II. El Tabernáculo.
Cuando Dios creó a Adán, tenía plena comunión con el hombre; hablaba sin necesidad de habitar en él. Sin embargo, aquella comunión fue rota por el pecado. La desobediencia del hombre rompió la comunicación con Dios. El pecado separó al hombre de Dios y aisló a ambos protagonistas.
Pero Dios quería restablecer la comunión con el hombre. La única manera en que Él podía habitar entre la gente era por medio de un plan de salvación. Fue así que en Génesis 3.15 anunció proféticamente que Cristo vencería a Satanás: “Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar”[1], por esta razón Cristo se encarnó tomando forma de hombre y habitó entre la humanidad:
“Y la Palabra se hizo carne, puso su tienda entre nosotros, y hemos visto su Gloria: la Gloria que recibe del Padre el Hijo único; en él todo era don amoroso y verdad”[2].
“¿Qué tiene que ver el Templo de Dios con los ídolos?Nosotros somos el Templo del Dios vivo. Dios lo dijo: Habitaré y viviré en medio de ellos; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”[3].
El Tabernáculo nos muestra paso a paso el plan de Dios para la redención del hombre. Nos habla de la Deidad y la humanidad de Cristo, la sustitución, expiación, reconciliación, comunión con Cristo y unos con otros en la Santa Cena y la oración.
Conocer la tipología y simbología del Tabernáculo, nos permite apreciar y entender el propósito de Dios para salvar al hombre y su objetivo final, la comunión plena con Él.
No hay en el Tabernáculo nada que haya sido construido de forma arbitraria; al contrario, todo es debidamente calculado por Dios.
Pero vamos a entrar paso a paso por esta edificación hasta llegar a la presencia de Dios.
A. El Atrio.
El atrio era simplemente el patio que rodeaba la tienda del Tabernáculo y que a su vez estaba protegido por una “cortina” de tela que tenía una longitud de 26,52 metros x 53,98 metros y dos metros veinticinco de alto.
La cortina estaba sostenida por columnas de madera de acacia, y encajaban en basas de cobre. Se mantenían en posición mediante cuerdas y estacas, y tenían capiteles recubiertos de plata, y molduras de plata, alrededor de la parte superior.
Las medidas en codos del atrio, 100 x 50, nos hablan de la libertad, del jubileo, del Pentecostés, representando la libertad que ahora tenemos en Cristo.
En el campamento el atrio del tabernáculo estaba rodeado primero por las tiendas de los sacerdotes y levitas, y por fuera de ellas por las de las doce tribus[4].
1. La Puerta del Atrio.
La cortina que rodeaba el atrio tenía una abertura para una puerta, de 9 metros, ubicada en el centro en el extremo oriental. La cortina de la puerta era de lino, bordada de color azul violáceo, púrpura rojiza y escarlata. Esta puerta era la línea de entrada en la presencia de Dios. Los materiales y los colores usados en esta puerta es el mismo que los usados en la puerta del Lugar Santo y del velo del Lugar Santísimo. Esta puerta es símbolo de Jesús, el único camino para poder llegar a la presencia de Dios.
Los colores han sido simbolizados de la siguiente manera:
Azul Jesús, que descendió del cielo.
Púrpura La Divinidad de Jesús.
Carmesí La sangre de Jesús derramada por nosotros.
Lino Torcido La gloria perfecta de la justicia de Dios en Cristo
Jesús.
Las cuatro columnas de entrada en el Tabernáculo tienen también un significado importante:
Ante la entrada del atrio se pondrá una cortina de diez metros hecha de lino fino retorcido y bordado de color jacinto, púrpura y de grana dos veces teñida. Se sostendrá en cuatro columnas con otras tantas basas[5].
Estas cuatro columnas representaban la oportunidad para todos, pues el número se relaciona con el número de la tierra. Todos tienen oportunidad de entrar al santuario[6]. También pueden ser símbolo de los cuatro evangelios que fueron escritos a los cuatro principales grupos de personas de su tiempo: Mateo a los judíos, Marcos a los romanos, Lucas a los griegos y Juan a toda la humanidad. ¡Nadie queda excluido de la salvación por medio de Cristo!
2. El Altar de los Holocaustos.
En la mitad oriental del atrio había un altar. Se denominaba altar de cobre debido al material que lo recubría, y altar del holocausto debido al tipo principal de sacrificio que se ofrecía en él[7]. Era un marco hueco de madera de acacia, de 2,25 metros y 1,35 metros, con cuernos que se proyectaban desde las esquinas superiores. Estaba todo recubierto de cobre. A mitad de la altura total, en la parte externa, había un reborde horizontal o “rejilla” en todo el contorno. Extendiéndose alrededor en sentido vertical desde el suelo hasta el reborde había un enrejado de cobre, en cuyas cuatro esquinas estaban los anillos para las varas para el transporte. El enrejado no era un fogón, y el altar era hueco y no tenía tapa. Algunos suponen que al ser usado se lo llenaba de tierra y piedras, otros que funcionaba como incinerador, obteniéndose una corriente de aire por el enrejado. Sus receptáculos para el servicio eran calderos para las cenizas, palas, tazones, garfios y braseros.
La finalidad esencial del altar era la de ser el lugar donde se ofrecía los sacrificios y se vertía la sangre, la única que hacía expiación sobre el altar por las almas[8].
El altar nos habla de Cristo; los sacrificios nos hablan de Cristo, el sacerdote nos habla de Cristo. El conjunto de lo que sucedía en el altar nos presenta la cruz. Dos verdades fundamentales se desprenden del altar de bronce y de los sacrificios que eran ofrecidos en él.
a. La necesidad de la sangre para quitar el pecado. Esta verdad es puesta en evidencia desde Génesis hasta Revelación: "La paga del pecado es muerte"[9]; la sangre derramada nos habla de la muerte del culpable o de una víctima ofrecida en su lugar. No hay otro medio para quitar el pecado de delante de Dios.
b. La doctrina esencial de la sustitución: según el pensamiento de Dios, una víctima sin defecto puede ser ofrecida en lugar del culpable, tal el carnero ofrecido en lugar de Isaac[10], o el cordero de la Pascua que murió en lugar del primogénito[11]. “Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos”[12]; “al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado”[13].
La rejilla de bronce del altar, la que soportaba el fuego del juicio, nos recuerda también a Cristo, quien pasó a través del fuego del juicio de Dios. Al ser así sondeado en todo su ser, no manifestó más que sus propias perfecciones.
Los sacrificios eran ofrecidos sobre el altar: holocausto, ofrendas vegetales, sacrificios de peces, sacrificios por el pecado o por la culpa[14].
Detengámonos un momento en el sacrifico por el pecado, tal como es presentado en Levítico 4.27-35. He aquí un ejemplo de un israelita que, habiendo desobedecido uno de los mandamientos de Adonay, “será culpable”[15], y luego es consiente de su pecado. Así el Espíritu Santo es el que convence de pecado por medio de la Palabra. Durante mucho tiempo un hombre puede permanecer indiferente a los pecados que cometió, como también a su estado de pecado delante de Dios, pero llega un momento en que, en su gracia, Dios interviene por medio de la Espíritu para producir en él ese sentimiento de culpabilidad. ¿Qué debe hacer entonces? El israelita debía presentar “su ofrenda”[16] una cabra o un cordero sin defecto. No bastaba saber como debía proceder para que el pecado fuese perdonado, sino que era preciso traer efectivamente una ofrenda: Ir a buscar en su rebaño un animal sin defecto y atravesar todo el campamento para conducirlo hasta la puerta del atrio para llevarlo al altar. Llegado ahí, el israelita debía poner su mano sobre la cabeza del sacrificio, colocando así sobre esta víctima inocente y sin defecto, el pecado del cual se había reconocido culpable. Luego, él mismo debía degollar la víctima. Es preciso que uno vaya personalmente a la cruz, que reconozca su pecado, que acepte que este haya sido llevado por la Víctima santa, “como un cordero sin ningún defecto”[17], castigada por el juicio de Dios en lugar del pecador.
