: El pánico escénico.
Cuando hayamos vencido ese enemigo, podemos entonces adelantar en el difícil arte de predicar.
¡Miedo! Esa es la palabra. Muchas personas a la hora de pasar al frente a hablar, actuar, o simplemente ponerse de pie ante los demás, entran en ¡miedo! Esa sensación no les permite hacer nada. Se vuelven torpes, no recuerdan sus líneas e incluso se olvidan que llevaban notas para ayudarse.
Y es que el pánico escénico es una enfermedad mortal para todo aquel que quiera llevar un mensaje a la audiencia, especialmente si es el mensaje de Dios.
El auditorio siente el temor de la persona que está al frente y va a provocar que se burlen o le tengan lástima. Si se burlan, el mensaje no podrá ser entregado, mientras que si tienen lástima, el mensaje no llegara al corazón de los oyentes. Así que el mensaje nunca hará efecto.
No puedo olvidar la vez en que caí en el pánico escénico: Estaba en una congregación de unas 900 o más personas y pasé a dirigir los cantos. Había estado el frente del público dramatizando y predicando, pero jamás había dirigido un canto. En aquel momento, mis cuerdas vocales parecía que se habían pegado y todos los cantos que me sabía se confundieron. Eso afectó de tal manera mi vida, que incluso, a pesar de haber pertenecido al coro cuando estudiaba en el Instituto Bíblico, aun tengo problemas para dirigir cantos.
El pánico escénico cruza los “cables de nuestra mente” y hace que digamos cosas sin sentido. Creo que nunca olvidaré a mi compañero de Instituto que predicando en el devocional matutino, al querer adornar su sermón con alguna palabra en griego, escogió la palabra “Señor” (Kurios), pero cuando entró en pánico, decía Agapao, la palabra que significa “amor”, por lo que el resto del curso tuvo que aceptar las bromas de todos sus condiscípulos.
La mejor manera de eliminar el pánico escénico es cuando asimilamos que todos somos iguales, somos hermanos, ya sea por religión o por género humano. No conozco a alguna persona que tenga pánico de hablar con sus hermanos carnales, por lo que no debe importarnos hablar delante de cualquier persona.
Escuché a un orador decir que algo que él utilizaba era que fijaba su vista en un punto más allá del auditorio, pero no lo recomiendo porque puede parecer que no estamos tomando en cuenta a la audiencia, especialmente a los que están cerca, así que no hay que olvidar pasear la mirada por los rostros de todos y así lograremos mantener una buena comunicación visual.
Hay cuatro secretos que debemos practicar si queremos vencer el pánico escénico:
A. Hay que comenzar de una manera tenaz.
Si actuamos con temor, jamás lograremos vencer el pánico. Por eso, cuando nos disponemos a presentar un discurso, nuestro espíritu debe estar listo para lo que nos proponemos a hacer. Si atacamos con celeridad nuestro objetivo, no habrá nada que pueda detenernos.
El predicador debe pasar frente a la congregación con entusiasmo, feliz de poder volver a tomar la palabra, convencido de que lo que hace es un trabajo de vida o muerte.
Estoy convencido de que todo buen orador no cambiaría de lugar con el potentado más rico del mundo, cuando ve a sus oyentes hipnotizados con sus palabras.
Cuenta la historia que cuando Hernán Cortés llegó a América, mandó quemar sus barcos, a imitación de lo que hiciera Julio César siglos antes en Inglaterra. De esta manera se aseguraban que sus hombres no tendrían la tentación de devolverse. Así debe hacer el orador: dispuesto a quemar sus “naves”, de tal manera que lo único que pueda hacer es ir hacia adelante.
B. Hay que conocer plenamente el tema.
Para que el orador pueda pasar al frente a presentar su discurso, es necesario que haya meditado plenamente en lo que va a decir.
En mis más de treinta años de predicar he tenido que dirigirme a todo tipo de audiencias, algunas muy atentas, otras distraídas, en salones con aire acondicionado o debajo de un árbol a más de 40°C., y nunca me han hecho sentirme más incómodo cuando en una ocasión el predicador designado no llegó y unos minutos antes se me pidió a mí que lo cubriera. Aunque como buen orador y siervo de Dios, ando siempre preparado para una eventualidad semejante, pero siempre que eso ocurre, trato de librarme. Pero cuando se me informa con suficiente tiempo para que me prepare, creo que logrado llegar más fácilmente al corazón de mis oyentes.
Bien decía el duque de Wellington: “No hables hasta que estés seguro de que tienes algo que decir, y sepas qué es; entonces dilo y luego siéntate”.