El Sacerdote tomaba la sangre de la víctima, la ponía sobre los cuernos del altar y vertía el resto al pie del altar; luego quemaba la grasa y hacía propiciación por el culpable. Este sacerdote nos habla de Cristo, quien lo hizo todo por la purificación del pecador. La Palabra declara entonces formalmente en dos ocasiones: “y se le perdonará”[18]. El israelita podía volver a su tienda con la seguridad de haber sido perdonado, no porque sintiera algo en sí mismo, sino porque estaba escrito en la Palabra inspirada. Igualmente hoy, la obra de Cristo nos da la seguridad de la Salvación, pero es la Palabra de Dios la que nos da la certeza de ello: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna”[19]. Si alguien no está seguro de su salvación, tome su Biblia y bajo la mirada de Dios acepte lo que está escrito y créalo.
Para los holocaustos[20], el israelita que se acercaba al altar debía también poner “su mano sobre la cabeza de la víctima…”[21]. En este caso no se trataba de ser perdonado; aquel que traía la ofrenda ya estaba perdonado, pues precedentemente había tenido que traer un sacrificio por el pecado. Ofrecía este holocausto como prueba de agradecimiento y de adoración. Dios “nos dio la salvación por medio de su amado Hijo”[22]. Dios ve a los suyos en Cristo; a causa del holocausto que sube “como el delicado aroma de una ofrenda”[23].
3. La Fuente de Bronce.
Entre el altar y la puerta del tabernáculo estaba la fuente[24], que era un receptáculo de cobre colocado sobre una base de cobre. No se dice nada acerca de su tamaño, forma y ornamentación. Contenía el agua para las abluciones de los sacerdotes. No servía para ofrecer sacrificios, sino para lavarse en ella, lo que Aarón y sus hijos debían hacer cada vez que entraban al altar para ofrecer un sacrificio.
En Juan 13 el Señor Jesús mismo nos muestra la significación de la Fuente de Bronce. Al celebrar la última cena con sus discípulos, Él se levanta de la mesa y se pone a lavar los pies de ellos. Pedro no quería que lo hiciese con él, pero Jesús le dice: “El que está recién bañado está totalmente limpio…”[25].
Para aquel que tiene todo el cuerpo lavado, es decir, que ha pasado por el nuevo nacimiento a la conversión no es necesario repetir lo ha sido cumplido una vez para siempre[26]; pero ocurre a menudo que el creyente, a causa de la carne que está aun en él, ha pecado, manchado sus pies en el camino. No se trata entonces de ser “convertido” de nuevo, sino de que sus pies sean lavados. El Señor muestra por medio de la Palabra en que se ha faltado; luego es preciso confesar su falta a Dios[27] y recordar que por ese pecado Cristo murió[28]. Una vez que el rescatado lavó así sus pies, puede tener parte con el Señor, es decir, gozar de la comunión con Él.
El creyente que ha pecado, rompe su comunión Dios. No hay más gozo, ni gusto por la Palabra. La salvación no se pierde. La vida eterna está siempre allí, pero hay una nube. Es necesario pues, volver al Señor, confesar la falta, discernir sus causas juzgándose a uno mismo, recordar la eficacia de sus sacrificios, y entonces es cuando uno es restaurado. Pero recordemos siempre que todos los recursos están a nuestra disposición para no ceder al pecado, tal como lo escribe el apóstol Juan: “Por eso les escribo esta carta para que no pequen”[29].
Es importante realizar cada día ese juicio de nosotros mismos y ese lavamiento de los pies; pero, así como los sacerdotes debían hacerlo antes de entrar en el santuario o antes de acercase al altar, es particularmente importante que lo hagamos, cada uno para sí, antes del culto y antes de tomar parte en la cena, según la enseñanza de 1 Corintios 11.26-32. En esos versículos se nos revela que cualquiera que come el pan o bebe la copa del Señor indignamente será culpable respecto del cuerpo y de la sangre del Señor. Pero no se agrega que a causa de la mancha del camino sea menester para abstenerse de la cena; al contrario, se añade: “cada uno debe preguntarse si está actuando bien o mal”[30]. Antes de entrar en el santuario, juzgarse a sí mismo, pasar por la fuente de bronce, y así comer. Con un profundo sentimiento de lo que es la gracia que, a causa únicamente de la obra de Cristo, nos permite acercarnos, se participará en el memorial de su muerte para responder a su último deseo.
Descuidar el diario juicio a nosotros mismos y participar de la cena en tal estado nos expone a juicio del Señor. Así muchos en Corinto estaban débiles, enfermos o incluso dormían, es decir, estaban muertos; pero vemos en ello una enseñanza también moral, pues si dejamos de enjuiciarnos a nosotros mismos y tomamos la cena con ligereza, aunque abstenerse es tal vez aún más grave ya que rompemos la comunión, estaremos espiritualmente débiles, o enfermos, recordemos que una oveja enferma se aparta del rebaño, o incluso seremos vencidos por el sueño espiritual[31]. Si tal es el caso, cuán importante es despertarse, levantarse de “entre los muertos” para reencontrar la luz de la faz de Jesucristo.
La Fuente de Bronce había sido hecha con los espejos de las mujeres que velaban a la puerta del tabernáculo de reunión[32]. Ello configura una doble enseñanza:
a. Los espejos nos hablan, según Santiago 1.23, de la Palabra de Dios, la cual pone en evidencia nuestras faltas, la suciedad de nuestros pies.
b. Las mujeres que se allegaban al Tabernáculo de Reunión con aquellos que buscaban a Adonay[33] tenían un corazón dispuesto para Él. Como gozaban de su Presencia, les fue fácil abandonar gozosamente por el Señor lo que precedentemente era objeto de vanidad.
4. La Tienda del Tabernáculo.
En su significado más estricto, el término “tabernáculo” se refiere al conjunto de cortinas de lino que se colocaban alrededor de una estructura de bastidores de madera y que formaban la morada de Dios[34].
Esta tienda medía 13,5 metros por 4,5 metros. Estaba compuesto por cuarenta y ocho tablas de acacia forradas en oro y que representaban a la Iglesia. Bezaleel fue quien la construyó. Las tablas eran sostenidas por cinco barras de madera también cubiertas de oro[35], que le daban fuerza y soporte a la tienda[36].
5. La Mesa de los Panes de la Proposición.
La mesa, de pequeñas dimensiones: 90 centímetros de largo, cuarenta y cinco centímetros de ancho y 22 centímetros de alto era de madera de acacia, cubierta con una lámina de oro puro. Era, evidentemente, una figura de Cristo llevando a su pueblo ante Dios.
Los panes sobre la mesa, en número de doce[37], tienen un doble significado. Hechos de flor de harina, recubiertos de incienso, como la ofrenda vegetal[38], nos hacen pensar:
a. Primeramente en Cristo, alimento de los sacerdotes en el Lugar Santo. Este alimento le es indispensable al Hijo de Dios que quiere crecer en un estado de “el Hombre perfecto”[39] y no permanecer como un niño en Cristo. Sin alimento, un niño o una planta se marchitan. Pero el alimento debe ser sano, sino el niño o la planta perecen. Nuestro “hombre interior” está formado por el alimento espiritual. Salmos 144.12 expresa esta oración: “Aquí están nuestros hijos como plantas que van creciendo desde su niñez”[40]. Meditemos a menudo acerca de la persona del Señor Jesús, busquémosla en los evangelios y en toda la Palabra. Señalemos de paso que Cristo como alimento también nos es presentado en la ofrenda vegetal, en el sacrificio por el pecado, en el sacrificio de paz, en el sacrificio de consagración y en el cordero de la Pascua; por otra parte, como maná y trigo del país.
b. En los santos: Vistos en Cristo, teniendo su naturaleza, flor de harina; aceptos a Dios, incienso; en el orden establecido por Dios, seis por hilera; tal como los describe por ejemplo la epístola a los Colosenses. Son los creyentes a la luz del Santuario, en su posición ante Dios; una moldura de un palmo alrededor de la mesa impedía que los panes pudieran caerse, lo que es emblema de la seguridad que los rescatados tienen en Cristo.
c. En las doce tribus de Israel, sea en la época del desierto o en tiempo futuro, cuando la administración en la tierra sea confiada a ese pueblo; y en el santuario, siempre presentes en el pensamiento de Dios[41].
6. El Candelero.
Contrariamente a los otros objetos del Tabernáculo hechos de madera de Acacia recubierta de oro, el candelero era totalmente de oro puro, forjado en una sola pieza. Él nos habla de lo que es esencialmente divino. Era de oro batido, “labrado a martillo”, recordando que aquel a quien representa Cristo pasó por el sufrimiento. El becerro de oro, por el contrario, había sido simplemente fundido[42]. El propio candelero, pues, es una figura de Cristo, mientras que el aceite es, como en toda la Palabra, una figura del Espíritu Santo.
Uno de los elementos del candelero que es mencionado varias veces lo constituyen las flores de almendro. Esas flores nos hacen pensar en la vara de Aarón que había brotado, producido flores y almendras, tal como vemos en Números 17.8, lo que es una figura de la resurrección de Cristo. El almendro, según Jeremías 1.11-12, manifiesta que Dios cumple sus promesas en Cristo. Precisamente fue un Cristo resucitado y glorificado el que dio el Espíritu Santo a los suyos.
En el conjunto formado por el candelero, el aceite y las siete lámparas ardiendo en el santuario se puede ver también a Cristo tal como es presentado por el Espíritu Santo por mediación de los vasos humanos del ministerio.
En efecto, bajo este aspecto, había necesidad de “despabiladeras”[43] para quitar todo lo que habría impedido el libre curso del aceite para producir la luz. Por otra parte, las siete lámparas nos muestran que el ministerio de Cristo por el Espíritu se ejerce mediante diversos canales.
Vemos al candelero brillar bajo cinco aspectos:
a. Hacia delante de él[44], pues el mayor y primer testimonio que da el Espíritu Santo es respecto del mismo Cristo; por eso el primer objeto que atraía las miradas al entrar al santuario era el candelero totalmente iluminado.
El Señor Jesús, al hablar del Espíritu Santo, dice: “Él me glorificará porque tomará de lo mío y os lo dará a conocer a vosotros”[45].
b. El candelero iluminaba la mesa de los panes[46]; es el Espíritu Santo que pone evidencia la posición de los santos en Cristo en el santuario.
c. El candelero brilla en Números 8 en relación con la purificación de los levitas: es el Espíritu Santo quien debe dirigir todo servicio para Dios y ser su motor.
d. En Levítico 24 vemos el candelero al comienzo de un capitulo en el cual va a manifestarse la oposición a Dios en medio de Israel: la apostasía. Frente al mal que se introduce en el pueblo de Dios, únicamente el Espíritu Santo es el remedio.
e. En Éxodo 27.21 y 30.8 se ve que el candelero ardía toda la noche. Solo durante la noche del rechazo y la ausencia de Cristo, el Espíritu Santo ilumina el santuario en la tierra y produce la oración de intercesión y el culto.
Si bien el alimento es indispensable para crecer, la luz no es lo menos. Una planta ubicada en un lugar oscuro, aunque sea bien regada, perecerá. Un joven cristiano que no ande en la luz no puede hacer progreso alguno. Al contrario, se apartará cada vez más del Señor. Y la luz del Espíritu Santo generalmente no se apaga en forma súbita para nosotros, sino que dejamos poco a poco que una cosa primero y luego otra se coloque entre el Señor y nosotros como un ligero velo, el cual se va espesando más y más hasta privarnos de la comunión con Él, del gozo de su Persona y trabar la acción del Espíritu Santo en nosotros. Entonces no puede haber ni crecimiento, ni gozo. ¿Qué es necesario hacer? Volver a Él con oración, buscar su rostro y tomar el tiempo necesario para pasar con Él, como María[47], si es posible, horas que se dejen correr hasta que Él nos haya devuelto el gozo de nuestra salvación.
7. El Altar de Oro.
El Altar de Oro era de dimensiones mucho más reducidas que el Altar de Bronce, o sea 45 centímetros de ancho, 45 centímetros de largo, cuadrado, y 90 centímetros de alto. Era de madera de acacia cubierta de oro puro y nos habla esencialmente de Cristo. Ubicado frente al velo, esta legítimamente ligado al Arca y al Propiciatorio.
En el Altar de Oro el sacerdote ofrecía el perfume, mientras afuera el pueblo oraba[48]. Es una hermosa figura del Señor Jesús que presenta a Dios las oraciones de su pueblo, ya sea como intercesión, ya sea como adoración[49].
En el Altar de Oro, el Sumo Sacerdote intercede por el pueblo, tal como Cristo en Juan 17, Hebreos 7.25 y Romanos 8.34.
Pero también al Altar de Oro puede acudir hoy el Hijo de Dios para ofrecer el incienso, es decir, las perfecciones de Cristo que suben hacia Dios. Tal es el culto, el servicio más elevado del cristiano. Es un culto que se ofrece ante todo en Asamblea[50], pero cada uno de nosotros ¿no puede, mañana y tarde como el sacerdote con el incienso, hacer subir a Dios su reconocimiento por el Don inefable de su Hijo?
El incienso era únicamente para Dios[51]; ni podía ser ofrecido más que en el lugar Santo y no debía ser consumido por fuego extraño, sino solamente por el tomado del Altar de Bronce. ¡Cuán importante que estemos recogidos en el sentimiento de su Presencia cuando abrimos la Palabra o nos acercamos a Dios en oración, o más aun cuando estamos reunidos alrededor del Señor en Asamblea!
Por otra parte, solo a Dios Padre, se dirigen nuestras oraciones y nuestra adoración. En ninguna parte de la Palabra vemos que las oraciones deban ser dirigidas a alguien más. Solo Él puede ser el objeto del culto: “El es tu Señor, ¡póstrate ante él!”[52].
8. El Arca del Pacto.
En las ordenanzas para el Tabernáculo dadas por Dios a Moisés, en los capítulos 25 a 27, el Arca ocupa el primer lugar. De igual manera, cuando Dios se nos revela, parte del Santuario y sale hacia el Atrio; nos presenta primeramente lo que es el objeto supremo de su Corazón; la Persona de Cristo. Cuando consideramos el camino por el cual nosotros nos acercamos a Dios, acudimos primeramente al Atrio, al Altar, luego a la fuente y solo entonces podemos entrar en el Santuario. Por eso en nuestra charla hemos colocado ante nuestros ojos en estos capítulos, es sin duda porque la Persona de Cristo debe tener el primer lugar en nuestro corazón. En Salmos 132 vemos que importancia tenía el Arca para David. Es notable que este Salmo este seguido por el 133, en el cual se ve “…qué bueno, qué dulce habitar los hermanos todos juntos!”[53].
Es preciso primeramente el Centro para que la reunión se realice.
No se podía ver el Arca más que en el Lugar Santísimo. El acceso a Él está abierto para nosotros hoy en día; pero conviene que al ocuparnos en la Persona del Señor lo hagamos siempre con la mayor reverencia.
El Arca tenía 112,5 centímetros de largo, 67,5 centímetros de ancho, 67,5 centímetros de alto, estaba hecha de madera de acacia y de oro puro, pues una figura de la Persona de Cristo, “…el Verbo se hizo carne…”[54]; Dios “…manifestado en carne…”[55]. Pero de ninguna manera nos conviene querer hacer la división de la humanidad perfecta, la madera de acacia, de la divinidad, el oro, siempre presentadas en la Palabra maravillosamente unidas en una sola Persona, tal como nos la revelan los Evangelios y otras páginas de la Escritura. Por haber querido mirar el Arca, los hombres de Bet-Semes murieron[56] y, por haber tocado el Arca, Uza fue herido de muerte[57].
Una cornisa o coronamiento de oro se encontraba alrededor del Arca[58], hablándose de la excelsa gloria de Cristo, pero formando también como una especie de protección contra toda irreverencia ante el ministerio de su Persona.
Como los otros objetos del Tabernáculo, el Arca estaba unida de varas para llevarla. Estas últimas tienen una importancia particular en la relación con el Arca, sea que se piense en todas las etapas que ella recorrió desde Sinaí hasta su reposo final en el Templo de Salomón[59], sea que una vez más haga subrayar la santidad de lo que representaba el propio Cristo: El Arca siempre debía ser llevada en andas y no puesta en un carro[60].