C. Hay que actuar con confianza.
Hay personas que antes de pasar al frente ya entran en pánico escénico, lo que causa mucha tristeza, así como cuando alguien sabe que va a entrar en él.
Cuando un orador va a pasar al frente, debe respirar profundamente e ir con resolución. Luego, al estar en la tribuna o púlpito, debe mirar a su auditorio a los ojos y entonces, enfrentarlo.
El valor ha sido elogiado a través de la historia de todos los grupos sociales hasta el día de hoy. Recuerdo a un niño de doce años que fue galardonado cuando al ver a sus padres que habían sido víctimas de una mina en la frontera entre Costa Rica y Nicaragua, tuvo el valor de cruzar por el campo minado y los sacó de ahí. También, en la entrada a Puntarenas, en Chacarita, usted puede apreciar el monumento a un joven que el 14 de setiembre de 1974 tuvo el valor de arrojarse al mar para rescatar a muchas personas de un autobús que había caído desde la carretera. Aunque este joven murió en su lucha, antes logró salvar a muchas personas que hoy le viven agradecidas. Nuestro héroe nacional en Costa Rica es Juan Santamaría, que en la campaña nacional contra los filibusteros de William Walker en 1856 trató de invadir el país. Él ofrendó su vida al prenderle fuego a la casa donde los norteamericanos se habían refugiado y hasta el día de hoy, cada 11 de abril lo dedicamos a su memoria.
Hay muchos ejemplos de heroísmo en todas las naciones y todos estos héroes son admirados. Más en cambio, son muy pocos los que tomaron una actitud cobarde y que puedan ser recordados. Algunos, que actuaron cobardemente son recordados no por ellos, sino porque su cobardía afectó la vida de alguien mejor, como el caso de Lee Harvey Oswald, asesino del presidente estadounidense John F. Kennedy, aunque él no actuó con miedo, sino que lo que hizo fue un acto infame, pero ¿quién recuerda a los cobardes que se escondieron de alguna batalla en cualquier guerra? ¿Existe un monumento a los cobardes? Le puedo asegurar que no.
Un militar expresó las inmortales palabras: “La mejor defensa es el ataque”. Así los predicadores de la Verdad debemos atacar las huestes de oscuridad anunciando el mensaje del Evangelio.
D. Hay que practicar constantemente.
Las primeras veces que tuve el privilegio de predicar, pasaba horas enteras memorizando el sermón, lo leía y releía hasta que cada palabra estaba grabada en mi mente, así que cuando estaba en el púlpito, lo podía repetir sin equivocarme.
Dice la sabiduría popular: “La práctica hace al maestro”. Si no practicamos, jamás podremos superar el temor a la audiencia.
Cuando aprendí a montar bicicleta tenía 19 años. En aquel tiempo practicaba constantemente, pero luego me ocupé en otras cosas, me engordé y nunca volví a montarme en una bicicleta hasta que años después mi cuñado llegó a casa montando la suya, así que la tomé para ir a dar la vuelta a la cuadra, pero cuando había recorrido 200 metros, avergonzado, tuve que bajarme y regresar caminando, ya que no logré superar el dolor por la falta de práctica.
Estando niño miré en televisión una película protagonizada por Spencer Tracy, en donde interpretaba a Tomás Alba Edison. El inventor estaba seguro que él podía hacer pasar corriente por una resistencia y así podría iluminar en la oscuridad, pero tuvo que pasar hora tras hora practicando con diferentes técnicas y materiales, hasta que al fin lo logró e inventó la bombilla eléctrica.
Alguien que me alienta y a quien admiro mucho es a Claudia Poll, la nadadora costarricense, que todos los días, no importa cuál sea, se levanta desde que era una niña pequeña, a las cuatro de la madrugada, para practicar. ¡Imagínese! Todos los días, de domingo a sábado, de enero a diciembre, sin feriados, sin días libres. El resultado de tanto sacrificio es el reconocimiento mundial como una de las mejores nadadoras de su época. Ella ha tenido la oportunidad de participar en diversos torneos y ha ganado muchas medallas de bronce, plata y oro. ¿Cómo lo logró? Practicando.
No conozco a alguien que haya logrado aprender a nadar quedándose cerca de la orilla, asido del borde y pataleando. Para poder aprender a nadar hay que ir a aguas profundas. Así lo es con el difícil arte de predicar. Solo el orador que se dispone a pasar al frente, venciendo todo temor, toda angustia, podrá regresar satisfecho, sabiendo que ha vencido al enemigo: El pánico escénico.
Cuando hayamos vencido ese enemigo, podemos entonces adelantar en el difícil arte de predicar.