En Números 4.4-5 vemos el Arca marchando a través del desierto, con una cubierta azul, tal como Cristo en este mundo: “El que procede de arriba…”[61]. Bajo el azul, las pieles de tejones cubrían sus glorias diversas: el velo el cual era el único que podía estar en contacto con el Arca misma. “…No tiene aspecto hermoso ni majestad Para que lo miremos, ni apariencia para que lo deseemos”[62]. Solo la fe podía discernir las glorias del velo, bajo las pieles de tejones. En cuanto a la propia Arca, “…nadie conoce al Hijo, sino el Padre…”[63].
Creció delante de Él como renuevo tierno, como raíz de tierra seca. En el desierto, después de haber pasado el Jordán, el Arca es llamada “el Arca del Testimonio”[64]. Hubo en el desierto de este mundo un “Testigo fiel” que respondió en todo a la voluntad de Dios: Las Tablas de la Ley en el Arca, y que le glorifico en la tierra.
En Números 10.33 tenemos “el Arca de la Alianza”[65], base de las revelaciones de Dios con su pueblo; y por último, está “el Arca del Señor”[66], cuando se trata de mostrar su poder, como en el Jordán, en Jericó o en la casa de Dagón.
a. Contenido del Arca[67].
1) Las Tablas de la Ley.
Las primeras tablas habían sido quebradas ente la idolatría del pueblo[68]. Las segundas tablas nos son presentadas en Deuteronomio 10.3-5 como no hechas hasta después de la construcción del Arca y colocadas allí en cuanto a Moisés descendió del monte: Solo Cristo podía cumplir la ley de Dios[69]; solo a causa de Él, figurado por el pueblo.
2) La Vasija de Oro[70].
Esta vasija de oro que contenía el maná nos presenta dos pensamientos:
a) La fidelidad de Dios, quien durante cuarenta años había alimentado a su pueblo a través del desierto; convenía tenerlo presente: “Acuérdate de todo el camino que Adonay”[71].
b) Ella es un memorial de Cristo descendido del cielo, pan de vida, alimento de su pueblo en el desierto[72].
Cabe señalar al respecto que los israelitas recogían cada día un gomer[73] de maná; tal es nuestra parte: alimentarnos de Cristo cada día. Pero el último versículo de Éxodo 16 nos dice que “El gomer es la décima parte de la medida”[74], vale decir que lo poco que podemos captar de Cristo aquí abajo no es más que una débil parte de la plena medida que tendremos en la gloria.
3) La Vara de Aarón[75].
Esta vara, que, había brotado, producido flores y almendras, nos habla de la gracia y de la resurrección. Así, todo lo que el Arca nos enseña acerca de la Persona de Cristo es completado por su contenido: Su obediencia perfecta, su humillación como descendida del cielo, su gracia y su resurrección.
9. El Propiciatorio.
El Arca era un cofre y tenía una tapa llamada propiciatorio. El término hebreo traducido por propiciatorio deriva "cubrir o cubierta". En el Antiguo Testamento, la propiciación (expiación en la Reina-Valera 1960) de los pecados significa que estos eran "cubiertos", como en el Salmo 32.1; mientras que en el Nuevo Testamento, una vez que la obra de Cristo fue cumplida, los pecados son "quitados" (Hebreos 9.26; 10.4, 11-18). La palabra propiciatorio, traducida en la versión inglesa por "mercy-seat" ("el asiento de la gracia"), contiene también la idea de gracia, de misericordia.
El propiciatorio estaba enteramente hecho de oro puro, lo que nos habla de la justicia inherente a la naturaleza divina. Por otra parte, encima del propiciatorio había dos querubines de oro batido, de una sola pieza con el propiciatorio. Los querubines, asiento del trono de Dios (Salmos 80.1; 89.14), hablan fundamentalmente del juicio de Dios; así la justicia divina reclama el juicio inexorable de Dios sobre su pueblo pecador; el cual de ninguna manera observó la ley (Éxodo 32.19).
Pero los querubines y el propiciatorio estaban colocados sobre el Arca, que es como decir sobre Cristo, quien si cumplió plenamente la voluntad de Dios y la permitió a esta el cumplimiento de amor a favor del hombre (el Arca contenía las tablas de la ley); luego, sobre el propiciatorio, se encontraba la sangre de la víctima que el sacerdote había llevado allí el gran día de la expiación (Levítico 16.14-15). Los querubines no tenían una espada, como en Edén, sino, al contrario, alas para proteger, y sus rostros uno enfrente del otro, estaban vueltos hacia el propiciatorio, es decir, ¡miraban la sangre!
El conjunto, el Arca, el Propiciatorio y los Querubines, vino a ser así no ya trono de Dios en juicio, sino el de la gracia. Todo nos habla de Cristo y de su obra; vemos en ello, de una manera sorprendente y profunda, cómo Él respondió plenamente a la justicia y al amor de Dios (Salmos 85.10), el trono de la gracia esta fundado sobre la obediencia de Cristo hasta la muerte.
El propiciatorio era el lugar de encuentro de Dios con el hombre en un doble sentido:
a. Aarón, el sacerdote, representando al pueblo ante Dios, acudía con la sangre.
b. Moisés, el enviado de Dios, el apóstol, recibía allí los mensajes de Dios para el pueblo[76].
El Señor Jesús reúne el doble carácter de Moisés y de Aarón cuando es llamado el “apóstol y sumo sacerdote de nuestra fe”[77].
[1] La Toráh
[2] Juan 1.14.BL95
[3] 2 Corintios 6.16.
[4] Números 2; 3.1–30
[5] Éxodo 27.16.
[6] Mateo 24.31.
[7] Éxodo 27.1–8.
[8] Levítico 17.11; Hebreos 9.22.
[9] Romanos 6.23.
[10] Génesis 22.
[11] Éxodo 12.
[12] 1 Pedro 3.18.
[13] 2 Corintios 5.21.
[14] Levítico 1-7.
[15] BAD
[16] Levítico 4.28,32.
[17] 1 Pedro 1.19
[18] Levítico 4.31, 35.
[19] Juan 3.36; Hebreos 10.10, 14
[20] Levítico 1
[21] Levítico 1.4. La Toráh
[22] Efesios 1.6. BLS
[23] Efesios 5.2. Ibid
[24] Éxodo 30.17–21; 38.8; 40.29–32
[25] Juan 13.10.
[26] Tito 3.5
[27] 1 Juan 1.9
[28] Números 19
[29] 1 Juan 2.1. BLS
[30] 1 Corintios 11.28. Ibid
[31] Efesios 5.14
[32] Éxodo 38.8
[33] Éxodo 33.7
[34] Éxodo 26.1-37
[35] Éxodo 26.26-29
[36] Efesios 2.21-22
[37] Levítico 24.5-9
[38] Levítico 2
[39] Efesios 4.13. BL95
[40] Ibid
[41] Romanos 11.
[42] Éxodo 32.34
[43] Éxodo 25.38.
[44] Éxodo 25.37
[45] Juan 16.14
[46] Éxodo 26.35
[47] Lucas 10.38-42
[48] Lucas 1.9-10
[49] Revelación 8.3-4
[50] 1 Pedro 2.5
[51] Éxodo 30.34-38
[52] Salmos 45.11. Jer
[53] Ibid.
[54] Juan 1.14. NC
[55] 1 Timoteo 3.16. Ibid
[56] 1 Samuel 6.19
[57] 2 Samuel 6.6-7
[58] Éxodo 25.11
[59] 1 Reyes 8.8
[60] 1 Crónicas 15.2
[61] Juan 3.31. NBLH
[62] Isaías 53.2. Ibid
[63] Mateo 11.27. Ibid
[64] Éxodo 40.3. La Toráh
[65] Ibid
[66] Josué 4.5; 6.6-13; 1 Samuel 5.3. BAD
[67] Hebreos 9.4.
[68] Éxodo 32.19
[69] Salmos 40.8
[70] Éxodo 16.32-34
[71] Deuteronomio 8.2. La Toráh
[72] Juan 6.31-38, 58.
[73] 3,7 litros.
[74] Éxodo 16.36. La Toráh
[75] Números 17
[76] Éxodo 25.22
[77] Hebreos 3.1. BL95
Cuando Dios creó a Adán, tenía plena comunión con el hombre; hablaba sin necesidad de habitar en él. Sin embargo, aquella comunión fue rota por el pecado. La desobediencia del hombre rompió la comunicación con Dios. El pecado separó al hombre de Dios y aisló a ambos protagonistas.
Pero Dios quería restablecer la comunión con el hombre. La única manera en que Él podía habitar entre la gente era por medio de un plan de salvación. Fue así que en Génesis 3.15 anunció proféticamente que Cristo vencería a Satanás: “Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar”[1], por esta razón Cristo se encarnó tomando forma de hombre y habitó entre la humanidad:
“Y la Palabra se hizo carne, puso su tienda entre nosotros, y hemos visto su Gloria: la Gloria que recibe del Padre el Hijo único; en él todo era don amoroso y verdad”[2].
“¿Qué tiene que ver el Templo de Dios con los ídolos?Nosotros somos el Templo del Dios vivo. Dios lo dijo: Habitaré y viviré en medio de ellos; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”[3].
El Tabernáculo nos muestra paso a paso el plan de Dios para la redención del hombre. Nos habla de la Deidad y la humanidad de Cristo, la sustitución, expiación, reconciliación, comunión con Cristo y unos con otros en la Santa Cena y la oración.
Conocer la tipología y simbología del Tabernáculo, nos permite apreciar y entender el propósito de Dios para salvar al hombre y su objetivo final, la comunión plena con Él.
No hay en el Tabernáculo nada que haya sido construido de forma arbitraria; al contrario, todo es debidamente calculado por Dios.
Pero vamos a entrar paso a paso por esta edificación hasta llegar a la presencia de Dios.
A. El Atrio.
El atrio era simplemente el patio que rodeaba la tienda del Tabernáculo y que a su vez estaba protegido por una “cortina” de tela que tenía una longitud de 26,52 metros x 53,98 metros y dos metros veinticinco de alto.
La cortina estaba sostenida por columnas de madera de acacia, y encajaban en basas de cobre. Se mantenían en posición mediante cuerdas y estacas, y tenían capiteles recubiertos de plata, y molduras de plata, alrededor de la parte superior.
Las medidas en codos del atrio, 100 x 50, nos hablan de la libertad, del jubileo, del Pentecostés, representando la libertad que ahora tenemos en Cristo.
En el campamento el atrio del tabernáculo estaba rodeado primero por las tiendas de los sacerdotes y levitas, y por fuera de ellas por las de las doce tribus[4].
1. La Puerta del Atrio.
La cortina que rodeaba el atrio tenía una abertura para una puerta, de 9 metros, ubicada en el centro en el extremo oriental. La cortina de la puerta era de lino, bordada de color azul violáceo, púrpura rojiza y escarlata. Esta puerta era la línea de entrada en la presencia de Dios. Los materiales y los colores usados en esta puerta es el mismo que los usados en la puerta del Lugar Santo y del velo del Lugar Santísimo. Esta puerta es símbolo de Jesús, el único camino para poder llegar a la presencia de Dios.
Los colores han sido simbolizados de la siguiente manera:
Azul Jesús, que descendió del cielo.
Púrpura La Divinidad de Jesús.
Carmesí La sangre de Jesús derramada por nosotros.
Lino Torcido La gloria perfecta de la justicia de Dios en Cristo
Jesús.
Las cuatro columnas de entrada en el Tabernáculo tienen también un significado importante:
Ante la entrada del atrio se pondrá una cortina de diez metros hecha de lino fino retorcido y bordado de color jacinto, púrpura y de grana dos veces teñida. Se sostendrá en cuatro columnas con otras tantas basas[5].
Estas cuatro columnas representaban la oportunidad para todos, pues el número se relaciona con el número de la tierra. Todos tienen oportunidad de entrar al santuario[6]. También pueden ser símbolo de los cuatro evangelios que fueron escritos a los cuatro principales grupos de personas de su tiempo: Mateo a los judíos, Marcos a los romanos, Lucas a los griegos y Juan a toda la humanidad. ¡Nadie queda excluido de la salvación por medio de Cristo!
2. El Altar de los Holocaustos.
En la mitad oriental del atrio había un altar. Se denominaba altar de cobre debido al material que lo recubría, y altar del holocausto debido al tipo principal de sacrificio que se ofrecía en él[7]. Era un marco hueco de madera de acacia, de 2,25 metros y 1,35 metros, con cuernos que se proyectaban desde las esquinas superiores. Estaba todo recubierto de cobre. A mitad de la altura total, en la parte externa, había un reborde horizontal o “rejilla” en todo el contorno. Extendiéndose alrededor en sentido vertical desde el suelo hasta el reborde había un enrejado de cobre, en cuyas cuatro esquinas estaban los anillos para las varas para el transporte. El enrejado no era un fogón, y el altar era hueco y no tenía tapa. Algunos suponen que al ser usado se lo llenaba de tierra y piedras, otros que funcionaba como incinerador, obteniéndose una corriente de aire por el enrejado. Sus receptáculos para el servicio eran calderos para las cenizas, palas, tazones, garfios y braseros.
La finalidad esencial del altar era la de ser el lugar donde se ofrecía los sacrificios y se vertía la sangre, la única que hacía expiación sobre el altar por las almas[8].
El altar nos habla de Cristo; los sacrificios nos hablan de Cristo, el sacerdote nos habla de Cristo. El conjunto de lo que sucedía en el altar nos presenta la cruz. Dos verdades fundamentales se desprenden del altar de bronce y de los sacrificios que eran ofrecidos en él.
a. La necesidad de la sangre para quitar el pecado. Esta verdad es puesta en evidencia desde Génesis hasta Revelación: "La paga del pecado es muerte"[9]; la sangre derramada nos habla de la muerte del culpable o de una víctima ofrecida en su lugar. No hay otro medio para quitar el pecado de delante de Dios.
b. La doctrina esencial de la sustitución: según el pensamiento de Dios, una víctima sin defecto puede ser ofrecida en lugar del culpable, tal el carnero ofrecido en lugar de Isaac[10], o el cordero de la Pascua que murió en lugar del primogénito[11]. “Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos”[12]; “al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado”[13].
La rejilla de bronce del altar, la que soportaba el fuego del juicio, nos recuerda también a Cristo, quien pasó a través del fuego del juicio de Dios. Al ser así sondeado en todo su ser, no manifestó más que sus propias perfecciones.
Los sacrificios eran ofrecidos sobre el altar: holocausto, ofrendas vegetales, sacrificios de peces, sacrificios por el pecado o por la culpa[14].
Detengámonos un momento en el sacrifico por el pecado, tal como es presentado en Levítico 4.27-35. He aquí un ejemplo de un israelita que, habiendo desobedecido uno de los mandamientos de Adonay, “será culpable”[15], y luego es consiente de su pecado. Así el Espíritu Santo es el que convence de pecado por medio de la Palabra. Durante mucho tiempo un hombre puede permanecer indiferente a los pecados que cometió, como también a su estado de pecado delante de Dios, pero llega un momento en que, en su gracia, Dios interviene por medio de la Espíritu para producir en él ese sentimiento de culpabilidad. ¿Qué debe hacer entonces? El israelita debía presentar “su ofrenda”[16] una cabra o un cordero sin defecto. No bastaba saber como debía proceder para que el pecado fuese perdonado, sino que era preciso traer efectivamente una ofrenda: Ir a buscar en su rebaño un animal sin defecto y atravesar todo el campamento para conducirlo hasta la puerta del atrio para llevarlo al altar. Llegado ahí, el israelita debía poner su mano sobre la cabeza del sacrificio, colocando así sobre esta víctima inocente y sin defecto, el pecado del cual se había reconocido culpable. Luego, él mismo debía degollar la víctima. Es preciso que uno vaya personalmente a la cruz, que reconozca su pecado, que acepte que este haya sido llevado por la Víctima santa, “como un cordero sin ningún defecto”[17], castigada por el juicio de Dios en lugar del pecador.
El Sacerdote tomaba la sangre de la víctima, la ponía sobre los cuernos del altar y vertía el resto al pie del altar; luego quemaba la grasa y hacía propiciación por el culpable. Este sacerdote nos habla de Cristo, quien lo hizo todo por la purificación del pecador. La Palabra declara entonces formalmente en dos ocasiones: “y se le perdonará”[18]. El israelita podía volver a su tienda con la seguridad de haber sido perdonado, no porque sintiera algo en sí mismo, sino porque estaba escrito en la Palabra inspirada. Igualmente hoy, la obra de Cristo nos da la seguridad de la Salvación, pero es la Palabra de Dios la que nos da la certeza de ello: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna”[19]. Si alguien no está seguro de su salvación, tome su Biblia y bajo la mirada de Dios acepte lo que está escrito y créalo.
Para los holocaustos[20], el israelita que se acercaba al altar debía también poner “su mano sobre la cabeza de la víctima…”[21]. En este caso no se trataba de ser perdonado; aquel que traía la ofrenda ya estaba perdonado, pues precedentemente había tenido que traer un sacrificio por el pecado. Ofrecía este holocausto como prueba de agradecimiento y de adoración. Dios “nos dio la salvación por medio de su amado Hijo”[22]. Dios ve a los suyos en Cristo; a causa del holocausto que sube “como el delicado aroma de una ofrenda”[23].
3. La Fuente de Bronce.
Entre el altar y la puerta del tabernáculo estaba la fuente[24], que era un receptáculo de cobre colocado sobre una base de cobre. No se dice nada acerca de su tamaño, forma y ornamentación. Contenía el agua para las abluciones de los sacerdotes. No servía para ofrecer sacrificios, sino para lavarse en ella, lo que Aarón y sus hijos debían hacer cada vez que entraban al altar para ofrecer un sacrificio.
En Juan 13 el Señor Jesús mismo nos muestra la significación de la Fuente de Bronce. Al celebrar la última cena con sus discípulos, Él se levanta de la mesa y se pone a lavar los pies de ellos. Pedro no quería que lo hiciese con él, pero Jesús le dice: “El que está recién bañado está totalmente limpio…”[25].
Para aquel que tiene todo el cuerpo lavado, es decir, que ha pasado por el nuevo nacimiento a la conversión no es necesario repetir lo ha sido cumplido una vez para siempre[26]; pero ocurre a menudo que el creyente, a causa de la carne que está aun en él, ha pecado, manchado sus pies en el camino. No se trata entonces de ser “convertido” de nuevo, sino de que sus pies sean lavados. El Señor muestra por medio de la Palabra en que se ha faltado; luego es preciso confesar su falta a Dios[27] y recordar que por ese pecado Cristo murió[28]. Una vez que el rescatado lavó así sus pies, puede tener parte con el Señor, es decir, gozar de la comunión con Él.
El creyente que ha pecado, rompe su comunión Dios. No hay más gozo, ni gusto por la Palabra. La salvación no se pierde. La vida eterna está siempre allí, pero hay una nube. Es necesario pues, volver al Señor, confesar la falta, discernir sus causas juzgándose a uno mismo, recordar la eficacia de sus sacrificios, y entonces es cuando uno es restaurado. Pero recordemos siempre que todos los recursos están a nuestra disposición para no ceder al pecado, tal como lo escribe el apóstol Juan: “Por eso les escribo esta carta para que no pequen”[29].
Es importante realizar cada día ese juicio de nosotros mismos y ese lavamiento de los pies; pero, así como los sacerdotes debían hacerlo antes de entrar en el santuario o antes de acercase al altar, es particularmente importante que lo hagamos, cada uno para sí, antes del culto y antes de tomar parte en la cena, según la enseñanza de 1 Corintios 11.26-32. En esos versículos se nos revela que cualquiera que come el pan o bebe la copa del Señor indignamente será culpable respecto del cuerpo y de la sangre del Señor. Pero no se agrega que a causa de la mancha del camino sea menester para abstenerse de la cena; al contrario, se añade: “cada uno debe preguntarse si está actuando bien o mal”[30]. Antes de entrar en el santuario, juzgarse a sí mismo, pasar por la fuente de bronce, y así comer. Con un profundo sentimiento de lo que es la gracia que, a causa únicamente de la obra de Cristo, nos permite acercarnos, se participará en el memorial de su muerte para responder a su último deseo.
Descuidar el diario juicio a nosotros mismos y participar de la cena en tal estado nos expone a juicio del Señor. Así muchos en Corinto estaban débiles, enfermos o incluso dormían, es decir, estaban muertos; pero vemos en ello una enseñanza también moral, pues si dejamos de enjuiciarnos a nosotros mismos y tomamos la cena con ligereza, aunque abstenerse es tal vez aún más grave ya que rompemos la comunión, estaremos espiritualmente débiles, o enfermos, recordemos que una oveja enferma se aparta del rebaño, o incluso seremos vencidos por el sueño espiritual[31]. Si tal es el caso, cuán importante es despertarse, levantarse de “entre los muertos” para reencontrar la luz de la faz de Jesucristo.
La Fuente de Bronce había sido hecha con los espejos de las mujeres que velaban a la puerta del tabernáculo de reunión[32]. Ello configura una doble enseñanza:
a. Los espejos nos hablan, según Santiago 1.23, de la Palabra de Dios, la cual pone en evidencia nuestras faltas, la suciedad de nuestros pies.
b. Las mujeres que se allegaban al Tabernáculo de Reunión con aquellos que buscaban a Adonay[33] tenían un corazón dispuesto para Él. Como gozaban de su Presencia, les fue fácil abandonar gozosamente por el Señor lo que precedentemente era objeto de vanidad.
4. La Tienda del Tabernáculo.
En su significado más estricto, el término “tabernáculo” se refiere al conjunto de cortinas de lino que se colocaban alrededor de una estructura de bastidores de madera y que formaban la morada de Dios[34].
Esta tienda medía 13,5 metros por 4,5 metros. Estaba compuesto por cuarenta y ocho tablas de acacia forradas en oro y que representaban a la Iglesia. Bezaleel fue quien la construyó. Las tablas eran sostenidas por cinco barras de madera también cubiertas de oro[35], que le daban fuerza y soporte a la tienda[36].
5. La Mesa de los Panes de la Proposición.
La mesa, de pequeñas dimensiones: 90 centímetros de largo, cuarenta y cinco centímetros de ancho y 22 centímetros de alto era de madera de acacia, cubierta con una lámina de oro puro. Era, evidentemente, una figura de Cristo llevando a su pueblo ante Dios.
Los panes sobre la mesa, en número de doce[37], tienen un doble significado. Hechos de flor de harina, recubiertos de incienso, como la ofrenda vegetal[38], nos hacen pensar:
a. Primeramente en Cristo, alimento de los sacerdotes en el Lugar Santo. Este alimento le es indispensable al Hijo de Dios que quiere crecer en un estado de “el Hombre perfecto”[39] y no permanecer como un niño en Cristo. Sin alimento, un niño o una planta se marchitan. Pero el alimento debe ser sano, sino el niño o la planta perecen. Nuestro “hombre interior” está formado por el alimento espiritual. Salmos 144.12 expresa esta oración: “Aquí están nuestros hijos como plantas que van creciendo desde su niñez”[40]. Meditemos a menudo acerca de la persona del Señor Jesús, busquémosla en los evangelios y en toda la Palabra. Señalemos de paso que Cristo como alimento también nos es presentado en la ofrenda vegetal, en el sacrificio por el pecado, en el sacrificio de paz, en el sacrificio de consagración y en el cordero de la Pascua; por otra parte, como maná y trigo del país.
b. En los santos: Vistos en Cristo, teniendo su naturaleza, flor de harina; aceptos a Dios, incienso; en el orden establecido por Dios, seis por hilera; tal como los describe por ejemplo la epístola a los Colosenses. Son los creyentes a la luz del Santuario, en su posición ante Dios; una moldura de un palmo alrededor de la mesa impedía que los panes pudieran caerse, lo que es emblema de la seguridad que los rescatados tienen en Cristo.
c. En las doce tribus de Israel, sea en la época del desierto o en tiempo futuro, cuando la administración en la tierra sea confiada a ese pueblo; y en el santuario, siempre presentes en el pensamiento de Dios[41].
6. El Candelero.
Contrariamente a los otros objetos del Tabernáculo hechos de madera de Acacia recubierta de oro, el candelero era totalmente de oro puro, forjado en una sola pieza. Él nos habla de lo que es esencialmente divino. Era de oro batido, “labrado a martillo”, recordando que aquel a quien representa Cristo pasó por el sufrimiento. El becerro de oro, por el contrario, había sido simplemente fundido[42]. El propio candelero, pues, es una figura de Cristo, mientras que el aceite es, como en toda la Palabra, una figura del Espíritu Santo.
Uno de los elementos del candelero que es mencionado varias veces lo constituyen las flores de almendro. Esas flores nos hacen pensar en la vara de Aarón que había brotado, producido flores y almendras, tal como vemos en Números 17.8, lo que es una figura de la resurrección de Cristo. El almendro, según Jeremías 1.11-12, manifiesta que Dios cumple sus promesas en Cristo. Precisamente fue un Cristo resucitado y glorificado el que dio el Espíritu Santo a los suyos.
En el conjunto formado por el candelero, el aceite y las siete lámparas ardiendo en el santuario se puede ver también a Cristo tal como es presentado por el Espíritu Santo por mediación de los vasos humanos del ministerio.
En efecto, bajo este aspecto, había necesidad de “despabiladeras”[43] para quitar todo lo que habría impedido el libre curso del aceite para producir la luz. Por otra parte, las siete lámparas nos muestran que el ministerio de Cristo por el Espíritu se ejerce mediante diversos canales.
Vemos al candelero brillar bajo cinco aspectos:
a. Hacia delante de él[44], pues el mayor y primer testimonio que da el Espíritu Santo es respecto del mismo Cristo; por eso el primer objeto que atraía las miradas al entrar al santuario era el candelero totalmente iluminado.
El Señor Jesús, al hablar del Espíritu Santo, dice: “Él me glorificará porque tomará de lo mío y os lo dará a conocer a vosotros”[45].
b. El candelero iluminaba la mesa de los panes[46]; es el Espíritu Santo que pone evidencia la posición de los santos en Cristo en el santuario.
c. El candelero brilla en Números 8 en relación con la purificación de los levitas: es el Espíritu Santo quien debe dirigir todo servicio para Dios y ser su motor.
d. En Levítico 24 vemos el candelero al comienzo de un capitulo en el cual va a manifestarse la oposición a Dios en medio de Israel: la apostasía. Frente al mal que se introduce en el pueblo de Dios, únicamente el Espíritu Santo es el remedio.
e. En Éxodo 27.21 y 30.8 se ve que el candelero ardía toda la noche. Solo durante la noche del rechazo y la ausencia de Cristo, el Espíritu Santo ilumina el santuario en la tierra y produce la oración de intercesión y el culto.
Si bien el alimento es indispensable para crecer, la luz no es lo menos. Una planta ubicada en un lugar oscuro, aunque sea bien regada, perecerá. Un joven cristiano que no ande en la luz no puede hacer progreso alguno. Al contrario, se apartará cada vez más del Señor. Y la luz del Espíritu Santo generalmente no se apaga en forma súbita para nosotros, sino que dejamos poco a poco que una cosa primero y luego otra se coloque entre el Señor y nosotros como un ligero velo, el cual se va espesando más y más hasta privarnos de la comunión con Él, del gozo de su Persona y trabar la acción del Espíritu Santo en nosotros. Entonces no puede haber ni crecimiento, ni gozo. ¿Qué es necesario hacer? Volver a Él con oración, buscar su rostro y tomar el tiempo necesario para pasar con Él, como María[47], si es posible, horas que se dejen correr hasta que Él nos haya devuelto el gozo de nuestra salvación.
7. El Altar de Oro.
El Altar de Oro era de dimensiones mucho más reducidas que el Altar de Bronce, o sea 45 centímetros de ancho, 45 centímetros de largo, cuadrado, y 90 centímetros de alto. Era de madera de acacia cubierta de oro puro y nos habla esencialmente de Cristo. Ubicado frente al velo, esta legítimamente ligado al Arca y al Propiciatorio.
En el Altar de Oro el sacerdote ofrecía el perfume, mientras afuera el pueblo oraba[48]. Es una hermosa figura del Señor Jesús que presenta a Dios las oraciones de su pueblo, ya sea como intercesión, ya sea como adoración[49].
En el Altar de Oro, el Sumo Sacerdote intercede por el pueblo, tal como Cristo en Juan 17, Hebreos 7.25 y Romanos 8.34.
Pero también al Altar de Oro puede acudir hoy el Hijo de Dios para ofrecer el incienso, es decir, las perfecciones de Cristo que suben hacia Dios. Tal es el culto, el servicio más elevado del cristiano. Es un culto que se ofrece ante todo en Asamblea[50], pero cada uno de nosotros ¿no puede, mañana y tarde como el sacerdote con el incienso, hacer subir a Dios su reconocimiento por el Don inefable de su Hijo?
El incienso era únicamente para Dios[51]; ni podía ser ofrecido más que en el lugar Santo y no debía ser consumido por fuego extraño, sino solamente por el tomado del Altar de Bronce. ¡Cuán importante que estemos recogidos en el sentimiento de su Presencia cuando abrimos la Palabra o nos acercamos a Dios en oración, o más aun cuando estamos reunidos alrededor del Señor en Asamblea!
Por otra parte, solo a Dios Padre, se dirigen nuestras oraciones y nuestra adoración. En ninguna parte de la Palabra vemos que las oraciones deban ser dirigidas a alguien más. Solo Él puede ser el objeto del culto: “El es tu Señor, ¡póstrate ante él!”[52].
8. El Arca del Pacto.
En las ordenanzas para el Tabernáculo dadas por Dios a Moisés, en los capítulos 25 a 27, el Arca ocupa el primer lugar. De igual manera, cuando Dios se nos revela, parte del Santuario y sale hacia el Atrio; nos presenta primeramente lo que es el objeto supremo de su Corazón; la Persona de Cristo. Cuando consideramos el camino por el cual nosotros nos acercamos a Dios, acudimos primeramente al Atrio, al Altar, luego a la fuente y solo entonces podemos entrar en el Santuario. Por eso en nuestra charla hemos colocado ante nuestros ojos en estos capítulos, es sin duda porque la Persona de Cristo debe tener el primer lugar en nuestro corazón. En Salmos 132 vemos que importancia tenía el Arca para David. Es notable que este Salmo este seguido por el 133, en el cual se ve “…qué bueno, qué dulce habitar los hermanos todos juntos!”[53].
Es preciso primeramente el Centro para que la reunión se realice.
No se podía ver el Arca más que en el Lugar Santísimo. El acceso a Él está abierto para nosotros hoy en día; pero conviene que al ocuparnos en la Persona del Señor lo hagamos siempre con la mayor reverencia.
El Arca tenía 112,5 centímetros de largo, 67,5 centímetros de ancho, 67,5 centímetros de alto, estaba hecha de madera de acacia y de oro puro, pues una figura de la Persona de Cristo, “…el Verbo se hizo carne…”[54]; Dios “…manifestado en carne…”[55]. Pero de ninguna manera nos conviene querer hacer la división de la humanidad perfecta, la madera de acacia, de la divinidad, el oro, siempre presentadas en la Palabra maravillosamente unidas en una sola Persona, tal como nos la revelan los Evangelios y otras páginas de la Escritura. Por haber querido mirar el Arca, los hombres de Bet-Semes murieron[56] y, por haber tocado el Arca, Uza fue herido de muerte[57].
Una cornisa o coronamiento de oro se encontraba alrededor del Arca[58], hablándose de la excelsa gloria de Cristo, pero formando también como una especie de protección contra toda irreverencia ante el ministerio de su Persona.
Como los otros objetos del Tabernáculo, el Arca estaba unida de varas para llevarla. Estas últimas tienen una importancia particular en la relación con el Arca, sea que se piense en todas las etapas que ella recorrió desde Sinaí hasta su reposo final en el Templo de Salomón[59], sea que una vez más haga subrayar la santidad de lo que representaba el propio Cristo: El Arca siempre debía ser llevada en andas y no puesta en un carro[60].
En Números 4.4-5 vemos el Arca marchando a través del desierto, con una cubierta azul, tal como Cristo en este mundo: “El que procede de arriba…”[61]. Bajo el azul, las pieles de tejones cubrían sus glorias diversas: el velo el cual era el único que podía estar en contacto con el Arca misma. “…No tiene aspecto hermoso ni majestad Para que lo miremos, ni apariencia para que lo deseemos”[62]. Solo la fe podía discernir las glorias del velo, bajo las pieles de tejones. En cuanto a la propia Arca, “…nadie conoce al Hijo, sino el Padre…”[63].
Creció delante de Él como renuevo tierno, como raíz de tierra seca. En el desierto, después de haber pasado el Jordán, el Arca es llamada “el Arca del Testimonio”[64]. Hubo en el desierto de este mundo un “Testigo fiel” que respondió en todo a la voluntad de Dios: Las Tablas de la Ley en el Arca, y que le glorifico en la tierra.
En Números 10.33 tenemos “el Arca de la Alianza”[65], base de las revelaciones de Dios con su pueblo; y por último, está “el Arca del Señor”[66], cuando se trata de mostrar su poder, como en el Jordán, en Jericó o en la casa de Dagón.
a. Contenido del Arca[67].
1) Las Tablas de la Ley.
Las primeras tablas habían sido quebradas ente la idolatría del pueblo[68]. Las segundas tablas nos son presentadas en Deuteronomio 10.3-5 como no hechas hasta después de la construcción del Arca y colocadas allí en cuanto a Moisés descendió del monte: Solo Cristo podía cumplir la ley de Dios[69]; solo a causa de Él, figurado por el pueblo.
2) La Vasija de Oro[70].
Esta vasija de oro que contenía el maná nos presenta dos pensamientos:
a) La fidelidad de Dios, quien durante cuarenta años había alimentado a su pueblo a través del desierto; convenía tenerlo presente: “Acuérdate de todo el camino que Adonay”[71].
b) Ella es un memorial de Cristo descendido del cielo, pan de vida, alimento de su pueblo en el desierto[72].
Cabe señalar al respecto que los israelitas recogían cada día un gomer[73] de maná; tal es nuestra parte: alimentarnos de Cristo cada día. Pero el último versículo de Éxodo 16 nos dice que “El gomer es la décima parte de la medida”[74], vale decir que lo poco que podemos captar de Cristo aquí abajo no es más que una débil parte de la plena medida que tendremos en la gloria.
3) La Vara de Aarón[75].
Esta vara, que, había brotado, producido flores y almendras, nos habla de la gracia y de la resurrección. Así, todo lo que el Arca nos enseña acerca de la Persona de Cristo es completado por su contenido: Su obediencia perfecta, su humillación como descendida del cielo, su gracia y su resurrección.
9. El Propiciatorio.
El Arca era un cofre y tenía una tapa llamada propiciatorio. El término hebreo traducido por propiciatorio deriva "cubrir o cubierta". En el Antiguo Testamento, la propiciación (expiación en la Reina-Valera 1960) de los pecados significa que estos eran "cubiertos", como en el Salmo 32.1; mientras que en el Nuevo Testamento, una vez que la obra de Cristo fue cumplida, los pecados son "quitados" (Hebreos 9.26; 10.4, 11-18). La palabra propiciatorio, traducida en la versión inglesa por "mercy-seat" ("el asiento de la gracia"), contiene también la idea de gracia, de misericordia.
El propiciatorio estaba enteramente hecho de oro puro, lo que nos habla de la justicia inherente a la naturaleza divina. Por otra parte, encima del propiciatorio había dos querubines de oro batido, de una sola pieza con el propiciatorio. Los querubines, asiento del trono de Dios (Salmos 80.1; 89.14), hablan fundamentalmente del juicio de Dios; así la justicia divina reclama el juicio inexorable de Dios sobre su pueblo pecador; el cual de ninguna manera observó la ley (Éxodo 32.19).
Pero los querubines y el propiciatorio estaban colocados sobre el Arca, que es como decir sobre Cristo, quien si cumplió plenamente la voluntad de Dios y la permitió a esta el cumplimiento de amor a favor del hombre (el Arca contenía las tablas de la ley); luego, sobre el propiciatorio, se encontraba la sangre de la víctima que el sacerdote había llevado allí el gran día de la expiación (Levítico 16.14-15). Los querubines no tenían una espada, como en Edén, sino, al contrario, alas para proteger, y sus rostros uno enfrente del otro, estaban vueltos hacia el propiciatorio, es decir, ¡miraban la sangre!
El conjunto, el Arca, el Propiciatorio y los Querubines, vino a ser así no ya trono de Dios en juicio, sino el de la gracia. Todo nos habla de Cristo y de su obra; vemos en ello, de una manera sorprendente y profunda, cómo Él respondió plenamente a la justicia y al amor de Dios (Salmos 85.10), el trono de la gracia esta fundado sobre la obediencia de Cristo hasta la muerte.
El propiciatorio era el lugar de encuentro de Dios con el hombre en un doble sentido:
a. Aarón, el sacerdote, representando al pueblo ante Dios, acudía con la sangre.
b. Moisés, el enviado de Dios, el apóstol, recibía allí los mensajes de Dios para el pueblo[76].
El Señor Jesús reúne el doble carácter de Moisés y de Aarón cuando es llamado el “apóstol y sumo sacerdote de nuestra fe”[77].
[1] La Toráh
[2] Juan 1.14.BL95
[3] 2 Corintios 6.16.
[4] Números 2; 3.1–30
[5] Éxodo 27.16.
[6] Mateo 24.31.
[7] Éxodo 27.1–8.
[8] Levítico 17.11; Hebreos 9.22.
[9] Romanos 6.23.
[10] Génesis 22.
[11] Éxodo 12.
[12] 1 Pedro 3.18.
[13] 2 Corintios 5.21.
[14] Levítico 1-7.
[15] BAD
[16] Levítico 4.28,32.
[17] 1 Pedro 1.19
[18] Levítico 4.31, 35.
[19] Juan 3.36; Hebreos 10.10, 14
[20] Levítico 1
[21] Levítico 1.4. La Toráh
[22] Efesios 1.6. BLS
[23] Efesios 5.2. Ibid
[24] Éxodo 30.17–21; 38.8; 40.29–32
[25] Juan 13.10.
[26] Tito 3.5
[27] 1 Juan 1.9
[28] Números 19
[29] 1 Juan 2.1. BLS
[30] 1 Corintios 11.28. Ibid
[31] Efesios 5.14
[32] Éxodo 38.8
[33] Éxodo 33.7
[34] Éxodo 26.1-37
[35] Éxodo 26.26-29
[36] Efesios 2.21-22
[37] Levítico 24.5-9
[38] Levítico 2
[39] Efesios 4.13. BL95
[40] Ibid
[41] Romanos 11.
[42] Éxodo 32.34
[43] Éxodo 25.38.
[44] Éxodo 25.37
[45] Juan 16.14
[46] Éxodo 26.35
[47] Lucas 10.38-42
[48] Lucas 1.9-10
[49] Revelación 8.3-4
[50] 1 Pedro 2.5
[51] Éxodo 30.34-38
[52] Salmos 45.11. Jer
[53] Ibid.
[54] Juan 1.14. NC
[55] 1 Timoteo 3.16. Ibid
[56] 1 Samuel 6.19
[57] 2 Samuel 6.6-7
[58] Éxodo 25.11
[59] 1 Reyes 8.8
[60] 1 Crónicas 15.2
[61] Juan 3.31. NBLH
[62] Isaías 53.2. Ibid
[63] Mateo 11.27. Ibid
[64] Éxodo 40.3. La Toráh
[65] Ibid
[66] Josué 4.5; 6.6-13; 1 Samuel 5.3. BAD
[67] Hebreos 9.4.
[68] Éxodo 32.19
[69] Salmos 40.8
[70] Éxodo 16.32-34
[71] Deuteronomio 8.2. La Toráh
[72] Juan 6.31-38, 58.
[73] 3,7 litros.
[74] Éxodo 16.36. La Toráh
[75] Números 17
[76] Éxodo 25.22
[77] Hebreos 3.1. BL95